Delirios en la nellrosis?

José María Redero San Román ¿Delirios en la nellrosis? El interés de responder esta pregunta, es plantear los límites y dificultades de una clí­ nic

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LA AFECTIVIDAD EN LA ESPIRITUALIDAD Y EN LA PEDAGOGÍA IGNACIANAS J. Montero Tirado, S. I. JULIO DE 2002 2 LA AFECTIVIDAD EN LA ESPIRITUALIDAD Y

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José María Redero San Román

¿Delirios en la nellrosis?

El interés de responder esta pregunta, es plantear los límites y dificultades de una clí­ nica diferencial basada en el análisis feno­ menológico. Si el delirio es uno de los pila­ res fundamentales en la clínica de la psi­ cosis, ¿es siempre solidario de la estructura? Por otra parte, hay para mí una cierta sospecha de que en la clínica psiquiátrica actual, cualquier sujeto que presenta un episodio delirante por breve y recortado que éste sea, es casi de inmediato situado como un psicótico, bien dentro de la cate­ goría de los trastornos afectivos mayores o bien dentro de las psicosis reactivas breves. Por ello me parece pertinente explorar este campo de los delirios en las neurosis, que ha tenido su vigencia para la psiquiatría, pero que hoy parece borrado. Jean Garrabé (l), en su Diccionario Ta­ xonómico de Psiquiatría, nos advierte que «los términos con que se designan los fenó­ menos delirantes en las distintas lenguas, provocan uno de los malentendidos con­ ceptuales más graves de la nosología psi­ quiátrica internacional». En español sólo tenemos un término, «DELIRIO», para designar los extravíos del juicio, bien sean secundarios a un trastorno de la conciencia o de la memoria (estados confusionales o demenciales), o bien se presenten sin alteración alguna de los re­ quisitos instrumentales que posibilitan la conducta intencional. Esta imprecisión también puede ser causa de malentendidos. El delirio ha constituido a lo largo de la historia el fenómeno central de la locura, pero la locura no se ha correspondido exac­ tamente con otro término, la psicosis, cons­ truido a lo largo del siglo pasado por la clí­

nica psiquiátrica, al hacer pasar por ella el discurso de la medicina y otorgarle su esta­ tuto de enfermedad. Mientras que hoy para la psiquiatría el delirio es un lugar seguro para el diagnósti­ co de psicosis, término que por otra parte está a punto de desaparecer en las actuales clasificaciones, a poco que uno ojee la his­ toria de la clínica psiquiátrica, descubrirá que el término delirio desborda el marco de las psicosis. Así, Esquirol, en su tratado Memorias de la locura y sus variedades (2), estudiará los delirios de posesión e influencia demo­ níaca de la melancolía, de la paranoia y de la histeria. Un poco más tarde, a mediados del XIX, Griesinger (3) Yalgunos años des­ pués Morel (4), construirán la noción de las llamadas «Locuras histéricas», caracteriza­ das por la presencia de un delirio que suele acompañar al ataque histérico, en el que abundan los contenidos demoniacos, místi­ cos y eróticos. J. Falret (5), nombrará como «locura de duda» y «delirio del tacto» a lo que puede considerarse como la primera descripción precisa de la neurosis obsesiva. Sin duda, es lo que puede aparecer como delirante en la histeria o en la obsesión, lo que las hace quedar incluidas dentro del marco de la locura. Si repasamos mínimamente la obra de Freud, encontraremos numerosos pasajes en que nos toparemos con lo delirante en las neurosis, desde Anna O., a una «Neuro­ sis demoníaca en el siglo XVII», «El deli­ rio y los sueños en la Gradiva de Jensen» o «El Hombre de las Ratas», casos todos ellos en que el delirio adquiere la dimen­ sión de un síntoma neurótico.

Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq., 1997, vol. XVII, n.o 61, pp. 63-74.

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Si es indiscutible el uso del término deli­ rio, para designar fenómenos de la neuro­ sis, podemos preguntar si es pertinente, o lo que es lo mismo si se puede hablar de un delirio que sea específico de la psicosis y que pueda diferenciarse claramente del que podemos suponer en las neurosis. Para ello me propongo en primer lugar, examinar algunos límites o inconsistencias de lo que la psiquiatría ha definido como delirio. Los criterios actuales expuestos por la CIE-IO, y la DSM-IV, para la definición del delirio, no son otros que los sostenidos por E. Kraepelin y mejor precisados y con un mayor rigor por Karl Jaspers, que fijó los fundamentos de la psicopatología psiquiá­ trica hasta nuestros días. Retomaré los ejes centrales, del excelen­ te trabajo que José M. a Álvarez realiza acerca de «los límites de la concepción fe­ nomenológica del delirio» (6). Allí nos pa­ sa revista a las fragilidades teóricas y clíni­ cas que se ponen de manifiesto cuando se miran de cerca cada uno de los criterios más usados en la definición del delirio. 1. La inquebrantabilidad o incorregibi­ lidad. 2. La alteración del juicio de realidad. 3. La certeza o convicción delirante.

l.

Lo inquebrantable, irreductible

o incorregible del delirio Es evidente que no se atiene a la realidad de la clínica, ni siquiera en el caso de la pa­ ranoia. Es conocida la crítica que Jacques Lacan hizo en los años 50, en su Seminario sobre la Psicosis (7), al concepto de paranoia kraepeliniana, basado en un «sistema deli­ rante duradero e imposible de quebrantar».

«Nada más falso -nos dice-, el sistema de­ lirante varía, hayámoslo o no quebrantado. La variación se debe a la interpsicología, a las intervenciones del exterior, al manteni­ miento o perturbación de cierto orden en el mundo que rodea al enfermo». Esto ataca­ ría también al carácter de no influibles por la experiencia, otro rasgo distintivo del de­ lirio. Lo que quita especificidad a este rasgo, como criterio de delirio, es que existen otras formaciones psíquicas, como las fo­ bias o las obsesiones, que también están dotados de ese carácter de inquebrantables y no influibles por la experiencia. El mismo Jaspers (8) acepta que la con­ dición de no influibles por la experiencia, las condiciones irrefutables y su carácter de incorregibles, que también alcanzan a nu­ merosos errores de los sanos, si bien en és­ tos, el exceso suele ser compartido cultural­ mente y no alcanza ese «plus de incorregi­ bilidad» que advierte en el delirante y que no alcanza a definir bien. Por otra parte, difícilmente podríamos aplicar este criterio al grupo de los delirios agudos, las bouffées delirantes, los breves episodios delirantes de ciertas psicosis afectivas o las hoy llamadas psicosis reacti­ vas breves. Es decir, la aplicación estricta de este criterio, dejaría fuera algunos deli­ rios psicóticos e incluiría otras formaciones psíquicas que no pertenecen al campo de la psicosis.

2.

La alteración del juicio de realidad

El delirio, definido «como pensamiento que se sale del surco de la realidad», nos conduce a numerosos callejones sin salida. La pérdida del juicio de realidad, nos conduce a un terreno muy pantanoso, pues

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¿de qué realidad hablamos? ¿Existe una realidad común? El hecho de que una creencia no sea aceptada por el grupo cultural al que perte­ nece el sujeto, desde luego no es suficiente para convertirla en idea delirante. Los gran­ des momentos del movimiento de la Cien­ cia, como un saber inédito, cumplirían este criterio. Freud, desde el principio de su obra, mostró su gran preocupación por el proble­ ma de la realidad. En su Proyecto de Psico­ logía, plantea ya que la realidad no está configurada para el sujeto tanto por el obje­ to real de la percepción, sino por signos de percepción. El examen de la realidad viene como una necesidad del aparato psíquico para salir de lo mortífero a que le conduci­ ría al sujeto, guiarse por la representación alucinada del objeto del deseo, entonces el objeto de la satisfacción. Sitúa entonces un Yo, como la instancia que permitiría construir el signo de realidad que posibilita la distinción entre los signos de percepción, de aquello correspondiente al recuerdo o representaciones psíquicas de deseo. En el origen no habría interior ni ex­ terior, estaría el espejismo alucinatorio que dejaría paso al criterio de realidad y al acto del pensar, bajo la amenaza del apremio de la vida. El sueño reproduce este primer funcio­ namiento del aparato, regido por la identi­ dad de percepción, el proceso primario y la satisfacción alucinatoria de deseo. El acce­ so a la realidad, le exige a Freud plantear un principio de realidad fuerte, que le per­ mita al sujeto distinguir entre lo alucinato­ rio y lo eficiente y efectivo. Pero el princi­ pio de realidad, gobernado por el proceso secundario, proceso motriz y de pensa­ miento, nace sobre la base del principio del placer, y el sujeto no busca tanto la realidad

como su bien y algunas veces buscando su bien encuentra la realidad. En su artículo sobre «La Negación» (1925), nos dice (9), «que la primera y más inmediata finalidad del examen de la reali­ dad, no es, pues, hallar en la percepción re­ al un objeto correspondiente al imaginado, sino volver a encontrarlo, convencerse de que aún existe»... «pero descubrimos como condición del desarrollo del examen de la realidad, la pérdida de objetos, que un día procuraron una satisfacción real». Funda así Freud el acceso a la realidad, el test de la realidad, sobre la negativización misma de la realidad material. En 1924, cuando trabaja en «La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psi­ cosis», concluye que hay pérdida de reali­ dad para ambas. En la neurosis se evita un trozo de realidad, precisamente aquella a cuya demanda fue iniciada la represión. El neurótico evita un trozo de la reali­ dad, no quiere saber nada de ella, e intenta sustituirla por otra más acorde con sus de­ seos, es la realidad de la fantasía, un domi­ nio surgido al tiempo de la instauración del principio de realidad y separado desde en­ tonces del mundo exterior ( 10). En la psicosis, la realidad perdida, es ne­ gada, trasformada y sustituida por el deli­ rio. «El Yo -ese guardián del juicio de rea­ lidad-, tanto en las neurosis, como en la psicosis, nos dice, sólo podrá evitar un de­ senlace perjudicial, deformándose espontá­ neamente, tolerando daños en su unidad o incluso disociándose» (11). Freud toma partido por la realidad psí­ quica contra la realidad material y objetiva, cuando da el paso de la teoría de la seduc­ ción fáctica a la teoría de la seducción fan­ taseada en las neurosis. Si tomamos como referencia a Jacques Lacan, ya en su intervención de 1946 en el

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Congreso de Bonneval, «Acerca de la cau­ salidad psíquica», planteaba como fórmula general de la locura en su sentido más ori­ ginario la estructura general del desconoci­ miento, que nombra como «ley del cora­ zón» hegeliana. Este desconocimiento del que habita en la «ley del corazón», por el que la singularidad del ser es identificada de inmediato con la necesidad universal le lleva al sujeto al «delirio de infatuación», delirio consustancial al yo, o lo que es lo mismo, la locura del narcisismo, que atra­ viesa las diferentes estructuras clínicas. El loco es loco por desconocer, por no recono­ cer su participación en el desorden del mundo que él denuncia. Allí. la locura defi­ nida como «virtualidad permanente de una grieta abierta en su esencia» (12) es con­ templada como un riesgo que a todos los seres hablantes amenaza. La locura en este texto es caracterizada como fenómeno, mientras que la psicosis a modo de subcon­ junto de aquella es caracterizada como es­ tructura. Es suficientemente conocido el mecanis­ mo específico que Lacan propuso como condición esencial para la psicosis, la for­ c1usión del Nombre del Padre (NP) (13). Sin embargo fue al final de su enseñanza cuando trabajó el anudamiento borromeo de los tres registros, Real, Simbólico e Ima­ ginario. En el Seminario sobre Joyce plan­ teó la generalización de la forclusión para todas las estructuras clínicas, pasando del NP a la pluralización de los NP y de la su­ plencia para la psicosis a la suplencia gene­ ralizada para todas las estructuras, lo que en última instancia vendría a aproximar, sin confundir, a la psicosis con la neurosis. Forclusión generalizada para todos los seres hablantes, porque el Otro del signifi­ cante siempre está en falta, es incompleto, inconsistente, y será esta falla estructural

del Otro la que vendrá a ser suplida por el Complejo de Edipo o el fantasma en las neurosis. Habría siempre una falla en la simbolización, lo simbólico siempre estaría agujereado por lo Real, que en algún mo­ mento puede retomar o irrumpir como fe­ nómeno delirante y/o alucinatorio. J.-A. Miller (14), planteaba reciente­ mente, frente a una clínica diferencial de la psicosis, una clínica universal del delirio, que «toma su punto de partida de que todos nuestros discursos no son más que defensas contra lo real», por medio de 10 simbólico. El esquizofrénico sería el único sujeto que no evitaría lo reaL porque para él lo simbó­ lico es real. Sería por el hecho de que los hombres hablan y por el efecto de negativi­ zación y de muerte que la palabra ejerce so­ bre la cosa, que todo el mundo está un poco loco y se pueda plantear el delirio como universal. Precisamente la palabra, el signi­ ficante, tiene un efecto de irrealización del mundo, porque el significante no represen­ ta a la cosa y por ello, para el sujeto hablan­ te la referencia siempre está vacía y si hay verdad no es la de la adecuación de la pala­ bra a la cosa, sino que la verdad es interna al decir. Ha sido un largo paréntesis para compli­ car un poco la aparente simplicidad con que la psiquiatría ha tratado el problema de la realidad y concluir que la pérdida o alte­ ración del juicio de realidad de ningún mo­ do puede ser la medida de un delirio psicó­ tico.

3.

La certeza o convicción delirante

«La certeza subjetiva incomparable» en palabras de Jaspers. El problema de la cer­ teza o convicción delirante, es sin duda el de mayor calado a la hora de apuntalar un

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delirio, pero es por otra parte el criterio de más difícil captación a nivel fenomenológi­ co. Frecuentemente, no es fácil para el ob­ servador dictaminar si se trata de una creencia o de una certeza. ¿Hasta qué punto el sujeto cree en la realidad de su delirio? El criterio de la clínica psiquiátrica es que la certeza lo es respecto al contenido del delirio, al juicio falseado sobre la realidad. Esta no es la posición de Lacan, quien nos advierte en su Seminario sobre la Psicosis (15): «a decir verdad, en la realidad de su alucinación, el loco no cree..., pero a dife­ rencia del sujeto normal para quien la reali­ dad está bien ubicada, él tiene una certeza: que lo que está en juego desde la aluci­ nación hasta la interpretación le concier­ ne», ... «en él no está en juego la realidad, sino la certeza, ... y esta certeza es radicah> y constituye lo que llamó el «fenómeno elemental» (f. e.). Podemos afirmar enton­ ces, que el f. e., es primero y antes que na­ da la certeza. Si seguimos la indicación de Colette So­ ler (16), el único rasgo de estructura fijo que no engaña, para separar neurosis de psi­ cosis, es la diferencia que hay entre la creencia y la certidumbre. Si la neurosis se estructura como una pregunta del lado del sujeto, la psicosis lo hace como certeza del lado del Otro. El psicótico. al contrario que el neurótico, no cree. toma al Otro como al­ go que se le impone. que para él es real. Mientras que la creencia del neurótico siempre se aloja sobre un punto de indeter­ minación y es la traducción fenomenológi­ ca de la división del sujeto. Estamos pues. ante un rasgo de estructura. que no siempre es advertible en la fenomenología del deli­ rio. Y no lo es. porque para juzgar sobre ella hay que llegar al sujeto, al lugar de la enun­ ciación y no del enunciado. Es la certeza del sujeto la que está en juego y no la nuestra.

Se trata de avanzar desde una epistemo­ logía del delirio a otra epistemología del sujeto delirante. En esta línea Fernando Colina (17) nos propone otra definición del delirio, «como pensamiento que brota cuando se arriesga la identidad» ... «sin su­ jeto -nos dice- curiosamente para la cien­ cia, no puede hacerse ciencia del delirio». Si no introducimos la pregunta sobre ¿quién responde del delirio? podríamos to­ mar perfectamente el sueño por una forma­ ción delirante. Lo que la fenomenología obvia es que, con demasiada frecuencia, es el criterio del observador el que se convier­ te en garante del decir del sujeto supuesto delirante. Las insuficiencias derivadas de un análisis fenomenológico, que prescinde del sujeto y de un reduccionismo de la psi­ copatología a su función más simplificado­ ra y descriptiva, conducen en la OSM-III-R ( 18) a diagnosticar un caso como el de An­ na O., el famoso caso de Breuer, que dio pie al descubrimiento del inconsciente, co­ mo trastorno de conversión y trastorno psi­ cótico simultáneamente.

Estatuto d(ferencial del delirio en las psicosis y en las neurosis Creo haber mostrado que desde las coor­ denadas fenomenológicas es posible supo­ ner un delirio en la neurosis, aunque no sea más que por la imposibilidad de cernir de forma segura los caracteres específicos y diferenciales del delirio psicótico. El delirio no siempre es una guía segura para el diagnóstico de psicosis. Sólo tras­ cendiendo el marco fenomenológico y apuntando al sujeto podemos alcanzar la estructura clínica subyacente. Lo que im­ porta entonces es el estatuto que el delirio tiene en la neurosis y en la psicosis. Cono­

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cemos el valor que Freud le dio en el caso Schreber, como el intento de curación del sujeto ante lo que sería propiamente la en­ fermedad psicótica, es decir, la retirada li­ bidinal desde los objetos del mundo hacia el yo. Allí nos propone un nuevo mecanis­ mo para la psicosis, que define como «re­ tomo desde lo exterior de lo interiormente reprimido» (19), al percatarse de que el me­ canismo de la proyección deviene insufi­ ciente. Será Lacan quien formule más cla­ ramente un mecanismo específico para la psicosis, una falla simbólica, una falla de la simbolización primordial, a la que designa­ rá como forclusión del Nombre del Padre (NP), siendo el delirio allí un efecto de és­ ta. Represión para las neurosis y forclusión del NP para las psicosis. Si el delirio de la psicosis lo entendemos como una construcción simbólica, signifi­ cante, trabajo de la estructura, frente al ex­ ceso de goce que retoma en lo real por efecto de la forclusión en el fenómeno ele­ mental, es pues, un trabajo de restauración, de construcción, de curación, de estabiliza­ ción, tanto más lograda cuanto que de este delirio el sujeto pueda conseguir una metá­ fora de su ser, metáfora delirante con la que logre alejar el sentimiento de la muerte tan íntimo al psicótico, a la vez que le propor­ cione una identidad y un lugar en el mundo. El delirio sería la introducción de un senti­ do ante ese Otro sin sentido que se le impo­ ne al sujeto en el fenómeno elemental. Ya lo intuía Jaspers (20), y se recoge en el trabajo antes citado (21), cuando se refería al pri­ mer tiempo del desencadenamiento psicóti­ co: «surge en el enfermo un sentimiento de inconsistencia e inseguridad, que le impul­ sa instintivamente a buscar un punto sólido en que afirmarse y aferrarse. Ese comple­ mento, ese fortalecimiento y consuelo lo encuentra sólo en una idea». Esta distinción

entre fenómeno elemental y delirio, puede resultar, sin embargo en su origen un tanto artificiosa, pues en el inicio de una psicosis, como De Clérambault captó tan magistral­ mente con su Automatismo Mental, lo alu­ cinatorio, ¿no implica ya de algún modo un juicio delirante, respecto a la procedencia exterior del fenómeno, que trasciende el or­ den de la percepción?; y es en este sentido, me parece, que Lacan tomaba en su Semi­ nario III (22) al delirio como un fenómeno elemental «por reproducir la fuerza consti­ tuyente de la estructura», y que otros auto­ res (23) recientemente puedan hablar de de­ lirios de significante y delirios de significa­ do, y consideren inapropiado y poco menos que inútil la diferenciación fenomenológica entre alucinación y delirio. Merece la pena aclarar entonces que el delirio puede tomarse en su valor de fenó­ meno elemental, lo que se correspondería con las cogniciones, percepciones, intuicio­ nes delirantes, la vivencia de significación personal, o en cierto modo el automatismo mental, y en su oposición o diferencia al fe­ nómeno elemental, como lo situaba De Clérambault y después Lacan, como la ma­ nera que el sujeto psicótico encuentra, para trabajar el retorno de 10 real que supone el f.e. y ésta sería la función reparadora, re­ constructiva y a veces estabilizadora del delirio. Volvamos de nuevo a lo que suponemos delirios de la neurosis. Cuando Freud, en los diferentes momentos de su obra, estudia el delirio en las neurosis, interpreta el deli­ rio como un síntoma neurótico, formación de compromiso, formación del inconscien­ te y manifestación del retomo de lo repri­ mido. Ese mecanismo fundamental puesto allí en juego es la represión. El delirio de la neurosis es una proyec­ ción fantasmática de lo reprimido, que a la

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manera de un síntoma neurótico es interpre­ table y dialectizable, faltándole esa signifi­ cación plena y única del delirio psicótico. Si éste no hace más que manifestar la autonomía del significante que deviene per­ secutorio e intrusivo, verificar los confines de la relación del sujeto al lenguaje y elimi­ nar la ambigüedad intrínseca que todo mensaje introduce en la comunicación hu­ mana, el delirio neurótico produce en su re­ troacción un efecto de sentido, tiene un va­ lor metafórico y puede ser dialectizable e interpretable a la manera de un síntoma o un sueño, al adquirir sus significantes el va­ lor de significantes reprimidos. Clínicamente podemos observar la pre­ sencia de la angustia como índice de un cierto desvelamiento del objeto. Es lo con­ trario que ocurre en las psicosis, en que el delirio suele apaciguar y calmar cuando se trata del trabajo delirante, si bien no es así cuando el delirio se presenta en su estatuto de fenómeno elemental.

Formas delirantes en la Histeria

Tomemos ahora la clínica de la histeria. Locura histérica, pseudopsicosis histérica, psicosis disociativa e histeria crepuscular son diferentes nombres que designan en la psiquiatría lo delirante en la histeria. Es conocida la plasticidad y el polimor­ fismo de su clínica, que la toman apta para adoptar la máscara de la mayoría de los sín­ dromes psiquiátricos. Si hace algunos si­ glos eran famosas las posesiones demonía­ cas, hoy no es de extrañar que siendo la es­ quizofrenia el modelo dominante, el significante amo de los modos de la enfer­ medad mental en nuestra cultura, la histeria trate a veces de reproducir sus formas. Pierre Janet, psiquiatra francés contem­

poráneo de Freud e interesado por los fenó­ menos histéricos, hacía surgir mediante la sugestión hipnótica determinadas ideas fi­ jas latentes que subyacían a ciertos delirios y alucinaciones de sujetos histéricos, ha­ ciéndolos remitir. El delirio histérico, se­ gún este autor, se producía en lo que él lla­ maba «estado segundo de conciencia» y su mecanismo era «el mismo que conducía a otros enfermos a las parálisis, contracturas o ataques» (24). He tomado de lean Claude Maleval, psi­ coanalista francés orientado por la ense­ ñanza de Lacan, algunas consideraciones sobre el delirio histérico. En su libro Las locuras histéricas (25) intenta una rehabili­ tación de este concepto contra la bulimia fagocitadora de la esquizofrenia bleuleria­ na en la clínica psiquiátrica de nuestro si­ glo. Recoge allí una serie de casos famosos de la literatura psiquiátrica y psicoanalítica considerados hasta ahora como psicosis y para los que él propone un diagnóstico de locura histérica. El delirio histérico, que él prefiere lla­ mar Delirium (26) o histeria crepuscular, siguiendo cierta tradición psiquiátrica, se daría en un estado de cierto estrechamien­ to, crepúsculo de la conciencia y designaría mejor una suerte de soñar despierto y la ex­ periencia de una imaginación sin freno. Tendría la estructura de una pesadilla, una pesadilla diurna, proyección fantasmática y retomo de lo previamente reprimido. Si el objeto del fantasma, siempre velado, se aloja en la falla estructural que supone ese lugar vacío dejado por el objeto, objeto per­ dido originario, sobre el que Freud fundó la realidad psíquica y toda relación de objeto posible, en el delirio crepuscular de la his­ teria el objeto cesa de ocultarse y se mues­ tra bajo el modo de una positivación imagi­ naria y por tanto angustiante, como en una

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pesadilla. Estructurado como taL el Deli­ rium provoca más angustia que goce y pue­ de ser considerado como la ilustración de la captación de un sujeto por una imagen del doble proyectada en el lugar del Otro, ima­ gen especular invasiva. ¿Qué hace producir esta vacilación de la realidad para el sujeto histérico? Maleval responde que es el momento en que «falta la falta» (27), lo que puede darse por ejem­ plo en el encuentro con un objeto sexual, que impide preservar la insatisfacción esencial de su deseo. Citaré algunos de los rasgos más característicos, que el autor nos propone para los delirios histéricos: a) La presencia de la significación fáli­ ca y de la temática sexual, apareciendo con cierta transparencia los deseos edípicos prohibidos y la culpabilidad. (Señalemos que la temática sexual, en su expresión más cruda, no es infrecuente observarla en el delirio psicótico). b) Por su proximidad con los delirios oníricos comparte la riqueza de las aluci­ naciones visuales. c) Más que constituir un esfuerzo de estabilización, se experimenta y representa, al igual que otros síntomas de la histeria, como una castración imaginaria. d) No son infrecuentes las experien­ cias de despersonalización y de fragmenta­ ción de la imagen del cuerpo. Recordemos que las experiencias de fragmentación en la psicosis suelen estar referidas a los órganos internos. e) Por último, cabe señalar que la transferencia del sujeto histérico se soporta sobre una falla en el saber del Otro y el de­ lirio allí, por tanto, revela su inconsistencia y cede fácilmente al poder de la sugestión terapéutica. Podemos dejar las histerias crepuscu­ lares y acercamos a la anorexia mental, que

frecuentemente pertenece al marco de la histeria. Más que un trastorno de la percep­ ción, ¿no se trata más bien de una idea deli­ rante, el juicio que hace sobre la imagen in­ suflada de su cuerpo y que a veces le acom­ paña hasta la muerte? Otro rasgo no infrecuente en la histeria, la mitomanía, esa invención fabulada de su historia, que le permite creerse al sujeto su propia mentira a pesar de las evidentes con­ tradicciones en las que se ve inmerso. Si allí la certeza no se puede asegurar, tampo­ co a veces se puede desmentir. ¿Qué son las histerias disociativas en sus variadas for­ mas, como la amnesia psicógena, o la per­ sonalidad múltiple, sino la mitomanía lle­ vada al extremo, o la forma de no querer sa­ ber de su propia verdad, auténtico delirio de infatuación, por otra parte incapaz de sostenerse, pues el sujeto finalmente sabe de la verdad de su mentira. ¿No habría asi­ mismo un germen de delirio en algunos síntomas conversivos? Detengámonos ahora en los fenómenos erotomaníacos de la histeria, para distin­ guirlos de la erotomanía psicótica. Colette Soler sitúa con nitidez en su trabajo «El amor del psicótico» (28) lo que hay de co­ mún y de diferente entre estas dos formas de la erotomanía. En la erotomanía psicótica, el postulado «él o ella me ama», es el índice que permi­ te decidir la estructura, es un término de la lógica, es la hipótesis no formulada que funda todas las demostraciones. El rasgo clínico, advierte C. Soler, es que el sujeto en la certeza erotomaníaca casi no habla de su postulado, lo da por seguro, solo interro­ ga los fenómenos que contrarían el sentido del mismo. La erotomanía de la histeria es la mani­ festación del lazo con el amo y con el signi­ ficante amo encarnado en alguien. No

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siempre es fácil distinguir la certidumbre psicótica de la creencia neurótica. La apa­ rente convicción de la histeria sobre el amor del amo tiene la condición de una creencia, se apoya sobre un punto de inde­ terminación y encubre siempre una pregun­ ta, ¿me ama? En el fantasma princeps de la histeria, el fantasma de seducción, queda colocada como objeto del Otro, al igual que en la erotomanía seduce al Otro que la ama, pero se le escapa en cuerpo y alma. En am­ bas estructuras el sujeto no hace demasiado por acercarse al objeto, más bien intenta una neutralización de la categoría sexual implicada en la relación, pero frente a la pregunta de la histeria, pregunta del sujeto a un Otro tachado, está la certeza del Otro completo en la erotomanía psicótica. ¿Es manía de goce o manía de amor?, se pre­ gunta C. Soler (29). Los registros del goce y el amor siempre están entretejidos en la neurosis, pero aparecen desanudados en la psicosis. (Recuérdese el famoso caso Ai­ mée de la Tesis de Lacan, en el que el goce aparece del lado de las mujeres perseguido­ ras y el amor, platónico, del lado del Prínci­ pe de Gales). Mientras que en la neurosis el amor es llamado a corregir la ausencia de relación sexual, en la psicosis es evocado para evitar la inminencia de una relación mortífera, instaurando una función de límite al goce. Tenemos un tipo especial de erotomanía, el éxtasis místico. Encontramos allí un fan­ tasma de unión con la divinidad, presente en místicos famosos y en histéricos ordina­ rios. En los escritos que nuestra mística Te­ resa de Jesús nos dejó, no es difícil ver los síntomas de la histeria de la época, así co­ mo los fantasmas de posesión demoníaca y del Amor y la Unión con el Esposo Cristo y con su Majestad, Dios-Padre. ¿Certidum­ bre o creencia es lo que encontramos allí?

Nada permite asegurar que estemos al nivel de la creencia al leer sus escritos. En el éx­ tasis místico hay una doble vertiente, de goce, de voluptuosidad y desvanecimiento del sujeto, pero éste no queda reducido a su condición de objeto de goce del Otro, como es el caso del psicótico Schreber, o de obje­ to de desecho, sino que la experiencia sub­ jetiva de goce y la significación del sujeto están en primer plano.

El delirio yoico del obsesivo De entrada podríamos afirmar que no hay nadie mejor dotado contra la certeza delirante que el sujeto obsesivo, que abriga siempre en lo más íntimo de su ser la duda, a veces con rango de síntoma y siempre co­ mo índice de estructura. En primer lugar haré algunas considera­ ciones sobre el caso harto conocido de Freud, el Hombre de las Ratas, paradigma para el psicoanálisis de la neurosis obsesi­ va. En varios pasajes vemos aparecer el tér­ mino de delirio para nombrar lo que a este hombre le sucede. Nos dice cuando habla de sus años infan­ tiles: «tenía la idea morbosa de que mis pa­ dres conocían mis íntimos pensamientos por haberlos revelado yo mismo en voz alta, sin darme cuenta de ello» (30). Cuando nuestro sujeto todas las noches abre la puer­ ta de su dormitorio y se mira en el espejo con su pene erecto esperando la llegada del padre, o cuando se promete devolver las 3,80 coronas al teniente A, obedeciendo la orden de su capitán contra todo criterio de realidad, Freud nos dice: «a mi juicio tales productos merecen el nombre de delirios» (31), que trata de descifrar como si fueran un jeroglífico, haciendo desvanecer así el delirio de las ratas. Lacan no se referirá a él

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como delirio, sino como «trance obsesivo»; el Hombre de las Ratas no delira, sino que calcula, imagina. Siguiendo las indicacio­ nes de Guy Clastres (32) sobre este caso, ¿en qué momento se sitúa el trance obsesi­ vo? En las palabras del capitán cruel sobre el tormento de las ratas, allí ve reflejado un goce, que es también su propio goce ignora­ do por él mismo y que le lleva a la angustia y levanta por mediación de ciertos signifi­ cantes el punto de división subjetiva y de su relación con el goce anal, lo que produce una vacilación de su fantasma y una bús­ queda de un significante amo, que encontra­ rá en las palabras del capitán «tú debes pa­ gar las 3,80 coronas al teniente A», palabras que asume como un imperativo, por otra parte imposible de realizar, lo que a la vez es el modo propio del deseo del obsesivo. Los rituales del obsesivo, que pueden hacer casi delirante una existencia, ¿qué son?, sino el retorno del sinsentido ante lo que es el intento del obsesivo de hacer en­ trar todo en el sentido para tapar la falla, el deseo del Otro. Es esa «obsesión de com­ prensión», que aparece también como sín­ toma en el Hombre de las Ratas: «se obli­ gaba a comprender exactamente cada una de las sílabas pronunciadas» (33) que su amada le dirigía. Es lo contrario de lo que se conoce como los rituales y defensas ob­ sesivas del psicótico, que están al servicio, lo mismo que el delirio interpretativo, de una búsqueda de sentido para luchar ante lo insensato del Otro que se le impone. En su intento de dar consistencia al Otro, el obse­ sivo puede llegar al límite de un auténtico delirio de interpretación. Puedo referirles brevemente el caso de un agricultor de 68 años, un hombre hones­ to que no soporta las injusticias, según se define él, padre de 7 hijos que desde niño de la miseria ha pasado con su honrado tra-

bajo a sentir con orgullo su paternidad triunfante y el éxito social que delata ha­ berse construido una flamante casa que es la envidia de sus convecinos. Amo en su fa­ milia y humilde servidor de los personajes amos, (el cura, el médico... ) del pequeño pueblo en el que habita, su vida se ha con­ vertido en el último año en algo insoporta­ ble, una angustia incoercible que le impide dormir e incluso comer, un desasosiego permanente y una idea fija: los atropellos de un cuñado recientemente elevado a la condición de alcalde, en el que ve la encar­ nación de la injusticia y del uso desmedido de la autoridad para el goce y beneficio propios. Su odio no subjetivado, sino sinto­ matizado en una angustia corporalizada que define como un «come, come» que no le deja vivir, «se me turban las facultades, se me cose la boca» ante la presencia de ese personaje, «hijo de pudientes», que un día le llamó a él «muerto de hambre» y que se revela como la figura de su otro especular por ser también «de un costado», es decir «hijo de madre», como él. En las sucesivas consultas todo su afán será demostrarnle su razón, todas sus interpretaciones le condu­ cirán a afirmar las faltas de su semejante e incluso su mala voluntad. La querulancia y la reivindicación tampoco estarán ausentes. Si no hay un delirio paranoide en sentido estricto, este hombre muestra permanente­ mente un juicio de certeza sobre los atribu­ tos malévolos del otro y para ello se apoya en sucesivas interpretaciones en las que su pureza siempre queda a salvo. Estamos más bien ante un delirio del Yo, cuya estructura esencial sabemos que es la del desconoci­ miento. No estamos ante un paranoico, pues sus interpretaciones responden más al mecanismo de la proyección que al trabajo delirante como respuesta del sujeto al retor­ no en lo real de lo forcluido.

¿Delirios en la neurosis?

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La angustia, las somatizaciones y el áni­ mo depresivo, no tienen el carácter de fenó­ menos elementales, sino más bien de sínto­ ma neurótico y de división subjetiva. Al en­ cuentro con ese otro malévolo no responde él como objeto gozado, sino que la respues­ ta del sujeto es la angustia paralizante y su odio desplazado, no reconocido. Este as­ pecto, junto a un indudable efecto apaci­ guador sobre su malestar por efecto de la transferencia, me orientan hacia una estruc­ tura obsesiva. El yo fuerte del obsesivo hipoteca su de­ seo al servicio del ideal e intenta eludir la división subjetiva, que le retorna omnipre­ sente en el carácter absurdo e ilógico de sus síntomas. El obsesivo quiere creerse un ser autónomo y libre, pero sus síntomas le des­ mienten su sueño y le arrojan directamente a la esclavitud más torturante. La clínica también nos muestra en suje­ tos obsesivos estados de trance celotípico, muy próximos al delirio de celos. Algunas ideas hipocondríacas del obsesivo pueden a veces confundirlo con un hipocondríaco delirante. Recordemos que el Hombre de los Lobos, otro caso paradigmático con el que Freud estudió la neurosis obsesiva, años más tarde padecería de «una idea fija hipocondríaca» que condujo a la psicoana­ lista Ruth Mack Brunswick (34) a un diag­ nóstico de paranoia, basado en lo que con­ sideró un delirio hipocondríaco y persecu­ torio. No dejaré de mencionar lo que Kretsch­ mer en 1918 describiría como «Delirio de relación sensitivo» (35) o delirio de auto­ rreferencia, y que la psiquiatría englobó en el amplio campo de las paranoias. El sujeto interpreta ser el objeto y centro de la mira­ da y de los comentarios de los otros, co­ mentarios siempre ofensivos e injuriantes sobre su persona. Kretschmer pone el deli­

rio en estrecho parentesco con lo obsesivo, en una suerte de continuidad y de osci­ lación. Con frecuencia se trata de episodios delirantes muy breves y poco organizados, bastante permeables e influibles por la ac­ ción terapéutica, en hombres y mujeres sol­ teros y adolescentes masturbadores, en los que una oscura culpabilidad sexual se pro­ yecta en el exterior. Sabemos que la imagi­ narización del objeto escópico, la mirada, constituye una constante en la clínica de la culpabilidad neurótica. Diré para terminar que no hay trabajo delirante como construcción simbólica duradera y con efecto de suplencia o estabi­ lización para el sujeto fuera de la psicosis, pero sí son posibles, ciertas vacilaciones del campo de la realidad, que fenomenoló­ gicamente pueden ser consideradas deliran­ tes, aunque la certeza del sujeto no se sos­ tenga allí por mucho tiempo.

BIBLIOGRAFÍA (1) GARRABÉ, 1., Diccionario Taxonómico de Psiquiatría, México, F.C.E., 1993, p. 66. (2) ESQuJROL, J. E. D., Memorias sobre la locura y sus variedades, Madrid, Dorsa, 1989, pp. 263-290. (3) MALEvAL, J. c., «Las histerias crepus­ culares», en Confrontaciones Psiquiátricas, 1994,27, p. 67. (4) BERCHERIE, P., Los fundamentos de la clínica, Buenos Aires, Manantial, 1980, p. 75. (5) BERCHERJE, Po, op. cit., po 64. (6) ÁLVAREZ, J. M., «Límites de la concep­ ción fenomenológica del delirio», Revista de la

Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1996, XVI, 58, pp. 71-90. (7) LAcAN, Jo, El Seminario IlI: Las psi­ cosis, Barcelona, Paidós, 1984, p. 31. (8) JASPERS, K., Psicopatología general, Buenos Aires, Beta, 1977, p. 128.

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(9) FREUD, S., «La negaclOn», en Obras Completas, Tomo nI, Madrid, Biblioteca Nue­ va, 1973, p. 2.885. (10) FREUD, S., «La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis», en Obras Com­ pletas, Tomo III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 2.747. (11) FREUD, S., «Neurosis y Psicosis», en Obras Completas, Tomo III, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 2.744. (12) LAcAN, J., «Acerca de la causalidad psíquica», en Escritos 1, Madrid, Siglo XXI, 1990, p. 166. (13) LAcAN, J., Escritos 2, Madrid, Siglo XXI, 1980, p. 260. (14) MILLER, J. A., «Clinique ironique», La causefreudienne, 1993,23, pp. 7-13. (15) LAcAN, J., El Seminario IIl: Las psi­ cosis. Barcelona, Paidós, 1984. (16) SOLER, C., «El amor del psicótico», El Analiticón, 1987,4, p. 52. (17) COLINA, F, «La interpretación del deli­ rio», en VVAA., Estudios psicoanalíticos, Ma­ drid, Dar, 1993, p. 73. (18) DSM-1I1-R., Libro de casos, Barcelo­ na, Masson, 1990, p. 462. (19) FREUD, S., «Observaciones psicoanalí­ ticas sobre un caso de paranoia», en Obras Completas, Tomo II, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 1.523. (20) JASPERS, K., Psicopatología general, p.122. (21) ÁLVAREZ, J. M., «Límites de la concep­ ción fenomenológica», p. 78. (22) LAcAN, 1., El Seminario, p. 33. (23) COLINA, F, «El vigía de la palabra», en DE CLÉRAMBAULT, G. G., El Automatismo Men­ tal, Dor-Eolia, 1995, p. 13.

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(24) JANET, P., L 'état mental des histéri­ ques, Paris, 2 vol., 1892 y 1894. Citado por MA­ LEVAL, J. c., «Las histerias crepusculares», p.69. (25) MALEvAL, J. c., Locuras histéricas y psicosis disociativas, Barcelona, Paidós, 1987, pp. 17-59. (26) MALEvAL, J. c., «Las histerias crepus­ culares», pp. 67-95. (27) MALEvAL, J. c., Locuras histéricas y psicosis disociativas, p. 23. (28) SOLER, c., «El amor del psicótico», pp. 50-52. (29) SOLER, c., «Estructura y función de los fenómenos erotomaníacos de la psicosis», en VVAA., Clínica diferencial de la psicosis, Bue­ nos Aires, Manantial, 1988, p. 209. (30) FREUD, S., «Análisis de un caso de neurosis obsesiva», en Obras Completas, Tomo I1, Madrid, Biblioteca Nueva, 1973, p. 1.444. (31) FREUD, S., «Análisis de un caso de neurosis obsesiva», p. 1.473. (32) CLASTRES, G., «La entrada en análisis del Hombre de las Ratas y la neurosis obsesiva», El Analiticón, 1987,2, pp. 66-79. (33) FREUD, S., «Análisis de un caso de neurosis obsesiva», p. 1.458. (34) BRUNSWICK, R. M., «Suplemento a la Historia de una neurosis infantil de Freud» (1928), en VVAA., Los Casos de Sigmund Freud l. El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos, Buenos Aires, Nueva Visión, 1979, p. 214. (35) KRETSCHMER, E., «El delirio de rela­ ción sensitivo» (1918), Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1994, XIV, 50, pp. 79-84.

José María Redero San Román. Psiquiatra. Psicoanalista. Centro de Salud Mental «Antonio Machado». CI Altos de la Piedad, sIn. 42002 Segovia. Correspondencia. José María Redero San Román. CI Daoíz, n.o 9, Ss. lzqda. 40003 Segovia. Fecha de recepción: l-VII-1996.

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