Desde otoño del 2005 los medios de comunicación españoles e internacionales

ANÁLISIS RAFAEL CRESPO UBERO Rutas migratorias transaharianas: de los puertos caravaneros a los cayucos El tiempo no perdona aquello que se ha hecho

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ANÁLISIS RAFAEL CRESPO UBERO

Rutas migratorias transaharianas: de los puertos caravaneros a los cayucos El tiempo no perdona aquello que se ha hecho sin él. Proverbio fula

esde otoño del 2005 los medios de comunicación españoles e internacionales nos muestran la llegada de migrantes sudsaharianos 1 a las fronteras africanas del Estado español. Primero fueron los intentos de traspasar el cercado metálico de Ceuta y Melilla y, desde principios del 2006, la atención se ha centrado en la llegada de pateras y cayucos, a los que se suman barcos fantasma, que parten de puntos cada vez más al sur de la costa occidental africana.

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La rapidez con la que parecen desarrollarse los acontecimientos y la urgencia de la noticia no permiten profundizar en el análisis de todo el proceso. Las informaciones que nos llegan son del último trayecto del viaje, de la llegada a uno de los límites de la Unión Europea en África. 2 Pero surgen preguntas respecto al fenómeno: ¿cómo han llegado hasta las costas desde el interior del continente?, ¿qué rutas han seguido?, ¿qué redes sociales, geográficas, han utilizado? Es decir, hay puntos oscuros en la parte más extensa del periplo en cuanto a tiempo y distancia, la parte africana. El presente texto aspira a presentar algunas pistas para facilitar el conocimiento y el análisis de las actuales rutas migratorias transaharianas. Para ello partiremos de una perspectiva diacrónica, siguiendo los parámetros establecidos por analistas como el Grupo IOÉ, para quienes «el estudio de las migraciones internacionales ha de incorporar las aportaciones del enfoque histórico-estructural, introduciendo además el análisis de las relaciones sociales, poniendo énfasis en la constitución y dinámica de las redes migratorias» (1999: 211). El segundo principio metodológico es la consideración de las migraciones como hechos sociales totales, para cuyo análisis es imprescindible identificar los factores que inciden en el proceso y la interrelación que se establece entre ellos. Dicha perspectiva histórico-holista permite entender Rafael Crespo Ubero, Centre d’Estudis Africans.

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algunos de los déficits de análisis excesivamente mecanicistas que reducen las causas de las migraciones al diferencial de renta por cápita entre los puntos de partida y de llegada. Pero los aspectos económicos no explican por sí mismos las migraciones, porque lo cierto es que no todos los «miserables del mundo se ponen en marcha hacia los países enriquecidos». Por ejemplo, el nivel de pobreza económica de los jóvenes senegaleses no ha variado extraordinariamente entre 2004 y 2006 y, sin embargo, aumenta el número de senegaleses desde que la ruta hacia las Canarias se realiza en cayucos. Son otras las razones. Incluso podríamos apuntar que el desplazamiento de los puntos de partida hacia Senegal ha hecho que fueran más accesibles, baratos y rápidos. El coste de llegar a Marruecos y pagar por la patera se eleva a unos miles de euros y de años de trayecto por el desierto mientras que salir desde Casamance «sólo» cuesta 800 euros y unos días de travesía. De hecho, la explicación se encuentra en la interacción histórica entre los factores, políticos, sociales, culturales y también medioambientales de los diferentes espacios migratorios. Y como tercer puntal intentaremos superar la percepción de la persona migrante, reducida sólo a la de inmigrante. Ya afirmaba Abdelmalek Sayad que uno de los déficits que ciertos sectores de la sociedad receptora (catalana, española y europea) manifiestan en el análisis de los actuales procesos migratorios es la dificultad para reconocer la doble dimensión del migrante, como aquella persona que reúne dos identidades territoriales a la vez, la de emigrante y la de inmigrante. «Hablar de la inmigración es hablar de la sociedad en su conjunto, en su dimensión diacrónico histórica y en su dimensión sincrónica, es decir, teniendo en cuenta las estructuras presentes en la sociedad y su funcionamiento; pero a condición de no mutilar deliberadamente este objeto de una parte que lo constituye: la emigración. Suele ocurrir que el inmigrante para la sociedad que le nombra como tal, ha nacido el día que franqueó las fronteras del país. Nos encontramos de este modo ante una nueva versión de etnocentrismo: se trata de conocer sólo lo que nos interesa conocer» (Sayad, 1991: 15-16). A partir de las tres premisas anteriores nos acercaremos a las rutas migratorias que atraviesan el Sahara partiendo de dos hipótesis: – los migrantes de hoy no «inventan» rutas sino que actualizan vías que en algunos casos son milenarias. – el aumento del número de personas que migran tienen mucho que ver, además de factores económicos y políticos, con factores como las nuevas tecnologías (telefonía móvil, internet, gps, etc.) y, sobre todo, el crecimiento de las relaciones entre el Estado español y África. Son diversos los ámbitos en los que se detecta un mayor

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contacto hispano-africano: relaciones económicas (pesca, petróleo, obras públicas,..), cooperación al desarrollo, turismo, geopolítica (la creciente presencia diplomática y militar, en tropas de la ONU en la República Democrática del Congo, por ejemplo) y el asentamiento en el Estado español de población inmigrada llegada en periodos anteriores que hace de reclamo, de primera acogida y de nódulo de tránsito de las redes transcontinentales (para ir a París paso por Canarias y Girona). El artículo se estructura en tres apartados: el primero sitúa el espacio civilizatorio sahariano, para después comparar las rutas caravaneras históricas con las actuales, identificando los elementos comunes y diferenciales de los diferentes periodos y, finalmente, a modo de conclusión, en qué forma los procesos migratorios transcontinentales de nuestros días cuestionan el modelo de estado-nación desarrollado en Europa y aplicado a África.

■ El Sahara un espacio de contacto no de separación Cuando se les pregunta a los recién llegados a Ceuta, Melilla o Canarias por qué poblaciones han pasado nombran lugares ya presentes en los relatos medievales de las rutas caravaneras, como Agadez, Audagost (actual ciudad de Tegdaouat), Gao, Tombuctú, Tamanraset, Walata, etc. Los migrantes actuales siguen las rutas históricas que atraviesan el Sahara, como así muestran los mapas de la página siguiente: el primero 3 (A) muestra las principales rutas comerciales transaharianas en el siglo XIV y el segundo 4 (B), los trayectos migratorios principales a inicios del siglo XXI. En ambos se aprecian claramente las tres rutas clásicas: – La atlántica, que parte del Tekrur (zona río Senegal) y sube hasta Marruecos por la costa atlántica. Es una de las rutas más antiguas y sobre la que se desarrolló el reino sarakolle o soninké de Ghana entre los siglos IX y XI, que controlaba la producción y comercio de oro de Galam y fue derrotado hacia el 1076 por tropas almorávides. – La central, situada entre los imperios de Malí (siglos XIII-XVI) y Songai, con Tombuctú y Gao (siglos XII-XVI) como puntos sahelianos de partida, si bien la capital de Mali estaba en Niani, entre los ríos Senegal y Níger. Esta zona centralizó el comercio de oro, sal, cobre y cola transahariano. Estos productos han desempeñado un papel de primer orden en la economía de Malí, que poseía numerosas minas de oro, lo que hizo de ella el mayor productor de metal precioso en el Viejo Mundo. Así, el oro con el que se acuñaban las monedas europeas de la Edad Media provenía de Malí. Respecto al resto de productos aún muestran más si cabe el papel de intermediarios. Por ejemplo, la sal venía del Sahara y la vendían por el Sahel y el bosque afri-

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cano los comerciantes mandinga wangara y jula, 5 que la intercambiaban por nuez de cola. – La oriental, que parte desde Agadez y tiene dos ramificaciones: una que va hacia el Mediterráneo, hacia Libia, en donde una parte de los migrantes intenta dar el salto hacia la isla italiana de Lampedusa o a Malta, mientras que otros continúan hacia Marruecos atravesando Argelia. La otra gran ruta de oriente es la que se dirige hacia Egipto y Oriente Medio, a los estados petrolíferos del Golfo Pérsico. De hecho, estos mapas son cartas de navegación, ya que el Sahara no ha sido nunca una barrera sino un espacio de tránsito, de contacto entre personas y sociedades, en definitiva, un mar de arena. Un reflejo de esta concepción marítima del desierto sería la zona donde acaba el desierto y comienza la sabana, la zona húmeda que lleva por nombre Sahel, 6 del término árabe sahiel que significa costa, ribera, 7 litoral... 8 De ahí que nos cuestionemos la percepción del desierto como la línea que separa el África magrebí del África Negra. En todo caso es un espacio interior de comunicación multidireccional: – vertical, entre el Mediterráneo y el sur del Sahara; – horizontal, como las migraciones milenarias, desde el Nilo hasta el Atlántico, presentes en muchos mitos fundacionales de pueblos sahelianos como los peul, que dicen provenir del Antiguo Egipto; – en diagonal, como las rutas comerciales y migratorias, desde Sudán Occidental (Senegal, Malí, etc.) a Egipto y La Meca. Además, cada ruta era y es una vía de doble dirección. Parece una perogrullada comentar que son vías de ida y vuelta, pero lo creemos necesario porque desde algunos medios de comunicación y mediante declaraciones institucionales e incluso de algunas ONG, parece que sean vías de un solo sentido, hacia el norte. Incluso por las rutas de nuestros días circulan migrantes en doble dirección. Vemos dos ejemplos: primero, en las carreteras y caminos que conectan Malí con Argelia se cruzan vehículos que «suben» migrantes hacia el norte con otros que «bajan» migrantes hacia el sur, expulsados por Argelia. Sin olvidar los sudsaharianos abandonados en el desierto por Marruecos. Tras los intentos de pasar la verja de Ceuta y Melilla de octubre 2005, algunos de ellos fueron y son acogidos por el Frente Polisario. Segundo ejemplo: por las vías de tránsito de sudsaharianos hacia Ceuta y Melilla desde el Sahara vienen asiáticos desde Libia y Argelia, que llegan procedentes Turquía o Egipto y van a embarcar en las pateras o cayucos para Canarias. De los 3.900 migrantes detenidos por la policía mauritana en el 2005, 397 eran asiáticos del Indostán y China. En mayo del 2006 llegó a las costas de Cádiz un barco con migrantes asiáticos, principalmente paquistaníes, indios, afganos y bengalíes.

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Las redes saharianas conectan con las asiáticas, del mismo modo que las medievales conectaban África con Oriente Medio. Fue por la vía comercial que llegó el mensaje de Alá al Sudán y después se consolidó la ruta del Hadj (peregrinación a La Meca), 9 a la que en nuestros días se suma la migración laboral a los estados petroleros. Pero el interés de la zona no se reduce a la imagen, más o menos romántica, de las caravanas saharianas. Como demostraron historiadores y arqueólogos europeos (Devisse, 1985) y africanos (Niane, 1985 y 1989), la prosperidad de los estados sudaneses hasta el siglo XV fue debida a su papel de intermediarios entre el bosque y el Sahara, de productos que llegaban hasta Europa, en un sistema transcontinental por el que circulaban mercaderías, personas, ideas. Por ello, no es de extrañar que arquitectos andalusíes trabajaran en las ciudades sudanesas o que los libros fueran uno de los principales productos de importación de Tombuctú. Siguiendo a Frederick Barth (1976), fue precisamente la condición de frontera del Sahel la que favoreció el florecimiento de diferentes reinos del Sudán Occidental. Este periodo de esplendor atrajo a los cronistas musulmanes de diferentes épocas: Al Bakri (hacia 1068), Al Idrissi (1154), Ibn Batuta (1335) o León el Africano. Uno de ellos, Mahmud Kati, a finales del XVI, decía que Malí, que se encontraba ya en decadencia, «tenía más de 400 ciudades y que su suelo era de una riqueza extraordinaria. Entre los reinos de los soberanos del mundo, sólo Siria es un país más hermoso. Sus habitantes son ricos y viven holgadamente» (Niane, 1985: 173). Es decir, por entonces el Sudán era un polo de atracción de inmigrantes. Con la llegada de las naves europeas a las costas atlánticas, el comercio sahariano inicia una lenta decadencia que se acelera con el establecimiento del sistema de trata negrera y la predominancia de los puertos atlánticos sobre los caravaneros del Sahara. No está de más comentar que los primeros esclavos africanos no se dirigieron a América sino hacia Europa. Por ejemplo, Devisse (1985: 673) escribe: «El mercado de esclavos de Valencia es ampliamente surtido a partir de 1494: en 14951496 ochocientos esclavos son vendidos allí, una parte importante de los cuales son negros, llegados por Portugal –por mercaderes genoveses y catalanes. Algunos de esos esclavos son de origen senegalés. Las consecuencias de esa afluencia son muy serias. En primer lugar, los precios se vienen abajo, y los esclavos negros son los que se venden a precio más bajo: su suerte es considerada como la más miserable de todas. Se extiende la costumbre de considerar que esa mano de obra, resistente y segura, es particularmente apta para los trabajos agrícolas difíciles: las consecuencias van a aparecer muy pronto. Psicológicamente, algunas clases sociales de la sociedades mediterráneas sienten, frente a esos negros miserables, una reacción de desprecio y de distancia...». Evidentemente, las circunstancias del siglo XV son diferentes de las del siglo XXI,

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pero estos comentarios sobre la llegada de africanos y su papel en la economía local demuestran que en los procesos migratorios el peso de los factores de atracción (necesidad de mano de obra barata) es el pistoletazo de salida del proceso migratorio. Y al igual que en el siglo XV, hoy volvemos a necesitar a negros que recojan las frutas y verduras para que tengan un precio competitivo y dejen el margen de beneficios deseado. Siguiendo a los analistas (Frank, 1979) que se dedicaron a estudiar el nacimiento del sistema capitalista como sistema mundo (o globalización, como se le denomina en la actualidad) (Wallerstein, 1979), vemos que ya en sus inicios el capitalismo promovió la competencia entre el proletariado y que utilizaba, al igual que en nuestros días, el origen cultural como factor de jerarquización del mercado laboral. Las ciudades sudanesas son multiculturales y abiertas; se construyeron sin murallas, con una regulación entre los comerciantes exteriores y las poblaciones locales, como lo demuestra que la islamización popular no tiene lugar hasta el siglo XIX, y cuando el mensaje de Alá es tomado como argumento de cohesión contra la ocupación terrestre colonial. El mensaje de Alá había llegado de forma pacífica a través del comercio sahariano en el siglo VIII de nuestra era.

■ Las migraciones de hoy renacen las caravanas y los cayucos En este punto no entraremos en los aspectos cuantitativos de las migraciones recientes porque consideramos que, de todas formas, el número de inmigrantes que llegan en cayuco es muy inferior al de los que entran por los aeropuertos o por los puestos fronterizos terrestres de los Pirineos o de Ceuta y Melilla. Un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) (Barros, 2002) señalaba que, ya antes del 2002, entre 10.000 y 16.000 inmigrantes clandestinos entraban en Europa desde Marruecos, Argelia y Libia. También señalaba que son muchos más los que participan en todo el proceso, aunque sólo el 20 % llega a Europa. 10 Las cifras de los que están implicados en el continente africano son sólo estimativas y varían en función de los intereses de la fuente. Las cifras para el 2006 son de más de 7.000 inmigrantes llegados entre enero y junio en las embarcaciones llamadas cayucos. Los cayucos son embarcaciones pesqueras de Mauritania y Senegal que pueden tener más de 20 metros de eslora. Los tripulantes suelen ser senegaleses que conocen la ruta por haber faenado en esas aguas. Aquí también influyen las dificultades por las que atraviesa el sector pesquero familiar en Senegal. Los acuerdos con la Unión Europea y coon algunos estados asiáticos obligan a los pescadores a obtener una licencia, que significa una inversión, para poder pescar en aguas locales. Hay que tener presente que la primera fuente de divisas oficiales de Senegal es la pesca, muy por delante del turismo y el cacahuete.

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Pero el flujo sahariano no se detiene: el viaje desde el bosque tropical lo siguen realizando miles de jóvenes. En las ciudades sudanesas crece el movimiento de personas en las diferentes direcciones de las rutas tradicionales. Incluso los tuaregs, que están viviendo un proceso de sedentarización, recuperan su función de guías e intermediarios para cruzar el Sahara, un mar de arena que ya habían surcado sus antepasados. Estos nuevos movimientos están generando nuevos procesos sociales de carácter intercultural: en Tombuctú, Gao, Agadez se van estableciendo aspirantes a llegar a Europa que no han conseguido su objetivo, porque han sido expulsados varias veces de Argelia, Marruecos o Libia o porque no han ganado todavía el dinero suficiente para hacer la gran travesía. Estos migrantes, que se imaginaban que eran de paso, se han asentado y con ellos otros venidos de diferentes lugares de África, desde el lejano Congo, Nigeria, Camerún, Ghana, Senegal, etc., aumentando la multiculturalidad propia de estas ciudades e iniciando un proceso que, seguro, transformará de nuevo las sociedades sahelianas, y cuyo resultado veremos en los próximos años. Llegados a este punto deberíamos preguntarnos por el perfil de las personas que participan en las migraciones y su implicación histórica. Fijémonos en este segundo aspecto.

■ Las migraciones africanas como tradición Para muchos pueblos africanos, tanto pastores como agricultores, la migración forma parte de la tradición histórica. Por ejemplo, uno de pueblos protagonistas de las migraciones saharianas, y muy numerosos entre los migrantes gambianos, los soninké o sarakolé, «están fundamentalmente marcados por el mito original de la dispersión tras la caída del imperio de Wagado (Ghana) (…) A través del análisis del tema del viaje en la tradición oral soninké y su puesta en relación con ciertos hechos sociales, la migración aparece en los soninké como el cuadro privilegiado para llegar a ser hombres muralla, hombres completos capaces de asumir su rol de adultos en la sociedad» (Dupraz, 1995: 70). La misma Dupraz y otros autores explican que la emigración cumple el papel de rito de iniciación, un rito iniciático para acceder a la edad adulta, en los términos que lo describe Van Gennep. Las tres fases del rito de iniciación corresponden con las fases de los procesos migratorios. La primera, la separación del núcleo de origen, sería la partida. La estancia en el exterior sería el periodo de formación, y el retorno, la reincorporación al grupo de origen, sería el regreso una vez el migrante ha adquirido los conocimientos y la experiencia para ser padre de familia. Por ello, el

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matrimonio es una de las razones de las emigraciones: jóvenes varones con recursos no encuentran prometida porque las mujeres y sus familias prefieren a un emigrante, que es la figura de prestigio, de éxito, de triunfo social y económico. El mito del retorno y la dimensión comunitaria incita a los migrantes soninké y a otros a desarrollar estrategias dirigidas a sus pueblos de origen y explica, en parte, el mantenimiento de los vínculos con la sociedad de origen. Asimismo, las actuaciones en diferentes ámbitos (economía doméstica –el 80% de los gastos domésticos de la zona del río Senegal provienen de la emigración–, construcción de mezquitas, escuelas, centros de salud, etc.) sitúan los fundamentos de la noción moderna de codesarrollo en la tradición histórica africana. Así pues, parece que no son los más desvalidos los que inician el viaje, lo que nos lleva a cuestionarnos también la imagen del emigrante africano como «pobre»

■ Las migraciones africanas como «fuga de cerebros» La imagen de los migrantes está condicionada por el interés de la sociedad receptora en concretar una visión parcial de los protagonistas. Así, los gobiernos y empresarios europeos perciben a los inmigrantes como simple mano de obra no cualificada. En términos marxistas, sería el nuevo lumpenproletariado, aquel sector de trabajadores que no ha supuesto ningún coste de reproducción ni de crianza para la sociedad receptora, que acepta condiciones de trabajo en horarios, salario, etc. que no acepta el proletariado local y que, al tener sus derechos restringidos (suelen ser irregulares), se puede «utilizar» sólo cuando se necesita. Pero la percepción de estas mismas personas desde la sociedad de partida es la contraria. Marchan los que están mejor preparados, tienen estudios y el espíritu más emprendedor; es decir, marchan los cerebros con medios, no los «pobres». Por suerte, parece que está cambiando desde algunas instituciones la visión, restringida, de ver la inmigración sólo como la llegada de «fuerza de trabajo barata». La Comisión Europea, en el documento Programme d’action relatif a l’immigration legal, 11 señala, en diferentes ocasiones, el interés de la Unión por atraer personal altamente cualificado y también destaca la necesidad de una contratación ética teniendo en cuenta la crisis en recursos humanos que a nivel mundial existe en ciertos sectores, como el sanitario. Situación que provoca que un porcentaje significativo del personal sanitario formado en África sea atraído por Europa, Estados Unidos y Oriente Medio, dando fe del dicho «hay más médicos benineses en París que en todo Benín». El Banco Mundial afirma que más del 27% del personal altamente cualificado de África Negra emigró a Occidente entre 1967 y 1997. Por eso no es de extrañar que, entre los africanos que llegan a Europa, ya sea por avión o por cayucos, el ni-

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vel de formación secundaria y universitaria sea muy superior al que corresponde al país de origen. Así pues, hay que reconocer que África también invierte en formar africanos y africanas para que acaben trabajando en Occidente como técnicos cualificados, en parte porque los estados occidentales los necesitan y los reclaman y en parte porque los estados de origen no pueden proporcionar una salida profesional a los emprendedores y emprendedoras locales. Si hasta aquí nos hemos centrado en el trayecto y en la situación de partida, finalizaremos el viaje analizando la respuesta de las sociedades receptoras, en concreto la reacción del Gobierno español al aumento de cayucos en las fronteras africanas de la Unión Europea.

■ El Gobierno español «descubre» África, y España se africaniza Para algunos especialistas como Ricardo Zapata (2004), la inmigración extranjera no comunitaria es una de las transformaciones sociales más importantes, sino la que más, que está viviendo la sociedad española en las dos últimas décadas. Y si la llegada de personas de todo el mundo es un hecho significativo, aún lo es más la evolución hacia una sociedad pluricultural. Las transformaciones que provocan las migraciones se sitúan en varios niveles: en la superficie, porque en el paisaje humano se detecta una mayor diversidad de fenotipos (aspecto físico), de lenguas, de comercios, etc. Y a nivel estructural, porque estos procesos migratorios cuestionan el modelo de estado-nación imperante. Desde la perspectiva histórica, es curioso observar en qué forma coinciden en el tiempo la creación del estado-nación y la expansión mundial del capitalismo: ambos procesos tienen su punto de arranque a finales del siglo XV. Tras un largo recorrido juntos, a principios del siglo XXI de la era cristiana estos dos procesos han entrado en colisión, porque la globalización actual hace entrar en crisis el modelo de estado-nación basado en unas fronteras territoriales fijas, unidad de mercado y separación de la población entre nacionales y extranjeros (Olivan, 1998). A este respecto, Saskia Sassen expone: «La globalización económica desnacionaliza la economía nacional. En cambio, la inmigración renacionaliza la política. Existe un consenso creciente en la comunidad de los estados para levantar los controles fronterizos para el flujo de capitales, información, servicios y, en sentido más amplio, más globalización. Pero cuando se trata de inmigrados, tanto en Estados Unidos como en Europa Occidental o Japón, el Estado reclama todo su antiguo esplendor afirmando su derecho soberano a controlar sus fronteras» (Sassen, 2001: 72). Es decir, las últimas disposiciones legislativas de algunos estados receptores (Estados Unidos intentando blindar la frontera sur, o Francia dificultando la naturalización

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de residentes no comunitarios) son acciones defensivas del estado-nación, pese a que se visten con el argumento de «regular los flujos migratorios». La respuesta del Estado español no ha sido muy diferente, y se ha visto además agravada porque el Gobierno ha tenido que diseñar y aplicar una «política española en África» como eje de actuación del verdadero interés del Ejecutivo: controlar las salidas de cayucos y promover las repatriaciones de los inmigrantes al punto de partida, mientras intenta cerrar con más alambradas, tecnología y recursos militares las fronteras terrestres. Para conseguir los tres objetivos, el Gobierno español necesita la colaboración de los estados de partida. Por ejemplo, en las fronteras de Ceuta y Melilla se ha podido evitar el paso de la verja gracias a que el Gobierno de Marruecos cortó los árboles y la vegetación circundante para evitar que se escondieran y ha instalado policías armados y con perros en todo el perímetro, realizando batidas regulares en los bosques para impedir el asentamiento de nuevos enclaves de migrantes sudsaharianos. Este control ha sido efectivo hasta el 3 de julio de 2006, cuando hubo un nuevo intento de traspasar la alambrada en Melilla, con el resultado de dos muertos, el mismo día que fallecían 21 sudsaharianos frente a las costas del Sahara. Estos acontecimientos han sorprendido porque se pensaba que con el control de los puestos fronterizos se iba a detener el movimiento. Pero no se tuvo en cuenta que desde el interior de África las rutas seguían fluyendo y los que no han podido cambiar de dirección hacia Libia o Senegal tenían que intentar llegar a Marruecos. Además, en Marruecos sigue existiendo un número indeterminado de sudsaharianos que están de paso y también asentados, ya que una parte de la población marroquí es de origen sudsahariano, que se explica por los lazos históricos de Marruecos con el resto de África. Siguiendo con el análisis de la respuesta española y la voluntad de controlar la partida de cayucos, se puede formular una pregunta: ¿Tienen los estados africanos capacidad y voluntad de controlar sus fronteras políticas, sobre todo las que cruzan los migrantes que van hacia Europa? La respuesta es de sobras conocida: son incapaces. Si lo es Estados Unidos con la frontera de Río Grande, también lo será Mauritania o Malí con sus fronteras sahelianas. Los gobiernos africanos son incapaces por la extensión territorial a controlar pero también por la falta de medios. «El Estado mauritano trabaja para desarticular las redes que suministran la logística y la información a los inmigrantes clandestinos», declaró el primer ministro mauritano, Sidi Mohamed Uld Bubakar. «Pero no podemos hacerlo solos –continuó–. No podemos controlar las fronteras terrestres y marítimas, que como usted sabe son muy largas. No podemos resistir esta presión creciente. Necesitamos ayuda.» 12 La construcción del estado-nación en África es uno de los temas clásicos del africanismo y, aunque no es el tema del artículo, sí es relevante indicar la debilidad de las estructuras estatales de algunos países africanos. Un estudio de la revista Foreign

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Policy 13 y el Fondo para la Paz publicado en mayo 2006, indicaba que 11 de los 20 estados más vulnerables del mundo son africanos. Sobre un total de 148, el más estable es Noruega. La definición de estado vulnerable o fallido es aquel en que el Gobierno no ejerce el control efectivo de todo el territorio (interior y exterior), no es percibido como legítimo por una parte significativa de la población, carece de capacidad de dar servicios básicos a sus ciudadanos y no tiene el monopolio en el uso de la fuerza. Analicemos cada uno de los puntos en relación al fenómeno migratorio que nos ocupa. Cuando hablamos del control fronterizo de los flujos migratorios se ha de tener presente la situación geopolítica de cada uno de los estados y de la zona en su conjunto. Por ejemplo, la permeabilidad de la frontera de Malí se debe a la falta de medios y también a que el Gobierno aceptó desmontar parte de los puestos fronterizos saharianos en el acuerdo de paz con los grupos independentistas tuaregs. Sobre el control interno hay que tener presente que, tanto para los gobiernos occidentales como para los de partida, los movimientos de población forman parte de la política de seguridad y antiterrorista. Estados Unidos forma miembros del ejército y la policía de Malí para controlar la instalación y desarrollo de grupos islamistas radicales, ya que es un punto de conexión con Argelia y con un cierto número de grupos wahabíes. Por su parte, el Gobierno español, con el apoyo político y material del resto de estados de la Unión Europea, está desplegando toda una serie de medios materiales (control por satélite, aviones, patrulleras...) y diplomáticos (visitas de ministros, apertura de nuevas embajadas, 14 coorganización de la cumbre euroafricana sobre migraciones en Marruecos en julio 2006, etc.) que en muchos sentidos suplantan la soberanía nacional de los estados africanos. Parece volver aquel esquema colonial en que las potencias europeas acordaban protección a los gobiernos africanos amigos a cambio de ciertos beneficios económicos; eran los llamados «protectorados». Además, esta nueva política de protectorados se puede complementar con el establecimiento de un cordón de estados seguros. El primer ministro británico, Tony Blair, propuso la creación de campos de retención en los estados limítrofes con la Unión Europea, básicamente Europa del Este y Magreb, en donde recluirían a migrantes originarios de terceros países. Evidentemente, la instalación y mantenimiento irían a cargo del presupuesto comunitario; sería como una especie de limes de la Unión Europea que nos protegería de los bárbaros del este y del sur (África), tal y como sucedía durante el Imperio Romano. Sin embargo, un nuevo error de cálculo retrasó la aplicación de estas medidas. Tras la primera deportación de migrantes senegaleses a Dakar se produjeron protestas populares y de los medios de comunicación sobre las condiciones en que se realizaban estos traslados, con control policial, y parece que en no muy buenas con-

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diciones. La respuesta del Gobierno de Wade fue suspender la aplicación del acuerdo de repatriación mientras no se aclarase lo sucedido. De hecho, parece existir un criterio mercantilista cuando se trata el tema de las repatriaciones. En un primer momento, el presidente senegalés solicitó, a cambio de aceptar las repatriaciones, ayuda para construir presas, si bien la respuesta de las asociaciones y de la población senegalesa fue que en lugar de embalses cumpliera sus compromisos de mejorar la salida comercial de la producción local y promover la creación de puestos de trabajo en las ciudades. Lo cierto es que tras la aprobación por el Consejo de Ministros español de un crédito de 20 millones de euros al Gobierno senegalés, las repatriaciones se han reanudado aunque de madrugada y con la máxima discreción. 15 Este pequeño contratiempo se produjo en parte por la urgencia de dar una respuesta a los medios y la opinión pública española y por el desconocimiento de la situación sociopolítica de los estados africanos. El Plan África 2006-2008 16 del Gobierno español también responde a estos criterios de prisa y desconocimiento, porque es un plan redactado en función de la presión migratoria africana, como bien indica el texto, y no porque el Estado español haya decidido interesarse por la situación de los pueblos africanos. Lo cierto es que hasta que no han aumentado los cayucos no ha habido Plan África, ni se ha acelerado la entrada en funcionamiento de la Casa de África en Canarias. Uno de los puntos del Plan África es vincular la política de cooperación al desarrollo con la política migratoria, es decir, de control y retorno. Así, parte del crédito concedido a Senegal irá asignado a financiar un programa del Gobierno de Wade de apoyo a los emigrantes retornados que estaba inoperativo. Nuestra hipótesis ante este despliegue de medios económicos y políticos es que las medidas previstas no pararán el flujo migratorio desde África a Europa, porque las realidades africanas y europeas, en este caso española, están tan interrelacionadas que los flujos migratorios continuarán en ambas direcciones. Veamos algunos ejemplos. El Banco Mundial y el FMI obligan a los gobiernos africanos a reducir el gasto público, sobre todo en servicios básicos (educación, sanidad e infraestructuras), que pasan a depender de las remesas de los emigrantes y de la cooperación internacional. Además, la dinámica global de las migraciones afecta a los procesos políticos de las sociedades de origen. Cuando se acercan las citas electorales en México no es extraño que los candidatos viajen a Estados Unidos para hacer campaña entre los votantes residentes al norte de Río Grande. En las elecciones en la región de Kayes, en Malí, es habitual que los elegidos sean antiguos emigrantes, que son el referente de triunfo económico y de prestigio social: «En las elecciones de 2000 se ve cómo,

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en esta región de emigración, la mayoría de electos locales han pasado por la vida asociativa, por la emigración y son todos antiguos emigrantes» (Daum, 2004: 11). Si se piensa que un mayor esfuerzo en la cooperación al desarrollo «fijará» a los posibles aspirantes a emigrar en su lugar de origen, la historia muestra que no es cierto. Sassen (1994: 57) comenta: «Las medidas que, según se supone generalmente, deberían impedir la emigración –por ejemplo, inversiones en los países en vías de desarrollo o el fomento de la producción y la agricultura orientada a la exportación en estos mismos lugares– tuvieron justamente el efecto contrario (...) Es precisamente de dichos países, principalmente de los estados de nueva industrialización del este de Asia, de donde proceden las mayoría de inmigrantes nuevos a Estados Unidos». Respecto a África, ya hace tiempo que se conocen los fracasos de los intentos de subvencionar el retorno de los inmigrantes a sus países de origen, pero se sigue insistiendo en ello. Un repatriado senegalés del mes de junio del 2006 afirmaba que utilizaría los 300 euros que le había dado el Gobierno español para volver a intentar entrar en Europa. Al respecto, Louvel escribe: «El nuevo discurso oficial para justificar la ayuda nos explica que es necesario ayudar a África a desarrollarse con el fin de crear empleos que fijarán a la población. En suma, se trata de afrontar el problema en la raíz: los africanos estarán entonces tan bien en sus casas que no tendrán ninguna necesidad de emigrar. Una propuesta dice mucho sobre nuestros fantasmas, nuestra cerrazón y nuestro desconocimiento de los flujos migratorios. Los núcleos tradicionales de emigración en África no están, necesariamente, en las zonas más desfavorecidas, y un desarrollo real, que se concretaría en un aumento del nivel de vida y una mejora de los redes de comunicación, sólo aceleraría la movilidad de las personas» (Louvel, 1994: 186).

■ Conclusión Pese a los esfuerzos del Gobierno español, es imposible «deportar» a la mayoría de los recién llegados. Por ello, la opción del Gobierno es ir superando los aspectos más llamativos del fenómeno. Así, cuando los que no han podido ser deportados superan los 40 días de internamiento, se les traslada a la península, con una orden de expulsión. Parece que el objetivo sea «sacarlos como sea» de las islas porque son un problema político interno. Sin embargo, no se previó qué iba a pasar con ellos una vez se encontraran en la península: tan solo hay unos acuerdos con algunas ONG, para que realicen la primera acogida, mientras se «disuelven» en las comunidades a donde son enviados. Debido a los contactos y el funcionamiento de las conexiones transcontinentales,

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muchos de ellos tienen referencias de alguien de su pueblo, o de un familiar más o menos lejano que vive en Cataluña. Por ejemplo, una vez llegados a municipios gerundenses también se pone a prueba la capacidad de los servicios de acogida, y, como las estructuras son insuficientes, parece que pueden hacer frente al crecimiento de manera precaria y a partir de servicios de urgencia. Esperemos que los diferentes planes de acogida local puedan responder en un futuro próximo a las necesidades de los recién llegados, aunque sean irregulares. Pero aquí no se cierra todo el ciclo: la complejidad del proceso hace que en las mismas poblaciones gerundenses donde llegan los trasladados desde Canarias sigan llegando también por avión, pero directamente desde Dakar y con visado o incluso permiso de residencia, jóvenes senegaleses y gambianos, parientes de los pioneros que ya están establecidos, iniciadores del proceso hace más de 20 años. Y ambas formas de migrar coinciden, generando, evidentemente, una situación de desigualdad entre inmigrados. Unos, los trasladados desde las islas, llegan con una orden de expulsión que no les permite acceder al permiso de residencia y trabajo. Sólo si consiguen pasaporte y se empadronan tendrán derecho a asistencia sanitaria y ciertas ayudas sociales, esperando el próximo proceso de regularización. Los otros, gracias al apoyo familiar, tendrán una vía más placentera. Pero cuidado, en ambos casos quien al final se hace cargo y es el principal apoyo son los propios compatriotas y miembros del colectivo sudsahariano, como los oratorios en donde duermen algunos de los que ya no pueden permanecer en los albergues temporales. Esta situación invita a una reflexión sobre conceptos como solidaridad y el sistema kafkiano de conseguir los documentos para la regularización. Así pues, el aumento de la inmigración se debe, en parte, a la consolidación de los vínculos entre Cataluña y África. Si primero lo fueron con Senegal y Gambia, y antes con Guinea Ecuatorial, en el futuro los serán con Mauritania, Guinea Bissau, Guinea Conakry, Malí, Costa de Marfil, Ghana o Nigeria. Unos llegan de Canarias mientras otros llegan vía reagrupamiento familiar. Mientras, como Sísifo, los gobiernos occidentales suben la piedra del control fronterizo que vuelve a caer y cada vez pesa más, cada vez las vallas han de ser más altas y los medios para intentar evitar la emigración más cuantiosos. Pero quizás no se dan cuenta que se están cerrando sobre sí mismos, construyendo una cárcel para los propios occidentales. Los migrantes han demostrado una gran capacidad para superar los medios de control militar y tecnológico y de adaptación a la sociedad de residencia, reforzando los vínculos económicos, sociales, familiares y culturales entre África y Cataluña, unos lazos que son más fuertes que los rádares o las patrulleras. De alguna manera Cataluña se africaniza y algunas poblaciones africanas se catalanizan, ya que lo que sucede en Cataluña afecta a la realidad cotidiana de África y, viceversa, porque la reciprocidad es inherente a las migraciones.

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1. Preferimos el término sudsahariano al más general de subsahariano, porque este último se refiere a un posicionamiento de inferioridad, de estar por debajo de, como subalterno, subnormal… En el diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) el prefijo sub- tiene los siguientes significados: 1. pref. Puede aparecer en las formas so-, son-, sos-, su- o sus-. Su significado propio es «bajo» o «debajo de». Subsuelo, sobarba 2. pref. En acepciones traslaticias puede indicar inferioridad, acción secundaria, atenuación, disminución. Subdelegado, subarrenda. Por eso, proponemos la denominación sudsahariano, que indica la referencia geográfica. Además, es deseable ir armonizando las referencias geográficas: a los territorios al sur del canal de Panamá se les denomina Sudamérica no Subamérica, término que no aparece en el diccionario de la RAE. 2. Existen otros puntos fronterizos del Estado francés que lo son a su vez de la Unión Europea en las Comores, en Yibuti y la isla de Reunión, a donde también llegan migrantes con la aspiración de entrar en Europa. 3. Fuente: Niane, 1985 p. 172. 4. Fuente: El País, 26-08-2004, p. 8. 5. Esta es la raíz de la actual etnia diula del norte de Costa de Marfil, descendiente de aquellos comerciantes del norte. 6. Área geográfica y climática del continente africano que limita al norte con el desierto del Sahara, al sur con las sabanas y selvas del golfo de Guinea y de África Central, al oeste con el océano Atlántico y al este con el Nilo Blanco. Tiene una extensión aproximada de 4 millones de km2 e incluye: sur de Mauritania, Senegal, Malí; norte de Guinea y Burkina Faso, Níger; norte de Nigeria y Camerún, así como Chad y Sudán. Este territorio también formaba parte del Sudán, también término de origen árabe y que se refería a «tierra de negros». 7. A modo de ilustración recordemos que las etapas más largas de los rallies africanos se denominan de navegación y las caravanas se orientaban por las estrellas como los barcos. 8. En África Oriental a la civilización urbana de las costa se la denominó swahili, expresión bantú del plural de sahil, swahil. 9. Conocida es la anécdota de que durante la estancia en El Cairo, camino de La Meca, del emperador de Mali Mansa Musa I en el 1325, la distribución de oro que realizó fue tan importante que hizo bajar el precio del metal precioso (Niane, 1985: 165). De ahí también que en la cartografía mallorquina, por ejemplo en la de Viladestes de 1413, se representara al rey de Malí con una pepita de oro en la mano (Fall, 1982). 10. Entre enero y junio de 2006 más de 7000 sudsaharianos habían llegado a las costas de Canarias. 11. COM (2005) 669 final, SEC 2005 1680 del 21 de diciembre 2005. 12. Declaraciones a El País, 16 de marzo 2006. 13. Para consulta del estudio en español ver http://www.fp-es.org/ 14. En Malí, Sudán y Cabo Verde. 15. Además, el Gobierno español aprobó en el mismo Consejo de Ministros del 16 de junio otra línea de crédito de dos millones a Mauritania: son créditos FAD (Fondo de Ayuda al Desarrollo), créditos criticados por analistas de cooperación internacional porque suelen responder a intereses gubernamentales españoles y no de los países que los reciben. 16. http://www.mae.es/es/Home/planafrica.htm

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