"Deseo De La Madre" "... Cada vez más, los psicoanalistas se meten en algo que es, en efecto, demasiado importante, a saber, el papel de la madre..."

"Deseo De La Madre" (*) Publicado En "más Allá Del Falo...". Buenos Aires: Lugar Editorial; 1996. (**) Presentado En La Reunión Lacanoamericana De Psi
Author:  Jorge Reyes Robles

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El psicoanalisis y el deseo de no ser madre
El psicoanalisis y el deseo de no ser madre Nora C. Garcia Colorne* EXISTE, POR UN LADO, un mundo de significaciones culturales, sociales e ideologic

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"Deseo De La Madre" (*) Publicado En "más Allá Del Falo...". Buenos Aires: Lugar Editorial; 1996. (**) Presentado En La Reunión Lacanoamericana De Psicoanálisis: Buenos Aires; 1995.

Benjamín Domb

"... Cada vez más, los psicoanalistas se meten en algo que es, en efecto, demasiado importante, a saber, el papel de la madre...". "El papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital. El deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda resultarles indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de repente va y cierra la boca. Eso es el deseo de la madre." "Entonces traté de explicar que había algo tranquilizador. Les digo cosas simples, improvisó, debo decirlo. Hay un palo, de piedra por supuesto, que está ahí, en potencia, en la boca, y eso la contiene, la traba. Es lo que se llama el falo. Es el palo que te protege si, de repente, eso se cierra". (2) Esto decía Lacan en el seminario del L'envers de la psychanalyse. De esta manera advertía acerca de lo que es el deseo de la madre. De todos modos seríamos absolutamente injus-tos con esas madres diciendo que su deseo se manifiesta para el niño como el estar dentro de la boca de un cocodrilo. Aclaremos que éste es sólo un aspecto de la cuestión, importante sin duda pero no el único. Por otra parte, para esa época Lacan no había desarrollado las fórmulas lógicas de la sexuación, es decir de la sexualidad de la mujer, ni tampoco con lo que luego llamó la perêversión. Para poner un poco de ecuanimidad en este asunto, recordemos que el psicoanálisis reconoce en el deseo de la madre una cuestión vital, primera para que un recién nacido pueda vivir. Sabemos muy bien que el deseo materno, es el que le ofrece un lugar para que el niño se constituya y que cuando éste deseo falta, según lo demuestra la experiencia, el niño más allá de los cuidados que se le prodiguen, no sobrevive,

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muere. Digamos que de un extremo a otro, de la madre cuyo deseo es vital hasta la madre que no deja vivir, hay un recorrido que no deja, sin duda, de producir las marcas más profundas en el sujeto por venir. Comencemos por hacer una primera distinción. Freud señalo a partir de su Complejo de Edipo el deseo por la madre, resulta que el nenito quería gozar de la madre, es decir gozar de ella tanto como que la madre también goce, a esto se llamó incesto, entonces aparece el padre, etc, etc; todos conocen esta histo-ria, que se constata también en nuestra práctica, pero la cues-tión es más compleja. Convendría de paso señalar que la cuestión de la muerte del padre, que no tiene la misma significación en Freud cuando se refiere al Complejo de Edipo, que cuando se refiere a Toten y Tabú. Si en el primero la muerte del padre posibilita el acceso a la madre, en el segundo el asesinato lo instituye de entrada como padre muerto y es incorporado como ley simbólica que reafirma la prohibición del incesto. Lacan va a producir un primer paso, va a hablar del deseo de la madre. Es decir, cambia el por, por el de... coloca en el origen al deseo de la madre. Es el deseo de la madre el que condiciona el deseo por la madre. El deseo de la madre, sin duda, ya estaba en Freud, la salida del edipo en la niña, ecuación simbólica niño - falo mediante, el deseo de falo, se transforma en deseo de hijo. Este deseo entonces, esta integrado a la dialéctica fálica, la niña decepcionada por su madre busca refugio en su padre y desea un hijo de éste. Es casualmente aquí, en esta intervención paterna, que se ha producido un salto, con consecuencias fundamentales para el destino de los seres hablantes. Se ha dado una respuesta universal a un enigma real, se ha sancionado el sexo de la niña con el significante hijo, se le ha dado el destino de madre. Se ha su-turado, se le ha puesto un significante allí donde no había ninguno. Donde había nada, un agujero en el discurso, se ha puesto un palo, un falo, un hijo. Aquí comienzan los desencuentros, las contradicciones, los intentos suturantes del sujeto por cerrar, obviar esa falta, que tampoco es una falta, "a la mujer no le falta nada", salvo que creyéramos que a la mujer le falta un pene, ¿para qué?, ¿para ser un hombre?.

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Eso que no le falta, pero que se sanciona simbólicamente como falta deviene en deseo, en deseo de la madre. Y obtura, como se lee claramente en el texto freudiano la pregunta por la femeneidad, sobre ¿qué quiere una mujer?. A partir de allí una mujer quiere hijos, está absolutamente convencida de ello. En una época no tan lejana, los médicos a modo de terapéutica aconsejaban a las mujeres que tuvieran un hijo, muchos hijos. Es la posición de la Iglesia. Sea como fuere, las mujeres desean tener hijos. Así como los hombres desean a las mujeres, éstas desean hijos. Hoy se discute a raíz de los avances en genética y de los progresos de la fertilización, ¿cuando se produce el comien-zo de la vida?, si cuando el óvulo es fecundado, un poquito antes o después y no sé cuantas cosas más y no se interroga para nada al deseo de la madre. ¿Será que es lo mismo la vida de la mosca, de la rata, que la de ser hablante?. Pero dejemos esto por el momento. El Goce Femenino y El Deseo de la Madre Hay un nudo estructural, R.S.I., frente al enigma del goce femenino, ante a la imposibilidad de respuesta, aparece una que acalla lo insensato, lo indigno, lo escandaloso de ese goce, aparece en su lugar lo sublime del deseo de un hijo. A partir de allí, a toda mujer inscripta en el orden simbólico, se le exige que sea toda y además pura madre. Es decir que deje de lado el "no toda". Nace allí la exigencia de un amor puro, de un amor sin deseo, ni odio, que rehúsa toda manifestación de rechazo hacia su hijo, que no acepta ningún tropiezo, ni ningún imposible. El amor materno apunta a la perfección del amor puro. Absolutamente cercano al amor divino. Si en el inicio el deseo de falo, es decir el deseo de hijo, ha sido aquel que suturo la nada de la niña, el deseo de la madre devendrá obstáculo al goce femenino. Dentro de éste orden simbólico, todo está hecho para hacer de una mujer sólo una madre, sólo se acepta mujer en tanto futu-ra madre, el sexo de la mujer queda fuera de lo simbólico, tan fuera que cuando entra, entra como el revés de la madre, es decir la puta. Ya Freud había señalado algo de todo esto, apuntando a otras cuestiones, a las dificultades, inhibiciones sexuales de los hombres, en la degradación de la vida erótica. A la mujer se la mal-dice. - Página 3 de 9 Copyright 2011 - EFBA - Todos los derechos reservados

Existe un insulto que es universal, la injuria peor: el hijo de puta. ¿Qué es el hijo de puta?, es el hijo que no es el resultado del deseo de una madre, sino que es el resultado del goce femenino. Si la madre no tiene el deseo del hijo, el hijo arriesga la vida, ya lo habíamos dicho, ese deseo es vital. Por lo tanto el goce femenino no puede llegar a ser materno, en éste insulto el hijo resultado puro del goce femenino, debería morir. Separar la madre de la puta, es la misión de un hijo y también la de un padre. Por supuesto desde diferentes lugares uno y el otro. Agregamos entonces, al tradicional triángulo edípico de la madre, del hijo y del padre un cuarto elemento, que no es precisamente el también tradicional falo sino que ponemos en consideración un cuarto elemento a ser tenido en cuenta, como interviniendo decisivamente en éste asunto, reintroducimos lo real de la femeneidad. ¿Qué obstáculos, qué interrogantes surgen a partir de éste más allá del Edipo. De qué manera juega el goce de La mujer sobre el deseo de la madre, qué incidencias tiene en la constitución, en la subjetivación del niño y final-mente cómo interviene el padre real más allá de su función simbólica?.

El deseo de la madre hasta aquí, siempre ha sido deseo del falo simbolizado, de ahí el hijo debe de salir después de haber permanecido por un tiempo, la salida tradicional apela al padre, al Nombre del Padre. Entonces hay en un primer gran salto, una discontinuidad radical entre mujer y madre. Otro salto y otra discontinuidad diferente a la anterior se produce con la ecuación niño-falo. Enfrentado al deseo de la madre el niño se pregunta ¿qué es lo que ella quiere?, y anhelante se responde: quisiera que fuera yo lo que ella quiera. Lacan nos recuerda que más allá de sus - Página 4 de 9 Copyright 2011 - EFBA - Todos los derechos reservados

cuidados, de su protección, de su alimento, incluso de su presencia, desea su deseo, ser el objeto de ese deseo. Es de esa manera que ocupa el lugar de su falo, del falo de la madre, es decir ésta lo faliciza, lo narcisisa, constituye su cuerpo como imagen unificada. En éste primer florecimiento en el Otro, en el lugar del Otro, el niño está a sus expensas -ésta es una de las versiones del cocodrilo-. En éste punto inconstituído en el que él está, será necesario que allí el niño participe, ¿con qué si aún no tiene nada?, al menos con su piel, nos dice Lacan. Es importante señalar que la piel, a esta altura, la aporta el niño, ésta piel recubre la imagen. La importancia de la piel, ella tiene una participación fundamental en el goce, en las ca-ricias, y también a las enfermedades de la piel. Hay cuestiones que son de piel. Recuerdo un paciente de una presentación re-ciente en el Hospital Borda, no se podría decir que fuera un psicótico; éste enfermo frente al espejo se masturbaba y luego se cortaba la piel hasta sangrar, recién allí sentía alivio, el alivio de no ser una pura imagen del otro, de su madre, la cual había ejercido la prostitución en su presencia. En ésta primera "realidad" del niño en relación al deseo de la madre, sujetado al capricho de eso de lo cual depende, se esbozan, se constituyen aspectos fundamentales de la estructura del sujeto. La llamada lengua materna, lalengue, se constituye en medio de ésta relación de deseo y de amor, donde la madre aporta los significantes y el niño aporta sus gorgogeos, que anudándose unos a los otros van a formar la materia prima del lenguaje del futuro sujeto. Quiero decir que si no habría ese deseo, el niño no sólo no hablaría, no caminaría, no tendría un cuerpo, tal vez no viviría. De todos modos no hay nada que pueda ser llamado como momento ideal entre la madre y el niño. El niño no satisface totalmente ni es satisfecho absolutamente por la madre. No hay simultaneidad, ni coextensividad exacta del deseo. Lo que hoy nos preguntamos es ¿de qué manera se sitúa la niña que habiendo atravesado su penis-neid e instituido su deseo de falo, de hijo, en el momento en que le toca ser madre, allí deberá sostener una cierta posición con relación a su hijo, teniendo en cuenta por otra parte que en camino ha descubierto, tal vez, su femeneidad, que no le fue, por otra parte, transmi-tida?. Entonces nuevamente ¿Cuál es el efecto del descubrimiento de la femeneidad sobre el deseo materno?. ¿Se podrían conciliar el deseo de la madre con la posición femenina?.

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La experiencia nos demuestra que es la femeneidad la que se sacrifica en la mayor parte de las veces en haras de la maternidad, ésta femeneidad sacrificada retorna con los peores efectos sobre la madre y los hijos y con un reproche siempre latente, a veces incluso manifiesto: "les he dedicado mis mejores años, ¿para qué sirvió?". Pero lo contrario cuando se sacrifican los hijos en función del goce femenino, eso sí que es insoportable. "Mujeres que per-dieron la vergüenza... y a la locura del deseo de las hembras que rompió toda cadena y en su locura enlaza a las parejas y las destruye" sentenciaba Esquilo, en la Oriestadas. Disparidad entre madre y mujer. Similitud imposible. No son del mismo sexo madre y mujer. El deseo de la madre tiene al hijo como objeto, del mismo modo su goce no se confunde con el goce femenino. El goce de una mujer no tiene objeto, se dirige al Otro pero a su falta. Es en éste punto que propongo distinguir, el goce del Otro en tanto ocupa un lugar simbólico, el de la madre como no inces-tuoso, del Goce de la falta de Otro y denominar de ésta manera al goce femenino, es decir goce de la falta, goce sin objeto. Ahora bien, cuando el goce femenino se vuelca en el hijo, ahí si es incestuoso. "Para que el goce de una mujer encuentre la decencia necesaria al de una madre, debe ser envuelto. De lo contrario éste goce femenino es goce de la madre, por lo tanto incestuoso y criminal". Nos dice Marie Madelaine Chatel. "Envolver implica que el hombre que goza de una mujer y que la hace gozar sustrae ese goce al hijo del cual será el padre". (3) De esta manera nos dice nuestra colega mujer, la "perêversión", es decir la versión del padre real, aquel que hace de una mujer objeto a causa de su deseo, pero no sólo la desea sino que goza de ella y la hace gozar, lo cual evidentemente no es sencillo, hay que admitirlo. Se trata habitualmente de desconocer la necesidad de una cierta consecuencia de acontecimientos tan diferentes como son un coito y un parto. El embarazo es el acontecimiento del cuerpo que se revela como la marca de la relación sexual efectiva. La articulación entre mujer y madre; convergen de alguna manera en el embarazo. De lo que el hijo nada quiere saber es del goce que estuvo en el origen de su concepción.

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De todos modos, traer un hijo al mundo no quiere decir que se llega a ser madre por ese acto. Dar a luz no es la maternidad y la experiencia cotidiana a veces lo demuestra dramáticamente. Esto vuelve a separar el goce femenino del deseo de la madre. Esto demuestra también que el único riesgo para el hijo no es el del cocodrilo, el de quedar capturado en el deseo de la madre. Existe también el de no ser deseado. Desde el acto sexual fecundante encontramos diferencias que implican consecuencias en relación a la constitución de un sujeto. Este acto sexual fecundante puede estar ó no acompañado del deseo de un hijo. Podría tan sólo tratarse del deseo de un hijo, de una suerte de fertilización "natural", me refiero a esas situaciones donde se trata de la búsqueda incesante del hijo y donde el goce sexual está muy poco o nada presente. Ahora bien, cuando la fecundación se ha producido y lo que estuvo en el origen es el goce sexual, existen aún dos posibilidades que el deseo de hijo acompañe a la fecundación ó que se trate de un lamentable accidente. Hablamos de una articulación que llamamos acto sexual fecundante, sin duda esto existe, lo cual no quita que se trata de dos hechos como venimos sosteniendo muy distintos, que responden más bien a una no relación entre el goce de una mujer y la maternidad que viene a tapar, a obturar, que no hay relación sexual. Esta no relación estructural, ésta hiancia, éste vacío se transmite a la relación entre la madre y el hijo. No es lo mismo lo que causa que lo que se obtiene por más hermoso que sea este producto, el hijo. Siempre hay un resto real, un trecho, o un abismo que el hijo no va a recubrir. Es lamentable decirlo y causar la decepción tanto a los hijos como a las madres, el producto, el hijo nunca es igual a lo que lo causa. -en este caso: la necesi-dad de obturar el sexo de la mujer-. Desde el psicoanálisis se tratará de no obturar ésta hiancia, aunque debamos reconocer que siempre se ha tratado de cerrar esta brecha. Para ir finalizando voy a recordar dos citas de Lacan, aparentemente contrarias: La primera: "En el principio del transtorno psicótico hay algo que se establece entre la madre y el hijo, algo originariamente discordante, desgarrante a ocurrido en lo que liga al niño en sus relaciones con la madre."

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La segunda: "Es necesario y suficiente con ser el falo, en ésta etapa muchas cosas se detienen en un cierto sentido, es en la misma medida en que el mensaje aquí se realiza de una manera satisfactoria que cierto número de transtornos pueden fundarse, entre los cuales esas identificaciones que hemos calificado de perversas" (22-01-58). Estas citas son sólo un pretexto para poder afirmar que muchos de los que se denominan en la clínica "Fenómenos" , para diferenciarlos de los "síntomas" se producen en el tiempo en que precisamente no reina el nombre del padre, aquel que divide al S2 en síntoma y símbolo, sino que lo que reina en ese tiempo es precisamente el deseo materno ligado a encubrir el goce femeni-no. Tal vez, sea necesario aclarar de todos modos que desde esta perspectiva el deseo materno ya es uno de los nombres del padre. Este goce femenino, cuando no es recubierto por la perêver-sión, y se vuelca en el niño si no lo mata produce estragos, que padecen tanto los niños como las madres. Recapitulemos para terminar: 1º La femeneidad como lo que está más allá del padre. Fuera de la dialéctica de la castración. 2º El deseo de la madre como respuesta a este enigma y la reintroducción de la mujer en tanto madre en el orden simbólico. Este deseo es vital para el hijo. Estos dos órdenes se anudan, pero manteniendo su heterogeneidad radical. Es decir no se confunden, no hay continuidad entre mujer y madre. 3º El goce femenino, tal vez no tenga un sólo modo de satisfacción, el sexual, puede ocurrir que se satisfaga de otros modos. Pero este goce cuando no encuentra su cause y se vuelca al hijo ,si no lo mata se transforma en la boca del cocodrilo; es el que actúa induciendo todo tipo de "fenómenos" incluso la forclusión. 4º El modo de intervención paterna, sin duda no el único sino el más conveniente, el más simple, tal vez el primero es el que Lacan señala al final de su enseñanza, el de la perêversión, el hombre en tanto sujeto deseante en relación a una mujer a la cual convierte en objeto a causa de su deseo. Por supuesto a este se le anuda el padre que nombra y brinda cuidados paternos. Uno y otro tampoco no se confunden. Podemos anudarle también la versión imaginaria del padre. Pero lo que estamos subrayando hoy es que si bien el padre en - Página 8 de 9 Copyright 2011 - EFBA - Todos los derechos reservados

su función simbólica es necesario, este padre real, deseante es el que le pone verdaderamente el "palo", para que el goce femenino no termine devorando a la madre y al hijo. No siempre este deseo del hombre esta presente y cuando lo está tampoco tiene garantizado el éxito y es de allí, entonces, que se trata de inventar un padre cada vez más endiosado, como tabla de salvación. NOTAS (1) Presentado en la Reunión Lacanoamericana de Buenos Aires, 1995. (2) Lacan, El reverso del psicoanálisis, 11/03/70, Ed. Paidós. (3) Marie Madelaine Chatel: A falta de estrago, una locura de publicación. Revista Litoral, en español.

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