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Índice 5.1 Introducción: .............................................................................................................................

PROYECTO EDUCATIVO INSTITUCIONAL -PEI-
PROYECTO EDUCATIVO INSTITUCIONAL –PEI-- PROYECTO EDUCATIVO INSTITUCIONAL -PEI- CORUNIAMERICANA 1 PROYECTO EDUCATIVO INSTITUCIONAL –PEI-- CORPORA

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Aiiiiüiiji OE [lEflíiiis m m ll*d««ei«n y AdiainUtraclóni Principa d * Vargara, 23, pral.

Tomo LII

Madrid, Noviembre de 1924.

Nüm. CCXLIII

SUMARIO Consideraciones generales sobre el concepto moderno de las Psiconeurosis y su clasificacián práctica, por el Dr. E. Fernández Sdnz.—Instituto Rubio: Memoria de los trabajos realizados en los diferentes Dispensarios durante el último curso, leída por el Secretario Dr. Peña Oajarza.—¿a parábola del labrador rico (Reflexiones de un psicólogo), por el doctor Abdón Sánchez Herrero.—/?í?v/sto de Especialidades: Anestesia.—Sifiliografía. —Terapéutica.—Oftalmología.—Bibliografía.

dflsiliaíDsi peiÉ im el v i o idei Por el Dr. E. Fernández Sanz. Miembro numerarlo de U Real Academia Nacional de Medicina, Profesor de la facultad de Medicina de Madrid, Jrtídico numenrio de la Beneficencia Qenrral, Jefe facultativo del Hospital de Jesús Nazareno, Médico Consultor del Mankomlo Nacional de Leganíi, Médico numerario de la Beneficencia Municipal de Madrid, etc.

Una de las más importantes operaciones lógicas entre las que contribuyen a la organización de las ciencias mediante la elaboración racional de los conocimientos humanos, es la que distribuye en grupos formados segtín las naturales conexiones y afinidades, y reparte en categorías ordenadas por su relativa amplitud comprensiva, a los objetos reales y a los conceptos que integran cada una de las disciplinas científícas. Tan exacto es el aserto que acabo de formular, que sin temor a ser desmentidos podemos afirmar que no sólo no existe ciencia alguna carente de clasificación, sino que su génesis misma es imposible sin el auxilio de dicha especial función del pensar, y sus adelantos están íntimamente ligados a los de sus correspondientes trabajos tí xoREV. luhR.-AMER. DK CiF..N. Mf I).—LII.

Noviembre 1924.-13.

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nómicos, hasta el punto de que es también muy cierto que la historia que pudiéramos llamar interna o íntima de una ciencia, se identifica con la de sus clasificaciones, porque en éstas se reflejan con absoluta fidelidad todas las vicisitudes porque aquélla ha pasado, y en los intentos de ordenación metódica del contenido científico, perduran las indelebles huellas de todas las tendencias, de todas las orientaciones y de todos los impulsos que han guiado a la razón humana en la ruta inacabable del progreso del pensamiento. Mas bien suelen pecar todas las ciencias por exceso de clasificaciones que no por falta de ellas, pero aunque el afán de clasificar sea en ocasiones censurable cuando cae en el ámbito de lo arbitrario, en general es justo reconocer que !a mayoría de los esfuerzos clasificadores, aunque muchas veces sean aparentemente estériles y sus resultados estén condenados a inexorable olvido, siempre suelen dejar en pos de sí algo útil, algo que puede ser ventajosamente aprovechado por investigadores posteriores y convertido en motivo de adelanto y perfeccionamiento. Si la taxonomía tiene considerable importancia desde el punto de vista teórico en todas las ciencias, en las aplicadas, en las que se proponen como finalidad propia el racional cumplimiento de las aspiraciones y necesidades de la humanidad, aquella importancia aumenta más aún, porque la exacta y fecunda adaptación de las nociones doctrinales a las exigencias de la realidad, sólo puede lograrse merced a una rigurosa seriación de las cuestiones estudiadas y de los problemas que han de ser pragmáticamente resueltos. Y entre todas las ramas del saber humano que tienen un fin práctico, ninguna con tan imperioso apremio como la Medicina, por la complejidad de los asuntos que abarca y por la ineludible necesidad de poseer acerca de ellos conocimientos bien definidos y seguros, requiere la formación de clasificaciones completas y sólidamente fundamentadas. Por eso, desde los orígenes mismos de la ciencia de curar, se advierte en los que la cultivan el propósito de distribuir sistemáticamente las nociones que se iban adquiriendo sobre el modo de

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funcionar el organismo humano y sobre las enfermedades que padece y en toda la evolución ulterior de la Medicii^a a medida que aumentaban y se precisaban los conocimientos científicos, perfeccionábanse también las clasificaciones, ajustándose cada vez mejor a los preceptos de la lógica. Si la ordenación taxonómica ha de representar una labor fecunda, permanentemente útil desde el punto de vista práctico, no bast» con que esté inspirada en concepciones teóricas más o menos seductoras o deslumbrantes, sino que debe sobre todo acomodarse escrupulosamente a los dictados de la realidad, por lo que constituye una ardua empresa el idear una clasificación que sea a la vez fíel expresión de los hechos y que posea además condiciones de abstracción y de transcendencia suficientes desde el punto de vista especulativo. Por esta razón, las dificultades para clasificar acertadamente son siempre grandes en las ciencias aplicadas, en las que no puede d autor abandonarse libremente ai capricho de su imaginación, sino que ha de someterse sin excusa a los mandatos de ia naturaleza objetiva. Estos mismos obstáculos y reparos ocurren en Medicina; pero en ella y concretando más el concepto que pretendo expresar, en la Patología, varían mucho la cantidad y la calidad de las susodichas trabas, según cuáles sean las secciones que se consideren de las ramas en que aquélla se divide. Como aquí se trata, en suma, de clasificar enfermedades, aceptando esta noción con todo lo que tiene de convencional, pronto se »&• vierte que unas especies patológicas o grupos de ellas, son bastante fáciles de concebir y de localizar en un esquema metódico, porque poseen caracteres objetivos muy claros, evidentes y hasta susceptibles a veces de exacta medida; tal ocurre con aquellas ciases de dolencias que tienen causas conocidas, de acción constante y perfectamente definida, o en las que existen lesiones características, netamente apreciables. Cuando se dan estas favorables condicione?, el criterio distin-

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tivo etio-patogénico y anatomo-patológico, representa una firme base taxonómica. Si la sistematización nosoláxica sólo puede fundarse en la estimación de los síntomas, todavía es esa apreciación relativamente sencilla, si estas manifestaciones sindrómicas son de índole material y objetiva, claramente ostensibles y con facilidad apreciables por lodos los investigadores; pero las dificultades lógicas llegan al mayor grado de intensidad, cuando los fenómenos morbosos son puramente subjetivos, y su valoración ha de hacerse a través de una doble interpretación psicológica, la del sujeto que los expresa y la del médico que los indaga, con los peligros de inevitable deformación que estas operaciones mentales traen consigo. Esas adversas circunstancias ocurren en el estudio de las psiconeurosis, y por ello es tan difícil llegar a una satisfactoria agrupación metódica de las mismas. Quizá pudiera parecer oportuno que trazara aquí un bosquejo histórico del concepto en la Medicina moderna de estas enfermedades, llamadas neurosis antes y psiconeurosis ahora; pero esa tarca sería demasiado larga y como carezco del espacio necesario para realizarla, limitaréme a decir que en esta rama de la Neuropatología ha habido recientemente un cambio, no sólo de nombre, sino también de contenido específico. Derivase la actual entidad nosotáxica que comprende las denominadas hoy psiconeurosis, de las antiguas neurosis; pero aunque la definición genérica, según se verá luego, continúa siendo parecida, el conjunto de especies morbosas a que se aplica ha variado mucho, pues sólo quedan algunos contados tipos del grupo primitivo en el actual; otras muchas afecciones que en aquél figuraban han sido eliminadas, y, en cambio, se han descrito otras formas nuevas, como la psicastenia y la psiconeurosis de angustia. En los últimos años del pasado siglo y en los primeros del pre* senté, verificóse la radical reforma de la concepción de las neurosis, convirtiéndose en la de las modernas Psiconeurosis y se caracterizaron con la debida exactitud las especies nosológicas que comprende. Hace unos cuarenta años el grupo de las neurosis era aún tan vasto

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como heterogéneo, mal definido y confusamente deslindado; de él se han ido sucesivamente segregando muchas de las afecciones que le componían, como la enfermedad de Parkinson, la corea, el bocio exoftálmico, etc., que han pasado a formar parte de las neuropatías orgánicas y de las endocrinopatías, respectivamente. De las en otro tiempo llamadas neurosis, no permanecen entre las actuales psiconeurosis, más q^ie el histerismo y la neurastenia, a los que se han agregado otras entidades patológicas recientemente descritas, siendo de estas las más importantes las conocidas con los nombres de psicastenia y de psiconeurosis de angustia, con alguna otra de menos interés, de que más adelante haré mención. Al diseñar la interesantísima transformación contemporánea de la confusa y vaga noción primera de las neurosis en el presente estado de conocimiento mucho más preciso y exacto, no he podido prescindir de ir enumerando los principales tipos de psiconeurosis que hoy se admiten y con ello han quedado ya dibujadas las grandes líneas de la clasificación que en la actualidad generalmente se admite, a la vez que han sido explícitamente designadas las más importantes y frecuentes de las enfermedades en aquella denominación englobadas. Estos anticipados datos, han de simplificar considerablemente la exposición de lo que me propongo decir acerca de las diversas opiniones en la actualidad sustentadas respecto a la metódica distribución de este linaje de dolencias, y como es mi deseo expresarme en términos de la mayor concisión y me inspiro en la finalidad de que de este trabajo resulte algo lítil desde el punto de vista de la práctica médica, suprimiré en absoluto toda divagación teórica, para no consignar más que aquellos conceptos que tengan inmediata aplicación al diagnóstico y al tratamiento de los enfermos. Ante todo, conviene que precisemos lo que por psiconeurosis debe entenderse, enunciando concretamente los caracteres que en esencia las distinguen, y para ello entre las muchas definiciones propuestas me parece una de las más acertadas, la de P. Janet, según la que son enfermedades que afectan a las diversas funciones del organismo, consistentes en una alteración de los procesos superio-

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res de esas funciones, detenidos en su evolución, en su adaptación al momento presente, al estado actual del mundo externo y del individuo, y en la ausencia de deterioro de los procesos antiguos de esas mismas funciones, que podrían aún ejercerse muy bien, de una manera abstracta, con independencia de las circunstancias presentes, siendo, en resumen, las neurosis trastornos de las diversas funciones del organismo constituidas por la suspensión evolutiva sin detrimento de la función misma (1). Mas no obstante el extraordinario mérito psicológico de esta caracterización de Janet, es sobradamente alambicada, y abundan demasiadj en ella las concepciones abstractas y las sutilidades lógicas, por lo que, para los fines directa y modestamente prácticos que persigo en este artículo, me parece más aprovechada la pauta de síntesis identificadora que expuse en mi libro sobre la psiconeurosis (2), y que, como allí indico, más que definición es una abreviada descripción genérica redactada en los siguientes términos: Las Psiconeurosis son disturbios de la energía nerviosa en todas sus determinaciones funcionales, sin lesiones manifiestas, con causas y mecanismo; patogénicos dominante y primordialmente psíquicos, mas cooperando con ellos otras causas y otros mecanismos orgánicos, en general secundarios, dinámica y cronológicamente subordinados a los primeros, pero que en alguna ocasión son primitivos; de un modo análogo las psiconeurosis se manifiestan por trastornos de todas las funciones nerviosas, siendo las perturbaciones psíquicas las más importantes y esenciales, pero no las únicas, pues las acompa» fian notorias anomalías, no sólo de la actividad somática del sistema nervioso de relación, sino también del que rige a la vida vegetativa; en estas enfermedades las causas psíquicas y los fenómenos psicopáticos principales no son de orden intelectual, sino afectivo, desempeñando casi siempre la emoción y sus consecuencias un papel capital en la etiología y en la fisiología patológica. Entre las causas.

(1) P. )«nrt: Lci Ncrrotn, p*(. 322. Pirit, I90Q. (I) Fernáadcz S M B La* Pilcanrmofit, pég. 44, Madrid, 1921.

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representa una necesaria condición previa la predisposición del sujeto, sin la cual no parece posible la eficacia de los motivos determinantes; la evolución no es cíclica, sino irregular, variable en cada caso, según las peculiares circunstancias del sujeto, y su modo individual de reaccionar a las impresiones patógenas. De la lectura de esta minuciosa relación de propiedades diferenciales, dedúcese^ como ya indiqué en uno de los precedentes párrafos, que en la concepción actual de las psiconeurosis consérvanse algunos de los rasgos distintivos que sirvieron para aislar a las neurosis tradicionales, pero considerablemente ampliados, mejor definidos, más exactamente adaptados a los hechos clínicos y puestos de acuerdo con los importantes descubrimientos realizados en estos últimos años. La pauta caracterizadora, algunos renglones más arriba transcrita, puede justamente afirmarse que representa el modo de concebir el grupo nosotáxico de las psiconeurosis más generalmente admitido hasta ahora por los autores que de estos asuntos tratan, y con arreglo a dicha norma considéranse como entidades patológicas comprendidas en la mencionada agrupación a las dolencias ya varias veces citadas en el curso de este trabajo: neurastenia, histerismo, psicastenia y psiconeurosis de angustia, a las que hemos de añadir el llamado neurosismo común y la depresión afectiva simple, enfermedad esta última cuya adición a las anteriores me permití yo proponer en mi ya referido libro. Pero incurriría en imperdonable parcialidad si no me cuidara de advertir que, aun siendo ésta que acabo de exponer la opinión hoy predominante y la que debe guiar las determinaciones del cauto médico práctico, existen respecto de ellas divergencias de importancia, algunas de éstas sostenidas por neurólogos de justísimo prestigio, y aunque esas discrepancias de criterio difieren mucho más en lo aparente que en lo real, pues en el fondo «xiste conformidad fundamental en la apreciación de los hechos por todos los observadores de buena fe y de prudente juicio; sin embargo es interesante reseñar, siquiera sea sumariamente, esos pareceres disi-

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denles, porque así se completa muy provechosamente el conocimiento del estado actual de la taxonomía de las psiconeurosis. Comenzaré por mencionar la opinión del ilustre psicoterapeuta suizo P. Dubois, de gloriosa memoria, quien, en su bello libro sobre las Psiconeurosis y su tratamiento moral, afirmó que no había más que una sola psiconeurosis, siendo todos los síndromes individuales observados en los enfermos, variantes infinitas de un padecimiento esencialmente único (I). Muy distinto en apariencia, pero coincidente, en el fondo, en su omisión de los característicos tipos nosotáxicos, con el parecer de Dubois es el del sabio profesor de la Salpetriere, Dejerine, que en una notable obra escrita en colaboración con Qauckier sobre las Manifestaciones funcionales de las Psiconeurosis, describe un niimero considerable de complejos sintomáticos, ordenados segiin la naturaleza de las funciones a que afectan y con muy diversas formas de expresión (2). Durante la guerra mundial e inmediatamente después de ella, en las numerosísimas publicaciones motivadas por el estudio de las psiconeurosis bélicas, que tanto abundaron en la pasada contienda, acentuóse esa tendencia a multiplicar indefinidamente las formas clínicas psiconeurósicas sin respetar los grandes cuadros clásicos, fragmentándolos en una inmensa cifra de variedades sindrómicas, según puede verse, entre otras obras, en la muy interesante de Roussy y Lhermitte (3). . Pero a pesar del radicalismo aparente de estas innovaciones y de la obstinada supresión de los nombres que recuerdan a los conceptos clásicos, éstos subsisten intangibles en el fondo de los hechos, transparentándose en las descripciones de los reformadores, no obstante las transformaciones nominalistas llevadas a cabo por ellos, y los fenómenos morbosos continúan siendo neurasténicos, psicasté-

(1) DubolK L«t PtychoaeTrotc* et Inir tnttemeat moral. Ptrft, 1409. (2) Dfjería« j OiiMkltr. Ln BanUritalioat toncUondlet de* PijrcbontvrMct. Paríi, 1911. (3) ttontty y Ltacraltlc PiycbonerreM* d* gaerit. Pirli, 1917.

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nicos e histéricos, lo que prueba que estas nociones son fundamentalmente verdaderas. Por último, no puedo pasar en silencio dos intentos taxonómicos modernos, asaz originales y dignos de ser conocidos, aunque no satisfagan plenamente a los preceptos de la lógica; uno de ellos es el realizado por Freud en su clasificación, que ha alcanzado una cierta boga y que se cUriva de su famosa teoría psicoanaiftica; el afamado psicopatólogo de Víena divide las neurosis en dos grupos: el de las que llama actuales, que comprenden la neurastenia, la neurosis de angustia y la hipocondría, y el de las que denomina de transferencia, en el que figuran el histerismo de conversión, el de angustia y la neurosis obsesiva (1). No me detengo en la crítica de esta clasificación de Freud, porque ya ha sido hecha por muchos autores, entre ellos recientemente y de una manera muy sagaz y oportuna, por Blondel (2), y en cuanto al freudismo en general ya tengo manifestada mi opinión en numerosos trabajos personales. El otro ensayo contemporáneo de ordenación nosotáxica a que antes me refería, es el de Delmas y Boíl, del que hace grandes elogios el erudito neuropatólogo M. de Fleury en un libro reciente (3); aquellos autores dividen las psicopatías que no tienen lesiones anatómicas conocidas en los cinco tipos siguientes: ciclotímicas, emotivas, perversas, mitomaníacas y paranoicas; esta clasificación tiene el inconveniente de confundir en una categoría común a procesos tan diferentes como son las psicosis propiamente dichas y las psiconeurosis que importa muchísimo distinguir, sobre todo desde el punto de vista práctico, y por lo tanto no creo que sea recomendable en el orden de las aplicaciones clínicas, a las que preferentemente he procurado atender al escribir este artículo. Para terminar, me parece que la más oportuna conclusión que puede deducirse de las preinsertas consideraciones, es la misma que (1) Fread: latroducdón t U Pilcotnálliil. Tridueclón eiptfloli, lomo II. Madrid, 1923. (2) Bloadel: U PijrcluaalyM. Parit, 1924. (3) M. de Plranr: U i cuti deprniift ct la Nnirutbinle. Piríi, 1934.

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consigné en mi ya mencionado libro sobre las psiconeurosis (1), en el que decía como sigue: «Aunque son muchos actualmente los autores que al describir los síndromes psiconeurósicos no nombran a las especies morbosas tradicionales, los hechos continúan siendo los mismos y también en lo esencial los conceptos nosológicos subsisten, y a pesar de todos los anuncios de innovación revolucionaria siguen los nombres de las psiconeurosis clásicas, como medio práctico y exacto de designar a los procesos patológicos, Rgurando en los mismos libros donde se alardea de proscribirlos en la clasificación sindrómica.» (1) Fernind» Sanz: Loe. cit., ptg. M9.

EXTRACTO DE MALTA

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Gabanes 60.-BARCEIONA - ÜR P

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AMORCU UOBERM

INSTITUTO RUBIO

IIMSTITUXO

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RUBIO

Meiiiio U 10! Inliiio! rtaliziiloi M lis fteilis D p m , tale el i i o m. LEÍDA POR EL SECRETARIO DR. PEÑA GALARZA ea la sesión de apertura de curso, 3 noviembre 1924.

SEÑORES: Al inaugurar hoy las tareas del nuevo curso, un poco retrasado por causas completamente ajenas al deseo del Profesorado, hemos, como siempre, de recordar la labor pasada para en ella encontrar el estímulo para el trabajo que empieza, -tendiendo siempre a superarla, pues con ello encontraremos todos el bien que nos proponemos, benéfica y científicamente considerado. En el pasado curso el Dr. Verdes Montenegro dio una conferencia sobre abscesos pulmonares y pleuresías cisurales. El Dr. Slocker disertó sobre tratamiento quirúrgico de las pleuresías. El Dr. Blanco Soler lo hizo notablemente sobre algunas consideraciones sobre la fisiología del tiroides, demostrándonos sus altos conocimientos en el asunto. Por último, el Dr. D. Luis Soler, nuestro director, trató del resultado de su práctica en el tratamiento del cáncer de la matriz por ios medios quirúrgicos y radioactivos, que hoy día se disputan la superioridad.

En la Sección de Cirugía general dirigida por el Dr. Slocker. Los trabajos ejecutados en este dispensario, han disminuido en número con relación al de años anteriores por muy diversas causas y entre ellas por el firme propósito de no prodigar la entrada de en-

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fermos, dada la penuria con que nos hemos desenvuelto económicamente durante el curso anterior y para no contribuir de una manera deliberada al aumento de déficit. La concurrencia de alumnos en esta Sección ha superado, no obstante, la menor intensidad de trabajo a la de años anteriores. Los alumnos médicos matriculados que han terminado todos en los trabajos clínicos y técnica operatoria, acuden con anhelo de cumplir sus propósitos de operar enfermos, uno de los fines que persiguen, y a pesar de que no todos están en condiciones para ello solemos graduar las aptitudes de cada uno e irlos intercalando como anestesistas, operadores y ayudantes, en los diferentes casos que se presentan. Hemos de confesar que no todos vienen con suficiente preparación para alternar desde el principio con sus compañeros, y aparte de las recomendaciones que a principio de curso suele hacérseles sobre el estudio de Anatomía topográfica, de técnica operatoria, no estaría de más hacer público que el médico que quiera figurar como alumno y maíricularse en el Instituto debiera traer una preparación teórica, cuando menos, bastante para que su concurrencia a esta Sección no sea exclusivamente de presencia y cuanto más que nos proponemos ser severísimos en este aspecto. Lógico es suponer que el que quiera seguir derroteros quirúrgicos y busque en el ambiente quirúrgico de esta Institución cuanto hay a propósito para su personal cultura y entrenamiento, venga con el científico bagaje suficiente a afi'ontar los primeros choques con el caso clínico, pues es evidente que estos estudios que pueden llamarse superiores en la carrera no pueden ser fructíferos sin la preparación anterior. La aspiración de todo matriculado es operar y operar siempre, cuando debiera ser su única ilusión instruirse e instruirse a toda costa, que esta instrucción lo mismo se encuentra por lo pronto siendo actor que espectador, sobre todo para estos a los que antes me refería y que llegan ayunos de las bases fundamentales que debieran conocer. Por otra parte, resulta molesto tener que indicar a los médicos hechos, la necesidad de esta instrucción anterior, que yo confieso desde ahora que no me comprometo a darles. No queriendo dejar que escapen ocasiones para exponer este

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estado de cosas, aprovecho ésta como introducción al breve extracto de estadística que sigue: Operaciones practicadas en el curso. í Lado derecho 61 {, . . . . r í '• I Lado izquierdo 5) Dobles 17 • I Lado derecho 26 J ,, . . . , 1 Lado izquierdo 12 1 Hernias inguinales../ , 59 Con varicocele 1i Con ectopía testículo. 2 j Con hipospadias 1 Hernias umbilicales 2 Apendicitis 19 Hernias crurales

Simples

Con exclusión píloro. , Con resección Oastroenterostomías.( Con invaginación Con úlcera Sin datos Laparotonías (inoperables) Reoperados por adherencias Eventraciones Quistes hidatfdicos hígado Amputaciones de mama Quiste hidatídico pulmón Vaciamiento axilar Hidroceles Amputación pene Fístulas ano y hemorroides Varices Craniectomías Suma y sigue

\\

4 1, , 1 I 3

23

3 2 4 3 6 1 1 6 1 3 I 2 147

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TRABAJOS ORIGINALES

Suma anterior

147

Quist» branquial del cuello Sin datos Alta sin operar TOTAL:

1 4 2

Enfermos operados alta sin operar

Defundones. Causas: Hemorragia por ulcus gástrico... Apendicitis supurada Lesión cardíaca Quiste hidatidico hígadc

154 2

1 1 (no se operó). 1 (el de elefantiasis). 1

En el Dispensario de Ginecología que dirige el Sr. Soler. Han sido inscriptas 253 enfermas, hospitalizándose 40, en las que se han practicado las intervenciones que a continuación se expresan. Vía vaginal. Amputación del cuello Colpoperineorrafias Mionectomfas Legrado completo de la cavidad del útero para investigación histológica de sus productos TOTAL

1 2 1 8 12

Via abdominal. Histerectomías totales — subtoules Anexiotomías unilaterales — bilaterales TOTAL

Han obtenido curación 37, falleciendo tres.

1 12 5 10 28

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En el Dispensario se han practicado 37 intervenciones pequeñas. Con diatermia se han tratado 2Q enfermas afectas de inflamaciones anexiales en estado de cronicidad y con sus secuelas consiguientes, obteniéndose resultados satisfactorios en 18, quedando las restantes unas muy mejoradas y otras en condiciones de ser intervenidas, por habers?. resuelto sus exudados y adherencias que fijaban grandemente los anejos y hasta el útero. Por roengenoterapia se han tratado tres enfermas afectas de fibroma uterino subperitoneal, dos muy hemorrágicos, habiéndose obtenido en todos curación completa. Por curieterapia se han tratado nueve enfermas afectas de carcinoma inoperable del cuello uterino. En dos enfermas se ha conseguido curación clínica; en cuatro, mejoría notable, desapareciendo la hemorragia y la fetidez del flujo; en tres no se ha podido saber el resultado por no haber vuelto a seguir el tratamiento. Animados con los progresos que evidentemente va adquiriendo el tratamiento del cáncer por los medios radioactivos, en todas las clínicas del mundo que de estos trabajos se ocupan y que en nuestra modesta esfera procuramos secundar y comprobar, nos proponemos en el presente curso continuar nuestras observaciones ampliando las técnicas hasta aquí seguidas, con la de hacer aplicaciones extraperitoneales de radio por vía ilíaca, que los Sres. Delporte y J. Cahen, de la Universidad de Bruselas, emplean con éxitos no despreciables hasta ahora, muy especialmente para aquellos casos con recidivas postoperatorias en que la cirugía queda completamente desarmada, o en aquellos otros que los procedimientos habituales radiactivos, ya vaginales, ya abdominales, han igualmente fracasado en las tan temibles recidivas. Con esta técnica nueva, que a su tiempo detalladamente expon* dremos y que merece ser estudiada y practicada para adquirir su confirmación, ya que es lógica y no peligrosa, se pretende irradiar ampliamente las infiltraciones constituidas en el territorio linfático del útero, cualquiera que sea su localización y extensión.

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TRABAJOS ORIOINALeS

Todo cuanto se haga en pro de los desgraciados enfermos de tan terrible mal será poco y en ese deber estamos. En la Sección de Ginecología que dirige el Dr. Botín, se han visto 300 enfermas. Operaciones practicadas en el Dispensario: Legrados Otras operaciones como Iraquelorrafias, pequeños pólipos, quistes de vulva, etc

15 15

Se han pr::cticado también gran número de curas, como dilataciones uterinas, toques intrauterinos, colunizaciones vaginales, etc., etc. Enfermas operadas en sala, 38. Histerectomía abdominal total 6 — abdominal subtotal 6 — vacinal 3 Operaciones en anejos vía abdominal 4 Histeropexia abdominal 1 Quiste ovárico, vía abdominal 1 Gestación octópica, vía abdominal 3 Laparotomías por peritonitis 2 Hernia umbilical 1 Quiste de vulva 2 Cpitelioma de vulva 1 Alexander 3 Plastias vaginales 5 TOTAL

38

Defunciones, 2. Una de las enfermas operadas por peritonitis, lo fué estando embarazada de seis meses para extirpar una brida, resultado de una antigua peritonitis que fijaba el fondo del útero e impedía su crecimiento. La gestación continuó, pariendo la enferma a tiempo con toda normalidad. También se han practicado algunas apendictomías a continuación

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fluencia que. ejercen sobre aquel que, por ser psicólogo, comprende su destino (la perfección relativa o bienaventuranza, poseedora de Dios). Por eso fué, como escribió Fray Tomás de Villacastfn en su Afanual de ejercidos espirituales, para tener oración mental, pobre y ma^tro de pobres. Y dijo: cLas zorras tienen cuevas y las aves áel cielo nidos y el hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza». Luego esos atesoradores de bienes temporales que se han de quedar .d^nde sus cadáveres, son verdaderos ci^os mondes, que no creen en la eternidad, ni en la vida extra-carnal, ni en Dios, ni erf la perpetuidad real de todos los espíritus. Contra estos materialistas, dirigió Jesús esta parábola que, como todas-las suyas, encierra una enseñanza inmensa, cuando se la examina a la luz del análisis psicológico. Nos habló aquí Jesús ^e un labrador muy rico, cuya hacienda había producido tanto, que no sabía donde encerrar los frutos. Este pensaba en su interior: «¿Que haré, que no tengo dónde recoger mi cosecha? Esto haré; derribaré mis alfolies (sus paneras) y los ediflcaré mayores.» Interrumpo aquí el soliloquio mental de este hombre, para decir al lector que no conozco esclavitud peor que la que produce la riqueza. Ya el pueblo lo dice: «Hacienda, tu amo te vea». «El ojo del amo,

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TRABAJOS ORIGINALES

Asi como ios bienes temporales, esto es, el oro y cuanto con él puede comprarse, son transitorios, ios bienes espirituales son tan perpetuos, como el ser que los lleva en su memoria. Aquéllos sólo valen para la vida intra-carnal o terrestre. Estos también para la extracarnal o celeste. Aquéllos pueden perderse, por cualquier accidente inesperado (incendio de una ñnca, quiebra de un Banco,filoxeraque ataca a un viñedo, mala fe de un agente depositario de fondos, huelga de unos obreros empleados en una fabricación, por ejemplo).. De donde resulta que el rico metálico de ayer, puede, de la noche a la mañana, verse reducido a la miseria. En cambio, con los bienes espirituales, no puede ocurrir eso. Son intra-anlmicos, y por esa condición siguen al espíritu, a donde quiera que vaya. Eso significó el filósofo Bias, el orador de Priene, cuando respondió: «Todo lo llevo conmigo.» Los bienes espirituales o interiores, no son cotizables en Bolsa; pero a pesar de no serlo, como frutos del trabajo propio, son los verdaderos motores de la voluntad acción y la causa eficiente del progreso de las humanidades. Son las ideas y las virtudes. De las primeras dijo Castelar, que rigen la conciencia. De las segundas, hay que decir que son las sumidades floridas del sentimiento, puesto que nacen del amor, que es su grado máximo. ¿Quién no quisiera tener la claridad de razón de un Kant? ¿Quién no darla años de vida en su actual organismo por poseer el exquisito sentimiento de un San Francisco de Asís? ¿O la voluntad-acdón de un Fernando de Lesseps, el ingeniero francés que abrió el canal de Suez? Pues eso no 1Q recibieron esos seres a título de donativo generoso de Dios, lo cual sería injusto. Lo consiguieron de una manera muy sencilla: trabajando. El último de los hombres, puede llegar a igualarles y aun a superarles, si tiene perseverancia. De donde resulta que el verdadero filósofo, no se ocupa de las riquezas extemas, y que por serlo, son temporales. Quiero decir, efímeras (no olvido que Jesús dijo en una ocasión, ei engaño

LA PARÁBOLA DEL UBRADOR RICO

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de jas riquezas y en otra, las riquezas de maldad, lo cual, a mi parecer, es bastante expresivo.) De ahf resulta que todos los pensadores, o buscan la perfección de su entendimiento por la ciencia (este es el grupo de los eruditos), o la de un sentimiento por el amor (es el de los santos). Luego pli^nteado ante nosotros el dilema irreductible o riqueza o cultura, comienzos de los caminos divergentes de perdición o salvación, todos los seres que hayan llegado a formarse idea de lo que es la vida extra-carnal, tienen que elegir la cultura. Este es el |ncdio de llegar pronto a la perfección relativa; él libro, porque la ignorancia, es la causa del mal. Como se ve, examinada esta parábola k la luz del análisis psicológico, como prometí al empezar, es de una enseñanza admirable. De una aplicación grande en nuestros días, en que gentes ignorantesi predican la lucha de clases, la cual se basa en el odio inhumano, en lugar de predicar y practicar la unificación humana por la paternidad universal, basada en el amor edificante. Terminó Jesús su parábola con estas sublimes palabras: «Asi es el que hace para sf tesoro y no es rico en Dios.* Es decir, que el rico metálico que no haya aplicado su oro a hacer buenas acciones, t practicar.las obras de misericordia, tanto las espirituales como Isk corporales, ese está perdido. Porque en la vida extn-carnal, el dinero es inútil. Allí Dios clasifica por las virtudes. Y puede darse el caso de que el más poderoso monarca de la tierra, sea entonces el último, mientras que su antiguo servidor, sea el primero. «Los últimos lerán los primeros*. Tal dijo Jesús, que ts la Verdad.

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REVISTA DE ESPECIALIDADES

REVISTA DE ESPECIALIDADES ANESTESIA Sobre un nuevo método de anestesia por via intravenosa en Obstetricia y Cirugía. Indicaciones, técnica y resultados, por R. Perhs. (Pres. Med.. París 1Q24, núm, 65, pág. 675.) Prosiguiendo los trabajos tan interesantes iniciados por D. Bardet (Bull. Gen. lerap., abril 1921), continuados por Cerne (Tesis de París, 1923), y, sobre todo, en colaboración con L. Cieisz (Bull. Société Obst. et Ginecol., 10 diciembre 1923), utilizando el somnífeno por vía endovenosa para obtener el parto indoloro, trabajos cuyos resultados han sido confirmados por las comunicaciones de P. Delmas, De Ronville, Riss, Dujal, Madon, Boume, Clement, etc. (Bull. Soc. Obst. et Gynecol. números 4 y 5, 1924), R. Perlis, en e! servicio de P. Fredet, en el Hospital de la Pitié, ha utilizado este mismo procedimiento para obtener la anestesia general con resultados alentadores (Bidl. Soc. Nationale de Chirurgie, París 25 junio 1924). El presente trabajo detalla perfectamente la cuestión. Se puede, en efecto, con el somnífeno, obtener la anestesia obstétrica, conservando los reflejos, a fin de permitir que el acto fisiológico se realice normalmente, pero suprimiendo únicamente el dolor. En Cirugía, este medicamento permite, igualmente, obtener la anestesia general completa, suprimiendo tan sólo los reflejos y las defensas musculares. En Obstetricia, lo mismo que en Cirugía, no parece existir contraindicaciones al empleo del somnífeno, puesto que, según lo»trabajos, muy minuciosos, de P. Fredet, este producto está casi desprovisto de toxicidad. Puede ser utilizado lo mismo en las primíparas que en las multíparas. Comenzado el trabajo del parto, éste continúa normalmente, el tiempo de dilatación se acorta y el de expulsión frecuente-

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mente suele acelerarse; >amás se han observado efectos nocivos en la madre ni en el feto. Las mujeres que han parido bajo el efecto del somnífeno quedan encantadas del procedimiento y resueltas a no parir de otro modo. I.a técnica es muy sencilla. Se trata de inyectar lentamente (dos a tres tninutos), en una vena del pliegue del codo, una dosis que varía entre 6 y 9 c. c. (según el peso y el estado general de la parturiente), hasta que se obtenga el sueño; éste dura de tres a cinco horas. A veces, en el momento de la expulsión, la mujer adquiere un estado de semi-Gonciencia, pero permanece tranquila hasta la terminación completa del trabajo. Es fácil sacarla de este sueño, o más bien de esta somnolencia, que dura de doce a veinticuatro horas; en este período es necesario invitarla a beber, a tomar alimento, a orinar, lo que realiza voluntariamente. Para obtener la anestesia quirúrgica la técnica es la misma. A veces es conveniente practicar, una media hora antes, una inyección de scopolamina-morfína, de morfina sola o de pantopón. La inyección del somnífeno debe practicarse siempre del mismo modo; es decir, muy lentamente (de dos a tres minutos). Las dosis Varían de 5 a 10 centímetros cúbicos, según el peso, la edad y el estado general de I sujeto. La anestesia dura, por lo menos, tres horas, tiempo sufíciente para cualquier intervención. Terminada la operación, los enfermos continúan durmiendo un sueño tranquilo, durante el cual se les debe liamar para hacerles orinar, beber, darles alimento, etc. Desde luego resaltan algunos hechos interesantes. Es el primero, el de que la inyección de somnífeno «Roche» permite al cirujano operar sin ayuda alguna, en caso de necesidad. Por otra parte, todo vapor tóxico o inflamable se suprime completamente. Como los enfermos no vomitan jamás, se les puede dar de beber y comer, obviando los inconvenientes de la sed y de la acidosis. Además, parece bien demostrado que no hay que temer síncope ni acción nociva alguna sobre los pulmones, el hígado o los riflones. En sunla: parece ser que it trata de un nuevo método de anestesia inofensivo, de técnica sencilla, de segura eficacia, muy bien aceptado,

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y aun reclamado, por los enfermos, sobre todo por las parturientes. Tales hechos constituyen un progreso indudable en los procedimien> tos de anestesia utilizados hasta el día, por lo que merece ser ensayado en más larga escala. SIFILIOGRAFÍA Nueva terapéutica preventiva y curativa de la sifilis, por el doctor C. Maturana Vargas. (Trabajo publicado en La Clínica, Barcelona 1924.) CONCLUSIONES.

a) El stovarsol, según se desprende de los estudios experimentales, debe abandonarse, porque aun suponiéndole de eficacia profiláctica, puede ocasionar trastornos de orden tóxico por ser irregular su absorción y eliminación. b) El treparsol como medicación peros es de resultados no igualados hasta el presente por dicha vía. Su acción antisifilftica c^ parecida a la de los salvasanes, con la ventaja de no exigir ninguna técnica especializada su administración, y no estar contraindicado aun en los casos de arseno-intolerancía. c) Habiendo ensayado múltiples veces el treparsol en la estación profiláctica del regimiento Infantería Asia, núm. 55, entre soldados pertenecientes al mismo que tuvieron relaciones sexuales con mujeres públicas y sospechous, nunca se presentó ningún caso de sífilis, lo que cabe pensar es, igualmente, una medicación de profilaxia segura. 4) Inclinándose, la mayoría de sifiliógrafos, a una terapéutica mixta arseno-mercurial o arseno-bismútica, no hay inconveniente en simultanear el treparsol con sales de Bi. TERAPÉUTICA Contrilwdóa al cataiUo dd Isopropyl-propenyl-barblturato de anidopyrina (AnonaOf como madicaaiciito aaalgéaico, por el Dr. Rene Petiteau. (Tesis de la Facultad áe Medicina de Lyon, 1924.)

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Una preocupación constante domina el ejercicio de la Medicina: la lucha contra el dolor. En efecto: la terapéutica ptfnt hoy a nuestra disposición buen número de analgésicos y de hipnóticos, más o menos manejables, más o menos tóxicos. Hasta el presente, sin embargo, no poseíamos un medicamento capaz, al mismo tiempo, de suprimir el elemento dolor, y, progresivamente, procurtr la calma y determinar el sueño. El «AHonal» presenta propiedades analgésicas, en cierto modo específicas (amidopirina), combinadas y completadas por la acción sedante e hipnótica del ácido isopropil-propenil-barbitúrico. Tenemos, por lo tanto, en el «Allonal», un analgésico reforzado. Como lo ha hecho observar M. Petiteau, que ha estudiado detenidamente este producto, no solamente en clientela particular, sino en los Hospitales de Lyon, particularmente en el servicio del profesor Tellier, el sueño determinado por ef «Allonal» es idéntico al fisiológico, y va seguido de un despertar normal, sin laxitud ni cefalea. Por otra parte, el < Allonal > no es tóxico a dosis terapéuticas; no ^produce ningún fenómeno de acumulación; no ejerce malos efectos sobre el corazón, los rilíones, los pulmones. En cambio, su acción es poderosa, y en determinados casos, ha podido sustituir a los opiáceos, cuyos inconvenientes no presenta. Muy activo, fácil de tomar, siempre bien tolerado, aún por los estómagos más delicados, los comprimidos de f Allonal» (de 1 a 3 comprimidos al día) dan excelentes resultados en los dolores de cualquier * origen que sean, aun en los causados por lesiones orgánicas profun' das, lo mismo que en las neuralgias de cualquier naturaleza (dientes, stnus, oídos, nervio facial, trigémino, braquial, ciático, plexo solar, cólicos hepáticos, nefríticos, intestinales, génito-urinarios, reumáticos, etcétera). Este «analgésico reforzado» parece llfmado a reemplazar, en todos las algias, los medicamentos utilizados hasta hoy, que no presentan, como éste, la triple acción analgésica, sedante e hipnótica, sin efectos nocivos sobre el tubo digestivo.

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Ciego de nacimiento operadocon éxito a los veintinueve años (1), por el Dr. Horacio Ferrer, Coronel Jefe de Sanidad del Ejército. El paciente que tengo la suerte de traer hoy ante ustedes es un caso clínico desde muchos puntos de vista interesante. Trátase de un hombre nacido ciego, por cataratas congénitas, que he operado recientemente, próximo a cumplir los treinta años de edad, logrando establecer en él la función visual. Las intervenciones quirúrgicas por causa de catarata congénita no son precisamente frecuentes, pero tampoco pueden considerarse como raras, pues no hay oculista que no haya tenido que tratar algunos pacientes de esta índole, ya por extracción, ya por discisión, pero casi siempre se trata de niños de temprana edad, la mayor parte de los cuales ven lo suñciente para tener concepto de las formas, y en otras ocasiones en que los sujetos operados estaban completamente ciegos, su corta edad o su atraso mental no les han permitido transmitir bien las impresiones que experimentaron al adquirir la vista. Cheselden, en 1728, fué el primero en publicar una observación sobre un ciego operado, cuyo desarrollo intelectual le permitió dar a conocer posteriormente las distintas emociones experimentadas al ponerse en contacto con el mundo exterior por medio de la vista. Luego se publicaron los traj>ajos de Ware, Honse, Franz, Wardrop y Trichinette, citados por Helmoltz y por Wibrand y más tarde los de Du* four, Dor, Stafford, Ouepin de Nantes, Santos Fernández y otros refiriéndose casi todos a niños. Los ciegos por catarata congénita que han sido operados ya adultos son excepcionalmente raros; en toda la literatura médica que hemos consultado, sólo encontramos dos casos, el de Stafford, 1843 y el de Dufour en 1876, de manera que mi operado Antonio Cruz vendría a ser el tercer caso publicado en el mundo, de adulto ciego por catarata congénita, que adquiera la función visual por una operación, y tiene de notable sobre los otros dos que en él la operación ha sido la (1) Tritejo Mdo rn la Sodedad d« EitadkM CUniccx d( la Hibina,el 21 de agoito de 1924.

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más tardía; en efecto, el paciente de Dufour tenía veinte años, el de Stafford veinticinco y el mío, habiendo nacido el 3 de agosto de 1894 y operado el 4 de junio del año actual, tenía cuando se practicó la operación, veintinueve años, diez meses y un día, de manera que establecería un nuevo record mundial desde este punto de vista. Conozco, desde luego el interesantísimo relato publicado por Wardropen 1826 y reproducido por Helmoltz en su «Óptica Fisiológica», referente a una dama inglesa qoe vio por vez primera a ios cuarenta y seis años, pero en este caso no se trataba de una catarat congénita sino de una seclusión pupilar y la ^ peración practicada fué una iridectomía. Con los progresos de la oftalmología y su extensión por todo el orbe y con la facilidad de los medios de comunicación, cada día se hace más raro encontrar un caso de catarata congénita que llegue a la pubertad sin haber sido operado, porque es siempre fácil consultar a iln oculista y ya no hay cirujano que no sea partidario de la intervención precoz.

Pasemos a relatar la historia clínica de nuestro enfermo. Durante mi estancia en la ciudad de Camagüey, a donde fui recientemente con el fín de hacer varias operaciones, se presentó en mi consulta el joven Antonio Cruz, blanco, cubano y de veintinueve años de edad, manifestándome que era ciego de nacimiento y que deseaba que yo lo examinara para saber si podría llegar a ver algún día. Un rápido examen bastó para darme cuenta cabal de su estado: se trataba de ura ceguera por catarata congénita completa, con buena leacción pupilar a la Juz, en ambos ojos; éstos estaban mal desarrollados, con córneas de pequeño diámetro, y un nistagmus oscilatorio los mantenía en constante movimiento. El paciente no tenía el menor recuerdo de haber visto jamás, habiendo solamente percepción luminosa y apreciación de los colores azul, rojo, verde y amarillo cuando la superficie coloreada era por lo menos de 60 u 80 centímetros cuadrados, cuando el color era intenso y lo examinaban a 6 u 8 centímetros de los ojos, a la luz fuerte; aún así se confundía frecuentemente. Dis-

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tintas pruebas para reconocer otros colores resultaron infructuosas. La percepción de sombra era algo inferior a la que puede apreciar un vidente con los ojos cerrados. Propuse la operación del ojo derecho y aceptada por el enfermo lo operé el día 4 de junio en la Clínica Agamonte, de Camagúey; mas tarde lo traje a la Habana y el 6 de julio lo operé en la «Clínica Bustamante» del ojo izquierdo y el 25 del mismo mes hice la discisión de la secundaria en ambos ojos. De;de luego que tratándose de un hombre de aquella edad me decidí por la extracción del cristalino, la que practiqué con iridectomía. El acto operatorio no tuvo interés especial si se exceptúa la imposibilidad da obtener posiciones determinadas de los^ojos en los distintos tiempos, pues era inútil solicitar que mirara hacia abajo, a la izquierda, etcétera; como nunca había visto le era imposible dirigir los ojos hacia un lugar determinado; por otra parte el nislagmus, manteniendo al ojo en un movimiento continuo, obligaba a proceder con cautela. Sin pérdN da de vitreo extraje un cristalino aplastado, en forma de galleta, de 9 milímetros de diámetro y dos de eje antero-posterior. El paciente se sintió en seguida deslumbrado por una iluminación azul muy intensa que se hacía insoportable. Apliqué atropina y ocluí ambos ojos. Tres días dcfpués hago la primera cura, y aunque la luz deslumbraba al paciente, pude observar la pupila bien limpia y la cicatriz firme. Al terminar este examen el enfermo ríe alegre y nerviosamente y luego llora. Le cierro los ojos, le tranquilizo y le interrogo por la causa de su excitación. Al principio permanece en silencio, pero luego me dijo: ¡Doctor... estoy viendoly dtípués de un silencio agrega: en medio de lo azul he visto al^o más azul todavía que me parecía moverse: yo creo que era su mano. En efecto, Antonio Cruz, por vez primera en su vida habla visto algo que st movía y lo que vio era efectivamente la mano que le entreabría los párpados, lo que pudo deducir porque la veía y sentía a un tiempo. Oduí los ojos y lo curé de nuevo el quinto y sexto días en que nuevu crisis de riu y aflicción me confirmaban que la visión se estaba estableciendo. El séptimo día, después de tranquilizarlo bien y limpian los ojos exteriormeate, se los abrí; los ojos daban vueltas en las órbitas sin detenerse en ninguna posición. ¿Qué

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ves, le pregunté:—7ofifo azul, fué su contestación.—¿Y no puedes apreciar ningún objeto a tu alrededor?—Mnfu/io.—Coloqué una mano a 30 centímetros de sus ojos y la moví de un lad«r a otro; el paciente pareció asustado y me dijo:—¡£iío>' viendol—¿Qué cosa ves? Permaneció en silencio. Pero a interrogatorios repetidos contestó:— ¿Será su mano? Es lo mismo que he visto en las curas anteriores.— Traté de que contara los dedos, pero le fué imposible: pudo no obstante apreciar si abría o cerraba la mano y al llevarla a un lado u otro trataba de seguirla con la mirada, pero haciendo verdaderos esfuerzos para poder llevar sus ojos en una dirección determinada sin conseguirlo. A los ocho días de operado la mano era vista claranMiite y contaba los dedos con precisión, aunque los veía siempre moviéndose por efecto del nistagmus. Hasta el noveno día no quise hacer pruebas más conclwyentes. Fué entonces cuando, estando sentado en una silla, le quüé la venda ea presencia de algunos amigos. A mi orden abrió los ojos, siempre agitados en la^ órbitas, y quedó en silencto. —Y ahora ¿qué ves? —Todo azul. —¿No ves las personas y los objetos que están en la habitación? El enfermo principió a reírse nerviosamente, cotno veces anteriores; lo calmé, le cerré los ojos y luego volví a comenzar; cotonees reconoció fácilmente mi mano puesta delante de él, y contaba los dedos a 60 ccnlíiuetros de distancia, con tal facilidad, que era imposible esgaiarle. Tomé una bandera cubana y !a coloqué delante de él, inierrogándole. Después de dudas y vacilaciones dijo: —Esto aquí es punzó... no sé.,, no puedo... y esto es azul...¿ts la bandera? Dt esta nanera puede decirse, no que «reconoció», sino «dedujo* qué era lo que tenía aate sus ojos. Seguidamente le fueron presentados distintos objetos: tijeras, sombreros, maletas, vasos, etc.; no pudo reconocer ninguno por la vista. — Veo que tiene usted en la mano un objeto de esta ferma...-~y hacía un trazado con el dedo en el espacio—;pero no sé ¡o que será—; luego que los reconocía por el tacto, éxclnmaba satisfecho: —fAh, si es tal cosa/—y lo observaba con gran cairiosidad. Le hice observar la cara de una mujer, y la expresión de su rostro fué de asombro, ün distinguido escritor que estaba presente, haciendo uso TOMO LII.-II.

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de un poco de fantasía, puso más tarde, en labios de Antonio Cruz, frases de galantería y admiración al contemplar la primer mujer; pero si esa fué su expresión traducida por un poeta, un clínico la traduciría mejor por la impresión de miedo, como ya lo demostraremos después. Luego paseó el enfermo su mirada por toda la habitación, sin que lograran atraer su atención las personas y objetos que allí había, hasta que fijándola en el fondo de la habitación, a cinco metros de él, dijo: —Aquí veo algo... me parece un armario. Era una puerta cerrada, y fué el primer objeto que en estado de quietud, y sin que lo invitáramos a mirarle, se grabó en su retina y despertó en el centro cortical cerebral la impresión sensorial. Al presentarle ese día algunos estambres de colores, reconoció bien los rojos, azules, verdes y negros. Al siguiente día, décimo de la operación, aprovechando que la luz solar no era muy intensa, quise darle una sorpresa a mi operado, y después de descubrir sus ojos lo lleve a la ventana de mi consultorio, simada en un segundo piso, dando para la calle. Yo me había llegado a figurar que la vista de la calle, las casas, árboles, etc., le impresionarían, pero su rostro demostró absoluta impavidez. Las imágenes de las casas situadas frente a él se dibujaban físicamente en su retina, pero su cerebro no las percibía. Ciertamente, los videntes reconocemos instantáneamente los objetos que se presentan a nuestra vista por el rico arsenal de memoria de imágenes visuales que acumulamos en los primeros años; pero el panorama visto desde la ventana no despertaba ningún recuerdo visual a mi operado, y por tanto, no lo veía, Durante este díf y los tres subsiguientes seguí practicando con él, haciendo ejercicios que siempre daban el mismo resultado; veía los objetos que se le mostraban sin reconocerlos; mas una vez que los palpaba y los miraba atentamente, como si quisiera asociar en su cerebro las impresiones táctiles y visuales, ya no se le olvidaban más, los reconocía de nuevo cada vez que se le volvían a presentar, y tenía gran placer en demostrarlo. Era ahora necesario enseñarle a reconocer ios objetos uno a uno. Entre los pocos operadores qne han logrado recoger observado-

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nes en un caso clínico semejante al que trato, algunos afirman que el concepto de las figuras geométricas no existe en estos pacientes; es decir, que como ya habían sostenido, por deducciones teóricas, fisiólogos como Molynense, Locke y Jurin, un ciego de nacimiento, hecho vidente, no podría distinguir un cubo de una esfera. Así resultó, por ejemplo, con el paciente de Dufour; con el nuestro no pudimos dilucidar este extremo de una manera satisfactoria; pero, evidentemente, él tenía concepto de las figuras geométricas cuando éstas estaban representadas por objetos de gran tamaño; al observar la bandera nacional por primera vez, el décimo día de la operación, no pudo distinguir la forma triangular del campo rojo ni la estrella que está en el centro; pero, no obstante, creyó que una puerta era un armario «porque era cuadrada», y al presentársele objetos de gran tamaño, cuadrados o redondos, aunque no los conociera, expresaba su forma con palabras y trazados en el espacio. Creo posible que hubiera reconocido, igualmente, figuras más pequeñas de no haber sido por el nistagmus y la afaquia, que originaban en su retina imágenes borrosas. El tamaño de los objetos era una de las cosas que más le confundían al principio; le mostré una maleta y la tomó por un libro, y otras veces objetos pequeños eran confundidos con otros de figura parecida, pero grandes (mayor fué la confusión del operado Raehlmenn, que tomó un botellón de 10 litros por un caballo). Un mismo objeto le parecía tanto más grande cuanto más de cerca lo veía. Para él el tamaño dependía sólo del ángulo visual, bajo el cual eran vistos los objetos. Cuando lo llevé al Malecón y sus ojos se fijaron en el Castillo del Morro, me dijo: —Allí veo como una casita que tiene es ¡apunta algo asi... parado .—Yo tomé mi pluma de fuente, se la enseñé diciéndole lo que era, la coloqué frente a sus ojos de manera que ella y el Castillo fueran vistos bajo un mismo ángulo visual, y le pregunté: —¿Qué cosa será más grande esta pluma o aquella columnita que ves al fondo? Y contestó sin titubear: —Las dos cosas son del mismo /ama/Io.—Acerqué más la pluma a sus ojos para que fuera vista bajo mayor ángulo visual, y le dije: —¿Estás seguro de que son iguales?— Se fijó atentamente en las dos imágenes situadas en el mismo plano, y

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respondió: —Ahora la pluma me parece mayor.—Lt pluma que yo le mostraba tenía Ib centímetros de longitud, y el objeto que servia de comparación era la torre de la farola de Cl Morro, que tiene 45 metros de altura. La relación entre las dimensiones de las imágenes táctiles y las imágenes visuales le confundían sobremanera, y en los primeros ensayos se sorprendía de que los objetos fueran mucho más grandes que lo que él se los imaginaba, y me decía: —¡Qtiif largos son mis dedos^.; cierro los ojos, los toco y me parecen lf[ual a como yo los crekt; pero abio los ojos, y de repente me parece que toda mi mano crece.—La misma impresión le producía cualquier objeto que fuera familiar y que observara de cerca, y el paciente no salía de su asombro repitiendo estas ex|}eriencias. Según él me decía, tratando de ser lo más exacto posible a instancia mfa, los objetos que él examinaba en sus manos le paredan tres veces más grandes mirándolos que tocándolos. Hoy, pasados ya dos meses de la operación, las imágenes visuales le parecen algo más pequeñas que al principio, pero siguen siendo más grandes que lo que el tacto le había enseñado. La apreciación de las distancias por medio de la vista era al principio imposible; al invitarlo a tomar alguna cosa que le mostrábamos, Ueraba sus manos inmediatamente delante de sus o)os, creyéndola en •quel lugar, pues era incapaz de proyectar más hacia afuera las imáfcnes que se pintaban en su retina. Este fenómeno duró pocas semanat, y el concepto de la distancia se desarrolló rápidamente cuando principió a usar espquelos coriectores, y pudo hacer uso de los líos ojos. Ya he dicho la débil idea que tenía Antonio Cruz de los colores azul, rojo y verde; en las primeras prácticas que tuvo demostró gran interés en conocer todos los oolores y sus variantes, y esto pareda prodvdrle imenso piacer, al extremo que aún hoy, cada vez que habla de un objeto, expresa, indispensablemente, el color que tiene, aunque por el sentido de la conversadón esto sea innecesario. Se muestra admirado de la variedad inmensa que existe de los colores, y esto ha «do ana de las mayores sorpresas que ha recibido al adquirir la vista.

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Uno de los más legítimos goces de la vida, el concepto de la belleza proporcionado por la función visual, no existía en absoluto en mi operado en tos primeros días; fué estableciéndole con ia apreciación de los colores, y luego de manera mucho más lenta, en relación con las formas. Durante las primeras semanas todas las cosas le producían sorpresa o curiosidad, pero no celebró nada, ni la cara de una mujer, ni un paisaje, ni el bello cíelo azul que estaba sobre su cabeza. Cuando le hice venir a la Habana para operar el otro ojo, me arreglé de manera que llegara de noche, y lo fui a esperar a la estación para recoger mejor todas sus impresiones. Al siguiente día, una espléndida mañana, lo llevé en automóvil hasta el Malecón con los ojos cerrados, lo paré frente al muro y lo invité a abrir los ojos y a mirar lo que tenía delante. Antonio no había salido jamás de su ciudad natal, por tanto, nunca había estado cerca del mar; no obstante, al contemplarlo, me dijo: —tsto tiene que ser el mar.—Demostró interés en un barco, que pasaba; observó con curiosidad el juego de pequeñas olas que se rompían en los arrecifes; se extrañó de no ver en el agua los tiburones de que había oído hablar; pero el encantador panorama que desde allí se aprecia, parecía no despertar ninguna idea de belleza en su cerebro, y apartando la vista de aquel espléndido cuadro, y mirando hacia el Prado, demostraba verdadero gozo en señalar cosas para nosotros insignificantes, y así decía: —AUi va volando unpapelito blanco; alli otro azul; ese hombre le saludó quitándose el sombrero; aquella mujer lleva un niño rabio en las brazos; ese hombre va vestido con saco azul y pantalón blanco, etc.—En un cerebro infantil desde el punto de vista de la apreciación de las impresiones producidas por las imágenes visuales. Los objetos animados produjeron en él las más intensas de todas sus impresiones, particularmente el rostro humano cuando gesticu» laba al hablar. Durante los primeros dfas^noté el efecto que le producía mirar una cara, pero se negaba a explicarme ese efecto, diciendo sólo que era muy distinto a lo que él creía y a lo que el tacto le había enseñado. Más adelante me explicó que jamás se había imaginado los movimientos que hacemos al hablar y que durante varias sema-

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ñas la impresión que sentía cuando veía un rostro gesticulando era la del miedo. Es fácil darse cuenta de que así fuera, con pensar que veía cabezas tres veces más grandes de lo que él imaginaba animadas de movimientos tres veces mayores de lo que son en realidad y de los cuales él no tenía idea previa. Al segundo día de tener los ojos descubiertos, ese temor producido por los objetos animados lo llevó a huir de una paloma casera que venía caminando hacia él, creyendo que se trataba de algo sobrenatural. Otro aspecto interesante de este paciente nos lo ofrecen sus sueños. Antes de ser operado sonaba poco y en sus sueños solamente figuraban impresiones auditivas y táctiles; oía hablar a sus amigos, escuchaba una canción, reconocía su perro, su bastón o su caballo que le parecía tocar con sus manos y algunas ocasiones en que soñaba estaba viendo; el mundo exterior se le presentaba poblado de sombras uniformes y amorfas, semejantes a las que él apreciaba cuando mirando de frente un foco intensamente luminoso, interponía entre éste y sus ojos una mano. El primer sueño que tuvo en que figuraron imágenes visuales fué a los treinta y dos días de la primera operación y en él sólo se produjo la figura de un niño de pantalones cortos que días antes le había llamado la atención. Las circunstancias que han mediado en este caso, entre las que figuran el haber tenido oportunidad de haberle seguido de cerca durante muchas semanas y el tratarse de un hombre de inteligencia despierta, a pesar de no haber sido cultivada por su falta de vista y su pobreza, me han permitido hacer sobre él gran número de observaciones, además de las que dejo expuestas y que no relato por no hacer demasiado largo este informe, pero no puedo dejar de referir su primera impresión delante de un espejo. Siendo Antonio un joven muy pobre, en los días siguientes a la primera operación que pasó en su casa, sólo había tenido oportunidad de ver un espejo de mano, del tamaño de un peso, que no pudo moverle interés. La mañana siguiente de traerlo a la Habana, en mi casa, y después de corregir su afaquia con un vidrio de 9 dioptrías, lo

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llevé delante de un gran espejo, perfectamente iluminado, con el pretexto de que un amigo le quería saludar; al ver su imagen claramente reproducida, Antonio saludó cortésmente y estableció con ella un soliloquio interesantísimo, tomándola por un familiar, bromeando alegremente y pidiéndole que en lugar de reírse tanto le dijera sólo dos palabras para reconocerlo; luego le pidió que le diera la mano para ver.5i así, por el tacto, lo conocía, y al notar que la imagen aparentemente extendía la mano izquierda se rió estrepitosamente del supuesto amigo, pidiéndole que le diera la derecha. En este momento le interrumpí, diciéndole: ¿Tedas por vencido? Pues bien, lo que estás viendo es tu propia imagen, estás delante de un espejo. La impresión fué de lo más intensa que le he visto experimentar, miró asombrado, palideció como si fuera a sufrir un síncope, y después de un silencio profundo balbuceó: —¡Alabado sea Dios!¡Esto ni lo había imaginado, ni lo comprendo! Antes de terminar, deseo dejar constancia de la investigación que hice en Antonio Cruz del «sentido de los obstáculos» aceptado por muchos escritores como indiscutible en el hombre, particularmente en los ciegos de nacimiento, desde que Diderot, en 1749, se empeñó en demostrar su existencia, criterio que ha sido sostenido con gran autoridad por Hanks, Levy, Javal y William james, localizando a la altura de la frente el llamado sexto sentido de los ciegos. Kuns pretendió, y su opinión ha sido luego muy repetida, que el ciego se daba cuenta de los obstáculos por la diferencia de la compresión del aire entre el sujeto y los objetos. Crogine lo atribuyó a las impresiones térmicas, Truskell al atento uso del oído. James a la sensación táctil del oído, más que a la apreciación de los sonidos, y otros autores a sensaciones especiales trasmitidas por filetes nerviosos del quinto par. De las investigaciones hechas con mi operado, deduzco que en el hombre no existe localización alguna del «sentido de los obstáculos», y que si efectivamente los ciegos frecuentemente se dan cuenta de la proximidad de las personas, animales y objetos de distinta naturaleza, lo hacen no a virtud del desarrollo de un sentido especial, sino como consecuencia de delicadas apreciaciones,

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muy atentamente ejercitadas, de un conjunto de impresiones sumi< nistradas por el oído, el tacto, el olfato y las variaciones térmicas que le permiten llegar a conclusioneb a veces sorprendentes. Así Antonio Cruz se daba cuenta por el olfato de la presencia de un automóvil parado, de un caballo, un perro, de un ser humano, pudiendo decir en este caso si era hombre o mujer y en muchas ocasiones determinar con exactitud la persona que tenía delante. El oído le permitía formar juicios más rápidos; no solamente se daba cuenta de la presencia de animales y objetos por la apreciación de ruidos en que los videntes no fijamos habitualmente nuestra atención, sino que deducía la distancia a que se encontraba, y por la voz, los pasos y la manera de reír conocía miles de personas. El sentido del tacto, admirablemente educado, le permitía formar juicios sorprendentes de las cosas sin palparlas, bastando a veces tocarlas ligeramente y él refiere que por las impresiones térmicas y apredadas con toda piel, particularmente con la de las manos y la cara, se daba cuenta muchas veces del lugar en que se encontraba y hasta de las horas del día y de la noche. ¿Cuál será el porvenir que aguarde a nuestro operado? Desde el punto de vista de la función visual el éxito ha sido completo; no sólo he logrado que vea con los dos ojos separadamente, sino que ya se ha establecido en él la visión binocular y el intenso nistagmus, que tanto molestaba al principio, había desaparecido totalmente a las seis semanas de la primera operación. La agudeza visual alcanza hoy a 1/10 en cada ojo y sigue mejorando cada vez más; de cerca alcanza a ver los caracteres número 7 de la escala de Jaegar, y la visión, que era al principio exclusivamente central, ahora es también periférica. El buen resultado óptico obtenido y el afán del paciente de cultivar su clara inteligencia, hacen presagiar que la operación servirá para algo más que para que se encuentre encantado del nuevo mundo en que dice vivir. En cuanto a mí personalmente, me siento muy satisfecho de haber disipado en él las tinieblas que durante treinta años lo rodeaban, dando a las ciencias médicas una observación intereunte, a la sociedad un hombre útil y a la patria un ciudadano más. (Revista de Medicina y Cingla de la Habana, 25 de julio de 1924.)

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BIBLIOGF;AFÍñ Maaiial de Fiaica Médica, por el Dr. A. Broca (Biblioteca del Doctorado en Medicina de los Sres. Giibert y Fournier.) Editorial Salvat. Barcelona, 1923. Cuando en los años juveniles cursábamos el Preparatorio de Medicina jcuánto no hubiésemos dado por la Física Médica del doctor Broca! Cuando nuestros asombrados ojos vagaban errantes por aquel conglomerado de fórmulas algebraicas, de ecuaciones de primero y segundo grado, de raíces cuadradas y cúbicas, mientras nuestro cerebro se deslazaba pensando en qué podría sernos útiles, frente a un enfermo, toda aquella física matemática más propia de la carrera de Ciencias (a que pertenecía) que de la médica ¡cuánto hubiésemos agradecido tener a mano la Física que hoy comentamos! Física aplicada a la Medicina: he aquí el desiderátum de lo que debe corregirse a los alumnos que van a comenzar los estudios de esta Facultad. El Dr. Bro'ca ha logrado un bello ideal: hacer práctico el estudio de tan ardua materia y haoerio agradable y sencillo. Nosotros le felicitamos por ello y los nuevos alumnos del Preparatorio se lo agradecerán.

Fisioterapia. Electroterapia, por el Dr. Tomás Nogkr. Tomo IV de la Biblioteca de Terapéutica de los Dres. Oiibert y Camot. Editorial Salvat Barcelona, 1921. El médico que quieía saber lo que concierne a lá Electricidad ca su relación y aplicaciones a la Medicina; ei práctico que quiera instituir un tratamíeato eléctrico sobre una base científica y cierta, ha de leer las páginas de este libro del Dr. Nogier.

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El tomo IV de la Biblioteca de los Dres. Qilbert y Carnot, es eminentemente pedagógico. Instituido sobre un criterio amplio de enseñanza, procura inculcar los principios generales, las leyes más elementales, de una manera sencilla y clara. Las comparaciones con la Hidráulica están hechas de una manera tan afortunada que en seguida puede uno darse cuenta de lo que se nos quiere explicar. Las partes destinadas a Electrofisiologia, Electrodiagnóstico y Electroterapia, son asimismo modelo de dicción y erudición. El libro, muv bien ilustrado e impreso según costumbre de la Editorial Salvat.

Fisioterapia (Mecanoterapia. Hidroterapia), por los Dres. Fraikin, G. de Cardenal, Constensoux, lissié, Delagenlere y Pariset. Tomo Vil de la Biblioteca de Terapéutica de los Profesores Qilbert y Carnot. Salvat y Compañía, editores. Barcelona. Muchos de los enfermos se ven privados de los éxitos del tratamiento mecanoterápico debiJ.o al desconocimiento de este importante agente de curaciones. Estos complicados y costosos aparatos de uso muy restringido no pueden entrar en el dominio del práctico; pero es necesario que éste los conozca y comprenda para remitir sus enfermos al especialista c> al Instituto adecuado y puedan aquéllos beneficiarse de la terapéutica debida a Zauder. A subsanar este desconocimiento viene la primera parte del presente libro. A veces es el práctico consultado sobre las ventajas e inconvenientes de tal o cual juego, de tal o cual deporte. En verdad que en muchos casos la respuesta es un poco ambigua o algo al tan tun. Unas veces por falta de fijeza en el asunto; otras, por desconocimiento absoluto de lo que se nos preguntaba. El incremento sucesivo que van adquiriendo los deportes en la vida corriente, han precisado un estudio sobre su modo fisiológico de desarrollarse y hasta su empleo terapéutico. La segunda parte del

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lomo citado analiza ios juegos deportivos bajo el punto de vista médico y ve sus efectos beneficiosos o sus malos resultados. Una extensa y última parte está dedicada a la Hidroterapia. Muy buenos libros hay dedicados a esta terapéutica, entre ellos españoles, los más interesantes para nosotros, pero los preceptos generales, las líneas de conducta a seguir, ios principios de la terapia por el agua, deben ser leídas en este tomo Vil de la Terapéutica de los Dres. Oilbert y Carnot, donde el Dr. Pariset expone magistralmenle todo cuanto se relaciona con log medios hidroterápicos en su aplicación a las enfermedades. Y aun cuando no forma parte de la Hidroterapia, también están citadas la Termoterapia y la Aeroterapia. El libro, como sus congéneres, bien presentado e impreso. J. MUT.

Patología Interna. Enfermedades del sistema nervioso (cerebro, cerebelo, meninges, pedúnculos cerebrales, tubérculos, cuadrigéminos, protuberancia, bulbo), por el Dr. Enrique Claude. De la Biblioteca del Doctorado en Medicina, bajo la dirección de A. Gilbet y L Founier (Barcelona. Casa editorial P. Salvat. Mallorca, 41 a 49). Con la misma excelente impresión que los tomos anteriores, aparece en castellano, este bien comprendido compendio de Patología nerviosa, puesto al día por el distinguido Prof. de la Facultad de Medicina de París Dr. E. Claude. Limitado a dar un resumen bien hecho de las afecciones más conocidas y extensamente descritas en otras obras, estudia con mayor deteninliento las modernas adquisiciones, los hechos nuevos con que los recientes trabajos han enriquecido la Neuropatologta actual, una de las ramas de la Medicina que han tomado mayor incremento en estos últimos quince o veinte años. La obra está concebida y expuesta con arreglo a un plan metódico, racional y muy práctico: Todo el compendio está dividido en dos

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partes: 1." Patología general del sistema nervioso. 2." Patología especial. En la primera se estudian, en una vista de conjunto, los factores etiológicos y patogénicos, la naturaleza de las lesiones más importantes y su mecanismo, y los principales trastornos funcionales. La segunda parte comprende las enfermedades del encéfalo, mesencéfalo médula, meninges, músculos y nervios; también se estudian las neurosis, psiconeurosis y otras afecciones todavía mal clasificadas. En suma, un éxito más que añadir a la «Biblioteca del Doctorado en Medicina» que viene publicando la acreditada Casa P. Salvat, de Barcelona.

La bacteria de la tuberculosis, por f Joaquín Ravetllat y R. Pía y Armengol (Publicaciones del Instituto Ravetllat-Pla, núm. 21). Los autores sostienen que la bacteria de la tuberculosis, prescindiendo de las rarísimas excepciones que representan las formas filamentosas y ramiñcadas que aparecen en ciertas condiciones en los cultivos artificiales.y de las filamentosas y actinomicósicas que aparecen en organismos mis o menos refractarios a la variedad de bacteria tuberculosa que se les inocula (bacilos humanos para los bóvidos o viceversa, aviares para los mamíferos, etc.), se presenta en el organismo tuberculoso o sea en el virus natural, bajo tres formas diferentes, que son las que influyen en la evolución del proceso morboso. Estas tres formas son: La estudiada por nosotros con el nombre de bacteria de ataque y que constituye la forma germinativa y de gran vitalidad de la bacteria. Una forma de transición a la que llamamos bacteria intermedia. El bacilo de Koch que para nosotros representa una forma de resistencia de la bacteria. Estas tres formas son reversibles entre sí y este hecho y su presencía constante en las lesiones, hace que, a pesar de sus grandes diferencias, las consideramos como diferentes estados de una sola especie bacteriana. La adopción de aspectos muy distintos en organismos

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que constituyen una sola especie bien caracterizada es un hecho frecuente, lo mismo en organismos inferiores, hematozoario que en otros ya bastante diferenciados: insectos, gusano de seda y hasta en otros ya muy adelantado?, como la rana. Para nosotros, pues, la bacteria de la tuberculosis constituye una sola especie, que, según las condiciones en que vive adopta formas diferentes y catia una de estas formas tiene una biología especial y una acción propia en el desarrollo del proceso tuberculoso. Como conclusiones a este interesante trabajo, pueden considerarse los párrafos que siguen: Las observaciones y experimentos que hemos ido exponiendo en este trabajo son, a nuestro modo de ver, suficientes para que pueda considerarse como demostrado lo que sirve de fundamento a nuestra concepción bacteriológica de la tuberculosis: presencia en el virus natural y en las lesiones de tres formas bacterianas diferentes y reversibles entre sí. La constancia de los hechos y la manera de producirse es lo que obliga a creer que la bacteria de ataque, la bacteria interme4iia y ei bacilo de Koch, son formas diferentes de una misma especie bacteriana, la bacteria de la tuberculosis, formas que se adoptan según las condiciones del medio en que la bacteria vive. La bacteria de ataque es la forma de gran vitalidad, la forma germinativa. Por vivir y prolíferar en el medio ambiente, por la manera de atacar y por determinar reacciones de inmunidad se parece a las bacterias vulgares. Se encuentra en todas las lesiones inflamatorias de la tuberculosis y por los procedimientos que hemos indicado, pue> de obtenerse de todas las lesiones activas de la enfermedad. La bacteria intermedia, en el organismo, es la bacteria que encontrándose en condiciones de medio desfavorables, adopta una primera fase de resistencia adaptándose a la vida intracelular o poseyendo un principio de ácido-resistencia. Pero, como siempre que esto sucede, lo que gana en resistencia lo pierde en vitalidad y fuerza germinativa y es ya de multiplicación lenta y difícil. Se encuentra preferentemente en el pus tuberculoso. El bacilo de Koch, es la bacteria que encontrándose en condicio-

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nes de medio aún más desfavorables, sitiada, por decirlo así, en los acúmulos celulares inflamatorios (tubérculo, reacción defensiva) adopta la forma de máxima resistencia, rodeándose de una cápsula difícilmente atacable por las defensas orgánicas. Pero a esta resistencia máxima, corresponde una mayor disminución de la vitalidad y fuerza germinativa y el bacilo de Koch es una forma de vida torpe y de proliferación lenta y escasa, que, biopatogénicamente, se comporta como los esporos. Se encuentra preferentemente en el interior de los tubérculos. Esta concepción bacteriológica de la tuberculosis permite explicar y relacionar entre sí toda una larga serie de hechos clínicos y experimentales bien observados y que quedaban sin explicación posible con la doctrina clásica del bacilo de Koch como única forma de la bacteria de la tuberculosis. Con esta nueva bacteriología nos ha sido posible revisar y, creemos nosotros, aclarar, la patogenia de la enfermedad, y la nueva patogenia nos ha permitido orientarnos por un nuevo camino para el tratamiento especíñco, nos permrte entrever una profilaxis más eñcaz y nos aclara extraordinariamente el concepto clínico de la enfermedad. Se nos abren con esto nuevos y amplios horizontes para el estudio de una enfermedad que, siguiendo la doctrina ortodoxa basada en la concepción bacteriológica clásica, permanece desde muchos años sin avanzar en el mejor conocimiento de su patogenia y de sus manifestaciones clínicas, lo mismo queden la eficacia de su terapéutica y su profilaxis. Precisa, pues, ser heterodoxos y orientarnos por caminos nuevos. Pasteur dijo: «Cuando el hecho que se observa está en oposición con una teoría reinante, debe aceptarse el hecho y abandonar la teoría incluso cuando ésta, sostenida por grandes nombres, es generalmente adoptada.» Abandonando, apoyados por los numerosos hechos citados, la teoría clásica, vamos, pues, de acuerdo con un buen maestro.

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No estando nosotros capacitados para intervenir en cuestión tan ardua y batallona, nos limitamos a dar cuenta del trabajo de los señores Ravetllat-Pla, invitando a los especializados en estas materias para que expongan su opinión en asunto de importancia suma, de transcendencia tanta.

Tratado de Histología, por el Dr. helipe Stóhr, Catedrático de Anatomía y Director del Instituto Anatómico de Wurzburgs. Traducido de la decimonovena edición alemana, reformada y aumentada por el ür. Guillermo Von Móllendorff. Profesor de Anatomía en Friburgo de Brisgovia. Forma un tomo en cuarto mayor, tipos nuevos y claros, papel glaseado superior, de 589 páginas, con 399 figuras en el texto. (Salvat, Editores. (S. A.), 41, calle Mallorca, 49. Barcelona, 1924.) El Tratado de Histología de Stóhr-Móllendorff, es, ante todo y sobre todo, una obra esencialmente didáctica; está escrita para aprender Histología. En todo el curso de la obra se ve clara la idea dominante del orden, del método, de la claridad, de la posible brevedad en la exposición de las materias. Dentro de los numerosos métodos de técnica, se eligen siempre, con admirable precisión, los más cortos y sencillos. Los grabados reproducen con toda fidelidad las preparaciones, sin utilizar el socorrido procedimiento del dibujo. Con objeto de que todos los estudiantes puedan comprobar y repetir los trabajos, no se ha reproducido ninguna preparación que requiera el empleo de microscopios con objetivos fuertes. En la decimonovena edición, el Dr. Móllendorff ha introducido una importante modificación: en vez de los capítulos abstractos sobre la célula, se ha elegido el óvulo como ejemplo concreto para explicar los conceptos fundamentales de la estructura morfológica de la substancia viva. Toda la obra está dividida en dos grandes capítulos: 1.° Técnica general. 2° Anatomía microscópica y técnica especial. En el primer capítulo se estudian: 1. Disposición del Laboratorio.

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2. Técnica de las preparaciones. 3. Manejo del microscopio. El segundo capítulo se divide en otros dos: 1. Histología (óvulo, tejidos): 11. Anatomía microscópica de los órganos (circulatorio, locomotor, nervioso, digestivo, etc., y órganos de los sentidos). Los esfuerzos de la Casa Salvat, de Barcelona, por darnos a conocer, en nuestro idioma, tan importantes obras, merecen ser largamente recompensados.

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