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DISCURSO DE INVESTIDURA NUEVO RECTOR UNIVERSIDAD ALBERTO HURTADO, 3 de marzo de 2016
La mayoría de edad de la UAH, la reforma educacional y las universidades jesuitas. Eduardo Silva Arévalo S.J. Agradezco la presencia de todos ustedes. La presencia de quienes nos visitan y nos acompañan en este momento significativo: de la Presidenta y de las autoridades, de los rectores y de los amigos. Ella es expresión del cariño e interés que despierta este proyecto universitario. Un proyecto de 18 juveniles años, un proyecto que ha concentrado las energías de muchos, de algunos que como Fernando Montes, estamos desde la primera hora. De otros que nos acompañaron durante un trecho del camino. De todos ustedes funcionarios, académicos y estudiantes que hoy somos parte de un sueño y una realidad que nos entusiasma, nos afecta, nos hace sufrir y trabajar. Mi primera palabra es de gratitud a todos los que lo hemos hecho posible. Cuando con justicia reconocemos en Fernando Montes al líder que nos ha conducido todos estos años, y le agradecemos su servicio, estamos en él tributando un homenaje a tantas y tantos que nos hemos desvelado por construir esta universidad. 18 años son pocos en la vida de una universidad. Sabemos que se trata de catedrales que requieren muchas décadas. Pero esos pocos años se han tejido a pulso, con mucho desgaste, con cansancio, con muchos esfuerzos cotidianos. Quisiera agradecer a los decanos, a los vicerrectores, pero en especial simbolizar mi gratitud a todos ustedes en un académico de excelencia, en un doctor en sociología, que fue sucesivamente decano, vicerrector académico y hasta el día de hoy nuestro pro-rector. Quiero agradecer a Jorge Larraín todo su aporte a la Universidad Alberto Hurtado. Pretendo compartir con ustedes tres reflexiones, que miran sucesivamente, en primer lugar, a lo que somos como fruto de esta historia de 18 años (una mirada a nuestra identidad, nuestro patrimonio y nuestro pasado). En segundo lugar una mirada sobre nuestro presente en medio de este proceso de reforma a la educación superior, que hace parte de intentos que llevan ya 50 años. En tercer lugar una mirada a lo que estamos llamados a ser como la universidad jesuita de Chile, a nuestro futuro que bebe de una tradición de 500 años. No va a ser fácil hablar en 10 minutos de los 18 años de la UAH, de los 50 años de reforma universitaria y de los 500 años de las universidades de la Compañía de Jesús.
1. Qué significa cumplir la mayoría de edad: la UAH y la libertad. Estamos contentos con estos 18 años. Cumplimos la mayoría de edad con la alegría de estar donde queríamos estar. Estamos contentos con el camino recorrido. Universidad compleja de investigación, capaz como pocas de tanta inclusión e integración, manteniendo su calidad, deseosa de aportar bienes públicos al país y dedicada a las humanidades, las ciencias sociales y la educación. Estos rasgos identitarios no solo son nuestra formulación, sino que han recibido el reconocimiento público de otros. El año pasado justamente al cumplir los 18 años, fuimos acreditados en todas las dimensiones por 5 años. Un hito muy significativo que corona la acreditación anterior y la autonomía que obtuvimos apenas cumplidos los 6 años. Una meta que está en sintonía con otras decisiones: la de participar en la PSU, incorporándonos al DEMRE hace ya varios años y recientemente de acoger las posibilidades de la gratuidad para nuestros estudiantes. Por eso a los 18 años de su fundación podemos decir con propiedad que hemos cumplido la mayoría de edad. El periodo de fundación ya ha sido realizado. Y no es casualidad entonces que podamos dejar descansar al fundador. Y en Fernando Montes, agradecer y reconocer el trabajo de todos los que estamos aquí, académicos, administrativos, alumnos y exalumnos, que también hemos sido fundadores. Quiero destacar una cosa que me parece esencial a la universidad y que simbólicamente tiene que ver con la mayoría de edad: la libertad. “Atrévete a pensar por ti mismo”, grita Kant refiriéndose justamente a la mayoría de edad que para él es la Ilustración. No estoy diciendo que recién ahora, al cumplir 18 seremos libres, lo hemos sido en toda esta historia, sino que quizás ahora mirando lo vivido, somos más conscientes de la libertad que nos ha animado y que nos demanda el futuro. Pero tenemos quizás más conciencia que en este deseo de ocuparnos tanto de lo propio de toda universidad, como de lo particular de esta universidad jesuita y de inspiración cristiana, los pasos que hemos ido dando, los hemos dado con libertad. Libremente hemos decidido complicar las cosas y ser complejos, y apostar por la investigación desde el primer minuto. Libremente hemos apostado por constituir comunidades académicas en torno a las disciplinas que nos interesan; hemos sido libres para incluir y permitir que aquí puedan entrar todos, de todos los deciles, de todas las comunas, de todos los sectores socioeconómicos. Libres para empecinarnos en que ello no debía ser motivo para bajar las exigencias y nuestra calidad académica en el pregrado. Hemos sido libres para no lucrar, y al revés, muchas veces gastamos más de lo que teníamos; libres para ocuparnos de las humanidades, de las ciencias sociales y de la educación, pues creemos que allí tenemos una ventaja comparativa, gracias a la tradición de la que bebemos.
Pero por sobre todo, queremos seguir siendo libres para pensar, para reflexionar, para investigar. El fin de la universidad es buscar la verdad, pero la única manera de hacerlo es con libertad. La búsqueda desinteresada de la verdad. Autonomía, libertad de cátedra, libertad en la enseñanza y en la investigación. Sabemos que ello tiene una dimensión, que los filósofos llaman “libertad negativa”: libres frente a todos los poderes que quisieran determinarnos: libres frente al poder político, libres también frente al poder económico, libertad frente al estado que queremos que nos regule, pero que no impida nuestra autodeterminación. Libertad frente a la fuerza del mercado, que pareciera obligarnos más a competir que a colaborar, a considerar más los precios que el valor, que ha tentado a universidades que han lucrado, que nos tienta a todos a subir los aranceles y a discriminar por poder de compra. Libres también de cualquier imposición de los propios controladores de la universidad, sean ellos un grupo de filántropos, una congregación religiosa (como es nuestro caso) o el estado de Chile. Académicos y estudiantes deben saber que investigan y estudian en una universidad jesuita, cuyos legítimos deseos de mayor justicia y de evangelización de la cultura, no significaran nunca una imposición, una inhibición o una exigencia de renunciar a la libertad que es el alma de toda universidad. Pero la libertad no es solo una conquista delante de lo que la puede impedir, libertad frente a la coacción. No solo “libres de”, sino también “libres para”. Es lo que la filosofía llama “libertad positiva”: libertad de autodeterminación. Una libertad al servicio de algo. Libertad positiva que se autodetermina en virtud de una misión. Libre para servir al país, a la sociedad, a los más pobres. Libertad no solo de individuos autointeresados, sino de una comunidad académica que quiere orientar su trabajo, que elige las líneas de aquello que le interesa hacer con su disciplina. Libertad del conjunto de los historiadores, de los psicólogos o los economistas. Una libertad que nos permite conciliar la tensión entre las necesidades de un mundo históricamente determinado, las urgencias de nuestro país y el imperativo universitario de no tener que responder más que a las exigencias del pensar por puro amor a la verdad. Un amor a la verdad, libre, desinteresado y comprometido a la vez, que vence tanto la tentación de servir a todo tipo de demandas externas, como a la tentación contraria de convertirse en “torre de marfil”. Se trata del desafío permanente de articular la solidaridad y el compromiso (servicio a todos, comenzando por los más necesitados) y la libertad y la autonomía (independencia de estímulos alienantes, de presiones ideológicas o doctrinarias). Cumplimos nuestra mayoría de edad en un momento muy particular de nuestra historia, en medio de una reforma educacional de proporciones, que incluye a la vez una reforma a la educación superior. Una palabra muy breve al respecto, pues esperamos de la Presidenta, las palabras decisivas sobre esta materia.
2. Los desafíos de reforma a la educación superior y la autonomía Lo que hemos dicho sobre la libertad y la autonomía universitaria se vuelve un asunto muy significativo dado el contexto de reforma a la educación superior en la que estamos embarcados. Ella se ha dicho de maneras muy diversas en las dos anteriores reformas universitarias, que debemos atender si queremos acertar en esta tercera. Obviamente me refiero tanto a La Reforma del 67, vinculada a los cambios que intentamos en la década del 60 y comienzos del 70 (con la revolución en libertad y con la revolución socialista) como a la reforma del 81 en la que nos embarcó la dictadura. En la primera, la queja era contra una universidad que no consideraba la realidad, aislada del proceso revolucionario, contra la torre de marfil. Ello implicaba por un lado, cambios en su gobierno interno, que ella fuera realmente participativa y no dependiera exclusivamente de la voluntad de directivos no elegidos, etc. (Los cambios producidos en la UC en este sentido fueron muy significativos). Por otro lado se pedía mayor vinculación y compromiso de la universidad con los desafíos que enfrentaba el país. Un cuerpo más autónomo y participativo en su gobierno para que pudiera estar al servicio de los cambios y más vinculado a la realidad; para que fuera menos autorreferente. En la segunda reforma, después de haber intervenido las universidades, con rectores militares y después de haber expulsado y exonerado a muchos académicos, se trataba de hacer crecer el sistema de educación terciaria con la fuerza y bajo el amparo del mercado. Cómo entender hoy día autonomía frente a los desafíos de esta tercera reforma. Cómo pasar de una concepción de la educación como bienes particulares que provee el mercado, a la educación como un derecho fundamental, como parte de los derechos sociales. Cómo profundizar en lo que debemos hacer sin desandar completamente el camino de lo que ya hemos conseguido. Cómo no reconocer los beneficios del aumento de cobertura. La primera reforma logra pasar de 20 mil estudiantes en 1960 a 200 mil en 1973. La segunda, al permitir la entrada de los privados permite que hoy sea más de un millón 200 chilenos en educación terciaria. Tenemos acceso universal. De ellos la mitad se titula, y gracias a ello, aumenta significativamente sus remuneraciones. ¿Cómo felicitarnos por este logro –las mejores cifras de América Latina– sabiendo que la universidad se reduce si se considera solo como una fábrica de profesionales y técnicos? ¿Cómo mantenemos esta cobertura, aumentamos la integración pero garantizando calidad? ¿Cómo financiamos la investigación, promovemos la creatividad y la invención? ¿Cómo conciliar una mayor regulación sin caer en una sobre regulación que impida la autonomía de proyectos diversos que enriquecen el conjunto? ¿Cómo evitar la polaridad, el paso de solo mercado a solo estado? ¿Cómo comprender y aceptar que la provisión educacional en Chile ha sido siempre mixta, estatal y privada, que ambas están llamadas a producir bienes públicos, que deben ser financiados por todos los chilenos, tanto los estudiantes como las instituciones?
Por ello el anhelo que la educación sea gratuita en Chile, es un modo de hacer efectiva la libertad de los más pobres, aquellos que teniendo talentos para estudios superiores, técnicos y universitarios, ven que el dinero les pone barreras a su libertad. Si la libertad es esencial a todo proyecto universitario, y es característica del nuestro, la gratuidad en la reforma se constituye también en un medio que permite que los más desfavorecidos y talentosos puedan ejercer su libertad de estudiar, y superar las barreras que se lo impiden. La verdad requiere de la libertad, la gratuidad permite que la educación sea un derecho fundamental de los derechos sociales. Destinamos plata de todos los chilenos a algunas universidades que son reconocidas por su calidad, por su integración, por sus niveles de participación, para que puedan estudiar aquellos jóvenes talentosos que no pueden hacerlo con sus propios recursos. A esta relación entre verdad y libertad que define a la universidad, a esta relación entre gratuidad y libertad que permite que estudiar sea un derecho social, quisiera agregar un último binomio: la relación entre fe cristiana y libertad. Una palabra sobre lo aportes específicos que está llamada a ofrecer una universidad cristiana, una universidad católica, una universidad jesuita. Frente al financiamiento estatal se ha levantado una pregunta. ¿Por qué puede ser legítimo que con dinero de todos los chilenos se financien proyectos particulares, proyectos incluso confesionales? ¿Por qué el Estado debe financiar, por ejemplo, la educación católica? En línea con esta pregunta quisiera, para terminar, orientar mi tercera reflexión, y con ello hablar de nuestro futuro. 3. Los desafíos y el aporte específico de una universidad jesuita: recibir un legado de 500 años. La Compañía de Jesús ha renovado su misión después del Concilio sosteniendo que su fin es el servicio de fe y la promoción de la justicia que esa fe exige. Fe y justicia define nuestro quehacer. ¿Cómo se realiza esto universitariamente o desde la universidad? Intentamos realizarlo en todo el mundo con más de 200 universidades, 28 en USA y 24 en AL. Lo realizamos ahora en la UAH, pero en Chile lo venimos realizando hace ya tiempo. En la década del 50 había 8 universidades en Chile. 2 del estado, y 6 particulares. De esas 6 tres católicas. En las tres colaborábamos: en la facultad de Teología de la UC desde su fundación hace 80 años y hasta hoy; en la UC de Valparaíso nos tocó hacernos cargo de su conducción desde 1951 a 1972, y desde ella se fundó la Universidad Católica del Norte, en la que colaboramos hasta el día de hoy en Antofagasta y antes en la sede de Coquimbo1. 1
En este cambio de rector conviene recordar y pedir la intercesión de otros rectores jesuitas chilenos: particularmente de Jorge Gonzalez por 11 años y Hernán Larraín por 3 en la U. Católica de valparaiso. Y Gerardo Claps, primer rector de la Católica del Norte.
La posibilidad de ser una universidad católica, descansa en la afirmación cristiana de que no hay contradicción entre fe y razón. Juan Pablo II, en Ex Corde Ecclesia afirma con toda claridad, que la misión de una universidad católica –y esta lo es– es la búsqueda de la verdad. El cristianismo sostiene que no hay dos verdades: una profana y otra sagrada, una que es fruto de la razón y otra distinta que nos es revelada. La verdad es una sola. Pero tenemos distintos modos de acceder a ella, distintas disciplinas; distintos métodos. El camino que usamos determina a donde llegamos. No podemos ver las estrellas con un microscopio, ni investigar las células con un telescopio. La arqueología necesita instrumentos distintos para comprender lo humano que los que requiere el psicoanálisis. Hay ciencias de la naturaleza y hay ciencias del espíritu decía el viejo Dilthey. No es lo mismo explicar causalmente determinados fenómenos que comprender e interpretar acontecimientos. No es lo mismo abordar objetos, producidos y reproducidos en el laboratorio que interpretar acontecimientos históricos, y comprender los fenómenos humanos. En esta universidad nos ocupamos de acontecimientos históricos, sociales, psicológicos, éticos, religiosos y estéticos. Los vínculos de estos fenómenos entre sí y de todos ellos con la experiencia humana y cristiana es materia de nuestra reflexión. Para muchos de lo que estamos aquí, uno de los regalos que hemos recibido en nuestra vida es el don de la fe, el don de creer en un Dios que nos ama y nos acompaña. Un regalo que queremos con libertad, compartir con otros. Lo interesante es que ese regalo exige ser inteligible, exige ser practicado ética y culturalmente. No es incompatible con la razón, exige de nosotros obras de justicia y es capaz de evangelizar una cultura. Por eso podemos y debemos vivirlo universitariamente, pues no hay contradicción entre fe y razón, ni entre fe y justicia, ni entre fe y cultura. La fe cristiana es compatible con la verdad que alcanzan las ciencias, es un aporte a la bondad que nos exige nuestra experiencia ética y es capaz de animar la belleza que aflora en nuestras propuestas culturales y en nuestros modos de habitar el mundo. Dentro de las múltiples relaciones que la fe tiene con la razón, la justicia y la cultura, permítanme a modo de ejemplo insinuar algún aspecto en cada caso. Primero, en la relación fe y razón en el seno de una universidad católica –acudimos aquí a la ayuda del teólogo Jorge Costadoat– existen dos tentaciones: el sectarismo y el secularismo. La tentación del sectario, hombre de fe (el fundamentalista, el integrista) pretende que la fe tenga una primacía tal sobre la razón, como si ellas compitieran en un plano epistemológico homogéneo; como si los católicos pudieran en determinadas materias “tener la verdad” como para hacerla prevalecer sobre los otros sin buscarla y sin discusión. La tentación del secularista, hombre de razón (o de una fe separada del mundo), estima que la fe es irrelevante, que nuestras experiencias estéticas, religiosas, personales, culturales, nada aportan al conocimiento y al saber universitario. Para ellos tanto la fe como la religión son irrelevantes en el seno de las universidades católicas, como si no fuera significativo que esas universidades son parte de una tradición milenaria, como si no importara que haya o no haya fe cristiana, como si esta no tuviera nada que aportar a la humanización del ser humano. La fe cristiana necesita de la universidad, como necesita de la razón para hacerse comprensible y no volverse integrista o sectaria; la universidad se enriquece con la fe cristiana, pues del cristianismo brotan deseos y anhelos de cambiar el mundo, para hacerlo más justo. La fe cristiana enriquece a la universidad
y enriquece la cultura. Por un lado se enriquece una nación con los ideales de vida buena que proclaman las tradiciones y comunidades que la constituyen. Por otro lado, las propuestas de felicidad, las convicciones que nos animan, incluidas las cristianas, se benefician cuando son sometidas a la crítica y a la reflexión. Segundo, en la relación fe y justicia, recordamos que la Compañía de Jesús a la luz del Concilio ha redescubierto que su misión es el servicio de la fe y la promoción de la justicia. La justicia que exige la fe, la justicia que hace práctica la fe en que somos hijos de un mismo padre y por lo tanto hermanos. Una fe que se expresa en obras de justicia pues si no es fe muerta. Fe y amor. Y como la máxima expresión de la caridad es el amor, se trata de fe y política. Las implicaciones sociales y políticas del seguimiento de Jesús, del Evangelio, del catolicismo social. Las universidades jesuitas en América latina, las universidades católicas no pueden sino estar del lado de los más desfavorecidos, luchando por un mundo más justo y menos inequitativo. Pero esta lucha por un mundo mejor debe ir acompañada por la inclusión en el seno de las universidades a los más pobres. Por ello, entre otras cosas, creemos que la gratuidad es fundamental y ella debe ser acogida por todas las universidades de Chile. Es especialmente delicada la existencia de universidades católicas que concentren a la elite socioeconómica. No es una buena cosa que por medio de ellas los privilegiados podamos incrementar nuestra ventaja social, reproduciendo el mundo que nos legitima y nos vuelve indispensables. Tercero, en la relación fe y cultura, conviene recordar que la fe no puede buscar la inteligencia y la justicia sino se encarna en las diferentes culturas. La preocupación por la evangelización de la cultura y la inculturación de la fe ha tenido una serie de hitos doctrinales importantes desde el Vaticano II a nuestros días. En el mismo Concilio hay vestigios del giro que significa comprender la cultura, ya no solo en su definición tradicional clásica (creación elevada del espíritu humano que se manifiesta en el saber filosófico humanista, en el derecho, en las artes y es muy propia de las elites más refinadas), sino, gracias a los aportes de las ciencias sociales y humanidades, como el modo de vivir, habitar y cultivar que tienen los distintos pueblos o sociedades. El giro esbozado en el Concilio reconociendo el pluralismo cultural alcanza en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, una orientación decisiva: “La ruptura entre Evangelio y cultura es, sin duda alguna, el drama de nuestro tiempo, como lo fue también en otras épocas. De ahí que hay que hacer todos los esfuerzos con vistas a una generosa evangelización de la cultura, o más exactamente de las culturas” (EN 20). Los destinatarios de la evangelización siguen siendo las personas, pero también ahora las culturas, pues hay que “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad“, pues importa evangelizar no de manera superficial, “sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre” (EN 18-20). La razón, la justicia y la cultura, en vinculación con la experiencia cristiana, se realizan universitariamente. Es la razón del mejor argumento, es la justicia que nos demanda nuestro compromiso, es la cultura que cultivamos con nuestras disciplinas. Razón universitaria, justicia universitaria, cultura universitaria en una universidad jesuita.
Podemos terminar estas palabras, recapitulando las tres cosas que hemos querido compartir. Al agradecer estos 18 años de vida y pensar en la etapa que ahora ya como mayores de edad debemos recorrer, hemos reconocido que la libertad es el alma y el corazón de todos los proyectos universitarios. Al vernos desafiados como país por este nuevo esfuerzo de reforma de la educación superior, que se suma a los intentos de reforma que ya llevan más de 50 años en nuestra patria, pedimos que sea nuevamente la libertad la que permita que se concilien la autonomía y autodeterminación de los distintos proyectos universitarios con el derecho, la necesaria regulación y orientaciones de una política justa. La educación como derecho social y la gratuidad, son modos de hacer real la libertad de todos los chilenos y no solo de los más favorecidos. Al reconocernos como una universidad jesuita, somos invitados a aportar bienes públicos como todas las universidades, y bienes específicos que nos enriquecen como nación: nuestro llamado a evangelizar la cultura solo es posible si sabemos escuchar el lenguaje de nuestros contemporáneos. 18 años de vida de la Alberto Hurtado. 50 años de reforma de la educación superior. 500 años de experiencias universitarias. Motivos más que suficientes para llenarnos de gratitud y esperanza en este nuevo paso que estamos dando como universidad. Muchas gracias.