Domingo II de Adviento

Domingo II de Adviento Nº 237 - DOMINGO II DE ADVIENTO - Ciclo A - 4 de diciembre de 2016 «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos» Is

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Domingo II de Adviento

Nº 237 - DOMINGO II DE ADVIENTO - Ciclo A - 4 de diciembre de 2016 «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»

Is 11,1-10 · Sal 71 · Rm 15,4-9 · Mt 3,1-12 1. El que está lleno del Espíritu. Dios viene ahora en una figura terrena, como el «renuevo del tronco de Jesé». Pero su venida es única y definitiva. Según la primera lectura, tres cosas caracterizan esta venida: en primer lugar la plenitud del Espíritu del Señor que capacita al que viene para las otras dos cosas: para el juicio separador en favor de los pobres y desamparados contra los violentos y los pecadores, y para la instauración de una paz supraterrenal que transforma totalmente la naturaleza y la humanidad. El Espíritu de sabiduría y de conocimiento que llena al que viene, se derrama sobre el mundo, de modo que el mundo queda «lleno de la ciencia del Señor, como las aguas colman el mar». Lo que el que está lleno del Espíritu es y tiene, lo ejerce juzgando; lo reparte llenando al mundo con su Espíritu. En la Biblia conocer a Dios nunca es un conocimiento teórico, sino impregnarse totalmente de la comprensión íntima de lo que Dios es; y este conocimiento es la paz en Dios, la participación en la paz de Dios. 2. Bautismo con el Espíritu Santo y fuego. El evangelio presenta al precursor en plena actividad. Prepara el camino al que viene, confesando a los pecadores que se convierten y bautizándolos, a la espera del que viene detrás de él y puede más que él. Se preparan para acoger al que viene. No puede uno fiarse simplemente del pasado, de la pertenencia carnal a la descendencia de Abrahán. Las palabras del Bautista: «Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras», son extrañamente proféticas: para los judíos esas piedras son los pueblos paganos; el que está lleno del Espíritu y viene detrás de Juan puede convertirlos en hijos de Dios. Juan se prosterna ante él en una actitud de profunda humildad. Porque, en lugar de con agua, él bautizará con el Espíritu Santo y fuego. Un fuego que es Dios mismo, el fuego del amor divino que él viene a «arrojar sobre la tierra», un fuego que consume todo egoísmo en las almas; el fuego del amor que será al mismo tiempo el fuego del juicio para los que no quieren amar, para los que son paja: «Quemará la paja en una hoguera que no se apaga». «Dios es un fuego devorador»: quien no quiera arder en su llama de amor, se abrasará eternamente en ese fuego. El amor es más que la moral de los fariseos y saduceos. La moral que no se consuma y no se supera en el fuego del amor del Espíritu, no resistirá ante el que tiene el bieldo en la mano para aventar su parva. 3. "Acogeos mutuamente".


 La llama de amor que trae el portador del Espíritu desborda los límites del pueblo de Israel y llega al mundo. Los judíos, elegidos desde antiguo, y los paganos, no elegidos pero ahora admitidos a la salvación, formarán en lo sucesivo una unidad en el amor. Pablo exige de ambos en la segunda lectura que «se acojan mutuamente» como y porque Cristo «nos ha acogido» para gloria del Creador, que nos ha creado a todos con vistas a su Hijo. El Hijo realiza las dos cosas: la justicia de la alianza de Dios, pues en su existencia terrena cumple todas las profecías, y la misericordia divina para con todos aquellos que todavía no saben nada de la alianza. El portador del Espíritu que Isaías ve venir, instaurará una paz verdaderamente divina sobre la tierra. Si las naciones quisieran -como lo espera el profeta- buscar este «renuevo del tronco de Jesé», quedarían también ellas llenas del «Espíritu de la ciencia del Señor», en cuya paz «ya no se hace nada malo». (H. U. von Balthasar)

Domingo II de Adviento (A) 


Hemos escuchado el evangelio y en el evangelio al Señor descubriendo la ceguera de quienes son capaces de interpretar el aspecto del cielo, pero son incapaces de discernir el tiempo de la fe en un reino de los cielos que está ya llegando. Les decía esto a los judíos, pero sus palabras nos afectan también a nosotros. Y el mismo Jesucristo comenzó así la predicación de su evangelio: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Igualmente, Juan el Bautista, su Precursor, comenzó así: Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos. Y ahora corrige el Señor a los que se niegan a convertirse, próximo ya el Reino de los cielos. El Reino de los cielos —como él mismo dice— no vendrá espectacularmente. Y añade: El Reino de Dios está dentro de vosotros. Que cada cual reciba con prudencia las admoniciones del preceptor, si no quiere perder la hora de misericordia del Salvador, misericordia que se otorga en la presente coyuntura, en que al género humano se le ofrece el perdón. Precisamente al hombre se le brinda el perdón para que se convierta y no haya a quien condenar. Eso lo ha de decidir Dios cuando llegue el fin del mundo; pero de momento nos hallamos en el tiempo de la fe. Si el fin del mundo encontrará o no aquí a alguno de nosotros, lo ignoro; posiblemente no encuentre a ninguno. Lo cierto es que el tiempo de cada uno de nosotros está cercano, pues somos mortales. Andamos en medio de peligros. Nos asustan más las caídas que si fuésemos de vidrio. ¿Y hay algo más frágil que un vaso de cristal? Y sin embargo se conserva y dura siglos. Y aunque pueda temerse la caída de un vaso de cristal, no hay miedo de que le afecte la vejez o la fiebre. Somos, por tanto, más frágiles que el cristal porque debido indudablemente a nuestra propia fragilidad, cada día nos acecha el temor de los numerosos y continuos accidentes inherentes a la condición humana; y aunque estos temores no lleguen a materializarse, el tiempo corre: y el hombre que puede evitar un golpe, ¿podrá también evitar la muerte? Y si logra sustraerse a los peligros exteriores, ¿logrará evitar asimismo los que vienen de dentro? Unas veces sonlos virus que se multiplican en el interior del hombre, otras es la enfermedad que súbitamente se abate sobre nosotros; y aun cuando logre verse libre de estas taras, acabará finalmente por llegarle la vejez, sin moratoria posible.

SAN AGUSTÍN, Sermón 109, 1

Domingo II de Adviento (A) 


MONICIÓN DE ENTRADA Queridos hermanos: bienvenidos a la celebración de la Eucaristía. El Adviento es un tiempo de espera, donde se nos invita a preparar los caminos del Señor. La eucaristía de hoy nos invita a cambiar nuestro corazón para que sea realmente un camino preparado para el Señor que nos llama a cambiar nuestra vida, a dejar espacio a la “novedad” de Dios y a su Palabra que hace carne. La figura de San Juan Bautista nos ayuda hoy, como testigo privilegiado que es del Mesías. Es el que lo reconoce como el que viene y como el que ya está presente, y nos enseña a esperarlo, preparando su venida. Que esta eucaristía nos ayude a reconocerlo en cada momento.

ENCENDIDO DE LA CORONA DE ADVIENTO Como signo de nuestro camino en este tiempo de gracia encendemos la segunda vela de la corona de Adviento, signo de esta preparación de la venida del Señor que realizamos encendiendo y avivando nuestra fe, para así sostener la esperanza en el Señor, que viene. Mientras se enciende la segunda vela de la corona de Adviento el sacerdote o un lector añade: Los profetas mantenían encendida la esperanza de Israel.Nosotros, como símbolo, encendemos estas velas. El viejo tronco está rebrotando, florece el desierto. La humanidad entera se estremece porque Dios se ha sembrado en nuestra carne. Que cada uno de nosotros, Señor, te abra la vida para que brotes, para que florezcas, para que nazcas y mantengas en nuestro corazón encendido la esperanza.¡Ven pronto, Señor. Ven, Salvador!
 Se puede hacer un canto oportuno o repetir una estrofa del canto de entrada.

ACTO PENITENCIAL (Fórmula 3ª) — Tú que en Juan el Bautista nos has dado un signo de la venida de tu Reino: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad. — Tú, que llenas nuestros corazones de alegría con tu venida: Cristo, ten piedad. R. Cristo, ten piedad. — Tú, que que nos llamas a preparar el camino en la espera de tu venida: Señor, ten piedad. R. Señor, ten piedad.

MONICIÓN A LAS LECTURAS Se nos invita hoy en la Palabra que escucharemos a continuación a preparar los caminos del Señor. Necesitamos su presencia, que trae la verdadera justicia y la paz auténtica. Confiando en el cumplimiento de las promesas que se nos hacen, pidamos al Señor que esta Palabra nos ayude a dar frutos de conversión.

Domingo II de Adviento (A) 


ORACIÓN DE LOS FIELES En la espera del retorno del Señor oremos por todos los hombres y mujeres del mundo, para que, con su ayuda, contribuyan a construir el reino de la justicia y de la paz. Invoquemos al padre, para que la promesa del Mesías se haga carne en nuestra historia. Oremos juntos y digamos: Enséñanos, Señor, a preparar tus caminos. Lector:

• Por la Santa Iglesia de Dios. Para que llena del Espíritu Santo proclame a todos la salvación que Cristo viene a traernos. Oremos. • Por la paz y la reconciliación en nuestra Patria. Para que seamos agentes de diálogo, de justicia y de perdón. Oremos. • Por  los que viven en pobreza, soledad y abandono. Para que nuestro amor a Cristo nos mueva a remediar estos males. Oremos. • Por los que nada esperan y por los que sólo tienen afanes materiales. Para que encuentren luz en su camino. Oremos. • Por  nosotros y por nuestra comunidad (parroquial). Para que durante este Adviento allanemos los caminos de la fraternidad con signos de solidaridad y justicia. Oremos. Sacerdote:

Señor Jesús, ven a traernos la plenitud de lo que nos has prometido y muéstranos tu bondad, para que produzcamos fruto. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

MONICIÓN AL PADRENUESTRO Unidos por el mismo Espíritu y anhelando la venida del Reino de Dios, invoquemos al Padre para que nos convierta a su amor, haciéndonos capaces de servir a los hermanos, imagen concreta del Dios hecho hombre. Digamos juntos: Padre nuestro…

ORIENTACIONES PARA LA CELEBRACIÓN • • • • • • •

Semana II del Salterio. Se usan ornamentos de color morado. No se dice el Gloria. Se dice el Credo. Se utiliza el Prefacio I o III de Adviento. En la Plegaria Eucarística se hace el embolismo del domingo. No se pude utilizar la Plegaria Eucarística IV. No se permiten las misas de difuntos, ni siquiera la Misa Exequial. Si se hace un entierro dentro de la Misa, los formularios y lecturas deben ser los que se han indicado para el domingo de Adviento. Por la índole del tiempo de Adviento hay que evitar anticipar el pleno gozo de la Navidad. Por ello la ornamentación con flores ha de ser moderada (IGMR 305) y el órgano y otros instrumentos se utilizan también moderadamente (IGMR 313).

Domingo II de Adviento (A)

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