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Accessed 6 Sep 2016 11:02 GMT
H UMANISMO
E S PA Ñ O L L AT I N O :
B R E V E N O TA I N T R O D U C T O R IA
Antonio Cortijo Ocaña U N IV ERSIT Y OF CA L IFORN IA , SA NTA BAR BAR A
Teresa Jiménez Calvente U N IV ERSIDA D DE A LCA L Á DE H ENAR ES
Hace ya tiempo, espoleados por nuestros comunes intereses e inquietudes eruditas, nos pareció interesante organizar un volumen en que se abordase el estudio del Humanismo español haciendo especial hincapié en la presencia del latín y de la tradición clásica en la cultura hispánica del siglo XV y los albores del siglo XVI. Este enfoque se presentaba ante nuestros ojos como una manera estimulante de acometer el estudio de la literatura neolatina en España y de destacar su clara repercusión en las literaturas vernáculas de la Península. Empeñados en esa tarea, hemos conseguido reunir este conjunto de artículos que ahora presentamos, a los que queremos acompañar de estas palabras previas con las que no pretendemos, por supuesto, ofrecer un panorama exhaustivo sobre el Humanismo español, que desbordaría los marcos cronológicos de La corónica, sino ‘justificar’ hasta cierto punto la presencia de este Critical Cluster en la revista. Es curioso comprobar cómo en cualquier manual al uso sobre literatura italiana (a diferencia de los de literatura española en su mayor parte), al abordar el estudio de los autores importantes de los siglos XIV y XV, las obras escritas en
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latín se dan la mano (y se analizan) con las escritas en lengua vernácula.1 No cabe duda de que la importancia del Humanismo italiano y su reivindicación como una seña de identidad propia para los italianos han abonado esta actitud abierta, que no traza una línea infranqueable entre las letras vernáculas y las latinas. Los propios escritores del momento hicieron gala de su gran calidad artística en ambas lenguas, que muchos consideraron como el haz y el envés de un mismo proceso lingüístico al juzgar la lengua romance como un derivado o incluso un testimonio del latín hablado frente al latín culto o escrito. Como ejemplo de ello, basta citar a un madrugador Dante o a un esplendoroso Petrarca, que mostraron de sobra su doble competencia literaria en latín y toscano.2 Con Dante se inició incluso la reivindicación de la lengua materna en De vulgari eloquentia, aquella que se aprendía de manera natural desde la cuna, frente a aquellas otras a las que sólo se podía acceder guiado por maestros provistos de gruesas y complicadas gramáticas. El latín, una lengua reducida al arte, que obedecía a reglas fijadas en la memoria, tenía, a ojos de muchos, mayor prestancia; sin embargo, la lengua vulgar podía igualarla en belleza, de acuerdo con la idea mantenida por el propio Dante en esta obra, allí donde afirma categórico: “nobilior est vulgaris” (I, i, 4). Esta actitud de renovado respeto hacia las lenguas vernáculas se convirtió en un verdadero leitmotiv, sin renunciar por ello al deseo de recuperar la pureza y elegancia del latín clásico. A partir de ahí, los elogios a las lenguas vulgares, sobre todo a aquellas que derivaban del latín, se hicieron cada vez más frecuentes; para ello, además, se buscaron argumentos de tipo filológico e histórico que permitían aproximar lo más posible ambas realidades. Estas dos líneas, la de volver hacia el latín clásico como norma básica para una nueva literatura escrita en latín (rebautizada en tiempos recientes como literatura neolatina, según puede verse en el Companion de Josef Ijsewijn) y la 1 Las referencias podrían ser múltiples. Quedémonos para el caso de Petrarca con la edición de
Ferdinando Neri o el clásico volumen de Emilio Cecchi y Natalino Sapegno.
2 Recordemos lo conocido. Dante es autor, además de su obra italiana, de De vulgari eloquentia,
De monarchia, Quaestio de aqua et terra y Eclogae, entre otras (Opere latine). Entre las obras latinas de Petrarca figuran De viris illustribus, Africa, Secretum, Rerum memorandarum libri, De remediis utriusque Fortunae, Itinerarium y De sui ipsius et multorum ignorantia, así como cartas, discursos y tratados morales de diversa índole (Opere latine).
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reivindicación de la propia lengua romance, se dieron en España del mismo modo que en otros países de nuestro entorno. Dejando a un lado el primer Humanismo español –marcado en sus inicios por personajes de la talla de Alonso de Cartagena y que se muestra más asentado poco después, como se aprecia ya en la obra de Alonso de Palencia (estudios de Robert Brian Tate, Nicholas G. Round, María Morrás, Alejando Coroleu Lletget y Luis Fernández Gallardo)– podríamos destacar sin duda a Antonio de Nebrija como una de sus figuras más señeras. Éste, en su calidad de grammaticus, se preocupó por el estudio de la lengua latina en un sinfín de opúsculos y tratados eruditos de diversa índole.3 Esta labor erudita culminó con sus Introductiones Latinae (1481), una verdadera gramática de la lengua clásica revisada por el propio autor en múltiples ocasiones. Por supuesto, Nebrija se sirvió del latín como lengua para la transmisión de estos saberes “técnicos”, pero también la usó como lengua literaria en sus composiciones poéticas y en su obra historiográfica. Además, Nebrija fue el autor de la primera Gramática castellana (1492), donde se dice expresamente que el castellano derivaba directamente del latín, del que no sería más que una forma corrompida: De alli començando a declinar el imperio de los romanos, juntamente començo a caducar la lengua latina, hasta que vino al estado en que la recebimos de nuestros padres: cierto tal que, cotejada con la de aquellos tiempos, poco más tiene que hazer con ella que con la araviga. (Prólogo)
Esta destacada labor filológica le valió el título de “debelador de la Barbarie” (Rico, Nebrija frente a los bárbaros y El sueño del humanismo), con el que se quería destacar su preocupación por el estudio de la lengua (latina y castellana) y sus enormes y madrugadores esfuerzos por favorecer el asentamiento del movimiento humanístico en España. Junto a Nebrija, hubo otros autores que, aun sirviéndose del castellano en sus composiciones, fueron lectores atentos y entusiastas de las novedades 3 Nos referimos a sus diversas repetitiones, en que abordó, por ejemplo, el estudio de la
pronunciación clásica del latín. En especial la Repetitio secunda de 1486 es un verdadero programa sobre el oficio y menester del gramático (para la misma, ver los estudios de Juan Francisco Alcina Rovira, y Francisco Rico, “Laudes litterarum”; para la Repetitio tertia, ver Concepción Abellán Giral). Para lo referente a Nebrija remitimos a las que son bibliografías fundamentales al respecto, de Antonio Odriozola, y de Miguel Ángel Esparza y Hans Niederehe.
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literarias escritas en latín. La nómina de éstos, sin duda, es grande. Recordemos que incluso algunos de los autores más consagrados dentro de la literatura española hicieron sus pinitos con la lengua del Lacio, como Garcilaso de la Vega o el propio Juan Boscán (un tiempo discípulo de Lucio Marineo Sículo), quienes además se apoyaron en ella al afrontar su renovada creación literaria.4 Recordemos igualmente que el género del comentario de textos (de gran calado ideológico en cuanto al prestigio que comporta y a su importancia para la formación de una identidad cultural nacional) logra ya un importante hito en 1499 gracias a la labor de Hernán Núñez, un joven discípulo nebrisense, quien en su edición de la poesía de Juan de Mena supo aunar el interés por la poesía vernácula en castellano y la metodología humanística del comento al incluir un aparato de fuentes clásicas (alrededor de 225 autores latinos y griegos) que no puede tildarse sino de deslumbrante. Ante estos ejemplos, es difícil explicar por qué nuestra tradición filológica no ha operado como la italiana; de hecho, hasta hace poco apenas si había estudiosos que atendiesen al cultivo del latín por parte de algunos autores españoles como una manifestación más de un Humanismo incipiente. Sírvanos de ejemplo el propio Hernán Núñez, cuyos Refranes o proverbios en romance han tenido una amplísima fortuna entre los comentadores de la literatura áurea (Madroñal Durán), pero no así su magno comento a las Trescientas de Juan de Mena (Jiménez Calvente, “Los Comentarios a las Trescientas”; edición de Julian Weiss y Antonio Cortijo). Por el contrario, durante mucho tiempo, los hispanistas y los especialistas en filología clásica han dado la espalda al estudio de la literatura escrita en latín en la Península, fenómeno este que enlaza con el movimiento de renovación cultural propulsado por los eruditos y escritores italianos desde el Trecento en adelante. Basta echar una ojeada a los manuales al uso sobre la historia de la Filología Clásica o sobre la historia del Humanismo para 4 Recuérdense a este respecto las tres odas latinas de Garcilaso que se conservan (aunque escribió
más), con las que intenta mostrarse precisamente como ‘no bárbaro’ a los ojos de los miembros de la Academia Pontaniana de Nápoles: el cardenal Girolamo Seripando, Antonio Minturno y el virgilianista Scipione Capece (ver al respecto Alcina, “La poesía latina de Garcilaso” y Coroleu, “Humanismo en España”, entre otros). Boscán se cartea con su maestro Lucio Marineo Sículo en latín en sus Epistolarum familiarium libri XVII de 1514 (Jiménez Calvente, Un siciliano en la España de los Reyes Católicos 624-25).
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comprobar cómo la nómina de autores españoles que ofrecen es realmente escueta;5 así, esos escasos datos han servido para cimentar el archiconocido, e insostenible, tópico de la diferencia cultural de España, definida a los ojos de muchos estudiosos por una idiosincrasia que cabría tildar de radical, por sus guerras de reconquista y por su peculiar cruzada religiosa, culminada en el mítico 1492. Esa visión, todavía vigente entre muchos estudiosos, ha contribuido a dejar en el olvido, o al menos en un segundo plano, la labor novedosa de muchos hombres de letras, nobles y hombres de Iglesia que se sirvieron del latín para componer sus obras conforme a nuevos cánones estéticos y literarios.6 La verdad es que la recuperación del latín clásico, basada en el estudio y recuperación de textos olvidados, favoreció el desarrollo y el asentamiento de nuevos géneros literarios, cuya impronta se percibe necesariamente en la literatura romance, donde comenzaron a aflorar discursos, cartas, diálogos y relatos historiográficos de nuevo cuño. De ese modo, el conocimiento de la literatura latina del período resulta fundamental para conocer de manera directa los modelos y convenciones literarias del momento. Apartados los prejuicios, hay que reconocer que el influjo de las nuevas corrientes humanísticas se dejó sentir pronto en la Península, como ha demostrado Ángel Gómez Moreno en España y la Italia de los humanistas. Desde luego, no cabe duda de que esas influencias no arrojaron resultados iguales en todos los sitios, pues, como señalaba Peter Burke, más que de influencia directa o de una imitación servil habría que hablar de una “adaptación creativa”: 5 Las menciones completas llenarían el espacio con que contamos. Valgan los casos de Alan
Bullock, Wilhelm Kroll y Gaetano Righi, entre otros.
6 Algo tan simple como la lectura atenta de repertorios de incunabula e impresos tempranos del
siglo XVI da idea clara del volumen de la literatura en latín creada y/o difundida en España en esta época (ver para ello, entre otros, las compilaciones bibliográficas de Francisco García Craviotto y Julián Martín Abad; de Juan Delgado Casado y Martín Abad; y de Martín Abad). Lo mismo cabe decir de un simple vistazo a los contenidos de grandes colecciones nobiliarias de manuscritos e impresos de la época, en las que los títulos en latín siempre desbancan en número a los que existen en lenguas vernáculas. Ver el ejemplo de la llamada Colección Fernán Núñez y sus fondos históricos medievales y del primer tercio del siglo XVI (procedente en parte de los fondos de Fernández de Velasco) en Cortijo, La ‘Fernán Núñez Collection’ de la Bancroft Library, además de Jeremy Lawrance, “The Spread of Lay Literacy” y Charles B. Faulhaber, Libros y bibliotecas en la España medieval.
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Lo que encontramos no es la simple exportación de los modelos italianos al extranjero, sino su reconstrucción y el desarrollo de formas híbridas, que se podrían describir como malas interpretaciones (desde el punto de vista italiano), o como adaptaciones creativas. (63)
Así, si bien en España los fondos de nuestras bibliotecas no permitieron el hallazgo de importantes textos clásicos (las mayores sorpresas vendrían del norte de Europa y de la Península Itálica), sí se produjo una importante labor de traducción de muchas de esas obras clásicas e incluso de muchas modernas; este fenómeno, que por la cantidad y calidad de las traducciones no tiene parangón con lo ocurrido en otros lugares de Europa, ha sido bautizado por algunos hispanistas británicos como “humanismo vernáculo”.7 De ese modo, la traducción de textos latinos y griegos, a veces a partir de una versión previa francesa o italiana, sirvió para, entre otras cosas, dar a conocer esas obras a un público más amplio, en muchas ocasiones poco conocedor de las lenguas clásicas, pero ávido de ese tipo de lecturas (BETA). Al mismo tiempo, la traducción permitió una reflexión sobre la propia lengua a la par que supuso un ejercicio de creación literaria, pues se convirtió en una labor interesante per se en su intento por respetar o adaptar la elegancia y elocuencia de los textos originales. Además, como ha demostrado Guillermo Serés, la naturaleza de los textos traducidos (generalmente autores clásicos) favoreció la aparición de traducciones glosadas, con lo que dichos textos se convirtieron en un material excelente para la difusión del conocimiento sobre la Antigüedad. Con ello, se respondía a la creciente demanda de información relativa a un pasado lejano que cada vez se sentía más presente. Precisamente, tres de los trabajos insertos en este volumen abordan de manera distinta el fenómeno de la traducción. Fernández Gallardo, en su completo perfil de Alonso de Cartagena y su relación con el Humanismo italiano, dedica un apartado a su labor como traductor de obras clásicas a instancias de diferentes mecenas. Ese análisis nos muestra cómo el prelado modificó sus premisas sobre la traducción en función de las necesidades y capacidades de 7 En particular nos referimos a los cuatro trabajos de Lawrance. Sobre el tema de las traducciones
conviene revisar Faulhaber, “Sobre la cultura ibérica medieval”; Tomás González Rolán, Antonio Moreno Hernández y Pilar Saquero Suárez-Somonte, Humanismo y teoría de la traducción en España e Italia; Serés; y la edición de Gómez Moreno de la obra de Diego Guillén de Ávila.
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los destinatarios de dichos trabajos, acompañados a menudo de glosas para comentar diversos aspectos de los autores traducidos, con lo que traducción y comentario se daban la mano. También sobre la traducción versa el trabajo de Cortijo y Weiss en el contexto más amplio de las glosas de Hernán Núñez, el Comendador griego, a las Trescientas de Juan de Mena en 1505. En este caso, la labor de Núñez se inscribe en su ardua empresa de reivindicar la altura literaria de un autor en romance al tiempo que le da pie para cultivar un género, el del comentario o glosa, frecuentado con orgullo por muchos hombres de letras en una suerte de nueva literatura científica, que convertía los textos en pretexto para mostrar un buen cúmulo de lecturas y habilidades filológicas. Por último, Avelina Carrera de la Red se ocupa de las traducciones de Salustio en la Península en el siglo XV y muestra la especial atención que recibió este historiador romano en un contexto histórico marcado por las conspiraciones nobiliarias. De hecho, resalta la coincidencia de que el primer traductor, Vasco Ramírez, perteneciera a la célebre familia de los Guzmán, una de las más destacadas en los luctuosos acontecimientos que sacudieron a la nobleza de la época. Justamente el contexto político de la Península a lo largo del siglo XV y el papel activo de la monarquía son claves para comprender el desarrollo de algunos géneros literarios, como el discurso panegírico o la historia. En Castilla, tanto Juan II como la reina Isabel y, en la Corona de Aragón, las figuras de Alfonso V el Magnánimo o el propio Fernando el Católico favorecieron la aclimatación de las nuevas tendencias culturales. Ello explica la implicación personal de los monarcas en el cultivo del género historiográfico, muchas veces con fines propagandísticos, lo que les llevó, sobre todo en Castilla, a fomentar el cargo de cronista regio, ocupado por personajes de la talla de Hernando del Pulgar, Alfonso de Palencia o Antonio de Nebrija, cuya labor como historiadores ha recibido la atención de Carmen Codoñer en su colaboración en este número. En otras ocasiones no fueron los reyes sino los nobles los promotores de la cultura, con ejemplos tan señeros como el de Íñigo López de Mendoza, Enrique de Villena o el malhadado Álvaro de Luna. Este aspecto del mecenazgo cortesano y nobiliario más allá de Castilla es el objeto de estudio de Óscar Perea Rodríguez, quien repasa la nómina de los humanistas afincados en Valencia
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relacionados con el conde de Oliva y el influyente marqués de Cenete, miembro destacado de la familia Mendoza. En esos círculos literarios, definidos como heterodoxos por este estudioso, se aliaron el cultivo de la poesía en castellano, valenciano y latín, una curiosa mezcla que se detecta igualmente en otros enclaves de la Península. En este mismo sentido, Julia Butiñá Jiménez dedica su estudio a la literatura vernácula en lengua catalana que se configura a partir de los modelos impuestos por el Humanismo, como se demuestra en los casos de Bernat Metge o fray Antoni Canals, entre otros. Si prestar atención al contexto político y social en que se inscribe un autor puede ayudar a comprender su obra, igualmente revelador resulta el hecho de conocer cuáles fueron exactamente sus métodos de trabajo. El más fácil acceso al saber y el concurso de la imprenta favorecieron la proliferación de gramáticas, diccionarios, florilegios, polianteas y un sinfín de comentarios sobre los clásicos que llegaron hasta los lugares más remotos, por lo que los autores, muchos de ellos duchos por igual en latín y en vernáculo, supieron sacar provecho de esos amplios conocimientos. Éste es, precisamente, el asunto que resalta Jiménez Calvente en su artículo, en el que atiende a la importancia de las herramientas filológicas empleadas por los creadores literarios y por los maestros y profesores de “Humanidades” para comprender el verdadero marco de su erudición y conocimientos. Todos estos estudios abundan en la afirmación con que hemos iniciado estas páginas y sirven para insistir en la necesidad de conocer los primeros pasos del Humanismo en la Península a fin de calibrar con mayor precisión el alcance y novedad de la Literatura, ahora sin adjetivos, de este período. De la mano de los eruditos de la época, el cultivo del latín se convirtió en piedra de toque del nivel cultural de los escritores y lectores en un continuo mirar hacia Italia, convertida a la sazón en el foco más atrayente de Europa. Los viajes entre la Península Ibérica e Italia favorecieron la difusión de tales ideas: algunos italianos recalaron en España atraídos por las oportunidades que ofrecían la Corona, los nobles o las universidades; también fueron muchos los españoles que se dirigieron a Italia para completar allí su formación, con lo que, de paso, se imbuyeron de los nuevos principios artísticos y literarios. Estos primeros intercambios se sitúan en la transición entre la Edad Media
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y el Renacimiento, un período que sólo en las últimas décadas ha atraído la atención de los estudiosos, pues hasta hace no mucho nuestra tradición filológica prefirió dedicar sus esfuerzos al estudio de la Edad Media –o de cierta Edad Media, cabe decir, coincidente con los temas abordados por los trabajos de Ramón Menéndez Pidal y su escuela, como se ha demostrado recientemente (José Ignacio Pérez Pascual, E. Michael Gerli y Gómez Moreno, “Ramón Menéndez Pidal”, especialmente)– y de los Siglos de Oro, momento cumbre de nuestra literatura. Por otro lado, la gran obra de Marcel Bataillon, Érasme et l’Espagne, contribuyó a poner en primer término el fenómeno del erasmismo y sus profundas consecuencias, con lo que se primó el análisis del período ‘erasmista’ y se obviaron otras vías de acercamiento y de estudio (Asensio). Todo ello ha contribuido a dejar un tanto al margen el estudio de aquellos años intermedios, en los que se produjo la aclimatación de las modas italianas. Una vez más, hemos de desembarazarnos de los prejuicios inspirados por el Romanticismo, con su persecución del Volksgeist hispánico marcado, a su entender, por demasiadas peculiaridades y actitudes ajenas al devenir general de Europa.8 Es preciso, pues, analizar los datos con una mayor frialdad y aplicar un conocimiento más profundo de los contextos europeos, en los que necesariamente estaba inmersa España. Estas nuevas perspectivas de estudio, que insisten en el temprano acercamiento de la Península a las novedades italianas, encuentran su reflejo en algunos panoramas generales recientes sobre el Humanismo en la Península, de los que quisiéramos resaltar los de Ottavio Di Camillo; Lawrance, “Humanism in the Iberian Peninsula”; Alejandro Lletget Coroleu, “Humanismo en España”; así como González Rolán, Saquero Suárez-Somonte y López Fonseca, La tradición clásica en España; González Rolán, Baños Baños y Saquero SuárezSomonte, El humanismo cristiano en la Corte de los Reyes Católicos; también sobre la empresa cultural de los Reyes Católicos versa el volumen editado por 8 No es la ocasión de entrar aquí en el tema, pero señalemos que a todo esto colabora en no poca
medida el concepto de leyenda negra que surge de las prensas holandesas e inglesas (en especial) en el siglo XVI, que hace que se tilde de bárbara y atrasada (entre otras lindezas absurdas) a la nación española y que no se preste atención (fuera de España) a la nómina de los humanistas españoles y sus aportaciones.
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Nicasio Salvador Miguel y Cristina Moya; no podemos olvidar tampoco la colección de ensayos editados por Barry Taylor y Coroleu (con su acertada bibliografía final). A estos panoramas generales habría que añadir el ya citado estudio de Gómez Moreno (España y la Italia de los humanistas), la monografía de Domingo Ynduráin, el magnífico resumen de Luis Fernández Gallardo (El humanismo renacentista, especialmente 51-61) y el volumen de Luis Gil Fernández, Panorama social del humanismo español (1500-1800), una revisión y actualización de su ya clásico estudio de 1981, en que prevalece una cierta visión pesimista sobre el desarrollo de las “humanidades clásicas” en España, así como el más reciente volumen coordinado por Gil Fernández, La cultura española en la Edad Moderna, donde él mismo se ocupa del período que nos interesa, mientras que Luis Gómez Canseco ofrece un panorama muy completo sobre la Contrarreforma. Otros estudios de gran interés sobre el mismo período humanista son los de Alcina (“Aspectos del humanismo español del s. XVI”), M. Bravo Lozano, Antonio Fontán, los dos artículos de Gil Fernández con el título de “El humanismo español del siglo XVI”, Marcelino Menéndez Pelayo, y Jiménez Calvente (“Teoría historiográfica a comienzos del siglo XVI” y “Virgilio y sus comentarios renacentistas”). Mención especial merece el catálogo de Hislampa, de Manuel C. Díaz y Díaz, que ofrece una nómina de escritores hispano-latinos de 1350 a 1560. Asimismo, sin intención de ofrecer un catálogo completo de la labor desarrollada en el estudio de varios géneros humanistas (lo cual desbordaría estas páginas), para lo que respecta a la lírica neolatina mencionemos los ya clásicos trabajos de Alcina (“Entre latín y romance: modelos neolatinos en la creación poética castellana” y en especial su Repertorio de la poesía latina del renacimiento en España). Para el teatro, ya sea escolar, ya sea jesuita, ya sea comedia humanística, son indispensables los trabajos de María Rosa Lida de Malkiel, Vicente Picón et al., Cayo González Gutiérrez, Justo García Soriano, J. Alonso Asenjo, José Luis Canet Vallés, Cortijo (Teatro latino escolar) y Dietrich Briesemeister.9 9 En nota aparte mencionaremos el sitio web Parnaseo, dirigido por el mismo José Luis Canet
Vallés, en el que pueden consultarse el “Catálogo Antiguo Teatro Escolar Hispánico”; los “Textos medievales y renacentistas”, que se publican como anejos a la revista Lemir, de consulta obligada
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Para la retórica indicaremos los trabajos de Faulhaber (“Las retóricas hispanolatinas medievales”), Luis Alburquerque García, Luisa López Grigera, Asensio y López Grigera, Cortijo (Teoría de la historia y teoría política en el siglo XVI), Victoria Pineda, y Miguel Ángel Garrido Gallardo. En lo concerniente a la epistolografía, haremos mención de Jiménez Calvente (Un siciliano en la España de los Reyes Católicos 75-146), Pedro Martín Baños (en especial la “Relación de artes y formularios epistolares españoles de los siglos XV y XVI”, 623-26) y Gonzalo Pontón. Para la filología bíblica y helénica, debemos cuando menos indicar las monografías de J. López Rueda y Ángel Sáenz-Badillos Pérez. Al lado de estas monografías, útiles por su capacidad para reunir y comentar los últimos datos aportados por la crítica, hay que destacar la ingente labor de muchos estudiosos que se han lanzado a recuperar ese legado dormido en bibliotecas y archivos. Nos referimos a los trabajos de exhumación y análisis de las obras y los autores que marcaron de forma indeleble el siglo XV y las primeras décadas del siglo XVI. Gran parte de este trabajo recae en las universidades y en instituciones públicas. Aunque, una vez más, no podemos ser exhaustivos, mencionemos proyectos como los del Ayuntamiento de Pozoblanco (Córdoba), que ha apostado por subvencionar la publicación de las obras completas del Dr. Juan Ginés de Sepúlveda10 y el del “Instituto de Estudios Humanísticos”, vinculado al Ayuntamiento de Alcañiz (Teruel) y dirigido por José María Maestre Maestre, que ha iniciado una interesante línea editorial (Palmyrenus. Colección de Textos y Estudios Humanísticos) para sacar a la luz las obras de muchos humanistas españoles en unas cuidadísimas ediciones críticas acompañadas de solventes traducciones al español.11 A su lado, cabe para la comedia humanística y celestinesca; y los anejos a Teatresco (con estudios disponibles en línea sobre teatro latino del siglo XVI). 10 No podemos dar en estas páginas una cuenta completa de todos los volúmenes que ya han
salido a la luz dentro de dicho proyecto y que alcanzan cuando menos el número de 15. Por ende nos limitaremos a indicar el que abrió la colección, de Peregrina & Cuart (Ginés de Sepúlveda). La información completa puede verse en . 11 Además del Instituto de Estudios Humanísticos dirigido por Maestre Maestre, no podemos olvidar su labor en la Universidad de Cádiz, junto con Juan Gil de la Universidad de Sevilla, acerca del humanismo y el Renacimiento, y que ha dado como fruto numerosas tesis doctorales
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destacar el Proyecto sobre Humanistas Españoles, de la Universidad de León, iniciado por Gaspar Morocho (†) y continuado por Juan Francisco Domínguez Domínguez, que ya cuenta en su haber con la edición de la obra completa de Cipriano de la Huerga.12 Debemos asimismo notar la labor desarrollada por la Universidad de Valencia/Diputación de Valencia y la Institución Alfons el Magnànim en torno a Luis Vives.13 También ha de destacarse la labor de estudio sobre gramáticas y retóricas latinas de Universidad de Extremadura, ocupada en las figuras del Brocense y Arias Montano.14 Igualmente, son dignas de mención la Universidad de Salamanca, que ha retomado el viejo proyecto de editar a Nebrija bajo la dirección de Carmen Codoñer, la Universidad de Huelva, que ha emprendido, bajo la dirección de Gómez Canseco, la confección de la “Bibliotheca Montaniana”, que pretende estudiar y editar la obra completa de Benito Arias Montano,15 la Universidad de Valladolid y el equipo dirigido por Enrique Montero Cartelle, o la Universidad Carlos III dirigidas por ambos en colaboración. Por lo que respecta al Instituto de Estudios Humanísticos, al no poder dar aquí cuenta completa de todos los títulos publicados hasta la fecha bajo el amparo del mismo, mencionaremos el primer volumen de “Palmyrenus: Colección de textos y estudios humanísticos. Serie Textos” (ver Verzosa), aunque en su haber hay numerosas ediciones de actas, ediciones críticas y monografías. La lista completa de publicaciones del Instituto de Estudios Humanísticos (que suma ya más de 18 títulos) puede verse en . 12 La Colección humanistas españoles del citado Proyecto sobre Humanistas Españoles cuenta ya
en su haber con más de treinta publicaciones, entre las que sólo mencionaremos, por cuestiones de espacio, la edición completa en diez volúmenes de las obras completas de Cipriano de la Huerga, cuyo primer volumen fue editado por Gaspar Morocho. Para una lista completa de publicaciones, ver . 13 El proyecto de más peso es el de publicación de las Ioannis Lodovici Vivis Valentini Opera omnia recognita et adnotatione critica instructa, coordinado por Antonio Mestre, de las que ya hay 4 volúmenes que han visto la luz. 14 En la Universidad de Extremadura apareció una magnífica edición de la Minerva del Brocense (Sánchez de las Brozas) en la llamada Institución Cultural ‘El Brocense’ (Cáceres). Los autores de dicha edición –Eustaquio Sánchez Salor y César Chaparro Gómez– junto con otros profesores llevan a cabo distintos proyectos de investigación sobre las gramáticas y retóricas del Renacimiento. 15 Véanse los estudios editados por Gómez Canseco y Martín en Anatomía del humanismo: Benito Arias Montano 1598-1998. Han salido ya cinco volúmenes del proyecto de edición de la obra nebrisense (Antonii Nebrissensis grammatici Opera), de los que recordaremos sólo el editado por Codoñer. La “Bibliotheca Montaniana” ya ha publicado cuando menos doce volúmenes. La lista completa de títulos se puede ver en .
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de Madrid, donde Francisco Lisi dirige el grupo de investigación Nomos, sustento de la Biblioteca Virtual del Humanismo Español. Por supuesto, no hay que olvidar tampoco la labor individual de muchos estudiosos esforzados en recuperar un patrimonio que ha permanecido oculto demasiados años.16 Finalmente, queremos dar cuenta de la publicación bibliográfica periódica Boletín de estudios sobre el humanismo en España y de dos revistas de reciente creación que se especializan en cuestiones de Humanismo: Silva. Estudios de Humanismo y Tradición Clásica, cuyo primer número es del 2002 (y que contiene un caudal impresionante de reseñas de títulos de reciente aparición en cada volumen); al amparo de esta revista, ha comenzado recientemente a cobrar cuerpo el proyecto de crear un Diccionario de Humanistas Españoles (nombre tentativo que podría cambiar en el futuro a Diccionario del Humanismo Español); y Calamus Renascens: Revista de Humanismo y Tradición Clásica, publicada bajo el auspicio del Instituto de Estudios Humanísticos (dirigido por Maestre Maestre), cuyo primer número es del 2000. A ellas debe unirse el Instrumentum bibliographicum que se incluye como parte de los números de la revista Humanistica Lovaniensia, donde aparecen las novedades que se publican anualmente, también en España, sobre el Humanismo. En definitiva, aquellos que nos dedicamos en general al estudio de los siglos XIV-XVI no debemos limitar nuestro campo de interés ni podemos perder de vista la importancia de la literatura latina, en España, Italia o Europa en general, que coexistió con el auge de una gran literatura en lengua vernácula. Ambas se dieron en el mismo espacio cultural, fueron cultivadas por los mismos individuos y mantuvieron entre ellas estrechos contactos en un camino que nunca tuvo una única dirección o sentido. 16 Imposible es dejar aquí cuenta cabal de los numerosísimos estudios sobre Fernando Alonso de Herrera, Juan de Maldonado, Diego López de Zúñiga, Antonio Agustín, Juan Ángel González, Juan de Mal Lara, Blas López, Cipriano de la Huerga, Lucio Marineo Sículo, Alonso Ruiz de Virués, Luis Tribaldos de Toledo, Juan Martín Cordero, Alonso Remón, Cardenal Lorenzana, Pedro de Valencia, Gaspar de Grajar, etc., así como de trabajos sobre el influjo de autores clásicos, medievales o neolatinos (Virgilio, Luciano de Samosata, Poliziano) en la literatura vernácula peninsular en los siglos XV y XVI (literatura pastoril, picaresca, de agudezas, refranero, diálogos), o de estudios sobre ars historiae, imitatio, ars narrandi, que han ido refinando nuestro conocimiento sobre el desarrollo del humanismo en la Península Ibérica.
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