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EL GÉNERO DEL CASTELLANO: ENTELEQUIAS Y REALIDADES* IGNACIO M. ROCA Universidad de Essex
RESUMEN Este artículo examina el género del castellano y sus relaciones con el sexo. Se señalan y explican las diferencias entre los dos objetos y la exigua conexión existente entre ellos. Se expone la maquinaria analítica relevante, con especial atención al carácter puramente lingüístico y formal del fenómeno. Se indica y subraya el contraste entre el sexo biológico (material de los seres vivos) y el sexo semántico (lingüístico de las palabras), mostrándose ser las correspondencias entre ellos en gran parte arbitrarias, y el descuido de esta realidad estar en la base de reiteradas deficiencias en el análisis y entendimiento de esta materia. PALABRAS CLAVE: léxico/texto, emisor/receptor, alternantes/concordancia, denotado/referente, significado/interpretación, género/sexo, sexo semántico/sexo biológico, pareja (de género)/simpar. GENDER IN SPANISH: FANCIES AND REALITIES
ABSTRACT This paper carries out an examination of gender and its relationship with sex in the Spanish language. The difference between both these objects is pointed out and the minor connections obtaining between them investigated. The analytic machinery of gender is presented and its purely formal and linguistic nature emphasised. The contrast between biological sex (material in living creatures) and semantic sex (linguistic in words) is drawn and highlighted, and the mutual correspondences between the two shown to be largely arbitrary. Neglect of this reality will be seen often to have led to important shortcomings in the analysis and understanding of the matter. KEY WORDS: lexicon/text, sender/receiver, alternants/agreement, sense/reference, meaning/interpretation, gender/sex, semantic sex/biological sex, gender pair/single. * La elaboración de este artículo se ha beneficiado de diálogos con José Manuel Blecua, Manuel Leonetti, Antonio Moreno y Neil Smith, y de conversaciones previas con Ignacio Bosque y Ángel Gallego. A todos ellos expreso mi agradecimiento. Español Actual, 99/2013
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1. FUNDAMENTOS El género gramatical es un fenómeno relativamente complejo existente en bastantes lenguas, entre ellas el castellano (un broche espléndido, frente a una noche espléndida), pero no, por ejemplo, el inglés: cfr. a splendid brooch y a splendid night, con las formas a y splendid constantes. Desde hace algunos años, el género es objeto de una inesperada quizá 1 indeseable atención sociopolítica que aquí se dejará de lado , limitán2 dose la discusión a sus aspectos estrictamente lingüísticos . El género del castellano (también en otras lenguas) se concibe a 3 menudo como esencialmente un reflejo del sexo , pero la conexión entre ambos fenómenos en la realidad es muy secundaria. El artículo, por consiguiente, contiene dos apartados principales, respectivamente sobre el género en sí y sobre el sexo y su relación (o falta de ella) con 4 el género . Con anterioridad se revisan algunos aspectos básicos, concernientes tanto a los enfoques tradicionales (como ya se ha aludido con frecuencia cuestionables), como al ámbito en el que se halla encuadrado el género: la lengua y el lenguaje, ambos comúnmente ignorados en la bibliografía correspondiente. 1
El tema es tratado en este mismo número en la papeleta gramatical de este mismo autor “El doblete de género: más que inútil, contraproducente”, págs. 145-164. Será preciso, sin embargo, referirse a él también aquí brevemente en las notas 54 y 63. 2 El presente artículo continúa la línea de investigación de los precedentes del autor. Véanse en especial “La gramática y la biología en el género del español”, Revista Española de Lingüística 35, 1, págs. 17-44 (1ª parte); 35, 2, págs. 397-432 (2ª parte), 2005, y “Todas las vascas son vascos, y muchos vascos también vascas”, Boletín de la Real Academia Española tomo LXXXIX, cuaderno CCXCIX, 2009, págs. 77-117. 3 Tradicionalmente se ha apelado también a criterios otros que el sexo como determinantes del género del castellano, por ejemplo la referencia a ríos, mares, montes, colores, notas musicales, vinos, … para el género M[asculino], y a letras, islas, carreteras, compañías, horas, … para el F[emenino]: hay amplia información en Millán Chivite (1954). Existen en efecto indudables tendencias en este sentido, pero son posibles las excepciones. Considérese como ejemplo el género comúnmente asignado a los equipos de fútbol, usualmente M[asculino] (el Madrid, el Barça, el Valencia, el Athletic, el Las Palmas, etc.), pero sin embargo F[emenino] en la Real Sociedad, aunque no en el Real Unión. Las correspondencias alegadas son, pues, parciales, y así idiosincrásicas, y en consecuencia los contenidos en cuestión no determinan el género, en la realidad un objeto léxico y por tanto arbitrario: el léxico es por definición el repertorio de todo lo impredecible en una lengua (véase la sección 1.3. más adelante). Las reglas tradicionales pudieran si cabe interpretarse como estrategias de aprendizaje léxico útiles para hablantes extranjeros, quizá también usadas (inconscientemente) por nativos, sin ser parte, sin embargo, de su competencia de lengua en el sentido chomskiano de esta expresión. Fernando Millán Chivite, “Tipología semántica de la oposición de género no sexuado en español”, Cauce 17, 1954, págs. 53-73. 4 La reciente moda, de origen anglófono y en cierta boga en la actualidad en algunas esferas oficiales, de denominar género al sexo (cfr. por ejemplo nombre, fecha de nacimiento, “género”, … en formularios) es inmotivada y extremamente nociva, al fundir en un solo término dos entidades claramente diferenciadas conceptualmente y en la realidad externa.
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La bibliografía sobre el género del castellano suele aparecer viciada 5 por dos malentendidos posiblemente frutos de prejuicio histórico: 1. El género de cada sustantivo corresponde al sexo biológico de su referente 6 (el objeto del mundo al cual se refiere), que por tanto lo determina . 2. El género de cada sustantivo lo lleva (y por tanto lo determina) su terminación.
Aquí, en contraste, se mostrará sobre base empírica que: 1. El género es un fenómeno que entraña cierto tipo de “concordancia” entre ciertas palabras (los “receptores” de género) y el sustantivo (el “emisor” de 7 género) con el que entran en relación en el “texto” (oral o escrito). 2. La concordancia presupone la presencia de una marca de género en el emisor y la existencia de más de una forma (los “alternantes”) en los receptores. 3. La identidad de la marca de género de cada sustantivo no la determina el sexo biológico de su referente. 4. La identidad de la marca de género de cada sustantivo no la determina su terminación.
En consecuencia,
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Las siguientes palabras de Ángel Rosenblat (1952) los resumen claramente: “La Gramática normativa […] ha aplicado hasta ahora sólo dos criterios: la significación y la terminación. Pero […] las reglas tenían que ser arbitrarias y las excepciones infinitas” (pág. 159). Bello en efecto afirma que “para determinar el género de los sustantivos debe atenerse ya al significado, ya a la terminación”, 1982 [1847], pág. 76, §160, y Alonso y Henríquez Ureña que “Son masculinos los terminados en o. Son femeninos los terminados en a no aguda”, 1964, pág. 63. Para Fernández Ramírez, “Las terminaciones en -o, -a, en nombres de cosas paroxítonos, han venido a ser en español símbolos del género masculino y femenino”, 1986, pág. 114. Y así muchos otros. Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña, Gramática castellana, Losada, Buenos Aires, 1964. Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, Santiago de Chile, Imprenta El Progreso, 1847 [Aquí citada por Obras Completas de Andrés Bello, IV, Ministerio de Educación, Caracas, 1951]. Salvador Fernández Ramírez, Gramática española: El nombre, Arco/Libros, Madrid, 1986. Ángel Rosenblat, “Género de los sustantivos en -e y en consonante”, en Estudios dedicados a Menéndez Pidal, vol. 3, Patronato Marcelino Menéndez y Pelayo, Madrid, 1952, págs. 159-202. 6 El origen de la confusión del género con el sexo parece remontarse a la antigüedad clásica, como reflejan por ejemplo las siguientes palabras del conocido gramático griego Dionisio de Tracia: “geÈnh me$n o’un eƒsi trƒa ¢rseuikÑn qhlukÑn, ou`de/teron”, ‘hay tres géneros, macho, hembra, neutro’. Texto griego accesible en línea: . Traducción inglesa: (pág. 8). 7 Nuestros presentes términos “emisor” y “receptor” intencionadamente evocan la correspondiente relación en la radiofonía, en particular la posibilidad de sintonía de un número indeterminado de receptores con un mismo emisor.
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5. El género de cada sustantivo es arbitrario, o sea, codificado en el léxico.
Esta terminología, quizá un tanto técnica, se irá clarificando según se avanza en la exposición. El glosario del final del artículo asimismo podrá ser de utilidad a partir de este momento.
1.1. El género no proviene del sexo En castellano, y en todas las lenguas, el DENOTADO de algunos sustantivos (su significado intrínseco, o sea, léxico, con independencia del contexto en el que ocurre en el acto de habla) concierne a seres vivos sexuados, por tanto machos o hembras, mientras que el de otros concierne a objetos inertes o abstractos, por tanto sin sexo: Sexuados: persona, animal, culebra, gato, vástago, marido, mujer, pez, lagarto, moscón, ... Asexuados: hoja, horizonte, meteorito, música, idea, sueño, harina, sol, pared, cielo, …
La atribución del género gramatical del castellano al sexo se halla ya presente en su primera gramática al salir de la imprenta, la de Antonio de Nebrija de finales del siglo XV: “Género en el nombre es aquello por que el macho se distingue de la hembra, i el neutro de entrambos” (1492, Libro III, cap. 6, pág. 68). Aquí, por tanto, se identifica el género masculino con el sexo macho, y el femenino con el sexo 8 hembra , imputándose género neutro al resto de los nombres, con denotado por tanto asexuado. En castellano, sin embargo, no existe 9 género neutro : sólo “masculino” y “femenino”, a partir de ahora aquí referidos por sus iniciales M y F al objeto de evitar ilegítima asociación, consciente o inconsciente, con el sexo –cfr. las expresiones “sexo masculino”, “sexo femenino”–. El género de los sustantivos castellanos sin 10 denotado de sexo es, por tanto, también M o F , una realidad que con8
Sexo “macho” y “hembra” en vez de “masculino” y “femenino” para evitar confusión entre el sexo y el género, sencillamente fatal para el discernimiento de la presente materia. 9 Las gramáticas tradicionales en efecto erróneamente añaden un “género neutro”, además de un “género común”, un “género epiceno” y un “género ambiguo”. La verdadera condición de cada uno de estos falsos géneros será elucidada según se procede: véanse las notas 10 (ambiguo), 39 (neutro), 46 (epiceno) y 70 (común). 10 Usualmente de manera disyuntiva exclusiva, cada sustantivo, pues, o M o F. La excepción la constituye un pequeño grupo compatible con ambos y donde la selección es función de factores geográficos, sociales, estilísticos o de matiz emocional: el caso más extendido lo representa mar (el mar o la mar). Esta situación, muy minoritaria, se interpreta tradicionalmente como constitutiva de un “género ambiguo”. No se trata, sin embargo, de un tercer
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tradice multitudinariamente la identificación de género y sexo alegada por Nebrija (macho → M, hembra → F, sin sexo → neutro), y de diver11 sas maneras también por otros después . Cuatro siglos más tarde el viejo prejuicio/malentendido de que el género del sustantivo castellano refleja sexo persistía (magnificado) en 12 la gramática de la Real Academia Española (GRAE) de 1931 , de vigen13 cia oficial hasta la reciente aparición de la de 2009 : “[El género es] el accidente gramatical que sirve para indicar el sexo de las personas y de 14 los animales y el que se atribuye a las cosas” (p. 10, §10a) . La falsedad empírica de esta concepción en lo que atañe a las “cosas” es evidente y no precisa argumento. Nótese en particular su circularidad: si un sustantivo lleva género (y en castellano todos lo llevan), dicho sustantivo denotaría (por definición) un sexo en consonancia con este género. El sustantivo de género M libro por tanto correspondería a un denotado de sexo macho, y el sustantivo de género F libra a uno de sexo hembra. Manifiestamente, sin embargo, la equiparación “género = sexo” ocurre sólo en la imaginación del gramático: no hay rastro alguno de sexo ni en los libros (un objeto de papel) ni en las libras (una unidad de moneda o de peso) a ningún nivel de la realidad, ni objetivo ni cognitivo. A partir de esta operación mental, el gramático (evidentemente no el hablante) da el salto de atribuir sexo al objeto (o de atribuir al hablante atribución de sexo al objeto), a total contrapelo de la realidad. La identificación del género del sustantivo con el sexo biológico de su referente aparece también en bibliografía lingüística de cariz más formal, la norteamericana incluida, estructuralista o incluso, más recientemente, generativista: Murphy (1954: 23) habla de “A ‘noun marker’ -a with the meaning female, 15 and a masculine counterpart with the meaning ‘male’” . género, asociado, pues, a una tercera clase de concordancia, sino de indefinición léxica entre M y F para un mismo sustantivo: M y F son, sin resquicio de duda, los dos únicos géneros del castellano. 11 Existen señaladas excepciones, no obstante a veces también teñidas por la tendencia general. 12 Real Academia Española, Gramática de la lengua española, Espasa-Calpe, Madrid, 1931. 13 Real Academia Española, Nueva gramática de la lengua española, Espasa-Calpe, Madrid, 2009. 14 La cita continúa “o bien para indicar que no se les atribuye ninguno”, aparentemente en referencia a un “genero neutro” desaparecido del castellano: cfr. “todos los demás objetos […] debieron considerarse neutros y formar, con esta denominación, un tercer género” (págs. 10-11), pero en castellano “por razones de semejanza o analogía, se han ido agregando al género masculino o de los machos, y al femenino o de las hembras, nombres de cosa que no tienen sexo” (pág. 11). Ibid. 15 J. L. Murphy, “A description of noun suffixes in colloquial Spanish”, en Henry Kahane y Angelina Pietrangeli (coords.), Descriptive Studies on Spanish Themes, University of Illinois Press, Urbana, Illinois, 1954.
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Saporta (1959: 35) menciona “A morpheme [-o] with the meaning ‘masculine’ (perhaps more adequately, ‘male’) and a morpheme [-a] with a mean16 ing ‘feminine’ (or ‘female’)” . Anderson (1961: 286) afirma que “A comparison of such forms as /tío/ and /tía/ makes it possible to isolate a morpheme [(o)] with the meaning ‘male’ 17 and a morpheme [(a)] with the meaning ‘female’” . Harris (1991: 51) defiende que “In human nouns grammatical gender match18 es biological sex (with extremely rare exceptions)” . Aronoff (1994: 72) aserta que “There is arguably a conceptual rule that assigns Masculine and Feminine to words for biologically male and female re19 ferents that are not pre-specified for gender” .
La falsedad empírica de esta concepción se examina en detalle en el apartado 3. Ahora consideraremos su alternativa tradicional, a menudo complementaria, la terminación.
1.2. El género no proviene de la terminación La segunda línea habitualmente adoptada para la determinación del género del sustantivo castellano en efecto apela a la terminación de la palabra. Su falsedad es también manifiesta, y por tanto fácil de demostrar. Antes, sin embargo, es necesario precisar el significado del término “terminación”. En el castellano existen tres tipos, no siempre suficientemente distinguidos en la bibliografía a los efectos correspondientes: Simple sonido: Sufijo pleno: Desinencia:
alud, talud, barniz, cariz, anís, hotel, cárcel, orden, labor, albor, … pulcr-itud, sufri-miento, balon-azo, notici-ón, acid-ez, … car-a, braz-o, sangr-e, ...
La identidad del sonido como tal sonido a final de palabra, como en cualquier otra posición de ella, es aleatoria, un simple legado histórico, y su efecto sincrónico en el género nulo, como lo ilustra claramente la muestra de pares que sigue:
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Sol Saporta, “Morpheme alternants in Spanish”, en Henry Kahane y Angelina Pietrangeli (coords.), Structural Studies on Spanish Themes, Universidad de Salamanca, Salamanca, 1959. 17 J. Anderson, “The morphophonemics of gender in Spanish nouns”, Lingua 10, 1961, págs. 285-296. 18 James W. Harris, “The exponence of gender in Spanish”, Linguistic Inquiry 22, 1991, págs. 27-62. 19 Mark Aronoff, Morphology by Itself, MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1994.
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M: F:
l sol col
r lar flor
n pan crin
z haz paz
s dos tos
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d á é ú alud bacará café ambigú salud fideuá koiné interviú
Los sufijos plenos comparten muchas de sus propiedades con las palabras a pesar de no serlo. La diferencia principal es que en el TEXTO (aquí el producto del acto de lengua, oral o escrito) las palabras aparecen por sí solas, mientras que los sufijos precisan del soporte de una palabra o una raíz: Palabra: carbón Palabra + sufijo pleno: carbon+ero, carbon+ada, carbon+eo, carbon+cillo, … Raíz + sufijo pleno: emin+ente, emin+encia, accid+ente, fasc+ismo, locu+ción, locu+torio, …
Entre las propiedades comunes a los sufijos plenos y a las palabras con categoría nominal se encuentran la posesión de significado y, oportunamente aquí, la de género, como se ilustra a continuación (“B” = palabra base, abord-ar en abord-aje, por ejemplo): M: -aje -ón -ismo -al -dero -azo
‘acción de B’ ‘acción/efecto repentino de B’ ‘doctrina/movimiento de B’ ‘lugar donde abunda B’ ‘lugar donde se B’ ‘golpe dado con B’
F: -dad: ‘cualidad de B’ -ez: ‘cualidad de B’ -ura: ‘cualidad de B’ -adera ‘instrumento para B’ -ería ‘lugar donde se vende B’ -ería ‘acción/dicho de B’
abord-aje, aterriz-aje, fich-aje, pill-aje, rod-aje, recicl-aje chapuz-ón, tropez-ón, resbal-ón, apag-ón peron-ismo, dada-ísmo, catolic-ismo, europe-ísmo arroz-al, cañ-aver-al, peñasc-al, barr-iz-al, berenjen-al embarca-dero, abreva-dero, lava-dero, verte-dero rodill-azo, cabez-azo, porr-azo, almohadill-azo
herman-dad, mal-dad, igual-dad, cruel-dad, vecindad palid-ez, acid-ez, desnud-ez, estupid-ez, placid-ez, viud-ez blanc-ura, anch-ura, brav-ura, dulz-ura, hermos-ura reg-adera, lanz-adera, amas-adera, trill-adera zapat-ería, libr-ería, churr-ería, drogu-ería, camis-ería niñ-ería, tont-ería, bruj-ería, bribon-ería, gorron-ería
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La DESINENCIA , a su vez, es un sufijo exclusivo a categorías gramaticales otras que el verbo y caracterizado por un conjunto de propiedades no requeridas en su totalidad por los sufijos plenos:
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También referida en la bibliografía como “vocal de género”, “marca(dor) de clase”, “marca(dor) de palabra”, “elemento terminal”, “vocal temática”, y otras denominaciones.
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PROPIEDADES DE LA DESINENCIA EN CASTELLANO: 1. monovocalicidad: árbitr-o, arbitri-o, arbitrari-o, artífic-e, artifici-o, tis-is, tísic-o 2. atonicidad: mur-o, cap-a (cfr. ó, á en buró, papá, simples vocales, no desinencias) 3. posición final de palabra, descontando una posible -s plural: libr-o-(s), librerí-a-(s) 4. determinación léxica, en cuanto tanto a presencia (plan-Ø) como a identidad (plan-o, plan-a) 21 5. pérdida ante un sufijo pleno : libr-o > libr+er-o > libr+er+í-a > libr+er+i+uch-a; cfr. buró > buro+ít-o, papá > papa+ít-o, con la última vocal de la base (no desinencial) conservada 6. ausencia en el verbo conjugado: el cant-o (desinencia: cfr. los cant-o-s), pero yo cant-o (sufijo verbal, no desinencia: cfr. tú cant-a-s, etc.) 7. carencia de significado: la diferencia semántica (y gramatical) entre (el) cas-o y (la) cas-a no es función de las respectivas desinencias, sino de las dos palabras en su integridad
El residuo de la substracción de la desinencia a la palabra es el TEMA: cfr. libr-, libr-er-, etc. El tema más la desinencia (si presente) componen, por tanto, la palabra: TEMA
librlibr-erabedul
+ + +
DESINENCIA
-o -o
= = = =
PALABRA
libro librero abedul
Notoriamente, el género no figura entre las propiedades de la desinencia, como lo demuestra de manera empírica la compatibilidad de las cinco vocales desinenciales con los dos géneros: M o a e i u 21
F o a e i u
el plan-o el lem-a el vall-e el brócol-i el espírit-u
la man-o la yem-a la call-e la metrópol-i la trib-u
Éste, en efecto, parece ser el caso general ante sufijos comenzados en vocal, de entre los que -av-o constituye una idiosincrásica excepción: doc-e#av-o, doscient-os#av-o (“#” = linde de palabra). Los sufijos con consonante inicial suelen necesitar de una vocal puente para unirse al “tema” de la palabra (no, sin embargo, en coc-ción, por ejemplo). Éste es frecuentemente verbal, y la vocal puente usualmente la vocal temática del verbo correspondiente: pensa+mient-o, descubri+mient-o; aplica+bl-e, servi+bl-e; merece+dor. Con temas no verbales aparece aleatoriamente otra vocal. Alternativamente, el sufijo puede actuar como cuasipalabra, y así añadirse a la palabra base íntegra, con la desinencia por tanto incluida: disco#landi-a, disco#tec-a, disco#gram-a. El sufijo adverbial -mente se combina con el alternante F del adjetivo base por legado histórico del sustantivo F mente en el que se originó: entera#ment-e.
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Las ecuaciones -o = M y -a = F de hecho frecuentemente propuestas 22 en la bibliografía carecen, pues, de fundamento empírico . Ciertamente existe una tendencia en este sentido: hay más sustantivos 23 M terminados en -o que en -a, y lo opuesto para F . Pero las tendencias son recuentos estadísticos, no leyes. Y la muestra precedente revela claramente la imposibilidad de identificación de género y desinencia: el portador del género (M o F) es la palabra entera o el sufijo pleno que 24 la finaliza , no su desinencia. Establecida así la irrelevancia esencial para la determinación del género castellano tanto del sexo como de la terminación, incluida la desidencia, en el resto del artículo se abordará el fenómeno desde una perspectiva más realista. Antes, sin embargo, es preciso esbozar algunos aspectos de la realidad en la que se halla encuadrado el género importantes para la comprensión adecuada del fenómeno.
1.3. El lenguaje y las lenguas El lenguaje humano (calificación redundante, al simplemente carecer de él los no humanos) es un fenómeno b i o l ó g i c o: emana de y lo controla la maquinaria biológica propia del ser humano. Los sistemas de comunicación de los demás animales, a su vez emanados de sus respectivas biologías, se encuentran a años luz del lenguaje humano. Esta incontrovertible realidad plantea un misterio aún por resolver: los materiales genéticos del hombre y de los grandes simios, por ejemplo, 25 coinciden en un altísimo porcentaje , y la semejanza de sus morfologías corporales, externas e internas, salta a la vista. No obstante, el 26 hombre posee lenguaje, y los simios no .
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Pérez Pereira (1991) investiga con palabras experimentales la asignación de género por 160 niños hispanohablantes de 4 a 11 años en base a claves semánticas (el significado), morfofonológicas (la desinencia) o sintácticas (la concordancia). Los resultados muestran desfavorecidas a las semánticas y favorecidas sobre todo a las sintácticas: “Children pay far more attention to morphophonological and syntactic than to extralinguistic clues. As children grow older, they seem to pay slightly more attention to syntactic clues, which become the most important” (pág. 584). Miguel Pérez-Pereira, “The acquisition of gender: what Spanish children tell us”, Journal of Child Language 18, 1991, págs. 571-590. 23 Ésta es en efecto la intuición del hablante y la afirmación habitual en la bibliografía, en ausencia, sin embargo, de cómputos precisos. 24 Los sufijos -ción o -dad, por ejemplo, hacen F a la palabra, y -aje o -miento M. 25 Por encima del 98% según investigaciones recientes. El promedio entre humanos es del 99.9%. 26 Lo confirman los resultados de los diversos experimentos realizados para “enseñar” a varios tipos de simios lenguas similares a las humanas, particularmente en boga en los años
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Los orígenes del lenguaje se pierden en la noche de los tiempos y en todo caso son irrelevantes a la materia que aquí nos ocupa. En el marco de la realidad actual y de muchos milenios precedentes todos los seres humanos sin patologías relevantes adquieren de modo inevitable y automático la lengua de su entorno a una edad muy temprana a la que evidentemente su nivel de conocimiento general y de raciocinio es todavía muy incipiente. Más aún, no pueden negarse a hacerlo, y de hecho ni lo intentan: al contrario, la criatura humana manifiesta 27 una ansia irreprimible por aprehenderla (tó, tó, pidiendo sin cesar el nombre de las cosas), no necesariamente el caso con todos los demás aspectos de su vida (puede, por ejemplo, rechazar alimentos o caricias). Tales hechos son indicio manifiesto de programación biológica para el lenguaje. Las numerosísimas lenguas o idiomas que existen y han existido en el mundo a través de los tiempos constituyen sus materializaciones históricas, variaciones, pues, sobre un mismo tema. Cada lengua o idioma comprende dos componentes fundamentales: palabras y gramática. La palabra es la unidad básica de la lengua: las frases, oraciones, y unidades de mayor tamaño están todas formadas de palabras, como de piedras o ladrillos los muros. Cada palabra se compone de tres elementos indisolublemente unidos: 28
a. forma fónica (el “significante” de Saussure): broche, noche, etc. b. contenido semántico (el “significado” de Saussure): los respectivos significados c. rasgos gramaticales: N en el Nombre sustantivo, V en el Verbo, etc.
El conjunto de las palabras de una lengua constituye su LÉXICO, representado de modo hipotético y aproximado en la prosa de los diccionarios convencionales, y neurológicamente (electroquímicamente), por definición con exactitud, en el cerebro de cada hablante. 60 y 70 del siglo pasado. En efecto, las criaturas humanas absorben las palabras del entorno y las incorporan al uso espontáneamente y casi sin error. En contraste, los simios necesitan hasta miles de horas de enseñanza directa por el experimentador para cada palabra, pese a ello mostrando altos porcentajes de error (con frecuencia subestimados en los informes) en su uso posterior, así como falta de espontaneidad, con la consiguiente necesidad de exhortación por el experimentador. El número de palabras así “aprendidas” también representa sólo un escaso porcentaje de las que el niño adquiere espontáneamente. El caso de “Genie”, una niña que permaneció aislada prisionera de sus propios padres y sin lengua hasta la pubertad, corrobora la fundamental diferencia entre simios y humanos: Genie consiguió adquirir el inglés con notable (aunque no total) corrección tras su liberación a la edad de trece años, notoriamente tardía para el aprendizaje de la primera lengua. 27 Aprehender por el común aprender para reflejar la naturaleza del proceso: no aprendizaje trabajado (como el de la geografía o la aritmética), sino adquisición espontánea e inconsciente. 28 Aquí en representación ortográfica, de manera inocua dado su alto grado de coincidencia con la fonética en el sistema ortográfico oficial actual.
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La GRAMÁTICA a su vez contiene (una vez más en prosa en las “gramáticas” de la bibliografía y neurológicamente en el cerebro) los principios o reglas de formación (“morfología”), pronunciación (“fonética”/“fonología”) y combinación (“sintaxis”) de las palabras. En su uso de la lengua (oral, escrito o simplemente mental), el hablante activa las palabras que lleva archivadas en su léxico, modificándolas y combinándolas en acuerdo con los moldes de la gramática, de este modo componiendo “textos” en la lengua en cuestión. En su realidad vital, la lengua comprende así dos niveles complementarios, individual el uno y social el otro. En la esfera individual, la capacidad para el lenguaje (las estructuras cerebrales pertinentes) forma parte de la biología propia del ser humano, que en su infancia le permite y lo obliga a absorber de manera automática y en gran parte inconsciente la lengua de su entorno. En la esfera social, esta adquisición tiene lugar en el seno de una sociedad que comprende al menos un hablante: su imposibilidad en ausencia de ese “input” lingüístico la 29 confirman empíricamente los llamados “niños lobos” . Una vez adquirida, la lengua usualmente también vive en un entorno social con interacciones lingüísticas entre sus hablantes. Su realidad última corresponde sin embargo a la esfera individual: el léxico y la gramática de cada individuo van en su cerebro, no en los de los demás, a la manera como un programa informático va grabado en el disco duro de cada ordenador. Con la diferencia capital de que los programas informáticos se c o p i a n literalmente de un disco a otro, mientras que los elementos de la lengua (su léxico y su gramática) se r e c r e a n en cada cerebro, sin garantía así (y ni siquiera alta probabilidad) de reproducción exacta. Realísticamente, pues, cada hablante posee su propia lengua (“idiolecto”), diferente a la de los otros, aunque su enorme solapamiento permite que a efectos prácticos y sociales se pueda pensar y decir que todos ellos hablan una misma lengua: el castellano, el inglés, etc. Aclarados estos particulares, puede procederse al examen del género del castellano.
29
Criaturas humanas privadas de compañía humana en los primeros años de su vida, habitualmente desarrollada en la naturaleza en compañía de animales salvajes antes de su descubrimiento. Históricamente, los intentos de científicos y benefactores para inducir lenguaje en tales criaturas alcanzaron sólo un éxito muy limitado. El caso de Genie mencionado en la nota 26 es una notoria excepción. La categorización de Genie como “niño lobo” es sin embargo cuestionable, al haber compartido su vida con humanos y en una vivienda humana, aunque prisionera de ellos y privada de “input” de lengua. Una vez descubierta, gozó además de la atención y dedicación de equipos especializados de psicólogos y pedagogos.
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2. EL GÉNERO 2.1. Materia y mecánica Al inicio se caracterizó al género como un fenómeno que entraña cierto tipo de “concordancia” entre ciertas palabras (los “receptores” de género) y el sustantivo (el “emisor” de género) con el que entran en relación en el texto. Es preciso ahora desglosar estos términos. La división de las palabras en “partes de la oración” es bien conocida: el sustantivo, el adjetivo, el verbo, el adverbio, la preposición, la conjunción, los artículos y demás determinantes, los pronombres. Sus respectivas definiciones y estrategias de identificación se darán aquí por sabidas. También se sabe ya que la suma de las propiedades gramaticales (categoría gramatical incluida), la forma fónica (pronunciación) y el contenido semántico (significado) de cada palabra constituye su “entrada léxica”, o sea, su registro en el léxico, tanto cerebral como formal. Para mayor claridad se reitera ahora su composición; el significado del signo “/” prefijado se aclarará dos párrafos más adelante: ENTRADAS LÉXICAS: Forma fónica Contenido significativo o funcional
Rasgos gramaticales
broch-e
‘conjunto de dos piezas, por lo común de metal, una de las cuales engancha o encaja en la otra’ (DRAE) N, M
noch-e
‘tiempo en que falta la claridad del día’ (DRAE)
N, F
un __ -a
artículo indeterminado
D, /M _, /F
espléndid-o ________ -a
‘magnífico, dotado de singular excelencia’ (DRAE)
A, /M _, /F
(DRAE = Diccionario de la Real Academia Española)
Como puede observarse, en las palabras correspondientes al artículo indeterminado y a ‘magnífico, dotado de singular excelencia’ el significado/función permanece constante, pero las formas fónicas y el rasgo gramatical de género aparecen desdoblados en el espacio que sigue a la ventana “___” indicativa de identidad con el material que va sobre ella. En efecto, en las frases que ilustran el género al comienzo de este escrito, un broche espléndido y una noche espléndida, el artículo y el adjetivo se manifiestan en una de dos formas: un y espléndido en compañía de broche, pero una, espléndida en compañía de noche. En inglés, en contraste, las palabras correspondientes y todas las demás muestran
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forma única: a splendid brooch y a splendid night. Si no fuera así, el inglés tendría género, pero al ser así no lo posee. La existencia de género presupone, pues, la existencia de dos elementos que se complementan. Por una parte, la categorización léxica de los sustantivos, el término EMISOR de género, en clases de género, 30 en castellano dos, M y F: broche ∈ {x | M (x)}, noche ∈ {x | F (x)}, etc. Por la otra, el desdoblamiento también léxico de los RECEPTORES (en castellano los determinantes, los adjetivos y los pronombres no indefi31 nidos ) en formas (VARIANTES o ALTERNANTES) contextualizadas (“/”) cada una a uno de estos géneros. Todo ello se ilustra a continuación (“Ø” = cero, es decir, nada): LÉXICO
M
F
/M
broch-e
noch-e
un-Ø un-a espléndid-o espléndid-a
/F
un-Ø broche espléndid-o un-a noche espléndid-a
TEXTO
La comparación con el inglés será una vez más de utilidad: LÉXICO TEXTO
brooch
night
a
splendid
a splendid brooch a splendid night
Los sustantivos ingleses (aquí brooch y night, pero asimismo todos los restantes) no pertenecen a clases de género. Al no existir tales clases, no es posible contextualizar a ellas (por inexistentes) la forma de los receptores, en consecuencia literalmente uniforme en cada uno de ellos (a; splendid). Podrá quizá preguntarse por qué el inglés es así y el castellano de la otra manera. Tal pregunta, sin embargo, es ociosa: el inglés también antepone el adjetivo al sustantivo, pero el castellano usualmente lo pospone; el inglés tiene las palabras night y brooch, mientras que el castellano tiene noche y broche; el inglés tiene splendid y otras muchas comenzadas por s seguida de consonante, pero el castellano no posee ninguna (las inglesas slogan, status, scanner, spray, sprint, standard, etc., se incorporan al castellano como eslogan, estatus, escáner, espray, esprín(t), 30
Glosas: la palabra broche es miembro (“∈”) del conjunto (“{…}”) de palabras clasificadas como “M”, y noche de las clasificadas como “F”. 31 La lista no es idéntica en todas las lenguas: en ruso y en árabe también lo son los verbos, en galés las preposiciones, etc.
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estándar, como mínimo en la pronunciación). Simple y llanamente, cada lengua es como es, y precisamente eso la hace diferente. Podría también preguntarse por qué el castellano sólo tiene dos 32 géneros: hay lenguas con hasta diez o más . O para qué sirve el género. O de dónde procede. Etc. Estas preguntas aquí también son redundantes: sencillamente, el género es un fenómeno lingüístico existente en muchas lenguas pero no en todas. Cuando existe, su sustancia es la que se acaba de ver: 1. categorización léxica de sustantivos (los emisores de género) en clases de género, y 2. existencia de alternantes léxicos en los receptores, cada uno contextualizado a uno de los géneros. La selección del alternante de receptor acorde con el género del emisor con el que se halla en relación en el texto (M/ para M; F/ para F) constituye el fenómeno tradicionalmente conocido como CONCORDANCIA, ilustrado ahora de nuevo para mayor claridad (el símbolo “*” señala ilegitimidad lingüística por convención generalizada): TEXTO M/ M CON CONCORDANCIA:
M/
F/ F F/
un ∅ broche espléndido
SIN CONCORDANCIA (total): *una broche espléndido
un ∅ broche *espléndida *una broche *espléndida
una noche espléndida *un ∅ noche espléndida una noche *espléndido *un ∅ noche *espléndido
La concordancia es, pues, el tercer ingrediente concomitante al género. En efecto, sin concordancia no hay modo de averiguar (ni por tanto aprehender, y después conocer) que broche tiene género M y noche género F, al no incluir la palabra broche nada explícito que la revele como M, ni noche como F: el contraste se manifiesta exclusivamente en 33 los receptores en relación con ellas en el texto , aquí unØ ~ una y 32
Lenguas bantúes, por ejemplo. Véase Corbett (1991), una útil monografía sobre el género con abundante información sobre sus diversos aspectos. Greville Corbett, Gender, Cambridge University Press, Cambridge, 1991. 33 Es evidente que el dominio de la concordancia en el texto no puede ser ilimitado: el género F de la misma palabra concordancia que aparece al comienzo del párrafo al que se refiere esta nota obviamente no se transmite a todas las palabras con cualidad de receptoras presentes en el resto del presente escrito. La identificación de un criterio unitario para la delimitación del ámbito de la concordancia no es, sin embargo, tarea fácil, y así no existe aún acuerdo entre los especialistas. Para los efectos presentes bastará con una pauta: la concordancia opera cuando existe una relación (sintáctica, semántica o pragmática) entre el sustantivo emisor y las palabras receptoras. Lo ilustran los siguientes ejemplos, con los términos relevantes a la relación en cada caso identificados mediante subíndices: losi brochesi espléndidosi (sintáctica); los brochesi son espléndidosi (semántica); los brochesi en cuestión los compré yo… Verdaderamente son espléndidosi (pragmática). El papel de la pragmática con respecto a la lengua se puntualiza más adelante: véanse el apartado 3.3 y la nota 65.
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espléndido ~ espléndida. El género (la categorización de los emisores en clases M o F) es, así, un secreto que cada sustantivo lleva en sus entrañas y sólo sale a la luz en el alternante que muestran sus receptores en el texto. La configuración total del fenómeno gramatical llamado “género” es, pues, triangular: clases (en emisores): nocheF
alternantes (en receptores): espléndid-o/M|-a/F
concordancia (entre emisores y receptores): nocheF espléndida/F
Como sugiere visualmente la figura, las clases y los alternantes se sostienen sobre la concordancia, a falta de la cual las primeras serían invisibles, y los segundos en consecuencia ociosos. A su vez, la concordancia se nutre de las clases (en castellano M, F, en broche, noche, por ejemplo) y de los alternantes (/M, /F, un, una), sin los cuales carecería de sustancia material, y por tanto de existencia. 2.2. Flexión La multiplicidad de formas de una misma palabra léxica constituye su FLEXIÓN. En castellano (y en otras muchas lenguas mutatis mutandis) la flexión afecta a más dominios que el género. Se manifiesta también, por ejemplo, en las diversas formas que adoptan en el texto los determinantes/pronombres personales para un mismo referente por razón de caso gramatical y/o acento prosódico: yo, me, mí, mi, mío, -migo (cfr. yo no me veo ni a mí ni a mi mío conmigo). El verbo posee una plétora de formas flexivas, con respecto al tiempo (canto – cantaba – canté – cantaré), el aspecto (cantó – cantaba), el modo (cantamos – cantemos), la persona (canto – cantas), y el número (canto – cantamos). Y en el nombre, además del género, existe el número: casa > casa-s = casa + ‘más de una unidad’. Normalmente, la flexión expresa matices gramaticales (no significados léxicos primarios) como los que se acaban de enumerar: número, caso, tiempo, aspecto, modo. En el género, sin embargo, la función de la flexión está limitada a la implementación de su propia concordancia: el género no posee significado ni función gramatical obvios fuera de la concordancia misma. Diferencia también homónimos como (el) orden – (la) orden, pero sin necesidad, al ser viable la identidad formal total (género incluido) de palabras sin embargo mutuamente
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independientes (“homonimia”): el banco (asiento) – el banco (financiero). La concordancia, a su vez, expresa la relación existente entre sus términos en el texto, con la consiguiente flexibilización del orden de las palabras. La diferencia de forma entre los alternantes de los receptores de género del castellano de hecho se materializa en la desinencia, al ser 34 habitualmente invariable el tema : un-Ø/a, espléndid-o/a. De los otros dos componentes de la entrada léxica, el significado/función es común en su totalidad a los dos alternantes, aquí respectivamente artículo indeterminado y ‘magnífico, dotado de singular excelencia’. También lo son, con la excepción tautológica del género, los rasgos gramaticales, en nuestros ejemplos respectivamente D (aquí artículo indeterminado) y A (adjetivo). En castellano existen los tres patrones morfológicos de alternancia de género que siguen: ALTERNANCIA:
-o -e Ø
-a -a -a
M espléndid-o regordet-e español
F espléndid-a regordet-a español-a
El alternante F invariablemente lleva la desinencia -a. En el alternante M la desinencia oscila de manera impredecible entre -o, -e, ∅. En castellano (también en otras lenguas) no todas las palabras receptoras de género (determinantes, adjetivos, pronombres) poseen alternantes: -a: -e: 35 -i :
alert-a, idiot-a, belg-a interesant-e, grand-e yanqu-i, grogu-i
ÈV#: C#:
aimará, guaraní, ceutí, zulú, hindú cortés, feliz, mejor, azul, útil, afín
Los ejemplos que siguen ilustran la situación: un profesional alerta/interesante/yanqui/aimará/hindú/cortés/feliz/mejor/ útil/afín una profesional alerta/interesante/yanqui/aimará/hindú/cortés/feliz/mejor/ útil/afín
Cada uno de los patrones mencionados (un/a, espléndido/a, etc.) de hecho encarna un paradigma declinacional, el equivalente nominal de 34
Aquel – aquella representa una de las poquísimas excepciones. La atribución de condición de desinencia a -i se justifica por las propiedades que manifiesta, entre ellas la posición final de palabra, la atonicidad y la pérdida ante sufijos: cfr. por ej. yancófilo, no *yanquífilo o *yanquiófilo. Cfr., en contraste, ajiófilo (*ajófilo), de ají. 35
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los paradigmas conjugacionales de los verbos. El latín, la lengua madre del castellano, poseía cinco declinaciones (algunas con subdeclinaciones), cada una con seis casos, en dos números. En castellano, el pronombre/determinante personal excepcionalmente incluye cuatro 36 casos: NOM yo, GEN mi, mío, DAT/ACUS me, mí, ABL COM [con]migo . Al ser binario el género del castellano, el número máximo de términos es, tautológicamente, dos, con las tres posibilidades combinatorias mencionadas: o ~ a, e ~ a, ∅ ~ a. Estos tres patrones de alternancia, más los no alternantes (alert-a, interesant-e, yanqu-i, aimará, ceutí, cortés, útil, …), de hecho constituyen declinaciones castellanas de género. No son, sin embargo, habitualmente considerados tales en la bibliografía, quizá por su carácter rudimentario (a lo más simples pares) y su irrelevancia semántica.
2.3. M “por defecto” La propuesta actual de selección de alternante en los receptores por medio de concordancia con su emisor en el texto topa con dos problemas. Primero, hay palabras que en el texto funcionan como sustantivos sin serlo en el léxico, al provenir de la nominalización de categorías gramaticales carentes de él. Segundo, un receptor (o varios) puede(n) estar en el texto en relación simultánea con emisores de género opuesto. En ambos casos, evidentemente, no hay un emisor unívoco desde el que efectuar la concordancia. A continuación se ilustra el problema respecto a la nominalización: INFINITIVOS
OTRAS PARTES
COMPUESTOS V+N
DE LA ORACIÓN
el saber (no ocupa lugar) el murmurar (de las aguas) el zumbar (de las abejas) (es) un decir
el sí (de las niñas) (jamás de) los jamases un no (rotundo) un qué (de más)
ADV ADV ADV PRON
un sacapuntas un quitamanchas un parabrisas un parabrisas
< puntaF < manchaF < brisaF < brisaF
Las palabras del primer grupo en el léxico son V y las del segundo ADV o PRON, mientras que las del tercero tienen su origen en frases V+N, donde N es F. Todas ellas por tanto carecen (o inicialmente carecían) de género léxico. Al incorporarse al texto nominalizadas (desempeñando el papel de sustantivo en la oración), puede surgir la necesidad de determinación, modificación por adjetivos, etc., categorías éstas receptoras de género, precisando así las palabras correspondientes de 36
Latin clásico mecum.
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un sustantivo emisor del que recibirlo. Al no ser aquí el candidato a emisor sustantivo léxico y en consecuencia carecer de género, no es posible la concordancia. Varias soluciones podrían en principio ser factibles, entre ellas la asignación aleatoria de género a los receptores. No obstante, los ejemplos anteriores y cualquier otro posible revelan que el resultado invariablemente entraña la selección sistemática del alternante /M, así “por defecto”, no por concordancia. El concepto “por defecto” (equivalentemente, “no marcado”) es de sobra conocido en la bibliografía, y con frecuencia utilizado en análisis de lengua en dominios muy diversos. Por ejemplo, en el verbo castella37 no, la 1ª conjugación (-ar) tiene condición de por defecto : piénsese en el número de tales verbos (9705) comparado con el de las otras dos clases (712 + 740), en la incorporación a ella de verbos importados de lenguas sin clases de conjugación como el inglés (filmar, chutar, escanear, estresar, …), en el sesgo de los errores infantiles (favorecedores de ella), etc. En el número (tanto en verbos como en nombres) el singular es por defecto (el niño [todos] necesita cariño), y el plural marcado. En la persona verbal, la tercera del singular (llueve, amanece, hay, …). Etc. La necesidad de asignación de género M por defecto en el texto a sustantivos carentes de él en el léxico, por no ser allí sustantivos, posibilita su eliminación global tanto del léxico como del texto. A este efecto a partir de ahora M será transcrito “M” como recordatorio visual de su ausencia formal: LÉXICO:
Forma fónica Contenido significativo o funcional
Rasgos gramaticales
broch-e
‘conjunto de dos piezas, por lo común de metal, una de las cuales engancha o encaja en la otra’ (DRAE) N, M
noch-e
‘tiempo en que falta la claridad del día’ (DRAE)
N, F
un __ -a
artículo indeterminado
D, /M _, /F
espléndid-o ________ -a
‘magnífico, dotado de singular excelencia’ (DRAE)
A, /M _, /F
TEXTO:
37
/M M /M un ∅ broche espléndido
/F F /F una noche espléndida
Véase Harald Clahsen, Fraibet Aveledo e Iggy Roca, “The development of regular and irregular verb inflection in Spanish child language”, Journal of Child Language 29, 2002, págs. 591-622.
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Además de factible, este análisis es más acorde con la navaja de 38 Occam , y por tanto a este respecto superior a la alternativa precedente. Visto así, el castellano posee, pues, una sola marca léxica de género, F, transmitida en el texto por concordancia a los receptores pertinentes. El análisis “por defecto” asimismo da cuenta de la aparición sistemática del alternante /M en ausencia de emisor, y por tanto sin posibilidad de asignación de género mediante concordancia, como se ilustra ahora en B., que contrasta con A.: A. SUST. → ADJ., DET.
SUST. → ADJ., DET.
SUST. → ADJ., DET.
SUST. → ADJ.
una ← cosa → buena
la mala es ← la lluvia
la ← vida es → bella
llegada → súbita
B. PRON. INDEFINIDO
“ART. NEUTRO”
no hay nada -/-> bueno lo -/-> malo es la lluvia
INFINITIVO
VERBO FINITO
vivir es -/-> bello
llega -/-> súbito
En A. los receptores concuerdan (“←”, “→”) con sus respectivos emisores: buena con cosaF, etc. En B., sin embargo, no hay emisores (“-/->”), al no existir en cada caso un sustantivo que pueda desempeñar esta función: nada es pronombre indefinido, lo “artículo neutro” 39 (tradicionalmente: en realidad pronombre incontable clítico ), vivir infinitivo (verbo), y llega verbo finito, categorías estas no emisoras de género. En todos estos casos las palabras receptoras (bueno, malo, bello, súbito) aparecen en su alternante M, evidentemente, pues, “por defecto”:
38
La conocida expresión “Navaja de Occam” se refiere al principio formulado por el filósofo medieval inglés Guillermo de Occam como guía para la investigación y el análisis consiguiente: entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem ‘las entidades no deben ser multiplicadas más allá de la necesidad’. 39 Etimológicamente, lo es un truncado proclítico descendiente del pronombre neutro latino illud, cuya forma plena dio lugar a la castellana ello. El castellano lo sigue siendo pronominal, no “artículo neutro”, como equivocadamente se suele afirmar. Nótese, por ejemplo, que lo bueno equivale a ‘(aqu)ello que es bueno’, y que lo no es combinable con sustantivos (en lo hombre [= la hombría] de Mario, hombre desempeña el papel de adjetivo), en contraste con los artículos, que sí lo son (en el hombre [el marido] de María, hombre es sustantivo). En consecuencia, tautológicamente, lo no puede definir una clase de género “neutro”, y en efecto es analizado como p r o n o m b r e incontable en Ojeda (1984, 1993). Amerindo Ojeda, “A note on the Spanish neuter”, Linguistic Inquiry 15.1, 1984, págs. 171-173. Amerindo Ojeda Linguistic Individuals, CSLI, Stanford, California, 1993. Véase también Ignacio Bosque y Juan Carlos Moreno, “Las construcciones con lo y la denotación del neutro”, Lingüística 2, 1990, págs. 5-50.
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LÉXICO
nada vivir
F cos-a vid-a
/M buen-o bell-o
/F buen-a bell-a
F /M /F nada ......................................... buen-o vivir .......................................... bell-o cosa............................................ buen-a vida .......................................... bell-a
TEXTO
El carácter general (es decir, sin restricción contextual: inglés context-free) de M automáticamente permite su aplicación “por defecto” a frases y oraciones enteras, por su propia naturaleza (numeración infi40 nita, en su día demostrada por Noam Chomsky ) imposibles de inventariado léxico, y por tanto a fortiori carentes de género léxico. Plausiblemente también en el texto, al ser el género un rasgo gramatical exclusivo a las palabras: a. el [que Marta suplique diariamente a María que lo haga] no servirá de nada b. * la [que Marta suplique diariamente a María que lo haga] no servirá de nada c. la [súplica diaria de Marta a María de que lo haga] no servirá de nada
suplicar
F súplica
el suplicar
la súplica
LÉXICO
TEXTO
/M el
/F la
Es importante advertir que la eliminación de la representación de la marca de género M no anula el contraste entre los alternantes /M y /F (un – una, etc.), ni, por implicación, entre los dos géneros. Esta realidad es fundamental, al ser dos el número mínimo de géneros: el 41 contraste tautológicamente necesita diferencia para serlo . Una vez más, el inglés, sin contraste en el dominio del género, no tiene género. La misma maquinaria resuelve el segundo de los problemas planteados al principio: el conflicto entre emisores de distinto género. En 42 efecto, la prevalencia del alternante /M en receptores no antepuestos
40
Cfr. “The grammar cannot simply be a list of all morpheme (or word) sequences, since there are infinitely many of these” (Chomksy, 1957: 18). Noam Chomsky, Syntactic Structures, Mouton, La Haya, 1957. 41 Recuérdese el célebre dicho saussuriano “Dans la langue il n’y a que des différences”. 42 Es decir, no en posición precedente al sustantivo con el que entran en relación.
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es asimismo absoluta, como se puede observar a continuación (los subíndices j, k indican correferencia; cualquier palabra precedida de asterisco aquí hace ilegítima la frase): losjk bellosjk lagosj y lagunask italianosjk son muy frecuentadosjk *lasjk *bellasjk lagosj y lagunask *italianasjk son muy *frecuentadasjk losj bellosj lagosj y lask lagunask italianask son muy frecuentadosjk losj bellosj lagosj y lask lagunask *italianosjk son muy *frecuentadasjk laskj bellaskj lagunask y lagosj italianoskj son enormemente frecuentadoskj *loskj belloskj lagunask y lagosj *italianaskj son enormemente *frecuentadaskj lask bellask lagunask y losj lagosj italianosj son enormemente frecuentadoskj *losk *bellosk lagunask y losj lagosj italianosj son enormemente *frecuentadaskj
El artículo determinado los/las y el adjetivo calificativo aquí en función evaluativa bello/a, antepuesto en razón de esta función, obligatoriamente concuerdan con el sustantivo que los sigue sin perjuicio para la correferencia con los dos sustantivos en relación con ellos: cfr. losjk bellosjk lagosj y lagunask y laskj bellaskj lagunask y lagosj. En el resto de posiciones, sin embargo, los receptores aparecen en su alternante M, su 43 carácter por defecto siendo así confirmado.
2.4. Resumen El modelo de género que se acaba de exponer puede esquematizarse de la forma que sigue: a. E
R
R
R
…
b. E : marca léxica inherente R : transmisión desde E
43
Conviene quizá señalar que el carácter por defecto del g é n e r o M (alias “masculino”) no es ni mucho menos universal. En efecto, hay género F (alias ”femenino”) por defecto en lenguas tipológicamente tan variadas como el afaro (cusítica), el dizi (omótica), el masái (nilótica), el séneca (iroquoia), el guajiro (arawaca) o el dama (josia): véase Greville Corbett (1991), ibíd., pág. 220.
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c. marca léxica : F concordancia textual : F
En a. se representa la concordancia como un flujo (de género) que parte de un emisor (E) hacia sus receptores (R), de número indeterminado. En b. se hace explícito el carácter inherente de la marca de género en el emisor (E) y su transmisión desde él a los receptores (R). En c. se manifiesta la exclusividad de la marca F, con la correspondiente supresión de su contrapartida tradicional M tanto del léxico como del texto, donde en ausencia de la marca F los alternantes M se seleccionan por defecto, no mediante concordancia. Es imperativo advertir que el carácter por defecto concierne al g é n e r o M, una propiedad g r a m a t i c a l de los sustantivos pertinentes sin relación de necesidad con el sexo de sus referentes en la vida real cuando éstos lo 44 poseen . El papel del sexo en la lengua es, en efecto, independiente, como se expone en el apartado que ahora sigue.
3. EL SEXO En este apartado se considera el sexo, como se acaba de indicar en principio independiente del género, y en la realidad muy frecuentemente. El contraste esencial al que será necesario prestar especial atención se da entre el s e x o s e m á n t i c o (el significado de sexo incluido en las entradas léxicas de las palabras correspondientes) y el s e x o b i o l ó g i c o (los atributos biológicos de los seres vivos en relación con el sexo), dos dimensiones ordinariamente no distinguidas con claridad en la bibliografía: considérese, por ejemplo, la aseveración “Gender is only one of three interrelated but distinct and autonomous domains relevant to inflection, namely b i o l o g i c a l / s e m a n t i c s e x [énfasis mío, IMR], grammatical gender, and morphological form class” (Harris, 1992: 65). Aquí, en contraste, se verá de manera incon-
44
La confusión está lejos de ser inusual, y se reitera en la reciente edición de la GRAE: “En la designación de personas y animales, los sustantivos de género masculino se emplean para referirse a los individuos de ese sexo, pero también a toda la especie, sin distinción de sexos, sea en singular o en plural. […] Estos casos corresponden al USO GENÉRICO del masculino” (NGRAE 2009, §2.1.3a, ibid.). Tal como se demostrará en el próximo apartado, sin embargo, no existe el tal “uso genérico” del masculino, figura que el gramático confunde con la ausencia de marca semántica de sexo (macho o hembra) en la entrada léxica de la palabra correspondiente, cuando no con el sexo biológico de su posible referente en la vida real, tres aspectos no obstante netamente diferenciados en la realidad objetiva.
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trovertible que el sexo biológico no coincide automáticamente con el sexo semántico, y por tanto que no lo determina. 3.1. Animales Metodológicamente cabe distinguir entre sustantivos referidos a personas y sustantivos referidos a animales. El sexo de las personas acostumbra a ser manifiesto en su apariencia física, vestido, conducta, etc., y su captura terminológica no suele por tanto ser dificultosa. En contraste, el sexo de la mayoría de los animales es usualmente opaco o irrelevante a los humanos carentes de trato con ellos, y (quizá a causa 45 de ello ) las palabras correspondientes habitualmente no proveen 46 información al respecto . Lo demuestran los siguientes ejemplos, de género M en la primera línea y F en la segunda: Género “simpar”: el delfín, cachalote, conejo, camello, jabalí, faisán, gorila, mosquito, tiburón, rinoceronte, mirlo, … la ballena, foca, liebre, llama, rana, perdiz, tortuga, avestruz, araña, serpiente, mariposa, lombriz, …
La referencia de cada una de estas palabras SIMPARES (= sin pareja de género) puede ser a un animal de sexo macho o a un animal de sexo hembra. A niveles superiores en la escala de relación humana con el animal pueden existir parejas de palabras (así EMPAREJADAS) con géneros contrapuestos y posible relación con el sexo. Crucialmente, sin embargo, 1. el emparejamiento no es general, como se acaba de comprobar; 2. cuando existe, la relación con el sexo no es absoluta: Géneros emparejados: 47 Con significado de sexo en ambos géneros (según el DRAE ): 48 macho: toro, gallo, chivato 45
Es sin embargo conocido que los criterios funcionales no tienen por qué determinar la materia constitutiva de las lenguas. Por citar algo obvio, las irregularidades verbales (abundantes en castellano) no reportan ninguna ventaja aparente, y sin embargo perviven. 46 La gramática tradicional concibe la referencia de un sustantivo único a seres de los dos sexos como constitutiva de un “género epiceno”. Evidentemente, sin embargo, delfín es de género M y ballena F, como lo atestiguan sus respectivos patrones de concordancia el delfín y la ballena. No hay lugar, pues, para un género diferenciado adicional “epiceno”. 47 El DRAE en efecto define estas formas M como macho de la F, y las correspondientes F como hembra del M. Hay que apuntar, sin embargo, que en el lenguaje coloquial sustantivos F como vaca, gallina, cabra son utilizables con intención genérica, es decir, con referencia a ambos sexos, especialmente en un sentido colectivo: voy a dar a comer a las gallinas suele incluir a los gallos, etc. Nótese el paradójico contraste con el llamado “uso genérico del masculino” a que erradamente se refiere la NGRAE (véase la nota 44). 48 Denominación, entre otras, del macho de la cabra, según el DRAE.
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hembra: vaca, gallina, cabra 49 Con significado de sexo limitado al género M : macho: zorro asexuado: zorra 50 Con significado de sexo limitado al género F : asexuado: perro, cerdo, lobo, conejo, caballo, … hembra: perra, cerda, loba, coneja, yegua, …
Esta realidad de lengua demuestra irrevocablemente la inexistencia de una relación de necesidad entre el sexo biológico de los animales y el género de los sustantivos referidos a ellos.
3.2. Personas La situación con respecto a las personas es similar, aunque no idéntica. Aquí también existen palabras simpares, habitualmente sin información de sexo y excepcionalmente con ella. El grueso de los casos entraña, sin embargo, parejas con alternancia de género y uno de dos patrones con respecto al sexo: sexo en los dos alternantes y sexo sólo en el alternante F.
3.2.1. Palabras simpares Las palabras simpares denotadoras de humanos pueden o no llevar marca léxica de sexo. En primer lugar, un grupo de palabras no numeroso pero con algunos miembros de muy frecuente uso poseen género único (M o F) con 51 52 referencia abierta a uno u otro sexo biológico (# ¢ ! ): Género M: F:
49
53
vástago, retoño, bebé persona, prole, criatura, víctima, gente
Referente #¢! #¢!
Aquí el DRAE especifica el M zorro como macho, y el F zorra como asexuado, el “masculino genérico” así contradicho una vez más. 50 En el DRAE aquí respectivamente mamífero […] y hembra del M. 51 En la gramática tradicional estas palabras se dicen tener “género epiceno”, señalado ya como inexistente en la nota 46. 52 El símbolo lógico “V” (cfr. Latin vel ‘o’) representa la relación disyuntiva ‘o’. El subrayado (“¢”) le añade condición exclusiva. 53 Tradicionalmente la palabra bebé es M y asexuada, al menos en España.
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Las construcciones que siguen demuestran de modo empírico, más 54 allá de la intuición y la evidencia cotidiana , la carencia de relación entre el género de estas palabras y el sexo de su referente: a. yo tengo vástagos de ambos sexos b. aquí hay personas de ambos sexos
Ambas frases, perfectamente comprensibles y del todo normales, proporcionan prueba objetiva de la posibilidad de pertenencia de los referentes de los respectivos sustantivos al sexo macho o al sexo hembra, y en consecuencia de la carencia de significado de sexo en las entradas léxicas correspondientes: Forma fónica
vástag-o prol-e
Contenido significativo/funcional
Rasgos gramaticales
‘Persona descendiente de otra’ (DRAE)
N, M
‘Linaje, hijos o descendencia de alguien’ (DRAE)
N, F
El género opuesto de estos dos sustantivos manifiestamente no tiene efecto alguno sobre su potencial referencial, que indistintamente afecta a personas de sexo macho o de sexo hembra. Es, por tanto, evidente que la responsabilidad de la delimitación del ámbito de referencia del sustantivo con respecto al sexo no recae en el género (M, F), sino en la carga semántica relevante al sexo presente en la entrada léxica, aquí obviamente vacua (“ – ”): Palabra (lengua): género: sexo:
Referente (vida): sexo:
54
vástago
persona
M –
F –
vástago
persona
k s ¢s 1
k s ¢s 1
Los juicios del hablante nativo libres de prejuicios externo sobre la condición de legitimidad o no de datos lingüísticos sometidos a su evaluación desempeñan en la lingüística la función de los rayos X en la medicina para la averiguación de la condición salubre o patológica del sistema investigado. En este contexto es preciso advertir que la posible interferencia (consciente o inconsciente) del “doblete de género”, presente en el mundo hispanohablante desde hace ya más de una década, pudiera ocasionar en algún lector expuesto a él divergencia con algunos de los juicios tradicionales y abrumadoramente mayoritarios aquí expresados. La cuestión del doblete se aborda en la papeleta gramatical de este mismo autor en este mismo número “El doblete de género: más que inútil, contraproducente”, págs. 145164. Véase también la nota 63 aquí.
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Existen también algunos sustantivos impares con denotado de persona exclusivo a machos (varones) o a hembras (mujeres): de macho: de hembra:
eunuco virago 55
Tales palabras al parecer todavía son más escasas . Una vez más, la responsabilidad por las diferencias entre este grupo y el anterior recae exclusivamente en el léxico: la entrada léxica de vástago, por ejemplo, carece de información de sexo, mientras que la de eunuco la lleva de ‘macho’, y de modo recíproco en persona y virago con respecto al rasgo ‘hembra’. Estos rasgos se representarán aquí respectivamente con los símbolos estilizados Ö y _ al objeto de diferenciarlos visualmente de los de los sexos físicos # y !, omnipresentes (disyuntivamente) en los referentes por obvia necesidad biológica. La materia relevante incluida en las respectivas entradas léxicas y los respectivos posibles referentes son, pues, como sigue:
Palabra (lengua): género: sexo: Referente (vida): sexo:
eunuco
virago
M Ö
F _
#
!
3.2.2. Emparejados ambos sexuados El reverso de la medalla de los simpares no sexuados lo constituyen palabras emparejadas con denotados respectivamente restringidos a los sexos macho y hembra. Ilustramos ahora las correspondientes entradas léxicas y sus posibles referentes:
Esta escasez se mitigaría con la inclusión de palabras simpares de significado Ö tipo sacristán, obispo y semejantes. Esta “simparidad”, pudiera sin embargo deberse a la actual exclusividad de los correspondientes cargos a varones en la Iglesia católica: una eventual apertura de los oficios a mujeres pudiera ocasionar clonación léxica, con la consecuente salida de estas palabras del grupo de las simpares. Se discute la clonación en la papeleta gramatical de este mismo autor en este mismo número “El doblete de género: más que inútil, contraproducente”, págs. 145-164, y del papel de la pragmática en la interpretación lingüística en la nota 65 y en el apartado 3.3 del presente artículo. 55
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monje Palabra (lengua): género: sexo: Referente (vida): sexo:
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monja
M Ö
F _
#
!
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57
La demostración empírica de esta realidad tampoco ofrece dificultad: * conozco a muchos monjes de los dos sexos * conozco a muchas monjas de los dos sexos
El motivo (meramente lingüístico) de la imposibilidad de atribución de sexo indiferente a monjes o a monjas es, sencillamente, la determinación l é x i c a de monje como de sexo macho, y de monja como de sexo hembra. La notada diferencia de significado entre palabras como vástago y monje, ambas M, o persona y monja, ambas F, una vez más no concierne, pues, ni al género ni al sexo b i o l ó g i c o, sino al sexo s e m á n t i c o: las entradas léxicas de vástago y persona no lo contienen, mientras que las de monje y monja lo incluyen, de ‘macho’ las primeras y de ‘hembra’ las segundas. Además de evidente, la distinción entre el sexo biológico de los 58 seres vivos (# ¢ !) y el sexo semántico de las palabras (Ö ¢ _ ) es absolutamente básica, al no existir en castellano (ni quizá en ninguna 59 lengua ) identidad necesaria entre estos dos parámetros. La siguiente tabla agregada compendia la situación presentada hasta el momento: Palabra (lengua): género: semántica: Referente (vida): sexo:
56
monje
monja
vástago
persona
eunuco
virago
Ö
M
F
_
M –
F –
M
Ö
F
#
!
#¢!
#¢!
#
!
_
Igualmente brujo, marido, varón, macho (tautológicamente) y algunos otros, en contraposición a los también M cónyuge, esposo, consorte, hechicero, que no indican sexo. 57 Asimismo bruja, mujer, hembra (tautológicamente), esposa, hechicera, todos ellos con significado exclusivo ‘hembra’. 58 Como ya se ha indicado, estas versiones estilizadas de los símbolos usuales para el sexo biológico se utilizan aquí al objeto de distinguirlos de ellos y a la vez facilitar su reconocimiento y memoria. 59 Algunas lenguas dravídicas (sur de la India) parecen aproximarse a este ideal, aunque sin alcanzarlo por completo (véase G. Corbett, 1991, ibid.).
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El sexo biológico (# ¢ !) inevitablemente está presente en los r e f e r e n t e s de todas las palabras con denotado de ser humano, al ser todos ellos por necesidad sexuados. Esta realidad exterior no encuentra sin embargo necesariamente reflejo en los s i g n i f i c a d o s de las correspondientes palabras: los significados, por definición, son determinados lingüísticamente, no biológicamente, en las respectivas entradas léxicas internalizadas por el hablante durante su proceso de adquisición de la lengua. Sencillamente, palabras como monja llevan significado ‘hembra’ _, y monje significado ‘macho’ Ö, pero vástago y persona carecen tanto del uno como del otro, y así son aplicables a referentes de cualquiera de los dos sexos: cada vástago o persona será macho # o hembra !, pero las palabras castellanas correspondientes no lo expresan (cfr. “–” en el esquema anterior). El sexo biológico (una propiedad del referente en el mundo) no corresponde, pues, necesariamente ni al sexo semántico (un componente del significado léxico de la palabra), ni al género (una propiedad gramatical también léxica de exclusiva relevancia para la concordancia): sencillamente, ni el léxico es biología ni la biología léxico. 3.2.3. Sexo en un miembro emparejado La caracterización léxica de los patrones considerados hasta ahora es, una vez más, como sigue: Simpares: sin sexo: con sexo: Emparejados: con sexo:
M MÖ
vástago eunuco
F F_
persona virago
MÖ
monje
F_
monja
Estos tres patrones (un solo género con o sin sexo, y dos géneros, cada uno con un sexo) en castellano son muy minoritarios la gran mayoría de los sustantivos con referentes humanos respondiendo en su lugar a un cuarto patrón en parte combinación de dos de los anteriores. Sus miembros posiblemente alcanzan el millar, si no lo sobrepasan, mientras que los simpares asexuados (persona), o sexuados (eunuco) son muy escasos, y los de sexos contrapuestos (monjeÖ, monja_) bastante. Los pares que siguen ilustran (muy mínimamente) este cuarto patrón mucho más común: vasco – vasca ciudadano – ciudadana trabajador – trabajadora compañero – compañera
amigo – amiga niño – niña padre – madre español – española
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Aquí el miembro de género F conlleva significado de hembra, _, al igual que monja. El miembro de género M, sin embargo, no conlleva significado de macho, Ö, en contraste con su contrapartida monje, que, como se ha visto y el lector hablante de la lengua ya sabía, sí lo lleva. El miembro de género M (vasco) aquí comparte, pues, ausencia de restricción semántica de sexo con palabras simpares también asexuadas como vástago (M) o persona (F). La situación se visualiza en su totalidad en los dos cuadros que siguen, ordenados en direcciones contrapuestas al objeto de maximizar la transparencia conceptual: Género y sexo en la lengua Sexo
––
Género M
vástago vasco
F
persona
Ö
_
Género
M
F
vástago vasco
persona
Sexo
eunuco monje
–– virago vasca monja
Ö
eunuco monje
_
virago vasca monja
La demostración empírica de la asimetría del sexo semántico con respecto al género que caracteriza al grupo F = _, M ≠ Ö tampoco ofrece dificultad: los vascos de los dos sexos
* las vascas de los dos sexos
Señaladamente, el miembro M vasco de la pareja acepta la calificación de los dos sexos, mientras que el miembro F vasca la rechaza. En el marco del análisis propuesto, la explicación es muy sencilla: la entrada léxica de vasca incluye significación de sexo _, mientras que la de vasco no incluye significación de sexo Ö. En consecuencia, vasco es compatible con referentes de los dos sexos, mientras que vasca está restringida a referentes de sexo hembra. Evidentemente, de incluir la entrada léxica de vasco sexo macho Ö como monje, la palabra no sería compatible con la expresión de los dos sexos, como en efecto no lo es monje: * los monjes de los dos sexos. Tampoco las similares que ahora siguen: a. * me encontré con unos monjesÖ: las mujeres_ muy simpáticas, pero los hombresÖ menos
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b. * me encontré con unos monjesÖ, todos mujeres_ c. * me encontré con unos monjesÖ, todos hombresÖ
Al ser por contenido léxico los monjes hombres y las mujeres hembras, estas expresiones incurren en contradicción (b.), tautología (c.), o ambas (a.), y en consecuencia son ilegítimas. Crucialmente, las diferencias de legitimidad en cuestión se deben a los distintos contenidos semánticos de las respectivas palabras con respecto al sexo. En especial, ni la naturaleza religiosa del oficio ni ningún otro aspecto de su significado desempeñan papel alguno en ello, como lo prueba el hecho de que la sustitución de monjes por el también M religiosos automáticamente valida las tres expresiones: c. me encontré con unos religiosos: las mujeres_ muy simpáticas, pero los hombresÖ menos b. me encontré con unos religiosos, todos mujeres_ c. me encontré con unos religiosos, todos hombresÖ
Ninguna de estas frases presenta incompatibilidades semánticas. Predeciblemente, la sustitución del M religiosos por el F religiosas, como monjas reservado en el léxico para hembras, automáticamente las introduce: a. * me encontré con unas religiosas_: las mujeres_ muy simpáticas, pero los hombresÖ menos b. * me encontré con unas religiosas_, todas mujeres_ c. * me encontré con unas religiosas_, todas hombresÖ
Aquí hay contradicción en a. y c., y tautología en a. y b., al ser las religiosas por definición léxica mujeres, como se sabe la situación común para los sustantivos F emparejados, monjas y vascas entre ellos: a. * me encontré con unas monjas_: las mujeres_ muy simpáticas, pero los hombresÖ menos b. * me encontré con unas monjas_, todas mujeres_ c. * me encontré con unas monjas_, todas hombresÖ a. * me encontré con unas vascas_: las mujeres_ muy simpáticas, pero los hombresÖ menos b. * me encontré con unas vascas_, todas mujeres_ c. * me encontré con unas vascas_, todas hombresÖ
Una vez más, a. y c. incurren en contradicción, y a. y b. en tautología.
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3.2.4. Balance Haremos ahora inventario de los hallazgos. En la lengua existen dos tipos de información semántica con respecto al sexo: macho Ö y hembra _. Cada uno de estos dos rasgos semánticos restringe por definición el denotado de las palabras que lo llevan, y en consecuencia el ámbito de su posible referencia en el mundo biológico, respectivamente a machos # y a hembras !: la función de los rasgos semánticos de cualquier tipo entraña precisamente restricción del denotado de la palabra, y así limitación de su posible ámbito de referencia. Por consiguiente, la presencia de un rasgo Ö o _ en una palabra necesariamente implica el sexo correspondiente (# ¢ !) en su referente: Ö _
SEMÁNTICA
BIOLOGÍA
→ →
# !
cfr. monje cfr. monja, vasca,
En castellano estas implicaciones no son reversibles. Así, primero, un puñado de palabras simpares, no numerosas pero reales, y algunas con mucha frecuencia de uso (persona, por ejemplo), no contienen información léxica con respecto al sexo, aunque sus referentes obviamente lo poseen. Segundo, en palabras emparejadas como vasco – vasca la norma es que el miembro M carezca de información de sexo (las excepciones como monje son escasas) y el miembro F la posea de hembra. El cuadro que sigue resume la situación: SEXO persona vasco vasca
SEMÁNTICA – – _
→
BIOLOGÍA #¢! #¢! !
La diferencia entre la semántica (lengua) y la biología (aquí sexo) es, pues, absolutamente crítica para el discernimiento de esta materia. Sorprendentemente, esta realidad aparece sistemáticamente descuida60 da en la bibliografía . Por lo que respecta al género, existen dos clases, F y M, la segunda con condición de por defecto. F está presente tanto en la entrada léxica como en el texto, pero M, en contraste, es formalmente invisible, sus 60
Recuérdese por ejemplo el mal llamado y concebido “uso genérico del masculino” comentado en la nota 44. La diferencia de sexo entre las palabras monje y vasco emana de sus respectivas representaciones léxicas, no de un supuesto “uso genérico” de la segunda.
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efectos manifestados sólo negativamente por la ausencia de F en las palabras correspondientes: LÉXICO
TEXTO
F:
F vasca
/F F /F las vascas suelen ser sanotas
M:
vasco
los vascos suelen ser sanotes
La relación entre el género (F o M) y el sexo lingüístico (el biológico evidentemente se encuentra fuera de la lengua) es, así, muy limitada. En ausencia de sexo lingüístico los dos géneros carecen de relevancia para el significado: M F
vástago prole
vasco víctima
La presencia de sexo lingüístico introduce un efecto restrictivo sobre el género de la palabra: Ö→M _→F
Las combinaciones opuestas FÖ o M_ en efecto no parecen existir. En la bibliografía se alega no obstante que algunas palabras sí las poseen (García Meseguer, 1994: 119, 185; Ambadiang, 1999, vol. 3: 61 4849) : ÖF _M
maricona, santidad putón, marimacho, penco
Dos observaciones son pertinentes: 1. el número de tales palabras es extremadamente reducido; 2. su condición real con respecto al género dista de ser evidente. En efecto, la palabra _M putón incluye el sufijo nominal aumentativo -ón (put-ón), M por imperativo léxico: cfr. la sorpres-a > el sorpres-ón, la notici-a > el notici-ón, etc. Es por tanto razonable atribuir a ello el género M de putón: el género M del sufijo simplemente prevalece sobre la implicación _ → F. Nótese el contraste con el aumentativo general, carente de género propio, [es muy] putona. Marimacho, a su vez, está compuesta del prefijo mari- (apócope de María: cfr. también marisabi61
Álvaro García Messeguer, ¿Es sexista la lengua española?, Paidós, Barcelona, 1994; Théophile Ambadiang, “La flexión nominal de género y número”, en Ignacio Bosque y Violeta Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, vol., III, págs. 4843-4913, Espasa-Calpe, Madrid, 1999.
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dilla) seguido de la palabra M macho. Puede, así, argumentarse que marimacho simplemente conserva el género del sustantivo base, como lo hacen también los sustantivos independientes en circunstancias similares: cfr. por ejemplo María es un bidón (bebe mucho), no *una bidón; María es un centauro (tiene rasgos masculinos), no *una centauro, etc. Este es también el caso con penco, aparentemente ‘prostituta’ en Canarias (DRAE) pero con significados base ‘caballo flaco, persona rústica, persona inútil’ (DRAE): simplemente, el género léxico M pervive en la palabra con la extensión de significado en cuestión. Volviendo a marimacho, nótese su alternativa con género F una marimacho, con prevalencia del sexo denotado por la palabra. A su vez, las alegadas ÖF maricona y santidad se hallan ambas ausentes del DRAE, y el presente autor carece de familiaridad con ellas. Maricona, sin embargo, se reconoce fácilmente como la feminización lingüística de maricón, paralela a la de cabrón en cabrona, sí conocida. En santidad, el sufijo F -idad sin duda determina el género de la palabra con independencia del significado de ésta, una situación, pues, paralela a la de -ón con respecto a putón. A la vista de lo anterior, y en espera de futuras investigaciones sobre la materia, parece, pues, razonable concluir que en castellano se dan sólo las implicaciones Ö → M y _ → F entre el sexo semántico y el género. Los esquemas que siguen recapitulan la situación en su totalidad: Ö→# _ →!
cfr. monje cfr. monja, vasca
Ö→M _→F
cfr. el monje cfr. la monja, la vasca
Sumariamente, Ö → M, # cfr. el monje _ → F, ! cfr. la monja, vasca
Es de notar que todas las implicaciones en cuestión parten del sexo semántico, desde el que es factible la predicción del sexo biológico del referente, y (con las reservas menores mencionadas) del género de la palabra. En contraste, ni el género de la palabra ni el sexo biológico de su posible referente proporcionan indicios, en directa contraposición a lo que irreflexivamente se pudiera creer y que, como se ha visto, aparece frecuentemente expresado en la bibliografía.
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3.3. Irrelevancia del número Las demostraciones del contraste semántico entre el miembro M asexuado y el F _ del último de los patrones semánticos examinados se han llevado a cabo exclusivamente con formas plurales, y pudiera así sospecharse existencia de conexión entre número y falta de significación sexuada del miembro M. A continuación se demuestra sobre base empírica que no es éste el caso, y que todo lo establecido para el plural también tiene aplicación al singular. En castellano (y en la mayoría de las lenguas, si no en todas) el plural se deriva del singular en forma y, crucialmente para el tema que nos concierne, en significado: una palabra plural en efecto significa lo mismo que su base singular con el simple añadido de pluralidad (‘más de un objeto’): 1 mesa frente a 2, 3, …, ∞ mesa-s. La excepción más notoria a esta generalización la constituyen los “pluralia tantum”, palabras con significado singular pero forma plural: natillas, honorarios, nupcias, aledaños, añicos, entrañas, etc. Existen también el “plural mayestático”, empleado por el singular por autoridades del más alto rango (reyes y papas, por ejemplo), y el “plural de modestia”, especialmente usado por autores: cfr., por ejemplo, respectivamente, “por esta cédula otorgamos el privilegio …” y “discrepamos del autor citado …”. En estos casos el significado transmitido es, así, singular, no obstante la forma plural. Independientemente de ello, es apropiado señalar aquí la existencia de dos posibles usos del singular diferenciales con respecto a especificidad de referencia en el texto: el singular específico, con referente específico, y el singular genérico, con referencia de clase. Se ilustran ambos a continuación, con co-índices indicando identidad de referencia entre las palabras relevantes en cada caso: específico: el vascoi que te presenté ayer se llama Josemarii [nombre de hombre] genérico: el vasco suele ser sanote
A los efectos semánticos aquí pertinentes el singular genérico equivale al plural, y por tanto su significado asexuado podría en principio ser atribuible a esta equivalencia: a. los vascosi suelen ser sanotes, y por ello no me sorprende que Maitei [nombre de mujer] lo sea b. el vascoi suele ser sanote, y por ello no me sorprende que Maitei lo sea
En la notación adoptada aquí con respecto al sexo las respectivas formalizaciones son como sigue:
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_ los vascosi suelen ser sanotes, y por ello no me sorprende que Maitei lo sea #¢! ! _ el vascoi suele ser sanote, y por ello no me sorprende que Maitei lo sea #¢! !
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semántica biología semántica biología
Las dos representaciones semánticas son idénticas. Hay un número ilimitado de casos semejantes, entre ellos el conocido refrán el casado casa quiere, con el casado referido a cualquier casado, y en consecuencia a todos los casados sin diferencia de sexo: semántica 62
el casadoi, cualquiera que sea sui sexo , casa quiere #¢! #¢!
biología
Una vez más el correspondiente femenino es ilegítimo: _ * la casadai, cualquiera que sea sui sexo, casa quiere ! #¢!
semántica biología
Pasamos ahora al examen del singular referencial. Imagínese para ellos a dos investigadores, A y B, indagando en una muestra de población los deseos con respecto a vivienda de pares de personas, soltera una y casada la otra, crucialmente sin que importe su sexo: solamente su estado civil. Tras el examen de un gran número de papeletas, de sujetos al azar inconsecuentemente # o !, A y B intercambian información sobre los hallazgos. En esta situación, perfectamente posible y plausible, A (o B) legítimamente puede afirmar, con total naturalidad, sobre un caso particular: este casado casa quiere
Aquí, obviamente, el referente de casado es específico (‘el casado particular del que estoy hablando’), no genérico (‘todos los casados’), y su sexo por tanto también lo es: fulano de tal, de sexo # o de sexo !. En el contexto de la encuesta anónima en cuestión el sexo de este casado es, sin embargo, desconocido, y la frase que ahora sigue por consiguiente plenamente legítima: este casadoi, cualquiera que sea sui sexo, casa quiere
62
Existe una plétora de frases equivalentes al respecto: de cualquier sexo; del sexo que sean; sean del sexo que sean; de ambos sexos; de los dos sexos; sin que importe su sexo; sin importar su sexo; de sexo irrelevante; de sexo indiferente; sin diferencia de sexo; etc.
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Imagínese ahora que, por un avatar de la vida, el hablante reconoce al casado en cuestión como una amiga suya de nombre María. El hablante puede incorporar esta información en el texto y decir: este casadoi casa quiere; por cierto, sé quieni es: se llama Maríai
El sustantivo M casado va legítimamente correferido a María, nombre de mujer. El contraste con monje, como se sabe con marca léxica Ö, es contundente: * este monjei casa quiere; por cierto, sé quieni es: se llama Maríai
Un monje no puede llamarse María, por no ser mujer, pero un casado sí. Estas dos realidades de lengua aportan, pues, prueba irrevocable de que la palabra singular casado, aquí en ambos casos en su función específica, no genérica, en efecto carece de información semántica de sexo: casado
_ casada
La interpretación de el vascoi en la frase el vascoi que te presenté ayer se llama Josemarii [nombre de hombre] antes mencionada es también la específica. Crucialmente, la frase es igualmente válida con respecto a 63 Maite, una mujer : el vascoi quei te presenté ayer se llama Maitei 64
Aquí el contexto pragmático relevante es la nacionalidad (o regionalidad), en lugar del estado civil de la encuesta precedente: he estado presentando a miles de personas de los dos sexos de diferentes procedencias (vascos, baleares, andaluces, canarios, etc., etc.), con el sexo (y la edad, la apariencia, etc.) por tanto fuera de la mente. Lo importante, pues, es que Maite es de etnia vasca (es decir, persona vasca = vasco), no que sea mujer. La substitución simultánea de vasco por vasca y de Maite por Josemari en el mismo contexto no es, sin embargo, posible:
63
Una vez más, el lector necesita mantenerse alerta en relación a la práctica dobletista en circulación desde hace más de una década, con la consiguiente posibilidad de alteración (consciente o inconsciente) de sus propias representaciones léxicas relativas al sexo. De ser ése el caso, los juicios emitidos aquí, tradicionalmente válidos para la abrumadora mayoría, no tendrían aplicación a dicho lector, de hecho hablante de un dialecto sui generis: véanse también las notas 1 y 54. 64 Para la dimensión pragmática de la lengua véase el apartado 3.3 y la nota 66.
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* la vascai que te presenté ayer se llama Josemarii
El origen puramente léxico de estas diferencias lo corrobora una vez más el contraste de vasco y casado con monje: a. * el monjei que te presenté ayer se llama Teresai b. * este monjei casa quiere; por cierto, se llama Teresai c. * este monjei, cualquiera que sea sui sexo, casa quiere
La demostración de la indeterminación de sexo propia del singular específico en efecto no tiene otros límites que los de la imaginación de situaciones vitales relevantes, de las que ahora sigue una modesta muestra adicional: No puedo salir: tengo a un padre enfermo [puede ser mi madre, María] = tengo enfermo a uno de mis dos padres [biológicos] * No puedo salir: tengo enferma a una madre [sólo es posible tener una madre] Estoy muy triste: ya sólo me queda un padre [puede ser mi madre, María] [mi padre, Antonio, acaba de morir, y sin ambos padres no puedo ser feliz] * Estoy muy triste: sólo me queda una madre [sólo es posible tener una madre] Ya ha llegado el hijo de María: se llama Carmen [cada madre debe mandar un miembro de su prole al empadronamiento] * Ya ha llegado la hija de María: se llama Juan [la tarea es mandar un miembro de la prole, por tanto un hijo (puede ser Carmen, mujer), pero no específicamente una hija (que además no puede ser Juan, nombre de varón)] Sólo hemos tenido un hijo, y es niña * Sólo hemos tenido una hija, y es niño
[un hijo puede ser hembra] [una hija no puede ser varón]
El premio al mejor pintor lo ha obtenido Beatriz Oliveras [un pintor puede ser mujer] * El premio a la mejor pintora lo ha obtenido Antonio Oliveras [una pintora no puede ser hombre]
Los ejemplos y las correspondientes situaciones pueden multiplicarse ad libitum.
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3.4. Interpretación Hasta ahora la discusión ha versado sobre la composición semántica de las palabras, en particular con respecto al sexo. La semántica, sin embargo, es insuficiente para la dilucidación del significado total del 65 discurso , la cual inevitablemente tiene lugar en dos etapas. En primer lugar, el cerebro del oyente conecta de manera instintiva la forma sonora que recibe con el significado y los rasgos gramaticales asociados a ella en la entrada léxica correspondiente. El significado así accedido tautológicamente delimita el alcance semántico de la palabra: mesa, por ejemplo, significa ‘mesa’, no ‘pesa’. Este resultado, sin embargo, no basta para la identificación del referente de la expresión: si digo, por ejemplo, pon el libro en la mesa, ¿a qué libro y a qué mesa me estoy refiriendo? Imagínese en efecto que en el lugar en que ocurre este intercambio verbal hay 10 libros y 20 mesas. O que no hay ninguno de estos objetos. En ambos casos (y en cualquier otro), ¿cómo puede el oyente identificar el libro y la mesa de los que estoy hablando? Las palabras libro y mesa en efecto los definen como un libro y una mesa, respectivamente, no un castillo y una estrella. Sin embargo, no los identifican en el mundo real: ¡podría tratarse de cualquiera de los millones y millones de libros y mesas que sin duda existen! El procesamiento cerebral de la entrada léxica de las palabras y sus relaciones mutuas en la frase es, así, insuficiente para su completa interpretación en el preciso contexto en que se dicen y oyen, y en consecuencia para el éxito del acto de comunicación. Para conseguirlo es necesario un segundo paso en el que el oyente i n t e r p r e t a el significado lingüístico de la expresión a la luz de su conocimiento del contexto en que se ha producido. En el ejemplo, suponiendo que en el recinto en que se produce el acto de habla haya sólo un libro y sólo una mesa, lo normal sería identificar con ellos el libro y mesa que se acaba de oír. “Normal” aquí quiere decir general, o, si se quiere, “por defecto”, es decir, en ausencia de otros factores predominantes. Imagínese, efectivamente, que la conversación versa sobre un libro y una mesa determinados. En este caso lo normal pudiera ser referir a ellos el libro y mesa que se acaban de oír. Y así hasta el infinito. ¿Cómo puede el oyente llegar a la interpretación correcta en cada caso? La respuesta es que no existe un método infalible. Lo único que puede hacer el oyente es aportar su mayor esfuerzo y confiar en la diosa Fortuna: los malentendidos, como es bien sabido, son pan de cada día. Lo milagroso es pre65
Se acaba de ver esto precisamente con respecto a la interpretación del singular específico.
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cisamente que no haya más: en principio podría haberlos hasta el 66 infinito . La exploración del pon el libro en la mesa precedente se ha realizado en base al significado literal de la frase. Imagínese ahora que alguien exclama ¡Un buen día! en medio de la mayor tormenta de las últimas décadas. Si lo hubiera dicho en una jornada soleada y apacible, lo normal (“por defecto”, “no marcado”) sería que se interpretara de modo literal: es, en efecto, un buen día. Pero ¿y si es en medio de la tormenta? Dos interpretaciones (de entre un número en principio infinito) son posibles: 1. el hablante en cuestión está de broma (ironía o sarcasmo); 2. es masoquista (al menos con respecto al tiempo), y por tanto para él efectivamente es un buen día, aunque para nosotros no. Pero ¿cómo puede el oyente averiguarle la verdadera intención?: ¡los hablantes no suelen prefijar sus intervenciones con las palabras “iro67 nía” o “sarcasmo” para hacerla explícita ! Obsérvese desde esta perspectiva la interpretación de palabras castellanas con referentes sexuados, vasco y vasca entre ellas. De acuerdo con el contenido semántico de las respectivas entradas léxicas, vasca, con semántica _, no puede ser interpretada (literalmente) como referida a varones. Puede, en cambio, interpretarse como referida a una vasca de cualquier edad, condición social, nivel educativo, estatura, peso, aficiones, color de cabello, etc., etc., al no ser estos parámetros partícipes en su entrada léxica. Esta realidad es evidente, pero 66
El esfuerzo del oyente y la ayuda de la diosa Fortuna aquí son auxiliados por el instinto “pragmático” del ser humano, que lo lleva a buscar “relevancia” en todo lo que (se le) comunica. Los pilares modernos del estudio de este módulo de la cognición fueron erigidos por el filósofo inglés Paul Grice (Grice, 1975), quien propuso el llamado “Principio de Cooperación” como guía a la comunicación: “La aportación del hablante al acto de comunicación debe ser la requerida en el momento en que tiene lugar con el propósito y dirección del intercambio en que está participando”. Este principio se desglosa en cuatro máximas: 1. Máxima de Cantidad (Información): Hágase la aportación todo (y sólo) lo informativa que sea necesario para los propósitos del intercambio verbal presente; 2. Máxima de Cualidad (Verdad): No se diga lo que se cree falso, ni aquello para lo que se carece de la evidencia necesaria; 3. Máxima de Relación (Relevancia): Séase relevante; 4. Máxima de Modo (Claridad): Evítense la oscuridad y la ambigüedad y séase breve y ordenado. Investigaciones posteriores de Sperber y Wilson (1986) van fundadas directamente sobre el concepto de la “relevancia”, a cuya maximización iría orientada de manera congénita la cognición humana. Aquí la relevancia se concibe como el producto de dos factores, positivo el primero y negativo el segundo: 1. La valía de las inferencias obtenibles a partir del estímulo correspondiente en el contexto del conocimiento total que posee el sujeto (incluida su experiencia de la realidad, etc.); 2. El coste del esfuerzo mental necesario para la consecución de tales inferencias. Aplicado a la comunicación, el Principio de la Relevancia parte de la base de que “todo acto de comunicación patente conlleva la presunción de su propia relevancia óptima”, viéndose así constreñido el oyente, una vez más de manera congénita, a efectuar la descodificación pragmática del discurso del hablante. 67 A veces se utiliza la entonación, pero de ningún modo de forma sistemática.
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su importancia capital en la presente materia aconseja hacerla explícita. Considérese ahora vasco, palabra como se sabe sin significado de sexo específico, y por tanto abierta a referentes sólo hombres, sólo mujeres, o ambos: vascos #+! #32 !32
los vascosi de que te hablé se llaman Joni y Maitei los vascosi de que te hablé se llaman Joni y Gorkai los vascosi de que te hablé se llaman Itziari y Maitei
[Jon = Juan] [Gorka = Jorge] [nombres de mujer]
Nótese que la probabilidad de interpretación del referente de vascos como biológicamente asexuado, compatible con el contenido de la entrada léxica y por tanto posible en teoría, en la práctica es nula, también el caso con palabras asexuadas simpares tipo persona o vástago: el sexo de los posibles referentes de estas palabras carece de especificación lingüística, pero el oyente obviamente es consciente de su realidad biológica. Ausencia de información léxica es, por tanto, literalmente ausencia, no afirmación (ni tan sólo sugerencia) de carencia. No podría serlo ni siquiera en principio, al ser prácticamente infinito el número de aspectos de la realidad omitidos de la representación semántica de todas las palabras: cfr. los comentarios precedentes sobre las posibles múltiples propiedades vitales del posible referente de vasca. Veamos ahora cómo puede el oyente de un sustantivo asexuado (= sin información semántica de sexo) como vasco llegar a la interpretación correcta del sexo de su referente en un acto concreto de habla. O al menos intentarlo: ya se ha visto que esta operación no es ni puede ser ciencia exacta. La solución al dilema radica en el hecho de que el oyente para efectuar la interpretación tiene a su disposición mucha más información que la contenida en la entrada léxica de las palabras, en concreto toda la experiencia y conocimiento acumulados durante toda su vida: – – – – –
sobre el texto (en el momento de este acto de habla o con anterioridad) sobre el hablante (su carácter, opiniones, aficiones, deseos, profesión, contexto vital, etc.) sobre el tema tratado sobre el mundo y la realidad en general …………………
En base a este bagaje cognitivo (no lingüístico), el oyente efectúa en cada momento, de modo automático y espontáneo y a velocidad de vértigo, la interpretación contextual de las palabras y expresiones que va
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encontrando. Lo ilustra con respecto al sexo la casuística que sigue, entre un número infinito de posibilidades: EXPRESIÓN
Dos amigos (A habla primero y B le responde): A: tengo tres hijos B. yo tengo cuatro B’. yo tengo cuatro hijos B’’. yo tengo tres hijos y una hija B’’’. yo tengo tres hijas A. B. B’. B’’.
no tengo hijos yo tengo uno yo tengo un hijo yo tengo uno: una niña de dos años
Maestro en una escuela infantil mixta: los niños al campo de fútbol, las niñas al gimnasio
INTERPRETACIÓN COMÚN (NO MARCADA)
de cualquier sexo de cualquier sexo varones 3 varones y una hembra 3 hembras de cualquier sexo de cualquier sexo varón de cualquier sexo hembra
varones hembras
La anfitriona en una fiesta de cumpleaños a un grupo de pequeños y sus padres: los niños a jugar en el jardín, de cualquier sexo los mayores a jugar al bridge de cualquier sexo En un manual de conducta moral: los niños deben obedecer … a sus padres al menos a un padre al menos a su padre los padres deben cuidar … de sus hijos de sus hijos varones de sus hijas el hijo que no respeta … a sus padres … la hija que no respeta … a su padre … En un hospital de maternidad: ¡ha sido niño! [no niña] ¡ha sido niño! [no lagarto]
de cualquier sexo de cualquier sexo de cualquier sexo varón de cualquier sexo de cualquier sexo varones hembras de cualquier sexo de cualquier sexo hembra varón
varón [en el mundo tal como es] de cualquier sexo [si los humanos pudieran también parir otros animales]
Una vez más, y un larguísimo etcétera. Hechos de lengua como estos ocurren rutinariamente, sin conciencia explícita del hablante/oyente. Inexorablemente, pues sin ellos la
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comunicación buscada entre hablante y oyente simplemente no se materializaría. Todos parten de las representaciones lingüísticas aquí propuestas, confirmadas así de modo empírico, con independencia de cualquier subjetividad.
4. CONCLUSIÓN El género es un fenómeno gramatical frecuentemente malentendido. Fiel a su etimología latina, la palabra género implica clase, y en efecto son clases los dos géneros del castellano y los del resto de las lenguas 68 en posesión de esta categoría gramatical: clases de concordancia . En esas lenguas cada sustantivo (el “emisor”) contiene una marca de género en el léxico, y las palabras con capacidad para recibirla (los “receptores”) varias formas, contextualizada cada una a una de dichas marcas. El género, por tanto, en principio no tiene relación alguna con el sexo ni con ningún otro aspecto de la realidad o del significado de la palabra. Algunas conexiones de este tipo existen sin embargo en distintos grados en distintas lenguas. En castellano la relación del género con el sexo es muy limitada. Para discernirla es preciso integrar al análisis la categoría lingüística de sexo semántico, que tautológicamente restringe a uno de los dos sexos el ámbito denotativo de las palabras marcadas para él en el léxico. Crucialmente, el sexo semántico incluido en el léxico del castellano no es una simple copia del sexo biológico de los seres vivos referidos por las palabras correspondientes. El diagrama de Venn que sigue hace visible la situación: sexo biológico
sexo semántico
Así pues, el sexo semántico de la lengua sólo identifica un subconjunto del sexo biológico de los seres vivos existentes en la realidad material exterior, y por tanto no es co-extensivo con él. El descuido de este hecho fundamental es la raíz de la secular confusión presen68
La siguiente definición de mediados del siglo pasado por el acreditado lingüista estructuralista norteamericano Charles Hockett expresa con precisión la indisoluble conexión del género con la concordancia: “Los géneros son clases de sustantivos reflejadas en la conducta de ciertas palabras asociadas” [traducción del presente autor]. Charles Hockett, A Course in Modern Linguistics, Macmillan, Nueva York, 1958.
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te en la investigación de la relación del sexo con el género en caste69 llano . Por razón de sexo lingüístico las palabras castellanas denotadoras de personas pueden ser simpares (vástago, persona) o emparejadas 70 (monje – monja, vasco – vasca) . Las simpares no suelen incluir componente de sexo semántico (vástago, persona). Entre las emparejadas, algunas, pocas, incluyen denotación de sexo en los dos miembros: monje – monja, respectivamente sólo para machos (varones) y para hembras (mujeres). Otras, las más, son asexuadas en el miembro M (vasco) y sexuadas _ en su correspondiente F (vasca). El género y el sexo son, así, dos realidades nítidamente diferenciadas. Lo es asimismo el sexo semántico (una propiedad de la lengua) con respecto al sexo biológico (una propiedad de la biología). Las únicas implicaciones sólidamente atestiguadas en el castellano parten de los dos sexos semánticos (Ö, _), hacia, por una parte los dos géneros (Ö → M, _ → F), estrictamente dentro de la lengua, y por la otra los dos sexos biológicos (Ö → #, _ → !), en la interfaz de la lengua con la realidad exterior. Estas cuatro implicaciones son rigurosamente unidireccionales. GLOSARIO (en orden lógico interno): léxico: texto:
repertorio (cerebral y formal) de todas las palabras de una lengua objetos lingüísticos (frases, oraciones, etc.) compuestos a partir del léxico
emisor: receptor:
sustantivo que porta marca léxica de género en el texto palabras que en el texto reciben esta marca del sustantivo emisor
alternantes:
formas complementarias de receptores contextualizadas a géneros opuestos armonía de género de los alternantes con el emisor
concordancia:
69
Asimismo subyace la práctica del doblete de género analizado en el trabajo del presente autor “El doblete de género: más que inútil, contraproducente” en este mismo número, págs. 129-148. 70 Una clase léxica adicional presenta forma simpar y género emparejado: cfr. el testigo – la testigo. Esta clase ha sido tradicionalmente concebida como constitutiva de un “género común”. Evidentemente, sin embargo, la realidad objetiva no define este ni ningún otro tercer género: sencillamente, el testigo posee género M y la testigo F. Lo característico de estas palabras radica en el acoplamiento de dos miembros de forma común (testigo) con los dos géneros usuales M (el …) y F (la …), respectivamente. La última edición de la GRAE (ibid.) se refiere a ellas como “sustantivos comunes en cuanto al género”, expresión tampoco afortunada, al poseer dichos dos miembros precisamente géneros opuestos, no uno solo común.
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denotado: referente: significado: interpretación:
significado de cada palabra en el léxico objeto (físico o mental) al que se refiere la palabra en el texto contenido semántico de la palabra en el léxico sentido y referencia asignados a la palabra en el acto de habla
género:
clasificación de los sustantivos en clases respecto a este parámetro clasificación biológica de los seres vivos en relación a este parámetro
sexo:
sexo semántico: sexo biológico:
información sobre sexo que llevan en el léxico algunas palabras sexo que poseen los seres vivos
pareja (de género):
par de sustantivos con semántica únicamente diferenciada por razón de sexo sustantivo sin pareja semántica por razón de sexo
simpar:
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