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Poder del buitre sobre sus lentas alas 2012
La poesía vulturina de Fernando Aínsa Francisco Ferrer Lerín Escritor Hay un buitre literario que a veces planea de forma indecorosa. No es el buitre del páramo, el soberbio volador que lo hace pico al viento o que devora piltrafas tumbadas en el hosco barranco. Es el buitre de la metáfora, esa fea manía de contar lo que no se cuenta, de envilecer el sano uso de las palabras para que el lector falsamente avispado adivine qué se ha querido decir. Fernando Aínsa no es uno de esos malabaristas. Formado en los paredones de Oliete, observador incansable de los círculos que las grandes aves dibujan en el cielo, de las sombras fugitivas proyectadas en el terreno, adquiere la marca buitre en propiedad con todos los honores y merecimientos. El libro, que atestigua un sobresaliente dominio de la lengua, demuestra cómo es posible poner ese don al servicio de la descripción minuciosa de los fenómenos naturales, de disciplinas poco o nunca empleadas en el ejercicio de la poesía; en este caso la compleja etología del buitre leonado –Gyps fulvus-. Pero a mí, confeso seguidor de las cuitas campestres de las aves necrófagas, ha habido algo que, en especial, me ha sobrecogido, vencido, entusiasmado, esa declaración de principios que nuestro poeta articula de modo lapidario y militante: “Ya soy uno de ellos”; la incorporación decidida a unas
huestes que suponen el ejemplo máximo de perfeccionamiento de la funcionalidad, diría mejor de la belleza de la funcionalidad, huestes que, sin embargo, necesitan de nuestro apoyo para no desaparecer, víctimas de la miseria cultural y de la ruindad económica. Fernando, de manera incondicional, les da ese apoyo, enumera, en un ejercicio singular en la historia de la lírica, las razones que las están llevando al exterminio; Fernando Aínsa se la juega en términos literarios, y en términos naturalistas. Nos hallamos pues ante un libro de poesía cargado de la necesidad de justicia que reclaman los hombres buenos, un libro escrito con la pasión que consigue descubrir la grandiosidad de las formes inertes del acantilado y de sus apéndices emplumados; la piedra y la vida. El poeta Fernando Aínsa, varón consecuente, en lógica y placentera coda, ofrece su mente y su cuerpo a la voracidad entrañable del pico azulado. Busca y consigue asimilarse a la gran ave mediante un “Feliz picotear de mis entrañas inaugurando el sacrificio / Altar de la celebración / allí estarían los buitres / Mi cuerpo desgarrado / Carniceros ávidos me repartirían entre ellos / para luego volar en sus cuerpos dividida / mi ambición de frustrado panteísta / agnóstico resignado / creyente en la sola Naturaleza.“ Hermoso libro. Francisco Ferrer Lerín
María José Bruña Bragado Universidad de Salamanca Dice Walter Benjamin que en tiempos de peligro, la poesía tiene que hablar de sí misma. Este ejercicio metapoético y reflexivo, nunca solipsista, es, precisamente, uno de los rasgos distintivos de la creación poética de Fernando Aínsa. Sumamente personal, con ansias de poesía pura -no en vano reconoce su filiación con Paul Valéry- y cierta proximidad a una estética culturalista que no exhibe sino que trata, más bien, de comprender desde el conocimiento de la tradición los misterios de la vida, su creación explora los universales, con sosiego, con intensidad sin embargo. Su poesía es, pues, contemplativa e intimista, se inscribe en la raigambre del conocimiento y combina la introspección con la observación quasi científica en su deseo de penetrar el mundo interior a partir del orden natural, en una suerte de teoría de las correspondencias. Si en Aprendizajes tardíos (2007), Fernando Aínsa se centraba en la tierra como elemento primigenio, canal de la palabra, y en Clima húmedo (2011) en el estado líquido, el agua como metáfora de nostalgia, proyección de la memoria, en Poder del buitre sobre sus lentas alas es el aire, que permite conocer el comportamiento de las aves, el leitmotiv principal. Dividido en tres secciones (“Hablar de buitres”, “Pretensiones de vuelo” y “La vertical del festín esperado”), constituye una suerte de taxonomía y ontología del buitre –de la misma forma que Clima húmedo lo era de la humedad y constaba de “Vivir la humedad”, “Variantes de nuestra humedad” y “La triste alegoría de tu entorno”- y, por extensión, de las aves carroñeras. Los tres libros constituyen un todo orgánico y coherente en el que destaca el despojamiento retórico, pues lo que importa es la captación de lo efímero y su trascendencia. Así, en su último poemario, el escritor y crítico literario, formador de sensibilidades, sondea en lo oscuro en lo que conforma un tratado ornitológico sobre el buitre. Poder del buitre sobre sus lentas alas construye desde la palabra, desde el viaje al centro del lenguaje en su pura materialidad y poder de evocación primigenio -casi adánico-, un edificio alegórico que explora la identidad o pertenencia, los límites, la utopía, la muerte. Busca, antes de nada, la justificación para un tema tan atípico en autoridades del pensamiento, la cultura y, sobre todo, la poesía: Unamuno, Kafka, Valéry, Guinda, Echevarría, Sender, Pantin, o Ferrer Lerín. El sujeto poético profundiza, a continuación, en la morfología, usos y
costumbres de este pájaro marginal (“por su mala fama”, 15; “ave maldecida”, 33) en la historia cultural, cuya sombra se proyecta sobre él, cuyos hábitos conoce porque (“convivo con ellos desde hace tiempo / en el aislado refugio de mi comarca”, 15). Así, la primera sección –“Hablar de buitres”- constituye toda una clasificación y compendio enciclopédico nacido de la observación atenta y solitaria de los fenómenos naturales y, en concreto, de los círculos que esta gran ave –Gyps fulvus o buitre leonado, nos auxilia Ferrer Lerín- dibuja en el cielo, lo que lo conduce, inevitablemente, a un acendrado anhelo de fundirse con él y convertir su vuelo en poesía (“Ya soy uno de ellos / en su mirada”; “bastó que imaginara volar / y estoy volando”, 20). Hay algo tierno en la torpeza del buitre y en el hecho de que el poeta se identifique con él y no con el aura legendario del albatros –ave marina de los poemas de Coleridge o Baudelaire-, el cuervo o el águila, coprotagonistas en la segunda sección del poemario (“Pretensiones de vuelo”). Es obvio que, en primera instancia, hay un desmarque del malditismo, pero también del prestigio cultural, de la majestad, esplendor y belleza de estas aves. De garras romas y cortas, el buitre está más preparado para andar que para matar, pero, también –no hay que olvidarlo-, vuela a gran altura, sirviéndose de las corrientes térmicas para elevarse. Otra característica iluminadora es que mantiene largos planeos antes de decidirse, patrulla grandes extensiones de carroña antes de darse el festín. El buitre, torpe, de “grotesca fealdad”, “revestido de plumas y cuello pelado”, es un poeta que “tropieza (s) inútil con las piedras / como lo hiciera (s) antes infeliz con las palabras” (23) y que desea “clavar su pico en la palabra / hasta sangrarla y hacerla suya” (26). El poeta es consciente de su progresiva transmutación o transfiguración en buitre y lo asume con naturalidad pues supone que su deseo de trascendencia, de vuelo lírico, se verá colmado (“Descubrirás en el fondo sombrío de mis ojos / reflejados los versos que andas buscando”, 49). . “Pretensiones de vuelo”, segunda sección del libro, repasa el sueño de Leonardo, la osadía de Nikita en la Rusia de los zares, la mitología maya y parte de la historia literaria –La Fontaine, Darío y Poe- y da, simultáneamente, las razones de la desventura simbólica de esta carroñera frente al halcón de vista aguda, el águila heráldica e imperial o el cuervo de estatus mítico que es –claropresagio. El verso libre tiene una cadencia interna que dibuja, con ese ritmo fluido, respirado, el vuelo circular en busca de su presa: la palabra. No hay, además, hermetismo ni preciosismo gratuito en la búsqueda du mot juste que acompaña a la forma. Al contrario, se prescinde del esteticismo para tratar de decir lo que se quiere decir –todo poema que no tenga la precisión de la prosa no vale nada, decía Valéry-. Estamos, pues, ante una indagación honda y reveladora en un lenguaje “que limpia el campo de sus despojos” (36), que arranca vísceras y carne pegada a los huesos y constituye una posibilidad de salvación y catarsis. Es poesía como experiencia del lenguaje en soledad –auténtica amiga de los poetas, en afirmación del uruguayo Álvaro Figueredo-, pero la exigencia formal no ahoga, sino que enriquece su significado. La melancolía como motor de la escritura late de fondo. “La vertical del festín esperado”, espléndida coda del libro, insiste en el final, la decadencia, el despojo (“ceniza”, “morada de gusanos”, “festín de buitres”). La muerte aletea hasta que el sujeto se extingue para volver a crearse; se convierte, por fin, en buitre y el buitre, a su vez, en poeta, en un movimiento
recíproco, circular en el que el eterno retorno panteísta deja su impronta (“reencarnado en avergonzado poeta / empeñado en volar hacia lo alto”). Oficio de buitre, oficio de poeta, oficio de vida. El poemario es una reflexión sobre la muerte, que planea, pero también sobre el deseo de elevación poética (“La altura no es sinónimo de pureza”, 45). Si el buitre se asocia al cadáver, y eleva el vuelo en la aridez cercana al Ebro, el yo se trasmuta, se va transfigurando en ave rapaz y poderosa, se asimila a esa metáfora de sus sueños, frustraciones, deseos, a esa metáfora de vida (“La muerte es como es / y para ti es vida”, 46) a medida que avanzamos en la lectura. Este es un libro de una madurez plena que se aproxima, con lentitud, con deleite bucólico, a la vejez (“donde más que miedo me persigue la incertidumbre”, 35). El locus amoenus no es un vergel, sino un paisaje seco en la que los buitres planean sobre la presa en su trasiego clandestino de carroña. La conciencia del tiempo y de la muerte vertebra el poemario, pero no excluye el vitalismo o, como adelantamos, la mirada sagaz sobre el entorno, el deseo de conocimiento, la curiosidad por el misterio de la vida y la poesía (“Ver bien es ver de lejos”, 44). Estamos ante una meditación elegíaca, pero se prescinde de un tono de angustia existencial o pesimismo abatido –el buitre-pensamiento que devora las entrañas de Unamuno es de otra estirpe-; en todo caso, hay vacilación –el símbolo opera en la duda-. Es una poesía no pétrea, poesía que alza el vuelo, despojada, esencialista, pero que a la vez está dotada de gran concreción y materialidad para inquirir, también, en el desarraigo y condición nomádica del escritor migratorio. Ávido de vida quieta, se repliega sobre él mismo con poder verbal inédito. Es importante que los poetas sean críticos, pero quizás lo es más que los críticos sean poetas. En definitiva, estamos ante un libro conmovedor cuya tonalidad crepuscular está teñida, sin embargo, de un intenso amor a la vida. FERNANDO AÍNSA, Poder del buitre sobre sus lentas alas, Zaragoza, Olifante, 2012 REVISTA GUARAGUAO (UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BARCELONA)
En la feria del libro de Zaragoza con Luisa Miñana y Trinidad Ruiz, Directora de Olifante, editora de Poder del buitre sobre sus lentas alas.(Mayo 2014)
Hablar de buitres Luisa Miñana Parecería el buitre un extraño objeto poético. Incluso el mismo Fernando Aínsa, el autor del poemario “Poder del buitre sobre sus lentas alas” (Editorial Olifante) sobre el que hablamos, se diría que se encontró en un primer momento sorprendido por la personificación de su propia intuición poética en la figura del buitre (“Hablar de buitres desconcierta” – pág. 15). Por ello tal vez decide dedicar prácticamente toda la primera parte del libro a encontrar y mostrar razones personales, culturales y poéticas para esta empresa de “Hablar de buitres” en términos no ornitológicos, sino en sentido poético y también filosófico, que de ambos bailes es mixtura esta danza, compuesta a timón desnudo y con tino muy afinado por Fernando Aínsa. Y para que entendamos la importancia del buitre como asunto literario, para que calibremos hasta dónde alcanza la tradición del buitre como ser
filosófico, Aínsa apoya su propio devenir en citas de indudable autoridad que le respaldan en su empeño: desde Unamuno, Kafka o Valéry – a quien adeuda el título del poemario (“Como lo soñara Paul Valéry/ quisiera tener el “poder del buitre sobre sus lentas alas” – pág. 19), hasta Ángel Guinda, Andrés Echevarría, Sender, Yolanda Pantín, o Ferrer Lerín (inevitable). A la poesía del hispano-uruguayo Fernando Aínsa le sienta bien Oliete, el pueblo turolense – lugar de su familia paterna- donde reside buena parte de su tiempo actual. Allí habitan también estos buitres, cuya observación primeramente curiosa terminó por transformarse en creación literaria, metáfora totalizadora de actitudes y emociones vitales, de deseos e intenciones literarias, de logros y frustraciones cualesquiera que puedan darse, de vaivenes históricos e ironías sociales, o también y sobre todo en irrefutable símil del juego entre la vida y la muerte (Buitre amigo/ veo un velorio en tus ojos./ La muerte es como es/ y para ti es vida – pág. 46). Por todos estos territorios discurren las partes dos y tres del poemario, calificada la segunda como “Pretensiones de vuelo” y la tercera descrita como “La vertical del festín esperado”. Digamos que a la aptitud filosófica de la poesía de Fernando Aínsa le sienta bien el buitre. La médula ensayística de la literatura de Aínsa (precisamente hace muy poco se ha presentado su último libro “Palabras nómadas. Nueva cartografía de la pertenencia”, Iberoamericana Editorial Vervuert, 2012) traspasa siempre fértilmente los demás géneros abordados por el autor, ya sea novela o, como en este caso, poesía. Una poesía que no, por haber llegado tardíamente a su pluma, carece en absoluto de unos ritmos muy personales. Todo lo contrario. El tono sostenido de la voz poética de Fernando Aínsa (el tono y la voz “del que sabe”, como diría García Calvo) proviene sin duda, como es natural, de una aquilatada experiencia muy reflexionada, y es una voz que se eleva aprovechando cadencias y ritmos que muchos no considerarían exactamente poéticos, buscando y doblegando la resistencia de esos ritmos, propios del lenguaje literario de Fernando Aínsa, como el buitre (personificación o metamorfosis al cabo de la poesía –arte fagocitadora y pantéica-, y del propio poeta) vuela “sostenido por la propia resistencia del aire/ que su batir de alas provoca”. Luisa Miñana
(Reseña aparecida en Artes y Letras, Heraldo de Aragón, 20/12/2012) Versión epub en Literaturame.net: https://literaturame.net/libro/poder-delbuitre-sobre-sus-lentas-alas
Con Miguel Ángel Yusta en la Librería Cálamo (Zaragoza)
Poder del Buitre sobre sus lentas alas Presentación Miguel Ángel Yusta. Poeta (Aragón) Conocí personalmente a Fernando Aínsa hace pocos años. Siempre lamentaré no haberlo conocido antes para disfrutar de su amistad cercana y de su magisterio. Porque Fernando es un hombre que, a pesar de estar de vuelta de muchas singladuras, aparece renovado cada momento, y preparado para tomar las maletas hacia un nuevo viaje, una nueva aventura literaria. Es Fernando Aínsa persona afable y discreta, con aire de intelectual despistado, o de experimentado viajero por su personal atuendo, de hombre en tránsito que, tras sus personalísimas gafas redondas, nos observa siempre de una manera especial. Su mirada es penetrante, siempre interrogadora, pero a la vez llena de cariño. Habla pausadamente, con voz suave, usando las palabras justas en el momento adecuado. En Fernando se dan a partes iguales la generosidad y la erudición, la discreción, la constancia y el trabajo en una vida comprometida, que le presenta batalla que no rechaza y de la que es entregado amador cada día y cada una de sus horas. Fernando pasea hoy por Zaragoza con tranquilidad y reposo; antes lo hizo también con inquietud y curiosidad de escritor y editor por diversos caminos literarios y geográficos: Sudamérica, París, donde fue Director de Ediciones de la Unesco con Federico Mayor Zaragoza desde 1974 a 1999 y donde tiene una acogedora casa que visita con relativa frecuencia y Oliete, su querido lugar, donde radica su
origen y donde ha rehabilitado una hermosa casa-biblioteca, y sitio en el que disfruta del cariño de todos y crea ese mundo poético del que hoy nos ofrece una hermosa muestra. Quiero citar, para un mejor conocimiento del autor y de su enorme categoría literaria, algunas líneas de El escritor y el intelectual entre dos mundos, un libro que se editó con motivo del homenaje internacional que se le dedicó en la ciudad francesa de Lille los días 5 y 6 de junio de 2009. Allí se decía entre otras cosas que “Pocas personas como Fernando Aínsa se han dedicado en los últimos treinta años a estudiar, reflexionar y elaborar síntesis sobre el pensamiento latinoamericano y las representaciones literarias que han contribuido a construir su identidad en movimiento. Fernando Aínsa se comporta como un humanista renacentista de los tiempos modernos: es el hombre culto que deambula por los ámbitos más variados de la cultura, un intelectual reflexivo y pleno de referencias cuyo pensamiento sin anteojeras fluye tanto en la obra del crítico como en la del escritor. Aínsa tiene el privilegio de ser hispano-uruguayo, es decir de haber vivido siempre entre dos continentes : quizás por eso ha sabido utilizar tanto los lentes de cerca como los de lejos para enfocar y ofrecer lecturas nutridas y originales perspectivas de análisis.” y también que “Su ensayística pone en evidencia, con originalidad y talento, un pensamiento latinoamericano sellado por la idea de utopía, con su propia identidad, ligada al mismo tiempo a Europa y a Estados Unidos, tanto por relaciones de atracción como por cuestiones de diferendo y de conflicto. Asimismo, la pertinencia de sus interpretaciones y lecturas críticas sobre la narrativa uruguaya, hacen de Fernando Aínsa uno de los especialistas más citados de esta literatura del sur que, no por ser singular y mirar muchas veces oblicuamente lo latinoamericano, deja de ser profundamente otra, es decir americana”. El trabajo concluída considerando que “En España, en Francia y en Uruguay, países en los que Fernando Aínsa ha hecho largos tramos de su excepcional trayectoria intelectual, se organiza este homenaje que celebra la obra de este erudito de los tiempos modernos, preocupado por el destino del hombre americano que él enfoca de manera innovadora gracias a su apertura de espíritu, a sus vastos conocimientos en Filosofía, Historia y Literatura, lo que da lugar a sus novedosos propuestas de Geopoética”. Fernando Ainsa es autor, entre otros, de los ensayos Los buscadores de la utopía (1977); Identidad cultural de Iberoamérica en su narrativa (1986); Necesidad de la utopía (1990); Historia, mito y utopía de la Ciudad de los Césares (Alianza Universidad, 1992); La reconstrucción de la utopía (1998); Pasarelas. Letras entre dos mundos (2002); Espacios del imaginario latinoamericano. Propuestas de geopoética (2002); Narrativa hispanoamericana del siglo XX. Del espacio vivido al espacio del texto (2003); Reescribir el pasado. Historia y ficción en América Latina (2003); Espacio literario y fronteras de la identidad (2005) y Del topos al logos. Propuestas de geopoética (2006). Su ensayo La reconstrucción de la utopía ha sido traducido al francés, portugués de Brasil, ruso, rumano, polaco, checo y macedonio. Algunas de sus obras de ficción —la novela El paraíso de la reina María Julia (1994–2006) y el libro de aforismos y textos breves Travesías. Juegos a la distancia (2000)—, han merecido premios nacionales e internacionales en
Argentina, México, España, Francia y Uruguay y sus relatos figuran en varias antologías del cuento hispanoamericano. Y este es y así es el hombre que hoy tenemos aquí en esta librería de Zaragoza que regentan nuestros buenos amigos Eva y Félix. Pero hoy no está con nosotros el ensayista ni el narrador editado en innumerables ocasiones sino el poeta: el magnífico poeta Fernando Aínsa. El poeta cercano, comprometido y que nos introduce en su poemario desenredando -cito- “imágenes archivadas en el baúl incierto del recuerdo”..etc. (poema introductorio) Su obra poética se publica tardíamente aunque pienso y no creo equivocarme, que Fernando es poeta de siempre y que sus versos han sido cuidadosamente, celosamente guardados hasta ver la luz en unos libros como Aprendizajes tardíos (2007), su primera obra poética, Bodas de oro y Clima húmedo (2011) y este Poder del buitre sobre sus lentas alas, título tomado de Paul Valery, que presentamos esta tarde en Zaragoza, y que también fue presentado en la pasada Feria del Libro. En un magnífico y extenso comentario en la solapa del libro, Francisco Ferrer Lerín, nos señala que “Hay un buitre literario que a veces planea de forma indecorosa. No es el buitre del páramo, el soberbio volador que lo hace pico al viento o que devora piltrafas tumbadas en el hosco barranco. Es el buitre de la metáfora, esa fea manía de contar lo que no se cuenta, de envilecer el sano uso de las palabras para que el lector falsamente avispado adivine qué se ha querido decir. Fernando Aínsa no es uno de esos malabaristas...El libro, que atestigua un sobresaliente dominio de la lengua, demuestra cómo es posible poner ese don al servicio de la descripción minuciosa de los fenómenos naturales,” resaltando que el trabajo del poeta incluye una “ Declaración de principios que nuestro poeta articula de modo lapidario y militante: “Ya soy uno de ellos”; la incorporación decidida a unas huestes que suponen el ejemplo máximo de perfeccionamiento de la funcionalidad, diría mejor de la belleza de la funcionalidad, huestes que, sin embargo, necesitan de nuestro apoyo para no desaparecer, víctimas de la miseria cultural y de la ruindad económica”. Así es, pues, cómo “Poder del buitre sobre sus lentas alas” es, en parte, un grito testimonial, un SOS poético, una bella alerta sobre todo aquello que, en nuestra inconsciente ambición, podemos destruir y donde -cito- “la incertidumbre, más que el miedo”, nos persigue implacable. Fernando habla de buitres, de ese volar sin batir las alas y se asombra viéndolos dueños del cielo que le cubre. El libro se desarrolla en tres partes: en la primera “Hablar de buitres” hay once poemas, le sigue una segunda, “Pretensiones de vuelo” con siete y finaliza en “La vertical del festín esperado” con diez poemas. Sólida arquitectura que nos va llevando, a través de la reflexión poética, desde la contemplación inicial hacia el imperioso deseo final de ser y prevalecer -cito“empeñado en volar hacia lo alto” “convertido en carne de su carne” para no ser al fin ceniza sino transcender en criatura viva... En cada poema el poeta observa, se asombra, reflexiona y transmite el absoluto deseo de todo mortal: prevalecer...seguir siendo... Y, ya concluyendo, como una breve nota al margen, he de añadir que me ha impresionado el libro en el fondo y en la forma, impecable y pulcra, de escritor y poeta en plenitud. Su riqueza de símbolos e imágenes, el ritmo de sus versos...y de sus silencios, la economía sabia de palabras vanas para llegar directa, limpia y
bellamente al fondo del poema. Es este un libro pasional y apasionante, repleto de bellas imágenes y, como digo, de silencios tan evocadores como ellas, que llenan unos poemas donde el lector queda atrapado y pensativo. Un libro nuevo, valiente y original, que recomiendo leer varias veces y reflexionar sobre él muchas más. Fernando, y cito sus versos, sí “bate alas desde la cima” no “repta en la tierra para vivir sin riesgo” y eso le hace grande, porque gana batallas, y cito de nuevo, “en esta tierra /donde todavía es posible / apurar el amargo cáliz hasta las heces”. Un libro para leer despacio y meditar. Para releer y pensar, pues a mi juicio tiene más de una lectura y en mi opinión constituye una hermosa metáfora del destino humano. Un poemario, insisto, valiente, innovador y comprometido que también nos acerca a la Naturaleza de la mano sabia del autor y, en acertada reflexión poética nos avisa del desastre -ya evidente- de nuestra voracidad destructora. Leedlo y disfrutad porque os va a apasionar este particular vuelo de Fernando Aínsa, poeta. iterario que a veces planea de forma Librería “Portadores de sueños” Zaragoza 19.2.13 páramo, el soberbio volador que lo hace pico al viento o que devora piltrafas tumbadas en el hosco barranco. Es el buitre de la metáfora, esa fea manía de contar lo que cuenta, de envilecer el sano uso de las palabras para que el lector fente avispadoones de Oliete, observador incansable de los círculos que las gran