TEMA 3. Actuando sobre el agrosistema olivar

Curso On-line Sociedad Española de Agricultura Ecológica. TEMA 3 Actuando sobre el agrosistema olivar ÍNDICE 3.1 Cómo conseguir algún control sobre

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TEMA 3 Actuando sobre el agrosistema olivar

ÍNDICE 3.1 Cómo conseguir algún control sobre el flujo de energía. ........................... 1 3.2 Mejorando el balance hídrico ......................................................................... 6 3.3 Mejorando el balance de nutrientes ............................................................ 13 3.4 Restaurando la diversidad perdida.............................................................. 31

Hasta aquí hemos visto quienes forman y cómo funciona el agrosistema olivar. En el presente capítulo vamos a estudiar cómo podemos actuar sobre los distintos elementos que lo componen, de modo que mejoremos, o al menos no estropeemos demasiado, los procesos naturales en el olivar 3.1 Cómo conseguir algún control sobre el flujo de energía. Nos interesa dirigir el flujo de energía hacia el producto cotizado del olivar, el aceite o la aceituna, si es de mesa. De la figura siguiente, bastante conocida, se saca una idea clara: cuanto más sol más aceite. ¿Cómo aprovechar el sol lo mejor posible? Captándolo eficazmente, o sea, disponiendo de la mayor superficie de hojas expuesta al sol, que sea posible. Y evitando su paso a otros escalones de la pirámide trófica, para lo cual es necesario simplificar el sistema, siempre guardando un discreto equilibrio, pues a mayor simplificación mayor inestabilidad y, cuando el sistema se tambalea, al final hay que acabar gastando más energía que la que se perdía al principio.

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Imagen 8: Peso y rendimiento en aceite según exposición al sol. Tomada de “La poda del olivo” de D. Miguel Ortega Nieto, publicada por el Ministerio de Agricultura en 1962

Aumentando la superficie de captación. En plantaciones ya establecidas esto sólo puede lograrse mediante la poda. Hay que conseguir a un tiempo una gran superficie foliar (muchas hojas y grandes) y que el sol llegue a la mayoría. Para ello son necesarias formas de los árboles de gran superficie, que se alejen de la forma esférica. Las formas tradicionales en muchas regiones, con árboles a “todo viento” en las que las ramas tienen vigor desigual según su posición y dan lugar a muchos entrantes y salientes (copas “entresenadas”) ofrecen una solución óptima. Por otra parte hay que recordar que en estos olivares tradicionales, los árboles raramente cubre más del 30% de la superficie del terreno, lo que quiere decir que, si se mantiene el suelo desnudo, se renuncia al uso para la captación de energía gratuita para el agrosistema, en su conjunto, de más de las dos terceras partes de la superficie disponible. Es una realidad que exige un planteamiento adecuado en el diseño de las nuevas plantaciones, pero muy especialmente, exige la revisión crítica de las razones que impulsan a considerar

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“bien cultivados” (o “limpios”) a los olivares que carecen de hierba en toda época. (No deberían confundirse dos adjetivos que tienen significados muy distintos y que todo el mundo diferencia, sin dificultad, en todas las situaciones excepto cuando se habla de la tierra cultivada: limpia y desnuda). De las posibilidades, ventajas e inconvenientes de las cubiertas herbáceas en los olivares se va a tratar, con detenimiento y repetidamente, en los apartados y capítulos siguientes. Mantener toda la red en activo (con suficiente flujo de energía) En nuestro afán de dirigir el flujo de energía hacia la aceituna y el aceite, tendremos que empeñarnos en recortar los escapes de energía hacia los componentes del sistema que no colaboran en la producción de fruto, y mucho más hacia aquellos que la dificultan. Seguro que centramos gran parte del esfuerzo en suprimir los insectos que se alimentan de partes del árbol y disminuyen su potencial productivo; respiraremos tranquilos porque tenemos ya completamente controlado (casi siempre) el problema de los herbívoros grandes y medianos que se comían el follaje, y nos seguirán trayendo de cabeza los flujos inútiles que inician las "malas hierbas", cuya energía en poco puede aprovechar a los olivos. Pero cuanto más simplificado esté un sistema más caro será su manejo, ya que al suprimir componentes (quitar patas a la silla…) se debilita o se destruye aquel "servicio de mantenimiento" propio, y lo que el sistema no mantiene por su cuenta tendremos nosotros que mantenerlo (y pagarlo). Así nos encontramos con que el agricultor tendrá que gastar energía en la necesaria simplificación, para aumentar la producción, y además compensar, también con energía traída de fuera, los desaguisados provocados por los excesos en la simplificación misma. Dicho con otras palabras: Deberá aportar "subsidios" de energía para aumentar la producción y mantener la estabilidad. Esta energía puede ser humana (el trabajo desarrollado con el sudor de la

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frente y de otras partes del cuerpo), animal o procedente de combustibles fósiles (los derivados del petróleo, principalmente), y habrá que aplicarla en mayor o menor cuantía, según el grado de modificación que se haya producido. Mayor cuanto mayor haya sido la simplificación. Mayor cuanto peor hayamos dejado los "servicios de mantenimiento". Si nos deshacemos, por inútiles, de todas las plantas distintas al olivo, nos deshacemos, entre otras cosas, de todas las fuentes de néctar, pues el olivo no tiene ni un nectario, y de paso cerramos el flujo de energía hacia los insectos que en alguna fase de su vida se alimentan de esta bebida y nos quedamos sin "crisopas" adultas, con lo cual las polillas del "prays" se pondrán contentísimas porque sus puestas no se las comerán las terribles e insaciables larvas de las primeras. Y entonces, como las larvas del prays no tienen consideración alguna, ni el menor sentido de la gratitud, desviarán en su beneficio y sin medida el flujo de energía de las hojas, las flores y los frutos del olivo. Tendremos que intervenir nosotros y, con esfuerzo, trabajo, tecnología y dinero (energía al fin y al cabo), tratar de atajar el daño y de controlar el crecimiento excesivo de esta población indeseable, aplicando toxinas de una bacteria criada artificialmente, extractos de plantas exóticas o cualquier otra sustancia extraña al sistema y, en general, cara. Que este flujo de energía se deba dirigir con preferencia hacia la aceituna y el aceite no quiere decir que haya que empeñarse hasta conseguirlo en exclusiva, pues si toda la energía que fijan las hojas se destinase a la formación de los frutos y al mantenimiento del olivo, el resto del sistema se quedaría sin ella y desaparecería. Esta energía hay que compartirla con el resto de los actores, los que componen esa diversidad tan traída y llevada. No sólo para los insectos auxiliares, que ayudan a mantener a raya las plagas, sino también para los polinizadores que contribuyen a mantener la diversidad vegetal, y sobre todo, para los protagonistas del ciclo de los nutrientes, los famosos "microorganismos del suelo", que obtienen la energía que necesitan para vivir de la energía almacenada en los enlaces de la materia orgánica muerta, que es energía, como todas, que fijaron las plantas verdes allí mismo o donde fuera. No hay otra.

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Esos "subsidios" (limosnas, ayudas) de energía que hay que aportar al agrosistema pueden ser, ya lo hemos visto, la energía desarrollada por el trabajo humano (recolección, poda, desvareto, etc.) que en una primera aproximación es también de origen solar (a través del pan y el aceite del desayuno, por ejemplo), y la procedente de energías fósiles. Estas últimas se han incrementado notablemente con la mecanización e industrialización de la agricultura, con el trabajo de las máquinas, desde luego, pero también con la fabricación, a gran escala, de los abonos y de los productos fitosanitarios, con su envasado, transporte, y distribución. El problema no es sólo que esto suponga un coste económico importante, sino que también tiene un coste ecológico notable. El petróleo es un recurso no renovable, de cuantía limitada y, por otra parte, el uso de cualquier energía terrestre genera cierto grado de contaminación que, además, es irreducible y por tanto acumulativa. Las diferencias en cuanto al flujo de energía entre ecosistemas naturales y agrosistemas no consisten sólo en la necesidad de aportar energía desde fuera. También están en que en los agrosistemas una parte de la energía acumulada en forma de biomasa nos la llevamos fuera de él como cosecha (aceituna, aceite, orujo y alpechín, o alperujo) o como otros subproductos (hojín, ramón y leña de poda). Podríamos plantear este tema en los términos de un "balance de energía", con sus entradas, que ya hemos visto, y sus salidas. Y sería posible establecer índices que nos orientasen sobre el acierto o el error en el manejo de tan importante asunto. Es un tema complejo y que se sale del objetivo de este curso, pero hay un dato claro: La relación entre energía obtenida (la que contiene la cosecha útil y los subproductos) y energía invertida en el sistema (energía fósil y trabajo humano) ha disminuido en el olivar, como en el resto de los cultivos al incrementarse de forma notable el consumo de energía fósil. No se trata de invitar a la renuncia al uso de la maquinaria, que bastantes renuncias llevamos encima, pero parece razonable plantearse, desde el punto de vista de una producción verdaderamente ecológica, la máxima reducción en el empleo de factores de producción derrochadores de energía (fertilizantes

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procedentes

de

zonas

alejadas,

fitosanitarios,

etc.),

sustituyéndolos

por

aportaciones de origen orgánico (solares) generadas en la propia finca o en el entorno cercano y, sobre todo la recuperación de la presencia y efectividad de aquellos "servicios de mantenimiento" propios del agrosistema olivar. 3.2 Mejorando el balance hídrico En el olivar, como en el resto de los cultivos mediterráneos de secano, el agua es el principal factor limitante, por lo que para mejorar el balance, si no pueden aumentarse las entradas, habrá que disminuir las salidas y aumentar, a un tiempo, la capacidad de almacenamiento. Esto exige: - evitar las pérdidas por escorrentía y aumentar la infiltración - evitar la evaporación directa - reducir o eliminar la transpiración de las plantas adventicias - aumentar la capacidad de retención de los horizontes superficiales Para evitar pérdidas de agua por escorrentía, que se producen inevitablemente en cuanto hay un poco de pendiente y la intensidad de la lluvia supera la velocidad de infiltración, hay tres caminos que no son excluyentes: Aumentar la velocidad de infiltración, disminuir la pendiente, y poner barreras físicas a la circulación del agua por la superficie. La velocidad de infiltración en la tierra depende de muchos factores como el contenido inicial de humedad, la conductividad de los distintos horizontes (que depende a su vez de la porosidad, determinada por la granulometría, siendo la permeabilidad mayor cuanto mayor es el tamaño de las partículas del suelo) y de lo que se conoce como estructura, que es la forma en que estas partículas están unidas formando agregados; también depende del grado de compactación y de otros factores. Interesa remarcar aquel sobre el que es posible intervenir: La estructura del horizonte superficial. La estructura es una característica propia de cada tierra, pero

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puede mejorarse o empeorarse, y mucho, con las operaciones de cultivo. Se empeora, en general, con el laboreo excesivo o fuera de tempero, con la compactación, con la pérdida de materia orgánica, con el encharcamiento. Se mejora, sobre todo, con el incremento de materia orgánica, y con la reducción de las labores y de la compactación. Para disminuir la pendiente se han empleado tradicionalmente las terrazas y bancales, que han dado origen a bellos paisajes agrarios en muchas comarcas donde el cultivo de olivos, almendros y otros frutales es secular. El único inconveniente es el gran esfuerzo que requiere su construcción, pero nadie tiene dudas sobre la conveniencia de mantener las existentes. Las características de esas barreras dependerán fundamentalmente del caudal del agua de lluvia y de la pendiente del terreno. Existen muchas y variadas barreras como los surcos a nivel, que tuvieron su época, o las pozas encadenadas, pero la más eficaz y económica es el conjunto de “microbarreras” que constituyen los tallos y las hojas basales de las hierbas que componen las cubiertas herbáceas. En cuanto a la evaporación del agua retenida en la tierra es menor si le llega menos radiación solar directa, de tal manera que disminuye la temperatura en el horizonte superficial. El empleo de acolchados con materiales muy diversos tiene un efecto claramente positivo para este propósito, el problema es que el olivar no está para soportar costes añadidos, así habrá que buscar un material barato, muy barato. Hay uno que lo cría la tierra: La hierba, que en pie o una vez segada puede cumplir esta función, y lo hará tanto mejor cuanto mayor sea su biomasa y cuanta mayor sea su persistencia sobre el terreno. También hay que disminuir las salidas por transpiración de las plantas, que suele ser la segunda salida en importancia en los olivares. Aunque la transpiración en las plantas siempre es una salida, no es en todos los casos una pérdida de agua, sino una necesidad vital: Bombear nutrientes y refrigerar. Es una

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función imprescindible para que las plantas vivan y produzcan, así que esta reducción habrá que aplicarla selectivamente, nunca sobre los olivos, que están trabajando para nosotros; habrá que cargársela completa al resto de las plantas presentes, invitadas o no. A la vez, ya se ha dicho, habrá que ir trabajando para conseguir que la tierra sea como una esponja, capaz de cargarse de agua y de retenerla hasta que las raíces de las plantas se la quiten. Esta capacidad de almacenamiento de agua en un suelo radica, en cuanto a factores modificables, en la calidad de su estructura y en los niveles de materia orgánica. Manejo del suelo con laboreo Es verdad que el laboreo ha sido la forma tradicional de manejar el suelo, hasta el punto que en español

“labrador” es sinónimo de “agricultor”. Pero

también es verdad que hasta los años 50 la tracción era animal y los arados se diferenciaban poco de los utilizados por los romanos veinte siglos antes. Esta complicada función múltiple del manejo de la humedad (reducir salidas, aumentar el almacenamiento de agua) se ha atribuido tradicionalmente al laboreo, con los distintos aperos utilizados (desde el arado romano, a las vertederas, el cultivador, la grada de discos, las rastras, etc.) y en las diferentes épocas a lo largo del año (alzar, binar, terciar, rastreos de verano, etc.). Unas veces, las más, con el objetivo de eliminar las hierbas adventicias (para cortar en seco su transpiración), otras para romper la capilaridad superficial (en los rastreos de verano) y reducir la evaporación, otras realizando surcos y dejando suelta la tierra con la sana intención de retener más agua. El problema es que este difícil papel el laboreo sólo lo ha interpretado medianamente. Al labrar se consigue un control, más o menos eficaz, de las adventicias y se logra una mejora temporal de la infiltración superficial, a costa de la degradación de la estructura, que cesa con el paso del tiempo o inmediatamente si se produce una lluvia intensa sobre el terreno recién labrado. Por otro lado, sin embargo, se acelera la pérdida de

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materia orgánica (“labrar es abrir la puerta del horno” decía un viejo y magnífico profesor de edafología). Sobre todo, por encima de cualquier otro efecto colateral, el laboreo facilita la erosión. No siempre, ni en todos los casos, es negativo, el olivar se ha labrado año tras año, durante siglos… pero claro, hasta hace bien poco nadie enganchaba a su arado 110 caballos de una vez. El laboreo ha sido durante siglos el sistema empleado para el manejo del suelo y del agua, es cierto, pero también lo es que con la modernización, desde la entrada de la tracción mecánica en los olivares, ha cambiado mucho: la potencia de tiro se ha multiplicado, y también la velocidad y la anchura de trabajo; es posible dar las labores sin agobios, y repetirlas, casi, tantas veces como se quiera (se puede dejar la tierra “como cernida”); además ya no hay necesidad de esperar a que la tierra esté en “tempero”; tampoco hay que parar y dar para atrás (¡céjate atrás mula!) cuando se engancha una raíz, de hecho desde la cabina del tractor ni se siente el enganchón. Como se puede, se hace, y las consecuencias perversas no se hacen esperar: mantenimiento de la tierra desnuda durante todo el año, degradación de la estructura del suelo, pérdida de materia orgánica, compactación y suelas de labor (disminución de la capacidad de infiltración), desplazamiento de tierra a favor de la pendiente;

en resumen: degradación de la fertilidad e

incremento del riesgo de erosión. El laboreo de la tierra puede seguir siendo una técnica válida para el manejo del suelo y el agua, en los secanos, pero, su uso con los medios actuales, exige el cumplimiento estricto de algunas reglas, como son: − Reducir el número de labores a las imprescindibles (1 ó 2 al año) − No labrar – nunca - en la dirección de la máxima pendiente − Labrar siguiendo las curvas de nivel (si no fuese posible, lo mejor es no labrar) − No emplear aperos que volteen la tierra (vertedera, discos), sólo aperos de corte vertical (cultivador, rastra de púas, etc.) − Las labores deben ser superficiales (10 – 20 cm) y hacerse con tempero. − En parcelas con pendientes por encima del 10% hay que establecer sistemas de protección contra la erosión

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A estas reglas básicas se le pueden añadir algunas recomendaciones, para mejorarlo y aprovechar

las

ventajas

de laboreo,

haciendo

mínimos los

inconvenientes, como son: -

Labrar sólo las calles del olivar, debajo de las copas el suelo está más mullido, la infiltración es mejor y la concentración de raíces activas mayor, más vale mantenerlo así (la faena de barrer o soplar las hojas caídas bajo las copas de los árboles, que tan de moda se ha puesto en los últimos años, no sólo es inútil –si se plantea adecuadamente la recolección- sino que es contraproducente, pues se pierde el efecto benéfico de esta acumulación: incremento de la materia orgánica (gratuita), mejora de la infiltración, recuperación de importantes cantidades de nutrientes, como el fósforo y el potasio).

-

Separar el máximo posible los brazos del cultivador, de tal forma que la labor alcance a todo el volumen de tierra trabajado, pero no se solapen los efectos, ya que esto sólo contribuye a deshacer en exceso los agregados.

-

Alternar los aperos y la profundidad de la labor, para evitar la formación de las suelas de labor.

-

Evitar las labores en la primavera tardía, que evaporan humedad que ya no se recupera, y

que rompen las raíces superficiales del olivo, generando un

desequilibrio en la relación hoja/raíz que repercute negativamente en el crecimiento vegetativo (del que depende la cosecha del año siguiente) y en el desarrollo de las inflorescencias del año.

Manejo del suelo con cubiertas vegetales No hay una receta única para el manejo del agua en el olivar, pero parece que la utilización de cubiertas herbáceas puede ser una solución aceptable, porque también nos ayuda a aportar materia orgánica y bombear minerales desde horizontes profundos, a aprovechar la superficie de captación de energía, y a

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mantener una biodiversidad, lo que siempre constituye un valor fundamental del agrosistema. Una cubierta herbácea debe colaborar en la mejora del balance hídrico, aunque en principio parezca un contrasentido, ya que en cualquier caso colaborará a aumentar la transpiración. Todo olivarero sabe que si no quita la hierba a tiempo, el olivar no produce, porque la hierba, antes de granar al final de la primavera, consume el agua acumulada y deja la tierra seca. Pero en el clima mediterráneo no todos los meses son secos, existe una parte considerable del año en que la evaporación y la transpiración sumadas no superan a las precipitaciones, hay agua para la hierba y para el olivo. Es más, si hay hierba se consigue almacenar más agua en la tierra, pues sobre una tierra desnuda escurriría. Si se maneja adecuadamente, una cubierta herbácea consigue todos los objetivos propuestos: actúa de barrera contra la escorrentía, favorece la infiltración, mejora la estructura superficial, aporta materia orgánica y, además, protege a la tierra contra el golpeteo de la lluvia y la erosión, pero hay que evitar la competencia en las épocas de escasez. En nuestro clima es impensable que la cubierta sea permanente y, para que siendo temporal el balance sea positivo, es necesario que la desecación de la hierba se produzca cuando la lluvia esperada pueda aún reponer lo gastado. La elección de ese momento puede parecer imprecisa y difícil, pero los agricultores de nuestros secanos han venido haciéndola con acierto suficiente desde tiempo inmemorial. La novedad no está en el momento de eliminar la hierba, sino en la forma de hacerlo. Si tradicionalmente se ha hecho mediante el laboreo, con distintos aperos, y en varias pasadas consecutivas, ahora se trata de proponer sistemas que permitan que la hierba siga cubriendo el suelo después de cortada, para conseguir el doble efecto de acolchado y compostaje en superficie (protección y

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enriquecimiento en materia orgánica, en lugar de alterar la estructura del suelo y de acelerar la mineralización de la materia orgánica, mediante las labores). En el método de siega radica la principal diferencia entre los distintos modelos aplicables: Siega mecánica con desbrozadoras, o a diente por el ganado, y otra multitud de variantes según la cubierta sea espontánea o cultivada, si es total o en fajas, etc. Si la cubierta herbácea la forman especies espontáneas, no es necesario ningún cuidado adicional, pero será la dinámica propia de estas poblaciones la que determine la presencia y abundancia de cada una de las especies. La flora acompañante del olivar, en régimen de cultivo tradicional con laboreo, suele ser muy diversa y está caracterizada por la presencia de muchas especies en baja densidad y unas pocas con densidades moderadas o altas. La mayor parte de ellas tienen un ciclo de otoño-primavera, y son más frecuentes las anuales que las perennes. Al sustituir el sistema de laboreo por otro esta flora cambiará, y habrá que tener capacidad de observación para ver hacia dónde se dirige. No hay ninguna razón para tener que establecer un sistema único para todas las parcelas y para todos los años. Caben muchas variaciones en el espacio (distintos tratamientos en los ruedos y en las camadas, laboreo, siembras o cubiertas espontáneas en fajas, en cordones, etc.) y en el tiempo (rotaciones de los distintos tratamientos), aquí la diversidad es también un valor. También podemos sembrar nosotros la cubierta que queramos. Como no hay una especie ideal para todas las situaciones, podemos elegirlas de entre las que más nos interesen por su ciclo biológico (otoño-invierno) adaptado a las exigencias del cultivo; por su capacidad de producir masa verde; por la condición de fijar nitrógeno atmosférico (leguminosas); por la mayor resistencia a la descomposición una vez segadas (gramíneas), lo que proporciona una mayor eficacia contra la erosión; por su capacidad para recuperar los nutrientes lixiviados, o movilizándolos de los horizontes profundos; o por el carácter de nectarífera o polinífera que puedan presentar algunas especies que nos ayudan así a mantener poblaciones de insectos auxiliares.

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En el olivar de secano las dificultades no pasan desapercibidas: Hay que evitar la competencia por el agua; no debe entorpecer la recolección, que se realiza en pleno invierno; y la siembra no debe suponer un coste excesivo, ni requerir labores profundas o una preparación cuidadosa del suelo. En el olivar, y en otros cultivos leñosos, las especies más empleadas para formar cubiertas herbáceas han pertenecido a dos familias, las gramíneas o poáceas (cebada y otros cereales, vallico, etc.) y las leguminosas (veza, trébol, esparceta, habas, etc.). Pero no hay que olvidar otras, entre las que destacan las crucíferas (los jaramagos, colza, mostaza, coles), familia botánica de máximo interés por la gran cantidad de biomasa formada, por sus sistemas radiculares profundos que les permiten actuar como bombas de nutrientes, y algunas de sus especies por su escasa capacidad de rebrote, que facilita su control mediante siega mecánica. También tienen un cierto efecto supresivo sobre el hongo causante de la verticilosis, como es el caso de la Sinapis alba L., una hierba espontánea frecuente en los olivares andaluces y conocida vulgarmente como génave ¡qué casualidad! El término génave designa a la vez a una planta común en los olivares, una crucífera del género Sinapis muy útil para el manejo de cubiertas herbáceas en olivar ecológico; y al pueblo de Genave (Jaén), en el que se inició, y continúa después de 17 años, la producción ecológica en el olivar a escala cooperativa. La Cooperativa Andaluza "Sierra de Génave" que agrupa a unos 80 agricultores con 800 ha de olivar para la producción, envasado y venta de aceite ecológico. 3.3 Mejorando el balance de nutrientes En los ecosistemas naturales los nutrientes se utilizan una y otra vez, no es necesario aportarlos de fuera. En los agrosistemas ya hemos visto que estos ciclos no cierran o cierran mal y que la solución que ofrece la agricultura convencional es calcular cuánto se saca y traerlo de fuera, en la forma más barata y fácil. El problema es que los aportes no suelen corresponder ni en cantidad ni en calidad con lo extraído, entre otras razones, porque, en su afán simplificador, 13

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olvida todo lo que sabe sobre los ciclos biogeoquímicos y esas historias de ecología y biología de los suelos, tan bonitas. En un enfoque ecológico de la cuestión parecería conveniente plantearse como objetivo la mejora del balance total, como mínimo, pero sin perder de vista que se trata del funcionamiento de un sistema en el que intervienen distintos actores. Sea o no posible el cierre “hermético” del ciclo de los nutrientes minerales en el olivar, lo que sí parece que está a nuestro alcance es una mejora notable del balance final de nutrientes, así que éste será nuestro objetivo general (ya que como todo el mundo sabe, para no sufrir con las frustraciones, debe uno plantearse objetivos alcanzables). Conviene avanzar paso a paso, para ello descomponemos el objetivo general en tres de menor cuantía, los objetivos específicos: Reducir al mínimo las salidas, incrementar las entradas y adecuar a las exigencias del olivo la disponibilidad de los nutrientes almacenados. En definitiva se trata de un ejercicio puro (y duro) de “gestión”. Disminuir las salidas de nutrientes Especialmente disminuiremos las inútiles y las de mayor importancia en cantidad y calidad. De las cuatro que se presentan a continuación las dos primeras son fundamentales, mientras que las dos últimas tienen importancia sólo en casos muy localizados En primer lugar evitaremos las pérdidas por erosión, que son las de mayor importancia cuantitativa y cualitativa. Las consideraciones a tener en cuenta ya están dichas, son las mismas que las tratadas para evitar las pérdidas de agua por escorrentía: Si no se va el agua, no se lleva la tierra. En segundo lugar recuperaremos los subproductos de la almazara para su uso como fertilizantes orgánicos, por medio del compostaje. En tercer lugar limitaremos las pérdidas por lixiviación, por ejemplo mejorando la retención del complejo de cambio de las capas superficiales de la

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tierra, aumentando la cantidad de materia orgánica. La escasez de materia orgánica entre otras cosas limita la fijación de nutrientes en el complejo arcillohúmico favoreciendo su lavado (caso del N en los suelos mediterráneos). Será bueno aumentar también la materia orgánica en los casos de suelos excesivamente ligeros (arenosos). Para ello utilizaremos cultivos que actúen como “bombas de nutrientes”, por ejemplo algunos abonos verdes de sistema radicular profundo que recuperan los nutrientes, movilizándolos desde horizontes profundos, y los transforman en biomasa propia para volverlos a poner a disposición de las raíces superficiales (a través de la humificación y mineralización). En cuarto lugar reduciremos las pérdidas por volatilización, bien sea del amoníaco (procedente de la reacción de las sales amoniacales en medio alcalino, algo que se ve favorecido en las épocas con altas temperaturas y que sólo se evita aportando materia orgánica bien fermentada, incorporando el nitrógeno en forma de complejos naturales, y con el manejo en invierno) o del nitrógeno reducido, que sólo se da en suelos encharcados, por lo que bastará con evitarlos, porque además no favorecen en nada al olivar. Aumentar al máximo las entradas no subsidiadas Las aumentamos con la fijación biológica de nitrógeno (simbiótica y libre) gracias a la famosa labor de las bacterias del género Rhizobium asociadas a las raíces de las leguminosas y a la menos conocida de los microorganismos libres fijadores de nitrógeno, como Azotobacter, cuya actividad se potencia con la presencia de restos ricos en fibras vegetales. También se aumenta con la fijación fotosintética, que depende de la superficie de captación, como veíamos en el capítulo sobre la energía. Aumentar la disponibilidad de los nutrientes No es suficiente con que los nutrientes estén en la capa de tierra que

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exploran las raíces del olivo, hay muchas formas de estar. Las plantas, aunque no lo parezca, son delicadas para nutrirse, sólo toman aquellos nutrientes que están a su alcance y en combinaciones químicas precisas, y generalmente sencillas, y disueltos en el agua que ocupa parte de los poros de la tierra en la que viven y a la que se agarran. No les sirven los que están engarzados en las complejas moléculas de la materia orgánica, que son muchos, ni los que están alejados del pelo radicular ¿y entonces? Ya veíamos que la tierra es un almacén, un enorme y complicado almacén de nutrientes que necesita una gestión adecuada, como cualquier almacén moderno que se precie. Podríamos empeñarnos en hacerla nosotros empleando técnicas complejas y muy costosas, o encargársela a quien la viene haciendo con acierto desde siempre, la población microbiana del suelo. Especialistas en gestionar los nutrientes de la tierra, facilitando el último paso del ciclo de los nutrientes. Si esta población invisible es quien realiza esta difícil labor habrá que facilitársela (en vez de enterrarla a profundidades donde no hay casi oxígeno cuando más lo necesita, con una labor de vertedera) e, incluso, potenciarla mediante prácticas que incrementen la actividad biológica del suelo. Ejemplos paradigmáticos son el caso del fósforo en los suelos alcalinos, puesto a disposición de los pelos radiculares del olivo por la acción movilizadora de las micorrizas, y la actividad de las bacterias Nitrosomonas y Nitrobacter del ciclo del nitrógeno. Para

que

se



este

incremento

de

la

actividad

biológica

proporcionaremos materia orgánica. La aportaremos de fuera del sistema, con el coste (económico y ecológico) que esto supone, o bien la generaremos dentro, aprovechando los subproductos y la aportación de la hierba, sea espontánea o cultivada (abonos verdes). También podemos evitar o disminuir las pérdidas de materia orgánica de la tierra, aceleradas por el laboreo, reduciendo éste.

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Abonos verdes El tema de los abonos verdes, técnica clásica en la agricultura ecológica, merece una consideración especial, pues el manejo tradicional de este tipo de abonado conlleva no sólo la siembra de la o las especies elegidas sobre la totalidad del terreno o sobre las calles y su siega cuando alcanzan el desarrollo adecuado, sino que exige también el enterramiento en superficie con una labor ligera una vez que se ha dejado unos días descomponerse en superficie. Una labor, pero ¿no habíamos quedado en suprimir las labores? Dice el refrán que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Habrá muchas situaciones en que sea preferible dejar la hierba segada sobre el suelo para obtener una buena protección y, sobre todo, para no favorecer la erosión, así es como ocurre en los sistemas naturales, en los que nadie entierra los residuos vegetales, que se incorporan poco a poco. En otras ocasiones, en cambio, las condiciones particulares permitirán el enterrado, que debe ser siempre muy superficial. Las plantas herbáceas disponen en general de un sistema radicular mucho más extenso y superficial que el del olivo, por lo que la competencia por los nutrientes en la época de máximo desarrollo del “abono verde” podría ser muy desigual. Habrá que encontrar la forma de desviar el flujo de nutrientes desde el estrato herbáceo hacia el sistema radicular del olivo, más restringido y profundo. Para conseguirlo hay que lograr, simultáneamente: - Que la hierba devuelva sus nutrientes al suelo (siega y descomposición en superficie) - Que el árbol extienda al máximo, y sobre todo en el horizonte superficial, sus raíces absorbentes, para lo cual parece recomendable suprimir o restringir al máximo el laboreo -Que se potencie al máximo la capacidad de absorción del sistema radicular del olivo, favoreciendo su colonización por micorrizas positivas.

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Las especies más empleadas como “abonos verdes” son de las dos familias ya citadas, gramíneas y leguminosas, con sus ventajas e inconvenientes; pero tampoco hay que olvidar otras familias botánicas como las crucíferas o brasicáceas (la colza y los jaramagos son, seguramente, sus representantes más conocidos junto con las coles y los rábanos) que producen una importante masa verde en poco tiempo, y de la que algunas especies pueden actuar como “bombas de nutrientes” (ya se ha hablado de esto). También otros géneros de plantas, como la Phacelia, una planta ornamental de origen norteamericano con cierto predicamento como abono verde entre los cultivadores ecológicos europeos por su influencia positiva sobre la actividad de algunos insectos auxiliares (las crisopas, en el caso del olivar). Para facilitar la elección se presentan en el siguiente cuadro las especies utilizadas como “abonos verdes” más frecuentes para su empleo en olivares de secano, con sus características más importantes:

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ESPECIE

MATERIA VERDE PRODUCIDA 15-35 Tm/Ha.

AVENA

DOSIS DE SIEMBRA Y TIPO 100-130 Kg/Ha. Voleo o líneas

FECHAS SIEMBRA

ASOCIAR CON…

OCT-MAY

Veza.

GRAMÍNEAS

Alto contenido en fibra (aporta materia orgánica) 20-40 Tm/Ha. CEBADA

130-140 Kg/Ha. voleo o líneas

OCT-FEB

Veza, guisantes.

Alto contenido en fibra (aporta materia orgánica) 15-40 Tm/Ha. CENTENO

100-150 Kg/Ha. voleo o líneas

SEP-FEB

Veza, yeros.

Alto contenido en fibra (aporta materia orgánica)

ALMORTA,

1-2 Tm/Ha.

160-180 Kg/Ha.

30-200 kg/Ha. N

líneas 20-25 cm

DIC-ENE

Cebada, avena.

OCT-FEB

Avena, facelia.

Aporta Nitrógeno. 35-50 Tm/Ha.

LEGUMINOSAS ANUALES

ALTRAMUZ

150-200 kg/Ha. N

150-180 Kg/Ha. voleo o líneas 50-75 cm

Aporta Nitrógeno. Aporta P en suelos ácidos.

GUISANTE FORRAJERO

15-40 Tm/Ha. (8-25 sin vainas). 100-250 kg/Ha. N

150-200 Kg/Ha. líneas 50 cm.

SEP-ABR

Cebada, avena, sorgo, habas.

SEP-FEB

Cebada, avena, guisante, veza

Aporta Nitrógeno. 30-40 Tm/Ha. (20-25 “ sin vainas). HABAS

150-320 kg/Ha. N

150-200 Kg/Ha. voleo o líneas 75 cm

. Aporta Nitrógeno. Resiste bien el frío de invierno

LUPULINA

60 Tm/Ha. 200 kg/Ha. N

25-30 Kg/Ha. voleo

OCT-ABR

Cualquier cereal.

Aporta Nitrógeno.

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MELILOTO

4-5 Tm/Ha. (m.s.).

20-30 Kg/Ha.

100-200 kg/Ha. N

líneas 15-20 cm.

OCT-ABR

Cualquier cereal.

Aporta Nitrógeno. Es melífera. Hoja aromática. Raíz comestible.

VEZA

40 Tm/Ha.

80-100 Kg/Ha.

300-450 kg/Ha. N

voleo

OCT-MAY

Avena.

Aporta Nitrógeno. Porte rastrero. Semilla para pienso. 0,9-1 Tm/Ha. (m.s.). ALVERJA

Cereales.

30-270 kg/Ha. N

LEGUMINOSAS PERENNES

Aporta Nitrógeno. Es melífera.

ESPARCETA

5-6 Tm/Ha. (m.s.). 100-200 kg/Ha. N

80-100 Kg/Ha.

PRIMAV.

Cereales, habas.

SEP-MAR

Cereales.

Aporta Nitrógeno. TRÉBOL SUBTERRÁNEO

4-5 Tm/Ha. (m.s.). 200 kg/Ha. N

voleo Aporta Nitrógeno.

40-60 Tm/Ha. ZULLA

30-50 Kg/Ha.

140-200 kg/Ha. N

20 Kg/Ha.

OCT-ABR

Aporta Nitrógeno. 2-3 kg/Ha.

CRUCÍFERAS

COL FORRAJERA

30-35 Tm/Ha.

voleo o líneas 75-100 cm.

ABR-OCT

Legumino sas.

Resiste bien la sequía. Los tocones persisten mucho tiempo en el suelo.

8-12 kg/Ha. 15-50 Tm/Ha. COLZA FORRAJERA

voleo o líneas 50-75 cm.

Todo el año según variedad.

Veza, guisante, habas, avena, ray-grass.

Muy productiva. Sistema radicular muy potente y profundo. Aporta P y K. Limita el lavado en suelos permeables

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MOSTAZA BLANCA

10-20 Tm/Ha.

10-20 kg/Ha. voleo o líneas 75 cm.

MAR-SEP

Cereal, habas, guisantes forraj

Crecimiento y floración muy rápidos. Aporta P y K. 15-20 kg/Ha. 8-20 Tm/Ha. RÁBANO FORRAJERO

Todo el año.

voleo o líneas 25-50 cm.

Cereales, leguminos as.

Crecimiento muy rápido. Es muy rústico. Tiene propiedades antinematodos 70-60 kg/Ha. TRIGO SARRACENO, ALFORFÓN

Facelia, mostaza.

líneas

Crecimiento muy rápido. Es muy rústico. Tiene propiedades antinematodos 15-30 Tm/Ha.

FACELIA

10-15 kg/Ha. voleo

MAR-AGO

Altramuz, trigo sarraceno.

Melífera, atrae a crisopas. Buena competidora. Tomado de E. Rodríguez Bernal (2000)

Tabla 3: Especies utilizadas como abono verde. Junto a cada especie se indica su producción por hectárea, la dosis y el tipo de siembra, la época de siembra, sus propiedades más interesantes como abono verde y las plantas con las que se puede asociar.

Reciclaje de subproductos Con la cosecha de aceituna se extrae una gran parte de productos de escaso valor. El aceite escasamente supera el 20% en peso del total. El reciclaje, la vuelta al suelo del olivar, de los subproductos de la almazara (alpechín y orujo, o alperujo) puede suponer la recuperación de la práctica totalidad de los nutrientes minerales extraídos por la cosecha excepto el nitrógeno (N) que se pierde muy fácilmente, al tiempo que un aporte importante de materia orgánica. En la actualidad el subproducto de almazara más abundante es el “alperujo” u orujo húmedo, procedente de la extracción del aceite por sistemas

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continuos, con centrífugas horizontales de dos fases. Se trata de un subproducto de composición muy variable dependiendo de muchos factores (variedad de aceituna, madurez, grado de agotamiento de la masa, etc.) y de escaso valor comercial (cuando no hay que pagar por su eliminación) que es muy rico en materia orgánica (más del 95% sobre materia seca) y que contiene prácticamente todos los nutrientes minerales de la aceituna. Se han realizado ensayos para su aplicación directa al suelo, con resultados esperanzadores, pero de momento parece más aconsejable su empleo una vez humificado o compostado. En principio el alperujo es un material apropiado para el compostaje, tiene un aceptable contenido en nutrientes y es muy rico en materia orgánica. Posee un pH moderadamente ácido (5,5 de media, con un intervalo de 4,7 a 6,5), baja salinidad y unos valores de la relación C/N ni demasiado altos ni muy bajos (en un intervalo entre 22 y 52, con un valor medio en torno a 38). La variabilidad de su composición, especialmente en cuanto a su relación C/N, junto con el hecho de tratarse de un material muy triturado con un alto contenido en humedad y una consistencia semilíquida que dificulta su manejo, determina la necesidad de mezclarlo con otros materiales que corrijan los defectos, para facilitar su compostaje. Así los materiales a mezclar, además de ser baratos, abundantes y de fácil suministro, deben aportar: - consistencia adecuada - porosidad para facilitar la aireación - nitrógeno orgánico, para contribuir a acercar a su óptimo, en torno a 30, la relación C/N Un material de poco valor y de fácil disposición en las almazaras es el hojín, procedente de la “limpia” de la aceituna. La hoja del olivo puede tener un contenido apreciable en N (entre el 1,6% y el 2,4%), y es un material fácilmente compostable que además proporciona consistencia y porosidad al montón. Su cantidad es limitada. Otros materiales como la paja de cereales, los residuos de

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desmotadoras de algodón, el estiércol o la gallinaza, se han ensayado con suficiente éxito. En cuanto al alpechín, procedente junto con el orujo de la extracción del aceite por sistemas continuos de dos fases, es un líquido con un alto DBO y DQO. De su composición se podría esperar una serie de efectos desfavorables sobre los suelos pero, en las experiencias realizadas, se observa que con dosis de hasta 100 m3/Ha no se presenta ninguna evolución desfavorable en los suelos calizos, y sí un enriquecimiento significativo en potasio (K),

una ligera mejora de la

estabilidad estructural y un notable aumento de la actividad de los fijadores libres de nitrógeno. Las recomendaciones para el riego con alpechines son: - aportar por las calles (a distancia de los árboles) - dosificar por debajo de los 30m3/Ha y año en alpechines de almazaras de prensas y de 100m3/Ha y año con los de las almazaras continuas - hacer los aportes escalonadamente y fuera de los períodos de vegetación activa - no repetir sobre el mismo terreno más de dos años seguidos Otras biomasas reciclables que también se sacan del olivar son la leña de poda, los ramones y las varetas. No hay ninguna duda sobre la posibilidad de compostaje de estos residuos, siempre que se trituren adecuadamente. En general perece más adecuado el compostaje en superficie, dejándolos, una vez triturados, bien distribuidos sobre el suelo, lo que añade a la facilidad de ejecución (menos transporte, ningún manejo), la ventaja de servir como cubierta inerte que protege el suelo del golpeteo de la lluvia y de la insolación directa. En el caso de quemarlos, bien en como combustible o para su eliminación, lo ideal sería distribuir después las cenizas, que contienen todas las sales minerales aunque ninguna materia orgánica, por todo el suelo del olivar.

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Averiguando el estado de fertilidad del suelo Es posible hacerlo a través de análisis completos del suelo, tanto los clásicos, en los que se determinan los parámetros químicos (contenido en nutrientes, matera orgánica, pH, etc.) y físicos (textura, densidad), como aquellos que utilizan técnicas más depuradas de evaluación de la actividad microbiana. Pero un análisis es en cualquier caso un sistema costoso que exige una cuidadosa toma de muestras y una interpretación adecuada de los resultados, lo cual no siempre es fácil. Esto no quiere decir que no sea conveniente disponer de estos datos analíticos, por lo menos de los elementales, sobre cada una de las parcelas cultivadas. Un método más directo es interpretar los resultados productivos: Un suelo fértil es aquel capaz de mantener una producción alta a lo largo de los años sin deteriorarse. Así que a los resultados de cosecha habrá que remitirse, sabiendo que la cosecha del olivar no sólo depende de la tierra en la hunde sus raíces, que las condiciones meteorológicas son también determinantes (la disponibilidad de agua especialmente, pero no sólo, también el frío, el calor, los vientos, etc), así como las operaciones de cultivo (poda, desvareto, manejo de la cubierta, labores) y la incidencia de plagas y enfermedades, que también tienen su parte de influencia. Lo mejor es llevar un control continuado del estado nutritivo de la plantación, y para ello lo más acertado es recurrir a los análisis foliares periódicos (cada tres o cuatro años) igual que se hace en agricultura convencional, con una toma de muestras representativa cogida en el mes de julio (para nuestras latitudes). Hoy no se dispone de información propia de la agricultura ecológica que permita hacer una interpretación de los resultados analíticos diferenciada, pero no hay razones para suponer que la aplicación de las referencias de la olivicultura convencional no sean aplicables plenamente. La naturaleza suele además expresar de muchas formas su estado, y el de

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la fertilidad de la tierra lo hace con expresividad. El estado general, las carencias y excesos, los suele mostrar a través de un lenguaje para el que no hay diccionarios en las bibliotecas, pero que es posible aprender e interpretar: La presencia o ausencia, así como la frecuencia de las plantas adventicias (también llamadas, por desconocimiento, “malas hierbas”). Así la abundancia de leguminosas suele indicarnos escasez de nitrógeno en el suelo, mientras que las crucíferas suelen indicar lo contrario; la grama prefiere suelos arcillosos con la estructura poco desarrollada o en decadencia; los cenizos (Chenopodium sp.) indican buenos contenidos en potasio; los cardos del género Cirsium nos hablan de presencia de agua en horizontes poco profundos, bien sea por que la capa freática esté muy superficial o porque exista una capa impermeable. Y muchos más casos, que muchos agricultores veteranos conocen de la observación directa o del lento aprendizaje de generaciones, transmitido en clases muy particulares y nada académicas. La práctica de la fertilización A continuación comentamos los principales aspectos a tener en cuenta en la práctica de la fertilización, de especial importancia en el periodo de conversión. Las cantidades a aportar, tanto de estiércoles o productos compostados como de sales minerales autorizadas (fosfatos blandos, sulfato potásico) en el caso que estas fueran necesarias, deben calcularse para cada parcela sobre datos objetivos, estableciendo un plan a medio plazo (varios años), y habrá que hacerlo a partir de datos analíticos de la tierra y del estado nutritivo de los árboles determinado mediante análisis foliares. Sin perder de vista que no basta con añadir el elemento químico para que la planta disponga de él. Aunque la teoría del abonado de “restitución” (devolver a la tierra, con el abonado, lo que se le ha quitado con la cosecha) es muy atractiva por su simplicidad, su elegancia contable e incluso su sentido moral, su práctica, ejercida durante mucho tiempo, deja mucho que desear. El suelo es un sistema vivo, el

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recorrido que en él hacen los nutrientes minerales (nitrógeno, fósforo, potasio, y los oligoelementos) es extremadamente complejo. Hay un continuo y desigual trasiego de estos elementos entre los organismos vivos, los restos orgánicos muertos, la materia orgánica estable, el agua que ocupa los poros y también el aire, las raíces de las plantas, las arcillas y algunos minerales, para liarlo un poco más. El suelo no funciona como una cuenta corriente donde el saldo de nutrientes se calcula restando las salidas de las entradas, ni siquiera aunque se incluyan las comisiones. A la complejidad general del suelo en cuanto al movimiento de nutrientes, en el caso del olivar y de otros cultivos leñosos se añade el que los árboles disponen de órganos de reserva que les permiten sobrevivir bajo condiciones desfavorables (épocas secas, o de temperaturas extremas). En este aspecto los árboles de ambientes mediterráneos (como el olivo, el almendro, el acebuche, la encina, el alcornoque, la cornicabra, etc.) son especialistas. Durante las épocas de condiciones ambientales favorables absorben los nutrientes en cantidades mayores de las que precisan para su funcionamiento ordinario y los almacenan en los órganos de reserva para hacer uso de ellos cuando vienen los tiempos de escasez. También tienen la curiosa capacidad de reutilizar algunos de los nutrientes, como en el caso de las hojas viejas, cuyos nutrientes son devueltos al árbol antes de caer éstas (por eso se ponen amarillas). A todo lo anterior se une aquello de que en el cultivo ecológico, con la fertilización, no se pretende suministrar los elementos escasos al cultivo, sino conseguir un suelo fértil que ponga a disposición de las raíces los nutrientes que precise. Habrá que conocer la situación de partida (en los suelos de olivares adultos, lo más frecuente es estar bajo mínimos en cuanto a materia orgánica), definir la meta a alcanzar, echar unos números y establecer

un plan de

aportaciones realista a medio plazo. Además, muy especialmente mientras se alcanza el grado de fertilidad deseado, hay que preocuparse por el estado nutritivo de los árboles, pues la

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carencia de uno solo de los elementos esenciales aunque sea temporal puede dar al traste con la cosecha de uno o más años. La forma más fiable hoy por hoy de conocer ese dato de forma suficientemente precisa es analizar el contenido en nutrientes de las hojas al inicio del verano (en el mes de julio) y sobre hojas del año completamente desarrolladas. Para que los datos sean útiles es preciso que la muestra sea representativa. ELEMENTO

DEFICIENTE

BAJO

NORMAL

ALTO

Nitrógeno N (%)

< 1,40

1,41 – 1,50

1,51 – 2,00

> 2,00

Fósforo P (%)

< 0,05

0,06 – 0,09

0,10 – 0,30

-

Potasio K (%)

< 0,40

0,40 – 0,79

0,80 – 1,00

> 1,00

Calcio Ca (%)

< 0,30

0, 30 – 1,00

> 1,00

-

Magnesio Mg (%)

< 0,08

0,08 – 0,10

> 0,10

-

Manganeso Mn (ppm)

-

-

> 20

-

Zinc Zn (ppm)

-

-

>10

-

Cobre Cu (ppm)

-

-

>4

-

Boro B (ppm)

< 14

14 - 19

20 - 150

-

Tabla 4: Niveles críticos de nutrientes en hoja calculados sobre peso seco. Del “Reglamento específico de la Producción Integrada en Olivar” (Boja nº 88 de 27 de julio de 2002)

El caso especial del potasio (K) En los olivares de secano el mayor problema nutritivo lo constituye el potasio (K). Las extracciones de la cosecha son altas (del orden de 4,5 Kg. de K por tonelada de aceituna), así que su carencia es más frecuente tras las grandes cosechas y en los periodos de sequía prolongada, en los que se dificulta la absorción de potasio por las raíces del árbol. Pero, además hay una peculiaridad que conviene conocer: La carencia de potasio agrava la escasez de agua, ya que el potasio interviene, entre otras cosas, en el mecanismo de apertura y cierre de

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los estomas de las hojas (esa especie de válvulas naturales que tienen las hojas de las plantas para regular la transpiración), de tal forma que cuando escasea el potasio los estomas no se cierran bien y el olivo sigue perdiendo el agua que tiene, con lo que la situación se agrava. El objetivo de la fertilización, en cuanto al potasio, debe centrarse en disponer en el suelo de un nivel aceptable en forma soluble y en el complejo de cambio, sabiendo que la primera condición para que el olivo lo aproveche es que haya humedad suficiente en la tierra (de esto se habla en otro capítulo). Si contamos con esta premisa está la mitad del camino andado, la otra mitad habrá que recorrerla mediante las aportaciones dirigidas, no sólo a añadir potasio, sino también a potenciar la capacidad de los microorganismos del suelo para que lo liberen poco a poco. Esto es posible con abonos orgánicos ricos en potasio y en poblaciones microbianas, condiciones que cumple, de sobra, el compost de alperujo. El potasio es un elemento esencial (no es posible el desarrollo de las plantas sin él) necesario en cantidades notables (uno de los tres llamados macroelementos, junto con el nitrógeno y el fósforo), cuya carencia genera, como hemos visto, más carencia. Y no podemos esperar a que exista una deficiencia grave (con síntomas visibles en las hojas) para intervenir, pues, para colmo, una vez que ha descendido de un determinado nivel el contenido en potasio, la capacidad de absorción de este elemento por el olivo disminuye y no lo toma aunque se le proporcione en forma soluble. Hay que intervenir antes, en cuanto los análisis foliares indiquen un valor bajo en este nutriente, sin esperar ni siquiera a que se alcancen los niveles de deficiencia. Y lo más rápido es hacerlo con aplicaciones por la hoja (foliares). Es posible aplicar productos autorizados, minerales u orgánicos (sales potásicas minerales o extractos vegetales y de algas) ricos en este elemento, utilizando concentraciones del 1 – 2% de K. Es preferible hacer varias aplicaciones (se obtienen mejores resultados con tratamientos repetidos a baja concentración

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que en uno sólo más concentrado) y durante la primavera, pues las hojas jóvenes absorben mejor este nutriente. Dependiendo de la gravedad de la carencia, de la disposición de potasio en el suelo y de la humedad disponible será necesario, o no, repetir el tratamiento durante más de una campaña. Nos lo irá indicando el resultado del análisis foliar. El aprovechamiento de los abonos foliares por las plantas está determinado por las condiciones de humedad y temperatura. La hoja absorbe, si su cutícula no es muy gruesa e impermeable (hojas jóvenes) y mientras el producto se mantiene disuelto en agua. Cuando las gotas se secan se detiene la absorción, la cual podrá reanudarse si se vuelve a mojar sin que se produzca escurrimiento. Para hacer tratamientos provechosos habrá que contar con un tamaño adecuado de gota (boquillas en buen estado y presión adecuada) y realizar las aplicaciones en días húmedos y frescos o al caer la tarde, para que la evaporación sea lenta. El ciclo del nitrógeno (N) en el olivar De manera distinta se comporta el otro “macroelemento” fundamental en el olivar, el nitrógeno (N). El nitrógeno está considerado como el elemento nutritivo empleado en mayores cantidades por las plantas de cultivo, y ha constituido durante mucho tiempo la base de la fertilización de este cultivo, hasta el punto de que durante años, en el olivar convencional sólo se recomendaba aportar abonos nitrogenados. En el olivar, las extracciones de nitrógeno son relativamente bajas, la cosecha extrae de 3 a 4 Kg de N por tonelada de aceituna, mientras que la poda, si se sacan fuera los restos o se queman, extrae entre 8 y 10 Kg anuales por hectárea. Estas cantidades, en suelos con un cierto nivel de fertilidad, se compensan con el nitrógeno aportado por la lluvia y con el liberado en la mineralización de la materia orgánica. Si a estas cantidades, suficientes en muchos casos, se añade el nitrógeno fijado por las bacterias (del género Rhizobium) asociadas a las raíces de muchas leguminosas (para contar con este

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sumando es imprescindible que estas plantas estén presentes en cantidades significativas y que se desarrollen adecuadamente) queda claro que el abonado anual con productos ricos en este elemento es un derroche. Derroche caro, contaminante y que influye negativamente en la resistencia del olivo frente a plagas y enfermedades, y también en la calidad del aceite. La forma de conocer el estado nutritivo de un olivar con respecto al nitrógeno es mediante el análisis foliar. Aunque con el nitrógeno la señal de alarma se enciende cuando se alcanza el nivel de deficiencia, no antes. La respuesta a la intervención vía foliar es casi inmediata Observaciones respecto al abonado foliar. En el cultivo ecológico que se hace hoy se emplean con frecuencia abonos foliares de origen natural procedentes de algas, de cereales o de residuos vegetales, con la intención de reforzar la nutrición de los árboles y obtener mayores producciones. Esta vía se situaría fuera de las consideraciones sobre fertilidad hechas hasta ahora, por lo que en principio el empleo de abonos en forma líquida por vía foliar en el cultivo ecológico se justificaría únicamente como medida excepcional de socorro. Pero hay que recordar que en la agricultura orgánica tradicional se han venido empleando bioestimuladores naturales, generalmente procedentes de plantas, siendo éste, precisamente el principal efecto de los extractos de algas aplicados al olivar: La estimulación fisiológica por la acción de hormonas vegetales (citoquininas, principalmente) y de otros principios, no siempre bien conocidos, pero que influyen favorablemente. Por una parte favorecen el crecimiento y la reproducción celular y, por otra, incrementan, en general, la tolerancia de la planta a las condiciones adversas. Claramente justificables en las primeras fases de la transición del cultivo convencional

al

ecológico,

no

lo

parecen

tanto,

fuera

de

situaciones

excepcionales, una vez el olivar alcanza un grado suficiente de diversidad funcional.

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Al margen de estas consideraciones, esta práctica debería revisarse desde un punto de vista exclusivamente económico, pues no está nada claro que exista una respuesta productiva significativa en todas las situaciones (igual que ocurre con muchos foliares empleados olivicultura convencional). 3.4 Restaurando la diversidad perdida Para que el olivar sea productivo es indispensable simplificar su estructura y especializar sus comunidades vivas en el sentido de que el olivo sea el vegetal dominante. La verdad es que nuestros olivares ya están suficientemente simplificados y especializados, en general en exceso. Así que el problema no es cómo simplificar para obtener una producción adecuada, sino cómo mantener la diversidad necesaria para no hundir la estabilidad. La primera norma es suprimir o reducir al máximo aquellas acciones que acentúen la pérdida de diversidad, como: - el empleo de biocidas (los naturales también matan) - la eliminación de las manchas de vegetación natural - la extensión desmedida del olivar como monocultivo En ningún aspecto del cultivo queda tan clara esta relación entre diversidad y estabilidad como en el de las plagas. Éstas no aparecen como tales en el esquema propuesto del “agrosistema olivar”, quedan incluidas entre los fitófagos dentro de una lista mucho más extensa que la lista más completa de plagas que un pesimista pueda elaborar. El que una de estas especies dispare su población y llegue a

presentarse como una amenaza es algo a lo que estamos

acostumbrados y que aceptamos como normal, pero que no tiene por qué serlo. Implica que los controles naturales han saltado, que el equilibrio se ha roto. La intervención humana ha simplificado tanto el sistema que la estabilidad se ha hundido. Si para remediar este desequilibrio disminuimos aún más la complejidad,

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interviniendo de forma drástica en el agrosistema mediante la aplicación de tóxicos de amplio espectro, sean químicos o naturales, el equilibrio será cada vez más difícil de recuperar y serán necesarias nuevas intervenciones en una dinámica en espiral creciente de la que es difícil escapar. No pueden combatirse los efectos de la desestabilización insistiendo en disminuir aún más la estabilidad. Y esta afirmación es válida, tanto para los tratamientos con productos químicos de síntesis como para los realizados con productos de origen vegetal e, incluso, para algunas formas de lucha dirigida como el trampeo masivo, si las trampas no son selectivas en un alto grado1. Vistas de esta forma, las plagas son un síntoma de una enfermedad del sistema, la pérdida de estabilidad, y no será suficiente un tratamiento sintomático, aunque en algunas ocasiones éste sea necesario para evitar pérdidas económicas. Si la estabilidad se pierde por reducción de la diversidad, la única intervención coherente será la restauración de la diversidad perdida. Pero no cualquier diversidad, no se trata de aumentar cuantitativamente el número de especias presentes de cualquier manera. La diversidad no es sólo cuestión de número de especies, es también, y principalmente, cuestión de interrelaciones entre los elementos que componen el sistema. En el caso de los agrosistemas se trata de establecer o restablecer una diversidad con relevancia específica, útil, cuyo valor haya sido probado. En el caso del olivar éste es, por desgracia, un campo en el que está casi todo por hacer. Al plantearse la restauración de una diversidad útil para el control de plagas y enfermedades lo primero que se viene a la cabeza es la conveniencia de recuperar y fortalecer el escalón de los consumidores secundarios, los entomófagos, la conocida fauna útil. Y seguramente, en última instancia de eso se trata, pero no conviene olvidar que estamos intentando conseguir una comprensión global.

1

Es evidente que el impacto sobre el sistema de cada insecticida es diferente, como es diferente su forma de acción, su composición química, su persistencia, la toxicidad propia y de sus metabolitos, etc. Tampoco es igual la forma de aplicación (pulverización, espolvoreo, atomización , y que esta sea : total , en bandas, parcheos) , ni son indiferentes las dosis y los momentos de aplicación., que en muchos casos llegan a ser determinantes.

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Es posible reemplazar o añadir diversidad útil en cultivos ya establecidos, como el olivar, provocando cambios que aumenten la abundancia y efectividad de las poblaciones de insectos auxiliares, y esto se puede lograr, no sólo efectuando sueltas de especies de interés, autóctonas o introducidas, sino, y sobre todo, facilitando el desarrollo de las poblaciones presentes, proveyendo huéspedespresa alternativos, alimento para las fases adultas de los parasitoides y predadores, refugios y lugares para la puesta, y - muy importante manteniendo niveles aceptables de las poblaciones de las plagas. La diversidad no se reconstruye de cualquier manera. El grado de biodiversidad en el agrosistema depende de cuatro características principales: La diversidad de la vegetación en y alrededor del agrosistema, que puede ser una cubierta herbácea, espontánea o sembrada, o retazos de vegetación natural en los bordes del cultivo; la permanencia de varios cultivos. En el olivar, que suele presentarse como un monocultivo absorbente, puede resultar extraña, pero, el olivar se cultiva, y se ha cultivado, asociado a otras plantas (vid, cereales, leguminosas) y es susceptible de aprovechamiento mixto con ganado ovino la intensidad del manejo, o sea, las intervenciones que realizamos en el olivar; y el grado de aislamiento del agrosistema frente a la vegetación natural. Éste puede ser un elemento determinante de la diversidad total del sistema. Es mucho más difícil conseguir un grado de diversidad suficiente dentro de las grandes masas de olivar (campiñas de Jaén y Córdoba) que en los olivares de las comarcas serranas, que conservan una gran riqueza vegetal, de alto valor ecológico en muchas ocasiones A la hora de restaurar la diversidad el problema está en que no existe una fórmula universal. No hay modelos generales, cada situación agrícola debe

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considerarse separadamente, ya que las interacciones entre los fitófagos y sus enemigos variarán significativamente dependiendo de las especies de insectos, localización y dimensiones de la finca, composición de la cubierta vegetal, vegetación de los alrededores, y prácticas de cultivo. Pero no estamos perdidos del todo, disponemos de una pista, que puede servirnos para echar a andar, una pista que sí es de aplicación general: La diversidad del olivar, como la de todos los agrosistemas, se restaura a partir del escalón de los productores fotosintéticos. Tenemos que empezar por conseguir que nuestro olivar tenga diversidad vegetal, que tenga otras especies de plantas además de los olivos, sin perder por esto la productividad; plantas que acompañen a los olivos sin interferir en el cultivo. Para ello habrá que empezar por conservar los reductos de vegetación natural arbórea o arbustiva. Un buen número de estudios documentan la importancia de asociar vegetación silvestre a los cultivos para proveer alimentos alternativos y refugio a los enemigos naturales de las plagas. También hay estudios, todo hay que decirlo, sobre la dinámica de las plagas de insectos que invaden los campos de cultivo desde la vegetación de los bordes, especialmente cuando la vegetación está relacionada botánicamente con el cultivo. Pero allí donde no existen esos reductos de vegetación natural, o los hay pero muy deteriorados, habrá que restaurarlos o crearlos de nuevo, haciendo plantaciones de especies arbóreas y arbustivas, bien adaptadas, de la flora local o de cultivo tradicional, que alberguen fauna útil y diversifiquen el agrosistema sin competir ventajosamente con el olivar por la luz y el agua. En este aspecto es importante acudir al “saber” tradicional campesino. Un caso proverbial es el granado (Punica granatum), también los frutales del género Prunus, árboles y arbustos, excepto el almendro que sólo es favorable si se sitúa en las lindes, no intercalado (Mesa, 1997).

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Además de incrementar la variedad de plantas arbóreas y arbustivas, habrá que echar mano de las herbáceas. La forma de hacerlo ya nos es conocida (aunque con otros objetivos): Las cubiertas herbáceas, dejando partes del olivar sin labrar, en cordones o fajas por las calles, en las lindes, permanentes o temporales, como mejor convenga. En general hay bastantes estudios que indican que las plantaciones arbóreas con una cubierta vegetal rica presentan una incidencia menor de plagas de insectos en comparación con las plantaciones desnudas, debido principalmente a un incremento de la abundancia y eficiencia de los predadores y parasitoides (Altieri,1990). Algunas familias botánicas con especies que frecuentemente se presentan como adventicias, desempeñan un papel destacado en el mantenimiento de las poblaciones de insectos útiles, en especial las umbelíferas (hinojo, cañaheja), las leguminosas ya conocidas, y las compuestas (margarita, diente de león, achicoria, cardos), que ofrecen en las épocas adecuadas lo que estos insectos demandan: Polen y néctar abundantes. No sólo las plantas espontáneas pueden ser útiles para restaurar la diversidad, en muchos casos elegir las especies que deban formar la cubierta puede resultar mucho más interesante, para proporcionar apoyo a las poblaciones de insectos útiles (caso de la Phacelia, o del trigo sarraceno Fagopyrum esculentum) o para conseguir otros objetivos complementarios, como la fijación de nitrógeno o la protección contra la erosión. De cualquier forma la presencia de una cubierta herbácea, sea la que sea, ofrece la posibilidad de

vida y refugio a

multitud de artrópodos en el suelo. Aunque parezca que tiene poco que ver, también conviene conservar los viejos muros de bancales y lindes, que ofrecen refugio a fauna y flora, al tiempo que son eficaces barreras contra la erosión.

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