EKÚN. Titulo de la obra: Ekún. Número de páginas y formato: DIN-A4. Autor: Francesc Hidalgo Bautista DNI: E. T registro

EKÚN Titulo de la obra: Ekún Número de páginas y formato: 348 -- DIN-A4 Autor: Francesc Hidalgo Bautista DNI: 35000111-E T – 0184 – 2011 registro.

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EKÚN

Titulo de la obra: Ekún Número de páginas y formato: 348 -- DIN-A4 Autor: Francesc Hidalgo Bautista DNI: 35000111-E T – 0184 – 2011 registro.

Prologo.

Hacia el siglo XVII hubo un gran incremento en el número de esclavos debido a su importancia como mano de obra, en las explotaciones agrícolas del Caribe. Según el historiador británico Eric Hobsbawm la cifra de esclavos africanos transportados sería alrededor del un millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y durante el siglo XVIII llegaría a los siete millones. El primer cargamento del comercio negro fue transportado en 1562. En 1713, la British South Sea Company consiguió el derecho exclusivo de suministro de esclavos a las colonias transoceánicas. Los futuros esclavos eran capturados en el interior o a lo largo de la costa, este hecho desencadenaba guerras que dejaban como saldo muchísimos muertos y heridos. Una vez encadenados eran trasladados hasta los grandes barracones sucios y pestilentes, a los heridos se les daban muerte antes de llegar a los pestilentes barracones. El agua potable era un bien preciado ya que escaseaba, el calor era asfixiante y ahogaba dentro de los barracones. Eran obligados a convivir con las enfermedades, el maltrato, la sed, y el hambre. Una vez llegados a su destino los esclavos eran cebados y lavados para que lucieran saludables, luego eran comprados por algún plantador o terrateniente. Era entonces cuando verdaderamente comenzaban sus calvarios. El trabajo en las haciendas de terratenientes, en las plantaciones o en las minas, eran explotados hasta la extenuación, las condiciones de trabajo eran inhumanas y los malos tratos, terminaban por agotar el vigor del

esclavo, y una vez sin fuerzas, el amo prefería comprar uno nuevo que cuidar de su esclavo enfermo y desahuciado. Para someterlos fueron ideadas una cruel tecnología para la tortura y el suplicio: los grilletes, las sogas, el cepo, las cadenas el látigo y las marcas con a hierro al rojo vivo, fueron algunos de los utensilios utilizados, de esta forma, el amo se aseguraba la propiedad de su esclavo. El incremento en el comercio negrero fue acompañado, por una fuerte ideología racista: los negros eran considerados seres infinitamente inferiores, ni tan siquiera asimilados a animales, no eran considerados sujetos de derecho y por lo tanto considerados, jurídicamente, como cosas. La convicción era que la raza negra no disponía de “Alma”, de lo contrario la esclavitud sería considerada ilegal por la Iglesia. Era costumbre en muchas de las plantaciones, explotar al esclavo bajo severas condiciones hasta su muerte, pues salía más barato comprar nuevos esclavos que tener que mejorar sus condiciones de vida. La fuente de esclavos fue África y la isla de Gorée, colonia francesa situada frente a la costa de Senegal, a tres kilómetros de Dakar, la capital.

Gorée fue el lugar

preciso donde se estableció el mercado de esclavos, también conocido como el lugar sin retorno. Se cree que alrededor de unos veinte millones de hombres, mujeres y niños fueron secuestrados en sus aldeas y vendidos a tratantes que se establecieron en la isla Gorée. En la isla triaban a los esclavos separando definitivamente a familias enteras, estás quedaban totalmente desintegradas de por vida.

La isla de Gorée fue durante más de tres siglos el más importante mercado de esclavos destinado para aprovisionar a Estados Unidos de América y al Caribe. La isla fue descubierta por portugueses en el año 1444, bajo cuya bandera en 1536 se construyó la Casa de esclavos.

España fue la que menos se dedicó al tráfico de esclavos africanos, los utilizaban como lacayos y sirvientes. España tan solo se limito a conceder licencias de entrada, inicialmente a los genoveses, después a las compañías alemanas y a los portugueses y por último a franceses y a los ingleses; éstos obtuvieron la exclusiva en 1713 por el "derecho de asiento", hasta que se concedió la libertad en 1789. Aunque la entrada de esclavos negros fue general para todos los reinos y provincias de la América española. Los antiquísimos relatos cuentan que existía la obligación de armar el barco debido a la piratería para revender ilegalmente esclavos tomados como presa. Un patache de 30 toneladas debía llevar ocho mosquetes y dos arcabuces, tres arrobas de pólvora y dos de plomo. Si el barco es de 100 toneladas eran obligatorias cuatro piezas de artillería, 150 balas, 15 mosquetes, 12 picas, un quintal de plomo y pólvora. Y plantaciones. Los negros "iban de seis en seis encadenados por argollas en los cuellos, asquerosos y maltratados, luego fueron unidos de dos en dos con argollas en los pies. Ubicados debajo de la cubierta del galeón, con lo que nunca veían la luz del sol. Las enfermedades de tifus, la viruela, calenturas e infecciones eran la tónica diaria a bordo, morían por decenas a diario. Los más enfermos y los muertos eran lanzados sin contemplaciones por la borda. Comían de 24 en 24 horas una escudilla de maíz o mijo crudo y un pequeño jarro de agua. Cada día había recuento y eran humillados, recibían palizas azotados con largas varas por el que hacía las veces de vigilante, este era la única persona que cubriéndose la boca con un paño mojado en vinagre para amortiguar el putrefacto olor bajaba a la bodega. El tratado de Versalles de 1783 otorgo al Reino Unido la posesión del Río Gambia salvo el enclave de Albreda que se

mantuvo bajo soberanía francesa, siendo cedido a Inglaterra en 1857. Alrededor de tres millones de esclavos fueron enviados desde esta región a las colonias en América. Durante el siglo XVII la English Adventure Trading Company utilizaba la mano de obra de esclavos procedentes de Gambia y Sierra Leona para su industria de la caña de azúcar en las Indias Occidentales. Unos 60.000 nigerianos fueron transportados en galeones portugueses hacia Jamaica y hacia América. Entre diez y veinte millones de personas fueron esclavizadas y deportadas a distintos países, más de seis millones dejaron sus vidas por el camino. Un genocidio que solo fue posible por la absurda complicidad de todos. Entre esos esclavos se encontraba Ekún, uno de los principales personajes de esta historia que perfectamente podría haber sido una historia real como tantas otras lo fueron.

Ser libres es todo un riesgo. Tal vez toda una aventura apasionante. No menosprecies al más débil. Podría convertirse en un leopardo feroz.

Primera parte.

1

El casamiento

Benín, primavera del año 1731

El pueblo yoruba describió un mito sobre su origen, en el se cuenta como Dios descolgó mediante una cadena, desde el cielo hasta Ile-Ife a Oduduwa, el antepasado del pueblo yoruba, trayendo con él un gallo, un trozo de tierra y una semilla en la palma de la mano. La tierra cayó en el agua, pero el gallo la rescató para convertirla en el territorio yoruba y de la semilla creció un árbol con dieciséis ramas que representaba el origen de los dieciséis reinos. El Reino de Benín limita al este con el río Níger, al sur con el Océano Atlántico, al norte con la sabana y al oeste con los reinos yorubas.

El poblado se mantenía muy bien trabajado, los cultivos del cacao y del ñame lo plantaban por periodos rotatorios de tres años, alternándose con grandes cultivos de yuca, maíz, cacahuete, algodón y lentejas. El poblado se mostraba expectante ante el acontecimiento que tendría lugar aquel día de mayo. Durante el día anterior, las mujeres del poblado habían estado preparando frutas de variados colores, carnes, aves

y verduras que cocinaron en calderos de barro, también machacaron grandes cantidades de cereales para preparar cuscú y arroz. Mientras, las más viejas del poblado preparaban calabazas llenas de leche de cabra, las muchachas jóvenes preparaban cerveza de aguamiel, que extraían de la savia del cogollo de la maguayes. Los hombres más jóvenes durante gran parte de la noche habían preparado varias fogatas entre círculos de piedras con abundantes brasas. A la mañana siguiente Un choto y dos cabritos giraban lentamente ensartados y sobre puestos en unas horquillas haciéndolos girar despacio, el olor de aquella carne asada inundaba todo el poblado, y los niños entre juegos y risas correteaban desnudos alrededor de las fogatas. La mañana era esplendida, el sol despuntaba por entre la ladera cubierta de un manto verde agitada por la suave brisa del viento. El roció de la noche aun mantenía húmedo los tejados de las chozas del poblado a orillas del lago Cotonou, habían sido construidas en bastón de la rota y recubiertas de paja. En la entrada de cada choza los hombres habían dejado los grandes arcos largos y combados, las bolsas con las flechas y las lanzas, el único hombre que portaba su arco y flechas era Akinwole uno de los guerrero del poblado hijo de Adan y hermano mayor de Ekún. Akinwole portaba arco y flechas como protección a los novios. Aquel día, el cielo era de un azul celeste intenso, tan solo las golondrinas y las bandadas de estorninos moteaban el cielo como un salpicado de pintura en un gran lienzo. Los rayos del sol rebotaban en las charcas de los arrozales destellando como espejos y reflejando destellos de luz en gran parte del poblado yoruba. En la entrada de cada choza

había una estaca representando la Diosa Olosá que garantizaba la protección a la familia. En el gran árbol del poblado una talla de la Diosa Obba: protectora de los matrimonios, presidiría el casamiento entre

Ekún y la que sería su primera esposa.

La jovencísima Airá de 14 años, hija de Addo y de Orún. Addo era el Ashelú: el juez del poblado. Ekún era un joven guerrero de 18 años hijo de Adan y de Ona, primera esposa de Adan, este era el Oba: el jefe del poblado, el cual logró su posición de forma hereditaria. Para casarse, Ekún tuvo que pagar el precio de la novia que él mismo estimo oportuno. Pagó: siete azadones de hierro, tres hachas, treinta cabras, diez chotos, ropas, algunos enseres y algo de dinero, eso era lo que indicaba que él estaba de acuerdo en que la novia era la persona más valiosa para él. Los Alubbata tocaban los tres tambores batá de piel de cabra y los hacían sonar rítmicamente. Al oír el sonido de los tambores, las familias de monos capuchinos cara blanca se alertaron ante el ensordecedor sonido de los tambores y comenzaron a bramar saltando por los árboles de un lado para otro como locos. Las mujeres iban vestidas para la ocasión, lucían collares y grandes pendientes. Todas bailaban al son de los bongós. Las mujeres engalanadas, esparcían frutos y manjares por todas las chozas en señal de bonanza futura para el poblado. La novia vestía una túnica blanca de algodón. Meses antes el algodón se dejó secar bajo el sol y así formar mejores hebras que luego fueron utilizadas para costura. Los niños hilaron las hebras durante semanas y sus madres cosieron las túnicas de los novios. Para la túnica de Ekún, las mujeres escurrieron agua sobre cenizas de madera para hacer lejía que luego mezclaron con

hojas molidas y maceradas de índigo, consiguieron

tras la

oxidación, un de azul oscuro con el que tiñeron la túnica de Ekún. Airá engalano su cabeza adornada con abalorios de metal y pequeñas piedrecillas de diversos colores, grandes pendientes y collares de hueso de vacuno y pequeñas caracolas que colgaban de su cuello. Su cabello era rizado y negro como su piel, sus ojos color miel rebosaban un haz de luz, de esperanza y felicidad futura. Airá iba acompañada y cogida de la mano de su hermano Nassér, tres años menor que ella la llevó hasta ponerla frente a su futuro esposo. Ekún sonreía al mirar a su futura esposa. Al igual que ella, él vestía con la túnica de algodón azul oscuro, entre sus manos portaba un hacha bipene roja y blanca, alrededor de su cuello colgaba un collar con dos cuernos de novillo y otro collar repleto de pequeños abalorios ceremoniales, sobre

su cabeza lucia un pequeño penacho de plumas de

pavo. Ekún abría sus grandes y negros ojos redondos para hacer el juramento de esposo besando el machete sagrado que representaba a Ogun: Dios del hierro. Todo el ritual se hacía ante la presencia del babalawo: el sumo sacerdote Ifá. El babalawo que vestía con túnica blanca y collares de diversos colores, comenzó el rito de cantos: Iyere de los textos de Ifá. Luego con una pluma de pavo y un recipiente de caña de bambú lleno de hollín mezclado con agua, muy bien removida, el babalawo escribió el acta matrimonial en el que quedaría escrito: que Aíra es ya la primera esposa de Ekún. A su vez el abayifó o brujo del poblado, le practicaba a los novios un ritual para la fertilidad plena y con descendencia de varones, que seguro serán grandes guerreros como Ekún, su padre.

Desgraciadamente aquel día no había nadie de centinela en el poblado, de pronto ocurrió algo sorprendente que dejó perplejos a todos los hombres y mujeres del poblado. El cuerpo del abayifó se retorcía, el rostro se contorsionaba, los ojos se le salían de las órbitas y un sudor comenzó a empapar todo su cuerpo. Algo malo estaba a punto de ocurrir, aquella reacción del abayifó lo estaba indicando, parecía como si los Dioses Orishas, de pronto abandonasen a los yorubas. Una polvareda cada vez más intensa se divisaba por la ladera, e incluso se podía escuchar el sonido del galopar de una quincena de caballos, la situación comenzaba a ser inquietante. De pronto, se escuchó el sonido silbante de una flecha que se fue a clavar en el gran árbol, el sonido de todos los tambores silenciaron de repente. Al instante, aparecieron como salidos de la nada un buen grupo de hombres de piel más clara que la de los yorubas, esos hombres habían estado durante horas escondidos en los arrozales. Se trataba de los bororos, grupo derivado de los fulani y que por un puñado de armas de fuego e inmunidad para ser capturados como esclavos, se habían aliado al lado del toubad, el hombre blanco, la codicia y el miedo les habían llevado a la traición de pueblos y tribus semejantes, de esa forma algunos de los bororos habían dejado el pastoreo y sus tierras para unirse así a los contrabandistas portugueses en la captura de esclavos que serán luego vendidos en tierras lejanas.

El toubad: aquel del que tantas veces les habían hablado a los niños de la tribu para asustarlos, ahora los asustados sin duda eran sus padres, el miedo y la inquietud se apoderó de todo aquel poblado. De nuevo el sonido silbante de otra flecha se escuchó. Todos quedaron enmudecidos al ver que de pronto caía de

rodillas Orún con una flecha clavada en su espalda. Airá se arrodillo cogiendo la mano de su madre, las lagrimas inundaron sus ojos y la tristeza invadió su corazón al ver que los ojos de su madre estaban perdidos para siempre. Akinwole templó sus nervios como buen guerrero y preparó su arco, todos los hombres corrieron hacías sus chozas para armarse con los arcos, flechas, lanzas y hachas. El sonido del galopar de los caballos era cada vez más y más cercano. Los bororos fueron rodeando el poblado acorralándolos, armados con lanzas, machetes y mazas, entraron a golpes, sin miramientos alguno, matando a todo el que se les ponía por delante. Los más distraídos y que estaban en sus chozas, fueron sorprendidos y enlazados por el cuello, la cacería era cruel y despiadada. Los niños corrían desperdigados, entre llantos y asustados, pero los invasores no tenían piedad alguna, luchaban con rabia, sus golpes de machetes y hachas abrían las cabezas como calabazas, mataban a niños, mujeres y ancianos, los hombres se ensalzaron en una feroz y brutal lucha para defender el poblado con sus hachas y con sus lanzas, pero los bororos aunque torpes en la lucha eran demasiados. El abayifó aun yacía tembloroso en el suelo cuando el golpe de una maza de madera le destrozo la cabeza como si de una fruta madura se tratase. Algunas mujeres se habían desperdigado corriendo para proteger a sus hijos que corrían y corrían sin rumbo. Una de ella llevaba a su retoño en brazos cuando un invasor la agarró de sus ropas, se disponía a degollar a la mujer con su cuchillo cuando el hacha bipene de Ekún se clavó de un golpe seco en su cabeza partiendo el cráneo de aquel hombre en dos mitades. Ekún miró a Aíra que junto a su hermano Nassér seguía arrodillada y sollozando al lado de su querida madre, de pronto, un hombre blanco la agarró del cuello a traición y

sin posibilidad de reacción por parte de Aíra. El hombre al mismo tiempo desenfundó una pistola y cuando se disponía a disipar a Aíra en la cabeza, su esposo se abalanzó dándole un golpe con su hacha en el hombro. El hombre blanco cayó al suelo aturdido y Ekún acabó con su vida de un hachazo en el pecho. En aquel momento, alguien cargaba el arma, colocando la pólvora el plomo y baqueteando el mosquete, al momento un disparo sonó como un trueno, una bola de plomo se incrustó en el cuello de Adan haciéndolo caer al suelo moribundo, borbotones de sangre salían con presión de su cuello, la sangre manaba con fuerza a cada bombeo de su ya débil corazón, pero Adan era el jefe yoruba y se debía a su pueblo, su mente permanecía en blanco, no sentía dolor alguno, ni hablaba, ni escuchaba, ni tan siquiera sufría. Adan sacó toda su fuerzas interior, alcanzó una lanza y la clavó en el suelo, como pudo se apoyó en ella y rodilla en tierra se puso en pie, luego taponó su cuello con una mano dejando escapar entre sus dedos la sangre y también su vida. Irguió la cabeza y miró desafiante a los ojos de su asesino. Un gran jefe yoruba muere en pie o no muere. Akinwole miró a su padre que ya yacía muerto. Sintió como el miedo se apoderaba de él y sentía como el espíritu del gran Jefe de la tribu, su padre, el que dirigió con mano firme pero justa los designios de su pueblo, le abandonaba para siempre. Su espirito saldría de su cuerpo físico para reunirse con los Orishas por y para siempre. Otro de los disparos de mosquete fue a dar directamente al corazón del babalawo, el sacerdote cayó muerto a los pies de Akinwole, él tensó su arco y apuntó al corazón del hombre blanco que instantes antes había matado al babalawo de un certero disparo, aquel hombre blanco estaba recargando nuevamente su mosquete cuando de pronto se percató que Akinwole le apuntaba con la flecha, el hombre reaccionó al instante y sin ni tan siquiera sacar la

baqueta del mosquete disparó, la baqueta salió disparada al mismo tiempo que la flecha que le apuntaba. La flecha atravesó el corazón del hombre blanco y la baqueta atravesó el pecho de Akinwole, mientras caía, miró de soslayo a su madre que se encontraba llorando al lado del cadáver de su padre. Akinwole yacía tirado en el suelo al pie del gran árbol y convulsionando, Ekún corrió en ayuda de su hermano, se arrodillo e intentó sacarle la baqueta, en ese instante un hombre blanco le cogió del cuello y cuando se disponía a degollarle, justo en ese preciso instante se abalanzó sobre aquel hombre atravesando su pecho con una lanza. Durante unos instantes, Ekún se quedó absorto mirando al pequeño Nassér cuando de

pronto

sintió como una especie de horquilla de madera rodeaba su cuello, al instante recibió un fuerte golpe en la cabeza que le retumbó como un trueno dejándole aturdido, segundos después la oscuridad se apoderó de él. Uno de los hombres blancos derramo la pólvora de la cazoleta, con lo que la chispa del pedernal no tubo donde prender y con la confusión del momento, metió dos cartuchos, y al disparar reventó el cañón en su propia cara, el desdichado cayó al suelo y fue rematado por un yoruba atravesándole el pecho con su lanza. Horas después, pequeños riachuelos de sangre recorrían como venas el allanado suelo de la aldea yoruba.

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