El hijo del gobierno JULIETTE. Donatien y Pélagie no volverían a verse hasta al cabo de cuatro años y medio

SEGUNDA PARTE 15 El hijo del gobierno -Tengo cuarenta y cinco años -dijo Minsky-. Mis facultades sexuales son tales que jamás me acuesto sin haber

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SEGUNDA PARTE

15 El hijo del gobierno

-Tengo cuarenta y cinco años -dijo Minsky-. Mis facultades sexuales son tales que jamás me acuesto sin haber alcanzado el orgasmo en diez ocasiones. [...] Puesto que espero que alcancemos el orgasmo juntos, es necesario que os advierta de los terribles síntomas que este clímax me provoca. Lo preceden gritos horrendos, que continúan mientras se produce, y el esperma sale disparado hasta el techo, a menudo en quince o veinte chorros. Ninguna multiplicidad de placeres puede agotarme: mis eyaculaciones son tan agitadas y abundantes la primera vez como la décima, y jamás me he levantado cansado por los excesos de la noche anterior. En cuanto al miembro causante de todo esto, helo aquí dijo Minsky descubriendo un órgano de cuarenta y cinco centímetros de longitud y cuarenta de circunferencia, coronado por un champiñón de color púrpura tan grande como la copa de un sombrero-. Sí, helo aquí, siempre en el mismo estado en que lo veis en estos momentos, incluso cuando duermo o camino.[...]

JULIETTE

Donatien y Pélagie no volverían a verse hasta al cabo de cuatro años y medio.

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A los antagonistas de Sade -madame de Montreuil, las autoridades que lo habían arrestado, sus propios parientes-, parecía unirlos una misma obsesión: mantenerlo incomunicado de su esposa. Se consideraba que el descaro de los cónyuges, que reforzaban mutuamente, constituía una amenaza para el orden social. Por lo tanto, se ocultó a Pélagie el paradero de su esposo durante los primeros cuatro meses de su encarcelamiento. Desde la aislada celda de su difunta suegra, en el convento carmelita, Pé1agie escribió a Donatien a la Bastilla, convencida de que lo habían encerrado en esa prisión, y la policía, amablemente, reenvió las cartas a Vincennes. "¿Cómo has pasado la noche, mi querido esposo?-comenzaba la primera carta que Pélagie escribió a Donatien, unas cuarenta y ocho horas después de su detención-. Aunque me dicen que estás bien, el dolor me abate. Sólo me alegraré cuando te haya visto. Mantén la calma, te lo ruego.[...] Tranquilízate, no empieces a pensar que intentan separamos -mintió, muy consciente de que existía tal conspiración pero resuelta a apaciguar a su esposo-. Todos saben que eso sería del todo imposible."l . Pé1agie comenzó a visitar a varios ministros del gobierno, para solicitarles que le concedieran el privilegio de ver a su esposo. Recorría día tras día los alrededores de las murallas de la Bastilla y expresaba su inquietud a su único confidente, el abogado de los Sade en Provenza, Gaufridy. "Los puentes siempre están alzados y los guardias ni siquiera permiten que la gente mire la fortaleza escribió-.2 Aunque está en el centro de París, [la Bastilla] es el lugar más impenetrable del universo [...] pero [...] mi única motivación es el bienestar de mi esposo. Él es mi única razón de ser; sin él, el mundo nada significa para mí."3

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"Mi querido amigo, te ruego fervientemente que [...] no sucumbas a tus depresiones -instó a Sade algunas semanas después-o Adieu, mi buen niñito. Te beso."4 Pélagie también menciona a un conocido sastre de París a quien Sade había encargado de inmediato varios conjuntos elegantes para llevar en prisión: "Carlier me ha prometido que se dará prisa en confeccionarte la pequeña levita de verano. También recibirás cuatro sombreros de lino y cuatro pares de medias de algodón".5 (La coquetería del marqués no disminuyó durante su encarcelamiento. "Hazme llegar una pequeña levita de color pasa, con un chaleco y unos pantalones de ante, algo fresco y ligero pero, sobre todo, que no sea de lino; en cuanto al otro conjunto, que sea marrón de París, un color que está de moda este año, con algunos adornos plateados, pero en ningún caso galones plateados")6. Las semanas en las que la correspondencia de su esposo era más bien escasa, Pélagie suma lo indecible. ¿Le había escrito algo que lo había ofendido o acaso las autoridades de la prisión interceptaban sus misivas? "Cuando no recibo noticias tuyas, me invento miles de fantasías que acaban por desesperarme escribió a los pocos meses de su encarcelamiento-. Quiera Dios que jamás te reproche algo. Me sentiría culpable si te causase, aunque fuera sin quererlo, la menor pena.”7 En junio, Pélagie por fin supo que su esposo no estaba en la Bastilla sino en Vincennes, y, con su temeridad característica, comenzó a planear su evasión. El momento idóneo, decidió, sería durante el viaje que el marqués tendría que realizar a Aix para acudir a la revisión de la causa. "En esta ocasión no deberemos escatimar gastos -escribió a Gaufridy-. Habréis de ocultarlo en un lugar seguro. [...] Bastaría con que me indicaseis cuándo regresa [el marqués] a París con los guardias."8

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Varias semanas después, Pélagie escribió a su esposo: "Te amo y jamás dejaré de amarte. [..,] Te beso con toda el alma". 9 La aflicción de Pélagie se veía exacerbada por el afán con el que intentaba satisfacer los extravagantes encargos del marqués relativos a ropa, gollerías y cosméticos (las autoridades de la prisión le permitían recibir dos paquetes cada quince días). ¿Le ha aliviado las hemorroides la pomada que le envió?, pregunta Pélagie. En el interior del último paquete, le asegura, había un kilo de polvos faciales, una borla de plumón de cisne, dos paquetes de mondadientes, varias cintas para el pelo, guantes nuevos y seis pares de medias de algodón. Carlier está confeccionándole un par de pantalones de verano "estrechos",10 tal y como había solicitado el prisionero. No obstante, Sade se quejaba sin cesar de que ella nunca cumplía sus encargos culinarios y de sastrería como él deseaba, lo que provocaba que Pélagie se disculpara una y otra vez. "He enmendado de inmediato mi error anterior. Acabo de prepararte un tarro de médula de buey con aceite de avellana. [...] Me he asegurado de que el agua de colonia que te he enviado esta vez fuese mejor que la anterior. [...] En cuanto al espejo, fue el mejor que pude conseguir."11 La marquesa adjuntó a una carta característica una lista de los productos que acababa de enviarle a su esposo; aparte de los numerosos artículos de gourmet, en el paquete también había pomada facial, pantuflas, cuatro kilos de velas, más colonia, otros seis pares de medias de algodón, seis chalecos, una amplia gama de cintas para el pelo, sombreros y guantes. (Resulta sorprendente el narcisismo que motiva a un

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hombre, a quien sólo se le permite salir de su celda unas pocas horas al mes, a encargar tan amplio vestuario.) En los paquetes, Pélagie siempre incluía notas en. las que confirmaba su pasión por el marqués. "Quiéreme mucho, dímelo muchas veces. [...] Sólo me consuela repetir miles de millones de veces que te quiero y te adoro con toda la intensidad propia del amor, tanto que no es posible expresarlo con palabras. ¿Cuándo podré volver a besarte? Creo que me moriré de felicidad."12 Ante la proximidad de la Navidad, el marqués debió de preguntar a Pélagie por sus hijos, quienes estaban al cuidado de sus abuelos maternos y recibían instrucción en un pueblo situado dos horas al sur de París. Pélagie le escribió lo que sigue: Me preocupo tanto por atenderte bien que apenas los veo. Los dejo a cargo de su abuela. [...] Todavía es difícil precisar la belleza o la personalidad de la niña [Madeleine-Laure, de seis años, que estudiaba en un colegio de monjas]. [...] Es demasiado joven. Manifiesta sus deseos con suma intensidad. En cuanto al niño [Louis-Marie, el mayor, que tenía diez años], es tan manso como un cordero, aunque posee una vivacidad singular que sólo puede refrenarse manteniéndolo ocupado, cosa bien fácil de lograr, porque quiere saberlo todo y, si lo dejaran, se pasaría el día entero leyendo libros. Será un gran ciudadano. El caballero [el hijo mediano de los Sade, DonatienClaude-Armand, de ocho años] sigue siendo guapo y tierno, pero muestra menos aptitudes para el aprendizaje. [...] Es muy afectuoso y será una persona más sociable. Siempre lo beso dos veces porque se parece a ti... a quien amo con toda el alma.13

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"Lo que escribes sobre nuestros hijos me produce un gran placer -había escrito el marqués a Pélagie pocos meses después de su encarcelamiento. Ya sabes la dicha que sentiré cuando los abrace, aunque [...] soy consciente de que estoy sufriendo por su bien."14 Los sentimientos paternos de Sade, al igual que el resto de sus emociones, eran más bien volátiles y los hacía mas ambivalentes el hecho de que su encarcelamiento se debiese, en parte, al deseo de sus suegros de salvaguardar la reputación de sus hijos. Cinco meses después del arresto de Sade, su primo lejano, el conde de Mirabeau -uno de los numerosos nobles de Provenza que, como Sade, se uniría al bando de los revolucionarios durante los levantamientos de 1789-, fue encarcelado en Vincennes a causa de una lettre de cachet que su padre había solicitado alegando insubordinación filial. Así es como el más exaltado orador de la futura revolución describió la cárcel desde la que Sade inició una correspondencia con su esposa que duraría trece años: "El calabozo de Vincennes, cuya construcción inició Carlos de Valois y finalizó Carlos V [1338-1380], es tan sólido que aún no muestra indicios de deterioro. Harían falta cañones del calibre más grande para mellarlo. Lo rodean tres fosos de doce metros de profundidad por dieciocho metros de ancho. [...] Son tan seguros que, si un hombre se encontrase en el interior de cualquiera de ellos y no contara con ayuda externa, podría considerarse tan preso como en una elevada torre." En cuanto a las celdas, prosigue Mirabeau, "esas lúgubres habitaciones estarían sumidas en la noche eterna si no fuera por algunos trozos de cristales opacos que, 320

ocasionalmente, permiten el paso de unos débiles rayos de luz".15 Durante las primeras semanas de su encarcelamiento en la sombría fortaleza, las largas misivas de Donatien a Pélagie expresaban las mismas emociones de dolor y ternura que las de ella. "Oh, mi querida amiga, ¿cuándo acabará mi terrible suplicio? -le escribió en cuanto permitieron que su correspondencia saliese de Vincennes-. ¿ Cuándo seré liberado de esta tumba en la que me han enterrado vivo? [...] Aquí sólo cuento con mis lágrimas y mis gemidos; ¿cuándo podré compartirlos con mi querida amiga? [...] Adieu, apreciada amiga; sólo te pido que me ames tanto como yo sufro."l6 "Querida, eres todo cuanto me queda en el mundo. Padre, madre, hermana, amiga..., lo eres todo para mí -escribió también-. Te suplico que no me abandones."17 El hecho de que las autoridades de la prisión abriesen las cartas de los cónyuges y las censuraran a placer dificultaba su comunicación. Aunque Pélagie se había alegrado mucho al enterarse de dónde estaba encarcelado su amor, las frecuentes amenazas de suicidio del marqués le habían minado la moral: "Si no salgo de aquí antes de cuatro días, estoy seguro de que me destrozaré la cabeza contra las paredes -le escribió a las pocas semanas de su confinamiento-. Eso sin duda complacería a tu madre, que le dijo a Amblet que mi muerte sería la mejor manera de acabar de una vez por todas con este asunto. [...] Si todavía aprecias mi vida, ve y arrójate a los pies del ministro, del rey si hace falta, y pídeles que te devuelvan a tu marido. ¿Acaso podrían negarse? Si lo hicieran, estarían capitulando ante la crueldad de tu madre".18 "En el transcurso de los sesenta y cinco días que he pasado aquí -escribió en otra carta-, sólo he respira321

do aire puro y fresco en cinco ocasiones, durante no más de una hora cada vez, en una especie de cementerio de unos cuatro metros cuadrados rodeado de murallas de más de quince metros de altura. [...] El hombre que me trae la comida me hace compañía unos diez o doce minutos al día. El resto del tiempo lo paso en la más absoluta de las soledades, llorando. [...] Así es mi vida."19 Cada vez que Sade elevaba una petición a las autoridades, lo primero que solicitaba era que permitieran que su esposa lo visitara. "Amo a esta compañera de sufrimientos con todo mi corazón escribió a monsieur Le Noir, el sucesor de Sartine como teniente general de la policía francesa-. Sería infame que se aprovecharan de mi situación separándome de la única amiga que me queda en el mundo. [...] Tengo hijos, señor, que algún día os agradecerán que hayáis mantenido con vida a su padre."'20 Sin embargo, después de las primeras semanas de lamentaciones, la correspondencia del marqués cobró un tono maníaco, alternando el abatimiento y la cólera, las súplicas delicadas y las acusaciones brutales, las palabras cariñosas y los insultos amargos. En sus múltiples momentos de insolencia glacial, llama a su esposa "madame" y, cada vez que se le presenta la ocasión, ataca a madame de Montreuil. En las cartas que escribió a Pélagie, se refiere a la Présidente como a "la jodida zorra de tu madre", "la puta de tu madre"21 "alcahueta",22 "una bestia inmunda" y "un monstruo infernal". 23 Los pasajes relativos a la fecha de su puesta en libertad son igual de agresivos: durante su encarcelamiento, se obsesionó con la idea de que Pélagie supiese cuánto tiempo iba a pasar en prisión pero no quisiese revelárselo. 322

"Ya que insistes en denegarme lo único que te pido, que es saber la duración de mi condena, me permitirás, querida amiga, que estime que tus cuidadas expresiones de ternura no son más que tonterías."24 Sade llega incluso a acusar a su esposa de colaborar con su madre, de no ser más que una "marioneta" en sus maliciosas manos. "Adelante, te deseo suerte con tus bonitas palabras, son divinas, al igual que el delicado papel que te obligan a interpretar. [...] Me estás ofreciendo [...] como plato principal [...] la bilis negra y amarga que destila la odiosa Furia que te gobierna."25 Es posible que Sade vilipendiase a su suegra con tanto tesón porque ella se negaba a aceptar la reconciliación que él le había ofrecido poco antes de que lo arrestaran. Si bien antes la consideraba su principal protectora y recurría a ella para solucionar sus problemas, ahora la veía como la personificación de la censura social y la detestable justicia. "Adieu, y si, como sospecho, la puta de tu madre lee esta carta, hazle saber que la maldeciré con toda mi alma cuando muera. […] Adieu para siempre."26 Cuando Pélagie intentó aplacar de nuevo la cólera del marqués asegurándole que su madre estaba pugnando por mejorar su situación social, el marqués le escribió: "Puedes decirle [...] a la jodida golfa de tu madre […] que cada vez tengo más ganas de verla muerta y, además, me gustaría que muriera padeciendo lo indecible."27 En los momentos de mayor desquiciamiento, Sade ni siquiera perdonaba a sus hijos, al tiempo que exigía a Pélagie, por enésima vez, que le comunicase la fecha de su puesta en libertad. "Te arrepentirás del sufrimiento que me has obligado a pasar por culpa de esos malditos mocosos, a quienes detesto tanto como a ti y todo lo que tiene que ver contigo."28

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"Tirado en la cama como un perro, tratado como una bestia salvaje, siempre solo y encerrado [...] mi salud está deteriorada, y tu infame conducta está acabando conmigo. […] Una vez más, ¡la fecha de mi liberación! [...] Si te niegas a [decírmela], nunca volveré a verte, ni a ti ni a tus hijos."29 "La amenaza de abandonarme a mí ya los niños para irte al extranjero es el golpe más duro que me has dado"30 fue la réplica de Pélagie. Resulta obvio que esta orgía de invectivas, unas veinte páginas diarias, era el único medio con el que contaba Sade para no perder la cordura. Sobre todo cuando escribía a su esposa, el prisionero mostraba una obsesión con los números. Al intentar determinar la duración de su encarcelamiento, Sade imaginaba que sus corresponsales se la transmitían mediante un críptico código numérico. En junio de 1777, por ejemplo, anotó en el margen de una carta de Pélagie: "Recibida el 29, más ocho es igual a 38, lo que significa que es en agosto de 1780".31 O: "Encuentro marcas cada treinta y seis líneas. Tenía la esperanza de que significaran "treinta y seis semanas", pero... ¿qué significan? ¿Se refieren a los meses?".32 Algunos biógrafos del marqués han aventurado que estas extrañas especulaciones numerológicas, que él llamaba "señales", estaban inspiradas en su lectura de la cábala, un tema que estaba muy de moda entre la intelligentsia de su época. Sade no sólo intentó descifrar la fecha de su puesta en libertad valiéndose de los números citados en su correspondencia sino que también, en forma similar a los cabalistas, inventó un extraño alfabeto en el que cada número "señalaba" ciertas emociones humanas: esperanza, agresividad, engaño, etcétera. A pesar de la cólera que albergaba contra madame de Montreuil, pocas semanas después de que lo apresa-

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ran, Sade comenzó a escribirle directamente, practicando, como ya era habitual, un tosco chantaje emocional. Sus lastimeros discursos sobre su difunta madre, por ejemplo, eran de una sinceridad más bien dudosa. De todos los medios que pueden instigar la venganza y la crueldad, madame, escogisteis el más terrible. Viajé a París para escuchar el último suspiro de mi madre, pues mi único propósito era verla y abrazarla una vez más [...] ¡ y ése es el momento que elegisteis para arrinconarme! No hace mucho os pregunté si seríais una madre o una tirana para mi; no me dejasteis a oscuras durante mucho tiempo. [...] Mi pobre madre me hace señas desde su tumba. Parece abrir su pecho y llamarme a él, como si fuera el único asilo que me queda. Quisiera seguirla de cerca y, como último favor, ós pido, madame, que me enterréis junto a ella.33

Varias semanas después, escribió: Si un alma capaz de violar los principios más sagrados, los de humanidad, al mandar arrestar a un hijo junto al ataúd de su madre, los de hospitalidad al traicionar a una persona que se disponía a arrojarse a vuestros brazos [...], si en esa alma quedase algún asomo de compasión, tal vez yo sería capaz de despertarla. [...] He sido vuestra víctima desde hace mucho tiempo, madame; no pretendáis embaucarme. La primera condición resulta interesante en ciertas ocasiones; la última es, cuando menos, humillante.34 El tercer día de 1778, Sade recurrió a una táctica todavía más histriónica al enviar a su suegra una carta de

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Año Nuevo escrita con su propia sangre. ¡Oh! Vos, a quien en cierta ocasión llamé "madre" con gran satisfacción, vos [...] que me habéis ofrecido sólo grilletes en lugar del consuelo que esperaba, deberías conmoveros por las lágrimas y las letras empapadas en sangre con las que he compuesto esta misiva. Sabed que esta sangre también es vuestra puesto que corre por las venas de los seres a quienes amáis [los hijos de Sade] y en nombre de quienes os imploro... ¡Ay! Dios mío, vedme a vuestros pies, rompiendo a llorar, suplicándoos de nuevo que me brindéis vuestra amabilidad y conmiseración. Olvidadlo todo, olvidadlo todo, perdonadme, liberadme.35

¿Acaso intentaba Sade convencerse a sí mismo de la posibilidad de una reconciliación con la Présidente? En ese caso, ¿era su capacidad para engañarse a sí mismo tan poderosa que podía suscitar en él una ternura renovada? Todas estas preguntas se plantean de nuevo en una carta que Sade escribió a madame de Montreuil a finales de mayo de 1778, en la que manifestaba, con más franqueza que de costumbre, su intensa carencia de ternura paternal, su necesidad, sobre todo, de que ella lo tratara como una madre. El dolor provocado por la pérdida de mis padres, una pena espantosa, todavía me aflige en gran medida, y estos días ni siquiera tengo la esperanza de poder dirigirme a vos con esas palabras de cariño y consuelo que se me permitieron en el pasado. Han quedado sin efecto, madame, iY aquí estoy, el hijo del gobierno, cuando quisiera ser el vuestro! ¡Ah! [...] ¡Si fuese posible recuperar el pasado! Vuestro odio podría aplacarse y entonces qui-

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zá ya no infligiríais dolor [...] a la persona que jamás ha dejado de amaras y que renuncia con sinceridad a todos los actos que puedan haberlo distanciado de vuestra estima y a todas las tribulaciones que causaron, que fueron fruto de mi desesperación.36

La marquesa recibía átaques por ambas partes ya que, si bien procuraba evitar enfrentamientos directos con su madre, continuaban enemistadas. En las cartas que escribió a Gaufridy, quien, a pesar de su lealtad hacia los Sade mantenía informada a madame de Montreuil, Pélagie despotricaba contra la indiferencia que su madre mostraba hacia el sufrimiento de Donatien. A madame de Montreuil le traía sin cuidado el suplicio de su yerno, se lamentaba Pélagie, y estaba satisfecha siempre y cuando no perdiera de vista a "su Dulcinea" (la hermana de Pélagie, mademoiselle de Launay). "En cuanto haya salido de estos apuros escribió Pélagie con tono sarcástico-, preferiría dedicarme a la agricultura que volver a caer en las garras [de mi madre]."37 De hecho, la Présidente, cuando no se preocupaba por el futuro de sus nietos, hacía todo lo posible por mejorar la situación legal de Donatien. Visitaba y escribía incontables misivas a varios funcionarios con tal fin, hacía cuanto estaba en su mano para obtener un juicio de apelación para revocar el fallo emitido contra el marqués en Marsella. Gracias a Gaufridy, la Présidente supo que los Sade habían dejado ciertos objetos "comprometedores" en La Coste (el propio marqués había escrito a Gaufridy que había abandonado ciertos documentos "inconvenientes" en el castillo). Aunque la Présidente no sabía por qué esos objetos eran "comprometedores", estaba obsesionada por destruirlos y no dejar rastro alguno de ellos. "¿Son escritos? -preguntó a Gaufridy-.

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¿O son los artilugios mecánicos que, supuestamente, se emplearon allí?" (Por "artilugios mecánicos", se refería a unos asientos que, al reclinarse hacia atrás, obligaban a separar por completo las piernas de los ocupantes; estos aparatos gozaron de gran popularidad entre los libertinos del siglo XVIII como instrumentos de violación.) "Los objetos que puedan dar lugar a habladurías y rumores deben destruirse y enterrarse a cien metros de profundidad."38 La pasión expresada en las cartas de Pélagie a su esposo, a su "buen niñito"39 duraría toda la primera década de su encarcelamiento. "Todavía te adoro con la misma intensidad",40 le escribió en febrero de 1778. "Siempre te amaré y adoraré con la misma intensidad, hasta que exhale mi último suspiro" ,41 le repitió dos meses después. Esa misma primavera: "hoy es 17 de mayo, un día especialmente consagrado a amarte".42 No obstante, a mediados de junio, la correspondencia de los Sade fue interceptada durante el resto del verano. Sin que Pélagie lo supiera, el inspector Marais, el enemigo de Sade de los últimos quince años, había ido a recogerlo a su celda para llevarlo al tribunal de apelaciones en Aixen-Provence. Una vez más, su madre se había asegurado de que Pélagie desconociese por completo el paradero de su esposo. Al enterarse de su inminente viaje, Sade formuló varias peticiones interesantes a las autoridades. Deseaba despedirse de sus hijos y que su esposa lo acompañase a Provenza. (A pesar de las desagradables diatribas contra Pélagie, a Sade cada vez le resultaba más imprescindible la presencia de su esposa. Tal y como madame de Montreuil había comentado poco antes de su aprehensión,

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"sólo se siente seguro con ella".) En el caso de que su esposa no pudiera ir con él, Donatien deseaba que su único acompañante fuera el inspector Marais. Esta súplica le fue satisfecha y plantea interesantes interrogantes sobre los complejos vínculos que llegan a establecerse entre el prisionero y el carcelero. ¿Sentía Sade algún tipo de atracción masoquista hacia la persona que, junto con su suegra, se había convertido en su opresor más constante? ¿O acaso le proporcionaba consuelo la perspectiva de proseguir con una rutina muy familiar? El viaje de Donatien a Aix puede considerarse un triunfo póstumo de su tío el abad de Sade, que había fallecido el 31 de diciembre del año anterior a los setenta y siete años. Durante mucho tiempo el abad había aducido que el marqués jamás recobraría la libertad si continuaba siendo un fugitivo de la justicia y que su primer paso para conseguirlo consistía en presentarse en Aix para someterse a un nuevo juicio. Esta estrategia difería de la que había ideado en un principio la Présidente, que temía las repercusiones de semejante aparición en público. Los dos habían mantenido enconadas discusiones al respecto. "El sibarita de Saumane", quien en el momento de su muerte estaba escribiendo una historia sobre los trovadores, conservó sus costumbres libertinas hasta el :fin de sus días. Cohabitaba en su fortaleza con una dama española y su hija y expiaba su lujuria oficiando misa en la capilla contigua a su suntuoso dormitorio. El manejo de su herencia pone de manifiesto la faceta más corrupta de la familia Sade. En su última voluntad y testamento, el abad de Sade había legado todos sus bienes materiales a su hermano Richard-Jean-Louis, comendador de la

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Orden de Malta. Sin embargo, dicho legado consistía, sobre todo, en su biblioteca y sus colecciones de curiosidades botánicas. El abad sólo tenía el arrendamiento vitalicio de Saumane y todas las propiedades revertieron a Donatien y su esposa. No obstante, el comendador, aprovechándose del caos que reinaba en la vida de su sobrino, actuó como si Saumane y sus bienes fueran suyos. No sólo trasladó el mobiliario, la plata, los caballos y los vehículos de Saumane a su casa solariega de Mazan, sino que también desarraigó los árboles de Saumane y los replantó en sus terrenos. Además, se negó a correr con los gastos del entierro de su hermano. Puesto que el edicto de Marsella le había conferido el control de todos los bienes materiales de su esposo, la marquesa de Sade intentó, de manera más bien frenética, recuperar algunas de las pertenencias de Saumane para sus hijos, pero o bien era del todo inepta para los asuntos de índole económica o bien estaba demasiado ocupada atendiendo a su cautivo esposo para lograr su propósito. Se desconoce la reacción de Donatien ante la muerte de su tío. Es posible que no se le informara de la misma hasta al cabo de unos seis meses, en junio de 1778, cuando se desplazó hasta Aix-enProvence en compañia del inspector Marais con la esperanza de que lo absolvieran de los cargos de envenenamiento y sodomía por los que lo habían condenado siete años antes en Marsella.

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Notas

1 Madame de Sade a su esposo, 15 de febrero de 1777. LML, vol. 2, p. 101. 2 Madame de Sade a Gaufridy, 25 de febrero de 1777. Bourdin, p. 81. 3 Madáme de Sade a Gaufridy, 19 de marzo de 1777. Ibíd., p.82. 4 Madame de Sade a su esposo, principios de marzo de 1777. LML, vol. 2, p. 103. 5 Madame de Sade a su esposo, 14 de junio de 1777. Ibíd., p.105. 6 Sade a su esposa, 17 de abril de 1781. LML, vol. 3, p. 84. 7 Madame de Sade a su esposo, 26 de junio de 1777. LML, vol. 2, p. 107. 8 Madame de Sade a Gaufridy, 4 de junio de 1777. Bourdin, p. 86. 9 Madame de Sade a su esposo, 28 de julio de 1777. LML, vol. 2, p. 107. 10 Madame de Sade a su esposo, 26 de julio de 1777. Ibíd., p.106. 11 Madame de Sade a su esposo, 14 de junio de 1778. Ibíd., p.132. 12 Madame de Sade a su esposo, 3 de diciembre de 1777. Ibíd., p. 118. 13 Madame de Sade a su esposo, también el 3 de diciembre de 1777. Ibíd., p. 116. 14 Sade a su esposa, 18 de abril de 1777. De, vol. 12, p. 124. 15 Mirabeau, Des lettres de cachet et des prisons d'état, Hamburgo; París, 1782, pp. 43-46. Citado en Lely, Vie, pp. 296297.

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16 Sade a su esposa, 6 de marzo de 1777. OC, vol. 12, pp. 113-116. 17Ibíd. 18 Sade a su esposa, finales de febrero de 1777. Lely, Vie, p.269. 19 Sade a su esposa, 18 de abril de 1777. OC, vol. 12, p. 122. 20 Sade a Le Noir, sin fechar (probablemente marzo-abril de 1777). Desbordes, pp. 176-177. 21 Sade a su esposa, 1777. Pauvert, vol. 2, p. 43. 22 Ibíd., p. 60. 23 Sade a su esposa, sin fechar. Archivos de la familia Sade, Lever, p. 302. 24 Sade a su esposa, 14 de marzo de 1779. Pauvert, vol. 2, p. 41. 25 Sade a su esposa, 17 de diciembre de 1777. 26 Sade a su esposa, sin fechar. Desbordes, p. 170. 27 Sade a su esposa, 16 de junio de 1777. Pauvert, vol. 2, p. 63. 28 Sade a su esposa, 15 de junio de 1777. LML, p. 59. 29 Sade a su esposa, octubre de 1777. Ibíd., p. 62. 30 Madame de Sade a su esposo, sin fechar. Desbordes, p. 174. 31 Garabatos de Sade en el margen de una carta de su esposa citada en Pauvert, vol. 2, p. 44. 31 Sade a su esposa, sin fechar. Pauvert, p. 53. 3J Sade a madame de Montreuil, finales de febrero de 1777. OC, vol. 12, p. 113. l4 Sade a madame de Montreuil, 13 de marzo de 1777. Ibíd., p.117. 35 Sade a madame de Montreuil. Archivo de la familia Sade. Lever, p. 302. 36 Sade a madame de Montreuil, 25 de mayo de 1778. Pauvert, vol. 12, p. 62. 37 Madame de Sade a Gaufridy, 9 de mayo de 1777. Bourdin, p. 85. 38 Madame de Montreuil a Gaufridy, 3 de junio 1777. Ibíd., pp. 86-87. 39 Madame de Sade a su esposo, 30 de diciembre de 1777. LML, vol. 2, p. 121. 40 Madame de Montreuil a su esposo, 16 de febrero de 1778. Ibíd., p. 127. 41 Madame de Sade a su esposo, 9 de abril de 1778. Ibíd., p. 129. 42 Madame de Sade a su esposo, 17 de mayo de 1778. Ibíd., p. 131. 332

16 Libertad, casi

La eyaculación de Saint-Fond fue excelente, audaz, desenfrenada; pronunció las blasfemias más enérgicas e impetuosas en voz bien alta; sus emisiones fueron considerables, su esperma bullía, espeso y sabroso, su éxtasis extenuante, sus convulsiones violentas, su delirio extremo. […] Me preguntó, al terminar, si su semen no era, sin lugar a dudas, estupendo.[…] -Pura crema, mi señor -respondí-. Imposible encontrar otro mejor. JULIETTE

En cuanto llegó a la prisión real de Aix, el prisionero empezó a "demostrar su buen corazón", 1 como el inspector Marais escribió en su diario, encargando manjares caros para sus compañeros de prisión. En las tres semanas que pasó en esa cárcel, incluso se permitió un coqueteo, probablemente platónico, con una detenida a la que se refirió como "la Dulcinea con espejo", 2 con quien intercambiaría cartas de amor durante varios años. La primera parte del procedimiento judicial se llevó a cabo sin Sade y avanzó a una velocidad extraordinaria. Las mujeres marsellesas ya hacía tiempo que habían retirado las acusaciones de envenenamiento y, por el descuido 333

con que el tribunal había emitido el fallo de culpabilidad habían recibido duras críticas, sobre todo en Provenza. Además, los jueces que a la sazón pertenecían al parlamento de Aix, los enemigos de Maupeou que Luis XVI había restituido, tendían a revocar las decisiones judiciales tomadas por designio del odiado ex ministro. Incluso e! glacial comendador de Sade testificó a favor de su sobrino y declaró: "El libertinaje merece castigo pero no pueden aplicársele las mismas penas que al crimen".3 En el exterior de los salones del parlamento se respiraba un ambiente festivo. Se habían congregado cientos de ciudadanos que esperaban oír un veredicto de inocencia para su paisano. El ama de llaves de La Coste, Gothon, envió al marqués un ramo de flores enorme y una cariñosa carta en la que expresaba su alegría por el regreso de Sade a la provincia: "En cuanto supe de vuestro regreso [...] me embargó un júbilo inconmensurable. [...] Quiera Dios que quedéis libre de toda preocupación y viváis en paz el resto de vuestros días. [...] Me ha abatido sobremanera vuestra ausencia y la incertidumbre de vuestra situación".4 Seis días después de la llegada de Sade a Provenza, a finales de junio, el inspector Marais fue a buscarlo a su cárcel provisional y lo acompañó, en un carruaje, a los salones de! parlamento de Aix. Al entrar en la sala, el cautivo, muy dado al teatro, se arrodilló. El presidente de la sala le ordenó de inmediato que se incorporara. Después de que el joven abogado defensor de Sade, monsieur Siméon (quien, cincuenta años después sería el ministro de Interior del rey Carlos X), expusiera su alegato durante varias horas, los jueces anularon el fallo de Marsella. Absolvieron a Sade de todos los cargos de envenenamien334

to y solicitaron más testimonios sobre las acusaciones de libertinaje y sodomía. Cuando el marqués salió del juzgado para regresar a su celda, sus seguidores se agolparon en la puerta, pero Marais había tenido la precaución de correr las cortinas del carruaje. Durante los días siguientes, cuando se oyó el testimonio sobre los cargos restantes, los esfuerzos de madame de Montreuil por resolver el "gran asunto" por fin rindieron fruto. Había entregado a Gaufridy grandes sumas de dinero para que diese de comer y beber a las prostitutas que habían participado en la aventura marsellesa de Sade, y las mujeres accedieron de buen grado a testificar que nunca habían visto al marqués cometer sodomía. El 14 de julio, el parlamento de Aix declaró a Sade inocente de todos los cargos originales excepto los de "orgía y libertinaje escandalosos". Aparte de una modesta multa de cincuenta libras, la pena fue una nadería; lo conminaron oficialmente a "mostrar un comportamiento más decente en el futuro" y se le prohibió visitar o vivir en Marsella durante tres años. El veredicto establecía que en cuanto se efectuase el pago de la multa "se le abrirán las puertas de la prisión y su condena sería anulada".5 De igual importancia fue que sus derechos como ciudadano se le restituyeron por completo. Recuperó la custodia legal de sus hijos y el control de todas sus posesiones terrenales. "¡Por fin!", es probable que pensara Sade al regresar a la prisión de Aix para cumplir con las últimas formalidades, ¡por fin era libre! Libre para pasar el resto de sus días como quisiera en su querida La Coste. Fue conducido de nuevo a su celda, deseoso de empezar a vivir el resto de su vida. Así pues, es fácil imaginar su sorpresa y rabia cuando Marais lo arrancó de la cama a las tres de la madrugada del día siguiente para infor335

marle de que lo mandarían de vuelta a Vincennes. "¿Qué ridiculez es ésta? -bien pudo haber exclamado el marqués-. ¡Si me acaban de declarar inocente!" "Pero eso no es más que el veredicto de uno de los sistemas judiciales, -quizá le recordara Marais-. También existe la justicia real." No sabemos en qué momento Marais enseñó a Sade la nueva lettre de cachet, firmada sólo nueve días antes por Luis XVI, y que revalidaba la orden de arresto cursada el año anterior. La diligencia de madame de Montreuil seguía siendo insuperable. Así pues, Donatien, presa del desaliento, se dirigió de nuevo hacia Vincennes, esta vez en compañía de Marais, el hermano de éste y otros dos agentes de policía. Marais, cuyas anotaciones en el diario solían ser detalladas, no registró el ánimo del prisionero ni las conversaciones mantenidas durante los dos primeros días del viaje, que llevó al grupo a pasar las afueras de Aviñón (se evitó la ciudad propiamente dicha porque Sade era demasiado conocido en la localidad) y a subir por la orilla del Ródano, por Tarascon y Montélimar. Marais inició la crónica del viaje en la ciudad de Valence, donde Sade protagonizó otra de sus sensacionales fugas.6 A las nueve de la noche del 16 de julio, el coche de caballos llega a la posada más conocida de Valence, Le Logis du Louvre. Tras ser conducirlo a su habitación, Sade permanece junto a la ventana, contemplando el camino que discurre bajo la misma, hasta el momento en que sus compañeros de viaje lo llaman para cenar. A los hombres les sirven la cena en las dependencias del prisionero, pero Sade insiste en que no tiene hambre y no quiere cenar. Camina de un lado a otro de la habitación mientras sus cuatro acompañantes se ponen a comer, y entonces pide 336

permiso para salir porque tiene "una necesidad acuciante". El hermano de Marais lo acompaña al servicio, que se encuentra justo en el exterior de la habitación de Sade, y lo espera frente a la puerta. Al cabo de unos minutos, Sade consigue salir del escondrijo y dirigirse a las escaleras. Cuando se acerca al primer escalón, su vigilante se percata del subterfugio y trata de alcanzarlo. Sade finge tropezar y hace que el policía se caiga. El agente, que ha perdido el equilibrio, se ve imposibilitado para reducir al prisionero, que se levanta a toda prisa y baja las escaleras en dirección al patio de la posada. Sale al exterior y se pierde en la noche. Mientras tanto, los hermanos Marais y sus ayudantes, convencidos de que Sade se esconde en el interior de la posada, registran todos los rincones del edificio, induidos los sótanos, los desvanes y los establos. Marais envía a un miembro de su brigada al camino que va al sur, hacia Montélimar, y a otro al camino del norte, hacia Tain, pero ambos regresan con las manos vacías. A la mañana siguiente, lo primero que hace Marais es acudir a la policía local y describir con lujo de detalles al fugitivo. Acto seguido, una docena de hombres emprende la búsqueda por el campo circundante, mientras otra brigada policial lo busca por todos los caminos que conducen a las orillas del Ródano. La batida se prolonga hasta el atardecer, pero no se encuentran rastros del fugitivo. Aquella misma noche, Marais, intentando salvar las apariencias, redacta un informe policial oficial, del que dan fe varios agentes locales. La anterior relación se basa en la crónica que Marais hizo de la fuga de Sade, pero existe otra versión totalmente distinta, la del propio Sade, en la que afirma que los hombres de Marais lo ayudaron en su huida. Escrita pocos días después de los hechos en forma de carta a Gaufridy y distribuida sin reparos entre sus parientes 337

provenzales, está repleta de florituras interesadas, como era habitual en la correspondencia de Sade y en sus obras autobiográficas. Su objetivo era claro: la cooperación de los agentes de policía habría anulado toda acusación de que había vuelto a "huir de la ley". Me percaté de que la diligencia con que [mis guardianes] me vigilaban disminuía a medida que avanzaba el viaje. Apenas llegamos [a Valence], el inspector que se encargaba de mí me dio a entender, en términos muy claros, que mi regreso a Vincennes constituía una mera formalidad y que si quería evitarla no tenía más que escapar; y que ellos, por su parte, fingirían perseguirme, como es de rigor. [...] Cumplidas estas dos condiciones, si yo [en lo sucesivo] me comportaba [con honorabilidad] [...] no tenía nada más que temer.7

Quienes estén tentados de aceptar la versión de Sade deben plantearse qué motivaciones podría tener Marais para colaborar en la huida del fugitivo. ¿Acaso la ingenua Pélagie sobornó a Marais? En ese caso, cabe preguntarse cómo consiguió el dinero. Por otro lado, ¿cómo es posible que un hombre privado de actividad física durante dieciséis meses se evadiera con tanta facilidad de cuatro expertos miembros del cuerpo de policía más temible de Europa? Parece ser que Sade pasó la noche en las afueras de Valence, en una alquería situada en medio de unos campos de trigo. Al amanecer del día siguiente, dos campesinos lo llevaron a orillas del Ródano y lo ayudaron a encontrar un bote, en el que remó río abajo hacia Aviñón. Tras desembarcar a las seis de la tarde en la ciudad de sus antepasados y cenar en casa de unos amigos, alquiló un carruaje y partió hacia La Coste. 338

Llegó a su hogar a las ocho de la mañana siguiente, exhausto pero pletórico de alegría. Volvía a estar en la casa de su corazón, en su nido de águila, en la fortaleza talismán que siempre le proporcionaba una sensación sagrada de seguridad y plenitud. Recorrió las dependencias llenas de tableros de juego de madera de cerezo y de sillas tapizadas con toile de Juy, contempló los retratos de familia de su padre, esposa e hijos, de mademoiselle de Charolais vestida de monja franciscana. Podía sentarse en la biblioteca y leer con detenimiento los volúmenes de Lucrecio, Montesquieu o los Padres de la Iglesia, o escandalosos libros pornográficos. Podía admirar los huertos de membrillos, cerezos y albaricoqueros que Gothon había cuidado durante su ausencia, disfrutar del aroma cálido y polvoriento del laberinto de boj que había diseñado diez años atrás para su parque. Paseó por las calles empedradas de su pueblo, bromeando con los artesanos, comerciantes y granjeros cuya compañía prefería cien veces a la de los de su condición. Llegué agotado, muerto de cansancio y hambre [escribió a Gaufridy la mañana de su llegada]. Di un terrible susto a Gothon; os lo contaré todo; es como pura ficción. Por favor, venid a verme en cuanto os sea posible. Por favor, mandadme a vuelta de correo algunos limones y todas las llaves. [...] Voy a comer y a dormir, y os beso con todo mi corazón. Creo que estabais en lo cierto cuando me dijisteis que no me perseguirían. Espero fervientemente cenar con vos mañana por la noche. Limones y todas las llaves, os lo ruego.8

339

Unos días después, envía a Gaufridy otra nota que sigue reflejando la dicha de su recién recuperada libertad: "¿Cuándo vendréis? He visto a todo el mundo. El cura y yo nos desvivimos el uno por el otro. Creo que está enamorado de mí". 9 El marqués empezó a recibir numerosas cartas de enhorabuena por su huida. "¡Qué gran placer me produce felicitaros! -escribió su admirador Reinaud, el abogado de Aix que le había advertido del peligro que corría al viajar a París el año anterior-. Nada me sorprende más que el modo en que conseguisteis humanizar a esos cancerberos. Oh, ¡qué cara más deliciosa habrá puesto el jefe [Marais]! ¡Me imagino su cabeza gacha! […] El regreso de su grupito a París será triunfal. Madame de Sade se desternillará de risa y pronto os seguirá la pista."10 Las noticias de la huida de Sade se extendieron por toda Provenza. Aunque las felicitaciones de las tías del marqués iban acompañadas de ruegos para que se comportara con mayor decoro, las cuatro también celebraron su fuga. "No dudéis de mi participación en el feliz desenlace de un episodio que tanto afectó al honor de nuestra familia -escribió su encantadora tía de Aviñón, madame de Villeneuve-Martignan, quien siempre había sentido predilección por Donatien y lo consideraba el único "Sade verdadero" de su generación-. Espero que no volváis a ponernos en una situación tan tensa. [...] Devolved a vuestra familia, si podéis, el lustre que ha perdido. "11 Las otras tres tías de Donatien, monjas todas ellas, también exultaban de alegría. "Vuestra carta, estimado sobrino [...] me ha llenado de una intensa alegría -escribió la hermana Gabrielle Éléonore de Sade, abadesa del convento de Saint-Benoít 340

en Cavaillon-. Sed cauto, prudente y sensato: ése es el consejo de una tía que os quiere y que sólo desea vuestro bienestar, vuestro reposo y vuestra tranquilidad."12 "Quiero que sepáis la gran satisfacción que me ha causado enterarme del final feliz del episodio más desafortunado que puede sufrir un hombre honrado -escribió la hermana Marguerite-Félicité, la más modesta de las tías religiosas de Donatien, que no era más que una monja en otro convento de Cavaillon-. Lloré con demasiada amargura por vuestra muerte como para no alegrarme de vuestra resurrección. [...] Ojalá en el futuro deis a vuestra familia tanto consuelo como disgustos le habéis dado en el pasado."13 Por último, la mayor de las tías, Gabrielle Laure, de setenta y ocho años y abadesa de un convento de Aviñón, también se pronunció. Traumatizada por la muerte de su hermano el abad de Sade, escribió con letra temblorosa y apenas legible: "Exhausta por mi muy avanzada edad, por un profundo pesar, por una angustia perpetua y penosa, la muerte de un hermano cuyo afecto tierno y correspondido me permitieron saborear los desdichados restos de una vida dedicada a él. [...] No obstante, me alegro del feliz desenlace de vuestras desventuras."14 El júbilo de las tías no se igualó en París. En una carta a Gaufridy escrita pocas semanas después de la fuga de su yerno, madame de Montreuil expresó su rabia y declaró que deseaba que su hija permaneciera ajena a los hechos durante el mayor tiempo posible, dando a entender que mandaría encerrar a Pélagie en un convento a la fuerza si desobedecía los deseos de su madre. Hasta finales de julio la Présidente no informó a Pélagie de que 341

el marqués había partido en dirección a Provenza el mes anterior y que lo habían exculpado como resultado de la revisión de la causa. Con igual cautela, evitó hablar a Pélagie de su huida a La Coste y se limitó a decir que Donatien debía regresar a Vincennes. Según Pélagie, el encuentro durante el que se intercambió (y ocultó) esta información fue explosivo. "Tuve una terrible pelea con mi madre el día que me contó el resultado del juicio escribió Pélagie a Gaufridy cuando se enteró de que su esposo iba a volver a la cárcel aunque lo hubieran declarado inocente-. Ella anunció su intención de ordenar que lo retuvieran de nuevo con una altanería y un despotismo repugnantes. Tanto es así que me sentí tan desdichada como si el resultado del juicio hubiera sido desfavorable. [...] Me dijo que las familias (está obcecada con esa palabra) no tolerarían verlo en libertad. Lo que más la atormenta es darse cuenta de que mis ideas y observaciones proceden directamente de mí y no de monsieur de Sade, quien ella considera que influyó en cada una de mis palabras, como si yo fuera un loro."15 Pocos días después, Pélagie se enteró por fin de la huida de su esposo y le escribió a La Coste: " ¿Crees ahora que te quiero, amigo mío al que adoro mil veces? Cuídate, que no te falte de nada. [...] Gaufridy te dará dinero; todo el que desees". 16 La noticia de que Pélagie estaba dispuesta a reunirse con su esposo en Provenza exacerbó la ira de la Présidente. Amenazó con hacer que arrestaran a Pélagie si intentaba salir de París. "Es como una leona con respecto a ese tema",17 describió madame de Sade a su madre. La correspondencia que la Présidente mantuvo con Gaufridy pone de manifiesto que Pélagie no exageraba. "Por lo que se refiere a madame de Sade, os contaré con toda honestidad que su familia, a la que pertene342

ce su honor, sobre todo el de sus padres, nunca permitiría que quedara más deshonrada y comprometida por unirse a su esposo, a no ser que una larga temporada de buena conducta nos convenciera. [...] Que ayude a su esposo, pero que se quede en París."18 Consciente de que su madre era perfectamente capaz de recurrir a la policía para evitar que fuera al encuentro del marqués, Pélagie decidió permanecer en la capital. Desde su pequeña vivienda del convento carmelita, continuó presionando para que anularan la lettre de cachet contra Sade. La tensión entre madre e hija fue en aumento. A mediados de agosto, un mes después de la liberación de Donatien, madame de Montreuil escribió a Pélagie que había recibido una carta del marqués y que había resuelto no volver a abrir ninguna de sus misivas. "Serán devueltas sin abrir. [...] Si monsieur de Sade desafía las leyes del propio rey, ¿cuán correcto es que mantenga correspondencia con él y resulte sospechosa de complicidad? [...] Me niego a ser su víctima o su confidente. [...]" La carta continúa, amenazadora: "Como madre vuestra, debo impedir que caigáis de nuevo en los peligros que ya nos han causado tanto sufrimiento. […] Debéis escucharme y tener presente que mi capacidad para hacer algo al respecto es igual de grande que el peligro que ello supondría para monsieur de Sade."19 El marqués no parecía percatarse de la ira creciente de su suegra; Durante su último y breve período de felicidad en La Coste, la balanza de su cariño y odio hacia la Présidente se inclinó hacia el lado del afecto filial. Con la misma falsa ilusión con la que había buscado una reconciliación con ella el año anterior, una vez más se persuadió de que ella le profesaba un gran cariño. Así expresó estas quimeras en una carta a Gaufridy: 343

En todos estos subterfugios jamás dejaré de ver […] la mano de mi suegra; estad seguro [..] de lo que siempre he sostenido: que madame de Montreuil nunca me ha odiado, sino que deseaba obrar en mi beneficio [...] y a fin de conseguirlo tuvo que envolverse en el manto del odio y la venganza. Tened por seguro [...] que no me engaño. La conozco desde hace más tiempo que vos. [...] Por motivos personales, madame de Montreuil debe fingir que está vengándose, que me odia, y bajo ese velo, discernirá a mis amigos de mis enemigos y algún día me advertirá como corresponde. […] Es una mujer astuta y engañosa, y creo que no la habéis entendido bien. Para calmar los ánimos del parlamento, madame de Montreuil ha tenido que simular que desea encarcelarme de por vida, pero tiene la intención de suavizar su postura en cuanto obtenga los resultados deseados.20

Estos razonamientos son los más ilusorios que hemos oído de Sade hasta el momento. Ni siquiera cayó en la cuenta de que fuerzas mucho más poderosas que su suegra, las de un gobierno ultrajado por la humillación de sus agentes policiales más destacados, iban a por él. Las falsas ilusiones de Sade no sólo derivan de su desmesurada necesidad de un amor parental (como había escrito a la dama de hierro el invierno anterior, no deseaba ser "el hijo del gobierno" sino el de ella). También tienen su origen en su convicción paranoica acerca de la omnipotencia de madame de Montreuil: con anterioridad ese mismo año, escribió a su esposa que todos los hombres del rey eran meros "liliputienses" en comparación con la figura materna omnisciente y todopoderosa que gobernaba todos los aspectos de su destino. 344

Notas

1 Lely, Vie, p. 278. 2 Sade a Gaufridy, 18 de julio de 1778. oc, vol. 12, p. 139. 3 Lever, p. 313 4 Gothon (Arme Marguerite Duffé) a Sade. Bourdin, p. 107. 5 Lever, p. 316. 6 El relato que sigue se basa en la versión de Lely sobre el testimonio de Marais, en Lely, Vie, pp. 283285. 7 Sade a Gaufridy, 18 de julio de 1778. Bourdin, pp. 109-112. 8 Sade a Gaufridy, 18 de julio de 1778. oc, vol. 12, p. 133. 9 Sade a Gaufridy, después del 18 de julio de 1778. Ibíd., p.138. 10 Reinaud a Sade, julio de 1777. Archivo de la familia Sade. Lever, pp. 318-319. 11 Madame de Villeneuve a Sade, 26 de julio de 1777. Ibíd., p.319. , 12 Gabrielle-Eléonore de Sade a Sade, verano de 1777. Ibíd., p.320. 13 Marguerite-Félicité de Sade a Sade, verano de 1777. Ibíd., p.321. 14 Gabrielle-Laure de Sade a Sade, verano de 1777. Ibíd., p.320. 15 Madame de Sade a Gaufridy, 27 de julio de 1778. Bourdin, p. 114. 16 Madame de Sade a su esposo, sin fechar, probablemente principios de agosto de 1777. Ibíd., p. 112. 17 Lever, p. 325. 18 Madame de Montreuil a Gaufridy, 1 de agosto de 1778. Bourdin, p. 116. 345

19 Madame de Montreuil a madame de Sade, 13 de agosto de 1778. Ibíd., p. 121. 20 Sade a Gaufridy, principios de agosto de 1778. oc, vol. 12, pp. 140-141.

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17 Un idilio totalmente casto

Criaturas desdichadas arrojadas por un momento a la superficie de este pequeño montículo de barro; al parecer está predestinado que una mitad del rebaño persiga a la otra mitad. Oh, género humano, ¿está en vuestra mano determinar cuál es el bien y cuál es el mal?; ¿está en mano de un insignificante individuo de vuestra especie asignar los límites de la naturaleza, decidir qué tolera y declarar qué prohibe, si para vosotros las operaciones más efímeras de la naturaleza siguen siendo un enigma...? Explicadme por qué una piedra cae cuando se lanza desde las alturas; sí, haced esta consecuencia palpable y os perdonaré que seáis moralistas cuando seríais mejores físicos. "ÉTRENNES PHILOSOPHIQUES" (CARTA A MADEMOISELLE DE ROUSSET, 20 DE ENERO DE 1782)

No se puede concluir esta crónica de la última estadía de Sade en La Coste sin presentar un retrato de la mujer que más importancia tuvo en esas circunstancias: una amiga de la infancia que sería el gran amor platónico de su vida, mademoiselle Marie-Dorothée de Rousset. Milli de Rousset, como la llamaba el marqués, hija 347

de un notario provenzal, era sin embargo mucho más cosmopolita que la típica mujer de la burguesía provinciana. Esta poco agraciada solterona, de muy buena educación, cuatro años más joven que Sade, había residido durante algún tiempo en París. Era una ávida lectora, dominaba a la perfección el provenzal y el latín (algo desusado en una mujer de su época) y poseía un ingenio mordaz. Mademoiselle de Rousset también era buena pintora y encuadernadora y una escritora muy competente. El brío y elocuencia de sus cartas le otorgan un lugar destacado entre las mejores épistolieres del siglo, talento que no pasó por alto Sade. "Como un nuevo Don Quijote -le escribiría él-, rompería mis lanzas por proclamar al resto del universo que, de todas las pequeñas bestias femeninas que respiran entre los dos polos de las tierra, vos sois la que escribe la mejor prosa. [...] Sí, mi querida santa, llenáis vuestras páginas con gallardía y voluptuosidad."1 Milli de Rousset, que se crió en SaintSaturnin-d'Apt, pueblo que distaba unos quince kilómetros tanto de Saumane como de La Coste, conocía al marqués desde los años de infancia que éste pasó junto al abad de Sade. Se encontraron de nuevo durante la estancia de Sade en Provenza en 1763, justo antes de la boda. Su amistad con ambos Sade se consolidó en 1771, cuando la pareja se instaló definitivamente en La Coste. No es difícil comparar a Milli de Rousset con esas solteronas serviciales y con los parientes pobres tantas veces descritos en innumerables obras de teatro y novelas costumbristas como las de Chéjov o Austen: hábil, entusiasta, entrometida a veces, se gana el alojamiento y la comida con su lealtad, su abundancia de recursos y su facilidad para la conversación. Milli de Rousset, que poseía todos estos dones en cantidad más que suficiente, era tan querida y gozaba de 348

tanta confianza por parte de la marquesa de Sade como por parte del marqués y siguió unida a ellos hasta el final de sus días. En febrero de 1777, cuando acababan de recluir a su esposo en Vincennes, Pélagie pidió a Milli de Rousset que se hiciese cargo de La Coste en calidad de gouvernante (la palabra significa literalmente "gobemanta" pero también denota el cargo de un ama de llaves con pretensiones asumido por muchas solteronas de buena familia). Ése era el puesto que ocupaba cuando Sade estrechó su amistad con ella en julio de 1778; la encontró en su finca tras huir una vez más de las garras de la ley. Milli de Rousset era una de aquellas mujeres inteligentes que se toman a la ligera su fealdad y cuya carencia de "gracias naturales" aviva un humor irónico y autocrítico. Así explicó sus desventajas a Sade: "Mi temperamento sería tan desaforado como el vuestro si no lo reprimiera, pero ya que hace tiempo que me convencí de que la razón debía gobernarlo todo, me ha preocupado poco ser guapa o fea. [...] Vos, que sois un hombre apuesto, lanzáis todo vuestro fuego hacia el mundo. De vez en cuando nos chamusca a todos. Yo, que lo contengo, temo a menudo que me sofoque".2 Milli había convertido su celibato en una declaración de principios. Sus conversaciones con Sade, una mezcla de bromas eruditas y chanzas semiamorosas, debían de asemejarse a los encuentros entre dos duelistas igual de ágiles. En vez de permitir que la lujuria del marqués se inflamara, como habían hecho otras mujeres castas, Milli convenció a Sade de que aceptara una amistad no desprovista de coquetería pero estrictamente platónica. Él llamaba a su amiga "Santa Rousset"; ella lo llamaba "Señor Arisco"3 y firmaba las cartas con expresiones de cariño como: "Os quiero y beso vuestro meñique". 4 Aquellas 349

preciadas cinco semanas en La Coste durante las que hizo de confidente, secretaria y mediadora general del marqués, Milli de Rousset se ganó un lugar muy especial en el corazón de Sade. Más adelante él la describiría como "un espíritu muy excepcional y valioso"5 y como la "segunda amiga más íntima y querida"6 que había tenido jamás, después de su esposa. De hecho, el aspecto más singular de mademoiselle de Rousset residía en que quizá fuera la única mujer de la vida adulta de Sade con la que podía hablar con sinceridad. Por consiguiente, se convirtió en la destinataria de algunas de sus cartas más destacadas. "¡Oh, hombre, cuán vano e insignificante sois!", le escribiría el año siguiente a propósito de las injusticias de la vida en prisión. ¡Apenas habéis tenido la oportunidad de ver la luz del sol, apenas habéis rozado el universo y ya os dedicáis a la cruel tarea de oprimir a vuestro semejante! ¿Qué os otorga ese derecho? ¿Vuestro orgullo? [...] ¿Acaso poseéis más ojos, más manos, más órganos que yo? Gusano desventurado que sólo dispone de unas horas para arrastrarse, disfrutad de la vida y no me molestéis. Refrenad ese orgullo que no está basado más que en la locura, y si por azar se os ha colocado en una posición superior a la mía, si pastáis en una hierba mejor situada que la mía, beneficiáos de ello de tal modo que me hagáis más feliz.7

Sabemos por su correspondencia que los dos amigos mantenían la mayor parte de sus conversaciones en un banco de piedra del parque de La Coste; y que Milli intentaba persuadir a Donatien para que mejorara su conducta futura, sugerencias que él parecía aceptar sólo si 350

provenían de ella. Asimismo, compartían conversaciones intelectuales profundas, que Sade podría haber entablado con muy pocas mujeres de la época: sobre filosofía, sobre la naturaleza de un gobierno justo y sobre literatura antigua y contemporánea. Además, si al principio Sade había osado hacerle insinuaciones eróticas, ella sin duda lo había censurado con alguna refutación aguda, que él encajó con buen humor. "Hace todo lo que quiere con los cinco dedos -escribió a su esposa unos meses después con respecto a la destreza de Milli para muchas labores manuales-. En La Coste sólo había una cosa que yo quería que hiciese con los cinco dedos, pero siempre se negaba."8 Gracias al tacto y elegancia de las reprimendas de Milli, Donatien acabó por considerarla "una amiga muy querida y respetada [...] cuya alma honesta y sensible está forjada en forma admirable para disfrutar de todo el encanto de la amistad más pura".9 Así fue como ese verano Sade formó un nuevo círculo de adeptos en La Coste. Aparte de Milli de Rousset, frecuentó la compañía de Sambuc, hermano del alcalde de La Coste y custodio de la propiedad de Sade; del padre Testaniere, el sacerdote del pueblo, quien parecía haber olvidado las deudas que los Sade habían contraído con él en años anteriores y colmó al marqués de afecto; y del coadjutor de la aldea vecina de Oppède, el canónigo Vidal, un hombre docto que regentaba una pequeña escuela en su parroquia. Esta reducida camarilla poseía sus ritos culinarios, sus charlas, sus intrigas. En un momento dado, mademoiselle de Rousset y los otros acólitos de Sade decidieron que Gaufridy debía ser despedido como hombre de confianza del marqués (es probable que Vidal quisiera el cargo para sí) e 351

intentaron convencer a Sade de las traiciones de aquél. Sade, que ya sabía que su abogado daba parte puntualmente a madame de Montreuil, tomó la prudente decisión de no prescindir de un amigo de la infancia que todavía podía resultarle muy útil. En cambio, se divirtió burlándose de Gaufridy por su calidad de " agente doble" y lo provocó para que le fuera más fiel. "Siempre he sido consciente de la gran delicadeza con la que me habéis informado de vuestra correspondencia con madame de Montreuil le escribió-. A madame de Montreuil le parece muy útil y provechoso que yo vaya a prisión. Desde mi punto de vista la situación contraria es la que resulta útil y provechosa. ¿Qué opinión compartís, la suya o la mía?"l0 Esta táctica surtió efecto. A Sade le fue posible franquearse con Gaufridy cuando, tres semanas después de su regreso, se avecinaron nubes de tormenta, en forma de una carta anónima que advertía al marqués que permaneciese alerta. El fugitivo, cómodamente instalado en el ojo de un huracán, desoyó el aviso con desdén. "¡Vaya, más estupideces, como de costumbre, más tópicos! escribió a Gaufridy-. Me imaginaba que llegarían. Todas estas supuestas conspiraciones son ridículas, y [la policía] tiene tantas ganas de capturarme como yo de morir ahogado."11 Al cabo de unos diez días surgieron unas amenazas de peligro mucho más graves. Sade las describió en una carta a su esposa unas semanas después del suceso. La noche del 19 de agosto, estaba paseando tranquilamente por el parque con el sacerdote y Milli Rousset cuando oímos a alguien caminar en el bosquecillo con una agitación que me provocó una gran inquietud. Pregunté varias veces quién andaba por ahí pero no obtu-

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ve respuesta. Seguí adelante y vi al viejo Sambuc, con la cabeza un tanto nublada por el vino, quien me acució, preso de una gran angustia y miedo, para que huyera de inmediato porque la taberna del pueblo estaba llena de personas de aspecto sospechoso. Milli Rousset fue al pueblo a echar un vistazo y regresó una hora después, completamente burlada por dos espías designados para hacer un reconocimiento del terreno, y me aseguró [...] que eran quienes decían ser, mercaderes de seda, y que no había nada que temer.

El siguiente pasaje ilustra la eterna dependencia del marqués con respecto a su mujer: "Tú no te habrías dejado engañar de esa manera, ya que uno de los hombres pertenecía al grupo que me detuvo en tu casa de París. Así que no estaba tan equivocado al querer que estuvieras junto a mí. Nada me ocurrió en La Coste mientras estabas a mi lado"12 No obstante, Pélagie, su protectora, estaba ausente. Por primera vez, Sade, al oír hablar de los desconocidos que merodeaban por el pueblo, se asustó. De hecho, se dejó llevar por tal pánico que partió del pueblo esa misma noche y se refugió en Oppède con el canónigo Vidal. Milli de Rousset, que se había quedado en La Coste, le enviaba mensajes dos veces al día para mantenerlo al corriente de la situación. En las siguientes veinticuatro horas, cuando la información se tornó más aciaga, Sade se ocultó en una casa abandonada situada en las afueras de Oppède (su angustia no le impidió citarse allí con el ama de llaves de Vidal, enviada con toda amabilidad por el coadjutor, quien más adelante engendraría un hijo con la misma mujer). Desde su guarida, el marqués mandó llamar a otro viejo amigo: el doctor Terris de Bonnieux, quien tan fielmente había atendido a los Sade unos años 353

antes cuando vivían en La Coste con mademoiselle de Launay. Quejándose, según las notas del médico, de "una dolencia simulada",13 el marqués le pidió que le recetara una medicación. ¿Tenía los nervios tan alterados que temía por su salud? ¿O acaso estaba preparándose para alegar una enfermedad grave que lo incapacitara para viajar a prisión en caso de que lo detuvieran? Cuando Vidal fue a verlo a su refugio el 23 de agosto, lo encontró en un estado de agitación extrema. (El siguiente diálogo procede de una carta que Sade escribió a su mujer con posterioridad ese mismo año.) -¿Qué sucede? -exclamó Vidal. -Tengo que salir de aquí... -respondió Sade. -¿Y adónde queréis ir? -A casa. -¡Estáis loco! -Iré yo solo. -Os lo ruego, pensadlo bien. -Ya lo he pensado. Me voy a casa. -No os dais cuenta del peligro que corréis... -¡Bueno, bueno! No son más que una sarta de fábulas; no hay peligro. ¡Vamos! -¡Esperemos por lo menos cuatro días! -Ya os lo he dicho, no puedo; ¡quiero volver a casa!14 Al comprender que no podía retener a Sade, Vidal lo acompañó hasta La Coste, adonde el proscrito llegó completamente agotado. Tenía los nervios tan crispados que, a fin de proporcionarle una noche de descanso, sus amigos decidieron no advertirle de nuevo de los peligros que lo acechaban. Un día más tarde, el 25 de agosto, recibió una nota reconfortante de Pélagie que lo hizo sentir más seguro. Pero esa sensación de seguridad le duró poco. La noche siguiente fue su Waterloo. 354

El relato más vivido de los acontecimientos quedó registrado unos meses después en una carta que Sade escribió a su esposa y que en esta ocasión parece del todo fidedigna, ya que los detalles fueron corroborados por varios observadores. (Al traducir el texto, se han mantenido las bruscas alternancias de Sade entre los tiempos verbales presente y pasado.) La noche del 26, a las cuatro de la mañana, Gothon, desnuda y aterrorizada, entra corriendo en mi habitación [...] gritando: "¡Huid!". ¡Vaya forma de despertarse! Vestido con la ropa de dormir, huyo [...] e impulsivamente subo a una habitación del piso de arriba. [...] Cierro la puerta; al cabo de un minuto, oigo ruidos tan aterradores en el hueco de la escalera que por un momento pensé que unos ladrones habían venido a estrangularme. Gritaron: "¡Muerte! ¡Fuego! ¡Ladrón!" y acto seguido fuerzan la puerta y diez hombres me sujetan a la vez, algunos de los cuales empujan la punta de sus espadas contra mi cuerpo Y otros me colocan el cañón de sus pistolas contra la cara. Una retahíla de insultos brota de los labios de Marais; estoy maniatado; y desde ese momento y hasta llegar a Valence, no cesé de sufrir las invectivas y vilezas de este hombre, cuyos detalles no repetiré. Son demasiado humillantes para el hombre a quien amas y prefiero silenciadas que repetírtelas.15

Sade pasa a describir el disgusto que lo embargó al pasar por comunidades que le recordaban tanto a su niñez, donde todavía vivían muchos de sus parientes. Cuando su carruaje cruzó Cavaillon, todo el pueblo se volvió a contemplar al noble rodeado de guardias. En Aviñón, varios cientos de personas se reunieron para verlo, lo que resultó especialmente doloroso para Sade porque temía 355 I

que su tía más anciana, la abadesa, se enterara de su desgracia pública. Varios testigos presenciaron el tratamiento brutal que Marais propinó a Sade: mademoiselle de Rousset, el canónigo Vidal, el cura del pueblo y el alcalde de La Coste, Sambuc, a quienes Gothon había alertado cuando llegó la brigada. La descripción del arresto realizada por mademoiselle de Rousset, que envió al cabo de dos días a madame de Montreuil, ratificó la versión de Sade. La Présidente pronto la citaría en su correspondencia, haciendo hincapié en los insultos que Marais lanzó contra su yerno. Incluso la Présidente estima que la conducta y el lenguaje del policía son inexcusables y, no sin mojigatería, emplea elipsis en vez de citar las palabras exactas de Marais: Mademoiselle de Rousset me escribió el 28 de agosto que M..[Marais] le dijo, al aprehenderlo [a Sade]: "Habla, habla, hombrecillo, vas a pasar encerrado el resto de tus días por haber hecho... esto... y esto... en una habitación oscura en la que hay cadáveres".

A madame de Montreuil le horrorizaba que Marais hubiera tratado a un noble de alto rango de tú. Si dijo tales cosas, lo cual es probable ya que las repitió en presencia del canónigo Vidal, el sacerdote, el alcalde y los policías, debía de estar borracho; [...] no es perdonable que hablara de ese modo en esas circunstancias. Presenté una queja formal; la conducta [de Marais] se está investigando y, si fue tal como la describieron, sin duda será castigado por haber incumplido sus deberes y no haber tenido en cuenta la moderación prescrita [...] [a quienes] ejecutan las órdenes del rey.l6

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Había otro detalle condenatorio: el guardia que encabezaba la brigada de Marais, un tal monsieur Simiot, se sintió tan ultrajado por la conducta de su superior que amenazó con retirarse con todos sus hombres. Poco después, Marais recibiría una severa amonestación, pues el gobierno de Luis XVI se resistía a ver tratado con tal dureza a un noble, por mucho que hubiera delinquido. Se redujo el salario de Marais y se le impuso el pago del gasto total de su expedición contra Sade, una humillación considerable para cualquier agente de policía. Aun así... ¿no resulta comprensible que Marais perdiera el control? Es fácil imaginar la magnitud del odio que Louis Marais albergaba contra Sade, el prisionero más obstinado, explosivo e imaginativo con el que había tenido que lidiar. Bien podría haber afirmado, al unísono con el padre de Donatien: "Nunca he conocido a nadie como él". El agente de policía Marais murió dos años después de su deshonra. Sin embargo, el 26 de agosto de 1778, Marais fue quien encabezó el cortejo que devolvía al marqués de Sade a Vincennes. "¡Qué espectáculo, Dios mío, qué espectáculo!", se lamentó Sade a su esposa en la extensa carta en la que le describía la detención. Después de ser felicitado por toda mi familia [...] después de haber hecho correr la noticia de que mis tribulaciones habían tocado a su fin, de que el juicio había suprimido todo castigo... después de todo eso, verme detenido con una rabia, un afán, una brutalidad, una insolencia que no se utilizaría ni contra los peores granujas de la escoria de la sociedad, verme arrastrado -maniatado y amordazado- por mi provincia y por los mismos lugares donde había proclamado mi inocencia. [...]17

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El prisionero y sus carceleros llegaron a Vincennes a las ocho y media de la noche, tras trece días de viaje. El propio Marais acompañó a Sade a la celda número seis. La marquesa de Sade se enteró del arresto de su esposo pocos días antes de que llegara a la prisión, a principios de septiembre. Escribió una lastimera carta a mademoiselle de Rousset, suplicándole que se encontrase con ella en París lo antes posible. ¡Dios mío, qué golpe! ¡En qué abismo de dolor me veo sumida de nuevo! ¿A quién creer, en quién confiar? [...] Si habéis descrito los detalles a mi madre, me doy por contenta, pero si ya vais camino de París, mejor todavía. No la he visto desde los hechos [la detención de Sade] y le he jurado odio y venganza eternos si en un plazo de tres días no hace algo para que pueda reunirme con mi esposo, sea adonde sea que haya resuelto enviado. [...] Estoy harta de que todo el mundo me haya engañado durante este último año y medio. [...] No quiero volver a pasar las penalidades que soporté en el pasado; he sufrido demasiado.18

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Notas

1 Sade a Rousset, abril de 1779. LML, vol. l, p. 63. 2 Rousset a Sade, 29 de diciembre de 1778. Ibíd., p. 322. 3 Rousset a Sade, 30 de diciembre de 1778. Ibíd., p. 324. 4 Rousset a Sade, 30 de abril de 1779. Ibíd., p. 346. 5 Sade a su esposa, 21 de octubre de 1778. oc, vol. 12, p. 173. 6 Sade a Rousset, 22 de marzo, 1779. Ibíd., p. 190. 7 Ibíd., p. 187. 8 Sade a su esposa, 22 de marzo de 1779. Ibíd., p. 197. 9 Sade a Gaufridy, septiembre de 1778. Bourdin, p. 124. 10 Sade a Gaufridy, mediados de agosto de 1778. oc, vol. 12, p. 141. 11 Sade a Gaufridy, comienzos de agosto de 1778. lbíd., p.140. 12 Sade a su esposa, septiembre de 1778. Ibíd., p. 158. 13 Pauvert, vol. 2: 102, nota 1. 14 Sade refirió el episodio completo a su esposa en una larga carta escrita entre el 7 y el 28 de septiembre de 1778. oc, vol. 12, pp. 151-161. 15 Ibíd. 16 Madame de Montreuil a Gaufridy, 15 de septiembre de 1778. Bourdin, p. 126. 17 Sade a su esposa, entre el 7 y el 28 de septiembre de 1778. oc, vol. 12, p. 152. 18 Madame de Sade a Rousset, 7 de septiembre de 1778. Bourdin, p. 125. 359

18 "Monsieur le 6", 1778-1784

Yo autorizaría todos los libros libertinos o inmorales. Considero que son primordiales para la felicidad del hombre, fundamentales para el progreso de la filosofía, indispensables para la extinción de los prejuicios y útiles en todos los sentidos para aumentar el conocimiento humano. JULIETTE

Cabría achacar muchos de los rasgos que empeoraron el patológicamente tímido mandato de Luis XVI, como la indecisión o el temor a ejercer la autoridad, a las humillaciones que había padecido en su juventud en la corte de su dominante abuelo, Luis XV. Cuatro años después de su ascenso al trono, este monarca solitario y puritano seguía siendo "tan salvaje y tosco que parecía haberse criado en un bosque".1 El complejo de inferioridad del rey no hizo sino agravarse debido a su incapacidad para consumar el matrimonio durante siete años. La causa del problema era una dolencia llamada fimosis, excesiva estrechez del prepucio que provoca un dolor intenso durante el acto sexual. En una visita a París, el emperador José II de Austria, después de mantener una conversación franca con 360

su hermana María Antonieta, redactó el siguiente informe sobre el problema de su cuñado: "Luis tiene erecciones correctas y naturales, introduce el miembro, permanece en el interior sin moverse durante unos dos minutos y lo retira sin eyacular, pero todavía erecto, y da las buenas noches". 2 Se dice que, en atención a la discreta sugerencia del emperador austríaco, los médicos de la corte francesa realizaron una pequeña operación en el miembro real. Esta acción inspiró la siguiente cancioncilla que se cantaba por todo París: "De una erección ineficaz / un filamento se ha cortado; / desmochad, Rey de Francia, /pero, por favor, empalmado". ("D'un Priape sans conséquence / On vient de couper le filet- / Décalottez, chef de la France-/ Mais bandez avant, s'il vous plait. “)1 Al parecer, la intervención tuvo éxito. El 18 de agosto de 1777, se difundió la noticia en la corte y en el resto de Europa de que la reina de Francia había sido desflorada por su rey. En parte debido a su porte desgarbado, las virtudes de Luis XVI tienden a pasarse por alto. "Sencillo y natural en su conversación, calaba de inmediato las mentirijillas y las adulaciones y carecía por completo de vanidad, ostentación y arrogancia." Así lo veía uno de sus contemporáneos: "[Era] igual de severo consigo mismo que con los demás; tras la actitud distante e irritable había un corazón excelente y un gran sentido de la justicia".4 Ni siquiera al final de sus días, este monarca grosero y bienintencionado, que tenía mucha más conciencia social que sus predecesores, logró adaptarse a las hipocresías de la vida en la corte. Aparte de su dedicación a la caza, su pasatiempo favorito era la cerrajería, sobre todo la fabricación de llaves. Esta afición ocasionó que María Antonieta comparara su matrimonio 361

con el de Vulcano y Venus, símil que matizó de la siguiente manera: "Que yo me arrogue el papel de Venus le desagradaría incluso más que otros gustos míos que desaprueba".5 El éxito que acabó por acompañar a Luis XVI en el lecho matrimonial estaba destinado a aumentar el magnético influjo que la beldad austríaca ejercía sobre él, lo que tuvo consecuencias políticas desastrosas. ("El rey sólo cuenta con un hombre, su esposa",6 comentaría el futuro revolucionario conde de Mirabeau.) Si bien Luis había gozado de gran popularidad en sus primeros años de reinado, su reputación pronto quedó mancillada por la ligereza de su reina extranjera y sus cortesanos. Perjudicado por la frivolidad de su abuelo, bajo cuyo reinado el Antiguo Régimen se había debilitado en sumo grado al perder la confianza del pueblo, Luis XVI era demasiado casto, serio e irresoluto para revitalizar la institución de la monarquía. Además, este hombre sencillo y honrado, con pocas aptitudes para el arte de gobernar, pareció recular durante todo su reinado, actuando directamente en contra de la opinión pública y de las numerosas ideologías reformistas que culminarían en el levantamiento de 1789. Para 1770, el número de publicaciones periódicas y de libros editados oficialmente en francés duplicaba la cantidad correspondiente a 1750, y la impresión de obras antimonárquicas clandestinas se había triplicado. A partir de 1776, la guerra de la Independencia estadounidense encendió en gran medida el afán de la nación francesa por la renovación política. (El apoyo que brindó Francia a la causa norteamericana, motivado en un principio por su legendaria enemistad con Inglaterra, asestó un golpe catastrófico a las inestables finanzas del país.) Hacia el final de la década, las ideas progresistas de dos es362

critores que Sade leía con asiduidad, Rousseau y Voltaire, muertos los dos en 1778, el año que Sade regresó a la prisión, eran bien conocidas por la mayoría de los ciudadanos franceses que sabían leer. Durante la siguiente década, una parte significativa de la aristocracia se comprometió con la reforma, presionó para que se revocaran las lettres de cachet, expresó su indignación por las condiciones de las prisiones y exigió restricciones de sus propios privilegios desaforados. Luis XVI, aislado, receloso de la voluntad del pueblo, de las intrigas palaciegas de la reina y de las maquinaciones de sus traicioneros hermanos, continuó avanzando a trompicones por su, a menudo, incoherente trayectoria. Se distanció de los conservadores al intentar iniciar reformas, para luego perder el apoyo de los liberales por su incapacidad para llevarlas a cabo. Nunca apoyó lo suficiente los esfuerzos de ministros revisionistas como Turgot o Necker encaminados a estabilizar la tambaleante economía del reino. En una tentativa de refrenar a la intelectualidad francesa, se alejó todavía más de la opinión pública al prohibir las obras de Voltaire, así como la representación de la obra de teatro más popular de la década, Las bodas de Fígaro de Beaumarchais, y en ambos casos sufrió el bochorno de tener que anular las órdenes. Éstos no son más que algunos de los problemas a los que se enfrentaba el Antiguo Régimen, a medida que transcurrían sus últimos doce años de existencia. Sin embargo, el marqués de Sade, encerrado en la celda número seis de la mazmorra real de Vmcennes, había perdido una vez más el contacto con la realidad de su época. Si los textos y cartas que escribió durante sus siguientes años de reclusión parecen destilar una ferocidad desmedida, quizá se deba a que sus escritos no se han analizado en 363

el contexto de la literatura carcelaria. Tal como Albert Camus escribió sobre Sade: "Las penas de prisión largas o injustas no inspiran actitudes conciliadoras. La inteligencia encadenada pierde en lucidez lo que gana en intensidad. En la cárcel, los sueños no tienen límites y la realidad no pone freno".? Durante los primeros años del cautiverio más largo de Sade, la fluctuación de su estado de ánimo y los numerosos acontecimientos de su vida diaria quedaron registrados con minuciosidad en las cartas que escribió a su confidente favorita: mademoiselle de Rousset. Milli de Rousset partió de Provenza con destino a París en cuanto se lo pidió la marquesa. Una vez juntas, las dos mujeres empezaron a compartir una vida de "monotonía angelical". "Cosemos y zurcimos nuestras prendas -informaría Milli-, comemos y dormimos. [...] Así pasamos los días."8 Mademoiselle de Rousset se convirtió en alguien imprescindible para su anfitriona, ya que le ofrecía las atenciones y el afecto que Pélagie nunca había recibido de su propia familia y se preocupaba por lo mucho que había adelgazado desde el ingreso de su esposo en prisión, pues aunque la marquesa era de complexión robusta, había perdido mucho peso durante el año anterior. Milli solía criticar a su amiga por consentir demasiado a su intolerablemente exigente esposo. No era de extrañar que Sade protagonizara tantos escándalos, le dijo con sarcasmo una vez; él necesitaba una pareja con "genio", mientras que el carácter discreto de Pélagie parecía estar "tejido por arañas".9 No obstante, se obstinó en permanecer leal a su amiga, la ayudó a presionar a los ministros y a preparar los paquetes para el prisionero cada quince días. 364

La vida de las mujeres se tornó cada vez más monótona y solitaria. En muchas ocasiones Pélagie apenas tenía el equivalente de veinte dólares en la casa. A fin de ahorrar, pronto se trasladó, con Rousset y La Jeunesse a remolque, a una vivienda más pequeña en el convento carmelita y, más tarde, a un piso todavía más diminuto y barato en el Marais. Milli, diligente, siguió manteniendo correspondencia con Sade. Intentaba elevarle la moral y lo reprendía por la irritación con la que criticaba los paquetes que Pélagie y ella le enviaban a prisión. "¡Conseguiríais desesperar a un capuchino de madera con vuestros estallidos de mal humor! -le escribió en Navidad de 1778, pocos meses después de que lo recluyesen de nuevo en Vincennes-. ¡Qué locas están las mujeres por encariñarse de un zafio como vos! Nos desvivimos y hacemos lo imposible por complaceros. Lo hacemos todo lo mejor que podemos. El señor nunca está satisfecho."10 Sade y Rousset eran grandes bromistas y, como regalo de Año Nuevo, el marqués envió a su amiga unos mondadientes de su preciosa colección de artículos de tocador. Ella le contestó que su obsequio le había gustado más que "un regalo de cincuenta luises" y que la había "enternecido hasta lo más hondo", y añadió su dosis particular de bromas semiamorosas: "¡Ruego a Dios que nunca os encaprichéis de mí ni un ápice! Os lo haría pasar muy mal [...] Las mozas feas son más ágiles que las guapas. Vos siempre me habéis considerado regañona, moralizadora [...]. Si dais vuelta el retrato, veréis mi lado más aterciopelado, que no carece de atractivo ni de una cierta picardía [...] ¡Llegará el día en que caeréis en mis redes!"11 Sade envió a su amiga otro regalo de Año Nuevo, un casto poema sobre los placeres de la amistad. Sus sentimientos diferían radicalmente de los escritos por los que 365

se haría famoso más adelante y Donatien se referiría al mismo como a "un verso de dos peniques". Será por las atenciones conmovedoras de una amistad sincera y pura regalo divino, que la naturaleza nos hizo para resarcirse o quizá para aliviamos los males, las penas que nos causa. Querida mía, Dios en vos el templo santo erigió para soportar un delicado culto al que rendir homenaje, y que él reciba como testimonio, en vez de los mirtos del amor que el placer marchita en un día, esta corona que ella elabora de puras y castas pasiones... 12 No obstante, la mayor parte de su correspondencia era más coqueta que platónica. "¿Quién de nosotros dos sería más hábil para subyugar al otro? -escribió Milli-. No estéis tan seguro de ganar esa lucha. Las mujeres de vuestra vida han valorado vuestra pasión y vuestro dinero. ¡Pero eso no es ningún cebo para Santa Rousset!"13 Los amigos a menudo intercambiaban misivas escritas en el dialecto provenzal y a veces reflejaban una ternura especial: "Mi querido Sade, deleite de mi alma, me atormenta no estar con vos. ¿Cuándo podré sentarme en vuestro regazo, rodearos el cuello con mis brazos, besaros a discreción y susurraros palabras hermosas al oído?".14 Sade escribía con sorprendente franqueza a la solterona sobre sus prácticas masturbatorias, una actividad 366

frecuente de su vida en prisión. "He descubierto en lo que vos llamáis el culo del Santo Padre 15 todas las virtudes (es eficaz, victorioso, suficiente, preferente, habitual, congruente, perseverante, subsiguiente, real, virtual, gratuito, santificador, aumentable, natural, interior, exterior, caduco, inspirador, operativo y cooperativo) que cabría desear."16 En una de sus misivas más castas, el marqués describió a Milli la alegría con la que se había preparado para una cita imaginaria con ella en prisión. Bueno, querida santa, ha pasado el día de Año Nuevo y no vinisteis a verme. Os esperé todo el día; me acicalé para estar guapo, me apliqué polvos y pomada e iba recién afeitado, llevaba [...] unas hermosas medias verdes de seda, pantalones rojos, chaleco amarillo y chaqueta negra, e iba tocado con un hermoso sombrero con ribetes plateados. En suma, era un caballero muy elegante. Mi artillería estaba lista para la batalla. También dispuse lo necesario para un modesto concierto: tres tambores, cuatro timbales, dieciocho trompetas y cuarenta y dos cuernos de caza; todos ellos preparados para interpretar una pequeña romanza que había escrito para vos. Vuestros ojos, vuestros oídos y vuestro corazón se habrían deleitado sobremanera con la fiesta que había organizado en vuestro honor. Mas en vano: ¡me quedé solo con todo el festín! Otro año será.17

Sade también recurría a Milli en los momentos de máximo abatimiento. Vos, que habéis sido capaz de leer los dictados más íntimos y secretos de mi corazón, ¿qué opináis del estado de mi alma? ¿Debo abrigar esperanzas o abandonarme

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por completo a mi aflicción? [...] ¿Cómo está mi esposa? No me mintáis. Seguro que la habéis encontrado cambiada. Es doloroso reconocer que ellos desean que muramos los dos. [...] Ayudadme a poner fin a mi exilio y empezaremos de nuevo desde cero. Vos me ayudaréis. 18

En algunas ocasiones madame de Sade se inmiscuía con socarronería en la correspondencia de los amigos, fingiendo estar celosa de lo unidos que estaban. "¿Qué opinas de su santidad? -escribió a su esposo en la posdata de una de las cartas de Rousset. Está perdiendo la virtud y diciéndote cosas bonitas. ¿Acaso desea competir conmigo? Cuidado, muchachos. Me opongo categóricamente. Os prohibo que lleguéis más lejos de lo que yo deseo. [...] Divertíos siempre y cuando no intiméis más." Milli añadió una pos-posdata: "Sin duda se muestra celosa. ¿Todavía queréis ser mi amante? Si vuestra tierna y leal mitad no nos da permiso, no hay manera de conseguirlo. ¿La engañamos? Los dos somos demasiado melindrosos".19 En algún momento de 1778, mademoiselle de Rousset empezó a plantearse el proyecto de ir algún día a La Coste para ocuparse de los asuntos del marqués. Donatien intentó hacerle prometer que no se marcharía a Provenza antes de su puesta en libertad y recordó los buenos momentos que habían pasado allí el verano anterior: Id a La Coste en agosto, os condeno a ello, sentaos en ese banco. [...] ¿Lo conocéis bien, el banco? [...] Y cuando estéis instalada allí, diréis [...]: "Él estaba aquí hace sólo un año, a mi vera [...] me abrió el corazón con esa franqueza ingenua que demostró la estima en que me

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tenía" [...] y luego entraréis en el saloncito verde y diréis: "Ahí está mi mesa, donde escribí todas sus cartas. [...] Él solía sentarse en este sillón [...] y desde allí decía: “Por favor, escribid...” Pensaréis que me veis, y no será más que vuestra sombra; creeréis oírme pero no será más que la voz de vuestro corazón. 20

Rousset describió los pocos momentos de buen humor de Sade como "escampadas escasas" entre largas tormentas, "intensas granizadas que nos punzan el corazón".21 Al cabo de unos meses, el marqués, consecuente con su inclinación a echar a perder sus escasas buenas amistades, escribió una carta mordaz a Milli sobre la posibilidad de que ella regresara a Provenza sin él, amenazándola con no volver a verla si lo hacía. Ella intentó tranquilizarlo, aunque en vano, asegurándole que no entraba en sus planes inmediatos el ir a ninguna parte; pero, por principio, se mostró firme ante su insistencia de que esperara a que él saliera de la cárcel para abandonar París. El distanciamiento entre Sade y Rousset empieza con la siguiente carta: Monsieur, ¡que el buen Señor os bendiga con su gracia [...] y me dote de la paciencia necesaria para reprimirme de mandaros a tomar por culo mil veces! No he conocido a nadie tan injusto como vos. Si no hiciera oídos sordos a vuestras estupideces, me volveríais loca. [...] Debe de resultaros placentero mortificar a la gente. [...] ¿Qué he hecho para que me odiéis tanto? A tenor de vuestras palabras, se diría que estoy constantemente detrás de vos, interpretando el papel del traidor. [...] ¡Calumniador! [...] Ayer me enviasteis dos mil besos y al día siguiente dos mil insultos. Tal comportamiento me repugna tanto que mi pluma está a punto de caérseme de

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la mano para nunca volver a responderos. Si mis mensajes os desagradan, les pondré fin ahora mismo [...] Dejemos de escribirnos, ¿de acuerdo, monsieur?22

Aparte de otra fría nota que Milli envió a Sade pocas semanas después, referente a unos detalles domésticos de La Coste, la correspondencia entre ambos amigos se interrumpió durante unos dos años. "Durante seis meses no ha preguntado si estoy viva o muerta"23 comentó Milli al abogado Gaufridy en otoño de 1779. Sade tenía buenas razones para tornarse más arisco durante su segunda reclusión en Vincennes. Al margen de que el sistema nacional de justicia lo había exculpado, su nueva celda en prisión, la número seis, era todavía más incómoda que la anterior y no disponía de chimenea para calentarse en invierno. Transcurrieron tres meses hasta que al prisionero se le permitió disponer de papel y pluma. Tardarían un año en permitirle dar unos pocos y breves paseos a la semana. Su compañero de prisión más distinguido, su primo lejano el conde de Mirabeau, dio fe de que los reclusos de Vincennes encontraban a menudo "espantosa mugre"24 en la comida y de que su horario de comidas era en extremo insalubre, pues no recibían alimentos entre las cinco de la tarde y las once de la mañana siguiente. Por consiguiente, Sade quizá no exagerara demasiado cuando se quejaba de que entonces vivía "hasta el cuello de basura y suciedad, devorado por los piojos, las pulgas, los ratones y las arañas, y alimentado como un cerdo".25 "Las ratas y los ratones me mantienen despierto toda la noche -se quejó a su esposa-. Cuando les ruego que me dejen tener un gato en la habitación [...] 370

para matarlos, me replican que los animales están prohibidos. A lo que yo respondo: “Idiotas, si los animales están prohibidos, las ratas y los ratones también deberían estarlo!”26 Uno de los principales blancos de la ira del marqués era el carcelero, monsieur de Rougemont. Hijo ilegítimo de un noble de alta alcurnia, Rougemont solía mostrarse mezquino con los reclusos. Cuando, en 1781, Sade preguntó al carcelero el nombre de pila del delfín (el primogénito de Luis XVI, cuyo nacimiento dio pie a una de las últimas grandes celebraciones de la década), Rougemont reprendió al cautivo y le prohibió que volviese a formularle preguntas sobre lo que acaecía en el exterior de la prisión. Mirabeau arremetió contra Rougemont diciendo que era un hombre con "toda la fanfarronería de la ignorancia más orgullosa […] un globo lleno de aire [...] inflado por la sensación de su propia importancia". 27 Mirabeau, presidiario reincidente mucho más diplomático que Sade, entre cuyas transgresiones se contaban relaciones incestuosas con su hermana y que escribió una serie de novelas pornográficas mientras cumplía condena en Vincennes, realizó dicha afirmación tras quedar en libertad. El marqués fue mucho más lejos mientras seguía en poder del carcelero. Sade vilipendió a Rougemont tachándolo de "autómata idiota"28 de "personificación del vicio más execrable, un bribón insignificante con medias y chaleco que [...] mata de hambre a sus presos para acumular el dinero que costeará sus infames disipaciones [...] un bufón, en suma, que [...] sin los caprichos del destino [...] se habría contentado con ser mi limpiabotas si ambos hubiéramos permanecido en la condición en la que el destino nos colocó".29 Transcurridos unos meses de su segundo 371

encarcelamiento, Sade garabateó los siguientes versos sobre su opresor en la pared de su celda: Aquí está el carcelero de Vincennes vil, cornudo y feo de las penas hizo sus delicias y de las lágrimas de los desgraciados. El mundo bien conoce su fama. Transeúnte, ésta es la situación: no preguntéis por su alma porque en este cabrón no la hay.30 La relación entre Sade y las autoridades carcelarias alcanzó un punto crítico un año y medio después de su regreso a Vincennes. Su obsesión con las "señales", los códigos numéricos ilusorios que descifraba en las cartas de sus corresponsales desapareció por completo durante sus semanas de libertad en Provenza, pero reapareció con fuerza renovada en cuanto regresó a la cárcel. En una ocasión en que se manifestó su estado más psicopático, se enfureció porque las "señales" que recibía del mundo exterior le informaban de que estaban a punto de embarcarlo hacia una de las colonias de Francia en el Caribe. Sade temía y detestaba los viajes en barco ("Prefiero que me corten en pedacitos en alguna costa a poner el pie en un barco",31 escribió a su esposa) y pasó una noche de lo más inquieto. Al día siguiente, tras un altercado con su guardián, se desmayó, escupió sangre y permaneció inconsciente durante varias horas. Dos días después, Sade se enteró de que habían anulado sus preciados paseos debido a su insubordinación. En otra pelea con el carcelero, Sade llamó al hombre ''Juan El Follador" y amenazó con matarlo. Acto seguido, se 372

acercó a la ventana e, identificándose en tono grandilocuente como "el marqués de Sade, oficial de caballería", gritó toda suerte de improperios contra su suegra y los ministros del rey. Cuando reclamaba el apoyo de sus compañeros de prisión, oyó un ruido al otro lado del patio: era Mirabeau que llamaba a su puerta para pedirle agua fresca. Sade exclamó que Mirabeau era el culpable de que le hubieran quitado los paseos, lo insultó llamándolo "bordaje del comandante", y lo invitó a "ir a besar el culo" de su protector. "¡Respondedme si os atrevéis, cabrón hijo de puta -bramó al otro lado del patio-, porque así podré cortaros las orejas en cuanto me liberen!" "Yo soy un hombre honrado que nunca ha rajado ni envenenado a una mujer -le respondió Mirabeau a voz en grito-, y que lo escribirá gustoso en los hombros [de Sade] con su navaja de afeitar, si Sade no acaba antes en la rueda de la tortura."32 Cuando terminó el alboroto, el rencoroso Mirabeau firmó un informe, dirigido a monsieur Le Noir, teniente general de la policía francesa, en el que alegaba que era habitual que Sade incitara a la revuelta a los reclusos de Vincennes. Sade se vengaría años después difamando a su primo en la novela Juliette al presentarlo como un hombre que "deseaba ser un libertino para ser alguien y que en su vida llegaría a nada". "Una de las pruebas más claras del delirio y la irracionalidad que caracterizaban a Francia en 1789 -continuó Sade en la diatriba contra su primo- era el ridículo entusiasmo suscitado por este ruin espía de la monarquía [...] un hombre inmoral y envanecido [...], un truhán, un traidor y un ignorante.''33 Sade a menudo mencionaba a sus hijos en su correspondencia desde la cárcel pero, ¿era un buen padre? 373

Dado que el concepto de familia nuclear era todavía incipiente en aquella época, las respuestas resultan complejas. Aunque sus sentimientos paternos quedaban empañados por la sensación de que estaba cumpliendo condena por el bien de la reputación de sus hijos, Sade era todo menos un padre indiferente. Su fuerte vena elitista lo llevaba a honrar los lazos dinásticos. Se interesaba sobremanera por la categoría social, la salud y la educación de sus hijos, así como por su apariencia; solía pedir retratasen miniatura y muestras de su caligrafía como recuerdos para su celda en prisión. "Has hecho bien en afeitar la cabeza de tu hijo. [.oo] Yo debo mi mata de pelo al hecho de que tomasen esa precaución en cuanto contraje la viruela -escribió a Pélagie con respecto a la enfermedad que acababa de contraer su hijo mayor-. No te preocupes por el aspecto que presenta ahora; se arreglará. Casi puedo verlo: será esbelto, elegante, con una figura bien proporcionada y un ingenio endemoniado. Con tales atributos un hombre siempre encuentra más mujeres de las que necesita para hacerla infeliz."34 " “Estoy loco por ellos -le escribió en otra ocasión sobre sus hijos-. Si me oyeras hablarles en voz alta [en mi celda] [...] pensarías que he enloquecido. Todas las noches sueño con ellos."35 "Aquí tienes una carta para esos pequeños a quienes quiero más de lo que podrías imaginar escribió también a Pélagie-. Tenía razón el pasado invierno cuando soñaba constantemente que estarían ya crecidos cuando volviera a verlos. Oh, Dios mío, ni siquiera me reconocerán. ¿Vale la pena tener hijos si no es posible disfrutarlos? Porque ahora es cuando resultan más placenteros; luego no hacen más que causar problemas."36 374

En 1778, cuando Sade empezó a cumplir su segunda condena en Vincennes, su hijo Louis-Marie de Sade contaba once años. Donatien-ClaudeArmand, de nueve años, ya era conocido como "el caballero" porque, al igual que muchos otros segundones, estaba destinado a seguir una vocación eclesiástica y aspiraba a entrar en la religiosa y militar Orden de Malta. Ese año habían enviado a ambos muchachos a Valéry, cerca de Sens, dos horas al sureste de París, donde los Montreuil tenían propiedades. Allí iniciaron su educación formal, bajo la vigilancia de su abuela, estudiando con el sacerdote del pueblo. Los acompañaba su institutriz, mademoiselle Langevin, que llevaba con ellos casi una década. Ésta era una de las pocas decisiones que Pélagie había tomado con respecto a sus hijos que Sade había aprobado. El marqués, demasiado egoísta para percatarse de que las extravagantes exigencias a las que sometía a su esposa no le dejaban tiempo para criar a sus hijos, a menudo la reprendía por permitir que los niños estuvieran al cuidado de los Montreuil y recibieran una educación provinciana y mediocre. "¡La letra de tu hijo es hermosa, sin duda, y el estilo... dime qué lacayo escribió todo eso! -la regañó pocos meses después de ingresar de nuevo en Vincennes-. Oh, seguro que ha sido el secretario de la parroquia de Valéry. La letra de los dos, sobre todo la del caballero, ha experimentado un retroceso de la mitad de lo que había avanzado el año anterior. ¡Diantre! ¡Bravo por el progreso y los estudios de pueblo! ¡Qué terrible, sin embargo, haber sacrificado incluso la educación de tus hijos para disfrutar del delicioso placer de vengarte de su padre!"37 Poco después, el imprevisible Sade pasaba al otro extremo y alababa los logros y encantos de sus descendientes. 375

"Las noticias del progreso de mi hijo me han complacido enormemente -escribió a Pélagie dos meses después con relación a los buenos resultados académicos de Louis-Marie-. Sus traducciones [del latín] parecen de lo más avanzadas para su edad. Esto no disminuye mi afecto por el caballero. Ya sabes que siempre lo he querido mucho, pero todas las buenas noticias que recibo sobre nuestro primogénito hacen que me sienta extremadamente unido a él. Escribiré al caballero, como sugieres, para animarlo a que estudie más."38 En cuanto a la hija de los Sade, Madeleine-Laure, su padre apenas la conocía. Había vivido en el campo con una niñera hasta los siete años,39 edad en que la internaron en un convento. "No sé si a ella la querré, no me conmueve tanto como los otros dos", escribió el marqués a Pélagie.40 No obstante, solía preguntar por los detalles precisos de su vida, como el tipo de atuendo que llevaba en la escuela. De hecho, la pequeña Laure era el descendiente que más preocupaba a la familia porque su fealdad, el defecto más inquietante que una muchacha de su época podía tener, quizá supusiera un grave obstáculo para un buen matrimonio. Muchos comentarios de sus padres reflejaban esta mortificación. "Sí, tu hija se llama Laure pero no respalda ese nombre con belleza alguna -escribió Pélagie a su esposo, refiriéndose a la legendaria hermosura de la antepasada en cuyo honor la habían bautizado-. Me imagino que a medida que se haga mayor mejorará, y su nombre no parecerá una broma."41 En otra ocasión escribió: "Con respecto a tu hija: en efecto, como intuiste, es bizca. [...] Ya que carece de dote, no deberíamos intentar casarla sino meterla canonesa".42 En una carta a Milli de Rousset, el marqués también mencionó, con mayor optimismo que su esposa, la falta de "gracias naturales" de su hija: "En 376

suma, mi hija es fea. Me lo decís con toda franqueza, entiendo que es fea. Bueno, ¡peor para ella! Pues que desarrolle ingenio y virtud; eso le resultará más útil que una cara bonita."43 Por desgracia, el carácter y las aptitudes de Madeleine-Laure no parecían más encomiables que su rostro. A los ocho años de edad, la niña todavía necesitaba que le sostuvieran la mano cuando intentaba escribir a su padre unas pocas líneas a modo de saludo. "¡Después de dos años estudiando -comentó su madre-, todavía no sabe escribir ni una palabra!"44 Pocos meses después: "Los defectos de su carácter son la terquedad y la falta absoluta de afabilidad".45 Hacia 1780, los hijos de Sade todavía no sabían que su padre estaba en prisión. Su madre les había dicho que se hallaba "viajando por España" y, a fin de no despertar sus sospechas, no les pasaba las cartas de él inmediatamente. ("Tu hijo me dijo: '¡Cómo me gustaría ir de viaje con papá Sade!' escribió Pélagie a su esposo"-. Y yo le digo que estudie mucho para poder viajar con él.")46 Las cartas de los hijos de Sade a su padre están escritas en un tono de sumisión filial exigido por el protocolo de la época, aunque también traslucen un afecto sincero. Ponen de manifiesto que las cartas que recibían de su padre ausente estaban llenas de exhortaciones a observar buena conducta y a mejorar sus hábitos de estudio. Louis-Marie de Sade, 29 de diciembre de 1778 Apreciamos las instrucciones de un padre cariñoso. [...] Nos morimos de ganas de echarnos a vuestro cuello y demostraros que os queremos con todo nuestro corazón. [...] Doy gracias al Señor por los alegres consejos que nos habéis dado con la gentileza y el espíritu de un padre que ama a sus hijos y desea hacerlos felices. Así

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pues, animados por el ejemplo de tan buen padre, me esforzaré mucho en la escuela. [...] Vuestra carta está grabada en mi corazón y ya he empezado a traducida al latín.47 Donatien-Claude-Armand de Sade, 29 de diciembre de 1778 Este día de Año Nuevo es una ocasión para pediros un rinconcito en vuestro corazón y para ganarme el honor de vuestra amistad. [...] Haré todo lo posible para estudiar mucho y disfrutar de vuestro favor, mi querido papá. Espero, mi querido papá, que estéis contento con mi letra. Madeleine-Laure de Sade, 13 de abril de 1779 Vuestra pequeña Laure tuvo hoy el placer de poder besar a su querida mamá. ¿Cuándo tendré la dicha de veros en París y deciros que os quiero y aprecio más que a mí misma? Louis-Marie, 26 de diciembre de 1779 Estoy haciendo todo lo posible, mi querido papá, para ser merecedor de vuestro cariño y buena voluntad. [...] Estoy escribiendo comentarios sobre Justiniano, Cicerón [...] y Vrrgilio. Estoy aprendiendo las normas de la versificación; espero empezar a escribir algunos versos el mes que viene. También estoy memorizando las fábulas de La Fontaine. Donatien-Claude-Armand, 29 de diciembre de 1779 Desde que tuve por última vez el honor de escribiros, me he esforzado por mejorar mi letra para daros una satisfacción con mis progresos [...] Casi he terminado la historia de Luis XIV. [...] Rezo a Dios por vos cada día, querido papá, y le ruego que me haga digno de vuestro

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cariño. Si tuvierais la amabilidad de asignarme un tema para una pequeña redacción, haría todo lo posible para satisfaceros. . Donatien-Claude-Armand, 30 de diciembre de 1780 Que el cambio de año renueve los rezos que elevé al Señor a vuestra salud. ¿Cuándo tendremos la dicha de veros? Esperamos ese momento con gran impaciencia. Cuán feliz me hace recordaros mi cariño, por

distante que estéis. En 1781, los muchachos dejarían el pueblo de los Montreuil para ingresar en un pequeño internado de Sèvres, en la zona de París. El abad Amblet, el antiguo tutor de Sade, se encargaría de ellos en sus días libres. Al padre pareció agradarle este cambio de educación. Louis-Marie, 31 de diciembre de 1781 Dignaos recibir los buenos deseos de alguien que aspira, por encima de todo, a merecer el cariño de un padre cuyo hijo me alegro tanto de ser. ¿Cuándo tendré la dicha de veros, querido papá? ¡Con qué impaciencia espero ese momento! ¿Cuándo podré manifestar, a vuestros pies, el profundo respeto que me convierte, mi querido papá, en vuestro muy humilde y obediente servidor e hijo? Donatien-Claude-Armand, 31 de diciembre de 1781 Vuestro pequeño caballero se devana los sesos para haceros un cumplido, aunque no hace falta que os diga que os quiere. Éste es el alcance de mi elocuencia, querido papá. Espero que no desdeñéis mis deseos, ya que están motivados por sentimientos sinceros.

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Carteron, o La Jeunesse, un hombre alto y robusto con el rostro picado de viruela, a quien el marqués solía dirigirse con el apodo picaresco de "Martin Quiros", estaba al servicio de Sade desde principios de la década de 1770. A menudo había desempeñado el papel de Sancho Panza en las búsquedas de Sade de sexo pervertido, y al parecer su libido era tan desmesurada como la de su señor. Sin embargo, a diferencia del más bien abstemio Sade, Carteron ingería grandes cantidades de alcohol y pasaba días enteros de juerga. Carteron, lo bastante cultivado como para tener una letra excepcionalmente clara (los ayudas de cámara de los nobles de alta alcurnia solían poseer una buena educación), había sido el ayudante perfecto para Sade ya que copiaba los textos de su señor con la misma eficacia con la que planeaba y organizaba sus citas. Cuando andaban de un lado a otro en busca de placeres, el atildado marqués y su torpe ayuda de cámara encarnaban la vistosa relación entre el señor y el sirviente del Don Juan de Moliere o de Las bodas de Fígaro de Beaumarchais. La lealtad de Carteron hacia ambos Sade era absoluta. Cuando el marqués fue encarcelado por primera vez, el ayuda de cámara continuó trabajando para la marquesa por una miseria, ocupándose de todas las necesidades de la casa. Incluso preparaba infusiones de hierbas para los frecuentes problemas respiratorios de mademoiselle de Rousset. Poco después de que lo recluyesen de nuevo en Vincennes, Sade empezó a escribir una serie de obras de teatro; a Carteron le gustaba transcribir las piezas y copiar las abundantes notas de Sade sobre Petrarca. De hecho, se quejaba de que su señor no le encargaba suficientes tareas: "Os ruego que me mandéis al380

go de trabajo porque la inactividad empieza a embrutecerme. Tonto me dejasteis y tonto os seré devuelto".48 La contribución más preciada de Carteron a su señor durante los años que pasó en Vincennes era la comicidad que destilaban sus cartas. Estas misivas afectuosas e involuntariamente hilarantes estaban llenas de tergiversadas referencias a los antiguos clásicos que hacían reír a Sade durante días. "Sólo Plutón, difamado por un exceso de libertinaje, habría vomitado tal incendio",49 escribió Carteron acerca de una reciente erupción del Vesubio. "Martin Quiros" solía imaginarse como un general del ejército en lucha contra varios animales y en una carta se describió montado sobre "una vieja cabra sin cuernos que causó mayores estragos en la tropa enemiga que los elefantes de Darío en el ejército de Alejandro".50 En una de las notas que más gustaban a Sade de las enviadas por Carteron, el ayuda de cámara reprendía a su señor por su letra apresurada y confusa, que le costaba descifrar: "He oído decir que os dedicáis al arte de la literatura, pero veo que vuestra letra es la misma, como si un enjambre de abejas hubiera pastado por ella".51A su vez, el estilo bufonesco de Carteron inspiró parte de la prosa más picaresca de Sade. Sirva de ejemplo la siguiente misiva, escrita para reconvenir en tono de broma a Carteron por criticar la letra de su señor. Martin Quiros [...] os estáis poniendo insolente, muchacho; si estuviera ahí os propinaría una buena paliza. [...] Os arrancaría el maldito peluquín, que remendáis cada año con el vello púbico que encontráis en los bidés de los burdeles de París, ¿de qué otra manera si no ibais a arreglarlo, perro viejo, cómo si no? [...] Mono de mierda, cara de garrachuelo manchada con pasta de mora, rodrigón de la enredadera de Noé,

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costilla de la ballena de Jonás, mecha desechada del yesquero de un burdel, vela rancia de dos peniques, correa podrida del burro de mi mujer [...], calabaza vieja estofada con jugo de cucaracha, tercer cuerno de la cabeza del demonio, cara de bacalao, que tienes ostras por orejas, zapato de proxeneta viejo [...]. Si os tuviera a mano, os embadurnaría la sucia cara de patata, la jeta que parece una castaña quemada, para enseñaros a no mentirme de ese modo. 52

Unos meses después, Sade, dirigiéndose a Carteron en un estilo burlonamente elegante arremete de nuevo contra la sentencia de prisión impuesta por sus transgresiones. Mis penas están por fin a punto de acabar, M. Quiros, y gracias a la amabilidad y protección de madame la Présidente de Montreuil, espero, M.Quiros, poder comunicaros [mis deseos para el Año Nuevo] in situ dentro de cinco días. ¡Un hurra por la autoridad, monsieur Quiros! [...] Porque sabed, monsieur Quiros, que en Francia está penado faltarle el respeto a las prostitutas. Se puede difamar al gobierno, al rey, a la religión; eso no son más que nimiedades. Pero una prostituta, monsieur Quiros, ¡pardiez!, nunca hay que insultar a una prostituta, porque los Sartine, los Maupeou, los Montreuil y otros asiduos de los burdeles vendrán enseguida en actitud marcial para defender a la puta y encarcelar con intrepidez al caballero durante doce o quince años. [...] Así pues, nada hay más hermoso que la policía francesa. Si tenéis una hermana, una sobrina, una hija, monsieur Quiros, aconsejadle que sea prostituta; la desafio a encontrar una profesión mejor. ¡Aparte del lujo, de la indolencia, de la embriaguez continua del libertinaje, en

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qué otra situación podría una muchacha gozar de tanta defensa, honor, protección como la más honesta de las burguesas! [...] Os doy mi palabra, monsieur Quiros, si el destino no me hubiera procurado medios suficientes para mantener a mi hija, al instante la convertiría en una prostituta. [...] Por cierto, monsieur Quiros, tened la amabilidad de decirme si seguís la moda, si lleváis calzado de gallardo joven, armadura completa y un molinillo en la cabeza. Abrigo un deseo especial de veros de tal guisa [...] Y vuestros placeres carnales, ¿cómo van, monsieur QuiroS?53

La lealtad de Carteron para con los Sade fue correspondida con creces. En 1785, cuando contrajo una enfermedad mortal, la marquesa lo cuidó con devoción constante, alejándose apenas de la cabecera de su lecho y, a pesar de las estrecheces que pasaba, Pélagie le proporcionó los cuidados médicos más caros. Carteron moriría "en sus cinco sentidos y en un estado de buenas emociones religiosas" 54 escribió Pélagie a Gaufridy y, al cabo de unos días, añadió: "Estoy abatida. Ya no cuento con el pobre La Jeunesse para que escriba por mí".55 El 16 de febrero de 1779, Sade se quedó dormido en la celda mientras releía el libro de su tío sobre Petrarca. A la mañana siguiente, abrió su corazón a su esposa. En una de sus cartas más célebres, escribió acerca de la veneración que sentía por su antepasada del siglo XIII, Laure de Sade y reveló una vez más su profunda necesidad de amor materno: [...] Mi único consuelo aquí es Petrarca. Lo leo con deleite, con una pasión: sin igual [...] ¡Qué bien escrito

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está el libro! [...] Laura me da vueltas en la cabeza. Soy como un niño. Leo todo el día sobre ella y sueño con ella toda la noche. Escucha el sueño que tuve sobre ella anoche, mientras el mundo seguía ajeno a mí. Era más o menos medianoche. Acababa de quedarme dormido con la vida de Petrarca en la mano. De repente se me apareció [...] ¡La vi! El horror de la tumba no había deslucido su belleza, y sus ojos despedían el mismo fuego que cuando Petrarca los alabó. Iba vestida de crespón negro, con su hermosa cabellera rubia suelta con despreocupación [...] "¿Por qué os quejáis en la tierra? -me preguntó-. Venid conmigo. No hay males, no hay dolor, no hay problemas en la vasta extensión que yo habito. Tened el valor de seguirme allí." Al oír estas palabras, me postré a sus pies, diciendo: "¡Oh, madre mía!". Y mi voz quedó ahogada por los sollozos. Ella me tendió la mano y yo la bañé con mis lágrimas; ella también lloró. "Cuando yo moraba en el mundo que vos odiáis -dijo-, me gustaba contemplar el futuro; conté a mis descendientes hasta llegar a vos, y no encontré a otro tan infeliz como vos." Entonces, sumido en la ternura y la desesperación, le eché los brazos al cuello para retenerla o seguida... pero el fantasma había desaparecido. Sólo quedó mi dolor. O voi che travagliate, ecco il cammino, Venite a me se 'l passo altri no serra. [Oh vos, los que sufrís: he aquí el camino, venid a mí, si el paso otro no cierra.]

PETRARCA, Soneto 5956 Varios aspectos de esta carta merecen atención especial: 384

Los versos de Petrarca citados al final de la carta pertenecen en realidad al soneto 81 del Canzoniere del poeta. El consumado blasfemo de Sade quizá no captara la siguiente ironía: el texto de Petrarca que cita estaba inspirado en el Nuevo Testamento, Mateo XI: 28: "Venid a mí todos los que andáis agobiados y cargados, y yo os aliviaré". Con un tropo esencial para las tradiciones del amor cortés, Petrarca estaba expresando la necesidad de expiar su amor físico por Laura.57 El nombre de Laura tal vez despertara reminiscencias fonéticas en Sade, que conocía bien el italiano y el latín: l'aura, que significa brisa, o viento, se emplea a veces en sentido metafórico como "el aliento" del genio creativo; l'aureo, que significa halo, inmanencia dorada y, por extensión, lucro; y laureo, que significa laurel, el símbolo del don del poeta (Sade era perfectamente consciente de que apenas estaba iniciando su carrera literaria). Petrarca hacía juegos de palabras con estos términos tan cargados de significado en el siguiente cuarteto del poema 246 del Canzoniere: L'aura, che '1 verde laureo e l'aureo crine soavemente sospirando move, fa con sue viste leggiadre e nove l'anime da' lor corpi pellegrine. ("El aura que el verde lauro y la áurea y fina melena mueve suave y flébilmente, hace, con su gracioso continente, que el alma sea del cuerpo peregrina.") Sade realiza algunos comentarios especialmente reveladores en su carta: 385

"Soy como un niño". "Me postré a sus pies, diciendo: '¡Oh, madre mía!'" El sueño se produjo pocas semanas después del segundo aniversario de la muerte de su madre. Sueña con el ideal de mujer que la mayoría de los hombres anhela y que Sade, hijo de una mujer fría y distante, tiene razones concretas para desear: la madre idealizada que nunca lo abandonará. "El horror de la tumba no había deslucido su belleza, y sus ojos despedían el mismo fuego que cuando Petrarca los alabó." Incluso muerta, la belleza y el poder de seducción de Laura permanecen inalterables, protegiendo así al mismo Sade de las amenazas del deterioro físico que se encuentran en la base de la personalidad psicopática o sencillamente narcisista. Por último, ¿acaso la mención de Sade de su "reencuentro" con su "madre" ancestral no era otra táctica para chantajear a su mujer? ¿Estaba advirtiendo a Pélagie de que si no lo liberaban pronto de las torturas de la prisión, se reuniría con su ídolo, Laura, en su "vasta extensión" de muerte? Las referencias de Sade a madame de Montreuil, diseminadas por las cartas que escribió a su esposa durante su segunda pena de prisión en Vincennes, hablan por sí solas: 3 de julio de 1780 No, no creo que sea posible encontrar, en todo el mundo, a una criatura más detestable que tu infame madre: ni siquiera el infierno vomita mujeres tan abominables. 58 Septiembre de 1780 ¡Ah, criatura execrable! ¡Cuánto la aborrezco! ¡Ojalá sea consciente de la magnitud de mi odio! ¿Y por qué no

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hay palabras lo bastante fuertes para expresar la magnitud de la aversión que siento por ella? [...] De verdad, ¿los poderes celestiales no se cansan de dejar a una Furia en la tierra durante tanto tiempo?59 Abril de 1781 ¡Que el demonio me lleve si encuentro otros deseos en mi corazón más apremiantes que el llevar a la rueda de la tortura a la zorra que, después de chuparme la sangre durante nueve años y deshonrar a mis hijos, todavía no está ahíta de los horrores que ha cometido!60

Con frecuencia, Sade inventaba tormentos espantosos para su enemiga acérrima. Febrero de 1783 Esta mañana en medio de mi propio sufrimiento, la vi, a la zorra, despellejada viva, arrastrada sobre un montículo de carbón al rojo y luego lanzada a una cuba de vinagre. Y yo me dirigí a ella en estos términos: Criatura execrable, ¡ésta por haber vendido a vuestro yerno a los verdugos! ¡Ésta por hacer de proxeneta de vuestras dos hijas! ¡Ésta por haber arruinado y deshonrado a vuestro yerno! ¡Ésta por haberlo llevado a odiar a los hijos en aras de quienes lo sacrificáis! Ésta por haberle hecho perder los mejores años de su vida, cuando estaba en vuestra. mano salvarlo. [...] y aumenté mis tormentos y la insulté en su dolor y me olvidé del mío.61

Para cuando Sade fue devuelto a Vincennes, la irregular luna de miel que había mantenido durante muchos 387

años con madame de Montreuil terminó definitivamente. Sade alcanzó un período estable de pura aversión. Además, su convencimiento de que ella era la única responsable de todas sus desgracias se convirtió en una paranoia. La Présidente parecía restringir su universo, gobernar el sistema completo de "señales" imaginarias que dictaban su suerte. Persuadido de que ella programaba todo aspecto de su destino, desechó la idea de que cualquier otra persona o facción, como el rey francés más puritano de los últimos siglos, la humillada y enfurecida policía francesa o la mayor parte de la población quisieran verlo encerrado. Consideraba a esas otras fuerzas meros "liliputienses" en comparación con la todopoderosa madre a quien él acusaba de haber planeado y organizado en solitario su perdición. Convencido de que todo carcelero o funcionario con el que trataba era agente de madame de Montreuil, la culpaba de todas las desgracias que le acaecían en prisión: la prohibición de los paseos, la negativa de las autoridades a informarle de la duración de su condena, el hecho de que el barbero no lo atendiera, el retraso de los guardias para barrer su celda o colgarle cortinas en las ventanas, "tal es la diversión que busca madame de Montreuil".62 Incluso le. achacó sus dolencias oculares, que lo aquejaron cada vez más a partir de 1780 y por las que recibió tratamiento de los oculistas personales del rey Luis XVI, los hermanos Grandjean (le diagnosticaron queratitis, una infección crónica que afecta la córnea. Se le aconsejó que se dedicara a hacer calceta para reforzar los músculos oculares y también lo instaron a escribir en vez de leer de noche, lo que quizá le ayudó a adquirir el sorprendente ritmo de actividad literaria que desarrolló en Vincennes). Al describir en sus cartas las fechorías de su suegra, Sade suele recurrir a metáforas sobre las fuerzas cósmi388

cas: si alguien, desobedeciéndola, lo informase de la fecha de su liberación, "los elementos [la tierra, el fuego y el agua] se fusionarían, se desataría una furibunda tormenta y la Présidente dejaría de cagar".63 Metáforas semejantes sobre excreciones abundan en sus referencias a madame de Montreuil: "¡Qué habrá comido durante la cuaresma para sufrir tales desbordamientos entre Pascua y Pentecostés!",64 exclama cuando advierte una sobrecarga de "señales" en la correspondencia que le llega del mundo exterior. Asimismo, Sade también tiene muchas fantasías desagradables acerca del exceso de "bilis" de su suegra, fluido corporal que en el siglo XVIII simbolizaba la ponzoña de la furia. Describe una de estas visiones grotescas en una carta a su esposa: A veces imagino a tu infame madre antes de que el absceso de su hedionda bilis empezara a inundarme gota a gota. He hecho un pequeño dibujo de la escena. [...] Ella yace desnuda, como uno de esos monstruos marinos que la corriente arrastra a la costa. [...] Monsieur Le Noir [el jefe de policía], que le toma el pulso, dice: "Madame, su bilis debe puncionarse o, de lo contrario, la ahogará." [...] Marais [...] sostiene la vela y, de vez en cuando, prueba la sustancia para comprobar su calidad. [...] R[ougemont] [...] levanta la bandeja y dice: "Valor, valor, esto no es suficiente para pagar tres meses de alquiler del apartamento para mis citas".65 Las manías persecutorias tan acentuadas son habituales entre los presos sentenciados por actos delictivos. Los psicoanalistas sugieren que, dado que la psique humana está mejor preparada para luchar contra la hostilidad del mundo exterior que contra las agresiones que surgen desde el yo interno, la ilusión de ser una víctima 389

inocente puede disipar el sentimiento de culpa o responsabilidad. Así pues, las invectivas de Sade contra la Présidente continuaron con toda su furia durante su reclusión en Vincennes. Y esta mujer es devota, y esta mujer comulga [...] Basta un solo ejemplo de esta clase para convertir al hombre más piadoso del mundo en un ateo [...] Dios mío, ¡cuánto la odio! ¡Y con qué delectación recibiré la noticia del fin de su abominable vida! Prometo con toda solemnidad donar doscientos luises a los pobres ese día, y cincuenta al sirviente que me dé la noticia o al empleado del servicio de correos que me entregue la carta:66

El marqués no era el único que condenaba a la Présidente. No existe un relator más entusiasta de la doblez de la dama de hierro y de la dureza con que trataba a su hija, que Milli de Rousset. Unos cuatro meses después de que el marqués regresara a la prisión, Milli describió a Gaufridy la violenta visita que "la heroína de la traición" les hizo a ella y a Pélagie en su pequeña vivienda del convento durante una de las enfermedades de la marquesa. Oculta el odio [que siente por su hija] con mucho arte. Cuando su hija está enferma, gravemente enferma [...] viene a verla, permanece a la cabecera durante un rato [...], luego va a ver a la doncella [...] y le dice con su aire de superioridad: "¡Qué desgracia que mi hija esté tan enamorada de su esposo!". "Es normal que ame a un esposo que siempre la ha tratado tan bien", contesta la mujer. Esta respuesta pareció provocar la ira de la matrona, que se puso a criticarlo todo: "Aquí no se ha barrido, esto está desordenado, esta cazuela está sucia; adieu, cuidad de mi hija"67

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A continuación, Rousset expone lo despiadada que es la familia Montreuil: "Sospecho [...] que el plan de esta mujer consiste en dejar al marqués de Sade en la cárcel durante un tiempo considerable [...] Una de las tías por parte materna de la marquesa le escribió en Año Nuevo: “Os equivocáis al luchar tanto por vuestro esposo [...] Deberíais recordar que todavía tenéis hermanos y hermanas por casar."68 Las súplicas continuas de Pélagie para que su madre intercediera por Sade y la hostilidad implacable de la Présidente quedaron bien reflejadas en su correspondencia. Pocos meses después del retorno del marqués a la prisión, madame de Montreuil escribió a madame de Sade: Monsieur de Sade [...] está arrepentido, me decíais, y ha resuelto comportarse correctamente. Yo quiero creerlo y espero que sea cierto. Pero, ¿acaso alguien nos creerá? [...] No. El futuro se predice con el ejemplo del pasado y, por consiguiente, ahora no podemos mencionar la libertad. [...] Porque, para terminar, madame, hablemos con franqueza. Vos que sabéis mucho (aunque quizá no todo) sois consciente de que sin duda alguna hizo lo que hizo. Si actuó con plenas facultades y con la cabeza fría, a todas luces merece, por lo menos, que se le impida que lo vuelva a hacer.69

Madame de Sade respondió a su madre al cabo de varios días: Cuanto más tiempo transcurre, más me preocupa monsieur de Sade y veo con más claridad que la gente desea su muerte. [...] Tras ser arrestado a pesar de su buen

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comportamiento de la forma más ignominiosa posible, y después de que le anunciaran públicamente que permanecerá en la cárcel el resto de su vida, ¿acaso no posee todos los motivos del mundo para pensar que su familia desea su muerte? [...] Y cuando mis hijos tengan la edad suficiente para entender estas cosas, tendrán mucho que reprochar a los responsables de que su padre perdiera la vida o la cordura en prisión. Reflexionad sobre estas verdades, mi querida mamá, os lo ruego [...] ¡Cuán dulce sería para mí deberos gratitud por el consuelo de mi vida! La amargura que llena mis días me hace desear la muerte. Encargaos de que mi esposo me sea devuelto, querida mamá. En ese caso os debería la vida dos veces, y me despido, con el mayor respeto, como vuestra humilde y obediente servidora.

Quince días después, madame de Montreuil respondió a su hija: Podéis asegurar a monsieur de Sade, madame [...] que le perdono de todo corazón todos los agravios que tengo derecho a reprocharle. [...] Lamento su situación y lo ayudaría si pudiera, como siempre hice en los momentos en que me calumnió a discreción; no obstante, el recuerdo indeleble del pasado [...] me impide tener contacto directo con él.

Sin embargo, Pélagie siguió luchando, intentando desesperadamente convencer a su madre y al mundo de que el marqués estaba en camino de reformarse. Continuó dirigiéndose a su esposo como "mi buen amigo", "mi tierno amigo", "mi buen niñito", "mi buen y tierno niñito" y "mi querido amiguito", ya que su amor por él desafiaba el oprobio de su familia, la opinión pública y las leyes del rey. 392

Durante los años que su esposo pasó en la cárcel, la comida sirvió de materia prima para la locura a dos bandas de los Sade. Algunos de los ataques de furia más salvajes del marqués eran producto de la ineptitud de su esposa para cumplir sus órdenes culinarias a la perfección. ("El bizcocho de Saboya no es ni mucho menos lo que yo pedí: quería que estuviera bañado en chocolate por toda la superficie, por encima y por abajo.")70 Por otro lado, sus esporádicos ataques de ternura solían estar provocados por los paquetes que resultaban especialmente de su agrado: "He recibido todos tus envíos. Esta vez son encantadores, amada mía, y te doy las gracias con toda mi alma [...] El faisán era digno de servirse en la mesa de un alcaide, el licor de azahar estaba exquisito [...], todo es muy hermoso y delicioso [...] Te aseguro que mis únicos momentos de alegría son aquellos en los que anhelo nuestro reencuentro [...] Oh, ¡ha pasado demasiado tiempo, sin duda demasiado tiempo!".7l Durante sus años de reclusión, las fantasías sobre manjares selectos a menudo sustituían a las de carácter sexual como principal obsesión del marqués. Junto con una enorme cantidad de dulces, tenía antojos de exquisiteces rurales tradicionales como brocheta de codorniz envuelta en hojas de parra, tarros de médula de buey, patés de salmón fresco, pequeñas coles a la parrilla y bizcochos de mermelada y coco. Realizaba sus pedidos de comida con una precisión rayana en lo maniático, lo que, al igual que muchos aspectos de su vida en prisión, ponía de manifiesto su obsesión por los números: "Quiero que sea un pastel de chocolate, y de chocolate tan espeso que sea negro, como el culo del demonio ennegrecido por el humo."72 "Por favor: mándame quince bizcochos 393

hechos en el Palais-Royal, los mejores que haya, de quince centímetros de largo por diez de ancho y cinco de alto, muy ligeros y delicados."73 (El grado de concreción de las peticiones de Sade no se limitaba a la comida. En la misma carta a Pélagie le pedía: "el plano arquitectónico del nuevo Théátre des Italiens y el anuncio de la obra de inauguración [...], un chaleco de seda bordado sobre fondo verde sin ribetes plateados [...] y un cachorrito muy pequeño, muy joven para que pueda tener el placer de amaestrarlo, un perro de aguas o un setter; sólo quiero una de esas dos razas".)74 El menú que Sade pediría, al cabo de unos años, al cocinero de la siguiente cárcel, la Bastilla, muestra la misma precisión. LUNES ALMUERZO -Una sopa excelente (no repetiré este adjetivo: las sopas siempre deben ser excelentes, mañana y noche) -Dos chuletas de ternera empanadas, suculentas y apetitosas -Gachas de avena -Dos manzanas asadas CENA -Sopa -Cuatro huevos frescos MARTES ALMUERZO -Sopa -Medio pollo que haga la boca agua -Dos pequeños flanes de vainilla -Dos manzanas asadas 394 I

CENA -Sopa -Un poco de picadillo del pollo que haya sobrado de la mañana[...] SÁBADO ALMUERZO -Sopa -Dos deliciosas chuletas de cordero -Un flan de café -Dos peras asadas CENA -Sopa -Una tortilla ligeramente endulzada hecha con sólo dos huevos y mantequilla sumamente fresca DOMINGO ALMUERZO -Sopa -Salchichas -Dos hojas muy tiernas de acelga en salsa -Dos peras asadas CENA -Sopa -Buñuelos de manzana75 Los expertos en dietética contemporáneos otorgarían una buena puntuación a estos platos sorprendentemente ligeros. Los utópicos menús de Sade se destacan por su ausencia de salsas o especias, que él aborrecía, y por su equilibrada selección de los "principales grupos alimenticios". Cada día consumía fruta cocida, lo que facilitaba la digestión, alterada por la falta de ejercicio, y aliviaba el dolor de las hemorroides, dolencia crónica de 395

ambos Sade. Además, el marqués era más bien moderado en su consumo de alcohol, ya que prefería buenos Borgoñas añejos o pequeñas cantidades de licores de fruta a bebidas fuertes. El único aspecto de la dieta de Sade que sería censurado hoy día es su debilidad por los dulces. Junto con dos cajas de polvos faciales, doce pares de medias, seis lazos y otras fruslerías para colmar su vanidad, uno de los paquetes habituales que Sade recibía cada dos semanas de su esposa podía incluir los siguientes artículos: treinta mostachones grandes, doce pasteles bañados en alcorza, una caja grande de malvaviscos, varios tarros de mermelada de ciruelas claudias, ciruelas rojas y frambuesas, una caja de fruta confitada, tarros de melocotón en conserva, un pastel de almendra y chocolate, siempre más chocolate. "[Quiero] un pastel grueso de chocolate; y que la crema de vainilla del interior sea muy dulce; si no está bueno, lo devolveré. Tiene que estar escarchado por encima. Y [además] unas cuantas pastillas de chocolate.”76 Sorprende la regresión infantil plasmada en estos caprichos: malvaviscos, dulces rellenos y glaseados son productos sencillos, fáciles de digerir y cremosos que gustan a los más pequeños, los dulces con los que sueñan los niños convalecientes de una operación o gravemente necesitados de afecto materno. No es de extrañar que el marqués engordara de un modo considerable durante sus años de vida sedentaria en la cárcel. Los menús que Sade ideaba para sus ficciones eran tan rigurosos como su dieta de cada día y mucho más fastuosos. La alternancia sistemática entre la cama y la mesa forma parte intrínseca de las orgías de Sade, ya que sólo los manjares exquisitos devuelven la energía física y psíquica a sus protagonistas. "Nuestras vergas nunca están tan tiesas como cuando acabamos de darnos un su396

culento festín",77 explica Noirceuil a Juliette. "No hay cosa que estimule más mi imaginación que el aroma de estas sabrosas comidas, que acaricia mis pensamientos y los prepara para las delicias del vicio", exclama Gernande en medio de una bacanal,78 A diferencia de las comilonas concebidas por Rabelais, quien por lo visto ejerció una prodigiosa influencia en Sade, pero cuyos excesos siempre parecen verosímiles, los festines ficticios de Sade son tan improbables como los orgasmos de sus protagonistas (Noirceuil critica la frugalidad de Juliette cuando ésta planea un menú de sólo cincuenta platos). En las historias más brutales de Sade, como Los ciento veinte días de Sodoma, los proveedores de alimentos (los cocineros y sus ayudantes) son los únicos personajes inmunes al acoso. Al igual que una casta de sumos sacerdotes, suelen permanecer puros. '¡No toquéis a mi personal de cocina!', dice Sade de esos cocineros de ficción cuyas exquisiteces tanto anhelaba en la soledad de su celda. Si hubiera que distinguir el más importante de los impulsos que dominaban los actos y las fantasías de Sade, se trataría de su intento constante por alcanzar la ilusión del poder. Vástago arruinado de una casta moribunda, retenido por antojo del rey en la fortaleza más inexpugnable de Francia, es comprensible que siempre se sintiese impelido a buscar la dominación en el único terreno que le era posible: los sentimientos de su esposa. Su necesidad de ejercer el máximo control sobre Pélagie, junto con su imaginación paranoica, su fluctuante estado de ánimo, y la sumisión innata de ella, es el componente esencial de lo que en la actualidad podría llamarse la "clásica relación sadomasoquista" de los Sade (fue un capricho del destino que dos personalidades tan 397

complementarias se encontraran mediante una decisión tan aleatoria como un matrimonio concertado). Además, durante la década de 1780, para Pélagie el aspecto más doloroso de la conducta de su esposo era la alternancia entre el cariño intenso y el odio virulento que destilaba en sus cartas desde la cárcel. Algunos ejemplos de la voz afectuosa del esposo: "Aquí estoy de nuevo contigo, querida compañera, contigo porque siempre te querré como a la mejor y más estimada amiga que he tenido en el mundo."79 "Querida amiga, te aseguro que [...] disfruto mis únicos momentos de alegría cuando pienso en nuestro reencuentro. ¡Pero están haciéndome esperar demasiado ese momento! Oh, ha pasado demasiado tiempo, de verdad, demasiado tiempo!80 Parecía echarla de menos cada vez más con el transcurso de los años: "Ruega al ministro que me conceda [el favor de tu visita] a cambio de dos años más de cárcel [...] Les daría [la mitad de mis bienes terrenales] por verte tan sólo una hora [...] Por el amor de Dios, ven a verme una hora o no respondo de lo que haga con mi vida".8l En la carta más famosa de las que Sade envió a su esposa le agradecía la diligencia en la satisfacción de una de sus peticiones más quijotescas: el retrato de "un hermoso mancebo". "Me mandaste al hermoso joven, mi querida tortolita. ¡El joven hermoso! ¡Qué dulce es esa palabra para mi oído casi italianizado! Un bel'giovanetto, signor, me dirían si estuviera en Nápoles, y yo respondería, Si, si, signor, mandatelo, lo voglio bene. Me has agasajado como a un cardenal [...], pero, por desgracia, no es más que un dibujo." Resulta sintomático de la extraña sexualidad del marqués que colmara a su esposa, en esa misma carta, de una cantidad sin precedentes de apelativos cariñosos. "Mi 398

amorcito", "mi cachorrito", "delicia de Mahoma", "gatita celestial", "costillita fresca de mi corazón", "estrella de Venus", "suave esmalte de mis ojos", "imagen de la divinidad", "violeta del jardín del Edén", "efusión de los espíritus angelicales", "milagro de la naturaleza", no son más que algunas de sus ternezas; hay más en el pícaro pasaje con que concluye la misiva: Ten por seguro, alma de mi alma, que el primer recado que haré no bien salga de la cárcel, mi primera acción como hombre libre, después de besar tus ojos, pezones y nalgas, será comprar [...] las obras completas de Montaigne [...], Voltaire, J. J. Rousseau [...] [Y] ¿por qué rechazar el licor de melocotón? ... ¿Acaso una o dos botellas de licor de melocotón, mi pichoncita, violan la ley sálica o amenazan el código de Justiniano? Escúchame, favorita de Minerva, sólo un beodo debería sufrir un rechazo tal: ¡mas a mí, que únicamente me embriago con tus encantos y nunca quedo saciado de ellos, oh, ambrosía del Olimpo, no se me debería negar un poco de licor de melocotón! Llama de mi vida, ¿cuándo vendrán tus dedos de alabastro a cambiar los grilletes de [mi carcelero] por las rosas de tu pecho? Adieu, lo beso y a dormir voy.82

No obstante, para agonía de Pélagie, la ira y el escarnio más viles podían estallar en cualquier momento: "El único motivo [por el que me atormentas] es tu crueldad horrenda y sombría, o mejor dicho tu debilidad y humildad para con esos bribones que te manejan a su antojo. [...] ¿No ves que sólo intentas torturarme a través de tus execrables cartas, en vez de proporcionarme consuelo?".83 Pélagie se defendía de semejantes acusaciones lo mejor que podía: 399

"Tu mente resulta tan estrambótica cuando interpreta mallo que escribo... No bien vuelvas a casa te encerraré en mi habitación y no saldrás de ella hasta que hayas leído y cotejado todo lo que decías en tus cartas y reconozcas: 'Mi querida esposa, debo hacerte justicia.'''84 A pesar de las frecuentes afrentas a su esposa, durante sus años en Vincennes, la añoranza de Sade por la presencia de Pélagie pareció ir en aumento. La mayor parte de lo que ella tocaba adquiría una importancia fetichista para él. Insistía en que sólo ella le bordara los chalecos. Reiteraba el placer que le producía que ella copiara y anotara sus manuscritos: "Cuánto me gustaría ver una de mis obras transcrita por completo con tu letra, con pequeñas notas al margen que alabaran o criticaran ciertos pasajes".85 Además, resulta obvio que la poco agraciada y prosaica marquesa ocupaba un lugar central en las fantasías sexuales de su esposo. La atracción erótica que ejercía sobre el marqués está descrita en un diario que él empezó a escribir al iniciar su pena en la cárcel, el "Almanach Illusoire", en el que registraba con toda fidelidad sus masturbaciones. Muchos de estos episodios, por no decir prácticamente todos, estaban incitados por el recuerdo cariñoso de su esposa,86 para quien inventó el nombre erótico en clave de "Helène" (en tales escritos él se apodaba "Moise"). En el tercer año de su encarcelamiento en Vincennes, las cartas del marqués expresaban con mayor vehemencia el deseo que sentía por su mujer. Oh, ¿cuándo lo visitaría?, le escribía. ¿Se percataba de que lo ponía "más caliente que el infierno"87 permanecer tanto tiempo sin "medida" (presumiblemente uno de los eufemismos de la pareja para referirse al acto sexual)? Él le pidió que le 400

mandara una manga de uno de sus vestidos. Pélagie, en otro tiempo tan mojigata, le envió partes de un traje de tafetán; había adquirido la suficiente experiencia para comprender que la petición de su esposo guardaba relación con sus prácticas onanistas. Éste no es ni mucho menos el único ejemplo de la sorprendente explicitud sexual que contiene la correspondencia de los Sade; pone de manifiesto una franqueza marital poco común en cualquier época de la historia y en cualquier clase social. Por ejemplo, en una carta de 1784, que los censores de la prisión quizá le impidieran ver, el marqués ofrecía a su esposa una descripción sorprendentemente sincera de sus orgasmos solitarios. Este curioso documento se conoce como la carta de la "vainilla y la manilla". En sus fantasías eróticas, "vainilla" denota los afrodisíacos y "manilla" el tipo de masturbación concreta que practicaba el marqués. Otra palabra clave es "prestigios", su eufemismo personal para referirse a un consolador. Sé muy bien que la "vainilla" es estimulante y que hay que usar la "manilla" con moderación. Pero, ¡qué le vamos a hacer! Cuando es lo único que tienes... Una hora larga por la mañana dedicada a cinco "manillas" [...], tres más durante al menos media hora por la noche, artísticamente escalonadas. [...]

Al ahondar en lo que parecía ser un aspecto crítico de su sexualidad, su gran dificultad para alcanzar el orgasmo, Sade emplea otras dos palabras clave: "arco" y "flecha", con las que designa los genita1es y el semen respectivamente. No es que el arco no esté lo bastante rígido, oh, no te preocupes, tiene todo lo que hay que tener, pero la flecha no

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quiere salir, y eso me mata porque yo tengo muchas ganas de que salga. Ante la falta de un objeto [sexual], la imaginación marca la trayectoria, lo que no arregla la situación. Y por eso te digo que la vida en prisión es tan mala: puesto que la soledad confiere mayor fuerza a las ideas de uno, las alteraciones que ello conlleva son peores.

El prisionero relata con más detalle el dolor que sufre en las ocasiones en que sí logra eyacular (su alusión evidencia que su esposa fue testigo de sus aventuras sexuales en La Coste o participó en ellas). Cuando [la flecha] ha hendido el aire, es igual que un ataque de epilepsia [...] Y las convulsiones, los espasmos y los dolores, ya viste ejemplos de ellos en La Coste. Su fuerza se ha duplicado, así que ya te lo imaginarás.

Realiza un diagnóstico asombrosamente primitivo del dolor que sufre durante la eyaculación: He intentado analizar la causa de este síndrome y creo que es producto del extremo espesor. Es como si se intentara extraer crema de un frasco demasiado estrecho. Este espesor hincha los vasos y los rasga. Una posible solución sería que la flecha saliese más a menudo. Yo sé que sí, pero no quiere [...] Si al menos tuviera esos otros medios de los que dispongo cuando estoy en libertad [es decir, compañeros sexuales], la flecha sería menos reacia y saldría antes, la crisis de su salida no sería tan violenta, ni tan peligrosa [...] Cuanto menor es la frecuencia con la que sale [la flecha], más se enciende mi imaginación [...] Si la flecha no sale y está constreñida: horrible desvanecimiento; si lo logra: terrible crisis. Y si uno no lo consigue: la mente se va al diablo.

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El marqués declara su intención de buscar ayuda médica en cuanto salga de prisión, ya que está convencido de que padece "un extraño defecto estructural". "Respóndeme si sabes algo de este asunto y ten por seguro que gozas de todo mi afecto",88 se despide de su esposa en esta carta. Sade no parece haber impuesto perversiones más "exóticas" a su esposa que la sodomía, y la idea de que ella tuviera información médica con respecto a sus sumamente complejos problemas sexuales resulta cómica. Una lectura atenta de esta carta nos da a entender que, al igual que la mayoría de sus personajes de ficción, a menudo le costaba alcanzar el orgasmo, y que sin compañía, sólo llegaba a eyacular con un enorme esfuerzo de la imaginación. (Simone de Beauvoir calificó a Sade de "medio impotente".)89 Además, la naturaleza de sus orgasmos, cabe recordar los gritos "fuertes y aterradores" que profirió durante la flagelación de Rose Keller, hace patente que el dolor que dice padecer al llegar al clímax satisfacía sus impulsos masoquistas. En cuanto a la diagnosis de sus orgasmos dolorosos, es probable que el marqués estuviera aquejado de algún caso benigno y sin diagnosticar de enfermedad venérea y no de un "defecto estructural" . En otras cartas de contenido sexual explícito a su esposa queda claro que el tipo de "manilla" que Sade prefería no era una masturbación manual normal y corriente sino la autosodomización llevada a cabo con ciertos objetos. Cuando ya llevaba algunos años en prisión, Sade empezó a acosar a su esposa con peticiones estrafalarias de tales artilugios. Le pidió que supervisara la fabricación de "frascos de bolsillo" o "fundas" en las que pudiera guardar "mapas, grabados y pequeños paisajes que 403

he dibujado con tinta roja"90 (o eso es lo que quería que entendieran las autoridades carcelarias). Se mostraba particularmente quisquilloso con las dimensiones de estos "prestigios", como los llamaba él. Debían medir veinte centímetros de largo por dieciséis centímetros de circunferencia, el tamaño del "auténtico 'prestigio' de Moise",91 es decir, el supuesto tamaño de su órgano sexual erecto. En suma, estos objetos eran consoladores, camuflados como "frascos" o "fundas" para los ojos de los censores de la cárcel, con los que Sade intentaba incrementar los placeres dolorosos que había descrito en su carta de la "vainilla" y la "manilla". Los "prestigios" tenían que estar tallados en la madera más lisa, palisandro o ébano, y debían estar hechos a medida por un ebanista parisiense de renombre, Abraham, quien, aseguró Sade a su esposa, había realizado objetos "de las mismas dimensiones para Su Eminencia el arzobispo de Lyon".92 La marquesa, por una vez, se resistió a satisfacer las fantasías de su esposo. Los artesanos "se reían en [su] cara"93 debido a las dimensiones concretas de los objetos. Se negaban a aceptar sus pedidos, se lamentó ella, y la trataban "como a una loca o una imbécil".94 Algunos le pedían dinero por adelantado, temerosos de que nunca recogiese esos artículos extravagantes. "Te ruego que me dispenses de este mandado; me proporcionarías un gran alivio",95 acabó por rogarle al marqués. Sin embargo, el prisionero era igual de obstinado y exigente con esta clase de peticiones que con sus caprichos gastronómicos y su vestuario coqueto. "Sabes perfectamente que este frasco no sirve para petaca -se quejó de un modelo que devolvió a su esposa-. [...] Es demasiado pequeño." Las quejas continuas de Pélagie sobre este encargo llevaron a su esposo a garabatear comentarios procaces en los márgenes de las cartas que ella 404

le enviaba. En el borde de una misiva en la que Pélagie observaba que un frasco en concreto era demasiado largo para que le cupiera en el bolsillo, el marqués escribió: "No me lo meto en el bolsillo. Me lo meto en otro sitio, donde resulta que es demasiado pequeño".96 Hizo un comentario igual de escabroso cuando, habiéndose retrasado su correspondencia, ella se quejó de que su imaginación se "llenaba de todo tipo de cosas". "Mi culo también",97 anotó el marqués en el margen del papel. Incitado por su habitual manía por los números, Sade registraba en forma obsesiva el número de "introducciones" (al parecer se refería a las masturbaciones sodomíticas, con orgasmo o sin él) que efectuaba con ayuda de sus artilugios. Es difícil saber cuánto rigor hay que atribuir a este ejercicio matemático. Para el l de diciembre de 1780, transcurridos sólo dos años y medio de su reingreso en Vincennes, había anotado seis mil quinientas treinta y seis introducciones. 405

Notas

l Frase atribuida al marqués de Carioccoli, embajador de la corte de Nápoles en la corte francesa. Citada en Pauvert, vol. 2, p.15. 2 Simon Schama, Citizens: A Chronicle of the French Revolution, Vintage Books, Nueva York, 1990, p. 212. 3 Citado en Pauvert, vol. 2, p. 16. 4 Ibíd. 5 Ibíd. 6 François Furet y Mona Ozouf, eds., A Critical Dictionary of the French Revolution, trad. Arthur Goldhammer, Harvard University Press, Cambridge, Mass, 1989, p. 240. 7 Albert Camus, The Rebel, trad. Anthony Bower, Vintage International, Nueva York, 1991, p. 36. 8 Rousset a Gaufridy, 15 de noviembre de 1780. Bourdin, p.160. 9 Rousset a Gaufridy, 21 de octubre de 1780. lbíd., p. 159. 10 Rousset a Sade, 26 de diciembre de 1778. LML, vol. l, p.320. 11 Rousset a Sade, 29 de diciembre de 1778. lbíd., pp. 324325. 12 Mademoiselle de Rousset envió el poema de Sade a Gaufridy en una carta del 1 de enero de 1779. Bourdin, p. 137. Ce sera par les soins touchants D'une amitié sincere et pure Présent divin, que la nature Nous fit pour nous dédommager Ou plutot pour nous alléger Les maux, les chagrins qu'elle donne.

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Dieu charmant dont en vous, ma bonne, Le temple saint elle érigea Souffrez qu 'un culte délicat Aille la seul lui rendre hommage, Et qu'il en reçoive pour gage, Au lieu des myrtes de l'amour Que le plaisir fane en un jour, Cette couronne qu'elle érige A des feux purs et sans prestige.. .

13 Rousset a Sade, 18 de enero de 1779. LML, vol. 1, p. 330. 14 Rousset a Sade, 24 de abril de 1779. Ibíd., p. 338. 15 Muchos de los subrayados de las cartas de Sade a Rousset indican que cita algo de las misivas que ella le enviaba a él. Esta expresión en concreto pone de manifiesto que Rousset y Sade habían hablado abiertamente de las prácticas masturbatorias del marqués. 16 Sade a Rousset, abril de 1779. LML, vol. 1, p. 65. 17 Sade a Rousset, 22 de marzo de 1779. oc, vol. 12, p. 183. 18 Sade a Rousset, citada ampliamente en una carta de Rousset a Sade con fecha del 30 de noviembre de 1778. LML, vol. 1, p. 317. 19 Rousset a Sade, 24 de abril de 1779. Ibíd., p. 339. 20 Sade a Rousset, mayo de 1779. oc, vol. 12, p. 217. 21 Rousset a Gaufridy, 26 de enero de 1779. Bourdin, pp. 138-192. 22 Rousset a Sade, 11 de mayo de 1779. LML, vol. 1, p. 351. 23 Rousset a Gaufridy, 9 de noviembre de 1779. Bourdin, p.149. , 24 Mirabeau, Des lettres de cachet et des prisons d'Etat, Hamburgo, París, 1782, pp. 43-46. (Al igual que muchas obras críticas con el gobierno de esa década, la edición se publicó de forma clandestina en París, bajo un sello extranjero.) En Lely, Vie, pp. 304, se cita un pasaje elocuente del libro. 25 Sade a su esposa, 27 de julio de 1780. De, vol. 12, p.251. 26 Sade a su esposa, 8 de octubre de 1778. Ibíd., p. 167. 27 Mirabeau, Des lettres. Citado en Lely, Vie, p. 306. 28 Sade a su esposa, 21 de mayo de 1781. De, vol. 12, p. 322. 29 Ibíd., p. 325. 30 LML, vol. 3, p. 41.

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Ci-git le geólier de Vincennes, Petit, vilain, cocu, hargneux. Qui fit ses délices des peines Et des larmes des malheureux La terre en connait la réclame. Passant, tu vais tout ici-has: Ne t'informe pas de ton âme, Car ce jean-foutre n' en eut pas.

31 Sade a su esposa, 25 de junio de 1780. oc, vol. 12, p. 245. 32 Lely describe el altercado Sade-Mirabeau de forma elocuente en LML, vol. 2, pp. 47-48. 33 Sade, Juliette, vol. 1, p. 481. 34 Sade a su esposa, 14 de diciembre de 1780. oc, vol. 12, p.258. 35 Sade a su esposa, 22 de marzo de 1779. Ibíd., p. 196. 36 Sade a su esposa, 21 de octubre de 1778. Ibíd., p. 172. 37 Sade a su esposa, 7 de enero de 1779. LML, vol. 3, p. 15. 38 Sade a su esposa, marzo o abril de 1779. oc, vol. 12, p. 198. 39 Los Sade siguieron la muy extendida costumbre de las clases altas francesas, que hasta que sus hijos cumplían seis o siete años solían dejarlos al cuidado de la misma mujer que había sido su nodriza; la gran mayoría de estas mujeres vivía en el campo, donde se consideraba que el aire era más saludable para los niños pequeños. 40 Sade a su esposa, 21 de octubre de 1778. oc, vol. 12, p. 172. 41 Madame de Sade a su esposo, 30 de abril de 1779. LML, vol. 2, p. 193. 42 Madame de Sade a su esposo, 10 de diciembre de 1778. Ibíd. p. 164. 43 Sade a Rousset, enero de 1779. oc, vol. 12, p. 190. 44 Madame de Sade a su esposo, 14 de abril de 1779. LML, vol. 2, p. 189. 45 Ibíd., p. 190. 46 Madame de Sade a su esposo, 16 de febrero de 1778. Ibíd., p.127. 47 Todas las cartas de los hijos de Sade están extraídas de LML, vol. 1, pp. 408-412. 48 La Jeunesse a Sade, 14 de septiembre de 1779. Bibliotheque de l'Arsenal, 12455, fos. 558-563. Citado en Lever, p. 346.

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49 Lely, Vie, p. 317. 50 La Jeunesse a Sade, septiembre de 1779. Ibíd., p. 316. 51 Ibíd., p. 317. 52 Sade a La Jeunesse, 4 de octubre de 1779. oc vol. 12, p.218. 53 Sade a La Jeunesse (Martin Quiros), enero de 1780. Ibíd. p.229. Qui, de Bacchus ou de l'amour Remporte aujourd'hui la victoire? Quoi! de les fêter tour a tour Voulez vous obtenir la gloire?

54 Madame de Sade a Gaufridy, 24 de mayo de 1785. Bourdin, p. 212. 55 Madame de Sade a Gaufridy, 16 de junio de 1785. Ibíd. 56 Sade a su esposa, 17 de febrero de 1779. oc, vol. 12, p. 181. 57 Estoy en deuda con la excelente obra reciente, Laure et Justine, de René de Ceccatty, Editions JC Lattes, París, 1996, pp. 12-29, por la explicación del sueño de Sade sobre Laura. Además, deseo hacer hincapié en lo crucial que ha sido la interpretación que el doctor Sheldon Bach ha hecho de este sueño (en su Narcissistic States and the Therapeutic Process) para mi comprensión de Sade. 58 Sade a su esposa, 3 de julio de 1780. LML, vol, 3, p. 47. 59 Sade a su esposa, septiembre de 1780. Ibíd., p. 60. 60 Sade a su esposa, comienzos de abril de 1781. Ibíd., p.80. 61 Sade a su esposa, febrero de 1783. oc, vol. 12, p. 375. 62 Sade a su esposa, 20 de febrero de 1781. Ibíd., p. 266. 63 Sade a su esposa, 8 de febrero de 1779. Ibíd., p. 174. 64 Sade a su esposa, mayo de 1779. Ibíd., p. 207. 65 Sade a su esposa, 30 de diciembre de 1780. Ibíd., p. 261. 66 Sade a su esposa, octubre de 1781. Ibíd., p. 334. 67 Rousset a Gaufridy, 26 de enero de 1779. Bourdin, p. 139. 68 Ibíd.

69 Con respecto a esta misiva y a toda la correspondencia entre la marquesa y su madre que sigue: Archivos de la Familia Sade. Lever, pp. 352355. Las cartas se intercambiaron entre diciembre de 1778 y febrero de 1779. 409

70 Sade a su esposa, 16 de mayo de 1779. oc, vol. 12, p. 207. 7l Sade a su esposa, 14 de diciembre de 1780. oc, vol. 12, p.258. 72 Sade a su esposa, 9 de mayo de 1779. IML, vol. 1, p. 67. 73 Sade a su esposa, octubre de 1778. IML, vol. 3, p. 154. 74 Sade a su esposa, 18 de marzo de 1783. oc, vol. 12, p. 378. 75 LML, vol. 1, pp. 151-153. 76 Sade a su esposa, 15 de junio de 1783. IML, vol. 3, p. 147. 77 Sade, Juliette, vol. 1, p. 284. 78 Sade, La nouvelle Justine. Pléiade, vol. II, p. 862. 79 Sade a su esposa, 14 de diciembre de 1780. oc, vol. 12, p.256. 80 Ibíd., p. 260. 81 Sade a su esposa, 1782 o 1784. Citado en Pauvert, vol. 2, p.363. 82 Sade a su esposa, 23-24 de noviembre de 1783. oc, vol. 12, pp. 412-417. 83 Sade a su esposa, 14 de octubre de 177 8. Ibíd., 164-165. 84 Madame de Sade a su esposo, 21 de mayo de 1779. IML, vol. 2, p. 193. 85 Sade a su esposa, 1781-1782. Pauvert, vol. 2, pp. 317-318. 86 Véase "L'almanach illusoire de Sade", en IML, vol. 1, p. 283, columna izquierda. 87 Sade a su esposa, mayo de 1779. oc, vol. 12, p. 209. 88 Sade a su esposa, finales de 1784. Ibíd., pp. 449451. 89 Beauvoir, Must we Burn de Sade?, p. 31. 90 Sade a su esposa, julio de 1783. Citado en Pauvert, p. 400. (Este es otro de los innumerables ejemplos en los que este biógrafo no menciona la fuente.) 91 Sade a su esposa, finales de junio de 1781. IML, vol. 3, p. 92. 92 Ibíd. 93 Madame de Sade a su esposo, 30 de septiembre de 1783. LML, vol. 2, p. 336. 94 Ibíd. 95 Madame de Sade a su esposo, 13 de diciembre de 1783. Ibíd., p. 346.

96 La anotación está en una carta de madame de Sade escrita a su esposo el 29 de junio de 1781. IML, vol. 2, p. 283. 97 Comentario realizado en una carta de madame de Sade a su esposo el 9 de septiembre de 1779, IML, vol. 2, p. 215. (Esta anotación se documenta en p. 231, nota 121, del mismo volumen.) 410

19 El esposo celoso

La policía lo tolera todo; lo único que no tolera son los insultos a las putas. Puede cometerse todo tipo de ofensas e infamias, siempre y cuando se respete el culo de las putas: [...] eso es lo que he de intentar en cuanto salga de aquí, procurarme protección policial: tengo el culo como el de una puta, y agradecería que me lo respetaran. CARTA A MADAME DE SADE, 1783

Al final, las autoridades carcelarias transigieron; llegó el día en que permitieron que Donatien y Pélagie se vieran. Las circunstancias de la visita, durante el ansiado día del21 de julio de 1781, no eran las ideales. No se permitió que los esposos se encontraran a solas en la celda del marqués, tal como habían pedido, sino que los enviaron a una sala de la planta baja, donde se hallaba presente un funcionario de prisiones. De todos modos, después de cuatro años y medio, no es difícil imaginar la euforia que sentirían ante tal acontecimiento. Pensemos en los preparativos embellecedores que cualquier esposa realizaría para tal rencuentro, en la elección del atuendo y del peinado, sobre todo teniendo en cuenta que se trataba de la marquesa de Sade, una mujer tan insegura y tan rebosante. de pasión por su esposo. 411

Consideremos, asimismo, los pensamientos del prisionero cuando ve por primera vez a su esposa después de cuatro años y medio, deslumbrante con un vestido blanco muy escotado y el cabello rizado, a la última moda. Mientras yo estoy aquí, muerto de aburrimiento -es probable que pensara él-, ella está ahí fuera disfrutando del mundo, un mundo lleno de posibles rivales. Yo la encuentro atractiva, así que los demás también la encuentran atractiva, por lo tanto ya me es /me va a ser /me ha sido infiel. . Por consiguiente, aunque no disponemos de un relato del encuentro, sabemos que quizá no resultase tan plácido o feliz como Pélagie habría imaginado. Una semana después, recibió una carta de su esposo, la más virulenta que le había escrito jamás, en la que expresaba su ira por la coquetería de su atuendo. Tras quejarse de que iba "vestida como una puta", le informó de que se negaría a verla si volvía a ataviarse de ese modo. Dime, ¿acaso cumplirías tus obligaciones de cuaresma con ese vestido de embaucadora o curandera? Seguro que no, ¿verdad? Bien, pues el mismo sentimiento de veneración que te infunden tus obligaciones de cuaresma debería inspirar tus visitas aquí; dolor y pesar deberían producir, en tu caso, lo que la piedad y el respeto divino producen en otras almas. [...] Si eres una mujer decente, debes complacerme sólo a mí, y la única manera de complacerme es a través del mayor decoro y la modestia más intachable. [...] En suma, exijo que vengas [...] tocada con un sombrero grande [...], sin el menor atisbo de rizos en el cabello, con un moño y sin trenzas; debes llevar el cuello cubierto por completo, no destapado de forma indecente como el otro día, y el color del traje debe ser lo más oscuro posible.1

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La seductora indumentaria de Pélagie dio lugar a una de las polémicas más vehementes del marqués relativa al adulterio de las mujeres e incluso suscitó uno de sus escasos mea culpa. "¡No pierdas la virtud! -arremetió como un predicador fanático-. La virtud es lo único que hace que me avergüence de mis digresiones, sólo la virtud hace que las odie. [...] Todas mis desventuras pueden atribuirse a los ejemplos de vicio que se me han presentado." Donatien se lamentó de lo. maravilloso que le había parecido, después de todas sus tribulaciones, pensar que encontraría la felicidad en los brazos de su leal amiga durante la senectud. ¡Y cuán vil era ésta al privarlo de esa agradable esperanza! Por supuesto, la culpa era de "los monstruos" que la aconsejaban [...] ¡Por Dios, ojalá nunca saliese de la cárcel! ¡Preferiría morir a sufrir las consecuencias de su deshonra! Pélagie se había convertido en el instrumento de su tortura [...] ¡Sí, su demoníaca madre se lo había quitado todo, incluso la devoción de su esposa! "Oh, mi querida y divina amiga, ¡oh! vieja amiga del alma, no, ¡no lograré superado!" . Al leer esta carta, cabe preguntarse si el actor que había en Sade no se limitaba a disfrutar de su nuevo papel, el del esposo celoso y ardiente. Su misiva finalizaba con un tono de abatimiento igual de melodramático: "Sólo tengo derecho a una cosa y ni siquiera el universo completo podría arrebatármela, ¡soy el padre de tus hijos! Quizá serás más transigente, aunque sólo sea por su bien. ¡Si no estás satisfecha conmigo, estoy dispuesto a morir para que así te libres de mí! Pero primero permíteme llorar a tus pies, déjame besar tus rodillas una vez más y escuchar el veredicto de tus propios labios, y entonces moriré feliz". Durante las semanas y meses siguientes, censuraría una y otra vez la traición de su esposa, modularía su 413

dolor en varios tonos de cólera y ternura e incluso identificaría a ciertas personas de quienes sospechaba que eran amantes de Pélagie. Uno de los blancos de su ira fue la marquesa de Villete, pariente de la princesa, afable y culta mujer que era íntima amiga de Voltaire (éste falleció en su casa) y que era conocida en París con el apelativo de "Belle et Bonne", que el filósofo había acuñado pensando en ella. Madame de Villete, trece años más joven que Pélagie, se había casado con un tío de ésta famoso por su homosexualidad y sus ideas progresistas. Se habían hecho amigos de la arruinada Pélagie en época reciente y, con. su hospitalidad característica, la habían invitado a vivir con ellos. Donatien prohibió a Pélagie que aceptara la invitación porque, según él, madame de Villete era una "gran puta" y se asemejaba un tanto "a Safo",2 El marqués ni siquiera quería que su esposa acudiera a la tertulia de la marquesa, frecuentada por muchos librepensadores. La reacción de Pélagie fue tan dócil como de costumbre: "Yo, que sólo vivo [...] por ti, aquí estoy, acusada e insultada [...] No, no es posible que creas lo que escribes".3 "Te aseguro de nuevo que no iré a casa de madame de Villete -le escribió poco días después de su encuentro-. Para evitar que sigas atormentándote de esta manera, buscaré un convento."4 Es probable que el marqués continuara dando rienda suelta a sus coléricos celos puesto que Pélagie volvió a darle su palabra en numerosas ocasiones: "Te prometo que nunca he ido ni iré a casa de Villete -le repitió varias semanas después-, y en breve dejaré este apartamento [...] y me trasladaré a un convento, donde sólo veré a personas que puedan ayudarte, y seguiré así hasta el día de tu puesta en libertad, cuando vuelva a estar contigo para siempre".5 ("Estabais en lo cierto, mademoise414

lle, mi visita ha tenido más consecuencias negativas que positivas",6 escribió Pélagie a Milli de Rousset poco después del encuentro con su esposo; asimismo, le contó que Donatien también la había acusado de estar embarazada a consecuencia de una relación ilícita.) Otro blanco de los celos del marqués, igualmente absurdo, era un joven de Provenza de orígenes modestos llamado Lefèvre. El abad de Sade le había enseñado a leer y a escribir mientras le. prestaba sus servicios como ayuda de cámara, y más adelante había trabajado como secretario del marqués. La única ocasión en la que Pélagie nombró en su correspondencia al joven fue cuando éste compró varios libros para Donatien. A petición del artista, Pélagie envió al preso un pequeño retrato que mademoiselle de Rousset había realizado de Lefèvre. El marqués describió a su supuesto rival como "un campesino de la especie más vil a cuyo padre yo daba limosna", destrozó el retrato y lo adjuntó a una carta, escrita con su propia sangre, en la que anotó varias obscenidades, como el tamaño del pene de su presunto rival. "Así es como [...] hay que tratar a este tipo de gentuza -despotricó en la carta a su esposa- cuando olvida el respeto que debe a su señor, y así es como espero tratado.'" (Algunas décadas después, Lefèvre llegaría a ser subprefecto de la ciudad de Verdún y publicaría un estudio sobre la elocuencia.) Durante el siguiente invierno, los celos del marqués remitieron. "Han bastado seis visitas para demostrar que mis impresiones eran infundadas escribió a Pélagie al año siguiente-. Sé que te indignaron, por lo que jamás volveré a albergar tales fantasías. Sé de sobra cómo apreciar a quienes quiero."8 Así, Pélagie tuvo la satisfacción 415

de que su esposo se disculpara de sus desvaríos. "La única venganza que me reservo consiste en tirarte de las orejas en cuanto estés libre -le escribió con regocijo- y en obligarte a reconocer, ante un tribunal [...] que todas tus impresiones eran disparatadas."9 Sin lugar a dudas, los ataques de celos del marqués eran fruto de la paranoia relativa a su suegra, de quien siempre sospechó (no sin razón) que hacía todo lo posible por distanciarlo de su esposa. "No pasa un mes sin que sueñe [...] lo mismo -había escrito a Pélagie poco después del encuentro-. Te veo mucho más vieja que la última vez que estuvimos juntos, ocultándome en todo momento un secreto que no quieres revelarme, y siempre infiel conmigo, en el sentido más amplio de la palabra, a instancias de tu madre. Debo de haber tenido este sueño unas quinientas veces."10 Los celos de Sade se veían agravados por su concepción tradicional de la vida familiar. Su idea de los vínculos maritales era diametralmente opuesta a la salvaje anarquía sexual que había aclamado en sus escritos y perseguido en la vida. En las cartas que envió a su esposa y a mademoiselle de Rousset, predicaba que el hombre debe ocultar sus deslices "de la opinión pública y; sobre todo, de sus hijos [...] y su esposa, [quien] jamás debe dudar de él. Debe cumplir con sus deberes para con ella de todas las maneras posibles".11 (Obviamente, Sade desea hacer hincapié en las obligaciones del sexo conyugal, del que pareció disfrutar tanto como de sus perversas correrías.) Donatien se jactaba de que jamás había cometido adulterio con una mujer casada: "Por cada doce muchachas [...] que he intentado seducir escribió a Rousset-, no encontraréis a más de tres mujeres casadas" .12 Donatien, tan inmerso como sus coetáneos en la rígida doble moral sexual, se mostraba cada vez más iracundo ante el 416

concepto del adulterio femenino: "La infidelidad de las mujeres [...] tiene consecuencias tan nefastas que jamás he sido capaz de tolerarla".13 La actitud posesiva del marqués originó un cambio radical en la vida de su esposa, un cambio que afectaría en gran medida a su matrimonio. Con el fin de evitar que su esposo se "atormentase", Pélagie decidió abandonar el pequeño apartamento de Marais donde había vivido durante el último año e instalarse de nuevo en una comunidad monástica. "Voy a acabar con todo de una vez yéndome a vivir a un convento", 14 explicó a mademoiselle de Rousset. Desde la Edad Media, varios miles de mujeres de abolengo que se veían obligadas a vivir solas -solteras y viudas, esposas abandonadas, mujeres que, como la madre del marqués, renegaban de la vida familiar o que, como Pélagie, eran pobreshabían decidido alojarse en los conventos parisienses. Dado que la iglesia poseía un veinte por ciento de los bienes raíces de París, existían numerosos establecimientos de esta índole que ofrecían una amplia variedad de dependencias, que iban desde lo más sencillo hasta lo más fastuoso. (La costumbre de alquilar habitaciones en los conventos perduraría hasta bien entrado el siglo XIX; la madre de George Sand residía en un convento y madame Récamier, el icono más importante de la moda durante los años que siguieron a la revolución, organizó su último salón en la habitación de un convento.) En la década de 1780, París se jactaba de albergar unas doscientas comunidades religiosas, que ocupaban unos tres mil edificios. Las cartas de Pélagie indican que, en un principio, había intentado unirse a un grupo de monjas carmelitas llamadas Anglaises porque oraban con el fin de que Gran Bretaña se convirtiese, pero eran muy 417

conocidas y no tenían lugar para ella. Pélagie entonces se conformó con el convento de Sainte:Aure, situado en la hoy llamada Rue Tournefort, en el quinto arrondissement. Como la mayor parte de los establecimientos de este tipo, también se utilizaba como escuela para las más jóvenes. SainteAure, regentado por monjas agustinas, era, al parecer, una comunidad especialmente devota. Aparte de desempeñar su función de educadoras, las monjas -cuyo nombre oficial era elt de Perpetuas Adoradoras del Sagrado Corazón de Jesús- también se entregaban al culto diario del Santísimo Sacramento. En Sainte-Aure, Pélagie ocupó primero dos pequeñas habitaciones en el segundo piso del convento, junto a la panadería. Su compañera más cercana era la viuda de un comerciante, "locuaz, afable y de buenas maneras". A las "huéspedes" como Pélagie y sus compañeras no se les exigía que hiciesen los votos, pero tenían que participar en los oficios religiosos de las monjas, y Pélagie afirmaría que en Sainte-Aure había que asistir "con asiduidad al coro". Las comodidades del convento eran sumamente reducidas y los alimentos "apenas bastaban para no morir de hambre". Por la comida y el alojamiento, que incluía los cuchitriles que hacían las veces de dependencias de La Jeunesse y su doncella, Pélagie pagaba unas quinientas libras anuales, aproximadamente la mitad de lo que le costaba la comida y el alojamiento de Sade en Vincennes, sin contar todas las exquisiteces y los artículos de tocador que le enviaba. Pélagie estaba tan escasa de fondos que se vio obligada a vender las hebillas de plata de sus zapatos, una preciada posesión en aquel entonces, por las que recibió mil libras. Resulta obvio que el marqués no se percataba de los sacrificios que su esposa realizaba para llegar a fin de mes. De hecho, se encolerizaba cada vez que Pélagie le men418

cionaba cualquiera de los numerosos desastres económicos que tenían que afrontar en La Coste y en otros lugares. Como respuesta a uno de sus mensajes de socorro, Donatien le aseguró en un tono de alegre despreocupación que su familia sobreviviría perfectamente incluso en el hipotético caso de que sus castillos quedasen "reducidos a cenizas y alguien hurtase sus bienes materiales". Su solución residía en ganarse la vida en el mundo del teatro. "Una cosa menos por la que preocuparse... Iré a Prusia a escribir comedias -bromeó-, y tú tocarás la guitarra. Así saldremos adelante, los cinco."15 Aunque en un principio Pélagie pareció burlarse de la ferviente piedad profesada en SainteAure, con el tiempo este fervor acabó por gustarle y comenzó a adoptar una actitud religiosa hacia su sufrimiento: de ese modo mejoraría su alma. "Con un poco de devoción, sería una criatura perfecta", había escrito a Milli de Rousset en 1781, poco después de que su amiga regresara a Provenza. El estoicismo fue fundamental para Pélagie dado que la suerte no le sonrió en el nuevo entorno. Durante el primer año que pasó allí, tanto ella como La Jeunesse se enfermaban constantemente. Además, poco después de que se trasladara a SainteAure, su pequeño apartamento fue derribado con el fin de construir celdas para otras monjas. Pélagie tuvo que alojarse "en un agujero en la pared del desván" y recibir a los invitados en la sala común, situación que consideró bastante irónica ya que poseía "tres castillos, que están deteriorándose debido a la falta de ocupantes".16 Aun así, Pélagie adoraba el convento. Su aislamiento encajaba a la perfección con su tendencia a la reclusión que, además, su esposo apoyaba con firmeza. "Aceptaría sufrir miles de incomodidades peores si a mi esposo se le concediera la libertad",17 comentó refiriéndose a sus míseras dependencias. 419

Uno puede volverse piadoso por hipocresía, por convicción o por ósmosis. La renovada fe de Pélagie respondía al último tipo: asimiló el aura de las monjas con quienes vivía. Paradójicamente, Sade, el apóstata por excelencia, contribuyó a su creciente devoción al pedirle que mantuviera cada vez menos contacto con el mundo. "¡Ante todo, ama a Dios y huye de los hombres!18 -clamó-. Quédate en tu habitación -le ordenó- y, con la autoridad que un esposo tiene sobre su mujer, te prohíbo terminantemente que salgas de ella."19 Este comentario constituye otro ejemplo del delirio retórico de Sade. En realidad, deseaba que su esposa abandonase el convento el mayor número de veces posible para visitarlo, que recorriese París satisfaciendo sus caprichos y se ocupase de sus necesidades. La ironía reside en el hecho de que el marqués minó su propia lucha por la libertad al aislar a Pélagie, ya que la privó de todo posible contacto con la estructura del poder de París. Su prohibición de que Pélagie visitase a los marqueses de Villete, por ejemplo, impidió que su esposa se relacionase con personas progresistas e influyentes que, tal y como demuestra su amistad con el siempre combativo Voltaire, luchaban constantemente por las "buenas causas". En la década de 1780, las ideas progresistas eran de lo más chic, y Villete era un hombre que habría firmado gustoso diez peticiones semanales para poner en libertad a cualquier delincuente habitual. Estos coetáneos del marqués habrían ayudado en gran medida a los Sade si Donatien no se hubiera mostrado tan intratable. Sin embargo, el marqués no era un ciudadano común. "Mátame o acéptame como soy -estas palabras podrían haber sido su epitafio- porque jamás cambiaré."20 420

Mientras Sade montaba en cólera por las supuestas infidelidades de su esposa, la única persona capaz de reconciliarlos, Milli de Rousset, se aproximaba al fin de sus días. Mademoiselle de Rousset había regresado a Provenza en la primavera de 1781 y poco después reanudó, tras un período de dos años de silencio, su correspondencia con Sade. Pasó varios meses en Aviñón, intentando recobrar la salud, que comenzaba a sufrir los estragos de la tuberculosis. Prosiguió hasta La Coste, donde se alojó en la casa del coadjutor del pueblo, el padre Testaniere, y poco después se dirigió al château del marqués. Una vez allí, se topó con un estado de anarquía característico de las propiedades de muchos nobles franceses durante la década que precedió a la revolución: un segmento cada vez más numeroso de la población comenzaba a desafiar los privilegios señoriales y se dedicaba a cazar en las tierras de los aristócratas y a saquear los bosques y las casas.. En La Coste, una comunidad remota y perseguida en muchas ocasiones, cuya raíces protestantes tendían a fomentar la rebeldía de sus habitantes, la situación parecía ser más crítica incluso que en el norte de Francia. "Cualquier loco podría matarme en la cama"/I escribió mademoiselle de Rousset a Gaufridy en 1782 cuando, a instancias de los Sade, se trasladó al castillo para protegerlo de otras posibles incursiones vandálicas. Todos los antiguos vasallos y sirvientes del marqués, como Sambuc, el guardián de la finca, se habían tornado muy "impertinentes", se lamentaba Rousset. Gothon, enamorada de un carpintero de la zona durante los últimos años, desatendía la mayor parte de sus obligaciones como ama de llaves. ("El amor nos hace cometer tantas tonterías –co421

mentó Milli sobre la pasión de Gothon-, que me alegro mucho de vivir exenta de é1.") La suciedad que había en la cocina de los Sade, se quejaba Milli, "haría vomitar a treinta y seis gatos". Varios cazadores procedentes de Ménerbes y Bonnieux comenzaron a allanar La Coste; una de las granjas del marqués fue incendiada, robaron las uvas y talaron decenas de sus preciados árboles frutales. Milli tenía la sensación de que "los demonios se habían apoderado de la casa" y de que vivía "entre lobos enfurecidos". El ruinoso estado de La Coste contribuyó a aumentar la dureza de los meses de invierno. En el chàteau abandonado, las paredes empezaban a derrumbarse y las tejas y grandes trozos del yeso del techo caían con la misma regularidad con que tañen las campanas de la iglesia".22 Una piedra de unos quince kilos de peso se cayó y por poco le aplastó las piernas a Milli. La chimenea de su habitación se desmoronó por la fuerza de los vientos. Su tuberculosis empeoró, por lo que comenzó a escupir sangre cada vez más a menudo. . Tras reanudar su correspondencia con Milli, en enero de 1782 Sade envió a mademoiselle de Rousset una larga y reflexiva carta de Año Nuevo que tituló "Étrennes Philosophiques" ("Un regalo filosófico de Año Nuevo"). Con la intención de ganarse de nuevo su amistad, explicaba con más lirismo del habitual la injusticia de su suplicio y la filosofía de carácter pacifista anarquista que estaba desarrollando en prisión. Dondequiera que estéis, mademoiselle -cerca o lejos, entre los turcos o los galileos, con los monjes o los cómicos, los carceleros o las personas honestas, los calculadores o los filósofos-, no pasaré por alto la renovación anual de los sagrados deberes impuestos por los vínculos de la amistad, por lo que, según una an-

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tigua costumbre y con vuestro beneplácito, me entregaré a varias reflexiones filosóficas derivadas de la experiencia más personal. [...] Vos, que condenáis a los seres humanos a la horca por actos que en el Congo se ven recompensados con coronas [...] abandonad vuestra falsa astucia [...], deleitaos, amiga mía, deleitaos y no juzguéis. [...] Sabed que, con el propósito de que vuestros semejantes sean felices, se sientan atendidos, ayudados y amados, la naturaleza os ha colocado entre ellos, no para juzgarlos o castigarlos, ni mucho menos para encerrarlos. Si os placen estas reflexiones, mademoiselle, tendré la satisfacción de enviaros más, junto con mis mejores deseos de Año Nuevo. [...] Desde el gallinero de Vincennes, a 26 de enero, tras cincuenta y nueve meses y medio de extorsión sin el menor resultado [...].23

Por muy elegante que fuera la prosa del marqués, no le resultaría tan sencillo reconquistar a mademoiselle de Rousset. Su réplica fue del todo mordaz: "No somos Demócrito, Heráclito ni Séneca -escribió a su antiguo amigo, arremetiendo con especial dureza contra su relativismo moral-. Somos franceses.[...] Nuestras leyes, costumbres y prácticas están estructuradas tal y como las conocemos, no como las deseamos. Las coronas se confieren en el Congo según el concepto que [este pueblo] tiene de lo hermoso, lo glorioso y lo justo. En París, la muerte en la horca es la recompensa que se otorga a cualquier transgresor de la ley lo bastante loco como para creer que vive en el Congo".24 El enfriamiento de los sentimientos de Rousset hacia Sade se debía, en parte, a que ella había descubierto 423

la faceta más oscura del pasado de su amigo. Antes de partir de París, Milli leyó un fragmento de un expediente policial sobre Sade que le proporcionó más detalles relativos a la naturaleza de sus delitos, como la apostasía cometida con la prostituta hacía dieciséis años, los pormenores del "episodio de las niñas" en La Coste, y comenzó a entender el porqué de su encarcelamiento. "Madame de Montreuil no es tan culpable como parece -escribió a Gaufridy-.25 Se llevaron a cabo transgresiones muy graves, lo que me hace temer que el cautiverio llegue a ser muy largo."26 Mademoiselle de Rousset también criticó al marqués por mermar los escasos fondos de su esposa con sus dispensiosas peticiones de víveres, libros y cosméticos. El coste de sus encargos quincenales, calculó Milli, ascendía a unas dos mil libras anuales. También criticaba a Pélagie por satisfacer los caprichos de su esposo. "Me habría ahorrado millones de molestias si hubiera tenido un poco más de educación, grandeza de alma o esa delicadeza de sentimientos que otorga la primogenitura [...] Hay personas con una mentalidad tan barroca que inspiran más pena que ira. "27 La fascinación de los Sade sobre Milli de Rousset se había debilitado. El hecho de poner a prueba la compasión de la "santa" fue lo que hizo que continuara preocupándose por sus problemas y haciendo cuanto estaba en su mano para facilitarles la vida. Rousset se mantuvo muy leal a Gothon, por ejemplo, durante su última enfermedad. Gothon había contraído la fiebre puerperal después de dar a luz al niño que había concebido con su amante (se habían casado unos meses antes de que naciera la criatura). Falleció en octubre de 1781, seis días después del parto. Milli había permanecido junto a Gothon durante el desarrollo de la 424

enfermedad. A Sade le afectó sobremanera la muerte de Gothon. Saldó todas sus deudas y corrió con los gastos del bautismo del niño y de una misa funeraria en memoria de ella. En una carta que escribió a Rousset, Sade compuso un homenaje a Gothon en el que elogiaba la devoción de la joven mujer y afirmaba que el momento en el que "se nos informa de la muerte de nuestros leales vasallos" constituye un doloroso recordatorio de nuestra propia mortalidad. A pesar de la incesante elocuencia de su amigo, Milli de Rousset se negó una vez más a reavivar su platónica pasión por Sade. Quizás esta valiente soltera, a quien tanto habían obsesionado la opresión de las mujeres y los misterios del amor, estuviese demasiado cansada o demasiado enferma. En un tono formal, Milli se limitó a responder a Sade que sentía "un gran deseo por ver [...] y besar"28 al marqués. Al año siguiente, Sade intentó de nuevo resucitar la amistad de Milli con una misiva lírica. Esta carta en concreto, escrita en parte en verso, comenzaba con la descripción de la campana de una iglesia cercana a Vincennes, que emitía "un ruido de mil demonios". A continuación expresaba, en prosa y verso melodiosos y lastimeros, las desilusiones y tentaciones que sufrían los prisioneros: Un prisionero siempre se toma todo a pecho e imagina que todo cuanto se hace tiene que ver con él, que todo cuanto se dice se dice con intención; me obsesionaba la idea de que la maldita campana me hablaba y me decía con absoluta claridad: Te compadezco, te compadezco, tu único final sólo podrá ser el polvo, el polvo.

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Me incorporé de la silla en un estado de ira inenarrable, deseando matar al campanero y entonces me percaté de que el camino de la venganza todavía estaba cerrado. Volví a sentarme, tomé la pluma, pensé que debía responder a esa gentuza con el mismo tono [...] y dije: Al placer y a la dicha tendréis que renunciar, mi corazón, mi corazón Frailes, monjes, aplacan el dolor del corazón, Con manos temblorosas, temblorosas Pero aquí, ¡cuántos problemas! La única mano divina es la mía, la mía Venid, os lo ruego, venid y con vuestro coño afrontad, afrontad mi pena La mitad de mí, la mitad de mí se torna, tan lastimera, en Tántalo, en Tántalo ¡Ah, qué destino, qué destino! Todo es demasiado duro...

me muero, me muero El trigo fenece cuando no se atiende Al menos venid y alimentad la semilla, la semilla

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¡Qué martirio, qué martirio debe uno sufrir y aceptar sin descansar, sin descansar!

Las frases finales de la misiva recuperan el tono erótico de las primeras cartas entre Sade y Rousset: Adieu, hermoso ángel, pensad en mi cuando estéis entre dos sábanas, con los muslos separados y vuestra mano derecha ocupada [...] buscando pulgas. Recordad que [...] la otra mano también debe estar activa, de lo contrario sólo se obtiene la mitad de placer.29

El poema del marqués resulta sorprendentemente experimental para su época, precursor de Verlaine en sus ritmos lánguidos y su extraña mezcla de sentimentalismo y audacia libertina. Un fragmento del poema en francés reza así: Je te plains - je te plains il n'est plus pour toi de fins qu'en poudre, qu'en poudre De plaisir, de jouir il faut donc vous désaisir mon âme, mon âme Capucin, capucin rencontre au moins, une main qui b... - qui b...'" Mais ici - quel souci pour tout bien j'ai dieu merci la mienne, la mienne

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No existe indicio alguno de que Rousset contestase a esta renovada expresión de afecto por parte de Sade. Por aquel entonces, ya estaba demasiado enferma. Al otoño siguiente, el crudo viento del norte de Provenza, el mistral, agravó aún más sus dolores en el pecho. Sola en la derruida y gélida casa, de la que había continuado ocupándose, vagaba de habitación en habitación, lastimosamente delgada, arrastrada "como una pluma" por el brutal viento, y dormía en el suelo de la cocina para evitar el frío glacial. La actitud de la marquesa de Sade para con esta brillante y culta mujer debió de ser compleja:. En cierta ocasión, Pélagie se definió a sí misma como "una criatura patética, que escribe con humildad y piensa de manera prosaica",31 dando a entender que sus sentimientos hacia su amiga estaban teñidos de un marcado complejo de inferioridad. Aun así, las dos mujeres habían permanecido unidas gracias a la lealtad que profesaban al marqués y, a medida que la salud de Milli se deterioraba, Pélagie comenzó a preocuparse más que nunca por ella. Le rogó que contratara a una sirvienta que la ayudase en La Coste, al tiempo que le aseguraba que "toda la gratitud y aprecio"32 que, ella y el marqués le debían eran impagables. En cuanto a la actitud de la propia Rousset hacia su enfermedad, era bastante indiferente y, como de costumbre, la expresaba con ironía: "Si fuese británica, me pegaría un tiro en la cabeza. Como soy francesa... temo a la muerte"33 escribió a Gaufridy. Cabe preguntarse qué la indujo a quedarse en la penumbra de la deteriorada casa. ¿Su pobreza? ¿La intensidad de su exigente devoción? ¿O acaso la motivaba el rasgo más sorprendente de su carácter, su insaciable curiosidad por la naturaleza del amor? Es fácil imaginársela, vela en mano, revolviendo 428

en todos los cajones y baúles secretos que Sade le había permitido abrir sólo a ella, inclinándose sobre los documentos que el inspector Marais había buscado en vano. Quizás intentaba encontrar el secreto de esa desconcertante fuerza humana que nunca había experimentado: la pasión sexual. Milli de Rousset falleció a principios de 1784, sola, del mismo modo que había vivido. Murió un día después de su cuadragésimo cumpleaños. "Pocas personas conocieron la belleza de su alma",34 escribiría Pélagie tras su muerte.\ Pélagie ocultaba con sumo cuidado a Sade toda información perturbadora, por lo que es probable que él no se enterase de que Milli había fallecido hasta su puesta en libertad, ocho años después. Tras un año sin recibir noticias de Milli, a quien de cuando en cuando enviaba recuerdos a través de su esposa, Sade parece haberse resignado a su silencio. Durante los años que siguieron, Sade tampoco sabría de la muerte de otra mujer a quien había amado, su cuñada mademoiselle de Launay. Todavía soltera, había fallecido el 13 de mayo de 1781 a consecuencia de una complicación de la viruela debida a una infección abdominal, probablemente peritonitis. Madame de Montreuil tardó mucho tiempo en reponerse del desconsuelo. La muerte de mademoiselle de Rousset acaeció poco antes de un trascendental y nuevo suceso en la vida de Sade. El 29 de febrero de 1784, a las nueve de la noche, sacaron a Donatien a rastras de su celda de Vincennes, "tan desnudo como mi madre me trajo al mundo",35 o eso aseguraría, y lo trasladaron a una prisión real igual de conocida, la Bastilla. La fecha de su traslado supuso una coincidencia, cuando menos, asombrosa: tres años antes, en la primavera de 1781, había calculado que, según 429 .

sus "señales", permanecería en Vincennes hasta el 29 de febrero de 1784. El traslado de Sade no respondía a motivos políticos. La fortaleza de Vmcennes sería demolida en breve, y en 1784, aparte de Sade, sólo quedaban otros dos prisioneros en la prisión, un tal conde de Solages, a quien su familia también había encarcelado mediante una lettre de cachet, y un tal conde de Whyte de Malleville, declarado demente. Si bien Sade .se había quejado amargamente de Vincennes, protestó a voz en grito contra su traslado y alegó que ya se había acostumbrado a su anterior morada. Expresó su furia a Pélagie en la primera carta que escribió desde la Bastilla: Treinta y cuatro meses después [...] tras solicitar que me dejaran tranquilo donde estaba, por muy mal que me tratasen allí [...] treinta y cuatro meses después [...] me trasladan a la fuerza, sin previo aviso, en el mayor de los secretos y en una clandestinidad rayana en lo burlesco... ¿para llevarme adónde? A una prisión en la que estoy mil veces peor y mil veces más oprimido que en el lugar donde estaba antes. Sean cuales fueren las odiosas mentiras que encubren estas sombrías actividades, admitirás, madame, que resulta lógico que semejantes procedimientos me hagan montar en cólera contra vuestra infame familia. Estoy en una habitación la mitad de pequeña que la anterior. [...] ¡Me tratan a punta de bayoneta, como si hubiera intentado derrocar a Luis XVI! ¡Bien! Mi queridísima y ante todo franca esposa, ¡con cuánta picardía me engañaste al prometerme [...] que irías a buscarme [a Vincennes] y que saldría de la prisión como un hombre libre y vería a mis hijos! ¿Acaso existirá algún mentiroso más vil y repugnante que tú?36

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Notas 1 Sade a su esposa, julio-septiembre de 1781. oc, vol. 12, p.327. 2 Sade a su esposa, 1781. Lely, Vie, p. 341. 3 Madame de Sade a su esposo, agosto de 1781. Ibíd., p. 348. 4 Madame de Sade a su esposo, 24 de julio de 1781. LML, vol. 2, p. 293. 5 Madame de Sade a su esposo, 8 de agosto de 1781. Ibíd., p.297. 6 Madame de Sade a Rousset, 18 de agosto de 1781. Bourdin, p. 173. 7 Lely, Vie, p. 347. 8 Sade a su esposa, junio de 1782. oc, vol. 12, p. 360. 9 Madame de Sade a su esposo, 21 de julio de 1782. LML, vol. 2, p. 289. 10 Sade a su esposa, 22 de enero de 1781. LML, vol. 3, p. 71. 11 Sade a su esposa, 1782. De, vol. 12, p. 372. 12 Sade a Rousset, 17 de abril de 1782. Ibíd., p. 351. 13 Ibíd. 14 Madame de Sade a Rousset. Bourdin, p. 172. 15 Sade a su esposa, junio de 1782. OC, vol. 12, p. 361. 16 Madame de Sade a Gaufridy, 12 de septiembre de 1784. Bourdin, p. 206. 17 Ibíd. 18 Sade a su esposa, 8 de agosto de 1787. LML, vol. I, p. 114. 19 Sade a su esposa, 20 de febrero de 1784. LML, vol. 3,p.182. 20 Sade a su esposa, finales de noviembre de 1783. De, vol. 12, p. 419. 431

21 Rousset a Gaufridy, 6 de septiembre de 1782. Bourdin, p.188. 22 Rousset a Gaufridy, 2 de enero de 1782. Bourdin, p. 189. 23 Sade a Rousset, 26 de enero de 1782. Ibíd., p. 181. 24 Rousset a Sade, 22 de marzo de 1782. IML, vol. 1, pp. 359-360. 25 Rousset a Gaufridy, 21 de octubre de 1780. Bourdin,p.159. 26 Rousset a Gaufridy, 23 de octubre de 1780. Ibíd., p. 161. 27 Rousset a Gaufridy, 21 de octubre de 1780. Ibíd., p. 159. 28 Rousset a Sade, junio de 1782. IML, vol. 1, p. 367. 29 Sade a Rousset, mayo de 1783, oc, vol. 12, p. 387. (Una vez más, mi agradecimiento a Cleve Gray por su traducción de este poema especialmente complejo.) 30 La elipsis corresponde al verbo branler, "masturbarse". 31 Madame de Sade a Rousset, sin fechar, probablemente finales de 1782. Bourdin, p. 185. 32 Madame de Sade a Rousset, 7 de febrero de 1783. Ibíd., p. 196. . . 33 Rousset a Gaufridy, 1783. Ibíd., p. 194. 34 Madame de Sade a Gaufridy, 14 de julio de 1784. Ibíd., p.198. 35 Sade a su esposa, 8 de marzo de 1784. oc, vol. 12, p. 433. 36 Ibíd. 432

20 La torre de la libertad: 1784-1789

¿Qué derecho tiene esta multitud de sanguijuelas que se alimenta de las desgracias de las personas y [...] provoca que esa lastimosa clase -cuyo único error consiste en ser débil y pobre- pierda el honor o la vida [...]; qué derecho, pregunto, tienen semejantes monstruos a exigir virtud? [...] Los veo sacrificar a miles de súbditos del rey con el fin de satisfacer su avaricia, su ambición, su orgullo, su codicia, su lujuria. [...] ¿De dónde procede su inmunidad? ¿Cómo expiarán sus infamias? CARTA A MILI DE ROUSSET, 1783

Resulta irónico que, en la historia de Francia, la década de 1780 constituyera el período más reformista del siglo. El liberalismo se había puesto de moda, en parte debido a que la anglomanía que se desató bajo el reinado de Luis XV conllevaba una admiración por la monarquía constitucional. Muchos miembros influyentes de la nobleza participaron en lo que algunos historiadores han denominado "el masoquismo colectivo de la aristocracia francesa"l entrégandose a las causas progresistas. Entre ellos se encontraban el marqués de Lafayette, el vizconde de Beauharnais, el vizconde de Noailles, el du433

que de Broglie, los parientes de Donatien, el conde de Mirabeau y el conde de Clermont-Tonnerre, el pariente de madame de Sade, el marqués de Villette, y el primo hermano de Luis XVI, Felipe, duque de Orleans. Para estos reformistas, una de las mayores prioridades era cambiar la legislación carcelaria. Desde la década de 1770 se había producido una gran agitación contra la institución de las lettres de cachet, que apenas se emplearon a partir de 1780 y fueron declaradas ilegales por el parlamento de París en 1788 (Sade no pudo aprovecharse de esta decisión por apenas unos años). Debido a la presión de sus coetáneos aristócratas, el barón de Breteuil, ministro de la Casa Real (cargo que lo hacía responsable del funcionamiento de las prisiones reales), acometió la tarea de revisar, durante los últimos meses de 1783, todos y cada uno de los casos de los prisioneros que permanecían encarcelados debido a las lettres de cachet. Louis-Auguste Le Tonnelier de Breteuil, hombre pragmático y taimado que había trabajado duro para convertirse en uno de los consejeros más leales de María Antonieta, era reaccionario por naturaleza; sin embargo, en ciertas ocasiones respaldaba medidas progresistas para no perder popularidad entre sus iguales. Lo elogiaron, por ejemplo, por poner en libertad al aventurero y escritor de memorias Latude, a quien habían encarcelado por escribir cartas amenazadoras a madame de Pompadour. El movimiento partidario de la reforma carcelaria se había vuelto tan poderoso que, aunque Latude había protagonizado una serie de evasiones sensacionales durante sus veintiocho años de encarcelamiento, al recobrar la libertad se convirtió en un héroe nacional y gozó de una pensión estatal. Los principios en que Breteuil se basaba para poner en libertad a los prisioneros encarcelados a consecuencia 434 .

de las lettres de cachet eran, a grandes rasgos, los siguientes: las únicas personas a quienes se debía condenar a cadena perpetua incondicional eran los locos de remate. Quienes se hallaban encarcelados por un "libertinaje excesivo" -transgresiones bastante menos graves que las de Sade- debían recibir un trato indulgente y ser puestos en libertad tras dos o tres años de prisión. La liberación de aquellos que hubieran cometido actos depravados similares a los de Sade, ,o cualquier otro delito que amenazara la "seguridad pública", dependía sobre todo, según Breteuil, de su "estado de arrepentimiento" y de "su resolución explícita [...] sobre el empleo que harían de su libertad, en el caso de que les fuera restituida".2 Teniendo presentes estas condiciones, Breteuil acudió a la celda de Sade el 7 de diciembre de 1783 a fin de decidir si el famoso libertino merecía o no quedar en libertad. Lo acompañaba un viejo conocido de Sade, monsieur Le Noir (a quien el marqués en sus cartas llamaba "jodido paleto" y "archiprotector de los burdeles de París"), quien estaba a punto de retirarse como teniente general de la policía francesa. No existen informes del encuentro, pero no habría sido propio de Sade mostrarse complaciente o cortés. Habría que ponerse en el lugar del prudente Breteuil, quien, tras leer la abundante correspondencia de Sade que habían interceptado los censores de la prisión, tenía que decidir si el prisionero daba señales del "arrepentimiento" y la "resolución" de mejorar necesarios para su puesta en libertad. ¿Qué habría opinado Breteuil, por ejemplo, de los siguientes fragmentos relativos a la inutilidad de los castigos impuestos al prisionero? Si mi libertad dependiera de mis principios o de mis inclinaciones [...] sacrificaría miles de vidas y miles de

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libertades. [...] Me aferro a esas inclinaciones y principios hasta el extremo del fanatismo. [...] La horca sería mi destino, pero yo no cambiaría de parecer.3 Lo único que lográis es calentarme la sangre y la imaginación, incitarme a insultar a mi familia y desear su muerte. [...] Este rigor resulta del todo inútil ya que, incluso en el momento de la agonía más terrible, clamaré que nada en el mundo puede cambiar mis hábitos o mi forma de pensar.4 Al constreñirme a una brutal abstinencia de los pecados de la carne [...] me has obligado a concebir fantasías que tendré que satisfacer. [...] Cuando un caballo es demasiado impetuoso, hay que dejar que galope cuanto quiera y no encerrarlo en una caballeriza.5

Más provocador es este pasaje: Bien, no cabe duda de que esta carta servirá para prolongar mi condena, ¿no es cierto? Puedes decir a esos "prolongadores" que su prolongación es una auténtica pérdida de tiempo porque, créeme, aunque tuviera que pasar diez años aquí dentro, no apreciarían mejora alguna.6

Otros aspectos de la correspondencia de Sade que sin duda habrían afectado al ministro eran el tratamiento explícito de lo sexual y su ateísmo militante. Breteuil, al fin y al cabo, debía prestar atención al tono moral de sus colegas y superiores. Su acompañante durante la visita a Sade, Le Noir, era un burgués de tendencias más puritanas que las de sus aristócratas coetáneos. Su monarca, Luis XVI, era el gobernante más pío y mojigato de los últimos siglos de la historia de Francia. A la vista 436

de estas circunstancias, ¿cómo se habría acogido un fragmento como el que sigue? "¡Te beso las nalgas y me dispongo a poner a trabajar a mi muñeca en su honor! -había escrito Donatien a Pélagie en 1783, en uno de sus momentos más afectuosos-. No se lo digas a la Présidente, porque es una buena jansenista a quien no le gusta la idea de que las mujeres sean molinizadas [eufemismo por "sodomizadas"]. Asegura que M. Cordelier sólo se la folló por el conducto para la propagación, y que quienes se aparten del conducto deben arder en el infierno. Y yo, educado entre jesuitas [...] no puedo estar de acuerdo con Mamá Cordier. " A continuación aparece un pasaje crucial que arroja luz sobre las prácticas maritales de los Sade y que, seguramente, Breteuil no pasó por alto. (El término "filosófica" debe entenderse en su sentido dieciochesco: "imbuida de los principios de la ilustración", "ilustrada", "progresista" o incluso "libertina".) "Pero tú eres filosófica, tienes un lado alternativo muy bonito, movimiento y estrechez en el lado alternativo y calor en el recto, lo que hace que me lleve muy bien contigo."7 ¿Y cómo se habrían tomado la siguiente salva los católicos caballeros temerosos de Dios que vigilaban las costumbres de los presos? "Buenas noches. Vete a hablar con tu diosecillo y asesina a tus padres -se había despedido Sade en una nota a su esposa-. Yo vay a hacerme una paja y creo que habré cometido un mal mucho menor que el tuyo."8 La lascivia no era, ni por asomo, el único problema. En las frecuentes disertaciones de Sade sobre la desproporción entre su crimen y su castigo no se encontró el menor indicio del "arrepentimiento" que Breteuil exigía. Donatien afirmaba que se le había privado de su 437

libertad y virilidad por los delitos que había cometido contra los ejemplares humanos que más desdeñaba, las prostitutas; lo habían encarcelado por no haber "respetado el culo de una puta".9 "¡Así es la justicia francesa! -bramó-. Un caballero que ha servido bien al rey y que, si se me permite, posee algunas cualidades, se ve sacrificado, pero, ¿en aras de quién? ¡De las putas! Me hierve la sangre y se me cae la pluma de la mano cada vez que reflexiono sobre estas infamias.”10 Por último, Sade había puesto en entredicho la moral de sus carceleros y había repetido ad nauseam el infantil argumento de que "no hice sino lo que hacen todas las demás personas que están en el poder". "Los patizambos no deberían burlarse

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