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mayo de 2006

Teresita Gómez: Salvada de las aguas

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EL MAGAZÍN

se

r a p

a t a

Por Bernardo Hoyos Pérez

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n Córdoba con la Playa, en Medellín, hay un bello edificio que es ejemplo admirable de art–déco, donde desde hace años funciona el Instituto de Bellas Artes, al cual debe tanto Medellín. Allí apareció, hace cerca de sesenta años, un cesto con una niña. Como la historia se repite, la imagen nos lleva a Moisés salvado de las aguas. La madre de Teresa Gómez, Cristina González, viendo el precario futuro de su hija, parece que le pidió a unas amigas que la dejaran al cuidado de Valerio y Teresa Gómez, los guardianes del Instituto. La niña comenzó a dar vueltas alrededor del piano, donde enseñaban a muchos discípulos Pietro Mascheroni y Ana María Penella, músicos italianos que trabajaron en Medellín con tanto éxito y dedicación en los años 40 y 50. La niña se interesó de tal manera en lo que veía y oía que decidió sentarse al piano y ensayar acordes. Mascheroni y Ana María le dijeron que le iban a enseñar a tocar el piano. Tenía talento, tenía vocación y vivía en una casa llena de música. Fue una alumna aprovechada: a los diez años dio su primer concierto. Teresa pasó después al Conservatorio de Música de la Universidad de Antioquia, donde fue recibida con un summa cum laude. Tocaba de todo: Mozart, Beethoven, Chopin, música colombiana. En 1983 Bernardo Ramírez, Ministro de Comunicaciones del presidente Betancur, la escuchó en Medellín en una noche de música improvisada y le dijo al Presidente que Teresa debía ir a Europa. Como siempre, haciendo eco de todas las posibilidades del enriquecimiento espiritual de los colombianos, Betancur la envió como Consejera Cultural al

Berlín Oriental. Teresa Gómez oyó música, estudió y aprovechó ese puente espiritual para cerrar la brecha con tiempos aciagos de su vida personal, que se repitieron después y que fueron superados por la vocación de trabajo y por la capacidad del magisterio, es decir, de comunicar a los demás el poder de sanación de la música, bien sea ejecutada o escuchada. En Medellín reside desde hace años, dedicada por completo al magisterio y a presentaciones en conciertos. Ha grabado varios discos. Este cronista la entrevistó en 1983 para la televisión, en su casa de la Candelaria, después de un bello concierto en el Teatro Colón, el Nº 4 de Beethoven, con la Sinfónica Nacional. El Colombiano de Medellín la reconoció como “El Colombiano Ejemplar, 1999” y el año pasado la Filarmónica de Bogotá le entregó el galardón “Orden al Mérito Filarmónico.” Tocó un concierto de Mozart con envidiable musicalidad y seguridad técnica en el Auditorio de la Tadeo Lozano. Teresa Gómez conversa con voz grave y no oculta su preferencia por los modismos antioqueños. Es cordial, domina un aparente impulso emocional y es muy consciente de que el oficio y el problema de la vida son manejables a través de una concepción de la vocación artística que corrija el desequilibrio emocional. Rafael Vega, el distinguido crítico musical antioqueño —que ha orientado y observado la vida musical de Medellín desde hace más de sesenta años— nos decía hace poco de Teresa que es “una artista madura, equilibrada, capaz de magisterio y que ha revelado, en las numerosas interpretaciones

que me ha sido posible escuchar, una visión serena y nada superficial del arte del piano. Es además un ejemplo humano que ha servido a varias generaciones, sobre todo en un país marcado por los prejuicios raciales y donde, para comenzar, se establecía un límite insalvable entre la posibilidad de tocar música clásica para alguien que debiera dedicarse a la música popular.” Es cierto lo que dice Vega, tanto en el juicio humano como en el juicio musical. Al escuchar a Teresa Gómez interpretar Vino tinto, de Fulgencio García —una de las grabaciones dedicadas a la música colombiana más logradas— el oyente percibe que aparte la vivacidad del ritmo, el sentido del contratiempo y del contrapunto musical, la pieza está animada por un intérprete que conoce a fondo la factura y el lenguaje de la mejor música popular, pero que no podría tocarse así si no tuviese a su disposición un bagaje técnico y un control estilístico, que llega a las manos del pianista después de muchas horas de practicar los estudios de Chopin. Vladimir Horowitz decía que nunca dejaría de asombrarse ante la mano izquierda de Art Tatum, el legendario pianista de jazz. Tatum confesaba, con una cierta humildad, que para tocar como tocaba era necesario dedicar muchas horas secretas a la música de Chopin. Aunque no pudiese transcribir la partitura, la inventaba agregando dificultades. Teresa, como Moisés, se salvó de las aguas y no se dejó ni sumergir ni llevar por la corriente de la vida. Ella ha sabido controlar el impulso del cauce y ha orientado su ritmo y su destino.

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Para qué voy a ir allá, si aquí yo soy esto... Por Marina Valencia

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abio1 nació en Guachené, un lugar que apenas intuyo enclavado en el Cauca. A Fabio no lo conozco más que por las descripciones consignadas por Omar Rincón y Luis Fernando Orduz en uno de los diarios de campo del proyecto Jóvenes de Palabra2, que pretendió indagar en los imaginarios culturales de los menores que pasaron por los grupos armados ilegales en Colombia, para ahora engrosar las filas de los desvinculados. Acudí a este relato cuando me invitaron a participar en este número, sabiendo que aunque no soy experta en la riquísima cultura afro ni en su legado, sí conozco de margi-nalidades, de formas de exclusión. Este texto se construye con las palabras de un afro, desvinculado de las AUC, líder comunitario que cuenta sobre la Colombia joven, esa de los que no escriben la historia pero la hacen y, por lo tanto, la saben contar. El encuentro sucede en Raíces, una emisora dirigida por Fabio, al igual que la tienda más grande de Guachené y el grupo de rap. El presente Ellos, La Organización Mundial para las Migraciones, OIM, tenían proyectado apoyar solamente a los que estuvieran desvinculados. Entonces tratamos de explicarles… si nosotros creamos medios para que los jóvenes no se vayan, estamos previniendo que más adelante haya como esa propagación ¿Entienden? Los convencimos con un grupo de teatro, un grupo de danzas y un grupo de rap. Con el rap estamos trabajando canciones que van dirigidas como mensajes: la única oportunidad no es coger el arma e irse al monte o irse a hacerse matar; la oportunidad está aquí, de luchar y de construir. Con el grupo de teatro lo mismo, tratamos como de mostrarle a los jóvenes lo que se vive afuera: para qué voy a ir allá, si aquí yo soy esto. El pasado ¿Vamos a hablar de mi vida? Esto va a ser un rollo bastante largo. Para el bachillerato me tocó irme a Cali a trabajar, vendiendo en los buses dulces y cositas así. En eso me coquetearon. Cuando uno anda en rollo de billete cualquiera viene y lo coquetea. Llegan a decirte “Vé, que te parece esta posibilidad. Vé, que te parece que tengo un grupo de amigos que son esto y andan en carro. Podés comprarte mujeres, tus tenis.” Tantas cosas… en eso consiste el coqueteo. El grupo Tuve la oportunidad de ingresar a un grupo. Tenía la mente débil por la cantidad de problemas. Mente débil, porque cuando uno tiene muchos problemas piensa más que todo en ellos. No pensé que podía solucionarlos siguiendo con mis dulces o cualquier cosa; sólo dije “necesito billete,” algo que me solucione ya. Es que eso es un empleo, me atrevo a decir que un 60% ó 70% están por eso. De allá para acá »Me di cuenta que no era lo mío, porque lo que me habían prometido no era cierto en la realidad. Me ponían a hacer cosas que yo no que-

ría, me colocaban a hacer turnos, a cargar leña, a bajar al pueblo y ahí va siendo grave la cosa. Perezoso no, siempre he estado preocupando por moverme, por estar metido en algún cuento. Por eso es que no he sido perezoso. Lo chévere en ese tiempo es que tenía el poder en mi cintura. Desde el colegio, estaba en un ambiente, donde quién tuviera un arma era el rey. ¿Entiende? Entonces, el que llegaba al parche cargando un changó3… ese era el rey, el que las peladas iban a mirar. Eso en los primeros como cuatro meses, porque de ahí en adelante ya me fui aburriendo. Me dieron una salida y no volví. Me dijeron que me andaban buscando, pero yo llegué aquí el viernes en la noche y el domingo en la mañana me fui para Bogotá, donde viví cambiando de barrio y todo eso. En Bogotá tuve la oportunidad de estar en alguno de los comités de las alcaldías locales y ahí me fui como encarretando en la vaina de la organización. Cuando me vine a mi vereda conformamos una organización con siete primos. Ahora somos 53. Ser afro allá y acá Allá, nos identificaban por colores. Si veían un indio, ese era guerrillo; si veían un negro, ese era paraco. En Bogotá me di cuenta, lo viví… en bus iban treinta mestizos y un afrocolombiano,

el afro se sentía mal cuando yo me subía, entonces, yo me preguntaba ¿qué está pasando con la cultura nuestra? ¿Por qué nos discriminamos entre nosotros? Los referentes Mi ídolo antes era el cubano (¿cómo se llama?) aunque él no es negro…. Tengo la fotografía pero se me va. Ah, sí, el Ché. De negros siempre como que me voy más a la historia. Más que en Asprilla pienso en Martin [Luther King] y en ese presidente africano, Nelson Mandela. El futuro Lo más seguro es que me voy a ir; voy a ir escalando hasta que llegue a Buenaventura. Un amigo se metió en un barco y hoy está en el Bronx. Yo estaba pensando en hacer como un mapa turístico donde llego, escalo y luego parto. El mapa no turístico de Colombia esta siendo trazado (y habitado) por jóvenes invisibles como éste, cuya extraña mezcla de deseos y realidades desconcierta por sus ingredientes: pasar de admirador del Che a paraco; ser afrocolombiano, con un changó en la cintura; siendo caucano, venir a descubrir en Bogotá “lo comunitario;” tener la ambición de escalar y llegar al Bronx, de polizón en un barco y querer, más que a Asprilla, a Mandela y Luther King. Y hablar de todo esto mientras en el fondo suena salsa de la buena, que transmite Raíces Estéreo. 1

El nombre ha sido cambiado. 2 Proyecto realizado por el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe —Cerlalc— y la Organización Mundial para las Migraciones —OIM— en el marco del Programa de Atención a Niños, Niñas y Jóvenes Desvinculados del Conflicto Armado, del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar —ICBF— (2004-2005). 3 Arma corta

E RNESTO C HE G UEVARA F OTOGRAFÍA DE A LBERTO K ORDA

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Guillermo Wiedemann, pintor Por Santiago Mutis Durán

T

al vez el primer negro que conocí fue un hombre joven que me señaló algo lejano desde una colina, sonriendo, en medio de la brisa, con unos dientes blancos y grandes que daban ganas de reírse con él; algo señalaba y después me miraba, a mí y a lo que señalaba: ¡Era el mar, y yo tenía 5 años! Estábamos en México, recién llegados a Acapulco, después de un larguísimo día de carreteras, montañas, bosques y valles, en donde el ruido de la oscuridad me despertó. Yo viajaba acostado contra el parabrisas trasero del automóvil, y el extraño oleaje de la noche me hizo abrir los ojos, pero no vi nada, ¡NADA! Abrí la ventana y sentí la brisa, cálida, viva, suave, y olí el mar, pero no se veía, sólo estrellas, millares y millares de estrellas que reventaban sus aguas contra los acantilados invisibles. Al día siguiente ese negro jovial y rebosante de simpatía me mostró alegre lo que yo había sentido, olido y oído pero no había podido ver, y hasta ese momento seguía creyendo que se trataba de la sonora cercanía de la gran noche, abierta como el Pacífico. De manera que cuando aún siendo un niño vi el primer cuadro de Wiedemann en Bogotá, una negra azul (profundo) y verde (nocturno) con los pechos descubiertos, le sonreí de amistad, por aquella simpatía marina, por aquellos días en que conocí los erizos, los pulpos, el caballito de mar, el vuelo mágico de las manos negras–y–blancas de las mujeres del mercado, la transparencia, los micos, el pez espada, la noche verdadera... y el poder del espanto, porque días después de conocer la gente más bella del mundo sucedió el maremoto que entró hasta Ciudad de México como un gran terremoto, hizo añicos su ángel de la independencia y dejó la ciudad en ruinas. Esa madrugada mi padre me tuvo que sacar a rastras de debajo de la cama, en donde me escondía del temible rugido del viento, de las paredes crepitantes, de las cosas que tambaleaban extraviadas de sí mismas, y de algo aún más poderoso que sacudía la tierra y desesperaba a ese mar del mundo que acababa de admirar. Todo este cuento desperdiciado sobre tánta transparencia que guardo en lo mejor de mí, es para decir dos cosas: una, abreviando, que ese encantamiento me llevó a casarme a mis 20 años con una mulata; y dos, que el tema de las pinturas de Wiedemann, los negros, siempre me fascinó, por su dulce grandeza, por la forma misteriosa en que hace flotar en sus cuadros las más nobles virtudes huma-

EL

PINTOR

G UILLERMO W IEDEMANN

EN SU ESTUDIO .

- F OTO

La grandeza de un oficio está acaso, ante todo, en unir a los hombres: no hay más que un lujo verdadero y es el de las relaciones humanas. Antoine de Saint–Exupéry Citado por el poeta Gabriel Jaime Franco

nas, por las noches estrelladas que respiran sus árboles silenciosos, por la secreta presencia del agua, por esa dignidad, belleza y natural altivez de su gente, por esa tierra hermosa en penumbras y por tan fecunda riqueza en la visión, incluso cuando a veces una insondable tristeza empaña como vapor de lluvia tanta vida.

Cuando en 1994 preparaba yo un libro sobre Wiedemann, conversé con don Enrique Grau, quien me sorprendió con su doble filo: uno, maravillándome (pero no es hoy el momento de contarlo); y el otro, diciéndome algo inaceptable y que para mí explica, en parte, la lentitud conque Wiedemann ha sido aceptado como pintor colombiano. En la Historia abierta del arte colombiano, publicado por Marta Traba en 1974, Wiedemann no aparece mencionado sino tres veces, y una de ellas para decir que Guillermo Wiedemann no ha sido incluido aquí porque es un pintor europeo; lo cual es cierto, pero no tanto como para ser excluido —él y Juan Antonio Roda— de la historia ABIERTA del arte colombiano. Cuando le pregunté a Grau si la pintura de Wiedemann había tenido algún impacto en él (hablábamos de los primeros años de la década de los 40) me contestó, con sabia gentileza pero desafiando mis ya confesados entusiasmos: Nooó, niiingúno; era un ¡pintor de negritas! Ahora que acaban de celebrarse en el Museo Nacional los 100 años del nacimiento de Wiedemann con la exposición Apuntes de un Viajero..., termino de entender todo este malentendido con la “nacionalidad” de Wiedemann: no es que se le considere extranjero por su escuela, ni mucho menos por haber nacido en Alemania y ser europeo, lo cual es para nosotros como si hubiera nacido con corona (no para él, que renunció a su país y a sus compatriotas por las ideas que tenían, por sus odios, su rigidez, su superioridad sobre el resto de la humanidad, por sus progresos y matanDE H ERNÁN D ÍAZ zas), sino por haberse dedicado a un tema que casi ningún otro colombiano tenía como importante: los negros. Basta ver su situación en el país para tener que aceptarlo; sólo un extranjero puede amar a los negros, y el que ama a los negros se convierte de inmediato en extranjero. Por eso Wiedemann no ha podido entrar del todo al arte colombiano; lo hemos dejado en la puerta, con mucha admiración, eso sí, llamándolo “europeo,” “maestro,” “viajero...” al mismo tiempo que secreta o inconscientemente lo rechazamos por ser un “pintor de negritas,” la gente más extraordinaria que tiene Colombia. Me parece que en vez de volver a celebrar los 100 años de su nacimiento podríamos celebrar hoy los 60 de haberse nacionalizado colombiano: “Pertenezco a Colombia,” dijo Wiedemann. Es pues el momento de tomarlo en serio, y de respetar sus decisiones y su pintura y, sobre todo, ¡sus temas!

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Esbeltas constelaciones que callaban rojas como luciérnagas en las descubriría el azul más azul entre los mas bellos azules, al fondo

A CUARELA .1946.

L A T IGRESA ,

ACUARELA .1952

C OLEGIALA . Ó LEO . 1944 A CUARELA . 1952

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las noches transparentes y tibias, en donde más tarde Wiedemann ndo del cielo nocturno y de la piel de las mujeres del Chocó. Santiago Mutis Durán

L IBRETA

PINTURAS TOMADAS DEL LIBRO GUILLERMO WIEDEMANN DE V ILLEGAS E DITORES , POR AMABLE AUTORIZACIÓN

BENJAMÍN VILLEGAS. FOTOS DE PILAR GÓMEZ DE

Ó LEO . 1949 M ONOTIPO . 1956

Ó LEO

SOBRE MADERA .

1947

DE APUNTES .

T INTA

Y

L ÁPIZ

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Arista por Aristarco, una leyenda viva del Pacífico

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uando en el colegio de su natal Quibdó lo llamaban a dar una lección, aquel niño taciturno oía que le decían: “Perea Copete Aristarco, pase al tablero”. Su nombre de pila fue abreviándose en la misma medida en la que fue creciendo su nombre artístico y terminó simplificado en un familiar Arista, con el que lo conocemos muchos de los seguidores de su voz y de sus composiciones. Cuando Arista y Aristarco Perea Copete se encuentran, es decir, cuando este cantante de culto que es también una leyenda del Pacífico y el hombre corriente que evoca sus ancestros chocoanos y la génesis de sus canciones se confrontan, se revela alguien de una sencillez natural, mezcla de serena alegría y de nostalgia. Frente a este encuentro caemos en la cuenta de que los dos habitan el mismo pellejo, la misma andadura elegante –es una suerte de dandy del Pacífico– que lo lleva a transitar con sobriedad por el mundo. Arista habla para Ciudad Viva de Aristarco y Aristarco narra su relación estrecha con Arista. Estas son sus serenas apreciaciones sobre uno y otro, desde la pequeña tienda-bar que tiene en un pasaje de la calle 19 con carrera 5a, donde su voz calienta tantas noches bogotanas.

alabaos, jotas, y otros aires. Mi padre llegó a ser, muy joven, el primer clarinetista de la banda de San Francisco, pero los celos de otros músicos, por ser muy aplaudido, le amargaron la vida y decidió dejar la música con dolor. La banda tocaba entre, otras músicas, aires religiosos. Cuando decidió abandonarla se dedicó a la sastrería, llegó a ser un sastre de primera, pero se resintió con el medio musical. Nos prohibió a sus hijos que hiciéramos música pero eso me vino por vena y no fue posible que me dejara de interesar. Si veía a alguno de sus hijos con un instrumento musical en la mano, de inmediato quería destruirlo. Cuando tenía 6 años insistí en cantar: no se puede matar el instrumento. Mi abuela, María Pía Hinestrosa, que era pudiente pues tenía oro y platino, lo envió a Quibdó a estudiar

sastrería y se lo entregó a una familia que le tenía cariño por ser de la casta primera, es decir, de los blancos del pueblo. Era la familia Mosquera. Para mi padre fue muy molesto que me encontrara una vez, tras volarme de la casa y quitar las trancas que ponía en la puerta, buscando amigos para hacer música, para cantar. Yo ya escuchaba al Trío Matamoros y en general la música campesina cubana y sentía un gusto por los aires que se oían en las emisoras y en las vitrolas de quienes tenían modo de adquirirlas. La prohibición paterna no hizo efecto, era como si yo hubiera estado sordo para esa orden pero despierto para la música.

desde las emisoras de Cartagena. También oíamos los valle-natos de Buitrago y de Viloria. Yo, de muchacho, era buen bailarín. Entraba a los llamados bailes peseteros donde alimenté mis gustos musicales. Pagábamos veinte centavos y entrábamos a bailar. Luego me impactaría sobre manera la voz de Daniel Santos.

Con su música a otra parte Mi familia es de Yuto, un paraje cercano a Quibdó fundado en buena parte por mi parentela de Pereas, Copetes, Palacios e Hinestrosas, casi todos dedicados al folclor chocoano. Arrullos,

El jazz de Borromeo Yo fui autodidacta pues no había maestros, por lo menos yo sólo conocía a Víctor Dueñas, un gran guitarrista que nunca pisó un Conservatorio, pero que era incomparable con su instrumento. Él ayudó a mi formación. Yo canté por primera vez en público en su agrupación, La Timba, siendo muy niño. El trío Matamoros era de virtuosos, pero nada que ver con las ejecuciones de Víctor Dueñas. Yo ya había escrito, a los 8 años, mi primera canción. Se titulaba El Rosal y estaba dedicada a un amor platónico, a una muchacha que estudiaba en el internado en el que trabajaba mi hermana. El ambiente musical de esa época, la gente de caché, de la jai, los negros de primera, se reunían alrededor del Jazz de Borromeo, una agrupación de chirimías, que además tocaba porro, merecumbé y bolero, con la influencia de Lucho Bermúdez y de Pacho Galán. La música iba de Cuba a Panamá. Allí se formaron escuelas musicales a través de la radio. Esa música nos vino a Quibdó

Coda: Son muchos los momentos que Arista revela a Ciudad Viva en estos testimonios alegres y duros. De su deseo juvenil de vestirse bien. De la memoria de los metros de paño inglés que trabajaba con metro y tiza su padre, o de cuando se fue a Panamá a charanguear y a jugar fútbol. De su regreso a Buenaventura y de su evocación del Atrato y otros ríos del Pacífico. De su trabajo en la misión antimalárica y de su regreso a Quibdó en 1962 a saludar a su padre y a su hermana. De la época cuando creó Los negros del Ritmo y la creación posterior de Arista y sus Estrellas, sexteto que fundó en un sótano de Quibdó. De la vez en que visitó a Colombia Pablo VI y él le cantó Chocoanita tras besarle el anillo (¿a qué diablos sabrá el anillo babeado de un Papa?, le preguntamos mientras se sonreía.) De cuando lo invitó a Bogotá el poeta Jotamario para cantar en La Herradura en los años setentas. De cuando fundé el capricho de seguir adelante. Del misterioso incendio de su Casa Folclórica en vecindades de la Masonería. De sus confrontaciones con los curas del barrio Capellanía que quieren desalojarlo con métodos no santos, dejamos estos trazos que darán para un libro basado en los testimonios del propio Arista narrados en cálidas conversaciones con Juan Manuel Roca y Mariela Agudelo.

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En tinta negra: Algunos escritores y músicos afrocolombianos Jorge Artel (seudónimo de Agapito de Arcos). Nació en Cartagena el 27 de abril de 1909. En 1945 se tituló de abogado en la Universidad de Cartagena, aunque se dedicó más al periodismo y a la poesía. Es uno de los más importantes representantes de la cultura afrocolombiana. Publicó libros de poemas, entre los que se destacan Tambores en la noche (1940), Poesía negra (1950), Poemas con botas y banderas (1972), Sinú, riberas de asombro jubiloso (1972)y Cantos y poemas (1983.) Falleció en 1994. Manuel Zapata Olivella, nacido en Lorica en 1920, estudió medicina en la Universidad Nacional. Fue, además de médico, antropólogo, novelista, dra-

maturgo, líder de las negritudes, y un gran contador de cuentos. Cuando se le preguntaba que cómo había llegado hasta aquí, daba esta sorprendente explicación: “Mi semilla fue transportada en el único lugar húmedo pero seguro de los barcos negreros: la vagina de una esclava.” Entre sus obras están: Hotel de vagabundos (1954), Los pasos del indio (1960), La calle 10 (1960), sobre sus vivencias en Bogotá; Caronte liberado (1961), En Chimá nace un santo, Segundo Premio Esso (1961), Chambacú, corral de negros, Premio Casa de las Américas (1963), Changó, el gran putas, (1983.) Murió en Bogotá el 19 de noviembre de 2004.

Arnoldo Palacios nació en Cértegui, Chocó, en 1924. En 1949 publicó Las estrellas son negras, novela testimonio. Como el personaje de su obra, se evadió a Quibdó y más tarde intentó estudiar derecho en Bogotá. Precursor de la novelística de reivindicación social, que surgiría con fuerza en los años sesenta, ya vinculada a fenómenos más concretos de violencia política. Una de sus primeras novelas es La selva y la lluvia. Le siguen El duende y la guitarra, leyendas chocoanas, y Panorama de la literatura negra, que han sido publicadas en ediciones italiana y francesa. Su más reciente trabajo literario es Buscando mi madredios.

Actualmente vive en París, pero nunca ha dejado de sentirse parte de su tierra chocoana. AmaliaLú Posso Figueroa nacida en Quibdo, es sicóloga, profesora universitaria, cuentista y cuentera e intérprete de sus propios monólogos, en los que habla de las nanas negras, con la picardía de un doble sentido transparente y con humor preciso e inteligente. Su libro Vean, vé, mis nanas negras contiene sus más populares y eróticos relatos. En la antología, Cuentos y relatos de la literatura colombiana, hecha por Luz Mary Giraldo, se incluyó uno suyo: Honoria Lozano, la que tenía el ritmo en el sentar. F OTO : C ARLOS M ARIO L EMA

Totó, la momposina Lo primero que uno recuerda es el sonido de los tambores, los vestidos de colores, su larga melena y, sobre todo, su voz. Una voz melodiosa y potente que ha hecho bailar al teutón más tieso, y que se ha hecho sentir en América y Europa, donde es reconocida como una de las más importantes artistas de música popular en el mundo. Totó, nacida en Taguaila, Bolívar, en 1940, ha cantado en la entrega del Nobel a García Márquez; ha grabado con el sello Putumayo Records y con Realworld, del consagrado músico inglés Peter Gabriel. Sus cumbias, bullerengues, chalupas, garabatos y guarachas, entre otros ritmos que componen su repertorio, constituyen un invaluable patrimonio cultural para Colombia. Petrona Martínez La reina del Bullerengue nació en San Cayetano, Bolívar, en un hogar de can-

tadoras. Su música, natural de la costa Caribe, se originó en los cantos de fecundidad de los esclavos africanos. Esta mujer de pañoleta y sonrisa limpia ha cantado toda la vida: En el Folk Festival de Vancouver, en Ciudad de México o meciéndose en una hamaca en Malagana, Bolívar. Batata III, rey del lumbalú Paulino Salgado, Batata, fue el rey de los tambores. Este hijo de Palenque fue el tamborero mayor de Totó, la Momposina, y recorrió varios países del mundo con sus cantos, sus composiciones y sus tambores. En Europa deslumbró tanto con su talento, que fue calificado como el coloso afrocolombiano. Este genial músico, que sólo grabó el disco Radio Bakongo, realizado en Francia, rescató del olvido el son palenquero y le pegó como pocos al cuero del tambor. Murió en el mes de febrero de 2004.

Billy Todos le dicen simplemente Billy —su nombre artístico— y al hablar de su voz la comparan con la de aquel negro magnífico que era Paul Robeson. Era muy, pero muy amigo del escritor antioqueño desaparecido, Manuel Mejía Vallejo. Su casa de campo, Ziruma (El Cielo, para los guajiros y para Billy), era el refugio de este gran amigo afrocolombiano. Ya es mítica su actuación en el funeral del escritor: con los ojos humedecidos y la voz más cálida y profunda que nunca cantó un negro spiritual que conmovió a todos los amigos de Manuel, que lo estaban despidiendo. Joe Arroyo En los años 1600, cuando el tirano mandó, las calles de Cartagena... Todo el mundo recuerda esta frase con la que empieza la canción Rebelión, que trata de un esclavo que rompe las cadenas de la esclavitud. El sonido del

Joe, como lo conoce todo el mundo, es único. Este cartagenero, que inició su carrera con la orquesta Fruko y sus Tesos como vocalista líder, se ha posicionado como uno de los músicos de salsa más importantes del continente. Con frecuencia aparece en el New York Times. Además de la salsa, ha experimentado con la cumbia y otros ritmos colombianos. Delia Zapata Olivella Fue bailarina, folklorista, profesora y difusora de las danzas del Caribe y el Pacífico colombiano y profesora de las Universidades Nacional y Central. Su hija, Edelmira Massa Zapata, sigue la tradición de su madre, quien desde 1954 se radicó en Bogotá. Ella, como pocos, logró llevar el folklore a los grandes centros urbanos. Murió en 2001, luego de contraer una enfermedad en África donde se encontraba buscando las raíces africanas del folklore Colombiano.

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Candelario Obeso: El primer gran poeta negro

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CANCION DER BOGA AUSENTE Qué trijte que ejtá la noche, La noche qué trijte ejtá ! No hay en er cielo una ejtreya…. Remá ! remá ! La negra re mi arma mía, Mientra yo brego en la má, Bañao en suró por eya, Qué hará ? qué hará ? Tar véj por su zambo amao Doriente sujpirará, O tar véj ni me recuecda... Yorá ! yorá ! La j’embra son como toro Lo r’ejta tierra ejgraciá. Con arte se saca er peje Der má, der má ! Con arte s’abranda er jierro, Se roma la mapaná. Cojtante y ficmej la penaj ; No hay má ; no hay má. Qué ejcura que ejtá la noche ; La noche qué ejcura ejtá ! Asina ejcura éj la ausencia…… Bogá ! bogá !

l primer gran poeta afrocolombiano es sin duda Calendario Obeso, nacido en Mompox el 12 de enero de 1849 y muerto “por su propia mano” el 3 de julio de 1884. Fue, además de poeta, novelista, dramaturgo y catedrático. Conocía tan bien el inglés y el francés que tradujo al español a Shakespeare, Tennyson, Alfred de Musset y Victor Hugo. Según una nota biográfica:“fue siempre polémico. Porque no se acomodaba a las estrechas normas católicas y conservadoras impuestas en Colombia en el siglo XIX; porque describió a la mujer como un ser independiente y con voz; porque era afro y escribía en el lenguaje de su pueblo negro.” Nunca lo abandonaron el amor por las mujeres y la pobreza, y se dice que al suicidio lo empujó la discriminación imperante en la época. Sólo a partir de 1950, cuando la colección Cantos populares de mi tierra publicó su obra poética completa, se empezó a apreciar en todo lo que vale su poesía.

G RABADO DE R ODRÍGUEZ , SOBRE UN DIBUJO U RDANETA . T OMADO DE LA EDICIÓN FACSIMILAR DE E L P APEL P ERIÓDICO I LUSTRADO , EDITADA POR C ARVAJAL Y C OMPAÑÍA .

DE

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