El partenariado económico euromediterráneo

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INFORME

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005):

Entre alabanzas y lamentos Bichara Khader

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CIP-FUHEM

Informe El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): Entre alabanzas y lamentos Bichara Khader

Director del Centro de Estudios sobre el Mundo Árabe Contemporáneo de la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica).

Coordinación: Nieves Zúñiga García-Falces Traducción: Eric Jalain Fernández

Edita: Centro de Investigación para la Paz (CIP-FUHEM) C/ Duque de Sesto 40, 28009 Madrid Teléfono: 91 576 32 99

Fax: 91 577 47 26

[email protected] www.cip.fuhem.es

Madrid, 2005

CENTRO DE INVESTIGACIÓN PARA LA PAZ (CIP-FUHEM)

Creado en 1984 por FUHEM como una institución privada, independiente y no

gubernamental, el Centro de Investigación para la Paz es un instituto de análisis sobre cuestiones internacionales que aborda, desde una perspectiva multidisciplinar, los

conflictos armados, sus causas y actores, la prevención y los procesos de reconstrucción y resolución de conflictos.

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Diez años después de la inauguración del partenariado euro-mediterráneo, iniciado en Barcelona en 1995, ya hay numerosos balances. Ya procedan de instituciones oficiales, de institutos de investigación o de organizaciones de la sociedad civil, estos balances son más bien realistas, con tono moderado, sin elogios excesivos y sin epítetos. Todas las constataciones coinciden en subrayar la utilidad del partenariado, pero también su alcance insuficiente en lo que se refiere a los objetivos fijados: un área de paz y estabilidad (primera dimensión), crecimiento y prosperidad (segunda dimensión) y diálogo social y cultural (tercera dimensión). 1. Para empezar, una dimensión política abundante en reuniones pero escasa en resultados: Se pospone sine die la firma de la carta para la paz y la estabilidad, el proceso de Barcelona se contamina a causa del deterioro del conflicto árabe-israelí, se pasa de puntillas sobre la “condición” democrática y el respeto de los derechos humanos, entre otros; 2. A continuación, una dimensión cultural que sigue siendo el pariente pobre del partenariado, hasta el punto de que el ex-presidente Romano Prodi se ve obligado a fundar un grupo de sabios para el diálogo de culturas en el Mediterráneo a fin de buscar nuevas pistas que reactiven el partenariado; 3. Finalmente, la dimensión económica y financiera, cuyo balance parece cuanto menos discreto: las reformas fiscales están siendo lentas, la equiparación entre países limitada, la competitividad de la producción débil, la financiación inadecuada, las inversiones exteriores escasas y el crecimiento económico a menudo caprichoso y siempre insuficiente como para crear empleo. Este texto pretende sobre todo presentar un balance sucinto de la dimensión económica y financiera del partenariado euro-mediterráneo (PEM). Primera parte 1. Puesta en marcha de los acuerdos de libre comercio Las relaciones de la UE con los países mediterráneos desde el Tratado de Roma (1967) se basa en “acuerdos comerciales”, enmarcados desde 1972, al principio en la Política global mediterránea (1972-1992), y después en la Política mediterránea renovada (1992-1995). La firma de la Declaración de Barcelona (1995) rompe con la tradición de las preferencias comerciales previendo la instauración progresiva de un área de libre comercio (ZLE) con el horizonte de 2010, entre la UE y 12 países socios mediterráneos (PSM), los cuales, a excepción de Israel, Chipre y Malta, se encontraban en una situación calificada como “países con ingresos medios”: Turquía y ocho países árabes (Marruecos, Argelia, Túnez, Egipto, Jordania, Siria, Líbano y los Territorios

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Palestinos). Libia, con sus 1.700 kilómetros de costa mediterránea, no fue invitada a unirse a este proceso. El objetivo era ambicioso, en la medida en que las relaciones entre la UE (15 países miembros en 1995) y los PSM, (12 en 1995) presentaban profundas asimetrías (una proporción de riqueza que iba de 1 a 10), una gran desigualdad en cuanto al intercambio comercial (50 % del comercio exterior de los PSM se hace con países de la UE, mientras que en el sentido contrario éste tan sólo alcanza un 3 %), una tasa de endeudamiento de los PSM muy elevada (más o menos 200.000 millones de dólares estadounidenses) y un escaso atractivo para la inversión (aproximadamente un 2 % del total de las inversiones directas en el extranjero). A la hora de hacer balance, diez años después de la inauguración del partenariado, hay que subrayar que la actuación europea se ha movido sobre todo por cuestiones de seguridad y que se ha centrado esencialmente en el libre comercio industrial. 1.1. Lo primero, las cuestiones de seguridad A comienzos de los 90 la UE hace balance de su política mediterránea desde 1972 constatando que ha sido cuanto menos discreta, y que no ha sabido, o no ha podido, desempeñar el papel de locomotora regional, como hizo Japón en Asia. Y, sin embargo, es en este área mediterránea donde se encuentran concentrados los grandes desequilibrios de las tres D (desarrollo, demografía y democracia), los desafíos (migratorios, ecológicos, la escasez de recursos hídricos) y los riesgos importantes (desestabilización de los Estados, conflictos entre vecinos, reivindicaciones territoriales, nuevas identidades pujantes que hacen estallar la solidaridad territorial, fundamentalismo y crispación cultural). Estos desequilibrios, desafíos y riesgos afectan a la UE debido a su acumulación y concomitancia en su área de proximidad más inmediata. La UE es consciente de la amplitud de los desafíos y del peligro que supone una excesiva desigualdad de desarrollo entre las dos orillas del Mediterráneo. Es por ello imperativo, por razones de seguridad propia, acelerar el ritmo de desarrollo económico, mejorar las condiciones de vida de las poblaciones, incrementar el nivel de empleo y promover la integración regional en su vecindario más inmediato, el sureste mediterráneo. A comienzos de los 90 se hace más urgente la necesidad de concebir otras políticas, debido a los numerosos acontecimientos que están trastocando la situación geopolítica local, regional e incluso mundial: la caída del Muro de Berlín (1989), y sus consecuencias: la reunificación alemana y las reestructuraciones geopolíticas en el Este de Europa, la Guerra del Golfo (1991) y su impacto en las relaciones euro-árabes, y en particular en las relaciones franco-magrebíes, la crisis de Argelia (1992) y el peligro potencial de su desbordamiento hacia el conjunto del Magreb, incluso hacia el espacio europeo mismo, el desarrollo de un islamismo militante, alimentado por la degradación de la situación económica, por un crecimiento demográfico desbocado y por un urbanismo descontrolado, la reinserción de los PECO (Países de Europa Central y Oriental) en el espacio europeo, y, finalmente, la firma de los Acuerdos del Gatt y los previsibles efectos de la liberalización multilateral y de la apertura de las fronteras aduaneras sobre el trato preferencial acordado por Europa a los países mediterráneos. En resumidas cuentas, una serie de acontecimientos que se producen en un momento en el cual el espacio mediterráneo en toda su extensión se queda solo, sufriendo

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múltiples convulsiones internas y condenado a una preocupante marginación en la economía mundial, mientras la política europea se reorienta hacia los países de Europa Oriental y Central. Pero rápidamente la UE resiente, con toda su crudeza, las consecuencias negativas de una marginación duradera de la zona mediterránea, y decide poner en marcha una amplia área económica comparable a las grandes zonas creadas en Asia-Pacífico (APEC) y en América (NAFTA). El partenariado euromediterráneo responde pues a una voluntad de reequilibrar la política de la UE en las dos áreas que afectan a su seguridad: el Mediterráneo y Europa Central y Oriental. 1.2. Libre comercio industrial El “Proceso de Barcelona” se inició con la reunión inaugural del partenariado euromediterráneo en Barcelona a finales de noviembre de 1995. ¿En qué consiste? Consiste en primer lugar en un contrato holgado, poco estructurado, de actores públicos y privados, basado en un regionalismo superficial (shallow integration), que gira en torno a la liberalización de los bienes, sobre todo industriales. Desde el comienzo se descarta cualquier perspectiva de adhesión, con su fuerza de arrastre, y tampoco se plantea un esquema de convergencia económica, pues se prioriza la integración del nuevo espacio europeo. Para impulsar tal estrategia, la UE se apoya en dos instrumentos: un área de libre comercio (ZLE) y un nuevo instrumento financiero (MEDA). El área de libre comercio supone la liberalización de los mercados y su corolario: desmantelamiento de las tarifas aduaneras y privatizaciones. En cuanto al programa MEDA, se basa tanto en el fomento de los recursos propios (aproximadamente 8.000 millones de euros entre 1995 y 2005) como en préstamos del Banco europeo de inversiones (aproximadamente 9.000 millones de euros entre 1995 y 2005). Todo el proceso se basa sin embargo en un regionalismo periférico, que reproduce el modelo de núcleo y radios, “hub and spokes”, en el cual Europa ocupa el centro y el Mediterráneo es relegado a su condición de “periferia dependiente”. Con la inauguración del partenariado euro-mediterráneo la UE esperaba lograr un efecto-palanca en tres direcciones: a. Promover reformas económicas en los PSM mediante el choque de la apertura y la competitividad. Se suponía que estas reformas iban a romper la rigidez de regulación, asegurar una estabilidad macroeconómica, y por lo tanto acelerar el crecimiento (hasta un 7 % al año), lo que conduciría a crear al menos 2 millones de nuevos empleos para los recién llegados al mercado laboral. Desde esta perspectiva, la juventud no tendría tantos incentivos para emigrar, lo que aliviaría la presión migratoria en Europa. b. Impulsar la integración horizontal Sur/Sur, que se supone resultaría “un subproducto natural de la apertura”, para incrementar los intercambios regionales (que son los más débiles del mundo, pues suponen tan sólo un 5 % del total del comercio) y superar los obstáculos de la similitud de las estructuras económicas, de la fragmentación de los mercados, de la atonía del sector privado y de la apatía de los sistemas políticos. c. Incrementar el atractivo del Mediterráneo para las inversiones directas extranjeras, que se supone iba a derivar del efecto reclamo del partenariado euro-mediterráneo.

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Como señala el último Informe FEMISE (Foro Euromediterráneo de Institutos de Investigación Económica) (2005), las expectativas en estos tres ámbitos no se han cumplido: la liberalización comercial no ha logrado el efecto-palanca esperado. En efecto, aunque en términos globales se ha observado cierta estabilización macroeconómica y cierto control de la inflación, en los demás aspectos el balance es pobre, por no decir sencillamente negativo (crecimiento económico, creación de ventajas comparativas, desregularización, competitividad de la producción, integración Sur/Sur, disminución de la presión migratoria, incentivos a las inversiones extranjeras, desarrollo del sector privado, responsabilidad administrativa e institucional, y, por todo ello, participación exitosa en el proceso de globalización). Pero no se trata de culpar a un proyecto cuyo limitado alcance se conocía de antemano, sino de identificar las carencias de las políticas europeas y mediterráneas, y los cuellos de botella en la gestión del proyecto, incluso la incoherencia del conjunto del proceso neoliberal. 2. Avances En su balance del partenariado euro-mediterráneo la UE tiende a poner de relieve varios avances: 2.1. Los Acuerdos de Asociación Euro-mediterráneos ya firmados La UE ha tardado diez años en concluir los acuerdos de asociación con los países mediterráneos. Algunos se establecieron con rapidez pero han sufrido cierto retraso en su proceso de ratificación (Túnez, Marruecos —1996—, Israel —1995—). Otros han sido negociados y concluidos con grandes esfuerzos (Siria 2004) y aún no han sido ratificados. Tabla 1 – Los acuerdos de Asociación Euro-mediterráneos Países mediterráneos Argelia Autoridad Palestina Egipto Israel Jordania Líbano Marruecos Siria Túnez Libia

Firma 22 abril 2002 24 febrero 1997 25 junio 2001 20 noviembre 1995 24 noviembre 1997 17 junio 2002 26 febrero 1996 octubre 2004 17 julio 1995 observador

Acuerdo provisional

comercial Entrada en vigor 1 enero 2004 1 enero 1996 1 febrero 2003 -

1 julio 1997 1 junio 2004 1 junio 2000 1 mayo 2002 1 marzo 2003 (a) 1 marzo 2000 1 marzo 1998 (b)

Fuente : Comisión Europea Todos los acuerdos subrayan evidentemente la importancia del diálogo político y cultural, pero su piedra angular es ante todo la liberalización económica. Con Turquía se ha dado un paso más con la firma de “una unión aduanera”. Y desde octubre de 2005 Turquía ha alcanzado el estatus de país candidato. En cuanto a Malta y Chipre,

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desde su adhesión a la UE en mayo de 2004, han cambiado literalmente de terreno. La configuración 15 + 12 de 1995 ha sido sustituida actualmente por 25 + 10 (veinticinco países europeos + diez países mediterráneos, de los cuales ocho son países árabes, Turquía es un país candidato e Israel ya cuenta con un área de libre comercio con la UE). 2.2. Los Programas MEDA I y MEDA II Con el fin de promover los objetivos de Barcelona, la UE ha movilizado una doble vía de financiación: ayudas a recursos propios y préstamos del BEI. Se trata de los programas MEDA I (1995-1999) y MEDA II (2000-2006). La concesión de estos créditos está vinculada a “programas orientativos nacionales” que identifican las prioridades de intervención en cada país socio. La financiación MEDA toma forma como apoyo a las reformas (entre otras medidas): desarrollo del sector privado, modernización del sector industrial, participación en las inversiones en infraestructuras, entre otras. Sin embargo, a lo largo de la primera etapa (1995-1999) se desembolsó tan sólo el 25 % de los créditos comprometidos, y cerca del 90 % de tales desembolsos tuvieron lugar en el apartado “bilateral”. Estos dos problemas obligaron a la UE a poner en marcha MEDA II, con el fin de mejorar la relación compromisos de inversión/pagos y la desconcentración hacia una gestión local de los programas MEDA por parte de las delegaciones de la UE en los países asociados. Los resultados, en verdad, son más bien positivos: la gestión está siendo más eficiente, las delegaciones de la UE están más implicadas y la relación compromisos de inversión/pagos ha experimentado un avance espectacular (del 25 % en 1995 al 90 % en 2003). Tabla.2: Créditos bilaterales MEDA en la etapa 1995-2003 Compromisos de inversión MEDA

Pagos

1995 1997 1999 2001 2003 2004 199519952004 2004 Argelia 41 28 60 41.6 51 396.8 104.9 Egipto - 203 11 - 103.8 159 1039.5 517.2 Jordania 7 10 129 20 42.4 35 458.4 351 Líbano 86 86 - 43.7 18 255.7 104.6 Marruecos 30 235 172 120 142.7 151.8 1333.1 570.6 Aut. Palestina 3 41 42 - 81.1 72.5 461.3 381.6 Siria 42 44 8 0.7 53 234.7 39 Túnez 20 138 131 90 48.7 22 756.6 485.7 Total. 60 796 643 298 504.7 562.3 4936.1 2554.6 bilateral Total regional 113 93 133 305.3 95.6 135.3 1219.8 706.6 TOTAL 173 911 797 603.3 600.3 697.6 6156 3261 * La Tabla no ofrece los datos relativos a Turquía. Fuente: Comisión Europea 2005

Relación C/P % 26.4% 49.8% 76.6% 40.9% 42.8% 82.7% 16.4% 64.2% 51.8% 57.9% 53%

2.3. Facilidades de crédito euro-mediterráneo para inversiones y partenariado (FEMIP) Estas facilidades, decididas el 18 de octubre de 2002 en el marco del Banco Europeo de Inversiones, ya han aportado sus frutos con un volumen de préstamo de 2.000 millones de euros en 2003. La conferencia de Nápoles (10-11 de noviembre de 2003) ha dado un nuevo impulso a estas facilidades. A partir de esa fecha la FEMIP se despliega hacia numerosos

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sectores, desde las infraestructuras hasta la asistencia técnica, y dispone incluso de oficinas en El Cairo, Túnez y Rabat. La energía y las comunicaciones son los principales objetivos de los créditos BEI en el Mediterráneo (concentrando el 32% y el 36,4 % respectivamente en 2002). Desgraciadamente, la gestión del agua, siendo un problema agudo, tan sólo ha recibido entre un 2 % y un 3 % de los créditos, y las pequeñas y medianas industrias y empresas, sectores clave para la modernización económica, sólo han gozado de apenas un 17,3 % del total. La cuestión que debe plantearse en el futuro, y que probablemente sea abordada en la conferencia y aniversario de Barcelona (noviembre 2005), es la eventual constitución de una filial, con participación mayoritaria en el BEI, con el nombre de Banco euro-mediterráneo de desarrollo. 2.4. Respaldando la cooperación Sur/Sur Paradójicamente, mientras la UE apenas dedica un 10 % de sus créditos a la cooperación regional, aplaude los intentos de integración Sur/Sur y se felicita por la firma, el 25 de febrero de 2004, del Acuerdo Agadir, calificado como “exacerbación” del partenariado euromediterráneo. No cabe duda de que este acuerdo, firmado en presencia de Chris Patten, abre una etapa importante, puesto que propone instaurar, el 1 de enero de 2006, un área de libre comercio entre los cuatro signatarios: Marruecos, Túnez, Egipto y Jordania, lo que representa 115 millones de habitantes. Lo que no se comenta tanto es que estos cuatro países carecen de fronteras comunes y sus intercambios no superan el 5 % del total de su comercio. Pero mucho más significativo, sin lugar a dudas, es el proyecto de crear un área de libre comercio a escala de todo el mundo árabe, anunciado por la Liga Árabe en 1997, a pesar de que su puesta en práctica es un camino sembrado de obstáculos. 3. Sombras Al comienzo se suponía que el partenariado euro-mediterráneo iba a desempeñar el papel de catalizador de la transformación social, económica y política de los países mediterráneos mediante una relación privilegiada con la UE, pero la evolución de una serie de acontecimientos ha jugado en contra de estas pretensiones. 3.1. Generalización de los partenariados Desde 1995 la UE ha multiplicado los acuerdos de libre comercio. Este plurilateralismo ha tenido el efecto de diluir la originalidad del partenariado euro-mediterráneo. Ahora la UE tiene acuerdos de libre comercio con países de Asia, África y Latinoamérica, y se ha aproximado al discurso de la Organización Mundial del Comercio. Desde la apertura generalizada de los mercados, en enero de 2005, se puede cuestionar el “valor añadido” que supone un partenariado en términos de apertura de los mercados, incluso de compensación de las asimetrías. Multiplicando los partenariados regionales de naturaleza comercial, la UE no sólo ha puesto un marcha un proceso de erosión del trato preferencial, sino que, sobre todo, está alentando a la puja entre sus socios, e incluso entre sus competidores (Dominique Strauss-Khan 2005) creando una especie de regionalismo competitivo. La prueba de ello es, por un lado, la competencia en la que han entrado los socios para captar las ayudas europeas o incrementar su cuota de mercado comunitario, y por otro lado, la ofensiva comercial norteamericana en el Mediterráneo y en Oriente Medio mediante la firma de acuerdos de libre comercio con

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Marruecos y Jordania, o la creación de Áreas Industriales Cualificadas (en Egipto y en Jordania). 3.2. La supresión del acuerdo sobre textiles y ropa (ATV) debido a la finalización del acuerdo multifibras Junto a la integración de China en la OMC y a la competencia de los nuevos productores asiáticos, esta evolución amenaza el acceso preferencial del textil del sur del Mediterráneo al mercado europeo. Hay mucho en juego, ya que el sector textil del entorno del Mediterráneo representaba 82.400 millones de dólares estadounidenses en 2004 y 200.000 empleos en Marruecos, 300.000 en Túnez y cerca de 2,5 millones en Turquía, según indicó Philippe Hugon en el Coloquio de El Cairo, mayo de 2005. Esta extinción de las cuotas textiles podría tener efectos catastróficos para países como Túnez, que ha basado sus ventajas comparativas en la subcontratación, en su proximidad geográfica y en su bajo nivel de salarios. 3.3. Unas reformas estructurales lentas La modernización económica modifica las relaciones de poder en el interior de las sociedades y el reparto de la renta. Lo que explica, en gran medida, la poca prisa en profundizar en las reformas y en acelerarlas en los países socios del Mediterráneo. En efecto, ni los poderes públicos --que sobreviven gracias a la captación y distribución de la renta--, ni las burguesías locales, relacionadas con el comercio, las rentas inmobiliarias y el clientelismo con el régimen vigente, ni siquiera los sindicatos --relacionados con el sector público--, han manifestado un especial entusiasmo a la hora de acelerar el ritmo de las reformas, bajo la excusa de que hay que dar tiempo al tiempo y de que el desarrollo es un proceso largo y no una simple receta neoliberal. Frente a tales frenos, el partenariado euro-mediterráneo no ha logrado asestar el latigazo necesario para acelerar la modernización iniciada. Esto queda patente en los proyectos de privatización, donde se está asistiendo ya sea al cambio de la economía por planes (planificada) a la economía por clanes, ya sea a la simple venta de ciertos sectores, como el de telecomunicaciones, a operadores extranjeros. 3.4. Una integración regional en pañales Diez años después de Barcelona 1995, los resultados son bastante frustrantes. No se ha producido un aumento de los intercambios regionales: el 5 % del comercio de los países socios mediterráneos se da entre ellos, frente al 50 % con la UE (el 80 % en el caso de Túnez). Los recientes acuerdos regionales, como el de Agadir, son aún demasiado recientes como para ser evaluados. Mientras tanto, las infraestructuras regionales se quedan en bonitas palabras. La autovía Casablanca-Alejandría sigue en gran parte en fase de proyecto, aunque haya algunos tramos terminados por aquí y por allá. El transporte marítimo sigue dificultado por el subdesarrollo del sector. Los gasoductos cruzan los países, como el de Argelia-España, que atraviesa Marruecos sin prever ninguna ramificación para nutrir a la economía marroquí. Es también el caso del gasoducto Argelia-Italia, que atraviesa Túnez. 3.5. Unas inversiones pobres El partenariado euro-mediterráneo ha sufrido desde sus inicios una contradicción que podríamos denominar macro-micro. La UE se ha planteado el objetivo de la paz, la

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estabilidad y la prosperidad en su cinturón exterior mediterráneo, pero la UE no es en sí misma un agente económico. Puede incentivar a los inversores a que se interesen por el Mediterráneo, mediante estímulos financieros y cierto “efecto-reclamo”. Pero, al fin y al cabo, los verdaderos agentes de desarrollo son los inversores. Y a estos les interesan más otros factores: la rentabilidad y la seguridad de sus inversiones, y el atractivo general de la región. Y, hay que reconocerlo, los países socios mediterráneos (PSM) sufren un déficit de atractivo. Ya era el caso en 1995, y sigue siéndolo ampliamente en la etapa 2000-2005. El stock de Inversiones Directas Extranjeras (IDE) de la UE en los PSM sigue siendo proporcional a las dimensiones de sus economías, y no superan el 6 % de los 460.000 millones de euros procedentes de la UE, en comparación al 44 % destinado a Latinoamérica, el 25 % a Asia, el 19 % a los países PECO y Federación Rusa y 6 % a África (Dree, mayo 1994). Además, Israel concentra por su cuenta una cuarta parte de este stock (24 % en 2004), frente al 17 % para Turquía, el 19 % para Egipto, el 18 % para Túnez y sólo el 9 % para Marruecos. Mirando más en detalle, en 2003 se ha producido una ligera mejora de la situación, a juzgar por la cantidad de proyectos de inversión registrados por el observatorio europeo de proyectos de inversión. En efecto, de los 726 proyectos identificados en 2003, 451 se han dirigido a los ocho países PECO y 275 a los 12 países PSM (Observatorio Europeo, MIPO 2003, citado por DREE, 2003). Pero ese año ha sido más bien excepcional. Tomando un periodo más amplio (2000-2004), los PSM, con 250 millones de habitantes, han concentrado una media de 8.000 millones de dólares estadounidenses en IDE, lo que equivale a la suma de estas inversiones destinada únicamente a Polonia (FEMISE, 2005). Los incentivos financieros, las medidas de liberalización (nuevos códigos de inversión), la estabilización macroeconómica lograda y los primeros atisbos de responsabilidad gubernamental han mejorado, qué duda cabe, los fundamentos de la economía y han acrecentado algo el atractivo de la región de cara a las IDE. Pero, de manera global, los inversores permanecen reticentes a implicarse, desalentados sin duda por la exigüidad y la fragmentación de los mercados, una percepción --a menudo, de hecho, exagerada-- de inestabilidad política y social, la debilidad de las disposiciones jurídicas que garantizan el respeto de los contratos, la lentitud de adaptación de las legislaciones a los estándares internacionales y un nivel de formación insuficiente. Sin duda la proximidad geográfica supone una ventaja comparativa, pero la baja de los costes de transporte anula, en parte, tal ventaja. Mientras que el coste salarial ya ha dejado de ser, como antes, un factor determinante para la captación de inversiones extranjeras, puesto que el salario medio en las economías emergentes, especialmente en las asiáticas, resulta por lo general entre 4 y 8 veces inferior al de los PSM. Así pues, el subdesarrollo económico, administrativo, científico y jurídico, asociado a una fragmentación regional, a una conflictividad recurrente y a un regionalismo superficial (shallow integration), constituyen el primer obstáculo a las inversiones extranjeras. Pero todos los países mediterráneos no están metidos en el mismo saco. Así por ejemplo Israel, con sus 6,5 millones de habitantes y un PIB per cápita de 20.000 dólares estadounidenses según la Paridad de Poder Adquisitivo —PPA— ha logrado captar por sí solo el 42 % de las IDE destinadas a los países mediterráneos en 2003, y acumula el 28 % de los stocks de IDE, mientras que Egipto, con sus 70 millones de habitantes y su PIB per cápita de 4.000 dólares estadounidenses PPA, tan sólo ha logrado atraer en ese mismo año el 3 % de las IDE y acumula tan sólo el 19 % de los stocks (FEMISE, 2005).

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): entre alabanzas y lamentos 11 En el siglo XXI la UE sigue siendo la principal fuente de las IDE en el área, suponiendo a grosso modo tres cuartas partes de las IDE en ciertos países: en Turquía un 80 %, en Marruecos un 70% y en Túnez un 65 %. En los demás países, la presencia de la UE cae bajo el nivel del 50% (30 % en Egipto y 35 % en Argelia). En estos dos últimos países los Estados Unidos son, desde 2002, la fuente de cerca del 45% de las IDE mientras que los capitales árabes se dirigen principalmente hacia Egipto, donde representan en 2004 cerca del 47 % de los capitales extranjeros (FEMISE, 2005). Hasta hace poco el grueso de la inversión se dirigía hacia el sector turístico, la subcontratación textil e incluso la participación en el sector de las comunicaciones. Un examen de los últimos proyectos de inversión revela nuevas orientaciones que ponen en evidencia la mejora del atractivo de la región: sector automovilístico, sector agroalimentario, energía, química, farmacia, nuevas tecnologías, software y servicios informáticos. Si esta nueva tendencia se consolidara, supondría un signo positivo ya que podría suscitar un efecto de arrastre en términos de experiencia industrial, de propagación del know-how y de mejora del nivel de formación. A pesar de estos progresos, en especial en cuanto a la diversificación de los sectores beneficiados por las IDE, no se ha producido un incremento de la parte relativa de los haberes de la UE (extra-comunitarios) en los países socios mediterráneos (PSM), puesto que esta parte oscila desde hace diez años alrededor del 1,5 %. Si lo comparamos con Latinoamérica, con los diez nuevos miembros de la UE, y más aún con China y Asia en su conjunto, el Mediterráneo sigue siendo un polo de atracción mayor para los turistas que para los inversores europeos. Segunda parte 1. La situación de los países mediterráneos (1995-2005) A mitad de los 90, los países del sur del Mediterráneo, a excepción de Israel, disponían de unos ingresos per cápita que variaban entre 1.000 y 4.000 dólares estadounidenses corrientes (es decir, entre 4.000 y 8.000 dólares estadounidenses según la Paridad de Poder Adquisitivo —PPA—). De manera global los déficits presupuestarios se mantenían dentro de unas proporciones razonables y la inflación estaba controlada. El paro oscilaba entre el 12 % y el 20 %, pero el sector informal desempeñaba el “papel de amortiguador”. El endeudamiento exterior rozaba los 200.000 millones de dólares estadounidenses pero en ningún momento los países se han declarado insolventes, como ocurrió en la crisis de México en 1982. En el ámbito comercial, si exceptuamos el sector energético, todos los países eran deficitarios, en especial con respecto a la UE. En 1995 los países mediterráneos importaban de la UE 45.000 millones de euros (ECU) y exportaban 33.200 millones, registrando un déficit de 12.400 millones, compensado, es cierto, por los ingresos turísticos y las transferencias de los emigrantes. Los sistemas económicos estaban ampliamente blindados, con unos niveles de proteccionismo sin parangón. En cuanto al crecimiento, salvo raras excepciones, éste rondaba una media del 2,8 % para un aumento demográfico equiparable e incluso superior y un incremento anual de la mano de obra del 3,1 %. Por otro lado, el crecimiento acusaba las fluctuaciones de los precios de las materias primas, y en el caso de los países agrícolas, las fluctuaciones meteorológicas. Aunque los países

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mediterráneos se beneficiaban de ayudas públicas significativas --la mitad de las cuales se concentraban, eso sí, en Israel y Egipto--, los inversores internacionales se habían olvidado de ellos. En los 90 la región tan sólo captaba una ínfima parte de las IDE, es decir, una media anual de 2.000 millones de dólares estadounidenses --dos tercios de estas inversiones iban a parar a Israel, Turquía y Egipto--, lo que supone más o menos un 4 % de las IDE destinadas a países en vías de desarrollo, frente al 15 % que alcanzaban en los 80. A pesar de ello, los países mediterráneos presentaban unos índices de pobreza inferiores a los de otras regiones en vías de desarrollo. Según el informe FEMISE, en 2000 tan sólo 6 millones de personas vivían bajo el umbral de pobreza, con menos de 1 dólar estadounidense al día, y tal fenómeno afectaba esencialmente a dos países: Egipto y Marruecos. A la vista de estos elementos, ¿cuál ha sido la evolución de los acontecimientos en las economías mediterráneas durante los últimos diez años? 1.1. Desarrollo demográfico y mercado laboral Aunque la transición demográfica ya esté bastante avanzada, con mermas de los índices de fecundidad en todos los países, la estructura piramidal por edades convierte a los jóvenes (menores de 20 años) en cerca de un 50 % de la población. La diferencia entre la mortalidad y la natalidad ha incrementado la población de los PSM en cerca de 60 millones en el periodo 1995-2005, pasando de 190 millones en 1995 a 250 millones en 2005 --de ellos, el 62 % habita en Egipto y Turquía. Pero, sobre todo, la llegada de los jóvenes al mercado de empleo ha agravado aún más el problema del paro, que afecta especialmente a los diplomados. Oficialmente, los índices de paro alcanzan una media del 15 %, pero en realidad ésta debe de aproximarse más al 20 %, y al 35 % en el caso de los jóvenes. Esto significa que no ha habido muchos progresos desde 1995; la situación se ha vuelto incluso más grave. Aunque sólo fuera para mantener los índices de desempleo actuales durante los próximos 10 años, se debería crear una media anual de entre 3 y 4 millones de empleos. Esto requeriría un crecimiento medio de 6,5 % o 7 %, nivel que no ha sido alcanzado por ningún país socio mediterráneo desde 1995, salvo las raras excepciones de Turquía (8,1 % en 2004) y de Jordania (6,7 % también en 2004). 1.2. Altibajos del crecimiento económico Para valorar mejor la evolución económica de un país se suele recurrir al Producto Interior Bruto (PIB) per cápita (en inglés: Gross Domestic Product o GDP), expresado según la Paridad del Poder Adquisitivo (PPA) (en inglés: Parity of Purchasing Power o PPP). Si buscamos la media del PIB per cápita de la región mediterránea en su conjunto, constatamos un ligero progreso entre 1995 y 2004, pues pasa de 3.730 dólares estadounidenses en 1995 a cerca de 5.000 en 2004 (European Commission: “10 years of Barcelona Process: taking stock of economic progress in the EU Mediterranean Partners”, en European Economy n°16, abril de 2005, p.3). A pesar de este pequeño aumento, la brecha de prosperidad (prosperity gap) entre los países mediterráneos y la UE ha permanecido inalterable, puesto que en 2004 el total del PIB mediterráneo apenas supera el 18 % del PIB europeo. Los diez años transcurridos no han permitido, pues, recuperar el retraso. Sin embargo, esta constatación es engañosa puesto que estamos manejando medias, cuando la situación de los países socios mediterráneos es, en lo que respecta al crecimiento económico y a la convergencia, muy heterogénea. En un periodo de diez años, los índices de crecimiento por habitante han sido muy desiguales en la región. En 2003, por ejemplo, el incremento de los índices oscila entre un 1 % (Israel) y un 6,8 % (Argelia). En 2004 Turquía destaca con un índice de un 8,1 %, Jordania registra un gran

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): entre alabanzas y lamentos 13 salto adelante con un 6,7 %, mientras que los otros países se estancan con índices que oscilan entre el 2 % y el 4 %. La heterogeneidad también es la característica de las trayectorias de convergencia con los países de la UE. Tras la media del 18 % se esconden situaciones muy diferentes. Israel, con su PIB per cápita de 20.000 dólares estadounidenses en PPA, alcanza un 74,4 % de la media comunitaria (2004), frente a un 2,7 % en los Territorios Palestinos --sometidos, no lo olvidemos, a los efectos de la represión israelí--, 13,5 % en Siria, 26,8 % en Túnez y 28 % en el Líbano. Entre todos los países mediterráneos tan sólo Túnez ha mejorado su índice de convergencia, pasando del 20 % en 1995 al 26,8 % en 2004. Argelia ha avanzado tan sólo un punto (19,2 %). Todos los demás países incluso han retrocedido, como se puede observar en la siguiente Tabla. Esta incapacidad de alcanzar los niveles económicos europeos no se debe a unos malos resultados económicos, sino a un crecimiento volátil y sensible a ciertos factores de impacto --como las fluctuaciones e inestabilidad de los precios, a una meteorología caprichosa y a la conflictividad interna y regional--, y a que tal crecimiento resulta en cualquier caso insuficiente con respecto a un crecimiento demográfico medio del 2,1 % y a un aumento medio de la mano de obra del 3,1 %. En cuanto los demás indicadores, los países mediterráneos presentan diferentes situaciones, pero por lo general no resultan alarmantes. Para empezar, estos países registran, aunque con matices, “unos índices de pobreza monetaria de los más leves dentro del área de los países en desarrollo” (DREE, abril 2005, p.2) debido a la subvención pública de los precios de los productos básicos, a una fuerte tradición de solidaridad familiar, a la ayuda internacional y a las transferencias de los emigrantes. Pero mientras el porcentaje de los que viven con menos de 2 dólares estadounidenses al día no supera el 7 % en Jordania y en Túnez, en Egipto en cambio esta proporción alcanza el 44 %, si bien ha descendido en 2005. En cuantos a los demás factores --excluyendo PIB-- que constituyen indicadores de desarrollo humano, es decir, el grado de libertad y de gobernabilidad y la esperanza de vida, los progresos son visibles pero lentos. La clasificación sitúa a 4 países mediterráneos por encima del umbral de 100, a otros 4 entre 80 y 100 y tan sólo a Israel en las posiciones más altas (22ª plaza). Tabla 3: Clasificación de los países mediterráneos en el IDH (Indicador de Desarrollo Humano) Países Clasificación País Argelia 108 Egipto 120 Israel 22 Jordania 90 Líbano 80 Marruecos 125 Siria 106 Túnez 92 Turquía 88 Fuente: UNDP, 2005

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En términos de libertad y de gobernabilidad, a pesar de algunos tímidos movimientos -alternancia política en Marruecos, elecciones libres en los Territorios Palestinos y en el Líbano, apertura a varios candidatos de las elecciones presidenciales egipcias, entre otros acontecimiento--, los sistemas políticos permanecen blindados. Pero la capacidad de redistribución de los estados decae en todas partes, incumpliendo el antiguo contrato social entre unas sociedades obedientes y unos estados con poder de iniciativa y distribución. En cuanto a la gobernabilidad administrativa e institucional, aunque se han registrado progresos aquí y allá, en general aún queda mucho por hacer. Es en el ámbito educativo donde se han realizado mayores esfuerzos en términos presupuestarios (15 % del PIB). El analfabetismo se ha reducido y la educación femenina ha progresado en todas partes. Es en este ámbito donde los resultados han sido más sólidos. La alfabetización de las mujeres --en términos de porcentaje de las mujeres con edades comprendidas entre 15 y 24 años-- ha avanzado 11 puntos entre 1995 y 2005 en el conjunto de países mediterráneos, pasando del 77 % al 88 %. Pero mientras tal porcentaje alcanza su mejor marca en Jordania, con el 100 %, cae sin embargo hasta el 61 % en Marruecos. Tal disparidad se repite en el terreno de la participación femenina en el mercado laboral. En efecto, mientras la media mediterránea se sitúa en el 30 %, en Israel la proporción de mujeres que trabajan fuera del sector agrícola alcanza el 49 %, mientras que apenas supera el 12 % en Argelia y el 27 % en Marruecos. Por el lado negativo, se registra una ralentización en el empleo de los diplomados, a menudo condenados al paro y al repliegue al sector informal, pero sobre todo aparece en negativo un descenso en la calidad de la educación, debido a la inadecuación de la formación con respecto a las necesidades de las empresas. 1.3. Comercio exterior de los países mediterráneos A lo largo de estos años los países mediterráneos se han ido abriendo e integrando en la economía mundial. Acudiendo a las cifras aportadas por la Comisión Europea, el índice medio de apertura (exportaciones e importaciones en porcentaje del PIB) se situaron en 2003 en torno al 62 %, frente al 36 % en 1995. Pero también aquí hay que matizar, en tres sentidos. Para empezar, estas cifras medias ocultan disparidades en las importaciones, con índices de apertura que superan el 80 % en Túnez y en el Líbano, pero que se estancan entre el 25 % y el 40 % en Egipto y en Israel. Además, el petróleo distorsiona los cálculos y aporta una imagen falsa. Y para acabar, no se tienen en cuenta los servicios. En efecto, si tomamos la media mediterránea de exportaciones de bienes y servicios con respecto al PIB, obtenemos un índice de apertura del 33 % en 2002. Tabla.4: Índices de apertura de las importaciones y exportaciones de bienes y servicios como porcentaje del PIB País Argelia Egipto Israel Jordania Líbano

Exportaciones 1995 2000 27 22 31 52 12

36 16 37 46 14

Importaciones 1995 2002 28 45 45 73 65

23 46 46 67 41

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): entre alabanzas y lamentos 15 Marruecos Siria Turquía

27 31 20

32 37 30

34 38 24

37 28 30

72 44

84 64

80 44

94 67

A título comparativo: Estonia Hungría

Fuente: World Development Indicators 2004 Una vez señalados estos matices, no es menos cierto que el incremento en el intercambio de mercancías en los países mediterráneos ha alcanzado la cifra del 60 % entre 1995 y 2003 (Comisión Europea, 2005), frente al 46 % registrado por el comercio mundial. Tal evolución se debe sin duda a la liberalización comercial llevada a cabo en los países mediterráneos. En todos ellos la media de las tasas aduaneras industriales se ha reducido alrededor de un 11 %, lo que sitúa esta media en un 17 %, frente al 10,8 % en Asia, el 9,5 % en Latinoamérica y el 5,2 % en los nuevos miembros de la UE (FEMISE, 2005). En el Mediterráneo las tasas aduaneras son muy heterogéneas, pues oscilan entre el 8 % de Israel, el 64 % de Marruecos y el 160 % de Egipto. Su desmantelamiento también ha seguido ritmos muy dispares: Marruecos y Jordania han realizado el mayor esfuerzo en este sentido, mientras que Egipto, Argelia y, en menor medida, Túnez han preferido la opción de un desmantelamiento más progresivo. Pero en todas partes, si bien se han disminuido las tasas sobre las importaciones de bienes de equipo, se han mantenido globalmente las que afectan a los bienes de consumo (Tabla Andreas-Marchetti, p.47). Tal proteccionismo no es, sin embargo, patrimonio exclusivo de los países mediterráneos. La propia UE, más allá de su discurso liberal, dispone de todo un arsenal de restricciones. Además de la Política Agraria Común, principal obstáculo para las exportaciones agrícolas mediterráneas, la UE se protege de mil maneras --sectores sensibles, derechos específicos, cuotas, contingentes tasados, normas, derechos anti-dumping, protecciones fitosanitarias, entre otros. Recordar que la UE es el primer socio comercial de los países mediterráneos. 1.4. La polarización del comercio mediterráneo en la UE Desde el Tratado de Roma la UE ha sido el principal socio comercial de los países mediterráneos. Esta polarización de los intercambios se mantiene desde 1995, aunque asistimos desde hace algunos años a una leve inflexión debida en parte a la apertura de los países mediterráneos al comercio mundial --su parte en el mercado mundial pasa del 1,8 % en 1995 al 2,1 % en 2003--, y a la ofensiva comercial de los Estados Unidos y de los países asiáticos en los países árabes y mediterráneos (Bichara Khader, 2005). De hecho, mientras que en 1995 el 48,1 % de las exportaciones mediterráneas se dirigían hacia la UE, su porción en 2003 desciende al 46,7 %. Esta inflexión es aún más pronunciada en lo que respecta a la proporción de exportaciones mediterráneas, que cae del 50,6 % registrado en 1995 a tan sólo el 45,9 % en 2003. De nuevo estas medias no reflejan las diferentes evoluciones en cada país. En efecto, mientras la polarización hacia la UE de las exportaciones de Túnez se refuerza ligeramente -en 2003 un 80,6 % de las exportaciones tunecinas se dirigen hacia la UE, mientras que en

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1995 representaban un 78,5 %--, todos los demás países mediterráneos han registrado un descenso en el porcentaje de sus exportaciones a la UE. Cabe realizar la misma observación en cuanto a las importaciones, pues si bien la participación de la UE en las importaciones de los países magrebíes ha pasado del 64 % en 1995 al 66,8 % en 2003, en el caso de Israel ha caído del 52,3 % al 40,8 % y en los países del Mashrek (Siria, Líbano, Territorios Palestinos y Egipto) del 50,6 % al 45,9 %. En cambio, la participación de los países mediterráneos en los intercambios extracomunitarios de la UE de los 15 se ha estancado en un 6,5 % (3 % del conjunto de intercambios intra y extracomunitarios), mientras que durante el mismo periodo de 1995/2003 la participación de los ocho países PECO en tales intercambios pasaba del 7,5 % al 12 %. Si bien los porcentajes del comercio de la UE con los 12 países mediterráneos han permanecido casi inalterables, el valor de las exportaciones de la UE se ha incrementado en un 6,1 %, alcanzando en 2003 81.300 millones de euros, y el de las importaciones en un 109 %, alcanzando en 2003 67.000 millones de euros, lo que supone para la UE un excedente comercial ventajoso de 14.140 millones (29.000 millones si no se tiene en cuenta el petróleo). Así que, globalmente, la geografía comercial entre 1995 y 2003 confirma un hecho ya clásico, es decir: a) Los intercambios mediterráneos se polarizan mucho hacia el exterior (50 % del comercio se hace con la UE), frente a un débil comercio horizontal: tan sólo entre el 4 % y el 5% de los intercambios mediterráneos se realizan entre países de la región. b) Una fuerte asimetría en los intercambios pues los países mediterráneos apenas suponen un 6,5 % del comercio extracomunitario y un 3 % de los intercambios totales. c) Israel y Turquía siguen acaparando la parte del león en el comercio de la UE con los países mediterráneos. Por sí solos estos dos países concentraban en 1995 casi la mitad de los intercambios entre el Mediterráneo y la UE, esto es, 37.000 millones de un total de 82.400 millones. En 2003 su participación se ha reducido un poco, pero sigue representando nada menos que 71.100 millones de un total de 148.200 millones de euros. Tabla 4: Exportaciones europeas hacia los países mediterráneos (en miles de millones de euros)

País

4,5

6,1

7,8

Crecimiento en % entre 95 y 03 64,5

Egipto 5,0 Jordania 1,0 Líbano 2,5 Marruecos 4,7 Siria 1,4 Túnez 4,2 Chipre 2,0 Israel 9,7 Malta 2,0 Turquía 13,4 TOTAL 50,4 Fuente: European Economy, 2005

7,1 1,6 2,6 7,7 1,8 7,3 3,1 15,8 2,8 30,0 85,9

6,0 1,8 3,3 8,1 2,1 7,2 2,1 11,4 2,5 28,2 81,3

19,5 73,9 34,0 70,7 74,6 72,3 46,4 18,1 26,3 110,9 61%

Argelia

1995

2000

2003

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): entre alabanzas y lamentos 17 Tabla 5: Importaciones europeas de los países mediterráneos (en miles de millones de euros)

País Argelia

1995

2000

2005

%

4,8

16,4

14,6

202,4

Egipto

2,2

3,4

3,4

55,1

Jordania Líbano Marruecos

0,1 0,1 4,0

0,2 0,2 6,0

0,2 0,2 6,2

64,9 37,8 55,0

Siria Túnez Chipre Israel

1,7 3,4 0,7 4,7

3,4 5,5 1,0 10,0

2,8 6,1 0,9 7,5

63,6 82,5 24,7 60,6

Malta

1,1

1,0

1,0

-11,7

Turquía

9,2

17,5

24,0

160,0

32,0

54,6

66,9

109

Total

Fuente: Tabla elaborada a partir de los datos de European Economy. Tabla 6: Saldo comercial de los intercambios UE/países mediterráneos (exportacionesimportaciones), 1995-2003 (en miles de millones de euros)

1995

2000 18,4

2003 31,3

14,4

Conclusiones “Los rumores sobre mi muerte han sido ampliamente exagerados”, estas palabras de Marc Twain, citadas de manera muy oportuna por Christian Leffler, director de la Comisión Europea (MED, 2005) confirman el balance que suele hacer la UE sobre el partenariado euromediterráneo: contradiciendo las falsas necrológicas, este no ha muerto prematuramente. El niño que la UE alzó sobre la “pila bautismal” en 1995, en la Conferencia de Barcelona, sufre, qué duda cabe, de raquitismo, pero está fuera de peligro. Sus primeros pasos aún son vacilantes, pero todo conduce a pensar que crecerá y se hará fuerte. Para dar peso a esta visión la UE desgrana una serie de logros: estabilización macroeconómica en los países socios mediterráneos (PSM), firma de los Acuerdos de asociación, primeros pasos de una integración subregional --con la firma del Acuerdo de Agadir entre Marruecos, Túnez, Egipto y Jordania--, mejoras en el funcionamiento del instrumento financiero MEDA, presentación de las nuevas facilidades de crédito (FEMIP) y encaminamiento de los Estados mediterráneos por la vía de la gobernabilidad administrativa e institucional.

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¿Ha logrado todo esto desencadenar un auténtico proceso de reforma y de desarrollo en los países socios mediterráneos? Nada más incierto. No cabe duda que los PSM han logrado, en su conjunto, ganar el desafío de la estabilización macroeconómica --control del déficit presupuestario y de la inflación--, lo que además les ha permitido resistir a los golpes internos y externos --sequía, inestabilidad de los precios del petróleo, de los ingresos turísticos y de las transferencias de los emigrantes. Pero esta estabilidad se debe más a los programas de ajuste estructural de los años 80 que al partenariado euro-mediterráneo, y en cualquier caso no ha provocado una revitalización de las sociedades mediterráneas. En palabras de un ex-ministro marroquí, Hassan Abou Ayoub, las mejoras tan ponderadas en los discursos oficiales crean “la imagen virtual de una dinámica de progreso que el ciudadano no reconoce en su cotidianidad” (MED, 2005). Así pues, los vicios del partenariado no residen tanto en su forma como en su naturaleza misma. En efecto, se trata para empezar de un contrato holgado que atañe principalmente al libre comercio industrial y excluye la liberalización de la agricultura. El sector agrícola supone precisamente entre un 15 % y un 20 % del PIB de los PSM y da empleo a entre un 10 % de la población (en Israel) y un 25 % (en Marruecos), mientras que en Europa tan sólo constituye un 3% del empleo y su contribución al PIB se reduce a un 6 %. La paradoja es que los países mediterráneos reclaman una apertura total del comercio agrícola sin medir las consecuencias que podría acarrear ésta a su propia agricultura cuya escasa productividad hace muy vulnerable. En lo que respecta a las exportaciones de productos manufacturados, que son el corazón del partenariado, el peligro no reside tanto en la escasa apertura de los mercados sino más bien a su contrario, en su total liberalización. Esto resulta especialmente cierto en cuanto al sector textil y de ropa de los países mediterráneos, para el cual la finalización del acuerdo multifibras supone exponerse a una descarnada competencia con los países asiáticos. Esta será especialmente perjudicial para los intereses de los países mediterráneos, salvo tal vez para Turquía, en la medida en que éstos se han especializado en una producción de baja escala tecnológica y no se han preocupado de evolucionar hacia una confección más diversificada, más moderna y por lo tanto más competitiva. Por lo tanto, a falta de progresos en la escala tecnológica, estos países verán cómo los competidores recién llegados van arañando sus partes del mercado. Se puede imaginar lo negativo de las consecuencias para un sector que representa el primer empleador industrial en Egipto, Marruecos y Túnez y que supone el 24 % de las exportaciones totales de Marruecos, el 41 % de Túnez, el 50 % de Egipto, Siria y Líbano y el 37 % de Turquía (frente al 10 % de Israel) (DREE, junio 2003). El partenariado económico euro-mediterráneo no puede, por sí solo, evitar esta evolución negativa. Es cierto que los países mediterráneos pueden intentar diversificar sus mercados de exportación, especialmente hacia los Estados Unidos con la firma de acuerdos de libre comercio como los establecidos con Marruecos y con Jordania, pero a medio y largo plazo el problema persiste: para salir de la especialización textil hay que cumplir una serie de condiciones, como progresar a un producción de alta gama, mejorar la formación de la mano de obra, promover la integración regional horizontal, movilizar la economía del conocimiento y, sobre todo, incrementar el atractivo de la región para las Inversiones Directas Extranjeras (IDE). Todo esto requiere que Europa se replantee sus relaciones con los países mediterráneos, pero también que éstos mejoren su gestión estatal, que promuevan una participación efectiva de un sector privado dinámico en un verdadero proyecto de desarrollo y una implicación de la sociedad civil, y que se avance hacia una convergencia y solidaridad regional irreversible, lo que obligaría a delegar cierta soberanía en instituciones regionales.

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): entre alabanzas y lamentos 19

Este último punto resulta fundamental, pues las convergencias de intereses económicos suponen una vía para superar los enfrentamientos políticos. En este sentido una integración regional siempre tiene una dimensión política, ya que se traduce en una voluntad común de construir un espacio de paz y de seguridad. Pero ¿por qué el partenariado euro-mediterráneo no ha generado esta voluntad común de paz? A mi parecer, debido a una inversión metodológica (Bichara Khader, 2005). Invitando a Israel y a los países árabes a sentarse en la misma mesa, la UE creía ingenuamente que esto iba a atenuar los enfrentamientos, creando entre ellos un ambiente propicio para la cooperación regional. Era una iniciativa que tenía su mérito en 1995, dentro del clima de optimismo derivado de los Acuerdos de Oslo, pero que al fin y al cabo contradice una lógica que, por ejemplo, presidió la firma del Tratado de Roma. En efecto, este sólo fue posible una vez terminada la guerra, tras reconocer lo intangible de las fronteras y tras la reconciliación franco-alemana. En resumen, primero hubo reconciliación, después normalización y, finalmente, integración. En contraste, en el proceso de Barcelona la UE propone a los países árabes la trayectoria contraria: normalización antes de que el conflicto haya acabado. Tal inversión metodológica ya me parecía ingenua en 1995. En 2005 la realidad habla por sí sola: el conflicto árabeisraelí se ha agravado, lo que no sólo ha dejado en mal lugar el optimismo europeo, sino sobre todo “ha contaminado todo el proceso de Barcelona”, y especialmente su primera dimensión que se centraba en la seguridad y en el diálogo político. Esto da una idea de lo importante que resulta para Europa hacer uso de todas las herramientas a su alcance, en estrecha colaboración con los demás miembros del Cuarteto -la ONU, Estados Unidos y Rusia-- y con las partes implicadas, para encontrar una solución duradera y justa a este conflicto, el cual, aparte de toda la crispación y resentimiento que genera en las sociedades árabes, contradice la lógica misma de un área de libre comercio y de un desarrollo solidario. El mercado no tiene la virtud de resolver los conflictos, como mucho puede colaborar en la consolidación de los procesos de paz. Es decir, difícilmente se producirá una primavera mediterránea mientras dure el invierno de la ocupación y de los conflictos no resueltos. Resulta evidente que la prolongación de conflictos tenaces (conflicto árabe-israelí, conflicto del Sáhara Occidental) constituye un obstáculo para la cooperación regional. Su resolución desharía una seria hipoteca que lastra las actuaciones colectivas. Pero no hay que mecerse en ilusiones: el final de la conflictividad regional tan sólo produciría efectos positivos si viene acompañada de una firme implicación de la UE y de los países de la región en la profundización del proyecto euro-mediterráneo. Esto exige a la UE un compromiso resuelto en el desarrollo de actividades duraderas con los países mediterráneos, que generen ingresos, ahorro e inversiones. La política actual, centrada exclusivamente en los intercambios comerciales, fomenta ciertamente una mayor aproximación de las economías mediterráneas al mercado comunitario, pero no de ninguna manera puede, por sí sola, sacar a estos países de su letargo. Más allá del comercio, hace falta un “desarrollo compartido”, por retomar la expresión de Dominique Strauss-Khan, el cual exige una difusión del conocimiento, una mejora de la condición femenina, una gestión eficaz de los recursos hídricos y la puesta en marcha de infraestructuras regionales. Todo esto requiere una base mínima de compromiso por parte de los socios mediterráneos mismos. Estos deben asumir su parte de responsabilidad en la puesta en práctica de las recomendaciones de la Declaración de Barcelona, en especial en lo que se refiere a la

20 CIP-FUHEM

apertura de los sistemas políticos, con todo lo que ello implica en términos de gobernabilidad --poner fin a la corrupción--, de transparencia --acabar con la opacidad de los procesos--, de eficacia --rejuvenecer unas administraciones vacilantes y pesadas-- y de equidad --distribuir equitativamente tanto los sacrificios como los beneficios. Algunos países mediterráneos, como Marruecos, Jordania, Líbano o Egipto, han emprendido serios esfuerzos para avanzar en todos estos puntos. Tales esfuerzos deben proseguirse sin pausa si los países árabes quieren alzarse al nivel de las economías emergentes, atractivas, dinámicas y capaces de afrontar la competencia internacional y abandonar el modelo núcleo/radios (hub and spokes) que limita a los países mediterráneos al mercado europeo. Esto exige dirigentes (leaders), y no sólo gobernantes (rulers), el desarrollo de una auténtica clase empresarial, más allá de una burguesía especulativa, rentista y satélite de los poderes establecidos, y dedicar especial atención a las pequeñas y medianas empresas, sin las cuales todo proyecto de desarrollo está condenado al fracaso. Pero sobre todo, acabar con este simulacro de privatizaciones, en el cual asistimos al paso de una economía por planes a una economía por clanes, es decir, de un socialismo estatalista a un capitalismo del compadreo (Giacomo Luciano, 2005).

Noviembre de 2005

El partenariado económico euromediterráneo (1995-2005): entre alabanzas y lamentos 21

Notas Hassan Abou Ayoub : « Barcelone II: vers une refondation ? » , en MED 2005, IEMED, Barcelona. DREE: les échanges commerciaux en Méditerranée ,dossier ,junio 2003 -L’espace économique euro-méditerranéen , mayo 2004. European Economy: «10 years of Barcelona Process», Direction Générale des affaires économiques et financières, nº16, abril 2005-11-15. Femise: rapport 2005. Bichara Khader : « l’offensive commerciale des Etats-Unis en Méditerranée et dans le monde Arabe », Economía Exterior , Madrid, otoño 2005. -«El proceso de Barcelona: el texto y el contexto», dossier Vanguardia, octubre -noviembre, 2005. -«Partenariat euro-arabe ou partenariat euro-mediterranéen», MED 2005, IEMED, Barcelona, 2005. Philippe Hugon: «Les accords de libre-échange entre l’UE et les PSEM ont-il favorisé un développement et un partenariat durables conformes au projet de Barcelone?», intervención en el coloquio de El Cairo, mayo 2005. Christian Leffler: «L’évolution et non pas la révolution: le processus de Barcelone 10 ans après», MED 2005, IEMED, Barcelona, 2005. Giacomo Luciani : « Le volet économique du processus de Barcelone :résultats et perspectives » , MED 2005 ,IEMED, Barcelone, 2005 Andreas Marchetti(ed.): “Ten Years euro-mediterranean partnership”, en ZEI, discussion paper, Bonn, 2005. Dominique Strauss-Khan : intervention aux Rendez-vous de la Méditerranée, Marsella, 2005.

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