En una tarde lluviosa y fría en la capital de Colombia, amparado

1 Evocación E n una tarde lluviosa y fría en la capital de Colombia, amparado por la penumbra de un cuarto de inquilinato, en el tristemente famoso
Author:  Emilio Araya Vidal

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1 Evocación

E

n una tarde lluviosa y fría en la capital de Colombia, amparado por la penumbra de un cuarto de inquilinato, en el tristemente famoso sector de El Cartucho, me encontraba enfundado en mis pensamientos. Fumaba un cigarrillo con la esperanza de apaciguar en parte el mortal frío que me carcomía hasta las entrañas; en cada bocanada de humo retornaban tiempos pasados, tiempos ya idos. Así, mis recuerdos mágicamente me transportaron de regreso a mi terruño, donde por primera vez respiré el aire de vida, donde por primera vez mi madre me arrulló en su regazo dándome un beso para sellar nuestro parentesco. Mi madre puso sus manos sobre mi cabeza y exclamó: –¡Bendito seas hijo de mi alma!, porque el Todopoderoso me lo envió para alegrar los momentos de mi vejez –y en un impulso de ternura de nuevo me besó en la frente con tal ternura como solo una madre es capaz de transmitir. Recordaba aquellos campos llenos de verdor y vida, donde a la huída paulatina de la tarde el agua del riachuelo, sin reflejos, y sin luces parecía dormirse a la sombra de los árboles corpulentos que besaban un ambiente húmedo y frío que flotaba en el espacio en el cielo; en sus ramas cesaban los alegres gorgojeos y solo bajo las muertas hojas caídas de los árboles había entre los insectos estremecimiento de alas; donde la noche mágicamente cubre los campos como una madre amorosa protege el fruto de sus entrañas. Recordaba con añoranza las tardes de embrujo. El valle iba poco a poco envolviéndose en vagas tinieblas y desaparecía en la lotananza; como invadida por oleajes de sombras la naturaleza se destacaba en el horizonte, engrandecida y envuelta en una niebla misteriosa. Pero también es cierto que la vida del campesino es ruda y aunque llena de esperanzas y altibajos, también es llena de ilusiones truncas. En aquellos momentos el manto oscuro de la noche cubría la gran ciudad. 7

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Enfrascado en mis recuerdos, como un flechazo en mi memoria vi el anuncio de mi nacimiento: mi padre reventaba de alegría y en un momento de piedad le dio gracias a Dios desde el fondo de su corazón y lleno de júbilo repetía: –María amor mío, qué felicidad, es un varón. Mi madre llena de ternura contestó: –Sí Juan, es igualito a ti y estoy muy orgullosa de ser su madre. Mi padre dándole rienda suelta a su alegría estrechó a mi madre contra su pecho, la besó con un beso apasionado lleno de ternura; –¡Oh! nuestros sueños blancos hechos realidad. Bendecidos como frutos del amor como caballos blancos, cruzan también las tinieblas profundas, la pradera silenciosa del ensueño y su silueta embellece el limbo, la fronda misteriosa donde abre su pétalo la señora flor de la esperanza. La noche seguía inclemente, el frío me doblegaba; en un impulso prendí otro cigarrillo. Mis recuerdos seguían aleteando en mi memoria, eran tiempos y recuerdos muy hermosos pero estaban consumidos en el pasado. Los recuerdos dolorosos, los sueños tristes, como los caballos negros salvajes, pasan también por la selva oscura, por la pradera silenciosa en estampida fantástica hacia un extraño despertar de maldición donde las lágrimas cristalizadas forman en la eterna floración de los dolores, y el alma queda absorta escuchándolos pasar con el rumor formidable de un alud. Pero esto es la típica familia colombiana personas buenas, laboriosas, gente de ideas sencillas; lo que no sucede con los de la ciudad, de la metrópoli populosa. Se han olvidado de aquella vida hermosa y sencilla del lejano pueblo; ignoran la vida de aquellos centros diminutos florecientes con las lluvias de sus inviernos y las sequías de sus veranos para luego brindar la policromía en el alboroto de las cosechas, luego reposada en la calma nostálgica del invierno. Las juventudes de las grandes ciudades no saben nada de la vida de los pueblos, vida en que la madre naturaleza se presenta mas pequeña, como se presenta en el infante la misma vida del adulto. El hombre de la ciudad es más rico que el del pueblo, pero este es más digno. El primero es esclavo de la ambición y el segundo es el hijo del desinterés; los unos viven la vida mezclada por el temor y 8

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el tedio, los otros la beben limpia y pura con tranquilidad y alegría. Es quizá porque el campesino nace con el corazón feliz, amante, lleno de arrojo para encarcelar en sus manos cual pedacito de tierra para amasarla a su antojo, para que brote de sus entrañas sus frutos. Así llenos de contento unen sus pechos palpitantes de arrojo y amor. En los albores de los años 34 nací en un pueblito boyacense, insignificante geográficamente, se encuentra ubicado al oriente de la capital de Boyacá; los hijos de este pueblo o los posibles visitantes desde Tunja gastan una hora para llegar en flota. De vuelta a la cuna Por eventualidades de la vida volví a mi terruño por el año 1984. En ese año la estructura urbana de mi pueblo lo constituían dos calles, pero eso sí, se respiraba un ambiente de religiosidad muy penetrante. En la cabecera de la plaza, –sí, porque han de saber que por más insignificante que parezca mi terruño hay plaza– donde todos los domingos se congregan los habitantes de las veredas para vender, los unos sus cosechas, los menos sus gallinas o el cerdito, pero eso sí, lo primero es lo primero y lo primero es la Santa Misa, porque cumplimos con ella como buenos boyacenses con sangre mezclada de los antepasados, los conquistadores, por cierto apodados los Chapetones; y por añadidura catequizados también por eminencias venidas de la madre patria. Así, con todas esas bondades, no hubo indio que se resistiera o resistiera a la dicha de ser catequizado y sometido desde entonces. Dios nos libre, ningún “comepapa” puede faltar al Santo Oficio. Pero me estoy saliendo del camino que veníamos recorriendo, les contaba: en la cabecera de la plaza ubicada al oriente, se encuentra el imperio sacerdotal; se compone naturalmente de casa cural, claustro para las reverendas monjitas (y pueblo que se respete no le puede faltar una soberbia iglesia). Analizando el terreno que ocupa este palacio de Dios, no es que sea demasiado, es tan solo una manzana. Y naturalmente, los representantes del Altísimo viven a todo dar, o sea viven rebién, mientras mis paisanos, que como buenos boyacenses son rebrutos (de antemano les pido no se ofendan; les digo brutos con mucho cariño y del bueno, nada menos salido de lo profundo de mi corazón). Después que han pasado muchos años, me pregunto porqué los Reyes Católicos no incluyeron en la misión 9

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de la conquista, aparte de la catequización, el habernos infundido el progreso y la mesura. Digo, ¿porqué nuestros conquistadores en vez de haberles inyectado a nuestros antepasados el odio, el rencor en sus corazones y la tristeza recóndita al ver a sus mujeres manchadas por un puñado de gamberras mientras los hombres eran encadenados a la tiranía y a la esclavitud y a los reales antojos de los mal llamados conquistadores; estos como una manada de langostas, devoraban lo que encontraban a su paso? En fin eso pasó hace tantos años que ya ni recuerdo de cuando éramos indios mugrosos patirrajados y descorazonados viendo las atrocidades de otro puñado de gamberros, mal nacidos que dizque son el ejercito de liberación del pueblo, me pregunto cuál legión de malditos demonios, los eligió como paladines de la muerte, de la barbarie, quién los invistió como el azote de los mas débiles, porque eso es lo que son: una maldición de la naturaleza, unos mal nacidos que no quieren a su patria, no hacen otra cosa que desangrarla para que un puñado de latifundistas engorden sus arcas. Pero bueno diré como decía una tía: “Con el tiempo y un palito veremos qué pasa”, y esperemos, pero bien acomodados para que no nos cansemos esperando. Les contaba: yo nací en la época del mandato del Dr. Darío Echandía Olaya. Este ilustre personaje fue presidente de nosotros los colombianos durante dos períodos; habría que preguntarnos qué tan buen mandatario fue. Bueno la verdad eso ya no nos incumbe y en lo que a mí me concierne, les cuento que en esa época yo estaba recién nacido y no recuerdo nada, lo que sí les puedo contar es que mi padre era agricultor, sembraba trigo, maíz y claro lo principal: la cosecha orgullo (bueno al menos orgullo de mi progenitor) decía con mucho orgullo que en los tiempos de la Conquista un miembro que formaba parte del séquito conquistador (aquí ofrezco disculpas por no hacerles saber el nombre del conquistador, pero resulta que mi padre era pésimo para recordar nombres) se le ocurrió llevarle a los Reyes Católicos unas turmas; sí, sí, este era el nombre del tubérculo, la cosa es que aquel valiente súbdito de la real corona se aventuró con una carguita de nuestras fabulosas turmas. Y bueno, allá en la península la reina muy diligente, le dio la orden al cocinero real que preparara las turmas, de inmediato el 10

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maestro de la culinaria se partía los sesos para encontrar la fórmula de preparar los manjares llegados de las lejanas tierras. Donde todos son indios patirrajados y de ñapa anegados de niguas, y porqué no decirlo, con grandes criaderos de piojos. Mientras les hacía partícipes de la existencia de tal cual bicho a los que adoraban casi con devoción y cariño. Es obvio, este problemita también fue del pasado, refiriéndose a sus cultivos piojísticos, los miraban y los sentían casi con devoción porque manifestaban que estos bichos llevaban su propia sangre. ¡Oh que sorpresa! ya se encuentran las turmas sobre la mesa real; su majestad la reina, es la primera en saborear la primera turma; hizo un gesto de asombro y toda incrédula decía: “No lo puedo creer”, repitió otro bocado y con la boca llena y los ojos desorbitados exclamó: –¡San Jerónimo bendito! que turmas tan exquisitas tienen esos indios. Se saboreó, se limpió los labios con el dorso de la mano, enseguida el rey y su corte dieron buena cuenta de las ya famosas turmas, después que la reina se pegó su panzada eructó ruidosamente dijo: –Qué lástima que esos indios aún no hayan inventado la pola, porque encima de estas turmas una cervecita nos caería de perlas. Lo cierto es que nuestras turmas allá en la madre patria se convirtieron en un bocado de reina, pero ahí no termina todo. Como la reina era tan de buen corazón le manifestó a su consorte, que era imposible el privar de tal privilegio a su santidad el Papa, pero a la vez doña Isabel, sentía cierto disgusto con ella misma porque no encontraba las palabras para decirle al jefe de la iglesia que se comiera las turmas y natural en su cabeza enfervecida se le formaba un costal de anzuelos. Pensando tan delicado problema resolvió reunir a toda su corte y haciendo uso de su autoridad los puso a deliberar, la reina enardecida decía: –Cómo le vamos a decir a su eminencia que se coma las turmas, de pronto piense que les estamos faltando a su dignísimo respeto. Después de muchas horas de infatigable parloteo encontraron la formula papal, sí, porque el tubérculo lo llamaron “papa” en honor a su Santidad. Desde ese momento los reyes dejaron de llamarnos como al tubérculo “turmas” para llamarnos “papanatas, brutos, ineptos”. Pero a modo de entender las cosas los españoles no sabían que Colombia es un pueblo mestizo por esencia producto de tres sociedades o for11

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maciones históricas culturales, entre ellas la indígena o aborigen, con la cual se inició nuestra historia. Los Chibchas A la llegada de los españoles en territorio colombiano, el pueblo indígena más adelantado era el Chibcha o Muisca en el altiplano Cundiboyacense y junto con la cultura Tairona de la Sierra Nevada de Santa Marta, fueron los pueblos más avanzados de la zona noroccidente de Suramérica. En el área de la Meseta Cundiboyacense los Chibchas se dividían en los siguientes cacicazgos: Bacatá dominio del Zipa, Unza dominio del Zaque, Tundama, Susa y Guatavita. Los Muiscas alcanzaron notables avances en las técnicas de la agricultura, cultivaban maíz, papa, batata, quina y otros productos, también cultivaron algodón y tabaco. Ejercían actividades artesanales importantes, eran diestros en alfarería con gran variedad y calidad, destacando sus figuras antropomorfas, utensilios de cocina, vasijas de barro. Otra de sus actividades fue la orfebrería, la cual perfeccionaron con variadas y complejas técnicas metalúrgica; el oro lo obtenían en intercambio por sal con los indios de las riveras del Magdalena. Los Chibchas explotaron las minas de sal de Zipaquirá, Sesquilé, Nemocón y Tausa. Además del uso doméstico, la sal servía para el trueque en el comercio, en la misma forma conocieron el carbón mineral el cual fue utilizado principalmente por los Chibchas de Sogamoso, desarrollando una industria de tejido con una gran variedad de fibras vegetales, principalmente el algodón y el fique. Según la tradición Chibcha, Bochica enseñó en sus predicaciones la manera de hilar el algodón y de tejer y adornar las mantas, cada familia tenía su telar el huso y los torteros para elaborar sus hilados. Los Muiscas comerciaban por medio del trueque en donde se adquirían las esmeraldas de Somondoco y los tejidos. En la sociedad Chibcha, existía un tipo de estratificación social, en la cual los caciques y sus familias formaban un estamento superior privilegiado; también en las decisiones políticas administrativas y militares influían los sacerdotes o jeques y los Quechuas o Guerreros. La base de la sociedad Chibcha era la familia, varias de las cuales formaban los clanes y estos pagaban los tributos a los caciques los cuales consistían en oro, alimentos, mantas o trabajo. Los Chibchas no constituían un grupo unido político compacto u homogéneo en12

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tre los cacicazgos tenían mayor poder los cacicazgos dominados por el Zipa y el Zaque, ambos cacicazgos tenían estados tributarios con los cuales se aliaban para la guerra, para conquistar la hegemonía. Las leyes principales de los Chibchas dadas por el antiguo legislador Mompuram, se reducían a cuatro: no matar, no hurtar, no mentir y no quitar la mujer ajena. Los Chibchas tuvieron una religión organizada alrededor de un conjunto de dioses y un grupo sacerdotal encargado del culto principales deidades estaban alrededor del sol, la luna y el agua. Creían en Chimiguagua, el dios creador y autor de la luz. El culto al sol, Sue, lo hacían principalmente en Sogamoso, ciudad sagrada; también tenían el culto a la luna Chía, y Bachué la diosa madre del género humano. Los Chibchas respetaban profundamente los lagos, las montañas y las rocas; consideraban que los espíritus estaban vinculados a los fenómenos físicos, los ríos, las montañas y las lagunas. Los sacerdotes Chibchas llamados Jeques, se educaban doce años en las cucas que eran seminarios dirigidos por los ancianos. Lo anterior nos señala la esencia del pueblo Muisca o Chibcha el elemento cultural más avanzado de la sociedad indígena en el territorio colombiano. Dada su trascendencia, se considera que este pueblo alcanzó el grado de desarrollo cultural más importante entre los aborígenes de Suramérica Septentrional. El impacto de la Conquista española en el siglo XVI es el análisis de la mentalidad aborigen en especial las ideas y sentimientos y actividades en relación con los Españoles y su métodos de conquista y colonización; el acercamiento de la destrucción de los pueblos indígenas infundía una actitud derrotista y tolerante muy fácil para la sociedad conquistadora; cuando llegaron los conquistadores estos fueron considerados por los indígenas como seres extraños que venían a cumplir ciertas profecías. Tierra de Libertad Estimado lector, por favor no se enfade ni piense que esto es un curso de historia patria, sucede que como yo soy de origen Chibcha, me tomo el atrevimiento de recordarles esta parte de la historia porque a mí me parece sensacional el pensar que aquellos indígenas ya eran una sociedad con todo y su cultura. Con todo el respeto me resta recordarles un pequeño pasaje de la batalla del Puente de 13

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Boyacá. En aquel 6 de agosto de 1819. En aquellos tiempos, fue asombroso el entusiasmo que mostró la población de Tunja para atender el ejército libertador, todos aportaron víveres, caballos, herramientas y toda suerte de recursos. Muchos jóvenes entraron al servicio del ejército y los demás en dos días confeccionaron dos mil uniformes para la tropa, bordaron casacas para los oficiales y les quedó tiempo para agasajarlos, en aquel seis de agosto con un suntuoso, baile. Por eso Bolívar bautizó esta ciudad con el nombre de Taller de la Libertad. Al amanecer del día 7 dieron parte los cuerpos avanzados de que el enemigo estaba en marcha por el camino de Samacá; el ejército se puso sobre las armas y luego se reconoció que la estrategia del enemigo era pasar el puente sobre el río Teatinos para abrir sus comunicaciones directas y permanecer en contacto con la capital. Después del encuentro arrollador por parte de nuestro ejército, las perdidas consistieron en trece muertos y cincuenta y tres heridos; entre los primeros el teniente de caballería N. Pérez y el Reverendo Padre Fray Domínguez Díaz, capellán de vanguardia, y entre los segundos el Sargento Mayor José Rafael de las Eras, el Capitán Jhuson y el Teniente Rivas. No son calculables las ventajas que ha conseguido la República con su gloriosa victoria obtenida en la contienda, jamás nuestras tropas habían triunfado de un modo más decisivo y pocos habían combatido con tropas tan disciplinadas y bien comandadas. Sin mis padres Así, entre relatos de mis orígenes y sus hazañas en la gesta libertadora, pasaron veloces mis primeros años de vida, convirtiéndome en un muchacho más del famoso pueblito –casi se me olvida, mi nombre es Mateo– y como es lógico mi padre me transmitió lo que su padre le había transmitido: los secretos del campo y su agricultura. En aquellos tiempos y aun hoy día, el campesino que trabaja de sol a sol, se le cataloga, ni más ni menos, que, como una bestia de carga. Porque la pobreza es ultrajada siempre, hasta por los mismos pobres y se le considera una afrenta. A pesar que todos los filósofos y conformistas adormecen las mentes con frases de consuelo, aún así el campesino se debate en una lucha furiosa defendiéndose de las adversidades, de las inclemencias de su propio entorno; pero todas 14

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esas vivencias son propias del campesino porque hacen parte de su diario vivir. El campesino busca la felicidad sin saber que la vida es la misma felicidad; por doquier hay un ruiseñor que canta, por doquier hay una flor que expele perfume, por doquier hay un árbol que fructifica; el hombre enjaula al ruiseñor para oír su canto; arranca la flor para aspirarla y desecharla y toma el fruto para comerlo, y es rey de todo pero vive desgraciado. Había días en que sintiéndome solo, reflexionando, me decía: eres demasiado feliz muchacho, eso no puede durar, con mis cortos años de existencia no podía imaginar de qué forma caería sobre mi persona la desgracia. No podía preverlo, pero un sexto sentido me auguraba tiempos nefastos, por lo mismo estaba casi convencido que de un modo u otro llegarían brujas ventoseando nefastos acontecimientos y así sin quererlo en una noche aciaga, borrascosa sucedió lo inesperado: las brujas ventosearon sus fatales presagios maléficos; en aquellos campos llovía a torrentes, los frailejones temblaban afligidos por las inclemencias de la naturaleza, los relámpagos de tanto en tanto iluminaban mi humilde alcoba, el estrepitoso ruido de los truenos, laceraban inclementes mis entrañas anunciándome presagios funestos, la lluvia se estrellaba sin piedad en el techo pajizo de la humilde vivienda, la bóveda celeste estaba completamente oscura; en el sopor de los acontecimientos me estaba venciendo el sueño, pero inesperadamente los relámpagos se convirtieron en fogonazos y los truenos en balas vomitadas por las armas de una cuadrilla de gamberras mal nacidos; estos gritaban en forma de aullidos, enardecidos, como una jauría de perros enloquecidos por su presa; mueran los H.P. collarejos. Y así como la noche inclemente, en complicidad las voces de aquellos carroñeros, se convirtieron en palabras sentenciosas y sus manos malditas les arrancaron sus preciadas vidas a mis progenitores. Sin piedad los acribillaron, luego le prendieron fuego a la casita la cual en contados minutos quedó reducida en cenizas. En esa fatal época yo contaba con 10 años de vida, y por un milagro me pude escabullir ocultándome a la sombra de unos matorrales; en mi escondite, haciendo un gran esfuerzo para no llorar, para que no me descubrieran. De pronto una voz cavernosa dijo: –Cumplida sus órdenes jefe. 15

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La otra hiena contestó: –Espero que hayan terminado con esa camada de perros sarnosos. –No se preocupe jefe: esa camada, como dice usted, ya está en los infiernos. El que se suponía el jefe abandonó el sitio en el que consumaron tan macabra tarea, mientras yo en mi escondite tiritando de frío, soportando las inclemencias de una noche voraz, borrascosa, tirado en el suelo, aterido, no podía moverme. El miedo me tenía petrificado, lloraba de rabia y amargura; así me sorprendió el nuevo día; era gris, semejaba un anciano cansado, gimoteando y expeliendo su olor de muerte; reinaba un silencio sepulcral, las aves, en complicidad con la naturaleza, unánimes protestaron con su silencio tal magnitud de barbarie, de desolación y muerte. Pero mis intenciones no es hacer una novela de misterio o de terror; al contrario quiero exponer en estas líneas mis humildes pensamientos, espero para el bien de un puñado de hombres valerosos y pensantes con mente abierta, para un futuro mejor, porque todos los humanos somos peldaños de la escala divina, unos estamos sumergidos en las tinieblas y otros en la cima de la luz. Los iluminados ven claramente y no discuten. Los que se hallan en las tinieblas se matan por y para interpretar las palabras. Hay seres que tienen religión, otros que tienen filosofía, pero los incrédulos no tienen filosofía ni religión; la estupidez humana debe tener religión absurda. La superioridad de las religiones radica en el absurdo. La religión o la ciencia que no tiene misterios de los absurdos, tampoco tienen absolutismo. Propagar la verdad absoluta con razones y virtudes y desnudarla, a los locos, es convertirla en arma terrible en manos de estos; contra quien la propaga, hay en la vida una mano divina o satánica que ata o desata a los hombres; une a los adversarios y en sus corazones aparece el amor. Y cuando por ese mismo amor los seres han sufrido, esa mano brutal de la naturaleza los separa. En esos momentos cruciales sentía el vacío de los confines del mundo, la naturaleza estaba muerta, no había aire, tan solo sentía nauseas, sentía que mi estómago quería evacuar. Todo a mi alrededor se desvanecía, mis ojos se nublaron y mis piernas no me soportaron y el suelo me recibió; y los potros salvajes 16

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seguían su alocada carrera, pero ignorando su rumbo me transportaban tal vez a los profundos abismos del averno. ¿Cuánto tiempo había permanecido en este estado? Lo ignoro, cuando volví en mí, no pude contener el llanto, con la mirada recorrí, como imprimiendo en una cámara fotográfica, los maderos humeantes, confundiéndose con los cuerpos incinerados de mis progenitores; mi corazón clamaba justicia. En ese momento hubiera querido poseer las fuerzas necesarias para exterminar el mundo; en ese momento sentía rabia y dolor, pero con el correr de los años comprendí que la justicia es hija del dolor. La justicia solo puede administrarla aquel que se baña diariamente con la sangre del corazón, la justicia es río de vida. Solo puede contemplarla aquel que yace sentado a la orilla de la eternidad. Los legisladores no oyen el grito del miserable porque sus oídos están ensordecidos por el ruido de las leyes; solo el dolorido, el crucificado por la culpa ajena, puede formar de su cruz una balanza justa y fiel; aquel que no llora con el infeliz, no pueden lavar con sus propias lágrimas sus heridas. La justicia no consiste en eliminar al que ha errado; la justicia consiste en borrar nuestro error de la mente de nuestros victimarios; la justicia es la que golpea el futuro con el látigo del pasado y castiga al hijo por culpa del padre; el malvado es la creación de las leyes humanas; roba el ladrón porque las leyes le privaron de sus merecidas dádivas. Nuestro Creador hizo la humanidad como un río cristalino precisamente para conducir lo humano al océano de lo absoluto. Pero las leyes de los hombres convirtieron las aguas del río en putrefactos charcos, llamados naciones, razas y castas. El siguiente día amaneció demasiado gris, llovía, soplaba un viento helado capaz de calar los huesos, la naturaleza inclemente aun así conocía a sus hijos; los conocía por sus pies descalzos, por sus sudores mezclados y aromatizados con sus lágrimas, unas de alegría y otras de rabia y dolor. En este estado de angustia y de dolor el páramo era el único que me acompañaba y se condolía de mi amargura; en un rasgo de solidaridad, como un gran manto de neblina, amortajó los cuerpos calcinados de mis padres; y así de rodillas, frente a lo que fue mi hogar, evoque la oración del Divino Maestro Jesús; el Padre Nues17

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tro, oración que mi madre me hacía repetir para darle gracias al Santísimo por todos los dones recibidos. Con mi calvario a cuestas las horas eran eternas; no sentía hambre ni sed únicamente un frío endemoniado oprimía todo mi ser; no podía respirar, sentía que mi alma en acto de piedad me abandonaba, para librarme de tan cruel destino. Ya no existía mi hogar, el que nos daba calor; el humo de la leña verde nos envolvía en un hechizo fraternal. Pero mi realidad yacía como un náufrago asido a un madero en medio de la inmensidad de un mar embravecido. Así permanecí impávido, mustio, bajo un cielo glacial, enlutado. El sol horrorizado de tan macabra barbarie, se negaba a acariciar con su calor aquellos páramos inclementes. En ese momento crucial mi pregunta era: ¿Qué iba a suceder con mi existencia, cuál sería mi destino? ¿Pero acaso existe el destino? Y si existe, ¿qué cosa es el destino? El destino es la reunión de todos los hechos buenos o malos personificados y el demonio es la unión de todas las perversidades realizadas. Por consiguiente es el hombre forjador de su destino y fabricador de su dominio; por tal motivo no tenemos causa sin efecto ni efecto sin causa alguna. La existencia está aislada y el futuro es el fruto del presente; el presente es la flor del pasado, por tanto no hay suerte ni destino. Luego en aquel sopor y aún de rodillas, me lamentaba de mi negra suerte; me decía: –Ay, qué dolor, el destino es el principio de la curación es el brebaje amargo de la suerte, el mejor remedio. También maltrecho y dolorido, de mi corazón herido quiso salir una sarta de maldiciones en contra de los asesinos de mis padres; pero en lo recóndito de mi corazón una voz muy susceptible me prohibía maldecir, porque “quien maldice su destino será maldecido por su suerte, mientras que el que bendice al padre será bendecido por la madre”. En tiempos remotos un sabio dijo: “El hombre es lo que es por sus acciones y pensamientos” y así es que ni Dios interviene en el destino del hombre ni el demonio fatal le acecha en el camino; tampoco nadie puede sobornar a Dios con oraciones para aliviar su destino, todo lo que Dios puede otorgar es su amor en el destino para que el hombre limite y busque la liberación en sí y de sí mismo. Embebido en mis pensamientos no me di cuenta de que estaba rodeado de muchas personas Hacían presencia cinco o seis uniformados, si, yo los reconocía: eran policías, los había visto en el pueblo; acompañaba 18

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al grupo una docena de mujeres; estas lloraban, gritaban, imploraban castigo divino; inesperadamente una de las mujeres me tomó de una mano, me acercó a su cuerpo, me estrechó con ternura contra su pecho y humedeció mi cabello con sus lágrimas a la vez que decía: –Pobre, infeliz criatura ahora qué le ira a deparar el destino. Mientras los policías encabezados por el alcalde recogieron los restos de mis padres los acomodaron en una tula y a lomo de mula y los condujeron rumbo al pueblo. Las autoridades viendo los cuerpos calcinados y reducidos a ceniza en su totalidad resolvieron sentenciosas que los despojos utilizaran un solo ataúd ya que habían sido una pareja unida por el amor y las adversidades. Y como no hubo oposición, los gendarmes optaron por que siguieran unidos por la eternidad. Así se cumplieron orden y deseo de las autoridades. Enseguida los depositaron en un solo ataúd, el sacerdote ofició la Santa Misa; después condujeron los restos humanos a su última morada. Así términó la vida de dos seres sencillos, bondadosos; toda su grave culpa consistió en ser amorosos, en cultivar sus parcelas, en amar y ser amados. En ese estado después que mis padres quedaron en su última morada, la mujer que me había estrechado contra su regazo me hizo retornar de mis profundos abismos, con voz cariñosa y pausada preguntó: –¿Hijo qué piensas hacer? –No lo sé señora. La buena señora con una súplica de bondad dijo: –Ven a mi casa, quiero brindarte un poco de amor, quiero darte protección; donde puedas dormir– a la vez me cogía de la mano para indicarme que la siguiera. Y acaso, ¿en esos momentos era dueño de mi voluntad, qué podía hacer? No podía negarme. Así, sin la menor resistencia me dejé conducir; después de una larga caminata llegamos a la casa de mi protectora. Y en el transcurso del tiempo la bondadosa señora me trató como a un hijo, me dio sopa caliente, después entrada la noche mi protectora tendió una estera en el piso de un cuarto, me arropó y me dio las buenas noches, con su voz como un susurro pronunciaba: –Descansa criatura de Dios, para que recobres las fuerzas y vuelvan a tu espíritu. Con un nudo en la garganta le contesté: –Gracias señora Cleotilde. Después en la oscuridad y en silencio lloré amargamente hasta que el sueño y cansancio me doblegaron, pero no por mucho tiem19

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po; alrededor de la medianoche me desperté sobresaltado, sentía que mi cuerpo era una brasa de fuego consumiendo mi ser y a la vez sentía el frío cadavérico de la muerte. En la mañana del nuevo día no pude levantarme, pues pasé la noche con fiebre muy alta, en mis delirios creía tener en mi pecho un fuego tan destructor como el que había consumido a mis padres. Sucedía que yo tenía una severa inflamación, es decir, una pulmonía provocada por el enfriamiento sufrido durante la noche en la que mis adorados padres fueron acribillados y luego incinerados por las manos asesinas de una manada de lobos rabiosos. De nuevo a la vida Fue aquella pulmonía la que me permitió apreciar la bondad de la familia Curiza y sobre todo los cuidados y abnegaciones de la hija mayor de la familia. Por aquellas épocas los campesinos generalmente no eran muy dados a llamar al médico, pero los síntomas de mi enfermedad fueron tan violentos y terribles que hicieron conmigo una excepción y el jefe de familia quebranto las costumbres, llamó al médico del pueblo; el galeno no precisó examen detallado para ver cuál era mí enfermedad, después de examinarme el doctor, dirigiéndose a don Ángel, le manifestó la necesidad de trasladarme a un hospicio. El médico que era sabedor de mi reciente calamidad, combatía con toda clase de razones, aquella conclusión fatalista. Pero sin lograr su objetivo; era en efecto la más sencilla y la más viable, sin embargo, no fue aceptada por don Ángel. Este decía que: –No se diga más; yo y mi familia nos hacemos responsables de Mateo–, después de estos argumentos de mi protector despojaron de su cama a Judith la niña menor, para que yo pasara mis horas febriles. Y así Juanita impulsada por una bondad excepcional hacía las veces de enfermera, cuidándome con dulzura y cariño, imagino, como lo hubieran hecho una de las hermanitas del Claustro del pueblo. Cuando los trabajos de la casa la obligaban a abandonarme, Judith la hermanita menor la reemplazaba, de tanto en tanto en mi fiebre, la vi sentada en un butaco al pie de mi lecho con sus grandes ojos azules y profundos, extraños ojos, la mirada dominadora y triste, largas pestañas velaban el raro fulgor de aquellos ojos. Con el espíritu turbado por el delirio, creía que era mí Ángel de la Guarda, y 20

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le hablé como se le hablaría a un ángel confiándole mis esperanzas y anhelos, desde aquel momento la consideraría como un ser ideal al que me sorprendía mucho verla compartiendo mis penas cuando esperaba por el contrario verla emprender el vuelo cual mariposa mágica con grandes alas adornadas por vistosos colores. Mi enfermedad fue larga y dolorosa con varias recaídas, pero la familia que me puso Dios en mi camino no agoto la paciencia ni la abnegación. Juanita durante varias noches con una voluntad de hierro velaba por mí. Mi pecho estaba tan cargado que creía se me iba a reventar, para luego ahogarme. Después de muchas penalidades la fiebre fue disminuyendo, pero la convalecencia fue lenta y monótona hasta que un día, gracias a los cuidados de mis anfitriones pude salir de la casa. Judith por ser la más chica y aprovechando el que se encontraba de vacaciones en la escuela, siempre me acompañaba; entrañablemente nuestros espíritus se confundían en un solo ser y así en una hermosa tarde el sol iluminaba el horizonte, salimos con el propósito de embriagarnos con las aromas de la naturaleza; cogidos de la mano caminamos despacio en silencio, únicamente absortos en nuestros pensamientos. Era extraordinaria, la energía positiva de esta familia, tal vez por ese motivo, mi convalecencia fue dulce y hermosa. En nuestros largos paseos con Judith una de tantas tardes llegamos a un vallecito enclavado en medio de elevados picos de la cordillera. Perplejos quedamos ante la magnitud y belleza. Aquel retazo de paisaje tan hermoso era, ni más ni menos, que la laguna escondida y misteriosa subterránea; apenas dejaba entrever sus pliegues blancos de agua en medio de dorados frailejones de las entrañas profundas de la madre naturaleza, como la madre cariñosa protegiendo el fruto de sus entrañas, así la naturaleza quisiera resguardar en medio de la preciosa vegetación del páramo, para brotar un río sumergido y silencioso. Salvando su pureza de los hombres que no la aprecian o envenenan permanentemente; el caudal sigue subterráneo hasta saltar de improviso adquiriendo su primera cascada. A pesar de nuestras cortas edades Judith y yo estábamos maravillados; tomando la mano de mi amiguita exclamé: –¡Este paraje es maravilloso! Ella contestó: –Con mi padre en otra ocasión habíamos visitado este sitio, y mi padre decía que este sitio se llama el Pozo de la Nu21

Carlos Julio Sanabria O.

tria; el pequeño río, blanco y puro sigue su camino encajonado por piedras y cháscales –al menos en aquella época–; allí alegremente retozaban las nutrias, los siervos saciaban su sed, y los osos de anteojos, juguetones y confiados comían los retoños de chusques; a su vez mecían los nidos de las quinchas; esas aguas después de un trayecto vuelven a saltar formando la doble cascada del pozo del oso; los contornos de estas cascadas encierran la mas variada y hermosa vegetación paramuna, y a la vez es hogar de gran variedad de fauna. Es posible que el visitante quede gratamente hechizado no solo por la serena belleza de estos parajes sino muy especialmente porque estas regiones nacen varios ríos, entre otros el Funza y el Bogotá. Después de formar los dos saltos el agua cristalina comienza con su susurro su canto frío y melodioso en medio de los habitantes de Villa Pinzón. Estos campesinos de contextura fuerte y sus rostros colorados y curtidos por las inclemencias del páramo. Pero así y todo el valle lo llevan en su sangre y en sus corazones, porque para estos el río es sagrado, porque con sus aguas cristalinas da vida a las plantas y persevera a los animales y a la humanidad. La laguna del Valle Escondido y misteriosa es la bendición de la divina providencia y el útero de la madre naturaleza. Embrujado, en mis pensamientos volaban fugaces por sitios mágicos. De pronto la hermosa Judith desvaneció mis fantasías haciendo notar que pronto caería la noche y con voz melodiosa dijo: –Mateo, volvamos a casa. Luego, trémulos y en silencio, cogidos de la mano caminamos por esos bellos paisajes en el trayecto a la casa recorrimos bajo los sauces y olmos. En la planicie se abrían verdes praderas onduladas suavemente; en estas pequeñas colinas coronadas de casas y jardines, la hierba con su verdor es fuerte y fresca, las margaritas esmaltan de estrellas con su blanco esplendor esmeralda y los sauces vistiéndose de gala con sus hojas recientes; los olmos cuyos brotes están recubiertos de resina viscosa, los pájaros, el mirlo, las tinguas, las garzas, y gran variedad de copetones revolotean dejando oír sus trinos armoniosos y alegres. Por doquier se respira vida y amor, porque aún aquello es mi páramo y no la gran ciudad. Así vivía y veía aquel milagro de la naturaleza. 22

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