Encantamiento y militancia. Otra lectura de lo político en la Argentina kichnerista

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Biblioteca Central "Vicerrector Ricardo A. Podestá" Repositorio Institucional

Encantamiento y militancia. Otra lectura de lo político en la Argentina kichnerista

Año 2016 Autor

Attias Basso, Aarón

Este documento está disponible para su consulta y descarga en el portal on line de la Biblioteca Central "Vicerrector Ricardo Alberto Podestá", en el Repositorio Institucional de la Universidad Nacional de Villa María. CITA SUGERIDA Attias Basso, A. (2016). Encantamiento y militancia. Otra lectura de lo político en la Argentina kichnerista. Villa María: Universidad Nacional de Villa María

Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional

II Congreso de la Asociación Argentina de Sociología (AAS). Pre ALAS 2017. Las Ciencias Sociales en América Latina y el Caribe. Hoy: Perspectivas, debates y agendas de investigación. I Jornadas de Sociología de la UNVM

Encantamiento y militancia. Otra lectura de lo político en la Argentina kichnerista. Aarón Attias Basso Universidad Nacional de Lanús [email protected] Resumen En la década del noventa las agrupaciones políticas constituían más una trinchera estática que un frente con posibilidades de avanzar sobre la estructura de relaciones de poder en la sociedad. Hoy observamos un reverdecer de la participación política en el peronismo, en una miríada de organizaciones surgidas, en su mayoría, en los últimos quince años. Su acción militante se enfoca en la construcción de poder con el objetivo de transformar de la estructura de fuerzas al interior de la sociedad desde el Estado. Las agrupaciones de la militancia juvenil se presentan como un nexo entre la sociedad y el Estado y entre el espacio local y el espacio nacional, aunque más centradas en la aplicación de las iniciativas del Ejecutivo y en dotar de sustento social al entonces gobierno de Cristina Fernández que en la generación de propuestas innovadoras de abajo hacia arriba. En este contexto y buscando indagar acerca de los sentidos de la militancia juvenil de nuestros días, planteamos que esta participación nace de un encantamiento con la política, entendiendo por ello la apertura del orden social (burocrático, corporativo, etc.) que posibilita su transformación- en manos de una ciudadanía que ahora se percibe a sí misma como fortalecida. En el camino, problematizaremos las lecturas de lo político que lo reducen a las formas republicanas y la racionalización creciente de la administración y las políticas públicas, intentando no caer en su contrapartida, las lecturas de la sacralización de la política que observan desde el lente de los regímenes totalitarios del siglo XX. Descriptores: Militancia. Encantamiento. Sacralización. Política.

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1. La militancia contemporánea en Argentina A fines de la década del noventa la democracia en América Latina se encontraba amenazada por una nueva cuestión social: desocupación masiva, precarización laboral, crecimiento de la brecha salarial y la consecuente aparición de una frontera entre la inclusión y la exclusión (Rosanvallon, 1995). Esto tuvo un fuerte impacto en las formas que adquirió la participación política en Argentina. Asentada sobre una sociedad fragmentada, descreída del potencial transformador de la política y de la capacidad del Estado para mejorar las condiciones de vida, los militantes de los noventas cuestionaron los usos tradicionales del espacio público y lo convirtieron en un espacio de resistencia (Svampa, 2005); se centraron en causas concretas y construyeron organizaciones transversales en los que no faltó lo lúdico1, que expresó toda una nueva sensibilidad generacional y nuevas maneras de participación que formaron identidades en contra del orden socioeconómico establecido (Balardini, 2005). Ahora bien, a diferencia de lo que ocurrirá en la década posterior, estas acciones carecen de articulación con el poder político y se constituyen más como refugios de resistencia que como trincheras con posibilidades de avanzar sobre las estructuras de poder. En la última década hemos atestiguado el retorno de la militancia política juvenil2 en el amplio marco del peronismo. Esta militancia se diferencia en gran medida de la de los noventas, en que ven su tarea como una construcción de poder que tiene como objetivo posible la transformación de la estructura de fuerzas de la sociedad, tarea que solo es considerada posible mediante un orden jerárquico interno y la acción conjunta de las organizaciones y el Estado. La militancia en la Argentina está organizada en todo el territorio nacional, aunque con más fuerza en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires, en donde se asientan la mayoría de los locales partidarios de las organizaciones juveniles peronistas. En ellos se desarrollan acciones de promoción social en barrios marginales (las actividades van desde la gestión de merenderos hasta operativos de salud), actividades culturales 1 Los espacios del rock nacional y los centros culturales autogestionados fueron ambientes en los que se desarrolla esta nueva subjetividad militante. 2 Más allá que hay diferencias entre las organizaciones en lo que hace a este punto, nos referimos al frente político lanzado por la presidenta Cristina Fernández en 2012, llamado “Unidos y Organizados”, el cual agrupa a La Cámpora, KOLINA, el Movimiento Evita, Nuevo Encuentro, el PCCE, entre otros.

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(talleres, recitales, etc.), emprendimientos de economía solidaria (desde la formación de cooperativas hasta la organización de compras comunitarias), actividades proselitistas (distribución de volantes, recorridos puerta a puerta para hablar con los vecinos) y talleres de discusión y formación política, entre otras actividades. Los militantes son mayoritariamente voluntarios, aunque una cantidad considerable ocupa cargos en la administración pública. Los recursos para las actividades provienen en parte de la organización y en parte de aportes que realizan los militantes. Estos son predominantemente adultos jóvenes y se encuentran en un estado de movilización permanente. Durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner estuvieron presentes en cada acto público de la presidenta, en las fiestas patrias y en cada conflicto; en muchos casos movilizándose cientos de kilómetros para estar presentes “haciendo el aguante”. Las agrupaciones de la militancia juvenil se presentan como un nexo entre la sociedad y el Estado y entre el espacio local y el espacio nacional, más centradas en la aplicación de las iniciativas del Ejecutivo que en la generación de propuestas. Así, acordamos con Vásquez y Vommaro (2012), en que esta es una militancia desde el Estado y para el Estado, sea porque promocionan y aplican políticas públicas en el territorio, porque basan su agenda de militancia en torno a la coyuntura o porque trabajan dentro del Estado. Esta participación tiene toda una dimensión simbólica, expresiva y celebratoria que tiene como efecto la creación de comunidad (Gil Calvo, 1996): cantos, murgas, banderas, murales, etc. La revitalización de la creencia en la que se fundamenta racionalmente la participación, es un producto de una visión del mundo (más o menos) compartida, pero se sostiene en el tiempo por el disfrute de una actividad que constituye para muchos un fin en sí mismo o una fuente de identidad y afecto, así como un vehículo de expresión3. En este contexto nos preguntamos si el concepto de encantamiento funciona como una herramienta con potencial heurístico para pensar la militancia durante los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner.

3 Mucho más centrada en el presente que en un horizonte utópico, esta militancia deja de lado toda redención escatológica de la historia y el devenir del movimiento político.

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2. Desencantamiento, modernidad, secularización. Entendemos por desencantamiento: el proceso histórico por el cual el mundo natural y todas las áreas de la experiencia humana se experimentan y comprenden como menos misteriosas; definidas, al menos en principio, como cognoscibles, predecibles y manipulables por los seres humanos; conquistadas e incorporadas en el esquema interpretativo de la ciencia y el gobierno racional. (Jenkins, 2000, p.12)

Así, el desencantamiento tiene dos dimensiones complementarias: por un lado, la pérdida del carácter mágico del mundo (“desmagificación”); por el otro, el crecimiento de la racionalidad medios-fines. Ahora bien, esta idea del desencantamiento como destino inexorable ha perdido fuerza en nuestros días, al menos en América Latina. La secularización, enfoque predominante durante mucho tiempo en las Ciencias Sociales, ha sido cuestionada por autores como Mallimaci (2009), Martin (1991) y Stark (1999), quienes consideran que la secularización se ha convertido en un dogma incuestionado y no en una teoría a verificar. Los datos de investigaciones sostienen que aunque haya habido cambios en la participación religiosa, los mismos no muestran un patrón general de declive sino de reconfiguración de la creencia. Como afirma Casanova (2006), no existe una sola forma de modernización ni una sola forma de secularización, la secularización y la modernidad no necesariamente van de la mano. Esto hace posible hablar de una sociedad moderna y encantada a la vez, puesto que dichos conceptos conviven en el mundo moderno sin una resolución final y en un equilibrio siempre imperfecto. Ferrarotti (1993) acuerda con esta visión al afirmar que “lo que a Max Weber le parecía el ‘mundo del desencanto’ (...), es en realidad un mundo que se autoencanta, con la presunción de expresar por sí mismo valores que lo sostienen y lo legitiman” (p.197). En línea con esto último, Ritzer (2005) analiza espacios paradigmáticos de la sociedad de consumo estadounidense: centros comerciales, casinos, cadenas de comida rápida, parques de diversiones, complejos turísticos. Lo que caracteriza estas “catedrales de consumo” es que producen un encantamiento que seduce a los consumidores y los involucra en los rituales del consumo. La paradoja está en que la producción de este entorno involucra un enorme esfuerzo de racionalización organizativa, el cual siempre está en pugna con el encantamiento que intenta producir. La desencantadora 4

racionalidad medios fines está puesta al servicio del encantamiento; es el mismo capitalismo el que lleva a cabo esfuerzos para no producir un mundo plenamente desencantado. Ahora bien, los fantasmas del desencantamiento no solo se combaten mediante el consumo de mercancías. Sobre todo en los últimos diez años en Argentina, el desencantamiento encuentra una fuerza contraria en el retorno de la política. Arditi (2011) utiliza la palabra (re)encantamiento4 para una lectura de lo político en situaciones de auge de la participación popular y entusiasmo por la cosa pública en América Latina. Se trata de “episodios en los cuales la política fue vivida como posibilidad de tocar el cielo con las manos, de cambiar el mundo mediante la acción colectiva.” (p.69). Estos procesos, que “se caracterizan por montar procesos de subjetivación política, conflictos en torno al lugar asignado” (p.73), son observables en las experiencias históricas de los años setenta en la Argentina y Chile, en los noventa en Nicaragua y en la primera década del siglo veintiuno en Bolivia, Venezuela y Argentina.

3. Una política razonable Así como en el planteo de Ritzer hay dos procesos, encantamiento y racionalización, que se implican (conflictivamente), en la política sucede lo mismo. Hablar de racionalización de la política es hablar de lo político como un conjunto de reglas que vuelven eficaz, eficiente y efectivo el ejercicio del poder para que la toma de decisiones desde el Estado se traduzca en cambios en la realidad. Hablamos de una política razonable ya que su objetivo es elaborar técnicas que mejoren el ejercicio de poder -más allá de quien lo ocupe- mediante la racionalización creciente de las técnicas de gobierno. Diremos por ahora que esta visión racionalista de la política es ciega al entusiasmo político porque no toca la cuestión de la creencia ni la comunidad, sino la del conocimiento técnico. Ahora bien, nada de lo que al encantamiento se refiere sería posible sin esta cara de lo político. El encantamiento, del que hablaremos a continuación y que se refiere a aquello que “excede” lo razonable y así produce la sensación de apertura del orden 4 El autor se detiene en el prefijo “re”, el cual implica que todo (re)encantamiento viene de un desencantamiento previo, formando una secuencia cíclica aunque imprevisible.

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social desde lo político, va de la mano de una ingeniería que opera en las sombras para hacerlo posible. Las políticas públicas existen para organizar la vida en común, pero al hacerlo deben intervenir en el tejido social imposibilitando “puntos de costura” no previstos por el plan del Estado. Las políticas públicas dan curso a demandas sociales, aportan viabilidad a los proyectos y las ideologías, pero la política siempre los desborda a contramano de la separación y la diferenciación que ellas necesariamente introducen. En palabras de Esposito: “en términos sistémicos se incluye excluyendo, se une separando, se vincula diferenciando” (Esposito, 2005, p.71). La gestión de políticas públicas es un elemento central del ejercicio de poder, pero la política no se reduce a ello, por el contrario, “la acción política implica definiciones y comportamientos de alto contenido emocional; adhesiones fuertes a un dirigente, a una organización o a una causa que dan sentido al calificativo de militante” (Vilas, 2013, p.261). Entonces, aquello que en un sentido amplio podríamos llamar racionalidad política, no puede resumirse en una racionalidad formal de medios y fines; la acción política en todos los niveles necesariamente conjuga intereses, valores, programas, creencias, emociones, lealtades e identidades. Así, podemos parafrasear a Weber diciendo: con ingenuo optimismo se ha festejado a la gestión, es decir al dominio del Estado fundado en recursos técnicos, como el camino hacia la felicidad5.

4. ¿Reencantamiento o sacralización de la política? Cuando en el lenguaje cotidiano hablamos de alguien encantador nos referimos a una persona que nos da placer con su presencia, que nos seduce, nos sugestiona y, de este modo, ejerce un poder sobre nosotros. Así, este término también hace referencia al sometimiento, al engaño y al carisma como forma de dominación (Weber, 1964). Entonces, si hablamos de un elemento religioso y hablamos de dominación, difícilmente podríamos esquivar el terreno de lo que se ha llamado la sacralización de la política (Gentile, 2007), es decir, una forma de dominación política que adquiere un brillo religioso. 5 Nos referimos, desde luego, a la siguiente cita de Weber: “con ingenuo optimismo se ha festejado a la ciencia, es decir al dominio de la vida fundado en recursos técnicos, como el camino hacia la felicidad” (Weber, 2003, p.22).

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En la última década ha sido frecuente la adjetivación de la militancia por parte de la prensa como «fanática». La condición de “creyentes” de los militantes los opone a los lectores “moderados” de la realidad política, quienes se diferencian de aquellos por tener una conciencia crítica (y por ello transparente) del conflicto social. En la misma línea se enmarcan las identificaciones del kirchnerismo con el nazismo; fueron tantas las veces que se realizó esta operación que la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) sacó un comunicado en 2013 expresando preocupación por la reiteración de comparaciones, en este caso por parte de la diputada6, entre personas y situaciones de la argentina actual con hechos y siniestros genocidas del régimen nazi (...) la DAIA formula una vez más un llamado a los dirigentes políticos y sociales, a los comunicadores y a todos aquellos que tienen presencia mediática, a evitar comparar lo incomparable, a no incurrir en el riesgo de una banalización del genocidio y de sus perpetradores. (DAIA, 2013)

Los enfoques que hablan de la “contaminación” religiosa de la política7 establecen una relación entre el totalitarismo y la política impregnada de valores religiosos, tomando como casos el nazismo, el fascismo y el comunismo. Los movimientos totalitarios del siglo XX llevaron a que los intelectuales encontraran los conceptos clásicos de “ideología” y “partido” insuficientes, y así se inclinaran hacia conceptos tales como “religión política” y “religión secular” (Gentile, 2005, p.22), que enfatizan lo irracional y lo antiilustrado y por lo tanto resultan más adecuados para una crítica desde la racionalidad del republicanismo y el discurso técnico. De acuerdo con Gentile, Los movimientos políticos modernos son transformados en religiones seculares cuando: (a) definen el sentido de la vida y los fines últimos de la existencia humana; (b) formalizan los mandatos de una ética pública hacia los cuales todos los miembros de ese movimiento deben adherir; y (c) dan una importancia absoluta a una dramatización mítica y simbólica de la historia y la realidad, creando de este modo su propia ‘historia sagrada’, encarnada en la nación, el Estado o el partido, y atada a la existencia de un ‘pueblo elegido’, el que es glorificado como la fuerza regenerativa de toda la humanidad. (Gentile, 2005, p.29)

Al preguntarnos acerca de la sacralización de la política bajo esta mirada, en la Argentina contemporánea podemos ver que varios elementos se encuentran presentes.

6 La diputada a la que hace referencia es Elisa Carrió, quien en el momento fue elegida por el frente electoral UNEN. 7 Nos referimos, entre otros, a Arendt (2003), Elorza (2011), Gentile (2007) y Mozzafari (2007).

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En referencia a la sacralización del liderazgo, es clara la mitificación de Néstor Kirchner como aquél que entregó su vida en la defensa de sus ideales. Al igual que con Eva Perón, los seguidores encuentran la causa de la enfermedad en el exceso de trabajo, visto como una entrega por el prójimo. Kirchner, convertido en mártir, no buscó la construcción de poder para fines personales sino para el bien de la patria, por lo que su muerte se transfigura en un sacrificio de la vida individual por el bienestar colectivo. Otro punto importante es la revitalización del movimiento peronista, sobre todo en el gobierno de Cristina Fernández, como estrategia de fortalecimiento de su gobierno dado el verticalismo que caracteriza al peronismo. Esta reivindicación del peronismo también nos conduce a la ubicación de los acontecimientos dentro de un relato histórico que devuelve a las fuentes a un movimiento que estaba “descarriado” por el vaciamiento ideológico y el giro político del gobierno de Menem (Canelo, 2005). La “peronización” de la militancia juvenil ha sido otro de los impactos relevantes de las acciones del gobierno de Cristina Fernández. Además, en un retorno de un léxico setentista, esta militancia interpreta el movimiento peronista como un agente de liberación en el marco de la tradición nacional y popular. Esto último también es parte de esa “historia sagrada” cuyo principal actor sería el movimiento peronista. La dramatización mítica de la historia ha estado presente en la recuperación del relato histórico desde el Estado mediante una enorme producción cultural8, sea desde la comunicación de gobierno, la creación de canales de televisión o desde los espectáculos públicos conmemorativos. En todos ellos el Kirchnerismo produce su propia periodización histórica: el año 2003 se convierte en el hito para el renacimiento de la grandeza de la patria y la prosperidad económica, cuando el Estado se vuelve a colocar como el agente del desarrollo nacional, que encarna el interés general por encima de las disputas particulares y los intereses corporativos de los grupos económicos. Por último, la política como un llamado moral está presente en las exhortaciones de la presidenta a la solidaridad, al abandono del interés individual a favor del proyecto colectivo, que se resumen en su famoso leitmotiv: la patria es el otro.

8 Entre algunos hechos en materia cultural podemos mencionar la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la creación de la Televisión Digital Abierta, los festejos del Bicentenario, la creación de la Casa Nacional del Bicentenario, la feria de ciencia y tecnología Tecnópolis y la Creación del Centro Cultural Kirchner.

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Todo esto nos está diciendo que este proceso cabe dentro de algunas de las categorías de lo que llamamos sacralización de la política. Sin embargo, esta afirmación no nos dice nada acerca de qué implicancias tiene ese encantamiento, porque dicha sacralización de la política, que nosotros preferimos llamar encantamiento, se da en un marco democrático de elecciones transparentes, ausencia de presos políticos, estado de derecho y libertad de prensa. Creemos que lo que preocupa a los teóricos de la sacralización de la política es que se tome a la política como una pasión, con toda la fluidez que la pasión aporta a la arena política, y la intensidad con la que carga el compromiso de los actores políticos. Los análisis de la sacralización de la política son hechos desde una visión liberal de la política que, horrorizados por los totalitarismos, ven cualquier alejamiento de la racionalidad política burguesa y la forma republicana de representación, un paso hacia la barbarie. El apoyo masivo a un régimen político es visto como una movilización peligrosa e irracional ya que el pueblo no es visto como una entidad de articulaciones dinámicas y complejas sino como una masa pasiva y manipulable (Laclau, 2014). En el tercer mundo, a lo largo del siglo XX, el liberalismo económico, operando una suspensión de la política desde el miedo, ha erosionado el ejercicio de los derechos fundamentales. Uno de los pilares bajo los cuales se mantiene es la osificación de un edificio institucional que se adapta a sus formas de organización 9 y mediante un discurso que alerta acerca de la sacralización de la política cuando el compromiso político de los militantes es visto como “excesivo” o “fanático”. No es casual que la palabra “gestión” (managment) sea compartida por todo el arco político como parte de su repertorio léxico convirtiéndose en el gran dogma de nuestro tiempo. Como afirma Critchley (2009), “el imperio de la ley vuelve impotente cualquier cosa que podría romper con la ley: el milagro, el momento del evento, el quiebre de la situación en nombre de lo común” (p.304). En nuestro caso, el milagro es la distorsión del régimen de acumulación capitalista mediante reformas que implican redistribución de la riqueza.

9 Una respuesta interesante a quienes temen por la institucionalidad es la de Wolin (2008), quien brinda un marco de análisis para poder ver cómo, sin desarmar el aparato democrático formal, puede funcionar un poder totalitario sin control de parte de la ciudadanía y cuyos resultados son dañinos para las condiciones de vida de la sociedad que lo sostiene. En los EEUU, un Estado cuya democracia se ha mantenido ininterrumpida desde su fundación, los elementos antidemocráticos se han vuelto sistémicos a pesar de que los elementos formales -división de poderes, existencia de partidos políticos, celebración de elecciones libres- están presentes, pero totalmente determinados por los intereses de las corporaciones.

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Desde nuestra perspectiva, el problema es que la visión sospechosa de todo entusiasmo que se queda con el costado estrictamente racional de la política no contribuye a una mejor comprensión de la participación en Argentina. La política del reencantamiento

habla

otro

lenguaje,

pero

no

necesariamente

un

lenguaje

antidemocrático; aceptar estas coordenadas es caer en el marco conceptual del liberalismo, frenando la historia y el desarrollo de mecanismos de representación.

5. El reencantamiento como apertura “hablaba de lo bueno que puede ser, tener fe y no tener religión” La vela puerca. El profeta.

Es momento de que nos explayemos en la noción de encantamiento, que proponemos para pensar el proceso político argentino de la última década por fuera de los marcos de la sacralización de la política sin reducirla a la política razonable. Jenkins (2000) define el encantamiento como la creencia de que hay más en el mundo que lo estrictamente material, visible y científicamente explicable, lo que equivale a decir que la razón nunca podrá alcanzar para dar cuenta de lo existente. En este escrito buscamos adoptar esta visión a la participación política, mostrándola como una práctica que involucra creencias, sentimientos y convicciones que se encuentran más allá de la utilidad, que pueden observarse en la militancia de la juventud argentina y que no pueden comprenderse cabalmente desde una racionalidad desencantada (mediosfines). El encantamiento tal como proponemos que debe entenderse, pasa por la apertura del orden social. Surge de un momento de desubjetivación colectiva en el que se hacen visibles los hilos, se vuelve palpable el carácter construido de lo social. Esto lleva a que el mundo sea vivido como un mundo flexible, en construcción, historizado, recobrando sentido la intervención política. El encantamiento pasa por la indistinción y la desjerarquización (Bataille, 2003). En los momentos de emergencia de un movimiento político transformador, se produce en sus participantes un alejamiento del sujeto trabajador, definido, organizado, reemergiendo lo político en tanto que puesta en cuestión de las divisiones al interior de 10

la comunidad y los lugares de subjetivación, en tanto que surgimiento de los desautorizados a tomar la palabra para nombrarse y hacerse presentes: “esa parte que no era parte, que en nombre del daño que le provocan quienes la empujan a no tener nada, se identifica con el todo comunitario” (Rancière, 1996). Nada más lejano del encantamiento que una vida temerosa, insegura, quizás no por el miedo a la muerte violenta, sino por el clima de competencia y desconfianza que crean las condiciones de producción en el capitalismo del tercer mundo. Esa vida reducida al trabajo, muchas veces precario, es una en la que las opciones se han recortado para el desarrollo de las capacidades humanas, en la que el hombre se encuentra reducido a una función y el carácter múltiple y abierto de la existencia es reducido a la producción de riquezas. Estos momentos instituyentes hablan del futuro (siempre incierto, riesgoso e inacabado) y no de la obra realizada, se presentan como rupturas históricas que invitan a hurgar en la herida para encontrar un futuro distinto, menos determinado por las relaciones de poder tal como se reproducen en el presente. Así, el encantamiento de la política sólo puede llegar desde un profundo desencantamiento puesto que requiere de un estado de conmoción de la estructura social que produzca grietas que, desde un trabajo militante, se conviertan en fracturas de las estructuras de poder. A diferencia del discurso desencantador que se define por el saber experto y programático, los momentos de reemergencia de lo político en América latina implicaron el regreso de la comunidad, definida desde el no-saber, y la puesta en suspenso de la identidad desde una crisis en el sistema de creencias10. Así es que se incorpora a la concepción de lo colectivo aquello incompleto, fallido, plebeyo; todo lo que se encontraba recluido en los márgenes de la cartografía social. Por último, si hablamos del encantamiento con lo político como una situación en la cual hay un compromiso militante con la causa por la que el sujeto desarrolla la lucha política, es central que nos distanciemos de la perspectiva racionalista de la política en base a la incorporación de la categoría de afecto. Sólo la práctica militante apasionada despierta el compromiso afectivo que “al mismo tiempo alimenta sentimientos de intensa comunidad con quienes participan de similares convicciones” (Vilas, 2013, 10 Aquí habitamos la línea de pensamiento de Bataille, heredada por Esposito (2007), según la cual “el saber tiende a remendar cualquier desgarro, mientras que el no-saber consiste en mantener abierta la apertura que ya somos; en no ocultar, sino exhibir, la herida en y de nuestra existencia” (p.193).

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p.261)11. Este compromiso afectivo que despierta la militancia produce una comunidad política con una fuerte ligazón emocional entre los sujetos y entre estos y su práctica.

6. Reflexiones finales

Si consideramos que los seres humanos no pueden resumirse a la racionalidad medios fines, sino que todos somos a la vez racionales y emotivos, y si la modernidad no implica necesariamente secularización y desencantamiento sino que entre modernidad y creencia se producen combinaciones múltiples, el sujeto en el que piensa la ciencia política no puede seguir siendo aquel elaborado conceptualmente por el iluminismo y no podemos reducir el ejercicio de poder a la gestión de los recursos, sino que debemos involucrar en nuestro análisis los procesos de movilización y creación de comunidad que se dan en el marco de los proyectos políticos. Acordamos con Nisbet (2003) cuando afirma que “el error del Iluminismo consistió en suponer que lo sacro no es más que una ilusión transitoria; que los hombres podían vivir dentro de un mundo de valores seculares fundados sobre la razón y el interés” (p.76). Un movimiento político no puede existir sin un sentimiento de grupo y este no puede lograrse sin un conjunto de creencias compartidas acerca de cómo debe ser una sociedad y una serie de ritos que despierten sentimientos colectivos. La militancia en Argentina produce un plus de sentido que lo separa de una mera unión de individuos en busca de privilegios respecto del poder del Estado. Sin una serie de prácticas y creencias compartidas, un partido político no se diferencia de un lobby más que en escala. Considerando que “podemos concluir que cualquier totalidad social es resultado de una articulación indisociable entre la dimensión de significación y la dimensión afectiva” (Laclau, 2005, p.143), pusimos el énfasis en la necesidad de que dicha dimensión afectiva, así como otros elementos de lo político que exceden la racionalidad medios fines, sean abordada con la importancia que amerita a la hora de reflexionar en torno a la participación política. Así, sin encantamiento, la política se mutila y no pasa a ser más que la administración de las cosas.

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La política siempre está en algún punto ligada a lo sagrado entendido como extraordinario, como “todo [el] sector de motivaciones individuales y organización social, es decir, a todo lo que trasciende lo utilitario o lo racional” (Nisbet, 2003, p.65). Si la política no puede reducirse a una racionalidad utilitaria, no tiene sentido hablar de sacralización de la política como si hubiese una política pura que estuviese exenta de la sacralización. Toda acción transformadora va a ser sacralizadora en tanto que realiza en el mundo una tarea de reconfiguración de sentido (Tonkonoff, 2014), entendiendo por sagrado aquello digno de cuidados especiales más allá de la utilidad (Attias, 2015). Este escrito no es un defensa del irracionalismo, sino una búsqueda de desencorsetar el pensamiento en torno a lo político. El encantamiento tal como lo hemos apuntado, se relaciona con el afecto, el compañerismo y la movilización creadora de comunidad; tiene que ver con la posibilidad de dar cuenta de elementos no estrictamente racionales en el análisis político. Creemos que los enfoques que ven en toda adhesión pasional a un movimiento político vestigios de una irracionalidad peligrosa, provienen en parte de la ausencia de categorías para dar cuenta de todo lo que hace a la política por fuera de la racionalidad medios fines.

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