ESBOZO DE UNA ETNOLOGIA SOBRE EL MODO DE SER COSTEÑO JESÚS FERRO BAYONA

ESBOZO DE UNA ETNOLOGIA SOBRE EL MODO DE SER COSTEÑO JESÚS FERRO BAYONA La pregunta sobre si existe un modo de ser costeño se podría responder con un

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ESBOZO DE UNA ETNOLOGIA SOBRE EL MODO DE SER COSTEÑO JESÚS FERRO BAYONA La pregunta sobre si existe un modo de ser costeño se podría responder con un rotundo sí, fruto del sentimiento provinciano, producto de una rebeldía nacida también del sentimiento de la tierra olvidada, no tanto la costanera, sino más bien la riberana de los ancestrales ríos Magdalena, Cesar, San Jorge, Cauca y Sinú, para mencionar sólo aquellos que se filtran notoriamente en las depresiones y sabanas en donde terminan las cordilleras del sur, especie de signo geográfico que determina la denominación común de región costeña y que diferencia al altiplano andino y al poblado interiorano de estas zonas inundables y cenagosas que llegan hasta el inconmensurable mar que nos define.

continuo y abierto conflicto con un sistema o un subsistema y en activa cooperación con otro. Esta última idea tomada de A.F.C. Wallace 2, es esencial para entender el tipo de organización sociocultural propio del modo de ser costeño contrapuesto al modo de ser andino.

Pero otro es el objeto de esa pregunta y se debe buscar el cauce de una metodología que nos guíe rigurosamente a la respuesta que ya intuitivamente conocemos. Ese cauce no será otro que el de la etnología viajera, esa observación directa, cambiante, marginal, enhebrada en notaciones que hicieron los cronistas y también los narradores porque la etnología está impregnada de leyendas, de mitologías, es un inventario de siluetas históricas, de documentos perdidos en los baúles, de escenas rústicas y de paisajes descritos en las páginas de los novelistas: “la adivinación del literato puede servir de precursor y de lazarillo al análisis científico” 1.

El compañerismo costeño se evidencia en la sacada de los botes, donde todo el que va pasando por la playa hecha una mano. (Foto Diario del Caribe).

Hay una organización política y administrativa que vertebra el quiebre geográfico de Colombia que es un país de regiones y, por tanto, de diversidades como lo afirma el profesor Luis López de Mesa, el cual distingue a la región costeña como una de las siete regiones nacionales 3. La diversidad en las motivaciones, en las costumbres, en el sistema de valores, en las concepciones colectivas, para no hablar del medio no humano y geográfico serviría para definir, en contraposición, el modo de ser costeño con respecto al resto de las agrupaciones del país.

Al elegir el contrapunto de la etnología no me estoy matriculando en una escuela determinada sino que me abrigo al amparo de un método de observación y descripción de los fenómenos culturales persiguiendo las leyes que explican sus configuraciones. Me adentro en el fenómeno costeño por la vía de sus informaciones socioculturales no sin antes describir someramente un marco de referencia del método empleado.

Pero no nos satisface esa contraposición porque no es suficiente. Aunque no queda uno completamente libre de la tentación cuando lee en las páginas del I con libro de Enrique Caballero, hipnotizado con el embrujo del Brasil, a donde lo llevó el viento de la diplomacia. “El Brasil es el triunfo de lo mestizo... El Brasil contradice, pues, el prejuicio de que es imposible aclimatar la civilización occidental en el trópico. Lo que pasa es

Si emprendemos el camino de la observación de un grupo social en virtud de su identificación grupal, el modo de ser costeño se nos vuelve en cierta forma cuestionable. Pero en el cuestionamiento está la clave de la respuesta. La cultura está internamente caracterizada por la diversidad de los individuos y de los grupos, muchos de los cuales están en 29

Huellas 2 Uninorte. Barranquilla pp. 29 - 33 Marzo 1981. ISSN 00100334

que no ha implantado la civilización de la clámide griega sino de la tanga mulata” 4.

miembros manifiesten sobre la cuestión. Porque si bien es cierto que ha habido un desarrollo desigual a nivel regional, es igualmente comprobable que la diversidad de motivos, personalidades y aún de costumbres de una subregión a la otra es un fenómeno de coexistencia estructural y dinámica que corrobora la común identificación grupal costeña, lo cual supone una dialéctica. interna a la vida costeña que confirma la tesis de Durkheim de que la integración de la sociedad depende de los sentimientos comunes de sus miembros.

No entremos a discutir lo propio y lo impropio de tal afirmación en cuanto desconoce la realidad tropical de la región Caribe colombiana y en cuanto confirma la frase irónica de Borges de que “la realidad no es continuamente criolla”, gracias a Dios, pero dejemos constancias de que la conciencia de un andino, por no decir sus hábitos y expresiones culturales, está situada a la otra orilla del trópico, en las mesetas frías en donde se suspira todavía, entre balandranes y edredones, por los antiguos virreinatos de solemnidades emperifolladas contrariamente al furor del Caribe, sensual, violento y exuberante, tierra donde se cumple la definición que Hegel daba de América como tierra del porvenir: “Es un país de nostalgia para todos los que están hastiados del museo histórico de la Vieja Europa” 5.

Dentro de ese marco de referencia hay que decir que la identidad regional costeña está dada por elementos dinámicos internos y exógenos a la región del caribe colombiano. Debo dejar consignada la observación que me hizo un coterráneo de que no se debiera hablar de lo costeño sino más bien insistir en lo caribe, o si se quiere, en la dimensión caribe de nuestra cultura. Añadía que, además de ser utilizada como una expresión peyorativa en el interior, costeño era empleado como una categoría administrativa que facilitaba el manejo del norte colombiano. Así, por ejemplo, se dice que en el gabinete actual está representada la Costa por un ministro costeño, aprovechando esa categoría, en este caso reductora, para los siete departamentos de la Costa, mientras se sigue hablando de Antioqueño en iguales proporciones, se pide, se reclama y se nombra ministro para Antioquia, sin incluir el viejo Caldas en la misma representación, porque se considera administrativamente distinto Ese tipo de falacias se traduce en pérdida de control y de influencia en el ejecutivo.

Dejemos constancia también de que existe un sistema político y administrativo que refuerza los lazos originales de lengua, historia y patria, esos puntos de referencia que unen a esas diversidades que es Colombia. Desde el punto de vista de las referencias, podemos dejar sentado que la región que denominamos costeña se contrapone a la andina en el marco de una unidad basada más en lo político- administrativo que en lo socio-cultural. Habíamos dicho que la expresión “modo de ser costeño” se vuelve cuestionable. Porque si dejamos atrás las cordilleras y concentramos la atenci6n etnológica en la región costeña surgen de inmediato múltiples interrogantes. Fals Borda lo precisa en su reciente libro sobre Mompóx y Loba 6: “Determinar regiones como elementos dinámicos de una formación social concreta es un problema que no se ha resuelto satisfactoriamente". De ahí se deduce que la región costeña puede estudiarse como una interacción de regiones y sub-regiones vinculadas, sin duda alguna, histórica y políticamente pero sobretodo, como entes naturales y geográficos que se recomponen como entidades sociales, culturales y económicas que tienen una base especial común.

Veamos a la región costeña como unidad no solamente en términos culturales y sociales sino también determinada, y definitivamente, por el factor geográfico. Cuando hablamos de este último debemos tomarlo en toda su amplitud: la Costa es al tiempo región que toca al mar Caribe y también las zonas interiores surcadas por ríos que van al Caribe. Fals Borda hace un estudio pormenorizado de la depresión Momposina y su región en el que se sitúan claramente los valores, tradiciones y esa cultura que él llama “anfibia” de los riberanos de la región. Si bien se puede discrepar en algunos aspectos de su particular visión ideológica, no se puede desconocer el valor científico y técnico de su análisis sobre los aspectos socio-culturales y especialmente en el modo de producción que se instaura con la conquista y la colonia en la Costa: “La intensa mezcla de cultura, la adopción de innovaciones y la importación de esclavos negros (fueron) hechos que tuvieron lugar como una

El problema de la diversidad de regiones costeñas que puede ilustrarse con las diferencias en la concepción del honor que tiene un guajiro y la que tiene un cordobés o con los matices del habla entre un barranquillero y un sampuesano, o con la diferente catalogación social cartagenera y sincelejana, no es sin embargo un problema que ataque las bases socioculturales de la identidad costeña, no obstante la conciencia opuesta que sus 30

estacadas y trampas llamados palenques. El español trajo el señorío pero también la lengua hasta imponerla como lengua vernácula “natural” en la cual y a través de la cual el indio y el esclavo se reconocieron y llegaron hasta cantar sus sueños y desventuras como en las poesías de Candelaria Obeso (1849-1884), el momposino mulato de la “Canción del Boga Ausente”.

avalancha de sucesos y elementos a finales del siglo XVI en la Costa y en la subregión momposina (7)”. Una auténtica definición del modo de ser costeño debe abarcar la amplitud geográfica de la Costa y, lo que es obvio, su historicidad. Al aspecto de la amplitud geográfica que esta determinada por la muerte de las cordilleras, la continuidad de los ríos, tas ciénagas, sabanas y el mar Caribe, hay que añadir la visión histórica costeña: Mompox, Cartagena, Santa Marta, Tolú y San Benito, se configuraron como símbolo de la naciente formación social que demarcaría el posterior desarrollo socio-cultural de la región costeña.

Qué trijte que ejtá la noche, la noche que trijte ejtá; . no hay en er cielo una ejtreya ... remá, remá.

La Costa estaba ligada, antes del descubrimiento, a las culturas mesoamericanas y después de él se vio envuelta en el proceso de pluralidad cultural propio del Caribe. Piénsese en esa particular región que baña el mar Caribe, piénsese en las Antillas, en Puerto Rico, en Cuba, en todo eso que Germán Arciniegas llama “el archipiélago de los siete colores” y refrescaremos la memoria de nuestro pasado. Latinos, ciertamente, pero también indios y posteriormente africanos, son los elementos raciales que se encuentran en esta región del Caribe a la que pertenece la Costa. Pensemos en el conquistador ávido de oro: “oro en trozos brutos, casi del tamaño de una mano; oro en diminutas mascarillas; oro en filigranas debidas, sin duda, a alguna idolatría que por ahora tendría el buen cuidado de callarme”(8), escribe Alejo Carpentier en “El Arpa y Ia Sombra”. Ese conquistador siguió río arriba buscando el oro que siempre le parecía menos oro a medida que lo encontraba, pero también se fue estableciendo en la Costa. Pensemos en los indios, pobres paganos que no entendían ese animal centáurico compuesto de hombre y caballos. Pensemos en los esclavos cazados en Guinea, Angola, Dahomey, Congo, Elmina, a partir de 1600, traídos para reemplazar la mano de obra india que ya se agotaba, esa presencia negra que “ha quedado visible, poderosa, influyente hasta el día de hoy” 9.

Alegre, despreocupado y descomplicado el costeño se arregla como puede sin caer en posiciones chauvinistas (Foto Diario del Caribe)

El español trajo la religión, pero aquí, la pluralidad cultural se la apropió en esa apropiación encontraron el indio, el mulato y el español: “Diego del Corral, presbítero, brujo y amante de la célebre Paula de Eguiluz era la persona de que ésta se servía para llegar hasta la iglesia y abrir la caja del Santísimo Sacramento y obtener las hostias indispensables para los rituales de brujería... Extenuados y sudorosos entregábanse, después de comer alimentos aderezados sin sal, a inconfesables goces carnales...Por los aires regresaban a la ciudad las brujas con un trapo blanco en la cabeza” 10. Son las crónicas de la época según consta en los archivos de la Inquisición del testimonio dado por el mulato Diego López.

De allí provenimos, de esa mezcla de razas y culturas, nació la Costa Caribe. De esa pluralidad y mutuo influjo se originó el modo de ser costeño. El indio le enseñaba al negro el uso de las plantas para fines medicinales, la hechicería, Ia agricultura de la yuca, el maíz y el cacao. El negro le enseñaba al indio desde cantar y bailar hasta luchar por su libertad. El negro cimarrón, huído, oculto de sus amos, era un rebelde; enseñó al indio la libertad construyendo caseríos defendidos por 31

Tenemos así que con la confluencia de las razas te confunden bajo la denominación de lo que hoy llamamos latino, las sangres indígena, hispánica y africana. El resultado es la cultura plural del Caribe Colombiano, que en términos abreviados se conoce como cultura mestiza y que para nuestro propósito no es otra cosa que el producto del concubinato cultural de las tres razas, fenómeno único en la Costa Atlántica colombiana.

rindió un informe don Antonio de Herrera ante el Consejo de Indias. Las expresiones eran las justas para un exorcismo: que eran sodomitas, idólatras y caníbales; que eran inconstantes; no guardaban fe ni orden ni guardaban lealtad maridos y mujeres ni mujeres y maridos, que no tenían barbas y si les nacían se las arrancaban. Pero el tiempo de la acomodación pasó dejando sus huellas indelebles hasta que la actitud del dejar pasar se fue imponiendo aun en aquellos que parecían menos predispuestos a ello: los grandes nombres como los Mier, los Torre Hoyos, los Santa Coa se fueron metiendo en esa inercia del dejamiento vital que erróneamente algunos criollos siguen interpretando como apatía, desinterés o incapacidad. Lo que pasa es que no heredamos por ninguna parte la culpabilidad calvinista, ni el sentido de predestinación luterano para hacer fortuna como preludio del paraíso eterno, ni el afán helvético del reloj.

Esa misma cultura fue posteriormente desplegándose o concentrándose con las corrientes inmigratorias. En los pueblos del río Magdalena se oyen leyendas de italianos profesores de piano, se identifica al turco vendedor de telas y se recuerda, como en una especie de síntesis de europeos aventureros al “judío errante”. Yo lo vi pasar, y con eso digo todo. El modo de ser costeño está determinado, pues, por un entrecruzamiento racial, lingüístico y cultural con sus características propias: hasta en los más recónditos y lejanos pueblos del sur de Sucre se puede encontrar la misma inclinación al universal personaje que resulta de las incesantes corrientes migratorias. El gitano Melquíades es una invención popular más que novelesca.

No hay que mirar ese sentimiento vital del tiempo que pasa, sin “menearlo”, con una óptica pesimista y negativa; “Se trata de un sentido de adaptación realista al ritmo de los procesos normales de la vida del río y del ambiente tropical... Se debe originalmente a la certeza de que la feracidad de la tierra, la plenitud de los caños y la abundante caza no dejará pasar hambre o ninguna necesidad básica. Es, en cierto modo, vivir y dejar vivir”. 12.

El criterio del entrelazamiento de razas no es el único. Tampoco lo es el de la confluencia de culturas. Pero si son el punto de arranque de una dinámica del mestizaje que, vista en su despliegue histórico, le fue dando forma al modo de ser costeño. Es cierto que la sangre seguía renovándose al compás del amor libre -con lo cual quedó la región costeña marcada con un sello imperecedero, una especie de fatun tropical sin tragedia-. Todo empezó con el amancebamiento: “Los más de los españoles vivían amancebados con las indias: se deban el lujo de poseer varias a la manera de los caciques...”, anota Fray Severino de Santa Teresa 11. La historia india precolombina le quedó gustando a los españoles: El marqués Juan Bautista de Mier y la Torre -uno de los apellidos más sobresalientes- admitió que había tenido siete hijos naturales en la región de Mompox. Se diría que los cansados españoles del Viejo Mundo se dieron a buscar sangre fresca: con indias, con mulatas, con negras, y mulatos con zambos, y el cuarterón con el quinterón y tente-enel-aire y salto-atrás. Aquello era una fiesta de la sexualidad que ha sido tradicionalmente entre los costeños un asunto sin problemas ni siquiera en el aspecto social jerárquico.

Todo eso nos puede escandalizar de pronto. Pero se dice en “América una equivocación”. “Sedienta de trabajo y amor”, para definir al grupo cultural del Brasil. Válido también para las ciudades y pueblos de la Costa si no hubiera una concentración de los poderes centrales. El modo de ser costeño está marcado por esa inercia histórica que no le impide levantarse de la hamaca para entablar una guerra de mil días, atravesar a palo seco una región plagada de mosquitos, descuartizar terneros y comerse de un tirón siete platos de sancocho para volver a dormita en la hamaca. Es una concepción merece analizarse, no con espíritu de ejecutivo sino con la conciencia histórica de un destino geográfico que es rico y abundante en recursos para volver a recuperar lo que perdimos. La confluencia de las razas definió desde los orígenes un sentido de participación social, de la acción comunitaria que se refleja desde el simple gesto de compartir los domingos una partida de dominó hasta ese marcado a imborrable sentimiento del “ñerismo”. A lo anterior, se añade, a otro nivel, el de la parentela tan compleja en la estructura de queridas, hijastros, entenados, hijos

El asunto había comenzado mal porque en 1504 32

adoptivos, hermanos de padre y hermanos de madre, tías honorarias y la invulnerable y sólida estructura del “compadre”.

de ser costeño se le puede calificar de sistema de una cultura flexible. Una definición que no tiene ninguna pretensión didáctica.

Este sistema amplio de solidaridad y apoyo que se encuentra en las estructuras mencionadas del “amor libre”, el “ñerismo” y el compadrazgo, precede en su más honda historicidad del sentimiento de grupo indio anterior a la conquista. Virginia Gutiérrez de Pineda señala con lujo de detalles históricos estas tradiciones en su libro “La Familia en Colombia” (12). El individuo siente un respaldo a través de ese sistema descrito, un respaldo que lo acompaña desde que nace hasta la muerte, pasando por los rituales del matrimonio, el amancebamiento, la desgracia y la agresión. Si bien hay elementos comunes con otros subsistemas culturales colombianos, la tradici6n socio-cultural costeña se caracteriza por la flexibilidad que le imprime a esa solidaridad, producto de su actitud vital que Fals Borda describe como “la naturaleza anti-solemne, alegre, franca, directa y ruidosa del Costeño”. Un velorio costeño en los pueblos del Magdalena es un suceso que invita a la solidaridad, aparentemente festiva, pero que es en el fondo la manifestación nada trágica ni solemne del destino común de la muerte tomada como un descanso natural. Lo mismo puede decirse del sentimiento de la igualdad que subyace en la solidaridad común del costeño. Cuando aquí se le dice “señor” a alguien nadie se fija en el color de la piel ni en la jerarquía social: se saluda así a la persona intuida tropicalmente y sin los alambicamientos de las abstracciones tomistas de la materia y la forma de un ente racional ni tampoco con las categorías del señorío feudal.

Con ello no he pretendido abarcar la complejidad urbana de la actualidad que ha trastocado estos modelos o sistemas y que merece un estudio aparte que no es objeto de este breve esbozo.

A todo ese conjunto de actitudes vitales, de franco mirar a la vida, de naturalidad en el comportamiento, aun en aquellos aspectos mirados como nefandos en otras culturas, impregnado ese sistema por la música, el fandango, lo “carnavalesco”, lo lúdico, que caracterizan el modo

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NOTAS 1. CABALLERO, Enrique, América, una equivocación. Ed. Hispana, Bogotá 1978. Pág. 277. 2) WALLACE. A.F.C. Cultura y personalidad, Paidós. Buenos Aires. 1963. Pág. 41. 3) LOPEZ DE MESA, Luis. De cómo se ha formado la nación colombiana. 4) CABALLERO, Op. cit, Pág. 262. 5) HEGEL, G.F. Lecciones sobre la filosofía de la Historia Universal. 6) FALS BORDA, ORLANDO, Mompox y Loba, Historia doble de la Costa. Carlos Valencia. Bogotá 1980. Pág. 198. 7) Ibid. Pág. 448. 8) CARPENTlER, Alejo, El Arpa y la Sombra, siglo XXI. Mexico. 1980. Pág. 133. 9) FALS BORDA, Op. cit. Pág. 454. 10) CABALLERO, E. Op. cit. Pág. 256-257. 11) SANTA TERESA, Fray Severino de. Historia documentada de la Iglesia de Urabá y el Darién, vol. II, Pág. 283. 12) GUTIÉRREZ DE PINEDA, Virginia, La Familia en Colombia. Iquelma. Bogotá. 1963. Pág. 40 y ss.

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