Escalera al Infierno

Escalera al Infierno Testimonio de una Satanista Rescatada por el poder de Dios Yo descendí por la escalera al infierno. La conozco bien. ¡No te recom

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Escalera al Infierno Testimonio de una Satanista Rescatada por el poder de Dios Yo descendí por la escalera al infierno. La conozco bien. ¡No te recomiendo bajar por ella! Por eso quiero alertarte sobre la estrategia satánica para la destrucción de la juventud. Basándome en mi propia vida, voy a hablarte de la escalera al infierno, peldaño por peldaño, para que estés advertido del plan de Satanás para confundirte, debilitarte y, por último, destruirte. Yo caí en la trampa. Satanás me trabajó durante muchos años hasta lograr meterme en el satanismo. Sin embargo, no pudo lograr su objetivo final, que era destruirme totalmente. ¿Sabes por qué no pudo completar su plan contra mí? Porque existe un Dios Soberano, un Dios Todopoderoso que tuvo misericordia de mí, un Dios que extendió su brazo fuerte y me rescató justo antes de caer en las brasas del infierno. ¡A Él sea la gloria y el honor por siempre! Para glorificarlo a Él es que cuento mi testimonio, para evidencia de Su poder para rescatar. El primer peldaño en la escalera al infierno es la interrupción de la comunicación con los padres y el abandono del hogar. Desde muy pequeña, Satanás aprovechó las circunstancias adversas en mi hogar para bloquear toda comunicación entre mis padres y yo. Los recuerdos de mi infancia son muy tristes. Se daban muchos problemas entre mis padres por una situación de alcoholismo y también por diferencias religiosas. Yo, aunque era pequeña, trataba de meterme en sus discusiones, pero por la reacción de violencia hacia mí cuando lo hacía, aprendí a mantenerme al margen de sus pleitos. Lejos de mejorar, esta situación se fue agravando y ejerciendo una influencia muy negativa sobre mí. Específicamente tuvo tres efectos importantes sobre mi vida: Comencé a 1) odiar, 2) sentir que Dios no tenía poder y 3) tomar distancia de mi familia, tanto física como emocionalmente. Ya no quería estar en mi casa. Empecé a fugarme porque no quería ni hablar con mis padres. Con esto quedé justo en el siguiente peldaño de la escalera al infierno: la rebelión. Me escapaba de mi casa y los oficiales del Patronato Nacional de la Infancia me buscaban y me obligaban a regresar, pero al tiempo me volvía a escapar porque yo no quería estar ahí. Joven, tú que lees esto, cuida la relación con tus padres. Busca ayuda para resolver los problemas con ellos. Si ves que del todo no es posible arreglarte con ellos, busca padres sustitutos, busca un pariente, una iglesia, un amigo, un psicólogo, pero no te dediques a recorrer las calles como hice yo porque las sorpresas que Satanás te tiene en las calles no te van a traer ningún beneficio. Yo bajé el peldaño de la rebelión. Me rebelé contra mis padres, contra Dios, contra los policías y contra toda la sociedad. Comencé a odiarlos a todos. No respetaba ninguna

autoridad. ¡Alerta! No hagas tú lo mismo. La rebelión no es la solución. ¡Yo sé por qué te lo digo! Yo sufrí las consecuencias de mi rebelión. Continué bajando peldaños. ¡Para qué lo hice! ¡Dios mío! ¡Qué precio tan alto pagué por bajar ese peldaño! El tercer peldaño es la presión de los amigos. Yo había rechazado a mis padres. Me sentía sola, triste. Me sentía abandonada. Necesitaba amigos, y, por desgracia, Satanás me los consiguió. En lugar de volver mis ojos a Dios, que es lo que debía de haber hecho, en lugar de pedirle a Dios que me supliera amigos y consejeros, le permití al diablo que escogiera mis amigos. En la escuela me hice amiga de la hija de Soraya de Persia. Ella era bruja. Tenía programas de radio y salía también en la televisión dando los pronósticos para el Año Nuevo. La consultaban los políticos y toda clase de gente, aun los religiosos. Pues la hija de Soraya fue la amiga que primero me escogió Satanás para llenar el vacío. Era compañera mía en la escuela. Me invitó a su casa y su mamá me fue inculcando juegos, bailes y prácticas ocultistas. Una noche me sentía sola y aburrida. Deseaba estar con alguien que me comprendiera. Satanás aprovechó la oportunidad. Escuché una voz que me dijo que saliera de mi casa y me fuera a las calles de Hatillo. Sin siquiera preguntar de quién era esa voz, le hice caso. Me pareció una experiencia interesante y me entró curiosidad por ver qué era lo que me esperaba en las calles de Hatillo. Presentía que esa noche no iba a dormir en mi casa, así que me vestí con ropa caliente y me escapé hacia Hatillo. ¡Según yo, iba rumbo a una gran aventura! Cuando llegué, estuve deambulando por las calles. De repente vi venir a un grupo de jóvenes. Se acercaron a mí y comenzaron a hablarme. Decían que querían ser mis amigos. Lo que más me llamó la atención fue que me llamaron por mi nombre, como si me conocieran. Me quedé extrañada, pero como había escuchado esa voz que me dijo que fuera a Hatillo, comprendí que a ellos también los envía enviado esa voz. ¡Según yo, estaba en buena compañía! ¡Lejos estaba de saber lo que me aguardaba esa noche! Ese grupo de jóvenes me hizo bajar varios peldaños de una sola vez en la escalera al infierno. Con ellos tomé licor y me drogaron. Tenían también música rock satánica. Me llevaron al Monte de la Cruz a media noche y ahí me violaron y me entregaron a Satanás en un ritual. A la mañana siguiente, bajamos del monte y cada uno se fue a su casa. Nunca más los volví a ver. Llegué a mi casa cuando mi mamá estaba por llamar a la policía para reportar que me había fugado otra vez de mi casa.

¡Imagínense la cantidad de demonios que entró en mí esa noche! Bajé diversos escalones: licor, drogas, rock satánico, sexo, satanismo. Me iba acercando cada vez más a la base de la escalera al infierno. Después de esa noche, descendí los otros escalones aceleradamente. A los catorce años quedé embarazada. Eso me llevó al próximo escalón : suicidio. Me le tiré a un carro en la autopista a Zapote. El bebé que traía en mi vientre murió, pero yo sobreviví. Después de eso, hice dos intentos de suicidio más, pero de todos me salvó el Señor, aunque en esa época ni lo conocía. Ya a esa edad, catorce años, mi vida no valía nada. Sin embargo, Dios me amó y quiso que yo viviera. En Su gran misericordia, me concedió más oportunidades. Pasaron algunos años. Me casé, tuve cuatro hijos y, cuando parecía que mi vida se estaba estabilizando, ¡vino el cobro de Satanás! Antes de convertirse al cristianismo, mi madre, en su ignorancia, me había llevado a una consulta con un brujo, siendo yo una niña muy pequeña. Ese hombre me había pactado para Satanás. En mi adolescencia, ese grupo de jóvenes me pactó de nuevo en el Monte de la Cruz. Ya de adulta, Satanás se presentó a través de un sacerdote satánico llamado Eliú, a ejercer sus derechos sobre mi vida. Tomó control de mi mente y de mi voluntad. Abandoné a mi esposo y a mis hijos y me fui con ese sacerdote satánico. Eliú me comenzó a entrenar en satanismo. Desarrollé ciertos poderes. Eso me entusiasmó para seguir adelante y me hizo sentir que todos esos complejos que yo arrastraba por mi padre borracho y mis problemas con la ley, no podían afectarme porque ahora yo tenía poder. Una noche me tocó vivir la experiencia más espantosa de mi vida. ¡Presencié el sacrificio de un bebé en un ritual satánico! ¡Nunca se me va a olvidar esa escena! El sacerdote tomó la daga, la levantó, le dio vuelta al niño y se la clavó en el corazón. Los que estábamos ahí caímos al suelo bajo el efecto de un poder demoníaco muy fuerte. Pero lo más terrible de esa experiencia era ver cómo los seres humanos que estábamos en ese lugar nos convertíamos en seres completamente insensibles al dolor de aquel bebé. Como ya habíamos presenciado tantos sacrificios de gatos, ratas, perros y otros animales, la muerte de ese niño era simplemente una muerte más en aquella lista de sacrificios. Nos bebimos su sangre y recibimos el poder demononíaco que viene con ese tipo de ritual. Yo era madre. Tenía cuatro hijos. Sabía lo que era el dolor de una madre por el sufrimiento de sus hijos, y, sin embargo, esa noche yo estuve completamente insensible a la muerte de ese niño. No sentí nada. Me di cuenta de que estaba dejando de ser humana. Satanás estaba apoderándose cada vez más de mi área emocional hasta el punto donde ya era capaz de presenciar el sacrificio de un bebé inocente sin sentir ningún dolor por esa criatura. Ni siquiera me pregunté: —¿Quién será la madre de ese bebé? De ahí en adelante quedé atrapada dentro del satanismo. Por haber presenciado la muerte

de un niño inocente, yo era cómplice de aquello. A cambio de mi sujeción a Satanás, recibiría poder para manipular circunstancias y personas a mi antojo, pero él me hizo sentir que nunca iba a poder salir del satanismo. Ese era el último peldaño en la escalera al infierno. Ya había llegado al final de la escalera. Y, cuando intenté dar un paso más, caí al vacío, pero ¿sabes qué? No caí en las llamas del infierno. ¡No! Caí en las manos de Dios. Él metió Sus manos en esas brasas ardientes y me rescató de esa prisión. Experimenté lo que dicen los Salmos 25:15 y 121:2-5: "Él sacará mis pies de la red" / "Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, ni se dormirá el que te guarda...El Señor es tu guardador." ¡Aleluya! Dios hizo esto conmigo. Sacó mi pie de la red. No permitió que diera al resbaladero. Y como dice el Salmo 40:1-3: "El Señor..se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso. Puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Verán esto muchos, y temerán, y confiarán en Jehová". Escapé sólo por la gracia de Dios y por las oraciones de mi madre. ¡Qué equivocada había estado! Había pensado que ese Dios no tenía poder para salvar, pero fue precisamente ese Dios el que metió sus manos en el fuego para salvarme del infierno. Tú, joven, que lees mi testimonio, tú que estás parado en la escalera al infierno, tú que estás por bajar ese primer peldaño, ¡deténte! Del primero pasarás fácilmente a los otros. ¡No lo hagas! Busca ayuda de Dios y de personas que pueden ayudarte. Sé que hay jóvenes que tienen padres muy difíciles, jóvenes cuyas madres o padres están en prostitución, en drogas, en homosexualismo, en alcoholismo y delincuencia. Sé que hay padres que agreden con violencia, que abandonan, que abusan sexualmente y cometen toda clase de actos inhumanos con sus hijos, pero lo hacen porque ellos mismos están atrapados en la escalera al infierno. Si tú tienes padres que te han maltratado, que no te comprenden, con los cuales no te entiendes, busca una iglesia cristiana que pueda ayudarte. Pide cita con un consejero cristiano en una iglesia o en el consultorio de un psicólogo cristiano. ¡No bajes por las gradas de esa escalera maldita! No huyas de tu casa. No entres en rebeldía contra las autoridades. No te metas al mundo del licor y de las drogas. No te contamines con el rock satánico que programa tu mente para la perdición. No busques refugio en la pornografía, el sexo o la violencia. No invoques a Satanás ni consultes a brujos. ¡Aprende de mis errores! De ahí cuesta mucho salir. El precio es demasiado alto. Aún estás a tiempo. ¡Regresa! No sigas bajando escalones. Esa no es la solución. Sólo Cristo te dará gozo y poder y amigos nuevos que te ayudarán y te sostendrán en los momentos difíciles. Cristo te dará la vida y el gozo que andas buscando. Lo hizo por mí. También lo hará por ti. Padre Celestial, ayuda a este joven. Lo ato al reino de Dios. Rescátalo como lo hiciste conmigo. En el nombre de Jesús te lo pido. Amén.

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