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PROTAGONISMO, VALENTÍA Y RESISTENCIA DE LA MUJER EN EL FLAMENCO Miguel López Castro

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ste trabajo se plantea como un homenaje a la mujer flamenca. Su principalísimo papel a lo largo de toda la historia del flamenco está más que comentada y demostrada. Desde el origen con el baile, pasando por contar con una larga nómina de cantadoras entre las que se encuentra la voz más reconocida de la historia: la Niña de los peines; reconocida como Patrimonio Cultural de Andalucía por la Junta de Andalucía, merecedora de una de las llaves del cante que no recibió y que siempre se otorgó a hombres. Y no podemos olvidar el papel de la mujer en la guitarra muy extendido desde los orígenes hasta que desaparece misteriosamente a comienzos del XX, hoy comienza a esbozar esperanzas. Los prejuicios morales y religiosos, el tutelaje impuesto por los varones, la esclavitud cultural de su único mundo posible: la familia y todos los inconvenientes que la hicieron invisible en la vida social, cultural, política, científica, académica etc., no lograron que fuese invisible en el flamenco. La valentía y resistencia de la mujer flamenca, venció en innumerables ocasiones todas estas trabas, y gracias a ello, hoy podemos disfrutar de este legado, que sin las mujeres no sería lo que es: el flamenco como máxima expresión de las emociones y los sentimientos, como arte total que muestra la esencia de lo humano.

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EL BAILE FUE LO PRIMERO Y LA MUJER SU PROTAGONISTA

Lo más antiguo que podemos referir es la presencia y protagonismo de la música y bailes de Andalucía representados por la gaditana Telethusa. Telethusa fue una bailarina de las cantigas gaditanas o Puellae Gaditanae ,(siglo I a. c. a IV d. c.) que viajaba hasta Roma para actuar ante el emperador romano. Marcial, Plinio y Estrabón entre otros personajes de la época escribieron sobre las dotes artísticas de Terlethusa. El Papa llegó a prohibir estas actuaciones por los efectos de desenfreno lujuria y arrebato que producían en quienes lo vivían como artistas o como público. La relación entre estos bailes y el flamenco es defendida por algunos estudiosos del flamenco como Quiñónes, García Matos, Higinio Anglés y Menéndez Pidal. Estos autores argumentan a favor de esta relación señalando dos características comunes la “expresión racial” y el “sentido rítmico”. Estos son los primeros datos, y si damos un salto en el tiempo y vamos al inicio de lo que llamamos flamenco, encontramos que desde la etapa preflamenca y durante los primeros decenios de la época flamenca, podemos decir, que de las tres disciplinas flamencas , el baile es la primera que aparece. Después del baile como protagonista, le siguen la guitarra y el cante, ambos subordinados al protagonismo del baile. Y la Mujer es indudablemente la máxima representante del baile y su máxima creadora. Los primeros bailes como cachuchas, zarabandas, mojigangas, zorongos,son danzas negras que asumen los gitanos como suyas y que terminan aflamencándose hasta desaparecer en sus formas primitivas. A estas danzas se suman otras danzas que están en el inicio de las formas flamencas como los boleros de los que salen el vito, la malagueña y el torero y otras. Otro campo de bailes importantes en la gestación del flamenco son los bailes de candil: bailes de parejas y panaderos. Todas estas danzas fueron creadas y recreadas, fundidas y mezcladas por las mujeres hasta confluir en lo estrictamente flamenco. Junto con las primeras bailarinas andaluzas, en pleno auge de las influencias literarias, y artísticas románticas, una larga lista de bailarinas extranjeras imitan a las andaluzas y colaboran en la gestación de un nuevo estilo y carácter de lo andaluz. Ante el público se hacen pasar por gitanas o andaluzas, cam-

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biándose el nombre, e incluso creando coreografías supuestamente andaluzas. A mediados del XIX la vienesa Fanny Elssler, se hace famosa bailando un “jaleo” que le coreografía el polaco Petipá. La francesa Guy Stefan protegida de Estébanez Calderón es presentada por este ante la Asamblea General que funcionaba como una verdadera cofradía de artistas. En este acontecimiento, narrado por Estébanez en su libro Escenas Andaluzas, están presentes El Fillo y el más afamado de los artistas de la época, El Planeta. Estébanez presenta a Guy Stefan para que esta asamblea la acepte entre ellos como bailaora, cambiándole el nombre por el de Carmela.

Estas y otras extranjeras se suman a las verdaderas andaluzas que van construyendo el baile flamenco, así poco a poco se va desarrollando el baile flamenco, con la llegada de la bata de cola cobra el mayor carácter de lo femenino, esto ocurre con las míticas Mejorana, Malena, Macarrona y Pastora Imperio, hasta la llegada de la mayor representante del baile de todos los tiempos, (Carmen Amaya) que a principios del XX revoluciona el baile . Desde el origen hasta estos días el baile fue principal en femenino. Primero las mujeres y después se unirían los hombres, con formas distintas de bailar. Hoy casi son inexistentes las diferencias entre el baile masculino y femenino.

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LA MUJER EN LA GUITARRA

Uno de los campos menos explorados del flamenco es la misteriosa desaparición de las mujeres del mundo del toque de guitarra. Sabemos que desde antes de la definitiva adaptación de la guitarra a las características que la definen como flamenca, la mujer estaban presente en su uso en los espectáculos. José Blas Vega en su libro “El flamenco en Madrid” (2006) cita a Subirá en un texto en el que se refiere al uso de la guitarra a finales del XVIII para acompañar las canciones sueltas de los intermedios, así como algunas intercaladas en comedias, sainetes, entremeses, también habla de su uso para acompañar las tonadillas primitivas: “Por otra parte, los mismos interpretes de tonadilla – tanto masculinos como femeninos-salían a veces con este instrumento para acompañarse por sí mismos ,...” Este dato y un gran número de cuadros e ilustraciones de la época nos muestran a las mujeres tocando la guitarra. José Miguel Hernández Jaramillo nos ofrece en la página Web “Tablao” una considerable lista de mujeres que han tocado la guitarra a lo largo de la historia. Algunas de ellas son: Ana Amaya Molina (Anilla la de Ronda), Josefa Moreno (La Antequerana), Trinidad Huertas (La Cuenca), Teresa España, María Carmona Fernández, Tía Marina Habichuela, Victoria de Miguel, Matilde Cuevas Rodríguez, Mercedes Chafer, María Casado, Anita Sheer, María Albarrán Heredia, etc. Con estos antecedentes el misterio está servido, sin embargo se apuntan algunas teorías que explican en parte esta desaparición. Cristina Cruces explica que en un momento del desarrollo profesional de los flamencos, el guitarrista se convierte en gestor: “pactaba los contratos y el dinero con frecuencia, y seleccionaba a los interpretes”, “una gran parte de las grabaciones han sido inducidas por los guitarristas que servían de ´intermediarios´ en los tratos con las casas discográficas”. Las mujeres dadas sus limitaciones en todo lo referente a la representación pública ha tenido más inconvenientes que han hecho

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que se retire de actividades que les obligan a despegarse de los ámbitos familiares y conceptuales; según Cristina “la guitarra representa un elemento de control extracorporal, un instrumento instalado más allá de la naturaleza. En tanto que mujeres consideran a su cuerpos como única materia prima de trabajo, quedan excluidas de esta tarea”. (Cristina Cruces. 2003. Antropología y Flamenco. Más allá de la música II. Signatura de Flamenco. Pág. 194). En fin, sean estos u otros los motivos por los que las mujeres desaparecen de la práctica de la guitarra, nosotros hemos encontrado noticias de algunas de estas mujeres que aún siguen, a principios de siglo, tocando este instrumento o bien acompañándose a sí mismas o acompañando al cantaor/a que las contrata. Este es el caso de Adela Cubas que debió ser una esplendida guitarrista a principios de siglo XX. Me refiero a noticias que hemos encontrado en la investigación realizada con la prensa malagueña del siglo XIX y XX investigación que fue dirigida por José Luis Ortiz Nuevo y cuyo equipo investigador estaba compuesto por: José Luis Navarro,Eulalia Pablo, José Gerardo, Miguel López y Pilar-Perez Muñoz. Este trabajo de investigación que tiene por titulo Eco de la Memoria, recoge en las páginas del periódico El Popular referencia a mujeres que han tocado la guitarra: El 15 de octubre de 1908 se presenta en el Salón Novedades la famosa cupletista Conchita Ledesma que viene acompañada a la guitarra por Adela Cubas (un error posiblemente de tipografía la apellida Cutis), Adela la acompaña en un tango “que fue aplaudísimo”, y así durante varios días. Días después, es requerida por El Mochuelo, recordemos la fama que precedía a este cantaor, es uno de los más prolíficos cantaores de la época. Recien llegado de París al llegar a Málaga pide que le acompañe a la guitarra Adela Cubas. Adela Cubas le acompaña durante algunos días, el 31 de octubre de 1908 lo hace en el Teatro Lara y el periodista la adjetiva como “incomparable guitarrista”. Le acompaña en unas seguidillas “con gran acierto y admiración de todos los concurrentes” seguidamente, sigue aclarando el periodista, “Adela Cubas interpretó una jota punteada y cantada con la guitarra, cuyo trabajo es de lo que no estamos acostumbrados a ver por acá, al terminar esta el concurso le hizo un saludo estruendoso”. También aparece acompañando a la Malagueñita y los Harturs. A juzgar por el éxito de Adela Cubas, esta debió ser una gran guitarrista.

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En la misma línea nos encontramos un anuncio que se repite varios días en el que una guitarrista se ofrece para dar clases de guitarra, no sabemos si son clases de guitarra clásica o flamenca. Otra noticia que viene a sumar una nueva aportación al tema que tratamos, es la noticia que resaltar la espléndida Isabel Muñoz, primera de las cantadoras de jotas y aires andaluces (como la define el periodista), También se acompañaba a la guitarra en ocasiones. Isabel Muñoz, era considerada por el periodista como mejor intérprete que Pastora Cruz y Amalia Molina. Pues bien, ahí la tenemos también en la nómina de mujeres que tocaban la guitarra.

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Para acabar este apartado, ofrecemos otra noticia de la misma índole, que no viene a aportar nada nuevo, porque de todos es conocido que La Antequerana se acompañaba a la guitarra. Fue el 29 de noviembre de 1911 en Salón Novedades. A comienzos del siglo XX desaparecen y todavía hoy quedan muchas incógnitas en esta desaparición. Como hemos visto lo que si podemos argumentar como uno de los posible y más importantes motivos, es la exclusión de las mujeres, de la gestión empresarial de los grupos de artistas. Puesto que esta era una función que paulatinamente realizan los guitarristas, la mujer no puede ocupar esas dos funciones juntas y se aleja de la guitarra. Recapitulando; tenemos documentos de excelentes cantaoras que también se acompañaban a la guitarra: La Serneta, La Antequerana, Anica la de Ronda, etc. Y también mujeres que sólo tocaban la guitarra y que eran requeridas por los mejores cantaores y cantaoras de su época como Adela Cubas.

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LA FAMILIA Y LA MADRE COMO TRANSMISORAS DEL ARTE FLAMENCO

Pero el flamenco se ha desarrollado desde distintos ámbitos: desde los escenarios, desde las academias de baile, desde algunos lugares de trabajo y desde las familias. Indudablemente en este último ámbito de reproducción y creación de flamenco, la madre es la figura principal, esto no quiere decir que el padre no sea transmisor y creador en la familia. Seguro que lo era, pero el papel de la madre está cargado de interés desde la perspectiva que nos interesa. Ella enseña y trasmite a los hijos/as, pero a diferencia del padre no puede salir a los escenarios por prescripción patriarcal. El mundo de lo público es prohibido para las mujeres que deben permanecer en el espacio privado de la domesticidad. Sólo exhiben su arte en fiestas familiares y celebraciones de este tipo. A veces ni eso, nada de cantar o bailar en público.

Estas huellas de docencia matriarcal podemos reconocerlas en los nombres artísticos de muchos artistas: Paco de Lucía, Niño de Pura, Pepe de la Matrona, José de la Tomasa, Manolito María etc.

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A este inconveniente propio de la sociedad machista en la que vivían, había que sumar la degradante consideración que socialmente se tenía de las mujeres que se atrevían a ocupar sitio entre los profesionales del flamenco. Los lugares donde se desarrollaba este arte en sus inicios eran inapropiados para ellas, según la visión patriarcal de la época. En estos locales: teatros, cafés cantantes, academias de baile, etc., se encontraban con facilidad el alcohol, tabaco, todo tipo de excesos incluida la prostitución. La sociedad presuponía madurez al hombre para eludir estas influencias, pero no a la mujer. Al hombre se le suponía la capacidad para convivir en estos ambientes sin que les afectara, o considerando que estos ambientes les eran propios. La madurez y fortaleza para sobrellevarlos eran valores atribuibles al hombre, pero no a las mujeres. Estas actitudes venían dadas por el carácter posesivo del hombre que se erigía en guardador de la honra de las mujeres. Su actitud paternalista infantilizaba y generaba dependencia de tutelaje en las mujeres y esto se traducía en falta de libertad para poder decidir sobre sus vidas con autonomía. Este gran inconveniente fue una lacra que provocó la retirada de muchas posibles génias y la permanencia en el anonimato de muchas más que no pudieron desarrollar sus capacidades en el ámbito profesional, que por otra parte era generador de desarrollo artístico y competencia profesional.

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LA VALENTÍA Y RESISTENCIA PASA FACTURA

Las artistas que sí se atrevieron y pudieron permanecer en el mundo de los profesionales tuvieron que sufrir todo tipo de vejaciones y daños a su libertad y derechos de los que disfrutaban los hombres, sin ninguna consecuencia para ellos. Estos ambientes nos dejaron algunos acontecimientos tan tristes como el asesinato en 1889 de Concha la Peñaranda, una cantaora, excepcional creadora de un estilo de malagueña y que vivió subyugada a la dictadura patriarcal de un chulo que la explotaba. También Juana Antúnez, bailaora que nació en Jerez en 1871, niña prodigio que a sus 7 años ganó un concurso de baile en su Jerez natal acabó con su vida tirándose desde la azotea de la residencia de ancianos donde vivía en sus últimos años. La cantaora Rosario”La Honrá” recibió un disparo en el codo en una trifulca en un café cantante. Miguel Cruz El Macaca apuñaló a un hombre por piropear a su mujer, la cantaora, guitarrista y bailaora Enriqueta Díaz “La Macaca”. Estos casos son la muestra extrema de las consecuencias de vivir en este ambiente, pero encontramos en mucho mayor número otras consecuencias menos graves para la integridad física pero tanto o más graves para el desarrollo personal y profesional. Podemos reconocer estas consecuencias en mujeres como las hermanas Bernarda y Fernanda de Utrera que triunfaron profesionalmente pero permanecieron solteras hasta su muerte, igual que La Paquera de Jerez.

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La vida familiar estaba reñida, por no decir que era totalmente incompatible con el ejercicio profesional. Tía Anica la Piriñaca que no cantó en público hasta que ya de vieja quedó viuda, y al quedar en la indigencia económica tuvo que acudir a las actuaciones en fiestas particulares y otros actos públicos, donde ya muy mayor dejó patente sus grandes dotes artísticas para el cante. Igual le pasó a la Tomasa madre del cantaor José de la Tomasa, también a La Perrata, madre de Lebrijano, y a otras muchas. Otras que se casaron tuvieron que dejar una esplendida carrera como la excelente bailaora Gabriela Ortega, que al casarse con el torero El Gallo fue retirada de los escenarios por este.

Pero otras si que pudieron llegar lejos a pesar de todos estos inconvenientes. La Niña de los Peines llegó a ser el máximo exponente del flamenco de todos los tiempos. Se casó con Pepe Pinto, cantaor que fue quien decidió cuando debía retirarse de los escenarios su mujer. A pesar de haber sido protegida primero por su madre, que la acompañaba a todos los escenarios y hacía casi de representante artístico desde que ella era niña y luego más tarde por su marido Pepe Pinto, tampoco se libró de las consecuencias de ser mujer. Ello le costó no recibir la llave del cante, máximo galardón del mundo del flamenco, que en aquella ocasión recibió Antonio Mairena, siendo ella merecedora de la llave, tanto o más que él. En cinco ocasiones se ha entregado este galardón y nunca a una mujer.

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FIGURAS INDISCUTIBLES

Todos estos inconvenientes no han sido suficientes para evitar que las mujeres ocupen un lugar destacadísimo en el mundo del flamenco. Podíamos hacer una lista inmensa de nombres de mujeres que han destacado con su genialidad creadora e interpretativa en los tres campos del flamenco (cante, baile y toque), como ya hemos visto, en menor grado en el toque. Pero sería excesivo e imposible enumerarlas a todas, nos bastará con hacer unas anotaciones sobre unas pocas. En el cante es indiscutible la figura de Pastora María Pavón Cruz, “Niña de los Peines”. Sevilla, 1890 - 1969. Cantaora. La voz flamenca más reconocida de la historia del flamenco. En 1996 la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía declaró su voz Bien de Interés Cultural. A los ocho años ya se tienen noticias de actuaciones suyas en público. La cantaora más enciclopédica y perfecta de todos los tiempos, deja su sello en los tangos, seguiriyas, peteneras, soleá de la Serneta, a quien conoció. Saeta. Bulerías, cante al que da el nombre. Bambera, etc. Dejó muy amplia discografía. Su condición de mujer puede ser el motivo de no haber recibido en su momento la llave del cante. Ella y su obra han sido el referente de calidad para presentar la candidatura del flamenco a ser considerado Patrimonio de la humanidad.

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Otras mujeres que han mostrado su genialidad en el cante: Son María de las Mercedes Fernández Vargas, La Serneta. Jerez de la Frontera (Cádiz), 1840 - Utrera (Sevilla), 1912. Cantaora y Guitarrista. Tía abuela del Borrico de Jerez, Tuvo la Serneta una voz prodigiosa, tanto para cantes sobrios como la soleá, como con otros solemnes y profundos como la malagueña. Utrera se convirtió durante su estancia en un lugar de peregrinaje de artistas como Juana la Macarrona, Manuel Torre, la Niña de los Peines y Chacón que acudían a oírla. Creadora de uno de los estilos de soleá más admirados. Cuando se retira del cante se dedica a dar clases de guitarra. Una de sus letras más conocidas encierra una sabia radiografía sobre aspectos del carácter de lo masculino y lo femenino: Presumes que eres la ciencia Yo no lo entiendo así, porque siendo tú la ciencia, no me has comprendio a mí.

El hombre representante de la razón, de la disciplina mecanicista incapacitada para captar otros valores que están en la geografía de lo femenino: los afectos, los sentimientos, la empatía. Siempre se ha dicho que el cante de soleá pertenece en gran parte al patrimonio creador de las mujeres, una de las primeras creadoras de estilos de soleá es la Andonda, compañera sentimental de un cantaor mítico, El Fillo, se dice que cuando rompen su relación la Andonda le dice en tono despectivo “anda ya pollo ronco a cantarle a los chiquillos”. El Fillo es uno de los precursores de las voces roncas o rozadas, poco conocidas y aplaudidas en esa época, paradójicamente esa voz, la voz “afillá”, es hoy una de las voces más personales de los gitanos. Trinidad Navarro, La Trini. Málaga. 1868 - Antequera o La Línea, hacia 1930. Una de las más destacadas figuras del flamenco de finales del siglo XIX, gran creadora que dejó varias formas de este estilo de cantes por malagueñas. A pesar de su vida llena de reveses, mostró siempre un carácter valiente y una actitud superadora de las adversidades. En los últimos años de su vida regentó un ventorrillo en La Caleta de Málaga. Fernando el de Triana, cantaor y guitarrista dijo de ella: “Mientras más se agotaba físicamente, más

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sublime era su arte, entonces era cuando estaba verdaderamente incopiable. ¡Qué cosas le hacía a los cantes¡. También Nuñez de Prado le dedicó algunos comentarios y llegó a decir de ella que era como el “Chacón femenino”, en su afán por poner de manifiesto sus cualidades la comparó con Antonio Chacón uno de los mejores artistas. Aunque sin mala intención, esta es otra manera de despojar de identidad femenina a la artista, siempre los referentes de buenas cualidades son masculinos. Cuando los referentes son malos pueden ser femeninos.

En el campo del baile la lista es doblemente extensa, iniciándola con aquellas bailaoras que le aportaron flamencura e intimismo al baile como: Macarrona, la Cuenca, La Mejorana, La Malena, Gabriela Ortega, Pastora Imperio, y siguiendo con las personalidades arrolladoras de Carmen Amaya. Manuela Carrasco, Merche Esmeralda, Sara Baras y Rocio Molina. O Eva la Yerbabuena. Presentaremos a dos de las más rompedoras: Trinidad Huertas, La Cuenca (Málaga, hacia 1860). Bailaora y guitarrista. En 1879, 1880 y 1881 se tienen noticias de ella, cuando actuaba en el Teatro Eguilaz de Jerez. Fue primera en muchas cosas: en bailar vestida de hombre, en bailar las soleares tal como se conocen hoy, zapateando.

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Imitaba con su baile la suerte de matar el toro casi ridiculizándolo, fue una mujer de carácter y personalidad fortísima. Carmen Amaya 1913-1963. Es considerada la más grande de todos los tiempos. Nace en Barcelona, España. Bailaora y Cantaora. Hija del Tocaor El Chino. Recorre toda España y el mundo con su arte. Entre 1937 y 1940 realiza varias presentaciones en Sudamérica, en las que incluye Chile. Actúa en Nueva York, es portada de la revista Life y desde 1942 llega a ser una de las principales atracciones de Hollywood, donde interpreta una versión de El Amor Brujo de Manuel de Falla en el auditorio Bowl, ante veinte mil personas con la Orquesta Filarmónica. Sebastián Gasch dijo “... lo que más nos impresionaba al verla bailar era su nervio, sus dramáticas contorsiones, su sangre, su violencia, su salvaje impetuosidad de bailaora casta”. Carmen mostraba la fuerza que se le negaba a la mujer, sobre todo en el zapateado que es una disciplina desarrollada principalmente por hombres. Cambió el traje de mujer por el de hombre como hiciera la Cuenca, pero no desde el intento de imitación de las formas masculinas, sino como ejercicio de libertad y liberación para expresar con mayor intensidad. Paradójicamente se le criticaba su excesiva sujeción a la familia, ella se había convertido en proveedora, invirtió los papeles y proporcionaba trabajo en su compañía a sus familiares, lo cuallimitaba la calidad de sus espectáculos. La Capitana, como la llamaban había asumido la responsabilidad de sacar adelante a su familia como el patriarcado prescribía a los hombres. Para acabar con esta breve exposición de las aportaciones de las mujeres al flamenco podemos anotar una lista que no pretende ser exhaustiva de cantes que son creación o recreación de mujeres, es la siguiente:

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Artistas

Cantes en los que crearon un estilo personal que hoy es imitado por los profesionales

Niña de los peines:

Seguiriya Petenera Bulerías Tangos Bamberas Tientos Alegrías

Juana la del Cepillo:

Romance

María Borrico:

Seguiriya de Cambio:

Fernanda de Utrera:

Soleá de Utrera

La Roesna:

Soleá

La Perla:

Bulerías de Cádiz

La Rubia:

Petenera Malagueña

La Pompi:

Bujería por soleá

La Repompa:

Tangos Bulerías Tangos del perchel

Las Mirris:

Cantiñas

Anica de Ronda:

Rondeñas

Dos hermanas:

Jaberas

La Jimena:

Verdiales de Coín

LaTrini:

Malagueña

Peñaranda:

Malagueña

Pepa de Oro:

Milonga

Serneta:

Soleá

Mejorana:

Cantiñas

Tía Marina:

Granaina

Antequerana:

Taranta

LAS COPLAS FLAMENCAS COMO TRANSMISORAS DEL SEXISMO, LA DENOSTACIÓN Y OFENSA HACIA LAS MUJERES

Las coplas flamencas son un escaparate de todos los tópicos de la mentalidad sexista, tanto en las letras antiguas como en las modernas. Las coplas funcionan también como termómetro que marca la intensidad del sexismo, así el análisis de género de las letras es otra herramienta que nos hará comprender la situación que ha vivido la mujer en el ámbito flamenco y dará sentido a todo lo que hemos expuesto en las páginas anteriores. También nos muestra hasta que punto hoy siguen estando presente muchas de las trabas que las mujeres flamencas siguen sufriendo. Este análisis nos servirá para dar respuesta a muchas preguntas: ¿En qué medida, se ha cometido ofensa, discriminación, denostación contra las mujeres en las letras flamencas?, ¿Con qué contenidos?, ¿En qué forma? Conocer estas cuestiones es indispensable para entender lo ocurrido y focalizar nuestros esfuerzos dando un empujón más al flamenco para que siga consolidándose como un arte de desarrollo personal y social, que aporta contenidos de valor al ser humano y a la sociedad. Con este propósito realicé la tesis doctoral “Imagen de las mujeres en las coplas flamencas: análisis y propuestas didácticas”. De este trabajo, expondré sólo un resumen del apartado dedicado a las coplas flamencas. Por supuesto se han escogido aquellas coplas que expresan contenidos denostadores u ofensivos manifestados con suficiente claridad para que puedan ser identificados y analizados. Una primera parte del trabajo aborda el análisis de las coplas flamencas antiguas. He analizado las 1086 coplas recogidas en el libro Cantes Flamencos y Cantares de Antonio Machado y Álvarez publicado en 1881. Establecí 9 bloques según el tipo de contenido, se enumeraron dichos bloques en función del grado de ofensa o denostación hacia las mujeres. A continuación elaboré una tabla en la que se recogen las 151 coplas que localicé como denostadoras hacia las mujeres, cada una relacionada con el bloque de contenido y grado de denostación que le corresponde. Esta tabla me ha permitido tener una visión global de los diferentes tipos de contenidos ofensivos para las mujeres. A continuación expongo los temas de los nueve bloques con el número de coplas

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que se encuadran en cada uno. 1- Maldiciones, amenazas y agresión a las mujeres ..................... 24 coplas 2- De mujeres prostitutas, mujeres deshonradas........................... 30 3- La Mujer es mala.......................................................................34 4- Celos y mujeres como propiedad del hombre........................... 25 5- Ironías para ridiculizar a las mujeres.........................................22 6- Dependencia económica de la mujer......................................... 5 7- La mujer que no se doblega.......................................................4 8- El hombre se jacta de engañar a la mujer.................................. 4 9- Adjetivaciones denostadoras hacia las mujeres.........................4 A continuación me dedique al análisis de las coplas que pertenecen a los “Nuevos Flamencos”. De ellos y con la colaboración de 4 expertos elaboré una lista de los 33 artistas más representativos, con un total de 445 temas o coplas. El siguiente paso fue analizarlas, encontrando entre ellas un total de 75 coplas con contenido denostador u ofensivo hacia las mujeres. Después las comparé con la lista de las coplas antiguas. De esta comparación se destaca que aunque los contenidos de las coplas de los “Nuevos Flamencos” siguen mostrando los valores patriarcales que se mostraban en las coplas antiguas, también muestran un tímido movimiento en positivo: Una actitud de las mujeres (flamencas) más libre al la hora de expresar sus preocupaciones, con mayores posibilidades de desarrollo y con una actitud más batalladora, aunque no de manera apasionada ni activista o militante. También algunos temas recogen problemas actuales como el de racismo, xenofobia, etc., pero en el campo que nos ocupa, en estas coplas de los “Nuevos Flamencos” aparecen temas sexistas que ya existían en el libro de Machado y que agrupamos en los bloques que trataban de: 1- Agresión y violencia incluida incitación a la violación. 2- Mujer prostituta. Mujer deshonrada, virginidad. 3- La mujer es mala. 4- Celos y mujer como propiedad del hombre. 6- Dependencia económica de la mujer. 7- La mujer que no se doblega. (Como negativo).

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Este estudio viene a demostrar que al igual que la sociedad, el flamenco (en sus coplas) está influido también actualmente por valores sexistas, a pesar de los cambios legislativos, el aumento de la sensibilidadsocial con estos temas, las coplas flamencas aún siguen tratando a las mujeres como seres subordinados al poder del hombre, que no duda en proferir amenazas, para someterla incluso hacer apología de los malos tratos. Se muestra un rechazo hacia las mujeres que no se someten a los mandatos de los hombres y además entienden que las mujeres les pertenecen. Algunos ejemplos de estas coplas analizadas son: La gachí que yo camelo, si otro me la camelara sacara mi nabajita y el pezcueso le cortara. (4- Celos y mujeres como propiedad del hombre) En la esquinita te espero chiquilla como no vengas aonde te encuentre te pego. (1- Maldiciones, amenazas y agresión a las mujeres) Una mujer fue la causa Quien se fia de mujeres de mi perdición primera muy poco del mundo sabe no hay perdición en el mundo que se fia de unas puertas que por mujeres no venga de que todos tienen llaves. (3: La mujer es mala) (2: De mujeres prostitutas, mujeres deshonradas )

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HISTORIA OLVIDADA DE MUJERES PIONERAS EN PSICOLOGÍA Silvia García Dauder

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na de las cosas que más sorprende durante el proceso de formación en la carrera de Psicología es cómo, en aulas donde más de las tres cuartas partes son mujeres, apenas se habla de ellas como sujetos activos de conocimiento psicológico. No hay más que hacer un repaso exhaustivo a los manuales introductorios o de historia de la disciplina para darse cuenta de que esta ciencia, al menos tal como está registrada oficialmente, parece haber estado hecha por varones, fundamentalmente por varones blancos occidentales. Pero ¿realmente ha sido así? ¿Existieron mujeres en los comienzos de la Psicología como ciencia? ¿Quiénes fueron? ¿Qué tipo de contribuciones hicieron? ¿Fueron sus experiencias similares a las de sus compañeros? Y si existieron, ¿por qué se han olvidado con el tiempo? ¿Qué efecto ha tenido este olvido? O, más importante, ¿por qué no nos extraña su ausencia? Cuando se va más allá de la inconsciencia e ignorancia que genera lo mayoritariamente masculino, sorprende el hecho de que las pioneras psicólogas han sido un secreto muy bien guardado en la historia de la disciplina y que, no sólo estuvieron presentes en los inicios de la institucionalización de esta ciencia, sino que ocuparon puestos importantes y sus contribuciones fueron reconocidas por sus compañeros (Scarborough y Furumoto, 1987; García Dau-

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der, 2005a). Si seguimos los patrones tradicionales dentro de la historia con mayúsculas, hecha de grandes h/nombres, grandes fechas y grandes teorías, podemos situar a estas mujeres en los orígenes de la psicología como ciencia en el contexto de EEUU de finales del siglo XIX. Así por ejemplo, cuando en 1906 el psicólogo James McKeen Cattell publicó la primera edición del American Men of Science (AMS), de entre los 186 científicos identificados con el área de la Psicología, 22 eran mujeres -el 12% de los psicólogos listados-. Veintidós mujeres que compartieron con sus compañeros la experiencia de ser pioneras en “la más nueva de todas las ciencias” en palabras del propio Cattell (Furumoto y Scarborough, 1986). Los porcentajes aumentaron en las posteriores ediciones de 1921 y 1938 del 20,4% (60 mujeres psicólogas) al 21,7% (277 psicólogas) (Rossiter, 1992). Las mujeres psicólogas se afiliaron a la American Psychological Association (APA) y fueron aceptadas como miembros prácticamente desde su fundación en 1892, presentando ponencias y comunicaciones en sus mítines anuales. En la segunda reunión anual, en 1893, Christine Ladd-Franklin y Mary Calkins fueron propuestas como miembros, y Margaret Washburn se sumó a ellas al año siguiente. Quizá la novedad de la disciplina y la consiguiente necesidad de “adeptos” explique parcialmente esta primera aceptación de mujeres durante los primeros años de la asociación (Rossiter, 1992). Cuando la APA celebró su 25 aniversario en 1917, las mujeres constituían el 13% de sus miembros, y James McKeen Cattell aprovechó para anunciar que según sus estadísticas el porcentaje de mujeres en el campo superaba al de cualquier otra ciencia (Furumoto, 1987). Las psicólogas pioneras también publicaron regularmente en las revistas psicológicas que comenzaban a editarse, contribuyendo con artículos, investigaciones experimentales, comentarios, revisiones y colaborando también en sus equipos editoriales (Scarborough y Furumoto, 1987). Es significativo a este respecto que el primer número editado por la American Journal of Psychology, en 1887, ya contaba entre sus páginas con un artículo de psicología experimental escrito por Ladd-Franklin. De entre las pioneras, Christine Ladd-Franklin, Mary Whiton Calkins y Margaret Washburn fueron consideradas por la comunidad científica como psicólogas eminentes y de reconocido prestigio. Christine Ladd-Franklin fue reconocida por su particular teoría de la visión de color. Mary Calkins fue doble presidenta de la American Psychological Association (en 1905, la de-

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cimocuarta de ambos sexos y la primera mujer presidenta) y de la American Philosophical Association (en 1918). Sólo dos personas han obtenido ambas menciones, William James y John Dewey. Calkins, además, creó el primer laboratorio de psicología experimental en un college de mujeres (Wellesley), fue la inventora de la técnica de pares asociados y desarrolló durante más de 30 años y a modo de paradigma una propuesta relacional de psicología del self. Margaret Floy Washburn fue la primera mujer en obtener el reconocimiento oficial de doctora por la Universidad de Cornell (1894), tradujo al inglés varios libros de Wundt y, desde las difíciles condiciones del laboratorio del college de mujeres Vassar, se convirtió en una prestigiosa psicóloga experimental. No sólo eso, presidió la APA en 1921 y fue la segunda mujer miembro de la Academia Nacional de las Ciencias en EEUU (1931). Su libro The Animal Mind fue considerado en su tiempo como un antecedente del conductismo y en 1927 la American Journal of Psychology le dedicó un monográfico. También gozaron de cierta popularidad, sobre todo entre sus compañeros de disciplina, las contribuciones de Helen Thompson Wooley, Leta Stetter Hollingworth, Lillien Martín, Kate Gordon, Milicent Shinn, entre otras (Scarborough y Furumoto, 1987; García Dauder, 2005a). Pero, al basarnos exclusivamente en una historia compensatoria o de contribuciones, podemos correr el riesgo de caer en el mito de la meritocracia y pensar que varones y mujeres de la época, independientemente de su sexo, raza o clase social, partieron de las mismas condiciones y que, por tanto, es posible escribir una historia universal, a-contextual, donde las condiciones sociales son factores externos irrelevantes para la historia interna de la disciplina. Frente a ello, la historiografía feminista nos ha enseñado que es necesario escribir también una historia que nos narre las experiencias y situaciones diferenciales que vivieron estas mujeres, “en sus propios términos” -herstory(Lerner, 1992). El acceso privilegiado de estas mujeres blancas y de clase media-intelectual a la universidad se dio en un contexto de segregación sexual de esferas, donde se estaba debatiendo la idoneidad física, moral y social de la educación superior para las mujeres, al mismo tiempo que se estaban infiltrando en las aulas y el éxito de su presencia contestaba a sus detractores y modificaba sus discursos. Un período donde determinadas mujeres, impulsadas por los movimientos de reforma social y los movimientos sufragistas y feministas, comenzaban a revelarse contra un destino sexual que las recluía en el ámbito doméstico con los roles exclusivos de esposas y madres.

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Esta incorporación de la “nueva mujer” al ámbito público coincidió con la institucionalización y profesionalización de la ciencia psicológica, de tal forma que para muchas pioneras psicólogas la profesionalización académica junto con la reforma social representaron espacios privilegiados para romper con las ataduras y restricciones que imponía el claustrofóbico rol doméstico victoriano. Las mujeres que se atrevieron a cursar estudios superiores tuvieron que hacer frente a todo tipo de diatribas –muchas de ellas provenientes de los propios psicólogos-. En primer lugar, discursos sobre el no pueden: debido a una supuesta inferioridad o escasa variabilidad mental. Cuando su presencia en las aulas desmontaba estos argumentos, los discursos del no deben se impusieron: primero porque pondrían en peligro su salud reproductiva ante las incompatibilidades útero-cerebro, más tarde por el daño moral de convertirse en célibes y “viragos”, finalmente por el daño social irreparable del “suicidio de la raza”. En palabras del prestigioso psicólogo Stanley Hall, uno de los principales opositores a la coeducación: «[La mujer universitaria] habrá asumido y empleado en su propia vida todo lo que estaba destinado a sus descendientes. (...) Es la apoteosis del egoísmo desde el punto de vista de cualquier ética biológica.» (Hall, 1904: 633). «De otro modo, si la educación superior se convierte en universal, la posteridad será gradualmente eliminada y la raza progresivamente exterminada» (Hall y Smith, 1903: 307-308). O visto por Hellen Thompson Woolley, una de las pioneras psicólogas: «Aquellos que se sienten contrarios a permitir que las mujeres tengan una plena oportunidad de desarrollo mental han cambiado el énfasis de su argumento desde un punto de vista personal a uno social. La queja ya no es que la mujer se perjudicará a sí misma por el excesivo esfuerzo mental y físico que supone la formación intelectual superior, sino que perjudicará a la sociedad reduciendo su propia actividad reproductiva (matrimonios tardíos, menores tasas de matrimonios, menor número de hijos, oposición entre las funciones intelectuales y sexuales) (...). La conclusión parece ser que el deber superior de la mujer es frenar voluntariamente el desarrollo de sus propias capacidades mentales ante la amenaza de perjudicar a la sociedad –una forma de ascetismo un tanto difícil de suscribir.» (Helen Thompson Woolley, 1910: 342).

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Pero los mecanismos de exclusión no sólo provenían de este tipo de discursos, las propias universidades los implementaban al prohibir la presencia de mujeres en sus aulas. Muchas pioneras fueron aceptadas para cursar estudios de doctorado, pero de forma excepcional e informal, en calidad de “estudiantes especiales”, para que sus nombres en los registros no sentaran un peligroso precedente ni mancharan el prestigio de la institución, lo cual servía de argumento a las autoridades para posteriormente rechazar el reconocimiento oficial de sus títulos. Es significativo que las tres mujeres psicólogas que recibieron en la primera edición del American Men of Science la categoría de “eminentes”, Calkins, Ladd-Franklin y Washburn, compartieron las experiencias comunes de estudiar en colleges de mujeres, de comenzar sus estudios doctorales en calidad de “estudiantes especiales” no reconocidas oficialmente –en Harvard, Johns Hopkins y Columbia respectivamente- y que las tres, habiendo cumplido todos los requisitos para conseguir el título de doctoras, se tuvieron que enfrentar a diferentes barreras de cara a su reconocimiento oficial. Ladd-Franklin tuvo que esperar al cincuenta aniversario de la Johns Hopskins para que se le reconociera oficialmente su doctorado, a los 79 años, 44 años después de haberlo obtenido con los mismos méritos que sus compañeros varones; la obstinada universidad de Harvard nunca le reconocería el doctorado a la que sería presidenta de la APA y de la AphA, Mary Calkins. Las limitadas oportunidades de empleo accesibles para estas mujeres fueron probablemente la diferencia más importante respecto de sus compañeros de disciplina, especialmente en la academia y especialmente si estaban casadas. Salvo excepciones, sus únicas salidas laborales para desarrollar una carrera profesional académica fueron los colleges de mujeres y las normal schools, y esto a condición de permanecer solteras. La mayoría de mujeres casadas trataron de encontrar o inventar empleos donde poder aplicar sus conocimientos fuera del espacio académico que se negaba a contratarlas, especialmente en las llamadas “profesiones de ayuda” o de reforma social. La discriminación vertical se unía así a una discriminación horizontal que segregaba sexualmente a la Psicología entre una masculinizada psicología “teórica y experimental”, que recibía reconocimiento oficial e histórico; y una feminizada psicología “práctica”, desvalorizada al ser realizada mayoritariamente por mujeres desde ámbitos transdisciplinares y de reforma, excluida del corpus de conocimiento de la historia de la disciplina. Cuando la Primera Guerra Mundial colocó a la psicología en el mapa de las ciencias tras la aplicación de los tests mentales en

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la selección de reclutas, la vertiente práctica de la psicología cobró una repentina revalorización que coincidía con la incorporación de varones psicólogos a este campo y el olvido del trabajo anterior de las mujeres psicólogas en la aplicación de tests en el ámbito infantil. Además de ser pioneras en el campo de la psicología, estas mujeres estuvieron en la vanguardia buscando y consiguiendo una educación superior y una profesión en la segunda mitad del siglo XIX. Ello suponía enfrentarse no solo a un fuerte escepticismo social sobre su capacidad, también a hostilidades y fuertes sanciones sociales por traspasar los límites más allá de lo permitido y considerado como propio para una mujer. A diferencia de sus compañeros varones, tuvieron que enfrentarse al dilema vital “matrimonio versus carrera”. El desarrollo de una carrera profesional “a tiempo completo” y la vida conyugal de esposa y madre se convirtieron en una incompatibilidad difícilmente negociable. Pero además, las que decidían romper con los “muros generizados” y conseguían adentrarse en el hostil y competitivo mundo académico y científico, experimentaron otra contradicción: ser mujer y responder a las normas y valores asociados con lo femenino y ser científica y responder a las “masculinizadas” normas y valores de la ciencia. Muchas de ellas tuvieron que negociar ambas identidades respondiendo a las expectativas sociales de feminidad aunque fuera como mascarada: «¿Puede una mujer convertirse en una fanática en su profesión y todavía permanecer casable? Sí, puede, porque conozco algunas, pero creo que una mujer debe ser anormalmente brillante para combinar encanto y concentración. Estas mujeres hacen la síntesis siendo encantadoramente entusiastas.» (Boring, 1951, 681). Combinar “encanto y concentración”, como dictaminaba este psicólogo experimental, suponía un extra emocional para las pioneras psicólogas: no sólo sobrecualificación, también una contención estoica ante las exclusiones y humillaciones constantes, y el ejercicio performativo de una “feminidad” difícilmente reconciliable con la idea de una ciencia entendida como control, manipulación y dominio. Pero al subrayar los mecanismos de discriminación y exclusión que marcaron las experiencias diferenciales de las pioneras psicólogas debemos tener cuidado en no situarlas como víctimas pasivas de diferentes opresiones. Es fundamental, igualmente, recuperar sus memorias críticas, sus historias de luchas y resistencias. Ante las diferentes injusticias, algunas como Margaret Washburn respondieron individualmente con estoicismo y sobrecualificación,

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como si el sexo no marcara ninguna diferencia. Otras, como la siempre inconformista Ladd-Franklin, respondieron con su voz, denunciando públicamente las exclusiones a mujeres; y con la lucha colectiva desde redes de mujeres como la Association of Collegiate Alumnae (ACA) ayudando a brillantes estudiantes para que pudieran continuar con sus carreras a pesar de los obstáculos y barreras que la academia imponía a las mujeres. Cuando el psicólogo estructuralista Edward Titchener creó “Los experimentalistas”, una sociedad informal en cuyos mítines anuales se reunían los principales psicólogos experimentales para discutir sus trabajos, y que por principio excluía la presencia de mujeres bajo la “científica” escusa de que no soportarían el humo de cigarrillos, Ladd-Franklin no desistió en su lucha ante tal flagrante discriminación y escribió repetidas veces a Titchener recriminándole sus actitudes medievales (García-Dauder, 2005a). Las experiencias generizadas de estas mujeres no solo influyeron en su situación académica, también determinaron en algunos casos los contenidos de sus teorías y sus formas de investigar y entender la ciencia y sus sujetos. Como ya se ha señalado, el matrimonio lanzó a muchas mujeres psicólogas fuera de la academia hacia puestos “aplicados”, cambiando en muchos casos sus intereses de investigación en aras de encontrar un empleo o ensayando nuevas formas de “hacer” psicología al negociar entre valores de reforma y valores científicos. Algunas como Woolley mediante su trabajo en estos ámbitos impulsaron cambios legislativos fundamentales en la regulación del trabajo infantil. Las que ejercieron desde los colleges de mujeres entendieron la práctica científico-académica más como una labor docente-relacional o de investigación colectiva que como una carrera competitiva individualista. Además, la urgencia por responder a las exclusiones cotidianas llevó a algunas a estudiar las diferencias sexuales y derrumbar mitos sobre la inferioridad de las mujeres, desarrollando un feminismo científico que no dejó inmune a la psicología. Ante las ofensas personales de sus propios compañeros de disciplina y los desesperantes obstáculos institucionales, las primeras psicólogas sintieron la responsabilidad de utilizar sus conocimientos y su posición como científicas para mejorar la situación de las mujeres bajo el amparo de un cientificismo neutral en el que creían. Mary Whiton Calkins protagonizó lo que se ha considerado como la “primera controversia sobre diferencias sexuales en procesos cognitivos en la literatura psicológica” (Lewin, 1984): la controversia Calkins-Jastrow (Wellesley-Wisconsin).

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En dicha controversia cuestionaba la naturalización de las diferencias sexuales en rasgos mentales, haciendo énfasis en los efectos del ambiente: «Un estudio estadístico puede ciertamente, si está suficientemente extendido, establecer diferencias características entre los intereses de varones o mujeres, y todas las conclusiones del Dr. Jastrow pueden de hecho ser interpretadas de esa forma. Mr. Havelock Ellis, sin embargo, y Dr. Jastrow, quizá, con la expresión “rasgos mentales masculinos y femeninos”, pretenden una distinción entre el intelecto per se masculino y femenino. A mi entender se trata de algo fútil e inviable, debido a nuestra total incapacidad para eliminar los efectos del ambiente. Hoy en día las diferencias en la educación y tradición de varones y mujeres comienzan en los meses más tempranos de la infancia y continúan a lo largo de la vida. La mayor parte de las preferencias que han sido encontradas en los dos experimentos, por ejemplo la preferencia de las mujeres por lo que está relacionado con la casa, son obviamente intereses cultivados.» (Mary Whiton Calkins, 1896: 430). Este énfasis en las semejanzas entre varones y mujeres y el recurso a la influencia de “lo social” o el ambiente para explicar las diferencias, caracterizó también la magnífica tesis doctoral de Helen Thompson Woolley de 1903, The Mental Traits of Sex: «si realmente hubiera una diferencia esencial de instintos y características que determinara las diferencias (...) no sería necesario malgastar tanto esfuerzo en conseguir que chicos y chicas siguieran las líneas de conducta propias de cada sexo» (1903:181); y los diferentes trabajos de Leta Stetter Hollingworth para desmontar tres mitos muy presentes en el conocimiento psicológico de la época: la disminución del rendimiento mental y motor de las mujeres durante la menstruación; la hipótesis de la inferior variabilidad física y mental de las mujeres, lo que les abocaba a una natural mediocridad; y la naturalización del instinto maternal. Esta autora, siguiendo a Stuart Mill, demandó una mayor presencia de mujeres investigadoras basándose en su mayor potencial objetivo y menos sesgado respecto a los científicos varones, especialmente cuando investigaban sobre diferencias sexuales (Hollingworth, 1914)1. 1 Un mayor desarrollo de los trabajos de Helen Woolley y de Leta Stetter Hollingworth se encuentra en García-Dauder (2005a).

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Como ha señalado Sandra Harding (1996), las revoluciones sociales han tendido a mejorar la ciencia gracias a las críticas que dirigen hacia los planteamientos hegemónicos, dando lugar a visiones menos distorsionadas y parciales. En este sentido, se puede argumentar que la presencia de mujeres en la psicología, posibilitada por un movimiento social como fue el feminismo, generó “una ciencia menos distorsionada” en lo que a la “psicología de la mujer” se refiere. La presencia de mujeres psicólogas, como grupo social excluido en tanto sujetos de conocimiento, permitió la visibilización de lo no cuestionado, ampliando el horizonte cognitivo de una comunidad científica masculina ciega y acrítica ante determinados campos de ignorancia. Aunque el escepticismo crítico de una generación joven de psicólogos varones ayudó a desmontar viejos dogmas “metafísicos”, sus facultades críticas curiosamente se veían mermadas cuando surgía el tema de las diferencias sexuales. Si las mujeres no hubieran estado presentes en las universidades para ser examinadas junto con sus compañeros varones, y si las mujeres psicólogas no hubieran difundido y publicado las implicaciones igualitarias de sus datos empíricos, resulta difícil creer que la psicología hubiera superado sus resistencias a abandonar visiones tradicionales sobre las diferencias sexuales y la inferioridad de las mujeres. En definitiva, las mujeres marcaron la psicología, en parte, porque forzaron a sus colegas masculinos a ser igualmente críticos –científicos- cuando trataban con el tema de las diferencias sexuales. Pero además, recogiendo la herencia del pensamiento de Mary Wollstonecraft o de Mill, las psicólogas feministas desempeñaron un papel fundamental -si bien no reconocido- en la transición desde una psicología biológica o hereditaria de principios de 1900 a una psicología más “ambientalista” en 1920 –y que se aplicaría también a los análisis sobre diferencias raciales-. Lo que la psicología como ciencia ha perdido en las narraciones androcéntricas, ahistóricas e idénticas sobre su historia es la riqueza de determinadas tradiciones y contribuciones de mujeres psicólogas desde los márgenes de los círculos tradicionales y dominantes académicos: por ejemplo, las formas de hacer psicología desde lo que William James denominó despectivamente “regímenes de enaguas”, colleges de mujeres que concibieron la ciencia como empresa colectiva y cooperadora lejos de genios aislados “en la lucha por la supervivencia” académica; teorizaciones relacionales y sociales del self como fueron las de Whiton Calkins o Jessie Taft que no cayeron en reduccionismos conductistas o hereditaristas; contribuciones desde ámbitos aplicados o de re-

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forma olvidadas al no formar parte de lo definido desde la academia como “psicología”; por último, teorizaciones e investigaciones desde posiciones interdisciplinares y transfronterizas como los trabajos de Mary Parker Follett sobre el poder y los conflictos o las aportaciones de la Escuela de Chicago de Mujeres2. Como señalan Scarborough y Furumoto, «a pesar de su presencia en el pasado histórico, las mujeres psicólogas han sido un secreto muy bien guardado en la historia de la disciplina» (1987: 1). La fascinación que produce (re)conocer a estas pioneras, sus experiencias y sus contribuciones a la emergencia de un feminismo científico provoca la rabia del olvido, pero también el placer político de la identificación y la genealogía de un pasado histórico lleno de luchas y resistencias que nos ayuda a comprender mejor la experiencia del presente. Referencias bibliográficas:

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CUATRO MUJERES RENACENTISTAS

Almudena de Arteaga

A

lo largo de estos doce años que la vida me llevó de la redacción de demandas a la invención de novelas, siempre he intentado hacer honor a aquellas mujeres que en la historia quedaron relegadas a un segundo plano y que sin embargo de un modo u otro tuvieron mucho que ver con los acontecimientos de la época que les tocó vivir. Estas cuatro mujeres que hoy me dispongo a recordar por orden cronológico de nacimiento, fueron contemporáneas entre sí. La historia de una enlaza con la de siguiente para hacer más amenas sus aventuras. JUANA DE CASTILLA, LA MAL APODADA BELTRANEJA.

Nació en Madrid en 1462, final del medioevo y principio del renacimiento. Fruto del segundo matrimonio de su padre Enrique IV con Juana de Portugal dado que el primer matrimonio de su padre con Blanca de Navarra fue anulado por la incapacidad de Blanca para engendrar un sucesor. A los seis años y después de muchas discusiones con los nobles que se negaban a aceptarla como legítima sucesora de su padre, por fin fue jurada en las Cortes de Toledo y proclamada princesa de Asturias. Y es que muchos enemigos de Enrique

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IV dudaban de su capacidad para ser el padre de la niña y acusaron de ilegítima a la princesa por suponer que era hija de Beltrán de la Cueva, su primer Valido. Los revolucionarios, tomaron partido por el hermano del rey, el infante Alfonso llegándole a coronar en la farsa de Ávila. Pero este niño murió inesperadamente y sus partidarios no dudaron en poner en su lugar a su hermana Isabel, la futura Isabel la Católica. La revolución no se calmaría hasta que el Rey aceptó el pacto de los Toros de Guisando. En este Enrique IV reconocía a su hermanastra Isabel como heredera del trono en perjuicio de su hija Juana. Dos años después, al enterarse el rey del matrimonio secreto de Isabel con Fernando II de Aragón, denunció el pacto suscrito y nombró de nuevo a Juana su hija heredera de Castilla. Enrique IV, moriría años después sin haber redactado aparentemente un testamento que uniera de una vez al reino dividido de Castilla entre los partidarios de su hija Juana de tan solo doce años de edad y los de su hermana Isabel. “La Beltraneja” por aquel entonces se había casado por poderes con su tío Alfonso V de Portugal, quien prometió ayudarla a recuperar el trono. Tras cinco años de contiendas, se firmó el tratado de Alcáçovas entre los dos bandos y por el cuál la reina Católica ganó definitivamente la corona y Juana fue desterrada para siempre a Portugal obligándola a ingresar en el convento de Santa Clara de Coimbra ya que al no haber consumado el matrimonio este nunca llegó a validarse. Juana, Firmaría para siempre como la Reina y moriría en 1530 en Lisboa. Sería conocida por los españoles como “La Beltraneja” y por los portugueses como “La excelente Señora” Esta és su crónica principal, ahora paso a analizarla más detenidamente y a explicar el porqué de esta historia tan injusta para la principal perdedora, Juana. Dado que los acontecimientos más inmediatos fueron escritos por los cronista de Isabel la católica, fué lógico que se cuidaran muy mucho de no dejar pistas que pudiesen contradecir su triunfo.

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Por la misma regla de tres, es natural que los Reyes Católicos destruyesen todo lo concerniente en favor de Juana su sobrina. O …¿No es extraño acaso que no existiese el testamento de Don Enrique IV después de haber vivido sus últimos años acosado permanentemente por las trifulcas entre sus probables sucesores? Y sobre todo, ¿Fue de verdad la Blatraneja hija de su padre? Después de mucho estudiar e investigar, interpreté esos silencios que la historia dejaba como una probable respuesta a mis preguntas y decidí transmitir mi conclusión de una manera amena que no alterara la propia esencia. La novela histórica, me permitiría rellenar con la imaginación las lagunas que la documentación inexplorada o destruida dejaba. Respetando en todo caso un escenario fidedigno, probable y que no atentase en contra la veracidad de lo acaecido. Si mi propósito estaba encaminado a la biografía de ¨La Beltraneja¨ sería inevitable el topar con calvas en la información hallada puesto que los mismos cronistas contemporáneos olvidaron relatar consciente o inconscientemente; circunstancias cotidianas o escabrosas. Así consulté todo lo que pude: Lo mejor sería empezar de atrás adelante. El primero que captó mi atención fue el propio capellán y cronista de Enrique IV, Diego Enríquez del Castillo que fue el que mas confianza me inspiró dado que vivió en primera persona los aocntecimientos. Después, comparé sus crónicas, con las de Alonso de Palencia, con las de Hernando del Pulgar y con otras decenas de ensayos hasta el más reciente que era de Tarsicio de Azcona “ Juana de Castilla la mal llamada la Beltraneja” y saqué mis conclusiones. Finalmente Don Gregorio Marañon en su estudio sobre Enrique IV de Castilla me dio la mejor pista de todas, al hacer mención a dos documentos que podía encontrar en la biblioteca nacional. El primero era un libro de MÜNZER, donde describía su viaje por España y Portugal en los años 1494 y 1495 y donde decía que la madre de la Beltraneja había sido tratada por un médico para engendrar. El segundo y más importante era un manuscrito en que se aseguraba textualmente que Doña Juana, la madre de la Beltraneja fue fecundada antes que desflorada. Creo que es digno de reproducir al menos un fragmento de este fragmento. “Fecerunt medici canam auream, quam regina in vulvam recepit, an per ipsam semen inicere posset; nequivit tamen. Mulgere item fecerunt feretrum eius et exivit sperme”

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Me quedé perpleja al leerlo. Sin duda estaba narrando un rudimentaria forma de inseminación artificial en mil cuatrocientos sesenta en la que una cánula de oro fue introducida en la vagina de la reina con el semen del Rey. Al parecer eran experimentos habituales desde tiempo inmemorial para los veterinarios con el ganado y es lógico, que la desesperación ante la falta de embarazo de la reina después de años de casada; les empujase a probar todo tipo de prácticas.

Paz y Melia lo explicaba así: “Fuerunt qui seminis secum in hostia effusi sacros penetrasse posticulos affirmavere”

Intenté buscar documentos oficiales que narrasen algo parecido, pero todo fue en vano. No era de extrañar, ya que muchos años antes Catalina de Lancaster la abuela de Enrique IV había prohibido expresamente a los católicos servirse de Judíos o musulmanes para tratar sus males y enfermedades. Enrique IV, ignorando el mandato de su antecesora se auxilió con ellos. El Maestre Samaya sería un claro ejemplo de ello, aunque se mantuviese a escondidas. Los tribunales inquisitoriales estaban empezando a fraguarse en la mente de muchos y aunque tardarían casi tres décadas en materializarse sus brasas empezaban a avivarse. Sin los musulmanes o judíos, grandes ciencias como las matemáticas o la medicina darían un gran paso atrás; regresando a las hiervas, pócimas, sanguijuelas y trepanaciones como únicos medios de cura. Desgraciadamente así ocurrió a finales de del XV. Si suponemos que la reina se sometió a estas operaciones asiduamente. Don Gregorio de Marañón vá más hallá asegurando la certeza de la impotencia de Don Enrique al diagnosticarle como enucoide, pero ¿era estéril?. Esa es la pregunta clave para solucionar el enigma. La realidad es que la reina quedó embazada. Tuvo a Juana y posteriormente un aborto debido a una caída producida por la que le ardió el pelo. Si el tratamiento fue efectivo, no cabe duda que fueron hijos del rey, si no lo fue es algo que solo se descubrirá con un estudio de ADN.

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Pero fuese o no fuese hija de su padre, Juana de Castilla indudablemente fue otra victima más de los intrigantes cortesanos que la necesitaban ajena al poder, para disponer de la corona a su antojo. Su ingenuidad infantil no le sirvió de armadura para sus enemigos y muy pronto comenzaron a insultarla y denigrarla. La debilidad de Don Enrique su padre y la actitud disoluta de su madre que convirtió al sobrino del arzobispo de Sevilla en su amante y padre de dos niños más; tampoco le ayudarían en absoluto. Las lamentables circunstancias que la rodearon, empujaron a la niña a un abismo sin remedio y la promiscuidad de su madre sirvió para afilar más aún las viperinas lenguas quedando así apodada como la “Beltraneja” para el resto de sus días. Es extraño que quede constancia documental del último amante de la reina y no de sus amoríos con Don Beltrán de la cueva. Del mismo modo choca la inexistencia de un testamento Real, en el que se nombre a Juana como sucesora de Castilla. Todo impulsa a pensar en un real mentidero como muleta de un infundio. Lo cierto es que Juana siendo una mujer bella e inteligente conservo desde el otro lado de la frontera su dignidad por siempre. Primero al comprobar como el rey de Portugal perdida la batalla por su legitimación no la quiso como esposa. Después al no querer a Juan el hijo de los Reyes Católicos como marido pues no se consideraba reina consorte de Castilla sino legítima. Y por último, al no acceder a casarse con Fernando el católico una vez viudo de Isabel. La venganza hubiese sido dulce pero Juana nunca fue vengativa. Si realmente no era la hija del Rey ¿A que venían tantos candidatos? Se intuye el miedo Hay muchas cosas que nos hacen pensar en que fue realmente hija del Rey. 1- Fue jurada por todos los nobles como tal 2- El temor que presenta ante ella Isabel durante toda la vida, el caso es que corre el rumor de que no la entre otras cosas por como se portó con ella. 3- La extraña muerte de Alfonso el hermano de Enrique e Isabel a los once años. 4- La desaparición o inexistencia de un testamento por parte de Enrique IV que aclare la sucesión sobre todo cuando siempre demostró su vena pacifista. 5- La rápida coronación de Isabel en cuarenta y ocho horas después del

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fallecimiento de su hermano y con su cuerpo aun caliente. Tanta premura hace sospechar. 6- El intento por casarla con el principe de Asturias 7- Cuando Isabel se entera de que Juana disfruta de régimen abierto en el convento escribe al Papa para que ordene su completa clausura en Santarem. Lo que denota miedo de nuevo. 8- Fernando la pide en matrimonio antes de a Germana de foix una vez viudo. Juana, fue la cabeza de turco que cayó para que su tía y madrina Isabel la católica le usurpase el poder. Fue un peón en un complicado ajedrez castellano. Todos Jugaban y cambiaban de bando según sus intereses. El Duque del Infantado con sus hijos el marqués de Santillana, Tendilla y el Cardenal Mendoza que tuvieron confinadas en Buhitrago a la propia reina y a la pequeña Juana. Villena el hombre mas intrigante de la corte que incluso intenta secuestrar al propio Rey. Alburquerque acusado de la paternidad de Juana, Alba, Medinaceli, Medinasidonia y un sinfín de nombres que aun conocemos movían sus propias piezas en esta España de hoy aun no fraguada. Desde su destierro, Juana “La Beltrnaja” supo de la muerte de Isabel y tuvo que comulgar con piedras de molino al ver como su tocaya y prima se llamaba reina a pesar de que la creyesen loca y por último se informó sobre un extranjero venido de Flandes llamado Carlos que también ocupó su lugar con mucho menos derecho a ello. Aguardando en la sombra del silencio, doña Juana siempre se sintió la reina de España y quien sabe si albergó la esperanza de un regreso. Dos años antes de su fallecimiento nacería Felipe el segundo de este nombre; con él serían cinco los monarcas contemporáneos de Juana de Castilla una mujer que sufrió el robo de la corona y la humillación continua hacia lo suyo. Siempre firmó como yo la reina.

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BEATRIZ GALINDO, “LA LATINA”

Nació en Salamanca probablemente en 1465 y murió en Madrid en 1534. Es probablemente la primera maestra de España por ser la primera que cobró honorarios a la hora de enseñar. Autodidacta y humanista hasta la médula, sería la profesora particular, consejera y amiga de la reina Isabel de Castilla y de todas sus hijas. Beatriz Galindo nació en una familia hidalga pero humilde económicamente. Era de origen zamorano a pesar de que algunos historiadores les ubicaron en Ecija por la confusión con otros homónimos. De su madre apenas se sabe nada por lo que se puede deducir que quizá murió joven. Su padre en cambio, fue un caballero Gricio que después de educar a sus hijos profesó en un convento. La necesidad le obligó buscar un porvenir seguro para Beatriz y la salida más fácil fue que ingresara como novicia en un convento de Salamanca. Eso no influyó en su afán desde muy niña por aprender la lengua de Lacio y demostró tanta facilidad en ello que apenas cumplidos los quince años leía, escribía y hablaba latín con tanta perfección que incluso desde la universidad y con tan solo quince años; le encargaron varias traducciones de los textos clásicos al Castellano. Su vecino Antonio Lebrija quizá la asesoró ya que vivía a escasos cien metros de su casa. Fue tan impecable su trabajo que muy pronto y a pesar de su clausura impuesta su fama saltó los muros del convento hasta llegar a oídos de la Reina Isabel. Muchos eran los que ya la apodaban “La Latina”. Fue precisamente Lucio Marineo Siculo, el que le habló a la reina de ella por primera vez. Aquel sabio Italiano que enseñó durante doce años en la Universidad de Salamanca donde probablemente conoció a la latina y después fue profesor, cronista y capellán del mismo Fernando el católico la tenía en alta estima.

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Isabel la Católica al verse tan repentinamente nombrada reina después de ser la tercera en la sucesión- no olvidemos que “La Beltraneja” y su hermano Alfonso la precedían- quiso aprender lo más rápidamente la lengua diplomática y fue entonces cuando ofreció a Beatriz el cargo de profesora en la corte. Junto a ella, quiero hoy rendir un homenaje a tantas eruditas de su tiempo nombrándolas al menos para descreer a todos aquellos que siguen aferrados a la idea de la incultura de la mujer hasta bien entrado el siglo XIX. La que podía y tenía la oportunidad de aprender lo hacía y aunque fuesen pocas son escritoras, poetisas, traductoras y maestras que tampoco han de quedar relegadas al ostracismo del olvido. Mujeres, como Francisca de Lebrija, Florencia Pinar, Isabel Vergara, Cecilia Marello, Alvara Alva, Lorenza Méndez Zurita, Francisca De los Ríos, Luisa Sigea aquella Toledana más conocida por todos como la Minerva, Juana Contreras, María Pacheco, Lucía Medrano o las hijas del conde de Tendilla; Mencía y María de Mendoza que heredaron el lustre literario de su abuelo el Marqués de Santillana. María sería más conocida en la historia por sus dotes comuneras al ser la mujer de Padilla. Pero, regresemos a nuestra protagonista. De todos los autores clásicos que estudió Beatriz Galindo, Aristóteles fue el que más la sedujo y se sabe que escribió sobre este filósofo pero desgraciadamente no ha quedado ningún ejemplar de su obra. Escribió tambien versos en latín y había estudiado teología y medicina. Cuando en 1484, fue llamada por la reina el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo en sus Batallas y Quincuagenas la describió como: “La muy grande gramática, honesta y virtuosa doncella hijadalgo; y la Reina Católica, informada d’esto y deseando aprender la lengua latina, envío por ella y enseñó a la Reina latín, y fue ella tal persona que ninguna mujer le fue tan acepta de cuantas Su Alteza tuvo para sí” Muy pronto Isabel además de servirse de ella como profesora la hizo su amiga y confidente. Quería empaparse de su humanismo y rebatir con aquellos ideales las palabras despectivas de incultos hombres como el arzobispo de Toledo, Carrillo, hacia la mujer en general y hacia ella en particular. Es famoso este dicho suyo:

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“Yo saqué a Dª Isabel de hilar y la volveré a la rueca”. No es extraño en una época en la que el Obispo de Mondoñedo hablaba de los buenos usos del hombre y la mujer en términos tan distantes de los de hoy en día. Cito textualmente y por curiosidad “El oficio del marido es ganar la hacienda, el de la mujer allegarla y guardarla. El oficio del marido es andar fuera a buscar la vida y el de la mujer guardar la casa. El oficio del marido es buscar dineros y el de la mujer no malgastarlos. El oficio del marido es ser señor de todo y el de la mujer es dar cuenta de todo. El oficio del marido es despachar todo lo que es de la puerta afuera y el de la mujer es dar recaudo a todo lo de dentro de casa. Finalmente digo, que el oficio del marido es granjear la hacienda y el de la mujer gobernar la familia” Isabel, gracias a las enseñanzas de su maestra sabe del Renacimiento que viene de Italia y quiere sembrarlo en su reino. En la España recién constituida, Nebrija, el Brocense, Luis Vives y Juan de Valdés también predican sus enseñanzas en todos sus pueblos y ciudades. El cultivo del latín era tan escaso, incluso en los mismos ambientes de la universidad salmantina, que provoca la ironía y el escarnio del mismo Antonio Lebrija al ver la incultura que hay con respecto a la lengua de Lacio. He aquí el mérito de Beatriz Galindo. Su magisterio no sólo lo ejerció con la reina Isabel, sino con toda la familia real y de manera especial con las hijas de los Reyes Católicos Dª Isabel, Dª Juana, Dª María y Dª Catalina y así las reinas de Portugal, España e Inglaterra fueron mujeres instruidas. Beatriz se casó en diciembre de 1491, con el capitán artillero y consejero de los Reyes Católicos Francisco Ramírez de Madrid. Lo hizo días antes de la entrada definitiva en Granada, el último bastión sarraceno. Fue una boda por conveniencia y por consejo de la misma Reina y para la que los Reyes Católicos le dieron una dote de 500.000 maravedíes. Tuvo dos hijos, Fernán y Nuflo. Francisco Ramírez de Madrid participó activamente en los últimos diez años de reconquista y fue un hombre clave en

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el abastecimiento del armamento, en las estrategias y sobre todo en la toma de Málaga por lo que los reyes le recompensaron debidamente. Beatriz enviudó en 1501, sin retirarse de la corte puesto que acompaño a la reina hasta el último día de su vida y formó parte del séquito que trasladaría su cadáver a Granada una vez fallecida. Después de aquello se retiró asentándose en Madrid. A ella se le debe la fundación del hospital de la Latina y del convento de la Concepción Jerónima en Madrid al que legó su fantástica biblioteca. Es muy curiosa la escritura de fundación del Hospital en donde se estudia detenidamente la organización y funcionamiento de este hasta en los detalles más nimios. Como anécdotas curiosas admite solamente a hombres pobres de solemnidad excluyendo a los sirvientes de nobles ya que estos pueden costearles la enfermedad, obliga velar a los moribundos al orto y ocaso porque dice que son las horas más peligrosas y advierte de que las dueñas que los velen sean mayores de treinta para no llamar a las tentaciones. El barrio de La Latina de Madrid toma su nombre del apodo de Beatriz Galindo, pues fue el barrio madrileño donde vivió. También existen estatuas suyas en Salamanca, su ciudad natal, y en Madrid. Terminada su biografía estudié el errante transito de su cadáver del convento de las Jerónimas en la calle Toledo, al de la calle Lista y de allí al Goloso en la carretera de Colmenar. Y es que sus monjas nunca quisieron dejarlo atrás y cada vez que se mudaban lo llevaban consigo. Es algo que nunca hubiese interesado a nadie si no fuese porque su cuerpo se mantuvo incorrupto cerca de cuatro siglos y hasta que en la guerra civil el convento donde estaba enterrada fue horadado por túneles y trincheras que lo echaron a perder. Sus sucesores aún siguen bautizando a muchos de sus hijos con el mismo nombre que ella bautizó al suyos. Nuflo y Onofre.

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CATALINA DE ARAGÓN

Nació en Alcalá de Henares el 16 de diciembre de 1485 y Beatriz Galindo muy probablemente asistiría a este parto, al igual que Catalina años después estaría presente en la boda de Beatriz a las puertas de Granada. En esta última ciudad ella viviría gran parte de su infancia junto a sus padres. Catalina despidió junto a su madre a sus hermanas Isabel y María cuando fueron a casarse con el Rey de Portugal, a Juana cuando se marchó a Flandes a casarse con Felipe el hermoso, estuvo presente en la boda de su hermano Juán y enjugó las lágrimas contenidas de su madre Isabel por el rosario de muertes de este su único hijo, de su hermana Isabel y de su nieto Miguel. Tres meses antes de cumplir los dieciseís años, Catalina de Aragón, viajó a Inglaterra para casarse en Londres primero con Arturo, el enfermizo principe de Gales y despues de años viuda y virgen con su hermano; el que sería a la muerte de su padre el rey Enrique VIII. A la espera de su segundo matrimonio tuvo que sufrir graves penurias económicas ya que su madre, Isabel había muerto y el Rey Fernando no le mandaba nada para sustentarse. La boda con Enrique en 1509 y después de siete años de viuda la convirtió en la reina de Inglaterra y solucionó definitivamente estos problemas. Ella era cinco años mayor que Enrique pero eso no presentó ningún problema. La hija pequeña de los reyes Católicos fue la primera de las seis mujeres de Enrique, la más duradera con diferencia y con la que compartió su mejores años de juventud y madurez a pesar de que existan otras más conocidas. Además llegó a ser la más querida y popular de todas entre sus súbditos incluso cuando ejerció la regencia en los momentos de ausencia de Enrique. Catalina fue escéptica en el campo de las profecías de nostradamus y como férrea católica, prefirió volcarse con el humanismo en su esencia mas pro-

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funda. Trató a grandes reformistas como a Roterdam, Luis Vives o Tomás Moro. Como una mujer moderna quiso mejorar todo aquello que a su alrededor resultaba defectuoso. La gran obra de Moro “Utopía” se convirtió en su segundo Catecismo. Durante los dieciocho años que duró su matrimonio quedaría seis veces embarazada, sufriría tres abortos y la muerte de dos de sus hijos muy pequeños. Solo sobreviviría una niña que se llamó María, pero el rey comenzó a obsesionarse por la idea de tener un heredero varón cuando ella llegó a la menopausia. Fue entonces cuando sus habituales infidelidades se convirtieron en algo más serio al reconocer a un hijo bastardo y pretender anularse de Catalina para contraer un nuevo matrimonio con Ana Bolena. Al negarse Catalina a aceptarlo y denegarle el Papa la pretensión Enrique provocó lo que conocemos como el cisma anglicano segregándose para siempre de la Iglesia Católica, casándose con Ana y otras tantas mujeres y encerrando a Catalina en sucesivas fortalezas como Ampthill, Buckden y Kimbolton donde moriría la noche del día de reyes de 1536 sin ver reconocida a su hija como sucesora. Shakespeare la describió como “ Reina de todas las reinas y modelo de majestad femenina” Pero aparte de su historia más conocida nos asaltan muchas preguntas en torno a su vida. ¿Fue realmente querida por enrique VIII? ¿Acertó al negarse a aceptar la anulación?¿Hubiese evitado el cisma anglicano de haberlo hecho?¿Consiguio que su hija reinara?¿Fue culpa de ella la infertilidad manifiesta o del propio rey? Lo único seguro es que la hija pequeña de los Reyes Católicos luchó hasta su muerte con integridad por todo lo que creyó a pesar de las consecuencias que aquello pudiese provocar. ¿Hubiese predicho alguien el rosario de muertes que padeció en su infancia? ¿O que Juana su hermana, apodada “la loca” y siendo la tercera heredaría el trono?. Su hermano Juan, su hermana Isabel, el hijo de esta Miguel aun muy niño y su primer marido Arturo Tudor. ¿Quien la maldijo para no lograr la misma fertilidad de su madre Isabel? ¿Estaba escrito en las estrellas que ella viviría el cisma anglicano en contra de su propia religión?. Es algo que Catalina sin duda se plantearía una y mil

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veces. De todos modos un millón de predicciones siempre se han hecho sobre todo lo inimaginable y por ello siempre hay alguna a la cual asirse cuando algo determinado acontece y nos conviene. El mismo Enrique VIII, no dudo en tomar como predicción y muleta en la cual apoyar su causa de nulidad matrimonial ante el Sumo pontífice; uno de los párrafos del Levítico en el antiguo testamento. Por supuesto no le fue difícil aplicar su propia interpretación al texto. “No descubrirás la desnudez de la mujer de vuestro hermano, porque es la desnudez de vuestro hermano” o para más inri; “ Si un hombre tomase para sí a la mujer de su hermano cometerá un pecado de impureza, habrá descubierto la desnudez de su hermano y no tendrá hijos”.Más que predicción sonaba a maldición pero a Enrique le venía como anillo al dedo para repudiar a la que en otro momento quiso como esposa. A la demanda de Enrique le siguió la réplica que Catalina también encontró en un texto tan extenso como la biblia y que contradecía claramente la interpretación de Enrique beneficiandola a ella. Lo halló en el Deuteronomio donde se dice que “si dos hermanos viven en la misma propiedad y uno de ellos muere sin dejar descendencia masculina, su viuda no ha de casarse con otro hombre fuera del seno familiar y el hermano del muerto esta obligado a casarse con ella”. Queda claro que todo es discutible y lo seguirá siendo por siempre. Sin embargo si existieron cosas que el destino pareció urdir en su tela de araña y la casualidad se encargó de tejer. En el caso de Catalina es curioso comprobar como ella muere el día de reyes de 1536. En ese mismo año murió en mayo decapitada la mujer que le robó marido, dignidad y reino, mas conocida como Ana Bolena. Pero aun me sorprendí más al comprobar como apenas transcurrido un año en octubre moriría de parto, Jane Seymour la tercera mujer de Enrique. El rey que pasaría a la historia para muchos como barba roja, enviudó de tres de sus seis mujeres en poco más de año u medio. ¿Predicción, destino o casualidad? Algo imposible de vislumbrar ni siquiera vistiendonos con su piel pero lo cierto es que este Rey hizo lo imposible para tener un varón y que su hija María no reinase pero a pesar de todos sus desmanes María la sangrienta reinó, regresando la religión católica por un tiempo a Inglaterra.

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LEONOR DE AUSTRIA. REINA DE PORTUGAL Y FRANCIA.

Y para finalizar, creo que no hay nada mejor que Leonor nos narre en primera persona su propia vida. Nací en Lovaina en el año del señor de 1498, tres años antes de que mi tía Catalina partiese para siempre rumbo a Inglaterra a casarse con el príncipe de Gales. Mi madre era Juana de Castilla la hija de los reyes Católicos. Mi padre, don Felipe de Habsburgo, mas conocido como “El hermoso”, era archiduque de Austria, duque de Borgoña, de Luxemburgo, de Brabante, de Güeldres, de Limburgo y conde de Tirol, Artois y Flandes. A los dos años de mi nacimiento y con el inicio de siglo nació mi hermano Carlos en Gante, después de el vendrían otros hermanos. Cuando cumplí los siete años, todos nos despedimos apresuradamente de mis padres en Flandes sin ser conscientes de que pasaríamos más de una década sin verlos ya que mi madre partía para suceder a mi abuela Isabel la católica en su reinado. Nuestra infancia, a pesar de todo eso, fue casi perfecta y feliz ya que mi tía Margarita de Austria junto al Cardenal Adriano de Utrecht, supieron suplir con creces la falta de mis padres. Sabíamos que teníamos otro hermano llamado Fernando que nació en Castilla pero ni siquiera le conocíamos por no haber venido nunca a Flandes con nosotros. María y Catalina serían las más pequeñas pero como Fernando siempre se criaron muy distantes de nosotros. Nuestra infancia y juventud transcurrió feliz en Flandes hasta que recibimos la noticia de la muerte de mi abuelo Fernando de Aragón. Carlos fue reclamado a España para ser jurado en Cortes como rey de este reino y regente de Castilla ya que mi madre no parecía querer hacerse cargo de su gobierno ni abandonar el castillo de Tordesillas donde hacía tiempo que estaba recluida junto a Catalina.

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La inseguridad de mis diecinueve años y los diecisiete de Carlos se enervó al comprobar que el desembarco no pudo ser menos acogedor en Tarazones. Las corrientes y temporales nos desviaron de la ruta previamente establecida hacia un pueblecito de pescadores llamado Tazones. Sus habitantes, en vez de recibirnos como era menester, corrieron despavoridos a esconderse al creernos piratas. El resto de la corte nos aguardaba confusa en Santander. El destino parecía empujarnos a otras costas alejándonos premeditadamente de nuestro destino. Cuando este entuerto fue soslayado, otro vino a importunarnos pues al parecer el regente en Castilla, el cardenal Cisneros, había muerto repentinamente en Roa camino de nuestro encuentro. Chievres pareció alegrarse de ello ya que nos alertaba constantemente en su contra, pero a mí aquello me sonó a un infortunio demasiado casual. Las lenguas de los castellanos comenzaron a afilarse e incluso se corrió la voz de que había sido envenenado por suponer un incordio para los flamencos. Era evidente que el pueblo a primera vista nos rechazaba no solo por no hablar su idioma, o desconocer sus costumbres, nos miraba con recelo debido a los abusos que al parecer algunos de nuestros consejeros flamencos hacían con ellos. La primera y debida parada que hicimos fue en Tordesillas. Mi madre, ya viuda, llevaba encerrada más de siete años junto a Catalina, nuestra hermana pequeña y nosotros llevábamos más de doce sin verla. Fue la misma Reina Juana, mi señora madre, la que nos advirtió sobre Fernando nuestro hermano. Él había nacido en Alcalá de Henares y muchos le veían como un castellano puro mucho más propicio para sucederla no solo en Castilla, sino también en Aragón. En ese momento pude ver la sonrisa de Chievres y comprendí que algo maquinaba. Al poco tiempo nos hizo participes de sus pensamientos, si Fernando suponía un estorbo habría que mandarle de inmediato a Bruselas. Carlos no supo oponerse a ello. La pequeña Catalina nos despidió como a extraños. Nada raro pues no nos conoció hasta entonces. Proseguimos viaje de corte en corte pidiendo caudales para financiar nuestros gastos. En Valladolid, Burgos y demás ciudades nos acusaban de estar esquilmando las arcas para el sólo beneficio de Flandes. La desconfianza de los castellanos, aragoneses y catalanes hacia nuestros consejeros, cada vez era más palpable pero Carlos no parecía verlo.

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Al final fue jurado en todos los reinos heredados intuíamos que los ánimos no estaban del todo apaciguados. Fue precisamente en algún lugar de este largo transitar, donde mi hermano me comunicó su intención de casarme con el rey de Portugal. ¡El rey de Portugal debía de ser muy anciano y yo comenzaba mi veintena! Si no recordaba mal había estado casado con mi tía Isabel, la hermana mayor de mi madre que murió muy joven dejando a Miguel como sucesor de España y Portugal. Este primo mío murió muy niño. Una vez viudo se desposó con otra de mis tías, María, que le dio varios hijos y ahora viudo de nuevo El siete de marzo de 1519 me desposé con Manuel de Portugal. En Lisboa conocía a Isabel, una bella prima mía hija del segundo matrimonio de mi marido, y nos hicimos grandes confidentes. Ella era bella y virtuosa y yo la soñé perfecta para desposarla con Carlos. Al los tres meses de llegar a Portugal me enteré de la muerte de mi abuelo Maximiliano y sentí no estar en Barcelona junto a Carlos para acompañarle a su coronación como emperador en Aquisgran. Mientras él estuviese ausente, el cardenal Adriano quedó como regente de sus reinos peninsulares. Desde Portugal me hubiese gustado alertarle, pues intuía que el simple hecho de alejarse en un largo viaje serviría de excusa a los agitadores castellanos que aprovecharían la ocasión para atemorizar al pueblo con la amenaza de que el emperador posiblemente incrementaría el saqueo de las arcas de los reinos peninsulares a favor de las arcas flamencas. La sublevación no tardó en dar la cara de mano de los comuneros en Castilla y los dirigentes de las germanías en Valencia. A los pocos meses quedé embarazada de mi anciano marido y parí una dulce infanta a la que bauticé María. Ella sería mi única hija e Isabel su hermanastra compartió conmigo este regocijo. Mi hija fue la última alegría de Manuel de Portugal, pues, a los dos años de su nacimiento murió dejándome viuda. De inmediato regresé a España con la tristeza de no haber podido llevarme a mi hija conmigo por pretender los portugueses educarla en su reino. Recién llegada a Castilla, esperé con impaciencia la llegada inminente del emperador. Los problemas con Francia se enardecían y en el viaje de regreso a

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España, había pactado con Enrique VIII de Inglaterra, el Papa y el condestable de Borbón para defenderse de Francisco I de Francia. Me alegré de que las tres grandes potencias se aunasen en contra del Rey Francés. Contaban que a Francisco I de Francia, desde que Carlos había sido nombrado emperador, le angustiaba pensar que su reino estaba amenazado por sus fronteras del norte y del sur por el mismo emperador y que solo soñaba con derrocarle. No tardó mucho en intimidar con su ejército a pueblos y ciudades hasta su llegada a Pavía. Allí fue hecho preso por nuestro ejército. Al principio dudaron que hacer con él, pero Carlos, ansioso de venganza, decidió traerlo a España. A la espera de la llegada de aquel regio prisionero los chascarrillos y chanzas se formaban en las plazuelas de la mano de los comediantes y trovadores. Al parecer aquel rey gigante de tamaño según decían viéndose preso había escrito a su madre sollozando como un niño desvalido. En la carta decía “Todo lo he pedido menos el honor y la vida”. Francisco desembarcó en el puerto de Barcelona, pasó por Valencia y en Guadalajara fue agasajado por el duque del infantado. Allí fue donde yo le vería por primera vez. Infantado a pesar de su ancianidad y la gota, cumplió con un recibimiento digno del más noble invitado. Pasados los festejos le conducimos a Madrid, donde Carlos lo encerró en la torre de Lujanes Pasado un tiempo, mi tía Margarita se ofreció a negociar con Francisco su liberación como mujer cauta y paciente que era. Todos esperamos los resultados hasta que por fin Francisco juró solemnemente respetar las cláusulas que se le impusieron en el tratado de Madrid. Aquel hombre vital y fuerte que conocí en Guadalajara, en muy pocos meses se había transformado en un fantasma ojeroso, lánguido y melancólico. La venda de ilusiones y esperanzas se le cayó por fin. Su despertar a la cruda realidad le transformó en un hombre mortificado, herido en su orgullo y amor propio. Se veía tratado con desdén y menosprecio. Caminaba con dificultad, como si sus medidas desproporcionadas le pesaran por primera vez en su vida. A mis ojos pareció repentinamente cubierto de un oscuro manto lastimero y pesaroso. Yo no conocí las condiciones del tratado hasta la misma noche en que el corazón se me encogió cuando supe que en él, trataban de mi persona. ¡Debía desposarme con Francisco, rey de Francia, para forzarle a mantener la palabra dada!

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Consciente de mi destino impuesto, procuré mirarle con otros ojos. Lo cierto era que a pesar de su prominente nariz, era más atractivo y e interesante que mi anterior marido. La malicia se entreveía en sus ojos y su fama de galante embaucador era bien conocida. Ante el imprevisto solo se me ocurrió pedir permiso a Carlos para retirarme a Illescas. Así, enclaustrada, me haría mejor a la idea junto a doña Germana Foix, la segunda mujer de mi abuelo Fernando. Todo se precipitó cuando supe que Carlos de Lannoy celebró por poderes en la villa de Madrid mi desposorio con el Rey de Francia. Le dije a Carlos que no me importaba regresar para cumplir con mi obligación como reina de Francia, pero mi hermano se negó argumentando que no quería que consumara hasta que el acta de ratificación viniese de Francia. Era como si en su fuero interno albergase la esperanza de que aquel desposorio no fuese adelante. De todos modos una vez terminaron con las firmas y concordias, Carlos y Francisco vinieron a verme en reiteradas ocasiones. Carlos se mostraba amistoso y confiado exteriormente, pero al mismo tiempo no dejaba de alertarme sobre la posibilidad de mentira en las actuaciones de mi esposo. Mas que a este último, me debía a mi emperador. A finales de aquel mes de febrero se despidieron mis dos Reyes. Mi señor esposo para más garantizar lo prometido mandaría a sus dos hijos mayores como rehenes hasta cumplir con su cometido. Yo aguardaría a que todo esto cuajara para dirigirme a Francia. El diez de marzo del 1526 mi Señor, don Francisco se dirigiría por fin a Behobia, cerca de Fuenterrabía. Todo estaba perfectamente estipulado para que aquella delicada operación no fracasase. En medio del río y a igual distancia de las orillas, se amarró una gran lancha. Partieron las dos barcazas a la vez, de la ribera del lado español Francisco lo hacía con doce de nuestros caballeros, mientras que desde el lado francés, lo hacían sus hijos el Delfín y el Señor de Orleans, con otros doce caballeros franceses. Se encontraron todos en el centro y después de abrazarse padre e hijos, las dos barcazas se separaron de nuevo cumpliendo así con el intercambio de rehenes solicitado. Llego antes el Rey que sus hijos a la orilla, saltando al agua antes de lo indicado se mojó las calzas y espoleando su corcel Turco, gritó desaforadamente - ¡Todavía soy Rey! Y todos habéis de recordarlo por siempre.

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Mientras mi Señor esposo viajaba hacía San Juan de Luz, Bayona y París. Yo haría mi último viaje hacia Vitoria a la espera de que Francisco cumpliese con lo estipulado para partir tras él. A los dos meses regresé junto a Carlos ya que Francisco había roto sus promesas a pesar de tener a sus hijos presos en el castillo de Pedraza. Poco tiempo después, olvidamos los negocios de estado para asistir a las bodas de Carlos que ¡al fin se desposaba con mi hijastra y prima Isabel de Portugal! Aún en Castilla y a la eterna espera de cumplir con mi cometido como reina de Francia que era, supe de las alianzas de Francisco en nuestra contra uniéndose al Papa, la señoría de Venecia y el ducado de Milán. Carlos inmediatamente reforzó nuestro ejército en la zona de contienda hasta que terminó por vencer con el saqueo de Roma y el apresamiento del Papa en el castillo de San Ángelo. Las aguas se calmaron finalmente con la firma de la paz de las Damas. Recordado con este nombre porque fue firmada por mi suegra, Luisa de Saboya, y mi tía Margarita de Austria. Los príncipes franceses por aquel entonces quedaban libres y yo debía unirme a la comitiva. Mis compañeros de viaje no hicieron otra cosa que beber celebrando su libertad durante todo el trayecto. De camino hacia Burdeos me sentí cual mercancía de cambio. A partir de aquel momento pasé dieciocho años de mi vida como reina de Francia, junto a un hombre que en nada me apreciaba, me era infiel con asiduidad y no hacía otra cosa que atentar en contra de mi hermano, aliándose incluso con renegados luteranos y piratas para combatirle. Al principio mi único consuelo a lo largo de ese largo periodo de tiempo fue la compañía de mi hija María hasta que decidió regresar para siempre a su tierra natal quedándome el único consuelo de la muerte o la viudedad. María permaneció en la soltería sin tomar estado durante toda su vida distinguiéndose por mantener en sus palacios el sacro fuego de las letras, las ciencias y las letras. Admiraba el talento y, por lo que supe por sus cartas, disfrutaba reuniendo a las damas mas dotadas en sus salas. Paula de Vicente, hija del fundador del teatro portugués Gil Vicente, fue una de sus más asiduas confidentes. A los ocho años de mi estancia en Francia tuve la oportunidad de ver a Carlos en el armisticio que firmaron Francisco y él cerca de Niza, ante las murallas de Aigües-Mortes.

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El acuerdo entre mi hermano y mi esposo se rompió cuando Carlos decidió nombrar a mi hermano Fernando su sucesor en el trono de rey de romanos y otra vez pactó con Enrique VIII de Inglaterra una alianza en contra de Francia. Las tropas Inglesas e imperiales llegaron hasta París derrotando a Francisco. En el acuerdo al que llegarían, mi marido renunciaba definitivamente a sus conquistas en Italia y Carlos a las suyas en Borgoña. Al poco tiempo Francisco murió, El 25 de octubre de 1555, Carlos; cansado y decepcionado, decidió ante los Estados generales reunidos en Bruselas, abdicar transmitiendo la soberanía de los países bajos a su hijo Felipe casado con María Tudor, reina de Inglaterra. Tres meses más tarde haría lo mismo con las coronas de Castilla, León, Aragón-Cataluña, Cerdeña y Sicilia para dar descanso a sus devastados huesos en el monasterio de Yuste, después de casi treinta años de extenuación

Nota al márgen de Luis de Avila Al comunicarle a Su Majestad el emperador la muerte de su hermana doña Leonor en Talavera de la reina a los sesenta años de edad y once años después de quedar viuda, solo dijo. “Dios la ponga en el cielo, que verdaderamente era una santa inocente, y creo que no había en ella mas malicia que en una paloma vieja”. En Yuste, a los poco meses del fallecimiento de su hermana Leonor, exactamente el día 21 de septiembre de 1558 le siguió en su camino eterno, Carlos I de España y V de Alemania.

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FEMINISMOS Y FEMINISTAS EL SIGNIFICADO DE LAS PREGUNTAS QUE FORMULARON Mª Dolores González Guardiola1 Universidad de Castilla La Mancha

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l conjunto de mujeres que hoy se van a sentar entre nosotros/as para relatarnos una muestra de sus vidas, sus luchas y sus logros, son las representantes de lo que globalmente llamamos feminismo y que abarca muchas formas diferenciadas de luchas y de reivindicaciones con un denominador común, la búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres. Todas ellas fueron mujeres que, de forma individual o colectiva, elevaron sus voces, en ocasiones a costa de muchas penas, para denunciar un sistema social que las relegaba a lugares secundarios y que no reconocía ni sus capacidades ni sus contribuciones al quehacer de la vida social más allá de su papel en la reproducción biológica. Mujeres que denunciaron toda la injusticia y el sufrimiento que les inflingía un sistema social discriminatorio que limitaba sus vidas por el hecho de ser mujeres. Creo que todo esto ustedes ya lo saben, y desde luego habrá que incidir en ello, pero probablemente hoy nos toca hacer una reflexión algo diferente, que permita el reconocimiento a mujeres que, o no lo tuvieron, o fue fugaz y momentáneo y desde luego sin que en su momento se pudiera abarcar el alcance de sus luchas. 1 Profesora Titular de Antropología Social

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La invitación que me han formulado las organizadoras me han parecido especialmente afortunada porque genera un espacio de conocimiento que nos permite recoger y apreciar muchas formas de reivindicación, de lucha que reflejan las necesidades, las habilidades, los saberes de mujeres diversas y diferentes y los contextos en los que vivieron, trabajaron, lucharon…. Generar un espacio para hablar de la historia no contada y para hablar de las pioneras supone, en el caso que nos ocupa hoy, percibir los matices sin los que no podríamos comprender la dificultad y profundidad del camino que las mujeres hemos hecho en los últimos años, en las últimas décadas, a lo largo de los siglos. Si no desbrozáramos este terreno no podríamos dar cuenta de la complejidad de los procesos sociales, de los procesos históricos y de esta manera tendríamos una imagen plana y deformada de la realidad. Esa imagen plana y deformada que nos ha llevado, a muchas y a algunos, a trabajar en las últimas décadas sobre la cotidianeidad, lo privado y sobre lo ignorado, lo menospreciado, lo silenciado intentando rectificar eso que en ciencias sociales denominados androcentrismo. En este sentido, uno de los grandes empeños de los estudios feministas en los últimos 50 años ha sido precisamente visibilizar el auténtico papel que las mujeres han desempeñado y desempeñan en los contextos sociales en los que se desarrollan sus vidas. He querido comenzar esta intervención utilizando un mosaico de imágenes diversas que incluso nos proporcionan imágenes contrapuestas. En este mosaico está Gertrudis Gómez de Avellaneda, las mujeres del Movimiento Chipko, Alice Fletcher y Sor Juana Inés de la Cruz, entre otras. Mujeres que nada tuvieron que ver entre sí, excepto que todas creyeron firmemente en que era necesario revertir su posición subordinada por injusta. Mujeres que creyeron, como afirma Dolores Juliano2, que asumir completamente los significados del discurso dominante implicaba su autonegación como seres humanos y que lucharon por llevar a la práctica sus propias interpretaciones del mundo. Hoy, estas mujeres, nos van a hablar de sus planteamientos y sus luchas. Lo harán sólo algunas de ellas aunque en realidad son muchas las que podrían compartir sus experiencias hoy con nosotros/as. Hay que decir que esta selección que hoy me ha tocado a mí hacer, como mera introductora de sus propias voces es siempre algo complicada. Y ha sido complicada porque, aunque el 2 Juliano, Dolores, 1998, Las que saben, Madrid, horas Y HORAS

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Feminismo, como tal movimiento, surge en el Siglo XIX en lo que denominados mundo occidental (fundamentalmente Estados Unidos y Europa), en realidad, las referencias obligadas son más y se remontan en el tiempo y se distancian en el espacio. Así, lo primero que podemos afirmar es que la lucha por cambiar las condiciones y posiciones sociales de las mujeres muchas veces se ha hecho y se hace desde el anonimato, desde la cotidianeidad, desde organizaciones básicas de auto-ayuda o desde redes sociales no organizadas y desde luego no pensadas como reivindicativas sino como solidarias. Miles de mujeres han sabido establecer estrategias de supervivencia para sí mismas, para su entorno, para sus hijas e hijos dando las batallas sólo donde las consideran posibles y en este esfuerzo consiguen logros que pueden convertirse en logros duraderos. Digamos que parten de intereses de carácter práctico y muchas veces inmediato y establecen otras maneras de actuar y de defenderse de la subordinación femenina estructural. Vaya aquí un homenaje a estas pioneras anónimas. Miren ustedes su alrededor y las encontrarán. Quizás son ustedes mismas. En este reconocimiento que estamos efectuando, corresponde ahora referirnos a las reivindicaciones que se han realizado de forma pública y aquí cabe establecer una distinción de distintos tipos de discursos. Por un lado, tendríamos que hablar las estrategias de un gran número de mujeres que a partir de múltiples prácticas diversas, se niegan a aceptar su condición de miembros secundarios de la sociedad. No porque realmente lo sean sino porque así han sido y son consideradas. Su lucha es especialmente complicada porque es, porque ha sido, una lucha en muchas ocasiones individual. Supone adoptar unas posiciones cuyo fin es, consciente o inconscientemente, implícita o implícitamente, lograr cambios estructurales. Cambiar las dinámicas sociales que rigen su vida, sus vidas. En definitiva, cambiar el mundo. Cuando nos aproximamos a sus vidas vemos que, en muchas ocasiones, ni siquiera hay un alto nivel de autoconciencia de género, diríamos ahora, y tampoco hay una lucha organizada. No hay un discurso específicamente feminista tal y como hoy en día hablamos del feminismo. Sin embargo, sin sus aportaciones no podríamos entender las modificaciones, muchas o pocas, que las mujeres han logrado. En clave histórica y en nuestro mundo occidental serían las “rebeldes históricas”. En clave de diversidad cultural podríamos

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hablar de asociaciones de mujeres, que han planteado múltiples estrategias de resistencia, como el Movimiento Chipko o el conjunto de movimientos de mujeres en América Latina durante las últimas décadas. Mujeres que se empoderaron, en su lucha por la sobrevivencia o por los derechos humanos. Por otro lado se encuentra el discurso feminista reconocido como tal, hijo de la Ilustración y situado en un tiempo y en un espacio determinado (Occidente, a partir del S. XVIII) reconocido en cierta manera como el discurso que representa la lucha reivindicativa de las mujeres. Digamos que podríamos hablar, por tanto de dos grandes tendencias: - las mujeres que lucharon de forma individual o colectiva denunciando la posición de las mujeres en función de intereses de carácter práctico o intereses localizados y - las mujeres que lucharon unidas con un proyecto alternativo y emancipatorio en función de intereses políticos estratégicos a medio y largo plazo Naturalmente, estas dos grandes tendencias representan dos bloques de discursos que en ningún caso representan compartimentos estancos. Representan las formas alternativas de encarar la subordinación femenina característica de las sociedades patriarcales, en función de los contextos, es decir, entendidos estos discursos como procesos históricos y las mujeres que los generaron como sujetos históricos, construidos socialmente, productos del tipo de organización social de género prevaleciente en su sociedad. En definitiva, de eso se trata, de proporcionar una imagen que refleje las múltiples formas y estrategias que las mujeres han adoptado a lo largo de los siglos para resistir, modifica, mejorar y si era posible cambiar su posición de subordinación. Es posible decir que las pioneras del feminismo son, a su vez, las herederas de las rebeldes históricas, de aquellas mujeres que lucharon solas elaborando discursos en defensa de las mujeres como discursos de agravios, aunque todavía sin un cuestionamiento estructural.

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En realidad ellas contribuyeron a poner las primeras bases para lograr el reconocimiento de las mujeres como sujetos sociales y políticos y como agentes económicos activos. Ellas fueron las precursoras del debate ilustrado de las mujeres por conseguir los derechos de ciudadanía plena, un debate que llega hasta nuestros días al revisar en profundidad nuestro actual concepto de democracia. En efecto, podríamos decir que existió un “feminismo precursor” aunque no podamos denominarlo como tal ya que el término se acuñaría mucho después. Sin embargo, si podemos admitir que, por actitud vital e intelectual, estas rebeldes históricas que van a hablar a continuación fueron esas pioneras feministas que se negaron a admitir su inferioridad social, política, económica y jurídica que su contexto social les impuso. Si revisamos los numerosos trabajos realizados en los últimos años encontraremos gran cantidad de referencias. En realidad, el proceso se ha centrado en identificar, con mayúsculas, por un lado a aquellas mujeres que fueron “rebeldes” y por otro lado en reconocer el papel que jugaron desde ángulos distintos en contextos específicos. Permítanme que ponga algunos ejemplos. Les quiero nombrar a Cristine de Pizan (1364-1430) porque, aunque sobradamente conocida, va a utilizar una estrategia que hoy seguimos utilizando y que es la idea base de este ciclo de conferencias. Podemos decir que es la forma en la que hemos trabajado en nuestro intento por contar lo no contado. Cristine de Pizan nace en Venecia y es educada en la corte francesa donde su padre fue consejero y médico del rey. A raíz de la muerte de su esposo inicia su carrera como escritora siendo la primera mujer conocida que pudo vivir de su oficio de escritora. Su obra más conocida es La Ciudad de las Damas. Según Montserrat Cabré3, esta obra realiza una gran hazaña: construir a las mujeres como sujeto político, en un espacio de presencia y autoridad femenina. Cristine de Pizan sitúa a las mujeres actuando de forma autónoma y por derecho propio. Y lo hace extendiendo al desarrollo histórico esa forma de mirar y de comprender las aportaciones femeninas. De esta manera establece esa estrategia a la que me refería y que ha sido un mecanismo de primer orden para develar, en el sentido literal de retirar el velo que cubre y que oculta, las contribuciones que las mujeres han hecho a la humanidad. 3 Cabré Pairet, Montserrat, 2005, Cristina de Pizán. La ciudad de las damas (1405-2005), CD, Gobierno de cantabria, Universidad de Cantabria

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De esta manera, según Cabré, sitúa en el centro de la mirada, la experiencia femenina del mundo.Así reconstruye un espacio para que las mujeres intervengan no como invitadas sino por derecho propio: como ciudadanas. Cristine de Pizan constituye, sin duda, una de las referencias por excelencia, en esta labor de recuperación histórica que nos permite comprender, por ejemplo, a las mujeres medievales de forma muy diferente a como una enseñanza tradicional de la historia nos las había mostrado. No se trataría por tanto, sólo de recuperar figuras, referentes con nombre y apellido. Se trata también de comprender, de conocer, de reconocer otras realidades que habían estado veladas por una incorrecta y androcéntrica visión de la realidad. En este intento por construir un mosaico que exprese y que refleje la complejidad de los discurso de las mujeres a lo largo del tiempo y del espacio en una mirada rápida e inmediata también es una referencia Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695). Considerada una de las máximas figuras de las letras mexicanas, Sor Juana Inés de la Cruz nació en la hacienda de San Miguel Nepantla, Estado de México, el 12 de noviembre de 1648. Su nombre, antes de tomar el hábito, fue Juana de Asbaje y Ramírez ya que fue hija natural de la criolla Isabel Ramírez de Santillana y el vizcaíno Pedro Manuel de Asbaje. Los estudiosos de su figura nos dicen que dada su escasa vocación religiosa, Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola... no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros», escribió. Considerada como la primera feminista de América Latina por la defensa que hace de las mujeres se han hecho especialmente famosos los siguientes versos

Hombres necios que acusáis a la mujer, sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis; si con ansia sin igual solicitáis su desdén, por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?

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Combatís su resistencia y luego, con gravedad, decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia. Cristina de Pizán y Sor Juana Inés de la Cruz son dos ejemplos que reflejan situaciones, épocas y lugares distintos. Son dos personajes que han sido rescatados a partir de un importante esfuerzo de recuperar la memoria histórica de las mujeres. Este esfuerzo responde también al empuje del movimiento feminista y del desarrollo de la teoría feminista a partir de la década de los 60 del Siglo XX. Llevamos, por tanto, casi 50 años en este esfuerzo y ha sido tan fructífero que han sido muchos los espacios recordados y las protagonistas recuperadas aunque es cierto que la mayoría permanece todavía algo escondida. Alguna de ellas es recordada en nuestros monumentos. Es el caso de Josefa Amar Y Borbón (1753- 1833). Natural de Zaragoza e hija del médico de cámara de Fernando VI, fue miembro de la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, uno de los precedentes del Ateneo de Madrid. Esta sociedad inaugura las escuelas patrióticas que, a iniciativa del Conde de Campomanes fueron las primeras escuelas para mugeres y niñas huérfanas, pobres o mendigas (1776) donde se les enseñaba un trabajo cualificado como tejedoras, encajeras o bordadoras. Dejó escrito Importancia de la instrucción que conviene dar a las mugeres (Zaragoza, 1784), Discurso en defensa de las mugeres (Madrid, 1790) y Discurso sobre la educación física y moral de las mugeres (Madrid, 1769) donde habla de las bondades del ejercicio físico para ambos sexos y específicamente para las mugeres , también para afrontar peligros imprevistos. En 1786 arengaba a los socios de la real Sociedad matritense con su Discurso en defensa del talento de las mujeres, y de su aptitud para el gobierno y otros cargos que emplean los hombres. Es recordada, además, porque lucho junto a Agustina de Aragón en la Guerra de la Independencia y su imagen se perpetuó en el Monumento a Agustina Zaragoza (Agustina de Aragón) y las Heroínas de los Sitios que se encuentra en Zaragoza, en la Plaza del Portillo. En los laterales aparecen sendos relieves con las efigies de las seis heroínas, tres a cada lado, con sus correspondientes nombres: Reverenda Madre Rafols, la condesa de Bureta, Josefa Amar Borbón, Manuela Sancho, Casta Álvarez y María Agustín.

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También, Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873) es considerada como una precursora del feminismo moderno tanto por actitud vital como el tratamiento de los personajes de sus obras. Poetisa, nacida en Cuba, y perteneciente a una familia de descendencia noble española, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Arteaga, fue protagonista de una vida muy activa. Estuvo presente en las principales reuniones literarias del Madrid de la época, fue amiga de los principales escritores y reconocida escritora, aunque fracasó sin embargo en su intento de ingresar en la Real Academia de la Lengua. De ella dijo Bretón de los Herreros: “es mucho hombre esta mujer”. En su obra, La mujer. Artículos publicados en un periódico el año de 1860, y dedicados por la autora al bello sexo, Gertrudis Gómez de Avellaneda decía: “En las naciones en las que es honrada la mujer, en que su influencia domina en la sociedad, allí de seguro hallaréis civilización, progreso, vida pública. En los países en que la mujer está envilecida, ni vive nada que sea grande, la servidumbre, la barbarie, la ruina moral es el destino inevitable a que se hallan condenados”. (La mujer, 1860). Estos dos nuevos ejemplos sirvan como muestra, en nuestro contexto histórico, de los discursos individuales que a lo largo de los Siglos XVII y XVIII y en defensa de las mujeres, realizaron otras mujeres que expusieron sus agravios y sus propias dificultades. Pero, esto ¿ocurría sólo en nuestro espacio sociocultural? o ¿había otras voces que expresaban conflictos distintos y situaciones diferentes a los aquí señalados? Si profundizamos en la búsqueda de esas otras voces podemos aproximarnos a la vida de Sojourner Truth (1797–1883), cuya vida transcurre de forma paralela a la de nuestras dos anteriores protagonistas y que fue reconocida como una ferviente abolicionista y defensora de los derechos de la mujer y pionera de los derechos de las mujeres negras. Su nombre es traducido como Verdad Viajera, aunque su nombre auténtico era Isabella Baumfree. Sojourner Truth era una esclava liberada del estado de Nueva York. Es destacable su presencia en la Primera Convención Nacional de Derechos de la Mujer, en Worcester, en 1850, donde va a ser la única mujer negra presente. En una intervención que realiza poco tiempo después introduce un elemento que hoy consideramos muy significativo porque plantea demandas específicas desde su perspectiva de raza. Va a establecer que las demandas de las mujeres

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negras no son las mismas que las de las mujeres blancas y, por tanto, pone de manifiesto que no se puede entender las reivindicaciones femeninas como una argumentación pretendidamente universalista. Su actitud va a contribuir a visibilizar que no se pueden asumir falsas homogeneizaciones por el hecho de ser mujer y que los discursos se construyen y se realizan desde posiciones sociales, económicas o étnicas específicas. Mucho tiempo después esta posición se concretará en el desarrollo de otras formas de feminismo en la que las variables étnicas o raciales se van a revelar como centrales en sus argumentaciones, al reivindicar sus pertenencias originarias. Dice Sojourner Truth: “Hay una gran agitación acerca de los derechos de los hombres de color, pero no de los de la mujer negra. Y si los hombres de color consiguen sus derechos, pero no las mujeres negras los suyos, veremos a los hombres de color ser los amos sobre las mujeres, será tan malo como antes […].Cuando nosotras tengamos nuestros derechos no tendremos que acercarnos a ti (al hombre) pidiéndote dinero, para entonces nosotras tendremos suficiente dinero en nuestros propios bolsillos, y quizás seas tu el que nos pidas dinero a nosotras. Pero ayúdanos hasta que lo consigamos.” (Sojourner Truth, Primer Encuentro de la Sociedad Americana para la Igualdad de Derechos, 1867) Llegados a este punto, y en el momento en el que nos aproximamos al conocimiento de algunas voces reconocidamente feministas, quizás es necesario realizar alguna acotación que nos permita sistematizar eso que hoy en día entendemos por Feminismo. Porque ¿sabemos realmente qué es el feminismo? ¿conocemos sus postulados? ¿sabemos si estos postulados han ejercido o ejercen algún tipo de influencia sobre nuestras vidas reales? ¿sabemos quienes los han formulado? ¿conocemos su historia? ¿conocemos personalmente a algún o alguna feminista? Si utilizamos el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua como fuente de autoridad encontramos que define el feminismo como: “Doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos reservados antes a los hombres”. También como el “movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. Una rápida y breve explicación nos permite saber que el término feminismo comienza a utilizarse en Francia en el último tercio del Siglo XIX y que las preguntas que formularon

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las primeras feministas a las que nos estamos refiriendo, trasladaron en voz alta, al mundo que quiso escucharlas, la injusta situación que toda discriminación supone. Las propuestas feministas exigieron desde sus inicios, la eliminación de la subordinación y discriminación de las mujeres con respecto a los hombres y se centraron en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Esta larga lucha y compleja lucha, conocida como Feminismo se opuso desde el primer momento al machismo, que es la forma común y cotidiana que utilizamos para denominar a un sistema patriarcal en el los hombres tienen supremacía sobre las mujeres. Por eso, en ningún caso podemos considerar que el Feminismo es lo contrario al machismo, porque el feminismo no busca la situación inversa, es decir, la supremacía de las mujeres sobre los hombres sino que defiende la igualdad entre los seres humanos y por tanto plantea un sistema de relaciones sociales donde las diferencias se vivan y se articulen en igualdad. Por otro lado, el Feminismo es una ideología que implica determinados planteamientos políticos y que, por tanto, mantienen un grupo de personas muy reducido mientras que cuando hablamos de machismo estamos hablando de un conjunto de creencias y valores sociales muy extendidos en la sociedad puesto que responden a sistemas sociales y culturales históricamente patriarcales. Las iniciativas que se concretaron en organizaciones, grupos o sectores más o menos organizados fueron el germen de un movimiento social potente y rico que tomó forma como tal a lo largo del S. XIX y que continúa su lucha, con una historia compleja y también llena de enfoque y posturas diferentes, hasta el momento actual. Además, la fuerza del Feminismo se apoya en su capacidad demostrada de análisis y elaboración teórica, habiendo desarrollado en los últimos cuarenta años un conjunto de teorías que han permeado los discursos y, en algunos casos, las acciones políticas. Esto es importante porque nos habla de un movimiento social que aúna, quizás como pocos, la teoría y la praxis. En el feminismo teoría y práctica van muy estrechamente unidas de la mano. Porque las feministas tienen muy claro que sus elaboraciones tienen un fin último, la modificación real de situaciones injustas que estén provocadas por asimetrías sociales, políticas, económicas por razón de sexo y género en cualquier campo de la vida humana. En el ámbito público y en el ámbito privado.

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Este esfuerzo de producción teórica ha cristalizado en la elaboración de conceptos como Género, un término que hoy en día estamos escuchando habitualmente en nuestro ámbito cotidiano y que sirve para entender que el estereotipo masculino y el estereotipo femenino no son sino construcciones que cada cultura elabora a partir de las características biológicas. De esta manera distingue lo natural de lo cultural demostrando que muchas de las consideraciones sobre las que se basaba la posición subordinada de las mujeres son culturales y como tal susceptibles de ser modificadas. También ha influido decisivamente sobre la consideración del trabajo doméstico, permitiendo que se reconozca la aportación de las mujeres al quehacer cotidiano y también a las cuentas nacionales. Además ha introducido un vivo debate sobre la utilización del lenguaje (el masculino y el femenino de nuestros términos) que pone sobre la mesa la necesidad de visibilizar la vida y las aportaciones de las mujeres. Por último cabe hay que decir el Feminismo es un movimiento muy complejo internamente y que se caracteriza por su heterogeneidad que desmiente una supuesta homogeneidad y que agrupa múltiples visiones y enfoques teóricos y también políticos. El relato sobre los orígenes del movimiento feminista nos remite casi invariablemente a la figura de Olympe de Gouges que escribe la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana (1791) donde recoge y sistematiza la afirmación política de las mujeres. Su aportación supone un punto clave en la crítica a la concepción de la ciudadanía sexuada de la Declaración De Los Derechos Del Hombre y Del Ciudadano (1789): “Mujer, despiértate; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus derechos. Oh, mujeres! Mujeres, ¿Cuándo dejaréis de estar ciegas?, ¿cuáles son las ventajas que habéis recogido en la revolución? un desprecio más marcado, un desdén más señalado […] ¿qué os queda? La convicción de las injusticias del hombre […] cualesquiera que sean las barreras que os opongan, está en vuestro poder el franquearlas; os bastaron quererlo” De la misma manera que la Declaración que escribe Olympe de Gouges es considerada como un referente fundacional del movimiento organizado por los derechos de la mujer, otro hito en las estrategias de esta lucha será la Declaración de Seneca Falls, el texto fundacional del feminismo estadouni-

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dense, publicado en 1848, el mismo año que Marx y Engels publican el Manifiesto Comunista. ¿Qué ocurre mientras tanto en España? En realidad, cabe decir de forma general que el feminismo español nunca fue un movimiento fuerte e importante como tal movimiento, aunque si es posible identificar a un conjunto significativo de figuras destacadas. En cualquier caso si es importante reconocer que, en el último tercio del S. XIX, se empieza a gestar lo que será el movimiento feminista español a partir del momento en el que diversos grupos de mujeres fueron abordando lo que se llamó la polémica feminista, y cuya base fue el movimiento que ya se estaba desarrollando en Europa y en Estados Unidos. Como nos relata Ana Muiña4, en aquellos primeros momentos de debate, determinados sectores revolucionarios y de izquierda mostraron sus recelos por diferentes razones. Por un lado, porque consideraban que el liberalismo reformista y el puritanismo religioso se estaban apropiando de este término con el fin de apartar y proteger a la mujer de los vicios. También porque en esos momento el empeño más relevante sobre el que pivotaban la mayoría de los esfuerzos era la conquista del derecho al voto y, por tanto, era un fenómeno sufragista al que se consideraba estrecho de miras. En cualquier caso este debate introdujo en el ámbito español las ideas, propuestas y planteamientos del feminismo así como el propio término que acabó por ser aceptado y utilizado desde los inicios del siglo XX. Frente a la percepción de lo conocido, la lista de mujeres identificadas con los ideales emancipadores es larga y sus respectivas pertenencias ideológicas, políticas y sociales son múltiples. Como también lo son sus iniciativas, luchas y organizaciones. A finales del Siglo XIX es posible identificar de forma particular a un núcleo de personas interesadas en nuestro país por “la cuestión femenina”. En él se encontraban personalidades como Concepción Arenal, la Condesa Pardo Bazán o Clara Campoamor que ya utilizan claramente el término feminista en sus obras y aportaciones de carácter diverso. Concepción Sáiz de Otero lo utiliza en un recopilatorio de artículos titulado El feminismo en España (1893) y María Carbonell en Algunas ideas sobre la educación de la mujer (1893) donde da cabida a la “polémica feminista”. 4 Muiña, Ana, 2008, Rebeldes periféricas del siglo XIX, Madrid, La Linterna Sorda

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Emilia Pardo Bazán publica en 1892, La mujer española y otros artículos feministas y Dolors Monserdà escribe Estudi Feminista y Orientacions per a la dona catalana. Carmen de Burgos5 decía en 1900 : “no he logrado fijar aún la verdadera acepción, de la palabra feminismo (…) así que en realidad yo no sé si soy feminista”. Algunos años más tarde, en 1927, decía: “ser femenina, como quieren las ilusas, es estar sometida sólo a los imperativos sexuales, sin aspirar a más que ser nodriza y gobernanta. Ser feminista es ser mujer respetada y consciente, con personalidad, con responsabilidad, con derechos, y no se oponen al amor, al hogar y la maternidad”. De forma paralela, Carmen Díaz de Mendoza y Aguado, Condesa de San Luís, (1864-1929), una aristócrata, con una posición social y económica privilegiada pronunciará dos conferencias en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, tituladas: “Política feminista” y “Educación feminista”. Es posible encontrar en los periódicos de la época una reseña destacada de su participación. En 1920, la Condesa de San Luís afirma: “Los países más analfabetos son, naturalmente, los más antifeministas; y para las naciones orientales europeas, que van al atraso de la civilización, la mujer tiene aún algo de cosa. No así en el Norte, donde el hombre, ya más práctico, rectifica - llamando a la mujer a colaborar en trabajos y provechos – el mal entendido egoísmo que echó sobre sus hombros a cambio de problemáticos derechos, deberes abrumadores… La mujer puede y debe bastarse a sí misma, y el hombre debe así desearlo… Los antifeministas son, sencillamente, gente modesta que reconoce su inferioridad (“Educación feminista”)6. En la misma línea podemos hablar de María Espinosa de los Monteros y Díaz de Santiago (1875-1946) que fue la primera presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Españolas. El programa de la asociación era muy ambicioso en todos los aspectos, político, social, legal y pedagógico. También fue presidenta del Consejo Supremo Feminista de España, que agrupaba a cinco asociaciones feministas: “La Mujer del Porvenir” y “La Progresiva Femeni5 Muiña, Ana, 2008, Rebeldes periféricas del siglo XIX, Madrid, La Linterna Sorda, p. 116 6 Martín-Gamero, Amalia, 1975, Antología del feminismo, Madrid, Alianza Editorial

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na” de Barcelona, “La Liga Española para el Progreso de la Mujer” y la “Sociedad Concepción Arenal” de Valencia” y la “Asociación Nacional de Mujeres Españolas”. También ella pronunció una conferencia en la Academia de Jurisprudencia en la que expuso el programa de la Asociación que constaba de 36 puntos en su parte político-social y de 5 puntos en su parte económica donde se reclamaban derechos de igualdad en todos los campos así como el acceso de las mujeres a todos los ámbitos que les estaban vedados. También se contemplaban derechos para la infancia. Como ya he dicho son muchas las mujeres que pueden ser recordadas en este proceso del desarrollo del Feminismo en España pero no quisiera dejar pasar esta oportunidad para efectuar un reconocimiento a algunos hombres que también participaron activamente en este movimiento en busca de la igualdad. De esta manera, este espacio de conocimiento y de reconocimiento en el que estamos me permite profundizar en la complejidad del feminismo como movimiento emancipador. Uno de ellos fue Leopoldo Palacios Morini (1876-1952) considerado como un decidido impulsor de las reformas educativas y sociales durante el primer tercio del Siglo XX y autor del libro Las universidades populares, ensayo de un programa de educación social. Es necesario resaltar que proponía que el Feminismo fuera una materia a incluir en las clases con los siguientes epígrafes: La solidaridad y el feminismo. Ideal y extinción del movimiento feminista. El feminismo en la escuela y la Universidad. Coeducación. El feminismo obrero. De alguna manera hoy en día, en ámbitos académicos, seguimos en el mismo empeño. En la misma línea, Adolfo Posada, profesor de la Universidad de Oviedo, pionero de la sociología y ligado a la Institución Libre de Enseñanza, publica el libro Feminismo(1899) al que define como “un movimiento favorable a la mejora de la condición política, social, pedagógica y muy especialmente económica de la mujer. No hay en España una verdadera corriente feminista (…) hay gentes que estudian el asunto y que se preocupan, teórica o prácticamente, con los problemas que ha provocado do quiera la cuestión feminista”. Sabemos que el feminismo se desarrolló como actitud vital a través de figuras individuales destacadas que hoy conocemos por sus vidas y sus obras, pero también el feminismo estuvo presente colectivamente en organizaciones de carácter anticlerical, antimonárquico y librepensador, en organizaciones

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obreras, republicanas, libertarias y masonas. El feminismo es un movimiento heterogéneo surgido a partir de las demandas de igualdad pero también el hilo de las reivindicaciones de las mujeres por mejorar sus condiciones de vida. Es un movimiento heterogéneo, en el que vamos a ubicar a muchas intelectuales pero donde también vamos a encontrar todo el empuje que surge del movimiento obrero femenino7. En la excelente recopilación que realiza Ana Muiña8 se recoge como a lo largo de todo el siglo XIX, muchas mujeres lucharon por mejorar su posición y sus condiciones de vida. Así, por ejemplo, las cigarreras (Alicante, Madrid y Sevilla ) serán las que inauguren, a partir de 1812, nuestro primer movimiento obrero femenino. Ellas formaron las primeras Hermandades de Socorro Mutuo (1834). Sus reivindicaciones les llevarán a conseguir las primeras salas de lactancia, guarderías y escuelas dentro de las fábricas. Luchas integradas en el empuje por obtener sus derechos de ciudadanía. Según las historiadoras que han profundizado en este aspecto, los objetivo de las luchas de estas mujeres se dirigieron más en la línea de conseguir sus derechos de ciudadanía. Sus demandas se orientaron en la línea de conseguir cambio laborales, sociales y educativos anteponiéndolos al derecho individual y político del sufragio femenino. Priorizaron sus esfuerzos demandando garantías de bienestar social, derecho a la educación, a la vivienda, al trabajo, a la asistencia sanitaria o a no pasar hambre. De la misma manera las obreras textiles van a destacar por su combatividad, luchando por la supresión de la jornada nocturna o por mejoras laborales como la denominada Ley de la Silla (1912), norma con la que se comienza a regular la obligación, en los establecimientos no fabriles, de los empresarios de conceder una silla a las trabajadoras durante el desarrollo de la actividad laboral.  Es la primera Ley que introduce el Principio de adecuación al trabajo.  Años más tarde, este derecho será extendido a los varones. De la misma manera existirán grupos anarquistas como Las Desheredadas, Las Mártires del Trabajo o Las Convencidas que se reunirán en torno al lema ¡Ni dios, ni patrón, ni marido!

7 Ángel Pascual Martínez Soto identifica organizaciones como La Sociedad Obrera El Despertar Femenino (Elche, 1902), la Sociedad Feminista El Remedio (Elche, 1911) o la Sociedad de Resistencia de Obreras Alpargateras (Crevillente, 1913). http://www.uhu.es/aeurla/Jornadas/Angel%20Pascual.pdf 8 Muiña, Ana, 2008, Rebeldes periféricas del siglo XIX, Madrid, La Linterna Sorda

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A todas ellas podríamos sumar el nombre de otras tres mujeres que sirven de referentes claros en los inicios feministas españoles. Son Ángeles López de Ayala, Teresa Claramunt y Amalia Domingo. Ángeles López de Ayala es considerada como la feminista más importante de Cataluña de finales del XIX y principios del XX. Definida como librepensadora, republicana y masona, se integra en el feminismo organizado en su lucha contra la Iglesia Católica y contra la supremacía del hombre en su afán de emanciparse de la tutela masculina. Teresa Claramunt fue una trabajadora del ramo textil, una destacada anarcosindicalista catalana y fundadora de un grupo anarquista en Sabadell. Amalia Domingo Soler es considerada como la primera escritora espiritista, defensora de de una corriente científica, filosófica y moral de base espiritualista –no religiosa- que aboga por la regeneración social, la fraternidad universal de los antiguos cristianos, la posición ética frente a la vida, la redención social y la pluralidad de mundos. Ellas fundaron en 1889 la Sociedad Autónoma de Mujeres -que se transformó en la Sociedad Progresiva Femenina a partir de 1898-, en la que se organizaban conferencias y actividades sobre cuestiones relacionadas con las propuestas que el feminismo de otros países estaba difundiendo, y por las que se luchaba con energía, con el objetivo de ayudar a divulgar y a despertar una nueva conciencia en las mujeres asistentes a todos esos actos y en aquellas sobre las que tuvieran influencia. La sede de la Sociedad Autónoma de Mujeres estaba situada en el barrio del Raval de Barcelona. Allí organizaban actos recreativos y deportivos y veladas de debate incidiendo en el papel de subordinación de las mujeres, pero si algo cabe destacar es que pusieron en funcionamiento las casas de acogida para mujeres sin medios económicos. En este período histórico, las luchas de las mujeres españolas transcurrió paralela al desarrollo del primer feminismo histórico mundial. Fue un feminismo que tuvo como gran caballo de batalla, aunque desde luego no el único, la consecución del derecho al voto. Lo que hemos denominado como Sufragismo. Un movimiento que aparece liderado, al menos en cuanto conocimiento inmediato, por las feministas norteamericanas y europeas. Sin embargo, si de pioneras hablamos no quisiera olvidar a otras “pioneras periféricas” cuya labor ha sido de una vital importancia. Porque, en realidad debemos pregun-

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tarnos, ¿quiénes fueron y quiénes somos las feministas? ¿Hay un solo feminismos o muchos feminismos diferentes? ¿Es lo mismo ser feminista en la Inglaterra de finales del S. XIX que la India en el año 2009? ¿El feminismo es occidental? Frente a la supuesta homogeneidad del Movimiento Feminista, la aproximación a la lucha por los derechos de las mujeres nos enseña que son muchos los enfoques, las alternativas y las estrategias que se han desarrollado a lo largo de la historia y en diferentes lugares del mundo. Así, por ejemplo, relatar la historia del feminismo en América Latina sería objeto de un larguísimo tratado. Sabemos que la acción colectiva de las mujeres mexicanas se remonta a fines del siglo XIX, y que las primeras organizaciones de corte feminista surgen en relación con la polémica del acceso de las mujeres a la educación. En 1916 se celebra el Primer Congreso Feminista de Yucatán donde las 617 asistentes al congreso, en su mayoría mujeres de clase media, maestras, empleadas de oficina y amas de casa, expresaron sus puntos de vista sobre la función de la escuela, la importancia de la educación laica, la necesidad de instrucción sexual y la participación política de la mujer. Paralelamente, en Argentina, cuando no existía el sufragio femenino, Julieta Lantieri (1873-1932), logró depositar su voto en las elecciones de 1911. Fue la primera mujer que pudo inscribirse en el padrón electoral apoyándose en la legislación existente que establecía ser ciudadano, mayor de edad, saber leer y escribir, tener una profesión y pagar impuestos, entre otros requisitos. El 23 de noviembre de 1911, Lanteri votaría en la iglesia de San Juan, frente a la mirada estupefacta de los varones. Faltaban casi 40 años para que las argentinas accedieran a las urnas. Profundizar en esta línea nos permitiría conocer otros movimientos del máximo interés como el que plantea el Feminismo Islámico que impulsa el debate abierto sobre el papel de las mujeres en el mundo musulmán y que refleja un movimiento emergente actual que siendo pionero tiene, sin embargo, algunos precedentes en figuras destacadas y algunas otras organizaciones pioneras. La voz de los ecofeminismos liderados por mujeres como Vandana Shiva que formó parte del Movimiento Chipko o la incorporación de las mujeres indígenas y musulmanas al debate están suponiendo una redefinición del concepto o al menos alumbran un nuevo tiempo para repensarnos. Muchas de estas mujeres son también pioneras porque han debido abrir camino en sus países, en sus entornos con grandes o pequeñas luchas que, en muchas ocasio-

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nes parten de necesidades prácticas e inmediatas y posteriormente cristalizan en reivindicaciones estratégicas. Son algunos de los muchos ejemplos de los que es posible hablar. Son las pioneras distantes en el tiempo y en el espacio. Por último, cabe decir que a las pioneras históricas se unieron, en la década de los 60 del Siglo XX, las integrantes del feminismo contemporáneo en lo que hemos denominado la Segunda Oleada Feminista. Muchas de ellas son continuadoras de sus “abuelas sufragistas”. Otras, sin embargo, pueden ser consideradas también auténticas pioneras porque han incorporado perspectivas, espacios, grupos, creencias, culturas que no se incluían en las formas tradicionales de feminismo. Todas ellas conforman ese mosaico que ha sido la estructura elegida para mostrar las múltiples caras del feminismo que se presenta así como un movimiento social y político plural, diverso y complejo, que significa militancia, reivindicación, lucha y también reflexión y estudio, cuyo objetivo último es lograr la igualdad entre hombres y mujeres, y esta no es sino una breve lista. Recordar a las pioneras es mirar al pasado pero también es seguir mirando al presente porque muchas de sus reivindicaciones siguen pendientes y porque será necesario escuchar nuevas voces que plantean nuevas demandas y nuevas estrategias.

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