estructurado como un lenguaje que, en medio de su decir, produce su propio escrito

LA ESCRITURA DEL INCONSCIENTE Comienzo por un aforismo lacaniano: “...El inconsciente está estructurado como un lenguaje”. Los analistas nos dedicamo

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LA ESCRITURA DEL INCONSCIENTE Comienzo por un aforismo lacaniano: “...El inconsciente está estructurado como un

lenguaje”. Los analistas nos dedicamos a la lengua, pero no a la de los lingüistas. Nos dedicamos a la lengua en funcionamiento, la que, en su movimiento, produce equívocos, sufre de lapsus, de repeticiones y de retornos. Nos dedicamos a la singularidad con la que se le habló a cada sujeto, con la que se armó “lalangue”, ese sustrato caótico primario de la polisemia de nuestra lengua materna. En años posteriores Lacan completa su aforismo: “... El inconsciente está

estructurado como un lenguaje que, en medio de su decir, produce su propio escrito...”. El inconsciente produce, entonces, escrituras. El asunto, para los analistas, es cómo acceder a esas escrituras, cómo descifrarlas y cómo operar sobre ellas para modificar la posición del sujeto. La posición del sujeto en relación al goce. Y si operamos sobre estas escrituras inconscientes, es porque, como dice Lacan en AUN, Seminario XX:

“...No solo ustedes suponen que el sujeto del inconsciente sabe leer; suponen también que puede aprender a leer”. Es en las “formaciones del inconsciente”, productos del inconsciente, donde se pueden leer privilegiadamente, esas escrituras del inconsciente. Los sueños, los síntomas, los lapsus, las acciones sintomáticas, el chiste. Y las leemos aún en el discurso en general, que se despliega en la experiencia del análisis, que excede las propias formaciones. ¿Qué leemos?. Leemos la letra del sujeto que retorna en su discurso. Un texto de referencia que tomo es: “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”. Los títulos en Lacan, y esto lo aprendió de Freud, no son antojadizos. Aquí “instancia” es, por un lado, autoridad con poder de decisión. De donde la letra domina, rige. Por otro lado, salvo por una sílaba, “instancia” es insistencia, insistencia de la letra. La letra insiste hasta que es leída. La segunda parte del título alude al “acontecimiento Freud”. El logos no es el mismo a partir de Freud. Con el inconsciente que Freud descubre – inventa, le inflige una herida narcisista, como él decía, a la razón occidental: descentra el saber. El saber –a esto lo llamo el “acontecimiento Freud”- es del inconsciente. Es un saber que no se sabe. Habrá que darle la oportunidad, en el análisis, de que se despliegue como discurso. Es, en el 1

discurso de un sujeto en análisis, que el saber del inconsciente retorna y se hace audible, para quien lo sabe escuchar, como letra. “Letra” designará en primer lugar, entonces, la estructura del lenguaje en tanto en ella está concernido, a nivel del discurso, un sujeto. Implicará a un sujeto literalizado, tomado en la letra. La letra escribe a un sujeto en un discurso, pero en una paradójica temporalidad: habrá sido letra una vez leída. El analista es –en su praxis clínica- un lector: lee a la letra. Equivoca la ortografía, con lo que da a leer “...algo que está más allá de lo que se ha incitado al sujeto a decir” (Seminario “AUN”). Al equivocar y cortar, el psicoanalista “escribe sobre lo escrito”1. Su lectura al retornar en la interpretación es una escritura sobre el discurso del analizante. Si esta operación de lectura no se produce, la letra estará en suspenso, o mejor, suspendida, en espera. Conecto, ahora, con otro texto de Lacan: “Lituraterre”. Otra vez el título llama a una deconstrucción. Lacan juega con la inclusión de “litter” (en inglés: basura), dentro de la palabra “literatura”. Señala una conexión de una letra a una basura, de las “luces” a lo “inmundo”. El título juega, además, con “rature”, en francés: tachadura, y “terre”. Dice allí Lacan que la letra es litoral entre significante y goce; entre saber, dominio de lo simbólico y goce, dominio de lo real; entre inconsciente y libido. Una frontera es atravesable, un litoral hace borde a los dos territorios, o dominios, que en él se encuentran y que no son recíprocos. Decimos, entonces, que la letra tiene un costado significante y un costado real, de goce. Momento productivo en un análisis es aquel en el que se toca, se lee esa letra del

sujeto. En el que el significante se quiebra y al quebrar su apariencia, aquello que en él hace sentido, arroja el goce que marca al sujeto. Es la intervención analítica, su efecto de reescritura, la que opera esta ruptura, lo cual la configura como un acto analítico: acto de corte. Que el analista no se aturda con el sentido común que los significantes portan, que lea en ellos las cicatrices edípicas, es lo que produce esta ruptura de lo fenoménico, de la

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apariencia, del sentido de los significantes. Esta ruptura del significante, de su apariencia,

hace posible el goce. Y es la intervención analítica la que hace posible el goce encerrado en el síntoma. La letra, dice claramente Lacan en Lituraterre, adviene por un efecto de lectura (“puede designar la palabra tomada por otra, incluso por otra en la frase”). Siendo instrumento propio para la escritura del discurso, es secundaria a su lectura. Siendo así, “...Qué significa –recuerda Hector Yanquelevich en su libro “Del padre a la letra” – que el goce deje de ser imposible. Cuando el paciente cuenta su síntoma, el

analista, frente a este relato, puede, en algún momento, producir una respuesta. Hay un objeto, hay un sentido, no pre existente sino a efectuar. Y esta intervención del analista hace posible el goce encerrado que habita como parásito en el síntoma. Jouissance: “J´ouïs sens”: goce en homofonía con “oigo sentido”. Hay un sentido que se puede oír. Y aquello que se puede oír, hace que ese goce se vuelva posible. El goce abandona lo real y pasa a lo imaginario. Puede ser retomado, ya que hay sentido...” Hay presentaciones clínicas en las que la intervención analítica inscribe una letra ahí donde se la porta muda. No se la lee en el discurso porque el sujeto del inconsciente no la leyó, pero “se da a leer”: rasgos de carácter, por ejemplo; o

fenómenos

psicosomáticos, donde no hubo sujeto para leer, hubo un goce que –sin dialéctica- se implantó en el cuerpo. Dejemos por un momento esta forma de la letra retornando en el discurso, y pasemos a las clásicas formaciones del inconsciente para poder abordar en detalle cómo escribe el inconsciente, puntualizando que el concepto “formación” puede ser entendido, también, como genitivo objetivo en la medida en que la intervención analítica “forma” al inconsciente. Un sueño es una escritura en imágenes, dice Freud. Un rébus o adivinanza, que mal llamamos jeroglífico, basado en analogías fonéticas que utiliza dibujos o símbolos.

Rosa se casa con un soldado:

3

C

1

Sueño, rébus, que hay que entender al pie de la letra, nos recuerda Lacan, porque en él la instancia literante, la instancia de la letra toma al significante como cosa. La puesta en escena, medio figurativo por excelencia del sueño, transforma al significante en letra. Produce una escritura que es necesario asociar en la sesión, para que esa letra se haga presente en el decir, trabajada por las leyes del significante: la metáfora y la metonimia. Para el inconsciente, la palabra no es sino un elemento de puesta en escena como los otros. Freud diferenció en el sueño el contenido manifiesto que el relato del soñante hace presente, del contenido latente, que se alcanza por las asociaciones. La escritura en imágenes, que es el sueño, es una escritura en una lengua particular: la que habla el soñante. Y las ideas latentes, que se alcanzan por las asociaciones, informan qué segmentos de esa lengua lo han marcado, le han dejado cicatrices edípicas. Cuando Freud dice que el sueño es una realización de deseos, entiendo que dice que el sueño articula esas marcas en escenas oníricas. Eso es la realización. El juego infantil cumple la misma función. Para Freud el deseo es siempre infantil, inconsciente, incestuoso. Por eso digo: marcas edípicas. Marcas del Otro, que el sujeto del inconsciente lee, que al realizarse escénicamente, es decir, articularse llaman a la asociación. Es al escuchar el relato y las asociaciones que la intervención analítica leerá el relato de las imágenes del sueño como letra del sujeto, letra que el sujeto del inconsciente ya había escrito pero que será necesario que la interpretación en transferencia las subraye, las recorte, las equivoque, para que el sujeto sepa de su saber no sabido. Digo con esto, de paso, que el deseo es su interpretación. El análisis lacaniano apunta a la separación. A que el sujeto se separe -por la ruta de su deseo- de aquellos lugares en que el Otro –en su inconsciente- lo retiene. O, más propiamente, lugares de goce al que él está fijado. 4

De manera que la interpretación de un sueño, de un síntoma, no sólo va a revelar la adherencia inconsciente del sujeto a los goces que lo retienen (ahí figura como objeto del Otro), sino los trazos de salida del sujeto. Revelará por lo tanto, no sólo el atrapamiento en el Otro, sino el trazo del sujeto que indica la separación respecto de ese Otro. En el relato de un sueño, la letra no está reconocida como letra, está en suspenso, no entregó aún su mensaje, está ahí como instrumento meramente descriptivo de una escena onírica. Es la interpretación la que la revela como letra del sujeto. La que le da a la letra su paradójico estatuto temporal: habrá sido letra una vez leída en transferencia. Aludo aquí a toda la concepción del après coup o efecto retardado: lo que estaba antes al sujeto le llega después, con retardo. Esto abre la cuestión del estatuto ontológico del inconsciente. El sujeto del inconsciente lee marcas, articula, pero es en transferencia donde se realiza, porque es ahí donde el analista lee la lectura del sujeto del inconsciente, lee lo escrito. Decimos entonces, que el inconsciente no es del orden del ser ni del no ser, es del orden de lo no realizado, evasivo en su manifestación óntica. Si hay un estatuto del inconsciente, éste es ético en Lacan: apunta al deseo. Es el eje de la separación lo que, según mi lectura, propone Isidoro Vegh en su libro “Enlaces y desenlaces del goce”, para ordenar los distintos tipos de sueño: en las pesadillas, el sujeto está arrasado, los movimientos se lentifican, el clima es de asfixia, el soñante no puede despertar: predomina el Otro. En los sueños de angustia, lo que despierta es la angustia de castración. Revelan que la posición del sujeto está a mitad de camino entre su deseo y el goce del Otro. El sueño se desarrolla hasta que toca el punto de anuncio de la castración, pero nada aún la garantiza: encuentro fallido con lo real, hay angustia: el soñante despierta. Y en los sueños logrados, la deformación onírica es lo suficientemente exitosa como para articular las marcas y la posición del sujeto en relación a las mismas, de forma tal que se preserve el dormir. Si el vector de la separación es al que apuntamos en la dirección de la cura, los sueños de un analizante, a lo largo de su análisis, irán mostrando ese trayecto subjetivo: los sueños irán escribiendo las distintas posiciones alcanzadas por el sujeto en el recorrido 5

de su análisis. Pero así como el recorrido de un análisis no implica un limpio camino hacia adelante, sino un trayecto con quiebres, retrocesos, insistencias, los sueños reflejarán esta sinuosidad en su escritura. Habrá sueños de avance subjetivo y otros en los que se escribe el regreso del sujeto a posiciones de atrapamiento en el Otro. En los sueños se leerá, entonces, un camino progrediente pero también momentos de retorno, que indican que en un análisis hay que pasar varias veces por el mismo lugar para que el goce “entregue su plaza”.

Pasemos ahora al síntoma. Se trata, para Lacan, de una metáfora. Lo cito en “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”: “...Entre el significante

enigmático del trauma sexual y el término que lo sustituye metafóricamente en una cadena significante actual, pasa la chispa que fija en un síntoma: metáfora donde la carne o la función están tomadas como elementos significantes, la significación inaccesible para la conciencia del sujeto”. Un analizante con dos hijos y dos divorcios a cuestas, consulta por sus dificultades para hacer pareja, vincularse bien con una mujer a la cual amar y con la cual convivir. La significación inconsciente para este analizante, el análisis lo va revelando, es que el vínculo con una mujer que lo ame lo retrotrae a una situación incestuosa con la madre. Hijo preferido de su madre, que -dice él- lo amaba incondicionalmente. Cuando la mujer que él elige se muestra con él incondicional, lo materno tiñe para él el vínculo, se angustia y finalmente, se separa. Toma forma el significante reprimido del trauma sexual, que le arruina su deseo: ligarse amorosamente con una mujer. Obviamente, hay aquí en sus efectos patógenos, una intervención paterna fallida. Este sujeto ha sido marcado por un deseo materno en exceso que se derrama como goce sobre el sujeto. El padre de esta historia, la función padre, no ha interdictado este exceso, que el sujeto hoy porta como síntoma. Pero, no es una mera víctima: ha habido una respuesta por parte del sujeto, él se ha fijado a esta posición. Él se ha dejado ser –muy tempranamente- objeto de ese goce incestuoso. Es en la adultez que esto le vuelve como angustia: señal en el yo que le informa que se ha separado de ese lugar, pero esa separación es aún incompleta. En la mujer, las mujeres actuales, retorna algo de aquel goce parasitario que debe cortar, análisis mediante. El síntoma se revela así como palabra amordazada, que produce un mensaje cifrado. 6

También el chiste, como formación, es una escritura del inconsciente. Como dice Freud: “...Un pensamiento preconsciente es entregado por un momento a la elaboración

inconsciente, y su resultado es aprehendido enseguida por la percepción consciente...” . Es el caso del novio que, junto con el casamentero, acude a la primera visita a casa de la novia seleccionada. El casamentero, tratando de entusiasmar al candidato, le señala una vitrina con preciosos objetos de plata. El novio, desconfiado, sospecha que la familia ha tomado en préstamo esos objetos para producir una buena impresión. “¡Qué

ocurrencia! –responde el casamentero- ¿Quién prestaría algo a esta gente?”. La gracia de este chiste es que la escritura que retorna, al modo de una torpeza, está dicha por el personaje que debiera callarla. O este otro, como el anterior, citado por Freud: “La vida humana se descompone

en dos mitades, en la primera uno desea que llegue la segunda, y en la segunda uno desea volver a la primera”. Qué escribe en apretada y graciosa síntesis este chiste: que la vida humana está hecha de ilusiones y desencantos. Los lapsus, los actos sintomáticos son también efectos de escritura inconsciente. Lo genial de Freud, fue reparar en los restos de la civilización (y no sólo porque le interesaba la arqueología) y apoyar ahí los indicios de su descubrimiento. Y digo más. Digo: la civilización en sí misma circunscribe un resto porque se funda en una pérdida. En una pérdida de goce. Para ser humanos el “todo goce” nos fue prohibido: ley de prohibición del incesto que, como operatoria simbólica, funda ese vacío y lenguaje, la civilización, la cultura. Pero no borra la pérdida estructural.

permite el

Su marca se

indica, precisamente, entre otras cosas, en el ombligo del sueño, punto en que el sueño no arroja más asociaciones. Punto que indica que TODO no puede ser dicho, que hay algo perdido para siempre.

Y que es esta pérdida la que pondrá en marcha al aparato

psíquico. Otra forma de decirlo: es por la operatoria simbólica de la castración (del incesto), que el deseo es posible. Y esto no sólo en tiempos instituyentes. Justamente, si el análisis opera es porque propicia cortes de aquellos goces que parasitan al sujeto, que lo mantienen atado a algún objeto incestuoso, impidiendo este goce no cortado la función

sujeto. 7

Es necesario llevar al sujeto a que realcance el goce, pero el goce enlazado al deseo. Lacan lo dice así: “...que rechace el goce para realcanzarlo en la escala invertida de la ley

del deseo...” En el sueño o en el discurso, la verdad como TODA no puede ser dicha, es, como el incesto, lógicamente imposible. La censura onírica –equivalente discursivo de esta ley de prohibición del incesto, según Silvia Amigo en su libro “De la práctica analítica, escrituras”- así como las distintas formas discursivas, metáfora, metonimia, mentan, aluden a la verdad, verdad del sujeto, pero en una estructura de ficción, a entender como de lenguaje. Es lo que Lacan dice con su conocido aforismo: “...La verdad tiene estructura

de ficción”. Para ir acercándonos al final, quiero desarrollar mínimamente dos temas: - Cuál es la particularidad de la escritura inconsciente en niños, y - Alguna de las presentaciones clínicas donde el inconsciente no escribe. Si bien los niños hablan, están en el lenguaje, hasta pueden hacer juegos significantes, su palabra aún no escribe. Es una palabra que no terminó todos los movimientos represivos del conflicto edípico. El niño, además, por su dependencia, está sujeto a goces actuales, quiero decir, que lo afectan y lo determinan en la actualidad de su vida. No constan aún como historia, en el acervo del saber inconsciente. Con lo que el niño, su inconsciente escribe, es con la grafía y con el juego. Y es ahí, en ese nivel, donde se debe localizar la intervención analítica. Sostener una cura de niños sólo en la palabra es, por tanto, violentar al niño. Su síntoma está representa una articulación fallida de los padres entre sí y respecto a ese niño. La cura propiciará el juego y el dibujo mediante los cuales, con trazo propio, trazo subjetivo, el niño articulará su malestar –función que antes había señalado para los sueños- y pondrá en juego también, intervención analítica mediante, una vía de salida. Finalmente, hay presentaciones clínicas diversas, tomaré sólo la psicosomática, en las que el sujeto del inconsciente está salteado, fuera de juego, y lo que se produce, se produce en la carne, en lo real del tejido. Para esto debo hacer un breve rodeo: el sujeto se constituye en el campo del Otro. Es del Otro, del Otro Primordial, sede del significante,

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del lenguaje, de donde se desprenderá el sujeto. Hay dos momentos en la constitución subjetiva. El primero, de alienación y el segundo, de separación. La teoría lacaniana camina sobre dos ejes: la retórica y la lógica. Una acota a la otra. Lacan hizo un esfuerzo para matematizar sus conceptos. Para transmitirles cómo es esto de que el inconsciente no funcione, por ejemplo en el caso de las afecciones psicosomáticas, apelaré a una forma de notación que trae Lacan en el Seminario XI “Los cuatro conceptos”. Representa, con la intersección de los dos círculos de Euler, estos movimientos constitutivos: Separación

Sto. (el ser)

A xxxx x x x x (el sentido) xxxx xxxx xxxx xxxx xxx xxxx

Alienación El sujeto –a advenir-, porque en principio es un mero viviente, de su lado está solamente el ser, entra al mundo haciendo un “pasaje al acto de la alienación” (Lacan). Cae en las fauces del Otro. Se aliena en los significantes del Otro. El Otro habla por él y de él: el sujeto es hablado. El Otro provee sentidos. Con la separación, el sujeto extrae signficantes del campo del Otro y produce un sin sentido (zona de intersección en el gráfico): sin sentido para el Otro, pero pleno de sentido para él. Es un “pas de sense”, en su doble acepción en francés, nada de sentido para el Otro y paso al sentido para el sujeto. Para que la separación, como movimiento constitutivo del sujeto se dé, es necesario que éste pueda interrogar los significantes de la demanda del Otro. El sujeto por venir, se recuperará del eclipsamiento en el Otro interrogando el deseo del Otro, en los intervalos de su demanda. En las afecciones psicosomáticas, para un cierto tramo de la red, falta afanisis (otra forma de decir alienación), falta letra a cuenta del sujeto para la alienación: el inconsciente del sujeto no la puede leer, que la lea lo constituye como sujeto del inconsciente. No podrá extractar significantes para la separación, ésta fallará también. 9

Es lo que en ciertos lugares de su obra, Lacan llama la holofrase: los significantes que vehiculizan las demandas del Otro no presentan intervalos, se trata de demandas inequívocas, renegatorias de la falta: producen en el sujeto perplejidad orgánica. Alguna zona del cuerpo del sujeto afectada por esta alienación fallida, queda como rehén del Otro. Se trata de una falla a nivel de lo simbólico: al no operar el inconsciente, eso que viene del Otro como exceso se incrusta en la carne produciendo la lesión. Al respecto, y para terminar, un pequeño fragmento clínico. Una hermosa muchacha de quince años presenta un incipiente vitiligo en el rostro. Algo empieza a suceder en las consultas cuando se puede hacer una operación de lectura sobre el nombre familiar que se le daba a la afección, despegado del diagnóstico médico, que sólo sellaba la cuestión. Se la designaba como “las manchas”. Letra que se pudo articular con una cargada historia familiar, entrevista y renegada por la niña. La madre había tenido una hija antes de casarse; esto constituía para ella una mancha que temía, se repitiese en su hija legal, cuya incipiente sexualidad resultaba así, para la madre, altamente peligrosa. Mi experiencia en Psicosomáticas indica que cuando el diagnóstico médico es puramente técnico redobla la holofrase: resulta ininterrogable por el sujeto, lo cual se acentúa en el caso de niños y adolescentes. Las familias, sin embargo, le dan, en general, un nombre doméstico a la afección. Y es por ese sesgo que se puede, cuando se puede, avanzar. Es ahí donde es dable recortar el latido de una letra que, sorda para los actores, hace eco en el único inconsciente que, en el punto de la lesión está presente: el del analista. Y si bien Lacan advierte que la inscripción no es significante, que es un jeroglífico

“no para ser leído”, también dice que el “eslabón del deseo está conservado”.

Mi

propuesta es que se conserva congelado en una letra en el lugar del Otro. Que esta sea, en muchos casos, su manera de estar conservado, permite apostar a que el inconsciente del sujeto –la “invención del inconsciente”, en términos de Lacan- pueda, en algún momento, hacerse cargo. Para concluir, la lectura de la letra en transferencia, al señalar en el discurso el goce que detiene, despeja el camino hacia el deseo del sujeto.

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Conferencia dictada en la Asociación de Filosofía Latinoamericana y Ciencias Sociales - Seminario “Variaciones del habla” - Agosto 2002. Publicado en: AAVV, Variaciones del Habla, Altamira, Buenos Aires, 2004. Pag. 143-152.

Bibliografía Freud, S.: El chiste y su relación con el inconsciente. Tomo VIII, Obras completas. Amorrortu editores, Buenos Aires 1993. Lacan, J.J.: Lituraterre. Suplemento de las notas I. E.F.B.A., Buenos Aires 1980. Lacan, J.J.: La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud. Escritos I. Siglo XXI Editores S.A., Buenos Aires 1977. Lacan, J.J.: Subversión del sujeto y dialéctica del deseo. Escritos I. Siglo XXI Editores S.A., Buenos Aires 1977. 11

Lacan, J.J.: Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos II. Manantial, Buenos Aires 1991. Lacan, J.J.: Seminario XX: Aun. Paidós, Buenos Aires 1992 Lacan, J.J:: Seminario XXV: Momento de concluir. Inédito. Ficha E.F.B.A. Lacan, J.J.: Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del

psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires 1999. Yankelevich, H.: Del padre a la letra. Homo sapiens ediciones, Rosario 1998. Vegh, I.: Enlaces y desenlaces del goce. Paidós, Buenos Aires 2000.

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