Israel Nisihura B.A., California State University, Sacramento, 2008 THESIS. Submitted in partial satisfaction of the requirements for the degree of

TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO’S CESAR CHAVEZ: A HERO FOR EVERYONE AND THE SKIRT Israel Nisihura B.A., California State University, Sacramento,

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Story Transcript

TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO’S CESAR CHAVEZ: A HERO FOR EVERYONE AND THE SKIRT

Israel Nisihura B.A., California State University, Sacramento, 2008

THESIS

Submitted in partial satisfaction of the requirements for the degree of

MASTER OF ARTS in SPANISH at CALIFORNIA STATE UNIVERSITY, SACRAMENTO SPRING 2010

TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO’S CESAR CHAVEZ: A HERO FOR EVERYONE AND THE SKIRT

A Thesis by Israel Nisihura

Approved by: , Committee Chair Wilfrido H. Corral, Ph.D.

, Second Reader Maria Mayberry, Ph.D.

Date

ii

Student: Israel Nisihura

I certify that this student has met the requirements for format contained in the University format manual, and that this thesis is suitable for shelving in the Library and credit is to be awarded for the thesis.

, Graduate Coordinator Edward Baranowski, Ph.D.

Date

Department of Foreign Languages

iii

Abstract of TRANSLATING ACROSS GENRES: GARY SOTO’S CESAR CHAVEZ: A HERO FOR EVERYONE AND THE SKIRT by Israel Nisihura

The purpose of this thesis is to translate two texts originally published in English, a short story and a non-fiction prose text, into Spanish. A major goal of this thesis is to examine and prove that culture sets up considerable differences between the translation of one literary genre and the other. Several translation theory texts were consulted in order to produce the best possible translations of Gary Soto’s Cesar Chavez: A Hero for Everyone, a biography, and The Skirt, into Spanish, keeping in mind that both texts are aimed for children. Furthermore, four of Soto’s sources were also read firsthand in order to compare them to his own biography of Cesar Chavez. It was concluded that there is a distinct difference that reaches beyond cultural differences and references between the translation of an English short story and a non-fiction prose into Spanish.

, Committee Chair Wilfrido H. Corral, Ph.D.

Date iv

ÍNDICE Página Capítulo 1. INTRODUCCIÓN………….……….…………………………………………………1 Mis inicios en la traducción……………………………………………………….1 Mi interés por traducir obras de Gary Soto………………………………………..2 César Chávez y La falda de Gary Soto….…………………………………….......3 2. TEORÍA…………………..…………………………………………………………….5 Teorías de traducción……………………………………………………………...5 Traducción del ensayo vs el cuento corto…………………………………………9 3. TRADUCCIÓN DE CÉSAR CHÁVEZ: UN HÉROE PARA TODOS..……………...15 4. TRADUCCIÓN DE LA FALDA.....…………………………………………………..53 5. CONCLUSIÓN………………………………………………………………………..85 Apéndice A.

Mapa de Corcoran, CA..........……………………………………………90

Apéndice B.

Mapa de Delano, CA.………………………………………………….....91

Apéndice C.

Mapa de Oxnard, CA.……………………………………………………92

Bibliografía.……………………………………………………………………………...93

v

1 Capítulo 1 INTRODUCCIÓN Mis inicios en la traducción Es casi imposible intentar acordarme de la edad exacta en la cual nació mi interés por la traducción e interpretación del inglés al español y viceversa. Sin embargo, sé que desde una temprana edad, mis padres me obligaban a mí y a mis hermanos mayores a traducirles y servirles de intérpretes por su desconocimiento del inglés. A pesar de que era una tarea sumamente difícil de efectuar con claridad, hoy le puedo atribuir mi curiosidad por la traducción a esos momentos difíciles en los que mis padres me exponían a funcionar en dos idiomas en contra de mi voluntad. La traducción en general es un trabajo psicológicamente agotador, ya que el traductor tiene la responsabilidad de no sólo entender el mensaje en una lengua, sino que posteriormente lo tiene que reproducir en otro idioma que tiene sus propias reglas gramaticales. En cierto sentido, fue cruel de parte de mis padres exponerme a una situación tan complicada como lo es el traducir, especialmente porque un niño aun no ha adquirido un vocabulario tan extenso como para traducir mensajes técnicos, por ejemplo, relacionados al gobierno o a facturas de agua o de electricidad. Debo admitir que sí me alegraba después de cumplir con mi deber, pero el fastidio que sentía al principio era inenarrable, porque no sabía si lo hacía bien, o no. En ese entonces, deseaba que nunca más tuviera que exponer mis debilidades lingüísticas en frente de nadie, pero la realidad es que vivimos en una sociedad donde el intercambio de habla entre angloparlantes e hispanoparlantes ocurre a diario y es imposible esconderse de él, sobre todo para los emigrantes y sus hijos. Al contrario,

2 muchas veces he ofrecido mi conocimiento de ambas lenguas a personas que requieren de un intérprete para evitar la frustración que comúnmente surge en los angloparlantes y la vergüenza e impotencia que sienten los hispanoparlantes al no saber comunicarse en la lengua principal de los Estados Unidos. La enorme satisfacción que obtengo de poder ayudar a personas, como mis padres, a resolver sus asuntos personales con tan sólo traducir de una lengua a la otra es inefable. Justo por esa misma dicha de traducir es que decidí emprender la traducción como parte de mi tesis de Maestría. Mi interés por traducir obras de Gary Soto Al saber que quería traducir literatura del inglés al español, no fue fácil enfocar mi búsqueda a un solo autor, dado que es casi infinita la lista de autores que han publicado obras en ese idioma. Mi interés era traducir la obra de un autor reconocido para darle más valor a mi trabajo. Entre los autores que consideré traducir se encuentran John Steinbeck, Ernest Hemingway, Mark Twain y Gary Soto. Realmente no estaba buscando una obra en específico de estos autores, sino más bien buscaba una obra de cualquiera de ellos que no hubiese sido traducida al español aún, y que de una manera u otra expresara algo relacionado a la experiencia con mis padres, pero para mejorarla o ponerla en perspectiva. Por medio del WorldCatalog que la Universidad de Sacramento le ofrece a sus estudiantes, fui eliminando posibilidades, al descubrir que ciertas obras que me interesaba traducir ya estaban traducidas al español. Los escritores antes mencionados formaron parte de la literatura a la que fui expuesto desde pequeño, al igual que la mayoría de los chicos de primaria y secundaria a lo largo del país, y que contribuyó a mi desarrollo intelectual.

3 Fue sumamente difícil encontrar un libro de estos autores que no hubiese sido traducido al español aún. Tenía la esperanza de que libros como Of Mice and Men de Steinbeck, The Adventures of Huckleberry Finn de Twain, The Old Man and the Sea de Hemingway o Baseball in April and Other Stories de Soto no hubiesen sido traducidos aún, pero no tuve suerte. Sin embargo, mi investigación me orientó a considerar a Gary Soto como el mejor autor para traducir por varias razones. A pesar de que nació en Estados Unidos, y escribe directamente en inglés, no en español, sus libros normalmente tocan temas con los cuales los mexicoamericanos se pueden identificar. Por ejemplo, Too Many Tamales es un cuento corto que obviamente incluye la cultura mexicana al hablar de una comida tan tradicional como lo son los tamales. No es raro que Soto cuidadosamente ensarte léxico español dentro de sus obras para darle un tono y color cultural mexicoamericano que no fuera posible de alguna otra manera, pero esto puede despistar al lector que no es bilingüe. Por estas mismas razones, de que sus cuentos y poemas tienen la cultura mexicana como fondo, un gran porcentaje de sus libros ya han sido traducidos pero tuve la fortuna de encontrar un par de ellos que nadie había traducido al español. César Chávez y La falda de Gary Soto Cesar Chavez: A Hero for Everyone es una breve biografía del célebre organizador de trabajadores agrícolas mexicanos en California, dirigida a un público juvenil. No pude haber tenido más suerte porque Chávez ha sido un ídolo mío desde que aprendí en la primaria acerca de su pasión por luchar por los derechos civiles de los mexicanos de una manera pacífica, siguiendo la filosofía de Mahatma Gandhi y Martín

4 Lutero King Hijo. Soto escribió esta biografía breve, leyendo biografías existentes de Chávez, compilándolas y adaptándolas para el público juvenil al que se dirige la suya. Él utilizó siete de esas obras de prosa no ficticia para producir la suya, y afortunadamente pude adquirir cuatro de ellas por medio de la biblioteca de la Universidad de Sacramento para poder comparar y contrastarlas a la de Soto. Algo que debía mantener en mente mientras traducía, aparte de las teorías de traducción que mencionaré más adelante, era que el lenguaje que Soto utiliza y que yo debía de reproducir en español está simplificado para que niños de primaria puedan comprender la lectura. En otras palabras, mi deber como traductor es serle fiel a la obra original, utilizando un vocabulario similarmente poco sofisticado en español para la comprensión del público juvenil. La biografía de César Chávez es prosa no ficticia, y como su brevedad me lo permitía, decidí traducir una obra ficticia del mismo autor para investigar si existe alguna diferencia al traducir prosa no ficticia y ficción. The Skirt era una opción perfecta porque es un cuento corto, publicado como libro, sin formar parte de ninguna colección de cuentos cortos, que gira alrededor de una niña mexicoamericana que vive una aventura divertida al intentar recuperar su falda que olvidó en un autobús escolar. Así que el enfoque de esta tesis no sólo es traducir estas dos obras de Gary Soto del inglés al español, sino averiguar si existen algunas diferencias entre la traducción de estos dos géneros, lo cual parece obvio, pero no lo es.

5 Capítulo 2 TEORÍA Teorías de traducción Podría ser muy fácil para un bilingüe hispanoamericano caer en la trampa de pensar que la traducción del inglés al español, y viceversa, es una tarea relativamente simple, ya que se pueden comunicar efectivamente en ambos idiomas. Sin embargo, la realidad es que todos los que se consideran bilingües utilizan una lengua en ciertos contextos o ámbitos, mientras que se comunican en la otra lengua en ámbitos distintos. Incluso, aunque la persona no esté consciente de ello, cualquiera es más competente con una lengua que la otra, dependiendo de cuál se usa más y a cuál lengua se ha expuesto más o estudiado formalmente, entre otros factores. Por ejemplo, es común que algunos hispanoamericanos se comuniquen en inglés con amigos, maestros, empleadores, etcétera, manejando a la perfección la jerga común y términos técnicos y tecnológicos que se utilizan comúnmente. No obstante, si se le intenta traducir a los padres, por ejemplo, lo que uno habló con el empleador en la reunión de hoy, tomando en cuenta que ellos no conocen la terminología del empleo, uno se podría llevar la desagradable sorpresa de no saber traducir con exactitud lo que ocurrió en el trabajo el día de hoy. Debo admitir que he vivido anécdotas similares a la mencionada anteriormente, pero también debo mencionar que los cursos de estudios graduados del Departamento de Español, aquí en la Universidad de Sacramento, me han preparado intelectualmente para asumir la desafiante prueba de traducir dos obras de Gary Soto. Específicamente, cursos como English/Spanish Contrastive Grammar me dirigieron en la dirección de la

6 traducción como la culminación de mi Maestría. Qué mejor manera de incorporar no sólo la lingüística que tanto se enfatiza en el departamento, sino la literatura que también forma parte de nuestra lengua y cultura. La gramática del inglés y del español no necesariamente será un enfoque principal de esta sección, aunque sí se hará referencia a ciertos elementos lingüísticos que ilustren similitudes y diferencias particularmente interesantes. Antes de comenzar este reto, era indispensable leer acerca de lo que profesionales del tema han investigado para no abordar el proyecto ciegamente. Se comienza a traducir con una desventaja profunda al leer que, “a translation can never equal the original; it can only approach it, and its quality can only be judged as to accuracy by how close it gets” (Biguenet vii). Esa conclusión de este editor nace a raíz de que las dos lenguas que se están tratando tienen su propia gramática y semántica que las gobierna, y el intento por traducir de una a la otra se queda justamente en eso, en sólo un intento. Además se debe tener en mente que la lengua forma parte de la cultura de uno, y todo lo que se transmite por medio de ella es un reflejo de la misma (ValeroGarcés 14). Quizá ya esté más difundida la bebida en Hispanoamérica pero durante la traducción del capítulo tres de The Skirt, me encontré uno de varios obstáculos al tener que traducir al español el codiciado “iced tea” que se bebe mucho en Estados Unidos. Después de consultar Wordreference.com, pude resolver el pequeño problema, descubriendo que “té frío” era la traducción más apropiada. Wordreference.com es un sitio de web bastante confiable pero no perfecto en el que uno puede preguntar por traducciones de frases breves de una lengua a la otra a otros bilingües. Claro que las

7 respuestas que ofrecen los miembros de dicho sitio son sugerencias, y la decisión final de la traducción más apropiada la tiene uno. Obviamente, conozco el “iced tea” porque es muy popular aquí en Estados Unidos, pero nunca me había visto obligado a identificar dicha bebida en español, hasta ahora. Al final del capítulo siete del mismo libro me encontré en una situación semejante, al tener que traducir otra bebida muy apetecida en este país, “root beer”. Esta bebida tampoco es muy común en Hispanoamérica, así que el nombre que más se aproxima a una traducción más correcta sería “refresco hecho de distintas raíces.” Esta traducción me pareció ser la más aceptable, dado que la definición de la bebida que ofrece el diccionario de web de Merriam-Webster es: “A sweetened carbonated beverage flavored with extracts of roots (as sarsaparilla) and herbs.” Es importantísimo que cualquier traductor tome en cuenta que en la traducción, no siempre va a existir un equivalente exacto en la lengua a la que se está traduciendo, como se sabe (Valero-Garcés 29). Continuando con la idea de que la lengua está eternamente fusionada a la cultura, se encuentra una de las grandes diferencias que le podrían causar un insoportable dolor de cabeza a cualquier traductor o intérprete. Me refiero al hecho de que en español se distingue entre segunda persona singular formal e informal, mientras que en inglés no existe dicha distinción (Valero-Garcés 35). Es casi imposible crear un grupo de reglas que indiquen cuándo se debe usar tú y cuándo usted en español, ya que cada país hispanoamericano parece tener sus propias normas de cortesía. Sin embargo, generalmente se inclina hacia el uso de usted cuando se habla con personas mayores, con personas de autoridad y cuando se habla con desconocidos. Más allá de eso, el criterio

8 para determinar lo que se considera aceptable (por precisión del significado) o insultante (por no representar correctamente el mensaje cultural) varía a tal grado de un país a otro, y a veces dentro de un mismo país, que los lingüistas han preferido mantener su distancia de ese tema. Un ejemplo elemental es que, existen individuos mexicanos que se comunican formalmente con sus padres, hablándoles de usted, mientras que compatriotas suyos les hablan de tú a sus padres. Esa diferencia entre el inglés y el español fue justamente lo que enfrenté durante la exégesis, o “el análisis del texto original para descubrir el significado por traducir” (Larson 64) del primer capítulo de la biografía de Cesar Chávez. Es un hecho que el traductor no se puede dar el lujo de dejar escapar ni el más mínimo detalle cuando se lee y se analiza el texto original; es más, el traductor debe leer el texto con la misma escrupulosidad que cualquier crítico literario (Biguenet ix). Ese detalle de la segunda persona formal o informal lo tuve que considerar al examinar la frase de uno de los personajes, “What is it you want?” El contexto me indicaba que esa frase podría ser una que Chávez posiblemente escuchó al ir de puerta en puerta, en su intento por unir a los trabajadores agrícolas. En otras palabras, Chávez era un simple desconocido para la persona que contestó a la puerta, quien fue el que produjo esa frase. Entonces, según mis experiencias de la cultura, sería más probable que esa persona haya dicho “¿Qué se le ofrece?” en vez de “¿Qué se te ofrece?” Aún así, esto deja a un lado el problema del “tono” que el autor quiere transmitir en una lengua donde no hay esa distinción formal. Finalmente, cualquier estudio de teorías de traducción sería incompleto si no se toca el tema del descomunal obstáculo de las expresiones idiomáticas, que incluye a los

9 modismos y frases hechas. Las expresiones idiomáticas “are frozen patterns of language which allow little or no variation…and carry meanings which cannot be deduced from their individual components” (Valero-Garcés 56). Para ilustrar lo que es un modismo, en el capítulo dos de César Chávez, Soto dice que César y su hermano Richard “skipped school” en alguna ocasión. Una traducción literal sería un horror porque esa frase fija no tiene significado si se analizan sus elementos individuales; la traducción incorrecta que resultaría sería que ambos niños *“saltaron la escuela.” Ese modismo lo pude haber traducido con un modismo mexicano que transmite la misma idea de faltar a clases, “irse de pinta”. No obstante, con la sugerencia de mi consejero, el Profesor Wilfrido H. Corral del Departamento de Español, opté por traducir ese modismo con una frase más universal y formal que se pueda entender en otros países hispanos, “…faltaron a clases.” Y así sucesivamente, aun teniendo en cuenta que el público de mis traducciones sería de descendencia mexicana, en su mayoría. Todo lo mencionado hasta este punto han sido teorías de traducción pertinentes a ambas obras traducidas, César Chávez y The Skirt. Sin embargo, el enfoque de la siguiente sección de este capítulo será sobre peculiaridades que distinguen la traducción de la prosa no ficticia, o el ensayo más específicamente, de la ficción, o el cuento corto. La biografía de Chávez y The Skirt son exactamente eso, respectivamente, un ensayo y un cuento corto. Al traducir ambas obras de Soto, no sólo fue necesario mantener en cuenta todas las teorías antes mencionadas, sino la existencia de otra serie de pautas que se deben respetar al traducir un género y el otro. Traducción del ensayo vs el cuento corto

10 A simple vista, fácilmente se podría cometer el error de suponer que no existe gran diferencia entre la traducción de un ensayo y la de un cuento corto, pero la realidad es que si se indaga más profundamente sí se descubrirá dicha diferencia. Para comenzar, las filosofías que respaldan la producción de un género y el otro son indiscutiblemente distintas. En otras palabras, los autores de ensayos o cuentos cortos tienen una clara definición del tipo de obra que están produciendo, y siguen ese paradigma a lo largo de su trabajo. De acuerdo a John Gross, el ensayo es una “composición en prosa de moderada extensión sobre un tema histórico, político, filosófico, literario, científico, artístico, religioso, etc., expuesto con amenidad, claridad, agudeza y originalidad. Es un género didáctico de extraordinaria importancia en la actualidad” (en Corral). Resumiendo, la biografía que Soto escribe sobre Chávez es un tipo de prosa no ficticia en la cual el autor relata todo aquello que él considera apropiado e importante, narrándolo de una manera única y en todo momento considerando el público juvenil al que se dirige. Pero a la vez, su mensaje no contiene las mismas “lecciones” que The Skirt enfatiza y disfraza. Obviamente, César Chávez es una persona real, y gracias a la consulta de algunas de las fuentes que utilizó Soto, se puede constatar cómo él era en realidad y cuáles fueron sus experiencias. Mi trabajo como traductor no sólo era reproducir esa realidad que Soto transmite por medio de su obra, sino duplicar los sentimientos y emociones que él les atribuye a los personajes con la mayor exactitud posible. Por ejemplo, era un hecho que César detestaba a los contratistas laborales, y se puede detectar que Soto intentaba emitir ese desagrado de Chávez al plasmarlos en su obra como unos desalmados, mentirosos y egoístas. Soto logra que el lector reaccione de una manera negativa hacia los contratistas

11 al exclamar cómo tentaban a César y a su hermano, ambos tan sólo unos niños, al venderles refrescos y aguas frescas a precios demasiado altos bajo el intenso calor de 105°F, medida a la que vuelvo inmediatamente. Si se logra una traducción correcta, ese sentimiento antagonista que Soto logra, debería ser transmitido a los lectores de mi traducción de igual manera. En otras palabras, el humor de la traducción de esa oración teóricamente debe ser igual al texto original si se desea que se acepte como una buena traducción (Fuller 158). Justo por lo que dice John Gross, que un ensayo es un género didáctico muy importante hoy en día, me aseguré de incluir notas explicativas al pie de la página a lo largo de mi traducción, para añadir información que consideré valiosa para el público juvenil. Por ejemplo, sabemos que en este país se prefiere la escala Fahrenheit para referirse a temperatura, mientras que en otros países se prefiere usar Centígrados. Por esa razón, juzgue apropiado aclarar que los 110° a los que Soto hace referencia en el capítulo dos son a escala Fahrenheit y no Centígrados. Más allá, dado que la familia de César constantemente se mudaba de un lugar a otro, creí que era necesario orientar al lector por lo menos en cuanto a las ciudades en las que César y su familia residieron por un período de tiempo más extenso. Por esta razón, no sólo incluí una breve descripción geográfica de la localización de Delano, Corcoran y Oxnard, California al pie de la página, sino que proveí tres apéndices que claramente indican su ubicación en el mapa de un estado y país que muchos lectores hispanohablantes no han visitado. Ahora, gracias al hecho que Soto incluyó una bibliografía de las fuentes que utilizó para crear su biografía de Chávez, pude comparar cómo él expresa algunos de los

12 detalles que los otros autores expresaron de una manera distinta; el factor más determinante de esa diferencia siendo el público al que se dirigen esos autores. Por ejemplo, en el capítulo dos Soto dice que el papá de César le pegó en el trasero a él y a Richard por haber faltado a clases. Pero lo que Soto quizá omitió a propósito y que el biógrafo Jacques E. Levy sí incluyó es que la razón por la cual César y Richard huyeron de la escuela es que la directora de la escuela injustamente les estaba pegando con una pala, por supuestamente pelear con los blancos, cuando ellos sabían que no tuvieron nada qué ver en esa riña. En otras palabras, a la directora no le importó averiguar si en verdad ellos estaban involucrados en la trifulca, y porque la injusticia les molestó, decidieron huir de ella. Continuando con la comparación de lo que Soto dice y cómo se compara o contrasta con la información que proveen los biógrafos, existe una diferencia de narración de los tiempos cuando César y Richard atrapaban topos como un empleo pagado. Soto simplemente dice que ambos recibían un centavo por cada cola de topo que obtenían, jamás mencionando detalles como quién les pagaba, ni cómo atrapaban esos animales. Indudablemente, Soto no se descuidó al no incluir más detalles, sino que probablemente decidió que estos no eran esenciales para comunicárselos al lector juvenil. Levy ofrece esa información, y mucha más; no es para menos, ya que su biografía de Chávez es de más de quinientas páginas, y se puede dar el lujo de incluir hasta el más mínimo detalle. Este biógrafo dice que ambos hermanos atrapaban topos para el distrito de irrigación con la ayuda de trampas, que César llevaba un hacha pequeña y un pequeño bloque de madera para cortarles la cola a esos animales muertos, y que tres o cuatro gatos

13 andaban con ellos para comerse los topos muertos. Es evidente la diferencia al narrar y seleccionar de un biógrafo y del otro, el denominador común de dicha diferencia siendo el público juvenil al que se dirige Soto. Al traducir el cuento corto The Skirt, encontré similitudes a la traducción de la biografía de Chávez, pero el enfoque fue ligeramente diferente. La diferencia al traducir un género y el otro proviene generalmente de la definición que Demetrio Estébanez Calderón ofrece de lo que es un cuento corto, “un relato breve, oral o escrito, en el que se narra una historia de ficción (fantástica o verosímil), con un reducido número de personajes y una intriga poco desarrollada, que se encamina rápidamente hacia su clímax y desenlace final. Se ha dicho que el cuento se distingue ‘por la brevedad, la tendencia a la unidad (de lugar, tiempo, acción, personajes); la concentración en algún elemento dominante que provoque un efecto único (con frecuencia un objeto-símbolo o una palabra clave); y la suficiente capacidad para excitar desde un principio la atención del lector y sostenerla hasta el fin” (en Corral). The Skirt sin lugar a dudas reúne todas las características que identifican a un cuento corto, según la definición de Calderón. Sin duda alguna, es una historia ficticia que podría parecer verosímil, es breve, el número de personajes es limitado, y la conducción apresurada hacia el clímax está presente en este relato. Por esa razón, es sumamente importante que una traducción no tenga errores garrafales que le puedan transmitir información equivocada al lector. Por ejemplo, este cuento incluye bastante diálogo entre los personajes y un descuido al traducirlo podría afectar la transmisión del mensaje. Un ejemplo podría ser cuando un chico llamado Rodolfo le insiste a Miata, el personaje principal, y a su amiga Ana que jueguen baloncesto con él. Soto dice, “‘Come on,’ he argued” y una traducción incorrecta aquí podría transmitirle al lector que Rodolfo “discutió” con ellas. “Come on” no necesariamente especifica a quién se dirigía él al

14 decir eso, pero la interpretación del contexto lo lleva a uno a traducirlo al español como “Ándenle” o “Vamos”, donde se puede apreciar que se dirige a ambas y no a una en específico. Gracias a un entendimiento correcto del texto original, se puede llegar a una traducción en la cual se transmite la información y significado correctos. Más adelante, después de haber olvidado su falda en el autobús escolar, Miata tuvo una conversación interna en la que se imagina diciéndole a Ana que vea a su costado, que allí está la falda. Soto decide escribir esto en letra bastardilla para no confundir al público juvenil, pensando que Miata se está comunicando directamente con Ana. Por esa razón, juzgué que era provechoso traducir ese soliloquio en letra bastardilla también. Resumiendo esta sección, la traducción del cuento corto y del ensayo son trabajos bastante distintos a raíz de las definiciones de un género y el otro. Los autores están conscientes del género al cual pertenecen sus obras, y producen sus textos basándose en su propia versión de lo que entienden por un cuento corto, ensayo, etc. En otras palabras, la naturaleza de este cuento corto, por ejemplo, gira alrededor del dilema de Miata por recuperar la falda perdida, y eso establece los parámetros que el traductor usará para traducir. En ambos casos, y según el consenso de las fuentes que he consultado, se traduce no sólo lo que “dice” el texto, sino lo que “significa”. En seguida se encuentran las traducciones de César Chávez y The Skirt, y los aspectos de traducción antes mencionados se verán sumergidos a lo largo de dicho trabajo.

15 Capítulo 3 TRADUCCIÓN DE CÉSAR CHÁVEZ: UN HÉROE PARA TODOS Capítulo Uno Viendo por sí mismo César Chávez llegó a Corcoran1, California en su camioneta Mercury de 1953. Era el fin del verano de 1962. Estaba allí con algunos otros reclutadores de la organización que posteriormente llamaría la National Farm Workers Association (NFWA)2 para ir de puerta en puerta informando a los trabajadores agrícolas acerca de un nuevo sindicato que les ayudaría. Corcoran era un pequeño pueblo californiano del valle de aproximadamente cinco mil personas. La mayoría de ellos eran mexicoamericanos. Eran pobres y solían vivir en barrios o en campamentos de trabajo. Trabajaban en los campos de los alrededores de Corcoran, cosechando uvas en el verano y recogiendo3 algodón en el otoño. Corcoran tenía un historial de problemas laborales. Había sido el sitio donde unos trabajadores agrícolas se declararon en huelga en 1933. A los trabajadores del algodón les pagaban a destajo. Esto quería decir que no les pagaban por hora sino por cuánto recogían. Ellos exigían una mejor paga e imparcialidad de parte de los agricultores, quienes ocasionalmente los engañaban. Si recogías algodón, tenías que 1

Corcoran, CA es un pueblo de aproximadamente 6.4 millas2 al extremo este del condado de Kings (www.wikipedia.org). Ver el Apéndice A. 2 La NFWA fue fundada por César Chávez en 1962 en defensa de los trabajadores agrícolas. Su oficina central se encuentra en Delano, CA. Delano se localiza en la intersección de la autopista 99 y la vía férrea principal de Southern Pacific Railroad, 33 millas al norte de Bakersfield (Taylor, 109). Ver el Apéndice B. 3 Es común escuchar a hispanoparlantes decir “piscar” en vez de recoger, para referirse a la cosecha.

16 arrastrar un saco―o “sacko,” en spanglish―hasta que estaba tan lleno y pesado que ya no se podía jalar más. Luego un agricultor o su capataz pesarían el saco. A veces los agricultores engañaban a los trabajadores al no calibrar apropiadamente las balanzas. Otras veces despedían a un trabajador por descansar por diez minutos. Este trabajador normalmente era despedido al fin de su jornada y sólo recibía una porción de sus ganancias, nunca lo que merecía. César tenía tan sólo seis años cuando comenzó la huelga pero después, de jovencito, leyó y escuchó sobre ello. Sabía que los huelguistas habían sido golpeados, disparados y en ocasiones hasta asesinados por los agricultores armados. César sí tenía recuerdos de Corcoran. Su familia solía recorrer el Valle Central de California en busca de trabajo cuando él era niño. A principios de 1940, trabajaron en Corcoran recogiendo algodón durante un verano. Desafortunadamente, el contratista, la persona encargada de contratar y pagarle a los trabajadores, huyó con el dinero que con tanto sacrificio habían ganado. Ahora César caminaba de casa en casa, presentándose en español. Le explicaba a la persona que contestaba a la puerta―un hombre o una mujer agotado(a) por haber trabajado en el campo―acerca de la urgente necesidad de justicia para el trabajador agrícola. “¿Qué se le ofrece?” un hombre le podría preguntar. Su respuesta sería que quería comenzar un movimiento para mejorar la vida de los trabajadores agrícolas.

17 Para 1965, los chicanos―mexicoamericanos―simplemente llamaban la causa al movimiento, la causa para cambiar cómo trataban a los trabajadores agrícolas. La causa, también, para cambiar cómo trataban a los mexicoamericanos en los pueblos pequeños y en las ciudades más grandes. “¡Viva la causa!” se convertiría en la consigna del trabajador del campo. Capítulo Dos Comienzos El deseo de César por luchar contra la injusticia probablemente comenzó cuando tenía diez años. Su familia perdió su rancho de 118 acres en las afueras de Yuma, Arizona cuando los Chávez no tenían el dinero suficiente para pagar los impuestos que debían de la propiedad. Su mamá, Juana, pudo haber influido en él. Cada 16 de octubre, ella le rendía homenaje a Santa Eduvigis, una duquesa polaca que regaló todos sus bienes terrenales a los pobres. O pudo haber comenzado con los cuentos de su abuelo fuerte y trabajador, Cesario, de quien derivaron su nombre. Cesario se había escapado de una hacienda en el estado mexicano de Chihuahua a fines de 1880. Todas estas influencias fundaron una ternura por los pobres en el corazón de César. César nació el 31 de marzo de 1927 en el segundo piso de la tienda de su familia. En ella vendían comestibles y otros artículos que los agricultores y trabajadores agrícolas necesitaban para labrar la tierra. Pero el padre de César, Librado, se vio obligado a vender la tienda porque el negocio funcionaba demasiado lento. César tenía cinco años en aquel entonces. La familia se mudó de regreso al rancho que el abuelo de César, Cesario,

18 también conocido como Papá Chayo, había ocupado por más de tres décadas. Allí cultivaban algodón, al igual que pequeñas parcelas de sandía, maíz, calabaza y chiles. Pollos deambulaban por la sombra de su casa de adobe. César se levantaba temprano para hacer sus faenas y luego caminaba sin muchas ganas hasta una escuela de tres salones con su hermana Rita y su hermano Ricardo. Esto era más difícil durante el invierno cuando César no tenía nada que lo mantuviera más abrigado que un suéter. La escuela no era un lugar acogedor. No se le permitía hablar español, la lengua que hablaban en casa. De hecho, el que lo hablara era castigado. Lo único de lo que se acordaba de la escuela era el zumbido de la regla antes de que cayera sobre sus muñecas o nudillos. César y Ricardo no siempre querían estar en el colegio. Una vez que los dos faltaron a clases, la directora fue hasta su casa para reportarlos. Si pensaban que el desierto era caliente, no se comparaba con lo caliente que quedaron sus traseros después de que su padre fue notificado. Cuando no estaban en la escuela, jugaban en los árboles con juguetes hechos en casa y hacían puentes de ramas sobre riachuelos, cuya agua venía de los canales de irrigación. También ayudaban en el campo. Cortaban algodón con un azadón en la primavera. Luego lo recogían en septiembre. Había muchas faenas y César, como cualquier otro niño, se quejó con su padre más de una vez. ¡Qué niño no se quejaría de tener que levantarse a las cuatro de la mañana para recoger algodón en los días cuando

19 la temperatura subía a más de 110 grados4―aún en la sombra! Todo el país estaba sufriendo por la Gran Depresión de los años treinta. La persona común y corriente no tenía suficiente dinero para vivir. Había pocos empleos. La gente padecía de hambre. Al empeorar la Depresión, César y Ricardo intercambiaban canastas de huevos por harina o harina de maíz con los vecinos. Cuando los tiempos eran buenos, podían vender una docena de huevos por cinco o seis centavos. Pero ahora nadie, especialmente los agricultores, tenía ningún centavo en sus bolsillos. Porque nadie tenía dinero, los vecinos intercambiaban muchos productos. Si los vecinos mataban una de sus cabras, los Chávez podían intercambiar lo que cosechaban por un poco de esa carne. El humor del país entero cambió con millones de personas desempleadas. Los Chávez definitivamente lo sintieron. Las cosas empeoraron cuando el valle de North Gila, donde estaba su rancho, sufrió una sequía. Era rara la vez que llovía, hasta en temporadas normales. Todos se preocupaban más y más cuando su fuente de vida, el canal que corría frente a su casa, se disminuyó a un hilito. César miraba arrugas profundas de preocupación en el rostro de su padre. ¿Cómo vivirían? Alrededor de este tiempo fue cuando César y Ricardo consiguieron su primer empleo de a sueldo. Cazaban topos que no sólo dañaban el cultivo, sino que arruinaban las paredes de los canales de irrigación. Por cada topo que atrapaban―tenían que enseñar la cola del animal muerto―recibían un centavo. 4

110° se refiere a la escala Fahrenheit, y no a 110° centígrados.

20 Al comienzo de cada día, ambos chicos salían en búsqueda de lo que consideraban alimaña valiosa. No eran tiempos para jugar. César protegía a los animales cuando creció y nunca los dañaba. Pero él y Ricardo sólo estaban tratando de ayudar a su familia durante esos primeros años de pobreza. Capítulo Tres En el camino con otros Pero las monedas de un centavo que se ganaron no pudieron salvar el rancho de la familia. Librado viajó a Oxnard5, California en 1938 para trabajar en los campos de frijol y luego le escribió a su familia para que le acompañaran. Se despidieron de su casa de adobe en la granja que ya no les pertenecía. Cargaron todo en el coche y se unieron a la gran masa de casi un millón de personas en busca de trabajo―cualquier trabajo―en California y el noroeste. Después de una semana en el camino, la familia Chávez se encontraba en Oxnard. Imagínese lo que César pensó de la neblina que envolvía al pueblo costero. Nunca antes había visto el mar tampoco. Era emocionante para el niño de diez años recular de las olas que lamían la playa. California no era nada como el desierto de Arizona. Pero la diversión fue breve. La familia recorrió California en busca de trabajo durante los siguientes tres meses―Atascadero, Gonzales, Salinas y Half Moon Bay fueron unos de los lugares en los cuales se detuvieron. Durmieron en tiendas de campaña provisionales, en su coche o si tenían suerte, en el garaje o patio trasero de alguien. A 5

Oxnard, CA se encuentra en el suroeste del condado de Ventura. Ver el mapa en el Apéndice C.

21 veces encontraban poco trabajo pero no siempre. Eran tiempos difíciles para los Chávez. Se establecieron por un tiempo en el barrio de San José llamado Sal si puedes. El nombre lo decía todo. Era un lugar arenoso con carreteras sin pavimentar, sin alcantarillado, sin faroles en la calle, canales ahogados con basura y aguas residuales de las fábricas, y casas inclinándose torcidamente en sus fundaciones de ladrillo. Los inquilinos eran mexicanos que trabajaban en los campos y fábricas de conserva colindantes. La mayoría de la cosecha era cereza, ciruela pasa, ciruela y albaricoque. Esta cosecha tenía que ser recogida rápidamente, encajada y transportada. Los trabajadores de la fábrica separaban tomates y duraznos procedentes del Valle de San Joaquín en camiones de carga. A veces Librado y Juana encontraban empleo pero ocurría muy poco. Y el trabajo que sí conseguían no pagaba suficiente. César y Ricardo encontraron un que otro empleo. Cascaban nueces, recogían botellas y cobre para el basurero y cortaban madera para los vecinos. Les pagaban con monedas de un centavo que ellos le daban a su mamá, justo como lo hacía su papá cuando tenía empleo. Ambos niños de vez en cuando se daban el lujo de ir al cine, pero gracias a su prudencia, convencieron al dueño del cine para que les pagara por limpiar las palomitas de la sala durante el intermedio. De esa manera pudieron ver las películas del Llanero Solitario gratuitamente y además ganar un dinerito. Se mudaron de San José y viajaron hacia el sur de California, al área de Oxnard, después de que la cosecha de las ciruelas pasas terminó. Aunque su estancia fuera por

22 algunos días, Juana inscribía a sus hijos en las escuelas locales de cada uno de los lugares donde se detuvieron a trabajar. Mientras le cepillaba el pelo a su hija Rita, su mamá exponía: “Yo no me instruí pero ustedes sí pueden, así que tienen que ir.” A César no le gustaba ir a la escuela porque la gente se burlaba de su acento español. Aparte estaba consciente de que su ropa, aunque limpia, estaba andrajosa y agujereada. ¡Olvídense de estilo! Hasta lo ridiculizaban por sus calcetines. Era raro que sus calcetines combinaran. Dejó de usar calcetines cuando sus zapatos se desbarataron, en invierno, para empeorar la cosa. Tenía que ir a la escuela descalzo. ¡La vergüenza de tener que entrar en un salón de clase con lodo entre los dedos! Después César y sus hermanos hicieron un inventario de las escuelas a las que habían asistido. Durante un período de cinco años de haber viajado por toda California, de la costa del Pacífico hasta el llameante desierto, habían asistido a aproximadamente treinta y siete escuelas. ¿Y para qué? César no llegaría más lejos que el octavo grado. César solía acompañar a sus padres al campo. Tenía que ayudar a la familia, dado que tenían hambre y no tenían un centavo. Aprendió a usar la navaja para cortar racimos de uvas, el azadón para el betabel y el algodón, el saco para la cebolla, la navaja para deshuesar el albaricoque, los palos para sacudir nueces, el césped fibroso para atar zanahorias, el machete para cortar por encima el betabel, el hacha para clavar los cajones para melones y escaleras para recargarlas contra árboles frutales cubiertos de pesticidas. Inclinándose, enterraba semillas de cebolla en hileras―una semilla cada cuatro pulgadas. Trabajaba un promedio de catorce horas al día durante la cosecha.

23 La intriga del contratista, la persona que contrataba a los trabajadores, no siempre era honrosa. Cuando contrataba a trabajadores agrícolas y les pagaba por hora, les podía sisar quince minutos aquí, quince minutos allá―estos minutos se acumulaban si el contratista tenía un equipo numeroso. El tiempo no reportado representaba dinero en su bolsillo. O quizá el contratista pesaba los sacos de papas o algodón con tanta rapidez que el trabajador no podía ver exactamente cuánto pesaba su saco. Y luego el contratista les deducía dinero por el viaje en el autobús laboral y dinero para los impuestos del Seguro Social. Pero el dinero para los impuestos nunca fue reportado y nunca sería cobrado, ya que la mayoría de los trabajadores eran de México. El contratista les vendía refrescos y comida a precios altos. ¡Cómo tentaban a César y a Ricardo los gritos del contratista, “¡Sodas! ¡Frescas6!” mientras trabajaban bajo el calor de 105 grados! Los contratistas además mentían acerca de las buenas condiciones de los campos de trabajo en los que residían los trabajadores durante la cosecha. Pero cuando llegaban en sus coches viejos, encontraban campos lodosos o polvorientos con un solo canal de irrigación del cual tomaban agua y se bañaban, e incluso excusados exteriores que olían horrible y estaban infestados de moscas. César trabajó en todo tipo de cosechas a partir de 1938. Durante este tiempo, su familia vivía en tiendas de campaña, los hogares de familiares y amigos, y chozas de los campos laborales sin electricidad, agua ni cañería. A veces la familia no tenía nada qué 6

“Frescas” se refiere a aguas frescas.

24 comer. El horizonte era llano en dondequiera que César mirara al final del día. ¿Se habrá preguntado si ese iba a ser su futuro―la llanura de las tierras de labranza que se extendían por acres y más acres? ¿Iba a ser esta su vida? ¿Iba a ser esto todo lo que conocería? Capítulo Cuatro Una nueva vida César se alistó en la marina a mediados de los años cuarenta para experimentar algo diferente. Retornó a California, después de una estancia de dos años, para ayudar a su familia. Volvió a la rutina de migrar con las cosechas. Mientras trabajaba, tenía tiempo de pensar en las injusticias que había vivido. Recordaba cómo era obligado a correr vueltas en la clase de educación física por hablar español, cómo no permitían su entrada en restaurantes por ser mexicoamericano y cómo fue encarcelado porque se atrevió a sentarse en la sección designada para los blancos en un cine de Delano. Observaba que los blancos y los mexicanos vivían en lados opuestos del mismo pueblo. Se preguntaba por qué los mexicanos tenían que trabajar más arduamente que la mayoría de la gente. Tenían que despertar antes del amanecer. Tenían que trabajar agachados por diez horas al día. Tenían que inhalar los pesticidas que se quedaban en las hojas. No había retretes. No había agua potable para tomar. No había descansos. Todo su día era pura labor ardua. César contrajo matrimonio con Helen Fabela en 1948, quien nació en Brawley, California pero se crió en un rancho en el área de Delano. Disfrutaron de una breve luna

25 de miel, visitando misiones californianas. Un par de semanas después, estaban de rodillas cortando uvas. Después los recién casados estaban trabajando uno al lado del otro en los campos de algodón. Su matrimonio era feliz pero sus vidas seguían incluyendo la labor ardua en los campos. Fue alrededor de este tiempo que César observó que los mexicoamericanos como él habían comenzado a competir con inmigrantes mexicanos por el trabajo del campo. A los trabajadores mexicanos les llamaban braceros, que vagamente quiere decir “brazos de trabajador”, que en cambio significaba labor barata para los agricultores. Bajo un programa gubernamental, los braceros comenzaron a salir de México para inmigrar en los Estados Unidos como trabajadores extranjeros durante la Segunda Guerra Mundial, cuando había una escasez de trabajadores. Trabajaban por menos paga que los mexicoamericanos, filipinos y blancos locales. César no tenía ningún problema con los mexicanos; después de todo, su abuelo era mexicano y en su corazón, él era puro mexicano. No, el problema era que los agricultores querían exprimir el mayor trabajo posible por la menor paga posible. César podía ver que a los agricultores les importaba un comino los braceros en cuanto se terminaba la cosecha. Cómo y dónde vivían mientras trabajaban tampoco les importaba. Claramente podía ver cómo un grupo de pobres era puesto en contra de otro más desesperado. Pero César continuó trabajando, esta vez compartiendo acciones en un campo de fresas en las afueras de San José. Fernando, su primer hijo, tenía un año de edad y otro estaba en camino.

26 Capítulo Cinco Tiempos de aprendizaje César estudió hasta el octavo grado, un gran logro para un mexicoamericano en los años treinta. Sin embargo, durante la segunda mitad de los años cuarenta y la primera mitad de los años cincuenta, recibió su verdadera educación. Conoció a los sacerdotes católicos Donald McDonnell y Thomas McCullough y al activista Fred Ross7, todos defensores de los trabajadores migrantes. Aprendió que el Papa Leo XIII apoyó los derechos del trabajador para organizar un sindicato. Leyó acerca de San Francisco de Asís y de Mahatma Gandhi, dos pacifistas. Los pacifistas son aquellos que no creen en la violencia. Su educación informal continuó por medio del ejemplo que le ponía su padre, Librado. Librado no tenía ni dinero en el banco ni un hogar propio a mediados de los años cincuenta. Su salud estaba delicada a causa de un accidente automovilístico. A pesar de eso, no dudaba ni un segundo en abandonar el trabajo si un trabajador, aunque no lo conociera, se molestaba con un contratista o agricultor. Cuando el trabajador arrojaba el azadón o saco o navaja y se marchaba del campo, por principio, Librado y su familia hacían lo mismo. Uno de esos momentos ocurrió en 1947 cuando los Chávez recogían algodón cerca de Delano. César levantó la mirada y la clavó en una caravana de más de cien 7

Fred Ross fue el líder del Community Service Organization (CSO) quien le proveyó a César Chávez experiencia organizando a la comunidad mexicoamericana para luchar por sus derechos civiles (London, 144).

27 coches y camionetas. De los altavoces se escuchaba fuertemente, “¡Huelga! ¡Huelga!” Era una caravana organizada por la National Farm Labor Union (NFLU). Emocionados, todos los Chávez salieron corriendo del campo. Se unieron a los huelguistas mientras se dirigían a Corcoran, donde protestaron por dos semanas. En el Valle Central, donde se encuentra el pueblo de Corcoran, había mucho racismo. Los mexicanos, filipinos y blancos pobres sufrían de abuso. Hasta fueron desalojados de los campos laborales cuando se atrevieron a usar la palabra huelga. Tampoco era raro ver a estos desahuciados viviendo al lado de carreteras. Muchos eran mexicanos, lejos de su tierra natal. Un miembro del consejo supervisor del Condado de Tulare dijo durante un discurso acerca de una huelga que ocurrió durante los años treinta: “Va, que si yo mirara a un mexicano muriéndose en la calle, no le ayudaría.” Mucha gente todavía pensaba lo mismo durante los cuarenta y cincuenta. Los Chávez retornaron a Delano a tiempo para comenzar a cortar uvas. Pero César se quedó en Corcoran. Podía ver la fuerza de una huelga. Le dio esperanza. Haber conocido a Fred Ross, fundador de la Community Service Organization, conocida como CSO, le levantó el ánimo a César. Esta organización fue establecida en 1950 para ayudar a los mexicoamericanos urbanos del este de Los Ángeles. Después creció, con divisiones en Los Ángeles, Hanford, Fresno, San José, Stockton y otros pueblos y ciudades californianas. Fred Ross contrató a César para trabajar para dicha organización. Comenzó en seguida.

28 César trabajó entre 1958 y 1959 para la CSO en Oxnard, el lugar donde vio el mar por primera vez. Su función era inscribir personas en clases de ciudadanía al igual que inscribirlos para votar. Le gustaba su nuevo empleo. Capítulo Seis Organizando César alquiló una pequeña oficina en Oxnard para su empleo con CSO. Invitaba a la gente a que expresaran lo que sentían. Inmediatamente escuchó a la gente local quejarse de que los braceros los estaban reemplazando en sus trabajos agrícolas, hasta los de más destreza, como conducir un tractor. Era una situación delicada, que le preocupaba a César. Sabía que los braceros estaban necesitados de trabajo pero los chicanos locales también. Sabía que se tenía que hacer algo. Los braceros sólo debían ser contratados durante períodos de escasez laboral. Pero no había dicha escasez en Oxnard ni en todo el condado de Ventura. Los habitantes del lugar se presentaban en el Centro de Ubicación en Granjas, donde la gente iba en busca de trabajo. Pero ninguno de ellos podía conseguir nada, ni siquiera los hombres que habían servido en las fuerzas armadas durante la Segunda Guerra Mundial. César se quejó con el gobierno estatal. Cuando no respondieron, organizó una protesta sentada en el Jones Ranch un día despejado, pero frío, de abril. La gente se sentó justo entre los surcos de plantones de tomate. Al ir un bracero trabajando con su azadón de mango corto por un surco, inevitablemente se topaba con un trabajador local.

29 La protesta terminó cuando los alguaciles y las patrullas de caminos llegaron. “¿Quién es el líder?” gritó el alguacil. Nadie respondió. Pero un descuido inocente ocurrió; alguien gritó desde un lado de la carretera, “César, te tengo que decir. . .” Esa oración fue suficiente para señalar a César. Él y otros fueron arrestados por entrar sin autorización, pero pronto fueron puestos en libertad. James Mitchell, el Ministro de Trabajo, tenía programado presentarse en Ventura un mes después, a unas cuantas millas de Oxnard. César organizó una protesta. Él y mil personas estaban esperando a Mitchell con pancartas en el aire que decían “Queremos trabajos” cuando aterrizó en el aeropuerto. Cabizbajo, Mitchell pasó a la multitud apresuradamente. César posteriormente organizó una marcha nocturna, donde los manifestantes llevarían velas. Algunas de las velas petardeaban o el viento las apagaba pero todas fueron encendidas de nuevo y, simbólicamente, también se encendió el ánimo de los trabajadores locales. Fue allí, en Oxnard, donde César aprendió acerca del poder de la marcha. Atraía la atención de la gente. También necesitaba un símbolo para la marcha, algo que la gente recordara. Una sonrisa cubrió su rostro cuando una señora le preguntó, “¿Puedo traer mi estandarte de Nuestra Señora de Guadalupe?” Él usó ese estandarte para una marcha el día siguiente. Canciones mexicanas, acompañadas del rasgueo de una guitarra y el golpeo de un guitarrón, ayudaron a pasar el tiempo.

30 ¡Organizó una marcha con miles de manifestantes durante los siguientes días! Los chicanos locales ya no iban a vivir en silencio. Mientras tanto, las cámaras de televisión seguían a esta multitud de gente. ¿A dónde se dirigían? Estaban marchando hacia el sueño de César―algún lugar mejor que setenta y cinco centavos por hora por trabajo extenuante. Todo el esfuerzo de César tuvo recompensas al final. Los trabajadores chicanos locales recuperaron los trabajos del campo y una mejor paga―fue incrementado a un dólar por hora. No era mucho pero era un comienzo. La comunidad se aprendió el nombre de César Chávez durante su estancia de quince meses en Oxnard. Los mexicoamericanos aprendieron a ser más audaces. Aprendieron que podían lograr muchas cosas si trabajaban juntos. Todo esto era parte de la herencia de César. Capítulo Siete Por su propia cuenta. . . con otros El progreso que se logró en Oxnard duró poco tiempo. Los líderes de CSO comenzaron a reñir entre ellos y todo el esfuerzo de César se desmoronó cuando él partió del lugar. Le enfureció saber que los agricultores siguieron contratando braceros. De todas maneras, César no se daría por vencido. Quería organizar a los trabajadores agrícolas porque sabía que podían recibir una mejor paga si se unían. Un solo trabajador no lo podía conseguir, pero miles juntos, sí. Necesitaban su propio sindicato. César renunció a CSO para fundar un sindicato para los trabajadores agrícolas.

31 Mudó su familia a Delano en 1962, donde alquiló una pequeña casa para Helen y sus ocho hijos. Por supuesto que César estaba preocupado. No tenía mucho dinero ahorrado. Pero Helen lo apoyaba. Estaba preparada para apoyar su esfuerzo por la causa. César echó una llamada a su primo Manuel Chávez y le dijo que tenía planeado comenzar un sindicato nuevo. Manuel se rio y le dijo que estaba loco. ¡Un sindicato para los trabajadores agrícolas! Pero Manuel se uniría a él muy pronto. Al igual que Dolores Huerta y Gilberto Padilla, a quienes había conocido por medio de CSO, y otras buenas personas que ayudarían. Helen trabajaba en el campo, alrededor de Delano mientras César viajaba por el Valle de San Joaquín, hablando con trabajadores agrícolas en juntas a domicilio. A veces ella se llevaba a su hijo mayor, Fernando, los fines de semana. Ella se levantaba antes que el sol saliera. Se vestía, preparaba el almuerzo para los niños y se iba a recoger arvejas, embolsar cebollas o a recoger uvas. No había mucho dinero ese año y el resto de sus vidas no sería diferente. Una vez, Helen se detuvo en un supermercado Safeway8 para comprar algunos comestibles. Había un concurso, un tipo de lotería. El comprador recibía un cupón con cada compra y ella lo corría bajo una llave para ver su premio. ¡Helen se llevó el cupón a casa y descubrió que había ganado! ¡Cien dólares! Podía imaginarse comprándoles zapatos a los niños. Quizá tela para hacerles vestidos a las niñas. Pero al final el dinero fue utilizado para pagar la gasolina para el 8

Safeway es una cadena de supermercados con 1,775 sucursales alrededor de los Estados Unidos y Canadá (www.safeway.com).

32 coche de César. César comía muy poco cuando viajaba de pueblo en pueblo. Una tarde, él conducía su coche familiar con su primo Manuel en Corcoran. Los dos tenían hambre. No habían comido en día y medio. Con su estómago gruñendo, Manuel le gritó a César, “Voy a pedir comida.” Le dijo a César que se orillara. César estaba indignado. Él no se rebajaría a pedirle comida a otra persona. Después se proclamaría orgulloso. Pero César hizo lo que Manuel le pidió. Se hizo al costado frente a una casa que no era más que una choza. César estaba avergonzado cuando Manuel golpeó la puerta. Manuel le dijo a la mujer que abrió la puerta que él y su amigo no tenían qué comer. ¿Podrían tener algo de comer? La mujer los invitó a entrar y les dio alimento. César después diría, “Los pobres son extraordinarios.” Con muy pocos fondos, el sindicato comenzaba a adquirir vida. Manuel Chávez pidió prestado $1.50 para la gasolina y condujo hasta Fresno para alquilar un lugar para su primera convención. Hábil para el habla, exitosamente consiguió un teatro decrépito. Le prometió al dueño que le pagaría después por su uso. En ese teatro que olía a humedad, el sindicato nació oficialmente el 30 de septiembre de 1962. Fue llamado la National Farm Workers Association. Este nuevo sindicato tenía doscientos miembros, procedentes de todas partes de California. Los miembros se asombraron cuando la bandera del sindicato fue presentada. Ricardo, el hermano de César, y su amigo, Andy Zermeño, habían diseñado un águila

33 negra con el fondo rojo. La primera impresión era que parecía demasiado fuerte, como si fuera un símbolo comunista. Pero el diseño fue aprobado, junto con la cuota mensual de $3.50, más una constitución que fue ratificada al comienzo de la primavera en 1963. Capítulo Ocho “Huelga,” grita César La primera prueba para la NFWA se presentó en 1965 cuando los filipinos abandonaron los campos dirigidos por Schenley Industries, en Delano. Estaban enfurecidos porque su sueldo había sido reducido de $1.40 a $1.25. ¡El sueldo de los chicanos había sido reducido a $1.10―sueldos diferentes para razas distintas! Los filipinos tenían su propio sindicato llamado Agricultural Workers Organizing Committee (AWOC). Larry Itliong dirigía AWOC en Delano. Él anunció una huelga el 8 de septiembre en Filipino Hall justo cuando las uvas estaban madurando. “Únete a nosotros, Cesar,” Larry Itliong le pidió. El AWOC necesitaba ayuda. César titubeó porque su NFWA tenía menos de mil miembros. De éstos, sólo un tercio estaban pagando sus cuotas con regularidad. Pero cuando la NFWA se reunió, decidieron unirse a sus compañeros de la AWOC. Una junta se llevó a cabo en una iglesia de Delano. Coches cargados de trabajadores agrícolas mexicanos y chicanos, de los pueblos y los campos, llegaron y mostraron su apoyo por los filipinos. La huelga comenzó en la tarde del 16 de septiembre, una fecha simbólica porque era el Día de la Independencia mexicana. “¡Viva la causa!” se gritaba. Esa tarde se gritó mucho, junto con, “¡Qué viva César Chávez!”

34 César y otros líderes intentaron persuadir a los agricultores para que llegaran a un arreglo con ellos. Los agricultores se rehusaron. César entonces les envió cartas certificadas a los agricultores, pidiéndoles que hablen. Pero aún así, no respondieron. Cuando habló con el alcalde de Delano, el alcalde le dijo que no quería involucrarse. Así que miembros del NFWA y del AWOC se levantaron en la mañana del 20 de septiembre antes de que saliera el sol. Ni los gallos estaban cantando aún. Los huelguistas condujeron al rancho de 4000 acres de Schenley Industries. Pusieron huelguistas en diferentes entradas y formaron piquetes. Justo después de la salida del sol, cuando el primer gallo comenzó a cantar, comenzaron a gritar, “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!” Los trabajadores que habían comenzado temprano echaron un vistazo curiosamente desde las viñas. “Es una huelga,” alguien gritó. Algunos abandonaron el campo y se unieron a los huelguistas. Otros se fueron a casa porque anticipaban el peligro merodeando. Pero la mayoría continuó trabajando, medios escondidos detrás de las hojas de los viñedos, inclinadas con el rocío que se discurría como lágrimas. Un capataz llegó en una camioneta de la compañía para averiguar de qué se trataba el escándalo. “¿Qué está pasando aquí?” preguntó el capataz. “¡Estamos en huelga!” alguien le contestó.

35 El capataz habló entre dientes y se alejó en la camioneta. Los alguaciles del condado de Kern llegaron una hora después, creando una nube de polvo. Simplemente observaron a los huelguistas ese primer día pero al final se involucrarían. Los alguaciles tomarían miles de fotos de los huelguistas y de sus partidarios durante los siguientes seis meses. Hasta los interrogaron. Ambos actos eran una invasión de privacidad. Y dentro de veinticuatro horas, desde el piquete inicial del 20 de septiembre, el FBI comenzó a seguir a los huelguistas. Capítulo Nueve Trifulcas en el campo César estaba decidido a seguir los ejemplos de Mahatma Gandhi y de Martín Lutero King Hijo. Ambos no creían en la violencia. Cesar les dijo a los huelguistas que no tomen represalias, pase lo que pase. Los huelguistas controlaron sus emociones por la mayor parte. Pero los agricultores les gritaban con ira a los huelguistas; en ocasiones, intentaron pasarles por encima con sus camionetas. Un día, un agricultor encolerizado les arrebató una pancarta de la huelga. Los maldijo y luego balaceó las pancartas con su escopeta. Otro día, unos agricultores golpearon a César y a otros huelguistas. Pero César, con las costillas magulladas, les dijo a los miembros de la unión que no respondieran con violencia. Los agricultores se exasperaron más y más durante aquellos meses del otoño de 1965. Les dieron rienda suelta a los insultos en contra de los huelguistas. Una avioneta de fumigación los roció con azufre y pesticidas. Les echaron los perros a los huelguistas.

36 Los alguaciles no hicieron nada cuando los capataces y rancheros les pisoteaban los pies a los trabajadores agrícolas. Estos matones se mofaban de los trabajadores, llamándoles mexicanos estúpidos. Los mismos alguaciles apuntaban los números de las placas de los coches estacionados junto a los campos. Los conductores de esos vehículos después eran detenidos y acosados por la policía. La policía de Delano les hacía sombra a César y a otros líderes del sindicato. Helen halaba las cortinas y veía una patrulla estacionada al otro lado de la calle todos los días. Los policías mismos parecían no estar conscientes de las leyes de libertad de expresión. Cuarenta y cuatro huelguistas comenzaron a gritarle “¡Huelga! ¡Huelga! ¡Huelga!” a los rompehuelgas que habían entrado en el campo para trabajar en el rancho W. B. Camp. El alguacil del condado les dijo que cesaran, pero los huelguistas continuaron. Los cuarenta y cuatro de ellos fueron arrestaros, incluyendo a Helen Chávez y a los pastores de las iglesias cercanas. Con la fianza establecida de $276, pocos podían salir de la cárcel. Sólo una orden de la corte los pudo sacar. Gritando “¡Huelga!” era libertad de expresión. Podían gritar esa palabra y “Qué viva la causa” todo lo que quisieran. De repente, Delano apareció en el mapa. Reporteros de tan lejos como la ciudad de Nueva York rastrearon las calles. La huelga laboral era mencionada en las noticias de la noche. Los americanos tuvieron la oportunidad de ver cómo vivían los trabajadores agrícolas cuando CBS presentó “Harvest of Shame” por televisión. Quizá algunos

37 miraron sus platillos de la cena y pensaron: los trabajadores agrícolas me trajeron esta comida. El Senador Robert F. Kennedy visitó Delano. Se dio una vuelta por los campos laborales y le dolió ver tanta pobreza. Movió la cabeza en desapruebo cuando escuchó acerca de una organización llamada Madres Contra Chávez. Más sorprendente aún fue percatarse de que el promedio anual de ingresos de un trabajador agrícola era de $2,400. ¿Cómo vivía la gente? Los agricultores rezongaron. Si los chicanos, filipinos y mexicanos locales no estaban dispuestos a trabajar por un ingreso que los agricultores pensaban que era justo, conseguirían quiénes los reemplazaran. Los contratistas laborales trajeron trabajadores mexicanos durante octubre para reemplazar a los huelguistas. Estos trabajadores se sintieron mal cuando se dieron cuenta que una huelga había sido declarada. De cualquier manera, dos o tres autobuses repletos de trabajadores rompehuelgas llegaban de México a diario. Vendimiaban las uvas. En cuanto eso terminaba, tenían que intentar buscar trabajo por su propia cuenta. Los grandes cultivadores no se preocupaban por los trabajadores mexicanos al terminar la cosecha. Los grandes agricultores comenzaron a utilizar niños mayores de siete años de edad para ayudar con la cosecha. Su trabajo era llevarles cajones o cajas a sus padres. Niños de más edad ayudaban a vendimiar las uvas. Frecuentemente trabajaban en campos contaminados con pesticidas, arriesgando su salud. Existían leyes laborales que debían de proteger a los niños, pero ni los alguaciles ni los capataces las implementaban.

38 Los grandes cultivadores parecían ávidos. Habían tenido el programa del bracero―mano de obra barata de México―por dos décadas y media. El gobierno les pagaba el agua. Tenían desgravaciones fiscales. Recibían estudios gratuitos de la Universidad de California. Deseaban todos estos beneficios para sí mismos. Aún, no compartirían la abundancia con los trabajadores del campo que hacían todo el trabajo. Al llegar Noviembre, llegaron las lluvias y la niebla Tule que cubría el valle en una mortaja gris. La huelga continuaba, pero no había nada qué cosechar, aunque algunos rompehuelgas ataban vid en las mañanas gélidas. Líderes laborales importantes de todo el país visitaron Delano durante diciembre. Querían ver por sí mismos las estancias grandes y las condiciones de trabajo de los trabajadores agrícolas. Les molestó mucho lo que vieron. Aborrecían la manera en que los grandes cultivadores trataban a los trabajadores. Capítulo Diez La peregrinación En 1965, Martín Lutero King Hijo intentaba deshacerse de la segregación y del trato injusto hacia los negros, en el sur. César Chávez también buscaba la justicia social en el Valle de San Joaquín. Sabía que los grandes cultivadores no negociarían nada a menos que se vieran afectados financieramente. Así que declaró un boicot en contra de Schenley Industries y de DiGiorgio Corporation. Les pidió a los americanos que no compraran sus productos.

39 “No coman uvas,” César gritaba por medio de un megáfono. Les informaba a los compradores acerca del boicot en una tienda Safeway de Fresno. Viajaría a Stockton, Sacramento, Modesto, Merced y San Francisco. El mensaje era el mismo: “No coman uvas.” Mandó a organizadores que nunca antes habían estado fuera de la California rural, a ciudades lejanas. Llegaron hasta Nueva York, San Francisco, Detroit y Chicago. Se dieron cuenta de que América se preocupaba por la causa de los trabajadores agrícolas. Por ejemplo, en Boston, partidarios marcharon con cajas llenas de uvas de Delano sobre sus hombros y las vertieron en el puerto. Su protesta fue llamada la Boston Grape Party. César tenía otra idea. Decidió llevar la protesta un paso adelante al, literalmente, hacer contar sus pasos. Partiría en una peregrinación de trescientas millas desde Delano hasta Sacramento, la capital de California. Las marchas de Oxnard habían sido un éxito en acaparar la atención de la gente. ¿Por qué no habían de funcionar aquí? La marcha comenzaría en Delano y culminaría en los escalones del capitolio el domingo de Pascuas. Eran los tiempos de Cuaresma, período de penitencia para los cristianos. A las nueve de la mañana del 17 de marzo de 1966, miembros del sindicato y sus partidarios se reunieron en la oficina central del NFWA. Era un día fresco pero despejado. Desde antes que comenzara, algunas personas que iban pasando en coches apretaban sus puños en señal de apoyo. La policía de Delano estaba allí también, ojeándolos desde el otro lado de la calle. Habían sido alertados de que una marcha se llevaría a cabo.

40 El FBI también estaba presente, y hasta entre los manifestantes. Cada día, un informante haría un reporte acerca de la marcha con el buró en Los Ángeles. César llegó un poco después de las ocho de la mañana. Estaba agotado. Se había mantenido despierto durante la mayoría de la noche, hablando por teléfono con partidarios de Sacramento y San Francisco. César vio los zapatos que los manifestantes traían puestos. Algunos traían botas de trabajo y otros, tenis. Vio sus propios zapatos. Los suyos eran unos ordinarios zapatos de vestir, desgastados del talón y polvorientos, a pesar de que no había tomado un solo paso aún. Observó que los manifestantes iban preparados con sombreros, bufandas para protegerse del viento y el polvo, y camisas de manga larga para cubrirse del sol. Algunos lucían gafas de sol. Había banderas, pancartas y bandas alrededor de sus brazos que decían NFWA. Angie Hernández Herrera, la hija de veinte años de Julio Hernández, uno de los primeros miembros del sindicato, comenzó al lado de César. Se mantuvo a su lado durante toda la marcha de veinticinco días. “¡Nos vamos!” César exclamó. “¡Nos vamos!” Pero tuvo que haber pensado si llegaría. No estaba en forma. Trescientas millas eran muchísimas. Marcharon hacia la Carretera 99. Cortaron por el centro de la ciudad, donde se detuvo la marcha momentáneamente porque el sindicato no tenía permiso para el desfile. Pero el jefe de policía, resentido por los recientes ataques de parte de la prensa, los dejó continuar. Y así lo hicieron. Los setenta y cinco manifestantes originales se dirigían hacia Richgrove, aproximadamente ocho millas al noreste de Delano. Caminaron por una

41 carretera rural con una sola línea amarilla por el centro. Las vacas les mugían. Los coches tocaban el claxon en señal de apoyo. Algunos conductores les gritaban groserías. “No se dejen molestar,” César les aconsejaba. Quería que el peregrinaje fuera pacífico. El tobillo derecho de César se le inflamó durante las primeras cinco millas y cada paso que daba le causaba dolor. Pero no paraba. Caminó un total de veintiún millas ese primer día. A César le alegró ver las afueras de Ducor, un pueblo con menos de dos mil habitantes. Todos ellos ignoraron su llegada. Tenían miedo de saludar a los manifestantes. Temían que los agricultores no les darían trabajo. Sólo una anciana les ofreció su casa. Los manifestantes durmieron en el piso de la sala y bajo las estrellas, en el patio trasero. Esta anciana preparó su propia cama para César. Sabía que lo que él estaba haciendo era algo especial. Él se levantó a las cuatro y media el día siguiente. Todavía no salía el sol. Se remojó los pies y se vistió. La siguiente ciudad era Porterville, un viaje de veinticinco millas que parecía ser demasiado para César. Las plantas de sus pies tenían ampollas. Su pie derecho estaba inflamado hasta la rodilla. Angie Hernández le agarró el brazo y le dijo que se mantuviera fuerte. Esa noche durmió en la casa de Reverend James y Susan Drake en Porterville. Con el segundo día terminado, le alegraba poderse duchar y tener una cama dónde dormir. César tenía fiebre y su pierna derecha estaba inflamada. Sus pies le punzaban.

42 Durante esta marcha de veinticinco días, algunos impertinentes que pasaban en coches les gritaban groserías. Algunos les arrojaban latas de refresco, huevos y tomates. Pero la mayoría de los conductores tocaban el claxon como muestra de apoyo y los saludaban con la mano. En cada pueblo la gente apresuradamente salía de sus casas para ofrecerles refrescos y comida, rosarios y tarjetas de rezos, y para preguntarles acerca de la huelga. ¿Exactamente qué están haciendo? Se preguntaban ansiosamente a sí mismos. En cada parada―Lindsay, Parlier, Chowchilla y Manteca, entre dieciséis otros lugares― los manifestantes cantaban canciones por la tarde. “De Colores” se convirtió en el himno no oficial del sindicato. Era una canción de esperanza. Había esperanza y momentos especiales. Un domingo una familia pobre salió de su casa destartalada, gritando, “¡Compañeros! ¡Compañeros! ¡Señor Chávez!” Una de las hijas adolescentes caminaba cuidadosamente porque balanceaba ponche en una cuenca de cristal. Las otras hijas llevaban los vasos. César agradecidamente cogió un vaso y tomó. César sonrió y le dio las gracias a la familia por haber proveído a los manifestantes con lo mejor que tenían. Cada día a los manifestantes originales―los originales, como se llamaban―se le unían partidarios. Lo que en algún tiempo era una fila escasa ahora se extendía por diez millas en algunos lugares. La marcha llegó a titular las noticias nacionales. La gente en Chicago marchó por un barrio latino como muestra de apoyo. Sin embargo, no le importaba a todo mundo, incluyendo al gobernador de California Edmund “Pat” Brown. Él no estuvo presente en el capitolio estatal en

43 Sacramento cuando los manifestantes llegaron el domingo diez de abril. Estaba tomando vacaciones con el cantante Frank Sinatra en Palm Springs. César estaba decepcionado. Pero estaba contento de ver un mitin de casi diez mil trabajadores agrícolas y partidarios. Hasta antes de que él comenzara a hablar, ya estaban gritando, “¡Qué viva la causa! ¡Qué viva César Chávez!” La mejor noticia era que Schenley Industries estaba dispuesto a negociar. Estaban dispuestos a aceptar al sindicato. Capítulo Once La lucha en varios frentes César después se enfrentó a DiGiorgio Corporation, que eran dueños de más de trece mil acres de viñedos que se extendían entre los condados de San Diego, Kern, Kings, Tulare, Fresno y Merced. DiGiorgio también era propietario de fábricas que enlataban frutas y vegetales. César declaró un boicot de los productos de DiGiorgio Coporation tres días después de la marcha a Sacramento. Rápidamente, los líderes de la empresa parecían estar dispuestos a conversar con el AWOC y el NFWA. Parecían amigables, como si nada malo ocurría. Pero César cesó las conversaciones el día en que los líderes del sindicato y de la empresa se reunieron en San Francisco, al darse cuenta de que los guardias de seguridad habían golpeado a algunos de los manifestantes. Él se enojó muchísimo cuando escuchó que a Ofelia Díaz, una empleada de la compañía por más de

44 veinticinco años, la despidieron por haberles pedido a algunos colegas que consideraran unirse al sindicato. La huelga y el boicot comenzaron a perjudicar a DiGiorgio Corporation casi inmediatamente. Estaban perdiendo miles de dólares cada día. Su imagen se empañó. Gente de todo el país estaba apoyando a los trabajadores agrícolas. Estrellas de cine comenzaron a unirse a los piquetes―Jane Fonda, Leonard Nimoy y Mary Tyler Moore estaban entre ellos. Para tener más poder, el AWOC y el NFWA se unieron y se conviritieron en el United Farm Workers Organizing Committee (UFWOC). Después fue renombrado al United Farm Workers. La DiGiorgio Corporation decidió ser amigable con el Teamsters Union9, que habían comenzado conversaciones con los trabajadores agrícolas en Borrego Springs, cerca de San Diego, y en la hacienda Sierra Vista, cerca de Delano. Los Teamsters eran reconocidos por representar camioneros y trabajadores de fábricas de conserva. Ahora querían representar a los trabajadores agrícolas. La DiGiorgio Corporation arregló para que autobuses repletos de trabajadores agrícolas de Texas y de México terminaran la huelga. Pero había más. En cuanto los trabajadores agrícolas se bajaban del autobús, la empresa les pedía que firmaran tarjetas diciendo que querían que los Teamsters los representaran. Firmaban porque estaban desesperados por un trabajo. ¡Teamsters y rompehuelgas! Aparte las cortes limitaban el número de 9

Teamsters es uno de los sindicatos más ricos y poderosos del mundo (London, 158).

45 manifestantes que podían estar en las haciendas y los viñedos de DiGiorgio Corporation a la vez. El éxito del sindicato ahora parecía sombrío, cuando tan sólo un mes antes habían estado celebrando la victoria sobre Schenley Industries. ¿Ahora qué? César contestaba con hechos. Los huelguistas y los partidarios viajaron en caravana hasta la hacienda Borrego Springs. Por una semana les gritaban a los rompehuelgas que salieran del campo para unirse al sindicato. Algunos levantaban la mirada, apenas se veían sus ojos bajo sus sombreros. No querían involucrarse. El lunes, veintisiete de junio, los huelguistas se pararon al borde del sendero del tractor, gritando “¡Huelga! ¡Huelga!” Algunos diez trabajadores agrícolas pararon de trabajar y salieron del campo para estrecharle la mano a sus compañeros, los huelguistas. Estaban convencidos de que el sindicato de los trabajadores agrícolas era para ellos. Dos de los hombres jóvenes que desertaron el campo eran José Rentería y Juan Flores. Se le acercaron a César. “Ayúdenos a recuperar nuestras pertenencias,” José le pidió. Sus cosas estaban en el campamento donde vivían los rompehuelgas. César lo pensó. Dedujo que si estos hombres fueron lo suficientemente valientes como para abandonar sus trabajos, él les podría ayudar a recuperar sus pertenencias. César, José, Juan, junto con Chris Hartmire y el padre Víctor Salandini, condujeron el coche familiar de César por un camino polvoriento hasta el campamento. Guardias de seguridad los enfrentaron cuando llegaron ahí. Los guardias levantaron sus rifles y les ordenaron que se detuvieran y que salieran del coche. Llevaron a César y a los

46 otros a una camioneta, donde fueron detenidos por seis horas en el calor abrasador. Los guardias dejaron que Juan y José recuperaran sus cosas y se fueran, pero los otros fueron obligados a quedarse. Esa tarde, los alguaciles del condado llegaron a las diez en punto y encadenaron a César, a Chris Hartmire y al padre Salandini en grilletes. Los tres hombres fueron multados en San Diego por entrar sin autorización. Los trabajadores agrícolas estaban coléricos por el arresto. Partidarios alrededor del país estaban indignados también, al informarse de que los alguaciles habían puesto a César en cadenas. Le enviaron cartas al gobernador y dinero al sindicato para apoyar la causa. A los tres se les dio libertad provisional. La DiGiorgio Corporation se vio mal. Lo único que César quería hacer era recuperar las pertenencias de Juan y José, y terminó en la cárcel. La DiGiorgio Corporation finalmente aceptó tener elecciones en la hacienda Sierra Vista. Los trabajadores agrícolas votarían por el UFWOC, el Teamsters o por no tener representación alguna. “¡Sí se puede!” decía César. “¡Sí se puede!” El sindicato tenía mucho trabajo por hacer. César y otros líderes hablaron con los trabajadores agrícolas por dos semanas. Explicaban por qué un sindicato les beneficiaría. Hablaban de mejor sueldo, descansos de diez minutos, retretes en los campos, un hospital, una cooperativa de ahorro y crédito, una guardería para los niños y la pensión que recibirían al jubilarse.

47 Las elecciones tomaron lugar el 30 de agosto de 1966. César y los otros líderes estaban nerviosos. Las votaciones eran emitidas desde temprano por la mañana hasta muy noche. Una familia viajó en su coche viejo desde El Paso, Texas para votar. Sin embargo, el coche se averió, así que no llegaron a tiempo. El hombre también se estropeó. “Si pierdes por cuatro votos, nunca me lo perdonaré,” dijo él. Cuando las urnas cerraron, las votaciones fueron trasladadas a San Francisco en el baúl de una patrulla de caminos. Dolores Huerta siguió a esa patrulla. Ella llamó a la oficina central en Delano el siguiente día. ¡Ganó el sindicato! Hubo una fiesta esa noche en Filipino Hall, donde la gente celebraba gritando, “¡Viva la causa! ¡Viva César Chávez!” Martín Lutero King Hijo le envió un telegrama a César Chávez el 22 de septiembre. En parte decía: “La lucha por la igualdad debe ser combatida en varios frentes―en los barrios bajos urbanos, en las fabricas donde se explotan a los trabajadores y en los campos. Nuestras luchas separadas realmente es una sola.” Capítulo Doce Hambre por la causa Ahora César decidió enfrentarse al cultivador de uvas más grande de todos, la familia Giumarra. La familia tenía casi once mil acres. Los trabajadores estaban buscando ayuda, y César creía que él se la podría brindar. El 3 de agosto de 1967, los trabajadores Giumarra votaron por irse en huelga. “¡Basta!” gritaban. “¡Basta!” Más de dos tercios de los trabajadores dejaron el trabajo.

48 Giumarra hizo lo que hicieron otros empresarios agrícolas en el pasado: Trajeron rompehuelgas de Texas y de México. Consiguieron que las cortes limitaran el número de huelguistas que el sindicato podía tener en cada hacienda. César mandó a organizadores por todo el país para que difundieran el mensaje de que no compren las uvas Giumarra. Pero las haciendas Giumarra eran tramposas. Embalaban y enviaban sus uvas bajo sesenta nombres diferentes. Los compradores de las ciudades mayores no podían notar la diferencia. Estaban confundidos. El sindicato encontró una solución: Boicotear todas las uvas frescas de California. “No coman uvas,” Cesar le decía al país. César estaba en la carretera siete días a la semana. Habló con estudiantes universitarios, líderes laborales, niños de la escuela, políticos, cultivadores, consumidores y con trabajadores agrícolas―cualquiera que escucharía. Mientras viajaba, le inquietó escuchar que algunos miembros del sindicato no estaban obedeciendo su política de no violencia. Había establecido esta regla y les había recordado de los ejemplos de Gandhi y Martín Lutero King Hijo. Pero los huelguistas se estaban impacientando. Había habido algunos avances. ¡Pero los trabajadores agrícolas querían soluciones ahora! Comenzaron a arrojarles rocas a los rompehuelgas. Condujeron motocicletas por las hileras, desgarrando las bandejas de papel para las uvas. Quemaron algunas cabañas, explotaron una bomba de irrigación y arrojaron clavos en la calle para pinchar las llantas

49 de los coches de policía y de los camiones de la compañía. Hubo peleas a puñetazos entre los huelguistas y algunos de los capataces de las haciendas Giumarra. Cesar decidió ayunar hasta que los miembros del sindicato y sus partidarios cesaran la violencia. Helen se oponía a eso, pero se dio cuenta de que no podía hacer nada para que Cesar cambiara de opinión. César comenzó su ayuno el 15 de febrero de 1968 en Forty Acres, un lugar en las afueras de Delano. Tomó un trago del refresco Diet-Rite, su bebida favorita. De ahí en adelante sólo tomaba agua. Se debilitó. Su familia y sus buenos amigos estaban preocupados. Se preguntaban qué tanto podría aguantar. Algunos de los miembros del sindicato estaban enojados con él. ¡Había tanto trabajo por hacer, y aquí él estaba en su cama! Pero César estaba convencido de que tenía que ayunar. Quería que los miembros del sindicato y sus partidarios cesaran la violencia. Quería que fueran firmes y que no se dieran por vencidos, ya que algunos huelguistas habían regresado a trabajar. César continuó su ayuno a pesar de las súplicas de Helen, su familia y amigos. Bajó treinta libras de peso. Tuvo que levantarse de la cama el decimotercer día de su ayuno para ir a los tribunales en Bakersfield. El juez quería preguntarle por qué los huelguistas todavía estaban protestando en las haciendas Giumarra cuando había una orden de la corte ordenándole al sindicato que suspendieran eso. Los trabajadores agrícolas sabían que raras veces ganaban en los tribunales. Sabían que César había estado ayunando por ellos. Así que miles de ellos se hicieron

50 presentes en el palacio de justicia en Bakersfield para demostrar su apoyo. Estaba nebuloso y frío. Rezaban de rodillas y se persignaban entre ellos cuando César pasaba―estaba tan débil por el ayuno que los partidarios tenían que sostenerlo. Aproximadamente doscientos trabajadores agrícolas siguieron a César y a otros líderes del sindicato hasta entrar en la sala de juicios. Esa era la primera vez que la mayoría de ellos habían estado en una sala de juicios. Cuando el abogado de Giumarra pidió que retiraran a los trabajadores agrícolas, el juez se tornó rojo de ira. “¡Bueno, si retiro a estos trabajadores agrícolas de la sala de juicios, sería otro ejemplo de justicia yanqui!” le contestó. Se retiraron los cargos en contra de César y del sindicato. César salió del juicio y regresó a su cama en Forty Acres, donde continuó su ayuno. Se estaba debilitando más y más. La luz de sus ojos se atenuó. A Helen y a sus hijos les alarmaba que podría morir. El Senador Robert Kennedy le envió un mensaje en el cuál le pide que no continúe ayunando. Había ayunado veintiún días. César terminó su ayuno el 11 de marzo de 1968 en un parque en Delano, donde se celebró una misa con casi ocho mil personas que se habían reunido. El Senador Kennedy estaba entre ellos. Los dos se sentaron juntos. El Senador Kennedy le dio un pedazo de pan bendecido por un sacerdote a César. César lo puso en su boca y mascó lentamente. Estaba muy endeble. Pero su espíritu estaba fuerte y se fortaleció aún más cuando escuchó a alguien gritar, “¡Qué viva César Chávez!” Capítulo Trece ¡Hacia adelante, Adelante!

51 Era la primavera de 1968, y este apenas era el comienzo. Estaba aumentando el número de miembros del sindicato justo cuando las vides estaban comenzando a ponerse mustias con racimos de uvas hinchadas. El sindicato conseguiría más contratos de los grandes cultivadores. Lo que había comenzado hace seis años como la causa por los trabajadores agrícolas ahora les afectaba a otros latinos. La causa incitó a los chicanos urbanos a buscar cambios sociales. Tristemente, ese año dos de los líderes más fuertes del movimiento de los derechos civiles serían asesinados a balazos. El país lloraba por Martín Lutero King Hijo y por el Senador Kennedy. César había comenzado una lucha por la justicia social en los campos. Había conocido el trabajo del campo como niño y lo conocería el resto de su vida. Lucharía por los siguientes veinticinco años contra los ricos y los poderosos que creían que ellos debían crear las reglas que los pobres habían de seguir. Pero estaban equivocados. A causa de César, las reglas cambiaron. Cambió las vidas de trabajadores agrícolas y de gente a través de todo el país. César estaba dispuesto a ayunar hasta morir. Algunos dicen que aquel primer ayuno, y otros dos, al final le costaron su vida. Murió dormido el 23 de abril de 1993 en San Luis, Arizona, un pueblito no muy lejos de donde nació. Su tumba se encuentra en lo que era el jardín de rosas de la oficina central del sindicato en Keene, California, llamado La Paz. Junto a él están enterrados sus perros fieles, Boicot y Huelga. Una media docena de rosales viejos todavía se encuentran cerca de su tumba. Las flores perfuman el aire cuando el viento sopla al final del verano. Autobuses

52 escolares frecuentemente traen a niños para que vean dónde vivía y trabajaba César. Visitan su tumba. Cuando se inclinan con flores para su lápida humilde, lo honran a él y a cada trabajador agrícola que caminó por las largas y polvorientas hileras.

53 Capítulo 4 TRADUCCIÓN DE LA FALDA Capítulo 1 Después de bajarse del autobús, Miata Ramírez se dio la vuelta y dio un grito ahogado, “¡Ay!” El autobús escolar dio bandazos, expulsó una ráfaga de gases de combustión malolientes, y dio un giro amplio en la esquina. El chofer se esforzó mientras giraba al volante como los cuernos de un toro. Miata gritó para que se detuviera el chofer. Comenzó a correr tras el autobús. Su pelo latigueaba contra sus hombros. Una bolsa de libros grande la tiraba del brazo con cada paso que corría, y aretes de abalorio tintineaban al golpear contra su cuello. “¡Mi falda!” gritó fuertemente, “¡Deténgase!” Se le había olvidado su falda para el baile folklórico. Se quedó en el autobús. Ella y su mejor amiga Ana, ambas iban a cuarto grado, habían sido molestadas por chicos. Las dos chicas se cambiaron de asientos. Los chicos las seguían y las provocaban con una rana de goma. Riéndose tontamente, las chicas se alejaron de Larry y de Juan. Se alejaron más lejos especialmente de Rodolfo, un chico de ojos verdes y cabello tan brillosamente negro que casi parecía azul. Él estaba intentando de escribir su nombre en los brazos de ellas, y les pidió que jugaran baloncesto con él después de clases. “Ándenle,” intentando convencerlas. “Es viernes. No hay clases mañana.” Pero Miata y Ana lo habían ignorado mientras se cambiaban de un asiento a otro. Veían hacia afuera de la ventanilla y mordisqueaban galletas de animalitos a escondidas cuando los chicos no las estaban molestando.

54 “¡Por favor, deténgase!” Miata gritó mientras corría tras el autobús. Pateaba alto con sus piernas y sus pulmones ardían de agotamiento. Necesitaba esa falda. Iba a bailar folklórico después de ir a la iglesia el domingo. Su compañía teatral había ensayado por tres meses. Sus padres lucirían gafas de sol de pura vergüenza si ella fuera la única chica sin un disfraz. Miata no quería eso. La falda le había pertenecido a su mamá cuando era pequeña en Hermosillo, México. ¿Qué va a pensar mi mamá? Miata se preguntó. Su mamá siempre la estaba regañando por perder las cosas. Perdió peines, suéteres, libros, dinero para el almuerzo y tareas. Hasta perdió sus zapatos en la escuela una vez. Los había dejado en la cancha de béisbol donde había jugado a las carreras contra dos chicos. Cuando regresó por ellos, ya no estaban. Peor aún, se había llevado la falda a la escuela para alardear. Quería que sus amigos vieran la falda. La falda era vieja, pero un arcoíris de listones brillantes la hacían todavía bonita. Se la puso durante el almuerzo y les bailó a unos de sus amigos. Hasta un maestro se detuvo a mirar. ¿Qué voy a hacer ahora? Miata se preguntó. Disminuyó su paso a un caminar. Se había despeinado. Tenía calor y se sentía pegajosa. Podía escuchar al autobús frenando al doblar la esquina. Miata pensó en correr por el patio de un vecino. Pero eso sólo la metería en problemas. “No puede ser,” Miata dijo en voz baja. Le daban ganas de arrojarse al suelo y llorar. Pero sabía que eso sólo empeoraría las cosas. Su madre le preguntaría, “¿Por qué te ensucias tanto todo el tiempo?”

55 Miata dobló en la esquina y vio un avión de papel planear desde la ventanilla trasera. Flotó en el aire por un segundo y luego se estrelló en un rosal tosco mientras el autobús se alejaba. Cuidadosamente extrajo el avión del rosal. Cuando lo desdobló, se dio cuenta de que era el examencito de matemáticas de Rodolfo. Recibió una nota perfecta. Una estrella dorada relumbraba debajo de su nombre. “Es inteligente,” dijo ella. “Para ser un chico.” Arrugó el avión de papel y levantó la mirada. El autobús ya no se divisaba. Al igual que su falda preciosa. “Ay caramba,” Miata dijo entre dientes. Acomodando su bolsa de libros sobre su hombro, comenzó a dirigirse hacia su casa. Miata quería culpar a los chicos pero sabía que era su culpa. Debió haberles dicho a los chicos que dejaran a Ana y a ella en paz. Debió haberles arrebatado esa rana y arrojado por la ventanilla. ¿Qué voy a hacer ahora? Se preguntó. Rezaba para que Ana encontrara la falda en el autobús. La tiene que ver, Miata pensaba. Allí está. Nada más ve, Ana. Al terminar de doblar la esquina hacia su calle vio a su hermano, Pepito, y a su amigo Álex. Caminaban con latas aplastadas en los talones de sus zapatos, riéndose y empujándose uno al otro. Sus bocas estaban repletas de chicle. Pepito saludó a Miata con una mano sucia. Miata también lo saludó con la mano e intentó sonreír. “¿Podrías empujarnos?” preguntó Joe. “Vamos a tener una carrera.” Miata se detuvo y dijo, “Está bien, pero apúrate.”

56 Pepito y Álex se alinearon. Sus cuerpos inclinándose, estaban listos para correr. Ella contó, uno . . . dos . . . , y al tres se echaron a correr. Miata se tapó los oídos con sus manos. El ruido de las latas era ensordecedor. Su hermano fue el primero en tocar el árbol. “Gané,” dijo Pepito. Pero Álex discutía porque uno de las latas de Pepito se había caído de su zapato. “Hiciste trampa,” gritaba Álex. “No es cierto,” respondió a gritos Pepito. Empuñó sus manos. Miata los dejó discutiendo. Subió por los escalones de su casa. Estaba angustiada. Si Ana no recoge mi falda, pensaba, tendré que bailar usando una falda regular. Era viernes, muy por la tarde. Parecía que iba a ser un fin de semana de angustia. Capítulo 2 La familia de Miata se había mudado de Los Ángeles. Su nuevo hogar estaba en Sanger, un pueblo pequeño en el Valle de San Joaquín. Su padre se había cansado del aire contaminado y del largo viaje diario para llegar a su empleo en una tienda de repuestos de autos. Un día que llegó temprano a casa, reunió a su esposa y a sus hijos en el comedor de la cocina. Les preguntó qué opinaban acerca de mudarse a otra ciudad. A Miata al principio no le gustó la idea de la mudanza. Pero ahora estaba viviendo en una casa, no en un apartamento. Ahora formaba parte del club de baile en la escuela. Ahora tenía una mejor amiga, Ana. La mudanza le había beneficiado a Miata. Su mamá, Alicia, entró en la sala justo cuando Miata estaba tirando su bolsa de libros al suelo. La bolsa cayó con un estrépito.

57 “¡Ay, Dios!” su madre pió. “Me espantaste, prieta. No te sentí llegar.” Su madre tenía un pañal de tela en la mano. Ahora era su trapo para limpiar. Tenía puestos unos jeans y una camisa de trabajo manchada de pintura vieja. Había estado limpiando el hogar. Los montones de periódicos habían sido tirados, las revistas estaban apiladas cuidadosamente, y el aire olía fresco como un limón. La colcha de ganchillo en el sofá estaba derecha. El agua del acuario estaba clara, no verde. El cenicero de su padre había sido vaciado y limpiado. Miata decidió decirle más tarde a su mamá acerca de la falda. Le dio un abrazo a su mamá y se fue a su dormitorio. Se sentó en su cama, contando los minutos hasta que Ana llegara. Vio su reloj de pulsera. Eran las tres y treintaicinco. Ana se está bajando del autobús en este momento, se dijo a sí misma. Y puedo asegurar que tiene mi falda. Miata podía ver a Ana en su mente. La pequeña Ana tenía cabello rizo y un sin número de pecas en la cara. Miata había conocido a otra niña mexicana que tenía pecas. Pero esa niña vivía en Los Ángeles, y no era tan buena como Ana. Miata hizo su tarea de matemáticas, que le tomó sólo diez minutos porque matemáticas era su materia favorita, pero el teléfono no sonaba aún. Miata se impacientó tanto que contó del uno al cien, en orden y al revés. Miata se escabulló de la cama y se fue al pasillo, donde estaba el teléfono sobre una mesita. Cogió el teléfono; un tono de marcar extenso resonaba en su oído.

58 Colgó el teléfono y regresó a su dormitorio, donde se vistió con su ropa de jugar. Se imaginaba que para cuando terminara de vestirse, el teléfono sonaría. Sería Ana llamando. “Ándale, Ana, ya llámame,” lloriqueaba. El último botón de su blusa estaba abotonado. Estaba completamente vestida. Se quitó sus aretes y su reloj de pulsera. Acomodó su colcha con estampado de caballo. Recogió la ropa que estaba en el suelo. Hasta ordenó sus crayones. Pero el teléfono aún no sonaba. “Por favor llámame, Ana,” susurró. Se sentó en su cama y comenzó a fisgonear con una astilla en su dedo meñique. La astilla era de la mesa en la que almorzaron. Le había estado molestando todo el día. Miata decidió llamarle a Ana. Caminó de puntillas hasta el pasillo. Le marcó a la casa de Ana y escuchó, “Bueno.” En español, Miata preguntó si Ana ya había llegado de la escuela. “Todavía no está aquí,” le respondió la voz. Miata dedujo que era la abuelita de Ana. Miata le pidió que le informaran a Ana que le llame cuando llegue a casa. La abuelita le dijo que sí lo haría. Miata fue a la cocina. Su mamá estaba pelando papas. El radio estaba en la estación mexicana. “¿Cómo te fue en la escuela?” le preguntó su mamá. “Ten, tú termina esto.” Le pasó la papa a medio pelar y el pelador de papas a Miata. Miata comenzó a trabajar, la cáscara de las papas volando hacia el fregadero.

59 “Me fue bien,” Miata respondió. “Recibí una A en el examen de ortografía. La Señora García dice que tengo buena memoria.” Se acordó de su falda en cuanto dijo esto. ¿Si tengo tan buena memoria, pensó, por qué se me olvidó la falda en el autobús? “¿Estás lista para el baile de este fin de semana?” pregunta la mamá de Miata. “La mamá de Ana llamó y sugirió que deberían ensayar el domingo por la mañana antes de ir a la iglesia ustedes dos. Pero le dije que no teníamos tiempo.” Miata no dijo nada. Trabajaba más rápido, la cáscara volando como ligas. “A tu padre le va a dar gusto,” su mamá dijo. Abrió el refrigerador y sacó un pedazo de carne. Miata estaba pelando su tercera papa cuando sonó el teléfono. Dejó caer la papa y el pelador de papas y gritó, “Yo lo contesto.” Corrió por la sala hasta el pasillo. Contestó el teléfono para la cuarta vez que sonó. “¿Ana?” Miata preguntó, su corazón latiendo fuerte. “¿Sí?” “¿La encontraste?” “¿Qué cosa?” Ana sonaba confundida. “¡Mi falda! Estaba en el autobús. ¿No la viste?”Miata se escuchaba desesperada. “¿Tu falda?” “Se me olvidó la falda en el autobús. ¿No la viste?” “No. ¿Me estás diciendo que perdiste tu falda del folklórico?” Miata podía escuchar sonidos en la cocina. El bistec estaba chisporroteando en un sartén. Agua estaba saliendo de la llave. Podía escuchar a su papá. Había regresado del

60 trabajo y se estaba riendo de algo. ¿Pero estará de buen humor cuando le diga que perdió su falda? “Ven a mi casa mañana,” Miata le dijo a Ana. “Me tienes que ayudar.” Colgó y regresó a la cocina a pelar papas. Capítulo 3 Cenaron bistec, frijoles y papas fritas. También comieron un poco de ensalada, en la cual predominaba la lechuga. Este era el platillo favorito de su papá. Toda la familia, incluyendo Pepito, le llamaba carne del viernes. Este era el premio para su padre por una semana de trabajo arduo: una comida grande y después un juego de béisbol por televisión. El papá de Miata, José, ahora era soldador. Trabajaba principalmente en tractores y remolques. Le pagaban bien, casi tan bien como en Los Ángeles. Su mamá cogió una rodaja de tomate que se escondía detrás de una hoja de lechuga. Codeó ligeramente a Miata. “Dile a Papi de tu ortografía.” “Recibí una A,” dijo ella, sonriendo. “Las semana entrante podría ser la campeona del certamen de ortografía si Dolores no me gana.” Dolores era una niña pequeña con un cerebro enorme. “Qué bueno,” dijo su papá mientras cortaba una papa con su tenedor. Se elevaba el vapor que salía de la papa partida. “La ortografía es importante,” dijo él entre mordidas. “Un día vas a conseguir un buen empleo si sabes muchas palabras.” “Podrías ser doctora,” dijo su mamá.

61 “Mi’ja, me podrías curar,” dijo su papá. Giró su brazo dolorido. Su papá siempre se estaba lastimando. Hoy se había caído un tubo del camión y le golpeó el brazo. Un moretón purpúreo ya se había formado. “¿Te lastimaste?” le preguntó su mamá. Bajó su tenedor. Su rostro estaba oscuro de consternación. “¿Te duele?” Pepito le preguntó. “Sólo cuando hago esto,” José dijo. Se levantó y le dio un puñetazo a Pepito en el brazo, suavemente. Pepito se rio y le dijo a su papá, “Eso no duele.” La conversación cambió a los deportes. A pesar de que vivían en el valle, José podía ver a los Dodgers de Los Ángeles por televisión. Era un mayo precioso. Sus Dodgers le iban ganando a los Gigantes de San Francisco por dos carreras. Esto lo hacía feliz. Los Gigantes les habían ganado el año pasado. “El próximo año, Pepito,” le dijo a su hijo, “tendrás ocho años y podrás comenzar a jugar a la pelota.” Pepito miró a su padre pero no respondió. Sus mejillas estaban rellenas de tortilla. El papá de Miata se terminó su comida. Se dio palmaditas en el estómago y se fue a la sala con un vaso de té frío. Miata le ayudó a su mamá en la cocina. “Estuvo delicioso, mamá,” dijo Miata. Fregó los platos y los puso en el fregadero. “Gracias,” le dijo su mamá. Su mamá estaba tan contenta como un canario cantador. Prendió el radio. “Voy a estar tan orgullosa el domingo.”

62 “¿Qué va a ocurrir el domingo?” Pepito le preguntó. Un bigote de leche relucía en su labio. “Miata va a bailar,” dijo su mamá. Miata tragó fuerte. Pensó en su falda. ¿Podré conseguirla antes del domingo? Se preguntó. Mientras secaban los platos, escucharon un suspiro fuerte desde la sala. Miata vio a su mamá. Su mamá la vio a ella y le preguntó, “¿Qué pasó?” Miata se encogió de hombros. “Se canceló el juego por la lluvia,” su papá gruñó por encima del sonido de la televisión. “¿Cómo puede llover en San Diego? Y en un viernes.” Decepcionado, su papá entró en la cocina con su vaso vacío. Lo enjuagó y lo puso en el escurridero. Le dijo a Miata, “Vamos a comprar helados, entonces.” Miata casi saltó en los brazos de su padre. Se secó las manos en un paño de cocina y haló a su papá hacia la puerta principal. Tenía la esperanza de que le comprara galletas con crema, su favorito. Se subieron a su camioneta. Era una Chevy del ’68 con ventanillas que vibraban. La camioneta vieja podía alcanzar hasta sesenta millas por hora. Tres cables rojos colgaban del radio estropeado. El velocímetro estaba averiado. De vez en cuando su aguja brincaba, pero siempre regresaba a su lugar. La familia Ramírez era nueva en el pueblo, pero hacían amigos fácilmente. Una mujer regando sus flores saludó con la mano a la camioneta que pasaba. Miata saludó con ambas manos.

63 “Aquí está bien,” dijo su papá mientras veía alrededor del barrio. “El aire está muy limpio.” Prendió el radio estropeado y comenzó a silbar una canción. El papá de Miata parecía estar más contento desde que se mudaron a Sanger. Se había cansado de Los Ángeles. Había crecido en una granja en México. La vida de la ciudad no era para él. Un amigo del trabajo los saludó con la mano en la gasolinera. Su papá paró de silbar. Lo saludó con la mano, tocó su claxon dos veces, y gritó, “Cancelaron el juego por la lluvia.” “Pero los Gigantes están en el canal veinticuatro,” gritó el hombre. Estaba inflando una cámara de aire. “Los Gigantes,” su papá dijo con desdeño, y negó con la cabeza. Era un fanático leal de los Dodgers, hasta los tuétanos. Pasaron por la escuela. Miata se acordó de su falda de folklórico. Había estado hablando fuertemente sobre el rugir del motor, diciéndole a su papá acerca de Pepito y de las latas en sus zapatos. Pero cesó su parloteo y se mordió el labio. Miró fija y silenciosamente el estacionamiento cercado. Allí mantenían a los autobuses. Pasaron los autobuses y Miata se arrodilló. Los vio hacia atrás. Está en uno de ellos, pensó. Yo y Ana tenemos que conseguirla mañana. Su papá compró un cartón de helado napolitano en la tienda. Era de fresa, chocolate y vainilla. Los tres sabores bailarían en su lengua al regresar a casa. Capítulo 4

64 Era sábado por la mañana. Miata y Ana estaban sentadas en los escalones de la biblioteca. El día estaba despejado y hermoso. Una sola nube blanca cruzaba el cielo. Un pájaro saltó en el césped. “Nada más dile a tu mamá,” sugirió Ana. “No se va a enojar.” “No puedo,” dijo Miata. Meneó la cabeza, y su cabello se agitó contra sus hombros. “Siempre me está diciendo que pierdo las cosas.” “Pero es cierto.” Miata vio a Ana curiosamente. “¿Al lado de quién estás?” Ana sonrió y contestó, “Tuyo, por supuesto.” Pero Ana estaba pensando en las cosas que Miata le había perdido. Le había perdido dos borradores, algunas canicas, una pelota de goma, una pluma bonita que era su favorita, la varita mágica resplandeciente de su tío Benny, una lupa de una caja de cereal―cosas ahora perdidas en el ancho, ancho mundo. “Qué bueno. Porque me vas a ayudar a recuperar mi falda.” “¿Yo?” preguntó Ana, sus hombros encorvándose ligeramente. “¿Qué debo de hacer yo?” “Sólo haz lo que yo haga,” Miata le dijo. Entraron en la biblioteca. El canario detrás del mostrador estaba golpeando su piquito contra una campana plateada. El ruido parecía no molestarle a nadie. Tampoco el zumbido constante de la fuente para beber. Ambas pisaron el pedal de la fuente. El agua surgió de repente, casi golpeando el rostro de Miata. “¡Cuidado!” gritó Miata, saltando hacia atrás.

65 La bibliotecaria vio en su dirección. Elevó un dedo a su boca fruncida. Significaba que mantuvieran el silencio. Las niñas se detuvieron ante un globo del mundo. Lo giraron. Al ver a África, Europa y las Américas girar frente a sus ojos, se marearon por algunos segundos. “Mi mamá y mi papá son de aquí,” dijo Miata, dándole golpecitos al norte de México. “De Sonora.” “Mis papás nacieron en Los Ángeles. Pero mi abuelo es de aquí,” dijo Ana, dándole golpecitos al estado de Guerrero. “Fuimos allí una vez. Pensé que iba a estar caluroso, pero no lo estaba.” Hicieron girar el globo y abandonaron el rincón de los niños. Aventuraron al cuarto de referencia. Un hombre con auriculares enormes estaba escuchando cintas en inglés. Era un hombre mayor con piel correosa, un mexicano. El hombre silenciosamente estaba diciendo las palabras “polvo, rocas, maleta” en inglés. Miata y Ana sacaron cuatro libros cada una y se fueron de la biblioteca. En vez de irse a casa, se dirigieron hacia el estacionamiento de la escuela. Le estaba dando miedo a Miata, y Ana ya estaba aterrada. Se sentían como ladronas. “Es como robar,” dijo Ana. “No lo es,” Miata contrarrestó. “Es mi falda.” “¿Qué tal si alguien nos ve?” “¿Quién?”

66 Se detuvieron en su paso cuando vieron a Rodolfo, el chico de los ojos verdes. Se escondieron detrás de un árbol mientras Rodolfo pasaba en su bicicleta. Sus rodillas estaban manchadas de césped. Estaba despeinado. “Casi nos vio,” susurró Ana. “No es más que una gran molestia,” dijo Miata. Se acordó por un segundo de su calificación perfecta en matemáticas. Ella lo buscaría la próxima vez que se le dificultara un problema. Lo vieron saltar un bordillo de la acera. Se metió la mano en el bolsillo para sacar un puño de semillas de girasol. Miata y Ana salieron de detrás del árbol cuando él dio vuelta en la esquina. “Qué susto.” Miata suspiró. “Vámonos.” Se apresuraron por la calle, sus libros pegados a sus brazos doblados. Redujeron su paso a un caminar cuando vieron un pastor alemán. Les tenían miedo a los perros. El pastor alemán traía una pelota anaranjada en la boca. Miata miró alrededor. “¿Puedes ver a su dueño?” preguntó. “No,” Ana respondió. “¿Parece ser bueno, no te parece?” Ana se relajó porque este perro parecía amigable. Había comenzado a menear la cola. El perro se fue en la dirección contraria, la pelota anaranjada todavía en su boca. Las chicas vieron al perro desaparecer y luego comenzaron a caminar rápido otra vez. Llegaron al estacionamiento de la escuela. Un cercado de tela metálica le rodeaba. Miata y Ana bajaron sus libros y se agarraron de la cerca, viendo hacia adentro. Tres autobuses enormes estaban allí como carteleras.

67 Miata y Ana miraron alrededor. La calle estaba silenciosa excepto por una brisa en los sicómoros. Ellas repiquetearon la puerta cerrada con llave. “Podemos meternos a la fuerza,” dijo Miata. “Alguien no va a ver,” dijo Ana. Miró alrededor, mordiéndose una uña. Vio a un niño jugando a agarrar la pelota consigo mismo en un jardín del frente. Un coche pasó por la calle justo en ese momento. Ana quería huir. Pero Miata la agarró de la muñeca. “Tranquila. Sólo haz lo que yo haga,” Miata le susurró. Ambas fingían atarse los zapatos. “Vamos,” Miata dijo cuando el coche desapareció. “Sólo va a tomar un segundo.” “Tú primero,” dijo Ana. “De acuerdo,” dijo Miata. Gimió mientras metía su cuerpo a la fuerza por la abertura. Primero entró su cabeza, después su pie, sus hombros, y finalmente, su otro pie. Como Ana era más pequeña, se coló por la puerta con más facilidad. Pero tenía que colarse de nuevo para salir. Habían dejado sus libros de la biblioteca afuera de la puerta. “Es justo lo que necesitamos,” dijo Ana, pasándole los libros a Miata. “Nos meteríamos en un problemón, por seguro, si los perdiéramos.” Ya estaban por dentro de la puerta. En uno de los autobuses, esperaban, estaba la falda que salvaría a Miata de una regañada. Capítulo 5

68 Los tres autobuses amarillos eran demasiado altos. Miata y Ana saltaron como ranas, pero no podían ver adentro. “No puedo ver nada,” dijo Miata. Ana escribió su nombre en la mugre que estaba pegada al costado del autobús. ANA MADRIGAL. Después lo borró con su mano. Sabía que su nombre no pertenecía ahí. “¿Qué vamos a hacer?” Ana le preguntó a Miata mientras caminaban alrededor del primer autobús. Ana se detuvo para patear la llanta, y se lastimó el dedo gordo. “Fácil,” dijo Miata. “Miraré por la ventanilla.” “¿Cómo?” preguntó Ana. Estiró el cuello. Las ventanillas eran demasiado altas. Sin contestarle, Miata se impulsó encima del parachoques. Comenzó a treparse encima del capó del autobús. La subida fue tan resbaladiza como subir por un tobogán al revés. El capó se combó y tronó. El ruido parecía ensordecedor. “Estás haciendo demasiado ruido,” Ana dijo entre dientes. Miró alrededor. Vio un coche pasar lentamente. Su radio estaba demasiado fuerte como para que el conductor las oyera. Miata sabía que estaba haciendo mucho ruido. No sabía qué hacer más que subirse más rápido. Una vez encima, ahuecó las manos alrededor de sus ojos. Se esforzó por ver a través del parabrisas polvoriento y salpicado de insectos. Vio un libro de matemáticas, una bolsa de almuerzo aplastada, envoltorios de chicle, y un lápiz en el pasillo. “¿La puedes ver?” Ana preguntó susurrando.

69 “No,” contestó Miata simplemente. Escudriñó el interior del autobús, pero no vio nada que pareciera ser una falda. Se deslizó en el capó, casi de cabeza, hasta el suelo. Se quitó la grava de las manos y ordenó, “Hay que revisar el siguiente.” Miata se trepó en un autobús de nuevo y miró fijamente hacia adentro. Esta vez vio un suéter, una gorra de béisbol y un cartón de leche aplastado en el pasillo. Su corazón latió fuertemente por un momento porque pensó haber visto su falda. Pero sólo era una chaqueta en el suelo. “¿La puedes ver?” Ana preguntó mientras miraba alrededor nerviosamente. Pasaron dos coches más. Un camión diesel iba resonando por la calle. Humo negro se elevaba de sus caños de escape cromados y relucientes. El conductor del camión saludó a Miata con la mano. Al no saber qué hacer, saludó con la mano también. “El conductor no vio,” le dijo a Ana. Se puso nerviosa y comenzó a bajarse. “¿Te vio?” Ana preguntó en una voz alta. Se volteó y vio el camión diesel rugiendo mientras se alejaba. Sus luces de cola rojas estaban polveadas. “¿Crees que va a llamar a la policía?” “No creo,” Miata respondió. “Dame espacio.” Miata se deslizó en el capó. Esta vez se cayó en la grava y se peló la piel de la rodilla. “¡Ay!” gritó. Sangre del color del jugo de granada comenzó a surgir hasta la superficie de la piel. Cojeó en una pierna, su rostro transido de dolor. Miata se detuvo y respiró hondamente. Se hizo presión en el rasguño con un dedo pulgar y contó hasta diez.

70 “¿Estás bien?” preguntó Ana. Examinó el rasguño. Una arruga de preocupación se formó en su frente. “Estoy bien,” Miata respondió, y contó en un susurro, “. . . ocho . . . nueve . . . diez.” El flujo de sangre había cesado. Se puso de pie y dijo, “Tiene que estar en ese último autobús.” Ana marchó junto a Miata, quien cojeaba. Iban a revisar el tercer autobús. “Déjame revisarlo,” exigió Ana. Se sorprendió Miata. Sabía que Ana le tenía temor a las alturas. Temor a la oscuridad. Temor a los perros, gatos y a los truenos. Ana le temía a todo, le parecía a Miata. Ana se trepó encima del parachoques. Se esforzaba y gruñía. Los músculos de sus brazos flacos temblaban. Sus rodillas se ensuciaron y le dolían por haberles puesto tanta presión contra el metal. “Ya casi llegas,” Miata la animaba. “Síguele.” Ana se trepó en el capó y vio hacia adentro por el parabrisas. Vio un libro, un vaso de papel y envoltorios de chicle en el suelo. Luego gritó, “¡Ahí está! En el fondo.” “¿La ves?” Miata gritó. “¡Sí!” Ana gritó. Ana perdió su balance por su emoción y rodó por el capó. Afortunadamente cayó de pie, tal como un gato. “Qué chévere,” dijo Miata. “¿Cómo hiciste eso?” “No lo sé,” dijo Ana, mareada. “¿Cómo nos vamos a meter?”

71 “Fácil,” respondió Miata. “Vas a meter la mano por la puerta y vas a halar la palanca que la abre.” “¿Yo?” preguntó Ana, sus ojos muy abiertos. “Tus brazos son más delgados. Tú puedes.” Ana se encogió de hombros y caminó hasta la puerta. Empujó su mano por la junta de goma. Sus dedos se extendían y se extendían hacia la palanca. “Tú puedes,” Miata la animaba de nuevo. Ana se extendió hasta que le dolía el brazo de tanto estirarse. Cuando su mano sujetó la palanca, la haló y la haló. Y Miata halaba a Ana. La palanca cedió, y la puerta se abrió con un suspiro. “¡Qué bueno!” Miata celebró, abrazando a su amiga. Sonrió ampliamente una a otra. Ana miró las marcas negras en su brazo. Se restregó lo negro y dijo, “Me voy a dar un baño de espuma esta noche.” Miata entró y cogió su falda de un asiento. Lo puso contra su cintura giró, para que la falda se abriera en abanico. Se dijo a sí misma, “Está tan bonita.” Al comenzar a irse, Miata escuchó el sonido de un coche. Su corazón saltó como un pescado. ¿Alguien las vio? se preguntó. Vio la camioneta de su papá por las ventanillas del autobús. Estaba con un hombre luciendo una camisa cuadriculada que estaba abriendo la puerta. “¿Qué pasó?” le dijo a Ana mientras se apuraba a bajar del autobús. Capítulo 6

72 El papá de Miata aceleró el motor de la camioneta, cambió a la primera velocidad, y entró lentamente por la puerta abierta. Humo azuloso salía del caño de escape. El hombre de la camisa cuadriculada cerró la puerta con llave detrás de él. “Aquel de allá,” gritó. Le apuntó al autobús en el que estaban Miata y Ana encogidas de miedo. Miata tenía agarrada su falda y sus libros de la biblioteca. Ana le agarró la mano a Miata para orar. Caminaron de puntillas hasta el frente del autobús, donde no podían ser vistas. La camioneta se escuchaba como un tanque al acercarse al autobús. El papá de Miata apagó el motor. La puerta abrió con un chirrido y luego dio un portazo. Pasos pesados crujían sobre la grava. “¿Qué están haciendo aquí?” preguntó Ana, mordiéndose un nudillo. “No lo sé,” respondió Miata. “Déjame ver.” Miró a hurtadillas de detrás del parachoques. Su papá se estaba poniendo sus guantes gruesos de trabajo. El otro hombre estaba dándole golpecitos a una linterna en su muslo. “¿Crees que nos debemos entregar?” preguntó Ana. “Nos van a encontrar.” Miata negó con la cabeza y haló a Ana. Se apresuraron hacia el fondo del estacionamiento y se escondieron detrás de una hilera de bidones de petróleo grandes. Observaron a los hombres descargar equipo de soldar de la camioneta. El papá de Miata miró debajo del autobús. El hombre de la camisa cuadriculada dijo, “Parece que alguien andaba traveseando por aquí.” Le echó un vistazo al corral y pateó la grava suelta. Un guijarro rozó uno de los bidones de petróleo.

73 “Sabe que estamos aquí,” susurró Ana. Sus hombros pequeños se movían nerviosamente como alas. “No nos pueden ver,” Miata le respondió susurrando. El papá de Miata prendió la soldadora. Una llama azul salió con gran fuerza. Ajustó la llama, bajó sus gafas protectoras y se arrastró debajo del autobús. El autobús estaba viejo y chirriante cuando rebotaba en la calle, y el bastidor estaba fracturado por el peso de los niños y por el tiempo. Unas cuantas chispas golpeaban el suelo. “Le tengo miedo a ese ruido,” se quejaba Ana. Se cubrió los oídos con las manos. Una sola lágrima rodó por su mejilla. “No llores,” dijo Miata. Se agarró de las manos con Ana, quien se limpió la lágrima. Miata pensó en el desayuno de esa mañana. Se acordó que su papá había dicho algo acerca de un trabajo pequeño. Su papá siempre estaba haciendo trabajos pequeños. Soldaba bicicletas, tractores, remolques y equipos agrícolas estropeados. Soldaba los sábados, su día de descanso. “Esperaremos hasta que termine mi papá,” Miata le dijo a Ana. “No tardará demasiado.” Extendieron la falda en el suelo. Ambas se sentaron sobre ella, abrazando sus rodillas. Las dos amigas tenían un historial de haber vivido problemas similares. Ambas se han quedado fuera de sus casas al cerrar con llave. Ambas se han trepado en árboles y no pudieron bajar. Ambas han jugado con fósforos y se han quemado los dedos. Y nunca le han dicho a nadie más que una a la otra.

74 Pero esconderse de adultos en un estacionamiento era algo nuevo. Ambas estaban listas para llorar cuando escucharon un sorbido detrás de ellas. Elevaron la vista a través de ojos llorosos. Rodolfo estaba en la cerca. Estaba sorbiendo una Coca por una pajita. Estaba peinado, sus mejillas coloradas como dulces picantes de canela. Estaba en su bicicleta, agarrado de la cerca. “¿Qué están haciendo ustedes?” preguntó con calma. Su sorbo era casi tan fuerte como el de soldar. Dejó salir un eructo cortés. Miata y Ana estaban horrorizadas de verlo. “Nos estamos escondiendo,” susurró Miata. “Guarda silencio.” “¿Por qué?” preguntó él. “¿Están jugando un juego? ¿Puedo jugar?” “No, no estamos jugando un juego,” Miata susurró enojada. “¡Estamos en problemas por tu culpa!” estalló Ana. “Si hubieras dejado a Miata en paz, no hubiera olvidado su falda en el autobús.” “¿Por eso se están escondiendo?” preguntó él. Rodolfo pensó por un momento, luego sugirió, “¿Por qué no se arrastran por aquí?” Señalando un agujero en la cerca parcialmente obstruido por mala hierba amarillenta. Miata y Ana se miraron una a la otra. Sus ojos se abrieron con esperanza. Se pusieron de pie. Miata les echó un vistazo a su papá y al hombre de la camisa cuadriculada, quien estaba bajando una caja pesada de herramienta de la camioneta. “Tú primero,” dijo Miata, dirigiéndose a Ana. “Yo me llevo los libros de la biblioteca, y tú te llevas la falda.” “Tengo miedo,” dijo Ana.

75 “No lo tengas,” dijo Rodolfo. “Te doy un poco de mi refresco si lo haces.” “No quiero nada de tu refresco,” dijo Ana. Le hizo una mueca de desprecio a Rodolfo. “Tengo suficiente en la casa.” Ana respiró hondo tres veces. Luego se lanzó hacia el agujero, saltando una pila de madera. Miata le siguió de cerca, libros de la biblioteca metidos bajo su brazo como una pelota de fútbol americano. Escucharon a alguien gritar, “Ey.” Era el hombre de la camisa cuadriculada. Dejó caer la caja de herramienta y se dispersaron las herramientas. Dijo maldiciones entre dientes. Había dejado caer una llave inglesa pesada sobre su dedo gordo. “Deténganse, chicos,” gritó él. Pero Miata y Ana no se detuvieron. Atravesaron el agujero en la cerca con dificultad y no miraron atrás. Corrieron por la calle al lado de la sombra de la bicicleta de Rodolfo. Capítulo 7 Miata y Ana corrieron hasta la biblioteca, donde se arrojaron al césped. “Qué susto nos llevamos,” dijo Miata después de haber recobrado el aliento. Sus mejillas estaban coloradas, y se había despeinado. “Sí, por poquito,” Ana respiró. Estaba agotada pero tranquilizada de haber escapado. Se tendieron sobre sus espaldas y miraron fijamente el cielo azul, donde un avión alto en la distancia era un punto negro en frente de una ráfaga de nube blanca. Sintieron sus latidos del corazón disminuir a un galope y su respirar regresar a la normalidad.

76 Rodolfo daba vueltas mientras ellas descansaban. Estaba jactándose al andar en bicicleta con los ojos cerrados. Se estrelló contra el bordillo de la acera y voló por encima del manillar con sus brazos extendidos. Se parecía a Superman. Pero a diferencia de Superman, chocó con un “Ay.” Miata y Ana se sentó y preguntó, “¿Estás bien?” “No me dolió,” dijo él mientras se levantaba y se desempolvaba sus pantalones. Un chichón se le comenzó a formar en la frente inmediatamente. “¿Estás seguro?” preguntó Miata. “Sí,” dijo él. Caminó con su bicicleta y se sentó en el césped con ellas. El chichón estaba rosado y brillante, y caliente cuando Miata lo tocó. Ana hizo una mueca. También ella tocó el chichón, pero retiró sus dedos rápidamente. “¿No es esa tu mamá?” preguntó Rodolfo. Miata y Ana siguieron la mirada fija de Rodolfo. La mujer que salía de la biblioteca con varios libros en su brazo sí era la mamá de Miata. Iba caminando con una amiga. Los tres chicos estaban sentados en el césped a la vista de todos. No había escapatoria. “Escóndanse,” susurró Miata. “¿Escóndanse?” preguntó Ana. “Sólo finge estar dormida,” dijo Miata. Se tendió, abrió un libro y cubrió su rostro con él. Miata estaba mirando fijamente a un ratón. Uno de los libros que había sacado se

77 trataba de un ratón que se había mudado de una granja de trigo a la ciudad de Nueva York. Ana y Rodolfo hicieron lo mismo. Ana permaneció inmóvil, pero Rodolfo se estaba riendo tontamente detrás de su libro. Su cuerpo se estremecía de la risa. Ana temblaba como una hoja. Tenía miedo de ser descubierta. Escucharon pasos en la acera y luego las voces de adultos. La mamá de Miata y su amiga estaban hablando acerca del baile del domingo. “No sé le que voy a hacer,” dijo la mamá de Miata. “Miata juega tan ruda, y siempre se rasguña las piernas.” “Los niños no cuidan su ropa,” dijo la amiga de su mamá. “Tuve que comprarle dos pares de zapatos a mi hija, y . . .” Miata pensó en el nuevo rasguño en su rodilla. Era cierto. Siempre se caía de la estructura de barras para juegos infantiles o se tropezaba sobre la manguera del jardín, se deslizaba hacia segunda base y resultaba herida, o se trepaba a la cerca y se caía de cara. Y era cierto que el asfalto destruía sus zapatos. Había tenido sus zapatos nuevos por tan sólo un mes y ya se parecían a sus zapatos viejos. Escucharon el abrir de la puerta de un coche. El motor prendió con un rugido unos segundos después. Los tres chicos levantaron la vista cuando el coche se reversó de su espacio de estacionamiento. Rodolfo se sentó, con césped en su pelo. Estaba leyendo el libro que había cubierto su rostro. “Esto es bastante interesante,” dijo del cuento acerca de chicos perdidos en el mar.

78 Miata y Ana se levantaron, quitándose el césped de sus faldas. “Gracias, Rudy.” Miata sonrió abiertamente. Comenzó a irse con Ana. Luego se detuvo y dijo, “No sabía que eras bueno para la matemática.” “Soy mejor jugando baloncesto,” dijo él, subiéndose en su bicicleta. “Hay que jugar algún día.” Miata regresó a casa con Ana. “Voy a colgar la falda en el tendedero,” dijo Miata. “Huele como el autobús.” Pinzó la falda al tendedero. Ondeaba brillante como una bandera en los vientos de mayo. Miata y Ana entraron. Se aseguraron de limpiarse los pies. Era sábado, el día en que su mamá trapea la cocina. “Hola, cariño,” su mamá saludó. Ella estaba en el comedor de la cocina, abriendo el correo del día. “Hola, Ana. ¿Estás lista para mañana?” Miata y Ana se miraron una a la otra. “Creo que sí,” dijo Ana tímidamente. La mamá de Miata bajó dos vasos del armario. Cogió un cántaro de plástico de limonada del refrigerador. Vio las piernas de Miata. “¿Te rasguñaste la rodilla otra vez?” Miata vio sus rodillas y dijo, “Un poco.” Se tocó la costra con cuidado. Hizo un gesto de dolor a pesar de que no le dolió. “¿Cómo te hiciste eso?”

79 Casi reveló el secreto. En cambio, derramó limonada del cántaro. Dos cubitos de hielo se deslizaron por el suelo. Las niñas limpiaron el desorden y se fueron a la sala a leer sus libros de la biblioteca. Ana se fue cuando Pepito entró en la casa. Sus rodillas estaban cubiertas de lodo. Ella sabía que él se iba a meter en problemas por meter tierra. “¡Ay, monito!” gritó su mamá. Lo obligó a que se desvistiera en el porche de atrás. Tuvo que correr en calzones desde el porche hasta la bañera. Cuando llegó a casa el papá de Ana, estaba silbando. Estaba contento porque había arreglado un autobús y había ganado un poco de dinero extra. Podía ansiar un cheque de cien dólares en el correo de la próxima semana. “Estuvo fácil,” dijo después de un trago de agua largo. Se volvió a llenar el vaso y continuó. “Fue un simple cierre, y esa cosita estaba arreglada en un minuto. Todo porque soy el mejor soldador del pueblo.” La mamá de Miata sonrió y dijo que era cierto. Él era el mejor soldador de todo el valle de San Joaquín. Pepito entró en la cocina, una toalla colgando de sus hombros como la capa de un rey. Miró alrededor y se alejó corriendo. Él se había percatado de una marca pequeña que hizo un zapato en el piso. Y se parecía a uno suyo. “Qué monito,” dijo su papá con cariño. Volteó a ver a Miata, quien estaba coloreando en el comedor de la cocina. “¿Qué hiciste hoy?” preguntó él. “Te vi en la biblioteca con Ana. Ustedes dos van a bailar como flores mañana.” Miata tartamudeó, “Ah, bueno, saqué algunos libros. Sólo pasamos el tiempo. No hicimos nada.”

80 “Me alegro de tener una buena hija,” dijo su papá. “Algunos chicos estaban traveseando en los autobuses.” Miata cesó de colorear. “¿Los atraparon?” preguntó su mamá. “No. Henry los vio, pero yo estaba ocupado soldando.” Miata comenzó a colorear de nuevo. Estaba coloreando un dibujo de una selva tropical. Su papá se sentó en el comedor de la cocina. Dijo él, “Había dos niñas y un niño en una bicicleta.” Miata dejó de colorear otra vez. “Pero ya sabes cómo son los niños,” dijo su papá. “Sólo estaban traveseando.” Miata siguió coloreando. Su mamá dijo, “Sabes, miré a dos niñas y a un niño en la biblioteca. ¿Me pregunto si eran ellos?” Miata dejó de colorear de nuevo. Esta vez cogió sus crayones y su dibujo y se fue de la cocina. No podía soportar escuchar más. Esa noche comieron hamburguesas, papas fritas gruesas y refresco hecho de distintas raíces para lavarlo todo. Su papá prendió la televisión después de la cena. Afortunadamente para él y para el resto de los fanáticos de los Dodgers, no llovió en San Diego. Su papá se acurrucó en el sofá con Pepito y con Miata. A pesar de que perdieron los Dodgers 4-3, era algo qué hacer en un sábado por la noche. Capítulo 8

81 Domingo en la mañana. La familia se sentó temprano a desayunar chorizo con huevos. Desayunaron felizmente en silencio, empujando su desayuno con pedazos de tortillas. El radio de la cocina tocaba canciones mexicanas en volumen bajo. La mamá de Miata le dio un sorbo a su café. Luego, poniéndose de pie, dijo, “Miata, tengo una sorpresa para ti.” Miata levantó la mirada. Tenía una pequeña mancha de cátsup en las comisuras de su boca. Su mamá fue al armario del pasillo y regresó con una bolsa arrugada. “Tienes algo en la boca, Miata,” dijo Pepito. Su mejilla estaba salpicada de cátsup y las comisuras de su boca blancas de leche. Miata se presionó una servilleta en la boca e ignoró a su hermano. Tenía curiosidad acerca de la bolsa en la mano de su mamá. “Ahora cierra los ojos,” dijo su mamá. Su sonrisa era brillante. Miata cerró los ojos. Quizá era una chaqueta nueva, pensó. Quizá era un Nintendo. Quizá era un par de zapatos nuevos. Su mamá había estado prometiéndole zapatos nuevos. Cuando su mamá le tocó la mano, abrió los ojos. Su mamá tenía una falda en sus manos. Una nueva falda de folklórico. El encaje brilloso se ondulaba en la luz. Olía a nueva. Aún estaba tiesa por falta de uso. “Está preciosa, mi’ja,” comentó su padre. “Vas a ser la niña más preciosa en el baile.” Miata forzó una sonrisa. “Pero tengo una falda, mamá.” “¿Esa cosa vieja?” dijo su mamá. “Ponte de pie.”

82 Su mamá presionó la falda contra su cintura. “Es un poco larga, pero la puedes usar sólo por hoy.” “Se ve bien,” dijo Pepito. Ahora tenía cátsup en los codos. “Gracias, mamá,” dijo Miata. Abrazó a su mamá y se retiró a su dormitorio. Mientras Miata se vestía para ir a la iglesia, pensó en todo el esfuerzo que le tomó para recuperar su falda vieja: metiéndose a la fuerza por la puerta cerrada bajo llave, rodando del capó del autobús y rasguñándose toda. Se acordó de cómo se escondieron detrás del barril de petróleo, y cómo Rodolfo simplemente sorbía su refresco mientras ellas estaban aterradas. ¡Qué lío! Qué pérdida de tiempo. Pero sí que está preciosa, pensó ella. Admiraba su falda nueva que estaba extendida en la cama. Le gustaban sus colores nuevos y brillantes y su olor limpio. Le gustaba el susurro que se escuchaba como caminar entre mala hierba hasta las rodillas. Se imaginaba girando en medio de sus amigos. Sentía lástima por su falda vieja. Era como una flor muerta en su tallo. La dobló con cuidado y la aguardó en el cajón de abajo. Se cepilló el cabello y luego cesó. Sentía tristeza por su falda vieja. Le había pertenecido a su mamá cuando era una niña. La sacó del cajón de abajo. Parecía desteñida como un calendario viejo al lado de la falda nueva. Una mancha azul hacía más oscura el dobladillo. Un trozo de encaje rojo estaba suelto y cayéndose. El botón estaba rajado. La falda estaba manchada por el tiempo y el uso. “Me las voy a llevar a las dos,” dijo ella. “No voy a tener una favorita.”

83 Metió ambas faldas en su mochila. Terminó de peinarse el cabello y se puso sus aretes milagro. “Ándale,” su mamá le llamó desde la sala. “Vamos a llegar tarde.” Miata cogió su mochila y le dio una palmadita suave. “Nos vamos a bailar,” le dijo a las faldas. El papá de Miata estaba afuera calentando su coche. Pepito estaba pisoteando una lata vacía de refresco. Estaba intentando engancharla en la suela de su zapato. Su papá le dijo a Pepito que se metiera al coche. Miata y su mamá bajaron por los escalones apresuradamente. Dejaron un rastro de perfume y de belleza detrás de ellas. Miata fue a la iglesia con su familia. El sacerdote hablaba y hablaba, pero Miata sólo bostezó tres veces. Lágrimas de somnolencia llenaron sus ojos. Su mamá parecía estar contenta. Continuamente miraba a Miata y a Pepito. Los bailarines corrieron hasta la casa del párroco después de la iglesia, donde se vistieron y practicaron. “Haz lo mejor que puedas,” dijo la señora Carranza, la maestra de baile. “Y no se olviden de sonreír.” “Aquí vamos,” Miata le dijo a Ana. Las seis niñas marcharon hasta el patio. Sus rostros parecían llenos de vida. Sus cabellos estaban agarrados en un moño. Formaron un círculo con sus manos en sus caderas. Mientras la música del casete tocaba, Miata giró alrededor del patio. Todos los adultos y los niños comían rosquillas y observaban.

84 Miata giraba como un molinete, la falda vieja asomándose por debajo de la falda nueva. Miata tenía puestas las dos. Su mamá reconoció la falda vieja y le aplaudía y le sonreía orgullosamente a su hija. Y todos, hasta los bebés, aplaudían por los colores de México que giraban.

85 Capítulo 5 CONCLUSIÓN La traducción de una lengua a otra es una labor que muchos lectores sin información literaria podrían menospreciar, especialmente si se desconocen las teorías de traducción que se deben considerar durante todo el proceso, pero puedo afirmar que definitivamente es una faena más complicada de lo que parece. Desde pequeño, como decía en la Introducción, me veía obligado a traducir o interpretar conversaciones del inglés al español, y viceversa, para mis padres. Mi destreza léxica en ambas lenguas estaba en desarrollo, así que se me dificultaba esa labor. Un repertorio de palabras mayor definitivamente puede ayudar al traductor, ya que se tienen más herramientas con qué reproducir el mensaje original en la otra lengua. Sin embargo, con el conocimiento de un diccionario entero no necesariamente se va a engendrar la traducción perfecta de un texto específico si se desconocen las teorías de traducción, algunas de las cuales se mencionaron en esta tesis. Junto a esa teoría va la práctica, que significa no sólo traducir sino leer muchas traducciones, en más de una lengua. Suponiendo que el traductor conoce con pericia la gramática de las dos lenguas que están involucradas en la traducción, algunas de las teorías principales que se deben mantener en mente en todo momento incluye el hecho de que no se debe traducir palabra por palabra. Eso podría llevar al traductor a cometer errores desastrosos, ya que no sólo se estarían expresando frases que no siguen la sintaxis más natural de la lengua a la que se traduce, sino que se corre el riesgo de implementar un falso cognado. Un falso cognado son aquellas palabras que parecen ser la misma en dos lenguas diferentes, pero

86 en realidad tienen significados muy distintos. Por ejemplo, si yo hubiese traducido la siguiente oración literalmente, “The two of them pretended to be tying their shoes,” el resultado no transmitiría el mismo mensaje que el texto original, “Ambas pretendían atarse los zapatos.” Pretend en inglés no equivale a pretender en español, a pesar de que visualmente son casi idénticas. Más bien, el equivalente en español sería fingir, y la traducción correcta sería, “Ambas fingían…” Desafortunadamente para el traductor, aunque afortunadamente para los lectores, la lengua está eternamente ligada a la cultura, y todo lo que se expresa por medio de ella es un reflejo de la misma. En otras palabras, es vital que la persona que asuma la responsabilidad de ejecutar dicha labor esté familiarizada con las lenguas que trabaja y las culturas que le proveen su contexto definitivo y definitorio, porque siempre existirán obstáculos que surgen justamente por este fenómeno. Por esa razón, se me dificultó la traducción de “iced tea” y “root beer” mientras traducía La falda. También, hay que recordar que en español se debe hacer la distinción entre la segunda persona singular formal e informal, mientras que en inglés esa distinción no existe. Las reglas para decidir cuándo se usa tú y cuándo se usa usted son difíciles de catalogar porque es algo que varía de país a país y dentro del mismo. No obstante, se puede deducir que cuando una niña como Miata le grita al conductor del autobús escolar que se detenga, no le gritaría “Detente,” sino más bien “Deténgase”, porque el contexto mayor es mexicano. En cuanto a mi experiencia traduciendo estos dos textos, dado que mi interés era traducirlos a un español más estándar para que un público más amplio pueda entender mi tesis, fue un tanto difícil deshacerme de los mexicanismos que conozco desde pequeño.

87 En otras palabras, existen palabras o frases que nosotros los mexicanos utilizamos en nuestra habla que otros hispanos quizá no conocen o emplean. No obstante, quisiera dejar claro que no existe nada malo con la existencia de mexicanismos en la comunicación de comunidades específicas, sino que no quería reducir el público de mi trabajo a sólo mexicanos o mexicoamericanos. Por ejemplo, el profesor Corral me informó que palabras como “chícharo” y “chabacano” en la traducción de César Chávez son mexicanismos, y me aconsejó reemplazarlos con “arveja” y “albaricoque”, respectivamente. Similarmente, traduje el aviso “Watch it” con el mexicanismo “¡Aguas!” pero esa inclinación mexicanista la tuve que reemplazar con algo más universal, “¡Cuidado!”, aunque “¡Ojo!” también funcionaría. Los mexicanismos no fueron el único obstáculo que debía negociar entre dos lenguas; los anglicismos también me encaminaban a cometer errores de traducción. El español que se habla en este país desafortunadamente está repleto de anglicismos y a veces logra filtrarse inconscientemente en el vocabulario de sus residentes. Por ejemplo, todos hemos escuchado alguna vez a alguien decir palabras como “parquear,” “parqueadero,” “chequear,” “chequeo” y “troca”. Un anglicismo que incluí descuidadamente es “intermisión” en vez de intermedio, para “intermission” en inglés. Sin embargo, esa no debería ser una excusa de aquí en adelante, ya que una preparación universitaria en español no debe permitir esos deslices. Finalmente, no sólo tuve que poner en práctica las teorías de traducción que aprendí y las leyes gramaticales del inglés y del español, sino que tuve que adaptarme al género de literatura al traducir un cuento corto y un ensayo. Ambos requieren de las

88 teorías de traducción antes mencionadas, entre otras, pero su exigencia es un poco mayor, dado que cada género tiene sus propias características que los definen y el traductor tiene que respetar. La veracidad de César Chávez era una realidad que yo debía reproducir en español, así que la incorporación de notas explicativas era necesaria para que el lector estuviese mejor informado de algunos datos históricos, geográficos y culturales. Por naturaleza, un ensayo también tiene vocabulario más específico al tema que se trata, mientras que un cuento corto parece tener un léxico libre de dicho detalle técnico. Por ejemplo, César Chávez contenía una variedad de palabras técnicas relacionadas al trabajo agrícola como “vendimiar” para referirse a la cosecha de la uva. A pesar de que ambos textos de Soto estaban escritos para el mismo público juvenil y ambos contenían un número de páginas similar, ochenta y tres el de César Chávez y setenta y cuatro el de La falda, el lenguaje de este último me pareció más directo y libre de lenguaje técnico. Por ende, la traducción del cuento corto me pareció haberlo traducido con menos complicaciones que el ensayo. Además, La falda estaba repleto de diálogo entre los personajes; por consiguiente, el enfoque al traducir el cuento corto cambió un poco porque un descuido al interpretar el diálogo significaría un error al escribirlo en español. El hecho de que el narrador de La falda tiene la habilidad y libertad de saltar de un lugar a otro, ya sea un traslado temporal o de lugar físico, para narrar pensamientos y sucesos logró que yo malinterpretara un comentario de la protagonista. El narrador nos informa en el primer capítulo cómo Miata y Ana se cambiaron de asiento para alejarse de los chicos que las estaban molestando en el autobús, e inmediatamente después de eso encaja una cita en la que Miata grita, “Please stop!” Aparentemente se me

89 escapó el detalle que le seguía, “‘Please stop!’ Miata yelled as she ran after the bus,” y por esa razón yo lo malinterpreté como “¡Por favor, basta ya!” Después de repasarlo, me percaté de mi grave error y lo cambié a, “¡Por favor, deténgase!” dado que Miata se dirigía al conductor del autobús y no a los chicos que las estaban molestando anteriormente. Por otro lado, mi traducción tenía que transmitir imágenes e ideas, no sólo hechos, tanto en el cuento como en el ensayo. Los anteriores son sólo algunos ejemplos que intentan subrayar algunas diferencias que pude detectar al traducir al español un ensayo, César Chávez, y un cuento corto, La falda. Sin embargo, se le alienta a cualquier persona a desarrollar más profundamente lo que en esta breve investigación y práctica se pudo lograr. Los límites de este trabajo no se prestan para amplificar el tema tan importante que aquí se toca, y quizá en una disertación doctoral se pueda satisfacer la necesidad de ampliar los límites de estas conclusiones. Por esto, he querido ampliar mi actitud hacia la traducción con la práctica. La traducción es una herramienta valiosísima que se aplaude en cualquier parte del mundo, y se espera que esta tesis haya vislumbrado algo que le sea útil a cualquiera que le intrigue saber si existe alguna diferencia al traducir entre un género y otro. Que no quede duda que sí la hay. Así como existe diferencia entre la traducción del cuento corto y el ensayo, se puede conjeturar que probablemente también existe entre otros géneros literarios.

90 APÉNDICE A Mapa de Corcoran, CA

(Wikipedia.org).

91 APÉNDICE B Mapa de Delano, CA

(Wikipedia.org).

92 APÉNDICE C Mapa de Oxnard, CA

(Wikipedia.org).

93 BIBLIOGRAFÍA Biguenet, John. The Craft of Translation. Chicago: The University of Chicago Press, 1989. Print. Corral, Wilfrido H. “Cuaderno de Lecturas: Spanish 196.” Message to Israel Nisihura. 11 Feb. 2010. E-mail. Dunne, John Gregory. Delano. New York: Farrar, Straus and Giroux, 1967. Print. Fuller, Frederick. The Translator’s Handbook. Pennsylvania: The Pennsylvania State University Press, 1984. Print. Kellogg, Michael. Wordreference.com. 1999. Web. 16 Feb. 2010. Larson, Mildred L. La Traducción Basada en el Significado. Argentina: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1989. Print. Larson, Mildred L. Meaning-Based Translation. New York: University Press Of America, 1984. Print. Levy, Jacques E. Cesar Chavez: Autobigraphy of La Causa. New York: W. W. Norton & Company, 1975. Print. London, Joan, and Henry Anderson. So Shall Ye Reap. New York: Thomas Y. Crowell, 1971. Print. Merriam-Webster.com. Merriam-Webster, Inc. 2010. Web. 16 Feb. 2010. Soto, Gary. Cesar Chavez: A Hero for Everyone. New York: Aladdin Paperbacks, 2003. Print. Soto, Gary. The Skirt. New York: Delacorte Press, 1992. Print. Taylor, Ronald B. Chavez and the Farm Workers. Boston: Beacon Press, 1975. Print. Valero-Garcés, Carmen. Languages in Contact: An Introductory Textbook on Translation. New York: University Press of America, Inc., 1995. Print. Wikipedia.org. Wikimedia Foundation, Inc. 25 Jan. 2010. Web. 16 Feb. 2010.

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