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El Atahualpa ajedrecista: formación y usos de una imagen aparentemente verídica
by Juan Morilla Romero, B. A. A Thesis In SPANISH Submitted to the Graduate Faculty of Texas Tech University in Partial Fulfillment of the Requirements for the Degree of MASTER OF ARTS Approved Sara Guengerich Chair of Committee Connie Scarborough
John Beusterien
Mark Sheridan Dean of the Graduate School
May 2016
Copyright 2016, Juan Morilla Romero
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AGRADECIMIENTOS Fue hace unos dos años cuando vi por primera vez las palabras Atahualpa y ajedrez en una misma frase. Rápidamente quedé atrapado por tan llamativa conexión, si bien es cierto que en ese instante inicial no podía imaginar que esa historia iba a terminar convirtiéndose en tan profundo objeto de estudio por mi parte. Aquel día que no sería capaz de fijar en el calendario fue, en cambio, el kilómetro cero de una andadura tremendamente enriquecedora que, ni mucho menos, ha llegado ya a su fin. Todavía queda mucho camino por delante. Sin embargo, ahora que escribo estas líneas y que la tesina está terminada y lista para ser enviada, no es momento de seguir mirando al frente sino de echar la vista atrás y mostrar mi agradecimiento a todas las personas que, de una u otra manera, me han acompañado y ayudado durante este proceso. En primer lugar, me permito la licencia de escribir y dirigir este GRACIAS en mayúsculas a los integrantes de mi comité, los profesores Sara Guengerich, Connie Scarborough y John Beusterien. Les agradezco de todo corazón la dedicación y el empeño que han puesto durante este tiempo para que, poco a poco, fuera encontrando mi propia ruta hacia el Atahualpa ajedrecista. No puedo evitar tener unas palabras especiales para Sara Guengerich, mi directora de tesina. Mi entusiasmo encontró el complemento perfecto en sus inherentes ganas de ayudar. Jamás olvidaré su incesante apoyo ni la manera en la que me guió y me hizo ver mucho más allá de lo que yo era capaz de divisar. Todo un ejemplo. También me gustaría recordar a todas las personas con las que contacté para recabar información o hacerles alguna consulta relacionada con mi investigación. No ii
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puedo más que decir muchas gracias por su tiempo y buena predisposición a Leontxo García, José Antonio Garzón, Jimmy Entraigües, Antonio Gude, Natalia Matta-Jara, Rafael Dumett, Dennis Siluk, Fernando Gómez Redondo, Joaquín Pérez de Arriaga, Antón Busto, Carmen Martín Rubio, Fernando Iwasaki y Rodolfo Pérez Pimentel. Espero no haberme dejado a nadie atrás. Cada detalle que me transmitieron, por pequeño que fuera, se convirtió en una pieza indispensable para este gran puzle. Cómo no, quisiera tener unas palabras hacia mi familia. A mis padres, Juan y Mariché, y a mis hermanas, Mariché y Marta, les agradezco enormemente el aliento constante que me brindan desde la distancia. No hay aire más puro. Por último, y de manera simbólica, querría acordarme de todas y cada una de las treinta y dos piezas que se dan cita sobre un tablero de ajedrez. Muchas gracias por los buenos momentos vividos y, sobre todo, por ayudarme a entender un poco mejor esto de la vida.
Dios mueve al jugador y éste, la pieza. ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza De polvo y tiempo y sueño y agonía? (Jorge Luis Borges)
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ÍNDICE AGRADECIMIENTOS ............................................................................................... ii ABSTRACT ................................................................................................................. vi LISTA DE IMÁGENES ........................................................................................... viii INTRODUCCIÓN ........................................................................................................1 CAPÍTULO 1. La llegada del ajedrez a América y los paradigmas identitarios en la conquista del Nuevo Mundo ...................................................................................15 La democratización del ajedrez en Europa ...............................................................20 La gran eclosión del ajedrez: desde Valencia hasta el resto del mundo ....................27 El conquistador español y su propensión al juego .....................................................38 Los primeros ajedrecistas en las Indias .....................................................................42 La españolización de los incas a través de los juegos: un caso de transculturación 47 Ajedrez y convivencia en Cajamarca ........................................................................57 Conclusión .................................................................................................................61 CAPÍTULO 2. La formación del Atahualpa ajedrecista: desde la euforia de Gaspar de Espinosa hasta el uso nacionalista de Ricardo Palma ...........................64 La negación del Olaf Holm .......................................................................................67 Espinosa, Andagoya y Cieza de León desdicen a Holm ...........................................70 El cronista español y sus circunstancias y motivaciones ...........................................80 De indicios de veracidad a la creación de una leyenda .............................................90 Conclusión ..............................................................................................................108 CAPÍTULO 3. El Atahualpa ajedrecista después de Ricardo Palma: una imagen más viva que nunca ...................................................................................................113 iv
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El ajedrez en las recientes reconstrucciones históricas del final de Atahualpa .......117 El ajedrez como símbolo del choque frontal entre dos mundos ..............................123 El antes y el después que marcó “Los incas ajedrecistas” de Ricardo Palma .........133 No hay Atahualpa ajedrecista sin Hernando de Soto .............................................141 La versión de Palma conquista la Prensa y la red ...................................................149 Conclusión ...............................................................................................................155 CONCLUSIÓN..........................................................................................................159 OBRAS CITADAS ....................................................................................................172
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ABSTRACT Atahualpa, the last Inca emperor, likely learned to play chess during the ninemonth imprisonment he experienced before being condemned to death by the Spaniard who conquered Cajamarca, Peru, in 1532. Even though this episode’s veracity maintains unclear, it has spread so widely that it has become an almost indispensable aspect in current characterizations on this indigenous leader of the Spanish conquest of the New World. Instead of trying to confirm or reject absolutely its authenticity in historical terms, this Master’s thesis prefers to focus on the cultural dimension reached by this topic. Hence, this work firstly draws the itinerary of the formation of what I call the Atahualpa ajedrecista (The Chessman Atahualpa). Basically, this road map chronologically links the testimonies (original manuscripts, historical narrations, novels, poems, websites, and other cultural representations) that, from the colonial period until present day, refer to this image. Secondly, this research paper analyzes and compares the different and occasionally deliberated uses that have been done of this image throughout the last five centuries. On the one hand, the particular meaning that two well-known Spanish conquerors, Gaspar de Espinosa and Pascual de Andagoya, gave to the Atahualpa ajedrecista is especially significant in order to reinforce their personal and specific interests. On the other hand, this work reflects how, since Ricardo Palma published his short story “Los incas ajedrecistas,” this image has turned into a very powerful symbol
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for the pro indigenous and nationalistic discourses that proliferated in the Andean region, and South America in general, since the beginning of the twentieth century. The brief but crucial comments made by Espinosa, Andagoya and the reputed chronicler Pedro Cieza de León are the testaments on which I base my objection about the validness of Olaf Holm’s point of view. In the mid-fifties, and in the unique academic work that had been written on this topic so far, he categorically denied that Atahualpa ever played chess. Apart from keeping that door open, I promote a postcolonial view of this subject, as it takes part of the Andean collective thinking that still condemns the Spanish conquest that caused the extinction of the Inca empire and its culture.
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LISTA DE IMÁGENES 1
Prenda de ropa característica de la civilización inca ................................. 46
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Atahualpa es retratado junto a un tablero de taptana ................................ 48
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Tablero de taptana ..................................................................................... 50
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Una mujer muestra uno de los sets de ajedrez inca que vende ............... 125
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Posición que se produce en la partida del filme Atahualpa (I) ............... 128
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Posición que se produce en la partida del filme Atahualpa (II) .............. 128
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Posición que se produce en la partida del filme Atahualpa (III). ............ 128
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Posición en la apertura del llamado Gambito Atahualpa ........................ 154
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INTRODUCCIÓN Imagine que el hombre finalmente ha sido capaz de construir una máquina del tiempo que le permita viajar al pasado. Le animaría a que se desplazase hasta la Cajamarca de principios de 1533, y, más concretamente, a que contemplase lo que sucedió en la residencia convertida en prisión de Atahualpa, el último emperador inca, en los meses que precedieron a su muerte. Apuesto por que antes o después vería cómo dos de los conquistadores españoles se sientan frente a frente en una mesa y empiezan una partida de ajedrez. Incluso, en cualquier otro momento podría llegar a observar que quien ocupa uno de los asientos es el propio Atahualpa, quien también se dispone a entretenerse con este juego que, por la apariencia de su tablero, compuesto de casillas blancas y negras, le recuerda mucho a la taptana, ese entretenimiento inca que se desarrollaba en un escenario similar aunque con pequeñas fichas y no con esas figuras que reciben el nombre de rey, reina, alfil, caballo, torre o peón. Mientras que este tipo de artilugios fantásticos sólo tienen cabida en la ciencia ficción, sí disponemos en cambio de testimonios e indicios sólidos que invitan a pensar que es muy factible que esa escena que usted ha visualizado realmente se produjera. En cualquier caso, no se puede hablar de certidumbre absoluta, por lo que existe también la posibilidad de que Atahualpa jamás jugara al ajedrez durante los meses que estuvo arrestado a las órdenes de Francisco Pizarro y que, por tanto, este componente tan peculiar y hasta exótico de su actual caracterización no tuviera ningún fundamento historiográfico. Desde luego, no se puede prever lo que el día menos pensado puede descubrirse en el manuscrito más insospechado o recóndito de cualquier archivo del 1
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mundo –El Primer Nueva Coronica y Buen Gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala apareció sorprendentemente en la Biblioteca Real de Dinamarca cuatro siglos después de haber sido escrito-, aunque a priori se antoja improbable que alguna vez llegue a saberse a ciencia cierta si Atahualpa, efectivamente, practicó este juego en algún momento durante sus últimos meses de vida y si, como algunos gustan de proclamar, fue el primer ajedrecista de América. Ha trascendido tan poco sobre los comienzos del ajedrez en América que resulta inevitable hablar sobre supuestos. En realidad, que Atahualpa jugara o no al ajedrez es casi lo de menos. Y lo es porque la confirmación absoluta de lo que hoy en día es tan solo una hipótesis basada en argumentos de peso no variaría sustancialmente la lectura que en la actualidad se hace de los acontecimientos que significaron el principio del fin del imperio inca. De hecho, creo que tal validación, aun pudiendo resultar muy sonada, simplemente aportaría un par de avances que tampoco catalogaría de extrema trascendencia. De lograrse alguna vez esa siempre ansiada certidumbre, estimo que, en primer lugar, se reforzaría la convicción existente de que, al menos por momentos, la cordialidad imperó en la convivencia que hubo entre el líder indígena y sus captores, mientras que en segundo lugar corroboraría algo que ya cuesta poner en duda a estas alturas: el potencial intelectual de los indios, y de Atahualpa en particular, que era capaz de desenvolverse en una actividad que requiere capacidad de cálculo, concentración, análisis y estrategia, era equiparable al que se presuponía a los españoles de su época. Esta segunda observación no intenta simplificar nuestra comprensión de la capacidad intelectual de Atahualpa solo por comprender las reglas y los secretos del 2
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ajedrez, que estaba considerado como una de las más fieles manifestaciones del pensamiento humanista occidental. Tal y como apunta James Lockhart cuando desarrolla su concepto de “Double Mistaken Identity” (99-119), durante el proceso de ajuste y asimilación mutuos que españoles e indígenas experimentaron durante su concurrencia en el mismo espacio físico quedó palpable que, en realidad, y a pesar de los malentendidos propios de las primeras etapas de ese contacto, las convergencias entre unos y otros eran mayores que sus diferencias. Es decir, ambas partes no estaban tan lejos desde el punto de vista intelectual. Simplemente, eran productos de culturas diferentes. Por eso, una vez que asumieron que no se podía concebir al otro de acuerdo a los parámetros de sumundo, tanto Atahualpa como Pizarro intentan comprender cómo es el líder que tiene en frente con tal de lograr sus objetivos particulares. Una vez hecha esta puntualización, y tras haber puesto también de manifiesto lo arriesgado que resulta asegurar sin tapujos que Atahualpa jugó al ajedrez, entiendo que, más que apuntar hacia la vertiente historiográfica, lo verdaderamente relevante es ahondar sobre la manera en la que ha ido construyéndose una imagen, la del Atahualpa ajedrecista, que, lejos de apagarse con el paso del tiempo, ahora está más consolidada y viva que nunca. Por consiguiente, esta tesina pone el énfasis en la dimensión cultural de este asunto y se enfoca fundamentalmente en dos aspectos. En primer lugar, establece el itinerario de la imagen de lo que podríamos llamar el Atahualpa ajedrecista. Es decir, examina los factores y documentos conocidos que, en los últimos casi quinientos años, han propiciado que la figura de Atahualpa haya quedado irremediablemente ligada al ajedrez. Y en segundo lugar, analiza el significado y el uso intencionado del que esta 3
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imagen ha sido objeto durante todo este tiempo. No en vano, algunos de los primeros conquistadores españoles que asaltaron el Perú y después, desde los albores del siglo XX, andinos y los hispanoamericanos en general, se sirvieron y se siguen sirviendo de la indiscutible fuerza del Atahualpa ajedrecista para utilizarlo en favor de sus intereses o reivindicaciones políticas y sociales. Así las cosas, un detalle en apariencia irrelevante, que hasta ahora ha pasado más bien desapercibido en los estudios coloniales y que, visto superficialmente, parece estar condenado a no tener más rango que el de anécdota o curiosidad, se torna en cambio en la vía de acceso hacia algo mucho más profundo. No en vano, a través de las distintas figuraciones que muestran a Atahualpa moviendo con sentido las piezas del ajedrez se puede, por ejemplo, comprender mucho mejor qué buscaban ante la Corona española los destacados conquistadores Gaspar de Espinosa y Pascual de Andagoya, así como llegar a cuán importante ha sido el resentimiento de los países hispanoamericanos hacia lo español y su dominio colonial en la construcción de su propia identidad nacional a partir de un discurso netamente pro indígena. En el análisis y la exposición de sus argumentos, este trabajo sigue un orden cronológico que va desde la captura de Atahualpa en Cajamarca hasta nuestros días. Aun así, el primer capítulo comienza remontándose a tiempos todavía más pretéritos, pues sólo de esta manera, ofreciendo un contexto lo más amplio posible, puede llegar a comprenderse en toda su extensión lo que representa la presumible entrada en contacto de Atahualpa con el ajedrez. Para empezar, es menester subrayar que no se trataría del descubrimiento de un juego cualquiera por parte de un gran líder indígena, sino de su 4
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introducción al conocido como el juego de los reyes, al único que ha sobrevivido a los últimos quince siglos de historia tras cautivar a las distintas civilizaciones que lo han conocido, y, sobre todo, al juego que, por el simbolismo que se encerraba en su campo de acción, era mucho más que un simple juego en aquella incipiente España imperial. Así, cuando el ajedrez llegó al Nuevo Mundo a principios del siglo XVI, los españoles exportaron mucho más que uno de sus juegos predilectos, ya que en sus partidas, como si cada una fuera una espontánea e irrepetible obra teatral, quedaban de manifiesto los valores y los principios más paradigmáticos del funcionamiento y la mentalidad de su sociedad y de esa Europa de largas raíces medievales que, sin embargo, avanzaba imparable hacia una nueva era, la modernidad. Esto es, estimo que es un planteamiento demasiado simplista limitar la novedosa presencia del ajedrez en América al encuentro de los nativos con un juego considerablemente distinto a los suyos propios, pues la dimensión política y cultural de este descubrimiento por parte de los indios va mucho más allá. Por el simbolismo inherente al ajedrez, es la demostración más paradigmática de cómo se produjo la imposición de la identidad española en sus nuevos dominios y el consiguiente proceso de transculturación que progresivamente experimentaron los indígenas. Casualmente, la llegada del ajedrez a América coincidió con el pasaje de la Historia en el que este juego estuvo más estrechamente ligado a la realidad española. Tal y como promulga el historiador José Antonio Garzón la reina Isabel La Católica bien pudo haber inspirado la irrupción en el ajedrez de la dama actual, que fue creada en 1475 por los poetas valencianos Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francí de 5
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Castellví, y fue presentada en sociedad a través del poema conjunto Scachs D’Amor. Esta figura revolucionaria, capaz de realizar los movimientos del resto de piezas salvo el caballo, transformó este juego de la misma forma que la monarca, con su empeño y liderazgo políticos, variaría decisivamente el curso de los acontecimientos en la península ibérica. Dinámica y poderosa como ninguna otra figura sobre el tablero, el espíritu de la nueva dama, y del ajedrez moderno que ella origina y que rápidamente triunfa por toda Europa y el resto del mundo, es el fiel reflejo de aquella España fuerte y exultante que, por la gracia de Dios, se cree imparable y es capaz de culminar la Reconquista cristiana y de empezar a conformar un vasto imperio al otro lado del océano Atlántico. Al margen de la fuerte carga simbólica que emanaba de cada set de ajedrez y del estratégico anhelo de los conquistadores por españolizar y ganarse la alianza de Atahualpa, varios detalles incitan a pensar que en absoluto es descabellado suponer a Atahualpa familiarizándose con este juego en su prisión. Ya desde El libro de los juegos de Alfonso X El Sabio queda latente que la cultura del juego era consustancial a la identidad castellana y que, sin excepción alguna, ésta se encontraba profundamente arraigada en todos los estratos de su sociedad. Además, para la época en la que se sucedieron las expediciones al Nuevo Mundo, el ajedrez había dejado de ser un entretenimiento exclusivo de esa elite social de la Edad Media que se concentraba en torno a la corte y se había popularizado considerablemente. Buena prueba de ello son las metáforas ajedrecísticas que pueden leerse en dos de las obras de referencia de la literatura medieval española: Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique, y 6
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La Celestina, de Fernando de Rojas. Si a eso se añade que los conquistadores españoles gozaban de mucho tiempo libre y que Atahualpa, durante su cautiverio, seguramente recibió el tratamiento que correspondía a un rey, no es de extrañar que, antes o después, se produjera ese acercamiento. Más que la idiosincrasia del ajedrez en sí, es muy probable que lo que más llamara la atención de Atahualpa fuera la manera en la que los españoles concebían el acto del juego. Éste es, sin duda, uno de los más claros ejemplos del fuerte choque cultural que se produjo en los primeros tiempos de coexistencia entre ambas civilizaciones: mientras que para los españoles el juego en general estaba íntimamente unido a la idea de competición, al irrefrenable deseo de vencer al contrincante –tal ambición provocaba que fueran acompañados de apuestas-, los incas lo entendían de una forma bien distinta. Para ellos, los juegos no eran sinónimos de confrontación entre dos contendientes sino representaciones amistosas que formaban parte de los rituales, especialmente funerarios, que celebraban en ocasiones puntuales. El lector, al detectar varias veces el uso del tiempo incondicional y del modo subjuntivo en las frases que conforman las primeras páginas de esta introducción, puede llegar a sospechar que esta tesina es un ejercicio de especulación. Sí, en cierta medida, en lo que respecta específicamente a la constatación de la familiaridad de Atahualpa con el ajedrez, lo es. En realidad, estimo que no queda más remedio que mantener una postura algo escéptica mientras la incógnita de este enrevesado problema -no precisamente matemático- siga sin poder ser despejada por completo. Aunque la aspiración inicial de cualquier investigador sea atar todos los cabos sueltos con los que 7
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se topa durante sus indagaciones, hay ocasiones en las que, simplemente, por la idiosincrasia del caso y las circunstancias que rodean al mismo, no es posible cerrarlo definitivamente. Y este asunto, en mi opinión, es un buen ejemplo de ello. Precisamente, el punto de partida de esta investigación fue el rebatimiento de la tesis de Olaf Holm, quien, mediado el siglo pasado, y en el único artículo de carácter académico que hasta ahora había sido publicado sobre la veracidad del vínculo establecido entre Atahualpa y el ajedrez, descartó completamente la posibilidad de que el rey hubiera entrado en contacto directo con este juego a través de los españoles que lo mantuvieron preso. En mi opinión, tan contundente aseveración es un error por parte del positivista Holm, quien bajo ningún concepto deja abierta la puerta a un planteamiento contrario al suyo o a que, como terminaría ocurriendo, salieran a la luz nuevas evidencias físicas que dejaran su afirmación en evidencia. De hecho, tal y como se expone en el segundo capítulo de esta tesina, hay tres manuscritos originales de la época colonial que no son citados por Holm y que ponen muy en entredicho su tesis. Pese a no ser absolutamente concluyentes desde mi punto de vista, estos tres documentos originales dan mucha consistencia a la teoría de que Atahualpa sí jugó al ajedrez ya que, ni más ni menos, lo mencionan explícitamente. En concreto, se trata de una carta que el adelantado Gaspar de Espinosa escribe a Francisco de los Cobos, secretario de Estado y hombre fuerte del emperador Carlos I, anunciando que la incursión de los hombres de Francisco Pizarro en el Perú había sido un éxito y que, además, tenían bajo control a su rey, Atahualpa. La importancia de este escrito es capital, ya que, por la fecha que aparece en la misma, el 1 de agosto de 1533, 8
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se deduce que pudo ser la primera notificación que llegó a la península ibérica anunciando la entrada de los españoles en el imperio incaico. La segunda referencia conocida al Atahualpa ajedrecista la realiza el conquistador Pascual de Andagoya en la relación que, entre otros asuntos, escribe en 1545 sobre la conquista del Perú, mientras que unos años más tarde el cronista oficial Pedro Cieza de León también lo evoca en su Crónica del Perú. Estos conquistadores, pese a no ser testigos de vista de lo sucedido en Cajamarca, son fuentes de información a tener muy en cuenta porque, de una u otra manera, estuvieron muy directamente involucrados en lo acontecido en el Perú. Aunque juntos sólo suman tres brevísimos y esporádicos comentarios sobre la vertiente ajedrecística del rey indígena -una producción poco significante a nivel cuantitativo si se compara con todo lo que se escribió en las Indias-, sí es cierto que el contenido de dichos testimonios es lo suficientemente sugestivo como para que no pasara desapercibido para alguien como Antonio de Herrera, reconocido historiador del Siglo de Oro español que, en su Historia General de las Indias, aspiró a recopilar por escrito los acontecimientos más relevantes que se desencadenaron en el Nuevo Mundo. Este trabajo, a su vez, fue una referencia ineludible para el no menos influyente William H. Prescott, quien en 1847 escribió su History of the Conquest of Peru, la primera gran obra contemporánea sobre la caída del imperio inca a manos de los españoles. Mención a mención, el Atahualpa ajedrecista fue ganando envergadura muy lentamente. Sin embargo, esta imagen que había mantenido un hilo de vida durante tanto tiempo gracias a un muy esporádico goteo de frases sueltas, experimentará una eclosión 9
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extraordinaria y definitiva a partir de la tradición “Los incas ajedrecistas,” escrita a principios del siglo XX por Ricardo Palma. Tras haber bebido como tantos otros del extenso y minucioso trabajo de Prescott, el popular costumbrista peruano llevó esta figuración hasta el gran público con una historia que, sin duda, significó un verdadero punto de inflexión en el vínculo que siempre ha unido a Atahualpa con el ajedrez. Palma, que tan a gusto se desenvuelve mezclando realidad y ficción, compone un texto de apariencia fidedigna en el que se proclama que la maestría que había alcanzado el rey inca en el juego del ajedrez pudo influir decisivamente en su condena final a muerte. Semejante desenlace no pasa inadvertido en el Perú, y mucho menos teniendo en cuenta cuál es el contexto en el que se produce la publicación de esta tradición. Era un momento de máxima exaltación del origen indígena por parte de un pueblo, el peruano, que trataba de sentar las bases sobre las que sustentar un sentimiento de nación completamente propio e independiente del sello español. Puede que en otras circunstancias “Los incas ajedrecistas” no hubiese tenido tanta trascendencia, aunque también es muy posible que, en otras condiciones, este relato no hubiera surgido o que, al menos, no lo hubiera hecho de la manera en que lo conocemos. Por así decirlo, Palma, con mucha intención, y difuminando por completo la frontera que distingue el hecho histórico de la creación literaria, sirve con su puño y letra lo que la sociedad peruana ansiaba leer en ese preciso período, y es esa conjunción perfecta la que explica tanto la popularidad que adquiere esta tradición como la nueva dimensión, antes inimaginable, que alcanza a partir de ese instante el Atahualpa ajedrecista. Así, desde hace un siglo, y debido exclusivamente a la entrada en escena 10
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de Palma, esta imagen se convertirá en un icono, en parte del imaginario colectivo de todos aquellos marcados por un sentimiento de repulsa contra la conquista española del Perú y el irreparable daño que supuso la paulatina destrucción de la civilización y la cultura incas precolombinas. Como se pone de manifiesto en el tercer capítulo, Palma prendió una llama que aún hoy en día sigue encendida y muy viva. Sin embargo, eso no significa ni mucho menos que desde ese momento el personaje histórico Atahualpa haya quedado automáticamente relacionado con el ajedrez ni que aquellos que sí establecen esa conexión la entiendan de la misma forma. De hecho, entre esa mayoría que da por válida y cierta la unión entre el emperador inca y el juego de los sesenta y cuatro escaques, se identifican tres tendencias. En primer lugar, se observa un posicionamiento común en los trabajos de carácter historiográfico que aspiran a reconstruir fehacientemente los acontecimientos que marcaron la conquista del Perú. Éstos, que se basan principalmente en las fuentes coloniales primarias y en trabajos anteriores de la misma naturaleza, recelan de la autenticidad de la narración de Palma y prefieren limitarse a mencionar muy de pasada que Atahualpa aprendió a jugar al ajedrez mientras estuvo arrestado por los españoles sin detenerse lo más mínimo a hacer una lectura pausada sobre el significado que este detalle tiene a nivel cultural. En consonancia con esta perspectiva, se encuentran una serie de representaciones o productos culturales de distinta índole que, aun recurriendo a la imagen del Atahualpa ajedrecista, tampoco subscriben literalmente los hechos 11
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concretos de “Los incas ajedrecistas.” En buena parte de estos casos, se aprecia una clara intencionalidad por parte de los autores, quienes, como también hiciera el propio Palma, encuentran en el ajedrez una inmejorable vía para expresar metafóricamente el dramatismo con el que buena parte de la población andina y sudamericana en general revive tanto el final de Atahualpa como la subsiguiente caída del imperio inca. Por último, cabe citar a un tercer grupo formado por textos fundamentalmente literarios que de forma manifiesta continúan la senda trazada por Palma y, por tanto, actúan como altavoces de esta versión y de lo que la misma representa. Es digno subrayar que en este conjunto de referencias se incluyen un par de artículos periodísticos, lo que sin duda acredita el sobresaliente alcance y el grado de credibilidad que esta versión ha obtenido en los foros públicos. Precisamente, en términos de difusión es especialmente reseñable el papel que en los últimos años ha desempeñado internet, pues es casi imposible cifrar con exactitud la cantidad de páginas web en las que, con mayor o menor detalle, se reproduce la tradición de Palma. Dejando a un lado el debate en torno a la veracidad de este relato y a la autoridad de las voces anónimas que han emergido en el nuevo escenario digital, lo más interesante es ver cómo, gracias a la mediación de gente desconocida y de las posibilidades que ofrecen las nuevas vías de comunicación de masas, esta historia, por la impresión que genera su desenlace y por la carga pro indígena –o antiespañola- que transmite en su conjunto, ha adquirido más fuerza que el resto de interpretaciones del Atahualpa ajedrecista. “Los incas ajedrecistas,” en su denuncia del sinsentido que resultó ser la condena a muerte de Atahualpa, también encumbra indirectamente la figura de Hernando de 12
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Soto. Palma, teniendo muy presente lo que había dejado escrito Antonio de Herrera, lo retrata como el único apoyo verdadero que el rey inca había encontrado entre sus captores españoles. Independientemente del rol que le adjudica el literato peruano, Soto es, sin duda, uno de los nombres propios más razonablemente ligados al Atahualpa ajedrecista. No en vano, antes de arribar al Perú, este conquistador de currículum brillante batalló en Panamá junto a Francisco Pizarro y Gaspar de Espinosa, quien, como ya se ha apuntado, fue el primero en anunciar desde Panamá el contacto de Atahualpa con el ajedrez. ¿Sería Hernando de Soto quien efectivamente iniciara a Atahualpa en ese juego? ¿Fue él quien informó de ello a Espinosa? Éstas son solo algunas de las preguntas cuyas respuestas aún siguen en el aire. Por eso, más que pretender establecer una verdad que sintetice y explique lo ocurrido en términos absolutos, esta tesina prefiere centrarse en trazar la hoja de ruta que la imagen del Atahualpa ajedrecista ha seguido desde su fase inicial de construcción hasta hoy. Se trata de un recorrido que empieza con Gaspar de Espinosa en 1533 y que tiene continuidad unos años más tarde con Pascual de Andagoya y con Pedro Cieza de León. Después, será Antonio de Herrera el que tome el relevo, mientras que el siguiente eslabón de esta cadena llevará el nombre de William H. Prescott. Todos ellos, bien como conquistadores o como cronistas o historiadores, son protagonistas estrechamente ligados a la conquista del Perú y la reconstrucción de sus hechos. Después, llegará el turno de Ricardo Palma. Sobre él, y gracias a su imaginación y su talento literario, recae el reconocimiento de haber popularizado más que nadie la vertiente ajedrecística de Atahualpa. Sin embargo, en este sentido no debe olvidarse el 13
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papel que accidentalmente también jugó Felipe Guaman Poma de Ayala. En Su Primer Nueva Corónica, redescubierto en Copenhague, Dinamarca, en 1908, pero publicado por primera vez en París en 1936, este cronista híbrido, de origen indígena pero educación española, afirma que Atahualpa jugaba al ajedrez cuando en realidad se refería a la taptana. A efectos prácticos, tal confusión también contribuyó a consolidar la impresión de que Atahualpa había conocido el ajedrez, pues la aparición de este libro, por sus comentarios y grabados en favor de los indígenas y de denuncia del comportamiento que tuvieron los españoles, significó una auténtica revolución en el campo de los estudios coloniales. Tras Palma, y gracias fundamentalmente a Palma, otros grandes nombres de la literatura en español del siglo XX como José Lezama Lima, Ramón J. Sénder, Jorge Luis Borges o Roberto Bolaño mantendrán al Atahualpa ajedrecista en el mejor de los escaparates. Junto a ellos, otros escritores mucho menos conocidos para el gran público también contribuirán, aunque de forma menos sonada, en esta causa. Todos y cada uno de ellos, al igual que esos anónimos que escriben en blogs, foros o páginas webs, son los responsables de que ésta no haya decaído. Todos aportan su granito de arena para que esta figuración tremendamente sugerente sea una cuestión actual y no se haya quedado en una mera anécdota del pasado. Todos han influido para que se dé por hecho que Atahualpa jugó al ajedrez, aunque quizá nunca se sepa si ello realmente sucedió.
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CAPÍTULO 1 La llegada del ajedrez a América y los paradigmas identitarios en la conquista del Nuevo Mundo Sigue sin existir un consenso unánime entre los historiadores del ajedrez cuando se trata de establecer el origen exacto de este milenario juego de estrategia, si bien es cierto que los hallazgos arqueológicos más recientes refuerzan la teoría de que éste, o al menos el chatrang, su antecedente conocido más cercano, surgió en Persia en torno al siglo VI d.C.1 Pese a las leyendas que han llegado hasta nuestros días relatando el nacimiento del ajedrez, que en su más pura esencia representa el enfrentamiento bélico que mantienen dos ejércitos en el marco infinito de sesenta y cuatro casillas,2 es más lógico pensar que su creación no se debió al ingenio de una sola mente privilegiada en un momento puntual, sino que, en realidad, fue fruto de la evolución y el ajuste de diversos juegos anteriores. Es decir, es consecuencia del “lento triunfo de la inteligencia colectiva” (Shenk 33).
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Descendiente del chaturanga, que se practicaba en la India, el chatrang muestra similitudes evidentes con el ajedrez, ya que era un juego de inspiración bélica en el que, sobre un tablero de sesenta y cuatro casillas, se enfrentaban dos ejércitos con el firme propósito de capturar, atrapar o aislar al rey enemigo. Cada bando estaba formado por un rey, un ministro, dos elefantes, dos caballos, dos ruhks o carruajes y ocho soldados de infantería. Los movimientos de algunas de estas piezas eran parecidos a los del ajedrez actual. 2 De todas estas leyendas, la más popular, quizá porque refleja mejor que ninguna otra la esencia ilimitada del ajedrez, es la que cuenta que el juego lo creó un tal Sissa, sabio de la corte de un rey indio que, como recompensa por haber inventado tan asombroso juego, sólo pidió que, partiendo de un único grano de trigo en la primera casilla del tablero, en cada una de las restantes sesenta y tres recibiera el doble de granos de trigo que había en la anterior. La suma de los granos de trigo correspondientes a las sesenta y cuatro casillas supera los tres trillones y medio de granos, una cantidad tan astronómica como el del número de partidas distintas que pueden jugarse en un tablero de ajedrez, que es 10 123. Por poner sólo un ejemplo, esta cifra es considerablemente superior al número de átomos en el universo conocido, que es igual a 1080 (García 217).
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Este continuo intercambio de conocimiento tuvo lugar en el amplísimo marco de la Ruta de la Seda, que durante un buen número de centurias vinculó comercial, cultural e intelectualmente a distintas partes de Asia.3 La expansión árabe, iniciada en la primera mitad del siglo VII, propició que el ajedrez llegara al alcance de los musulmanes, quienes lo practicaron y desarrollaron con fervor.4 Éstos lo difundieron por Bizancio y el norte de África, y a través de las penínsulas itálica e ibérica lo introdujeron en Europa, por donde rápidamente se propagó hasta convertirse incluso en un aspecto esencial para el entendimiento de la cultura medieval (O’Sullivan 2). El proceso de universalización del ajedrez dio un paso de gigante con el descubrimiento, la conquista y la colonización de América que consumaron los españoles a partir de 1492. No hay duda de que fueron ellos los que exportaron el ajedrez al Nuevo Mundo, aunque llama poderosamente la atención el vacío documental que existe en torno a este excepcional pasaje en la historia del considerado como el juego de los reyes. Sirva como ejemplo que H. J. R. Murray, en su magna obra A History of Chess (1913), que ha servido de referencia ineludible para todos los que posteriormente
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La Ruta de la Seda fue, en realidad, un conjunto de rutas interconectadas cuyas distancias llegaron a oscilar entre los 7.500 y los 35.000 kilómetros. Estas vías se originaron en torno al siglo II a. C. y conformaron una de las redes de comunicación más activas y fructíferas que jamás hayan existido, pues facilitaron el flujo e intercambio de objetos materiales, creencias religiosas, conocimiento científico, avances tecnológicos, arte y prácticas culturales. Desde el este de China hasta el mar Mediterráneo, estas rutas mantuvieron conectadas a las antiguas y dispersas sociedades de Asia, siendo además determinantes en el desarrollo de algunas de las grandes civilizaciones de la Humanidad (UNESCO, “Silk Roads”). 4 De hecho, los musulmanes fueron los autores de los primeros tratados ajedrecísticos. El legado árabe en este sentido es de un valor incalculable. Los problemas de finales de partidas que compusieron son una clara evidencia del profundo dominio del ajedrez que alcanzaron sus mejores jugadores. Sin ir más lejos, de los 103 problemas que incluye Alfonso X El Sabio en El Libro de los juegos (1283), 88 son copias de problemas que ya habían sido creados anteriormente por los musulmanes (Constable 305). Estos ejercicios son el germen de una inagotable tradición posterior que aún perdura y que puede encontrarse, por ejemplo, en periódicos de todo el mundo a diario.
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se han dedicado a indagar sobre el surgimiento, la evolución y la expansión del ajedrez, no detalla este hecho en su extensísimo trabajo de casi novecientas páginas.5 El principal objetivo de este primer capítulo no es paliar la carencia de información detectada en torno a la llegada del ajedrez a América y, más concretamente, a su implantación en los vastos territorios que antes habían conformado el imperio incaico. Tan ambiciosa y complicada aspiración, que, ojalá, algún día sea llevada a cabo por algún ávido investigador, requiere de una altísima dosis de trabajo que claramente se escapa de las posibilidades de esta tesina, aunque en las páginas que siguen se ofrecerán contenidos y argumentos consistentes que podrían servir de punto de partida para futuros estudios. Más bien, este primer bloque, al margen de contextualizar el núcleo central de mi investigación, se sirve del caso concreto del ajedrez para retratar el inevitable y tremendo choque cultural que tuvo lugar en el área andina, donde dicha colisión, simbolizada con el famoso encuentro en Cajarmarca entre los hombres de Francisco Pizarro y el Inca Atahualpa, sigue grabada hoy en día en la memoria colectiva de los
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Esta llamativa parquedad documental se mantiene en obras mucho más recientes que también han abordado la historia del ajedrez. Ocurre, por citar solo un caso, en el libro La partida inmortal. Una historia del ajedrez, de David Shenk, donde curiosamente sólo se hace mención a la llegada del ajedrez a América a partir de una cita de Benjamin Franklin, una de las grandes celebridades de la historia de la Humanidad que quedó subyugada por la magia de este juego: “A lo largo de épocas incontables ha sido el entretenimiento de referencia de todas las naciones civilizadas de Asia, de los persas, de los indios y de los chinos. Europa lo tiene desde hace un millar de años; los españoles lo extendieron por sus dominios en América, y tuvo una aparición tardía en Estados Unidos” (20). Igualmente, dicha carencia de información puede observarse en trabajos elaborados en Hispanoamérica, en los que el ajedrez recibe un tratamiento marginal respecto a otros juegos, especialmente los de azar, que eran mucho más populares (Zapata Gollán 26), o, simplemente, empieza a ser documentado a partir del siglo XVIII o XIX. De igual manera, llama poderosamente la atención que sean mínimas las referencias al ajedrez que se encuentran en el libro Juegos, fiestas y tradiciones en la América española, del historiador Ángel López Cantos, aunque, en cualquier caso, es justo indicar que dicho trabajo es una importante fuente de información en esta materia y que, sin duda, ha sido de gran ayuda en esta investigación.
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habitantes de esta región. Es decir, el ajedrez, fuente inacabable de metáforas “con la que se puede explorar prácticamente toda la realidad” (Shenk 31), actúa en esta ocasión como paradigma de dos procesos inseparables: por un lado, el de la implantación (o imposición) de la identidad española en el Nuevo Mundo y, por el otro, el de la consecuente transculturación amerindia. Al igual que el libro que el religioso Vicente Valverde entregó a Atahualpa en su primer acercamiento en Cajamarca era la representación física de la ley cristiana y de la autoridad de la Corona (a fin de cuentas, eran lo mismo), otros objetos materiales, en este caso el tablero y las fichas de ajedrez, fueron la vía a través de la cual se transmitieron en los nuevos territorios algunos aspectos fundamentales de la cultura, la sociedad y la mentalidad hispanas, y, por extensión, europeas de la época. Así las cosas, lo realmente importante de la llegada del ajedrez a América no fue que el antiquísimo juego que se había originado casi mil años antes al otro lado del planeta había alcanzado un nuevo continente, sino la dimensión cultural que su presencia tuvo en un complejo escenario que acabó siendo compartido por conquistadores españoles, indios nativos, mestizos y criollos. El desarrollo del capítulo seguirá un orden cronológico para facilitar la comprensión de su línea argumental, en la que se entrelazarán épocas y contextos distintos. El punto de arranque será la progresiva popularización que el ajedrez experimentó en Europa a lo largo de la Edad Media, pues su práctica pasó de estar esencialmente limitada a las elites sociales que se concentraban en las cortes reales a, por el contrario, generalizarse en las sociedades medievales. La literatura contribuyó de manera decisiva en la paulatina democratización del ajedrez, que, sin duda, ocupó un 18
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papel protagónico en unos reinos hispánicos que entre sus costumbres tenían muy arraigado el hábito del juego. Precisamente, la ciudad de Valencia, a finales del siglo XV, fue el lugar donde se gestó el cambio que transformó radicalmente el ajedrez y aumentó sustancialmente su práctica. Tal hito histórico no fue otro que la incorporación al tablero de la nueva y poderosa dama, figura que, tal y como postula el historiador José Antonio Garzón, parece estar inspirada en la reina Isabel la Católica. 6 Dicha novedad, impulsada desde la península ibérica hasta el resto del mundo por entonces conocido, fue clave en el resurgimiento del juego, que se dinamizó enormemente y se convirtió en un producto mucho más atractivo y acorde con la mentalidad de la incipiente modernidad europea. Sin embargo, para este trabajo lo realmente trascendente es el significado que adquirió el nuevo ajedrez. Éste se convirtió en un inmejorable transmisor de los principios sobre los que se sustentaba el proyecto políticoexpansionista emprendido por los Reyes Católicos, cuyo gobierno se vería decisivamente reforzado tanto política como económicamente a raíz de la culminación de la Reconquista cristiana en la península ibérica y el descubrimiento de América. Precisamente, al nuevo continente llegaron una gran cantidad de conquistadores que, como no podía ser de otra forma, mantuvieron allí sus juegos y diversiones. Es más, los practicaron más que nunca, normalmente en exceso, y los fueron introduciendo entre los nativos, que hasta entonces habían cultivado un concepto del juego muy
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Esta tesis, abanderada en la actualidad por el español José Antonio Garzón, cuenta con el respaldo de reconocidos historiadores y de un gran número de eruditos en esta materia, como H. J. R. Murray, Yuri Averbakh, Marilyn Yalom, Alessandro Sanvito, David Levy, Kevin O’Conell, Diego D’Elia, Mario Leoncini, Dagoberto L. Markl, Peter J. Monté, Franco Pratesi y David Schenk (Foro Valenciano del Ajedrez, “Respaldo internacional”).
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diferente y ligado a diversos ritos ceremoniales. El ajedrez, por tanto, y al igual que otras muchas manifestaciones culturales, fue testigo y actor en la coexistencia que hubo entre los conquistadores y aquellos amerindios que, por su privilegiada posición social, tuvieron relación directa con los españoles en las primeras décadas de la ocupación española. Ejemplo ilustrativo de dicha convivencia fue el período en cautividad de Atahualpa, quien muy posiblemente jugó al ajedrez con sus captores españoles en los meses que precedieron a su ejecución. Este escenario recuerda en cierta medida a lo que dos siglos antes se había vivido en la corte del rey Alfonso X El Sabio, en la que cristianos, judíos y musulmanes, en un contexto de convivencia más o menos tensa, disfrutaban conjuntamente del ajedrez. Evidentemente, no es cuestión de trazar un paralelismo entre ambas situaciones, pues cada una representa un modelo de convivencia distinto, aunque sí es cierto que estos casos al menos nos permiten concluir que el ajedrez, curiosamente un juego con un claro trasfondo bélico, pudo contribuir a apaciguar los ánimos entre bandos enfrentados en situaciones de máxima tensión política.
La democratización del ajedrez en Europa La universalización del ajedrez se debe fundamentalmente a su irresistible naturaleza embriagadora. Sólo así se explica que este juego haya cautivado a cientos y cientos de millones de personas de todo el mundo a lo largo de sus casi quince siglos de historia, siendo incluso nexo de unión entre culturas enfrentadas o sin vínculos directos. 20
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No es de extrañar, por tanto, su rápida expansión por Europa, donde se evidenció un imparable proceso de democratización del ajedrez conforme iba avanzando la Edad Media. Murray es contundente al escribir sobre ello: “During the latter part of the Middle Ages, and especially from the thirteenth to the fifteenth century, chess attained to a popularity in Western Europe which has never been excelled, and probably never equalled at any later date” (428).7 Pese a que no se conservan muchas figuras o sets de ajedrez medievales que así lo acrediten,8 “the frequent references to it in romances and popular philosophical allegories of the game also confirm that chess was a central part of the culture” (Adams 3). Sin ir más lejos, dos de las grandes obras de la literatura medieval española confirman dicha aseveración. Jorge Manrique, en la estrofa XXXIII de sus Coplas por la muerte de su padre, utiliza la imagen del tablero de ajedrez para proclamar que su progenitor, cual ejemplar peón, se jugó la vida en el campo de batalla repetidas veces al servicio del rey de Castilla: Después de puesta la vida Tantas vezes por su ley Al tablero; Después de tan bien servida La corona de su rey Verdadero; 7
El tiempo ha dejado obsoleta esta apreciación de Murray, que escribió su reconocidísimo trabajo hace algo más de cien años, a comienzos de un siglo, el veinte, en el que el ajedrez alcanzó una dimensión muy superior a lo anteriormente conocido. Ello se debió a diversos factores, tales como la aparición de algunos de los mejores jugadores de la historia, el desarrollo de las comunicaciones e, incluso, cuestiones políticas. Por ejemplo, la lucha por el cetro mundial que protagonizaron el estadounidense Bobby Fischer y el soviético Boris Spassky en plena Guerra Fría alcanzó unas connotaciones políticas antes inimaginables, teniendo un seguimiento y una repercusión masivos en todo el mundo. 8 El conjunto más importante de piezas de ajedrez medieval actualmente conservado es el conocido como The Lewis chessmen, formado por un total de 78 figuras (8 reyes, 8 reinas, 16 alfiles, 15 caballos, 12 torres y 19 peones) talladas en el siglo XII a partir de colmillos de morsa. Fueron descubiertas semienterradas en la arena de una playa de la isla de Lewis, en el norte de Escocia, en 1831.
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Después de tanta hazaña A que non puede bastar Cuenta cierta, En la su villa d’Ocaña Vino la Muerte a llamar A su puerta, … (163-164)
Esta imagen del tablero de ajedrez como representación del escenario donde tienen lugar cosas importantes aparece también, y repetidas veces además, en La Celestina. Precisamente, en la primera de las menciones que se encuentran en esta obra -al comienzo del segundo cuarto-, se alude, según Julio Rodríguez Puértolas, a la estrofa de Manrique: “Celestina: … ¡Ay cuytada de mí, en qué lazo me he metido! Que por me mostrar solícita y esforçada pongo mi persona al tablero” (153). No es éste el único comentario de inspiración ajedrecista que puede leerse a lo lago de la obra de Fernando de Rojas. En el séptimo auto, y ante la insistencia de Pármeno sobre Celestina para que mueva los hilos pertinentes para que Areúsa corresponda el amor que él siente por ella, la alcahueta afirma: “(M)ás de tres xaques ha rescebido de mí sobre ello en su absencia. Ya creo que esará bien madura. Vamos camino por casa, que no se podrá escapar de mate” (188). Es cierto que, en sus inicios europeos, el ajedrez fue patrimonio prácticamente exclusivo de los nobles y los caballeros; es decir, de la aristocracia y la elite militar, que lo consideraban un pilar básico en su educación al igual que la caza, la monta a caballo, la música y la literatura (Constable 301)-. Sin embargo, con el paso del tiempo el juego fue derribando esa barrera y fue poniéndose al alcance del resto de la sociedad. Esta generalización puede entreverse a partir de algunas declaraciones de bienes y 22
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documentos legales de esta época, así como del hecho de que “chess seems increasingly to be treated in twelfth-century sources as a known entity, something which does not require special description or explanation” (Eales 15). Como se ha demostrado un poco más arriba, la literatura jugó un papel decisivo en este proceso expansivo. El propio Richard Eales se pregunta “why was this particular game which was so widely adopted and taken so seriously by medieval writers?” (13). Daniel O’Sullivan tiene una respuesta al respecto: “(I)t is a system capable of generating infinite permutations … Its rules and potential for metaphorical or allegorical representation invite poets and preachers to note the similarities between the world on and the world off the chessboard” (2). De acuerdo a Eales, la riquísima simbología del ajedrez dio pie a que la literatura medieval recurriera a imágenes y situaciones propias de este juego para retratar diversos aspectos idiosincrásicos de lo caballeresco y lo cortés. De estas representaciones, este autor destaca tres tipos: 1) la intrínseca combatividad del ajedrez y el impetuoso deseo de ganar de sus jugadores como reflejo del tesón y el carácter del caballero; 2) la partida de ajedrez entre un hombre y una mujer como excepcional marco para el desarrollo de encuentros e historias románticas dentro de los parámetros del amor cortés; y 3) el ajedrez como metáfora y alegoría de la guerra, así como del rol que desempeña cada estamento social dentro de la jerarquía existente (30-33). Este último punto, “a picture of society in miniature charged with real symbolic forcé” (33), cobró especial importancia en textos que, siguiendo la línea de los sermones y los ejemplos de los predicadores, mostraban una manifiesta intención moralizante. De 23
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todos estos documentos, el más ambicioso e importante fue, sin discusión alguna, el Liber de moribus hominum et officiis nobilium, escrito en latín por el dominico genovés Jacobus de Cessolis en la segunda mitad del siglo XIII y traducido a prácticamente todas las lenguas europeas del momento. Esto provocó que se convirtiera, y con mucha diferencia, en el segundo libro más reproducido durante la Edad Media, estando casi a la altura de la Biblia (Murray 537).9 “The Liber is a treatise, intended as advice to princes, that narrates the story of a ruler who through his knowledge of chess ceases his tyrannical ways, becoming a benevolent leader and, according to Jacobus, a better one”, resume Jenny Adams, quien añade que en este libro el ajedrez actúa como “an instrument of reform rather than as a simple reminder of social hierarchy” y subraya que, en lugar de vincular el ajedrez únicamente con el ámbito del monarca, “[it] seeks to absorb all people in its symbolic domain” (4). Esta última afirmación es de gran trascendencia para entender la intencionalidad que mueve la obra de Cessolis. Adams recurre a la lógica propia del ajedrez para profundizar en la responsabilidad y el peso políticos -“social roles”- que el autor medieval otorga a los distintos estamentos de la sociedad de su tiempo: (T)he king may be the most important piece on the board, but the other pieces have freedom of movement independent of the monarch and thus can affect the outcome of the game. Nor was the king the only person who could improve himself through chess. Jacobus suggests that anyone who learns the game should be able to master his or her role in the civic body and the rules that govern his or her actions. (5)
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Murray registra una versión en catalán, Lo libre de les costumes dels homens e dels oficis dels nobles sobrel Joch dels Escachs, existente en manuscritos del siglo XV, y una versión en castellano, Dechado de la vida humana moralmento sacado del juego del Axedrez, que fue traducida por el licenciado Reyna, vecino de Aranda del Duero (Valladolid), en 1549.
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Por tanto, como el rey precisa de la indispensable ayuda y del buen hacer de todos los estamentos sociales para asegurar la prosperidad de su reino, la literatura moralizante, que se sirve del ajedrez por su enorme potencial doctrinario, no debe dirigirse únicamente al monarca y a quienes forman su corte, sino que tiene que llegar a todos los ciudadanos. Éstos, por medio de este juego que funciona como órgano articulador del ejercicio del poder, reciben instrucción sobre cuál es su papel en la sociedad y sobre las posibilidades de su autonomía moral (7). Por este motivo, Cessolis introduce algunas novedades muy significativas: si bien mantiene tal y como estaban generalizadas las figuras del rey, la reina y el caballero (caballo en su traducción al español), reinterpreta las figuras del alfil y la torre, que pasan a representar respectivamente a los jueces y representantes del rey, y personifica los ocho peones que ocupan la segunda fila de cada bando. En lugar de ser tratados como piezas anónimas en un grupo homogéneo, éstos pasan a encarnar determinados colectivos profesionales de la época para así fomentar su identificación con el pueblo llano (Murray 542-44). Como muy acertadamente sintetiza David Shenk, el ajedrez fue “el Power Point de la Edad Media”, “una plataforma con múltiples usos al servicio de poetas, filósofos y otros intelectuales, quienes por medio de ella exploraron y presentaron una amplia gama de ideas complejas de una forma muy gráfica y atractiva” (33). En realidad, tanto en Castilla como en los otros reinos hispánicos, el ajedrez, y todos los juegos en general, estaban profundamente arraigados a la identidad colectiva. Buena prueba de ello es que Alfonso X El Sabio, en sus últimos meses de existencia y 25
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tras superar unos años realmente convulsos como monarca, puso todo su empeño para por fin ver terminada su última y quizá más personal obra, el conocido como Libro de los juegos (su título original es Libro del axedrez, dados e tablas y fue concluido en 1283). Esta obra, considerada como una de las grandes joyas de la literatura medieval, destaca por su marcado carácter didáctico y divulgativo, pues el propósito del monarca, que ya desprendía un manifiesto aire humanista mucho antes de que esta corriente se generalizara en Europa (Anderson 448), era fijar las reglas y el conocimiento necesario para disfrutar debidamente con estos juegos. No debe pasar desapercibido el comentario que el rey sabio hace en el prólogo de su libro, en el que, muy significativamente, pondera el ajedrez por encima de los dados y las tablas. No en vano, el monarca estima que su intrínseca dependencia del intelecto humano lo convierte en “más assegado juego e onrado” que los otros (20).10 En cualquier caso, todos ellos quedan definidos como fuente de alegría para las personas, que en los juegos encuentran la evasión y la satisfacción que mitigan los problemas que depara la vida: “Porque toda manera de alegría quiso Dios que oviessen los omnes en sí naturalmientre por que pudiessen sofrir las cueítas e los trabajos cuando les viniesen, por end los omnes buscaron muchas maneras por que esta alegría pudiessen aver complidamente” (19). Aunque puede afirmarse sin reservas que los fundamentos del ajedrez terminarían siendo de dominio público entre los pobladores de la península ibérica, es
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Para avalar su razonamiento, el rey sabio, gran precursor del Renacimiento español, rescata una vieja leyenda sobre un monarca indio que “amava mucho los sabios e teniélos siempre consigo” y que consultó a tres de su corte “sobre los fechos que nacién de las cosas”. El que a la postre terminaría introduciéndole el ajedrez es el sabio que “dizié que más valié seso que ventura, ca el que vivié por el seso fazié sus cosas ordenadamientre, e aun que perdiesse que no avié ý culpa, pues que fazié lo quel convinié” (20-21).
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oportuno puntualizar que la existencia de tantas referencias documentales y literarias durante el medievo a otros juegos, especialmente a los de azar, induce a pensar que éstos gozaban aún de una mayor popularidad en el grueso de los ciudadanos. Esta inclinación era especialmente palpable entre los integrantes de los estratos más bajos de la sociedad, que, lógicamente, se sentían más atraídos por el azar que por el razonamiento humanista, que era una facultad en la que no habían sido educados y que, por tanto, no la sentían como propia.11
La gran eclosión del ajedrez: desde Valencia hasta el resto del mundo En 1475, siete siglos después de haberse convertido en un enclave determinante para la introducción del ajedrez en Europa, la península ibérica, y más concretamente la ciudad de Valencia, que por entonces aún pertenecía al reino de Aragón, albergó el surgimiento del ajedrez moderno, que es prácticamente el mismo que hoy se sigue jugando en todo el planeta. Localizar la partida de nacimiento del hito más trascendental en la historia del ajedrez fue el gran reto que durante muchos años tuvieron ante sí los historiadores especializados en este juego. Hasta hace no demasiado tiempo, la teoría generalmente aceptada (principalmente porque la suscribía Murray, la voz de referencia en este campo durante la mayor parte del siglo XX) situaba el epicentro de este revolucionario cambio entre los reinos de Francia, Italia o España. Sin embargo, los
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Ni siquiera las leyes establecidas por la Corona para regular y controlar los juegos de azar consiguieron que su práctica se redujera. Mientras que los juegos de dados estaban terminantemente prohibidos desde 1387, diversas modalidades de los juegos de cartas, aquellas en las que el factor suerte quedaba minimizado y se premiaba la habilidad del jugador, estaban permitidas siempre y cuando las apuestas y los envites no superaran una cantidad determinada (López Cantos 272).
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resultados de las investigaciones iniciadas en los años ochenta por Ricardo Calvo y rematadas decisivamente en las últimas dos décadas por José Antonio Garzón, demuestran que el nuevo ajedrez fue creado por los poetas valencianos Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francí de Castellví, quienes lo presentaron en sociedad a través de un poema conjunto, Scachs d’Amor.12 Además, el encomiable trabajo de Garzón desemboca en una hipótesis que es secundada por la gran mayoría de los historiadores de ajedrez más reconocidos del mundo y que, aun sin haber sido completamente corroborada, es de una trascendencia capital: la reina o dama, la nueva figura que es incluida en el juego en sustitución del alferza y que se convierte con mucha diferencia en la más poderosa dentro del tablero (no en vano, da nombre a este nuevo estilo), está inspirada en la reina de Castilla Isabel la Católica.13
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Que hoy en día se siga teniendo constancia de este poema es el resultado de un agraciado cúmulo de casualidades. El manuscrito original, en paradero desconocido desde hace unos ochenta años, fue casualmente descubierto en 1905, más de cuatro siglos después de su creación, por el padre Ignasi Casanovas en el archivo de la Real Capilla del Palau Requesens en Barcelona. José Paluzíe, bibliófilo y pionero en la historiografía del ajedrez español, es, en 1911, el primer investigador en estudiarlo en profundidad y lo da a conocer a través de su Manual de ajedrez para uso de los principiantes. Él ya aporta dos datos clave sobre este poema: 1) refleja la primera partida conocida que es jugada bajo las reglas del ajedrez moderno, y 2) denota que esa nueva forma de jugar se está fraguando en esos tiempos, por lo que la datación del poema debe corresponderse con la datación del origen del ajedrez moderno. El tercer hecho determinante en este asunto lo protagoniza en 1914 Ramón Miquel i Planas, quien, siguiendo una costumbre de la época, fotografió el manuscrito al completo (dichas fotografías se encuentran actualmente en la Biblioteca de Catalunya) y lo publicó en Bibliofilia, una revista que editaba por entonces (Garzón, Alió, and Artigas 66). Según Garzón, se sabe que a finales de la década de los veinte, el manuscrito se encuentra en los Jesuitas de Sarriá, que compran el archivo del Palau Requesens. Ahora no está allí. Las hipótesis que se barajan son tres: 1) el manuscrito fue vendido a algún coleccionista americano; 2) acabó en algún punto de Europa, especialmente Holanda o Italia, tras la expulsión y dispersión de los jesuitas de España; 3) se encuentra descatalogado, posiblemente junto a otros manuscritos del siglo XV, en el Archivo Histórico de Cataluña, situado en la localidad barcelonesa de San Cugat del Vallés. Al menos, parece descartada la posibilidad de que, como se pensaba, fuera quemado durante la Guerra Civil española (Garzón). 13 Cuando Paluzíe da a conocer Scachs D’Amor en 1911, Murray debería tener ya muy avanzado su libro A History of Chess, que fue publicado en 1913. Aun así, a última hora el historiador británico incluye una
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El poema, una alegoría del amor escrita en valenciano y compuesta de 64 estrofas, tantas como casillas o escaques tiene el tablero de ajedrez, narra una partida de ajedrez –la primera conocida con las reglas modernas- entre Marte y Venus bajo el arbitraje de Mercurio.14 Castellví mueve las fichas rojas de Marte (las blancas hoy), mientras que Vinyoles hace lo propio con las verdes de Venus (negras) y Fenollar desempeña el papel de Mercurio, que es el árbitro y se dedica a comentar las jugadas que se van sucediendo y a explicar las nuevas reglas del juego. Más que la partida en sí, la gran aportación de este poema consiste en que muestra por primera vez las revolucionarias novedades que estos poetas promulgaron con tal de establecer un nuevo ajedrez, el ajedrez de la dama, el cual no tardaría mucho en germinar y expandirse por los reinos hispanos, europeos y de todo mundo, y que terminaría desplazando hacia un
breve mención sobre el poema en su libro (781), aunque ésta es superficial y en ningún momento cuestiona su propio planteamiento sobre un indefinido origen del ajedrez moderno. Ricardo Calvo, autor del libro El poema Scachs D’amor (siglo XV). Primer texto conservado sobre ajedrez moderno (1999) fue el primer historiador contemporáneo en reivindicar el origen español del nuevo ajedrez, si bien es cierto que Murray ya menciona que su coetáneo Von der Lasa ya defendía esta hipótesis, fechándola igualmente en 1475 (777-78). Por su parte, Govert Westerveld, en su trabajo La influencia de la reina Isabel la Católica sobre la nueva dama poderosa en el origen del juego de las damas y el ajedrez moderno, ya proclamó en 1997 que la nueva dama del ajedrez tenía por referente a la reina Isabel la Católica, mientras que la gran aportación de José Antonio Garzón ha consistido fundamentalmente en la aportación de pruebas concluyentes que han permitido reforzar y dar aún más fundamento histórico a esas hipótesis previas. 14 Las figuras de uno y otro bando representan conceptos estéticos y morales. De hecho, Castellví y Vinyoles, en sus respectivas primeras intervenciones en el poema, se encargan de especificar el significado que cada una encarna. Así, Castellví, en la estrofa I, proclama: “Tomando a la Razón por rey sin preeminencia; a la Voluntad por Reina de gran poder, contempla por Alfiles a los Pensamientos y por Caballos a los Loores de dulce elocuencia, las Torres son Deseos que inflaman la memoria, y los Peones, Servicios que pugnan por el triunfo”. Por su parte, Vinyoles a continuación, en la estrofa II, presenta de esta forma las figuras de Venus: “Para ejercitar su gloria quiso Venus por Roque a la cautelosa Vergüenza; por Caballos Desdenes en pago merecido; por Alfiles, Miradas de dulce contemplación; por Dama tomó a la agradable Belleza; y su Rey, como conviene a una historia de amor, fue el Honor, de existencia siempre en peligro; por Peones de toda fidelidad tomó a las Cortesías, armándolas y guarneciéndolas de toda, clase de fingimientos” (Westerveld 351).
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inevitable y progresivo olvido a la versión anterior del juego (se referirán a éste como el ajedrez viejo).15 La figura del alferza, reproducción del visir musulmán, era una pieza eminentemente defensiva que sólo podía desplazarse una casilla en diagonal.16 Su lugar junto al rey, del que era su principal escolta, pasó a ocuparlo la nueva dama, que, pudiendo realizar el movimiento de todas las demás figuras salvo el caballo, se convertía en el actor con más potencial sobre el tablero y dinamizaba considerablemente un juego que en ese momento corría el serio peligro de estancarse.17 Fenollar, en un comentario que hace en el margen derecho de la estrofa 54, define por primera vez el movimiento
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A lo largo de la historia del ajedrez, especialmente durante la Edad Media, fueron innumerables las propuestas e intentos que se plantearon con mayor o menor éxito para modificar el juego. Esta inclinación a mejorar el ajedrez por medio de nuevas reglas, que puede verse reflejada incluso en el propio Libro de los juegos de Alfonso X El Sabio, dio pie a numerosas variantes locales que son conocidas con el nombre de assizes. 16 Es cuanto menos llamativo que el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua haya eliminado el término alferza en su última versión, la vigesimotercera, que fue presentada en octubre de 2014 con motivo del tricentenario de esta institución. El misterio en torno a esta palabra no acaba ahí, ya que en las ediciones anteriores había sido definida de manera incorrecta: “Figura del ajedrez que originariamente ocupaba junto al rey el lugar que hoy tiene la reina, con los mismos movimientos que esta” (RAE). Como es sabido, la reina y el alferza no se movían de igual forma sobre el tablero. Curiosamente, la palabra no apareció en un diccionario hasta 1852 (en el de Castro y Rossi), casi cuatro siglos después de que esta pieza empezara a dejar de utilizarse y fuera reemplazada por la nueva reina. Entonces, la definición de la misma también fue errónea: “Lo mismo que alférez o caballo en el juego de ajedrez.” A modo de ejemplo, se adjunta un fragmento del Libro de los juegos de Alfonso X El Sabio que, como puede comprobarse, no se corresponde con la definición que se incluyó en los distintos diccionarios: “Ell alferza anda a una casa en sosquino, e esto es por aguardar al rey e non se partir d’él e por encobrirle de los xaques e de los mates cuando gelos dieren e pora ir adelante ayudandol a vencer cuando fuere el juego bien parado” (xxxvi). 17 La aparición de la nueva reina, con su imponente libertad de movimientos, no es la única novedad técnica que es presentada en Scachs D’Amor. De hecho, Fenollar introduce otras reglas: pieza tocada, pieza jugada (estrofa 6); el salto del rey a la tercera casilla en su primer lance (estrofa 15), antecedente del enroque actual; la obligatoriedad de avisar el jaque (estrofa 27); la captura del peón al paso (estrofa 39); las formas de conclusión del juego (estrofas 45, 48 y 51). No debe pasar desapercibido que en esta partida el alfil se desplaza con su movimiento actual, que es distinto al movimiento que tenía en el ajedrez medieval de procedencia árabe (salto en diagonal de dos casillas, como las piezas del juego de las damas). El hecho de que en el poema no se haga mención a este nuevo movimiento del alfil invita a pensar que éste ya era familiar para los jugadores de la época y el lugar y que, por tanto, como argumenta Garzón, su aparición fuera anterior a la nueva reina (qtd. in Westerveld 351).
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de la nueva dama: “Diu que la reyna vagui axi com tots sino cavall” [Digo que la reina mueva como todas (las piezas) excepto el caballo].18 La aparición de la reina se debe a la conjunción de dos aspectos principales, uno de carácter técnico y otro de naturaleza política y social. Por un lado, existía la necesidad de reformar el juego. Como recalca Garzón, “el ajedrez árabe, después de setecientos años de práctica en Europa, había llegado a un punto muerto, puesto que no había experimentado ninguna evolución.” Las partidas eran tan largas y lentas que casi dejaron de jugarse al completo, provocando que se recurriera a jugarlas con dados para agilizarlas o que se limitaran a la resolución de los problemas de finales de partidas como los que había recopilado Alfonso X El Sabio. Por el otro lado, y como indica también Garzón, el novedoso escenario que se vislumbra en el tablero reproduce “los nuevos modelos y los nuevos roles que van a surgir en los estados europeos modernos.” Esta consideración se personifica fundamentalmente en la omnipresente figura de la nueva dama del ajedrez,19 que
Ésta y todas las traducciones de Scachs D’amor del valenciano antiguo al castellano que aparecen en este capítulo están sacadas del libro La reina Isabel la Católica: su reflejo en la dama poderosa de Valencia, cuna del ajedrez moderno y origen del juego de las damas, de Govert Westerveld, quien a su vez se sirve de la traducción del poema que Miquel i Planas publicó en la revista Bibliofilia en 1914. 19 La utilización de la expresión nueva dama del ajedrez no sólo está justificada sino que, además, requiere una importante explicación. En realidad, la figura de la dama o reina apareció en el ajedrez mucho tiempo antes, a finales del siglo X, aunque esta pieza tenía el mismo movimiento que el alferza y, por tanto, no estaba llamada a tener un papel tan protagónico en el juego. De hecho, el primer manuscrito conocido que evidencia la existencia de la figura de la reina es el poema Versus de scachis, escrito por un monje alemán anónimo en torno a 990. A partir de ese momento, la presencia de la reina será habitual en las obras literarias europeas que de una u otra forma recurran al ajedrez, lo que para Marilyn Yalom representa “the quintessential metaphor for the female power in the Western world” (xxiii). En su obra Birth of the Chess Queen, esta académica subraya el poder que progresivamente fueron alcanzando diferentes reinas en el panorama político europeo, las cuales dieron los primeros pasos hacia una tendencia que alcanzó su máxima expresión con la reina Isabel la Católica, la gran reina de una Europa moderna en la que también destacaron otras como Leonor de Aragón, María Tudor, Isabel I de Inglaterra, Catalina de Médicis, Juana III de Navarra en Francia y María I, reina de Escocia (Shenk 77). 18
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resembla a la perfección el perfil político de Isabel la Católica, una gobernante excepcional que abrió una nueva época casi en los albores del siglo XVI al convertirse en la primera reina europea que atesoraba la máxima autoridad y que, por tanto, tenía plenos poderes para regir los designios de un reino (Westerveld 321).20 La estrofa LIV de Scachs d’Amor no puede ser más elocuente al respecto: Mas nostre joch de nou vol enremar se de stil novell e strany a qui be·l mira, prenent lo pom, lo ceptr’e la cadira. car, sobretot, la Reyna fa honrar se. Donchs, puix que diu que mes val e mes tira, per tot lo camp pot mol be passegar se, mas torçre no, per temor ni per ira. Quant mes se veu la libertat altiva, mes tembre deu de caure may cativa. (qtd. in Westerveld 321)
[Pero nuestro juego quiere de nuevo engalanarse con un estilo nuevo y excepcional, para quien bien lo mire tomando la espada, el cetro y la silla pero, sobre todo, se honra a la reina Entonces, como ella es la que más vale y la que más tira por todo el campo puede bien pasearse pero no torcerse, ni por temor ni por ira cuanto más se ve la libertad altiva más debe temer de caer cautiva.] Tal y como desarrolla Garzón en su artículo “Scachs D’amor: la prueba definitiva del origen valenciano del ajedrez moderno,” que es recogido por Govert Westerveld, dos extractos de esta estrofa son determinantes para vincular a Isabel la 20
Algunos autores puntualizan que, de forma complementaria, la aparición de una figura femenina tan poderosa sobre el tablero responda también al creciente culto a la Virgen María (Garzón, Alió, and Artigas 67), si bien es cierto que anteriormente ya se había recurrido al ajedrez para honrarla. Valga como ejemplo la referencia que ofrece Gómez Redondo, quien cita el prólogo del libro I de los Miracles de Nostre Dame, de Gautier de Coinci, donde, en una partida entre Dios y el demonio, se identifica la figura feminizada de la alferza con una guardiana protectora del rey, al que salva de los ataques de las piezas rivales (“Milagros ajedrecísticos”).
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Católica con la creación de la dama del ajedrez moderno. En primer lugar, Fenollar, voz de este fragmento del poema, dice que este nuevo ajedrez “realza la dignidad de la reina otorgándole la espada, el cetro y el trono.” Aquí el poeta se refiere a la ceremonia en la cual, el 18 de diciembre de 1474, escasos días después de la muerte del rey Enrique IV, Isabel la Católica es proclamada reina de Castilla y hereda de su hermano los símbolos que representaban el máximo poder del reino. Desde el punto de vista ajedrecístico, Fenollar recurre a estos símbolos (la espada, el cetro y el trono) para ensalzar el extraordinario poder que la nueva dama adquiere sobre el tablero. En segundo lugar, y como complemento a la anterior apreciación, el poeta añade más adelante: “Así, puesto que se dice que es ella (la reina) quien más vale y más alcanza, pueda pasear muy bien por todo el campo.” Con esta frase, Fenollar se refiere de una manera aún más explícita si cabe al peso específico que la reina adquiere en el ajedrez moderno, donde sólo las sesenta y cuatro casillas del tablero (al margen, claro está, del resto de figuras que en él se encuentren) pueden poner límites a su avances en horizontal, vertical y diagonal.21 Esta autoridad adquirida en el juego también se corresponde con los hechos que marcaron la coronación de la reina. No en vano, el 15 de enero de 1475 se firma la Concordia de Segovia, según la cual Isabel queda como “reina y propietaria de Castilla” y Fernando el Católico es relegado al papel de rey consorte (Westerveld 347-48).22
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Obviamente, no todas las piezas del ajedrez tienen el mismo valor relativo, aunque hay veces que esa importancia estimada varía dependiendo de la posición que existe sobre el tablero. La dama, como es lógico, tiene el valor más alto (9), muy por encima del resto de las piezas: torre (5), alfil y caballo (3), y peón (1). Es preciso puntualizar que esta valoración no es universal y que, por tanto, hay algunos estudiosos del ajedrez que dan otros valores, aunque sí son muy próximos a éstos. 22 Yalom indica que es “probable” que los tres poetas tuvieran como referente a la reina Isabel la Católica. Pese a no afirmarlo con la misma contundencia que los investigadores españoles (Westerveld es de origen
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Ricardo Calvo prueba la estrecha relación que existió entre el rey Fernando el Católico, gran aficionado al ajedrez como la propia reina Isabel, 23 y los tres poetas: Fenollar, que pertenecía a una ilustre familia, fue capellán y maestro de la capilla del rey; Vinyoles, doctor en leyes, fue propuesto por el monarca como juez supremo de la Justicia Criminal; y Castellví, prestigioso cortesano de su tiempo en la Corona de Aragón, fue primero camarero y después mayordomo del rey (qtd. in Westerveld 32324). Tal cercanía entre los autores de Schachs d’Amor y el monarca aragonés es un argumento de peso que refuerza la tesis de que la creación de la nueva dama está
holandés pero lleva media vida afincado en España), da la sensación de admitir esta posibilidad como muy factible: “Había surgido en Castilla una reina militante más poderosa que su esposo, luego, ¿por qué no iba a surgir también dentro del tablero de ajedrez? (…) Éste puede haber sido el pensamiento de aquellos ajedrecistas de Valencia que dotaron a la reina de una nueva y muy extensa capacidad de movimientos” (qtd. in Shenk 78). Garzón, por su parte, identifica otros tres comentarios de Fenollar que, aunque no tienen vigencia en el ajedrez actual, sí refuerzan aún más su tesis, pues denotan total respeto hacia la monarca: en la estrofa 57, se establece que el peón no puede promocionar en una dama y que no puede haber más de una reina por bando sobre el tablero; en la estrofa 60 queda reflejado que las reinas no pueden capturarse entre sí; y en la estrofa 63 se afirma que el bando que pierda a su reina, perderá la partida. 23 Westerveld recoge que el cronista de la reina Isabel la Católica, Hernando de Pulgar, puso de manifiesto en varias ocasiones el gusto del rey Fernando el Católico por el ajedrez, hasta el punto que había veces en las que descuidaba sus obligaciones (329). Garzón, por su parte, aclara que la afición por el ajedrez era compartida a partes iguales por los dos monarcas desde antes de su matrimonio. Además, recurre a dos inventarios de libros que pertenecieron a la reina para demostrar su gusto ajedrecístico. Primero, se sirve de una investigación de Diego Clemencín para la Real Academia de la Historia sobre los libros que existían en el Alcázar de Segovia (Memorias De La Real Academia De La Historia. Vol. 14. Madrid: Real Academia de la Historia, 1796. Print.), donde descubre que la monarca poseyó un manuscrito en pergamino francés titulado Juego departido, que era un libro técnico con problemas. Igualmente, cita el trabajo de Francisco J. Sánchez Cantón (Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid: Centro Superior de Investigaciones Científicas, 1950. Print.) sobre los libros que Felipe II mandó trasladar desde la Capilla Real de Granada hasta la librería de San Lorenzo del Escorial. Entre ellos se encontraban dos textos ajedrecísticos: “Libro del juego del ajedrez; muy antiguo” y “De a folio, en romance, escrito de mano, en pergamino contiene las Diferencias del juego del ajedrez; autor: el rey don Alfonso el Sabio. Para Garzón, el primero “probablemente se trate de una versión manuscrita de la obra moralizante de Jacobo de Cessolis” y el segundo era, “sin duda”, el Libro de los Juegos. Garzón, incluso, aporta documentos que relatan la adquisición de diversos tableros y piezas de ajedrez por parte de los Reyes Católicos (“Nuevos documentos” 253-56).
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indiscutiblemente vinculada a la coronación de la reina Isabel y al consecuente nuevo orden político que se estableció en la península ibérica a partir de ese momento. Garzón, por su parte, no duda un ápice al afirmar que las observaciones de carácter técnico que ofrece Fenollar en el transcurso del poema “transmiten en realidad un reglamento completo del nuevo ajedrez que ellos mismos acaban de crear” (qtd. in Westerveld 351). El historiador basa su planteamiento en los comentarios que el propio árbitro de la partida hace en diferentes momentos del poema. Por ejemplo, en la primera estrofa puede leerse: “Pero nuestro juego quiere todavía adornarse con un estilo nuevo y sorprendente.” Al expresarse utilizando los términos “nuestro juego” y “estilo nuevo y sorprendente,” resulta evidente que los tres poetas utilizan el poema para dar a conocer su propuesta, algo que también queda de manifiesto en la estrofa LX, cuando Fenollar emplea las expresiones “según nuestro estilo” y “la regla de nuestra escuela.” Así las cosas, es interesante comprobar que mientras el origen del ajedrez, como se ha mostrado al inicio de este capítulo, sigue sin esclarecerse por completo, el nacimiento del ajedrez moderno sí está completamente definido, pues, mientras no se demuestre lo contrario, su invención responde a la imaginación y el empeño de tres hombres concretos, Bernat Fenollar, Narcís Vinyoles y Francí de Castellví, de la Valencia de la segunda mitad del siglo XV. “El espíritu de ellos es muy renovador en todos los órdenes, y como aficionados al ajedrez también van a querer implantar su sello ahí,” argumenta Garzón. Los tres formaban parte del activo círculo literario y cultural que por entonces se generó en una Valencia que, por su privilegiada localización, que la convertía en elemento de conexión 35
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de las rutas comerciales que unían la península ibérica con Italia y el centro de Europa, era una de las ciudades más desarrolladas e importantes del viejo continente. Ese esplendor en todos los órdenes concentrado en Valencia, que se enriquecía de los intercambios materiales y culturales que mantenía con otras grandes ciudades de fuera, impulsó una formidable producción literaria (La Dama del Ajedrez). No debe sorprender, por tanto, que la primera obra impresa en España fuera Las Obres e trobes, en la que se recopilan los poemas y las coplas que se presentaron en un recital promovido precisamente por Fenollar en 1474 y en el que colaboraron conjuntamente los tres autores de Scachs d’Amor (Garzón, Alió, and Artigas 67).24 Una vez que el ajedrez moderno fue creado por Fenollar, Vinyoles y Castellví, esta renovada versión del juego paulatinamente se fue volviendo más popular en Valencia y en los puntos de la península ibérica y del resto de Europa que por diversos motivos estaban en permanente contacto con la ciudad levantina. En todos estos lugares, el ajedrez viejo fue cayendo en desuso y fue reemplazado por ese nuevo ajedrez de la dama que, comparado con el anterior, era prácticamente un juego nuevo. La nueva reina
La datación exacta de la fecha de creación de Scachs d’Amor, no reflejada en el manuscrito, corresponde a José Antonio Garzón, quien, en sus pesquisas, partió de la premisa emitida por Ricardo Calvo, que situó el poema entre 1470 y 1490, año en el que fallece Bernat Fenollar. La coronación de Isabel la Católica como reina de Castilla y la convicción de que el poema, y el ajedrez de la dama que promovían, celebraba dicho nombramiento, le movía a pensar que tuvo que ser creado en torno a 1475, muy poco tiempo después de que acaeciera tan magno evento. Tres pistas más le harán decantarse por esa fecha: 1) como se apunta en esta misma página, los tres autores ya colaboraban, es decir, hacían poesía conjuntamente desde 1474; 2) una filigrana en el papel empleado para inmortalizar el poema es usada especialmente en algunos de los primeros impresos que se hacen en Valencia, y en el entorno de los poetas, entre 1474 y 1475; y 3) tal y como confirmó el Instituto Astrofísico de Canarias, situado en la isla de La Laguna, en aquella época se produjeron dos conjunciones planetarias entre Marte, Mercurio y Venus que pudieron ser contempladas a simple vista en Valencia. La primera, el 30 de junio de 1475 y la segunda el 6 de junio de 1477. Por mayor concordancia con las otras pistas, Garzón concluye que el poema debió crearse el verano de 1475, pues los propios poetas especifican en la primera estrofa que esa conjunción dio pie al poema: “Habiendo encontrado Marte un templo a Venus, y teniendo entreambos en su presencia a Mercurio…” (Garzón, Alió, and Artigas 67). 24
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lo había vuelto mucho más dinámico y atractivo, transformándolo en una representación mucho más acorde con los tiempos que corrían. Igualmente, Valencia también sería escenario de un segundo acontecimiento determinante en el devenir del ajedrez. En 1495, veinte años después de la creación de Scachs d’Amor y de que, por tanto, el nuevo ajedrez empezara a asentarse y ganarse el favor de los jugadores, Francesc Vicent publicaba, también en valenciano, el Llibre dels jochs partitis dels schachs.25 Considerado como la primera obra técnica de ajedrez impresa en el mundo,26 “(e)ste libro nos da la evidencia de que el nuevo ajedrez ha triunfado y se ha generalizado” (Garzón). La obra de Vincent se convertirá en un elemento decisivo en la difusión del ajedrez de la dama. En este sentido, tan importante como el esparcimiento de las copias impresas del mismo fue la sucesión de hechos que marcaron la vida de este excepcional personaje. 27 Pese a que no se conocen muchos detalles de su biografía, todo hace indicar que Vincent era de origen judío y que a
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El título completo de la obra es Llibre dels jochs partitis dels schachs en nombra de 100 ordenat e compost per mi Francesch vicent nat en la Ciutat de Segorb e criat e vehi de la insigne e valerosa ciutat de Valencia. De los cien problemas que incorporaba, 79 eran del nuevo ajedrez de la dama. 26 En 1497, dos años después de la publicación del libro de Vicent, se publicó en Salamanca Repetición de Amores y Arte de Ajedrez con 101 Juegos de Partido, de un misterioso autor apellidado Lucena. Las últimas investigaciones apuntan a que es una traducción en castellano y ampliada del libro de Vicent. Esta posibilidad es muy factible ya que el editor, Leonard Jud, había trabajado anteriormente en Valencia con el activo círculo literario que allí existía y que en aquella época la copia de obras estaba a la orden del día (La Dama del Ajedrez). 27 Garzón, Alió y Artigas prueban una compraventa de 30 ejemplares de este libro el 29 de enero de 1496, por lo que se puede deducir que, dentro de las posibilidades de las imprentas de entonces, se hicieron bastantes más copias. Ni mucho menos es descartable que muchas de ellas fueran quemadas por la condición de judío del autor. Hay que ir hasta 1913 para encontrar la última constancia que se tiene de la existencia de uno de estos ejemplares, que fue vendido en Barcelona (74). Las últimas indagaciones de Garzón sitúan esta copia en Estados Unidos, aunque su paradero, al igual que el manuscrito original de Scachs D’amor, es desconocido. Sin embargo, algunos buscadores de tesoros bibliográficos andan tras la pista de este incunable perdido con la esperanza de hacerse con los 18.000 euros de recompensa con los que los promotores del Premio Internacional Von der Lasa premiarán “a la primera persona que (…) ofrezca una garantía absoluta de poder facilitar, en condiciones idóneas, la referida copia de la obra” (Origen valenciano del ajedrez).
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principios del siglo XVI, escapando de la Inquisición española, huyó hacia Italia, donde, obviamente, fomentó la práctica del ajedrez de la dama.28 Dos hechos sustentan esta hipótesis: por un lado, en Perugia y Cesena se descubren sendos manuscritos, seguramente escritos por él mismo, que, en realidad, son copias en italiano (con expresiones técnicas en castellano y valenciano) de su libro ajedrecístico; y por el otro, “en 1506 puede identificarse como Maestro Francesco, Spagnolo, maestro de Scacchi, que impartía clases de ajedrez a Lucrecia Borgia en Ferrara” (Garzón, Alió, and Artigas 80).29
El conquistador español y su propensión al juego Mientras el nuevo ajedrez de la dama se expandía constantemente por toda Europa y por el resto del planeta, los dominios de la Corona española por el Nuevo Mundo también iban siendo cada vez mayores. Fueron dos procesos simultáneos que, en el caso concreto de América, se desarrollaron al mismo tiempo, ya que el nuevo ajedrez se implantó en los territorios americanos tan pronto como los españoles iban tomando posesión de los mismos. Según Garzón, en el Nuevo Mundo se dio un caso excepcional: allí sólo se conoció el nuevo ajedrez. En su opinión, no tiene sentido pensar
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Se calcula que un cuarto de la población valenciana de finales del siglo XV era judía. Esta comunidad, identificada con la elite cultural y con un claro carácter innovador, se vio obligada a huir de la península ibérica tan pronto como se puso en marcha la Inquisición. En torno a unos 200.000 judíos buscaron refugio por el resto de Europa, especialmente en Italia, convirtiéndose accidentalmente en embajadores del ajedrez de la dama que acababan de aprender en Valencia y, por tanto, en responsables de su rápida expansión por el exterior (La Dama del Ajedrez). 29 Hija del valenciano Rodrigo Borgia, que en 1492 se convertiría en Papa bajo el nombre de Alejandro VI, Lucrecia Borgia (1480-1519) recibió una educación culta y refinada, y, con tres matrimonios con hombres importantes de la época, se vio implicada de lleno en los movimientos que su familia realizó para tratar de controlar la ajetreada política italiana del momento.
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que en las zonas conquistadas llegara a jugarse al viejo ajedrez, pues la versión anterior ya debía estar en desuso en la península ibérica cuando se produjeron los primeros asentamientos reales en América: Hay una generación en España, la que propugna la nueva forma de jugar a partir de 1475, que sí batalla, por así decirlo, con el viejo ajedrez. Ése es el motivo por el cual en el libro de Lucena, por ejemplo, problemas de un estilo y del otro aparecen mezclados con total naturalidad. Pero esa situación de temporal coexistencia sólo acontece durante una generación, ya que en España, en torno a 1510, nadie jugaba al ajedrez viejo. Así las cosas, y teniendo en cuenta que el verdadero contacto o choque cultural con los indígenas americanos se produce a partir de principios del siglo XVI, se puede afirmar sin temor alguno que el ajedrez que llega al Nuevo Mundo es el nuevo, lo cual es una paradoja tremenda porque en ese momento, en media Europa, todavía se estaba jugando al viejo.
Independientemente del ajedrez que arribara a América de la mano de los españoles, lo que es incuestionable es que los conquistadores que hasta allí llegaron en busca de la fortuna que encarrilara sus vidas siguieron entreteniéndose al otro lado del océano Atlántico con los mismos juegos (el ajedrez entre ellos) que antes de zarpar habían sido parte de su día a día y habían contribuido a forjar su identidad como españoles.30 “La pasión del juego llegó a América con los descubridores y conquistadores, y a los pocos años se había transformado en una verdadera plaga social. No hubo lugar, por remoto o pequeño que fuera, donde no se practicara y, casi siempre,
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Esta conclusión también ha de hacerse extensible a otras formas de entretenimiento, las cuales quedan clasificadas de la siguiente forma por Ángel López Cantos: las fiestas; las fiestas religiosas o solemnes; las fiestas reales o “súbitas” y el carnaval; las diversiones caballerescas; los espectáculos; los juegos deportivos y de habilidad; y los juegos de envite, suerte y azar (8-11). Es decir, conforme fue asentándose la colonia española en el Nuevo Mundo, los distintos tipos de diversiones que eran propios de la cultura castellana se implantaron en América, para disfrute de los colonizadores y también de los nativos, aunque éstos, más bien, experimentaron un proceso de transculturación que, al menos al principio, fue involuntario.
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con exceso,” sentencia al respecto Ángel López Cantos (269), quien, además, recalca que no hubo clase ni estamento social que, independientemente de donde se encontrara, permaneciera al margen de esta costumbre tan consolidada: “(A)fectaba a reyes, papas, nobleza, clero alto y bajo, sin olvidar, por supuesto, al común ni a las mujeres” (291).31 Alfonso X El Sabio había dejado escrito dos siglos antes que la virtud del juego reside en su práctica moderada y honesta. Sin embargo, en el Nuevo Mundo se rebasaron sobrada y sistemáticamente los límites de lo debido. Ni siquiera pudieron evitarlo las medidas adoptadas por la Corona española, que, alertada por la situación que se había desencadenado y por la repercusión negativa que esta indeseada tendencia podía tener en la estabilidad y en el correcto funcionamiento de la empresa conquistadora, trató rápidamente de poner cerco al asunto. Por ejemplo, el rey Fernando el Católico exhortó a los responsables de las distintas expediciones trasatlánticas a que se persiguiera con ahínco el juego ilícito, llegando incluso a establecer multas a los infractores que doblaban las penalizaciones que estaban vigentes en Castilla por el mismo motivo (López Cantos 287). Sin ir más lejos, el cronista Cieza de León escribirá que Pizarro nombró como alcalde mayor al hidalgo Juan de Porras para que, entre otras cosas, castigara “ásperamente” a quienes “andaban metidos en juegos” (173). El problema es que quienes debían velar por el juego limpio y por el cumplimiento de las leyes en América eran los primeros que se las saltaban. Simplemente, eran incapaces de controlar sus irrefrenables ganas de entregarse al juego
La coyuntura propició la proliferación de tahúres en el Nuevo Mundo. Eran considerados “hombres viles, rufianes, ladrones, infames, etc...”, aunque lo cierto es que entre estos jugadores profesionales llegaron a encontrarse incluso representantes de la élite social como Pedro de Alvarado y Hernán Cortés (López Cantos (299). 31
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(especialmente, a los de azar) y a las apuestas que se hacían a partir de los mismos, que por norma general sobrepasaban con creces las cantidades permitidas.32 Son muchos los casos conocidos que podrían citarse para ilustrar cómo el juego alejó de sus obligaciones y responsabilidades a quienes, en teoría, debían dar ejemplo de buena conducta al resto de los españoles en el Nuevo Mundo. De hecho, entre los conquistadores sobre los que colgaba el cartel de jugadores y apostadores empedernidos se encontraban nombres propios tan relevantes como los de Pedrarias Dávila, Hernán Cortés, Pedro de Valdivia o el propio Francisco Pizarro, a quien el Inca Garcilaso de la Vega, comparándolo con Almagro, describe de esta forma en sus Comentarios reales: El Marqués era mucho más inclinado a todo género de juegos que el Adelantado, tanto que algunas veces se estaba jugando todo el día, sin tener en cuenta con quién jugaba, aunque fuese un marino o un molinero, no permitía le diesen bola (bolichear), ni hiciesen otra ceremonia que a su dignidad se debía. Su amor propio le impedía terminar una partida si iba perdiendo, y no existía fuerza humana que lo arrancara del lugar a no ser que se produjera un alzamiento de indios. Entonces acudía el primero al sitio del conflicto. (qtd. in López Cantos 253)
En opinión de López Cantos, la irresistible inclinación de los españoles que desembarcaron por toda América hacia el juego y a su práctica desmedida se explica a partir de tres consideraciones fundamentales: 1) tenían mucho tiempo libre, lo que les permitía entregarse a la más absoluta ociosidad y, por tanto, ser presas de los instintos
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Dos de los miembros de la expedición de Francisco Pizarro, Rodrigo Ordóñez y Hernán Sánchez Morillo, disputaron en la plaza de Cuzco “la más espectacular y copiosa partida de bolos que hasta entonces se había disputado en el Nuevo Mundo, ya que los contendientes apostaron 11.000 pesos de oro y 500 marcos de plata. Perdió Sánchez Morillo, que, en lo que duró el enfrentamiento, vio cómo se esfumaba buena parte de la fortuna que había amasado en Perú (López Cantos 257).
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menos recomendables de acuerdo a los principios de la fe cristiana; 2) habían conseguido mucha riqueza y de manera muy rápida, sobre todo en los primeros años de la conquista; y 3) muchos de los conquistadores eran soldados que cruzaron el océano Atlántico en busca de fortuna y que, por tanto, eran proclives a caer en la tentación de toda aquella forma de diversión o entretenimiento en la que la suerte, los envites y el azar estuvieran presentes (291-94).
Los primeros ajedrecistas en las Indias Así las cosas, es innegable que los conquistadores españoles pasaron mucho tiempo jugando en América. Jugaron a las cartas, a los dados y, por supuesto, también al ajedrez, aunque quizá éste no fuera el tipo de juego que se asociara con el perfil que abundaba mayoritariamente entre los conquistadores. Al margen de los manuscritos que proclaman la familiaridad de Atahualpa con el ajedrez (se analizarán en el segundo capítulo), es menester detenerse en algunos pasajes especialmente significativos que avalan que el ajedrez estuvo muy presente entre algunos de los españoles llegados hasta el Nuevo Mundo. Uno de los casos más conocidos es el del gobernador Pedrarias Dávila, destacado noble que se ganó el sobrenombre de “la ira de Dios” por su irrefrenable temperamento y la manera en la que trataba a sus súbditos, tanto españoles como indios. Era un jugador “empedernido” y cruzaba fuertes apuestas de todo tipo hasta cuando jugaba al ajedrez (Mena García 177). Así lo puso de manifiesto el contador Diego de la Tobilla, quien en cierto momento llegó a denunciar que “jugaba 50 y 100 y quizá 500 indios al ajedrez,
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sin distinguir si eran esclavos justamente o no” (Friede 152). Hasta el propio Bartolomé de Las Casas dejó constancia del desenfreno con el que Pedrarias Dávila consumía sus horas frente a un tablero de sesenta y cuatro escaques (39), si bien es cierto que ésta ni mucho menos es la mención más interesante de cuantas hace de este juego el fraile dominico en su extensísima obra. Como recoge el hispanista Fernando Gómez Redondo, Las Casas, en uno de los llamativos apuntes sobre frenología que incluye en su Apologética historia sumaria, opina que a los aborígenes, por las formas de sus cabezas, se les daría bien el ajedrez: Los que la cabeza alcanzan luenga de la frente al colodrillo, de la manera de un martillo o, por mejor decir, de la hechura de una nado que tiene el principio angosto como la proa y la parte postrera hacia el colodrillo más capaz o más gruesa como la popa, y cuanto más saliere afuera del pescuezo aquella parte, aquellos tales serán hombres muy prudentes, próvidos y circunspectos y de todas partes regatados y para las letras habilísimos; entre otras habilidades, si aprenden a jugar al ajedrez serán grandes jugadores d’él. (qtd. in “El Ajedrez en América”)
El caso de Pedrarias Dávila, aun siendo relevante, no deja de ser una anécdota. Sin embargo, es preciso destacar que el ajedrez habría tenido un embajador de primerísimo nivel en el Nuevo Mundo en caso de que algún día pudiera llegar a confirmarse en todos los extremos que Ruy López de Segura, posiblemente el mejor ajedrecista del mundo durante la segunda mitad del siglo XVI, efectivamente arribó a Perú, como tenía intención, en 1570.33 José Antonio Garzón, Josep Alió y Miquel Artigas muestran que una Cédula Real, conservada en el Archivo General de Indias, en
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En ese momento, Ruy López rondaba la cuarentena y se encontraba en plena madurez, por lo que su desplazamiento hasta América habría sido aún más llamativo (Garzón, Alió, and Artigas 165).
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Sevilla, y expedida a la Casa de la Contratación el 15 de septiembre de 1568 en El Escorial de la mano del escribano del rey Felipe II,34 daba licencia “al Bachiller Ruy López, clérigo presbítero,” para embarcarse hacia Perú, donde se encontraba su hermano Alonso (165). Además, en el Catálogo de Pasajeros a Indias perteneciente a 1570, aparece, en el número 2.842, Ruy López: “El Bachiller Rui Lopez de Segura, clérigo, natural de Zafra, hijo de Hernán López de Segura y de María López de Segura, al Perú. 12 de octubre.” Es entonces cuando se vuelve más inquietante si cabe la ausencia de certezas que envuelve la misteriosa biografía de Ruy López. Estos investigadores consideran que “el barco debió partir en 1570, pues se conservan los registros de los maestres de las naos que viajaron ese año,” y suponen que “si (Ruy López) regresó a España, ya no volvió a ultramar.” Sin embargo, tampoco descartan la posibilidad de que no volviera a España, aunque anhelan el descubrimiento de al menos un solo documento que demuestre que Ruy López, efectivamente, tomó el barco en el que tenía un sitio reservado y pisó el Nuevo Mundo (165).35
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Gracias al ajedrez, Ruy López y el rey Felipe II tuvieron una relación muy estrecha. Al margen de la citada Cédula Real que permitía al religioso embarcarse con destino al Nuevo Mundo, el monarca también dio licencia para que, en 1561, se imprimiera en Alcalá el Libro de la invención liberal y arte del juego del ajedrez, muy útil y provechosa para los que de nuevo quisieren aprender a jugarlo, como para los que ya lo saben jugar. Este primer trabajo de Ruy López es “una de las obras más importantes e innovadoras de la Historia del Ajedrez (Garzón, Alió, and Artigas 158), pues por primera vez plasma los principios técnicos del ajedrez moderno. En este libro, Ruy López presenta y analiza la que actualmente se conoce como Apertura Española o Ruy López, que aún hoy en día sigue siendo una de las más utilizadas, si no la más utilizada incluso entre los ajedrecistas profesionales, en el comienzo de las partidas. Además, Felipe II lo invitó a participar en el certamen internacional de ajedrez que organizó en su corte en Madrid (probablemente, entre 1574 y 1575) y en el que también participaron Alfonso Cerón, de Granada, y los dos mejores italianos de la época, Leonardo da Cutri y Paolo Boi. Es opinión casi generalizada entre los historiadores que esta cita puede ser considerada como el primer torneo internacional de maestros del ajedrez. 35 Al margen de su gran obra ajedrecística, Ruy López escribió otro libro, Grammaticae Institutiones, escrito en latín y publicado en Lisboa en 1563. Garzón, Alió y Artigas lo definen como “un hombre muy
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Sea cual fuere el destino final de Ruy López, su figura es el máximo exponente de un hecho sobradamente aceptado: la afición del clero al ajedrez. Antonio de Valdivieso, obispo de Nicaragua y principal impulsor junto a Bartolomé de Las Casas de la defensa de los derechos de los indios, estaría jugando una partida junto a otros dos religiosos cuando fue asesinado por un grupo de españoles (Asturias 430). Por su parte, Ricardo Palma, citando a Jiménez de la Espada, recuerda que Fray Gerónimo de Loaiza, el primer obispo de Perú, fue un “vicioso” del ajedrez, hasta el punto de que tal adicción estuvo cerca de alejarle de su cometido de acabar con el conquistador rebelde Francisco Hernández Girón (426).36 Más llamativa es, sin duda, la referencia que hace el Inca Garcilaso de la Vega. Pese a que él abandonó América con veinte años y que el grueso de su obra fue escrito una vez que se encontraba en España, es relevante observar que un mestizo como él empleó el ajedrez (signo inequívoco de que gozaba de una educación española y de que conocía los entresijos del juego) para, en el capítulo XXVIII de la segunda parte de sus Comentarios Reales, alabar las virtudes en el campo de batalla del maese Francisco de Carvajal. Éste lideró un contingente de soldados en defensa de Gonzalo Pizarro que
culto, trabajador incansable, dispuesto a sentar cátedra en el campo que abordara y conspicuo polemista” (166). De lo que no hay duda es de que ya tuvo que ser grande su figura para que Sebastián de Covarrubias Orozco, en su Tesoro de la Lengua Castellana de 1611, dijera de él lo siguiente en la voz Çafra: “Otra Çafra ay en Estremadura, donde hubo un muchacho que, siendo de muy poca edad, era tan gran jugador de axedrez, que todos le reconocían la ventaja, y quedó el nombre de niño de Çafra” (qtd. in Garzón, Alió, and Artigas 166). 36 La gran atracción que los religiosos sentían por el ajedrez en absoluto se correspondía con la postura que la Iglesia cristiana tuvo hacia este juego en sus inicios en Europa. El hecho de que se tendiera a jugarlo con dados para acelerar las partidas provocó que lo censuraran. Sin embargo, como apunta Murray, esa animadversión fue remitiendo a partir del siglo XIII: “By 1250 the early prejudice of the Church against chess had begun to weaken in view of the royal and noble patronage of the game, and the monastic orders were freely accepting chess as a welcome alleviation of the monotony of convent life, while a knowledge of chess had spread downwards from the inmates of castle and monastery to the wealthier burgesses and merchants of the towns” (428).
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derrotó a los hombres de Diego Centeno en la batalla de Huarina, posiblemente uno de los enfrentamientos más sangrientos de cuantos tuvieron lugar en Perú entre conquistadores españoles. El triunfo militar de Carvajal le valió todo tipo de elogios por parte del Inca Garcilaso, quien dice de él que era un “hombre tan esperimentado en la guerra y tan diestro en ella, que sabia a cuantos lances habia de dar mate a su contrario, como lo sabe un gran jugador de ajedrez que juega con un principiante” (519). En otros casos, son menciones menores las que permiten mostrar el conocimiento prácticamente generalizado que los españoles que poblaron el Nuevo Mundo tenían del ajedrez. Olaf Holm especula con la posibilidad de que la vinculación que hicieron algunos cronistas entre Atahualpa y el ajedrez, a su juicio sin fundamento, pudo verse influenciada por los comentarios que algunos de los españoles llegados a Cajamarca hicieron de los vestidos que llevaban los soldados del rey inca (see fig. 1), los cuales fueron descritos como “axedrezados” o “a la manera de escaque” (92).
Figure 1. Prenda de ropa característica de la civilización inca con cuadrados blancos y negros que recuerdan a un tablero de ajedrez. Dallas Museum of Art. 46
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Estos detalles, en apariencia sin demasiada trascendencia, contribuyen igualmente a sustentar la teoría de Garzón, quien no esconde su convencimiento de que Atahualpa, como mínimo, tuvo contacto con el ajedrez mientras estuvo cautivo en Cajamarca: “Si no llegó a jugar al ajedrez, estoy seguro de que, al menos, tuvo que ver cómo jugaban sus captores porque en ese momento el ajedrez era sumamente popular entre los españoles. Era como el fútbol de aquella época.”
La españolización de los incas a partir de los juegos: un caso de transculturación Hay un documento que, en cierto sentido, respalda el planteamiento de Garzón (fig. 2). Se trata del grabado que aparece en el folio 387 del libro El primer nueva corónica i buen gobierno, escrito por el cronista quechua Felipe Guaman Poma de Ayala a principios del siglo XVII.
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Figure 2. Atahualpa, atado de pies y manos, es retratado junto a un soldado español junto a un tablero aparentemente de la taptana. Felipe Guaman Poma de Ayala, “Conquista Preso Atagualpaiga.”
En dicho dibujo, Atahualpa es retratado, maniatado y con cepo, mientras disputa una partida de un juego que parece ser el alquerque con uno de los soldados españoles que lo vigilaban durante su cautiverio.37 La importancia de este dibujo, obra de un nativo que se propuso denunciar el trato vejatorio que los españoles dispensaron a los indígenas, radica en que el mismo demuestra que los juegos actuaron como nexo de unión entre Atahualpa y los españoles. Tal apunte resulta fácilmente comprensible si se tiene en cuenta que estuvo preso durante nueve meses y que estos entretenimientos,
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Al igual que el ajedrez, el alquerque, semejante al tres en raya actual, también es una herencia árabe. Es uno de los juegos que el rey Alfonso X El Sabio incluye en su Libro de los juegos.
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incluso en las situaciones más complicadas, son la mejor vía de escape para pasar el tiempo. Por tanto, si se admite este hecho, no hay motivos para pensar que no jugó al ajedrez con sus captores, sobre todo teniendo en cuenta que recibió un tratamiento de rey, que es lo que era, y que este juego, desde sus remotos inicios, era sello distintivo de la elite social. La pregunta que surge de inmediato, y de las que quizá no sea posible ofrecer una respuesta del todo convincente, es la siguiente: ¿por qué, entonces, Guaman Poma no retrató a Atahualpa jugando al ajedrez en vez de a la taptana? 38 He aquí una suposición: es posible que prefiriera retratarlo disfrutando de un juego indígena en lugar de uno español, sobre todo teniendo en cuenta la tónica predominante en su libro. Sin embargo, hay otro aspecto relacionado con este retrato que es igualmente importante. Guaman Poma, como si involuntariamente estuviera empeñado en rizar aún más el rizo en este asunto, acompaña el grabado del siguiente comentario: De como estando preso conuer saua ataualpa yinga con don fran.co pizarro y don diego de alamagro y con los demás españoles y jugaua con ellos en el juego de axedres q. ellos les llaman taptana y era muy pacible príncipe y aci se contentaua co. los cristianos y daua su hazienda y no sauia con q. contentalles y rregalalles. (388)
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Es muy probable que Atahualpa no fuera el único líder indígena que previsiblemente entrara en contacto con los juegos españoles. Por lo que dejó escrito Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Moctezuma, huey tlatonai de los mexicas entre 1502 y 1520, también pasó momentos distendidos con sus captores españoles durante su encarcelamiento. Sin embargo, en este caso llama la atención que la actividad de recreo referida es el totoloque, un juego azteca en el que había que pasar canicas, huesos u objetos similares por unos pequeños dados y a una determinada distancia. Así lo reflejó Bernal Díaz: “Y aun algunas veces jugaba el Montezuma con Cortés al totoloque, que es un juego que ansí le llaman, con unos bodoquillos chicos muy lisos que tenían hechos de oro para aquel juego, y tiraban con los bodoquillos algo lejos a unos tejuelos que también eran de oro, e a cinco rayas ganaban o perdían ciertas piezas e joyas ricas que ponían. Acuérdome que tanteaba a Cortés Pedro de Alvarado e al gran Moctezuma un sobrino suyo, gran señor, y el Pedro de Alvarado siempre tanteaba una raya de más de las que había Cortés. Y el Montezuma como lo vio, decía, con gracia y risa, que no quería que le tantease a Cortés el Tonatio, que ansí llamaban al Pedro de Alvarado, porque hacía mucho ixoxol en lo que tanteaba, que quiere decir en su lengua que mentía, que echaba siempre una raya de más. Y Cortés y todos nosotros, los soldados que en aquella sazón hacíamos guarda, no podíamos estar de risa por lo que dijo el gran Montezuma” (359).
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Aparentemente, hay una contradicción entre lo que muestra el grabado y lo que deja escrito Guaman Poma. Holm explica que la confusión nace de la “poca flexibilidad del quechua para incorporar nuevos aportes culturales y materiales y formar los vocablos para la designación correspondiente al objeto nuevo,” y, tomando como referencia los diccionarios quechua-español de Fray Domingo de Santo Tomás (1560) y de Diego González Holguín (1608), concluye que cuando Guaman Poma escribe “el juego de axedres” no se está refiriendo al ajedrez español concretamente, sino a un juego de mesa que “ellos,” los quechuas, “llaman taptana,” que es como denominaban al alquerque. Añade Holm que “en la forma inversa muchos de los juegos indígenas, desconocidos para los españoles se los tradujeron como juegos de ajedrez, por la misma razón, por ejemplo el cculluchuncana, que obviamente no tiene nada que ver con el ajedrez, lo tradujo González Holguín como ‘axedrez’ o ‘tablas’” (100).
Figure 3. Imagen de un tablero de taptana incluida en el artículo de Holm. Zeballos M., Carlos, “Un tablero de taptana.” 50
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Debe resaltarse que tanto Atahualpa como el resto de indígenas no sólo descubrieron nuevos juegos, los exportados por los españoles, sino también, y esto es aún más importante, un nuevo concepto del juego, el de la competición. Al respecto, Holm precisa que “(e)s la opinión generalizada que los indios no jugaron con la idea de enriquecerse a costa de su contrario, lo que guarda completa concordancia con su organización social-económica” (101). A continuación, este investigador remite a un par de comentarios realizados por Guaman Poma, los cuales son de gran relevancia en tanto en cuanto ofrecen una valiosa información sobre cómo se concebía el juego en la sociedad incaica. Así, en el folio 243, el cronista peruano indica que los juegos formaban parte de las celebraciones que el inca, junto a todo su pueblo, disfrutaba en abril, mes en el que se congraciaban por la abundancia de productos naturales que habían sido obtenidos en las cosechas agrícolas:39 Este mes está la comida maduro y ancí comen y ueuen y se hartan la gente del rreyno a costa del Ynga. Y este mes los aues del cielo y los rratones tienen qué comer. Todo el mes juegan los señores prencipales al juego de riui [boleadores], choca, al uayro de ynaca, pichica de hilancula y de challco chima [todos juegos] y juegan otros juegos y rrecocijos. Tiene todo el rreyno en este mes de abril Ynca Raymi [festejo del Inka] y se horadan las orejas en este mes todos, haua yncas [pariente lejano de un Inka] como capac ynga [poderoso Inka], uaccha yngas [Inka sin poder]. Con ello tienen gran fiesta entre ellos y se conbidan unos con otros, ací como rrico como pobre. (245)
En este sentido, Holm argumenta que “(l)os juegos no fueron desconocidos porque los encontramos frecuentemente en conexión íntima con el calendario incásico, el que a su vez gira alrededor de los ciclos agrícolas y mágicos” (101). 39
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Más adelante, en el folio 314, Guaman Poma dejará constancia de que, para los incas, el juego era un aspecto secundario, como demuestra el hecho de que aquellos que se excedían en su práctica, jugando cuando no correspondía, recibían severos castigos: Es que les manda asotar en los brasos y en las manos cinqüenta asotes con la guaraca, que en el tienpo del Ynga nadie no jugaua ni prencipal ni yndio pobre, cino a de jugar por mandado del Ynga. Todo el rreyno an de trauajar; ya que no tenía que hazer hacía soga y trayýa leña o paxa para su casa o texía cunpana [tejido] o hazía soga y hacía ojotas [sandalias] o sobaua pellexo. En esto se ocupauan los indios. (316)
Holm observa una estrecha relación entre los juegos incas y las ceremonias y creencias religiosas de éstos, apuntando que “en la zona andina existen además indicios de que los juegos están asociados con los ritos funerarios” (102).40 Emilia Romero encuentra una explicación a esta tendencia de los incas: “(H)allándose más cerca de la naturaleza se manifiestan en ellos con más franqueza los instintos primarios, que en este caso son de temor, e inducen al hombre a apartar de sí, en lo posible, lo que es causa de desazón y de sufrimiento” (9). Por su parte, Wolf Krämer-Mandeau, al destacar la existencia de juegos de pelota altamente desarrollados en ésta y otras civilizaciones de la América precolombina, observa que el hecho de que éstos estuviesen tan unidos a los cultos indígenas provocó que los colonizadores se opusieran al desarrollo de los mismos e impidieran su contacto con los propios de los europeos (65-66). Quizá ése sea el motivo de la “parquedad extraordinaria” que lamenta Romero al comprobar que, entre los cronistas que relataron los primeros tiempos de la conquista,
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En cambio, llama la atención que Gabriela Ramos, en su obra Death and Conversion in the Andes, no haga ninguna referencia al respecto.
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apenas haya rastro de los juegos que practicaban los “antiguos peruanos.” Además, especifica que los detalles que son de su interés aparecen en crónicas escritas varias décadas después del asentamiento español en el Nuevo Mundo, “cuando ya los usos y costumbres europeos se habían difundido vastamente” (11).41 Por esta razón, no es fácil trazar una línea que separe con claridad los juegos completamente primitivos de aquellos posteriores que ya pudieron estar influenciados por los españoles. Aun así, y pese a la “escasez y confusión de datos” que se manejan sobre este tema, desvela la existencia de diversos tipos de juegos antiguos peruanos, los cuales, por ejemplo, van desde los bárbaros (Cama Iquiz) hasta verdaderas justas deportivas (Warachicuy) pasando, incluso, por juegos de azar que se jugaban con frijoles o piedrecillas (Wayru).42
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Esa distorsión se manifiesta precisamente en el epígrafe que adjunta a su obra Juegos del antiguo Perú, donde destaca un extracto de los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega en el que el juego aparece desligado de los ritos ceremoniales de los incas y, en cambio, tiene por fin la diversión y el fomento de la armonía entre los miembros de una misma comunidad: “Y mandaba (la ley del Inka) que dos o tres veces al mes comiesen juntos los vecinos de cada pueblo delante de sus curacas, y se ejercitasen en juegos militares, o populares para que se reconciliasen los ánimos y guardasen perpetua paz; y para que los ganaderos y otros trabajadores del campo se alentasen, y regocijasen” (qtd. in Romero 7). 42 Gutiérrez de Santa Clara explica de la siguiente forma el juego del Cama Iquiz, que era una especie de lucha deportiva que se practicaba en diciembre: “[M]andauan los señores Yngas a todos sus capitanes y soldados que ensayasen unos con otros a manera de batalla, y el se ponía en un alto con toda su corte para vellos muy bien. Poníanse, pues, los unos a una parte, y los otros en otra, tantos a tantos, en sus escuadrones, y luego comenzaban a tirar con las hondas unas ciertas fructas que eran duras, y con estas peleauan muy gentilmente, que salían muchos indios bien descalabrados, y algunos morían de las heridas que les dauan; en fin, que para burlas era peligrosa, y para verse era cosa muy liuiana, aunque pessada” (qtd. in Romero 16). Romero, además, subraya que la fiesta del Warachicuy era una de las más grandes que celebraban los incas. En su explicación de este juego, menciona al Inca Garcilaso de la Vega, quien lo considera “equivalente a la ceremonia feudal de armar caballeros”. De acuerdo a la descripción realizada por el cronista mestizo, en esta fiesta se mezclaban los ayunos con las invocaciones a la divinidad y algunos juegos deportivos que los jóvenes aspirantes “habían de practicar antes de que les horadasen las orejas y quedasen admitidos como guerreros y reconocidos aptos para el matrimonio (14-15). Sobre el wayru, un juego ceremonial, en cambio sí se encuentran más referencias. Morúa dice que “[j]ugaban estos indios con un solo dado que llaman Pichca, de cinco puntos por un lado, uno por otro, dos por otro y por otro tres, y el otro lado cuatro y la punta con una cruz que vale cinco, y el suelo del dado veinte y así juegan hoy en día; y esto lo usan así los indios como las indias: aunque fuera de conejos, que ellos llaman cuyes, no juegan cosas de plata.” El padre José Arriaga apunta que durante el Pakarikuk, el velorio de los difuntos que duraba cinco días, los indios solían jugar a este juego y, a continuación,
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Mayoritariamente, los juegos formaban parte de los rituales incaicos, aunque no todos ellos tenían que ver con la muerte. Tal es el caso del juego de ayllu, que, como exponen Reiner Zuidema (1989) y Mariusz Ziólkowski (1997), era en realidad un rito con el resultado predeterminado a partir del cual el rey inca, por su condición de hijo del dios Sol,43 ordenaba y redistribuía de acuerdo a su propio criterio los territorios que los waka, miembros de la élite del Cuzco, iban conquistando en el transcurso de la expansión imperialista de los incas. El religioso español Cristóbal Albornoz describe así este juego en su Instrucción para descubrir todas las guacas del Perú y sus camayos y haciendas: Del machacuay usan el día de hoy en sus fiestas y taquíes, haziendo un juego de ayllar que antiguamente jugava el inga, echando en alto esta figura de culebra y hecha de lana; y los que apostavan echavan sus illos, que son tres ramales de soga hecha de nervios de animales o de cueros dellos, y a los cavos unas pelotas de plomo. (qtd. in Ziólkowski 258) Ziólkowski, en concordancia con lo que previamente estableció Zuidema, afirma que el ayllu en sí es una representación de la “sumisión pacífica al poder del Inka” (261). De hecho, al simular que perdían el juego ante el soberano, lo que en realidad hacían era entregarle el control de todo aquello que habían ganado para que éste, a continuación, y escenificando la relación de “reciprocidad asimétrica” (262) que los unía, terminara recompensándolos con una parte de lo que habían obtenido o con otras
iban al río a lavar las ropas del muerto, mientras que Odriozola aclara que sólo lo jugaban cuando empezaban a beber (qtd. in Romero 19-20). 43 Pachakuti Inka Yupanki estableció que las conquistas se llevaban a cabo en nombre del Sol, al que igualmente se le consideraba dueño de los terrenos y de la gente conquistada (Ziólkowski 276).
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pertenencias.44 “Se trataba más bien (o sobre todo) de procedimientos prácticos, de un sistema de apropiación del usufructo de las conquistas realizadas dentro del marco del nuevo sistema de legitimización religiosa del poder del soberano,” resume Ziólkowski (276), recalcando el carácter eminentemente legal del ritual y el simbolismo que esconde. Uno de los aspectos más destacados de los juegos incas es que “jugaban más por entretenimiento que por codicia de ganancia” (Romero 20). Esta apreciación encaja a la perfección con el comentario que el adelantado Pascual de Andagoya hace sobre Atahualpa. El conquistador español, aun sin ser testigo de vista de lo sucedido en Cajamarca, deja escrita una frase que puede ser de vital importancia para este trabajo, pues no sólo pone de manifiesto que Atahualpa jugó al ajedrez antes de su muerte sino que, además, desvela un detalle muy significativo sobre su comportamiento a la hora de jugar: “Era tan señor que, jugando al ajedrez con un español, ponía vasos de oro contra alguna cosa del español, y si ganaba no llevaba lo que ponía el español, y lo que él perdía lo daba luego” (119). Andagoya resalta el señorío de Atahualpa cuando juega al ajedrez, aunque, en realidad interpreto que el conquistador español no es capaz de captar la esencia que se esconde tras este comportamiento del líder inca. No es una cuestión de caballerosidad por parte de Atahualpa; más bien, reacciona de acuerdo a la manera en la que él y todos
Albornoz explica de manera inmejorable el trasfondo de este rito con forma de juego: “A este juego ganó el inga muchas provincias a las guacas que ya se las había(n) dado. Y los camayos de las guaca, permitía el inga que jugasen las tales provincias con él por otras y se hazían perdedizos. Y después de ganados por el inga por este medio de juego, las satisfazía el inga a las guacas y camayos con dalles tierras y ganados y otros servicios. Son muchas las tierras que ganó a este juego de ayllar el machacuay” (qtd. in Ziótkowski 258). 44
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los indios de su cultura conciben el juego. Es decir, espera una reciprocidad o compensación del lado español (posiblemente en forma de libertad) después de que él, por voluntad propia, les hiciera entrega de una parte de su riqueza. La partida de ajedrez, por tanto, es simplemente un rito para Atahualpa, que no descubre en ella la necesidad española de competir y superar al contrario, quien tampoco es concebido como rival o enemigo. El inca, a diferencia de sus captores, no juega para ganar. Es por ello que cobra mucho sentido esa manera de proceder que tanto sorprende a Pascual de Andagoya, al que llama poderosamente la atención la generosidad del rey inca. Atahualpa, verdaderamente, no se jugaba su oro durante la partida de ajedrez; lo que realmente hacía era entregárselo a una entidad que en ese momento estaba por encima de él, el conquistador español, de la misma forma que los waka, de acuerdo a la tradición indígena, ponían a disposición de los reyes incas los territorios y los bienes que conseguían para el imperio. Por eso, si Atahualpa ganaba la partida no se llevaba lo que había jugado el español, ya que el ritual del juego, ese mero formalismo que desgranan Zuidema y Ziólkowski, sólo tiene sentido o validez cuando el ganador es la persona que ocupa la posición de máxima jerarquía. Este ejemplo es la prueba más palpable de que el concepto indígena del juego poco o nada tenía que ver con el español, que, huelga decirlo, era también el europeo. Ninguno era mejor que el otro; simplemente, ambos enfoques eran el fiel reflejo de culturas, pasados y creencias muy diferentes. Esta divergencia enfatiza aún más si cabe el impacto que debió generar entre los nativos la entrada en contacto con actividades de 56
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recreo que, como el ajedrez, son verdaderos envites estratégicos y tienen como fin último la victoria sobre el oponente. Por consiguiente, el proceso de transculturación que experimentaron los amerindios al entrar en contacto con los juegos españoles no se limitó a la adaptación de los nativos a unas nuevas formas de entretenimiento, sino, sobre todo, a la asimilación de un nuevo concepto del juego que nada tenía que ver con rituales religiosos y sí mucho con el deseo de superar y derrotar al contrincante.
Ajedrez y convivencia en Cajamarca Aun siendo la representación del enfrentamiento entre dos contendientes, lo más importante es resaltar el papel que el ajedrez, y el juego en general, desempeñó en el Nuevo Mundo como agente mediador entre españoles y nativos una vez que los primeros establecieron su dominio en el Nuevo Mundo. Como ya se ha hecho notar, son más bien escasos los testimonios que perviven sobre la práctica del ajedrez durante los primeros años de la conquista de América, y en la mayoría de los casos (a excepción de aquellos que mencionan a Atahualpa) éstos tienen por protagonistas a expedicionarios españoles. Sin embargo, el caso concreto del rey inca sirve de ejemplo demostrativo de lo que el ajedrez y otros juegos pudieron aportar en pos de una convivencia medianamente apacible entre colectivos que mantenían una relación tensa. El grabado de Guaman Poma anteriormente analizado no puede ser más explícito al respecto. No en vano, y pese a la tirantez propia de los acontecimientos que se sucedieron durante esos meses en Cajamarca, transmite cierta complicidad entre Atahualpa y su anónimo captor español mientras ambos juegan juntos. Por las 57
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circunstancias y por su privilegiada condición de líder de todo un imperio, el rey inca, aprisionado en el mismo lugar que Francisco Pizarro convirtió en su centro de operaciones, fue el primero en experimentar en su propia persona lo que un tiempo después habrían de vivir los nativos que sobrevivieron a la esclavitud y las nuevas generaciones que habitaron los territorios incaicos una vez consumada la invasión española. El escenario del Perú recién ocupado por los españoles recuerda en cierta medida al que previamente se había vivido durante algunos siglos en la península ibérica, donde, hasta la reconquista de Granada en 1492, y en un clima de compleja y en ocasiones tensa coexistencia, confluyeron en el mismo espacio físico tres culturas y religiones diferentes: la cristiana, la musulmana y la judía. En cambio, se aprecia una diferencia considerable entre un caso y el otro. Entre cristianos, judíos y musulmanes se produjeron intercambios culturales “without any ethno-religious group assimilating the other but rather as a result of living in an integrated fashion that allowed for reciprocal influence” (Scarborough 11). Por el contrario, en América más bien tuvo lugar una tremenda confrontación cultural que se resolvió unidireccionalmente con la paulatina implantación de identidad española en detrimento de las tradiciones que eran propias de las distintas comunidades indígenas. Dejando a un lado esa clara e innegable divergencia, consecuencia de circunstancias igualmente dispares, es preciso hacer el siguiente inciso: el grabado de Guaman Poma inspira la misma sensación que los dibujos que ilustran los problemas de ajedrez que Alfonso X El Sabio incluye en su Libro de los juegos. En estos retratos 58
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sumamente realistas, que pretendían ser un fiel reflejo de la vida diaria de la corte del monarca castellano, puede observarse cómo cristianos, musulmanes y judíos, sin importar su rango social y su papel en la residencia real, dejan a un lado sus diferencias culturales y políticas y comparten el gusto que les une por el ajedrez. Si bien es cierto que en la mayoría de los casos se retan individuos del mismo grupo social, étnico, religioso o de género, y que, cuando no es así, normalmente la victoria corresponde al representante del colectivo dominante en aquella sociedad, también conviene mencionar que hay contadas ocasiones en las que, de manera intencionada, se rompe esta tendencia y el triunfo cae del lado del contendiente socialmente más débil. Es lo que ocurre, por ejemplo, en las derrotas que sufren tres cristianos de manos de otros tantos musulmanes en las partidas 86, 88 y 103 (Constable 341). El rey sabio, el primer gran impulsor de la unificación, aunque ésta fuera sólo legal, de los reinos cristianos de la península ibérica (Brocato 305), recurrió al ajedrez, suprema manifestación artística del raciocinio humano, para inmortalizar el ideal de una coexistencia integradora. Sin embargo, en los primeros años del Perú español, la convivencia sólo pudo ser entendida de una manera distinta, pues ésta fue más física que real debido a las enormes dimensiones de la fractura social y cultural que la conquista irremediablemente provocó. El ajedrez, por tanto, es un muy buen termómetro para calibrar el grado de coexistencia real que hay en una sociedad multicultural. En el caso concreto de Perú, estimo que sólo una minoría nativa, aquella que gozó de un estatus privilegiado y que tuvo una relación más o menos cercana y amistosa con los españoles, pudo tener acceso 59
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al ajedrez. Atahualpa, Guaman Poma y el Inca Garcilaso de la Vega pueden servir de referencia para definir los perfiles de nativos que, por sus circunstancias especiales, podrían haber tenido contacto con el ajedrez. Atahualpa representa a la elite política indígena. Como ya se ha señalado, y sin entrar ahora a valorar la credibilidad de los testimonios que lo vinculan al ajedrez, es muy probable que, por su condición de rey inca y por haber mantenido una estrecha relación con quienes comandaban la expedición de Francisco Pizarro, jugara al ajedrez durante su encarcelamiento. En cierto sentido, el perfil de Guaman Poma es similar al de Atahualpa, ya que, según él, era descendiente directo de dos familias de la realeza andina y tuvo contacto personal con la cultura hispana mediante su rol de notario y traductor. En su caso, el factor determinante que lo liga al ajedrez es otro: recibió una educación española, como demuestra el hecho de que supiera escribir. Por último, en la figura del Inca Garcilaso de la Vega quedan representados los mestizos, quienes empezaron a proliferar conforme pasaron los años y aunaban las dos culturas de sus antepasados. Con esta clasificación no se pretende concluir que todos los integrantes o herederos de la elite política inca ni todos los mestizos tuvieran contacto con el ajedrez y, por tanto, se aproximaran a la cultura e identidad españolas a partir de este juego. Lo único que se puede afirmar a partir de estas premisas es que, por sus respectivos perfiles, la toma de contacto con el ajedrez habría sido más factible para estos colectivos que para aquellos que en todo momento se mantuvieron subordinados.
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Conclusión Una panorámica tan vasta como la aquí desarrollada se antojaba imprescindible para contextualizar debidamente el contenido del siguiente capítulo, en el cual se concentrará la materia prima que originó esta investigación. El exhaustivo análisis de las fuentes primarias que desvelan la presunta toma de contacto que Atahualpa tuvo con el ajedrez antes del prematuro final de su vida no podría ser entendido en toda su dimensión sin este primer bloque introductorio. En el mismo, la llegada del ajedrez al Nuevo Mundo se toma como el paradigma que permite ahondar sobre dos consecuencias lógicas de la conquista: la imposición de la identidad española en los territorios invadidos y el forzado proceso de transculturación que vivieron los nativos, quienes progresivamente fueron asimilando y tomando como propias las manifestaciones culturales que trajeron consigo los españoles. Habida cuenta de la popularidad que a principios del siglo XVI había adquirido el ajedrez en toda Europa y de la consustancial tendencia al juego por parte de los españoles, la implantación en América de este pasatiempo tan en concordancia con los fundamentos de la incipiente modernidad sólo puede interpretarse como una consecuencia lógica de la conquista. En realidad, el ajedrez no fue más que una de las muchas manifestaciones culturales españolas que cruzaron el océano Atlántico de la mano de los colonizadores, quienes, conforme fueron echando raíces en los nuevos territorios descubiertos, casi instintivamente siguieron poniendo en práctica allí las diversas formas de diversión y entretenimiento que eran intrínsecas a la identidad española. Esta reacción, tan natural como estratégica, era una demostración de autoridad 61
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y dominio sobre la población local, que experimentó un paulatino proceso de españolización. Sin embargo, al mismo tiempo también era una demostración irrefutable de que el Nuevo Mundo, efectivamente, era una extensión de la Corona española, cuyos dominios aumentaron tan exponencialmente que todos juntos terminaron formando un gran imperio. El segundo capítulo se estructurará fundamentalmente a partir de cinco textos, que serán objeto de una profunda revisión. No en vano, son la base a partir de la cual asentaré mi tesis final sobre el asunto que nos ocupa. El punto de partida será un artículo que ya ha sido referenciado: “Taptana o el ajedrez de Atahualpa: a los 425 años de Cajamarca.” Escrito por el historiador y antropólogo Olaf Holm a mediados de la década de los cincuenta, es el único trabajo eminentemente académico que trató con anterioridad la supuesta vinculación de Atahualpa con el ajedrez. Este investigador asevera con contundencia que el rey inca jamás jugó al ajedrez durante su cautiverio en Cajamarca, conclusión a la que llega después de analizar los escritos surgidos a partir de la conquista de Perú. Hay tres documentos que se escapan del escrutinio de Holm y que, sin embargo, son de suma relevancia, ya que, cuanto menos, ponen en entredicho su veredicto. Se trata de una carta que el licenciado Gaspar de Espinosa mandó al comendador Francisco de Cobos en 1533, de la relación que el desafortunado conquistador Gaspar de Espinosa escribió en España en 1545 y de la obra Descubrimiento y conquista del Perú, escrita por el cronista Pedro Cieza de León. En estos tres testimonios, contemporáneos a los sucesos de Cajamarca y escritos en el Nuevo Mundo por personas que, aun sin ser testigos de vista de lo que allí ocurrió, sí 62
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tuvieron acceso a información de primera mano, se afirma que Atahualpa jugó al ajedrez mientras estuvo preso. El cuarto y último pilar de este capítulo es el relato “Los incas ajedrecistas,” creado por el costumbrista peruano Ricardo Palma (también citado ya) hace prácticamente un siglo. Este texto dio origen a lo que hoy día, mientras no aparezcan pruebas concluyentes que remuevan los cimientos actuales, sigue siendo una leyenda. Según la misma, Atahualpa no sólo aprendió a jugar al ajedrez durante su encarcelamiento sino que, además, alcanzó tal maestría en el juego que ello, por los celos que despertó entre algún conquistador español, fue decisivo en su condena final a muerte. En este caso, mi trabajo procurará situar este relato dentro de su contexto histórico y en el marco de la extensa obra literaria de Palma, que se desarrolla en una ambigua frontera entre la historia y la ficción.
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CAPÍTULO 2 La formación del Atahualpa ajedrecista: desde la euforia de Gaspar de Espinosa hasta el uso pro nacionalista de Ricardo Palma ¿Jugó Atahualpa al ajedrez durante su cautiverio en Cajamarca? Ésta no es una pregunta que a día de hoy pueda ser respondida simplemente con un sí o un no, pues hasta ahora no se ha tenido constancia de, al menos, una prueba tangible lo suficientemente concluyente como para confirmar esta posibilidad en todos sus extremos. Puede que ese documento irrebatible jamás salga a la luz o que, simplemente, no exista, por lo que esos interrogantes que aún tenemos la obligación de colocar al familiarizar a Atahualpa con el ajedrez podrían perpetuarse por los siglos de los siglos. Tal incertidumbre no puede conducir al desánimo y, ni mucho menos, a aparcar la curiosidad sobre una cuestión que, en apariencia, podría parecer una mera anécdota pero que, en realidad, da pie a interpretaciones muy sugerentes. No en vano, está enmarcada en un episodio clave en el inicio de la conquista del Perú y que aún despierta un profundo sentir de repulsa entre muchos de los pobladores de los territorios andinos. Como si remontara un río desde la desembocadura hasta su nacimiento, este segundo capítulo trata de llegar al origen último de la creación del Atahualpa ajedrecista con el firme propósito de analizar y evaluar cuán fundamentada y verídica puede ser esta imagen que aporta un aditivo extraordinario a la caracterización de Atahualpa como personaje histórico. No en vano, bajo ningún concepto debe obviarse lo que por entonces significaba el ajedrez: era el juego por excelencia de quienes tenían la razón
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por bandera y uno de los símbolos que mejor definían esa incipiente España imperial de comienzos del siglo XVI. Este bloque de mi investigación está estructurado fundamentalmente en torno a los cinco textos que, desde mi punto de vista, son esenciales para tener una visión lo más amplia y completa posible de un asunto que no está exento de enigma y que ha desencadenado una interesante disparidad de opiniones entre quienes lo han abordado con mayor profundidad. El primero de estos textos es el artículo “Taptana o el ajedrez de Atahualpa: a los 425 años de Cajamarca,” publicado en 1956 por el etnólogo, historiador y antropólogo Olaf Holm. Su investigación se resume en la siguiente valoración: “(E)stamos autorizados a llegar a la conclusión de que el Inca Atahuallpa no jugó jamás al ajedrez durante su encarcelamiento en Cajamarca” (98).45 Básicamente, este crítico fija su veredicto en torno a dos puntos principales: primero, en que ninguno de los testimonios que fueron escritos por los españoles durante los primeros años de la conquista del Perú hace mención alguna a una supuesta vinculación del rey inca con el ajedrez; y segundo, en la poca credibilidad que le merece como historiador Antonio de Herrera, quien, varias décadas después de la muerte de Atahualpa, fue el primero en mencionar ese supuesto hecho y, por tanto, abrió una senda que otros escritores posteriores seguirían alargando. El segundo, tercer y cuarto textos que analizo no forman parte de la bibliografía citada por Holm, cuya tesis queda seriamente en entredicho por estos tres manuscritos
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El artículo fue publicado en el número 24 de Cuadernos de historia y arqueología, una publicación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana con sede en Guayaquil, Ecuador. Un año más tarde, en 1957, este trabajo sería presentado en la Primera Conferencia de Mesa Redonda de Arqueología, también en Guayaquil.
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a los que probablemente no tuvo acceso y que, aunque sea brevemente, también mencionan el hipotético buen hacer de Atahualpa en el juego del ajedrez. En concreto, se trata de una carta que Gaspar de Espinosa mandó a Francisco de Cobos poco después de producirse la toma de Cajamarca; de la relación que una década después escribió Pascual de Andagoya; y de la tercera parte de la Crónica del Perú que Pedro Cieza de León escribiría unos años más tarde, mediado ya el siglo XVI. Aun sin ser testigos de vista de los hechos que desencadenaron la toma del Perú, sí es cierto que, desde Panamá, Espinosa y Andagoya estuvieron estrechamente relacionados con esta operación, pues Andagoya fue el primer español en tener constancia de la existencia del imperio incaico y Espinosa, por su parte, subvencionó la exitosa expedición liderada por Pizarro y Almagro con la que se consumaría la conquista de este territorio. La cercanía entre ambos conquistadores, así como la vinculación que uno y otro tuvieron con todo lo que rodeó a la captura de Atahualpa, otorga a sus escritos una trascendencia sideral. La relevancia de los mismos es comparable al documento firmado por Cieza de León, que llegó a América poco después de consumarse la toma de Cajamarca y que, desde el preciso momento en que inició su andadura por el Nuevo Mundo, mostró una manifiesta vocación por contar lo que había sucedido durante la conquista española. Pese a morir joven en 1554, dejó para la posteridad una extensa e interesante obra que le ha valido ser considerado como el príncipe de los cronistas españoles en las Indias. El último texto que será diseccionado en este trabajo es el relato “Los incas ajedrecistas,” que forma parte de Las tradiciones peruanas que Ricardo Palma fue 66
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escribiendo durante varias décadas desde la segunda mitad del siglo XIX y hasta los primeros años de la siguiente centuria. En esta breve historia en la que realidad y ficción se fusionan y conforman un todo indisoluble sin que quede claro dónde queda fijada la línea que separa la una de la otra, Palma no sólo retrata a un Atahualpa ajedrecista, sino que, además, proclama que su maestría en este juego pudo ser determinante en el resultado del juicio rápido al que fue sometido por los españoles, que terminarían condenándolo a muerte. La relevancia de esta narración no sólo reside en su llamativo contenido, sino, sobre todo, en lo que ésta representa. Sin duda, ofrece una versión alternativa sobre uno de los momentos más cruciales de la conquista del Perú con el firme objetivo de construir un discurso con claros tintes nacionalistas en un momento en el que la sociedad peruana se disponía a forjar su propia identidad a partir de la recuperación de su pasado indígena y de un deseado y necesario distanciamiento de todo lo que supuso la recién terminada colonización española.
La negación de Olaf Holm Resulta cuanto menos llamativo que hasta la fecha un único trabajo de carácter académico haya abordado con rigurosidad la posible toma de contacto de Atahualpa con el ajedrez y que el mismo, además, tenga una antigüedad ya de sesenta años. Como se ha avanzado en párrafos anteriores, Holm sentencia que, bajo ningún concepto, el rey inca jugó al ajedrez durante su encarcelamiento en Cajamarca. Este investigador fundamenta su tesis en que “ninguno de los primeros cronistas hace mención del juego de Atahuallpa” (93). Como prueba de ello, cita al soldado Miguel de Estete, al que
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define como “observador agudo” y “relator frío;” al historiador Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, quien “tenía por cierto todo lo que decía Estete;” y a Francisco de Xérez, cuyo relato “debe considerarse como un informe oficial, de prima hora” (93). Holm hace especial hincapié sobre la “obra monumental” de Oviedo y Valdés, quien, aun sin ser testigo de vista, sí tuvo la oportunidad de entrevistarse personalmente en Santo Domingo con conquistadores que regresaban a España desde Cajamarca como los propios Xérez y Estete, Hernando Pizarro, Diego de Molina, Pedro Corco, Johan Cabezas, y Francisco de Grado (93-94). El balance final es el mismo en todos estos casos: no hay rastro alguno del juego del ajedrez en las descripciones que todos ellos hacen de Atahualpa. Holm se apoya igualmente en la ausencia de comentarios al respecto que se observa en los escritos que firmaron algunos personajes de referencia de aquella época. Es el caso, por ejemplo, de Bartolomé de las Casas, quien para reflejar lo sucedido en el Perú en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias se sirvió del testimonio del testigo Fray Marcos de Niza. A Holm le parece muy significativo que alguien tan deseoso de ensalzar las virtudes de los indígenas no haga mención alguna al ajedrez, más aún si cabe teniendo en cuenta que en su obra Apologética historia sumaria afirma que a los aborígenes, por la forma de sus cabezas, se les habría dado muy bien su práctica.46 Del mismo modo, Holm también apunta que Francisco López de Gómara,
“Los que la cabeza alcanzan luenga de la frente al colodrillo, de la manera de un martillo o, por mejor decir, de la hechura de una nado que tiene el principio angosto como la proa y la parte postrera hacia el colodrillo más capaz o más gruesa como la popa, y cuanto más saliere afuera del pescuezo aquella parte, aquellos tales serán hombres muy prudentes, próvidos y circunspectos y de todas partes regatados y para las letras habilísimos; entre otras habilidades, si aprenden a jugar al ajedrez serán grandes jugadores d’él” (Capítulo 1, página 25). 46
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que en su Historia General de las Indias subraya el problema de los españoles con el juego, no dice nada sobre el tema que nos ocupa. Por último, también se refiere a Pedro Pizarro. Éste, que escribió su relación sobre el descubrimiento del Perú “principalmente movido por su disconformidad con muchas de las crónicas anteriores,” y que destacó que Hernando Pizarro se convirtió en el “amigo íntimo” de Atahualpa mientras estuvo apresado, tampoco deja huella alguna sobre el ajedrez en sus escritos (95).47 El primero que sí lo hace, según Holm, es Antonio de Herrera, quien escribe lo siguiente en su Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano:48 (E)ntreteniéndose los Castellanos en diferentes cosas, aunque el principal era el juego; y para escusar los inconvenientes, que nacen de él, había el Gobernador nombrado por Alcalde Mayor á Juan de Porras; y algunos días después hizo su Teniente al Capitán Hernando de Soto, que era de los que más agradaban á Atahuallpa, y todos procuraban darle contento, y se entretenían en su conversación, porque havia aprendido á jugar al Axedrez, y los Dados, y hablaba admirablemente, y preguntaba cosas donosas, y agudas. (qtd. in Holm 96) Sin embargo, este testimonio no goza de la aprobación de Holm, que sospecha de la veracidad de dicho comentario porque fue escrito por alguien que jamás pisó el Nuevo Mundo y que de sus fuentes escritas, algunas desconocidas, “tomó libremente lo
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Aunque de manera menos detallada, Holm también apunta que Pedro Cieza de León, Juan Ortiz de Zárate, Cristóbal de Molina, Pedro Sarmiento de Gamboa, Miguel Cabello Valboa, Fray Martín de Murúa y el Inca Garcilaso de la Vega “no nos relatan nada respecto a un probable entretenimiento real en forma de juego en la cárcel” (96). Como se demuestra en este trabajo, Cieza de León sí deja por escrito que Atahualpa juega al ajedrez, aunque es probable que la tercera parte de su Crónica del Perú fuera transcrita y hecha pública una vez que Holm hubiera concluido su investigación. 48 Como se apunta en el primer capítulo, Holm demuestra que cuando Felipe Guaman Poma de Ayala afirma que Atahualpa “jugaua con ellos en el juego de axedres q. ellos les llaman taptana” no quería decir en realidad que el rey inca jugaba al ajedrez con sus captores, sino al taptana, un juego nativo que se correspondería por su similitud con el tres en raya actual (29-32).
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que le convenía,” pasándolo todo “a su estilo particular, tan diferente del de los nuevos cronistas, que no fueron hombres letrados” (96).49 Más de dos siglos después, en 1847, William H. Prescott tomaría el recuento de Herrera y en su Historia de la Conquista del Perú magnificaría aún más la hipótesis que nos ocupa. “Según Prescott el Inca aprendió a jugar a los dados y al ajedrez, y de este último el prisionero real se hizo experto, y pasó las largas horas de su confinamiento muy divertido con este juego,” recoge Holm, quien puntualiza que este historiador, que tenía una clara inclinación hacia el discurso narrativo, “influenció sobre muchos historiadores y escritores posteriores” (97).50
Espinosa, Andagoya y Cieza de León desdicen a Holm El planteamiento de Holm es eminentemente positivista. Fundamenta su tesis en función únicamente del material tangible al que tiene acceso durante su investigación. En su opinión, el hecho de que ninguno de los primeros textos que trascendieron sobre la captura y muerte de Atahualpa hiciera mención alguna al ajedrez, y que tal vinculación sólo apareciera setenta años después en la obra de un historiador que no se caracterizaba precisamente por su minuciosidad a la hora de retratar la realidad, es motivo más que suficiente para asegurar con la contundencia que lo hace que el rey inca
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Según Holm, en el texto de Herrera, así como en los de todos aquellos que dieron por cierto todo lo que él escribió, se evidencia “la necesidad de dar la impresión ante la Corona y la posteridad de que el último Inca gozó de un tratamiento preferencial y humano por parte de los españoles, hasta que su vida tuvo un abrupto” (91). 50 Concretamente, Prescott señala lo siguiente: “Atahuallpa in his confinement continued to receive the same respectful treatment from the Spaniards as hitherto. They taught him to play with dice, and the more intricate game of chess, in which the royal captive became expert, and loved to beguile with it the tedious hours of his imprisonment” (441).
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nunca practicó este juego. A primera vista, el análisis que realiza en su artículo es sólido y llega a resultar hasta convincente, si bien es cierto que su negación, sin dejar resquicio alguno a una posibilidad contraria a la que él defiende, se antoja demasiado severa y atrevida, sobre todo desde el mismo instante en que se comprueba que los textos de Espinosa, Andagoya y Cieza de León, para mí claves en este caso, no han formado parte de la bibliografía de su trabajo. Holm se alinea con la etnohistoria, disciplina que, en sus propias palabras, “actúa como un catalizador en la historiografía y la antropología” y es de gran importancia en lo que él llama “la americanística.” Desde su punto de vista, la etnohistoria “se nutre por excelencia de las fuentes escritas justamente en la época del contacto, y con el estudio y la interpretación de ellas se establece una cooperación entre los historiadores y antropólogos” (“Introduction” 7). En su opinión, esta aproximación interdisciplinar es la clave para un mejor conocimiento de la realidad andina y de lo sucedido durante la conquista del Perú: En vista de que existen aún millares de forjas de manuscritos en los archivos, sin estudiar, no necesariamente códices, crónicas o relaciones, sino documentos quizás más triviales tales como visitas, escrituras, testamentos, juicios, pleitos, etc. de la vida diaria, podemos comprender que en esos está la vida diaria de aquella época y también hay frecuentemente tantas referencias a la vida precontacto que se permite reconstruir la vida andina antes de la llegada de los españoles. Con el conocimiento de estos datos es que podemos escribir la historia con mayor veracidad en lugar de repetir lo ya dicho ad infinitum o lo que quizá es peor todavía escribir la historia con una tendencia filosófica, política o con una influencia socio-económica del momento, completamente alejada del contenido de las fuentes antiguas y de la realidad andina. (“Introduction” 7)
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De acuerdo a esta declaración de principios publicada en 1976, Holm rechaza de lleno cualquier interpretación o reflexión que trate de ir más allá de lo que aparece textualmente en los manuscritos. Para él lo único válido es lo que quedó por escrito, pues, tal y como entiende su oficio, son esos testimonios inmortalizados con tinta sobre el papel los únicos que a ciencia cierta pueden hacer la distinción entre la verdad y la especulación. Al margen de discrepar considerablemente sobre esa premisa que él establece, entiendo que el primer gran error que comete Holm es dar por hecho que las únicas pruebas que hubo, hay y habrá son las que él tuvo a su alcance o de las que tuvo conocimiento. Sin duda, tal presunción es tremendamente arriesgada, ya que nunca debe descartarse por completo que en cualquier momento salga a la luz algún documento inédito con información clave que bien pueda aportar datos muy valiosos sobre un tema determinado o que, por el contrario, induzca a un cambio de opinión o a la reinterpretación del mismo. Precisamente, eso es lo que estimo que sucede en este caso concreto: a los documentos de Espinosa, Andagoya y Cieza de León, previsiblemente desconocidos para Holm, se les supone tanto peso específico en este asunto que por sí solos debilitan considerablemente la tesis de este crítico. El primero de estos manuscritos es una carta recogida por Raúl Porras Barrenechea que el adelantado Gaspar de Espinosa envió desde Panamá a Francisco de los Cobos, secretario de Estado y mano derecha del emperador Carlos I. La misiva está fechada el 1 de agosto de 1533, tan sólo unos días antes de que, el 29 de ese mismo mes, fuera ejecutada la condena a muerte que se le impuso a Atahualpa. En dicha nota, Gaspar 72
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de Espinosa informa al comendador, que se encontraba en España, que habían recibido unas cartas en las que se anunciaba “la gran nueva de lo descubierto en las provyncias del Perú por el Gobernador e Adelantado Don Francisco Pizarro e Capitan e Mariscal don Diego de Almagro su compañero e los españoles que con ellos están.” Espinosa dice no querer entrar en muchos detalles porque éstos los daría Cristóbal de Mena en la pertinente relación que redactaría para la Corona, por lo que tan sólo “en suma” desea trasladarle “lo más notable,” que no es otra cosa que “fue Dios servido de dalles en las manos el mayor Señor de toda la tierra, ques un cacique que se dice Tubanco e con él pasados de dos millones de pesos de oro de minas por fundir, mucha cantidad en que ay granos de a diez e de a ocho libras.” Tubanco es el nombre que, inicialmente, Espinosa da a Atahualpa, quien a continuación queda descrito de la siguiente manera: “(L)a persona del cacique es la mas entendida e de mas capacidad que se a visto e muy amigo de saber e entender nuestras cosas; es tanta, que xuega al ajedrez harto bien” (qtd. in Cartas del Perú 65-66). Espinosa era ya por aquel entonces un conquistador con una más que notable trayectoria en el Nuevo Mundo. Tal y como indica Soledad Acosta de Samper, se había convertido en uno de los hombres de confianza de Pedrarias Dávila, al que había acompañado en la fundación de la ciudad de Panamá en 1518.51 Gracias a sus exploraciones y conquistas por Centroamérica, Espinosa amasó una gran fortuna, que, unida a su “generosidad” con la Corona española, le valió un lugar privilegiado en la Corte. De vuelta a América, desde Panamá “había ayudado con sus caudales á la
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Anteriormente, había sido uno de los protectores de Vasco Núñez de Balboa, al que, a instancias de Pedrarias Dávila, terminaría procesando y sentenciando a muerte.
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expedición de Pizarro y Almagro, y tuvo el mayor interés en que se aviniesen estos dos Conquistadores” en el Perú, adonde llegaría poco tiempo después para morir finalmente en Cuzco en 1537 (405). Porras Barrenechea considera que Espinosa, así como el licenciado La Gama, son “(l)os más constantes y solventes informadores, por su alta posición y por los informantes que tienen en la propia expedición.” En su opinión, éstos “recogen los mejores datos” por la autoridad que tenían. Por eso, entiende que las cartas de Espinosa -de las ocho conservadas, seis van dirigidas al rey- son “verdaderas relaciones de todo lo ocurrido en la tierra descubierta” ya que el propio monarca le había ordenado por cédula de 19 de marzo de 1533 que le informara a través de una relación de todo lo que aconteciera en aquella región. Este historiador señala que la amistad declarada de Espinosa con Francisco Pizarro “hace pensar que el Licenciado recibiera noticias directas del mismo Pizarro, y las transcribiera en sus cartas lo más fielmente posible,” y termina apuntando que Espinosa, a quien “se le respetaba como a uno de los más antiguos vecinos” de Panamá, era un “hombre de dinero e influencia en la Corte” (Relaciones primitivas 37-38). Existe también la posibilidad de que el informante de Espinosa fuera Hernando de Soto y no Pizarro. A efectos prácticos es casi lo mismo, ya que Soto era uno de los capitanes principales de la expedición comandada por Pizarro y ambos vivieron juntos lo que sucedió con Atahualpa desde que fuera capturado en Cajamarca. La hipótesis de Soto como informante se fundamenta en que él también conocía a Espinosa, pues había luchado junto a él y Pizarro en Panamá a las órdenes de Pedrarias Dávila (Blanco 74
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Castilla 53). Además, según Antonio de Herrera, Soto era uno de los españoles que tenía un trato más cercano con Atahualpa, por lo que podría haber sido uno de los que hubiera jugado al ajedrez con él.
Como ya se ha indicado, el segundo testimonio que relaciona a Atahualpa con el ajedrez y que no está incluido en el artículo de Holm procede de Pascual de Andagoya, otro conquistador español que acompañó a Pedrarias Dávila por Centroamérica y que también coincidiría con Espinosa en Panamá.52 En su relación de 1545, titulada Relación de los sucesos de Pedrarias Dávila en las Provincias de Tierra Firme o Castilla del Oro, y de lo ocurrido en el descubrimiento de la mar del Sur y costas del Perú y Nicaragua, Andagoya recurre al ajedrez para ensalzar la figura de Atahualpa justo en el pasaje en el que refleja críticamente la traición que éste sufrió por parte de Pizarro y que a la postre terminaría costándole la vida: Y dicho al Atabalica, les dijo que era mentira y que estuviesen ciertos que no se movería indio en toda la tierra sin su mandado; y que cuando algo viesen, que entonces lo matasen; y para certificarse, que enviasen a el campo donde decían que estaba la gente a saber si era verdad; y para esto salió el capitán Soto con cierta gente; y como la cosa era ordenada por el Pizarro y los que le aconsejaban, antes que el Soto volviese con la respuesta le mataron. El cual dijo grandes cosas al tiempo de su muerte sobre la palabra que le habían quebrantado. Era tan señor que, jugando al ajedrez con un español, ponía vasos de oro contra alguna cosa del español, y si ganaba no llevaba lo que ponía el español, y lo que él perdía lo daba luego; y un día el gobernador mandó tomar aquellos vasos y echarlos en la casa del depósito; y como él lo supo le dijo que por qué hacía echar allí lo que el otro le ganaba; 52
Porras Barrenechea ofrece algunos datos relevantes sobre la relación que existía entre estos tres conquistadores. Por ejemplo, de Pascual de Andagoya dice que “(m)ientras gobernó Pedrarias, gozó de posición preeminente y se enriqueció” ( “Relaciones Primitivas” 23) e indica que reemplazó a Gaspar de Espinosa al frente de la Gobernación del río San Juan una vez que éste había fallecido (“Relaciones Primitivas” 24).
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que no pensase que no había de cumplir con él lo que había prometido; que le hiciese volver al otro lo que le había ganado; y que en aquello le hacía creer que no era gran señor. (119) 53 54
En opinión de Porras Barrenechea, los manuscritos de Espinosa y Andagoya, por el mero hecho de que ambos se encontraban en Panamá durante este momento inicial de la conquista de Perú, son fuentes de información muy fiables: Panamá era punto de partida y de aprovisionamiento de las expediciones descubridoras de Nicaragua y del Perú. Del Gobernador y de los Oficiales Reales de Panamá dependían los capitanes de esos descubrimientos y a ellos tenían que rendir cuenta inmediata de sus actos. De allí que la mayor parte de las noticias del Perú fueran conocidas en España a través de las cartas de Panamá, sin perjuicio de las que los propios capitanes dirigían por su cuenta al Rey. (Relaciones Primitivas 36)
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Pascual de Andagoya, siempre bajo la protección de Pedrarias Dávila, fue adquiriendo progresivamente más y más peso en la vida política de Panamá. Rápidamente prosperó con sus negocios y no tardó mucho en convertirse en regidor del ayuntamiento de la ciudad de Panamá, mientras que poco después fue nombrado visitador general de indios. Su poderío económico era tal que, en 1522, organiza una expedición que sería trascendental en el devenir de los acontecimientos, ya que “en ella se obtienen las primeras informaciones precisas sobre la existencia de un imperio potentísimo y riquísimo, con un nombre que canta como dice Chaunu: el Birú, Pirú y finalmente el Perú, y sus habitantes, los incas”. Sin embargo, un desgraciado accidente, que a punto estuvo de costarle la vida y que lo dejaría físicamente muy mermado durante tres años, provocó que, “ante los ruegos de Pedrarias”, Andagoya traspasara “la licencia de exploración de aquellas tierras, y las informaciones recogidas durante su malograda expedición, a Pizarro, Almagro y al eclesiástico Luque, quienes se alzaron finalmente con la gloria, la fama y las riquezas que conllevó la conquista del imperio inca (Andagoya, and Blázquez 14). 54 Para Porras Barrenechea, la de Pascual de Andagoya es “una crónica tardía, escrita por un capitán que conoció a todos los actores de la conquista, pero que no fué (sic) al Perú sino después de escrita su crónica”. Además, añade: “Tuvo Andagoya una especial curiosidad por las costumbres de los pueblos indígenas y describió siempre con minuciosidad sus vestidos, sus armas, sus juegos, sus formas sociales y políticas y, particularmente, las creencias religiosas. Es el primer cronista etnógrafo. Sus datos son originalísimos en lo que se refiere a los países hasta entonces recorridos por él (Panamá, río San Juan, Popayán). En lo relativo al Imperio Inkaico recogió también la misma clase de datos, pero no por observación directa sino por referencias, lo que le quita originalidad a su relato” (“Relaciones primitivas” 27).
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Por último, está lo que apunta Cieza de León en el quincuagésimo capítulo de la tercera parte de su Crónica del Perú, que, bajo el título Descubrimiento y conquista del Perú, no empezó a salir a la luz pública, y de manera escalonada, hasta mediados del siglo XX. Cuando el cronista se refiere a la llegada de Almagro a Cajamarca -poco después se desatarían las hostilidades que acabaron con la muerte de Atahualpa-, comenta lo siguiente: Almagro visitó Atabalipa, hablándole muy bien, ofreciéndosele por buen amigo, de que el preso recibió conhorte. Y cuentan grandes cosas los españoles de este Atabalipa; porque sabía ya jugar al ajedrez, y entendía algo de nuestra lengua; preguntaba preguntas admirables, decía dichos agudos y algunos donosos. Deseaba, con todo esto ver recogido el tesoro, porque, cuando llegó Almagro se comenzaba a traer, y había en Caxamarca diez o doce cargas de oro.55 (173)
A simple vista, la categórica tesis de Holm queda automáticamente en fuera de juego con estos tres escritos, pues, al margen de la relación directa que establecen entre Atahualpa y el ajedrez, todos ellos cumplen uno de los requisitos que impone este investigador: son textos que fueron redactados en la misma época en la que se produjo la toma de Cajamarca.56 Por tanto, Espinosa, Andagoya y Cieza de León no sólo
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De acuerdo a Carmelo Sáenz de Santa María, Cieza de León es la principal fuente de información de Antonio de Herrera (Cieza de León 22-23), a quien Holm desacredita e identifica como el primer escritor español que relaciona a Atahualpa con el ajedrez. 56 Es de suponer que Olaf Holm no tuviera constancia de la carta de Gaspar de Espinosa ni de la relación de Pascual de Andagoya cuando realizó su investigación sobre este asunto a mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado. En el caso contrario, su planteamiento quizá hubiera sido distinto. En cualquier caso, hay referencias bibliográficas que demuestran que ambos textos ya eran conocidos por aquel entonces. Raúl Porras Barrenechea publica Cartas del Perú en 1959, mientras que las primeras referencias bibliográficas encontradas sobre la relación de Andagoya se remontan al menos a 1865 (Narrative of the Proceedings of Pedrarias Dávila in the Provinces of Tierra Firm, or Castilla de Oro, Hakluyt Society, Vol. 34).
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cumplen con la exigencia temporal de Holm -son personajes coetáneos a los hechos desencadenados en la región andina en torno a los 1530s- sino que, además, y pese a no ser testigos de vista, es muy probable que tuvieran acceso directo a información privilegiada sobre lo que allí sucedía, sobre todo Espinosa, que jugó un papel protagónico en tan enjundioso proyecto. Resulta paradójico que el argumento de Holm, que se sustenta en la autoridad que él mismo otorga a la palabra escrita que proviene de las fuentes primarias que considera fiables, se tambalee precisamente por la entrada en escena de unos manuscritos que apuntan en sentido contrario al que se establece en su artículo. Por así decirlo, se produce una colisión, un enfrentamiento entre textos, y son las mismas reglas que establece el propio Holm -el poder que, a falta de otras pruebas físicas, concede exclusivamente a la escritura como valedora de la verdad-, las que cuestionan la validez de su tesis. Visto este desencuentro de escritos, varias preguntas nos asaltan. ¿Hasta qué punto la compleja realidad puede resumirse fehacientemente en la muy limitada finitud de una carta o una relación? ¿Acaso existe una única y absoluta verdad? ¿Acaso la escritura es la única vía autorizada para la transmisión de los hechos? ¿Qué convierte a una fuente colonial primaria en más creíble que otra? ¿Sería ese criterio realmente indiscutible? ¿Por qué ha de ser más cercano a la verdad lo escrito, por ejemplo, por Miguel de Estete que lo transmitido por Gaspar de Espinosa, Pascual de Andagoya o Pedro Cieza de León?57
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El artículo de Holm, en realidad, viene motivado por el grabado que Felipe Guaman Poma de Ayala realiza en el folio 387 de El primer nueva corónica i buen gobierno, en el que retrata a Atahualpa jugando con uno de sus captores a un juego de tablero. El descubrimiento de este ejemplar único en Det Kongelige Bibliotek (Copenhague, Dinamarca) en 1908 revolucionó durante las siguientes décadas los estudios
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Este escenario plagado de interrogantes conduce irremediablemente a la reflexión que Antonio Cornejo Polar hace al comienzo de su ensayo Escribir en el aire, en el que profundiza sobre esa divergencia entre la oralidad y la escritura que provoca la conformación híbrida o heterogénea de la literatura latinoamericana. El crítico establece que la escritura irrumpió en el Perú, su país de origen, “no tanto como un sistema de comunicación sino dentro del horizonte del orden y la autoridad, como si su único significado posible fuera el Poder” (48).58 Es decir, allí donde hasta la llegada de los conquistadores sólo se había practicado la oralidad, la palabra escrita se convirtió en sinónimo de dominio y de imposición de lo español sobre lo indígena, siendo elevada a la categoría de verdad absoluta e incuestionable por el simple hecho de ser la representación física o el documento tangible que recogía la voz y la ley españolas. Aun siendo irrebatible el planteamiento de Cornejo Polar, el caso que aquí nos ocupa da pie a un oportuno y necesario inciso sobre el mismo: mientras que la supremacía de la palabra escrita (la voz de los dominadores) sobre la tradición oral (la voz de los dominados) ha sido tan evidente como determinante en la conformación del relato histórico de la conquista que ha llegado hasta nuestros días, no es menos cierto
sobre la conquista del Perú. Es, por tanto, en ese contexto en el que se encuadra el trabajo de Holm, quien, como ya se indica en el primer capítulo de esta tesina, demuestra que cuando Guaman Poma dice que Atahualpa “jugaua con ellos en el juego de axedres q. ellos les llaman taptana” en realidad no quería decir que el rey inca jugaba al ajedrez con sus captores, sino al taptana, un juego indígena que se correspondería por su similitud con el tres en raya actual (29-32). Para reforzar su afirmación, Holm, que era fundamentalmente arqueólogo, incluye un antiguo tablero de taptana, hecho de piedra arenisca, como el que habrían utilizado alguna que otra vez Atahualpa y sus captores (Holm 102-103). 58 Casualmente, Cornejo Polar sitúa el “grado cero” (36) de dicha ruptura entre la oralidad indígena y la escritura española en los incidentes que se desencadenaron en Cajamarca en la tarde del 16 de noviembre de 1532, cuando Atahualpa, de acuerdo siempre a la visión de los cronistas españoles que relataron estos acontecimientos, despreció un libro religioso que le había entregado el Padre Vicente Valverde. Atahualpa, que jamás había tenido antes un libro entre sus manos, lógicamente no reaccionó como hubieran deseado los conquistadores españoles, que inmediatamente procedieron a su detención.
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que entre los manuscritos españoles también se ha producido una lógica disparidad de contenido que, incluso, en las situaciones más extremas, ha obligado a los críticos a dudar o replantearse la fiabilidad de estos textos. El ejemplo más paradigmático de esta falta de concordancia es la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, donde Bartolomé de las Casas describe una realidad de la conquista que nada tiene que ver con lo que es común entre los otros cronistas. Salvando las distancias, en este trabajo es palpable cómo esa falta de unanimidad entre las diferentes versiones de un mismo hecho es prácticamente consustancial a cualquier detalle relacionado con la conquista, de ahí que, ante semejante conflicto entre voces dominadoras, la postura más razonable sea la de la imparcialidad.
El cronista español y sus circunstancias y motivaciones En cierto sentido, Holm, a mediados del siglo XX, sigue dándole esa privilegiada consideración a los manuscritos redactados sobre lo que haya podido transmitirse a través de la oralidad. Para él, todo empieza y todo acaba en lo tangible, si bien es cierto que al asegurar que Atahualpa “jamás jugó al ajedrez” se toma la licencia de desacreditar algunos documentos que proclaman lo contrario porque sus coordenadas espaciotemporales distan de las de los hechos estudiados. Al margen de esta discutible filtración, el gran problema que pone en entredicho la tesis de Holm son los documentos, para él desconocidos, de Espinosa, Andagoya y Cieza de León. Con ello no quiero decir que la mera existencia de estos testimonios sea suficiente para desacreditar inmediatamente a Holm y dar por cierto lo que estos conquistadores relatan, puesto que 80
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no debe obviarse una premisa que está sobradamente aceptada entre los colonialistas: detrás de cada documento original escrito en o sobre el Nuevo Mundo existían por norma general unos intereses personales de distinta índole que, bien por omisión, exageración o mitificación, dieron como resultado un retrato ambiguo o distorsionado de la realidad con la que se toparon los españoles y de los hechos que allí sucedieron. Partiendo de esta premisa, es preciso señalar que el caso concreto de Espinosa recuerda muy especialmente a lo que Beatriz Pastor denomina “la instrumentalización de la realidad.” Para esta autora, se aprecia una clara tendencia por parte del grueso de los conquistadores españoles hacia una “deformación profunda” de la realidad del Nuevo Mundo con “fines estrictamente comerciales” (45).59 Esa propensión conduce a una “ficcionalización” que tiene como resultado “una creación verbal mucho más próxima a la ficción que a la realidad que pretende fielmente representar” (62): El uso sistemático de un proceso de selección que excluye todo lo que no interesa y reduce la realidad descubierta a los elementos de interés comercial para Europa se conjuga con la sustitución sistemática y voluntarista de ‘lo que es’ por ‘lo que se quiere que sea’, para completarse con la afirmación de una serie de equivalencias que, ligando el modo de representación a una ideología que trasciende los límites del personaje, equipara definitivamente la identidad de todos los aspectos de la realidad del Nuevo Mundo a la función de mercancías que pretende imponérseles de acuerdo con las necesidades del mercado occidental. (62-63)
Se sabe que Espinosa, sin ir más lejos, había regresado a América con la bendición de la Corona y, en un guiño ni mucho menos gratuito hacia Carlos I, rey de
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Para desarrollar su planteamiento, Pastor se centra en el análisis de los documentos que llevaron la firma de Cristóbal Colón, pues, por tratarse del primer conquistador de América, en ellos se manifiestan estas premisas de manera más clara.
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la España moderna temprana, había puesto sobre la mesa parte de su dinero para financiar el asalto de Pizarro y Almagro al Perú. Dicha carta bien pudo ser el primer reporte que llegó a la península ibérica sobre el éxito de tan relevante operación política y militar en unos territorios que, hasta ese momento, no habían sido explorados y que a la postre reportarían pingües beneficios a todas las partes implicadas, incluidos, cómo no, tanto Espinosa como la propia Corona. ¿Qué explica o justifica que Espinosa incluyera la anécdota del ajedrez en un texto tan breve? Cualquier respuesta que se ofrezca al respecto sólo deja de ser una suposición, ya que es imposible concluir a ciencia cierta qué pasaba por la mente de este conquistador para hacer tan sugestivo comentario. Pese a ello, e independientemente de la veracidad o no de ese anuncio sobre la facilidad de Atahualpa para jugar al ajedrez, estimo que esa mención distendida y en apariencia intrascendente es, en realidad, muy significativa, ya que muestra una clara intencionalidad por parte del autor. Por un lado, interpreto que, informando de la vertiente ajedrecística de Atahualpa, Espinosa buscaba generar simpatía entre la Corona española y su homólogo inca, y más aun teniendo en cuenta que el ajedrez hasta ese momento siempre había estado especialmente ligado a las elites sociales.60 Por otro lado, la imagen de Atahualpa en torno a un tablero de ajedrez permitía visualizar desde España que Pizarro y los conquistadores que formaban su séquito, además de haberse hecho con el control de un área riquísima en recursos
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Es muy probable que tanto Gaspar de Espinosa como Pascual de Andagoya jugaran al ajedrez. Tal extremo no está contrastado, pero, al margen de la popularidad que el ajedrez había alcanzado a principios del siglo XVI en España y en toda Europa, hay un dato que hace suponerlo: ambos desarrollaron buena parte de sus respectivas carreras como conquistadores a la vera de Pedrarias Dávila, que, como quedó demostrado en el primer capítulo, practicaba este juego con frecuencia (página 25).
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naturales, gozaban de la cordialidad del líder indígena. Esto en absoluto era un asunto baladí en términos puramente estratégicos, ya que la complicidad de la máxima autoridad de los incas podía ser interpretada como sinónimo de tranquilidad y ausencia de peligro o amenazas en este nuevo e importante paso hacia delante en América. De hecho, el propio Espinosa, justo después de informar de las capacidades del líder indígena, añade en su carta una valoración muy elocuente al respecto: “(C)on tener esto en su poder, toda la tierra está queda e anda un xpiano e dos, ciento e doze leguas; por esta se puede dezir ques mucha mas cosa la verdad que lo que se dize” (qtd. in Cartas del Perú 65-66). Como quiera que fuese, es preciso incidir sobre el clima de euforia en el que esta carta de Espinosa fue escrita, ya que a Panamá acababan de llegar las primeras noticias sobre el éxito de la primera expedición española en suelo peruano y aún no se habían desencadenado las tensiones que se producirían muy poco tiempo después y que precipitarían la muerte de Atahualpa. Ésta fue muy controvertida en tanto en cuanto evidenció una importante división entre los conquistadores españoles que se encontraban en Cajamarca y también porque impidió que el rey inca, como era deseo del rey emperador Carlos I, hubiera viajado hasta España. Desde luego, no debe pasarse por alto que, de todos los manuscritos fechados y localizados en las proximidades de los sucesos de Cajamarca, los de Espinosa, Andagoya y Cieza de León son los tres únicos documentos (de los que se tiene constancia) que unen al rey inca con el ajedrez. Por ejemplo, el citado Cristóbal de Mena no hace ninguna referencia a este asunto en su relación, que en la línea del tiempo 83
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quedaría ubicada muy poco después de la carta de Espinosa y considerablemente antes de la relación de Andagoya. De hecho, sobre Mena recae el honor de haber escrito la primera relación que narró la conquista del Perú, siendo publicada de manera anónima en abril de 1534 en Sevilla.61 Para Porras Barrenechea, la importancia de este primer relato relativamente extenso reside en que es “el más inmediato de todos,” que “en él la verdad no ha tenido aún tiempo para ser deformada,” y que, al ser un testimonio “espontáneo,” “(n)o se trata de una versión oficial como las de Xerez o de Sancho, adaptadas necesariamente a las conveniencias políticas de la expedición y a la defensa de lo hecho” (Relaciones Primitivas 50). En su relación, Mena, que había quedado muy descontento con el reparto que se había producido en Cajamarca, no dedica una sola línea a describir el comportamiento de Atahualpa ni a la relación que tuvo con los españoles durante los meses que estuvo preso, por lo que su fotografía del líder indígena difiere de la que hacen tanto Espinosa como Andagoya y Cieza de León: mientras que Mena afirma que la muerte de Atahualpa estaba justificada -“el qual lo merecia,” dice textualmente (qtd. in Relaciones Primitivas 99)-, Espinosa y Cieza de León hacen una brevísima descripción muy favorable del inca destacando su inteligencia y su gusto por las cosas propiamente españolas como el ajedrez, y Andagoya denuncia que su muerte no estaba justificada bajo ningún concepto.
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La identificación entre el anónimo sevillano y Cristóbal de Mena corresponde a Porras Barrenechea, quien apunta que este conquistador fue uno de los primeros en regresar a España tras la toma de Cajamarca y que, como él mismo dejaría de manifiesto en su relación, lo hizo muy resentido con Pizarro: “(E)ra un descontento del reparto y que ésta fué la razón de su retiro de la empresa conquistadora.” (Relaciones Primitivas 47).
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Dicha ausencia de menciones sobre el ajedrez es igualmente significativa cuando se comprueba que los descendientes directos de Atahualpa tampoco comentan nada al respecto. Así, por ejemplo, no hay rastro de la palabra ajedrez en el libro Notas y documentos sobre miembros de la familia del inca Atahualpa en el siglo XVI, en el que Udo Oberem recopila las transcripciones de las probanzas que algunos de los muchos portadores de la sangre de Atahualpa firmaron reclamando algún repartimiento o hacienda que les permitiera subsistir y salir de la pobreza en la que decían que se encontraban. Básicamente, el contenido de estas probanzas sigue siempre el mismo patrón y quienes las solicitan, más que detenerse en detalles menores o aparentemente secundarios, basan su solicitud en respuestas que respaldan sus peticiones. Por ejemplo, en estos documentos puede leerse repetidas veces que Atahualpa era el señor del vasto imperio incaico antes de que se produjera la conquista y que gozaba de muchos dominios y privilegios en ella; que había entregado grandes cantidades de oro y plata a los españoles, quienes se repartieron tan preciado botín; que tenía muchas mujeres, las cuales habían estado junto a él durante su cautiverio y no eran accesibles a ningún cacique; que, antes de morir, encomendó a Pizarro el cuidado de sus hijos; y que testigos de diversa índole corroboran que quienes presentan dichas probanzas confirman la descendencia de éstos, y hasta el parentesco físico, respecto al rey inca. Del mismo modo, no hay rastro del ajedrez en las declaraciones de méritos y servicios que consultadas en el Archivo General de Indias en Sevilla, España. Éstas fueron remitidas por algunos de los soldados españoles que participaron en el asalto a Cajamarca o que, incluso, estuvieron presentes en la prisión de Atahualpa. Son los 85
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casos, por ejemplo, de Diego de Agüero, Francisco López, Tomás Vázquez, Mancio Sierra de Leguizamo, Francisco de Baena, Pedro de Barrantes, Juan y Jerónimo de Aliaga, y Diego de Figueroa. Ninguno de estos protagonistas activos en el inicio de la conquista del Perú dice nada al respecto. ¿Acaso para ellos no era significativo que Atahualpa fuera una persona brillante y que supiera jugar al ajedrez? Puede que no o que consideraran irrelevante este tipo de información en unos escritos que, en realidad, tenían un propósito bien claro y bien distinto. El hecho de que Espinosa y Andagoya muy seguramente bebieran de la misma fuente de información –ya fuera Pizarro o Soto- y que entre ambos hubiera una cercanía incuestionable –Andagoya ocupa el puesto de Espinosa en Panamá cuando éste muere, puede sembrar también lógicas dudas sobre la veracidad de sus testimonios. Sin embargo, hay una serie de detalles muy significativos que demuestran que el papel que tiene el ajedrez en sus textos no es exactamente el mismo, por lo que aparentemente pierde fuerza la teoría de que tales referencias sean inventadas. Para empezar, hay una diferencia de diez años entre la carta de Espinosa y la publicación de la relación de Andagoya, por lo que cada uno escribe su texto en una etapa distinta de ese momento histórico que fue la conquista del Perú –mientras Espinosa emplea verbos en tiempo presente, Andagoya recurre al pretérito-. Además, Espinosa, como ya se ha explicado, era parte muy interesada en la operación de Pizarro y Almagro, y envió su carta con el propósito de dibujar un escenario idílico a la Corona española –la mención que hace del ajedrez contribuye a ello- justo antes de que se matara a Atahualpa y se desencadenaran los problemas entre 86
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los dos bandos de conquistadores. Por su parte, el relato de Andagoya tiene una función completamente distinta, ya que entre sus objetivos está resumir cómo se produjo el avance español en el Perú. Andagoya, conquistador marcado por el infortunio, ve con lógico recelo lo que consumaron Pizarro y Almagro, y de sus palabras se deduce una crítica a la manera en la que los españoles, y más concretamente Pizarro, se deshicieron del rey inca. No en vano, escribe que Atahualpa “dijo grandes cosas al tiempo de su muerte sobre la palabra que le habían quebrantado” y realmente recurre al ajedrez para demostrar cuán “tan señor” era y dejar de manifiesto que Pizarro, a ojos del propio Atahualpa, “no era gran señor” (119).62 Por último, hay un tercer punto no menos importante a la hora de distanciar el recurso del ajedrez en Espinosa y en Andagoya. Básicamente, los dos aportan matices diferentes sobre el rey inca: por un lado, Espinosa se limita a resaltar que Atahualpa “xuega al ajedrez harto bien” con tal de probar que muestra simpatía hacia lo español “(m)uy amigo de saber e entender nuestras cosas” (66)-, y por el otro, Andagoya destaca la nobleza y la generosidad del inca frente a la desconfianza que a él le inspiraba Pizarro. La importancia del testimonio de Cieza de León no se limita exclusivamente a lo que dice sobre Atahualpa y el ajedrez, sino también al hecho de que no se percibe una relación directa entre este cronista y los otros dos conquistadores. Pese a que sólo han
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La responsabilidad de Francisco Pizarro en el controvertido final de Atahualpa no está del todo clara. Incluso hubo diversidad de opiniones entre los primeros cronistas españoles. Como ya se ha anotado, Cristóbal de Mena declara que dicha sentencia contra el rey inca estaba totalmente justificada, mientras que, por el contrario, el punto de vista de Juan Ruiz de Arce se asemeja al de Pascual de Andagoya: “Él cumplió, como señor, aunque no se hizo con él como era razón. La causa fue porque unos oficiales del Rey, que allí estaban aconsejaron al Gobernador que le matase, y luego estaría la tierra llana. Y para matarle usó el gobernador de una cautela con los conquistadores: que los envió a descubrir tierra y quedóse con aquellos que fueron en consejo de su muerte” (qtd. in Bravo Guerreira 91-92).
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trascendido una serie de datos muy básicos de su biografía, es harto improbable que Cieza de León, que pisó suelo americano por primera vez en torno a 1935 y pasó la primera etapa de su aventura americana por lo que es hoy Colombia, conociera personalmente a Espinosa, que falleció en Cuzco en 1537. Este detalle es muy relevante, ya que, teniendo en cuenta que las referencias sobre el rey inca y el ajedrez que dan uno y otro son muy similares, descartaría casi por completo la posibilidad de que Espinosa hubiera sido el informante directo de Cieza de León. Esto es, si ambos transmiten prácticamente lo mismo pero nunca estuvieron juntos, es asumible que esas llamativas virtudes que ellos y Andagoya proclaman sobre Atahualpa no fueran ningún secreto. Tampoco parece factible que Cieza de León conociera de primera mano a Andagoya. Se sabe que entró en el Perú con la expedición de Pedro de la Gasca y que en abril de 1548 asistió a la batalla de Jaquijahuana, que enfrentó a las fuerzas de dicho conquistador con las de Gonzalo Pizarro, muy cerca de Cuzco, donde unos meses más tarde fallecería Andagoya. Si hubo algún contacto directo entre ambos, sólo pudo ser en ese momento, aunque es de suponer que cuando Cieza de León recabó más información relacionada con la conquista del Perú fue en la Ciudad de los Reyes, actual Lima, adonde llegó poco después y fue nombrado cronista oficial de las Indias. De lo que no hay ninguna duda es que los tres conquistadores reflejan en la figura de Atahualpa una alteridad que nada tiene que ver con lo que era común en el discurso colonial hispanoamericano. Según Rolena Adorno, en los escritos salidos tanto de manos españolas como indígenas, predomina por norma general “la necesidad de diferenciar jerárquicamente el sujeto del otro” para, de esta forma, “establecer y fijar las
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fronteras de la identidad” que separan y distinguen a conquistadores de conquistados (66). Normalmente, esa diferenciación se realiza asignándole “un valor inferior y por consiguiente, relativamente negativo” al representante, o representantes, del otro grupo (66-67). Sin embargo, en el Atahualpa ajedrecista que muestran Espinosa, Andagoya y Cieza de León se observa todo lo contrario: su capacidad para practicar el ajedrez, juego propio y distintivo de los españoles, lo acerca más que lo aleja al estereotipo a partir del cual los conquistadores juzgaban a los otros, y que estaba esencialmente basado en “los valores de la cultura masculina, caballeresca y cristiana” (56). En este momento es preciso volver a recuperar las palabras de Espinosa cuando, justo antes de resaltar que Atahualpa “xuega al ajedrez harto bien,” apunta que “la persona del cacique es la mas entendida e de mas capacidad que se ha visto e muy amigo de saber e entender nuestras cosas” (qtd. in Cartas del Perú 65-66). Igualmente, es necesario rescatar igualmente lo que dice Cieza de León, que “sabía ya jugar al ajedrez, y entendía algo de nuestra lengua; preguntaba preguntas admirables, decía dichos agudos y algunos donosos” (173). Si la mentalidad europea clasificaba a la nueva humanidad dependiendo de su grado de similitud u oposición respecto a los esquemas antropológicos escolásticos (Adorno 55-56), no cabe duda de que estos testimonios muestran a un rey inca que, por ser “muy amigo de saber e entender nuestras cosas” y “preguntar preguntas admirables,” encaja perfectamente con el modelo español y, sobre todo, tiene derecho a ser incluido entre la gente de razón. Así las cosas, la idea que transmiten Espinosa y Cieza de León es diametralmente opuesta a los principios de Juan Ginés de Sepúlveda, quien, guiado por los valores 89
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militares caballerescos y basándose en lo que había sucedido en México, defendió la superioridad de los europeos sobre los indígenas “en ingenio, habilidad, fortaleza de ánimo y virtud” (qtd. in Adorno 58). Igualmente, la imagen de un Atahualpa capaz de dar la talla en un juego en el que prima la capacidad de cálculo y razonamiento choca por completo con las teorías del padre Francisco de Vitoria y la Escuela de Salamanca, en las que se consideraba que el amerindio era “adulto en lo físico pero mental y psicológicamente un niño” y que, por eso, “era socialmente inferior y necesitaba la dirección de otros” (Adorno 61).
De indicios de veracidad a la creación de una leyenda La carta de Espinosa, la relación de Andagoya, la crónica de Cieza de León y, por qué no también, el posterior texto de Antonio de Herrera, fueron el origen de la creación de la imagen del Atahualpa ajedrecista. Sin embargo, dos autores muy posteriores a estos tres primeros tuvieron una especial relevancia en la consolidación y popularización de este asunto como parte de la caracterización adjudicada al rey inca. El primero de ellos fue William H. Prescott, quien, como quedó dicho anteriormente, hizo referencia a esta supuesta facultad de Atahualpa en su reconocido A History of the Conquest of Peru (1874). Este prestigioso e influyente historiador americano se convertiría en uno de los grandes referentes de Ricardo Palma, quien “sintió alto respeto” por su obra y se encargaría de sobredimensionar en todos los sentidos la relación que podría haber existido entre Atahualpa y el ajedrez (Winn 802). Lo consiguió por medio de su relato “Los incas ajedrecistas,” uno de los últimos textos que engrosó esas Tradiciones 90
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peruanas que fue escribiendo durante décadas y que prácticamente terminarían convirtiéndose en un género propio.63 En dicha narrativa, Atahualpa no sólo sorprende a los que le rodean por su gran destreza a la hora de jugar al ajedrez (es la idea que transmiten los primeros manuscritos y de la que se hace eco Prescott) sino que, además, se deja entrever que tal maestría habría despertado una envidia insana en el tesorero Riquelme. Éste, en señal de venganza, habría apoyado decisivamente la muerte de Atahualpa en el juicio al que fue sometido y que se habría resuelto por un escaso margen de 13 votos contra 11.64 El texto de Palma debe ser ubicado entre esas “biografías noveladas sobre la vida y la muerte del último inca” a las que se refiere Holm (91). Para él, “Los incas ajedrecistas” pertenece al campo de la literatura, de ahí que le reste importancia en su investigación y apenas se limite a mencionarlo en su artículo. En su opinión, de las obras de Palma, Benjamín Carrión, Neptalí Zúñiga, Blanco Castilla y Jorge Carrera Andrade, entre otros, “es tan sólo natural esperar que un detalle como el mencionado es aún más elaborado,” ya que todos ellos “se toman las libertades,” “de acuerdo con lo permitido por el carácter de sus obras y por su época,” de inventar toda una historia a partir de un supuesto hecho real (97). La percepción de Holm sobre Palma es unánimemente compartida por la crítica actual. Leavitt afirma que “(a) tradición from Palma’s pen is a heady cocktail consisting Para Sturgis E. Leawitt, la contribución de Ricardo Palma a la literatura hispanoamericana es “unique”: “(…) Palma developed a genre on his own, one of the few literary men in Spanish America about whom this can be said. He modelled this narrative form so well that it has defied imitation to this day” (353). 64 En realidad, dicha tradición consta de dos partes: en la primera, el protagonista es Atahualpa, mientras que la segunda está dedicada a Manco Inca, en cuyo trágico final –siempre según Palma- también tuvo que ver el ajedrez ya que su muerte se produjo en una disputa que se originó a partir de una discusión que tuvo en una partida que estaba jugando con unos españoles. 63
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of one part history and one part Palma, with dashes of jocose verse and folklore in varying proportions” (351). Para Ángel Flores, “(l)a proporción en que la historia interviene en la tradición es imposible de fijar si no se somete al escalpelo,” y al mismo tiempo subraya que “lo admirable es cómo la fantasía irreprimible de Palma, que lo hace falsear datos o suponer tal o cual escena inverosímil, no altera la vivencia histórica, que resulta fiel e inmejorable” (37). Por su parte, Ruth Sievers Thomas también se postula en esa misma dirección, ya que aclara que Palma “no despreció de ningún modo su propio genio literario” y que “escribió las Tradiciones con el intento de presentar leyendas y anécdotas y no una historia puntualmente fidedigna. Según esta autora, tan peculiar estilo le permitió esta libertad de invención, sin aprensión de censura” (465). Esta tendencia de Palma a recomponer libremente los tiempos pretéritos le valió fuertes críticas por parte de su más acérrimo rival, Manuel González Prada, quien instaba a poner las miras en el futuro del Perú y a frenar “la búsqueda en el pasado” (Podestá 128). El 30 de octubre de 1888, en el transcurso de un discurso ofrecido en el Teatro Olimpo, Prada lanzaría su ataque más severo contra Palma: “(E)n la prosa reina siempre la mala tradición, ese monstruo enjendrado por las falsificaciones agridulcetes de la historia i la caricatura microscópica de la novela” (qtd. in Podestá 129). El origen de esta inclinación de Palma parece estar en el “lazo de unión” que, de acuerdo a Conchita H. Winn, el literato peruano tuvo con las letras europeas. 65 Esta
Winn describe a Palma como “(l)ector insaciable y ecléctico” (799) y recalca que devoró la literatura que se producía en todo el mundo. “Aparte de sus lecturas en español, se adentró en las literaturas de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Portugal, Alemania, Italia y el Brasil,” añade esta autora, al mismo tiempo que enfatiza que Palma era considerado como “una de las personas mejor informadas, sobre la literatura, en su época” (808). 65
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afinidad le hizo sentirse especialmente atraído por las obras del romanticismo, las cuales le sirvieron de “estímulo directo para su obra poética” (808).66 En Tradiciones peruanas, por tanto, confluyen dos instintos irrefrenables para él: por un lado, está su libertad creativa, su necesidad de dar rienda suelta a su imaginación; y por el otro, su deseo de recapitular y dejar por escrito la historia y el pasado en general de un país que disfrutaba de sus primeros años como república independiente después de haber estado sometido al dominio español por casi tres siglos. La unión de estos dos factores resultó en la creación de un buen número de relatos híbridos que, si bien tienen en mayor o menor medida un trasfondo real, son esencialmente textos literarios en los que la intervención y, sobre todo, el sello de Palma resultan evidentes. Así lo concluye Thomas: De todos los críticos de las Tradiciones, nadie podía censurarle a Palma el haber incluido lo que leía con lo que escribía, porque era tan hábil en el arte de incorporar toda concepción para formular un conjunto intrínseco, que siempre predominó su personalidad individual. (467)
Habida cuenta de la profunda tradición oral consustancial a los pueblos andinos, la cual incluso sobrevivió al largo proceso de españolización en el que se vieron envueltos durante tanto tiempo, sería un sinsentido pensar que el ávido lector Palma sólo se nutrió de los innumerables libros que leyó o que consultó durante su vida. “Hay críticos que admiten que Palma, como tradicionalista, se sirvió de cuanta fuente utilizable le vino a la mano, de palabra o por escrito, y que pudiera darle el núcleo de
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Para Prada, la obra y el estilo de Palma se alejaban de lo que, en su opinión, debía hacer un intelectual de su prestigio: “El Perú no cuenta hoi con un literato que por el caudal i atrevimiento de sus ideas se levante a’laltura de los escritores europeos, ni que en el estilo se liberte de la imitación seudo purista o del romanticismo trasnochado” (qtd. in Podestá 129).
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una tradición,” indica Thomas (462), quien, además, se figura a Palma tomando nota de cualquier “leyenda rara” que llegara a sus oídos para incluirla en su colección de tradiciones (468). Julio Ortega compara a Palma con el americano Mark Twain, y alaba que ambos “pararon la oreja ante lo que sus contemporáneos consideraban el basurero del lenguaje popular, y terminaron escribiendo como se hablaba y se debía escribir, emancipadamente, en Lima y en Florida.” Este autor, que ve en Palma a “un Guaman Poma de Ayala urbano,” recalca que “la oralidad está en todas partes,” y la describe como “la traza viva que deja el pasado; la palabra mágica que transparenta la historia; el eco del fragmentario discurso latente que es la colectividad” (xvii). Precisamente, en “Los incas ajedrecistas” Palma entra en materia utilizando la expresión “(s)e sabe, por tradición” (Palma, and Oviedo 426), lo que nos hace pensar que el origen de lo que cuenta a continuación -la costumbre de los conquistadores de reunirse todas las tardes en la prisión de Atahualpa- es indeterminado.67 Más relevante es lo que narra a partir de ese momento y, sobre todo, la fuente que supuestamente le provee dicha información: Allí, para los cinco nombrados y tres o cuatro más que no se mencionan en sucintos y curiosos apuntes (que a la vista tuvimos, consignados en rancio manuscrito que existió en la antigua Biblioteca nacional), funcionaban dos tableros, toscamente pintados, sobre la respectiva mesita de madera. (Palma, and Oviedo 426)
En concreto, Palma se refiere a “los capitanes Hernández de Soto, Juan de Rada, Francisco de Chávez, Blas de Atienza y el tesorero Riquelme” (426). 67
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Palma se refiere a unos “sucintos y curiosos apuntes” que, supuestamente, estuvieron archivados en la Biblioteca Nacional de Perú, en Lima, antes de que se produjera la ocupación de la misma por parte de las tropas chilenas durante la Guerra del Pacífico. La biblioteca, que habría llegado a recopilar en torno a cincuenta mil ejemplares antes del conflicto armado con Chile, acabó en ruinas y saqueada (Leavitt 350), y perdiendo documentos de gran valía como podrían haber sido ésos que menciona Palma. A día de hoy no puede garantizarse que dichos apuntes llegaran a existir realmente, y menos aún si se tiene presente lo que apostilla Thomas: “Palma manifestó a menudo a sus lectores la fuente de donde sacó detalles y citas, pero los engañó de vez en cuando” (462). Ante esta tesitura, juega a favor de Palma que fuera de dominio público que él había leído, casi sin descanso, todo lo que había llegado al alcance de sus manos y que es indiscutible que, no sólo durante el enfrentamiento con los chilenos, se perdió la pista de muchos manuscritos de la época colonial. Sin embargo, la ausencia de otras pruebas que demuestren la existencia de estos documentos y la reputación atribuida a Palma de libre recreador del pasado, invitan a ser cautos respecto a la veracidad de ese comentario y, por tanto, a dejar abierta la posibilidad de que dichos apuntes jamás existieran y que su mención en esta tradición se deba esencialmente a un doble propósito. En primer lugar, a su utilización como recurso metaficcional con el objetivo de dar la mayor veracidad posible a un relato que, como es sabido, tiene aspiraciones de narración histórica.68 Y en segundo lugar, a la necesidad del autor de añadir un nuevo argumento
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Palma no es ni mucho menos el primer escritor que hace uso de este recurso literario. El mejor ejemplo podemos encontrarlo en Don Quijote de la Mancha, donde Miguel de Cervantes atribuye la verdadera
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que reforzara aún más si cabe la reivindicación de sentimiento nacionalista que impera y sostiene esta narración. De hecho, aunque todas las miras de este relato están focalizadas en la denuncia contra la conquista española, Palma aviva el fuego del resentimiento popular peruano recuperando de algún modo lo sucedido con Chile, que en aquel momento era un enemigo más reciente en la historia de su país. En esta referencia a la pérdida de incalculable valor que, en términos de patrimonio histórico y cultural, supuso para el Perú la desaparición de tantos libros y manuscritos –no en vano, son pilares básicos en el forjamiento de la identidad de cualquier nación-, aprecio una lamentación muy personal por parte de Palma. La eliminación de tanto material bibliográfico fue un revés especialmente duro para él, que tanto uso hizo de los escritos existentes para compilar en sus Tradiciones peruanas lo más parecido a una enciclopedia histórica del Perú. Es por ello que, entre 1884 y 1912, realizó una labor encomiable al frente de la Biblioteca Nacional. Durante este tiempo, trabajó incansablemente por recuperar una biblioteca que había quedado seriamente desguarnecida tras la ocupación chilena. Como refleja Leawitt, “(n)o small part of Palma’s job was to call on his many friends and acquaintances both at home and abroad and ask them to send books to the library” (350). Es por ello que él mismo se autodefinió como un bibliotecario mendigo.
En la irrupción de Atahualpa en “Los incas ajedrecistas,” Palma dibuja una escena muy sugestiva: una tarde, el rey inca, que hasta ese momento siempre se había
autoría del libro a un escritor arábigo, Cide Hamete Benengeli, que, obviamente, resulta ser otro personaje de ficción en dicha novela.
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limitado a observar en silencio y en un segundo plano el desarrollo de las partidas que disputaban sus captores, intervino repentina e inesperadamente para ayudar a “su amigo y amparador” Hernando Soto, que estaba pasando serios apuros en un envite que disputaba frente a Riquelme:69 Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empañada entre Soto y Riquelme, hizo el ademán Hernando de Soto de movilizar el caballo, y el Inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja: - No capitán, no....¡El castillo!70 La sorpresa fue general, Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate. (Palma, and Oviedo 427)
La complicidad de Atahualpa con Hernando de Soto no es casual, ya que va en sintonía con lo que publicó Antonio de Herrera a principios del siglo XVII en su anteriormente citada Historia General. Que a Holm no le resultara convincente este testimonio no significa que no tuviera valor para Palma, quien, seguramente, se inspiró en el mismo para dar forma a su historia y para transmitir una imagen -qué más da si ficticia o real- de respeto, cordialidad y paridad intelectual entre el rey inca y este conquistador:
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Es preciso apuntar que es muy improbable que, en el momento de la creación de Los incas ajedrecistas, Palma conociera la existencia o el contenido de El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala. La fecha de publicación de su relato prácticamente se corresponde con el redescubrimiento del mismo por parte de Richard Pietschmann en 1908. 70 El castillo es una de las denominaciones posibles de la pieza que comúnmente se conoce como la torre. De hecho, en inglés esa figura recibe el nombre de “castle”, que se traduce como castillo en español.
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Después de aquella tarde, y cediéndole siempre las piezas blancas, y al cabo de un par de meses el discípulo era ya digno del maestro jugaba de igual a igual.71 (427)
Esta reacción que Palma adjudica a Atahualpa -“No capitán, no… ¡El castillo!”es uno de los ingredientes esenciales en sus Tradiciones. Para Darío Puccini, dicha “inserción oral” (265) forma parte de “la doble oralidad” (266) que impera en estas obras.72 Cuando Puccini utiliza este concepto se refiere, por un lado, a las fuentes orales que Palma incluye en sus historias, y, por el otro, al “estilo oral” que caracteriza a sus relatos, cada uno de los cuales se asemeja a “una conversación ininterrumpida” (266): En efecto, lo que se tendría que estudiar en Palma es el hecho que no sólo utiliza la tradición oral de los abuelos, de la historia que se ha vuelto mito, de la interpretación oral de las crónicas, sino también que aun cuando utiliza la tradición escrita la traduce en algo que se parece a la tradición oral. Al fin y al cabo, su fantasía se enciende precisamente ante las posibilidades conversacionales del discurso narrativo. (267)
Más adelante, cuando esta tradición se aproxima a su final, Palma vuelve a mencionar los apuntes de los que hipotéticamente se habría servido para componer este
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No es ésta la primera ni la única vez que Palma utiliza el ajedrez para vincular las figuras de Hernando Soto y Atahualpa. De hecho, en una tradición que dedica a la figura de este conquistador pueden extraerse ideas que posteriormente se reproducirían en “Los incas ajedrecistas”: “Soto fué el primer español que habló con Atahualpa, en su carácter de embajador, mandado por dos Francisco al campamento del Inca, y logró de éste aceptase la invitación de pasar a Cajamarca. Atahualpa, en su prisión, tomó gran cariño por Hernando de Soto, en el cual vió siempre un defensor. Hernando de Soto era verdaderamente caballero, y tal vez el único corazón noble entre los ciento setenta españoles que apresaron al hijo del Sol. Aun es fama que este conquistador pasaba horas acompañando en su prisión al desventurado monarca y enseñándole a jugar al ajedrez. El discípulo llegó a aventajar al maestro” (R. Palma, and E. Palma 10-11). 72 Puccini argumenta que es “casi imposible” definir “un modelo standard” en las tradiciones de Ricardo Palma, aunque detecta una serie de “ingredientes” que son comunes a todos los relatos de este tipo que llevan su firma. Los más comunes y relevantes serían “el uso de la historia y de la crónica, el cuento oral, el chiste, el refrán, el diálogo, la digresión, la referencia o cita ajena, la repetición, las pausas y las autocensuras” (263-64).
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relato. Además, incluye un segundo testimonio directo de Atahualpa, quien reacciona humildemente ante la mano que le tienden los españoles. Éstos, tras comprobar su habilidad para jugar al ajedrez, pasan a considerarlo como uno de los suyos: Comentábase, en los apuntes a que me referido que los otros ajedrecistas españoles, con excepción de Riquelme invitaron al Inca; pero éste se excusó siempre de aceptar, diciéndoles por medio del intérprete Filipillo: -¡Yo juego muy poquito y vuestra merced juega mucho! (427)
En este extracto, Palma introduce un nuevo personaje, el intérprete Felipillo, dándole un rol protagónico en la relación que el rey inca habría mantenido con sus captores y, en cierta medida, desdiciendo a Herrera, quien, con tal de ensalzar la figura de Atahualpa, también escribe que “hablaba admirablemente, y preguntaba cosas donosas, y agudas” (qtd. in Holm 96). Sin embargo, éste no deja de ser un asunto menor para esta investigación, que encuentra mucha más sustancia en la retrato del monarca indígena como persona rebosante de discreción y humildad. Si en la primera intervención de Atahualpa, Palma ya precisa que el inca interrumpe a Soto “tocándole ligeramente el brazo” y hablándole “en voz baja,” en esta segunda el autor insiste en destacar su mesura al poner en su boca ese “(y)o juego muy poquito y vuestra merced mucho.” Por medio de este diálogo, Palma quiere establecer una clara oposición entre la (supuesta) nobleza consustancial a los incas y la agresividad estereotipada de los españoles, quienes se entregaban al juego de forma continuada, generalizada y normalmente desmesurada. Esta manifiesta diferenciación antecede al último párrafo 99
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del relato, en el que Palma vuelve a remitirse a la “tradición popular” peruana y a lo que “(d)ice el pueblo” para anunciar el desenlace de su historia, que es también el de la vida de Atahualpa: La tradición popular asegura que el Inca no habría sido condenado a muerte si hubiera permanecido ignorante en el ajedrez. Dice el pueblo que Atahualpa pagó con su vida el mate que por su consejo de veinticuatro jueces, consejo convocado por Pizarro, se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once. Riquelme fue de los trece que suscribieron la sentencia. (427)
“Los incas ajedrecistas” sigue la estructura narrativa que, según Ángel Flores, se repite en la mayoría de las tradiciones y que está formada por tres partes claramente diferenciadas. En el primer sector, Palma tiende a presentar una historia con la que “pinta el ambiente.” En el caso del relato que nos ocupa, Palma dedica los dos primeros párrafos para referirse a la tradición ajedrecística que existía en la península ibérica desde la invasión musulmana de sus territorios y a la llegada del juego a América por medio de los conquistadores españoles. Según Flores, la segunda parte suele quedar reservada al “consabido parrafillo histórico donde se proporcionan los datos ciertos que dan verosimilitud al relato” y que es “una digresión histórica que sirve como punto de apoyo para que la imaginación vuele después.” En este texto, dicha función la cumplen las referencias que hace al primer libro de ajedrez que llegó al Perú –Invención liberal del arte de axedrez, de Ruy López de Segura-, y a lo escrito por Jiménez de la Espada, quien hizo públicas las constantes distracciones del primer arzobispo de Lima, fray Jerónimo de Loaiza, por culpa del ajedrez. Por último, en el tercer bloque, que “redondea cada historia,” era común encontrar una anécdota “introduciendo diálogos, 100
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abundantes dichos y refranes y la infaltable moraleja o lección del asunto” (36). No hay duda de que este tercer punto es el que se corresponde con la escena de Atahualpa sorprendiendo a propios y extraños por su inesperada maestría en el ajedrez. Como puede leerse en el párrafo final, Palma culpa prácticamente al ajedrez de la muerte de Atahualpa, pues su habilidad en este juego despertó los peores instintos de Riquelme, quien, en un momento tan decisivo como lo fue el juicio, se habría vengado de aquel soplo del inca que le hizo perder una partida contra Soto.73 Con este desenlace, Palma culmina un relato en el que muestra una representación de la alteridad basada en el desequilibrio entre las partes implicadas. Siguiendo la estela de Guaman Poma, el autor produce un discurso histórico desde la perspectiva de los sujetos colonizados y, por tanto, retrata a los españoles como “una ‘tábula rasa’, vacía de contenidos útiles, como para Sepúlveda lo había sido el amerindio” (Adorno 66). Esto es, Palma coloca al indígena por encima del español y completamente identificado con “la cultura, la razón, lo varonil, lo público, lo cortesano o caballeresco, lo cristiano” (Adorno 66), que son valores diametralmente opuestos a los que, por norma general, transmitían los cronistas españoles cuando radiografiaban a los nativos.
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La teoría de que este desenlace de la vida de Atahualpa es únicamente fruto de la imaginación de Palma cobra aún más sentido cuando se comprueba cómo en otras dos tradiciones en las que el autor se refiere al juicio que se realizó contra el rey inca, “El que pagó el plato” y “Refutación a un texto de Historia,” no hay una sola palabra que haga referencia a la implicación del ajedrez en el resultado final del mismo. Es más, en ambos relatos Palma ofrece la lista de once españoles que votaron en contra de la muerte a garrotazos de Atahualpa. Se trataría de Juan de Rada, Diego de Mora, Blas de Atienza, Francisco de Chaves, Pedro de Mendoza, Hernando de Haro, Francisco de Fuentes, Diego de Chaves, Francisco Moscoso, Alfonso Dávila y Pedro de Ayala. En la segunda de estas tradiciones, Palma justifica la mención de estos conquistadores como “homenaje a esos once honrados españoles que votaron por que Atahualpa fuese enviado a España para que allí decidiese el rey sobre su destino” (R. Palma, and E. Palma 1481).
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He aquí el mejor botón de muestra de esta contraposición: en su exaltación de la figura del rey inca, Palma dice que éste es capaz de jugar “de igual a igual” al ajedrez con los conquistadores e, implícitamente, en la partida que disputan Hernando Soto y Riquelme que se resuelve a favor primero por la intervención decisiva y espontánea de Atahualpa, transmite la idea de que el indígena, pese a su inexperiencia en un juego que en ese momento era prácticamente nuevo para él, alcanza a ver sobre el tablero lo que los españoles, o al menos Soto, no es capaz de vislumbrar. Esto es, hasta en un ámbito en el que lo normal es que Atahualpa fuera inferior a los españoles, Palma lo retrata por encima de ellos. El empeño de Palma por desmentir o desafiar la preponderancia de la versión española en el relato de lo sucedido en el final de Atahualpa hace que esta tradición sea una expresión autoetnográfica. El concepto, acuñado por Mary Louise Pratt, se refiere a aquellas “instancias en las que los sujetos colonizados emprenden su propia representación de maneras que se comprometen con los términos del colonizador.” Se trata de respuestas pro indígenas que tienen su origen en la necesidad de protesta o confrontación ante la perspectiva que los europeos han creado y establecido de “sus (usualmente subyugados) otros” de acuerdo a sus intereses y para su consumo propio (35). Es decir, son documentos que dialogan y batallan dialécticamente con el punto de vista preponderante en pos de dar cabida a la voz tradicionalmente oprimida, dando pie al menos a una interpretación más plural y abierta de lo que fue la realidad colonial y de lo que sucedió a raíz de la conquista del Perú.
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Curiosamente, “Los incas ajedrecistas” fue uno de los pocos relatos en los que Palma rescató del olvido hechos o personajes protagonistas de la conquista del Perú, ya que la gran mayoría de sus historias se refieren a los años de la colonia –tal circunstancia fue utilizada por sus detractores para tildarlo de españolista-. No menos llamativo es el momento en el que escribió este texto: éste, de 1910, fue uno de los últimos relatos de Palma, y apareció en un momento en el que su figura estaba debilitándose públicamente por la consolidación de las nuevas generaciones que, como Prada, concebían el Perú de una manera muy diferente y, por tanto, clamaban por una literatura distinta. “Por un lado apatía si no ignorancia frente (al) problema indígena,” expone, refiriéndose a Palma, Podestá, quien completa la frase definiendo la tendencia de Prada como “indigenismo en ciernes y preocupación por el cambio social” (132). Esto es, Palma, que había creado sus Tradiciones fundamentalmente a base de deconstruir el pasado virreinal, publica al final de su carrera literaria esta historia con claros tintes indigenistas que en cierta medida se aleja de lo que había sido el grueso de su obra y que, en cambio, está en plena consonancia con los nuevos aires que imperan en ese Perú de principios del siglo XX. Ese Perú, muy lejos de recordar o recrear el pasado español, siente la necesidad de establecer su propia identidad nacional a partir de la recuperación de su origen y esencia indígenas. Dicho contexto es clave para una mejor comprensión de este relato. No es menos destacable el hecho de que en “Los incas ajedrecistas,” al igual que en todas las tradiciones, sobresalga el componente literario o ficcional que, de acuerdo a Hayden White, existe en toda narración histórica, en la que historia y literatura se fusionan para 103
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formar un todo indivisible. Para este crítico, cada texto que trata de reconstruir un hecho histórico es, en realidad, un “verbal artifact” que da una forma específica y distintiva al “always incomplete historical record” (82). Esta visión, sin duda, choca considerablemente con el planteamiento defendido por los historiadores más tradicionales y puristas, quienes estiman que los verdaderos relatos históricos son fieles representaciones de lo acontecido: But in general there has been reluctance to consider historical narratives as what they most manifestly are: verbal fictions, the contents of which are as much invented as found and the forms of which have more in common with their counterparts in literature than they have with those in the sciences. (82)
Así las cosas, para White, que sigue los pasos de Northrop Frye, la narración histórica es un “bastard genre” que da como resultado productos que son fruto de “an unholy, though not unnatural, union between history and poetry” (83). En el caso de “Los incas ajedrecistas,” es evidente que el componente literario del relato tiene más peso que el puramente histórico, aunque cualquier intento por cuantificar con cierta exactitud la relevancia de uno y otro es un sinsentido ya que ambos intervienen conjuntamente para crear una única unidad indisoluble que es la tradición en sí. En otras palabras, no hay frontera que delimite la realidad de la ficción, que establezca hasta dónde llega una y dónde empieza la otra. Sin ir más lejos, la simple selección y ordenación de los eventos históricos que conforman cualquier relato histórico ya es un acto literario, “that is to say fiction-making, operation” (White 85). El objetivo de este proceso a través del cual se da una forma determinada a lo que llamaríamos el relato histórico es “to familiarize the unfamiliar” (White 86). Es 104
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decir, éste se construye de tal manera que sea comprensible y tenga sentido para la audiencia a la que va destinada, que lo interpretará de acuerdo a sus ideas preconcebidas. Y para conseguir ese efecto, para vestir de otra forma la derrota indígena y la crueldad de aquellos españoles que perpetraron la injusta condena a muerte de Atahualpa, Palma se desmarca considerablemente de los relatos dominantes (sobre todo de las crónicas y demás testimonios emitidos por los españoles) y crea una historia propia y alternativa en torno a esa imaginaria partida de ajedrez que, a efectos prácticos, cumple la misma función.74 Partiendo de estas premisas, la historia que Palma crea en torno a esa posible maestría de Atahualpa en el ajedrez es, en realidad, una metáfora de los acontecimientos que desembocaron en la muerte del rey inca: As a symbolic structure, the historical narrative does not reproduce the events it describes; it tells us in what direction to think about the events and charges our thought about the events with different emotional valences. The historical narrative does not image the things it indicates; it calls to mind images of the things it indicates, in the same way that a metaphor does. ... Properly understood, histories ought never to be read as unambiguous signs of the events they report, but rather as symbolic structures, extended metaphors, that ‘liken’ the events reported in them to some form with which we have already become familiar in our literary culture. … (I)t does not give us either a description or an icon of the thing it represents, but tell us what images to look for in our culturally encoded experience in order to determine how we should feel about the thing represented. (White 91)
White afirma que “the greatest historians have always dealt with those events in the histories of their cultures which are ‘traumatic’ in nature and the meaning of which is either problematical or overdetermined in the significance that they still have for current life” (87). Por supuesto, lo sucedido en Cajamarca, y más exactamente la muerte de Atahualpa, ha estado muy vivo en el imaginario colectivo de los nativos de los países de la región andina. 74
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Está fuera de toda duda que la elección del ajedrez por parte de Palma para este relato ni mucho menos es casual; todo lo contrario, está cargada de intencionalidad. De hecho, es un símbolo poderosísimo. En pleno siglo XVI, el ajedrez era algo más que un simple juego: era una de las más firmes representaciones del raciocinio humano y, sobre todo, una de las grandes señas de identidad de la Corona y el incipiente imperio españoles. Así las cosas, si el ajedrez se interpreta como un símbolo de la autoridad española en el Perú, el argumento de “Los incas ajedrecistas” puede leerse como una metáfora de lo sucedido en la conquista y, más concretamente, en el final de Atahualpa. Dicha metáfora tiene cinco manifestaciones estrechamente interconectadas: incertidumbre militar, superioridad inca, división interna entre los españoles, injusticia y caída de un imperio. La incertidumbre se apoderó definitivamente de los españoles ante el rumor de que Atahualpa, aun estando preso, podría estar preparando un contraataque. En realidad, tras la aparente cordialidad que reinaba en la prisión de Cajamarca, estaba teniendo lugar lo más parecido a una partida de ajedrez, en la que tanto Atahualpa como Pizarro tomaban las decisiones y movían sus piezas de acuerdo a lo que les interesaba en aquella situación ni mucho menos exenta de tensión. El temor –parece que infundado- de los españoles a que el inca estuviera reorganizando a sus hombres para realizar un ataque sorpresa y acabar con ellos es perfectamente comparable a la contrariedad que se apodera de Riquelme en “Los incas ajedrecistas” cuando comprueba en primera persona el potencial ajedrecístico de Atahualpa, quien demuestra ser capaz de jugar “de igual a igual” y, por tanto, de poner en entredicho una hegemonía intelectual que los españoles ni se paraban a cuestionar. En resumidas 106
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cuentas, tanto en la realidad como en la ficción, Atahualpa se convierte en una amenaza para los españoles. A partir del sorprendente talento de Atahualpa para jugar al ajedrez, Palma resembla el sentir andino de superioridad inca ante la barbarie española. Éste se manifiesta en el resentimiento que se apodera de Riquelme y que tanto condiciona su decisivo voto a favor de la ejecución del inca.75 La extrema igualdad que se produce en el juicio -Palma afirma que “(e)n el famoso consejo de veinticuatro jueces … se impuso a Atahualpa la pena de muerte por trece votos contra once”- ilustra la evidente división interna que existía entre los españoles, mientras que el signo del voto de Riquelme –“… fue uno de los trece que suscribieron la sentencia”- es la más clara imagen de que, desde el punto de vista andino, la condena a Atahualpa fue una injusticia, pues, tal y como relata Palma, fue la reacción ante un temor inconsistente.76 Y, por último, la gran metáfora final: los conquistadores ganaron la partida que decidió quién iba a dominar el Perú a partir de ese momento. No en vano, el ajedrez es
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Esta interpretación cobra aún más sentido al leer la segunda parte de esta tradición, en la que se narra cómo el ajedrez está por medio del asesinato de Manco Inca. “Estaba escrito que, como al Inca Atahualpa, la afición al ajedrez había de serle fatal al Inca Manco,” escribe Palma, quien relata que los trágicos sucesos ocurrieron una tarde, una vez vencido el bando almagrista, en la que Manco Inca jugaba una partida con el español Gómez Pérez. En un lance del juego, Manco Inca y el español discuten por la validez de un enroque que quería hacer el inca, y el enfrentamiento, según Palma, que dice reproduce un manuscrito de un cronista anónimo que estaba en el tomo VIII de Documentos Inéditos del Archivo de Indias, termina así: “El Inca alzó entonces la mano y diole un bofetón al español. Este metió la mano a su daga y le dio dos puñaladas, de las que luego murió. Los indios acudieron a la venganza, e hicieron pedazos a dicho matador y a cuantos españoles en aquella provincia de Vilcampa estaban” (Palma, and Oviedo 428). Son muchas las similitudes entre esta historia y la de Atahualpa, aunque el hecho de que no haya ninguna prueba documental que corrobore lo que cuenta Palma le resta aún más credibilidad a este relato. 76 El sentimiento de injusticia que desprende Palma en Los incas ajedrecistas sobre la muerte de Atahualpa casa perfectamente con lo escrito por Andagoya, quien también dejó constancia de su desaprobación hacia la condena a muerte del rey inca argumentando que éste, al contrario de Pizarro, siempre había cumplido su palabra.
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un juego de estrategia de inspiración bélica en el que se enfrentan dos ejércitos con el único objetivo de derrocar al rey enemigo. No hay otro desenlace posible que pueda ser considerado como victoria. Aquel bando que pierde a su monarca, la pieza más importante de las dieciséis que tiene de inicio sobre el tablero, pierde la partida y, por tanto, la guerra que está librando con su oponente. Básicamente, eso fue lo que ocurrió en Cajamarca, donde el imperio inca fue incapaz de resistir el empuje español y terminó rindiéndose ante la superioridad europea tan pronto como su rey quedó fuera del juego. En cualquier caso, dicho resumen simplifica mucho lo sucedido ya que los españoles contaron con la inestimable ayuda de las lides indígenas que eran contrarias a Atahualpa. Como quiera que fuese, la caída de la pieza del rey Atahualpa sobre el tablero andino significó la derrota del imperio inca y, por tanto, el fin de una partida que daría paso a la verdadera conquista y a la colonización del Perú.
Conclusión Tras este análisis, cuesta creer que la historia que Palma narra en “Los incas ajedrecistas” esté basada en hechos reales y no sea producto de su elogiable imaginación. Muy posiblemente se trate de un relato de ficción que se da la licencia de transformar libremente el curso de los acontecimientos con tal de construir una historia con gran impacto y con una sobresaliente carga nacionalista, que era lo que demandaba en ese momento la sociedad peruana. En cualquier caso, e independientemente de la incertidumbre en torno a la veracidad de su relato, Palma, con esta tradición, se convierte en un decisivo eslabón de la cadena de escribientes que dejó para la posteridad 108
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la imagen del Atahualpa ajedrecista. Paradójicamente, esta cadena tendría en Guaman Poma de Ayala a su más inmediato sucesor, ya que el controvertido apunte que el cronista indígena hace en El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno, en el que, a primera vista, da a entender que Atahualpa jugaba al ajedrez con sus captores -como se mostró en el primer capítulo, Holm aclararía que, en realidad, Guaman Poma se refería a la taptana- también tuvo mucho que ver en que generalmente se aceptara que el rey inca practicó este juego. Es harto probable que Palma cogiera la inspiración del texto de William Prescott, quien, a su vez, se habría servido de lo que había escrito dos siglos antes un Antonio de Herrera que, muy posiblemente, se apoyó en el testimonio de Pedro Cieza de León. Éste, por su parte, y mientras no se demuestra lo contrario, no tuvo por informantes directos a Gaspar de Espinosa y Pascual de Andagoya para revelar esa supuesta cualidad del rey inca. Por tanto, a través de este camino retrospectivo se llega a la conclusión de que el origen último o el germen de esa imagen aún viva hoy en día de Atahualpa como jugador de ajedrez es la carta que Espinosa a la Corona española tan pronto como desde Panamá tuvo noticias del éxito de la operación de Francisco Pizarro. Sin embargo, las breves menciones que Espinosa, Andagoya y Cieza de León hacen al respecto ni mucho menos son suficiente garantía para asegurar convincentemente que Atahualpa, en efecto, entró en contacto con el ajedrez. Bien es verdad que estos tres personajes históricos vivieron muy de cerca la conquista del Perú y que es muy factible que recibieran información de lo que allí sucedió por medio de fuentes muy importantes –me refiero a estatus social de los informadores, porque todas 109
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las fuentes, llegado el caso, pueden ser igualmente relevantes-, aunque no es menos cierto que sus comentarios son las tres únicas referencias que, habiendo sido vertidas por actores cercanos a la toma del Perú, se conocen actualmente sobre esta posibilidad. Esa falta de respaldo o apoyo en más documentos de similares características –incluidas las probanzas de los descendientes directos de Atahualpa y de aquellos soldados españoles que participaron en la conquista de Cajamarca y en la vigilancia posterior del rey inca durante el cautiverio de éste- invitan a la prudencia a la hora de dar por cierto lo que ellos afirman, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de un asunto sumamente llamativo que es de suponer que habría despertado la atención de más personas. De esta forma, estimo que el escepticismo en torno a los testimonios de Espinosa, Andagoya y Cieza de León es una postura prácticamente inevitable. No es para menos: hay conjeturas muy consistentes que apuntan al no en lugar del sí. En cambio, no creo que haya que descartar ninguna posibilidad ni que tampoco sea un problema que esta duda se perpetúe. Lo que considero erróneo es el posicionamiento inflexible de Olaf Holm, quien tan contundentemente descartó que Atahualpa jugara al ajedrez. Quizá nunca lo sabremos con exactitud empírica, como tampoco ya vamos a poder conocer cuál habría sido su análisis en caso de que hubiera tenido constancia de las jugosas menciones que dejaron por escrito los tres españoles citados, y que, desde luego, nunca pasarán desapercibidas para cualquiera que estudie este misterioso asunto con detenimiento. Para Holm, el Atahualpa ajedrecista nace con el (en su opinión) poco creíble Antonio de Herrera, pero, como se ha demostrado en este capítulo, quien sembró
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tan la llamativa imagen no fue este historiador, sino tres sujetos influyentes y bien situados tanto geográfica como socialmente durante la conquista del Perú. Por tanto, abogo por una postura intermedia, neutral, que ni confirme ni desmienta, que mantenga cuidadosamente el equilibrio cual funámbulo que camina sobre el alambre. En realidad, llegar a saber con certeza absoluta si Atahualpa jugó o no al ajedrez antes de morir es lo de menos: el quid de toda esta cuestión, lo realmente trascendente va mucho más allá. En primer lugar, consiste en descubrir cómo un escenario tan ambiguo en torno a un hecho en apariencia poco relevante desemboca en lecturas muy profundas sobre lo que significó el aprisionamiento de Atahualpa y el sentimiento de animadversión que aún hoy en día, con una fortísima carga nacionalista, sigue latente en los pueblos andinos respecto a la caída del imperio inca. Y en segundo lugar, reside en mostrar el proceso que da como resultado la construcción y la consolidación de una imagen como la del Atahualpa ajedrecista; es decir, en identificar cuándo y por qué se produjo su nacimiento –independientemente de que esté basado en hechos reales o no-, cuándo y por qué tomó cuerpo, y cuándo y por qué, por último, eclosionó hasta alcanzar una gran magnitud. Éste es un camino de no retorno. Podrá ganar o perder fuerza, pero a estas alturas el calificativo ajedrecista en absoluto desaparecerá completamente de la caracterización actual de Atahualpa. Precisamente, sobre ello irá el tercer capítulo de esta tesina, en la que se analizan muy diversos ejemplos –desde noticias en la prensa hasta obras literarias firmadas por autores de reconocido prestigio a nivel mundial, entre otros- que demuestran que, casi cinco siglos después de los sucesos de Cajamarca, la imagen del 111
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último rey del imperio inca sigue asociada al ajedrez, ese juego que, en sus últimos meses de vida, habría aprendido de los mismos que terminaron matándolo. Mientras esta bola de nieve va ganando tamaño conforme sigue rodando, es prácticamente inevitable conjeturar sobre qué cambiaría en caso de que un día llegara a tenerse la certeza de que Atahualpa, como inicialmente proclamaron Espinosa, Andagoya y Cieza de León, jugó al ajedrez. ¿Hasta qué punto la lectura que ahora se hace sobre el desenlace del rey inca se vería modificada o revisada? Mi opinión personal es que dicha confirmación no variaría sustancialmente la interpretación aceptada en la actualidad, pues el curso de los acontecimientos desencadenados sería el mismo, aunque sí es indudable que aportaría una valiosísima evidencia que corroboraría o reforzaría dos de las impresiones transmitidas por los primeros cronistas españoles y que tradicionalmente han sido dadas por válidas sin discusión. Por un lado, que la convivencia entre los conquistadores y Atahualpa durante el cautiverio de éste fue correcta y fluida al menos al principio, pues sólo así se entiende que, incluso teniendo conceptos del juego distintos, compartieran parte de su tiempo entreteniéndose con el ajedrez. Por el otro, que Atahualpa, y por extensión todos los incas, tenía una capacitación intelectual similar a los españoles, algo que la corriente de pensamiento liderara por el muy influyente Ginés de Sepúlveda negaba con rotundidad.
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CAPÍTULO 3 El Atahualpa ajedrecista después de Ricardo Palma: una imagen más viva que nunca En agosto de 2010, la ciudad peruana de Cuzco albergó la Copa Latinoamericana de Ajedrez, evento oficial de carácter internacional que, como rezaban los carteles anunciadores del mismo, se celebró “(e)n memoria al Inca Atahualpa, Primer Ajedrecista de América.” Este detalle basta por sí solo para demostrar que, casi quinientos años después de los acontecimientos de Cajamarca, la imagen del Atahualpa ajedrecista sigue muy viva en los países iberoamericanos y, muy especialmente, en la región andina. Desde que hace poco más de un siglo Ricardo Palma, a través de su tradición “Los incas ajedrecistas,” hiciera llegar al gran público el buen hacer del último emperador inca en el ajedrez –todos los testimonios anteriores, provenientes de protagonistas directos de la conquista o de historiadores, no habían alcanzado una difusión comparable a la que sí tuvo el texto del influyente literato peruano-, se ha producido un goteo de referencias de distinta naturaleza sobre este asunto que ha contribuido decisivamente a la consolidación del mismo como aspecto casi imprescindible en la caracterización actual del personaje histórico Atahualpa. Pese a que no existe un pleno consenso al respecto –ahí está, sin ir más lejos, la negación de Olaf Holm-, ha sido dicha cadencia, y la fuerza de la mayoría de estas representaciones, lo que ha resultado en la aprobación cada vez más generalizada de esta imagen, que, de tanto repetirse, ha ido perdiendo con el paso de los años su estigma de leyenda para, 113
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quizá ya de manera definitiva, ser considerada como el reflejo de algo que verdaderamente sucedió. Habida cuenta de que es materialmente imposible recabar todas las manifestaciones culturales que de un tiempo a esta parte han enlazado la figura de Atahualpa con el ajedrez, este tercer y último capítulo se centra exclusivamente en el análisis de algunos ejemplos concretos que, bien por su contenido, por la entidad de quien los produjo, por el propósito que esconden o por el impacto que han podido tener en la sociedad, son, desde mi punto de vista, los más representativos a la hora de corroborar cuán vigente sigue estando hoy en día esta concepción. Desde luego, si trascendentales fueron todas y cada una de las escasas menciones que se realizaron en lo que podríamos considerar como la primera etapa de la construcción del Atahualpa ajedrecista –ésta iría desde Gaspar de Espinosa hasta Ricardo Palma, pasando por Pascual de Andagoya, Pedro Cieza de León, Antonio de Herrera, William H. Prescott e incluso el confuso grabado de Guaman Poma de Ayala, no menos relevantes en este sentido son los documentos que han seguido esta senda posteriormente. Por anecdóticos o intrascendentes que algunos puedan parecer a simple vista, cada uno suma en mayor o menor medida para la misma causa, permitiendo que esta pincelada que tan lentamente se instauró en el imaginario colectivo de los andinos no se haya desmoronado ni tampoco haya caído en el olvido con el paso del tiempo. Estas evocaciones son de diversa naturaleza. El primer grupo lo componen una serie de trabajos de carácter historiográfico en los que sus respectivos autores han compilado toda la información que han podido sobre la caída del imperio inca y la 114
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consiguiente conquista española. En concreto, se trata del artículo “The Behavior of Atahualpa, 1531-1533” (1945), de George Kubler; y de los libros The Conquest of the Incas (1970), de John Hemming; The Last Days of the Incas (2007), de Kim MacQuarrie; y Francisco Pizarro. El hombre desconocido (2015), de María del Carmen Martín Rubio. Todas estas obras tienen un denominador común: por el breve espacio que se le reserva en estas narraciones, que Atahualpa jugara al ajedrez mientras estuvo preso recibe el tratamiento propio de un asunto anecdótico que no tiene mayor trascendencia para el devenir de la Historia. En cualquier caso, para Kubler y MacQuarrie estas escuetas referencias sí son el punto de partida hacia algo más; mientras que el primero profundiza sobre ese supuesto señorío de Atahualpa que tanto alabó originariamente Pascual de Andagoya, el segundo utiliza el ajedrez como metáfora del pulso estratégico que Pizarro y Atahualpa libraron mientras duró el encarcelamiento del monarca inca. Dicho enfoque, en el que el Atahualpa ajedrecista pasa casi desapercibido, se ubica en las antípodas de las profundas lecturas que, en cambio, emanan de diversos trabajos de ficción o de otros productos culturales. Éstos, sirviéndose de esa imagen asociada al líder indígena, recurren a la más pura esencia del ajedrez para representar o escenificar el choque que se produjo entre las civilizaciones inca y europea. De esta forma, los sets de ajedrez en los que se enfrentan los bandos español e inca metaforizan sobre lo acontecido en Perú de la misma manera en que lo hacen el cortometraje Atahualpa (2004), de Jimmy Entraigües e Iván García, y la novela El Tercer Reich (2010), de Roberto Bolaño. 115
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Al menos en el caso de Entraigües, “Los incas ajedrecistas” fue el texto que avivó la inquietud y la inspiración del autor. Desde luego, éste no es el único caso en el que la citada tradición de Palma es el punto de partida para nuevas y más recientes obras de ficción sobre este asunto. Por ejemplo, en el relato “Ajedrez fatal” (1988), el historiador ecuatoriano Rodolfo Pérez Pimentel le da un ligero toque personal a la fiel adaptación que hace del trabajo del literato peruano. Éste también es reproducido a grandes rasgos en la novela Túpac Amaru (1973), donde el español Ramón J. Sénder abarca la muerte de Atahualpa y rinde una especie de homenaje a los españoles que votaron en contra de la condena a muerte del líder inca. Por su parte, el poeta y académico Dennis Siluk incluye en su libro Peruvian Poems-And Other Poems (2005) un par de poemas propios, uno de ellos de carácter épico, que igualmente retrotraen al lector al texto de Palma. Todas estas referencias directas a “Los incas ajedrecistas” sitúan en un lugar privilegiado a Hernando de Soto, que desde antes de Palma ya había sido identificado como el principal apoyo que Atahualpa había encontrado entre sus captores españoles durante su cautiverio. Ninguno de los trabajos arriba citados omite la figura de este destacado conquistador, que también será protagonista en otras obras literarias que igualmente sientan al rey inca junto a un tablero de ajedrez pero que, en cambio, se desmarcan voluntariamente del argumento de la conocida tradición. Así, Soto y Atahualpa, con el ajedrez de por medio, tienen una relación muy estrecha en la trama que desarrolla la novela El espía del Inca (2012), del peruano Rafael Dumett, mientras que dos de las grandes figuras de la literatura latinoamericana del siglo XX, Jorge Luis 116
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Borges, en el relato “El atroz redentor Larazus Morell” (1935), y José Lezama Lima, en “Telón lento para arias breves” (1975), incorporan una escueta pero significativa mención al Atahualpa ajedrecista. Por último, cabe destacar que la expansión de esta imagen ha sido tan genérica que, incluso, ha rebasado los límites de la historiografía y la ficción para adentrarse en el cerco exclusivo de la información periodística. Sendos artículos en el diario ecuatoriano El Universo de Guayaquil (1992) y el español ABC (2014) avalan la sobresaliente difusión que ha alcanzado la vinculación de Atahualpa y el ajedrez, la cual, además, y gracias a las posibilidades que ofrece Internet, ha experimentado en las dos últimas décadas unos niveles de popularidad antes inimaginables. A través de esta herramienta indispensable en las comunicaciones de las sociedades del siglo XXI, una inmensa audiencia global tiene acceso a los textos elaborados por personas anónimas, generalmente amantes de cualquier aspecto relacionado con el ajedrez, que voluntaria y desinteresadamente han tenido a bien divulgar este peculiar aspecto de la caracterización de Atahualpa.
El ajedrez en las recientes reconstrucciones históricas del final de Atahualpa Ordenar, aclarar y, en definitiva, reconstruir los acontecimientos más determinantes que se sucedieron en el transcurso de la conquista del Perú ha sido el difícil reto al que se han enfrentado numerosos historiadores contemporáneos. Todo ellos, en algún u otro sentido, han creído necesaria la revisión de los textos que inicialmente, desde las primeras crónicas o relaciones del siglo XVI hasta el History of 117
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the Conquest of Peru de William H. Prescott, ya trataron de resumir en la finitud de un texto escrito la complejidad consustancial a un hecho muy enrevesado. Pese a que en estos trabajos recientes no se entrevé por parte de los autores más aspiración que la de ofrecer un relato fidedigno, las disparidades que se observan entre ellos en ciertos aspectos son inevitables ya que cada autor hace su propia interpretación del material que ha recabado durante su investigación. Así las cosas, es simple y llanamente imposible desligar el componente literario o ficcional de cualquier narración con pretensiones historiográficas por indiscutible que sea la vocación del escritor de hacer un retrato objetivo -¿acaso existe la objetividad?de lo que aconteció en el Perú a partir de 1532. La mera selección de temas y la lectura particular que cada historiador hace de los mismos de acuerdo a su criterio y al conocimiento que tiene del asunto, son el origen de textos con matices diferentes. Precisamente, esta disparidad de visiones o interpretaciones explica que sólo algunos de ellos vinculen a Atahualpa con el ajedrez o que, entre los que sí lo hacen, esta familiaridad tenga un significado diferente. Como puntualiza Hayden White, “historical events are value-neutral” (84), una materia bruta a la que cada observador le da una forma y un sentido determinados (86). De los cuatro textos analizados en este bloque, la mención al ajedrez más superficial es la que puede leerse en Francisco Pizarro. El hombre desconocido, el libro con el que la historiadora María del Carmen Martín Rubio desprende al conquistador español de la leyenda negra que tradicionalmente le ha sido adjudicada y que, en su
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opinión, no se corresponde con la personalidad de este personaje.77 En el transcurso del apartado titulado “El tesoro de Cajamarca,” el ajedrez simplemente es citado como demostración del clima de concordia que reinaba en la prisión de Atahualpa una vez que los españoles creían haberse hecho con el control de la situación: … (L)a ciudad estaba tranquila; parecía que había pasado el peligro de ser atacada por el ejército de Quisquis, ya que aparentemente Atahualpa había aceptado bien ir a prisión e incluso se había hecho tan amigo de los españoles que hasta Hernando de Soto prometió llevarle a España. Betanzos cuenta que conversaba con todos los capitanes y que estos le amaban; así debía de ser pues Cieza de León amplía que había aprendido a hablar un poco de castellano, que jugaba al ajedrez y es de suponer que también a los bolos. Bajo esa calma Pizarro gobernaba el territorio conquistado al lado de Inés Guaylas, a quien llamaba su mujer. (227) Mientras que Martín Rubio especifica que se ha servido del relato del cronista Cieza de León, Kubler no detalla de dónde ha extraído la información sobre Atahualpa y el ajedrez que incluye en su artículo “The Behaviour of Atahualpa, 1531-1533.” Sin embargo, por el contenido del mismo, es muy probable que se haya valido de lo que el conquistador Pascual de Andagoya dejó inmortalizado en la relación que escribió en España entre sus dos etapas trasatlánticas: Atahualpa’s conduct at games of chance was recorded by several eyewitnesses, who were struck by the fact that, while playing chess, dice, or cards with the Spaniards, Atahualpa would refuse his winnings and give them to the loser. Thus the Spaniards got the stakes, regardless of the outcome of the game. The incident is of some interest, for it signifies that if Atahualpa enjoyed the tension of the game, gambling as such held no value for him. The stakes themselves, if precious metal, 77
En una entrevista concedida al periódico español ABC, Martín Rubio responde lo siguiente cuando es preguntada por cuál era el carácter de Pizarro: “No fue un depredador, como se ha dicho. Era un hombre de gran honradez, férrea disciplina y un tesón que muy pocas veces se ha visto en otro personaje de la historia universal, que asombra” (García Calero).
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were indifferent. Although European glass gave him great pleasure, the knowledge that glass was of common use in Europe robbed it of distinction. Then again, his sense of property was far less absolute than that of the Europeans. His conduct was regarded as most gentlemanly, and Atahualpa remonstrated when the gifts he presented to the losers were taken from them by Pizarro for the common fund. (423) Como se recordará, Andagoya no deja pasar la oportunidad que tiene para ensalzar el señorío de Atahualpa como contraposición al engaño al que había sido sometido por los españoles. Para demostrar lo que dice, indica que el rey inca, ganara o perdiera en sus partidas de ajedrez, siempre entregaba a su contrincante español los bienes materiales que apostaba. Sin embargo, es muy probable que, tal y como apuntan Reiner Zuidema y Mariusz Ziólkowski, el comportamiento de Atahualpa no respondiera exactamente a una generosidad desbordante sino, más bien, a la puesta en práctica del rito que los indígenas seguían en el juego precolombino del ayllu (Ziólkowski 261).78 John Hemming, por su parte, se nutre para The Conquest of the Incas de la carta que Gaspar de Espinosa mandó a la Corona anunciando la toma de Cajamarca. Ésta, como se indica en el segundo capítulo de esta tesina, es el primer manuscrito conocido que hace referencia a la entrada en contacto de Atahualpa con el ajedrez: During the months in Cajamarca, the Spaniards were able to observe their royal captive. “Atahualpa was a man of thirty years of age, of good appearance and manner, although somewhat thick-set. He had a large face, handsome and fierce, his eyes reddened with bold. He spoke with much gravity, as a great ruler. He made very lively arguments: when the Spaniards understood them they realized that he 78
Tal y como exponen Zuidema y Ziólkowski, el juego del ayllu era un rito en el que el resultado estaba predeterminado, ya que a partir del mismo el rey inca, por su condición de hijo del dios Sol, tenía la potestad de ordenar y distribuir los territorios que los waka, miembros de la élite del Cuzco, iban conquistando en el transcurso de la expansión imperialista de los incas. Ziólkowski corrobora las palabras de Zuidema al afirmar que este juego, en realidad, era en sí mismo una representación de la “sumisión pacífica al poder del Inka” (261).
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was a wise man. He was a cheerful man, although unsubtle. When he spoke to his own people he was incisive and showed no pleasure.” Licenciate Gaspar de Espinosa wrote to the Emperor what he had heard about Atahualpa intelligence’s: “He is the most educated and capable [Indian] that has ever been seen, very fond of learning our customs, to such an extent that he plays chess very well. By having his man in our power the entire land is calm”. (49) En este caso, el ajedrez no se utiliza para demostrar cuán buena era la convivencia entre unos y otros ni para encumbrar la supuesta generosidad de Atahualpa, sino para avalar la inteligencia que los primeros escribientes españoles le reconocían al rey inca, detalle que, sin duda, es uno de los puntos más atractivos e interesantes de la caracterización inicial que de él se hizo. De hecho, un examen detenido de este extracto ya conocido de Espinosa transmite la impresión de que este conquistador hizo especial hincapié en el buen hacer de Atahualpa en el ajedrez porque en aquella época no había ningún ejemplo mejor que ése para garantizar que la capacidad intelectual que anunciaba del líder indígena era realmente cierta. MacQuarrie también recoge en The Last Days of the Incas las elogiosas palabras de Espinosa hacia el rey inca. Además, apunta hacia Hernando Pizarro y Hernando de Soto como los grandes responsables de que Atahualpa aprendiera a jugar al ajedrez: During the many months of Atahualpa’s captivity, a number of Spaniards grew fond of the native emperor, especially Hernando de Soto and Hernando Pizarro. The two Spanish captains even taught the Inca emperor how to play chess and spent hours with him enjoying a game originally invented in India. Atahualpa soon became proficient and gave chess the name of taptana, or “surprise attack,” thoroughly enjoying the game’s obvious parallels with military strategy. (106)
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En la parte final de este extracto, MacQuarrie menciona la taptana. Aun sin citarlo explícitamente, es indudable que este comentario está inspirado en el Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala, quien, como es sabido, dibuja a Atahualpa en el transcurso de una partida de este juego indígena con uno de sus captores españoles. MacQuarrie afirma que el rey inca utilizaba el término taptana para referirse al ajedrez, ya que tanto el juego indígena como el español se desarrollaban sobre un tablero repleto de cuadrados pequeños. Sin embargo, estimo que dicha apreciación no puede ser considerada más que una hipótesis, pues el único escrito hasta ahora conocido que relaciona a ambos juegos es el de Guaman Poma, quien, como explica Holm, más bien quiere decir lo contrario. Es decir, el cronista de origen indígena da el nombre de ajedrez al concepto juego de mesa, categoría a la que pertenece la taptana (99-100). En cualquier caso, el gran aliciente del texto de MacQuarrie reside en comprobar cómo este historiador, aprovechando el llamativo acercamiento de Atahualpa al ajedrez, se sirve de la quintaesencia del juego de estrategia por excelencia para ayudar al lector a que se figure por sí mismo qué pudo pasar por las cabezas del rey local y de Pizarro en los momentos más críticos que se vivieron a lo largo de los meses de teórica calma tensa que transcurrieron entre la captura y la muerte del inca: When Pizarro said without thinking that every Spaniard was going to be granted a native chief, which meant that every Spaniard was going to control an entire native community, Atahualpa’s plans for assuming the Inca throne were suddenly dashed, just as unexpectedly as an unforeseen attack in a game of chess. One of the inherent challenges of chess, Atahualpa knew, was trying to divine the intentions of one’s opponent while simultaneously trying to mask one’s own. In this 122
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regard, Pizarro had clearly succeeded while Atahualpa had just as clearly failed. … Atahualpa no doubt also realized that if his present circumstances in Cajamarca were like one big game of chess, then this was probably this last game; he surely felt the sensation of being trapped in a sudden checkmate. Now, not only did Atahualpa not have even a proverbial pawn to protect him, but he was further hemmed in by forces more powerful than before the game had begun. (116-117)
Tal y como argumenta MacQuarrie, la situación que se planteó en Cajamarca una vez que los españoles arrestaron a Atahualpa y se hicieron con el control de la ciudad fue lo más parecido a una partida de ajedrez, en la que los dos contendientes enfrentados jugaban sus bazas y vigilaban los movimientos de su oponente confiados en que finalmente todo se resolviera de acuerdo a sus deseos. Según el autor, Atahualpa empieza a ser consciente de que va a perder la partida imaginaria que estaba jugando con Pizarro en el mismo momento en que se percata de la (para él) sorprendente e inesperada reacción del conquistador, que tira por la borda todas sus ilusiones de mantenerse al frente de su propio imperio. Eso le hace caer en la cuenta de que no tenía escapatoria y que su final era cuestión de tiempo. En sentido metafórico, Atahualpa termina convirtiéndose en esa figura del rey que, indefenso en un rincón del tablero, se ve rodeado de piezas enemigas con capacidad más que suficiente para darle el jaque mate definitivo en cualquier momento.
El ajedrez como símbolo del choque frontal entre dos mundos MacQuarrie encuentra en el ajedrez una metáfora idónea para explicar el conflicto que tuvo lugar en suelo incaico. Es más, en el juego de las sesenta y cuatro 123
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casillas se ha convertido en un símbolo poderosísimo que se asocia a la reivindicación de un sentimiento, una identidad colectiva, un pasado. En los escaparates de las tiendas de souvenirs que abundan en los puntos más turísticos del Perú, Bolivia o Ecuador, son cada vez más frecuentes los conocidos como sets de ajedrez inca, en los que las impersonales piezas blancas y negras propias de este juego son reemplazadas por figuras artesanales que representan, por un lado, a los incas, y por el otro, a los españoles. Así, una partida sobre uno de estos sets deja de ser una lucha ajedrecística al uso para convertirse en algo más; en un duelo amistoso cargado de significado, en la recreación de un conflicto entre dos civilizaciones que, casi quinientos años después, puede tener incluso un desenlace distinto al que tuvo en la realidad. Ahora sí, los incas, que inician el juego en igualdad de condiciones y tienen el mismo potencial sobre el tablero que sus adversarios, tienen la oportunidad de derrotar a los españoles y, aunque sólo sea de manera simbólica, de reescribir la Historia. Quizá no haya mejor prueba de lo arriba expuesto que el breve reportaje que puede leerse en la edición digital del periódico boliviano Página Siete y que tiene por título un mensaje tan elocuente que no necesita ninguna explicación añadida: “Españoles e incas luchan en un ajedrez.” En el texto de la información puede leerse que “(s)e trata de un innovador ajedrez que se comercializa en las calles de La Paz, que marca una nueva tendencia.” No menos interesantes son las palabras que a continuación se le atribuyen al historiador Guiniol Quilla, pues, en su opinión, estas “obras de arte” pensadas para ser vendidas al público –su precio oscila entre 50 y 650 bolivianos; esto
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es, entre 7 y 91 dólares aproximdamente- representan “la tendencia del pensamiento intercultural que existe en el país” (Salazar).
Figure 4. Una dependienta de un puesto de souvenirs de La Paz, Bolivia, exhibe uno de los sets de ajedrez inca que vende. Álvaro Valero, “Españoles e incas luchan en un ajedrez.”
Las figuras que componen estos sets de ajedrez están caracterizadas hasta el más mínimo detalle con la apariencia y los objetos que eran distintivos de cada uno de los individuos o grupos protagonistas de este enfrentamiento. Ellos le otorga una personalidad propia a cada una de ellas que, inevitablemente, recuerda a esos sets de ajedrez medievales en los que cada pieza simbolizaba los diversos estratos de aquellas sociedades. De esta forma, el rey del bando inca no puede ser otro que Atahualpa, que está acompañado de la coya, quien hace las veces de la reina. El alfil tradicional es sustituido por los soldados del imperio indígena, mientras que la figura del caballo, que 125
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sí se mantiene en el bando español, es reemplazada por una llama, animal característico de la zona. La torre, por su parte, adopta la forma de las fortalezas de los poblados incas, mientras que los ocho peones que ocupan la segunda fila son encarnados por los originarios de la zona. En cada lugar, estos sets de ajedrez son diseñados con algunas peculiaridades que van en consonancia con lo que sucedió en ese punto concreto de la geografía andina. Es por ello que en La Paz la figura del rey español corresponde a Alonso de Mendoza, quien, por mandato de Pedro de la Gasca, fundó la ciudad de Nuestra Señora de La Paz el 20 de octubre de 1548. En Perú, lógicamente, esa pieza corresponde a Francisco Pizarro. Puede que nunca llegue a saberse con certeza si el capitán español y el rey de los incas jugaron juntos al ajedrez. Desde luego, si se acepta que es muy factible que Atahualpa aprendiera y practicara este juego durante su encarcelamiento, no sería descabellado pensar que esta situación podría haber ocurrido en algún que otro momento, y más aun teniendo en cuenta la relación de aparente cordialidad que existía inicialmente entre unos y otros. Ésta es, precisamente, la idea que motivó el cortometraje Atahualpa, que fue codirigido por Jimmy Entraigües e Iván García. El filme cuenta cómo en junio de 1533, en un momento de máxima tensión ante las sospechas de los españoles de que Atahualpa hacía lo posible por escapar de su prisión, Pizarro reta al monarca indígena a enfrentarse en una partida de ajedrez después de haberse enterado de que el inca había aprendido a jugarlo y de que, incluso, había batido en una ocasión a su mentor, Hernando de Soto. Así introduce su película el propio Entraigües: El ajedrez es un espacio físico y un símbolo, el lugar donde se enfrentan dos maneras muy diferentes de ver el mundo: por un lado, 126
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está la materia, la fuerza de un imperio en expansión que en su aparente poder es arrasador; y por el otro, el espíritu, una cosmovisión donde el poder no sólo es del hombre sino también de la tierra, de los dones de la Naturaleza, por lo que otras fuerzas, telúricas o no, deben ser respetadas y adoradas para hallar un cierto equilibrio.
Pizarro, que se cree superior, trata a Atahualpa con desprecio. Cuando pactan la disputa de la partida, y siguiendo lo que era costumbre entre los españoles de la época, incita al rey inca a que apueste algo. Es entonces cuando se produce el diálogo más representativo del cortometraje: Atahualpa: Mañana, mi padre, Inti, el gran señor Sol, saldrá iluminando mi pueblo. Yo estaré con él. Mañana amaneceré viviendo. ¿Vuestro juego podrá vencer al amanecer? Pizarro: ¿Me estáis apostando la salida del sol? (Risas) ¡Sea!
A esa reacción del español, Atahualpa responde con una ligera sonrisa que rebosa significado. El inca es consciente de que su futuro inmediato no le pertenece y que será ejecutado, pero tiene la certeza de que el dios Viracocha guiará su mano hacia la victoria contra Pizarro; un triunfo que, en palabras de Entraigües, anuncia “ese nuevo amanecer que augura que el legado de su pueblo renacerá tras el dominio de la espada, el dios cristiano y lejanos reyes.” Atahualpa gana la partida, lo que despierta la ira de un Pizarro desconcertado. El desenlace de la misma, creado a conciencia por el historiador de ajedrez José Antonio Garzón, ni mucho menos es casual.
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Figures 5, 6 y 7. Secuencia de tres de las posiciones que se producen en el tablero durante el desenlace de la partida imaginada en el cortometraje Atahualpa. El monarca inca (blancas) sacrifica la torre (fig. 6) y el caballo que le restan para permitir que su dama, con ayuda del peón que está en la casilla f2 y del rey (h2), y sirviéndose de la escasa libertad de movimientos que tiene el rey rival, dé el definitivo jaque mate (fig. 7). Chessbase.com, “Corto de ajedrez: Atahualpa.”
Así describe este final de partida su inventor: 1. Th1!! Axh1: La torre se desplaza, en un viaje que nos parece infinito, no ya por el tablero, sino por la Historia. … 2. Ch3!! gxf3: Las piezas se sacrifican, conocedoras de su destino, imbuidas de un espíritu supraindividual, el inca. … 3. Dg3: jaque mate ¡Fantasmagórica visión del tablero, de la vida! ¡El espíritu venciendo a la fuerza bruta! El poder de las conquistas, de lo material, languidece ante la fuerza de la verdad, alimentada por el ideal del hombre. El ocaso de un monarca es el amanecer de otro, de un pueblo.79 (“Corto de Ajedrez: Atahualpa”)
En El Tercer Reich, novela póstuma de Roberto Bolaño, volvemos a encontrarnos a Atahualpa ante un tablero de ajedrez, aunque en este caso la imagen es una ensoñación del protagonista de la historia, el joven alemán Udo Berger. Campeón nacional de juegos de guerra, Udo disputa durante varios días una larga partida del
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http://es.chessbase.com/post/corto-de-ajedrez-atahualpa-#head2
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Tercer Reich, un juego de estrategia militar inspirado en la Segunda Guerra Mundial, contra un enigmático hombre conocido como el Quemado. En realidad, el lector sabe más bien poco de él: tan sólo que es de origen sudamericano, que se gana la vida muy modestamente alquilando patines en una playa de la Costa Brava catalana donde Udo pasa sus vacaciones de verano, que su rostro y buena parte de su cuerpo están desfigurados –de ahí su sobrenombre-, y que lleva una vida solitaria sin apenas trato con la gente. La citada ensoñación tiene su origen en un pasaje previo en el que Udo tiene un encuentro con otro personaje misterioso, el marido moribundo de Frau Else, la dueña del hotel donde se hospeda durante sus vacaciones. Udo queda perplejo cuando se da cuenta de que este hombre, que apenas sale de la habitación en la que consume sus últimos días de vida, no sólo es muy diestro en el Tercer Reich sino que, además, está al corriente de cómo marcha la partida que el joven alemán, que mueve las fichas del ejército nazi, está dirimiendo, y sorprendentemente perdiendo, con el Quemado, que está muy cerca de conducir al bando aliado a la victoria final. Ante la sospecha fundada de Udo de que el marido de Frau Else estuviera ayudando en la sombra al Quemado a ganar la partida que los estaba enfrentando, éste responde: ¡Se equivoca! El Quemado ha trascendido mis consejos. En cierta medida me recuerda al inca Atahualpa, un prisionero de los españoles que aprendió a jugar ajedrez en tan solo una tarde observando cómo sus captores movían sus piezas. (326)
Tal mención a Atahualpa seguramente habría pasado inadvertida si, además, el marido de Frau Else no le hubiera advertido justo antes a Udo de la peligrosidad del 129
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Quemado. “Yo sólo le aconsejo que haga las maletas y desaparezca. Total, Berlín, el único y verdadero Berlín, cayó hace tiempo, ¿no?” (325), le recomienda a Udo el moribundo de nombre no revelado, quien teme que el Quemado acabe con la vida del joven como muy posiblemente hizo con la de Charly, otro alemán del que Udo se había hecho amigo en ese período estival y que había sido encontrado muerto en el mar varias semanas después de su misteriosa desaparición. ¿Me va a violar? No sea imbécil. Si eso es lo que usted anda buscando se equivocó de película. Confieso que estaba confundido. ¿Qué me va a hacer entonces? Lo usual con los cerdos nazis, golpearlos hasta que exploten. ¡Desangrarlos en el mar! ¡Mandarlo al Walhalla con su amigo, el del windsurf. Charly no era nazi, que yo sepa. Ni usted, pero al Quemado, a estas alturas de la guerra, le da igual. Usted ha arrasado la riviera inglesa y los trigales ucranianos, para decirlo poéticamente, no esperará que ahora él se ande con delicadezas. (326)
Es en este preciso momento de la historia cuando Udo es consciente del peligro al que está expuesto y cuando empieza a saber quién se esconde realmente detrás de ese rostro deformado y de la actitud un tanto distante que desde el inicio ha caracterizado al Quemado. Un par de preguntas más le bastan a Udo para terminar de atar todos los cabos que se mantenían sueltos: -
¿El Quemado es sudamericano? Caliente, caliente… ¿Y las quemaduras de su cuerpo…? ¡Premio! (326)
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Udo empieza a sentir un vértigo que inconscientemente da origen a la ensoñación anteriormente anunciada. En el transcurso de su inquietante sueño, el joven alemán encuentra a Atahualpa jugando al ajedrez en solitario. Lo primero que le llama la atención es que las piezas negras estaban chamuscadas. Según le dice el rey inca, lo están porque alguien las ha arrojado al fuego. ¿Por qué razón, por maldad? En vez de contestar, Atahualpa movió la reina blanca a un escaque dentro del dispositivo de defensa de las negras. ¡Se las van a comer!, pensé. Luego me dije que daba lo mismo puesto que Atahualpa jugaba solo. En el siguiente movimiento la reina blanca fue eliminada por un alfil. ¿De qué sirve jugar solo si uno hace trampas?, pregunté. El indio esta vez ni siquiera se volvió, con el brazo extendido señaló hacia el fondo del templo, un espacio oscuro suspendido entre la bóveda y el suelo de granito. Di unos pasos, aproximándome al sitio señalado, y vi una enorme chimenea de ladrillos rojos y guardaduras de hierro forjado en donde aún quedaban rescoldos de un fuego que debió consumir cientos de tocones. Entre las cenizas, aquí y allá, sobresalían las puntas retorcidas de diferentes tipos de figuras de ajedrez. ¿Qué significaba aquello? Con la cara ardiendo de indignación y rabia di media vuelta y grité a Atahualpa que jugara conmigo. Éste no se dignó a levantar la cabeza del tablero. … Juega conmigo si eres hombre, grité, queriendo escapar del sueño. … Cuando la partida hubo acabado se levantó y portando en bandeja tablero y figuras se acercó a la chimenea. Comprendí que iba a alimentar el fuego y decidí que lo más inteligente era ver y esperar. (331-332)
El paralelismo inicial que establece el marido de Frau Else entre Atahualpa y el Quemado por la sorprendente capacidad de ambos para alcanzar, respectivamente, un alto nivel en el ajedrez y el Tercer Reich, adquiere una nueva y mayor dimensión en el inquietante sueño de Udo. No en vano, tanto el Atahualpa ajedrecista que protagoniza su alucinación como ese nuevo Quemado que descubre gracias a las advertencias de su
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inesperado confidente, son dos personajes que tienen la firme intención de ajustar cuentas pasadas que creen tener aún pendientes por una injusta aniquilación pasada. Uno, Atahualpa, lo hace de manera figurativa, a través de una sucesión de partidas de ajedrez imaginarias que parece no tener fin y en la que el rey inca se salta deliberadamente las reglas del juego al mover las figuras de uno y otro color a su libre albedrío para así conseguir su objetivo, que no es otro que derrotar una y mil veces a esas piezas blancas que representan a los españoles –y los europeos en general- que, hace casi cinco siglos, acabaron con él, con el imperio inca y con las otras civilizaciones indígenas americanas precolombinas condenándolas a la hoguera. No es casualidad, por tanto, que este Atahualpa vengativo desatienda las reglas del juego que era uno de los grandes símbolos de lo español en el Nuevo Mundo y se tome la licencia de devolver el golpe a su manera. El otro, el Quemado, perpetra su resarcimiento personal tratando de matar silenciosamente a turistas alemanes como Charly y Udo, víctimas inocentes –Udo se escapa a tiempo- que nada tienen que ver con las atrocidades humanitarias cometidas por los nazis y que, por supuesto, tampoco tienen relación alguna con su historia particular; esto es, con su exilio y la desfiguración de prácticamente todo su cuerpo por culpa de las torturas que supuestamente sufrió –nada revela al respecto tan intrigante personaje- en cualquiera de las dictaduras militares que tuvieron lugar en distintos países hispanoamericanos en la segunda mitad del siglo XX. Como advierte el marido de Frau Else, el Quemado, exiliado y lleno de ira después de todo lo que le tocó sufrir, ya no
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entiende de razones, y alguien como Udo, que se recrea y divierte con un juego de guerra y que encima mueve las fichas del ejército nazi, le merece todo su desprecio. Para Bolaño, el resentimiento que mueve a su Atahualpa ajedrecista y al Quemado es el mismo. Atahualpa es el Quemado y viceversa. No hay más que ver que el Quemado, su propio sobrenombre lo dice, es una de las piezas negras chamuscadas que mueve Atahualpa, en cuya legendaria figura se personifica o focaliza un gran sentimiento de indignación y rebeldía, el de todos y cada uno de los americanos que, a lo largo de la historia, primero por culpa de la conquista y colonización españolas y más recientemente debido a las terribles dictaduras militares que padecieron, han visto cómo su mundo, sus vidas, fueron destruidas de una manera tan inconcebible.
El antes y el después que marcó “Los incas ajedrecistas” de Ricardo Palma Cuesta creer que la fuerza que hoy en día tiene el Atahualpa ajedrecista fuera la misma si Ricardo Palma no hubiese escrito “Los incas ajedrecistas.” Si bien es cierto que los testimonios anteriores al suyo son vitales para la validación histórica de esta imagen, es indudable que, sólo a partir de dicha tradición, el lado ajedrecista de Atahualpa alcanza una popularidad extraordinaria. Dicha sobredimensión se debe a tres factores fundamentales: Palma era una personalidad de reconocido prestigio en el Perú; su literatura costumbrista era asimilada con facilidad por el grueso de la población; y la considerable carga dramática y nacionalista de este relato hizo que calara muy hondo en la sociedad peruana, y por extensión latinoamericana, de principios del siglo XX.
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Mientras que los textos con aspiración historiográfica tienden a obviar a Palma y se basan en las fuentes primarias que inicialmente vincularon a Atahualpa con el ajedrez, resulta muy llamativo comprobar cómo el resto de referencias localizadas a lo largo de esta investigación -literarias, cinematográficas, periodísticas y cibernéticasevidencia tener en su gran mayoría la impronta o el sello de “Los incas ajedrecistas.” Entraigües, sin ir más lejos, lo reconoce abiertamente80 y es muy probable que ése también fuera el caso de Bolaño, aunque quizá nunca lleguemos a saber a ciencia cierta lo que hoy es simplemente una especulación ya que El Tercer Reich no salió a la luz hasta 2010, unos siete años después de la muerte del novelista chileno. Bolaño nunca dio a conocer esta historia que había escrito en 1989, ni siquiera en la exitosa etapa final de su vida, cuando llegó su tardío pero merecido reconocimiento como escritor y no quiso entregarla a su editorial para que la publicara. Sin embargo, la frase en la que el marido de Frau Else le habla a Udo sobre Atahualpa –“… un prisionero de los españoles que aprendió a jugar ajedrez en tan solo una tarde observando cómo sus captores movían sus piezas” (326)- invita a pensar que Bolaño también tuvo presente el relato de Palma, en el que textualmente puede leerse: Honda preocupación abrumaría el espíritu del Inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba
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Entraigües incluye un par de guiños al relato de Palma. En primer lugar, en el cortometraje que él codirige, Atahualpa afirma “(s)eñor, juego muy poco” cuando Pizarro se entera de que le ha ganado una vez a Hernando de Soto y lo reta a disputar una partida. Ésa es prácticamente que utiliza Palma en “Los incas ajedrecistas” cuando Soto, después de cerciorarse del buen nivel de Atahualpa, le invita a disputar nuevas partidas con él. En segundo lugar, Entraigües intercambia los papeles de Atahualpa y Soto, ya que en este caso es el conquistador español quien observa con atención la partida que está disputando el rey inca, cuyo hombro toca suavemente en señal de advertencia cuando llega el movimiento más importante de la partida que está enfrentándole a Pizarro.
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señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes de los juegos. (Palma, and Oviedo 427)
Sirvan estos dos primeros casos como aperitivo del bloque que viene a continuación, en el que se va a diseccionar la manera en la que “Los incas ajedrecistas” de Palma está presente, ya sea implícita o explícitamente, en diferentes obras literarias. Sin duda, el ejemplo más manifiesto de dicha correspondencia es “Ajedrez fatal,” texto que forma parte de El Ecuador profundo, la colección de mitos, historias, leyendas, recuerdos, anécdotas y tradiciones del país andino que compila Rodolfo Pérez Pimentel, cronista vitalicio de Guayaquil y miembro de la Academia Nacional de Historia de Ecuador. En dicho relato, el autor hace una reconstrucción de las dos partes de la tradición de Palma, la que está dedicada a Atahualpa y la que apunta que su sucesor, Manco Inca, murió también por culpa del ajedrez. Pese a que no se especifica textualmente, es evidente que Pérez Pimentel realiza una adaptación resumida de la historia original de Palma, a la que intencionadamente añade o quita algunos detalles sin que la esencia de la misma se vea alterada significativamente.81 Sirva la siguiente comparación como muestra de la insustancial diferencia que hay entre un relato y el otro:
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La ineludible referencia a Palma sí se encuentra en el prólogo de esta edición de El Ecuador profundo, titulado “Pérez Pimentel, el último de los tradicionalistas ecuatorianos” y firmado por Hernán Rodríguez Castelo. En el mismo, se puede leer: “Esto de los ‘tradicionalistas’ ha sido antigua e ilustre usanza americana. A medias historiadores y a medias charlistas, a ratos husmeadores de archivos y a otros correo de chismes, los tradicionalistas han beneficiado canteras de la historia de modo muy peculiar, y los mejores, con delicioso estilo. … Apenas hace falta decir que detrás de esta pintura del tradicionalista de gran estilo está el príncipe de esta comarca literaria, don Ricardo Palma, el de las copiosas series de ‘Tradiciones peruanas.’ Palma marca el momento de mayor plenitud de la tradición americana; pero, aunque sin el corte formal, casi definitivo, que él les daría, ‘tradiciones’ se contaron por tierras del nuevo mundo desde tiempos inmemorables: los cronistas no las crearon, las recogieron” (i).
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Honda preocupación abrumaría el espíritu del Inca en los dos o tres primeros meses de su cautiverio, pues aunque todas las tardes tomaba asiento junto a Hernando de Soto, su amigo y amparador, no daba señales de haberse dado cuenta de la manera como actuaban las piezas ni de los lances y accidentes de los juegos. Pero una tarde, en las jugadas finales de una partida empañada entre Soto y Riquelme, hizo el ademán Hernando de Soto de movilizar el caballo, y el Inca, tocándole ligeramente en el brazo, le dijo en voz baja: - No capitán, no... ¡El castillo! La sorpresa fue general, Hernando, después de breves segundos de meditación, puso en juego la torre, como le aconsejara Atahualpa, y pocas jugadas después sufría Riquelme inevitable mate. (Palma, and Oviedo 427) … Sin embargo a nadie se le había ocurrido enseñar el movimiento de las piezas a Atahualpa, quien veía sin decir palabras; pero una tarde fatídicas para él y mientras jugaban el Tesorero Alonso Riquelme y el Capitán Hernando de Soto y cuando éste iba a mover un caballo para atacar el flanco de su enemigo, sintió que el Inca le tocaba el brazo y le decía: “No capitán no… el Castillo.” De Soto estudió el movimiento y luego de una breve pausa movió dicha pieza y en dos jugadas más concluyó la partida con el consabido “Jaque mate” para el Tesorero; quien, vengativo como un gitano por descender de moros de las Alpujarras, jamás olvidó la vergüenza de verse derrotado por un indio novato en la ciencia del Ajedrez. (Pérez Pimentel 67-68)
Una única lectura de estos dos extractos es suficiente para comprobar que Pérez Pimentel, al margen de endulzar su versión con algunos detalles de su propia cosecha, termina componiendo un discurso que suena mucho más agresivo que el de Palma. Así, mientras el peruano es capaz de armar una historia con un claro toque nacionalista sin atacar con dureza a lo español, la postura de su homólogo ecuatoriano resulta ser más pendenciera, pues, por ejemplo, tacha a Riquelme de “vengativo como un gitano por descender de moros de la Alpujarra.” 136
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Sin duda, esta comparación contiene manifiestos tintes despreciativos contra Riquelme, a quien Palma, seguramente por su condición de tesorero –ya se sabe que la gran motivación de los conquistadores españoles era el oro y la plata del Perú-, adjudica libremente la encarnación de la crueldad española. Todas las adaptaciones o reproducciones posteriores de “Los incas ajedrecistas” siguen adjudicando a Riquelme el papel de malo de la película, y Pérez Pimentel, en su voluntad por endurecer el relato original, va más allá y equipara a este conquistador con la etnia gitana, que, en comentarios de carácter ofensivo o discriminatorio, es vinculada a comportamientos fraudulentos. Ésta no es la única identificación llamativa que establece el escritor ecuatoriano, pues es igualmente destacable el paralelismo que fija entre los indígenas peruanos y los moros que, tras la caída del reino de Granada en 1492 (La Alpujarra es una región granadina), fueron perseguidos por la Inquisición española. En su empeño por desprestigiar a lo español, Pérez Pimentel asemeja la culminación de la reconquista cristiana de la península ibérica con la conquista del Nuevo Mundo, hermanando a las víctimas de ambas operaciones político-militares de los poderosos reinos cristianos españoles de finales del siglo XV y principios del siglo XVI. Ramón J. Sénder, por su parte, recurre a la tradición de Palma en el primer capítulo de su libro Túpac Amaru. Según sus propias palabras, el escritor español aspira a “restablecer la verdad” (8) en torno al último monarca inca, quien fue ejecutado a finales del siglo XVIII después de liderar una revuelta indígena contra las autoridades coloniales españolas que lo convertiría en el símbolo de futuras insurrecciones. En pos 137
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de contextualizar su trabajo, Sénder retrocede más de doscientos años en la línea del tiempo, hasta la llegada de los españoles al Perú, y más concretamente hasta la muerte de Atahualpa, que relata a partir de lo leído en “Los incas ajedrecistas.” Su narración se inicia con la apreciación de que Atahualpa “debió ser hombre muy listo ya que aprendió el juego del ajedrez, él solo, viendo jugar a sus guardianes y sin que nadie le explicara nada” (35). A continuación, Sénder sintetiza el relato de Palma, que complementa con la identificación y una breve descripción de los once españoles que votaron en contra de la muerte del emperador indígena: Juan de Rada, Diego de Mora, Blas de Atienza, Francisco de Chaves, Pedro de Mendoza, Hernando de Haro, Francisco de Fuentes, Diego Chaves, Francisco Moscoso, Alfonso Dávila y Pedro de Ayala (36-38). Del uso que Sender hace de la visión del Atahaulpa ajedrecista de Palma se extrae que lo que convierte a esta tradición en un testimonio realmente conmovedor para los andinos es el sentimiento de injusticia que despierta. Para tener el efecto deseado, tal sensación necesita ser avivada con situaciones extremas y no cabe duda de que cualquier mente cabal consideraría que es un sinsentido que el emperador inca fuera ajusticiado por algo tan banal o intrascendente como que se mostrara superior a un español en el juego del ajedrez. Con este desenlace tan dramático, Palma da un golpe literario maestro, ya que, con disimulo, es capaz de tocar las fibras más sensibles de una región que tiene grabada con fuego que la muerte de Atahualpa fue el comienzo de las páginas más tristes de su historia, el principio del fin de la civilización inca. Esa actitud de repulsa hacia la conquista española, que está fundamentalmente centrada en la figura de Atahualpa, queda también de manifiesto en dos poemas del 138
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poeta, escritor y académico norteamericano Dennis Siluk. El primero de ellos, “A Death in Cajamarca, Perú,” tiene el sello de los poemas épicos. A lo largo de sus setenta y ocho versos recrea la tensión y el dramatismo de los últimos momentos de la vida del emperador inca, los cuales estuvieron marcados por el juicio al que fue sometido.82 La influencia de “Los incas ajedrecistas” se antoja evidente en los versos que abren y cierran este poema: Atahualpa, enduring in Cajamarca Greeted by De Soto, his free friend from Spain! “Be Calm! These times will be tolerant with you.” By Riquelme, who is wearied with this place Unsatisfied with checkmate, looks upon Atahualpa As simply detestable-blazing, bleak, uninviting, And longs again to find himself in Spain, After the embarrassment of defeat, By the Captive slave Atahualpa, Inca King Who gave advice to Captain Hernando de Soto And got inevitable checkmate…. … As long as Inca’s shall be known to men Riquelme’s name shall bear the brand of ill repute, The curse of generations still unborn! (14-16) El segundo poema, titulado “Atahualpa’s Game VI” (2005) y ubicado en el apartado “The Black Legend,” también conserva el punto más trágico de la historia de Palma, al que el propio autor, en un comentario que hace previamente, reconoce como “in part my inspiration” para este bloque de su libro (67): Sometimes, it’s not wise To share your wisdom -as did, Atahualpa (The Inca King) in the En un inciso que hace fuera del poema, Siluk aclara: “This is a version, not a translation of any kind, on the incarceration and death of Atahualpa the Inca King of the Inca Empire, in the 16th century (Peru)” (14). 82
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Game of chess; thereafter, He was condemned to death. (71) Lo más interesante de estos dos poemas es la sutileza con la que se produce la reminiscencia de “Los incas ajedrecistas.” Lejos de reflejar explícitamente los momentos más señalados de la historia de Palma, Siluk se limita a conservar la esencia de los mismos como si diera por hecho que el lector conoce ya de sobra el relato en el que se ha inspirado, como si sus poemas fueran una reflexión complementaria sobre un tema que es de dominio público. Así, por ejemplo, en “A Death in Cajamarca, Perú,” la escena de la partida entre Hernando de Soto y Riquelme está presente sin ser reproducida; esto es, es el punto de partida de algo más, de la recreación de la tirantez que se respira en la prisión. Allí, Atahualpa se teme lo peor y se aferra a la confianza que le inspira un Hernando de Soto que es retratado como una figura diametralmente opuesta a Riquelme. Mientras Soto, el ganador de la partida, calma al emperador inca y es mostrado como un hombre a gusto en el Perú, Riquelme, el perdedor, es presentado como un ser contrariado que sólo quiere volver a España -“And longs again to find himself in Spain, / After the embarrassment of defeat.” Siluk, finalmente, cierra el poema contraponiendo las figuras de Atahualpa y Riquelme, la víctima y su verdugo, augurando que se hará justicia con el paso del tiempo y que la Historia honrará a Atahualpa tanto como dará la espalda a Riquelme. Siluk, que hace una docena de años viajó al Perú y visitó Cajamarca y los demás enclaves fundamentales en la caída del imperio inca, tuvo la oportunidad de conocer de primera mano la visión que los nativos conservan sobre lo ocurrido durante la ocupación
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de los españoles. Esa experiencia en primera persona fue determinante en el enfoque que terminaron teniendo sus poemas: (L)ike any poet or writer, of historical fiction, or non-fiction, you fill in the gaps: you put yourself in their place, and ask yourself what would you do, and you become imaginative, creative, and use details, description, and of course the background of each person you are using, and the times.
No hay Atahualpa ajedrecista sin Hernando de Soto Al margen de magnificar la imagen del Atahualpa ajedrecista, Palma también pone en la primera plana la figura de Hernando de Soto, al que ya Antonio de Herrera cataloga como uno de los españoles “que más agradaban á Atahuallpa” (qtd. in Holm 96). Palma, basándose en este primer testimonio, no sólo le da a este conquistador un gran protagonismo en “Los incas ajedrecistas,” sino que además anteriormente le dedica por entero otra tradición en la que, como no podía ser de otra forma, el ajedrez también es el gran nexo de unión entre Soto y Atahualpa: Soto fue el primer español que habló con Atahualpa, en su carácter de embajador, mandado por don Francisco al campamento del Inca, y logró que éste aceptase la invitación de pasar a Cajamarca. Atahualpa, en su prisión, tomó gran cariño por Hernando de Soto, en el cual vió siempre un defensor. Hernando de Soto era verdaderamente caballero, y tal vez el único corazón noble entre los ciento setenta españoles que apresaron al hijo del Sol. Aun es fama que este conquistador pasaba horas acompañando en su prisión al desventurado monarca y enseñándole a jugar al ajedrez. El discípulo llegó a aventajar al maestro. (R. Palma, and E. Palma 10-11) Este extracto demuestra que, antes de escribir “Los incas ajedrecistas,” Palma era conocedor de la buena sintonía que presuntamente existió entre Soto y Atahualpa. 141
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Pese a que en esta tradición ya deja constancia del papel que en su opinión tuvo el ajedrez en la consolidación de la relación que ambos mantenían, el escritor, cuando se aproximaba al ocaso de su carrera literaria y sentía la presión externa de dar forma a un relato con claras connotaciones nacionalistas, quiso volver sobre este tema. Si bien los protagonistas y el nexo de unión son los mismos, el enfoque cambia considerablemente entre un texto y otro. Mientras que en la primera tradición el ajedrez es prácticamente una anécdota sin mayor importancia en la estrecha unión formada entre Atahualpa y Soto, en la segunda este juego es, ni más ni menos, el motivo que pudo desencadenar la condena a muerte del rey inca. Entraigües y García también hacen mucho énfasis en el cortometraje Atahualpa sobre la estrecha relación que supuestamente vinculó a Atahualpa y Pizarro, hasta el punto de que plantean una clara confrontación entre este conquistador y el Padre Vicente Valverde, el máximo representante de la Iglesia cristiana en la expedición liderada por Pizarro en el Perú. Mientras que Soto es retratado como el maestro de ajedrez y el mejor informante que tiene Atahualpa, Valverde es caracterizado como la sombra de Pizarro, ante quien denuncia insistentemente el rechazo que Atahualpa hace de la doctrina cristiana que él, fallidamente, intenta inculcarle. En un momento previo a la partida en torno a la cual gira la trama del cortometraje, ambos mantienen un tenso diálogo que refleja con claridad las posturas adjudicadas a uno y otro: Soto: Habéis permitido que este soberano pierda su trato de favor. Apenas dejáis pasar a sus caciques. Sus mujeres casi no pueden visitarle. Sus sacerdotes pasan horas al sol para poder hablar con su señor. … Claro que intentará escaparse si lo mantenéis como una rata. Seguro que Valverde os habrá hablado de la fuga de hoy, mañana y pasado. Una fuga cada día. Su lengua miente incluso cuando calla. 142
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Valverde: Este soberano tiene costumbres paganas: practica la poligamia y ha querido matarnos con sus guerreros. Ya os encargáis vos, Capitán de Soto, de alejarle muy bien de las sagradas escrituras y del gobierno de su majestad. Vuestra amistad con el inca le ha llevado a perder el tiempo con ese juego impío que trajeron los musulmanes. Soto: El ajedrez, por si no lo sabes, es un noble juego de guerra que vuestra vacía mollera nunca comprenderá.
La novela El espía del Inca (2012), del peruano Rafael Dumett, también saca mucho partido de la complicidad existente entre Soto y Atahualpa. La historia recrea los movimientos que los incas, capitaneados por Cusi Yupanki, llevan a cabo con extremo disimulo para tratar de liberar a su emperador, quien, sin embargo, deposita en el ajedrez todas sus esperanzas para acabar con su encarcelamiento. Uno de los detalles que más llaman la atención de esta narración es la manera en la que la voz narrativa indígena se refiere al ajedrez. En lugar de utilizar el término español, emplea la expresión el juego de los Incas hermanos, lo que demuestra una doble intencionalidad por parte del autor: en primer lugar, enfatiza que el ajedrez era un juego nuevo para los incas; y en segundo lugar, lo presenta como un elemento mediador que contribuye al establecimiento de un clima de cordialidad y entendimiento entre los conquistadores y Atahualpa y su séquito. Atahualpa, como no podía ser de otra forma, pasa de ser mero espectador de las partidas que disputan los españoles a jugar por sí mismo. Todo ello gracias a la intervención de Soto, al que el narrador inca llama Barbudo Amable. Con esta denominación, se resalta la simpatía que tanto Atahualpa como los incas de su entorno sienten hacia Soto –también llamado Sutu-, porque tiene un comportamiento 143
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especialmente afectuoso hacia el emperador indígena. Soto derrota una y otra vez a Atahualpa, quien se obsesiona tanto con el ajedrez que desatiende todo lo que se está cociendo fuera de su prisión y los esfuerzos que sus hombres, como Salango, que es el que habla a continuación, están haciendo para rescatarlo: - El Señor Cusi Yupanqui piensa que ese tiempo está pasando frente a tus narices sin que te des cuenta. Pone su cuello entre tus manos si se equivoca -Ante el silencio expectante del Inca, prosigue. Tu hermano Huáscar ha sido visto en Tarapaco, cerca de Andamarca, por los dos extranjeros que el Barbudo Viejo envió al Cuzco para sacar el oro del Coricancha. El inepto se las arregló para burlar la vigilancia de sus guardias y hacer una oferta nueva a los barbudos. Después de mofarse del precio que ofreciste por tu vida y tu libertad, prometió llenar de oro y de plata la plaza de Aucaypata si lo dejaban libre y te entregaban en su poder. Los extranjeros desconfiaron, declinaron el ofrecimiento y siguieron su camino, pero enviaron mensajeros a repetirle la propuesta a sus Señores, a Apu Machu Dunfran Ciscu -la voz de Salango se vuelve una soga jalada de sus dos extremos:- Hijo Predilecto del Que Todo lo Ilumina, los mensajeros deben estar a punto de llegar a Cajamarca en cualquier momento, si no lo han hecho ya. Quizá aún no hayas recibido de Tu Padre el anuncio del momento más propicio para la entrada de mi Señor Cusi Yupanqui a Cajamarca para liberarte. Pero dispón ahora mismo con respecto a tu hermano. El Señor Cusi Yupanqui es acechado ferozmente y sin descanso por tus enemigos, que quieren ver a Huáscar libre y a ti muerto y borrado de los quipus. Alíviale la tarea y aleja al peligro de ti. Atahualpa se vuelve al Recogedor. Los ojos del Inca son dos estanques opacos que se fijan largamente sobre él para luego posarse y reflejarse en la superficie de cuadrados pintados, en las estatuillas. - Dile a Sutu que estoy listo. (6272-6282)
Precisamente, esa nueva partida que disputan Atahualpa y Soto será la primera que acabe con victoria del inca y la última que enfrente a ambos. Llega un momento en que la situación se tensa especialmente en la prisión y la preocupación se apodera de Atahualpa de tal manera que ya no encuentra motivos para seguir jugando con Soto al 144
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ajedrez, el juego de los incas hermanos. El vínculo de unión que había consolidado el ajedrez se ha roto y Atahualpa se cree invulnerable ante los españoles por el hecho de haber vencido en la última partida: -¡Único Inca! -dice Challco Chima con desesperación-. ¡No importa si la tienen o no! ¡Yo he visto la mirada del barbudo y sé que, si no intervienes, va a pasarme por el fuego! ¡Por la momia viva de tu ancestro el Inca Pachacutec, dile que se detenga, que te consta que hablo con la verdad! ¡Te lo pide el guerrero al que debes la borla sagrada que llevas en la frente! Pulseo de miradas entre Atahualpa y Sutu. -No te hará nada -murmura el Inca, sonriendo-. No puede. Se rindió ante Mí en el último juego de los Incas hermanos que jugamos. -¡¿…?! -Es un juego barbudo donde el vencedor adquiere poder sobre la pepa del vencido. Él se rindió antes de que lo derrotara. Tú eres un general de mi ejército victorioso, así que no puede tocarte. (1066810678)
Cuando se precipitan los acontecimientos y se acerca el fin de Atahualpa, éste sigue agarrándose a la vigencia que, en su opinión, tiene esa última partida que venció a Soto: -No pueden matarme -dice-. Yo respeté las reglas del buen vencido. Yo entregué el oro y la plata que me pidió. Yo derroté a Sutu en el juego de los Incas hermanos. -El Señor Sutu está en Huamachuco, dizque buscando a tus ejércitos. En verdad Apu Machu lo mandó allá para deshacerse de él, pues Sutu es de los que más insistía en mandarte a tierras barbudas. En cuanto al oro que les entregaste, ni una lágrima pasará a manos de Almagru y los que vinieron con él. (11718)
En opinión de F. Blanco Castilla, “ningún conquistador español fue tan injustamente olvidado por la historiografía hispánica” como Soto, quien, pese a ser el 145
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que “más batallas libró en el Nuevo Mundo y el que más tribus sojuzgó,” careció de “secretarios o capellanes que pregonaran sus hazañas americanas” como sí hicieron los de Cortés y Pizarro (7-8). Antes de ser uno de los capitanes con más nombre en la conquista del Perú, Soto había comandado brillantes campañas en Panamá y Nicaragua, y posteriormente, después de un efímero regreso a España y de convertirse en gobernador de Cuba, lideró una no menos exitosa expedición por el sureste de Estados Unidos que, entre otros motivos, pasó a los anales de la historia por ser la primera en la que un grupo de europeos navegaba y exploraba el río Mississippi. Precisamente, de este hecho sin demasiada relación con lo que ocurrió en el Perú es de donde viene la mención que Jorge Luis Borges hace de Atahualpa y el ajedrez en su relato “El atroz redentor Lazarus Morell,” que forma parte de su libro Historia universal de la infamia. Al inicio de esta narración, justo cuando localiza la acción de este personaje en las aguas del Mississippi, el escritor argentino hace un inciso entre paréntesis que, a efectos prácticos, no tiene ninguna relevancia en el devenir de su historia pero que, sin embargo, tampoco desentona completamente en la misma. De hecho, en el primer párrafo apunta que “la culpable y magnífica existencia” de su protagonista se debe a la propuesta de Bartolomé de las Casas al emperador Carlos I de que fueran negros traídos desde África, y no los indígenas locales, los que realizaran los extenuantes trabajos que requerían los conquistadores españoles en las minas americanas: El Padre de las Aguas, el Mississippi, el río más extenso del mundo, fue el digno teatro de ese incomparable canalla. (Álvarez de Pineda lo descubrió y su primer explorador fue el capitán Hernando de Soto, antiguo conquistador del Perú, que distrajo los meses de prisión del 146
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Inca Atahualpa enseñándole el juego del ajedrez. Murió y le dieron por sepultura sus aguas). (18)
Esta simbólica referencia que Borges incluye en su relato no debe extrañar a los buenos conocedores de la obra de este autor, ya que en varios de sus trabajos, como “Pierre Menard, autor del Quijote,” “Examen de la obra de Herbert Quain” y “El milagro secreto,” hizo diversos guiños al ajedrez, juego sobre el que profesaba una auténtica devoción83 y en el que, además, se basó para componer dos de sus sonetos metafísicos más celebres: “Dios mueve al jugador y éste, la pieza. / ¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza / De polvo y tiempo y sueño y agonías?” (Antología poética 26). Como se ha visto, Borges no profundiza lo más mínimo en la familiaridad entre Atahualpa y el ajedrez, aunque el simple hecho de que la haya mencionado, incluso haciéndolo a modo de curiosidad, contribuye significativamente a la popularización de la imagen del Atahualpa ajedrecista, pues no hay duda de que el escritor argentino fue uno de las figuras más señaladas e influyentes de la literatura en español del siglo XX. Otro de los nombres propios de las letras hispánicas durante la pasada centuria, el cubano José Lezama Lima, también tuvo interés en la figura de Soto. Dicha querencia no es de extrañar ya que la biografía de este conquistador está estrechamente ligada a la isla de Cuba. Tras conocer el informe elaborado por Álvar Núñez Cabeza de Baca sobre lo que este descubridor (supuestamente) había encontrado navegando en dirección norte desde el Caribe, Soto partió hacia Florida con la esperanza de hallar una tierra tan rica
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En el prólogo de El oro de los tigres (1972), el propio Borges reconoce que fue su padre quien le inculcó la pasión que sentía por el ajedrez: “Mi lector notará en algunas páginas la preocupación filosófica. Fue mía desde niño, cuando mi padre me reveló, con ayuda del tablero de ajedrez (que era, lo recuerdo, de cedro) la carrera de Aquiles y la tortuga” (6).
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como la que conoció de primera mano en el Perú. Cuando emprende tan ambicioso y a la postre exitoso proyecto, Soto es la máxima figura política en Cuba. Atahualpa jugaba al ajedrez con Hernando de Soto, mientras lo distraía, la muerte iba creciendo, pero Atahualpa tuvo tiempo de indicarle el agua mágica, habladora, que aprieta de nuevo los cabellos en el agua nocturna. ¿Perdió la partida? ¿La ganó al morir Hernando de Soto? (Obras completas 1102) Estos versos corresponden a la sexta aria de “Telón lento para arias breves,” que no fue publicada mientras el poeta cubano vivió. Sin embargo, el propio Lezama Lima se refirió a la especial vinculación que unía a Atahualpa y Soto en otro texto suyo que va en consonancia con su poema y, por tanto, ayuda a interpretarlo: Lo precisamos jugando al ajedrez, para distraer al inca Atahualpa de su demorada prisión. Entre los dos intercambian secretos, la infinitud cerrada del ajedrez es aportada por D. Hernando de Soto, la lejanía, la fabulación, el agua de vida eterna, por el emperador de los Incas. En ausencia de Hernando de Soto, es ejecutado Atahualpa, comprende aquel que el hechizo ha sido roto y que tiene que buscar los secretos y los prodigios que le fueron encomendados, y decide embarcar para Santiago de Cuba. (Antología de la poesía cubana 6-7)
Lezama Lima revive la convivencia entre Soto y Atahualpa como el momento en el que dos culturas y, por tanto, dos maneras diferentes de concebir la vida, se alimentan mutuamente. Soto, gracias primero a Herrera y después a Palma, goza con el beneplácito de ser considerado un conquistador diferente en tanto en cuanto fue el hombre de confianza que Atahualpa encontró entre los españoles durante su cautiverio. A lo largo del mismo, Lezama Lima vislumbra un rico intercambio que marcará el devenir de Soto. Mientras que el conquistador enseña a Atahualpa los misterios del 148
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juego del ajedrez, en cuya “finitud cerrada” se sintetiza la mentalidad de las sociedades europeas, el emperador inca lo deslumbra con la manera indígena de entender la realidad y la existencia; un “hechizo” que, una vez muerto Atahualpa, intentará encontrar en otros territorios aún no desvirtuados por los conquistadores.
La versión de Palma conquista la Prensa y la red El Atahualpa ajedrecista que construye Palma, con esa muerte en gran medida determinada por su humillante superioridad sobre los españoles en el ajedrez, ha sobrepasado cualquier frontera. No sólo ha sido el punto de partida de posteriores obras literarias sino que, además, y por sorprendente que pueda parecer, ha rebasado los límites de la ficción para llegar también hasta la Prensa escrita, altavoz de extraordinario alcance y, sobre todo, inigualable escaparate en tanto en cuanto otorga un sello de autenticidad a todo lo que aparece publicado en las páginas impresas. El periódico ABC, una de las cabeceras de referencia en España, publicaba el 19 de julio de 2014 un artículo con este título: “El infortunio del último emperador inca, que murió por su dominio del ajedrez.” En el cuerpo del texto se refleja que la fuente de información de la que ha bebido el periodista que escribe la información es el libro Túpac Amaru de Ramón J. Sénder, que, como se ha demostrado previamente, a su vez reproduce el contenido de “Los incas ajedrecistas.” Curiosamente, este artículo concluye con la afirmación de que Pizarro “rompió a llorar por tener que ejecutar a aquel hombre, que había llegado a ser su amigo,” idea que no reflejan ni Palma ni aquellos literatos que versionan su texto pero que, en cambio, sí dejó para la posteridad Pedro 149
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Pizarro: “Yo vide llorar al marqués de pesar por no podelle dar la vida” (Biblioteca de Autores Españoles 168:185). No menos llamativo es el artículo que apareció en la sección de Actualidad del periódico El Universo de Guayaquil el 8 de octubre de 1992, año en el que se cumplía el quinientos aniversario del descubrimiento de América. Este texto se basa fundamentalmente en lo que se lee en el ya analizado “Ajedrez Fatal,” si bien es cierto que el documento de Pérez Pimentel no es el único documento del que se sirve. Por ejemplo, también se hace referencia a “Apuntes para la historia de la Lotería,” el apéndice C del libro El hospital de Guayaquil, en el que el historiador local, Julio Estrada Ycaza, remite a la mención que sobre Atahualpa y el ajedrez hace Pascual de Andagoya en su ya conocida relación. En cambio, lo que llama más la atención de esta información es que su autor contrapone los distintos testimonios que avalan la imagen del Atahualpa ajedrecista con el artículo de Olaf Holm, quien fue una figura muy respetada en Ecuador en el círculo historiográfico y que, como se indica en el segundo capítulo, descartaba completamente la posibilidad de que el último emperador inca hubiera practicado el ajedrez. En las dos últimas décadas, y muy especialmente en los años más recientes, la difusión de la imagen del Atahualpa ajedrecista se ha visto tremendamente beneficiada por la radical transformación que ha experimentado el escenario mediático, que se ha vuelto completamente global y ha trascendido con creces los límites de los medios de comunicación tradicionales. La revolucionara irrupción de Internet ha multiplicado casi hasta la enésima potencia las vías de comunicación de masas, lo que ha propiciado la 150
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existencia de unos flujos de información sin precedentes. Esto es, no sólo circula muchísima más información que antes sino que, además, ésta se transmite de manera instantánea y prácticamente sin límites geográficos ni filtros de control o censura. Ahora, cualquier individuo tiene la posibilidad de abrir una página web o un blog personal, de participar en un foro digital, de subir un vídeo en Youtube, de abrir una cuenta propia en Facebook, Twitter, Instagram o cualquier otra red social, y de servirse de todas estas herramientas –gratuitas, para más inri- para divulgar al mundo entero aquello que le apetece, interesa o inquieta. En ese inmenso espacio invisible que es Internet, que además permite la interacción entre quien construye el mensaje y quien lo recibe, Atahualpa aparece vinculado al ajedrez una y otra vez. Es imposible establecer con exactitud cuántas menciones son -en esa indeterminación, precisamente, consiste la infinitud de la red-. Sin embargo, podemos hacernos a la idea de la nueva dimensión con el siguiente ejemplo: una simple búsqueda en Google utilizando las palabras clave Atahualpa y ajedrez remite a más de 48.000 enlaces. Si hasta hace relativamente poco tiempo la construcción del Atahualpa ajedrecista había sido un proceso muy lento y fundamentado en el encadenamiento de contados documentos que habían salido del puño y la letra de reconocidos conquistadores, historiadores y literatos; ahora, en cambio, son un número indefinido de personas anónimas las que, voluntariamente, han tomado el testigo y aportan su granito de arena para que esta imagen siga viva en el presente y no corra el peligro de convertirse simplemente en una cuestión pasada que,
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como tantas otras, esté irremediablemente condenada a caer en el olvido con el paso del tiempo. Por tanto, si se exceptúan esas contadas obras literarias o trabajos historiográficos recientes como los que, a modo de prueba, han sido recogidos en este capítulo, puede observarse que los actuales guardianes de este aspecto tan peculiar y llamativo de la caracterización vigente de Atahualpa son, por norma general, simples aficionados al ajedrez o divulgadores de la historia de la civilización inca que, pese a no ser fuentes de información con reputación alguna a nivel académico, sí cumplen a efectos prácticos un papel tan importante como el que en su día, en contextos muy distintos, pudieron realizar autores sobradamente conocidos como Prescott, Palma o Borges, pues es este goteo continuo de referencias el que dota de solidez a esta imagen que, de tanto ser repetida, ha alcanzado el estatus de verdad entre el gran público. Un obligatorio rastreo por Internet permite comprobar que algo no ha cambiado con la entrada en escena del soporte digital: la influencia de “Los incas ajedrecistas” sigue siendo la misma, ya que abundan –por no decir que son mayoría- las páginas webs que, al relacionar a Atahualpa con el ajedrez, lo que realmente hacen es reproducir a grandes rasgos la trama del relato de Palma, que, como se ha apuntado en algún otro momento de este trabajo, debe su popularidad al decisivo punto de dramatismo que contiene su obra. Son tantos los ejemplos que podrían ser expuestos en las siguientes líneas que estimo que es preferible centrarse en un solo caso representativo, el de la web Ajedrez de Ataque, uno de tantos y tantos espacios en castellano pensados para el disfrute de los aficionados a este juego y que, entre sus muchas secciones, tiene una 152
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dedicada exclusivamente a artículos de diversa índole sobre historias o jugadores legendarios del ajedrez. Uno de esos artículos compilados lleva por título “El Gambito Atahualpa” y la firma de Mario Valverde López (1946-2014), quien, entre otras cosas, fue presidente de la Federación Costarricense de Ajedrez a mediados de la década de los ochenta del siglo pasado.84 En la primera parte de su texto, Valverde sintetiza a grandes rasgos los hechos narrados en “Los incas ajedrecistas,” sin bien es cierto que este divulgador del ajedrez, cuando apunta que los españoles invitaron a jugar a Atahualpa después de que éste los dejara boquiabiertos en la famosa escena de la partida entre Soto y Riquelme, se toma la licencia de añadir algo más: Soto ganó la partida al final y después de este suceso, ambos españoles, Soto y Riquelme invitaban a Atahualpa a jugar, pero generalmente este rehusaba hacerlo porque decía que jugaba muy poquito y cuando lo hacía, parece que su respuesta preferida a la movida 1.e4 era 1…f5¡? dando origen al gambito que lleva su nombre. (“El Gambito Atahualpa”)
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En el juego del ajedrez, se entiende por gambito todo aquel movimiento que se hace al inicio de la partida con la clara intención de sacrificar una figura propia, normalmente un peón, para a continuación lograr una ventaja posicional sobre el tablero.
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Figure 8. Posición de la apertura del Gambito Atahualpa tras el primer movimiento de los dos bandos. Escacsanoubarris.blogspot.com, “Enseñar (y aprender) historia a través del ajedrez I: Atahualpa y Pizarro.”
Esto es, Valverde le adjudica a Atahualpa la sorprendente costumbre de iniciar sus partidas con el llamativo movimiento 1. … f5, el cual, como el propio autor se encarga de subrayar, “es considerado como una de las formas más extrañas, ilógica y antiortodoxa jugada de oposición al peón del rey blanco” (fig. 8). No en vano, lo más lógico es que las blancas, en su segundo movimiento, capturen el peón negro y, por lo tanto, pasen a disponer una leve ventaja material sobre el tablero. Es generalizada la impresión de que este supuesto movimiento inicial característico de Atahualpa sólo puede catalogarse de ficción. Valverde no especifica si el mismo llegó hasta sus oídos a través de otras personas o si, simplemente, es fruto de su imaginación. En su empeño por dar consistencia a este sugestivo aditivo de la imagen del Atahualpa ajedrecista, el autor llega a analizar hasta cuatro posibles variantes de esta apertura, dando pie una de ellas a una posición tras el sexto movimiento que, en su opinión, ni mucho menos es desventajosa para las negras. “En conclusión, ¿el Gambito 154
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de Atahualpa fue producto de una jugada irracional del monarca Inca o no lo fue?,” pregunta finalmente Valverde, quien muestra los estudios que ha hecho sobre esta apertura en partidas que disputó entre 1883 y 2005. Lo cierto es que el conocido como Gambito de Atahualpa que divulgó Valverde aparece registrado en los manuales de ajedrez, aunque no con el nombre del emperador inca sino con el de Oldrich Duras (1882-1957), Gran Maestro Internacional checo que formó parte de la elite mundial de este juego en los primeros años del siglo XX –no volvería a jugar torneos importantes después del estallido de la Primera Guerra Mundial, en la que sirvió al ejército austro-húngaro- y que, además, obtuvo una notable reputación como creador de problemas de ajedrez.85 Aunque no se sabe con certeza, Antonio Gude considera que es de suponer que el propio Duras fuera el creador de esta apertura, que llegó a utilizar en alguna que otra partida seria.
Conclusión Los casos analizados a lo largo de este tercer capítulo, desde una novela tan leída en los últimos años como El Tercer Reich de Bolaño hasta el artículo que un simple aficionado al ajedrez cuelga en una página web, corroboran que el Atahualpa ajedrecista no es una idea pasada, una imagen que fue importante en tiempos pretéritos pero que, en cambio, ha caído en el olvido. Todo lo contrario: ahora más que nunca, y debido fundamentalmente al nuevo escenario que ha propiciado Internet, cualquier persona que esté relativamente documentada sobre la historia del imperio inca
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En dichos manuales, el Gambito Duras aparece también registrado como Defensa Fred [B00] (Tabla de Flandes).
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seguramente vincule de una u otra manera la figura de Atahualpa con el ajedrez, pues eso es lo que ha leído y escuchado repetidas veces y a través de distintas fuentes. Que diversos trabajos historiográficos, películas, obras poéticas, novelas, artículos periodísticos o textos on line hagan referencia de alguna u otra manera al Atahualpa ajedrecista no significa ni mucho menos que todos los documentos que tratan sobre el emperador inca lo hagan. Desde luego, no existe unanimidad al respecto, aunque ya es muy significativo que se encuentren tantas pruebas de que esta imagen está muy viva y que no hay riesgo de que decaiga con el paso de los años. Cuesta creer que la situación actual se habría alcanzado si Ricardo Palma no hubiera escrito “Los incas ajedrecistas” en el tramo final de su extensa carrera literaria. La importancia de esta tradición es capital para esta investigación, ya que dicho relato no sólo consolidó esta concepción de Atahualpa que hasta entonces había ido construyéndose muy lenta y tenuemente, sino que, además, sirvió de referencia e inspiración para muchos que después, con mayor o menor intencionalidad, también recurrieron a esta imagen tan sugerente. Sin embargo, el texto de Palma no goza de una aprobación unánime por parte de todos aquellos que lo han profundizado sobre su contenido. Mientras que se observa que quienes escriben ficción, ya sea poesía, prosa o cine, han seguido implícita o explícitamente su estela, resulta muy llamativo que aquellos que aspiran a reproducir fidedignamente lo que pudo ocurrir en Cajamarca optan, diría que por unanimidad, por desmarcarse de su relato. Semejante disparidad conduce a la siguiente reflexión: “Los incas ajedrecistas,” documento híbrido en el que historia y literatura dialogan sin que 156
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quede claro dónde está la línea que separa a una de la otra, tiene una carga dramática tan grande en su desenlace que atrae como un imán a quienes se dejan llevar por la imaginación pero, por el contrario, genera desconfianza entre quienes aspiran a una narración histórica fehaciente que se ajuste a lo que supuestamente ocurrió y se despoje de todo aditivo inventado. Es decir, su carga pro indígena es tan manifiesta que, por un lado, le permite conectar con quienes están sensibilizados con este tipo de discursos, aunque, por el otro, le deja sin crédito histórico antes quienes se ciñen a los hechos contrastables para validar su hipótesis. Este segundo grupo, con el cual me identifico plenamente, no niega que Atahualpa jugara al ajedrez; simplemente, su referencia no es Palma, sino todos los testimonios escritos que le precedieron. Para concluir y poner el colofón a este apartado, puede que no haya mejor metáfora que la que una vez más sirve el propio ajedrez. Atahualpa, el Atahualpa ajedrecista, es como el rey sobre el tablero. Es la figura más importante de su bando, pero al mismo tiempo es tan frágil que no puede valerse por sí misma y precisa del trabajo de sus escuderos para mantenerse viva. A lo largo de estos casi quinientos años, dicha imagen ha ido haciéndose cada vez más fuerte sobre el tablero. Cada vez está más y mejor protegida. Si en un tiempo pasado se mantuvo en pie fue gracias a piezas de tanto valor como Espinosa, Andagoya, Prescott, Palma o los propios Borges, Lezama Lima y Bolaño. Ellos fueron y son su dama, sus alfiles, sus caballos y sus torres. Sin embargo, y como tantas veces ocurre en el ajedrez real, en la parte final de la partida son los peones, las piezas de menos valor, las que juegan un papel determinante en la suerte definitiva del rey. En esta partida que el Atahualpa ajedrecista juega contra la 157
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inmortalidad, sus peones son todos y cada uno de esos devotos anónimos del ajedrez que, escribiendo una novela aún poco conocida, creando un cortometraje de limitada difusión o, simplemente, escribiendo un modesto texto en una de esas páginas webs a las que un usuario ordinario sólo llega a través de una búsqueda específica a través de Google, mantienen viva, sin saberlo, una imagen que cada vez está más lejos del territorio de las leyendas y, por consiguiente, más cerca de lo que conocemos por real. A estas alturas ya da igual que Atahualpa jugara o no al ajedrez: esa imagen ha sido ya tantas veces recreada que se da por hecha. Y ya no hay marcha atrás.
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CONCLUSIÓN Esta tesina es la culminación de una investigación que, conforme avanzaba y maduraba, iba despejando su horizonte en busca de su propio camino. Eso ni mucho menos significa que el Atahualpa ajedrecista no tenga más recorrido que éste. Todo lo contrario: aún se puede escribir mucho sobre todo lo que envuelve a esta imagen, de ahí que este trabajo, más que establecer una tesis definitiva, tenga la aspiración de ser una referencia o el punto de partida para futuros proyectos que también traten de arrojar más luz en torno a un asunto tan atractivo y poco explorado a nivel académico. Creo conveniente comenzar la recapitulación de las conclusiones a las que he llegado durante este proceso con la misma pregunta que dio origen a mi investigación: ¿realmente jugó Atahualpa al ajedrez? Casi dos años después, considero que ni yo ni nadie está capacitado a día de hoy para responder esta cuestión simplemente con un sí o un no. Partiendo de esta premisa, entiendo que lo más razonable es argumentar que, muy probablemente, Atahualpa tuvo contacto con el ajedrez durante su cautiverio en Cajamarca y que hay indicios que invitan a pensar que es igualmente muy factible que llegara a practicarlo, aunque nunca protagonizando una situación como la recreada por Ricardo Palma en su tradición “Los incas ajedrecistas.” Pese a que existe un gran vacío documental sobre los primeros pasos del ajedrez en América, es lógico pensar que éste fue uno de los diversos juegos con los que los conquistadores españoles consumían su tiempo de asueto en el Nuevo Mundo. Sirva como ejemplo el caso del renombrado conquistador Pedrarias Dávila, quien, según Diego de la Tobilla, llegaba a apostar esclavos en sus partidas de ajedrez en suelo 159
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americano (Friede 152). Teniendo en cuenta que el ajedrez por aquel entonces ya estaba muy expandido en la sociedad española y que, además, varios de los integrantes de la expedición de Francisco Pizarro en el Perú habían gozado de una educación humanística privilegiada –Hernando de Soto entre ellos-, ni mucho menos es descabellado pensar que en la prisión del rey inca se jugara al ajedrez. Nuevamente, no queda más remedio que agarrarse a la especulación, ya que es realmente escasa la información que ha llegado hasta nuestros días sobre los detalles cotidianos que formaron parte de la convivencia de nueve meses que tuvo lugar entre Atahualpa y sus captores. Sin embargo, estas suposiciones ganan mucha consistencia gracias al contenido de la carta que Gaspar de Espinosa envió desde Panamá a la Corte española para trasladar las buenas noticias que le habían llegado del Perú. Puede que para algunos historiadores este documento por sí solo, por lo que dice, por quién lo dice, y por cuándo lo dice, sea suficiente para asegurar con rotundidad que Atahualpa jugó al ajedrez. Desde luego, es verdaderamente significativo que Espinosa hiciera mención a este hecho en la que, muy posiblemente, fue la primera misiva que llegó a España anunciando el éxito de la operación liderada por Pizarro. En cambio, y aun sin negar la trascendencia y la validez histórica de este escrito, creo que hay una serie de matices que hay que tener muy presentes en el análisis de este texto y que, en cierta medida, me inducen a mantener ciertas reservas en cuanto a la veracidad absoluta del mismo. En primer lugar, y al margen de puntualizar que él no fue un testigo de vista, no hay que olvidar que Espinosa era parte interesada en este proyecto, ya que, con el favor de la Corona, había financiado personalmente el intento de conquista del Perú. Al igual 160
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que otros tantos conquistadores, él, o sus informantes, que muy posiblemente fueron los propios Pizarro o Soto, también pudieron haber magnificado este logro a base de retratar un escenario idílico. No hay que olvidar que ésa era la vía más rápida para seguir contando con la bendición de los reyes y, por tanto, para consolidar su posición en el goloso negocio que se abría el Nuevo Mundo. Desde luego, a la hora de presentar el Perú como emplazamiento ideal para asentarse y seguir expandiendo el imperio español, nada resultaba más sugestivo que afirmar que contaban con la colaboración del rey nativo y que éste, encima, era un ser tan brillante y fiable que hasta sabía jugar al ajedrez, con las connotaciones que este último detalle tenía para una audiencia con el perfil del de la Corte. Con esta observación no deseo transmitir la idea de que todos los manuscritos llegados desde América manipulaban o tergiversaban la realidad intencionada, aunque sí es cierto que la crítica actual coincide mayoritariamente en que esas prácticas eran una tendencia habitual entre los conquistadores que se dirigían por escrito a la Corona. Otra posibilidad es que se hubiera producido una confusión lingüística; esto es, que los españoles hubieran visto a Atahualpa jugar a la taptana o a cualquier otro juego inca sobre un tablero y que, por la semejanza de éste con el ajedrez, lo hubieran asimilado al juego español hasta el punto de utilizar su nombre para denominarlo. Es decir, que los españoles utilizaran el término ajedrez cuando realmente se referían al concepto juego sobre un tablero. De esta forma, tendría mucho sentido el argumento que ofrece Olaf Holm cuando analiza el confuso grabado de Guaman Poma: pese a que el cronista
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indígena de educación española menciona que Atahualpa jugaba al ajedrez, lo dibuja junto a un tablero que más bien parece ser el de la taptana. Tanto esta suposición como la anteriormente expuesta son impresiones subjetivas, de ahí que vea necesario puntualizar que la aprobación de la carta de Espinosa como documento definitivo que confirma que Atahualpa jugó al ajedrez depende del criterio o el punto de vista que utilice cada investigador al estudiar este caso. Simple y llanamente, opino que cualquiera de las dos posturas que se pueden tomar en torno a este documento –uno, es suficientemente aclaratorio para afirmar que Atahualpa jugó al ajedrez, o dos, no lo es- son perfectamente entendibles, sin que creo que ninguna deba ser catalogada mejor que la otra. No obstante, la relación de Pascual de Andagoya me hace dudar de mi propia duda; esto es, el análisis a conciencia del fragmento en el que este otro conquistador cita el vínculo entre Atahualpa y el ajedrez me inspira un aire de veracidad que perfectamente podría disipar la prudencia a la que insta la carta de Espinosa. Para empezar, el texto de Andagoya no responde a ninguna urgencia informativa –se dio a conocer en 1545- y la observación que hace sobre la manera en la que Atahualpa se comportaba a la hora de jugar al ajedrez podría concordar perfectamente con la peculiar manera en la que los incas entendían el juego. Dice Andagoya que Atahualpa, cuando jugaba al ajedrez, ponía encima de la mesa vasos de oro y que, ganara o perdiera la partida, éstos siempre iban a parar después a las manos españolas. Primeramente, tengo la impresión de que su apunte se refiere a un hecho verídico porque éste hace mención a una actitud y no a una supuesta y sorprendente aptitud del monarca indígena. En 162
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segundo término, y he aquí lo realmente importante, intuyo que Andagoya, aun sin saberlo, porque ni él mismo seguramente fuera consciente de ello, pone de manifiesto que la forma en la que Atahualpa concebía el juego del ajedrez era diferente a la costumbre española. Mientras que para los invasores se trataba de un duelo con claros tintes competitivos que, además, iba acompañado de apuestas entre los contendientes, para los pobladores del Perú precolombino estos actos formaban parte de sus diferentes rituales. Así las cosas, la entrega de piezas de oro voluntariamente por parte de Atahualpa no era una cuestión de generosidad consustancial a la personalidad del inca, como interpreta Andagoya, sino que más bien respondía al comportamiento que los indígenas seguían cuando jugaban al ayllu. Como explica Ziólkowski al referirse al ayllu, la tradición inca dictaba que el juego no era más que la escenificación de la sumisión pacífica al poder del soberano inca. Los waka, miembros de la elite del Cuzco, simulaban que perdían el juego ante su rey para, de esta forma, simbolizar la entrega que le hacían al líder inca de los territorios que habían conquistado durante sus campañas de expansión para que éste dispusiera de los mismos como creyera conveniente (261). Por tanto, partiendo de la base de que Atahualpa se sentía en manos de Pizarro, sugiero que Atahualpa podría interpretar las partidas de ajedrez de la misma manera que los incas afrontaban sus propios juegos: como un mero ritual en el que, en realidad, no se competía y que, esencialmente, era el procedimiento que seguía para hacerle entrega al jefe español del oro y la plata que había recolectado con la esperanza de que éste lo 163
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recompensara con su puesta en libertad. A mi parecer, esta lectura, muy particular, encaja bien con lo que trascendió de la negociación que Pizarro y Atahualpa mantuvieron durante el cautiverio del segundo. Tal y como reflejan diversas fuentes coloniales, Pizarro le habría prometido a Atahualpa que volvería a ser libre si llenaba una sala de oro y plata, de ahí que estas partidas de ajedrez -y esto ya es una suposición muy personal a raíz del análisis del texto de Andagoya- podrían haber sido el ritual que Atahualpa, fiel a la tradición inca, habría seguido para ir cumpliendo su parte del trato y, de esta forma, estar cada vez más cerca de su liberación. Mientras que los manuscritos de Espinosa y Andagoya me conducen hacia sensaciones encontradas, muchas menos dudas, aunque en un sentido bien distinto, me asaltan al enjuiciar el valor historiográfico de “Los incas ajedrecistas.” Entiendo que la historia que se desarrolla en este relato es producto de la elogiable imaginación de Palma, quien, fiel a su estilo, trata de dar apariencia de realidad a un texto que más bien pertenece al campo de la literatura. En mi opinión, el hecho de que ninguna fuente previa ni siquiera insinuara el contenido de esta narración y que la ambigüedad entre la realidad y la ficción fuera uno de los sellos característicos de las tradiciones de Palma, bastan para concluir que la condena a muerte de Atahualpa no se vio en ningún caso influenciada, como insinúa este autor, por una reacción de venganza ajedrecística del tesorero Riquelme. En cualquier caso, es incuestionable la trascendencia que este relato tiene en la popularización del Atahualpa ajedrecista. Ninguno de los comentarios que hasta ese momento se habían hecho sobre la familiaridad del rey inca con el ajedrez –a saber, 164
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Gaspar de Espinosa, Pascual de Andagoya, Pedro Cieza de León, Antonio de Herrera y William H. Prescott- había conseguido un alcance tan masivo como este texto que, sin duda alguna, marcó un antes y un después en la trayectoria de esta imagen. Una de las demostraciones más claras del impacto que tuvo la historia inventada por Palma es que ésta, directa o indirectamente, se reconoce en buena parte de las referencias de distinta naturaleza -aunque especialmente literarias- que desde el siglo XX han contribuido a mantener muy vivo el condimento del ajedrez en la caracterización que actualmente se hace del personaje histórico de Atahualpa. Gracias a todos ellos, el Atahualpa ajedrecista, la imagen del último emperador inca jugando al ajedrez con los conquistadores españoles antes de que éstos lo condenaran a muerte, está ya tan extendida que ha alcanzado un punto de no retorno. Es irreversible. Está tan fuertemente adherida al imaginario colectivo andino que a estas alturas, y después de tanto tiempo de lenta consolidación, no hay manera de hacerla desaparecer. De una forma u otra, con mayor o menor intensidad o fuerza, la figura de Atahualpa va a seguir estando ligada al ajedrez de manera indefinida. Precisamente, éste es el motivo por el que el debate sobre su autenticidad, aun siendo siempre importante, carece de una trascendencia superlativa. Llegados a este punto de desarrollo, da igual que, en realidad, fuera una imagen creada: son tantas y, en algunos casos, tan influyentes las personas que desde principios del siglo XX la han dado por cierta que a ellos corresponde el honor de haberle concedido a esta figuración el estatus de verdadera. Esto es, la realidad no es necesariamente lo que pasó, sino lo que se termina dando por cierto. 165
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Por tanto, una vez que la cuestión historiográfica ha quedado irremediablemente postergada al rango de asunto secundario y que el largo proceso de formación de esta imagen está definido a partir de la enumeración cronológica de sus principales puntos álgidos, considero que el verdadero interés reside en el uso intencionado y en el significado que dicha figuración ha tenido en dos momentos o períodos muy diferentes durante estos cinco siglos. Así, establezco una clara disparidad entre la utilización interesada que, individualmente, Gaspar de Espinosa y Pascual de Andagoya hicieron de esta representación de Atahualpa –no detecto ese mismo interés en Cieza de León, que era un cronista y no un conquistador propiamente dicho-, y la que, en un sentido bien diferente, se generalizó en las regiones andinas a partir de la publicación de “Los incas ajedrecistas.” Como se ha indicado al comienzo de esta conclusión, Espinosa ensalza el supuesto buen hacer de Atahualpa en el ajedrez para transmitir una idea muy favorecedora de la operación a través de la cual los españoles se habían introducido en el Perú y en la que él estaba directísimamente implicado. La imagen de un rey inca que, entre otras cosas, es capaz de jugar al ajedrez es el mensaje de mayor tranquilidad, confianza y esperanza que podía mandarse desde el Nuevo Mundo hasta España, donde, a partir de estos primeros informes positivos, se premiaría más que bien a los artífices de semejante avance y se organizarían con la mayor celeridad posible nuevas expediciones de refuerzo. No menos intencionada, aunque con un propósito diferente, es la mención que realiza Pascual de Andagoya en la relación que escribe en España y entre sus dos etapas 166
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trasantlánticas. Los términos que utiliza para referirse a lo acontecido en Cajamarca denotan un claro tono de reprobación por parte de este desafortunado conquistador, al que un grave incidente privó de encabezar la expedición triunfal que finalmente lideró Pizarro. Andagoya no tiene reparos en criticar abiertamente la manera de proceder de Pizarro ante Atahualpa, al que, como contraposición, elogia por su ejemplar comportamiento. Es en este punto cuando hace referencia al ajedrez, destacando esa supuesta generosidad del inca a la que antes se hacía referencia frente a la avaricia del capitán español. Tendrían que pasar más de tres siglos, hasta la aparición de “Los incas ajedrecistas,” para que la imagen del Atahualpa ajedrecista volviera a utilizarse intencionadamente. En cambio, en esta nueva etapa, vigente hasta el tiempo presente, el motivo y la finalidad de dicho uso es diametralmente opuesto. Atahualpa, como también sucede con Andagoya, aparece retratado como víctima, aunque, obviamente, las connotaciones que esta representación adquiere en el Perú contemporáneo van mucho más allá de las intenciones que tuvo el conquistador español. A partir de Palma y su memorable relato, la injusticia que sufre Atahualpa a través del ajedrez es la metáfora en la que se resume y escenifica el lamento, la denuncia o la rabia que muchos andinos, e hispanoamericanos en general, sienten por la conquista española del imperio inca y por la consecuente destrucción de la antigua civilización en la que reconocen sus orígenes más remotos. Éste es, por tanto, el uso que hacen de esta tradición de Palma aquellos cuya identidad está marcada por ese resentimiento y que igualmente hacen suyo un discurso 167
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claramente postcolonial. La complejidad consustancial a un hecho histórico de tanta magnitud como fue la caída del imperio inca a manos españolas queda esquematizada en su más pura esencia gracias a la brevedad y a la claridad argumental de un relato que justamente fue ideado para avivar estas emociones. De esta forma, el Atahualpa ajedrecista que propone Palma, esa versión que tan masivamente ha sido secundada ¡qué más da que fuera inventada!-, es un icono; es el símbolo de una injusticia, de un pasado abruptamente roto y de una dolorosa pérdida irreparable que, gracias, entre otros motivos, a la incuestionable fuerza de esta imagen, no ha caído en el olvido. Sobre el papel, cuesta creer que el Atahualpa ajedrecista siguiera siendo un asunto tan profundo hoy en día si Palma, ya en las postrimerías de su larga y prolífera carrera literaria, no hubiera sentido la necesidad de escribir una historia con una carga pro indígena y nacionalista tan manifiesta. Desde luego, esta aseveración puede sonar algo desproporcionada en primera instancia, pues nunca se sabe qué hubiera pasado si éste no hubiera sido el curso de los acontecimientos. Sin embargo, es innegable que sólo un intelectual del perfil de Palma podría haber compuesto una narración como ésta. Y Palma, en aquel Perú de finales del siglo XIX y principios del XX que avanzaba hacia la creación de su propia identidad nacional, era un personaje casi único en su país. Sólo alguien que había leído tanto y que había bebido tan frecuentemente de esa riquísima fuente de información que era la tradición oral, podía dar forma a un relato de estas características, en el que el pasado, la curiosidad que despertaba visualizar a Atahualpa jugando al ajedrez, y las inquietudes que vivía el Perú en aquel momento se daban la mano de manera tan genial. 168
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Sin duda, un estudio más específico sobre las circunstancias que rodearon la aparición de esta tradición y las reacciones más inmediatas que se produjeron podría aportar una valiosa información complementaria. Se me antoja especialmente interesante poder indagar sobre la manera en la que esta historia se interpretó en sus inicios; es decir, conocer, en la medida de lo posible, si el texto de Palma fue concebido como un relato fiel a la realidad –en ese supuesto, su impacto habría sido extraordinarioo si, por el contrario, ya desde sus primeros días de existencia fue recibido como un texto eminentemente ficcional. Llegados a este punto, una nueva pregunta entra en escena: ¿es preciso seguir tildando a la imagen del Atahualpa ajedrecista de leyenda, como ha sido habitual? Si nos atenemos a la definición que recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua, por leyenda, en primer término, se entiende la “(n)arración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición,” mientras que la segunda acepción recogida habla de “(r)elato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración.”86 Tomando estas ideas como referencia, concluyo que “Los incas ajedrecistas” sí debe catalogarse como una leyenda, pues su trama carece de visos de veracidad. Sin embargo, eso no quiere decir que el resto de versiones que han aparecido en torno a la vinculación de Atahualpa y el ajedrez deban recibir la misma consideración. Es más, abogo por que la impresión emitida por Gaspar de Espinosa, Pascual de Andagoya y Pedro Cieza de León no sea considerada como leyenda, ya que las reservas que se puedan surgir acerca de la total credibilidad de estos testimonios no
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dejan de ser apreciaciones particulares que, en ningún caso, tienen entidad suficiente como para negar la veracidad de estos documentos. Mientras que la crítica es más unánime a la hora de tildar la obra de Palma como eminentemente literaria, no hay manera de demostrar que estos tres conquistadores, aun no siendo testigos de vista, se inventaran, juntos o por separado, que Atahualpa jugó al ajedrez. Esta última reflexión puede sonar contradictoria respecto a lo apuntado unos párrafos más arriba, pues, por un lado, se afirma que, en el caso de la carta de Espinosa, puede haber indicios que inviten a la prudencia, y por el otro se manifiesta que no hay manera de demostrar que lo que dicen él, Andagoya y Cieza de León no es cierto. Esta confusa situación es consecuencia inequívoca de la carencia de manuscritos que testifiquen detalladamente la manera en la que el ajedrez fue introducido en el Nuevo Mundo. Es un proceso que se prolongó durante muchos años y del que se sabe muy poco, casi nada. Por decirlo de otra forma, más bien se intuye o imagina. Habida cuenta de cuál es la situación, no hay que pasar por alto un dato realmente llamativo: dentro de esta escasez documental generalizada, el asunto del que se conocen más referencias es, precisamente, éste que trata del vínculo entre Atahualpa y el ajedrez. ¿Significa eso entonces que sí ocurrió? ¿Significa justo lo contrario? Aun siendo un tema apasionante, no creo recomendable limitar la llegada del ajedrez a América con la figura de Atahualpa. Obviamente, en esta posible tendencia influye que se trata, ni más ni menos, que del último emperador inca, una de las máximas figuras de toda una civilización que justo a partir de su muerte dejaría de ser lo mismo. Sin embargo, hay, al menos, otro caso que también es sumamente atractivo y que 170
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tampoco está resuelto por completo. Se trata del enigmático final de la vida del ajedrecista Ruy López de Segura, clérigo muy cercano a Felipe II que, además, estaba considerado como uno de los mejores jugadores europeos, y por tanto del mundo, a mediados del siglo XVI. Su desenlace aún es un auténtico misterio, ya que lo único que José Antonio Garzón, Josep Alió y Miquel Artigas pudieron sacar en claro de su investigación conjunta es que él tenía los papeles en regla para embarcarse desde Sevilla con rumbo al Perú (161). En cambio, ahí se pierde su rastro, sin que esté claro si llegó finalmente a América o si, por el contrario, se quedó en España. Poder reconstruir lo sucedido en los últimos años de su vida es un reto tan complicado como apasionante. No sólo se trata de esclarecer lo que pudo haber ocurrido con uno de los grandes referentes del ajedrez moderno, pues la posibilidad de que hubiera finalmente arribado al Perú da pie a una serie de conjeturas muy sugestivas sobre la expansión del ajedrez en este territorio.
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