Story Transcript
La Catedral de León Guía didáctica para la visita virtual
A la Catedral de Santa María de León se la conoce como la Pulchra Leonina, expresión en latín que todos entendemos se refiere a su belleza, de la que muy pronto vamos a disfrutar de una manera distinta.
Esta historia comienza en el año 916. Aún estaba asentándose la Corte tras el reciente traslado de la capital del Reino desde Oviedo a León, cuando el rey Ordoño II, en agradecimiento por la victoria en su batalla contra los árabes en San Esteban de Gormaz, cedió el terreno que ocupaba su palacio para edificar la Catedral. Este palacio se había construido sobre las antiguas termas o baños romanos, de los que disfrutaron los soldados de la Legio VIIª Gemina.
Así pues, no es ésta que vemos la primera Catedral que se construyó en León. Ni siquiera la segunda. Antes hubo otras dos más antiguas, una prerrománica, del siglo X, y otra románica, consagrada en 1073, es decir, del siglo XI. Hoy nada podemos ver de ellas, pues sus restos están enterrados bajo la actual.
La decisión de renovar el viejo edificio románico debió tomarse siendo obispo don Manrique de Lara, entre 1181 y 1205 en que murió, con el apoyo del último monarca leonés, Alfonso IX. El edificio de estilo gótico que hoy vemos, sin embargo, empezaría a construirse con los reinos de León y Castilla ya unificados, en 1230. A mediados del siglo XIII estaba construida la cabecera, y con el apoyo del rey Alfonso X el Sabio se finalizó la mayor parte del templo. Se hizo en un tiempo muy corto para entonces, unos sesenta años, siguiendo los modelos de las mejores catedrales francesas de este estilo, como las de Reims y Amiens. Quedaron, sin embargo, algunas obras pendientes, que se fueron terminando poco a poco, como las vidrieras, que no se acabarán hasta el siglo XVI.
Ante su fachada principal, que mira a Occidente, admiramos sus torres, distintas y un poco más alta la Sur o “del Reloj”, a nuestra derecha, de 67,8 m del altura y cuya base es del siglo XIII, aunque el piso superior y su remate calado se construyeron en el siglo XV. La torre Norte o “de las Campanas”, más maciza, es un poco más baja, con 64,6 metros de alto. Esas campanas y ese reloj, además de dar las horas, servían para avisar a los vecinos de León del inicio de las misas y de otros acontecimientos importantes. Los distintos toques de campana significaban cosas distintas, que la gente reconocía. Vamos, un poco como el Internet de la época…
Entre las dos torres vemos el cuerpo de la nave mayor, en el que se abre una gran ventana circular con radios, que llamamos rosetón. Si bajamos la mirada, ante nosotros se muestran tres portadas que nos invitan a entrar. La de la izquierda está dedicada a san Juan Bautista, y la sur o de la derecha, a san Francisco. La central, más amplia, se conoce como de la Virgen Blanca o del Juicio, porque en el pilar que divide el acceso -llamado parteluz- nos observa sonriente la imagen de la Virgen Blanca, patrona de la Catedral (en
realidad es una copia, el original lo veremos en el interior). Sobre ella está el gran tímpano con relieves que representan el Juicio Final, con los condenados que se han portado mal a un lado y los justos que han sido buenos al otro, entre Cristo Juez.
Entre las puertas de la Virgen y san Francisco se celebraban también otros juicios. Esto ocurría ante un pilar muy antiguo con un león y un castillo grabados en él, y la inscripción Locus Apellationis, que en español significa lugar de apelación. Y es que la Catedral era sobre todo un lugar para el culto religioso, pero también servía para actos civiles y sociales. En este sitio en concreto, se venía a “apelar” ante un juez superior cuando un condenado no estaba conforme con una sentencia anterior. Por eso, ante el pilar, vemos la figura de un rey con el cetro o bastón de mando.
Estas tres portadas ya nos anuncian que el edificio tiene tres naves, es decir, que la parte reservada a los fieles está dividida en tres espacios, más ancho y elevado el central, como comprobaremos en el interior. Fijémonos que los arcos de las portadas son agudos. Se llaman arcos apuntados, y son un elemento característico del estilo gótico.
Si pudiéramos elevarnos como un pájaro, desde el aire veríamos que el edificio dibuja la forma de una cruz. Es lo que llamamos planta de cruz latina, con las tres naves rematadas por la cabecera, y otra nave transversal que llamamos transepto. Siendo muy bella, la de
León es una catedral relativamente pequeña. Entre las portadas que dan a la Plaza de Regla y la cabecera, tiene una longitud de 90 metros, más o menos la del césped de un campo de fútbol.
La fachada del transepto que mira al Sur, frente al Palacio del Obispo, tiene también un rosetón y tres portadas. La central está dedicada al santo patrón de León, San Froilán, cuya estatua vemos en el parteluz. Toda esta parte tuvo que ser desmontada y vuelta a montar durante una gran restauración, a finales del siglo XIX.
Si continuamos nuestro recorrido exterior, la gran cabecera nos muestra cómo se escalonan las capillas abiertas a la girola y la capilla mayor. Comprobamos aquí cómo esta Catedral, que es poca piedra y mucho vidrio, es frágil en ambos materiales, pues la piedra caliza que se usó para su construcción se deshace fácilmente con los duros inviernos leoneses.
Fijémonos en los elementos de piedra, porque vamos a ver algunos de los que mejor definen la arquitectura gótica. Entre los ventanales, tanto los más pequeños de las capillas como los grandes del ábside, vemos una especie de pilastras que se llaman contrafuertes, y sirven de refuerzos del muro. Sobre ellos parten unos arcos, llamados arbotantes, que
contrarrestan el peso de las bóvedas. Sobre los arbotantes hay unas piezas decoradas, conocidas como pináculos, que con su peso ayudan a que el edificio se sostenga, además de ser muy decorativas. La arquitectura es un poco como los castillos de naipes, ¡hay que buscar siempre el equilibrio! Veremos una combinación de esos tres elementos contrafuertes, arbotantes y pináculos- en todo el edificio.
Ya en el interior, nos sorprenderán los grandes ventanales. La mirada se nos va hacia las alturas casi sin querer. Apenas hay piedra, los muros sólo están presentes en las partes bajas de las naves laterales, el resto es cuestión, como acabamos de decir, de equilibrio. Y es que si algo define a la Catedral de León es su ligereza. Todo parece dispuesto para que la luz atraviese las vidrieras multicolores y cubrir los espacios es todo un desafío. Las bóvedas, que así se llaman las cubiertas de piedra, son aquí de crucería, nombre que viene de los dos nervios que las sostienen, que al cruzarse dibujan un aspa o cruz.
Las vidrieras, auténtica joya de este templo y que lo hacen mundialmente famoso, ocupan una extensión de más de 1.800 metros cuadrados. Es la mayor y mejor colección de este arte en España, y uno de los monumentos más importantes de Europa. Se distribuyen en tres pisos. En el bajo, que corresponde a las naves laterales, distinguimos temas vegetales y el mundo de lo terrenal. En el piso medio, las pequeñas ventanas del pasillo que llamamos triforio nos muestran escudos de familias nobles y provincias. En el piso alto se muestran escenas de la Historia Sagrada, del Antiguo Testamento en las del muro Norte, y del Nuevo Testamento en las del Sur. En la vidriera central de la cabecera se representó la genealogía de Cristo, es decir, sus antecesores. Justo en el otro lado del templo, es decir, en
el rosetón occidental que antes vimos desde la Plaza, está la Virgen María con el Niño Jesús rodeados de ángeles. Según se va moviendo el sol a lo largo del día, van cambiando las vidrieras que destacan sobre las demás. Casi podríamos decir que estas vidrieras son el primer cine…
Volviendo la mirada al interior, fijémonos en los pilares que separan las tres naves en las que se divide el espacio, siendo como dijimos más ancha y alta la central, con aproximadamente 30 metros. En ella, ante nosotros, se sitúa el coro, es decir, el espacio reservado a los canónigos donde se sentaban para rezar y cantar, en una serie de asientos de madera que llamamos la sillería del coro. Ésta es una obra gótica excepcional, en madera de nogal, tallada en la segunda mitad del siglo XV por los artistas Juan de Malinas y Copín. Está dividido en dos partes, dibujando sendas “eles”. El costado sur se llama “coro del Obispo”, porque en él tenía éste su asiento, mientras que el lado norte se conoce como el “coro del Rey”, ya que en él tiene una silla reservada el monarca.
El coro, rodeado por muros laterales y el trascoro, con un arco que nos permite ver el altar mayor, no siempre estuvo aquí. En origen se situaba ante la cabecera, siendo trasladado donde hoy lo vemos en el siglo XVIII.
Si hacemos el recorrido por la nave norte, a nuestra izquierda, llegaremos hasta el transepto, la nave transversal que dibuja el travesaño de la cruz. Atravesando la puerta
que se abre aquí, ahora cerrada, se pasaba al claustro, patio rodeado de galerías porticadas, que en León se colocó al Norte de la iglesia. Observaremos al interior los otros dos rosetones, y podremos disfrutar de una visión general de la iglesia. También nos fijaremos en los sepulcros que hay en los muros, donde están enterrados algunos obispos de León, como el magnífico de Martín Rodríguez, que antes lo fue de Zamora.
Continuando la visita, llegamos a la cabecera, la parte más importante del edificio, siempre situada mirando hacia el Este, por donde sale el sol. Tras el altar mayor se sitúa el gran retablo, con pinturas del gótico final obra del maestro Nicolás Francés, realizado en el siglo XV.
Como en muchas catedrales góticas, podemos rodear la capilla mayor -donde está el altar principal- a través de un pasillo llamado girola o deambulatorio. A él se abren capillas, cada una con su altar y dedicadas a un santo. Pasamos así ante la de Santa Teresa, la del Nacimiento (con un bellísimo Belén de madera pintada), Nuestra Señora de la Esperanza y la situada en el centro. Nos detendremos en ella y admiraremos sus ventanales, que nos muestran unas bellísimas vidrieras con el tema del Nacimiento de Jesús y la Adoración de los pastores. Fueron realizadas por el maestro Rodrigo de Herreras en 1565, en estilo renacentista. Hoy está dedicada esta capilla a la Virgen Blanca, desde que en 1956 el escultor Andrés Seoane hizo una copia de la imagen original de la patrona -esa que vimos en el parteluz de la portada central occidental- y trasladase aquí la original, magnífica escultura en piedra de la Virgen con el Niño, de tamaño mayor que el natural.
Frente a esta capilla, en el muro que envuelve el altar mayor, vemos el sepulcro del rey Ordoño II. En él nos llaman la atención las pinturas que adornan sus esculturas, algo que era habitual, aunque en muchos casos no se ha conservado la policromía.
Si seguimos el recorrido, pasamos ante las capillas de San Antonio, de Santiago y San Clemente (que da paso a la sacristía), del Crucifijo y de Nuestra Señora del Carmen. Y continuando el recorrido, volveremos al transepto, esa vez por la nave del Sur.
Antes de irnos, llamará la atención de los más curiosos un extraño objeto, oscuro y de aspecto almendrado, que cuelga sobre el cancel de la puerta de san Juan, proyectando su sombra en el muro interior de la fachada. Cuenta la leyenda que se trata de la piel de un enorme y maligno topo, que destrozaba por la noche los cimientos que construían los operarios de la gran catedral gótica. Hartos de ver su trabajo deshecho, le tendieron una trampa y dieron caza, colgando su pellejo relleno de paja sobre la puerta, quizás como advertencia. Es, por supuesto, una leyenda, y la supuesta piel de topo no es sino el caparazón de una tortuga laúd, especie marina que puede alcanzar hasta los dos metros de longitud y casi la tonelada de peso. Pero detrás de las leyendas muchas veces se esconde una forma fácilmente comprensible de contar una verdad, en nuestro caso explicando la debilidad de los cimientos de la iglesia por lo poco consistente del terreno.
Y otra vez en el exterior, admiraremos de nuevo la belleza y armonía de la sinfonía de pináculos, vidrieras y esculturas, que hacen de la Catedral de León uno de los más bellos y frágiles templos góticos de Europa, siempre necesitado de restauraciones y cuidados. Por estas razones, fue el primer edificio de España declarado por las autoridades como Monumento Nacional, en el año 1844. Durante la segunda mitad del siglo XIX, hasta 1901, la Catedral estuvo cerrada, pues llevaron a cabo grandes obras de restauración, en las que incluso tuvieron que desmontar y volver a construir algunas partes. Aún hoy día es frecuente verla llena de andamios, las muletas de esta vieja dama.