La melancolía cervantina y su expresión en Thomas Pynchon

La melancolía cervantina y su expresión en Thomas Pynchon Ana Rull Suárez UNED Hay una serie de coincidencias muy reveladoras en la obra de Pynchon q

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La melancolía cervantina y su expresión en Thomas Pynchon Ana Rull Suárez UNED

Hay una serie de coincidencias muy reveladoras en la obra de Pynchon que subraya la importancia del modelo cervantino, y el tema de la melancolía es uno de los más destacados. Si el autor español, en la primera crisis de la modernidad, supo captar de manera extraordinaria la sublimación de la melancolía renacentista y trascenderla hasta convertirla en «la melancolía específica de la modernidad», en palabras de García Gibert (1997:83), Pynchon muestra en sus obras, y especialmente en la novela Against the day (Contraluz),1 la melancolía específica de la posmodernidad. El escritor norteamericano multiplica en esta obra los personajes (más de cuatrocientos), viajes, fantasías y sueños en una complicada historia donde actualiza la segunda modernidad, iniciada a fines del xix, a través de un mundo obsesionado por la ciencia, la técnica, la luz, el estudio de la naturaleza y la necesidad de nuevas formas de trascendencia ante un universo que se desintegra y donde la expresión de la melancolía recorre todas sus páginas. Incluso hay una recuperación ficcional del mundo renacentista y barroco, de su pensamiento, arte y ciencia, como experiencia que viven los personajes para mostrar cómo se superponen esos mundos tan distantes pero coincidentes en manifestar el fin de una época optimista y el inicio de una nueva civilización. En esta novela de Pynchon el desengaño y el nuevo orden están marcados por la primera guerra mundial, símbolo de la definitiva caída de las ilusiones del hombre en su ciencia, sus ficciones y su pensamiento tradicional que se había iniciado en el Renacimiento. En trabajos anteriores hemos ido estudiando las relaciones entre Cervantes y Pynchon y la importancia de determinados temas, como la luz, los objetos ópticos, las visiones y sueños como condicionantes de la personalidad de los protagonistas de su obra. Ahora intentamos mostrar que gran parte de 317

1 Citamos por la edición española (2010).

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2 Fueron impartidos en los años 1951-52 en la Universidad de Harvard, precisamente uno de los lugares donde transcurre la ficción.

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esos temas y motivos tienen como última intención expresar la melancolía y hacerlo con los rasgos de estilo que caracterizan a Cervantes y a Pynchon, con la ironía y el humor. Gracias a esa forma de enfrentarse al drama humano, que en la obra de Pynchon supone un auténtico despertar del sueño optimista de la ciencia, con la conversión en tragedia de lo que se consideraba hasta el momento el mayor descubrimiento sobre la luz entre los ingenuos idealistas. La ficción se inicia a fines del xix, cuando científicos y pensadores sentían la felicidad de haber encontrado la mayor fuente de energía para iniciar una nueva civilización, con la que el hombre pudiera ser más feliz, y termina con la desolación de la primera guerra mundial. También el lugar utópico, la ciudad de la luz, a la que todos trataban de llegar, como la nueva Jerusalén en la tierra (Shambala), se desvanece dejando como lección que no hay nada fuera del individuo que pueda procurar su felicidad y que ni los ideales ni las utopías existen. Incluso la idea de mujer diosa, proyección de la divinidad en luz, y difícilmente asequible, tal como explica una seguidora de las teorías órficas, puede corresponderse a la creación íntima de Dulcinea por don Quijote. Toda la novela de Pynchon resulta también un canto a la luz y a cuanto ella representa para terminar en las más oscuras sombras de muerte conseguidas con esa misma luz mal utilizada. La obra, en lugar de estar expresada en forma de tragedia, como en último término podría interpretarse, se desarrolla mediante juegos de humor, de burlas, de distorsiones de la realidad, de mofa de las doctrinas y de los personajes de manera que el dolor humano se atempera y todo el esfuerzo de los investigadores, científicos y pensadores es visto también desde el lado grotesco y alejado de la realidad. La ironía de Pynchon, como la de Cervantes, es la respuesta de un creador a una sociedad que ha visto desmoronarse los principios que sostenían la integridad del ser humano para dejarle abandonado a su relativismo inestable. La coincidencia en los dos autores no solo procede de la posible afinidad de las dos épocas. Hay coincidencias demasiado extrañas como para pensar en casualidades. Un hecho fundamental es que Pynchon asistió a los cursos de Nabokov sobre el Quijote y muy posiblemente pudo conocer la importancia del tema de la melancolía en Cervantes a través de su maestro.2 Sabemos que Nabokov, figura de gran influencia en la época (aun siendo muy polémico su curso), se fijó especialmente en este tema para subrayar la melancolía del personaje. El capítulo XLIV de la Segunda Parte (cuando el caballero se queda 318

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solo en las estancias de los duques, sumido en la mayor tristeza y soledad) fue uno de los que más le impresionaron. Le resultaba «uno de los episodios más intensos y admirables» y el punto de inflexión de la obra en la evolución de la melancolía del personaje (Nabokov 1987:100). Destacaba Nabokov en su comentario que a don Quijote le embargaba «un anhelo nostálgico sin objeto» lo que le provocaba una tristeza sin causa conocida e imposible de definir. Realmente todo el libro rezuma melancolía que se hace más profunda (y menos colérica, de acuerdo con las tesis de las dos posibilidades de melancolía) según avanza la historia del caballero. Podemos recordar que no es este el único momento en que aflora la melancolía en el personaje. El «caballero de la Mancha» enseguida es visto por su escudero como «el caballero de la Triste Figura» y así decide él mismo hacerse llamar y pintar en su escudo «una muy triste figura» (I, 19). En ocasiones, la melancolía aparece asociada a la dificultad para trazarse un camino en la vida (propio de caballeros andantes, aunque don Quijote se decanta desde el principio por seguir las locuras «malencónicas» del Amadís y no las furiosas de Orlando); en ocasiones, su melancolía se frena, nos dice el autor, cuando el caballero vuelve a la acción (I, 21); otras, la melancolía se debe a la soledad, como se explica en el capítulo tan atractivo para Nabokov (II, 44); otras, al excesivo pensar (II, 3) o al miedo (II, 18) pero al fin termina por hacerse él mismo una figura melancólica hasta apoderarse de él la enfermedad que da fin a sus ilusiones y a su vida. Pero no solo el protagonista es melancólico. El propio Cervantes en el prólogo («el melancólico se mueva a risa») y en El Viaje del Parnaso («yo he dado en Don Quijote pasatiempo / al pecho melancólico y mohíno») consideró que su obra debía hacer reír al lector y él mismo se mostraba en el prólogo a Don Quijote en actitud melancólica «con el codo en el bufete y la mano en la mejilla». Además del protagonista otros personajes de la obra están también señalados por la melancolía, como la princesa Micomicona (I, 29), el triste galeote encadenado (I, 22), Luscinda (I, 28) el canónigo (a quien le ofrece el caballero libros de caballerías para curar su melancolía; I, 50) e incluso el propio Sancho, que en una ocasión aparece «con melancólico semblante» (I, 37). También los espacios solitarios, la música (II, 36), los ríos (II, 23), algunos gobiernos (II, 13) y hasta el propio Rocinante, que en más de una ocasión se muestra «melancólico y triste con las orejas caídas» (I, 43), participan del mismo estado de ánimo del protagonista. Habría que recordar también 319

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que la locura inicial de Alonso Quijano se debe al insomnio por la lectura, y ya Robert Burton (1997 [1621]:248) había considerado «el no dormir» como causa de la melancolía. En Pynchon, y de manera especial en esta novela Against the day, hay una extraña preferencia por señalar la melancolía, tanto para describir el estado de ánimo de los personajes como el paisaje (con especial predominio del otoño y atardecer), con los colores crepusculares (violeta, naranja), la música (acordeón), las canciones (tangos) e incluso las leyendas introducidas por el narrador (p. 1037). Todo el libro está teñido de ese sentimiento que invade las vidas y los diferentes espacios por donde transitan los personajes (ciudades, montes, valles). Y precisamente ese mismo anhelo y tristeza del Quijote, del que hablaba Nabokov, envuelve a la mayoría de personajes de Against the day. Además en la obra de Pynchon hay razones muy importantes para considerar la melancolía consecuencia de diferentes factores que se integran en los personajes y que coinciden con los establecidos por los tratadistas de la época cervantina, o forman parte de la cultura del Seiscientos o han sido estudiados en nuestros días como propios de aquellos siglos. Los factores que permiten establecer las relaciones entre los autores, y que tienen una presencia significativa en la obra de Pynchon para interpretar y justificar la melancolía, se pueden concretar en los siguientes: la importancia del elemento judaizante; la preocupación por la ciencia y el estudio; la capacidad imaginativa y fantástica de los personajes como si estuviesen tocados por la genialidad de Saturno; la forma de mirar como condicionante para interpretar el mundo, y el cristianismo. La coincidencia en los dos autores proviene de utilizar la ironía para tratar el tema y conseguir así una burla de lo que parece más serio. La ciencia, el interés por la luz y todas sus consecuencias, y el mismo esfuerzo de los viajeros, que recorren los cinco continentes en busca de un ideal nunca descrito ni visto, están expresados bajo un prisma de esfuerzo y abnegación y otro de humor, con lo que el resultado final es esperanzador pese a las consecuencias de la guerra mundial, en este caso. Nos parece de gran interés la relación entre ironía y melancolía señalada por Gurméndez (1990) y aceptada para la obra de Cervantes por García Gibert (1997:130-134), cuando afirma que «el tono de la melancolía cervantina no parece (...) traducir una postura despechada, reticente ante la vida (...) sino una actitud de índole más sabia que podríamos calificar (...) como irónica». 320

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El estudioso aporta informaciones relativas al Romanticismo, a Kierkegaard, a Luckács y a Kristeva para quienes la ironía se interpreta, en palabras de Gurméndez (1990:67), como «el lenguaje del melancólico». Esta misma identificación se puede encontrar en la visión del mundo y de los personajes que proyecta Pynchon en la obra. Es constante en las más de 1300 páginas de la novela norteamericana el uso del término melancolía para caracterizar personas, ambientes, colores, músicas y estados de ánimo. Los personajes más importantes del relato se caracterizan por su soledad, capacidad imaginativa, ensimismamiento, facultad de trasladarse a diferentes tiempos y espacios, deseo de saber, de buscar algo que sienten han perdido o que no saben definir ni menos atisbar dónde se encuentra. Su carácter viajero les permite expresar esa constante búsqueda que nunca queda definida pero que constituye el eje dramático de las acciones y cuya respuesta no podía ser otra que la ironía o el humor por parte del narrador para no caer en la completa desesperación puesto que la mayor insatisfacción de los personajes procede de sí mismos. Teniendo en cuenta el gran conocimiento del humanismo y de los siglos xvi y xvii que expone Pynchon aquí, visible en las citas de Dante, en el interés por el neopitagorismo, por el orfismo (recuperado por Ficino para Europa), por Botticcelli, por los espejos, y los fenómenos de la refracción, manifiesto en múltiples detalles, sobre todo en las leyendas sobre los espejos venecianos, las referencias a mapas de esa época, las ilusiones ópticas (como las desarrolladas por Athanasius Kircher), las interpretaciones de las pinturas de El Bosco, Brueghel (p. 691) Tiziano y Tintoretto (pp. 722 y 1064), Mantegna (p. 900), la obsesión de ciertos personajes por comprar antigüedades de esa época, por los viajes utópicos, e incluso la coincidencia con alguna de las descripciones que realmente representan la ciencia del Seiscientos (Kepler), no puede resultar extraño que Pynchon recogiese de ese momento cultural la característica más importante para sus personajes, como la melancolía. Además, hay también una preocupación de los personajes por encontrar de nuevo el secreto de los neopitagóricos, la música original de Orfeo y se habla de las sociedades secretas de carácter teosófico (que tuvieron extraordinario desarrollo a finales del siglo xix, en la que se podría denominar segunda modernidad), a las que pertenecen, por ejemplo, los personajes Neville y Nigel (p. 279) y hay un deseo de fundir lo oriental y occidental en una nueva síntesis espiritual y cultural como la que intentó a finales del xv la escuela de Florencia. 321

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Sin embargo, esta melancolía que conforma los personajes y tiñe los ambientes de la obra está corroborada especialmente por el elemento judío, el mundo de la ciencia y la capacidad imaginativa, que ya estaban presentes en los tratados de melancolía de la época de Cervantes. Entre los estudiosos de la melancolía del Seiscientos, sobre todo Robert Bartra (2001) y sus precedentes R. Klibansky, E. Panofsky y F. Saxl (1991), así como el más reciente y ampliado de Lászzló F. Földényi (2008), se ha destacado la relación entre el pueblo judío y la melancolía, tema de gran interés para la obra que nos ocupa. En este sentido, los primeros trabajos que relacionaban el tema judío y la melancolía se dirigieron al estudio de los conversos españoles y su influencia en la creación de personajes afectados por la enfermedad. Américo Castro (1948) y Marcel Bataillon (1964) fueron los primeros en especular sobre esta relación que, según Bataillon (1964:54), sería «imposible encontrar fuera de España esa singular sensibilidad» porque «si no fue creación de los conversos y judíos peninsulares, fue de su particular agrado y tal vez recobró gracias a ellos nueva resonancia». Por su parte, Américo Castro (1964:578) consideraba que los judíos vivían una trágica contradicción entre la huida y el ocultamiento: y esa contradicción vivida por estas almas —de sentirse a la vez ciudadanos y forajidos que habían de andar a sombra de tejados—, está latente y patente en esa melancolía que transmiten los textos. Lo cierto es que la reivindicación de la melancolía que, a partir de Ficino, tuvo lugar en toda Europa, en España se pensó que era más profunda por la psicología propia de los conversos españoles pero ya se ha visto que la relación entre melancolía y la condición del pueblo judío no era una consideración exclusiva española. Por su parte Bartra señaló diferentes autores que, desde el siglo xv, ya identificaban, y hacían extensivo a los diversos países, la melancolía como una enfermedad propia del pueblo judío. Desde muy pronto se había considerado a los judíos como melancólicos por vivir bajo el signo de Saturno, como escribió Johannes Reuchlin en 1494 (De verbo mirifico) pero también se asociaba su tristeza al miedo provocado por las heridas y opresiones del exilio, tal como señaló Isaac Cardoso, en 1679 (Las excelencias de los hebreos), y recordó Bartra (2001:102). Este estudioso, además, consideró que los primeros tratados de medicina escritos en España, en el siglo xvi, como los de Andrés Velásquez (Libro de la melancolía) y de Huarte de San Juan (Examen de ingenios para las ciencias), eran obras debidas a autores con ascendientes judaizantes. 322

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Lo cierto es que la enfermedad estaba extendida por toda Europa, como han apuntado R. y M. Wittkover (1988:105) y permitía construir personalidades melancólicas, unas ciertas y otras artificiales: «En el siglo xvi una verdadera ola de conducta melancólica barrió Europa». El tema tiene extraordinario interés porque en la novela de Pynchon los cuatro hijos del minero asesinado, Webb, cuyo apellido Traverse se considera judío, son protagonistas del éxodo por los cinco continentes. Pero también declaran su ascendencia judía bastantes personajes más, que se van encontrando y desencontrando durante la novela y, curiosamente, todos presentan los mismos síntomas que los hijos de Webb. En apoyo de esta consideración hay también en la novela referencias a historias acaecidas con judíos (p. 213), a leyendas sobre exiliados errantes del siglo xvi, a capitalistas muy cercanos a los judíos del siglo xx y se cita al escritor francés Eugène Sue, cuya obra El judío errante (1844) recoge la leyenda de origen medieval que fue divulgada en diversas versiones desde el siglo xvii y constituyó tema de diversas composiciones en música, cine y literatura de los siglos xix-xx además de ser protagonista de relatos de Borges, García Márquez o Mircea Eliade. El protagonista, condenado a vagar eternamente, sin poder encontrar nunca la paz, conforma la identidad de muchos personajes de Pynchon y no solo de los protagonistas, y de sus intereses personales. Las capacidades especiales de los hijos del minero parece que proceden, no del signo bajo el que nacieron, que no se cita, sino del lugar especial donde vivieron, un lugar de extraordinaria luz, Telluride, de cuyos efectos parece que heredaron su genialidad para interpretar signos herméticos, anticipar visiones, tener facilidad para la ciencia, la técnica y todos los fenómenos relacionados con la luz. En ningún caso están separados esos dones especiales de la búsqueda de algo superior con lo que creen están relacionados y que les produce soledad, ensimismamiento y tristeza y hace que ellos y todo su alrededor se manifieste melancólico. En este sentido el narrador recoge la conexión entre genio y melancolía, planteada desde Aristóteles y asentada definitivamente por Ficino en los albores del Renacimiento y estudiada por el artista y conocedor del arte de esa época, Wittkover. Ya Ficino en los libros De vita triple resumió, por vez primera, la doctrina del genio saturnino, creador, que tuvo gran influencia posterior. Precisamente las personalidades melancólicas destacaban por su capacidad creadora y visionaria y la especial sensibilidad para predecir o interpretar fenómenos extraños o doctrinas herméticas, tal como hacen los protagonistas de Pynchon. 323

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Por otra parte, esa propensión a la tristeza, la soledad y el temor en que viven los Traverse y cuantos se les van uniendo en el camino, son características señaladas por Burton (1997 [1621]:172) como propias de la melancolía («un tipo de locura sin fiebre que tiene como compañeros comunes al temor y a la tristeza sin ninguna razón aparente»). El tratadista consideraba que esta dolencia afectaba sobre todo a la mente, a la fantasía y el cerebro y también advertía que la propensión a la soledad, a la contemplación o al estudio la favorecían. El narrador norteamericano insiste en destacar el carácter silencioso, triste y melancólico de los personajes, y su constante temor, que si en principio puede tener un motivo, después desaparece y ellos siguen huyendo sin saber muy bien a dónde y por qué. Van imponiéndose misiones, algunas personales, otras para ayudar a otros y algunas por indicaciones superiores, y se sienten, como dice una de las protagonistas, Yashmeen, «siempre en movimiento», incluso cuando están quietos. También el cristianismo, en el que Bartra ha profundizado en su estudio, está muy presente en los personajes de Pynchon y en los cervantinos. Bartra (2001:155) consideraba que cuando el cristianismo fue dominante, la melancolía «proporcionó modelos para rechazar la otredad demoníaca y para encaminar el sufrimiento hacia nuevas formas socialmente aceptadas». Igualmente consideraba que, al ser fertilizado por la melancolía, el cristianismo volvió su mirada a la Biblia y los exégetas hallaron «prefiguraciones del mito», principalmente en San Pablo, pero también en el Génesis (Bartra 2001:184) y utilizaba el capítulo 49 de la I Parte, acerca del encantamiento del caballero, para mostrar que, debido a su melancolía, don Quijote creía ver un encantador maligno que trastocaba todo, no solo su mente, sino el mundo, y muchos de los personajes de Pynchon se refieren a elementos demoníacos, a «los otros», «los intrusos», «personajes del otro lado», de «mundos alternativos», no visibles pero presentes, capaces de romper las estructuras organizadas de este mundo. Además, en la novela se intenta incluso realizar una diferente lectura del Génesis para relegar el motivo de la serpiente y del mal, y, no solo hay abundantes citas bíblicas, sobre todo del Apocalipsis y de los Evangelios apócrifos, sino que se pueden encontrar personajes extremados, reales y simbólicos, algunos demoníacos y los que podrían denominarse ángeles, cuyas fuerzas opuestas provocan grandes tensiones. Referencias a Cristo, a El que vendrá, el Ángel, Algo, a la ciudad celestial y la presencia de resplandores sobrenaturales y de la Muerte, la destrucción, el Mal y la Guerra actúan como nuevos encantadores 324

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en la disyuntiva de un mundo que se debate entre el camino del bien y del mal, de aceptar a Dios o expulsarlo, de las luces y sombras. Incluso en la novela de Pynchon, que como la mayoría de las suyas presenta la estructura de viaje que se inicia en el día de verano de más calor, como don Quijote, puede verse un desdoblamiento del viaje en una doble ruta, por aire y por tierra como si con ello se tratara de visualizar la dualidad humana en los dos espacios diferentes. El viaje por cielo está protagonizado por los Chicos del Azar, que en principio resultan unos héroes idealistas, deseosos de ayudar a los demás, y que en ocasiones se tilda de ángeles. Curiosamente, imitan a los protagonistas de diferentes novelas, como hace don Quijote con los caballeros andantes, y apenas se distinguen de los «héroes de ficción» de sus lecturas. La otra ruta, la terrestre, con más atractivos materiales para los viajeros, comparte también con la del cielo su interés por un ideal, incluso en las correspondencias que tratan de hallar entre la ciencia y lo sobrenatural. Tanto unos viajeros como otros se sienten a veces envueltos en engaños, enajenados por algo que creen ver o intuir, por posibles encantamientos o lugares hechizados, y sienten especial interés por establecer la justicia y ayudar al débil en un mundo lleno de intereses. Otro elemento de gran interés para ver la relación entre la obra cervantina y la de Pynchon en este tema se corresponde con la actividad de mirar, o lo que W. Benjamín (1991:38) denominó el «delirio de ver». No se entendería el problema de la locura del personaje cervantino ni de los personajes de Pynchon si no se tiene en cuenta este componente. Como señaló Fernando R. de la Flor (2007) fue precisamente Cervantes quien reflexionó largamente sobre la «construcción social de la mirada» en El retablo de las maravillas donde satirizó el hecho evidente de que solo se ve lo que conviene verse, aun cuando incluso, no exista. Considera que en el Quijote puede encontrarse un catálogo de distorsiones del mirar y esa distorsión provoca igualmente melancolía porque quien mira ve la imagen distorsionada por la ilusión interior, por sus sueños y visiones personales y además lo hace mediante los sentidos engañosos. La objetividad resulta por ello desplazada por la sugestión fantástica, donde la ilusión y persuasión, el mundo de apariencias y las diferentes posibilidades de interpretación dejan en total relativismo la visión de la realidad. Le ocurre a don Quijote en múltiples ocasiones (gigantes por molinos, por ejemplo) e igualmente les sucede a los personajes de Pynchon, y lo curioso es que las dos épocas, la primera y 325

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Bibliografía Bartra, Robert, Cultura y melancolía. Las enfermedades del alma en la España del Siglo de Oro, Anagrama, Barcelona, 2001. Bataillon, Marcel, «Melancolía renacentista o melancolía judía», Varia lección de clásicos españoles, Gredos, Madrid, 1964 [1952], pp. 39-54. Benjamín, Walter, El origen del drama barroco, Taurus, Madrid, 1991. Burton, Robert, Anatomía de la melancolía, I [1621], Asociación española de Neuropsiquiatría, Madrid, 1997. Castro, Américo, España en su historia. Cristianos, moros y judíos, Losada, Buenos Aires, 1948. Flor, Fernando R. de la, «El Quijote espectral. Desarreglos visuales y óptica anamórfica a comienzos del Seiscientos en el ámbito hispánico», 2007, http:// www.toposytropos.com.ar/N6/dossierelquijote-flor-notas.htm. Földényi, Lászzló F., Melancolía, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, Barcelona, 2008. García Gibert, Javier, Cervantes y la melancolía, Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1997. Gurméndez, Carlos, La melancolía, EspasaCalpe, Madrid, 1990. Klibansky, R., E. Panofsky, y F. Saxl, Saturno y la melancolía, Alianza Forma, Madrid, 1991. Nabokov, Vladimir, El Quijote, Ediciones B, Barcelona, 1987. Pynchon, Thomas, Contraluz, trad. Vicente Campos González, Tusquets, Barcelona, 2010. Wittkover, R. Y., Nacidos bajo el signo de Saturno: genio y temperamento de los artistas desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa, Cátedra, Madrid, 1988 (4.ª ed.).

segunda modernidad, donde se instala la historia de Against, están marcadas por los adelantos en óptica. En la época de Cervantes, Descartes, Leibniz, Pascal y Spinoza, sintieron, como escribió F. R. de la Flor (2007) «fascinación por los principios e instrumentos de la óptica [que] ponen de relieve la existencia de una voluntad de saber libre de cualquier metafísica, orientada sólo hacia objetos posibles, observables, medibles, clasificables». Lo mismo puede decirse de la época descrita por Pynchon donde los personajes están obsesionados por los descubrimientos en torno a la luz, óptica, refracción, cataptropía, etc., y sin embargo, ellos mismos no se ven ni consiguen ver la realidad de modo objetivo. En este sentido, los personajes de Pynchon puede decirse que fabrican su «yo» a partir de su visión y de la mirada que establecen a su alrededor. No es extraño que se hable de «los otros» como elementos de riesgo para el individuo, o que los espejos proyecten una imagen diferente al modelo, o que se busquen elementos científicos para objetivar la realidad (anteojos, prismáticos, gafas). Muchos de los científicos de la narración tienen esa intención y, en sentido contrario, muchos locos lo son por no interpretar correctamente las imágenes. Además de estas visiones deformadas, que podrían denominarse externas, los personajes de Pynchon manifiestan constantemente imágenes interiores procedentes de mundos del pasado, de la Naturaleza primitiva, de la cultura y de la historia, del mismo modo que don Quijote acumula en su comportamiento imágenes de sus lecturas y memoria de sus héroes. En ambos casos, el resultado de la diferente percepción somete a los personajes a un estado de tristeza y soledad, como expresión de su melancolía, que les hace aislarse de los demás. Incluso el fenómeno de la bilocación en la novela de Pynchon tiene gran semejanza con la locura quijotesca al confundir imágenes de otro tiempo y lugar con impresiones del momento. En suma, sea de forma directa o indirecta, por medio de una relación causal o de dependencia, lo cierto es que el parentesco entre los personajes y la visión del mundo a través del sentimiento melancólico impregna las características de ambos autores y se manifiesta en sus obras (y en esta especialmente) en los múltiples aspectos señalados, coincidencias que quizá también son reflejo de una crisis melancólica, resultado de la quiebra del mundo perfecto que se pudo concebir en ambas épocas por importantes creadores, Cervantes en la primera modernidad y Pynchon en la segunda modernidad desde su atalaya posmoderna. 326

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