LA MISIÓN SUBLIME DEL INSTRUCTOR BÍBLICO

Primera clase LA MISIÓN SUBLIME DEL INSTRUCTOR BÍBLICO A fin de entender el por qué de su tarea y el cómo realizarla, conviene que el instructor bíbl

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Instructor: Dr. Daniel Ballado
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Primera clase

LA MISIÓN SUBLIME DEL INSTRUCTOR BÍBLICO A fin de entender el por qué de su tarea y el cómo realizarla, conviene que el instructor bíblico comprenda la razón de ser de su iglesia y qué espera Dios de ella. Ese es el tema de la primera lección de este curso, la cual se dividirá en las siguientes partes: 1. 2. 3. 4.

El “ser o no ser” de la iglesia El evangelismo personal desde la perspectiva celestial La preparación del instructor bíblico Los recursos disponibles para realizar el evangelismo personal

EL “SER O NO SER” DE LA IGLESIA Comprada con sangre Cuando Jesús fundó la iglesia la consideró como propiedad suya (Mt 16:18). Él la ama. La demostración más patética de ello es que la redimió al precio de su propia sangre (1 Pe 1:18-20) “a fin de presentársela para sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef 5:27). La relación que él tiene con su iglesia debería ser tan íntima que la Biblia la compara con un matrimonio en el que Cristo es el esposo. Él ejerce su autoridad con un amor que llega hasta el sacrificio y debería ser respetado por ella (Ef 5:23-33). Esta relación contempla tanto privilegios como responsabilidades.

Los dos verbos de nuestra relación con Cristo Los evangelios presentan dos verbos que marcan nuestra relación personal con Cristo: venir e ir. Cada uno de ellos expresa una fase de la experiencia cristiana. 1. Cristo dice: ven. Es la hora de la conversión. a. Él quiere satisfacer tu sed de paz (Mt 11:28-30). b. Vé a él como estás (Jn 6:37). c. Síguelo (Mt 19:21). 2. Cristo dice: id . Es la hora de expresar nuestra madurez cristiana. “En aquel que simpatiza plenamente con Cristo, no puede haber nada egoísta o exclusivo. El que bebe del agua viva, hallará que es ‘en él una fuente de agua que salte para vida eterna’” (Testimonios Para la Iglesia, tomo 5, 731).

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a. Id como “pescadores de hombres” (Mr 1:17). “Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero. Apenas llega a conocer al Salvador, desea hacerlo conocer a otros. La verdad salvadora y santificadora no puede quedar encerrada en su corazón” (El ministerio de curación, p. 70 ). “El que bebe del agua viva, viene a ser una fuente de vida. El que recibe, viene a ser un dador. La gracia de Cristo en el alma, es como un manantial en el desierto, cuyas aguas surgen para refrescar a todos, y hace a los que están por perecer, ávidos de beber el agua de la vida” (El deseado de todas las gentes, p. 166). b. Id como continuadores de mi ministerio en favor de los perdidos (Jn 20:21). El Señor quiere que todos conozcan el evangelio (2 Pe 3:9), pero nos necesita para transmitirlo (Ro 10:14-15). “Como representantes suyos entre los hombres, Cristo no elige a los ángeles que nunca cayeron, sino a los seres humanos, hombres de pasiones iguales a las de aquellos a quienes tratan de salvar. Cristo mismo se revistió de la humanidad, para poder alcanzar a la humanidad. La divinidad necesitaba de la humanidad; porque se requería tanto lo divino como lo humano para traer la salvación al mundo. La divinidad necesitaba de la humanidad, para que ésta pudiese proporcionarle un medio de tener comunicaciones entre Dios y el hombre. (El Deseado de Todas las Gentes, 253, 254). c. Id con mi misión salvadora (Mr 16:15-16). “El universo celestial está esperando que los miembros lleguen a ser canales por los cuales la corriente de vida fluya al mundo, a fin de que muchos sean convertidos” (Servicio Cristiano, 27). d. Id con mi programa: “Haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos... enseñandoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28:19-20). e. Id con mi compañía cotidiana (Mt 28:20). “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros” (Jn 14:18) mediante el Espíritu para instruiros (Jn 14:26) y fortaleceros para la tarea (Hch 1:8). f. Id con mi poder (Mt 28:18-19). “Los que trabajan para Cristo nunca han de pensar, y mucho menos hablar, acerca de fracasos en su obra. El Señor Jesús es nuestra eficiencia en todas las cosas... Podemos allegarnos a su plenitud, y recibir de la gracia que no tiene límites. (Obreros Evangélicos, 19). “Pero cuando nos entregamos completamente a Dios y en nuestra obra seguimos sus instrucciones, él mismo se hace responsable de su realización. El no quiere que conjeturemos en cuanto al éxito de nuestros sinceros esfuerzos. No debemos pensar en el fracaso. Hemos de cooperar con Uno que no conoce el fracaso.” (Lecciones prácticas del Gran Maestro, pág. 297) g. Id como mis testigos, comenzando con vuestro pueblo natal hasta que cubráis toda la tierra con el evangelio (Hch 1:8).

Los privilegios de ser parte de la iglesia Veamos algunos de los grandes privilegios que nos confiere el ser miembros de la iglesia: 1. Tenemos redención. Mientras el mundo se hunde en sus pecados y desperanza, se nos dio el privilegio de descubrir que “Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo” (Ef 2:4-5).

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Alguien que se había convertido pensó en nosotros y compartió ese maravilloso mensaje avalado por la palabra de honor de Jesús (1 Ti 1:15). ¡Alguien pensó en nuestra condición miserable y perdida y compartió la fe que nos hizo nuevas criaturas, con una razón de ser en el mundo! (Jn 1:12-13). Pensando en esa bendición tan grande, ¿Cómo no agradecerle a nuestro Señor y a ese hermano que nos llevó a Jesús? 2. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro 5:1-2). La paz de Jesús no es la prefabricada de los comprimidos, ni los pactos efímeros que consigue la diplomacia. (Jn 16:33). La paz de Jesús se deriva del milagro de rehacer nuestras relaciones rotas por el pecado. Él nos deja limpios, como si nunca hubiésemos pecado, lo cual crea un pacificador sentimiento de auto aceptación. Al sentirnos en paz con Dios y con nosotros mismos, comenzamos a aprender a amar a nuestro prójimo. Y todo eso, que proviene de Dios, lo recibimos y disfrutamos porque un día alguien se acordó de compartirlo con nosotros. Como decía el profeta: “Cuán hermosos son, sobre los montes, los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas del bien, del que anuncia la salvación, del que dice a Sion: ‘Tu Dios reina!’” (Isa 52:7). 3. Tenemos una maravillosa familia espiritual, como es la iglesia. Esta familia se extiende más allá de las fronteras políticas, étnicas, culturales o económicas y nos une con toda la familia de Dios del universo (Lc 8:21; Jn 20:27). Es una familia que a veces tiene problemas, pero E. G. de White nos dice: que “quizá parezca que la iglesia está por caer; pero no caerá. Permanecerá, mientras que los pecadores en Sión serán eliminados por la zaranda: el tamo será separado del precioso trigo” (Carta 55, 1886). “Me siento animada y gozosa al comprender que el Dios de Israel todavía está guiando a su pueblo y que permanecerá a su lado incluso hasta el fin” (GCB, 27-5-1913). “Como he participado en todo paso de avance hasta nuestra condición presente, al repasar la historia pasada puedo decir: ‘¡Alabado sea Dios!’ Al ver lo que el Señor ha hecho, me lleno de admiración y de confianza en Cristo como director. No tenemos nada que temer del futuro, a menos que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido, y lo que nos ha enseñado en nuestra historia pasada” (NB 216 [1902] ). 4. Tenemos esperanza. Mientras el mundo se despedaza por su descomposición moral, sus odios y sus desaciertos Cristo, que es en nosotros la esperanza de gloria (Col 1:27). Nuestro Señor dice: “Porque yo sé los planes que tengo acerca de vosotros, dice Jehovah, planes de bienestar y no de mal, para daros porvenir y esperanza ” (Jer 29:11, Valera, revisión 1989). Él entra en nuestra vida y actúa como factor multiplicador de esperanzas. Nos da la esperanza de una vida nueva (Jn 3:16); de un mundo mejor (1 Co 2:9-10) y de una eternidad sin incomprensiones, lágrimas ni luto (Ap 21:4). Nos da la esperanza de reencontrarnos con él (Ap 22:3, 4) y con nuestros amados que durmieron en la fe (1 Tes 4:13-18). Nosotros tenemos esa esperanza, y la disfrutamos, gracias a que un día alguien se acordó de llevarnos al autor y consumador de la fe.

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5. Tenemos una morada en la casa del Padre. Jesús prometió una morada para quienes creen en él. Será en la casa del Padre (Jn 14:1-3). Ahora intercede día y noche, para asegurarnos un lugar allí (Heb 7:25), pero pronto volverá para juntar su promesa con la realidad y que se produzca la restauración plena de los cielos y de la tierra, en los cuales morará la justicia (2 Pe 3:9). Ese día buscaré al hermano que compartió conmigo esa bendita esperanza, para darle mi abrazo de gratitud. 6. Somos parte del cuerpo de Cristo. Cuando aceptamos a Jesús, fuimos hechos hijos de Dios (Jn 1:12-13) y él nos integra, mediante el bautismo, al cuerpo de creyentes (Hch 2:41-42) que tiene como cabeza a Jesús (Col 1:18; Ef 4:15). 7. Tenemos una misión que cumplir. “El gran sacrificio que fue hecho para salvar las almas, nos revela su valor. Cuando el alma preciosa se perdió, se perdió para siempre” (Testimonies for the Church," tomo 5, 204). Jesús lo sabía y, en su amor, salió en busca de la oveja perdida. Pero la tarea quedó inconclusa, por lo que al ascender a los cielos le encargó a su iglesia, que es su cuerpo, que siga la tarea. Como parte de su cuerpo, estamos llamados a ser sus ojos, para ver el sufrimiento y la desesperanza del que no tiene a Cristo; sus pies, para llevar el evangelio a quienes lo ignoran; sus labios, para anunciar como un ángel en medio del cielo el evangelio eterno de ciudad en ciudad, hasta la última ciudad; casa por casa, hasta la última casa; persona por persona, hasta la última persona (Mr 16:15-16), todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28:18-20). Estamos llamados a hacer por otros lo que Cristo y su iglesia hicieron por nosotros. Ese es un privilegio irrenunciable.

La misión de la iglesia La evangelización no es optativa. Los evangelios revelan que es imperativa (Mr 16:15-16; Mt 28:18-20) y eso pone a la iglesia bajo órdenes. Por lo tanto, la coloca frente a una disyuntiva delicada: es misionera o es desobediente al mandato divino. Los primeros cristianos lo entendieron: 1. Pedro y Juan, aunque encarcelados y amenazados, manifestaron que no podían dejar de testificar por Cristo (Hch 4:18-20). 2. Los cristianos, aunque perseguidos, anunciaban el evangelio por doquier (Hch 8:1-4). 3. Para Pablo, la evangelización era un deber ineludible (1 Co 9:16). ¿Piensas que el apóstol exageró los alcances de su responsabilidad cristiana? Antes de definirte, analiza estas declaraciones inspiradas: a. “Hay peligro para los que hacen poco o nada para Cristo. La gracia de Dios no permanecerá largo tiempo en el alma de aquel que, teniendo grandes privilegios y oportunidades, permanece en silencio.” (Review and Herald, 22 de agosto de 1899.) b. “En el gran día del juicio, los que no hayan trabajado para Cristo, que hayan ido a la deriva pensando en sí mismos y cuidando de sí mismos, serán puestos por el Juez de

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toda la tierra con aquellos que hicieron lo malo. Reciben la misma condenación.” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 580) 4. “La iglesia de Cristo en la tierra fue organizada con propósitos misioneros” (Servicio cristiano, 92). A juzgar por las últimas palabras del evangelio según San Mateo, seguiría vigente hasta el fin (Mt 28:20).

La misión sigue vigente Dios predijo que el último remanente fiel surgiría del chasco que ocurrió en 1844 (Ap 10) con la misión de re-evangelizar el mundo (Ap 10:11). La profecía se cumplió y el remanente fiel asumió su compromiso frente a Dios y frente a las almas. Cuando se organizó la Asociación General (1863) eran apenas 3.500 miembros, pero comenzaron a evangelizar el mundo. Ellos no tenían templos, ni dinero, pero tenían algo muy valioso: eran ricos en fe. En 1874 ese puñado de creyentes enviaron a J. N. Andrews como misionero a Europa. Cuando murió Elena G. de White éramos menos de 200.000 miembros. Recién en 1925 habíamos alcanzado el primer cuarto de millón de miembros. En 1940 ya éramos 504.752. En 1950 éramos 752.712. En 1998 éramos 9,906,530. ¡Alabado sea Dios por eso, pero mayores cosas deben ocurrir todavía! Al menos sabemos cuatro cosas: 1. Habrá un nuevo pentecostés. “Viene el tiempo cuando habrá tantas personas convertidas en un día como las hubo en el día de Pentecostés, después que los discípulos recibieron el Espíritu Santo” (Review and Herald, 29 de junio, 1905). “La gran obra de evangelización no terminará con menor manifestación del poder divino que la que marcó el principio de ella. Las profecías que se cumplieron en el tiempo de la efusión de la lluvia temprana, al principio del ministerio evangélico, deben volverse a cumplir en tiempo de la lluvia tardía, al fin de dicho ministerio” (El conflicto de los siglos, 669, 670). 2. Dios busca laicos voluntarios con quienes producir el nuevo pentecostés. El 90% de aquellos 120 sobre quienes cayó el Espíritu Santo en pentecostés eran laicos. Hoy, como entonces, Dios busca voluntarios que se unan a la tarea de compartir la fe. a. “No es el propósito de Dios que los ministros hagan la mayor parte de la obra de sembrar las semillas de la verdad. Debe animarse a hombres que no han sido llamados al ministerio evangélico a que trabajen para el Maestro, de acuerdo con sus diversos talentos” (Servicio Cristiano, 86). b. “Es un error fatal suponer que la obra de salvar almas depende solamente del ministerio. El humilde y consagrado creyente a quien el Señor de la viña le ha dado preocupación por las almas, debe ser animado por los hombres a quienes Dios ha confiado mayores responsabilidades” (Los hechos de los apóstoles, 90, 91). Métodos Simples para Dar Estudios Bíblicos

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