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EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________
CUENTO. NIVEL C PRIMER PREMIO: Meriem Agtout Carrero.
Vigoroso relato en forma autobiográfica, que esconde en su interior otra narración análoga, como una muñeca rusa de hija única. En este caso, los protagonistas son masculinos, de generaciones distintas, unidos paulatinamente con fuertes y flexibles vínculos. El amor paterno filial se consolida con la similitud de experiencias vividas frente al mar y al ritmo de las olas. Felicitamos a su autora, Meriem Agtout Carrasco y la animamos a seguir escribiendo.
La otra cara de la vida Le consideré como a un hijo desde el momento en que le conocí a fondo. En sus ojos había un algo especial, un embrujo que no podría describir, un encanto que ablandó mi duro corazón. Reconozco que al principio me pareció un joven extravagante, peculiar, y un tanto osado. Pero, si aprendí algo de esta mísera vida, es que hay que darles una oportunidad a las personas antes de sentenciarlas a muerte. Yo le di esa oportunidad a Alex y me la dio también a mí mismo al hacer ese esfuerzo por conocerle. Conservo gratos momentos vividos con él y otros que no olvidaré nunca por lo duros que fueron para ambos. Cuando conocí a Alex, hace ya de eso unos cuantos años -¡madre mía: cómo pasa el tiempo!-, yo aún trabajaba en la vieja fábrica; no me acuerdo de cuándo entré allí por primera vez, lo que sé, sin duda alguna, es que el recuerdo más remoto que tengo de mi vida está situado allí, en esa maldita y vieja fábrica. Este pueblo no es lo suficientemente grande como para que corra el aire entre las personas, pero aquí nací, aquí viví y aquí conocí a Alex. Por aquel entonces, si mal no recuerdo y Mnemosyne no me falla, yo era un trabajador más; tenía unos..., casi cincuenta años. Un día, mientras engrasaba los ejes de la maquinaria para empezar una nueva jornada, escuché una voz que se dirigía a mí: ¿Es usted el jefe de sección? Soy su nuevo ayudante. Cuando me levanté del suelo, vi a un mocoso de unos veinte años vestido con un mono azul, las mangas arremangadas, un pañuelo atado al cuello y un
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ pitillo detrás de la oreja derecha. Me incorporé lentamente y no podía dejar de mirar a ese individuo con esa facha que venía a decirme que era mi nuevo ayudante. ¡Dios, cómo me enfadé aquel día! No sé lo que pasó en ese momento ni lo que se me pasó por la mente; no encontré más salida que ir a hablar con el dueño de aquella maldita fábrica. No podía tener como ayudante a un tipo que no tenía ni barba, sólo pelusa. Ahora me río de aquellos primeros días en los que trabajamos juntos. Era un chico muy laborioso; su primera jornada de trabajo le costó trece puntos en la mano izquierda, pero pronto le cogió el truco a la vieja máquina. No tardé en darme cuenta de que aquel chico no era como los demás: llegaba puntual al trabajo, se centraba únicamente en él; sólo cuando tenía algún problema con la tarea, venía a hablar conmigo; en las comidas estaba solo; en el pueblo pocas personas sabían de él; apenas si frecuentaba los locales más conocidos ni hablaba con nadie. Esto hizo que se convirtiera en una curiosidad para los dichosos pueblerinos, que no tenía nada que hacer en todo el día más que buscar a quién criticar. Me dio lástima Alex porque durante mucho tiempo estuvo pasando un duro servicio militar a cuenta de ese pueblo. Yo sabía poco de él, sólo que no era de aquí y que vivía solo al otro lado de la plaza pública, en una casa pequeña que antes había pertenecido a un hombre que también había trabajado en la fábrica. Pasaba el tiempo y la relación con Alex seguía estancada. Debo confesar que sentía curiosidad por aquel chico, pero lo que más me llamaba la atención era su aire de rebeldía y grandeza: llegaba al trabajo y no hablaba con nadie, le taché de infantil, insensato, altivo... La soledad se había convertido en mi fiel compañera de vida y quería probar cómo se siente uno cuando vuelve a tener compañía, aunque sea por unos momentos. Una mañana, cuando llegué al trabajo, fui a buscar a Alex y le dije sin dudarlo Te invito a tomar algo después del trabajo. Aún tengo la mirada que me dirigió clavada en las entrañas y sus palabras resuenan todavía en mis oídos, No, señor, yo no bebo con viejos. Ahora me río pero en aquel momento tenía ganas de estrangularle por atrevido. Sin embargo, no sé qué me empujó a decirle Bueno, de todas formas, estaré en el bar de la plaza; si te quieres pasar... El bajó la mirada y siguió enfrascado en su trabajo. Admito que quería conocerle, saber de él, y también admito que me daba miedo convertirme en un cotilla como el resto del pueblo. Estuve pensando todo el día en lo que me había dicho, yo no bebo con viejo; no me dolió, en realidad yo ya era un viejo, un viejo que, haciendo balance de su vida, no había hecho más que trabajar para la vieja fábrica.
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ No volví a hablar más con el niño de ojos azules y flequillo moreno caído sobre la frente. Pasaron los días; la joranada era de sol a sol en la vieja fábrica. Yo solía llegar agotado a casa por las tardes; los sueldos no eran muy compensadores, pero no tenía más entretenimiento que la fábrica del demonio y mi soledad. Una noche, cuando ya me disponía a acostarme, escuché unos golpes suaves en el cristal de la ventana de la cocina. No esperaba visita y, reconozco que me asusté un poco. Encendí todas las luces que tenía a mi alcancé para demostrar que había más personas en la casa, y poco a poco me fui deslizando hasta llegar a la puerta de la cocina. Cuando miré hacia la ventana, mi sorpresa fue mayor: allí estaba Alex. Le abrí la puerta y lo primero que me dijo fue si aún seguía en pie aquella invitación que meses antes le había propuesto. Estaba sorprendido, pero quería demostrarle que aquello no me importó. Estuvimos tres horas charlando y bebiendo. Me hubiera gustado haber grabado aquella conversación. Mnemosyne ya me está fallando y no puedo recordar todo cuanto hablamos. Sólo sé que, cuando se levantó para marcharse, sentí una profunda tristeza y enorme vacío en el estómago. Aquella noche apenas si pude dormir; me sentía afortunado de haber tenido en mi casa a la persona más solitaria y extraña de cuantas han pasado por este pueblo del demonio. Empecé a completar ese hueco que tenía en mi mente con cosas sobre él. A partir de aquella noche, la relación con Alex en el trabajo ya no sólo se limitó a los saludos matutinos y las despedidas vespertinas. Ambos estábamos, no estaba de más que nos conociéramos un poco y apagáramos durante unas horas las llamas de la soledad. Lo que más me sorprendió de Alex fue su forma de ser. Recuerdo que a mis veinte años, yo era un chico muy sociable, me realcionaba con más de la mitad del pueblo, me encantaba salir por las noches a tomar cerveza y a fumar a escondidas de mi padre; pero este chico era diferente. Sus ojos me cautivaron, porque ese azul que las personas siempre relacionan con el mar, ese color en él estaba apagado. En el trabajo seguía siendo muy eficaz e inteligente, así que pronto fui enseñándole cómo manejar la maquinaria pesada y le aparté de trabajos inútiles como el llenar hojas de reclamaciones, traer y llevar paquetes... Creía que su potencial no debía ser desperdiciado en trabajos vanales. Empecé a esperar su visita cada fin de semana. Llegaba a mi casa, se quitaba la chaqueta y pedía algo de beber. A continuación nos sentábamos en el pequeño salón y yo encendía el televisor. Las primeras palabras de nuestra charla estaban siempre destinadas al trabajo: las nuevas máquinas, la plantilla, alguna novedad... Luego, poco a poco, las
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ palabras se apoderaban de nosotros, absorbían nuestra voluntad y ahí estábamos dos hombres de estructura robusta, hablando de la vida, de nuestras vidas. Las tardes en las que me visitaba -bueno, creo que a él no le gustaría que empleara la palabra ‘visitar’- yo me sentía transportado a su mundo e intentaba identificarme con él. Tardé en darme cuenta de que los dos éramos iguales: la vida no nos había dado mucho y nos había quitado demasiado. No sabía quiénes eran sus padres, desde los tres años estuvo dando tumbos de orfanato en orfanato hasta que a los diez, una familia le adoptó. Cuando creía poder tener un hogar, se dio cuenta de que vivir con las monjas era mucho mejor que su nueva vida. Confieso que he querido en varias ocasiones tirarle de la lengua para que me cuente por qué no había sido feliz con su familia adoptiva, pero no conseguía nada, porque desviaba hábilmente la conversación. Un sábado me atreví a preguntarle por qué había venido aquella noche a mi casa, aceptando una invitación que, de modo tan firme, rechazó en su momento. Me dijo que yo era diferente de los demás. Tuve que quedarme con la intriga por saber a qué se estaba refiriendo. Alex pretendía
mostrar a las demás personas que era un pilar sólido, que no
necesitaba de nadie para vivir, pero, en el fondo, aquel chico de veintitantos años no era más que un niño que sí necesitaba querer y sentirse querido. Pasaron dos años y medio de la llegada de Alex a este pueblo del demonio. Un martes por la noche vino a mi casa, me sorprendí porque sólo solíamos reunirnos fuera del trabajo los fines de semana. Le abrí la puerta e hizo lo mismo de siempre: se quitó la chaqueta y me pidió algo de beber. A continuación dijo “He venido para pedirte que me ayudes en la reparación de la vieja casa del acantilado. ¿Crees que en este pueblo se puede vivir cerca de la plaza? Es de locos. Siempre tengo moscardones detrás de mí cuchicheando, y de las mujeres no hay ni que hablar. Ni viven ni me dejan vivir. He reunido el dinero y he comprado esa vieja casa. Me vendrá bien estar cerca del mar”. Durante tres meses estuvimos reparando el edificio que daba lástima. Le presté dinero para comprar material. No tenía pensado pedírselo nunca, pero de cada sueldo que recibía me daba una parte. Aquel joven me intrigaba realmente. No entendía cómo, siendo tan joven, viviendo los mejores años de una persona, tenía el rostro tan triste, la mirada tan profunda y apagada a la vez, la risa, perdida. No negaré que más de una vez intenté curiosear en su vida, sacarle información que calmara mis ansias de saber de él, pero tan sólo logré que me
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ llamara viejo chismoso. Lo de decirme “viejo” se había convertido en una costumbre y a más de uno se le escapó ese calificativo en la vieja fábrica… Los días pasaban. Alex se mudó a la casa del acantilado en verano. Las reformas se demoraron mucho; retocar el dichoso techo nos costó más de un mes. Bueno, tampoco teníamos mucho tiempo libre, entre el trabajo, las horas extras que debíamos hacer en verano, el cansancio...; sólo nos quedaba el fin de semana. Antes de mudarse a la otra casa, Alex estuvo viviendo conmigo unas dos semanas. Me acuerdo perfectamente del primer día que pasamos juntos en mi casa; estaba muy enfadado, no hacía más que maldecir la hora en la que decidió venir a aquel infierno de pueblo. Aquellos ojos azules estaban a punto de salir de sus órbitas; no hacía más que farfullar palabras incompresibles mientras metía en mi casa tres sacos con ropa y algunas pertenencias que había traído consigo. Yo estaba al borde de un ataque de risa, ¡Dios!, ese mocoso sí que sabía hacerme reír, como el día que quiso arreglar una fisura que salió en el techo de la casa del acantilado y se empeñó en subirse al tejado solo. Yo no insistí, pero ya me había percatado antes de que tenía cierto miedo a las alturas, ¡Dios, qué risa!; se subió, arregló la fisura; pero a la hora de la bajada, ¡Madre mía!, miró al suelo; yo estaba arreglando una valla cerca de la casa; sólo oí sus gritos pidiendo que alguien le ayudara y empezó a maldecir de nuevo el momento en el que se le pasó por la cabeza mudarse allí. Alex odiaba como yo el pueblo. Era un lugar donde no se podía vivir, y me daba la sensación de que ese ambiente empeoraba el humor de mi ayudante. Le había visto reír en contadas ocasiones, en una de las cuales yo fui el protagonista. Un domingo decidimos ir a pescar; alquilamos un bote y compramos los cebos y demás. Yo aún consevaba las cañas que mi padre me regaló cuando cumplí los once. En este pueblo sólo puedes hacer tres cosas: trabajar en la vieja fábrica, beber cerveza y pescar, no hay más opciones. El caso es que nos fuimos a pescar. De pronto, y sin darnos cuenta, el mar empezó a enfadarse, la furia de Neptuno es implacable con los pescadores que no respetan sus horas de sueño; intentamos volver a la costa lo antes posible. Cuando ya estábamos a punto de llegar, me levanté para recoger la cuerda y una hola me dio tal bofetón que caí de cabeza en el bote. Tan sólo la risa de aquel muchacho pudo curar mi herida, una pequeña brecha en la frente. Lo único divertido y diferente, que hay en este pueblo es la Noche de la Hoguera. No es nada del otro mundo: los vecinos y algunos palurdos que vienen de fuera, se reúnen en la playa, encienden una enorme hoguera común. Cada familia tiene encargado preparar una comida especial. Se construye una gran mesa y se ponen los platos para que todos puedan comer de todo. Nunca le vi sentido a esto. Si es por comer, cada uno tiene en su
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ casa comida; si es por aquello de compartir, yo no tendría nada que compartir con aquel pueblo; nada de lo poco que yo tenía, y aunque tuviera mucho, lo compartiría con ese mísero pueblo y con sus gentes. Forman toda una gran masa de cotillas, egoístas, mentirosos, chantajistas, y todos aquellos calificativos que sirvan para desprestigiarlos me serían útiles como calificativos. No tenía nada que compartir con ellos. Por mí pueden pudrirse en las entrañas del infierno. El caso es que Alex se enteró de lo de la Gran Hoguera y me dijo que estaba interesado en ver qué era eso. El joven llevaba en el pueblo tres años y no sé por qué la Hoguera le llamó la atención aquella vez. Nunca había mostrado ningun interés por lo que sucedía en el pueblo; se encerraba en su casa o estaba en la mía; incluso la compra la hacía de noche para no tener que encontrarse con miradas asesinas de alguna pueblerina a la que se le había olvidado comprar un litro de leche y salía a la tienda en último momento. En cambio, cuando me dijo que quería ir a la Hoguera, tenía una chispa viva en los ojos: ese azul había dejado de estar muerto y empezaba a parecerse al azul de Poseidón. Insistió en que fuera con él pero la idea no me agradaba, sabía que ir supondría rememorar recuerdos indeseados. La noche de la Gran Hoguera fui a la playa. No me preguntéis por qué, sólo sé que tenía que hacer dos cosas: no dejar al chaval solo ante tantas fieras y enfrentarme al recuerdo, a su recuerdo. La playa estaba llena de gente; los niños corrían entre los mayores; olía a carne asada; las conversaciones se intercalaban unas con otras. Desde el camino que lleva a la orilla, veía a todos reír y charlar. Me quedé parado mirándoles durante una media hora. No tardó en llegar la invasión de recuerdos a mi mente; hacía siete años que no había vuelto a la Gran Hoguera, desde que ella murió. Nada había cambiado, todo seguía siendo igual que antes. Si pudiera regresar al pasado, nunca la habría traído a este horrible pueblo, lo juro por lo más sagrado para mí, Raquel. Cuando la conocí, la noche de la Gran Hoguera de hace treinta y dos años, supe que ella completaría el vacío que había en mí. Ella no era de aquí; sus padres tenían una pequeña casita de veraneo en la playa. Me enamoré perdidamente. Ella era la fiel imagen de la virginidad, de lo puro, de lo inmaculado. Aunque tan sólo nos veíamos de verano en verano, nos escribíamos a menudo. La primera vez que yo fui a la ciudad fue para pedirla en matrimonio. Mi vida no había sido fácil hasta entonces. Tenía asumido que sus padres no aceptarían a un pueblerino que trabaja en una fábrica de conservas de pescado como marido de su única hija, la pupila de sus ojos que se convirtió en el alma de mi cuerpo. No me equivoqué, pero
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ ella decidió casarse conmigo aun sin el consentimiento de sus padres. Yo sabía que no tenía mucho que ofrecerle, pero sí le daría lo más preciado: mi cuerpo y mi alma. ¡Dios mío: la que se armó cuando sus padres se enteraron! Admiraba de ella todo; me quería y sabía que yo le correspondía ciegamente; así que no quiso que nadie, ni tan siquiera sus padres, decidieran su vida por ella. Ellos seguían sin aceptarme. Raquel se levantaba algunas noches y se iba a la playa; me amaba a mí pero también quería a sus padres; no obstante, me eligió a mí sacrificando la relación que tenía con ellos. Le dejaron de hablar y tan sólo le dieron la oportunidad de que recogiera sus pertenencias y se las llevara. Después de nuestra boda, su familia vendió la casa de veraneo y dijo que Raquel había muerto ahogada en las aguas de un ruin pueblo costero. Nuestra vida en el pueblo no fue fácil, pronto se enteraron los demonios de nuestra historia y de lo que sus padres decían de ella. Raquel no llegó a superar el rechazo de sus progenitores ni pudo ser fuerte ante las miradas asesinas de quienes nos cruzábamos por las calles. Sufría mucho y yo me sentía culpable de ello. Más de una vez quise renunciar a su amor y le pedí que volviera a su casa, a su otra casa, con sus padres y sus tres hermanos, pero ella me contestó: Entonces moriría lentamente, y la muerte, cuanto más lenta, más dolorosa. Yo estaba toda la jornada en el trabajo, ella se quedaba sola. Sé que lloraba todo el día porque, cuando yo regresaba por la noche, se mostraba muy activa y apenas si me hablaba a la cara. Solía cortarse el flequillo para ocultar un poco las manchas rojas que le habían salido de tanto secarse las lágrimas. Los fines de semana solíamos pasar las noches en la playa: era el único sitio donde era feliz plenamente, era el único lugar donde se olvidaba de todo. Las olas se apoderaban de su voluntad, de su personalidad, moldeándolas a su antojo y devolviéndole la sonrisa. Se perdían sus miradas en el horizonte durante horas y horas, como lo estaban en ese momento mis miradas también, en aquel lugar que me recordaba tanto a Raquel. Un día, cuando llegué del trabajo por la noche, la casa estaba llena de flores y ella llevaba puesta una de mis camisas que le llegaba casi hasta la rodilla. La vi reír aquella noche a carcajadas. Aún puedo escuchar sus palabras en mis oídos cuando me susurró: “¿Qué tal el trabajo, papá?”. No tardé en darme cuenta de que estábamos embarazados, bueno, ella física, pero yo, emocionalmente. A partir de ese día, Raquel no paró de reír y reír, y si se encontraba mal, al menos no cesaba de sonreír. Se convirtió en la alegría personificada. Seguía pasando horas delante del mar, pero como le costaba andar por la arena, tuvo que contentarse con verlo desde el acantilado donde Alex compraría la casa
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ años después, la vieja casa del acantilado. Habíamos reducido nuestra vida a nosotros solos: Raquel, el bebé que venía de camino y yo, solos en nuestra casa, con el mar como fiel testigo de nuestra felicidad. Mi vida no había sido ni es fácil, ahora me resigno a ello. El parto se adelantó y fue complicado. Los dolores llegaron cuando aún quedaban meses para la fecha que el médico de la ciudad nos dijo. Aquella noche, el mar estaba furioso, como si Poseidón hubiera clavado el tridente en sus propias entrañas. El dolor apagó la alegría de mi Raquel. Tuve que ir en busca de la comadrona del pueblo. Después de ocho horas de gritos y gemidos, de pronto, Raquel se calló; la comadrona salió del cuarto con un cadáver en las manos. Nuestro niño-porque fue un varón- nació muerto. Nada se pudo hacer para salvarlo. Raquel volvió a hundirse en una profunda tristeza. Ya no podía acercarme a ella, ni tan siquiera me dejaba besarla, ni acariciarla. En el pueblo corrieron rumores de que ése había sido un castigo de Dios por haber ido en contra de la voluntad de sus padres. En la calle llegaron a escupirle en la ropa y a llamarla puta. Ya no quería dejarla sola; empecé a faltar al trabajo, pero de nada servía pues ella no quería hablar conmigo, se pasaba las horas acostada sin hablar ni comer. Decidió que ya no quería acostarse conmigo, así que me salí de la habitación. Tres días más tarde, el jefe me llamó a su despacho. Allí había un miembro de la guardia costera: habían hallado un bote a la deriva, cerca de la costa, y el cuerpo de Raquel yacía en la playa. Quise comprender que Raquel ya era libre de sus padres, del pueblo, y hasta de mí; había ido a formar parte de la corte de Poseidón. Estuve varios días sin entrar en casa; cuando por fin me armé de valor, encontré una botella con una nota dentro: A quien la lea. He tenido el placer y la gran suerte de saber lo que es amar por encima de todos los obstáculos y fronteras. He sido la mujer más feliz del mundo, pero he sido también débil. No he podido superar la tristeza de que me arrancasen injustamente una parte de mí. El único sentido de mi vida ha sido amar a quien me ama, mi marido. Pero sé que él está sufriendo por mí y yo no tengo la fuerza de las olas para romper mis ataduras. Por eso he decidido ir a buscar a las Ninfas de Poseidón, como él las llama, para que me enseñen a ser como ellas.Quisiera que toda mujer encontrara en su alma lo que yo he encontrado en la que me enamoró. Amar sólo es posible si se quiere amar, pero también si se tiene la fuerza que yo he perdido. Amar es vivir, por eso he decidido ir a buscar la fuerza que he perdido para amar mejor y más fuerte en el mundo que nos espera. Regresaré fuerte.” Una voz que me era familiar me despertó: “Viejo, ¿qué haces aquí?”. Era Alex. Su mano tiró de mí hasta la orilla de la playa, donde años atrás había estado con Raquel en una de nuestras últimas noches de fin de semana.
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ Respiré profundamente, miré al horizonte iluminado con la luz de las hogueras: sé que me está esperando en el otro mundo, con mucha y mejor fuerza para amar. Espérame, Raquel, cada día me apago un poco y pronto vendrás a encender la vela de la eternidad. Me sorprendió ver a Alex tan alegre, pero pronto me di cuenta de la causa. Desapareció de mi vista por un momento. Me giré para ver cómo la noche se lo tragaba y vi que un montón de ojos me miraban. Unos siguieron mirándome aún cuando yo les dirigí miradas asesinas, las mismas que ellos le habían dirigido a Raquel cuando se casó conmigo; otros agacharon la cabeza. Yo estaba allí por Alex y por mí, para demostrarle a Raquel que yo ya tenía suficiente fuerza para amarla más y mejor, y que, por lo tanto, podía venir a buscarme cuando quisiera, estaba preparado. Mi sorpresa fue mayor cuando Alex regresó al lugar donde me había dejado, con una jovencita, muy popular por ser la hija del ladrón del alcalde. Me la presentó. Se habían conocido en la tienda, en una de esas noches en las que una de las pueblerinas a las que se la había olvidado comprar la leche va a la tienda y se encuentra con el fantasma de Alex, que hace la compra por la noche para no encontrarse con nadie; sólo que esta vez, las miradas no eran asesinas, sino de amor. Me percaté que Alex había cambiado mucho su forma de ser; le veía sonreír más a menudo y silbar. En la fábrica empezó a hablar con más gente, con la que él decía que le era simpática... Comenzó a no venir tan a menudo a verme, mis horas se las había dado a esa jovencita. Me dijo que se citaban en el acantilado, cerca de su casa, porque allí nadie les vería. En caso de que pudiera hacer una pira, Lucy sería una de las poquísimas personas del pueblo que se salvarían de ser devoradas lentamente por las llamas. Había cambiado la vida a Alex y se lo agradecía. Los años pasaron sin novedades en el infierno. Alex decidió pedir a Lucy en matrimonio al ladrón. Quería a Alex como a un hijo, no quería verle sufrir, pero sabía que el alcalde no le aceptaría: Lucy era su única hija y no se la entregaría al ayudante de sección de la fábrica de conservas del pueblo. Alex la había traído varias veces a mi casa y yo, con lágrimas en los ojos, me identificaba con ellos al acordarme de Raquel y nuestras escapadas a escondidas cuando venía a quemarse a este infierno en verano. No quería que Alex sufriera como yo; él también había tenido una vida difícil pese a sus escasos veinticuatro años.
Dejé que fuera a hablar con el alcalde y cuando terminó vino a mi casa:
entró farfullando insultos y maldiciendo a todos los que se le pasaban por la mente, empezando por quienes le habían dado el ser. Supe que la historia, mi historia, se repetiría en él. No estaba dispuesto a no hacer nada, pero tampoco sabía qué hacer para solucionar el problema. Mientras tanto, a Lucy le habían prohibido salir sola de casa; pero el amor es
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ superior a cualquier impedimento: se veían dos veces por semana en la playa de madrugada; yo vigilaba desde el acantilado para avisar si se acercaba alguien. Eso me servía a mí para demostrar a Raquel que ya era capaz de amar mucho mejor que antes y que lucharía porque esos jóvenes pudieran estar juntos. A Alex y a mí la vida nos había trazado el mismo destino; pero ahora sé que fue una equivocación por mi parte pensar así; no se puede utilizar el mismo patrón para vidas diferentes. Estaba dispuesto a ir a hablar con el alcalde pero sé que no me serviría de nada gastar mi tiempo y mis palabras con un ladrón, pues, como dice el refrán: cree el ladrón que todos son de su condición, no serviría de nada que se le hablara del amor, pues él mismo se casó con la hija del rico del pueblo sin quererla; ella murió repentinamente y él se encargó de tramitarlo todo para ser el heredero directo de las propiedades de medio pueblo. Los encuentros a escondidas no tardarían en salir a la luz. Una mañana, las miradas fueron mucho más asesinas para Alex; alguien les había visto en la playa una noche en que se citaron sin decirme a mí nada. Pronto corrió el rumor de que la hija del alcalde estaba embarazada y que el padre era el forastero. El ladrón, para aplacar los ánimos de la gente, organizó una fiesta en la plaza a su cargo para festejar no sé qué cosa... Ni Alex ni yo podíamos estar allí, estaba claro, pero la rebeldía del enamorado fue superior a la serenidad que había conocido junto a Lucy y, después de haber estado tres meses sin verla, decidió ir a la fiesta para poder vislumbrarla aunque fuera de lejos. El alcalde lo había organizado todo: sabía que Alex se presentaría allí. Cuando el niño de los ojos azules pisó el suelo de la plaza, la gente no dejaba de criticar su desfachatez y su osadía. Le miraban y volvían a mirar cuchicheando entre ellos. Alex buscó a Lucy incesantemente, pero la agitación de las personas, que le abrían paso para no rozarse con él, le delató. Dos guardias de seguridad, alegando que el joven estaba molestando, le cogieron, se lo llevaron a un callejón y le dieron una paliza. Estuvo en mi casa tres días malherido e insultando a todos. Los rumores aumentaron, sobre todo, cuando vieron a Lucy llorar en la fiesta y suplicar a su padre que no le hicieran daño. El alcalde decidió mandar a su hija a la ciudad para que ingresara en una escuela de señoritas. Lucy se fue sin poder decir nada a Alex. Cuando se enteró de su partida, Alex recuperó su mal humor y su aspecto triste; apenas si comía; trabajaba más de la cuenta para intentar no pensar en ella, pero fue inútil. Yo me sentía impotente; le veía sufrir y sufría yo también. Siempre había dicho allá cada cual con sus problemas, pero esta vez me dolían los suyos de verdad; me percaté de que le quería como creo que hubiera querido a aquel hijo mío y de Raquel, si hubiera vivido.
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ El tiempo pasaba; el paso del tiempo es lo único que logra que la vida tenga algún sentido; Alex esperaba que Lucy regresara a él algún día, y yo esperaba que Raquel viniera a recogerme para llevarme con ella. Lucy regresó efectivamente: lo hizo cuatro años después. Cuando la vi, me di cuenta de que se había convertido en toda una mujer y no tardé en adivinar el porqué de aquella mirada tan apagada, tan muerta. Amaba a Alex y él a ella, era lo único que importaba. Siguieron viéndose a escondidas durante mucho tiempo; el pueblo aún seguía en alerta, esperando
verles juntos en algún oscuro lugar.
Ellos seguían cuidando sus
encuentros para que fueran cada vez mejores y para que su padre no se diera cuenta de nada; el gordo del ladrón siempre dijo que su hija había estado enamorada de un forastero porque era la novedad el pueblo, pero que ya estaba curada. No volvió a sospechar nada, hasta que, una mañana, amaneció muerto en la playa, casi desnudo y con signos de haber sido brutalmente golpeado. Apareció muerto como un perro y casi nadie le lloró en su entierro. En el fondo me dio lástima y por eso Alex y yo, sobre todo, por Lucy, fuimos al velatorio. Descanse en paz. En la vieja fábrica todo seguía igual, exceptuando que a Alex le habían nombrado jefe de plantilla. La relación entre el niño y los trabajadores mejoraba cada día y yo me sentía orgulloso de mi chico. Al hablar de él con la gente, le decía mi chico y me sentía de nuevo lleno por dentro. La soledad había hecho sus maletas y me había dejado vivir acompañado los últimos días de mi vida, hasta que viniera Raquel a recogerme. Nunca le hablé de Raquel a Alex porque acordamos no hablar de nuestros pasados e intentar ser felices en nuestros presentes; los futuros, aún no habían llegado. Lucy y Alex se casaron dos años después de la muerte del ladrón; no se libraron de las habladurías del pueblo… Vivieron en la casa del acantilado durante un tiempo hasta que a Alex se le presentó la oportunidad de trasladarse a otro infierno de pueblo como jefe de planta de una fábrica recién inaugurada, filial de la vieja fábrica. Estuvo durante varios días sin dormir pensando qué podría hacer; Lucy se iría con él, pero no podía dejar de pensar que yo no querría ir con ellos. Sin embargo, se equivocó. El se había convertido en mi hijo y un padre no busca más que la felicidad de su hijo. Y aquí me tenéis, queridas olas, sentado cerca de vosotras; hoy os he hablado de Alex porque, si no hubiera sido por él, no estaríamos aquí; sois las olas de un nuevo lugar para mí, conviene que nos conozcamos. Me vais a ver más a menudo aquí, con vosotras: vendré a contaros cosas de mi vida y de la nueva familia que tengo, porque Lucy está esperando un bebé para dentro de tres meses;
EL PILAR Nº 11- Junio 2006 ______________________________________________________________________ vendré porque quiero que le contéis a Raquel todo cuanto yo os cuento a vosotras, para que vea que soy feliz de nuevo, que vivo feliz en espera de que venga a recogerme.