La red más poderosa del mundo

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EL JUEGO CHINO POR

Jesús Rodríguez FOTOGRAFÍA DE James Rajotte

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EN PORTADA

Es la comunidad de inmigrantes más opaca de las afincadas en España. Hace 30 años apenas figuraba en las estadísticas. Hoy cuenta con 200.000 personas. Hábiles negociadores, trabajadores incansables y profundamente inmersos en sus círculos de contactos e influencias, ya no son aquellos individuos exóticos que saturaron España con sus restaurantes y colmados. Han prosperado y su país de origen será pronto la primera potencia mundial. Hoy todos quieren hacer negocios con el gigante asiático. Ellos pueden ser el puente.

La red más poderosa del mundo

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CHINOS EN ESPAÑA

a clave es el guanxi. La red de contactos y lealtades; de influencias y conexiones; de obligaciones y favores propios de la cultura china. Una malla que se extiende como una estructura capilar hasta miles de terminaciones nerviosas en todo el planeta. La red es una fuente de información inagotable (un instrumento capital en el mundo de los negocios). Un banco en la sombra. Un puente entre el que algo tiene y algo quiere. No es una simple relación de intereses; es también un fenómeno afectivo y simbiótico. Donde todos salen ganando. Escenificado por una compleja jerarquía de gestos, obsequios y favores rituales. La red está por encima de las reglas. Y la línea que la separa de la corrupción, especialmente en China, es muy delgada. Se basa en que la otra parte, con la que he tejido una relación de confianza, conoce mis necesidades y me apoyará cuando lo necesite. Cuando me llegue a mí el turno, haré lo propio. Cuestión de honor. Por ejemplo, ese chino recién llegado a España desde el distrito de Qingtian devolverá lo antes posible los préstamos que le ha hecho su clan gracias a los cuales ha alcanzado este país e iniciado su primer negocio; conseguido el traspaso de un comercio en tiempo récord y puesto sobre la mesa los avales en efectivo. Sin papeles ni notarios. Solo con la promesa de cumplir con su palabra. Los chinos juran que no cobran intereses a sus compatriotas. Que no existe la usura en su comunidad. “No nos fiamos de los bancos; siempre ganan, y ahora, además, no dan crédito. Los damos nosotros”, recalcan. También niegan que haya mano de obra esclava. Lo explica Mao Feng, presidente de la Asociación de Chinos en España: “La mitad de los que vienen son de nuestro pueblo; nos conocemos; no es fácil esclavizar a las personas. Se sabría. Te apuntarían con el dedo. Y supondría un perjuicio para tu imagen y negocios. Sí, trabajan duro. Todos lo hemos hecho”. Las mismas mercancías que venden en sus tiendas les han sido fiadas por los mayoristas chinos hasta que las vendan; y las de los mayoristas, por los fabricantes en China. “Es nuestra forma de hacer negocios: aprovechamos el crédito”, explica el exitoso empresario Marco Wang. “En el pequeño negocio no hace falta experiencia, solo trabajar y vender lo más barato posible. Aunque parezca que pierdes dinero, lo estás moviendo. Si te prestan la mercancía a tres meses y la vendes rápido, aunque sea por menos de lo que te ha costado, evitas tener parado ese efectivo. Y con él puedes comprar otro producto que quizá te pro-

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duzca un mayor beneficio. Hay gente de cabeza dura en España que dice que no se puede bajar el precio de un producto por debajo de su coste y lo tienen en el escaparate seis meses sin vender. El chino se lo quita rápido de encima. El secreto es tener efectivo e invertir. Las oportunidades están ahí fuera”. Empezaron desde cero. Sin hablar una palabra de español o (los más visionarios) simultaneando el mostrador y la academia de idiomas. Fue el caso de los que hoy son los empresarios chinos más prósperos de nuestro país. Así montaron su restaurante, su tienda de bolsos, su pastelería, su negocio de importación. Una oportunidad, una reunión de familiares, un par de llamadas, un préstamo, ningún documento. Mao Feng, de 43 años, es propietario de una academia de chino con 700 alumnos, una nave en el polígono Cobo Calleja con capacidad para 70 locales y una revista de lujo (Selected Class). Chen Shengli, de 41 años, es responsable del Grupo Europichen, con 1.800 trabajadores entre España y China, dedicado a las energías renovables, los sanitarios, los muebles de baño y la iluminación. Marco Wang, de 63 años, es accionista del Grupo 3E, centrado en tratamiento de residuos y las energías alternativas, además de poseer los principales periódicos chinos en España: Ouhua y El Mandarín. Yihong Ji Wang, de 42 años, es abogado (el primero de nacionalidad china en graduarse en España), asesor de grandes inversores y presidente de Chinese Lawyers in Spain. Como ellos, ese chino de Qingtian devolverá el dinero. Aunque él y su familia tengan que trabajar 14 horas diarias 365 días al año.

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se recién llegado tampoco hará nada que ponga en evidencia el buen nombre de la comunidad. Si lo hace, si no atiende las recomendaciones de los líderes, se le caerá la cara. Perderá su prestigio e imagen social (mianzi) y su honor y respetabilidad (lian). Nadie confiará en él. Estará muerto socialmente. Para un empresario español que ha hecho negocios con los chinos, “una vez que has dado dos vueltas al tablero del Monopoly, a lo mejor te dejan comprar calles, hoteles y ganar dinero, aunque luego, como en el Monopoly, alguien puede quedarse con todo”. Sin guanxi, sin red, es imposible hacer negocios con los chinos ni en China ni en España. Al menos para las pequeñas y medianas empresas. Las grandes tienen sus propios (y muy costosos) grupos de presión realizando esa labor de zapa. Aunque sin la red personal estarán en situación

“EL SECRETO ES TENER EFECTIVO E INVERTIR. LAS OPORTUNIDADES E S TÁ N A H Í FU E R A”

Estela Li Nacida en Shanghái hace 30 años. Filóloga y experta en finanzas y relaciones internacionales. Alumna de la prestigiosa Universidad de Estudios Internacionales, llegó a España en 2003 en un intercambio con la Universidad de Alcalá. En 2006 fue fichada por Affirma, un grupo dedicado a la consultoría estratégica con ramificaciones en China. Ahora está enfrascada en crear una empresa hispano-china de energías renovables, “en la que España pondría el conocimiento, y China, los fondos. Por ahí van los tiros”.

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“ PARA ELLOS , LOS TRIBUNALES DAN MALA IMAGEN. PREFIEREN NEGOCIAR”

Xu Na (Arriba, a la izquierda). Llegó hace dos años a España. Es profesora de chino mandarín en el colegio Ramón y Cajal, un centro privado madrileño. Nacida al norte de China, confirma la fiebre que se vive en España para que los niños aprendan ese idioma. “Es una locura”. En su colegio, el mandarín es obligatorio desde los cuatro años y es la segunda lengua tras el inglés. Xu Songhua (Arriba, a la derecha). Tiene 65 años y nació en Qingtian, el distrito del que procede el 80% de la comunidad china en nuestro país. Llegó a España en 1986, nada más ingresar en la Comunidad Europea. Trabajó de cocinero, ahorró y en 1989 montó su primer restaurante en Madrid con dinero prestado. Más tarde, otro. Luego diversificó con negocios de importación y agencias de viajes. Julia Zhang (Abajo, a la izquierda). Tiene 40 años. Es sociadirectora del Orient Consulting y el Grupo Orient, con negocios como la exportación de vinos y la educación. Su familia emigró a Argentina en 1983. Estudió comercio y análisis de sistemas. Cuando la crisis del corralito, en 2002, su familia la envió a España. No conocía a nadie. Hoy es una de las personas más activas de la comunidad china. Marco Wang (Abajo, a la derecha). Tiene 63 años. Es músico. En 1985 llegó a Valencia. Fue cocinero durante nueve años. En torno a los Juegos Olímpicos de Barcelona comenzó a importar gorras a través de una empresa, “sin oficina siquiera”. Hoy es accionista del Grupo 3E, centrado en tratamiento de residuos, y posee los principales periódicos chinos en España: Ouhua y El Mandarín.

de debilidad y sujetos a problemas legales y administrativos en China, un país donde el Estado de derecho está en embrión, los mecanismos de seguridad jurídica son escasos, y las estructuras de poder, confusas. “En China, un contrato puede ser renegociado una vez que lo has firmado. Tenemos que explicar a nuestros clientes chinos que en España, si quieres modificar un contrato, tienes que ir a los tribunales. Y se extrañan. Para ellos, los tribunales son algo que da mala imagen. Prefieren negociar a pleitear”, explican Jaime Espejo y Cristina Zhou, español y china de Málaga, abogados en el despacho Roca Junyent, el primer bufete español que se estableció en China, en 2001, y que representa en España multinacionales como ICBC, ZTE o Air China; nacidas en los ochenta; hoy entre las más poderosas del mundo. El próximo gran negocio del despacho será gestionar la venta de pisos y activos a los chinos a cambio de obtener la residencia. Es la primera lección. Hay que ir de su mano. Y para eso va a ser vital en los próximos años el papel de la segunda generación de chinos nacidos en España (con carrera, bilingües y biculturales) y de los miles de estudiantes de esa nacionalidad que se están graduando en Económicas, Comercio y Dirección de Empresas en nuestras universidades. Muchos ya se han agrupado en el China Club, un lobby de ejecutivos chinos que dirige Margaret Chen, de 50 años, ingeniera, experta en comercio electrónico y ex mano derecha de César Alierta en los asuntos de Telefónica en China. Acceder a la red es cuestión de paciencia. Cuando los chinos abren la puerta y les demuestras que tienes algo que no tienen o sabes algo que no saben, con un apretón de manos se puede ganar mucho dinero. China ya es la segunda potencia global. La OCDE afirma que se convertirá en la economía más poderosa del planeta en 2030. Ya no estamos hablando de un país del Tercer Mundo, como lo interpretan los españoles visualizando a los inmigrantes chinos en sus infracomercios; hablamos de un país emergente y superpoblado (1.350 millones de habitantes), con una economía vertiginosa, cuyo crecimiento del PIB entre 1990 y 2005 ha sido superior al 10% anual; un gasto en I+D superior al de Estados Unidos y una clase media en continua expansión (que abarcará en 2020 a más de 700 millones de personas) ávida de consumir. Y que, por si fuera poco, es la factoría del mundo. Donde se fabrica más del 16% de todo lo que se produce en el planeta; posee el 30% de las reservas de divisas y alivia con sus generosas compras de deuda el déficit de Estados Unidos.

En España, la red ha sido el secreto de la supervivencia de la comunidad china en estos años de crisis. De que su tasa de paro se sitúe por debajo del 8%. Y de que casi la mitad de sus afiliados a la Seguridad Social sean autónomos (en torno a 40.000 personas, cuando en 2008 solo eran 18.750), y el resto, sus empleados; de sus 20.000 comercios; de los 400 contenedores de mercancías que llegan cada semana desde China al polígono de Cobo Calleja, a las afueras de Madrid (con 162 hectáreas, la base logística más importante de China en Europa), o al de Badalona Sud, en Barcelona.

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e las conversaciones con ellos y del análisis de tres de los principales expertos de la inmigración china, la antropóloga Gladys Nieto y los sociólogos Joaquín Beltrán y Xulio Ríos, se obtiene esta descripción. Los chinos son duros trabajadores y ahorradores compulsivos; no conocen el ocio ni las vacaciones; son proclives a la autoexplotación; no comprenden cómo los españoles se van en agosto en mitad de la crisis (ellos que odian la playa); contemplan a la familia como columna vertebral de su proyecto personal y empresarial; olfatean la mínima oportunidad; son incansables emprendedores; tienen el comercio en su código genético (presumen de ser comerciantes desde hace 4.000 años); se marcan objetivos claros y tienen una planificación mental de cada capítulo de su vida. Según explica Francisco Suárez, experto en comunicación y que trabaja con la comunidad china desde 2010, cuando dirigió la campaña para que Hong Guang Yu Gao, de 40 años, se convirtiera en el primer empresario chino en acceder a la Cámara de Comercio de Madrid: “En el esquema de vida de alguien de origen chino es habitual tener un guion preciso en el que programa sus hitos de reconocimiento social, sus avances económicos y los progresos de su familia. Para un chino es importante ser importante y triunfar ante sus compatriotas. No solo tener un Mercedes, sino que lo vean”. Nada les detiene cuando toman una decisión; no tienden al desaliento; no se quejan; no son pendencieros; son celosos de su libertad laboral y tienden desde el primer día en la inmigración al autoempleo. Están dispuestos a la movilidad sectorial y geográfica; a diversificar sus inversiones; copian descarada y virtuosamente los grandes y pequeños productos y modelos de éxito; si ven algo que funciona, lo fusilan sin sonrojo; son flexibles y arriesgados en los negocios; despiadados frente a la competencia; aprenden rápido y sobre la marcha, ya sea a importar contenedores o a freír 45

CHINOS EN ESPAÑA

“ O L FAT E A N LA MÍNIMA OPORTUNIDAD. TIENEN EL COMERCIO EN SU ADN”

Yihong Ji Wang (A la izquierda). Tiene 42 años, nació en Wenzhou y es abogado (el primero de nacionalidad china en graduarse en España), asesor de grandes inversores, tertuliano en la televisión china y presidente de Chinese Lawyers in Spain. Llegó a Valencia con sus padres con 17 años. A los 24 montó un restaurante con su hermano mientras estudiaba la carrera. Poco después creó un minidespacho jurídico en Madrid, pero siguió al frente de sus negocios de restauración. Hoy, su flamante sede central está en plena Gran Vía. Margaret Chen (A la derecha). Tiene 50 años, es ingeniera informática e industrial y experta en comercio electrónico. Estudio en Shanghái y EE UU, donde llegó a mediados de los ochenta. Conoció a su marido, un ingeniero español, en la Universidad de Minnesota. Se instalaron en Madrid en 1993. Pronto comenzó a trabajar para Telefónica como puente entre España y China. Participó en la iniciativa que llevó a la operadora a hacerse con un paquete de China Netcom y después en su fusión con esta. Es presidenta del China Club.

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rollitos primavera; nunca pierden el tiempo (solo con los juegos de azar, que dentro de su mentalidad suponen otra forma de ganar dinero); son adictos al regateo y a explorar los recovecos del sistema (por ejemplo, en materia fiscal); correosos negociadores que por cultura milenaria rara vez pronuncian un no (aunque, al final, un tibio sí esconda una negativa solo evidente para los iniciados); si les aprietas demasiado durante una negociación, si no entiendes las reglas del guanxi, si te pasas y les tomas por tontos, terminarán por jugártela. Por ejemplo, enviándote mercancía de menor calidad que la contratada. Nutren la inmigración dispuestos a caer y a volverse a levantar en busca de la prosperidad de su familia; invierten el máximo en la educación de sus hijos (que asisten a colegios concertados, la mayoría católicos, y si sus padres llegan alto, a las mejores universidades británicas y de la Ivy League americana); y tienen una enorme capacidad de abstracción, de aislarse del mundo que les rodea, de ignorar el idioma, de no meterse en líos y sumergirse en su microcosmos, entre sus coétnicos, con y para los que trabajan, hasta cumplir sus objetivos. En su cabeza no entra estar parado. “No tener trabajo es inconcebible para un chino; la peor vergüenza”, explica Xu Songhua, de 65 años, uno de los empresarios más respetados por su comunidad. “Te apuntas a lo que sea; te traes un contenedor, pides dinero, montas algo, pero no te quedas en casa. Nuestra cultura es trabajar y ahorrar; ayudarnos, prevenir y aprovechar los tiempos difíciles”. –¿Aprovechar los tiempos difíciles? –Crisis en chino se escribe con dos caracteres: peligro y oportunidad. Esta es una época en la que se pueden hacer buenos negocios, pero hay que buscarlos. Bajan los alquileres y los traspasos; es más barato montar una tienda y te conformas con hacer una reforma no tan costosa o te cobran menos por la chapuza. Hay incentivos para los jóvenes emprendedores y los trámites son más sencillos. No puedes quedarte esperando un milagro. Sin embargo, su arma secreta es la red de solidaridad que han ido tejiendo fuera de su país, que les permite, según Ricardo Garrudo, un empresario cántabro afincado en China, “hacer la maleta de la noche a la mañana, coger a los niños, cruzarse el mundo y montar una frutería en Europa sin tener ni idea del negocio y con dinero prestado. Y si fracasan, vuelta a empezar. En otro sitio y en otro sector. Es parte de su ADN”. “Tienen un sentido de la comunidad mucho más amplio y generoso que el nuestro”, explica Javier Junquera, que 48

dirige en Madrid, junto a su socia china Julia Zhang, Orient Consulting (Honor y Confianza, en su acepción en mandarín), que asesora legal, financiera y económicamente a 500 pequeñas empresas chinas en España. “Esa es la clave de su modelo, la cohesión; la comunidad”. Algo que el Gobierno chino también tiene muy claro, monitorizando estrechamente a la comunidad de inmigrantes en España desde su embajada y, especialmente, desde la Oficina Económica y Comercial, que es la que reparte el juego en todo el proceso de inversiones chinas en España y viceversa. Todo lo que viene y va a China pasa por su filtro.

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n España hay cerca de 200.000 chinos con permiso de residencia. Es la quinta comunidad de inmigrantes no comunitarios. A los que hay que sumar los 4.000 que ya han obtenido el pasaporte español, los 6.000 universitarios con visado de estudios y unos 3.000 niños que nacen cada año de parejas chinas. En España vive la cuarta comunidad de ese origen en Europa. Sin embargo, el nivel de intercambios económicos sigue siendo muy desfavorable para nuestro país, con un déficit comercial de unos 14.000 millones de euros al año. Su media de edad no llega a los 30 años. Son en su mayoría parejas jóvenes, con hijos y dedicadas al pequeño comercio; menos de un 2% supera los 65 años. De esa escasez de viejos se creó la leyenda de que cuando uno moría, le hacían desaparecer y otro inmigrante asumía su identidad, “y servíamos los cadáveres en nuestros restaurantes”, bromea el señor Xu. “La realidad es que no ha habido viejos en España porque los viejos no emigran, lo hacen los jóvenes, y cómo solo llevamos 30 años aquí, no ha habido tiempo a que la primera generación envejezca. Los chinos que mueren en España no salen en el periódico. Pero, descuide, no nos los comemos”. El desconocimiento entre la comunidad china y la sociedad de acogida es absoluto. Solo un 2% de los inmigrantes se han relacionado en alguna ocasión con españoles. La práctica totalidad de la primera generación de inmigrantes nunca aprendió el castellano. En España tampoco nunca antes hubo chinos. En los años cincuenta, un centenar de estudiantes católicos del Estado anticomunista chino de Taiwán fueron becados por la Administración franquista, que les construyó un colegio mayor en la Ciudad Universitaria madrileña, el Siao-Sin, hoy Facultad de Humanidades de la UNED. En 1973, hace 40 años, el Gobierno español (secundando a la Administración de Nixon), establecía relaciones

“CRISIS SE ESCRIBE EN CHINO CON DOS CARACTERES: ‘PELIGRO’ Y ‘OPORTUNIDAD”

Ying Long Qin (Arriba, a la izquierda). Tiene 22 años y nació en la provincia de Shanxi. Es el presidente de la Asociación de Estudiantes Chinos de la Universidad Complutense de Madrid, que reúne a 800 socios. Se matriculó en España hace cuatro años para estudiar Comercio y aprender castellano. “Es un idioma muy importante para un chino si quiere hacer negocios con Latinoamérica”. Chen Shengli (Arriba, a la derecha). Nació en Fujian hace 41 años. Comenzó Derecho y es máster del IESE. Responsable del Grupo Europichen, con 1.800 trabajadores entre España y China, dedicado a las energías renovables, los muebles de baño y la iluminación, que fabrican en China. Comenzó como pastelero a los 18 años. Con 25 se hizo con su propia pastelería y diversificó. Mao Feng (Abajo, a la izquierda). De 43 años. Nacido en Zhejiang. Presidente del centro cultural Han, con 700 alumnos, y propietario de una nave comercial en el polígono de Cobo Calleja con capacidad para 70 locales y de una revista de lujo (Selected Class) para el público chino. Llegó a España en 1996, donde ya estaba su mujer. Fue camarero, aprendió español y puso una tienda de bolsos. Triunfó. Zheng Jia Yu (Abajo, a la derecha). Lleva dos años en España y es bailarina en el Ballet de Víctor Ullate de la Comunidad de Madrid, que acaba de cumplir 25 años, especializado en danza clásicacontemporánea. Estudió en la Shanghai Dance School, creada en los años sesenta y hoy una de las más prestigiosas de China.

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diplomáticas con la República Popular de China. La inmigración tardaría en llegar. En 1980, solo estaban censados en España 677 chinos; en 1990, 4.090; en 2000, 28.600. El salto se daría en la década de 2000 hasta los 200.000. En 1986, tras nuestro ingreso en la Comunidad Económica Europea, España se situaba en el radar de la diáspora china. Entre 1949 y 1972, el régimen comunista les había prohibido abandonar su patria y relacionarse con ciudadanos de países capitalistas. El primer tercio de su historia del siglo XX había sido una guerra sangrienta e interminable. Luego llegaría la contienda mundial, y después, la civil. En la década de los sesenta, decenas de millones de chinos fallecieron en la hambruna provocada por la política económica del Gran Salto Adelante de Mao Zedong. Cuando en 1976, tras su muerte, su sucesor, Deng Xiaoping, inició la apertura económica del país con la política de las Cuatro Modernizaciones y las compuertas por fin se abrieron, la avalancha alcanzó a todos los países desarrollados.

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no de los primeros inmigrantes en llegar a España fue Xu Songhua. Era 1986. Había pasado por Holanda y Portugal. Llegó como cocinero. Trabajó, ahorró y en 1989 montó su primer restaurante en Madrid con dinero prestado. A continuación, otro. Ese sería, calcado, el modelo de los chinos en España durante dos décadas. A partir de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, se pasaría de (como mucho) un restaurante chino en cada ciudad a tres en cada barrio y uno en cada pueblo. El sistema era siempre el mismo: el inmigrante llegaba como empleado al negocio de un pariente; vivía y comía en un piso del jefe; aprendía el oficio; trabajaba duro para pagar su deuda y ahorrar. Y después, aupado por los préstamos de la comunidad, montaba su propio restaurante. Ese proceso duraba en torno a cinco años. Brotaron negocios de restauración chinos como setas que saturaron el mercado y sobrevivieron a base de bajar los precios y la calidad. Ese se convertiría en su sello empresarial. El 80% de esos inmigrantes habían llegado de la provincia de Zhejiang, del distrito de Qingtian y de la ciudad de Wenzhou. Eran una combinación de gente de campo, sin estudios, que apenas hablaban el mandarín (el idioma oficial), y del legendario espíritu comercial y especulador de los oriundos de la ciudad costera de Wenzhou, a los que se conoce como “los judíos de Oriente”. Muy trabajadores y muy negociantes: una mezcla explosiva. Después de plagar España con sus restaurantes, 50

el siguiente paso sería diversificarse: talleres textiles, bazares de todo a cien, pequeñas tiendas de comestibles, peluquerías, bares y la venta al por mayor. En la punta de la pirámide, el nicho del import-export y el asesoramiento a empresarios españoles para introducirse en China. “Desde 1995 hasta 2008, todo subió en España como la espuma: no había negocio malo para los chinos”, describe Marco Wang.

EN EL AÑO 1980 S O L O E S TA B A N CENSADOS EN ESPAÑA 677 CIUDADANOS CHINOS

L A M AYO R Í A D E LA COMUNIDAD CHINA QUE VIVE EN ESPAÑA PROCEDE DE ZHEJIANG

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nmersos en su comunidad, sin manejar el idioma y concentrados en ganar dinero a través de productos sin homologar y sus servicios de escasa calidad; saltándose las ordenanzas y las leyes; sin licencias de apertura ni de manipulación de alimentos, los negocios de esa primera generación de inmigrantes levantaron a mediados de 2000 las iras de los pequeños comerciantes españoles, que les acusaban de competencia desleal, de hundir los precios y de provocar el encarecimiento de los alquileres y traspasos de locales comerciales. En septiembre de 2004 se sucedieron varios incidentes xenófobos contra ellos en Elche (Alicante), la meca del calzado. Alfonso Tezanos, presidente de la Federación de Empresarios de Madrid, recuerda la batalla que libraron los comerciantes madrileños contra los inmigrantes: “Eran ingobernables. En 2005, reunimos 11.000 denuncias contra ellos, les pusimos al límite del cierre y logramos que hicieran las cosas bien. Hoy, la mayoría está en regla. Sus establecimientos son legales y pagan impuestos. Incluso su imagen es mejor, más limpia, menos desastrosa. Se han dado cuenta de que dando calidad se puede ganar dinero. Es un cambio de mentalidad”. “Se nos ha acusado de que vendemos la peor calidad posible, pero es lo que la gente ha demandado a los chinos en España: cosas baratas. Pocos saben que fabricamos productos de máxima calidad tecnológica”, explica Estela Li, de 30 años, nacida en Shanghái, filóloga, experta en finanzas y relaciones internacionales y ejecutiva de Affirma, una empresa dedicada a la consultoría estratégica con ramificaciones en China. Ahora está enfrascada en crear una empresa hispano-china en el terreno de las energías renovables, “en la que España pondría el conocimiento, y China, los fondos. Por ahí van los tiros”. El gran desafío es la calidad. Alcanzar un buen nivel aunque el producto siga siendo barato. Absorbiendo la experiencia, el diseño y las herramientas de marketing de las compañías y los profesionales españoles, pero fabricando en China. “Durante dos décadas se han limitado a inundar el mercado de

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productos malos, basando sus beneficios en vender mucho con un margen muy pequeño de beneficio. Ahora quieren hacer lo contrario: productos baratos, pero de mejor nivel, y que se puedan vender en los barrios populares”, explica el sociólogo Andrés de las Alas. El mejor ejemplo es la cadena Mulaya, la primera firma de moda nacida de la inmigración china en España. Escondida en una inmensa nave en el polígono de Cobo Calleja se encuentra la que sus compatriotas definen con orgullo como “la Zara china”. Es el resultado de la conjunción del modelo español de distribución de prendas de bajo coste y la capacidad de emprendimiento y producción a precios sin competencia de los chinos. Detrás está un matrimonio de treintañeros, Quinghua He y Lisa Bao; la hermana de esta, Eva Bao, y, como no podría ser de otra manera, la red: una decena de familiares y una veintena de parientes, oriundos de Wenzhou, que apoyaron con sus préstamos el negocio en sus inicios y hoy participan en las franquicias. Lisa, el alma del proyecto, es una mujer de aspecto frágil, vestida de Prada y Dolce & Gabanna, que conduce un Mini e intenta pasar desapercibida: “Si te haces famosa, van a por ti”. Su proyecto empezó en 2003. Todo su equipo (con excepción de la contable) es español. Las prendas se fabrican en China y en Prato (Italia), la factoría textil china en Europa, que es donde Lisa las selecciona y construye su rudimentaria colección. La cadena cuenta con 21 tiendas en Madrid y otras 3 en Barcelona, Valencia y Ciudad Real. Y un sitio web para el comercio electrónico donde esperan facturar en torno a 10.000 euros al mes. El siguiente peldaño de su iniciativa es contar con sus propias creaciones, a través de diseñadores free lance españoles, para después fabricarlas en China.

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finales de la década de 2000 las cosas marchaban. La economía marchaba. Los chinos vivían su vida, ganaban dinero y no daban problemas. En esos años se instalaron en España las principales multinacionales chinas y algunas españolas como Telefónica y el BBVA salieron de compras por el gigante asiático. Por el contrario, las inversiones chinas llegaron con cuentagotas, al igual que sus turistas (120.000 al año). Sin embargo, en algunos de los peores días de la crisis económica, al final del Gobierno de Zapatero, el régimen chino iba a ser un puntal decisivo para la acosada economía española, declarando al Reino de España como su “socio estratégico” y comprometiéndose a comprar “más deuda pública”, de la que llegarían a re52

M U L AYA E S LA PRIMERA FIRMA DE MODA NACIDA DE LA INMIGRACIÓN CHINA

EN 2011, CHINA LLEGÓ A HACERSE CON UN 10% DE LA DEUDA PÚBLICA ESPAÑOLA

unir en torno al 10% del total. Un año y medio más tarde se complicaría todo. Y se viviría la peor crisis entre España y China desde que iniciaron sus relaciones en 1973. El 21 de octubre de 2012, durante una espectacular operación policial en Cobo Calleja con perros y helicópteros a cargo de tres centenares de agentes, eran detenidas bajo la acusación de blanqueo de capitales, fraude fiscal, integración en organización criminal y coacción contra los trabajadores un centenar de personas, la mayoría chinos. El problema es que entre ellos se encontraba Gao Ping, de 50 años, el inmigrante que más lejos había llegado de su comunidad en España: de servir mesas en un restaurante a tener una mansión en la lujosa urbanización de Somosaguas, coleccionar arte moderno, codearse con la nobleza y ser un miembro destacado y asesor del Partido Comunista en Wenzhou.

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os medios de comunicación españoles extendieron sus acusaciones a una generalizada “mafia china”. Todos en el mismo saco. La colonia lo consideró un ataque. Reaccionaron como nunca antes. Iba contra su prestigio. Los informativos chinos abrieron durante esos días sus ediciones con la noticia, que tildaron de “ataque xenófobo de los españoles contra los chinos”. La embajada tomó nota. El 26 de noviembre aterrizaba en Madrid un enviado personal del presidente de la República Popular, el embajador Yang Guangyu, al frente de una comisión de la Oficina de Asuntos en Ultramar. Según uno de estos diplomáticos, venían “a comprobar cómo tratan los suegros a nuestra hija que vive en su casa”. Los enviados se entrevistaron con el director de la policía y el director general de Asuntos Consulares. El diplomático les leyó la cartilla. Se desataron los nervios en la Administración española y en la Embajada de España en Pekín. Era un desastre. El embajador Yang afirmaría que se había intentado criminalizar a toda la comunidad china y exigía al Ejecutivo español “que tomara las medidas necesarias para mejorar la imagen de la comunidad residente en España y separar a ese colectivo del pequeño grupo de imputados en la Operación Emperador”. La tibia respuesta de Exteriores a sus críticas fue que nunca había habido ningún intento de criminalizarla. Yang abandonó España el día 28. Al día siguiente, Gao Ping era liberado al haber excedido su detención policial las 72 horas legales. ¿Qué había ocurrido? Cinco meses más tarde volvería a la cárcel. Allí permanece. En el invierno de 2012, algo comenzó a cambiar en las relaciones entre España y China 쎲

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