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REVISTA FRENOPATICA ESPAÑOLA AÑO
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SEPTIEMBRE DE 1912 «
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NÚM. 117
SUMARIO: L:i sordera |)sí(|uic'a y la Rdrcloniiiiloz, por el Dr. Acelino Martin. — La loiigeviilaci de los i|ue piensan y sus rausas, por el Dr.l). Antonio Lei-ha-Mamo — Sobre las funciones del tálamo óptico y del cuerpo estriado, por el Dr. Ahilan sánclu;^-IIencero. — Notas científicas. — Seccion varia
A SORDERA PSÍQUICA Y LA SORDOMUDEZ, pop el Dr. AVELINO MARTÍN, Director del Consultorio municipal otorrinolaringológico de Barcelona (1).
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Es un hecho evidente que por el examen objetivo es imposible diagnosticar la sordomudez, pues la otoscopia no basta, ni mucho menos, para conocer la naturaleza orgánica ni la causa de una hipoacusia. El oído, en sus partes principales, es inaccesible a la vista y su examen físico, en la mayor parte de casos, sólo da datos sumarios, insulicientes o negativos y hasta contradictorios. Además, el oído es un sentido tan complejo que no permite deducir su estado anatómico por el examen de la función. Pero, aun admitiendo, lo cual está muy lejos de la realidad, que la hipoacusia o la aacusia signifiquen forzosamente alteración anatómica del aparato auditivo, aquel examen funcional exige la colaboración del sujeto examinado, y esta colaboración es, a veces, imposible, ya por la edad del paciente, ya por el estado de su inteligencia, ya por las dificultades de ponernos en relación con él, y, aun en los casos más afortunados, es muy fácil ser inducidos a error, por ignorancia o por malicia. De estas consideraciones se deduce que, faltos como estamos de un método de investigación rigurosamente (1) Comunicación al IV Congreso Nacional de Otorrinolaringología. {Bilbao, agosto de 1912).
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La sordera psíquica y la sordomudez
científico y puramente objetivo para diagnosticar la sordomudez, es muy posible que se incluyan en este grupo afectos análogos y de pronóstico y tratamiento muy diferente. Es, además, muy posible que confundidos entre los sordomudos individuos que no lo son, acaben por identificarse psíquicamente con ellos. Prácticamente, y por las observaciones que luego transcribiré, se vem que el hecho es cierto y que os útil llamar la atención de los pedagogos acerca de este importante asunto. Genéricamente podemos decir que están afectos de sordera psíquica los individuos de apariencia física y psíquica normal, cuyo aparato auditivo funciona con toda integridad, cuyos órganos periféricos de lenguaje están normalmente constituidos, y que, sin embargo, no oyen ni hablan. Estados parecidos son los designados por Küssmaul con el nombre de afasia congénita, de alalia idiopática por Goen, de afasia congénita funcional por Oltuszewski, de idioglosia por White y Bird y de audimudez por los autores franceses. Es frecuente observar el caso de individuos que oyen el reloj, diapasones variados, ruidos de ínfima intensidad, y, sin embargo, no entienden la palabra. Oyen que se les habla, pero por mucho que se esfuerce la voz y por mucho que se acerquen al que habla, no pueden entender lo que se les dice. Podría interpretarse el hecho por existir escotomas en la audición, en cuyo caso no percibiéndose ciertos sonidos fundamentales o armónicos, la palabra o no sería percibida o lo sería borrosHmente, pero un examen más detenido y hecho con los diapasones en cinco sujetos, de entre doce adultos y de inteligencia suficiente para poder tomar en cuenta sus autoobservaciones que asisten a mi clínica y que se encuentran en aquel caso, me pernnite asegurar que, en ciertos sujetos, la percepción es normal para la serie de diapasones de Bezold, y, sin embargo, la audición a la palabra es casi nula.
Avelino Martin
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Las dificultades de observación suben de punto cuando se trata de niños, unas veces por su indocilidad, otras por su inteligencia poco desarrollada, en otras ocasiones por la dificultad en hacerles comprender los • latos que en ellos se buscan, y otras veces por malicia o poca buena voluntad. Así es que, no mediando una clara y repetida observación y una gran experiencia sobre estos casos, es fácil caer en error c incluir entre los sordomudos a individuos que sólo son audimudos. Sin hablar de los imbéciles que, según la célebre frase 9
scureciinienio coi^poral y aun la d o m i n a r á el cuerpo, no sabiendo cuando éste envejezca m a n t e n e r l o y defenderlo. Pero si es al contrario, de u n a luituraleza poderosa, como pasa en todos los seres de g e nio, no tan sólo fortificará y ennoblecerá su organismo, mezclándose íntimamente al cuerpo que ella a n i m a , sino que, usando también de la preeminencia que tiene como espíritu, t r a t a r á de hacer valer siempre su privilegio de e t e r n a j u ventud. P a r a Beard, la longevidad de los p e n s a d o r e s dependería de cuatro cosas: 1.*, su robusta constitución física; 2.', herencia s a n a y longeva; 3.', su gran voluntad; 4.', facilidad en la p r o ducción. N i n g u n a de estas c a u s a s lia sido confirmada. No iHiiemos conocimiento de estadística a l g u n a que pueda inclin a r n o s a admitir esta herencia s a n a y longeva de los pensadores. La voluntad férrea caracteriza a g r a n niim(;ro de los trabajadores de la inteligencia; pero n a d a puede explicarnos la longevidad de los pensadores y de los h o m b r e s públicos, y a d e m á s , e n t r e éstos hubo m u c h o s p a r a los cuales el trabajo fué una tortura, y otros entraron de lleno en la locura o a n duvieron por s u s m á r g e n e s . Stadelmann (1) ha admitido la genialidad de base histérica (ejemplo Heine), la paranoica (William Blake), la catatónica (Holderlin), y la de base epiléptica (ejemplo, Edgard Poe) Miguel Ángel, que, según él mismo confiesa, su vida fué un furor continuo, sin un momento de reposo, que fué melancólico, perseguido y padeció de crisis motoras de epilepsia, atribuye todas s u s desventuras a u n a falta de voluntad (2). (1) II. Stadelman. Die SioUaiuj dor Pxycliopathologie «ítr Uunsi.— Mürifhen. Paper, 1908. (2) Romain Rolland. «La vio. do MIchel AtiKcl». (Cahíerde la Qulnzainc. París 21 octubre-de 1908). •
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La longevidad de los que pientao y tus causas
Cuando ninguno creiamoB ya en la generación espontánea de las ideas en la mente genial y si — como dice Ranzoli — en su origen por una cerebración consciente o inconsciente, obtenida con un esfuerzo meditativo intenso y continuo, que en suma el genio no es más que paciencia y fatiga, Beard nos ha bla de la facilidad de producción. Y respec o a la robusta constitución física, no estaremos con Heine, para el cual «el genio es como la perla, que no se encuentra más que en las ostras enfermas», pero tampoco con Beard, y para citar alguno dn los nuestros, recordemos a Cajal, en el cual un cerebro i)Otenii* ordena a una complexión fuerte también, y pongamos a su lado a Carracido, a quien se podrían aplicar las palabras que Segur dedicaba a Voltaire: «Su flacura recordaba sus fatigas; su cuerpo, sutil y curvo, no era más que una envoltura leve, casi ti*ansparente, a través de la cual parecía verse su alma y su genio». La hipótesis de César Lombroso merece más atención. Los estados afectivos, emociones, pasiones, efectos, influyen sobre el organismo tanto más intensamente cuanto mayores el grado de emoción, originando desde el paro momentáneo de las funciones orgánicas o disminución de su intensidad hasta la muerte inmediata. Para Lombroso el cerebral es un apático, que a veces no siéntelos efectos más elementales e instintivos, como los de la familia y el amor, explicándonos esta apatía su gran longevidad. Ranzoli hace observar que en los mismos escritos de Lombroso se encuentran argumentos contra esta hipótesis. De sus investigaciones, tan continuadas y fructuosas, resulta que los hombres de genio presentan una emotividad exagerada, y todos sabemos que ha tratado de elevar a caracteres del genio su orgullo exagerado, los accesos de cólera, que estallan al más leve motivo, la envidia, la nerviosidad, su hiperestesia, sus pasiones varias, en unos manifiestas, en otros ocultas, por predominar sobre todo su ambición de gloria y curiosidad científica, causa de sus desgracias verdaderas o imaginarias. Todos estos resultados no están de acuerdo con su hipótesis. La historia de los hombreí» de genio — sin negar sus buenas acciones, la primera de todas la creación genial—está llena de pruebas de esta megalomanía, de esta envidia y de todas estas pasiones, que alguno hubiera creído patrimonio de los pequeños. Se dice de Newton que hubiera sido capaz de matar a sus contradictores científicos. Rouelle, el fundador de la química en Francia, insultaba y perseguía a los alumnos suyos que publicaban trabajos científicos; la palabra plagiario
Antonio Lccba-Marzo
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t«ni(i para él un significado tan odioso, que la dedicaba a los más grandes delincuentes, y llegó a aplicarla a su iliscipulo Damiens. A nuestro Lope de Vega llamó Luis de Alarcón «envidioso universal de los lauros ágenos». La princesa de Conti decia a Malherves : «Voy a enseñaros los versos más bellos del mundo, versos que no los habéis visto aún». Y él respondía bruscamente; «Perdonadme, señora, los he visto; puesto que son los más bellos del mundo, los tiebo necesariamente haber hecho yo». De Swlft, de Leñan, de Wezel, se han referido sus ideas de grandeza. Damas decia de Víctor Hugo : «Llegó entonces a creerse superior a todas las criaturas humanas. No dice: el genio soy yo; pero comienza firmemente a creer ((ue el mundo lo dirá». Del mismo Lombro.90 (1) tomaremos otros datos para demostrar (|uo el genio no es apático, y que en él, como en las medianías, hace presa la tristeza como la alegría. Aristóteles dijo que los genios son todos de naturaleza melancólica, y ahora lo repite Jurgen Bona Mayer. (ioethe escribí»: «Mi naturaleza está entre la extrema dicha y la extrema melancolía». Me despierto siempre, decía lord Byron, en un verdadero acceso de desesperación y de disgusto por todo, aun poraquello