Las llaves de nuestra casa

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Las llaves de nuestra casa Es difícil vivir en una casa que no es la propia. Aunque se trate de hermanos o de amigos, no tienen las mismas sensibilidades. Con las espiritualidades ocurre como con las casas. Nos pueden gustar dos o tres habitaciones, pero en el conjunto no nos sentimos en nuestra casa. Hoy os invito a visitar la casa de la espiritualidad Anizan. Una casa compleja, que se ha hecho en periodos sucesivos. Quiero entregaros un juego de tres llaves para visitar las habitaciones principales. Y, de regalo, tres contraseñas para penetrar en algunos secretos de la casa. Tanto si se es sacerdote, como si se es religioso o seglar, no se visita el edificio de manera totalmente idéntica, sino que cada uno es admitido a la misma y puede sentirse por completo de la familia.

Primera llave: la compasión por las masas

La primera llave se llama “compasión”. Una vieja palabra que se repite. Anizan la usó poco, prefería los términos latinos “miserere” o “misereor”.

“¡Cómo me gustaría comprender y penetrar en ese misereor del divino Salvador! ¡Ver y sentir hasta qué punto esta compasión penetraba e impregnaba todo su corazón! ¡Cómo me gustaría que me penetrase y me impregnase a mí también! … 1

Jesús se compadeció de aquellas multitudes. En nuestros días, ¿quién se compadece? Ahí están, yacentes, como rebaños abandonados y sin pastor. ¿Qué haría falta? Hombres que

amen a esas masas, que comprendan su angustia y su abandono

espiritual, que vayan a ellas… que pongan a Dios y la religión a su alcance…” (1916)

Testigo de la miseria de los trabajadores y de las familias de los suburbios de París, Anizan se niega a encerrarse en una conmiseración estéril. Frente a los sufrimientos del mundo obrero y pobre que es alumbrado en el dolor, su corazón vibrante de hombre y de apóstol se lo ofrece a Cristo. Para que el Cristo que, en su época, “se compadeció de las masas” de Palestina (Mt 9,36; Mt 15,32; Mc 8,2) venga a revivir su compasión por las masas populares de hoy día, y también para que le permita hallar respuestas apostólicas a las angustias humanas y espirituales actuales: “He unido a su Pasión las cruces que yo llevo en este momento y, con él, he pasado toda la misa clamando el miserere de esas pobres multitudes y ofreciéndome para ir a ellas, para orar, sufrir y obrar por ellas.”

La contraseña: “llenarme”

No hace falta recordar aquí las situaciones de espera o de angustia, y hasta de desprecio o de abandono que viven nuestras ciudades, nuestros suburbios y nuestras “masas” populares, pero ¿cómo hacerlas lugares de la presencia de Dios? ¿Lugares de alumbramiento de una nueva sociedad más humana? ¿Lugares de construcción de una Iglesia más servidora de humanidad? Anizan nos proporciona una primera contraseña: “llenarme”.

“La idea de las masas perdidas me llena y me persigue.”

“Jesús. Un poderoso atractivo me lleva hacia Él… ¡cómo necesito que me llene! Quiero llenarme de él, llenar de él mi espíritu, mi vida, igual que mi corazón. Quiero reconocerlo… como el verdadero propietario de mi espíritu y de mi corazón y de todas mis facultades, y de mi cuerpo y de mi vida.”

Entrar con Anizan en la actitud de “compasión” de Cristo por las masas de hoy 2

día es dejar habitar el corazón a dos amores capaces de conjugarse, el amor a Cristo y el amor a las masas. Alimentarse a la mesa cotidiana de los acontecimientos del pueblo y de la Palabra de Cristo, con el fin de “reproducir a Jesús padre de los pobres” y de esta forma descubrir mejor hasta qué punto Dios es formidablemente humano al querer compartir los sufrimientos, las luchas y las maravillas de las gentes humildes.

Segunda llave: la locura de la Caridad

La segunda llave es otra palabra que no está de moda: la caridad. Pero qué fuego arde bajo las cenizas de esta palabra: el Amor con mayúscula, energía fundamental que un ser humano descubre en sí, cultiva, intenta profundizar y purificar, porque siente que la verdad de su ser está ahí. “Amar, no me siento hecho sino para eso”, exclamaba Anizan. Pero más aún lo es el descubrimiento maravillado de que todos los hombres, y especialmente los pobres, están invitados a entrar en una historia de la Salvación. No hay excluidos de esta fiesta que el Espíritu “Caridad de Dios” comenzó a encender en el corazón del hombre en Pentecostés. Las masas obreras y populares, lejos de desesperar de ellas mismas, deben descubrir que Dios se halla manos a la obra en ellas, que viene a “salvarlas” liberando el amor mediante los mil gestos de entrega de sí mismo que se viven en ellas y que todo hombre, comenzando por el más pequeño, puede quedar atrapado por esta espiral de la “locura de la caridad”.

“Debemos desear que la caridad reine en torno a nosotros y en el mundo, trabajar para darla a conocer, para propagarla. ¡Qué hermoso sería despertar la caridad, implantarla en las almas!... ¡Cuántas almas se han revelado como generosas, como capaces de los mayores actos de caridad… en mil obras de nuestro tiempo! En el pueblo, ¡qué de recursos admirables desde este punto de vista! Pero a menudo no hay nadie que los haga surgir, que les dé ocasión de manifestarse y desarrollarse. Esa debería ser una de nuestras preocupaciones.”

Trabajar para hacer que las gentes del pueblo descubran al Dios de la Alianza que camina con ellas, a través de las alegrías y de las penas, y que se hagan a su vez apóstoles, ¿hay algo más apasionante?

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“Cristo se hizo obrero y pobre. Escogió a sus apóstoles de entre los pobres… Y nosotros queremos seguirle más de cerca. Queremos poder decir , en lo que nos atañe, como Nuestro Señor: “Los pobres son evangelizados.”

La contraseña: “atraer”

Pero, ¿cómo dejar este “Reino de la caridad” que brote del corazón de Cristo, que penetre poco a poco la vida cotidiana y los compromisos? Anizan nos deja aquí una segunda contraseña: “atraer.”

“Un gran medio de atracción es la verdadera caridad, afable, desinteresada, profunda… Dadme, ¡oh, Dios mío!, la posibilidad de consagrarme a ellos, los pobres… a los que están solos o en medio de la multitud… Dadme el poder atraerlos, aliviarlos, apoyarlos, llevarlos a vos y al cielo.”

“Desde hace algún tiempo, a consecuencia de una atracción providencial… me siento atraído hacia la contemplación y hacia Dios solo… Gracias mil veces, Dios mío, por esta atracción luminosa que me lleva hacia Vos y me abre los ojos a Vos.”

Ahí está el secreto de las vidas dichosas y plenas. No se hace uno luminoso y atractivo para los demás si no está atraído uno mismo por la búsqueda de un Bien Supremo al que nosotros, creyentes, llamamos Dios. Ése es el fruto del Espíritu Santo.

Tercera clave: el Abandono a la Voluntad de Dios

En las existencias que anhelan luchar y cambiar las situaciones, estas palabras pueden dar lugar más bien a la desconfianza, cuando, al revés, lo que evocan es la Confianza: Anizan es todo lo contrario de un poltrón. Un hombre hiperactivo, que reconoce haber caído a menudo en una “vida de estrés”, tan en serio se toma el conducir proyectos apostólicos variados en beneficio del pueblo. Pero poco a poco, sobre todo al hilo de acontecimientos dolorosos (su deposición por Roma), pone su inmenso deseo de actuar con los pobres y el pueblo en el corazón mismo de Dios. Abandona a Dios, no 4

su gran capacidad natural de compasión y de acción, sino la dirección misma de su vida. En lo sucesivo velará por descifrar en todas las cosas la Voluntad de Dios y tratará de obrar menos por impulso de sus deseos personales que por los de Dios.

“Para nosotros, la verdadera vía es la del abandono a Dios. Él es para nosotros mucho más que un padre y que una madre. Lo conoce todo. Hace que todo se vuelva a favor de los que lo aman… Pongamos todo en sus manos intentando complacerle en todo. Quisiera hacer yo de este abandono amoroso todo el fondo de mi vida. Haced vosotros de él el fondo de la vuestra.”

La santidad del hombre compasivo y activo alcanza ahí su cima. La santidad que persigue no es la de la perfección, sino la del abandono de sus deseos en el deseo de Dios. La omnipotencia de Dios puede entonces obrar en toda su medida en los corazones y las manos de hombres disponibles.

“Oremos, procuremos santificarnos y, sin otra ambición que la de ser los instrumentos de Dios, estemos en Él, entre sus manos, prestos a todo.”

La contraseña: “ver”

Tal grado de abandono requiere una calidad poco común de oración, de meditación de la Palabra de Dios y de reflexión sobre los acontecimientos del pueblo. Una actitud interior, eso es a lo que Él nos invita sobre todo. Es la tercera contraseña: “ver”. Intentar ver lo que Dios mismo ve; intentar penetrar en la “visión de Dios” sobre sí mismo y sobre los que nos rodean para percibir en ella una llamada.

“Ahora tengo que hacerme vidente más que ejecutante... tengo que adoptar la actitud de Saúl deslumbrado por la luz divina: “¿Qué quieres que haga?”

“Dios tiene su visión sobre los acontecimientos actuales, eso es evidente; se trata de conocerla para entrar en ella libremente… Tengo que situarme cara a cara a la voluntad de Dios solamente… Señor, ¿Qué queréis que haga?”

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Anizan es un activo y un vidente, en medio de las masas obreras y populares, un apóstol que busca lo Invisible presente en medio del pueblo, pues sabe que el corazón paternal de Dios palpita ahí y lo llama a la gracia de su encuentro y a la tarea de su misión.

Anizan nos entrega al menos tres llaves de una espiritualidad de una gran profundidad y actualidad. Una espiritualidad adaptada a los huecos de escalera y a las plazas de las ciudades; a los trabajadores, a los parados y a las madres de familia; a los jóvenes y a los adultos. Una espiritualidad trinitaria donde se intenta vivir la compasión del Hijo “por la multitud” y el atractivo del Espíritu-Caridad, en el abandono a la voluntad del Padre, ¡aunque muchas veces se lo viva más en la penumbra que en la luz cegadora! Pero, como añade Anizan: “El asunto de nuestra santificación se parece mucho a esas tapicerías que se trabajan del revés. La labor parece informe, pero cuando está acabada y se le da la vuelta al cañamazo, el resultado es admirable.” Lo que aquí dice del tapiz sirve para la construcción de su casa espiritual. ¡Que estas tres llaves y estas tres contraseñas os abran las ganas de visitar las otras habitaciones del edificio!

Michel Retailleau h.c.

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