Las virtudes cardinales

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Las virtudes cardinales Llégate hasta nosotros, Espíritu de Verdad y llena con tu fuego de amor esta casa de nuestra vida interior. Tú que en otros tiempos inundaste con el don inefable de tu grandeza la casa donde permanecían unidos los discípulos, Tú que le hiciste contar en diferentes lenguas las maravillas del Señor, concédenos las diferentes virtudes e introdúcenos en los atrios del cielo. Amén Buen día a todos los que se suman a compartir con nosotros el Despertar con María, lo hacemos en todo lo que nos regala el Señor a partir del encuentro con él en la catequesis. Queremos unirnos en esta sencilla búsqueda de la felicidad en nosotros por nuestro comportamiento libre y responsable en aquel lugar donde el caudal de vida que hay en nosotros en el ejercicio de la libertad puede potenciarse, ¿Cuál es ese lugar? las virtudes con las que Dios nos bendice. Las virtudes humanas, las virtudes cardinales y las virtudes teologales, ese es el itinerario que vamos a recorrer en esta catequesis, para que detrás del ejercicio virtuoso de nuestra vida en aspectos y dimensiones distintas, el ejercicio de la libertad encuentre todo su potencial de desarrollo y crecimiento para nuestra plenitud y felicidad. “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” dice el apóstol San Pablo en la carta a los Filipenses 4, 8. Todo lo que sea verdadero, noble, justo, puro, amable, honrable, honorable, todo lo que sea virtud y cosa digna de ser elogiada, todo eso es para descubrir que se esconde la presencia del Dios viviente y es para tenerlo en cuenta. ¿Qué es la virtud? La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien.

Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios. La semejanza es la que ha quedado dañada en nosotros y es la que tenemos que recuperar para parecernos a Dios. Cómo se consigue la virtud, por la reiteración de los actos buenos vamos incorporando un caudal de marca interior que nos hace obrar naturalmente de ese modo, bien. Mientras más virtuosos vamos siendo en el camino del Señor, mas con naturalmente nos vamos pareciendo a Él. Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe. Cuanto obramos virtuosamente nuestro comportamiento no está liberado a nuestra sensibilidad frágil, sino que nos vamos fortaleciendo para que nuestro comportamiento de manera estable sea capaz de dominar las pasiones y controle nuestra sensibilidad para que nuestro quehacer sea más “humano” regido por nuestra inteligencia y nuestra voluntad. Las virtudes proporcionan facilidad, dominio y gozo para llevar una vida moralmente buena. El hombre virtuoso es el que practica libremente el bien. Las virtudes morales se adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes de los actos moralmente buenos. Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino. Hay cuatro virtudes que son las que orientan el comportamiento de todas las demás virtudes, las llamamos las virtudes brújulas o cardinales. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Ellas son las que marcan el norte de nuestra vida, las que nos orientan en todo nuestro quehacer virtuoso.

Virtud quiere decir fuerza, mientras más virtuosos somos, tenemos mayor capacidad de permanecer firmes en el servicio de hacer bien el bien, y cuando la virtud ya ha sido adquirida nos brota el obrar de esa manera porque es un hábito que vamos adquiriendo Las virtudes son el fruto de sus esfuerzos, pues ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza. La madre de las virtudes cardinales es la prudencia. La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. Es la que dispone la inteligencia práctica para ver que conviene hacer aquí y ahora, en discernimiento, para que lo que hagamos sea lo mejor que podemos hacer cuando estemos eligiendo y no solamente elegir qué hacer sino con qué instrumentos hacerlo. Hacer el bien aquí, ahora y con esto que tengo, con esto que soy. Esta capacidad prudente dice el libro de los Proverbios hace que el hombre sea cauto. ‘Sean sensatos, dice 1 Pedro 4, 7, y sobrios para darse a esta virtud. La prudencia es la regla recta de todas las virtudes porque en cada virtud hace falta esta capacidad de discernir y de aplicar la inteligencia práctica eligiendo los mejores instrumentos que tenemos para obrar de la mejor manera posible. Tiene mucha capacidad prudente el ama de casa que con lo que tiene en la heladera es capaz de hacer una rica comida. Si trasladamos el ejemplo al vínculo que tenemos con las personas con que compartimos la vida se podría decir lo mismo, con lo que hay, con lo que tenemos, con lo que somos, podemos hacer muy bien lo que en ese momento estamos llamados a hacer bien, si nos dejamos llevar por la capacidad de discernir en la práctica y en lo concreto qué es lo mejor para hacer en ese momento con lo que yo tengo y con lo que yo soy. La persona cuando va adquiriendo la virtud de la prudencia decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares, es decir esta virtud hace que no actuemos por el

deber ser sino por la posibilidad de ir siendo lo que estamos llamados a ser. En el comportamiento del deber ser la persona orienta su accionar sin miramientos a lo que más conviene y hace lo que tiene que hacer sin darse cuenta que a veces hacer las cosas como mejor sería no es lo mejor en el momento. Por ejemplo, es difícil decirle a un niño que está iniciando su período de aprendizaje escolar que lea de corrido, tendrá que hacer todo un proceso para lograrlo, es verdad que está llamado a leer de corrido pero esa posibilidad viene de la mano de un proceso de aprendizaje. Si yo le aplico a la vida lo que está llamado a ser sin mirar cómo ir haciendo un proceso en el tiempo, lo que hago es fallar en el intento. La persona prudente sabe respetar los procesos propios y ajenos a la hora de elegir lo mejor para hacer bien el bien. En esto de darle a Dios esto que somos, ahí está la razón de ser de la justicia como virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. La justicia para con Dios es llamada ‘la virtud de la religión’. Para con los hombres, la justicia dispone a respetar los derechos de cada uno y a establecer en las relaciones humanas la armonía que promueve la equidad respecto a las personas y al bien común. El hombre justo, evocado con frecuencia en las Sagradas Escrituras, se distingue por la rectitud habitual de sus pensamientos y de su conducta con el prójimo. ‘Siendo juez no hagas injusticia, ni por favor del pobre, ni por respeto al grande: con justicia juzgarás a tu prójimo’. Hace mucha falta la adecuación en lo concreto para dar a cada uno lo que corresponde, hace mucha capacidad de entrega para dar a Dios lo que corresponde. Siempre recordemos que la prudencia es la que marca el justo equilibrio en esto de dar lo que corresponde. La prudencia es la que establece dentro de todas las demás virtudes el modo justo y adecuado de obrar y de operar conforme sea lo que corresponde en el momento en que se lleva a cabo un acto humano que quiere ser virtuoso, por eso es bueno ejercitarse en la prudencia. Siempre la prudencia nos tiene que acompañar en la manera de comportarnos virtuosamente, es la que establece la justa medida. A la hora

de ser justos, la prudencia lleva de la mano a la justicia para dar los que corresponde. La tercera virtud es la fortaleza, es la virtud moral que asegura en las dificultades la firmeza y la constancia en la búsqueda del bien. Reafirma la resolución de resistir a las tentaciones y de superar los obstáculos en la vida moral. La virtud de la fortaleza hace capaz de vencer el temor, incluso a la muerte, y de hacer frente a las pruebas y a las persecuciones. Por ejemplo supongamos, lo que es llegar al día viernes para el trabajo, el cansancio acumulado, las preocupaciones que hemos ido tomando en la semana muchas veces nos ha minado las energías, y como para completar nuestra tarea necesitamos resistir en el cansancio y cuantas veces superarlo y sortearlo, buscando la mejor manera inteligente para ir adonde tenemos que ir. La virtud de la fortaleza tiene estos dos movimientos, es capaz de resistir el mal y es capaz de avanzar sobre el mal, tiene esta doble capacidad. Es muy importante trabajar la virtud de la fortaleza en una sociedad que no resiste el conflicto y que se hace niña o adolescente en su comportamiento. La situación convulsionada en la que vivimos y las perspectivas de conflictividad que van surgiendo en la convivencia social por lo global y por lo cotidiano, requiere de nuestra parte un trabajo importante para permanecer de pie. El don de la resistencia y el don de la capacidad de vencer son los que nos deben animar en hacernos fuertes. Yo quisiera distinguir entre fuerza y rigidez. El que es fuerte tiene mucha flexibilidad, el que es rígido no tiene capacidad de movilidad frente a lo conflictivo por lo tanto lo rígido rápidamente se quiebra frente a la conflictividad, lo fuerte por más que lo sacudan los vientos permanece de pie, permanece firme. Entonces cuando hablamos de fortaleza no se trata de morder dientes, de apretar puños y de tensar músculos, con los cuales tantas veces logramos estados de estrés que minan nuestra salud integral. Hablar de fortaleza supone capacidad de identificar las zonas de conflictos y saber cómo y de qué manera tenemos que pararnos frente a ellos para aguantar el

chubasco cuando venga y superar la dificultad cuando tengamos la oportunidad de hacerlo. Las dificultades pueden ser mínimas, pueden ser grandes, pueden ser personales, vivenciales, laborales, en la proyectividad de la vida de la familia, hay tantos escenarios de conflicto y en todos tenemos que tener la capacidad de decir, acá tengo que aguantar, acá puedo avanzar. Hay una virtud que va de la mano de la fortaleza que es la magnanimidad. El magnánimo es el que tiene un corazón grande y cuando uno tiene un corazón grande el alma se ensancha y entonces no arruga frente a los conflictos. Hay que cuidar que la magnanimidad no se traduzca en relación a la virtud de la fortaleza en temeridad y avanzo entonces sin mucho miramiento, es decir sin la virtud de la prudencia que regula al magnánimo para que no se haga temerario. Temerario es el que avanza sin medir las consecuencias, sin razonabilidad en la manera de actuar. La consigna hoy es: de la prudencia, de la justicia de la fortaleza y de la templanza, ¿dónde te parece que tenés que trabajar más, según lo que vamos compartiendo? Después vamos a trabajar sobre la Fe, la Esperanza y la Caridad. ¿Cuál de estas tres virtudes teologales, que vienen infundidas por Dios en el alma, crees que es necesario trabajar más en tu vida? Muy asociada a la fortaleza esta la templanza, es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. Cuando la sensibilidad gobierna el comportamiento humano la barca de la vida es como una veleta sin timón, entonces conviene trabajar sobre la virtud de la templanza para que tengamos dominio de nosotros mismos. Cuando no trabajamos la templanza, los objetivos que perseguimos en la vida se nos pueden transformar en obsesiones, por eso es muy importante esta virtud. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar

‘para seguir la pasión de su corazón’. La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: ‘No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refrena’. En el Nuevo Testamento es llamada ‘moderación’ o ‘sobriedad’. Debemos ‘vivir con moderación, justicia y piedad en el siglo presente’. San Agustín decía: Nada hay para el sumo bien como amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente. […] lo cual preserva de la corrupción y de la impureza del amor, que es los propio de la templanza; lo que le hace invencible a todas las incomodidades, que es lo propio de la fortaleza; lo que le hace renunciar a todo otro vasallaje, que es lo propio de la justicia, y, finalmente, lo que le hace estar siempre en guardia para discernir las cosas y no dejarse engañar subrepticiamente por la mentira y la falacia, lo que es propio de la prudencia» Orientar todo nuestro quehacer para amar a Dios por sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos , con todo nuestro ser, mente, corazón, evitando la corrupción, la impureza, supone sumar dentro de esta decisión, estas virtudes que son la brújula que nos conducen a ese objetivo que es la razón de nuestra felicidad. Amar a Dios, sirviendo a Dios en los hermanos, amándolos como a nosotros mismos. Quien obra así es feliz, pero para obrar así hace falta que recibamos este don de gracia de las virtudes cardinales y trabajar desde ellas. Lo que hace la virtud es justamente sacar afuera lo bueno que hay en vos. Las virtudes humanas que adquirimos mediante la voluntad, la educación deliberada de nuestros actos y una perseverancia que nos sostiene en hacer el bien para que nuestro comportamiento sea natural a nuestro modo de ser vienen por Dios bendecidas, y él nos ayuda a forjar el carácter y a tener soltura en la práctica del bien. Por eso hay que comprometernos en la tarea y pedirle a Dios también el don de ser asistido para poder hacer bien el bien. Para nosotros que estamos heridos por el pecado no es fácil

guardar el equilibrio en el comportamiento. El don que Dios nos trae en Cristo para hacernos plenos, supone esta asistencia de la gracia en la virtudes. Cada uno debe pedir siempre esta gracia de luz, de fortaleza, debe recurrir a los sacramentos, cooperar con el Espíritu Santo, seguir su invitación a amar el bien, el guardarse del mal, el hacer un buen examen de conciencia diario a la luz del discernimiento espiritual, el compartir en comunidad como va el proceso del camino que uno va recorriendo, donde se puede trasparentar las propias debilidades y las propias conquistas sin ser juzgado ni halagado sino sencillamente bienvenido. Es necesario trabajar desde la gracia en comunidad las virtudes que Dios quiere hacernos fluir hacia el bien, haciendo bien el bien cada día. Para vivir la vida en el Espíritu que es el llamado a la bienaventuranza, a la plenitud, a la santidad que Dios nos hace a todos desde la mirada del catecismo de la Iglesia Católica, cómo, para vivir desde esa perspectiva el catecismo nos entrega este cuerpo virtuoso que se completa con las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad que vamos a trabajar el lunes. Las virtudes cardinales son virtudes humanas que con la gracia de Dios podemos desarrollar en nosotros. Nos encontramos el lunes con el Despertar con María, hasta el lunes.

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