LOS TRAZOS EN EL CUERPO DE UNA HISTORIA SIGNIFICANTE

LOS TRAZOS EN EL CUERPO DE UNA HISTORIA SIGNIFICANTE Alfredo Flores Vidales A través del tiempo, el ser humano se ha interesado por estudiar la diver
Author:  Susana Ruiz Torres

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LOS TRAZOS EN EL CUERPO DE UNA HISTORIA SIGNIFICANTE Alfredo Flores Vidales

A través del tiempo, el ser humano se ha interesado por estudiar la diversidad de fenómenos de su entorno, más aún de aquellos que parecen presentarse de manera inherente a la humanidad. La manera de poder llegar a una explicación ante éstos ha variado dependiendo en gran medida del contexto sociocultural en que se viva. Así, de un tiempo a la fecha se habla de “el método científico”, el cual propone una serie de lineamientos que pueden permitir llegar a la verdad de la problemática estudiada con la máxima objetividad. Sin embargo; ¿qué pasa cuando esto no es suficiente?. Al realizar un recorrido histórico acerca de las distintas afecciones que han aquejado al ser humano a lo largo de su existencia, se puede vislumbrar que las enfermedades no han sido las mismas en las diferentes épocas por las que la humanidad ha atravesado. Aunque el cuerpo tenga la misma anatomía, las enfermedades son propias de cada época. Los discursos que se generan sobre y en torno de ellas, van cambiando, se van ajustando al quehacer científico; principalmente al saber médico, que bajo la premisa de “mejorar” la salud de los sujetos afectados por alguna patología se apoya en el empleo de aparatos, instrumentos, drogas y demás objetos que violentan al cuerpo, incluso la mayoría de las enfermedades resultan correlativas a la aparición del instrumento hecho para detectarlas o de los medicamentos destinados a tratarlas, por lo tanto; partiendo de esto se podría deducir la existencia de una dolencia propia de cada época. En la Iliada y en la Odisea, la enfermedad aparece como castigo sobrenatural, como posesión demoníaca o como acción de agentes naturales. Para los griegos la enfermedad podía ser gratuita o merecida, es decir; todo estaba en función de la conducta que el sujeto hasta entonces había mostrado para con los demás. En cambio, con la llegada del cristianismo que impuso ideas morales acerca de las enfermedades, la correspondencia entre una enfermedad y su “víctima” fue haciéndose más estrecha, reinando la idea de enfermedad/castigo (Sontag, 1989). 1

Posteriormente, con el auge del positivismo las enfermedades fueron dejando de considerarse como efecto de algún castigo divino y tomaron su lugar las causas biológicas, lo que de alguna manera posibilitó que el ser humano se interesara por llegar a comprender cómo funcionaba su cuerpo a nivel fisiológico y cómo actuaban sobre él las distintas enfermedades, hecho posible gracias al surgimiento de la anatomía. La anatomía, se constituyó sobre el modelo de un cuerpo muerto, inmóvil, enteramente visible en todos sus órganos exteriores e interiores, por lo tanto, disecable; en suma, la anatomía se constituyó sobre la imagen del cadáver, y abordar el cuerpo en su imagen de cadáver implica a “la vez un menoscabo y una proyección”: menoscabo porque junto con la vida, la duración y la sexualidad, el anatomista priva al cuerpo de su parte subjetiva e imaginaria, que permite al individuo afrontar el enigma de su existencia y la perspectiva de la muerte; el cuerpo entonces queda desarraigado de sus mitos y pierde su misterio; y proyección, en la medida en que al abrir el cuerpo, al descomponerlo en sus partes y al restablecerlo en una unidad sintética, el anatomista practica una simple suma, establece una disposición mecánica de partes, un conjunto articulado de órganos (Fedida, cit. en Bernard, 1985). Entonces, los médicos abren los cuerpos, miran, revuelven, cortan y trituran, no encuentran allí más que una masa de órganos sangrantes y malolientes. El soplo de la vida es imperceptible. El alma se les escapa. Lo inefable de la vida sólo aparece en un vientre abierto. Desconcertado, el médico, ante el contenido de una envoltura humana: cree encontrar allí el alma, que está siempre en otra parte (Anzieu, 1993). Así, el cuerpo no habla, se habla por el mejor de lo que el mismo podría hacerlo. Se le ruega que demuestre que los libros dicen la verdad. Si muere, solamente se debe a que su enfermedad era mortal: el libro lo sabía. Pero de la muerte de ese hombre, de esa mujer, de ese niño, con toda la angustia que conoce el cuerpo, de eso el libro no sabe nada y no quiere saber nada. Es decir; el verdadero sentido del discurso anatómico sobre el cuerpo sería “el cuerpo no lo conozco”.

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El saber del Amo ciencia, es un saber que controla, que marca al hombre y lo ausenta como tal, tratando de hacer entrar el cuerpo en un orden (Soler, 1994). Una de las primeras personalidades que fue capaz de reconocer las limitaciones del positivismo como herramienta para la comprensión del ser humano, y más aún; de las enfermedades que le conferían a éste, sobretodo en relación a las premisas establecidas del orden de lo biológico y lo médico cuestionando la linealidad de etiología, nosografía y prescripción del padecimiento, fue Sigmund Freud, estableciendo una ruptura epistemológica entre la enfermedad y su causa, argumentando que entre estas dos de ninguna manera existía una linealidad. Así, bajo esta mirada Freud logró escuchar a las histéricas, descubriendo una forma enteramente nueva del estudio de la relación humana y del cuerpo. Al realizar una revisión bibliográfica acerca de los acontecimientos históricos de éstas, Freud (1983, pág. 45) afirmó: “... los documentos atestiguan que esa sintomatología no ha experimentado alteración alguna hasta el día de hoy. Las pobres histéricas que en siglos anteriores, como posesas, habían sido quemadas en la hoguera o exorcizadas, en la moderna época ilustrada ya no recibieron más que el anatema del ridículo; sus estados se consideraron mera simulación y exageraciones, y por consiguiente indignos de la observación clínica ...” . Cada vez, fue más claro el interés de Freud por estos fenómenos; incluso llego a criticar a la psiquiatría clínica, objetando que ésta desatendía la forma de manifestación y el contenido del síntoma individual, así como la historia subjetiva en que se constituyen dichas representaciones. Además, dio el crédito al psicoanálisis en ser el primero en comprobar la riqueza del sentido en el síntoma, siempre entramado con el vivenciar del enfermo (Freud, 1916-17). Más tarde en una de sus conferencias explicó, “... a juicio de los legos, los síntomas constituyen la esencia de la enfermedad, para ellos la curación equivale a la supresión de los síntomas y la enfermedad y sostienen que la eliminación de aquellos no es todavía la curación de ésta. Pero, tras eliminarlos, lo único aprensible que resta de la enfermedad es la capacidad para formar nuevos síntomas. El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su temprana infancia desfigurada por la censura que nace del conflicto general, volcada a una sensación de sufrimiento y mezclada con 3

elementos que provienen de la ocasión que llevó a contraer la enfermedad. La modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene en sí mucho de extraño. Prescindamos de que es irreconocible para la persona que siente la presunta satisfacción más bien como un sufrimiento y como tal se queja de ella. Esta mudanza es parte del conflicto psíquico bajo cuya presión debió formarse el síntoma” (Freud, 1916-1917 Conferencia 23). Pero, la histeria de entonces no solo hizo nacer al psicoanálisis sino que, sobre todo marcó como un sello indeleble la teoría y la práctica psicoanalítica. Gracias a sus estudios y enseñanzas, Freud permitió comprender que el cuerpo humano no solamente era una máquina compuesta por un conjunto de órganos bien definidos e independientes de la vida psíquica, es decir; por un lado lo orgánico y por el otro lo psíquico, sino que habría que superar tal dicotomía y llegar a una visión abarcadora del hombre, acentuando que en definitiva el psiquismo absorbe lo orgánico. Que el sujeto es producto de una historia dentro de la cual se podría hallar la etiología de la enfermedad, que al sujeto lo preexiste lo simbólico y esto es lo que explica al ser (Ali, 1994). Así, Freud en una primera instancia comenzó a gestar la idea de que los fundamentos más directos para la génesis de los síntomas histéricos habían de buscarse en el ámbito de la vida psíquica, específicamente en un trauma psíquico, aunque dejando en claro que no en todos los casos era tan transparente la determinación del síntoma por el trauma psíquico. A menudo, éste sólo consistía en una referencia simbólica, entre el ocasionamiento y el síntoma histérico. Posteriormente esto solo fue un planteamiento parcial, pues Freud reconoció que era la significación de la historia del sujeto lo que producía sentido en el cuerpo y no necesariamente un trauma, el trauma no hacia la patología, sino una resignificación histórica del sujeto. Lo anterior, puede ilustrarse siguiendo el caso de Elizabeth Von R., el cual fue y ha seguido siendo de los más relevantes para la teoría psicoanalítica, ya que refiere al primer estudio analítico de Freud con una mujer histérica, y donde se muestra cómo éste inicia el trabajo de la palabra que poco a poco va permitiendo desplazar el síntoma del cuerpo de un

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lugar a otro. En palabras del mismo Freud (1893, pág. 35), “existe un propósito de expresar el estado psíquico mediante uno corporal, para lo cual el uso lingüístico ofrece los puentes”. El análisis, reveló una perturbación puramente psicológica debido a los conflictos de valores en su historia infantil vividos por la joven. En primer lugar, el conflicto entre sus deberes filiales para con su padre enfermo, que ella cuidaba noche y día, y el ardiente amor que experimentaba por un joven. Este conflicto estalla cuando se agrava el estado del padre después de una noche en que, dedicada tiernamente al joven amante, Elizabeth descuida las habituales atenciones que deparaba al padre. De ahí, nace una primera sensación de culpabilidad, doblemente dolorosa a causa de los remordimientos y de la pena de tener que renunciar al joven. Pero ese primer conflicto, que era aún consciente, disimulaba otro conflicto inconsciente y más profundo: el conflicto entre el cariño que tiene a su hermana mayor, casada y también gravemente enferma, y el amor que, a pesar suyo, siente por su cuñado. El conflicto se manifestó con la aparición de trastornos de locomoción. Por lo demás, los dolores se hicieron aún más violentos cuando la joven viajando en tren acudía a la cabecera del lecho de su hermana moribunda, a la que encontró muerta cuando llegó. Súbitamente comprendió con crueldad que aquella muerte era la promesa de su felicidad. El análisis permitió a Freud comprender la significación de los trastornos motores y revelárselos a la enferma: ésta había logrado re-huir la dolorosa certeza de que amaba al marido de su hermana creándose un conflicto entre su deseo y la prohibición que imponían sus valores, que tiene como expiación los sufrimientos corporales. Y esos dolores habían aparecido en virtud de una conversión bien lograda en los momentos en que iba a imponerse a ella esa certeza. Es decir, aquí se trata de una transformación de los movimientos inconscientes en un síntoma corporal, que es su expresión simbólica. El síntoma corporal aumenta gradualmente en cada situación que presta alimento al motivo prohibido. Para Assoun (1997), la histérica se comporta en su parálisis y otras manifestaciones como si la anatomía no existiera, como si no tuviera conocimiento de ella, pero sabe jugar muy bien, es decir, fomenta síntomas que instituyen una audacia geográfica corporal. El cuerpo histérico responde al fantasma, a un fantasma que tiene que ver con un deseo prohibido para ella, hace de su síntoma un cuerpo. Su cuerpo es un cuerpo fálico. 5

Por otro lado, de las antiguas facultades de Elizabeth sólo quedaba una expresión negativa: la actitud miserable del cuerpo inclinado hacia delante; señal de la impotencia de la enferma para realizar la acción prohibida y al mismo tiempo señal de su sensación, según observa Freud, de poder desenvolverse completamente sola, o sea la sensación de la pena y el desamparo de su soledad. La actitud corporal de Elizabeth es, en efecto, un signo en la medida en que su cuerpo significa, —primero para los demás que pueden penetrarla y juzgarla—, la fuerza de la prohibición moral y una apelación a la lástima; luego significa para ella misma el peso de su miseria, la necesidad de una ayuda viril y también, —lo mismo de su hermana embarazada—, el padecimiento de dolores cuya causa es el hombre amado. En suma, los síntomas corporales significan muchas cosas: los trastornos motores son para ella y para los demás, por un lado, una garantía permanente de conducta moral; por otro, una satisfacción indirecta y disfrazada del deseo prohibido, pues Elizabeth siente el dolor como algo causado por el hombre a quien ama; y por último, significan un pedido de ayuda, de auxilio al hombre deseado. Pero sobre todo un significante puesto en el cuerpo “No daré un mal paso” de ahí que su pierna se niegue a caminar. Para Freud, el cuerpo de la histérica está sobresimbolizado, el cuerpo del que hablaba Elizabeth revelaba y disimulaba a la vez un cuerpo fantasmatizado, con el lenguaje designa de manera encubierta las zonas de deseo prohibidas y de goce; goce porque también Freud reconoce que esa pierna enferma de Elizabeth se encuentra erogenizada, pues ahí hay manifestaciones del placer sexual desplazado de su genitalidad a la extremidad inferior, aquella que había quedado marcada por el contacto que el cuerpo del padre tuvo con ella y por la mirada del hombre amado puesta en ésta, esas zonas conservan, sin embargo, una apariencia objetiva, anatómica y fisiológica, sin duda, ahora la pierna posee los símbolos de la sexualidad prohibida en la genitalidad. Entonces, la anatomía simbólica de la histeria no es una anatomía de órganos sino de ideas, por lo tanto la presencia de una anomalía significará una lesión de las ideas que estarán investidas de afecto. Si la histérica acude al médico, entonces la labor de éste será la de curar el órgano, pero si la paciente acude al psicoanalista, no se tratará con el órgano sino con la significación y resignificación del discurso simbolizado ante un posible deseo

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incestuoso, lo cual al quedar reprimido queda como cargas afectivas que tienen que liberarse como síntomas. En este punto, es importante establecer la relación entre la esfera de lo psíquico con lo somático, acentuando el cambio que Freud hace de la esfera somática planteado por el pensamiento médico, a una ruptura epistemológica en lo biológico, en donde el psicoanálisis propone la discontinuidad entre lo somático (etiología-síntoma como una linealidad biológica), con la entrada de lo simbólico, es decir, la historia del sujeto, que pertenece necesariamente al lenguaje. Todo esto para dar una explicación a esa enfermedad extraña de la histeria. Para Bleichmar (1991) el psicoanálisis permitió el salto de la psicofisiología del cuerpo —del cuerpo objeto al cuerpo vivido por el sujeto—. Así, la histeria dejó de ser un útero que afectaba la psique, una especie de maldición de la naturaleza biológica femenina para convertirse en un efecto del fantasma sexual. El deseo sexual, ocupó el centro del sistema y la demostración de su surgimiento y organización, en el seno de la relación parental del triángulo edípico, subjetivizó el deseo arrancándolo de su base animal, demostrando que la gente se enferma no por ignorancia de las leyes biológicas, sino porque el deseo sexual debe ser reprimido, tal como la ley de la cultura lo exige. Después de Freud, diversos pensadores se dedicaron a seguir sus enseñanzas, y se interesaron en profundizarlas. Hoy en día, para los psicoanalistas esto ha sido muy importante, pues ha permitido avanzar en el estudio de la enfermedad psíquica depositada en el cuerpo, que resulta un ejemplo claro de las limitaciones que trae consigo la exclusiva referencia biológica para la explicación etiológica de la enfermedad, donde se excluye al sujeto y se toma solamente a la enfermedad desconociendo por completo cómo ese sujeto vive su enfermedad, qué significa para él su situación, qué piensa de su estado, y sobre todo cuál ha sido la historia significante de ese sujeto. De esto no se sabe nada y el médico ni siquiera se lo pregunta, éste solo emplea los instrumentos de cura que su formación le mostró.

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No obstante, gracias al psicoanálisis se ha llegado a comprender, que el cuerpo se simboliza porque es tocado por el símbolo, y porque en él el símbolo se hace cuerpo. La enfermedad, cualquiera que sea su etiología es una forma expresiva manifestada por otra forma expresiva, el cuerpo. Manifestaciones de la presencia del significante en lo real (en el órgano, en el cuerpo), significante que al sujeto condiciona y domina, porque lo somete y obliga, porque desnuda el ropaje simbólico-imaginario con el que viste a su real orgánico y psíquico (Foulkes, 1993). Al parecer la ruptura entre ambos discursos significaría volver a la realidad originaria del cuerpo, que desde el principio como afirma Bernard (1985) es el fantasma engendrado por nuestros deseos inconscientes. Lo característico del enfoque psicoanalítico con respecto al cuerpo, consiste en que, rompiendo con el punto de vista del biólogo; encara ese cuerpo como un fantasma producido por lo imaginario y significado por un lenguaje. A diferencia del cuerpo al que hace referencia la ciencia; el cual se caracteriza por la exclusión del deseo como causa de su funcionamiento y como explicación causal de su destino y muerte (Le Du, 1978). Lo cierto es que el cuerpo, a pesar de una persistente ilusión que se remonta a la psicología introspectiva, no es aprensible en sí. El acento que comúnmente se pone a lo vivido corporalmente, puede llegar a divorciar el propio cuerpo de la red de comunicaciones de la cual él es a la vez el centro y la periferia y, por lo demás, ese acento oculta seguramente la dimensión epistemológica de la experiencia corporal (Ali, 1996). En realidad, lejos de lesionar y desfigurar la configuración original de nuestra experiencia corporal, la posición psicoanalítica le restituye lo que la anatomía, como saber objetivo le ha quitado. Así, la noción de esquema corporal ya no debe concebirse como un simple modelo postural de base fisiológica, por tenue que ésta sea, sino que ha de entenderse como una estructura libidinal dinámica, que no cesa de cambiar a causa de nuestras relaciones con el medio físico, vital y social. Es decir, una estructura que ésta en perpetua autoconstrucción y 8

autodestrucción interna. Tratándose de un proceso continuo de diferenciación, en el cual se integran todas las experiencias incorporadas en el transcurso de nuestra vida. Es así, que nuestra relación con el cuerpo, así como la relación con nuestra realidad dependerá de cómo un determinado sujeto oye, deforma o permanece sordo al discurso en su conjunto. Ante tal panorama, resulta de suma relevancia el poder romper con los esquemas convencionales e interesarnos por investigar cómo el sujeto vive la enfermedad, cómo vive la amenaza de muerte día con día y para la cual no hay remedio, cómo vive su cuerpo. De lo que se trataría, es de llegar a comprender cómo los procesos psíquicos son capaces de afectar el funcionamiento somático, y en los casos más graves cómo lo llevan poco a poco hacia la muerte. Para lo cual, el psicoanálisis propone el permitirle al sujeto que hable de su enfermedad, pues hasta el momento en los hospitales el que habla es “el que sabe” o sea el médico y el sujeto debe de guardar silencio. Silencio que ha marcado la falta de conocimientos capaces de explicar el fenómeno de la enfermedad en el cuerpo pero no desde una postura que se reduzca a lo orgánico, sino una visión abarcadora del hombre, donde precisamente el enfermo hable de la enfermedad y no la enfermedad del enfermo, es decir, de su historia significante, en los hospitales esta esfera no es completamente abordada por los especialistas de la salud (aunque no es desconocida), y esto podría ser la génesis del lugar de la enfermedad en el cuerpo (los discursos primordiales), ya que el saber médico en ocasiones no reconoce el campo de la subjetividad, no reconoce la implicación del lugar de la enfermedad en cuanto a un cuerpo simbólico y cómo esto afecta los patrones comunes de la enfermedad esperados por el saber médico, lo que puede traer consigo consecuencias negativas si consideramos que el principal motor de una afección es olvidado. Es por esto, que el psicoanálisis subraya que la subjetividad está más allá de lo orgánico, donde ese deseo inconsciente, hace su aparición teniendo claros efectos sobre la preservación de la vida a pesar de la enfermedad, o cómo cuando la pulsión de muerte rompe las resistencias de vida por no tener asideros emocionales y afectivos de donde sostenerse.

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En relación al cáncer, se han referido tantas hipótesis, que en el mejor de los casos han permitido comprobar hechos, pero no los explican; ninguna teoría ahonda en la intimidad del proceso, y las causas de su origen han resultado poco satisfactorias. A pesar de ser evidente en el cáncer la lesión orgánica, esta enfermedad no deja de ser un misterio para la medicina. Y esto, desde nuestra postura gracias a las huellas de una relación subjetiva que rebasa los saberes médicos y los ordenamientos hospitalarios. Por citar un ejemplo; en casos donde los estudios, análisis y observaciones han pronosticado una duración de muy corto plazo de vida, nos encontramos con la sorpresa de que el paciente logra vivir varios años más a pesar del diagnóstico. La relación intersubjetiva con las personas que han estado encargadas de su cuidado ha permitido una significación de vida, a partir del deseo del profesional depositado en el enfermo, en oposición al diagnóstico y significación de muerte que tiene la enfermedad. También se han reportado casos en el sentido inverso, cuando las condiciones orgánicas dentro de un tratamiento son: estables, regulares, perfectamente controladas, y desde la observación médica es imposible pronosticar una muerte temprana, resulta que algunos sujetos mueren de repente de manera inexplicable. Ante esto, algunos autores han dejado atrás el estudio meramente biológico y se han enfocado a los procesos psíquicos, lo que les ha llevado a plantear que el cáncer es un síntoma emergente, donde existe un misterio que hace que, en la biografía de un sujeto, haga aparición un proceso tal, y el llegar a comprenderlo implica adentrarse a analizar una historia de vida de la cual un tumor puede ser su expresión (García, 1978; Guido, 1995). Para Chiozza (1998), cuando un paciente sufre insomnio, angustia, o una impotencia genital, se tiende a reconocer que las múltiples circunstancias de su vida como persona tienen una participación preponderante en su enfermedad. En cambio; si se trata de un infarto cardiaco, de la rotura de una arteria cerebral, o de una fractura consecutiva a un accidente, el pensamiento se orienta con mayor facilidad hacia la existencia de una causa física. Mientras, que la opinión de la gente que se expresa más allá de la preocupación por un rigor científico y los comentarios de algunos médicos clínicos hablan de “un modo contemporáneo de suicidio”, señalando inequívocamente que el estudio de esa vida brinda la 10

posibilidad de comprender en una dimensión humana el “sentido” o la “razón “de ese suceso que adquiere un significado como capitulo de una biografía, como cuerpo simbolizado. Cuando se trata de una anemia, una hemorragia, un cáncer o una tuberculosis, no somos tan audaces y abandonamos en las manos de algunos artistas geniales la interpretación que, una vez librados de la responsabilidad científica, sería capaz de conmovernos y despertar nuestro interés. Cuando logramos comprender el significado de un fenómeno que forma parte del universo humano, el acontecimiento mismo de la comprensión del símbolo inicia de manera inevitable el camino de su transformación. En una época en que la física; la más ”objetiva” de las ciencias, ha terminado con el mito del “observador no participante”, debería ser evidente por sí mismo que, más allá de las apariencias superficiales, en el terreno de los significados de una vida humana, comprender una importancia oculta implica inevitablemente hacer historia, es decir; transformar el decurso de esa vida que, enfocada desde este ángulo, se manifiesta como una permanente y críptica realización simbólica (Chiozza, 1998). Así, hoy en día se acepta que la enfermedad no es suficientemente comprensible como un evento aislado, sino como algo que se encadena con la biografía personal, ya que después de múltiples observaciones se ha podido determinar que la psique juega un papel fundamental en el funcionamiento corporal, pues contribuye a generar disfunciones de los órganos y sistemas influyendo en la iniciación y evolución de diversos procesos patológicos. En ciertas circunstancias un síntoma corporal puede llegar a ser como afirma De la Fuente (1994), una expresión de un conflicto mental o bien la respuesta del organismo a situaciones que afectan al sujeto emocionalmente. El discurso psicoanalítico habla de un cuerpo erógeno, de un cuerpo que no es sino en relación al inconsciente o como afirma la teoría lacaniana: el cuerpo es una realidad que se va construyendo, no se nace con un cuerpo sino con un organismo, organismo que capturará una imagen dada por el otro.

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Es por eso que se tiene que reconocer que sobre el cuerpo real se van construyendo entonces el cuerpo imaginario y el cuerpo simbólico, que seguramente se encontrará siempre una interrelación para poder decir qué somos. Por otro lado, la imagen del cuerpo portada por y entrecruzada con nuestro esquema corporal, puede entrar en comunicación con el otro. Todo contacto con el otro, sea de comunicación o de evitamiento, se asienta en la imagen del cuerpo; porque no es sino en la imagen del cuerpo, soporte del narcisismo, que el tiempo se cruza con el espacio y que el pasado inconsciente resuena en la relación presente. En efecto, el hecho de tener un cuerpo que desde el comienzo se encuentra envuelto en un conjunto de relaciones identificatorias, se traduce inmediatamente en la creación de un espacio en el que se distingue un adentro y un afuera. Esta distinción significa dos cosas complementarias: que el cuerpo se cierra en sí mismo, sin dejar por ello de abrirse a un espacio que él delimita y por el que está delimitado. El rasgo notable de este espacio estriba en que reproduce en el plano de la percepción externa la realidad corporal de la cual es precisamente la negación. Ocurre como si aquí el cuerpo estuviera doblemente representado en el adentro y en el afuera, o como si las cosas, en el carácter equívoco de su ser, fueran perceptibles en el cuerpo. También el espacio de la experiencia perceptiva comienza por estar reducido a las coordenadas del propio cuerpo: es por esencia un espacio corporal. Ali (1996) ha llamado espacio de inclusiones recíprocas a esta estructura concéntrica que no deja de recordar a esos muñecos rusos que se encajan los unos en los otros. Por su parte, Célérier, Oresve, & Janiaud-Gouitaa (1999) argumentan que por ejemplo, el hipocondríaco es víctima de un hostigador situado en un órgano de su cuerpo, en lugar de estar situado en el exterior. Al someter a análisis a algunos pacientes hipocondríacos estos autores observaron que al igual que en el melancólico, y el paranoico, el hipocondríaco se encuentra en un duelo imposible de un objeto perdido e idealizado, pero que en su día fue objeto de una gran ambivalencia. Todo sucede como si viviesen una pasión dolorosa, un duelo que no habría de acabar jamás, un objeto del que ya no son conscientes de estar sufriendo por su pérdida, cuando por el contrario, el dolor de su cuerpo les protege del olvido. Mediante una especie de autoerotismo en negativo, su relación con su 12

cuerpo mantiene la interiorización de su relación con ese otro que les decepcionó y abandonó. En tanto, el tiempo del cuerpo se constituye a través de los intercambios precoces entre la madre y el hijo, desde el punto de vista de la ontogénesis el tiempo objetivo aparece como la prolongación y transformación del tiempo inscrito en el cuerpo, al mediatizar el paso del tiempo al otro. El sujeto puede hacer de la temporalidad un objeto que se puede poseer y dominar, como puede ser la prohibición en un tiempo. Por lo demás, en función de ese objeto interiorizado, se crea un lazo esencial, entre el tiempo, las exigencias del superyó y el destino, que es una proyección del superyó. La enfermedad puede ser eso que elimina la distancia que separa uno del otro. Es así, que el síntoma de la enfermedad es producto de la palabra silenciada que se expresa a través del cuerpo, podemos decir que el síntoma tiene un lugar dentro de la estructura del lenguaje, es metáfora. De acuerdo con Lucien (1979), el síntoma es producto de una ruptura en la cadena significante, es el agujero que resulta, esto es; el síntoma es una palabra que falta, un significante que falta; eso que no se habló. Pero, una falta en el discurso es soportable por la persona que habla, en la medida en que ese corte no reenvíe a otro corte, situado al nivel del cuerpo real. Lacan afirma que “Freud llega a

la conclusión

de que la diferencia entre la

hipocondría y la enfermedad orgánica quizá no tenga ninguna importancia, es la existencia de una lesión orgánica. El estudio de la hipocondría le permite sobre todo precisar que en el hipocondríaco también se producen, sin duda, cambios orgánicos del orden perturbaciones

de las

vaso-motoras, perturbaciones circulatorias, postula una similitud entre la

excitación de una zona cualquiera del cuerpo y la excitación sexual. Introduce la noción de erogeneidad, de zonas erógenas que pueden, dice Freud, reemplazar lo genital y comportarse como él, es decir, ser la sede de manifestaciones y descargas. Nos dice que todo cambio de este tipo de erogeneidad en un órgano podría ser paralelo a un cambio de carga libidinal en el yo. Lo que vuelve a plantear el problema psicosomático. De todos modos luego del análisis de erogeneidad, y de las posibilidades de erogenización

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cualquier parte del cuerpo, arriba a la suposición de que la hipocondría podría clasificarse dentro de las neurosis que dependen de la libido objetal” (Lacan, 1953-1954,1975 pág. 198). Una de las enfermedades en la que precisamente en la mayoría de los casos se centra la atención estrictamente en las afecciones orgánicas, y en los estudios de laboratorio, gabinete y biopsias, olvidándose de la esfera psíquica, es el cáncer, que entra sin llamar, la enfermedad es vivida como una invasión despiadada y secreta, enfermedad mistificada que su nombre por sí mismo infunde terror. El cáncer trabaja lentamente, insidiosamente. Metafóricamente el cáncer no es tanto una enfermedad del tiempo como una enfermedad o patología del espacio, sus metáforas principales se refieren a la topografía (el cáncer se extiende, prolifera o se difunde, los tumores son extirpados quirúrgicamente), y su consecuencia más temida, aparte de la muerte, es la mutilación o amputación de una parte del cuerpo (Sontag, 1989). Se entabla una lucha o cruzada contra el cáncer, el cáncer la enfermedad que mata, y en la que para algunos, ostensiblemente la culpable es la enfermedad, pero para otros, también el paciente resulta serlo. Algunas teorías psicológicas atribuyen al enfermo por un lado, la condición de minusvalía y por el otro la responsabilidad de haber caído enfermo y de curarse. Permitiendo que el cáncer no sea considerado como una mera enfermedad sino como un enemigo diabólico, haciendo de él no sólo una enfermedad mortal sino una enfermedad vergonzosa. Pero, lo más importante de todo, es que ante tales posturas se les escapa de las manos la posibilidad de conocer al sujeto y a su enfermedad. El paciente con cáncer se ve imposibilitado de absorber una información que le resulta no metabolizable, los pacientes somáticos graves no traen ese material a sesión, sino hechos consumados, como síntomas corporales, que revelan cambios en la estructura somática: por ejemplo, el paciente oncológico a diferencia de un paciente neurótico

o

psicótico dice: “me duele en tal lugar”, o “me apareció una bolita en tal parte del cuerpo” o “no puedo respirar”, es decir su mensaje no se refiere a afectos o razonamientos sino a describir sucesos en el área somática. El paciente oncológico no encuentra ninguna relación entre sus afectos y experiencias psicológicas y mucho menos con el hecho de padecer un tumor (Guido, 1995). 14

El inconsciente es ese punto de unión entre lo psíquico y lo físico. El inconsciente gobierna la fisiología celular. Por medio del inconsciente la intolerable conflictiva psíquica se representa magistralmente a nivel celular, ahora ya no es el paciente el que ocasiona los daños a sus seres queridos y sufre la amenaza de la soledad, sino que ahora es la célula cancerosa enloquecida la que destruye a las demás células, y a la vez el paciente al castigarse se desculpabiliza; pues en última instancia las células que están destruyendo pertenecen a su propio ser: él paga su culpa, al darse la muerte; el paciente canceroso vive como que no es él el que se da muerte, sino la enfermedad cancerosa quien se la origina. Él es bueno, lo mata el cáncer; el superyó (Guido, 1995). Freud (cit. en Nasio, 2001) propone que en las somatizaciones puede haber un incremento erógeno de un órgano que ya estaba a disposición de las pulsiones sexuales hasta tornarse un órgano genital. Ya que en la lesión se concentra la libido en el yo, esto nos lleva a pensar que es un goce. Entonces, en este caso el exceso de goce y el yo constituyen una única formación, una lesión local, por lo que se considera a una lesión de órgano como autoerótica, pues habría una identidad entre la fuente y el objeto, o entre el yo-cuerpo-fuente y el objeto de satisfacción local y autoerótica. Así, la lesión de órgano es comprendida en una etapa autoerótica, en la cual la pulsión parcial obtiene placer del propio cuerpo, notemos cómo algunos pacientes convierten su discurso en la enfermedad, de todo lo que hablan es de la enfermedad, entonces esto equivaldría a decir que la fuente de la pulsión es idéntica a su objeto. Retomando este punto, Lacan (Seminario II cit. en Nasio, 2001) propuso por un lado concebir los fenómenos de erogenización de un órgano inédito, como un sincretismo, una no diferenciación entre la fuente de la pulsión y el objeto. Autoerotismo, dado que el objeto y la fuente son idénticos. Posteriormente, Lacan señaló que las otras zonas, es decir; las que no son erógenas, pulsionalmente definidas, que se reconocen como tales y que Freud había llamado artificiales, son lugares desexualizados, pero también sometidos al deseo. La pulsión erótica mezclada con agresividad transformada en necesidad de castigo es producto de una no existencia de objeto, pues el objeto es el yo mismo, pensemos en la prohibición de la sexualidad en las mujeres mastectomizadas como resultado de una 15

afección cancerígena, en muchas de ellas, la prohibición del placer sexual de los senos ha sido remitida a una situación edípica necesariamente donde esta reactivación del castigo en el órgano es por supuesto en la construcción de un cuerpo imaginario. Así, lo actual descansa en lo neurótico, es decir, aquello de su historia que no fue tramitado y en confrontación con la pulsión del deseo que esa mujer pudo haber tenido en la más temprana edad (Ali, 1996). La primera descripción analítica de una dolencia llamada psicosomática, sería que es una lesión que no remite a nada, que se cierra sobre sí misma, esto es; no hay nada que se articule en ella y precisamente en ello está la dificultad, pues el paciente dice: “Es algo que está completamente fuera de mí” y al hacer la pregunta ¿cómo concibe su sufrimiento?, es en la respuesta que éste dé dónde se deben de plantear los elementos para que emerja el inconsciente. No obstante; el sujeto de la lesión de órgano no es el sujeto dividido del inconsciente ni el sujeto que se equivoca; pues donde el sujeto se equivoca es donde surge el sujeto del inconsciente, el sujeto que habla de un cuerpo imaginario. Siendo este el efecto del lenguaje, es decir, cuando hay un error, cuando el sujeto dice..... sin saber lo que dice. No obstante, la dificultad radica en que en la psicosomática a diferencia del cáncer el sujeto no sabe qué decir, se produce el silencio. Es el no remitir, un significante no remite a otro significante y una lesión no remite a otra, sin embargo; dentro del cáncer sí hay una lesión que puede ser remitida al discurso de la misma enfermedad. Para Lucien (1979) en la psicosomática se hace referencia a una enfermedad en la que el enfermo desborda de humanidad, y en la que no se escuda en respuestas precisas, sino que expondrá a su médico algo que no habría debido. Por ejemplo; “¿cuándo comenzó su enfermedad?”, en lugar de decir el 1° de enero o el 14 de julio, incurrirá en la falta de cortesía de responder: “todo comenzó a la muerte de mi padre”. Cabe indicar la gran enseñanza de Freud de que; ni el sí del paciente ni su no deberían importar al psicoanalista; sólo el resultado de la interpretación, identificable en los nexos del material, debería ser el objeto de la reflexión. En el fondo se vuelve al asunto de la ligazón. Esta es constitutiva del lenguaje, es decir, del sentido (Fine y Schaeffer, 2000). 16

Aquí, cabría aclarar que para el tema de nuestro interés se hablara de somatización, no de psicosomática, pues en la somatización es precisamente donde el significante se inserta en una lesión de órgano. Ahora bien, retomando lo anterior acerca de que el sujeto de la lesión de órgano no es el sujeto dividido del inconsciente, esto es, porque precisamente este sujeto resulta de la forclusión del Nombre del Padre, pues falta un significante; por lo tanto no hay distancia entre un significante al cual pueda amarrarse, ligarse, y la cadena significante en la cual el sujeto hace énfasis, o sea en el caso de la forclusión, los significantes no se remiten ya unos a otros, no existe más equívoco significante: hay un objeto y luego una llamada significante que no obtiene respuesta del mismo tipo significante sino una respuesta objeto. Cabe aclarar que aunque el sujeto de la lesión de órgano resulta de la forclusión, esto no significa que la realidad sea caótica y que el sujeto sea psicótico pues es un mecanismo que no excluye otros, así; puede haber forclusión del Nombre del Padre que provoque una lesión de órgano pero esto no excluye que haya represión. Al contrario, es una represión exitosa, puesto que aquí no falla,— como en el caso de Elizabeth Von R.—, aquí la represión no tiene salida ni por el sueño, ni por los lapsus, ni por la simbolización del cuerpo, sino que se deposita la interdicción ahí en el cuerpo real, en el órgano prohibido. Dolto (1990) asegura que en cada nivel de progresión del placer, el proceso, como en los niveles de evolución libidinal puede interrumpirse, reprimirse, negarse, reemplazarse por un síntoma. La somatización salva al sujeto de la desintegración (psicosis). Si llegara a fallar la defensa de somatizar, por ejemplo: resecar quirúrgicamente la lesión cancerosa, el yo del sujeto instala una nueva lesión; con la cual localiza nuevamente la desintegración, dando muerte a sus propias células al transformarlas en cancerosas, y éstas a la vez asesinan, por decirlo así, a las células sanas. Si no se instalara una nueva lesión cancerosa o un substituto de ella, el paciente pierde contacto con la realidad, y podrían acabar suicidándose, ya que dichos pacientes están incapacitados para dirigir su agresión al exterior. Dice García (1978) “... el cáncer es a mi juicio la expresión morfológica final del padecimiento mental”. 17

Es el discurso de la propia enfermedad, de la medicina de la hospitalización, lo que establece sus propios límites de significación, es lo que impide relacionar el discurso institucional con nuevos significantes que relativicen la marca en el cuerpo. Al respecto, Alí (1996) plantea que si la relación con lo imaginario se mantiene, en virtud del fracaso de la represión, la somatización sólo puede ser la del cuerpo imaginario, dicha somatización se manifiesta sobre dos aspectos esenciales: el conflicto excluye la contradicción, si lo incluye se trata del aspecto psicótico, por eso en las psicosis las afecciones del cuerpo real son absorbidas por el cuerpo imaginario (por ejemplo, el caso Scheber). En la psicosis puede reconocerse la falta de enfermedad en el cuerpo real. Entonces, podemos pensar que el cáncer puede ser un camino de la no psicotización pero, por el otro lado; es un camino al cuerpo real que apunta necesariamente al goce (no simbolización), y si se trata sobre todo de la prohibición superyóica se trata del lugar de la muerte, y por el otro lado si el conflicto excluye la contradicción estamos frente a la histeria de conversión, que se manifiesta a través de somatizaciones relativas a lo figurado. Cuando el órgano enferma, la imagen es amenazada pues la enfermedad se inscribe en lo real, en un real que no es conmovible por medio de la palabra puesto que implica un goce. Puede ser entonces, que la enfermedad sea un medio legal de gozar, la enfermedad es permitida en nuestra sociedad, incluso el enfermo adquiere un valor de minusvalía con lo cual llega a tener ciertas “ganancias secundarias”, y hasta el médico privilegia al órgano, a ese órgano que no es más que un receptáculo de ese goce, en otras palabras el cuerpo es un lugar de goce y una lesión de órgano es un modo particular de gozar. En realidad, la ausencia de satisfacción no excluye el goce, y Lacan finalmente lo planteará como un goce ignorado, efecto de la disyunción entre goce y saber, lo cual debemos distinguir del placer (Lemoine-Luccioni, 2000). El trabajo en hospitales oncológicos, permite reconocer las relaciones discursivas de una arcaica época infantil y los depósitos de significantes en los órganos que en épocas adultas son afectados por el cáncer; si se toman en cuenta los discursos arcaicos del Edipo, y posteriormente se incorporan en el superyó, resultan ser precisamente las prohibiciones de lo sexual, tomando por tanto en consideración, que las afecciones más frecuentes del cáncer 18

en su primer manifestación son curiosamente en zonas erógenas, es muy factible que esos significantes, que de acuerdo con Lucien (1979), están faltantes en el discurso, han sido depositados en el cuerpo, en órganos que quedaron prohibidos. Todo el cuerpo se convierte en el objeto en juego del proceso de simbolización, y el fracaso de la simbolización se traduce, no en fenómenos de impotencia (sexual o equivalente), sino en fenómenos de desplazamiento, incluso de pérdida de ser o, en somatizaciones histéricas (parálisis), localizadas o no. Por ejemplo, Lemoine-Luccioni (2001) hace mención de cómo el rechazo, si no la represión, de la propia sexualidad, le costó caro a Santa Teresa, puesto que su decisión de entrar a la religión después de la muerte de su madre le vale una enfermedad de muchos años. La violencia de sus conversiones somáticas traduce la violencia del deseo reprimido. Nada le falta, salvo morir; no puede tragar nada; fiebre, dolores cardíacos y desmayos, vómitos, etc. Permanece paralizada por tres o cuatro años, y deberá volver a aprender a caminar a cuatro patas, ejemplo que, ilustra cómo el cuerpo se convierte en símbolo de la unidad perdida, y a título de tal, habla en los fenómenos de somatización. El cáncer es una enfermedad general, no una enfermedad local; entonces, debemos de comprender que las radiaciones, resecciones quirúrgicas, y medicamentos son tratamientos sintomáticos; más aún, al eliminar la lesión local aumentará el estado angustioso del paciente y se instalará una nueva lesión cancerosa, o algún otro padecimiento substitutivo, ya que la lesión cancerosa, es una enérgica defensa de dicho estado; por lo que además de los tratamientos antes mencionados, se debe de tratar el estado global afectivo del paciente por medio del tratamiento psicoanalítico, el cual constituye el tratamiento etiológico, es decir, el tratamiento del origen (historia). El analista debe de recibir la lesión de órgano viendo cómo se produce, intentando recorrer sus circuitos. La frase “donde ello era, el yo debe advenir” implica el circuito que va del llamado al retorno. Es como si esta frase debiese ser traducida por “donde había un sujeto puro, el sujeto de las pulsiones, el sujeto sin ningún elemento que venga a designarlo, ahí yo debo advenir”. El destino es retornar al lugar del sujeto del Ello. Toda separación es un modo de poner en juego la pulsión de muerte, pero la separación, la mutilación de un 19

órgano lesionado parecería llevar al sujeto a su punto de partida “donde Ello era”, que no es un verdadero punto de partida. En otras palabras, el adolecer de un órgano es una manera de apresurarse a cumplir el destino. “Donde ello era, Yo debo advenir” pero de prisa, y de “prisa” significa con “urgencia”. Ante lo cual el papel del analista es cambiar la barrera, o sea dar un nombre a la lesión y así remitirla hacia otra cosa. Darle un nombre significa amoldarla —metonimizar la palabra—, otorgarle una historia, por ejemplo, restituirla en una descendencia. Hacer que la barrera no sea más que una lesión y sí un nombre, es invitado el paciente a nombrar la lesión, a simbolizarla y eso sólo se hace a condición de que se tenga deseos y no angustia (Nasio, 2001).

Cuando los pacientes dicen “tengo cáncer”, para que la transferencia exista no debe ser considerada una transferencia médica para curar el síntoma. Y al decir “lesión de órgano” en la práctica analítica se deben vincular y entender las cosas de la misma manera en que hacen puente, vínculo, con lo que se dice en otras áreas. Con respecto a un cáncer de esófago, por ejemplo, no se trataba de la misma lesión de hoy, cuando aún no se sabía, o se comenzaba a saber, que existía el esófago. No se trata de la misma dolencia. La psicosomática es una utilización de los términos psicoanalíticos hecha por los médicos, y es por eso que no podemos hablar más de psicosomática (Chiozza, 1998). En la búsqueda de la respuesta que plantea la interrogante de la enfermedad somatizada, el profesional esta encargado de ver ahí, donde termina la visión del saber medico, deberá contar con ojo clínico que le permita observar. Como afirma Anzieu (1993), el misterio del encuentro comparte el espacio analítico con lo conocido de las dos partes: como el subsuelo donde duerme el agua dispuesta a brotar por algún sitio aprovechándose de alguna brecha, nuestro inconsciente fluye por cada gesto de nuestro cuerpo. Ahora, creemos comprender que el enfermo no empieza ni termina, por ejemplo; en un tumor visible o histológicamente comprobable. La enfermedad, siendo como es, una forma de la vida, no solo trasciende los límites de ese tumor, sino que trascendiendo además los límites de lo que consideramos “individuo humano”, se extiende dentro de una sociedad como si fuera una “epidemia” cuyas vías de “contagio” no son únicamente las que hemos 20

descubierto para el caso de las enfermedades ligadas a la virulencia de los organismos microbianos, sino aquellas otras que, más allá de la herencia biológica de una predisposición, constituyen una herencia cultural estructurada como un conjunto de normas sociales, las cuales, como residuos de una convivencia pasada, son modos persistentes de la vida (Chiozza, 1998). Esto, quiere decir que el soporte de la vida del sujeto tiene que ver con las relaciones que se han establecido afectivamente en su historia con el otro o con los otros, que son el motivo de existencia, ya que el sujeto no puede prescindir de vínculos que le signifiquen la vida. Lo real de la organicidad juega un papel relevante en el camino de la vida y la muerte, los pacientes con padecimiento como los del cáncer; dañados sensorialmente o mutilados, se agregan al sufrimiento exacerbado por la significación que la enfermedad pueda tener para los otros que conviven alrededor de él, ya que si el diagnóstico de la enfermedad, del traumatismo golpean a la familia con un sentimiento de incapacidad o muerte, es casi seguro que estas emociones y sentimientos serán transmitidos, transferenciados de manera significativa al paciente, y así estos soportes al quebrarse se convierten en los precipitadores de la agudización de la enfermedad y renuncia de la vida, convirtiéndose por tanto en la resistencia de la cura. Una vez que hemos llegado a comprender lo que la enfermedad significa como forma de vida, como “cultura”, comprenderemos también que la pretensión de “curar” en el sentido tradicional de intentar restituir las cosas a su estado primitivo, constituye una utopía, o , peor aún, un sin sentido (Chiozza, 1998). No se trata, de recomponer totalmente un enfermo cuyo esófago ha sido victima de una degeneración carcinomatosa que destruye su estructura e invade los órganos vecinos. Se trata en cambio, de que una vez comprendido el tipo de transformación que la enfermedad

configura,

comprendemos

también

que

nos

encontramos

ante

una

21

transformación irreversible, y que, por lo tanto, “curar” una enfermedad implicará un nuevo cambio hacia un estado diferente primitivo (Chiozza, op. cit.). El psicoanalista, no espera ni busca la sola reducción sintomática, como tampoco tiene la esperanza de un lazo social equilibrado y sin conflictos. Es justamente esta actitud la que le permite indagar sobre las condiciones en las que interacciones sociales producen fracturas subjetivas y recomposiciones patológicas, con la complejidad sobredeterminada en la que se producen los síntomas. La espera del psicoanalista, su interrogación sobre las demandas, la invitación a un hablar que despliegue en el individuo o en el grupo toda la cadena pre-consciente de las asociaciones, genera la posibilidad de un escuchar de modo diferente los síntomas y sus determinaciones, procurando que los individuos recuperen su capacidad de reacción, de acción transformadora. Se trata de mantener el método psicoanalítico en sentido estricto, lo que permite que las fantasías, los mitos, los síntomas, los conflictos grupales, etc, se desplieguen en un contexto que tenga en cuenta a la transferencia, y

que puedan ser

abordados psicoanalíticamente, esto es; no con la finalidad de establecer diagnósticos, congelar conflictos o estabilizar relaciones (Galende, 1994). De acuerdo con Galende (op cit), se trata de generar nuevos espacios de reflexión teórica, ya no abordables con la mirada clínica tradicional. Sino creando lugares más abiertos a la palabra para que ciertos problemas de la vida social puedan ser hablados. Por lo hasta ahora expuesto, estamos convencidos de que la participación del pensamiento psicoanalítico en el ámbito hospitalario sería de gran utilidad en el rescate de la subjetividad de los sufrientes seres humanos que se encuentran inmersos en estos centros hospitalarios, para relativizar la funesta significación de dolor y muerte. Así, a partir de la reflexión y el análisis de la teoría psicoanalítica, surgió la idea de proponer la intervención analítica con sujeto inmerso en ámbitos institucionales, particularmente en hospitales oncológicos, donde el sujeto se encuentra sometido por la 22

dinámica de la institución hospitalaria, rodeado tanto por el personal especializado como por el grupo familiar,

segmentos y circuitos institucionales que se encuentran ligados en el

mismo destino mortífero (o por un panorama psíquico en donde predomina la fragmentación) del propio enfermo. Por lo tanto, nos hemos atrevido a introducirnos de manera subverticia en la lógica de las instituciones y experienciamos la coexistencia entre la estructura institucional, su lógica, el diagnóstico medico, su discurso y la intervención del psicoanálisis. Para lo cual, se buscó una institución oncológica que se interesará por la propuesta y permitiera el acceso al proyecto, es decir; a la intervención de los psicoanalistas en una institución hospitalaria, a continuación se presentaran dos casos que fueron parte de dicha experiencia. Aunque cabe precisar, que esto será de una manera breve, ya que el desarrollo de estos detalladamente forma parte de los objetivos de una publicación posterior. Una prohibición materna se deposita en el cuerpo: Caso Mary Este caso, resulto ser uno de los más interesante con los que nos enfrentamos en nuestra práctica, se trataba de una mujer llamada Mary de 29 años muy delgada y descuidada en su aspecto (a partir de la detección del cáncer perdió 20 kilos de peso). Mary mostraba un gran temor hacia las inyecciones, esto es; cuando la enfermera tenía que aplicarle la quimioterapia se soltaba en un llanto incontenible, y en la gran mayoría de las ocasiones también vomitaba ante la introducción de las agujas, incluso después de habérsele practicado la quimioterapia continuamente ella seguía presentando esta reacción con la misma intensidad. Así, que se inició la intervención psicoanalítica con Mary de la cual podemos extraer elementos relevantes que nos dan cuenta de la relación entre la historia discursiva y su padecimiento. Mary, nació en un pequeño rancho ubicado en un estado del oriente de la república mexicana, donde habito hasta los cinco años, a partir de entonces se instalo en la capital de su estado al lado de una tía materna que con el tiempo llegó a considerar como su segunda 23

madre. Esta tía, nunca tuvo hijos, así que también ella consideraba a Mary como su hija, y por tanto; la trataba como tal. Su tía a diferencia de su mamá, no era tan aprensiva, le permitía tener vida social. Además, con el tiempo ésta le permite entrar al mundo donde existe el “otro sexo”, por su parte, la madre era muy ajena a su hija y la colocaba alejada de ese “otro sexo”. Para que Mary pudiera conocer el ámbito sexual, tenía como medio las fiestas y las excursiones que eran prohibidas por su madre. Desde aquí se va perfilando en la historia de vida de Mary la sexualidad como un punto nodal de prohibición, y esto más adelante imposibilitara su aceptación. Durante su juventud Mary inicia un noviazgo con “R”, quien obtiene una beca para continuar sus estudios en España y le propone que se vaya con él, Mary acepta la propuesta bajo la condición de contraer nupcias. Finalmente, con muy poco tiempo de haberse conocido (tres meses), “R” se convierte en su esposo. Hecho importante es, que durante su estancia en España, la situación de la pareja no fue propicia para tener intimidad (según el decir de ella misma), ya que Mary argumentaba que era una buhardilla donde vivían, no era su casa, y era un espacio muy pequeño. Pero, finalmente después de casi dos años “R” concluyó sus estudios y pudieron regresar a México, donde planearon la boda por la Iglesia y se produjo el primer embarazo. Momento en que “el matrimonio” se enfrentaría a una serie de dificultades. La primera de ellas, fue la necesidad de alojarse en casa de la madre de este último, donde también vivían sus cuñadas, situación que no era del agrado de Mary, pues la madre de su esposo jugaba el papel de esposa y ama de casa, entre otras cosas, porque éste le daba el gasto a su madre en lugar de Mary. Entonces, el papel de ama de casa era representado por la suegra, y cuando Mary intentaba adjudicárselo, sus actos eran criticados y descalificados por su marido; ocasionando graves problemas al matrimonio. Con esto, tal

pareciera que no podía

representar el papel de esposa, ni en el ámbito sexual ni en el del hogar, mostrándose claramente un problema con la feminidad. 24

Nuevamente, vuelve a dar muestras de este problema durante su embarazo, época en la que sentía mucho dolor, calificándolo de insoportable, y que no cedió aún después del embarazo; además desconocía el motivo, entonces se la pasaba llorando, pero este dolor le servía para evitar las relaciones sexuales. El dolor intenso que sentía la llevó a consultar a varios médicos pero le decían que era psicológico, que no tenía que ver con el embarazó. Mary no desistió y continuo en la búsqueda hasta que un médico le diagnóstico una “bolita” que justamente era un tumor cancerigeno en el colón. La coincidencia entre el embarazo y la detección del cáncer, nos lleva a pensar en una posible relación entre ambos acontecimientos. Esto es, tenía problemas con la significación del embarazo y después con el rol de madre, pues en el primer periodo se pasaba el tiempo llorando. De acuerdo con Mary, su enfermedad, aunada al comportamiento de su hija le imposibilitaba hacerse cargo de ella, la calificaba como muy inquieta; así que su mamá y su tía se encargaban de ella. Entonces, le resultó más fácil relegar sus labores como madre a otra persona que enfrentar su papel. A lo largo de su discurso, Mary no se quejaba ni hacia evidente que estuviese sufriendo por la pérdida del colon, o por el uso de la prótesis, a pesar de que es muy frecuente en pacientes colostomizados sentirse degradados por tal circunstancia, su queja estaba centrada en la debilidad y en la imposibilidad de hacer las cosas, pero fundamentalmente en ser picada por las agujas necesarias para el tratamiento por quimioterapia. El miedo que atormentó tanto a Mary, era porque ella lo sentía como una violación al cuerpo, y por medio del llanto podía tranquilizarse. — Mary: “estoy como triste, me deprimo, veo a la gente que llora y me da tristeza. He pensado que no es el piquete sino lo que representa, éste piquete representa la enfermedad” 25

Después de que ella expresa esta frase, propicia la situación para indagar algunos hechos que pudiesen estar relacionados con su incontenible miedo a las inyecciones y cuenta una anécdota donde en cierta ocasión una serpiente picó a su tía en la espalda, lo que provocó que gritara, y a ella la picó en la pierna. Llama la atención que siendo de campo no hable de “mordida” en el caso de la serpiente y a pesar de que en ese momento el analista le hace ver que las serpientes no “pican”; muerden, ella no se percato de la aclaración que este hizo, demostrando una negación al no prestarle atención. Es claro que las picaduras de algún animal pueden resultar peligrosas, pero el líquido que se le administraba en la quimioterapia por medio de los piquetes pretendía sanarla. Para Mary, esto no era así; ambos piquetes le resultaban peligrosos, el primero porque es veneno que aniquila, y el segundo, precisamente porque en caso de curarla volvería al dilema de la relación sexual. Bajo esta premisa se puede argumentar que el cáncer se instala en un lugar erógeno para cancelar la sexualidad. A lo largo de la intervención analítica es notable que Mary buscaba el diagnostico de la Institución, el cual le dice lo que va a ocurrir (una sentencia verdad-institucional), es decir; que la enfermedad iba a seguir ahí. A lo largo de su discurso, constantemente hacía alusión a su necesidad de tener que usar una bolsa para defecar, la cual le mortificaba sobre todo porque con ésta ya no podía usar cualquier ropa, y además le atemorizaba que se le pudiese desprender estando sucia. A “R” (su esposo), no le preocupaba la colostomía practicada a su esposa, él la aceptaba, incluso la buscaba para tener contacto sexual, pero ella lo evitaba por pena. Sin embargo; el rehusarse a la sexualidad por culpa de la bolsa, tan sólo era un pretexto más, pues después de que el marido dejara claro que a él no le incomodaba ésta, ahora Mary se rehusaba a tener relaciones sexuales otra vez, porque debido a la operación le dolía como cuando tenía la bolita (ya había transcurrido más de un año de haber sido operada) y, finalmente cuando lo intentaban sentía dolor, pues se consideraba muy cerrada y no permitía el contacto. Es importante mencionar, que posterior a su embarazo fue cuando a Mary se le tuvo que practicar la colostomía, esta serie de situaciones le ayudaban a pasar de una excusa a otra y a no enfrentarse a la sexualidad, primero porque su casa no era propia y era muy pequeña, 26

posteriormente por el dolor que le causaba el embarazo y la “bolita”, y después en el post parto porque el dolor se mantenía y finalmente por la colostomía. Los síntomas corporales significan para ella y para los fantasmas parentales; por un lado, una garantía permanente de conducta moral; por otro, una satisfacción indirecta y disfrazada del deseo prohibido. Su marido se cansó de que siempre estuviera llorando, de que nunca hubiesen vivido una relación matrimonial, relación que para ella implicaba: comprar ropa para ser esposa, una bata para ser madre y pasear al bebé. Los problemas con su marido cada vez llegaban más lejos, él no la acompañaba al hospital, y para este tiempo ya comenzaban a realizar los trámites del divorcio. El asunto económico representaba una parte crucial para esta determinación, Mary hablaba de la incapacidad de su esposo y su familia para darle todo lo necesario a su hija. Ella decía que sólo la familia de ella podía hacerse cargo, pues ellos si se preocupaban por la niña y estaban pendientes de lo que le pasaba. En cuanto al lugar de maternaje de Mary, sin duda tiene que ver con el lugar de hija que ella jugó. Niega a ésta y habla sobre su enfermad, actúa de tal forma como años atrás lo hacía su madre. Cuando Mary requería atención la madre se enfermaba, igual que ahora Mary, como si la familia le hubiese enseñado que solo se puede conseguir atención por medio de la enfermedad, o la enfermedad precisamente evita la sexualidad, como se vara a continuación. El tiempo que Mary estuvo en su rancho siempre vivió a su madre como enferma, el padre le decía que no debía hacer ruido, no gritar ni jugar porque iba a molestar a mamá que se sentía mal, y entonces el padre dormía en una habitación distinta para no molestar a la madre. ¿Qué podría esconder el malestar de la madre?, se enferma para recibir cuidados en vez de dárselos a su hija. Mary, vivió a una madre hipocondríaca que ponía a distancia al padre que dormía en otra recamara para no molestar a la madre. Esto tiene que ver con una prohibición sexual, 27

la sexualidad tiene como consecuencia la maternidad, Mary se la pasa sufriendo en esa maternidad, se la pasa llorando; la maternidad es sufriente la madre sufría esa maternidad Mary, no debía hacer ruido, no gritar ni jugar porque iba a molestar a mamá que se sentía mal, así ahora ella tampoco se puede hacerse cargo de su hija, la cede a sus “madres”. Hay que considerar el cuerpo en la vida concreta y dramática de su deseo, de su búsqueda de placer, o dicho de otra manera, como conjunto de zonas erógenas en conflicto, que se inscriben y se fijan en él las letras del lenguaje que lo significan como una prohibición que cumple con el edicto de una interdicción materna. La prohibición materna puede convertirse en un objeto que se deposita en el órgano resultando ser el objeto prohibido, y por efecto de una no simbolización, el superyó produce el cumplimiento de la destrucción de un objeto culpígeno que por alguna causa pareciera haber transgredido dicha prohibición, pues tuvieron para el sujeto esos órganos significación sexual. Es relevante saber, que el cáncer es común entre las mujeres de la familia de Mary. Tres tías que tuvieron cáncer son maternas, una murió por no tratarse, las otras se operaron y aún están vivas (mujeres solteras). Al respecto, Nasio (2001) señala que en ciertas ocasiones, la inscripción corporal reproduce la historia del cuerpo del otro; el sujeto se hace el representante orgánico de la historia de los cuerpos de su linaje, en eco con la inscripción de los significantes de su filiación. Por lo que habría que retomar la historia del sujeto que remita a un episodio particular de uno de los miembros de la familia, como si fuese necesario retomar la otra historia . A lo largo del trabajo analítico Mary reportaba que su tratamiento de quimioterapia había funcionado, sin embargo; mostraba preocupación por algún posible cambio en su respuesta a éste, que le ocasionará la muerte dejando sola a su hija. También le preocupa que ésta la recordara siempre enferma, como ella vio a su madre. Gracias a estas reflexiones, podría pensarse que Mary logró notar que el problema eran los discursos 28

coagulados en ella, es decir; el miedo de la madre y la tía por lo sexual y la evasión de la feminidad, pero aún no se hacía consciente este saber. Con esta paciente se intentó recuperar algo de su vida, que logrará darle un sentido a lo que le causaba tanto terror. La enfermera encargada de aplicarle la quimioterapia reporto una actitud totalmente diferente a la que antes del trabajo presentaba, así la paciente mostraba tranquilidad y a pesar de que seguía llorando antes de pasar a la quimioterapia ya no lo hacia con la misma intensidad, además antes de que se le aplicara, se sentaba esperando que pasara el tiempo para retardar su entrada a ésta, ahora decía la enfermera ya no lo hace. Con base en esto, se puede asegurar un primer efecto del trabajo psicoanalítico entre lo que Mary dijo de su no dicho y la instauración de esto en su reacción a la quimioterapia. Después de un año de trabajo regular con la paciente esta se fue a la capital de su estado a reposar de los varios ciclos de quimioterapia a los que fue sometida. Pasado un año de ausencia en el hospital, nos enteramos de su regreso por la misma enfermera que la había derivado al trabajo analítico. Ante lo cual, decidimos contactarla y solicitamos una nueva entrevista con ella, Mary accedió y en seguida se hizo una cita. La entrevista se llevo a cabo en la sala de juntas de médicos con la finalidad de poder hablar con mayor tranquilidad, mientras ella esperaba ser llamada para que le realizaran algunos estudios y revisiones de rutina, y así nos sentamos uno frente al otro en una gran mesa de juntas. — Mary: “Bueno no me ha pasado nada, estoy aquí otra vez porque vine a los estudios para ver si no se ha desarrollado el cáncer pero yo allá ya ni me acuerdo” — Analista: ¿ya ni se acuerda? — Mary: “No, pienso que lo de la bolsa es como algo normal ya me acostumbre y ... lo veo como algo que se tiene que hacer “ (se refiere al cambio y aseo de la bolsa) — Analista: ¿Eso es bueno? — Mary: “Si yo creo que si, “R” también lo ve como si nada, nunca me ha dicho algo” 29

— Analista: ¿“R”?. Cuénteme de “R” — Mary: “ahhhh...... ya vivimos juntos otra vez. Ahora si tenemos casa, con el crédito que él pidió estamos ya los tres juntos” — Analista: y ¿cómo le va con él? — Mary: “Bien, bueno … él sigue siendo serio y seco. A mí lo que me molesta es que no me avisa cuándo no llega a comer, él dice que tiene juntas y que el trabajo no lo deja llegar, pero no me avisa y deja la comida” — Analista: y usted ¿no le cree? — Mary: “No... sí, pero creo que no me considera, porque yo tengo que hacer las cosas de la casa, lavar, planchar, la niña llevarla a la escuela traerla y bueno ... podría yo no hacer de comer si él no va a venir, pero ya le encontré el lado bueno, si él no llega a comer le guardo la comida y se la doy al siguiente día” — Analista: ¿Usted hace todo eso? — Mary: “sí, yo me hago cargo de la casa, yo no trabajo, bueno... no trabajo fuera pero arreglo a la niña, la baño, voy a la escuela, voy a las juntas hago sus materiales que ella necesita y bueno... las cosas de la casa, trapear, barrer, y eso que se necesita y algo que sigue sin gustarme es que “R” sigue yendo con su mamá” — Analista: ¿sigue yendo? — Mary: “Bueno... ya no va tanto, pero no me avisa él va de repente” — Analista: ¿por qué será? — Mary: “A lo mejor porque a mi no me gusta ir con su mamá, yo voy de vez en cuando pero la mamá quiere decirle a la niña lo que hay que hacer, eso a mi no me gusta” — Analista ¿y qué con lo sexual? — Mary: “Pues ... cuando yo estoy dispuesta esta bien” — Analista: ¿Dispuesta? — Mary: “Sí, a veces no quiero, pero cuando si me pongo juguetona y risueña con él, a veces no me duele y me gusta, porque él es cuidadoso y tierno, claro a su manera, yo me visto para él pero no me dice nada aunque ahora me cuido las prendas” — Analista: ¿cómo es eso de que se cuida las prendas? — Mary: “las elijo con más cuidado, que me vea más...” 30

— Analista: ¿Bonita? — Mary: “sí, que me guste yo “ — Analista: Entonces ¿ya no hay miedo para tener relaciones sexuales? (En este momento Mary titubea un poco como si no supiera exactamente de qué se trata la pregunta y en seguida responde) — Mary: “No, yo creo que eso ya pasó” — Analista: ¿También lo de las agujas? — Mary: “Yo creo que sí, porque ya me han inyectado, aunque me sigue dando ansiedad ...... ya no lloro”

Cuando el cuerpo del oncólogo es tocado por el discurso institucional: Dra. “Azor”. Este caso tiene gran importancia, entre otras cosas, porque el paciente resulta ser; el médico oncólogo, a través de este caso se puede observar por un lado la rigidez y la frialdad característica de esta profesión, pero poco a poco también deja entrever el lado humano y frágil de estos fieles hacedores de la ciencia. Como parte del trabajo que se realizó en el hospital contactado, se abrió un taller bajo la necesidad de una escucha para los médicos oncólogos. Con la finalidad de introducir una mayor sensibilización de estos a la subjetividad, a la cercanía de la muerte y el cuerpo como receptáculo de discursos y enfermedades. En dicho taller, se trataron temas tales como: el lugar de la mujer, feminidad, cura, el deseo del Otro y muerte, así como también lo que implicaba para el paciente el diagnóstico de cáncer, y los efectos de la relación institucional; médico-paciente. Lo anterior viene a colación, ya que la Dra. “Azor” era participe, se encontraba ubicada en el grupo de médicos experimentados en el área de cirugía oncológica, a lo largo del taller, mostraba un gran interés por los temas que se desarrollaban. Sin embargo, era fría e indiferente al momento de hablar del sufrimiento en la enfermedad, incluso le habían asignado el sobrenombre de Dra. Mortis. Se caracterizaba por una “sonrisa permanente” y

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muy marcada, aún en aquellos momentos en los que se exponían ejemplos clínicos dramáticos. Mostraba a una mujer que no parecía afectarle en lo más mínimo las situaciones por muy graves que fuesen; como si el dolor no la tocara. Pero, casualmente al referirse a los casos de sus pacientes, especialmente mastectomizadas lo hacía en primera persona, es decir; se apropiaba de la historia, por ejemplo; emulando a una de sus pacientes hablando de la muerte causada por el cáncer decía: “ya me traté, ya tengo expectativas, planes, pero llega alguien en quién me veo, está como yo… ese muere y me vuelve a quitar expectativas….”. Esto muestra una ambivalencia, en donde; por un lado se identifica con el paciente y por el otro muestra una indiferencia al dolor. La Dra. “Azor” se visualizaba e identificaba como paciente oncológico. En otro de sus comentarios: “para qué me operan, de todas maneras me voy a morir”. La Dr. “Azor”, a lo largo de sus intervenciones paulatinamente iba bajando el volumen de su voz, de tal forma que algunas palabras eran confusas, dando pie a diferentes interpretaciones, probablemente con la intención de no comprometerse con una significación que la implicase. Conforme avanzaba el taller, ella iba cambiando, tanto en actitud como en apariencia física, especialmente en su vestir. En un principio, mostraba una tendencia a ocultar el cuerpo; usando faldas largas y muy anchas, no combinando los colores de su vestuario, además usaba anteojos grandes y rojos, y zapatos masculinos. Claramente, negando la feminidad en su imagen como mujer. Para Anzieu (1993), la denegación inviste las formas nacientes de la feminidad, es a menudo menos la manifestación del deseo de ser un chico que de presentar, tanto a su madre como a su padre un cuerpo asexuado, desafiando el dominio del deseo sexual paterno y la rivalidad materna castradora. Lo negativo se convierte entonces en un elemento organizador, generador de la falicidad que pone de relieve. La sesión que más influyó en estos cambios fue en la que se habló de feminidad y de la mirada del Otro pues, en la siguiente reunión, su imagen cambio radicalmente, ahora no 32

solo vestía más femenina sino también se maquilló, era una mujer diferente. En esta misma sesión, provocó cierto enfrentamiento entre compañeros —hombres y mujeres— con sus participaciones en tono de burla y ligera risa, como mecanismo de defensa a sus comentarios acerca de la imagen masculina relacionada con la virilidad, al mismo tiempo resaltaba el tema de los senos como parte importante de la sexualidad femenina. Dra. “Azor”: “ si un hombre grande o niño dibuja a una mujer, siempre la ponen con senos, tal vez sin genitales...”. Como puede observarse para la Dra. Azor, la representación de la sexualidad en la mujer reside en los senos, atribuyendo una importancia significativa a ésta parte del cuerpo, a pesar de que lo anterior no concordaba con la imagen que mostraba en su vestuario. “La mujer es conocida, diferenciada, primero por sus pechos: atributo fálico compensatorio, lo que es evidente en nuestro sistema de explicación psicoanalítica. Pero también atributo específico de seducción femenina, que desplaza hacia lo alto del cuerpo la presencia de los atractivos y les concede una libertad de manifestación de la polisemia de su presencia y de su función (Anzieu, 1993).

Su actitud frívola ante el tema de

las mutilaciones y la muerte y más aún al

relacionarlo estrechamente con el medio familiar, no cedía. Incluso, nuevamente mostraba esa identificación con sus pacientes oncológicos al grado de compararse con ellos: “yo también he pasado cosas difíciles y las afronto, mi hija tuvo un paro respiratorio a los 7 meses y pensé que se iba a morir... ahora la tengo resucitada “en parte”. Mi otro hijo se casó y es como si hubiera muerto... mi otro hijo intentó quitarse la vida hace poco y para mí también está muerto”. Abiertamente habla de la muerte de sus hijos a pesar de que ninguno de ellos a sucumbido. Lo que corresponde a una defensa, pero al mismo tiempo pareciera ser la salida más viable. La relación que establecía entre ella y la muerte, se mostraba claramente al hablar de la crisis que afronta el médico oncólogo, mencionando: “se muere uno un poquito ”. Con este pequeño comentario deja entrever cómo los problemas de los pacientes la afectan, a pesar de su falsa indiferencia disfrazada con su permanente sonrisa. 33

Al integrarse al taller, la Dra. “Azor” se encontraba fuera de toda enfermedad, incluso al concluir éste. Pero quince días más tarde fue diagnosticada con cáncer de mama por sus propios compañeros oncólogos. Hecho que nos impactó en gran manera, así que surgió el interés de hablar con ella, con el objetivo de conocer su experiencia con respecto al cáncer en su propio cuerpo. Dadas las características emocionales y difíciles que ella vivía, no solamente en su vida personal; sino también en la vida profesional. La paradoja de este trabajo nos enfrenta a una situación un tanto ominosa, como Freud lo plantea. Aquella Dra. portadora de la muerte y muy “fría” con respecto a los diagnósticos que implicaban mutilación, fractura, la pérdida de la vida y el inevitable sufrimiento de los enfermos y familiares; resulto, que después se convierte en paciente con cáncer de mama, con características de devastación muy fuertes. Un mes después de haber sido diagnosticada es intervenida. Obviamente, esto causó un impacto emocional fuerte, pues aquella mujer estaba muy dispuesta a hablar de las pérdidas y de la muerte y sobre todo de los personajes que eran importantes en su vida, como sus hijos, dentro de su propia profesión, lo enigmático es que ella es quién adquiere el cáncer. Después de recibir el agresivo tratamiento la Dra. “Azor” vuelve a acercarse a nosotros y solicita “ser escuchada”. Desde un inició, se observó su gran disposición, ya que llegaba antes de la hora acordada, esperaba su turno en el pasillo, y sin inseguridad aparente entraba al consultorio, sin cabello y sin cejas. Cuando el trabajo comenzó le expresamos que teníamos conocimiento de su situación y que nos interesaba saber ¿cómo estaba?, la respuesta era la misma de antaño, es decir; bien. En donde se refleja su actitud de siempre: “¡aquí no pasa nada!, todo esta bien, me toco y ni modo; uno se tiene que morir de algo”. Justamente, era necesario que ella produjera una demanda, que en ella se produjera una solicitud, y de repente aparece en su discurso expresiones como: “en esta vida no todo tiene sentido, son muchos problemas”. Entonces, se presentó una fisura por la cual se puede trabajar y se le cuestiono: 34

— Analista: ¿muchos problemas, la vida es un problema? — Azor: “sí, a veces toda la vida es un problema es que, bueno, yo ya te había dicho de los hijos, verdad... ¿si te acuerdas de lo hijos muertos verdad?” Así, comienza el trabajo, y la historia de la Dra. “Azor”... “Azor”, es la cuarta hija de un matrimonio tradicionalista de un estado ubicado al sureste de la republica mexicana. La relación con su padre siempre fue y ha sido un tanto distante, incluso a lo largo del trabajo analítico la paciente mencionó muy pocas veces a éste, parece ser que no solo es distante físicamente sino también en su discurso. No así la relación con la madre, quien se encargo de educarla bajo el papel de mujer sometida al hombre. Este tipo de dinámicas han sido aspectos decisivos para que Azor encuentre una relación entre la imagen masculina y la agresión, además de que haya construido el concepto de mujer en base al discurso materno, en contraste con su función como individuo y como mujer sexuada, aspectos que para ella se encuentran devaluados ante los demás e inclusive para ella misma. Para sus padres el hombre es el único capaz de sobresalir en el ámbito laboral, ya que la mujer es instruida para la casa y el cuidado de los hijos, es por ello que la familia resta importancia a los logros de Azor, a pesar de que es una mujer “exitosa” en su profesión. Bajo el antecedente de su educación, donde el hombre se sitúa en un lugar privilegiado en comparación con la mujer; “tu hermano es hombre, tu no puedes porque eres mujer”, hizo que a Azor, tanto la palabra del hombre como la mirada de este la significara como mujer devaluada. Mirada que no encuentra en el padre, ni siquiera lo percibe com o el detonante de la ley, pue s ese lug ar siempre lo ha ocupado la madre y uno de sus hermanos, en ellos, Azor encuentra una mirada castrante y sumamente represiva, justo al momento en que comienza su desarrollo físico y da cuenta de las representacion es sociales que la significaran como muje r.

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La prohibición del cuerpo erógeno por parte del hermano mayor, quien tuvo un lugar semejante al padre otorgado por la madre, va a ser determinante para su vestir futuro, esto es; ocultar con ropa grande y sin congruencia en la combinación de colores y lentes oscu ros el ser mujer, de ninguna manera le permitían

representaciones

estétic amente

femeninas.

Un

deta lle

m uy

importante era el color de los lente s que portaba, eran rojos y grande s. Grandes, porque precisamente el prop ósito era ocultar un rostro de mujer, y el color rojo, lo podemos relacionar con la agresión que Azor sentía por parte del genero masculino; dada la marginació n que padecían las mujeres dentro de su familia. Así, al mostrar el color en su rostro era como cierta defensa de agresión contra agresión; del mismo modo podría estar relacionado el color con su predisposición a la enfermedad, ya que generalmente al color rojo se le relaciona con sangre, un color que ella constantemente ve en qu irófano. Además su sonrisa tan marcada y per manente como una especie de mascar a, tan solo tenía como finalidad, mostrar un aspecto de frialdad, de que aparentemente no pasaba nada, siendo su defensa mas grande, aunque en el fondo oculta otra cosa, así a pesar de que ella permitía todo tipo de agresión a su persona, la sonrisa permanente y un tanto estereotipada, tenia como fin demostrar que ella era inquebrantable y que nada le afectaba. En su madre, Azor encuentra una mirada dónde construir su yo ideal, desde pequeña busca esa mirada aprobatoria al complacer el deseo de la madre antes que el de ella misma (ca si nunca logrado). Desde entonces , Azor se convirtió en alguien dispuesta a cumplir el deseo del Otro, sin importar lo que esto afectaría y confrontaría el propio deseo, de hecho ella no se permite ser un sujeto deseante. No se permite ser una mujer sexuada, ya que a ella le fue impuesta la idea de que la sexua lidad era pecado.

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Durante la adolescencia, es común que se haga evidente en las personas el desarrollo físico, sin embargo; en Azor esto no ocurrió en los tiempos regulares. Desde estos momentos, el negar el desarrollo de los senos se presenta como una constante, influyendo de manera decisiva para esto, por un lado un hermano en el que Azor encuentra la imagen representativa de la represión en su forma de vestir, y por el otro su madre, quien continuamente remarcaba lo mal que se veía Azor con vestidos que tuvieran “pinza” que remarcara los senos de la mujer, por lo cual, los vestidos que la madre le confeccionaba siempre carecían de esta “pinza”, su madre comparaba a Azor con una de sus hermanas a la que a juicio de ella “todo le quedaba bien”. Todos estos fa ctores al parecer influ yeron para que los senos no se desarrollaran . Cabe mencionar, que la madre no solo la comparaba con su hermana sino que desde pequeña se encargo de infundirle la idea de que se encontraba en desventaja con el resto de las mujeres, tal vez por ello, ella siempre se muestra reservada en sus relaciones sociales, sobre todo con el género masculino en quien no permitía ni el más mínimo roce físico. Para la madre de Azor el cuerpo debía ser intocable y desprovisto de placer, lo contrario a ésta idea era inmoral. Estas palabras influyen en la futura relación que entablaría Azor con su marido. Al iniciar su noviazgo, ambos eran estudiantes de medicina, en su inicio el noviazgo fue un tanto reservado, ejemplo de ello es el hecho de que hasta después de un año de relación se dan el primer beso. Pero, no solo la educación materna influye en este comienzo, sino incluso contribuye a retener la relación a pesar de su deseo de separarse, ya que sufrió varias infidelidades, recordemos que ella estaba acostumbrada a la agresión del hombre. Durante su noviazgo tuvo dos embarazos que fueron interrumpidos voluntariamente. Lo cual, al parecer la llena de culpa. Ya dentro del matrimonio se produce un tercero, pero a diferencia de los anteriores, este aborto fue espontáneo lo que nos puede hablar de un mecanismo inconsciente de autorepresión o resistencia a la represión social de la 37

maternidad. Por su parte, el marido contribuía de manera directa con reclamos para incrementar el sentimiento de culpa en ella. El hijo mayor fuertemente identificado con el padre se casa a los 19 años debido a un embarazo no planeado por la pareja; la relación que mantiene éste hijo con su madre es un tanto dependiente, pero, sin duda lo que sostiene esta relación es que Azor considera que como madre tiene la obligación de ayudarlo económicamente, esto es prácticamente de manutención, donde Azor lo percibe como una extensión de su marido y nuevamente siente agresión por parte del genero masculino violentando el espacio de ella como madre además de su dinero. El segundo hijo varón fue concebido en el momento en que el primero todavía cumplía una función fálica, éste le es alejado, es decir, la relación es castrada por su familia, con el fin de que ella atienda al hijo que acababa de tener. A los 14 años este hijo intenta suicidarse después de dejar una carta en la que exponía a su madre su inclinación homosexual, preferencia que confronta con los valores y creencias que Azor siempre recibió, lo que es motivo para que la relación entre ambos se complique. Azor, no le devuelve la mirada de madre a éste hijo, no lo significa dentro de la familia y como varón, es por ello que posteriormente, en la adolescencia este segundo hijo encuentra otro tipo de identificación con la madre y se ve como una mujer, desarrollando preferencias de tipo homosexual y en cierta forma el travestismo. Además, esta identificación provoca una dinámica de agresión permitida de los otros hacia este hijo, agresión tanto del padre y del hermano, como de los amigos y novios del muchacho, agresión que de forma implícita Azor le hereda a este hijo con el cual se identifica, pero esta situación no impide que éste hijo también violente a su madre económicamente. Azor fue víctima de frecuentes robos de dinero por parte de este. Por medio de esta violencia el hijo expresaba su deseo de ser

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mirado por la madre, de apoderarse de un “yo ideal”, como si al robarle dinero a la madre reemplazara la falta, ese “algo” que se espera de la madre. Su tercer hijo es una niña que a los 8 meses de nacida sufre un paro respiratorio que le ocasionó problemas de tipo motor e intelectual. El papel que juega esta segunda hija en la vida de Azor es muy importante y, como una extensión de su yo decide registrarla con su mismo nombre. Identificación que confunde a su hija, y a sus 15 años de edad trata de encontrar una madre, y deposita esta carga en su maestra, en su tía y en su abuela materna, a quienes por lapsus las llama “mamá”. Como puede observarse, es evidente una gran confusión de la imagen materna y de los lugares que ocupan los miembros de la familia. Bajo estas condiciones no resulta casual que Azor ubique a sus hijos en el lugar de la muerte:”mi hija tuvo un paro respiratorio a los 8 meses y pensé que se iba a morir... ahora la tengo resucitada “en parte”. Mi otro hijo se casó y es como si hubiera muerto... mi otro hijo intentó quitarse la vida hace poco y para mí también está muerto”. No solo Azor se enfrentaba con estas situaciones en su vida, sino también a su divorcio motivado por violencia intrafamiliar. Violentada psicológica, física, sexual y económicamente. Permitiendo esto como una forma de castigo ante la culpa de haberse practicado dos abortos, pues ella fue educada bajo la noción de que la única función permitida para la mujer era el ser madre y esto la significaría como mujer ante la mirada del Otro, por ello al haber detenido la concepción ella se siente culpable, pues había rechazado lo único que le era permitido y la única manera de ser reconocida socialmente. Azor sostenía prácticamente todos los gastos de la familia, a pesar de que su esposo percibía ingresos por su trabajo como medico oncólogo en otro hospital. Cuando la pareja tenía relaciones sexuales, estas eran forzadas y sin caricias, en posición a tergo. Azor recuerda la marcada omisión que su esposo hacia de sus senos en sus relaciones sexuales. 39



Analista: ¿El matrimonio expiaba la culpa?



Azor: “No, la culpa no... era lo único... con ese hombre tuve relaciones sexuales,

dos abortos, era la única persona capaz de aceptarme con todo eso” —

Analista: ¿Cómo si hubieras perdido tu valor, como si estuvieras devaluada?



Azor: “Así es, era como sí... sí él estableciera un chantaje permanente, tienes

que aceptar lo yo diga porque yo sé todo de ti, y yo acepté; terminar con él imposible, porque mi mamá recurría a él” La dificultad de enfrentarse a su divorcio fue aún mayor para Azor porque en ningún momento fue apoyada por su familia, sino al contrario. Pues a pesar de ser evidentes los maltratos que sufría, su madre se mostraba comprensiva....pero con su yerno, dándole la razón a él y no a su hija, como Azor hace referencia: “... una vez, me separé por un año entero, mi mamá no soportaba eso, lloraba a mi ex, lo extrañaba y decía: “no puede ser malo”, con ella era bueno, la que tenía que ir a tratamiento psicológico era yo”. Esto es un claro ejemplo de cómo ella queda sometida al hombre, ella se sentía en desventaja frente al resto de las mujeres, el callar ante la agresión del esposo viene de este sentir y de anteponer el deseo del Otro al suyo. Esto sin duda genera una dinámica de autocastigo, un sentimiento de inferioridad por ser mujer, sentimiento en el que la madre contribuyo. Se puede percibir una sensación de persecución moral, aceptando la violencia no sólo del marido, sino de la madre como perseguidores ante su impresión de ser transgresora (pecadora). Es notable, la gran dificultad de Azor para establecer la delimitación de su lugar materno, amén de la de establecer los límites con sus hijos y su esposo. Se concibe como el blanco de ataque de sus hijos, su esposo y su familia mencionando: “... será porque me ven débil. Es en todas partes, en el trabajo, antes me sentía muy agredida, la gente busca a alguien débil, la gente quiere superar sus complejos apabullando a alguien, como me ven sonriente, que no pasa nada... saben que me están lastimando, pero si lo acepto, es decir: si, tienen razón, lograron lo que querían, así es más fácil agredir a uno ”.

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Posterior al divorcio Azor logra establecer una relación amorosa con un, amante — dice ella—: “pues es que esta casado”, con el cual ella se siente emocionada porque es atento, amable y caballeroso, pero lo más importante es que la hace sentir mujer: “con él sí tengo excitación a través de los senos”. Es evidente que en ésta relación extraoficial (clandestina) ella pudo experimentar la erotización de los senos. Sin embargo, tuvo que terminarla porque no podía soportar la clandestinidad, se sentía muy culpable ante la mirada de la madre aunque esta no lo supiera. Todas estas conflictivas por las que ha pasado Azor entre otras cosas, representan la confrontación de su educación ese lazo materno y su deseo; esto en combinación con su historia, lo que se manifiesta en un proceso difícil que desata la somatización de su cuerpo, manifestándose en cáncer mamario y mas tarde en sospechas de metástasis en el húmero y la pelvis. El conflicto que Azor vive a lo largo de su vida es el cumplimiento del deseo materno que ella ha incorporado y el deseo que como sujeto sexuado se manifiesta de alguna manera, fue después de aquel amante que ante el reconocimiento de un disfrute sexual en una zona erógena prohibida parece haber reactivado de manera feroz la prohibición materna, es acaso ¿fortuito qué el cáncer se haya instalado en primera instancia en una de las mamas de Azor?

El cáncer, una enfermedad que la lleva al grado de la amputación: “... no hay

mucha diferencia, pues tengo senos chicos, hasta me imagino sin mastectomía” Este discurso que refiere a sí misma, tiene que ver también con el que le dirige a sus pacientes , con los que es “despiadada”, para hacer los cortes en el cuerpo de esos otros con los cua les parece identif icarse, ella dice “no sé porqué se queja, si la cirugía (mutilación) la libra de la enfermedad y de la muerte, hay que aceptarlo”. Pero, ¿no es esto la búsqueda de una salvación a partir de la desaparición de un órgano que es a la vez promotor de los pecados y el lugar del goce?

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A lo largo del tratamiento psicoanalítico que tuvo una duración de tres años, se evidenció como la Dra. Azor había logrado recuperar la voluntad de mejorar su aspecto físico. Así también, por medio del análisis Azor logro recuperar el lugar de madre, además; poco a poco ha dejado de permitir ser violentada, tanto por sus hijos como por su medio social. Por medio del análisis se logró detener el cáncer en su cuerpo, ya que poco después de haber sido mastectomizada, se le había diagnosticado una segura metástasis en el húmero y la pelvis, de no haber sido por el trabajo terapéutico Azor hubiera seguido desarrollando este tipo de agresión sobre su cuerpo, en una continuidad del diagnóstico institucional que seguramente lo hubiera convertido en realidad. Sin duda alguna, “la prohibición puede reprimir el deseo, desviarlo de su orientación primera, pero no lo destruye. No hace más que obligarlo a buscar otra manera de realizarse. Y encuentra, en efecto millares de maneras en todas las actividades de la vida que deseéis imaginar” (Groddeck, cit. en Le Du, 1992, pág. 90). Con base en lo expuesto a lo largo de este trabajo, queda claro que el psicoanálisis pretende liberar el lenguaje del sometimiento del logos, para dar paso a un juego de significantes que se expresan en combinaciones y permutaciones construyéndose en cada dialogo con el otro. En nuestra experiencia la relación terapéutica tuvo efectos significativos en los pacientes, ya que a raíz de la intervención estos lograron conectarse a un tratamiento de corté psicoanalítico, el cual logró sacar al paciente de una fragmentación y una crisis generada a partir de un diagnostico de cáncer. Además, nuestro trabajo permitió vislumbrar claramente que tras la manifestación de los síntomas siempre se expresa algo más. Esto que a veces es imperceptible para la escucha ordinaria, y que sólo cuando se establece la transferencia como herramienta, pueden seguirse los detalles de historias que se entrelazan con la enfermedad. Por ello la labor terapéutica, no solo tiene por consigna la tarea de interpretar los contenidos inconscientes, si no que intenta basarse en una mayéutica para cuestionar ese “algo más” que denuncia el síntoma en cada uno de los enfermos. Los cuales estarán trazados desde su 42

propia historia, su singularidad, sus padecimientos y sus sufrimientos. Dependiendo siempre del armazón simbólico que haya elegido el paciente para historizar en el cuerpo algo que requiere ser hablado. Cuando decimos “historizar” aludimos a que el paso por el tratamiento no puede ser silenciado por una trama vivencial; sino que el discurso del paciente, sea escuchado desde una óptica diferente que posibilite la reintegración del sujeto a su comunidad de manera digna. Finalmente, podemos observar que en los dos casos anteriormente desarrollados existe un discurso materno prohibidor, que toca el cuerpo de estas dos pacientes en una modalidad carcinomatosa que se teje en las zonas erógenas que, como hemos dicho en el capitulo tres cumplen dos edictos; uno expiatorio y otro superyoico, por lo que la intervención analítica tuvo como propósito introducir la cuña a través del significante que nombre posibilitando la simbolización de los discursos coagulados, tejidos en el órgano afectado. Es por esto que nos parece de suma importancia continuar con estudios más amplios que rastreen las historias de vida de sujetos tocados por el cáncer, en los que posiblemente podamos confirmar con mayor certeza las marcas en la historia del sujeto, que posteriormente se manifestaran en el cuerpo mediante la enfermedad, quizá sea de interés significante aclarar que las dos pacientes a las que nos hemos referido se apellidaban Morales.

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