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LUNES 8 DE JUNIO DE 2009 Comienzo la crónica este lunes algo tarde por el cansancio acumulado en un fin de semana bastante ajetreado. El tiempo está fresco. Las nubes cubren el cielo como en los últimos días y hacen retrasar los calores del verano entre la impaciencia de los que quieren disfrutar de la playa, pero es una temperatura ideal para vivir, aunque los propietarios de los negocios en la playa no pensarán lo mismo, y hay que comprenderlos. Muchas cosas tengo que comunicar. La primera será la más triste, ya que ayer falleció una de las vecinas de más edad de nuestro pueblo. Virtudes Jiménez Santos, que aunque residía en Saladaviciosa era muy conocida y apreciada en el pueblo. Hoy será el entierro, a las cuatro de la tarde aquí en Facinas. Fuimos Mary y yo anoche cuando terminaron las votaciones hasta el tanatorio de Tarifa a dar el pésame a la familia. Tenia varios hijos e hijas, yo mantengo más contacto y amistad con el hijo Pedro, que le decimos Periquín. Descanse en paz esta mujer que ha sido ejemplo de pundonor y sacrificio. También quiero mandar un abrazo con mis deseos de pronta recuperación a Vicente Gil, que está hospitalizado con ese problema tan doloroso cómo es la neuralgia. ¡Ánimo Vicente, que tú siempre has podido con todo! Ya metidos en noticias, anunciaré que la niña de Adolfito que nació la semana pasada, llevará el bonito nombre de María. El pasado 27 de mayo los alumnos de ESO de nuestro colegio, acompañados por su director Antonio Alba y Emilio, uno de los profesores, realizaron un viaje a Sevilla subvencionado por la Junta de Andalucía. Allí, durante unos días tuvieron ocasión de convivir y visitar muchas de las maravillas que contiene esa ciudad y sus alrededores. Yo animo a los amigos de esta página a que entren en la del colegio, que figura en la cabecera, piquen en el apartado dedicado a “ESO” y verán una serie de imágenes que demuestran lo bien que lo pasaron y lo importante de la actividad. Todo ello relatado paso a paso por los responsables. Yo solamente quiero añadir una vez más mi admiración y reconocimiento al director del centro, nuestro amigo Antonio Alba, al claustro de profesores y a la AMPA, por prestar atención a estas actividades que considero importantísimas en la formación de los niños. Es la manera de que crezcan conociendo de primera mano todo lo de interés que contiene nuestra Comunidad. También reconocer la ayuda de nuestra administración para que estos programas puedan realizarse.
Los niños y profesores en el parlamento Andaluz
En esta semana hemos vivido la inauguración de una guardería en nuestro pueblo. Su nombre “CHIQUITINES”. Está acondicionada con todo lo exigido por la ley y magníficamente dispuesta para atender a los más pequeños del pueblo mientras sus padres trabajan o simplemente desean hacerlos convivir con otros de su edad, mientras juegan o están bien cuidados. Su impulsora y propietaria es María Luisa Rosano Álvarez, “La Chiqui”, que está súper ilusionada con el proyecto y que solamente necesita que las madres del pueblo comprueben las magníficas instalaciones. Yo le deseo toda la suerte del mundo, en primer lugar por ella y también porque es algo que beneficia a la imagen del pueblo en su conjunto. En estos días nuestro “patrono” Cristóbal Cózar me ha demostrado hasta donde llega esta página, enviándome una documentación encontrada en Internet donde hasta en Filipinas tienen noticias de que La Divina Pastora es la patrona de Facinas. Así lo reflejan en un reportaje referente a esta advocación, donde nuestra imagen aparece con otras de la misma Virgen que se veneran en otras ciudades. Si alguien está interesado puede buscar esta dirección: http://mozcom.com/~valmonte/DivinaPastora/otherimages.html Después poner Divina Pastora y creo que saldrá. El sábado se celebró en Los Tornos el Día Mundial de Medio Ambiente con un programa que habían preparado conjuntamente La Dirección del Parque de los Alcornocales, la asociación “Amigos del Parque”, los ayuntamientos de Facinas y Tarifa y la colaboración de una empresa que realiza labores forestales. Fue una jornada muy bonita. En esta ocasión, como no había sido posible un día de repoblación, los asistentes se dividieron en dos grupos, que guiados por personal voluntario de Medio Ambiente, realizaron dos rutas por entre los montes de las cercanías. Una llegó ha Las Cabrerizas y bajó por el Vilano, y la otra hizo un recorrido entrando por el “Pimpollá”, subiendo a un cerro donde se conserva una buena “mojea” de chaparros, para bajar hasta el “Huerto Perdío” y tomar la carretera hasta la Zona Recreativa. En el transcurso de ambas, personal especializado comentaba las peculiaridades del entorno. Yo hice la más corta y asistí a los comentarios que ofrecieron el Director del Parque y el Ingeniero de Montes del Ayuntamiento de Tarifa. Por la mañana los participantes fueron recibidos por los representantes de las instituciones, entre los que estaban Don Alonso, presidente de la Asociación y defensor incansable de nuestros montes a pesar de ser un “joven” jubilado, Don Marcos, director del Parque, Don Juan Manuel Pérez, ingeniero de Monte del ayuntamiento, representantes de la empresa colaboradora, voluntarios y monitores. En breves palabras trasladaron el sentido de lo que celebrábamos.
Antes, todos los asistentes disfrutamos de un desayuno campero, con café, y pan con manteca”colorá” como es tradicional. A la vuelta nos esperaba un almuerzo compuesto de un buen cocido, carne de venado, frutas y toda clase de bebidas. Los niños fueron atendidos por un monitor, realizando diferentes actividades al aire libre mientras los mayores recorríamos los montes. Los propietarios del chiringuito permanente que existe en el lugar también contribuyeron con un arroz y ricos chicharrones a la animación. Un día extraordinario que hay que agradecer a todos los organizadores, y muy especialmente a Juan Manuel Pérez. Personal de nuestro ayuntamiento de Facinas, junto con el alcalde Andrés Trujillo estuvieron presentes todo el día, atentos a cualquier ayuda. Estas actividades son importantes para nuestro pueblo, porque sirven para una promoción del entorno, ya que son muchas las personas que participan procedentes de pueblos de toda la provincia. El sábado también se celebró la boda de Juan Antonio Barragán y Nazaret Silva. Él hijo del Comandante del Puesto de la Guardia Civil, Diego Barragán y de Ani, y ella hija de Antonio Silva y Mª Isabel Salvatierra. Dos jóvenes y dos familias queridas y respetadas en el pueblo. La celebración fue en el Rastrillo y tuvimos la ocasión de disfrutar de los buenos platos del lugar y la compañía de muchos amigos invitados. Desear a los nuevos esposos que la vida le traiga nada más que momentos felices, ellos se o merecen. Por último hablar de las elecciones de ayer. No por darle un tinte político a la información, sino para decir que después de un sábado con una caminata por el monte por la mañana, una boda por la tarde y hasta la madrugada, el domingo Mari y yo, todo el día en una mesa como Interventor y apoderado. Por si alguien tiene curiosidad diré que los resultados en las mesas del pueblo fueron los siguientes; En la del Ayuntamiento, 82 del PP, 110 PSOE, 5 IU, 3 PSA. En la del colegio; 78 el PP, 102 el PSOE. Esto de las elecciones tiene lecturas para todo el mundo. Cada uno gana en un sitio y todos contentos. Lo importante es participar con buenas maneras y confiados en que gane quién gane ya los tiempos son de democracia y siempre se vivirá más o menos bien.
Que sean todos felices, hasta la semana próxima. Chan
COSAS DE NUESTRO
PUEBLO “JUEGOS DE LOS AÑOS CINCUENTA” Al repasar en mi memoria costumbres de mi niñez en el pueblo, he querido dedicarle un rato a aquellos juegos que nos servían de entretenimiento. Juegos que eran generalmente compartidos con otros chiquillos, muy diferente a la actualidad donde es muy corriente ver a los “zagales” de cualquier edad con la cabeza gacha, ensimismados, peleándose contra una pantallita donde una gama de dibujos en movimiento simulan guerras o partidos de fútbol. Y solamente hablan entre ellos para ver quién ha hecho más puntos. En mis tiempos casi todos eran al aire libre, y utilizábamos utensilios que generalmente eran fabricados por nosotros mismos. Ya la pelota comenzaba a ser el objeto más deseado, aunque era difícil contar con una aunque fuera de goma. Los balones de cuero casi no los veíamos. Una pelota no la tenía cualquiera, así que el dueño se convertía en el destino del “cobeo”. Todos queríamos ser su amigo y ofrecerle lo mejor que teníamos, que solían ser pocas cosas, para que nos dejara jugar. Por lo general eran chicas, ni la mitad de un balón, blancas, o con una franja azul, que a mí cuando las veía rodando me causaban una sensación extraña y seductora. Solían pincharse y entonces había que recurrir al parche. Había verdaderos expertos en esta faena, uno de ellos era Elías Quintana, y cobraba por ello. Vendían un “kit” de aquellos elementos, que eran los mismos que los que se utilizaban para arreglar las ruedas de las bicicletas. Estaba formado por una cajita de lata con uno de los lados preparado para rascar los alrededores del “pinchazo”. También solía hacerse con el rascador de la caja de cerillas o algo parecido. Un tubo de pegamento, que le decíamos “disolución” y los parches de goma de diferentes tamaños. Algunos tenían un trozo de goma del que se cortaba el tamaño necesario. La operación era frotar repetidamente los alrededores del “boquete”, untarle la “disolución” y colocarle el parche que había que mantenerlo “apretado” un buen rato. Como dije, había verdaderos expertos, pero Elías era el mejor, además se buscó una aguja para inflar las pelotas. Éstas tenían dentro un taco de goma maciza que le decíamos “el botador” y que se suponía que era lo que hacía que botara más. Pues bien, Elías buscaba a tientas este taco e introducía a través de él la aguja por donde le echaba el viento. Disfrutábamos cuando la veíamos tersa de nuevo y botando. Más de una vez se pasaba con el aire y el juguete se “ahuevaba” y ya no había quién la “barajara”, cuando botaba cogía para donde quería. Muchos partidos jugábamos con las pelotas ya casi inservibles, arrastrando las tiras de goma colgando del poco cuerpo que le iba quedando. El mejor campo que teníamos antes de que llegara la costumbre de ir al Matavacas, era el paseo, unas veces el de arriba y otras el de abajo. A mi ha sido el juego que más me ha apasionado
desde siempre. Otro juego que se necesitaba un elemento era el trompo o la peonza como empezó a llamársele ya en los tiempos modernos. Para nosotros era el trompo, y los había de diferentes tamaños, aunque no mucho más granes unos de otros. Eran de madera y el color podía ser casi blanco, los nuevos, y de un gris indescifrable cuando ya estaban “manoseados”. Acostumbrábamos a pintarle algún adorno en la “corona” que tenía su atractivo cuando estaba bailando. Las “puyas” eran también de distintos tamaños, y algunos sabían cambiarlas por una más grandes y picudas para conseguir mejor resultado. El juego no era solamente hacerlo bailar. Solíamos señalar una circunferencia en el suelo y poner algunas monedas de cinco o diez céntimos dentro. Consistía era sacarlas con la punta del trompo al tirarlo para bailar, pero había que hacerlo con la maestría suficiente para que no terminara el baile dentro del redondel y se quedara encerrado. Entonces se perdía y si alguien lo sacaba de un “trompazo”, se lo ganaba. Había auténticos maestros entre las pandillas. También trompos vistosos o con fama de ser mejores. El cordel con el que se bailaba era de un material especial y lo vendía Vicente Gil. Tenía una medida estándar. Era una especie de mecha de la que se utilizaba para los quinqués. Como las calles eran casi todas terrizas, en cualquier sitio se organizaba una “partida”. Era frecuente ver en el paseo de abajo varios grupos de chiquillos delante de su círculo, en plena faena, a veces discutiendo por la posición del trompo, si estaba fuera o dentro. Otros grupos jugaban al “jincote”. Este se hacía con un trozo de hierro, al que se le daba ese nombre, de unos cincuenta centímetros o algo más, terminado en punta, La destreza consistía en lanzarlo y clavarlo en la tierra. También se hacía un círculo con monedas u otros elementos dentro que había que ganarlos dándole con la punta del hierro y haciéndolos saltar al exterior, pero el hierro debía quedar clavado. De nuevo se ponía en evidencia los más diestros y los que sabían conseguir los hierros de más calidad y con mejor punta. Algunos hacían malabarismos al lanzarlo. Los bolos (canicas en fino) era uno de los más practicado. Cualquier chiquillo llevaba unos cuantos en el bolsillo dispuesto a echar una partida. El grueso del “tesoro” se guardaba en una bolsita de saco. Aquí si que había verdaderos maestros. Gentes con un ”tino” de artista. El juego consistía en lanzarlos cada jugador primero desde una señal hecha en el suelo. Una vez que todos estuvieran colocados, los jugadores por turno decidían a cual de los adversarios dispararle con el suyo. La posición era agachados y la forma de lanzarlo era la que acostumbrara cada uno. Unos lo hacían impulsándolo solamente con el dedo gordo, por lo que era suficiente una mano, y otros practicaban la modalidad más sofisticada de las dos manos, la izquierda con el dedo meñique en el suelo, mientras que con el pulgar y la uña del del centro de la otra, se lanzaba. Ésta era la que yo practicaba y no era de los peores, pero había muchos que me ganaban. Se jugaba también al “cribi” y a la “pavita”. El primero consistía en marcar un triángulo en el suelo en cuyos vértices y en el centro
colocaba cada jugador un bolo. Se lanzaba desde un lugar marcado para sacar con un golpe alguno de los puestos sin que el del jugador quedara dentro. Si así era, éste se quedaba allí expuesto a que otro se lo llevara. Existían unas expresiones que señalaban alguna preferencia. Por ejemplo se decia; “quin por si da” que quería decir que si el bolo se frenaba porque topaba con el pie de alguno, éste se alejaba tras lanzarlo contra el zapato. Si no se había dicho nada y el bolo chocaba, entonces uno decía; “no quin” y el otro; “quin”. Imperaba el que hubiera sido el primero en hablar. Cuando se quería limpiar de piedrecillas o arena los alrededores del bolo se decía; “¡seplo!”, o “¡no seplo!” si hablaba antes el que no quería que se limpiara. Una expresión muy corriente era; “¡ quin por si da y seplo ondecaiga!”, así se adelantaba a lo que pudiera pasar. L a “pavita” era un hoyo hecho en la tierra. Los jugadores se colocaban a una distancia señalada y lanzaban el bolo intentando atinar con el hueco. Los que lo conseguían tiraban desde el borde a los que se habían quedado por los alrededores. El premio era siempre quedarse con aquel al que se le daba. Había bolos de muchas calidades. De barro, que se partían al primer “mecarro”, de china, que eran brillosos y de colorines, y por último, los más deseados, los “cristalinos”. Un bolo cristalino era un tesoro. A veces hacíamos cambios. Uno “cristalino” equivalía a diez de barro, o más si el de cristal era especial. El aro era otro motivo de entretenimiento. Consistía en un círculo de hierro, lata o madera. Se utilizaban unas abrazaderas que traían los barriles o barricas. También otras que reforzaban los fondos de los cubos de cinc. Se conducían con una “guía” hecha con un trozo de alambre gordo, puesto doble o triple, o de una barra de hierro fina. Era recta, de unos sesenta o setenta centímetros de larga y con una curvatura en la punta por donde se introducía el aro. Se jugaba corriendo junto al objeto empujándolo con la guía, con dos posiciones distintas, una para correr mucho y otra para frenar y hacer filigranas. Grandes carreras o competiciones de destreza se organizaban entre el sonido ensordecedor de los hierros y latas. Recorríamos todo el pueblo como si fuéramos montados en algún vehículo. Nos parábamos a descansar y al rato decíamos; “v a m o s a i r a ….” Entonces nos levantábamos cogíamos los aros y a correr otra vez. Aquello sí que era hacer ejercicio. Los caballos de caña o carros de la misma composición también nos servían para “desplazarnos”. Hacer una cabeza de caballo de un “canuto” de caña no lo hace cualquiera. Por aquellos tiempos había verdaderos maestros. Mi padre me los hacía preciosos. Se le ataban unas cintas entre las “orejas” que nosotros movíamos mientras corríamos como si de un “Peralta” se tratara. Las carreras de cinta eran auténticas competiciones populares. Tanto o más ilusionantes que las que se celebran hoy con caballos de verdad. Me parece estar oyendo el sonido de un grupo de caballos arrastrándose por la calle. En el molino de mi abuelo, con mi primo Giráldez y Antonio Manso, los teníamos de
todas “razas” tamaños y colores, y raro era el día que no celebráramos alguna carrera. Con los carros pasaba lo mismo. Una caña larga y en un extremo un trozo de hierro o palo redondo de unos cincuenta centímetros con dos ruedas de corcho corrian sobre el suelo mientras en el otro extremo, “el conductor” accionaba otra rueda del mismo material que hacía de “volante”. Se organizaban auténticos “rally” por todo el pueblo. Pasaba como con los aros y los caballos de caña, recorríamos el pueblo con la ilusión de ir montados. Algunos chiquillos de los más mayores comenzaron a destacar como mecánicos y construyeron unos carros para montarse en ellos. Consistían en una pequeña plataforma de madera con tres ruedas de bolas que nosotros le decíamos “rodamientos”. Dos iban colocadas detrás y una solamente delante introducida en un eje de madera que se accionaba con una mano o con el pié y dirigía el carrito. Yo nunca tuve ninguno de estos. La “carretera” solía ser el tramo de acera junto al paseo de arriba, desde la fuente hasta la puerta de entrada. Aquello se convertía en una auténtica pista de velocidad, y el ruido era casi el de la fórmula I. Otro juego con algún utensilio era el “zumiyo”. Se necesitaba un trozo de tuna con sus puyas y se jugaba con las navajas. La tuna se colocaba en el suelo y los jugadores se sentaban alrededor. Tenían que clavar la navaja de distintas formas. Con la mano hacia delante o atrás, desde la cabeza o con la boca. Se clavaba un trozo de astilla de madera en la tuna y se iba hundiendo con golpes de la navaja dados por los que ganaban. El perdedor final tenía que sacar la “cuña” con los dientes, corriendo el peligro de pincharse con las “puyas” y entre las risas de los otros. Otros juegos al aire libre eran los de coger o esconder, que todo el mundo sabe como es. Uno se queda y debe coger a la carrera a alguno de los demás. Estos cuentan con lugares estratégicos donde se estaba a salvo. El de esconder consistía en dar un tiempo para que el grupo se escondiera mientras el que se quedaba contaba hasta veinte con la cabeza pegada a la pared. Después, intentar encontrarlos antes de que llegaran al lugar donde se estaba a salvo. Había otra modalidad que le llamábamos “Marro” y se jugaba en equipos que trataban de ir capturando a los contrarios. También de llegar a un lugar sin ser visto. Un compañero podía salvar a otro que estuviera cautivo si conseguía llegar a tocarlo sin ser visto por los contrincantes. Auténticas “algarabías” de chiquillos corriendo por las calles hasta bien entrada la noche, entre gritos de ¡Marro!. Había otro que se necesitaba elasticidad y fuerza física. Era “me la jastro”. Tras un sorteo, el que se quedaba debía permanecer inclinado hacia delante mientras los demás pasaban saltándole tras apoyar las manos en la espalda de aquel. Se hacía una señal en el suelo o se colocaba un trozo de madera que marcara el lugar desde donde se saltaba, que iba alargándose poco a poco por cada ronda de los
participantes. El agachado iba retirándose de la señal y el que saltaba debía decir “¡me la jastro!” si lo hacía desde la señal, o “¡ me la jastro en media o en dos media!” si creía que necesitaba dar un paso o dos entre la señal y el cuerpo del otro. Había algunos que parecían de goma y volaban a unas distancias increíbles. Perdía el que no conseguía pasar sobre el cuerpo o le rozaba con mucha fuerza. A veces se hacía una especie de “carrusel” en el que el que saltaba se agachaba y se formaba una cadena con un par de metros de distancia entre unos y otros, así el último debía saltar sin pararse a todos los que estaban agachados en hilera. Aquí existía la maldad de dar un “taconazo” en el culo al pasar o cogerle un “pellizco” o hincar los nudillos al colocar las manos sobre la espalda. Eso provocaba encarnizadas peleas. Otra costumbre que había por aquellos tiempos siendo yo muy chico y que a mí me encantaba eran las cometas. Ver volar aquellos artilugios me transportaba a un mundo de ilusiones extraño. Me imaginaba la tierra desde allá arriba. Se hacían generalmente con un “esqueleto” de cañas atadas, formando un aspa. Se rodeaba con una cuerda y se cubría con papel de colores de seda que se pegaba con una pasta hecha con agua y harina. Una especie de tirantes de cuerda se formaba desde los extremos de las cañas, y desde allí partían todos los metros que se le pudieran atar y que sería la altura que tomaría. En un lateral se le añadía una tira hecha con trozos de trapos unidos por nudos y que buscábamos por los “regajos”, era la cola. Para “volarla” primero se salía corriendo mientras la cometa tomaba contacto con el aire e iba subiendo al tiempo en que se soltaba más cuerda. Cuando se conseguía que cogiera toda la altura del carrete, aquello era un espectáculo. Todavía lo recuerdo con una ilusión y añoranza grandes. A veces en el cielo de Facinas podían observarse varias cometas. A mí me las hacía mi madre y mi tía Isabel. Recuerdo que mi abuela Isabel las llamaba “pandorgas”. Había algunos juegos de mesa como tres en raya, el parchís, la oca o las damas, pero los que atraían eran aquellos al aire libre. Vinieron también algunas modas pero creo que estos que he relatado eran los preferidos. Recuerdo uno que se hacía con las tapas de cartón de las cajas de cerillas. Se convertían en pequeñas cartas que se dejaban de caer desde una altura señalada, consistiendo la “gracia” en llevarse aquella que quedara debajo de la que caía. En esto nos “empicamos” Gaspar Perea y yo en la tienda de Paquito Jiménez. Recuerdo que yo le rompía las cajas de cerillas a mi madre aunque estuviesen llenas. Es curioso, pero cosas a las que normalmente no le damos importancia, se convierten en objeto deseado si se le atribuye algún valor con motivo de alguna competencia. Las niñas de aquellos años también tenían sus juegos, algunos diferentes al de los niños. Recuerdo el del “tocadé”. Se señalaban varias losas y se le ponían unos números con tiza o rallándolas con trozos de loza. Cada jugadora tenia su “china” que era un trozo de loza de cerámica. Había que lanzarla desde un lugar alternativamente hasta cada número. La jugadora debía recorrer todas las lozas con uno o los
dos pies completando un “castro” entre cantos y expresiones típicas. También tenían sus juegos de carreras como era el de “hilo negro”. Las mariquitínas o los cromos ilusionaban a las chicas. Las mariquitinas servían para vestir y desvestir a las muñequitas de papel con aquellos trajecitos de la misma materia. Los cromos eran unas pequeñas figuras de papel que se ponían boca abajo y había que volverlas con un golpe con la palma de la mano hueca. La que conseguía volverlos se quedaba con ellos. La comba era otro juego muy practicado por las niñas, y a veces hasta por los niños. Unas veces se hacía balanceando una cuerda solamente por debajo de los pies mientra la niña saltaba y evitaba tropezar, y otras dándole toda la vuelta por encima de la cabeza sin parar. Este juego era muy bonito porque a la habilidad para saltar sin que la soga tropezara, se unían las canciones que cantaban entre las que saltaban y las que “le daban” a la cuerda. ¡Quién no recuerda aquellas que decían!;
Al pasar la barca me dijo el barquero, Las niñas bonitas no pagan dinero. Yo no soy bonita ni lo quiero ser, Pasaré la barca uno, dos, y tres.
O aquella otra,
Jardinera tú que entrastes en el jardín del amor….
Muchas y bonitas letras que solían oirse en el silencio de las tardes o en los recreos de la escuela. Hasta aquí este repaso a aquellos juegos de mi infancia, que coincidirán con los de tantos otros que tengan más o menos mi edad. Posiblemente se me olviden algunos, por ello sería bueno que alguien añadiera aquellos que a mí se me han pasado, así entre todos conseguiremos traer hasta hoy aquellas vivencias de nuestra niñez. Facinas, 5 de junio de 2009 Sebastián Álvarez cabeza