MACARIA. Pilar Rius* Yo no creo en brujas... pero que las hay, las hay

MACARIA Pilar Rius* Yo no creo en brujas. . . pero que las hay, las hay. “El jueves volví a volar. Hacía mucho tiempo que no volaba. No, no fue un

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MACARIA

Pilar Rius*

Yo no creo en brujas. . . pero que las hay, las hay.

“El jueves volví a volar. Hacía mucho tiempo que no volaba. No, no fue un sueño ni una ilusión; volaba sobre los tejados y veía pasar los hombres pequeñitos por las aceras como interminables cadenas de hormigas, afanados en sus quehaceres cotidianos. Macaria seguía con su bitácora de vuelo y yo la escuchaba hundida en el sillón del estudio: “por el tipo de tejado conoces el edificio y por el andar, a la persona. A ver cuando te llevo”. Conocí a Macaria en un concierto de música barroca, era estudiante de antropología y se interesó por mí al saber que era química. Me vi comprometida, muy a mi pesar, a discutir con ella alguna tarde, acerca de las propiedades curativas o venenosas de las plantas, tema del que, además sólo tengo las nociones que adquirí en la clase de botánica y drogas vegetales que la señorita Luque impartía hace unos cuarenta años. La cité para el sábado siguiente. Se presentó puntual y me advirtió que tenía que irse antes de las once de la noche para asistir a un compromiso muy importante, cuya naturaleza se negó a revelarme. Esa reticencia debió haberme puesto sobre aviso, pero no caí en la cuenta de nada. Me preguntó acerca de la belladona y del estramonio cuyas hojas traía apretadas en la mano. -La belladona es un antiespasmódico que se emplea a veces para dilatar la pupila. De aquí su nombre; se cree que la pupila dilatada embellece a las damas. El estramonio es un poderoso narcótico que se emplea en medicina en casos de histeria y de epilepsia. A veces, tiene un efecto contrario y produce delirios frenéticos como los que tenían lugar en el templo de Delfos. Se dice también que es material que los hechiceros y las brujas utilizaban para sus encantamientos. - Pero tú que tienes un posgrado en ciencias no crees en esas patrañas, ¿no es eso? - Bueno, Macaria, pero las brujas no existen. Saltó del taburete en el que se había enroscado. -Claro que sí; las brujas han existido siempre: para no hablar de Eva que naturalmente fue la primera, y de todas las que aparecen en la Biblia, la literatura universal las cita constantemente. “Surgen como protesta justificada en contra de una sociedad injusta. Cuando las voces de todas las mujeres son insuficientes para hacerse oír, cuando las leyes o los dogmas o las situaciones de hecho las ahogan, aparecen las transgresoras, las que no piden permiso para respirar y actúan. “No se tiene noticia de su existencia en los primeros milenios durante las civilizaciones matriarcales cuando las diosas madres eran objeto de veneración y poseedoras del secreto de la fecundidad y de la fertilidad de la tierra. * Investigadora en la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Química, UNAM. Ex jefe de dicha División.

“Entonces existían los magos cuya función era, más que transgredir un orden social adverso, como después lo hicieron las brujas, propiciar la benevolencia de los dioses a favor de la comunidad”. Me explicó que “la decadencia de la sociedad matriarcal, a fines del Neolítico, se debió al reconocimiento de papel del padre en la procreación, así como a la construcción de herramientas agrícolas que la mujer podía manejar. Esta quedó excluida, poco a poco, del gobierno de la comunidad y confinada al ámbito familiar y a los trabajos del campo.” Prosiguió, con ira contenida, el relato acerca del paulatino sometimiento de la mujer a lo largo de la historia. A pesar de la vehemencia con que arremetía en contra de los causantes de la marginación de nuestro sexo, no me pareció que fuera una feminista activa, más bien, no me pareció que fuera sólo eso. Volvimos al tema de las brujas, en el cual Macaria estaba decidida a hacer de mí una autoridad. En el fondo yo me prestaba de buena gana a su juego, porque las brujas eran los protagonistas de mis cuentos infantiles favoritos. “En la China –siguió- se sabe de la existencia de hechiceras desde el siglo VII antes de cristo. En tiempos propicios, mezclaban colores vegetales, preparaban medicamentos con hierbas y fabricaban incienso y cosméticos. Cuando la situación ameritaba, recurrían a otro tipo de habilidades. “Por ejemplo, la historia de Iti me es muy familiar; se refiere a la profecía acerca de un gobernante destronado a causa de la bebida. En el siglo II antes de cristo existía en China un emperador injusto y cruel llamado Yu. Iti preparó un fermentado de arroz y se lo ofreció. El emperador se aficionó tanto al brebaje que no tardó en perder el trono por borracho. Algunos siglos después, Xóchitl hizo algo semejante en nuestro país. “En Europa, hasta el siglo XIV en que el Papa Juan XXII institucionalizó la cacería de brujas, su aparición era esporádica y en cierta medida, local. Las autoridades eclesiásticas de la época degradaron hasta tal punto la situación de las mujeres, que no hubo más remedio que formalizar la intervención de las transgresoras de todo ese orden de cosas. Se multiplicaron las brujas y las hechiceras: ni la Santa Inquisición pudo con ellas”. Ahora comprendo la función social de las brujas, pero la verdad es que son malas. -De veras, Pilar, que para académica eres bastante ignorante; no hay brujas buenas ni malas. Cumplen con su trabajo de brujas como un sastre cumple con su función de hacer trajes. Eso sí, hay buenas brujas y malas brujas, estas últimas, malas por chapuceras y carentes de oficio. Siempre andan rondando donde no deben. Por cierto, que ahora ando tras de una que está metiendo las narices en nuestra Universidad. Me enderecé y se me erizaron los cabellos. “Sí, continuó, ésa que está cruzando los hilos de las neuronas de algunos universitarios, infernándolos y sembrando la discordia por pelearse unos cuantos centavos que les permitan subsistir, ¿cómo es que no te has dado cuenta de que todo eso es obra de brujería?”

La lógica de Macaria me aplastó, y maldije a las brujas que nos han hecho perder el estilo por... brujas. Quedamos de tomar café algún día próximo y se despidió apresuradamente. Durante algunos meses, en casa o en alguna cafetería, fui satisfaciendo como pude su interés insaciable por las propiedades de las plantas medicinales o venenosas –viene a ser lo mismo- y la acción farmacológica de los tóxicos. A su vez, ella amplió mi cultura en materia de magia y brujería. Teníamos muchas aficiones comunes y llegamos a ser amigas entrañables. La llevé a mi laboratorio y le enseñé a combinar reactivos y a reconocer las sustancias por sus propiedades químicas. Después desapareció y no volví a saber de ella hasta que hace unos días llegó a mi casa con un paquete de libros y una cesta llena de frascos y peroles. “Quiero que vayamos a tu laboratorio para que me ayudes a preparar unas agüitas que necesito. Aquí traigo todo lo necesario”. Ya para entonces yo había llegado a la conclusión de que Macaria era una bruja, de que sus relatos acerca de amigos y hechiceras eran experiencias vividas o compartidas y de que su curiosidad acerca de los fármacos era mero interés profesional. Intuí, además, que pretendía hacer de mí una especie de aprendiz de Hékate, aprovechando mis conocimientos de química y mi buena disposición para con las de su gremio. Me puse a ojear uno de los libros con un poco de aprensión; una cosa es entusiasmarse con un buen cuento de brujas y otra muy distinta, protagonizarlo. El libro incluía crónicas de los viejos alquimistas, argucias y encantamientos para favorecer a los amigos y aniquilar a los enemigos, así como pócimas y brebajes destinados a la seducción de doncellas. Se trataba de la obra Opus Mirabilis de Alberto Magno. Elegimos una receta al azar:

Para saber si es un niño o una niña la que hay en el vientre de una mujer, las marcas y signos que siguen son verdaderamente seguros: cuando se concibe un niño, el rostro de la madre se torna rojo. Asimismo se toma una gota de sangre que se haya extraído a la mujer del costado derecho, y, si al echarla en una vasija con su propia orina, la sangre se va ala fondo, podemos estar seguros que la mujer está embarazada de un varón.

- Esto no nos va a servir, Pilar, ahora está el ultrasonido y el análisis del líquido amniótico, no tiene caso perder el tiempo con esas porquerías. Estuve de acuerdo, y seguimos leyendo.

Agregamos al final de este capítulo un secreto para saber si una muchacha es virgen o no lo es. No es menos curioso que fácil muy adecuado para aquellos que teman casarse con alguna bestia o alquilar alguna mujer: tómese un poco de ese polvo tan fino que se encuentra entre las flores de lis amarillas y déselo a comer a aquella de la que se sospecha, tenga por seguro que si no es virgen pedirá un vaso de agua poco

después. Este secreto parece ser poca cosa, pero ha sido con frecuencia experimentado con mucho éxito.

Empezaba a reventarnos el insigne alquimista y, más para confirmarnos en nuestra opinión que para hacer uso de sus machistas encantamientos, seguimos leyendo:

Los signos de castidad son: el pudor, la vergüenza, el temor, un andar honesto y púdico, un hablar dulce, y el acercamiento al hombre lleno de respeto. Pero hay mujeres tan disimuladas que observan todas esas cosas en apariencia. En tales casos hay que observar bien su orina, porque la de las vírgenes es clara, brillante, a veces blanca; s por blanca, si tiene color oro, si es clara y pesada, indica un temperamento dispuesto al placer del amor, lo que se puede encontrar en aquellas que no han sido corrompidas. Pero la orina de las que han perdido su virginidad es turbia por hacer sido contaminada con los humores del varón.

Macaria estaba hecha una verdadera furia: “¿comprendes ahora por qué fue tan importante en esa época la figura de la bruja que, superando el terror y la indignación que deben haberle provocado todos esos atentados a su feminidad y a su persona, se las arregló para pasar de temerosa a temida: ¡Tú que me diagnosticas la virginidad y yo que te convierto en sapo ya demás impotente!” Ahora que lo pienso, de ahí debe haber sacado el doctor Freíd su teoría de las hembras castrantes. Buscamos otra de las obras clásicas que trataba de algunas hechiceras famosas. Macaria quería probar las recetas de Toffana y Perusia, que vivieron en las regiones de su nombre en el siglo XVII. - Sí, Macaria, pero esas señoras preparaban venenos y no querrás que vayamos a dar a la cárcel por asesinas. - Tú siempre tienes la suspicacia de que te quiero enrolar en mis actividades, pero te aseguro que ahora no ejerzo, ya no asisto a ningún Aquelarre –son muy aburridos y nunca llegamos a nada-, tampoco he vuelto a ir a Los Tuxtlas y ya sólo vuelo de vez en cuando, por diversión. En cuanto a los elixires y pociones, lo que quiero es conocer su composición química y su farmacología. Si alguna vez dan créditos por contribuir a la modernización de la brujería voy a arrasar: dediqué un montón de días y parte de sus noches al estudio y preparación de fórmulas famosas descritas en los tratados de hechicería, aplicando mis conocimientos de la química actual. Tuve que convencer a mi amiga de que en lugar de poner al sol las vísceras de un cerdo durante una semana y luego secarlas y triturarlas, para preparar el agua de Toffana, era mejor comprar las ptomaínas purificadas y envasadas, y de que conseguir en el mercado un gramo

de cantaridita es preferible a machacar cuatro kilos de una especie de escarabajos secos. En cambio, el agua de cimbalaria sí la tuvimos que preparar. Con los conocimientos de Macaria y mi experiencia en el laboratorio, compusimos toda clase de brebajes y ungüentos, para una diversidad incalculable de propósitos. Eso sí, nos comprometimos a no hacer uso de ellos si no es como materia de investigación en el campo de la química farmacéutica. Le prohibí terminantemente que apreciara con alguna de nuestras reproducciones en el mercado de Sonora. Disfrute mucho los años de mi amistad con Macaria, ahora el tiempo ha ido acentuando nuestras divergencias y sólo nos vemos muy de tarde en tarde. Aun así, todavía nos sentamos alguna vez, frente a sendas tazas de café, a disfrutar de horas de conversación en torno a nuestros viejos temas y, cuando el tiempo lo permite, volamos juntas.

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