Marcos. Zúñiga NUESTRA GENTE. Investigación y semblanza por René Gil

Marcos Zúñiga Investigación y semblanza por René Gil NUESTRA GENTE Todos los derechos reservados conforme a la ley © icocult © Diseño de portad

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Marcos Zúñiga

Investigación y semblanza por

René Gil

NUESTRA GENTE

Todos los derechos reservados conforme a la ley

© icocult

© Diseño de portada y diagramación: Mario Sifuentes Valdés Fotografía de portada: Víctor Salazar Cuidado editorial: Odila Fuentes / José Antonio Santos / Miguel Gaona Impreso en México

PRESENTACIÓN

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uienes laboramos para el pueblo de Coahuila desde el Gobierno del Estado somos conscientes de que, además de las estrategias institucionales en materia de seguridad, salud, educación y obra pública que hemos implementado, algo indispensable para generar riqueza e igualdad entre los coahuilenses es el compromiso activo de todos los miembros de nuestra sociedad. Los programas tienen un impacto inmediato y cuantificable, pero es sólo la voluntad y el trabajo de la gente lo que puede transformar estos hechos de gobierno en beneficio comunitario permanente. Es por ello que ofrecemos a los ciudadanos este proyecto editorial: Nuestra Gente, colección de semblanzas biográficas de quienes desde la iniciativa privada, la academia, el servicio público, el activismo comunitario o la asistencia pública no gubernamental, contribuyen día a día a hacer de Coahuila un estado más seguro, más competitivo y, sobre todo, más justo. La historia de una comunidad es la historia de cada uno de sus integrantes, de cada persona que ahí vive, trabaja y lucha. En esta ocasión, presentamos al lector la historia de don Marcos Zúñiga, uno de los ya legendarios promotores del deporte y del activismo social de nuestro Saltillo. A través de sus más de cuarenta años de incansable labor, ha ayudado decisivamente a formar generaciones de coahuilenses sanos y responsables.

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Uno de los máximos exponentes de la promoción deportiva honesta que tiene esta ciudad, don Marcos es reconocido incluso fuera de nuestro estado por personalidades que siempre están atentas a su llamado, a una oportunidad de volver a ver al viejo amigo, a una nueva oportunidad de trabajar junto al hombre honrado, a la persona genuinamente interesada en el mejoramiento de su sociedad. Desde mediados del siglo pasado, Marcos Zúñiga echó a andar su proyecto de servicio a la comunidad a través del apoyo a diversos deportes, como el béisbol, y de manera muy especial la lucha libre, misma que ha llevado a todos los lugares a donde ha sido necesario hacer llegar saludable esparcimiento y disciplina. Conoceremos, además, su incorporación en la política con la intención de mejorar las condiciones de las personas que a su vez buscan mejorar su vida; el cariño que le profesan quienes lo conocen y le auxilian en esta tarea es enorme. En fin, he aquí un breve vistazo a la vida de un hombre que se ha ganado el derecho de llamarse tal. A través de títulos como éste, la colección de libros Nuestra Gente se proponen un doble objetivo: por una parte, ofrecer justo homenaje a quienes hoy por hoy han sido pilares de nuestra ciudadanía, dando a conocer al público coahuilense los detalles de su vida y su obra. Por otra, nos interesa que el ejemplo de estos hombres y mujeres se arraigue en los lectores y cristalice, a la larga, en nuevas generaciones de individuos cuya voluntad y espíritu de servicio estén a la altura del porvenir.

Gobierno de Coahuila

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Marcos Zúñiga

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a memoria es un terreno que vale la pena visitar periódicamente. Rememorar los días que han pasado y que nos han hecho lo que somos, nuestras acciones, aquellos momentos de decisión que nos han traído por el camino hasta el punto preciso en donde estamos parados ahora. ¿En qué momento realizamos determinadas acciones, y cuáles son éstas, que determinan el rumbo de nuestra vida? ¿Cómo influimos en la vida de otras personas, con un gesto, una ayuda desinteresada, una palabra? ¿Cómo llegamos a este punto de nuestra vida? ¿Al volver la vista atrás podemos sentirnos satisfechos de lo que hemos hecho? Don Marcos sí puede. Se siente satisfecho. En este libro, de manera muy sintética, se relata su historia. Su nombre es Marcos Zúñiga y es conocido de extremo a extremo de nuestra ciudad por ser un incansable promotor del deporte y un luchador social. A Marcos, el amigo, quien siempre tiene presta una mano para ayudar en tiempos de necesidad, le gusta que le hablen derecho, sin rodeos, como él lo hace. Saltillo es una ciudad afortunada por contar con una persona como él, que busca siempre el mayor beneficio para la gente. A Marcos le gusta que lo consideremos nuestro amigo y nos tiende la mano en señal de amistad. Vamos, pues, a llamarle así, y dejemos que comience su historia. Nuestro amigo Marcos Zuñiga nació en la ha-

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cienda Los Novillos, en el estado de Zacatecas, el 25 de abril de 1948. Por un error en el registro civil, don Marcos fue registrado como hijo de un hermano suyo. En aquellos tiempos aún era complicado el registro de las personas en provincia, sin embargo don Marcos no se preocupó de arreglar el cambio de su nombre, pues asegura que es una situación que no lo molesta en absoluto. “Mi madre se llamaba Gabina Martínez Orta. Ella era de rancho. Yo nací huérfano ya de padre porque ella era viuda”. De inmediato en la vida nuestro entrevistado tuvo la que sería la primera prueba de las muchas que le ha tocado enfrentar y vencer. Al momento de su nacimiento no se tenían muchas esperanzas de que sobreviviera, había llegado a este mundo muy delicado de salud, e incluso su familia estaba resignada a esperar lo peor. El mismo don Marcos hace un recuento de esos días: “Lo que pasa es que me cuentan que yo venía muy malo al nacer. Muy grave. Esperaban que me muriera. Mi madre era viuda, sin dinero, con una necesidad económica grandísima, pero una señora llegó a visitarla, una pariente de mi mamá que se preocupó por mí, y le dijo a mi madre: ‘¿Cómo vas a dejar que se muera?’, y me llevó a una hacienda que se llama Bonanza, de donde era ella, en Zacatecas. Ahí me llevó con un médico, que sé yo que habrán hecho, el caso es que me curaron. Me llevó esta señora pesando dos kilos y me regresó pesando tres o cuatro. Me tuvo unos cuantos días hasta que Dios quiso que siguiera en esta vida y ya me entregó con mi madre. Inclusive por eso quedé como Marcos, porque fue el mero veinticinco y venía yo con la sentencia de que iba a morir. Mi madre sentía que yo ya no iba a lograrlo. Yo era un bebecito, recién nacido. No tenía para curarme,

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Marcos Zúñiga así que pensó ‘o se cura o se muere’. Pláticas que escuché de niño, ¿verdad?, las que me han permitido saber qué iba a pasar conmigo”. ¿Cómo era Los Novillos? En ese lugar la gente se mantenía de la labor del campo, de la siembra de la lechuguilla y de la puya de palma, las cuales nuestro amigo aprendió a trabajar desde que era muy niño. Desde la tierna edad de cuatro años se acostumbró a acompañar a la gente que salía rumbo al monte a trabajar la tierra, y a observar y aprender las distintas maneras de trabajar las diversas plantas. Muy temprano se encontraba entre los matorrales de la hacienda cortando la puya, luego tallándola para luego ponerla a cocer y poder obtener el ixtle, de donde salen muchos artículos útiles para la vida diaria, como los estropajos, por ejemplo. Después trabajaba con la planta cruda de la lechuguilla para fabricar otros productos. Eran éstas unas operaciones no exentas de riesgos, pues la hoja de la palma tiene una forma de punta filosa capaz de atravesar a un hombre. En palabras de don Marcos: “Había una canasta que se colgaba en la espalda, para sólo arrancar e ir aventando hacia atrás la hoja; yo llegué a hacer la operación de cortar la puya… era muy práctica para hacer más llevadera la jornada. Había que tener cuidado para que cayera con la punta para afuera, apuntando lejos de uno, para que no nos cayera el filo y nos atravesara, porque trae espina la hoja. Luego, a buscar palma seca para cocer la puya en las noches. Después, a extender el ixtle, porque salía mojado y había que extenderlo por los patios del rancho. Ya seco, en la tarde era recogerlo, amarrarlo y luego ir a venderlo”. Sólo hay que pensar en qué clase de hombre se convertirá un niño acostumbrado a este ritmo de trabajo para comprender por qué don Marcos es una

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persona fuerte, de carácter, honesta y trabajadora. Pero no sólo eso aprendía en las labores diarias, también conoció la correcta manera de sembrar el maíz y el trigo, y a trillar el frijol. Era ésta una actividad que le divertía mucho ver: “Se pone una rueda y en medio de ésta un poste y se amarran dos o tres burros, luego uno va atrás de ellos vuelta, vuelta y vuelta. En el suelo se echan las cantidades de frijol a trillar. Así los burros van pisoteando el frijol. Así queda trillado. El frijol se va para abajo y queda arriba la vaina. Eso no lo comen los animales”. Esa vida no estaba libre de peligros, como la ocasión en que estuvo a punto de morir: estaba muy chico, como de seis o siete años. Cerca de Los Novillos había un mineral llamado Nochebuena, Zacatecas. Ya venían de regreso de la jornada de trabajo, y Marcos se separó para caminar por su cuenta. Había caído un aguacero tremendo por aquellos días, y un arroyo que había por ahí se convirtió casi en un río. Al toparse con aquel cauce al pequeño Marcos se le hizo fácil meterse al agua. Sobra decir que la corriente lo arrastró con una fuerza que el niño no imaginaba. Por fortuna iba pasando cerca de ahí un hermano mayor del pequeño Marcos. Don Marcos no recuerda ahora si su hermano iba detrás de él o si sus gritos lo atrajeron, todo eso está ya muy confuso en su memoria, seguramente por el terror de sentir la muerte tan cerca. Sólo recuerda haber sentido un tirón en el brazo y en el cabello, y luego estar afuera, tirado en el suelo, con su hermano reanimándolo. Recuerda los gritos de su hermano cuando cobró plena conciencia: “‘¡Muchacho baboso, ¿por qué haces eso?! ¡Te ibas a morir! ¿No viste la venida del agua, o que?’ Me acompañó a la casa y yo iba temblando por la experiencia.”

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Marcos Zúñiga A Saltillo Al cumplir Marcos los nueve años, su madre tomó una decisión con vistas a mejorar la condición económica de la familia: emigrar a Saltillo, ciudad que comenzaba a despertar, a industrializarse, y donde podrían encontrar mejor trabajo. Corría entonces el año de 1957. Dejemos que sea el mismo don Marcos quien nos relate su acoplamiento a la vida urbana: “Llegué aquí y seguí con la costumbre de levantarme antes de las ocho a acarrear agua casa por casa, para ganar algún dinerito y ayudar en la casa. Luego, al salir de la escuela, en vez de ponerme a jugar como cualquier niño, salía a acarrear más agua pues en esa época no había tubería en las casas. Había una bomba en una pila, se sacaba el agua de esa pila y se le repartía a la gente que vivía aquí, que era muy poca en la colonia en ese entonces. Para no pagarle más a alguien que les acarreara el agua, porque tenían miedo de eso, que les cobraran de más por el servicio, me pagaban a mí por llevarles el agua. Me daban cinco centavos por cada viaje. Me levantaba temprano para acarrear de perdido dos viajes para poder tomar un desayuno que daban en ese entonces en las escuelas… recuerdo que le llamábamos el choco-milk, y una pequeña pieza de pan. Había algún niño que tenía la facilidad de desayunar en su casa y pues no lo quería, y yo aprovechaba para comprárselo. Como traía dinero del acarreo, pues podía comprar dos o tres botellitas y me las aventaba. Ya después, al acabarse las clases, salía y en vez de ponerme a jugar, pues salía a seguirle con el acarreo de agua para los vecinos. Yo tenía entregas en muchas casas, en las que me decían: ‘a mí me traes tal día dos viajes, a mí me traes tal día tantos’, y así… yo tenía coordinada la colonia en cuestión de trabajo. Ya posteriormente,

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siendo aún un niño, me integré al grupo de colonos que fueron a gestionar la introducción del agua a la colonia. Cuando llegamos, en el 57, vivíamos en una casa rentada, no había escuela. La escuela se vino inaugurando como en el 58 o en el 59, que fue cuando ya nos cambiamos todos a esta escuela, llamada Leandro Valle. A nosotros nos tocó estrenarla. Y así fue mi vida, de pobreza. La colonia en la que vivo actualmente es en la que llegué a vivir en el 57. Me acuerdo que le llamaban la colonia ‘Perris Morris’, porque aquí venía la gente a deshacerse de los perros muertos”. En la escuela, Marcos se inició en la práctica deportiva al lado de sus compañeros y llegó a competir con ellos en juegos y carreras interescolares de la localidad. En especial recuerda la vez que compitió por primera vez en una carrera de relevos, y aunque ganaron él y su equipo, tuvo un final inesperado: “Fuimos a participar en una carrera tres compañeros y yo, en el Tec; aquella vez la maestra nos indicó que de una vez nos veríamos con ella en el lugar de la carrera, a la hora de la competencia. Así que nos fuimos los cuatro corredores, pues era de relevos, y nos pusimos a esperar. Pero pasaba el tiempo y veíamos que no llegaba la maestra ni nadie de nuestros conocidos. Llegó el momento en el que anunciaron la participación de la escuela Leandro Valle. ‘Aquí estamos’, dijimos. ‘Perfecto’, nos contestaron, y nos mandaron a comenzar la carrera. No recuerdo qué escuela fue en esos momentos nuestra rival, pero corrimos y conseguimos el primer lugar, fuimos los campeones. Yo era el último de los relevos y me tocó llegar a la meta y cruzarla antes que nadie. Sentí una gran emoción, como no la había sentido antes; era mi primera competencia y la ganaba en primer lugar… ¡Que digo emoción, sentía una euforia tremenda! Nos sentíamos en las nubes. Al día siguiente llegamos a

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Marcos Zúñiga la escuela normalmente y nos mandó llamar la maestra: ‘Fidel, José Ángel, Miguel Reyes y Marcos… vengan para acá’. Nos formamos intrigados. ‘¿Qué pasó, por qué no vinieron ayer a la escuela?’ Le explicamos que ella nos había citado allá en las canchas del Tec, que no nos veríamos en la escuela. ‘¿Qué pasó, cómo les fue?’ ‘Ganamos el primer lugar, maestra’. La maestra se puso terca: ‘Pero ¿quién los mandó?’ Le volvimos a explicar todo y su respuesta fue que les había llegado la orden de que siempre no se podían reunir en el lugar de la competencia, sino en la escuela. ‘Bueno’, nos dijo, ‘a final de cuentas yo les voy a dar su premio’… ¡Y órale, que nos suelta tremenda cachetadota a cada uno! Ése fue el premio que nos dio aquella profesora. Toda la alegría que llevábamos se nos cortó en ese momento. Nos ‘premió’ de esa manera por no haber adivinado las nuevas órdenes”. Claro que también don Marcos guarda un agradable recuerdo de otros profesores, en especial de su profe Daniel, quien le enseñó la manera correcta de expresarse y escribir, aparte de enseñarle mucho sobre el mundo, la naturaleza y demás materias que le han sido muy útiles durante su vida. Aparte de las clases, el entusiasmo deportivo despertado en Marcos lo llevó a formar un equipo de béisbol con algunos de sus compañeros de la escuela, con el que competían con otros equipos de otras escuelas. En una ocasión, con su equipo de béisbol llanero, tuvo la oportunidad de viajar como todo un aventurero: “En una ocasión fuimos a jugar béisbol a Paredón, a un encuentro con un equipo rival de por allá. Tenía ya doce años. Puros chamacos, nada de ligas oficiales infantiles ni nada por el estilo, sólo niños que se pusieron de acuerdo por amor al juego para ir a enfrentarse al equipo de allá. De haber sido un

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encuentro escolar, algún adulto de la escuela nos hubiera acompañado y hubiéramos viajado adentro del tren. Recuerdo que estábamos esperando el tren para colgarnos como Dios nos diera licencia porque no podíamos pagar el pasaje. Así que nos poníamos vivos a ver cómo nos agarrábamos de los vagones. Unos vagones incluso traían escalones para subir con mayor facilidad. Algunos de mis compañeros más ‘vivos’ alcanzaron a agarrarse de las escaleras que vienen en los vagones, y pudieron viajar cómodamente en el techo del tren. La memoria me falla y no recuerdo qué ocurrió en el partido en aquella ocasión, ni si ganamos o perdimos, pero me parece que en aquella ocasión fue en donde jugué un ciclo, que es cuando en un solo juego un mismo jugador batea un hit, un doble, un triple, y un jonrón. Pero esto no fue lo importante de este viaje. De regreso hacia acá, no sé ni cómo, el maquinista se dio cuenta de que había chamacos viajando prendidos de los carros del tren. Y específicamente me vio a mí, que estaba agarrado por la escalera, colgado de un lado de un vagón, suspendido en el aire. ¡Y venía un túnel! Si seguía así, iba a quedar aplastado, pues el espacio de la pared del túnel y el vagón era de solamente unos cuantos centímetros. Mis amigos iban viajando a salvo, yo era el único en peligro. Inmediatamente paró el tren completamente. Se asomó y me hizo señas de que me bajara y me acercara. Fui, pero con mucho miedo. Ya en su presencia me di cuenta de que él estaba pálido, parecía más asustado que yo, y me dijo: ‘¡No, muchacho, cómo se te ocurre hacer eso, te hubieras matado! Quédate aquí conmigo, vas a viajar en la máquina’. Y cumpliendo el sueño de muchos niños, regresé a Saltillo en la cabina de la locomotora de vapor, viendo cómo se controlaba. Eso sí, llegué aquí a Saltillo sordo. Ahí dentro es un ruido tremendo; dentro de

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Marcos Zúñiga la máquina hay espacios a lo largo y alrededor del motor; espacios muy reducidos, que supongo eran para los mecánicos, pues ahí viajé yo. Fue un viaje muy interesante, pero aquí duré sordo varios días por aquel ruido excesivo, y sin embargo eso salvó mi vida. ¿Cómo se dio cuenta el maquinista, y por qué tuvo el buen corazón de parar? Una vez más sentí la ayuda divina. Y al llegar a la casa ya estaba oscuro y mi madre creyó que yo había estado jugando aquí en la ciudad, y nomás me recibió de manera normal, sin saber el peligro de muerte en el que estuve”. Inicio de vida laboral Desde muy chico, don Marcos se metió de lleno al mundo del trabajo. “Mis hermanas me decían que estudiara, pero pues no, no era posible, porque con todo y los viajes de acarreo de agua, cuando me pedían en la escuela cooperaciones para el aseo o para alguna otra cosa, pues yo llegaba con mi madre a pedirle: ‘Oye, mamá, me piden diez centavos, o cinco centavos, para el aseo’, o para las cooperaciones que siempre ha pedido la escuela, y su contestación era el llanto. Lloraba. Y yo me iba al arroyo también a llorar mi impotencia por no tener para llevar lo que se me pedía en la escuela. Por eso no estudié, porque pensé: ‘¿Cómo es posible que yo vaya a estudiar si la primaria muy apenas la libré económicamente? Pues ya en secundaria no voy a poder’. Fue por esto que me metí a trabajar a los trece años”. Recuerda don Marcos que su primer trabajo fue en la textil Talamás, en la calle de Murguía, en donde se desempeñó como mozo ayudando en todo lo que podía a los demás trabajadores. En este lugar tan sólo trabajó una semana porque un día llegó a super-

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visar el trabajo uno de los dueños, y se dio cuenta de que tenían a un menor de edad trabajando. Inmediatamente mandó llamar al capataz del lugar y lo regañó dándole la orden de que despidiera a aquel niño. El sábado, cuando Marcos llegó a cobrar, el capataz le dijo: “Mira, Marcos, no me quejo de tu trabajo, de hecho tú jalas más que cualquier otro aquí, pero ya me vio el patrón y no me permite que estés aquí trabajando con nosotros, porque no está permitido y podrías meternos a todos en un problema… toma tu semana y que te vaya bien”. Después de eso, a ganarse la vida como Dios le diera a entender. Le dieron una oportunidad en la gasolinera República (ubicada en las calles de V. Carranza y Valdés Sánchez). Entró a laborar ahí como encargado. El dueño de la gasolinera algo vio en él que le dijo que ese muchacho era de fiar y que no le iba a quedar mal mientras laborara ahí. No se equivocó. Aquel muchacho resultó uno de los mejores trabajadores que tuvo a su cargo. Era tanta la confianza que Marcos supo ganarse, que su jefe le tenía especiales consideraciones y cariño: “En la gasolinera duré como un año. A la edad de trece años ya tenía una pistola para defender el lugar, porque ahí se vendía mucha gasolina. ¡Imagínense ustedes, a esa edad! Ocurría que traía yo la bolsa llena de efectivo, que no era mío sino del señor Montano, que era el dueño, pero era dinero y mucho. Me dejaba en el turno de la noche y entonces me decía: ‘Mira, aquí está la buenera, en este cajón’. Pues yo no recuerdo ni haberla tocado. A la fecha no he tenido un arma en mi casa. Aquella fue lo más cercano a tener una, y estaba dispuesto a usarla si se necesitaba. Gracias a Dios no la necesité. Pero eso no fue lo más emocionante sino que aprendí varias cosas que un niño de trece no suele saber. Ahí empecé a manejar

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Marcos Zúñiga camiones grandes, de los llamados Thorton. Me los dejaban los chóferes saliendo de la planta de la International Harvester —aunque ahora, con el nombre cambiado, sólo se dedica a fabricar tractores, antes también se dedicaba a construir camiones—. Era de ahí de donde salían nuevecitos de la línea de ensamblado para luego-luego ir a dejármelos a mí a la gasolinera. Había muchos conductores que me dejaban las llaves porque ahí los estacionaban. Tenía mucho lugar para estacionarlos a todos en la gasolinera, y en la madrugada llegaban de nuevo los conductores y salían a dejarlos a diversas partes: que a Toluca, que a México, en fin, por toda la República. Salían de la fábrica, llegaban y me decían: ‘Llénale el tanque’, y me dejaban las llaves para que los acomodara. Ya después, ellos nomás llegaban a recogerlos en la madrugada, algunos a las tres, otros a las cuatro y uno que otro a las cinco. Me hacían plática diciéndome a dónde iban a ir ese día, y así me fueron agarrando confianza. Ante mis protestas por no saber manejar, me decían: ‘¡Usted lo mueve, no se haga, confiamos en usted!’ Fue así que los primeros vehículos que moví eran de esos camiones inmensos. Me daba miedo regarla y destrozar una de las unidades, o chocar con una de las bombas de gasolina. Afortunadamente nunca pasó nada. Esa gasolinera todavía existe, sigue ahí en las calles de V. Carranza y Valdez Sánchez —cerca de la planta ensambladora, que ahora es John Deere—, al lado de la escuela Margarita Maza”. Don Marcos recuerda con cariño a su compañero del turno de día, llamado Hilario Zapata, quien no sabía contar: platica nuestro entrevistado que Hilario contaba “un cien, dos cienes, tres cienes, diez cienes, once cienes”, y así se seguía. Aun así era muy eficaz en su trabajo. A veces don Hilario reemplazaba al joven Marcos, o éste lo reemplazaba a él. La coor-

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dinación entre ellos era posible por su dedicación al trabajo y el cabal cumplimiento de sus horarios. A veces don Hilario llegaba más temprano, y Marcos le compensaba después las horas extras que hacía, y viceversa. En fin, que fueron épocas en las que trabajó muy a gusto. Nunca tuvo un solo problema en ese trabajo. Sin embargo, una circunstancia imprevista hizo que Marcos tuviera que salir de este empleo; una prueba más, de tipo médico: “Cuando ya estaba trabajando en la gasolinera, me pegaron unos dolores intensos. Aunque ya traía esas dolencias de dos o tres años, ahí se intensificaron. Recuerdo que iba con mi madre y mis hermanos a unas tiendas de conveniencia llamadas Bodegas Populares. Eran las que pegaron un tiempo aquí en Saltillo, tenían mucho éxito. Nos íbamos a hacer ahí el mandado, a una sucursal que había en Lerdo, entre Acuña y Xicoténcatl. Y cuando regresábamos cargando el mandado, me iba sentando en los escalones de las puertas cada vez que podía porque me doblaba del dolor. Yo, como siempre, no quería decirle a nadie y por eso mi madre no entendía lo que me pasaba y me apresuraba creyendo que estaba flojeando. Yo prefería no preocuparla, no darle problemas. Me callaba todo eso que sentía, hasta que ya no pude callarlo más. Hubo una ocasión en mi trabajo en la que me andaba doblando de dolor. El patrón, al verme, me dijo: ‘¿Pues qué tienes, Marcos?’ Yo sólo le respondí que tenía dolores. Estaba sudando mucho y me veía muy descompuesto. Ya tenía tiempo que ese dolor crecía. Me mandó mi patrón inmediatamente a mi casa, y de ahí me llevó mi mamá con un doctor, llamado Felipe. Ahí sí que sentí miedo de verdad. De las pocas ocasiones en que he sentido miedo a algo. Le dijo el médico a mi madre: ‘Llévelo a que le hagan unos exámenes y tráigalo de volada’. Y luego, cuando llegamos

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Marcos Zúñiga con los exámenes, le dijo el doctor a mi mamá: ‘Hay que operarlo inmediatamente o se nos va’. Yo estaba sentado normal, de repente sentí que estaba en el viento. Es muy curiosa la sensación esa de estar sobre el abismo. Dijo el doctor que de ahí me llevara al hospital Saltillo, que ahora es el Universitario, y le dio a mi madre instrucciones para que me prepararan y me operaran en ese momento o al día siguiente a más tardar. Pues me fui al hospital a operarme del apéndice. Mi madre llevaba las indicaciones del médico para que me prepararan inmediatamente, y al día siguiente muy temprano entré a la operación. Recuerdo que había en la cama junto a la mía un jovencito algunos años mayor que yo. Cuando regresé de la operación, me pusieron en mi cama junto a la de este muchacho, y cuando empecé a salir de la anestesia me preguntó: “¿Cómo te fue?” No sé por qué me salió hacerle una broma y que le dije: “¡No te operes porque te matan estos desgraciados!” No sé ni por qué lo hice, porque yo ya estaba bien, pero él se puso pálido. Después de la convalecencia preferí no volver a la gasolinera. Mi madre quería que buscara un trabajo más tranquilo. Fue ella con un señor que era contratista, que vivía a dos cuadras de la casa, a pedirle que viera si me podía ocupar en alguna labor. Y sí… entré a mi siguiente trabajo”. Tres años pasaron en los que Marcos hizo un poco de todo, hasta llegar a la edad de dieciséis. En 1964 entró en funcionamiento la planta Zincamex, y hasta allí fue nuestro amigo a pedir una oportunidad. Marcos comenzó a laborar en Zincamex, en donde se desempeñó en puestos de alto riesgo, pues la construcción de la torre aún no terminaba, y él pasó a formar parte del equipo que concluyó su edificación. Ese era el trabajo que asignaban a los de nuevo ingreso, y muy pocos se quedaban. Entraban los nuevos con-

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tratados y trabajaban dos o tres días, o solamente un día y ya no volvían. Comenta don Marcos que cuando mucho aguantaban quince días y renunciaban al trabajo por lo riesgoso que era y por el poco dinero: pagaban a dos pesos y quince centavos la hora, el tiempo que fuera, con frecuencia más de ocho horas. Apenas había comenzado a trabajar cuando un leve dolor lo hizo ir al médico de la planta, en donde se dieron cuenta de su edad, y de que había que suspenderlo del trabajo. Al estar en el consultorio tuvo lugar un emotivo dialogo: “Fui con el médico y éste al preguntarme cuántos años tenía, le dije que dieciséis. Él me dijo: ‘¡Espérame, es que tengo que reportarte y reportar a la empresa porque no está permitido que tú estés trabajando a esta edad! Discúlpame pero tengo que reportarlo’. En ese momento se me salieron del alma, del corazón, unas palabras: ‘Si usted considera que trabajo por gusto, adelante, repórteme. No crea que lo hago por gusto sino por necesidad. Tengo una madre que ya trabajó muchos años y ya no quiero que lo haga. Ahora la estoy manteniendo yo. Y Si usted nunca ha tenido hambre, como yo la he tenido toda mi vida, adelante. Si quiere afectarme, afécteme’. Nomás se agarraba la cabeza el doctor, sin saber qué hacer, porque era un problemón para él. Al final de cuentas, decidió jugársela por mí. Gracias a Dios que entendió mi situación, no me acuerdo ni de su físico ni de nada, pero me dijo que necesitaba cambiar mi número de afiliación, ponerle dos o tres años más, como si hubiera nacido en el cuarenta y cinco, cuando ya sabemos que fue en el cuarenta y ocho. Fue así que por necesidades de trabajo tuve que cambiarme ante el Seguro Social, que en ese entonces no era tan estricto como ahora, porque no recuerdo ni cómo arreglé esa situación, pero mi número de afiliación así está”.

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Marcos Zúñiga De ese modo se quedó Marcos a trabajar en la naciente empresa. Entró a laborar en la construcción de la chimenea, y constantemente debía subir a una altura de noventa metros, maniobrando parado en un tablón de máximo un metro de ancho, sin barandal. Como única protección se amarraban una endeble cuerda en la cintura, y ésta al tablón o a algún clavo que sobresaliera de la pared. Recuerda don Marcos que para el vaciado de una pileta que se encuentra en la chimenea, los trabajadores se llevaron más de cuarenta y ocho horas ininterrumpidas de trabajo. Él era el encargado de llevar en carretilla el cemento adentro de la chimenea hasta cierta altura, por en medio de esa rampa de un metro. Luego, se subía el concreto por medio de un malacate. Allá arriba lo vaciaban. Comenzaron un sábado temprano por la mañana y culminaron la obra hasta el lunes, sin parar de trabajar. Don Marcos era casi un niño y aún así se ponía a hacer estos trabajos tan peligrosos, por eso piensa que Dios no lo ha abandonado en ningún momento, pues el peligro en el que se movía no lo hubiera sorteado de otra manera. Ese período fue de arduo trabajo, desde muy temprano, desde antes de que saliera el sol. Debía trabajar mínimo doce horas: de siete de la mañana a siete de la tarde, o de siete de la tarde a siete de la mañana. Recuerda que su salud se estaba deteriorando mucho por las desveladas, por las malpasadas, porque no había medio de transporte. Debía irse a pie desde su casa hasta la planta, o esperar el Ramos, que en esos tiempos pasaba cada tres o cuatro horas. Casi no tenía tiempo de estar en su casa, pues sólo llegaba a dormir, comer alguna cosa, bañarse y regresar al trabajo. Calcula que vendría durmiendo unas tres o cuatro horas diarias hasta que su madre, a pesar de la necesidad que había del empleo, se opuso a que fuera a trabajar.

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Después de estar trabajando dos años en aquella empresa, abandonó ese empleo y se puso a buscar uno nuevo. Al igual que muchos saltillenses de la época, don Marcos entró a laborar al gis, en donde laboró cuatro años, llenos de anécdotas y aprendizaje: “Entré a trabajar al Grupo Industrial Saltillo, a la fundidora número uno, en un departamento que se llamaba Corazones. Curioso nombre, ¿verdad? Había dos, yo estaba en el llamado Corazones 107. Ahí duré cerca de cuatro años. En ese lugar se hacían los moldes de arena. Había una tolva, por un agujero que tenía arriba se echaba una arena especial revuelta con otros productos, y abajo estaban las maquinas donde se hacían los moldes, y luego se rellenaban de fierro, para que al quitarlas ya estuviera lista la pieza de metal. ”Yo entré como barrendero. Ahí sentí de nuevo la ayuda de Dios, porque un día falló un operador, no se presentó a trabajar el encargado de la máquina cuatro —que recuerdo se llamaban máquinas Dembler—, y me habló el jefe de departamento, para ponerme al frente de esa máquina. Me dijo: ‘Usted va a jalar ahí de ahora en adelante. Va a trabajar a destajo: tanto haces, tanto te pago’. Así que un día entré de barrendero, al día siguiente era operario destajista ganando lo que para mí era un dineral. Y resultó que me quedé porque el operario que faltó ya no regresó. En aquella época eran setenta y dos pesos por semana lo que ganaba como barrendero, y de repente pasé a ganar trescientos. ¡Una cantidad arriba de lo cuádruple! Al final del turno me contaban las piezas que había hecho, y resultó que era muy productivo en la fabricación de piezas. Y para rematar tanta belleza, con ayudante, pues para hacer muchas de las piezas necesitaba de un ayudante. Lo único malo de

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Marcos Zúñiga este trabajo era la llamada resina. Era el líquido con el cual batían la arena. Despedía un olor insoportable y hacía una humareda muy grande, tanto así, que en el trabajo teníamos que usar tapabocas. A veces esto no era suficiente, pues ponía uno la pieza recién salida del molde de arena en la banda transportadora, y debía correr a la ventana a quitarse el cubrebocas y aspirar aire fresco, porque nos llegaba a provocar muchas náuseas. Esto no era lo único, también los ojos sufrían las consecuencias de estar en contacto con esos químicos. A la fecha sufro de mi vista por los estragos de aquellas épocas. Mi mano también fue dañada en un accidente con una de las máquinas que tenía a mi cargo. Tuve la necesidad un día de meter rápido la mano a la abertura por la que entraba un pistón a la máquina. No fui lo suficientemente rápido para sacarla y me agarró tres dedos. Grité a mi compañero que parara la operación y enseguida vino corriendo hacia mí. Al abrir la máquina, vieron que el guante que yo traía estaba deshecho y mis dedos heridos asomaban por entre las hilachas. Me mandaron inmediatamente a un hospital particular para que me atendiera el doctor Valentín Medina, que era médico titular de la fábrica. En cuanto a su salida de aquel trabajo, don Marcos nos cuenta: “Ahí me ocurrió una anécdota que causó mi salida de ese trabajo, pues había un trabajador de los llamados mayordomos al que le gustaba provocar a la gente para iniciar peleas. Era sabido que cuando terminaba el turno, solía llevarse a varios de los compañeros a tomar con él. Casi cada ocho días llegaba alguien con alguna lesión. Lo que pasaba era que esta persona era muy buena para el box, y aprovechaba a los compañeros para practicar con ellos como si fueran peras de boxeo. Una vez que salimos a las dos

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Marcos cuando entró a trabajar al departamento “Corazones 2” en el gis.

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Marcos Zúñiga de la mañana, se me acercó y me dijo que ahora me tocaba a mí invitarle unas cervezas. Debido a la soledad, desde niño fui muy rebelde y yo no iba a caer en su juego. Le advertí que sería el día que quisiera, pero con el aviso de que yo no iba a ser una presa fácil para él, pues sabía que aprovechaba las reuniones para mantener su estatus de fuerte e invencible dentro de la planta, y que me iba a defender si trataba de utilizarme como práctica de box. Esto lo ofendió muchísimo, y encontró la manera de desquitarse. Al día siguiente cuando llegué a mi puesto, encontré a mi ayudante barriendo. Cuando le dije que dejara eso y fuéramos a trabajar, me dijo que el mayordomo le había ordenado que me dejara solo, que no me ayudara, y que se pusiera a barrer. Al preguntarle al mayordomo la razón de esto y decirle que en mi contrato decía que debía contar con ayudante, me dijo que así debería trabajar yo en adelante. Me quité los guantes y se los aventé. Me negué a trabajar, apagué la máquina y me fui a mi casa. Al día siguiente no me dejaron entrar a la planta. Mandaron traer las cosas de mi locker. De ahí me llevaron a la oficina donde me esperaba el jefe de personal y el representante del sindicato. Me explicaron que yo le había faltado al respeto a mi supervisor y abandonado el trabajo. Ameritaba despido, pero trataron de arreglar mi situación debido a mi buen desempeño, y decidieron suspenderme por algunos días, a eso ellos lo llamaban ‘aplicar una disciplina’; sólo que yo me negué a firmar el papel en donde aceptaba mi error y el castigo. Me dejaron trabajar ese día, y después vino la suspensión definitiva. Como yo no estaba acostumbrado a pelear mis derechos en aquella época, simplemente acepté aquello que consideraba una injusticia. Inocente que era yo”.

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El billar Lo que siguió fue una temporada de preocupación económica para nuestro amigo en la que apenas sacaba lo necesario para vivir porque encontró muchas puertas cerradas para él: “Cuando salí de la fábrica busqué trabajo en otras que había en la ciudad, pero no conseguí. Así que empecé a trabajar en un billar que estaba en Fernando Proal y López Portillo. Cerca del panteón. Desde que estaba en la fundidora acostumbraba ir al billar, así que le pedí trabajo al dueño. Yo era coime, o sea la persona encargada de poner las bolas y prepararles la mesa a los jugadores. Quedamos en que nos íbamos a repartir las ganancias al cincuenta por ciento. Había ocasiones en que cobraba a veinticinco centavos la mesa. No era como ahorita en que se cobra por hora. Antes ése era el precio de estar todo el tiempo que quisieras en una mesa, jugando horas, si era lo que querías. Había ocasiones en que sólo había cuatro mesas ocupadas, y la ganancia era de un peso nada más. Después de ganar trescientos pesos, pasé a un peso diario, que debíamos repartirnos. Yo ya tenía mi pareja y llegaba a la casa, a decirle: ‘Toma la ganancia de hoy, cincuenta centavos, eso fue lo que me gané’. Fueron tiempos muy duros. El dueño de este billar era un veterano de la Revolución que buscaba quién le escuchara sus historias y platicara de batallas y caballos con él. Al quedarnos solos en la noche en el billar, me contaba de Pancho Villa, de balazos, y de todo lo que tuviera que ver con la Revolución. A mi vez, yo le platicaba las historias que mi madre me contaba de Eulalio Gutiérrez, y de su participación en la Revolución. Al calor de estas conversaciones, me fue agarrando estima y confió mucho en mí”.

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Los deportes Estando en el gis, don Marcos comenzó a cultivar una de sus aficiones deportivas, misma que antes no había podido practicar: el voleibol. Tuvo la suerte de que en el deportivo del gis se impartieran diversas disciplinas deportivas, y entre ellas estaba este deporte que emocionó mucho a nuestro entrevistado. A la fecha, lo considera un deporte ideal para los jóvenes puesto que está lleno de movimiento, y distintas personas con diferentes cualidades pueden jugarlo: se necesitan rematadores, otros que salten muy alto, personas con mucha fuerza en los brazos, etcétera. La camaradería entre sus compañeros era tremenda: pura alegría. Sólo lamenta no haber sido previsor para tomar fotografías de aquellos momentos. Además, estaba la fortuna de contar en sus instalaciones con uno de los grandes personajes dentro del mundo de los deportes de Saltillo: Estanislao Flores, alias la Maquinita. Tan importante personaje tiene una unidad deportiva de esta ciudad nombrada en su honor, a la entrada de las colonias Guayulera y Del Valle. Don Marcos aprendió las bases de este deporte del mismísimo señor Flores. Un aspecto que no se le olvida a nuestro entrevistado era su físico: chaparrito, pero con una gran energía. Era un gran conocedor de diversos deportes. En sus entrenamientos había mucha disciplina: no se decían palabras altisonantes, se llegaba a tiempo, se entrenaba duro con miras al triunfo. Tres años duró entrenando de esta manera. En aquella época el Grupo Industrial manejaba el deporte como una forma de contribución social. En el departamento Corazones, donde laboraba Marcos, se formó un equipo, al que le pusieron un nombre por demás significativo y lúdico: Sufridos de Corazones.

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El nombre del equipo comenzó a hacerse notar en las noticias deportivas de la localidad. Iban en la tarde a practicar el voleibol con su entrenador, haciéndolo con tanto tesón, que no tardaron en quedar campeones. Don Marcos aún atesora el reconocimiento que da fe de aquel triunfo. Dos veces quedaron triunfadores. Comenta nuestro amigo que el campo de juegos del gis era administrado por don Atalo Ríos, a quien se dirigían apenas llegar para pedirle lo que iban a necesitar para ese día. ‘¡Atalo, préstame un bate y una pelota!’ o ‘¡Dame unos guantes y una careta!’ Nadie llevaba nada al campo ni tenía que hacer gastos, ahí se les facilitaba todo lo necesario, sólo había que enseñar la credencial. Todo se regresaba y se confiaba en todos, nunca hubo una pérdida de equipo que lamentar. Volviendo al voleibol, fueron campeones con ese equipo. Aquí el honor para todos no es tanto el haber sido campeones, sino el haber sido discípulos de personaje tan importante en este deporte. En esos días participaban en los torneos los equipos de Molinos el Fénix, Fundidora, Vitromex, Motos Islo, y de muchas más empresas que es imposible mencionar aquí. Todas las fábricas estaban en ese torneo, y a todas les ganaron. En esta etapa de su vida fue donde se cimentó “el vicio” del deporte, aunque como ya se ha mencionado, en la escuela ya había practicado el béisbol, otra de las disciplinas que han marcado su vida. La afición por el llamado rey de los deportes lo llevó a practicarlo cuando no tenía entrenamiento de voleibol, aunque nunca se unió a la liga del gis. Jugaba solamente por gusto con quien le hiciera segunda. El gusto por ese deporte lo hizo auspiciar un gran número de equipos, invirtiendo su dinero y su tiempo en ellos. Hubo uno de ellos en particular que mere-

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Marcos Zúñiga ce nuestra atención por haber sido muy popular a finales de los años 60 y en los 70, nos referimos al equipo Billares Zúñiga, del cual nos ocuparemos más adelante. La arena de aquellos días En aquellos días, al regresar de trabajar, entrenar o competir, llegaba a su casa a bañarse y a relajarse. Ésta era su rutina semanal, después dormía un ratito y se iba a las famosas tardeadas, al Ojo de Agua, o a las de la Arena Obreros del Progreso, en donde también se hacían bailes. Era difícil explicarse cómo una ciudad tan pequeña como Saltillo tenía tal efervescencia por los bailes y los eventos deportivos. ¿Cómo era posible que cupieran, de dónde salía tanta gente? Llegó un momento en que la Arena Obreros fue insuficiente, y hubo que hacer del área de la lucha espacio también para tardeadas, después de las luchas. Eran las épocas en que venían a presentarse ante el público saltillense personalidades como Los Alegres de Terán, Juan Salazar, Juan y Miguel, Chucho Rodríguez, y otros tantos que Marcos conoció y disfrutó desde los doce años. Pero eran las luchas lo que más emocionaba a nuestro amigo, quien recuerda que, como dice la canción: “La arena estaba de bote en bote, la gente loca de emoción”. Era un Saltillo diferente, donde los problemas juveniles se resolvían de otra manera: si alguien tenía pleito con alguien en alguna reunión, simplemente se le decía “vente, vamos para afuera”, lo importante era no quebrantar la alegría de los demás, ahí se formaba una rueda y se ventilaban los asuntos a mano limpia, con testigos, “hasta que llenaban”, como dice nuestro entrevistado. Se respetaba el espacio de los comba-

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tientes, nadie se metía; eran ellos dos solos. Luego, los que habían salido volvían al baile. En las contadísimas veces en que Marcos tuvo que hacer uso de sus puños, su trayectoria de deportista le ayudó: nomás con un golpe tenían para terminar la gresca. Al final, lo más común era que los pleitistas terminaran siendo amigos, aunque no faltaba quien dijera: “oye, no llené, me quedé con dudas sobre ti, vamos a darle otra vez, ¿no?” No había nada de venganzas entre pandillas, ni la crueldad de nuestros tiempos, incluso, el que triunfaba en aquellas peleas, levantaba al caído. Marcos no fue nunca un buscapleitos, aunque recuerda una anécdota: cerca de su casa vivía, y aún vive, una persona de nombre Marco Valero, quien tiene un parecido extraordinario con nuestro amigo, no sólo en el nombre sino en su físico y en su afición al béisbol. Tal era su parecido, que su madre, estando don Marcos en el extranjero en una temporada de su vida, decía: “cuando siento que extraño a Marcos, nomás miro a Marco Valero”. El detalle es que éste sí era bastante problemático, y muchas veces don Marcos Zúñiga era retado por desconocidos, creyendo que era Marco Valero. Se acostumbró a que se le quedaran viendo con cara de pocos amigos durante un rato, hasta que caminaba a la mesa o se acercaba al grupo de personas que lo miraban, sin importar cuántos estuvieran ahí sentados, para preguntar: “¿Soy o me parezco?” Invariablemente le respondían: “Pues ya de cerca, más bien te pareces”. Al final, hasta con amigos nuevos salía. Refiere que una prueba de la tranquilidad del Saltillo de aquellos años, era el hecho de que todos podían regresar a pie a su casa, sin importar lo lejos que estuvieran, sin temor de ser molestados.

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Marcos Zúñiga Billares Zúñiga Una de las ideas que desde chico obsesionaron a Marcos era la de poderle dar a su madre una casita para que viviera tranquila, sin que nadie la molestara. Después de salir del GIS, estando ya en el billar, la situación económica no fue buena para Marcos, al grado que empezó a acariciar la idea de irse de bracero a los Estados Unidos, idea que cobró más fuerza aun al enterarse de que muchos que habían ido regresaban con su buen dinerito. El dueño del billar le dijo: “Mire, Marcos, yo no me quisiera deshacer del negocio, y sólo se lo vendería a alguien a quien le tuviera mucha confianza. Acaso al único que se lo vendería sería a usted”. En ese momento, Marcos, que a la sazón contaba con diecinueve años, se decidió. Pidió apoyo a sus suegros para poder realizar la adquisición, que en ese tiempo fue de cinco mil pesos. Su suegro aceptó y se firmaron los papeles en los que Marcos aparecía como comprador. Ante las dudas de su suegro acerca de si el negocio iba a rendir frutos, Marcos contestaba: “Yo traigo mis ideas para que esto funcione y se haga popular”. Aparte del billar, comenzó a realizar bailes para la gente del rumbo y a vender cerveza en el lugar. En ese momento comenzó la fiscalización de su familia política, preguntándole todos los días a la hora del cierre: “¿Cuánto salió?” Esto no agradó a Marcos, quien habló con ellos y les explicó que él sabía cómo manejar el dinero. Un día fue su suegro con el viejecito que había sido dueño del local, con unos documentos (falsos) en donde se decía que le debía vender el local a él (al suegro de Marcos). El anciano —el dueño anterior— era muy inocente y no entendía mucho de documentos, así que fue inmediatamente con Marcos para que

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le explicara de qué trataba todo aquello. Marcos le explicó que ya le había vendido el inmueble a él, y que le iba a pagar hasta el último centavo a su suegro, puesto que el billar estaba a su nombre (de Marcos), y que por lo tanto no podía volver a vender el establecimiento. También le explicó que su suegro estaba tratando de aprovecharse de su buena fe. Así se disolvió aquella sociedad con su suegro, y al encontrarse solo, de nuevo soltero, con un establecimiento que podía atender su hermano mayor, Marcos decidió irse a los Estados Unidos. Sentía que debía mejorar su vida y alejarse un tiempo. Desde que estaba niño, de unos siete años, escuchaba eso de “el otro lado”. Desde entonces en su mente entró la idea de conocer qué era ese otro lado. Ahora recuerda esos días y se arrepiente de haber ido a sufrir como lo hizo en el otro lado. Le dijo a su hermano: “Yo quiero conocer Estados Unidos, viajar tantito, nomás te encargo mucho, dale veinticinco pesos semanales a mamá, porque yo no sé cómo me vaya a ir y no quiero estar con pendientes de cómo está ella”. Su hermano se lo prometió y se lo cumplió. Marcos cruzó ilegalmente la frontera y cada quince días escribía a casa. En esas cartas, Marcos le decía a su madre que empleara el dinero para solventar sus gastos, darse pequeños lujos, en fin, pasarla bien después de tantas privaciones. Solamente le pedía que del dinero que le mandaba, producto de su trabajo de bracero, guardara cierta cantidad mensual, pues él sabía en qué lo emplearía a su regreso, para bien de todos. Se fue a Estados Unidos con la idea de cambiarse de un ambiente que sentía que no le convenía tanto, pero para su sorpresa encontró que la situación allá no mejoró mucho. Andar en la siembra de frijol, pepino, maíz, etcétera; andar haciendo el riego, en un territorio tan difícil para la agricultura —porque

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Marcos Zúñiga era pura arena, donde no se veía una sola piedra—, soportando malos tratos, no era nada agradable. Para colmo, lo que les pagaban a los trabajadores por sus horas de duro trabajo, ellos iban a gastarlo en las cantinas, esperando olvidarse un rato de la agotadora jornada. La bebida que no se alcanzaban a tomar, la enterraban en la arena todo el día para que se mantuviera fresca y poderle dar traguitos en las horas muertas en que cuidaban del riego. Marcos se dio cuenta del daño que se les hacía por allá a los indocumentados, y se dio cuenta también que no estaba ni siquiera cerca de cumplir “el sueño americano”, como él esperaba, así que decidió regresarse. Tenía añoranza de su tierra, de su familia; por las noches soñaba con el billar y el béisbol. Tomó la decisión de estar el 20 de noviembre de regreso en su país, pero no hallaba la mejor manera de regresarse. Sabía que estaba en Wisconsin, pero aparte de eso no sabía mucho más del país en el que se encontraba. Desesperado, le pidió a Dios que lo capturara Migración. Era el once de noviembre cuando su cuadrilla de trabajo fue descubierta por las autoridades y deportada a México. El día que fue depositado en Tijuana con sus camaradas vio el calendario y no pudo dar crédito a sus ojos: ¡era 20 de noviembre! Agradeció una vez más la ayuda divina y se encaminó a Saltillo. Al llegar Marcos a su casa se llevó una agradable sorpresa: su madre no sólo le había guardado la parte que le había pedido que ahorrara, sino también gran parte de lo que le había mandado para ella. “¡Oiga, mama, ¿cómo hizo eso si el dinero era para usted?!”, le dijo, pero ella no sólo había guardado casi todo el dinero, había pagado en su totalidad la deuda de la compra del billar. Ahora sí, el local era de él y nadie se lo podía quitar. Ya con esa propiedad podía realizar uno de los planes que venía maquinando

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de tiempo atrás. En aquellos días había un equipo de béisbol muy famoso a nivel local llamado Escuadrón 201 y los integrantes solían ir los fines de semana, después del juego, al billar de Marcos para pasar un buen rato. Pronto se dio a la tarea de patrocinarlos. Del billarcito salía lo necesario para equiparlos, pagarles las inscripciones, el ampayeo y promover la actividad física. Así se volvió a inmiscuir en el deporte, con un equipo formal en una liga. Eran los inicios de la década de los 70. Jugaron dos años bajo los auspicios de don Marcos hasta que un buen día lo citaron y le dijeron: “Oiga, vamos cambiándole el nombre ya al equipo… ¿Qué caso tiene que nos sigamos llamando Escuadrón 201, si usted es el que nos apoya con dinero de su bolsa? Vamos a cambiarle mejor a Billares Zúñiga”. Con ese nombre comenzó la trayectoria de un equipo que se volvió muy popular y punto de referencia del béisbol saltillense. Al principio no fue fácil, porque Billares Zúñiga ya tenía su equipo de billar, que jugaba en las ligas locales, y Marcos era quien solventaba también a este grupo. Además de los equipos, los gastos se duplicaban cuando se acercaba una final puesto que ahí había que solventar gastos extra, como el doble ampayeo que exige un campeonato. Además, cuando se apoyaba a un equipo de infantes, se le daba a cada niño una torta y un refresco al fin del partido. Pero los frutos no tardaron en verse, porque los sábados y domingos, después de cada partido, el equipo y la porra que los seguía se iban a festejar al billar de nuestro amigo. El lugar se llenaba y pronto se hizo tan popular que no cabía la gente que iba a reunirse allí. De esta manera, sin darse cuenta, el equipo se patrocinaba sólo, entre otros beneficios para Marcos. Una de las cosas más agradables era la confianza entre el público y el establecimiento, pues se podía consumir

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Marcos Zúñiga sin llevar el dinero suficiente, y el lunes, religiosamente, todos los deudores iban hasta el local a pagar lo que debían. El negocio despegó y Marcos pudo seguir apoyando equipos. Llegó incluso a patrocinar tres equipos de béisbol a la vez: primera, segunda y tercera fuerza local. Hubo ocasiones en que dos equipos de Billares Zúñiga estaban en los primeros lugares e iban a competir en la final. Era común ver el nombre de Billares Zúñiga en los titulares de la prensa deportiva, por ejemplo: “Billares Zúñiga invicto”, o “Los mejores bateadores son de Billares Zúñiga”. Es uno de los orgullos de don Marcos: saber que los equipos a los que apoyaba, le respondían. Recuerda nombres como el de Marcos Romero, quien lograba jonrones de antología, entre otros. Una vez se le ocurrió motivar más aún a los jugadores, y les prometió, al terminar el partido, una caguama por cada jonrón que conectaran. Sobra decir que algunos se esforzaron más, de seguro saboreando de antemano la bebida que no podían beber desde un día antes: don Marcos siempre fue muy cuidadoso en esto y no permitía que ningún jugador llegara al campo de juego con aliento alcohólico: debían abstenerse desde veinticuatro horas antes y sólo podían tomar después del partido. Aquel que desobedecía esta regla se las veía con Marcos. Su situación económica mejoró con su incorporación a la plantilla de trabajo del Seguro Social, donde se mantuvo laborando hasta su jubilación. Al ver el éxito que estaba cosechando con la promoción del béisbol, Marcos sintió que era momento de incursionar en otra área de su interés, de mucho tiempo atrás: la promoción de la lucha libre.

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La inquietud por la lucha libre Desde muy joven, trece o catorce años, Marcos empezó a asistir a la catedral de la lucha libre en Saltillo, la Arena Obreros del Progreso, a presenciar las funciones que ahí se presentaban. El interés por este deporte en Saltillo era grande, tanto así que no bastaba la arena para dar cabida a todos los espectadores y muchos se quedaban fuera. También resaltaba la educación y civilidad de los asistentes. En Saltillo, desde hacía tiempo, la popularidad del deporte había impulsado la creación de varios deportivos y arenas de lucha libre independientes, que por lo general duraban seis meses o un año, cuando mucho. Pero el espacio que siempre se ha mantenido en el mismo lugar a lo largo de los años es la Arena Obreros. Ahí Marcos tuvo la oportunidad de conocer en persona a figuras como el Santo, Blue Demon y Gori Guerrero, entre otros. A lo largo de los años su interés por el deporte del cuadrilátero no sólo no decayó sino que se acrecentó, y comenzó a preguntarse qué sería tener un ring y poder él mismo contactar a esos luchadores que tanto admiraba y traérselos al público de Saltillo. La oportunidad se presentó cuando el ingeniero Luís Horacio Salinas Aguilera, desde la Alcaldía, le ofreció dirigir el deportivo La Maquinita, en la calle de Pablo L. Sidar, con la condición de que no se vendiera alcohol. Desde este nuevo puesto, Marcos vio la posibilidad de promover la lucha libre él mismo. Ahí se dio a la tarea de impulsar a muchos de los talentos locales de box, judo y lucha; entre éstos recuerda que del barrio del Ojo de Agua salían boxeadores especialmente temibles. Corría el año de 1975. Las entradas de dinero del deportivo no eran las suficientes para mantenerlo a flote. Algo se debía de hacer para sostenerlo, pues Marcos no había de-

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Marcos Zúñiga jado de financiar sus equipos de béisbol y de billar. Una vez más, encontró la manera. Se le ocurrió ofrecer espectáculos en el lugar para ayudar a financiarlo y seguir apoyando el deporte local, atrayendo a cantantes como el famoso Mario Saucedo, el más popular cantante de la localidad. Una de las hermanas de don Marcos tenía la ilusión de conocer en persona al cantante, así, un buen día, Marcos tuvo el placer de darle la sorpresa a la muchacha, Mario estaba en la sala y se lo iba a presentar. La muchacha no podía creer que su hermano lo conociera y lo hubiera llevado a la casa. Otros grupos fueron los Villaldáiz y los Zamarrón, que por lo general tocaban en el mismo ring, después del espectáculo de lucha. Gracias a estas medidas, fue posible incluso patrocinar otra liga de béisbol infantil de la época, la llamada liga Mario Nakasima, dirigida por don Mario, quien también le ayudaba en la organización y presentación de las funciones. En su deportivo se formaron muchos atletas, en especial luchadores, quienes le tomaron especial afecto a don Marcos, y a los que él recuerda también con cariño. Cuando por cuestiones personales decidió alejarse de la promoción por un tiempo, los luchadores iban a buscarlo a su casa para rogarle que regresara. Necesitaban de su promoción y sus regaños. Él les decía: “Entiendan que yo soy duro, que no quiero que tomen, que no quiero que se pongan al tú por tú con el público, no quiero verduleras arriba del cuadrilátero sino luchadores responsables y disciplinados, lo que representa un hombre en un ring luchando”. Ellos le respondían: “Eso queremos, patrón, alguien que nos llame la atención, que nos discipline”. Al verlos tan decididos, regresó al deportivo. Ésa ha sido la constante en la carrera como promotor deportivo de don Marcos: disciplina y respeto.

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Don Mario Nakasima Moreno, asesor del deportivo Cárdenas, con el megáfono. Recargado en las cuerdas, entrenador invitado de la Narro, en 1975.

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De izquierda a derecha: el Zorro Plateado, Copetes Palomo, y el Trébol Blanco, en 1973.

En esta época también ayudó a la construcción de una iglesia que el barrio necesitaba, ofreció funciones por un año y medio para recaudar fondos para la construcción de la iglesia de San Pedro Apóstol. Eran los tiempos en que las pandillas comenzaban a crecer, y muchas veces tuvieron que soportar agresiones cuando la función terminaba y se preparaban para regresar. Durante la lucha el público se enardecía y los pandilleros asistentes querían “castigar” a pedradas al luchador que les caía mal. En ocasiones tuvieron que salir corriendo de la arena, pues Marcos no quería que los luchadores se enfrentaran directamente a sus agresores, para mantener la buena imagen de sus muchachos. Jesús, hijo de Marcos, quien le ayudaba como réferi en estas funciones, sufrió una herida de cuchillo en una mano, defendiendo a un luchador a quien un pandillero quería herir. Después

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de esto, se suspendieron las luchas en la localidad. Posteriormente, Marcos decidió apoyar la construcción de la iglesia de San Antonio, en la colonia Gustavo Espinoza Mireles. Ya con el apoyo gubernamental, Marcos pudo traer a nuestra ciudad a luchadores de fama nacional e internacional. La Arena Pabellón Azteca estaba en su apogeo en la capital del país y de ahí pudo invitar figuras como León Salvaje, Black Canary, el Súper Ratón y Súper Muñeco, entre otros. “La Arena Pabellón Azteca era una carpa que se ponía al lado del Estadio Azteca. Duró muchos años y tuvo mucha fama”. Varios de los luchadores que Marcos manejaba sintieron el gusanito de hacer por su cuenta la promoción y fundar una liga por su cuenta. Don Marcos no los detuvo, pues él sabía que el manejo de una arena no es tan sencillo. Sólo les advirtió que quería ver si eran capaces de hacer por su cuenta la labor que él hacia con la misma eficiencia. Invariablemente regresaban reconociendo la labor de don Marcos. Él fue, por mucho tiempo, el único que promovió enfrentamientos entre los luchadores de Saltillo y los que venían del DF. Los demás programas de lucha suelen enfrentar luchadores de Saltillo entre sí, y luego presentar luchas entre luchadores de la capital. Esto no beneficia a los muchachos y muchachas de la localidad, pues no se foguean con los luchadores más experimentados, que vienen de fuera. Enfrentar a los luchadores locales con los de fuera ha beneficiado a figuras como Piloto 2000, quien aprovechó el haber luchado codo a codo con el Hijo del Santo y ha acrecentado su fama a nivel nacional a través del tiempo. También trajo Marcos a Saltillo al famoso Rey Misterio Jr. a combatir contra talentos locales; ahora es conocido a nivel internacional gracias a su incorporación a la lucha libre estadounidense.

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Marcos Zúñiga Nos comenta don Marcos que se entiende que la mejor lucha libre es la de México, aunque las asociaciones extranjeras están ganando terreno debido a una cuidadosa estrategia de publicidad. Nuestro entrevistado es de los promotores que se esfuerzan para que la lucha libre mexicana recobre su lugar de preferencia entre el público mexicano. Uno de los problemas a los que nuestro amigo se tuvo que enfrentar al traer a algunos luchadores de fuera, era que no venían a dar el cien por ciento en la función. Veían esta ciudad como una plaza secundaria, en la que el público no era muy exigente. Marcos, como promotor, debía exigirles rendimiento y muchas veces regañarlos por lo que consideraba una mala actuación. “Hubo muchas ocasiones en que yo les decía: ‘Oye, cuando te hablé y te contraté tú me prometiste una función entera y me diste nada más una lucha de diez minutos, ése no era el trato. ¿Crees que la gente de aquí no conoce de lucha libre?, estás equivocado. Para la otra, si te conviene regresar, darás una buena función, si no, olvídate’. No me gustaba que vinieran a reírse de la gente de Saltillo. Aparte, vienen con unos aires de grandeza que no les quedan. En México hay dos grandes empresas de lucha libre. Una de ellas, el Consejo Mundial de Lucha Libre (cmll), es la empresa llamada entre nosotros los promotores como la seria y estable, por la calidad de sus espectáculos y la disciplina que impone a sus agremiados. Nunca he tenido una sola queja de estos muchachos. La otra, muy popular también entre el público, es la que ha venido a desvirtuar este deporte. Los luchadores problemáticos son los de esta empresa. Por lo general, el luchador saca lo necesario para vivir de sus giras por provincia, en donde la gente paga por ir a verlo luchar. Los atletas responsables y serios cuidan

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entonces mucho su imagen y la calidad del espectáculo que ofrecen en sus viajes por la República. A los problemáticos simplemente no les importa decir palabrotas enfrente de los niños que van a verlos, llegar tarde y tener actitudes de diva”. Don Marcos también trajo luchadores de la Arena Coliseo, de Monterrey, por medio de la señora Leila Cavazos, quien era la administradora de esta arena, llamada la promotora de hierro, pues trataba con mano dura a los infractores e incumplidos de su empresa, y accedió a pactar con Marcos para mandar luchadores de su establecimiento a dar funciones aquí. El lograr tanta promoción hizo que Marcos volviera a creer en uno de sus primeros planes, y que ahora deseara ser promotor de la catedral de la lucha libre en Saltillo, es decir, la Arena Obreros del Progreso. Ambición muy normal, tomando en cuenta que es a ese lugar a donde han llegado ni más ni menos que el Santo y Blue Demon, entre otros grandes personajes legendarios. A nivel local, es la aspiración última de los promotores Saltillenses. Pero, ¿cómo hacerlo? La manera más sencilla fue la que nuestro amigo decidió seguir: fue a hablar con la directiva de la arena a inicios de los años noventa. Ahí convenció a los directivos de que él podía manejar funciones de lucha con un alto nivel de calidad y sin problemas administrativos. Al encontrarse frente a aquel hombre que ya sonaba fuerte en los círculos deportivos de la región, la junta directiva no tuvo duda alguna: ése era su hombre para manejar los asuntos de lucha libre del lugar. Diez años fueron los que Marcos se mantuvo al frente de la lucha libre de la arena. Lo primero que vio se necesitaba era arreglar el local para que ofreciera un aspecto digno al público. Las paredes se encontraban llenas de grietas, el suelo no estaba pa-

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Marcos Zúñiga vimentado del todo y la basura se acumulaba en los rincones. La madera de las gradas ya estaba podrida y resquebrajada. Además, bajo estas gradas estaban los vestidores y era común que el público se asomara entre las piernas para intentar ver el rostro de los enmascarados. Al poner manos a la obra lo primero que hizo fue quitar esas gradas tan incómodas, peligrosas y mal situadas. Se construyeron unas de concreto, y se movió el área de vestidores lejos de los ojos del público. Se pintaron las paredes, y se siguieron pintando una vez al año; el piso finalmente se puso. Al ver que la arena mejoraba, la gente acudió con más entusiasmo a ella. La catedral de la lucha libre en Saltillo pareció renacer. Aunque el lugar no había dejado de ofrecer funciones durante todo ese tiempo, parecía que se estaba estrenando. A raíz de esto, muchas promesas se hicieron de ayudar a su mejoramiento, aunque no todas se materializaron. En una de aquellas funciones (en la que estaban presentes dos luchadoras muy famosas, Lola González —quien es una institución dentro del deporte de las llaves y los candados—, y la Princesa Yara), al calor de la lucha y sin duda con la adrenalina a tope, uno de los llamados Espectros tomó una silla del público y golpeó con ella a Marcos cuando éste lo amonestó por una falta al reglamento. El público se enardeció al ver esto, y el Espectro, quien se asustó al ver el resultado de su acción, pidió perdón al promotor. No había sido su intención deliberada y consciente. Marcos sufrió heridas en la cabeza que hubo que atender ahí mismo, en la arena. Fue en esta época que don Marcos conoció al actual Gobernador del Estado, Humberto Moreira, y poco después ocurrió una divertida anécdota, que nuestro amigo relata con muy buen humor y cariño:

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“Durante una de las funciones de lucha libre, el profesor Moreira se me acercó para decirme: ‘Mira, Marcos, ando en la campaña para presidente municipal, no tengo tiempo de ir a la arena, pero siempre me han gustado las luchas, y te prometo que si ganamos, lo primero que haré será ir a una de tus funciones para celebrar ahí contigo’. La verdad es que no lo tomé muy en serio, porque aunque había simpatía mutua entre él y yo, creí que sus muchas ocupaciones no lo iban a dejar cumplir su promesa. ¡Cuál no sería mi sorpresa al ver que a las dos semanas de anunciado el triunfo del profesor en las elecciones, cumplió su palabra y llegó a una función en medio de la alegría del público! Tomó asiento a un lado mío y disfrutamos mucho del espectáculo.” La arena de la morita A finales de los años noventa, don Marcos pensó que no se daba suficiente apoyo a las colonias en cuestión de promoción deportiva. Con la idea, además, de que el deporte podría ayudar a muchos jóvenes a alejarse de los vicios, decidió emprender otra de sus acostumbradas acciones para beneficiar a la gente: creó la arena de lucha libre La Morita, en la colonia Las Tetillas, la cual estaba muy necesitada de apoyos deportivos. Fueron muchos los jóvenes de uno y otro sexo los que ingresaron por curiosidad, a ver qué era eso de las luchas en su colonia. De ellos, muchos fueron los que quedaron profundamente impresionados por el rudo deporte y su disciplina. Los padres de aquellos muchachos y muchachas veían cómo sus hijos se alejaban de los problemas de pandillas y de vagancia. Ahí se formó un establo de luchadores que dio la sorpresa por su gran calidad. Muchos de ellos

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Entre otras figuras de la lucha libre, marcos recuerda con especial cariño el día que trajo a Super Porky y éste hizo pasar un divertido rato al profesor Humberto Moreira.

Disfrutando de la función con el profesor Humberto Moreira.

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Con el profesor Humberto Moreira Valdés, y el primer regidor del ayuntamiento, el Sr. Arizpe.

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En la arena de La Morita, donde rescató a varios jóvenes del pandillerismo y los vicios.

aún luchan en los encordados, otros se han retirado, pero todos ellos, y la colonia entera, le están profundamente agradecidos a don Marcos Zúñiga por llevar este deporte hasta ellos. Momentos de tensión La promoción de la lucha libre le ha dado satisfacciones y gratos recuerdos a don Marcos. Pero también ha tenido momentos de tensión. En una ocasión decidió apoyar a un maestro, en Parras, que quería ofrecer este deporte a los alumnos de su escuela. Hasta Parras se fue uno de los rings que don Marcos había comprado a lo largo de los años y con muchos sacri-

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ficios. Después, aquel maestro ya no quería regresarlo, así que Marcos tuvo que mandar hasta allá por él. La persona que había mandado le llamó a Marcos pidiéndole ayuda pues el maestro le dijo que la iban a encerrar en la cárcel por intento de robo ya que, aseguraba, el ring era de él. Marcos salió en seguida para allá a arreglar el problema. Después de mucho discutir, el maestro reconoció su error y su abuso de confianza. Se disculpó ante don Marcos y reconoció ante las autoridades que el ring no era suyo, sino que se lo había apropiado. En otra ocasión, tuvo un problema con uno de los rings se había prestado a una colonia para ofrecer funciones, porque unos vivales se apropiaron de él y lo rentaban para diversas funciones que ellos mismos promovían y se quedaban con el dinero de la renta. Cuando Marcos trató de recuperarlo se negaron a entregárselo, y afirmaban que don Marcos lo había donado a la colonia y ellos eran los que lo administraban. Dos años duró Marcos sin poder tenerlo de regreso. Era un patrimonio de su familia, era un legado que no podía perder. Afortunadamente, muchos saltillenses prominentes apoyaron a Marcos. Ante la Procuraduría Estatal, frente al comandante Pancho Cortés, muy famoso en aquella época, y con el apoyo de muchos de sus colegas de partido y otras personalidades, don Marcos exigió le fuera devuelto el ring. Con documentos en la mano, demostrando el despojo del que era objeto, Marcos obtuvo de vuelta su ring. Poco tiempo después, a don Marcos le pidieron que ofreciera funciones de lucha libre en el cereso varonil. Él aceptó y mandó armar su ring en las instalaciones. De ahí en adelante, constantemente ha organizado estas funciones en el reclusorio, llevando

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Marcos Zúñiga esparcimiento a los internos. Cierto día, llegaron a entrevistarse con Marcos unos luchadores acompañados de una licenciada, quienes le externaron su admiración por su labor altruista y de promoción al deporte. Luego le dijeron que iban a formar una federación de luchadores y le pedían que colaborara con ellos. Para ello necesitarían el ring de lucha que estaba en el penal. Marcos accedió a sacarlo con la condición de que cuando el cereso lo necesitara, el ring iba a ser devuelto a esas instalaciones. No iba Marcos a cobrar ni un centavo por la utilización del ring en las funciones que esta supuesta federación diera. Se llevaron el ring y se dieron las funciones. Al poco tiempo, don Marcos se dio cuenta de que esta federación estaba haciendo el gran negocio sobreexplotando a los jóvenes luchadores que estaban en ella, sin darles nada a cambio. Por si esto fuera poco, a la licenciada “se le perdió” el ring. Una vez más, ahora con la ayuda del profesor Juan Antonio Molina, dirigente de deportes del PRI, logró localizarlo en Ramos Arizpe y recuperarlo, aunque en muy malas condiciones. Don Marcos siempre se ha distinguido por ayudar a quien veía que estaba en necesidad. A los trece años se inició como gestor de la introducción de servicios básicos en la colonia Antonio Cárdenas y fue ahí en donde se dio cuenta de la necesidad de auxiliar a la gente. Prestando ayuda Marcos también se ha topado con algunas personas que de una manera vil obstaculizaban su labor altruista. Es el caso de cierto líder que quiso arteramente impedir que Marcos llevara a un grupo de personas a protestar por un despojo del que estaban siendo objeto. En esa ocasión, nuestro amigo llevó a dicho grupo a las instalaciones de su partido para que se les ayudara a llenar ciertas formas legales. Fueron recibidos y auxiliados sin problema alguno, pero en un momento dado, a Marcos

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lo llamó cierto señor que estaba ahí, simplemente, sin hacer nada, y rodeándolo con el brazo le dijo que sacara de ese lugar a esa gente, en un tono molesto y con palabras fuertes. Marcos se indignó y le dijo a esta persona que mejor se fuera él, pues de por sí era un inútil, que sabían todos no solía hacer nada. Sus compañeros de partido lo apoyaron, y al ver que Marcos tenía el apoyo de la administración misma del partido, languideció y mejor optó por dejar en paz a Marcos y nunca más volver a intentar detenerlo. Ha habido ocasiones incluso en que don Marcos siente que Dios ha obrado a través de él. Un ejemplo: “En una ocasión, llegando de la arena de lucha, a mi pareja le pidieron unos vecinos que fuera a su casa a ver a su hija. De inmediato ella regresó diciéndome: ‘Oye, ve a ver a la niña de los vecinos, que se les anda muriendo’. Yo me extrañé, porque ni soy médico ni nada parecido, pero fui a ver. La escena era terrible, la niña estaba en la cama, débil a más no poder, como yéndose ya. La familia estaba en un grito, el abuelo había salido a conseguir agua bendita para administrarle los santos óleos. Yo no sé por qué en ese momento se me ocurrió que mi compadre Vicente Castillo, que trabajaba también en el Seguro podía ayudarla. Él no era médico, sino huesero, pero había ayudado mucho a mi familia, incluso mejor que los médicos, como cuando mi madre quedó cuatro años con el brazo izquierdo inmovilizado por un error del imss, y él lo arregló en menos de un minuto con sus conocimientos. De inmediato di órdenes, que no sé ni como me salió esa voz de autoridad, de que envolvieran a la niña en una sábana y llamaran a un taxi. Al llegar a la calle de Salazar, donde vive Vicente, éste la revisó y me dijo: ‘N’ombre, si la llevas con un doctor, la mata. Haz esto: pon a hervir arroz, a punto de ebullición. Luego cuela el agua y dásela a tomar. Lo que tiene es

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Marcos Zúñiga una deshidratación marca diablo. Sólo con el agua de arroz se va a salvar’. Al regresar, se hizo lo que Vicente había indicado, y nos sentamos a esperar. Al rato la niña reaccionó. Hace veintidós años de aquello. La niña ahora es madre de familia y vive feliz y contenta. Y como ésta han sido varias, pero mejor ni las cuento porque ni me las van a creer”. En el año en que el huracán Gilberto hizo estragos en el norte del país, Marcos coordinó la ayuda que se repartió en las colonias de esta ciudad. A él no le importaba que las personas que se acercaran a los puestos de ayuda fueran de otras colonias distintas a las de su seccional, él ordenaba ayudar a todos, sin importar su procedencia. Breve retiro Las dificultades que conlleva manejar una gran arena como Obreros del Progreso, aunado a la promoción en diferentes colonias, más los problemas médicos padecidos anteriormente, hicieron que Marcos tuviera que retirarse un tiempo de la promoción. Un dolor en el vientre lo obligó a hacerse un chequeo en Monterrey y le informaron que necesitaba una operación. Problemas de tensión arterial causada por el trabajo en la arena disminuían su salud. Los médicos fueron muy claros, debería dejar todas las tensiones y llevar una preparación previa a la intervención. Ante esto, a nuestro entrevistado no le quedó más remedio que abandonar la promoción que tanto quería. Fue un año de preparación y revisiones médicas para entrar al quirófano. Finalmente fue operado y entró a rehabilitación: otro año en el que guardó reposo. Y durante todo ese tiempo sus muchachos y los luchadores que trajo de otras partes de la República se acordaron de

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él. Entre estos, don Marcos resalta con mucho cariño una llamada que le hizo el famoso luchador Tinieblas durante su convalecencia. Éste le había tomado un especial cariño a Marcos y se informaba de cómo evolucionaba su amigo. Las palabras de aquella conferencia telefónica son un ejemplo de esto: ‘Don Marcos, si lo que usted necesita es reposo, aléjese de este ambiente, su salud es lo primero, que yo lo quiero bien y deseo que esté entre nosotros mucho tiempo’. A nuestro amigo le es grato recordar la gran amistad que tiene con Tinieblas, amistad que hizo que éste se presentara en la Arena de La Morita sin cobrar un solo centavo. Todo fuera por ayudar y llevar a aquel sector una figura de su talla, que sirviera como inspiración a los muchachos y muchachas de la colonia. Después de esto, otros luchadores siguieron su ejemplo y se presentaron en La Morita, algunos de ellos grandes personalidades, como el Hijo del Santo, Blue Demon, Jr., Blue Panther, la legendaria Lola González y la Princesa Yara, de la ciudad de Monterrey, entre otros. Al sentirse ya recuperado, don Marcos sintió de nuevo el gusanito de promover su deporte. Tímidamente, al principio, y andándose con mucho cuidado por su salud, regresó a la promoción. De pronto, en unos cuantos días, le llegaron muchas propuestas relacionadas con su actividad. El Instituto Estatal del Deporte de Coahuila (inedec), por medio del señor Roberto de la O, lo llamó para que coordinara luchas en la sede del instituto, a inicios del 2010, actividad que ha venido desarrollando. Por su parte, el profesor Mauro Antonio Molina, dirigente del deporte del PRI estatal, lo nombró Coordinador de Lucha Libre del partido en estas mismas fechas.

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Don Marcos ha presentado en Saltillo a figuras como Tinieblas y Martín Tristán, “el vaquero del micrófono”, quien a pesar de ser animador televisivo, en esta ocasión subió al ring a medirse con diversos luchadores.

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Luchadores internacionalmente reconocidos como Blue Panther han venido a nuestra ciudad gracias a Marcos.

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Con Shocker, “el 1000% Guapo”, y Latino, del cmll.

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En el extremo derecho de la foto, su hijo Jesús, quien le ayudó a administrar la arena de lucha libre de La Morita, en donde se apoyó a numerosos talentos del sector.

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Con Nicho el Millonario y Damián 666.

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La Princesa Yara, de Monterrey, en la arena de La Morita.

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Con Diana la Cazadora, en la arena Obreros del Progreso.

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Los riesgos de ser un promotor de la lucha libre: Marcos, junto a Huracán Ramírez Jr, exhibe las heridas causadas por Los Espectros.

“Tomando venganza” del Espectro. En el suelo, el hijo de Huracán Ramírez.

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La Princesa Yara y Lola González, al final de la lucha, muestran su apoyo al héroe de la noche.

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La junta de la sociedad Manuel Acuña lo llamó para plantearle que fuera el Coordinador de Lucha Libre de la sociedad, cargo que aceptó en ceremonia pública, en marzo de 2010. La Confederación Nacional de Organizaciones Populares (cnop) estatal, a través del señor Samuel Rodríguez Martínez, mostró interés en trabajar conjuntamente con Marcos, en abril de 2010, para llevar a cabo un proyecto diseñado por él para promover la lucha libre en las colonias. Actualmente, don Marcos sigue en la promoción de la lucha libre y ofreciendo reconocimientos para aquellos deportistas que han llegado a la tercera edad o que han tenido una trayectoria muy importante y dedicada al deporte. Además, promueve la participación de los niños en actividades deportivas. Tal es el caso de Lady Flamer y Cicloncito, dos pequeños que quieren empezar sus andanzas en la lucha libre, desde luego, bajo la estricta vigilancia y guía de profesionales. Los hijos de don Marcos Patricia fue la primera hija de don Marcos. Nuestro entrevistado recuerda que en las cartas que escribía desde los Estados Unidos nunca se olvidaba de pedir que estuviera bien cuidada, que se le diera lo que mandaba desde allá. Patricia se desempeña actualmente como enfermera en el dif municipal. Cuando se fue a Estados Unidos de manera intempestiva, Marcos no sabía que su mujer había quedado encinta, y aún estaba allá cuando nació su hijo Marco a quien no vio sino hasta que el niño tenía ya cerca de un año. Tiempo después llegó su hija Berenice, una bella chica que tiene una gran franqueza al

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Marcos Zúñiga hablar. Ella actualmente labora en el imss. Su hijo Jesús vino a continuación. Llegó a ser el brazo derecho de Marcos, pues a veces él era quien fungía como réferi en las luchas que su padre organizaba. Cuando trabajaba en una gasolinera era común que el profesor Humberto Moreira y él platicaran un buen rato, pues Jesús tenía la sangre liviana. Jesús, lamentablemente, falleció en 2008. Su hija Leticia demostró desde niña ser una persona independiente y responsable, una mujer callada y reflexiva que ha sabido criar una familia de manera acertada. Gabino es el hijo más pequeño. Una verdadera sorpresa que Marcos, a sus cincuenta años, ya no se esperaba. De inmediato fue acogido con amor y cuidados, pues nació delicado del corazón. De ello quizá no se hubieran dado cuenta sino hasta que fuera muy tarde, pero la madre de Marcos, doña Gabina, al ver a su nieto por primera vez se dio cuenta de que algo no andaba bien. “Llévalo con el doctor, hijo, el niño no anda bien del corazón”, le decía. Tras de insistirle, Marcos llevó a su hijo recién nacido con el médico, en donde le confirmaron lo dicho por su madre: Gabino tenía problemas en una vena y en una arteria. De inmediato se le practicó una operación que salvó su vida, pero una negligencia durante el procedimiento médico lo obligó a someterse a otra operación, esa misma semana, para que se le implantara un marcapasos. Todos sus hijos son una gran fuente de alegría para don Marcos, la razón para continuar sus esfuerzos: sacarlos adelante y hacer de ellos hombres y mujeres de bien. En especial Marcos quiere reconocer a su pareja, la señora María del Consuelo Cavazos Ramírez, un verdadero apoyo para él y una gran amiga para sus hijos, querida y respetada por todos ellos. Las hijas de Marcos la consideran su mejor amiga. 63

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Hay que luchar Conozcamos algunos de sus gustos: su música favorita es la norteña, en especial la canción El Solitario, que siempre le dedican los músicos de los que es amigo, como Calixto González del grupo Nueva Rosita, quien al ver a Marcos y a Chelito en los bailes en los que toca, de inmediato toma el micrófono y les dedica esta canción. Las películas que prefiere son las mexicanas, no le gusta el cine norteamericano, prefiere gozar de las cintas de Pedro Infante, como Nosotros los pobres que, comenta, lo hizo llorar cuando la vio por primera vez. Recuerda haber ido al clásico cine Elena, por la calle de Abasolo, a ver películas de acción como El águila negra. En la televisión ve los noticieros, pues le gusta estar bien informado. Además, tiene un gran interés por los filmes bélicos, en especial por aquellos que tratan de la Revolución mexicana. Dice don Marcos que a él le disgustan mucho las injusticias y que le emociona ver en las películas cómo los mexicanos se levantaron en armas para acabar con las injusticias del Porfiriato. Esto le ha enseñado que las personas deben luchar para cambiar su situación y mejorarla. Agradecimientos Ésta ha sido mi vida, de apoyo a mis semejantes, de apoyo al deporte. Vivo feliz a pesar de las amarguras que a veces se presentan. Si bien no tengo grandes riquezas, espiritualmente me siento lleno. Quiero dar mi primer agradecimiento a Dios, quien es el que me puso en esta Tierra y me ha manifestado su poder a lo largo de mi vida.

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Marcos Zúñiga Quiero agradecer a mis hijos el gran amor y apoyo que siempre me han dado, aun en las situaciones más difíciles: Patricia Zúñiga Bustos, Marco Antonio Zúñiga Bustos, Berenice Zúñiga Romo, Leticia Zúñiga Romo, Gabino Zúñiga Pacheco. A todos ellos: ¡gracias! Quiero aprovechar estas líneas para recordar a mi querido hijo Jesús Zúñiga Romo, quien ya no está con nosotros y sin embargo siempre está presente en nuestras vidas… Hijo, nunca te olvidaremos. A mis nietos, que tantas alegrías me dan y en quienes veo continuados a mis hijos. Quiero agradecer a mi compañera, María del Consuelo Cavazos Ramírez, Chelito, un verdadero apoyo en mi vida, una brújula que me marca el camino cuando pareciera que estoy perdido. ¡Gracias, Chelito, por todo este tiempo! Destaco que el único gobernante que se ha preocupado por apoyar a la lucha libre es el actual Gobernador del Estado, Humberto Moreira Valdés, a quien aprecio sinceramente y a quien considero el mejor gobernador que ha tenido Coahuila. Gracias, profesor Moreira, por considerarme su amigo y sépase que yo lo considero igual. También me gustaría expresar un agradecimiento muy especial al grupo Mi Entrega, que tanto me ha ayudado, desinteresadamente, en estos años. Va para ellos un afectuoso saludo. Al licenciado René Gil, quien en las noches de verano, saboreando una rica cena, escuchó mi vida para la redacción de este librito. Y a tantas y tantas personas de las que puedo olvidar los nombres de momento, pero que siempre recuerdo como gentes valiosas que han cruzado por mi camino y que puedo llamar mis amigos.

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Con su madre, Gabina Orta, y su hijo Gabino.

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Con Zorro Plateado y Zorro Plateado Jr.

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Con la inigualable Lola González.

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Su hijo Gabino, el más joven, el día de su graduación.

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Marcos, en la extrema izquierda, acompañado de empresarios y de algunas de las bellezas que ha traído a Saltillo a luchar.

Con el profesor Humberto Moreira.

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Entregando un sarape como recuerdo de nuestra ciudad a Enrique Vera, luchador del circo de Cepillín.

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Acompañado de Satánico.

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Con el Hijo del Santo y el Antifaz.

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Una sólida amistad lo une a Tinieblas.

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Su hijo Jesús (q.e.p.d.) acompañado de Tinieblas y Aluxe.

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Su hijo Marco y su esposa.

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De izquierda a derecha: Marcos, su nieta Cassandra, su nuera Leti, su nieto Francisco, su nieta Blanca Azucena, su yerno Francisco, su hijo Jesús, su nuera Silvia Azucena y su nieto Jesús Gustavo.

Su hija Patricia, su hijo Gabino, su hijo Jesús y su hija Berenice.

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Marcos Zúñiga, Nuestra Gente se terminó de imprimir en diciembre de 2010. El cuidado editorial estuvo a cargo de la Coordinación de Literatura del icocult. Las familias tipográficas usadas son Arial, Lucida Bright y Garamond.

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