MEMORIAS DE LA GUERRA

MEMORIAS DE LA GUERRA GABRIEL MONTSERRATE MUÑOZ índice Capítulo 1: Estalla la Revolución 1. Capítulo 2: Primeros intentos de ir al frente 8. Ca
Author:  Jaime Ruiz López

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MEMORIAS DE LA GUERRA

GABRIEL MONTSERRATE MUÑOZ

índice Capítulo 1: Estalla la Revolución

1.

Capítulo 2: Primeros intentos de ir al frente

8.

Capítulo 3: Ingreso en el Cuerpo de Carabineros

17.

Capítulo 4: Retirada a Francia

36. ..

Capítulo 5: Regreso del exilio francés

40.

Capítulo 6: Destinado al parque móvil de Tarragona

45.

Capítulo 7: En el frente

55.

Capítulo 8: De permiso

66.

Capítulo 9: En la retaguardia

71.

Capítulo 10: Otra vez al frente

75.

Capítulo 11: Prisionero de guerra.......

93.

Capítulo 12: El martirio de San Marcos...!

Capítulo 13:

\

96.

_^

Salida del infierno

130.

Capítulo 14: Ya en Barcelona

137.

Capítulo 15: Ingreso en el ejército nacional

154.

Capítulo 16: Licenciado

225.

Capítulo 17: Mi lucha antifascista

232.

Páeina 1

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G. Monserrate

Memorias de la guerra

PRÓLOGO: Mi nombre es Gabriel Monserrate Muñoz, nací en Barcelona el 14 de diciembre de 1919. Presté mis servicios, como voluntario, durante toda la campaña, que duró nuestra causa, que fue la guerra civil española, que transcurrió desde el año 1936 hasta el 1939.Durante esos 3 años siempre estuve al servicio del ejército de la República. En el año 1937 ingresé en el Cuerpo de Carabineros, para ponerme a las órdenes del gobierno de la República. El motivo que me ha animado a escribir mis memorias ha sido, porque ya hacía muchos años que lo tenía en mi mente, y nunca me decidía a hacerlo. Pero ahora ya soy muy mayor y pienso que voy teniendo mis días contados, y antes de que llegue el fin de mi vida, quisiera expresar mis pensamientos y contar las experiencias vividas durante mi larga vida. Otro de los motivos que me ha llevado a escribir este libro

es

porque

siempre

me

ha

preocupado y me ha producido mucha ,

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FOTO DE CARABINERO

los medios de

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comunicación especialmente la televisión • de este país han tenido mucho interés en mostrarnos los horrores de la guerra y el trato que recibían los prisioneros en los campos de concentración nazis. Se ha escrito y se sigue escribiendo, además del innumerable numero de películas sobre este tema. Me duele mucho el olvido y el silencio de este país para con nuestros 1937 Fotografía con uniforme de cuando ingresé en el cuerpo Págtfligaiabmeros con 18 años.

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muertos y la suerte que corrimos muchos prisioneros de nuestra guerra civil. Nadie se ha atrevido nunca a hacernos, ni siquiera un recordatorio, de lo que pasamos los prisioneros españoles en los campos de concentración, en los batallones de trabajadores y las cárceles. Yo y muchos como yo, nos sentimos marginados. Pienso que todos los que contribuimos por aquella causa, y que dieron su vida por la misma y por un mañana mejor, que hoy lo están disfrutando nuestros hijos y nuestros nietos. No se nos ha valorado 3

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nuestro sacrificio y siempre hemos estado vivos. Pero al mismo tiempo, metidos en el baúl de los recuerdos, ya

1995 Fotografía actual

apolillados y olvidados, sin pensar que fuimos los promotores de esta democracia y la libertad, que hoy vive este país. La intención de escribir mis memorias, es solamente para sacar de dentro de mi, el mal estar que me producía el recuerdo que llevaba durante tantos años en mi mente yo solo. Y tenía muchas ganas de poderlo escribir, porque ahora ya estas páginas, para mi tienen mucho valor. Me siento como el que se confiesa y se saca un peso de dentro del cuerpo. Y ahora ya he lanzado mí confesión al viento y pienso que algunas personas serán participes del mismo. Me siento más tranquilo, porque sé que cuando yo esté muerto, todavía podrán saber algunas personas este libro y saber el trato que nos dieron las tropas del General Franco, a los presos que luchamos para conseguir la democracia que hoy tenemos en España, y que costó muchas vidas y sufrimientos. Doy gracias por haber conservado en mi memoria y darme tiempo a escribir esa fase de mi vida en la guerra y conseguir que no se pierda cuando yo falte Agradezco a mi nieto Daniel Monserrate Mitchell por haberme animado a escrbir mis memorias y brindarse a transcribir y corregir todo este libro ya que sin su ayuda me hubiera sido imposible. Desde el primer día que empecé a escribir estas memorias, siempre pensaba que este sería el motivo para que mis hijos, mis nietos y los nietos de mis nietos, si es que estas memorias se conservan, puedan recordar siempre como pensaba y lo que fue mi juventud. Estas memorias se las dedico a todos mis nietos, para que tengan siempre el recuerdo aquellos años cuando erais niños y que siempre que os reuníais conmigo me pedíais . -¡ Avi cuéntanos cosas de cuando estuviste en la guerra ! Página 3

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Y yo disfrutaba al veros boquiabiertos escuchándome. ..

Capítulo 1

BARCELONA

DOMINGO 19 DE JULIO- 1936 5 DE LA MAÑANA

Recuerdo que la noche antes, hicimos planes para marcharnos al otro día muy temprano. Mi madre aquella misma noche, dejó los paquetes de la comida preparados, para salir de buena mañana para la playa. Cuando a las cinco de la mañana, entró mi madre en la habitación y nos dijo: - No levantarse, que ha estallado la Revolución. Recuerdo que serían las seis de la mañana, oía el ruido de las sirenas de las fabricas, me asomé al balcón de mi casa y entonces vi muchos hombres y mujeres que se dirigían a los Sindicatos a recoger las armas para defender los derechos y la libertad de los obreros. Serían las ocho de la mañana, cuando salí a la puerta de la calle, fui caminando por la calle Navas de Tolosa hacía abajo hasta llegar a la calle de Rivas, con dirección al mercado del Clot. Al mismo tiempo llegó un coche con cinco personas, tres hombres y dos mujeres, todos vestidos de milicianos, ó sea, con correajes, mono azul y pistola. Cuando bajaron del coche, me llevé el primer susto, una de las dos milicianas tenía una pistola en la mano y se le disparó. Ese fue el primer tiro que sentí, de una guerra que duro tres años. En aquellos momentos, ya se empezaron a tomar decisiones, empezaron a levantar los adoquines de la calle para construir un nido de ametralladoras. Yo continué hacia la calle Navas de Tolosa, cuando iba caminando, me daba cuenta de que de todas partes de Barcelona, salía mucho humo y es que estaban ardiendo todos los conventos e iglesias que había en Barcelona.

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Mientras seguía caminando, pasó un autocar lleno de gente que iba pidiendo voluntarios, para ir al cuartel de San Andrés, porque los militares no querían rendirse, entonces yo me subí al autocar. Cuando llegamos a la Segrera, nos adelantó un motorista y nos paró, nos dijo que detrás nuestro venía un autocar de la guardia civil. Nos bajamos rápidamente, nos escondimos entre la maleza que había delante mismo de la estación del ferrocarril MZA. Estuvimos unos quince minutos, viendo que no venían, volvimos a subir a el autocar. Me encontré al mismo tiempo de subir, con un amigo. Cuando llegamos a los cuarteles, había un tiroteo muy grande, nos escondimos como pudimos en una bóvila de hacer ladrillos, que había delante del mismo cuartel, donde ahora hay una gasolinera. Estuvimos más de una hora esperando a que los militares que se habían sublevado contra la República se rindieran. Entonces vimos aparecer un avión, pasando por encima del cuartel, dejando caer unas cuantas bombas de mano y a los pocos minutos los militares sacaron la bandera blanca, se rindieron. Dicho avión lo pilotaba Felipe Días Sandino. Salimos todos corriendo, en dirección al cuartel y forzamos la puerta que daba a la carretera de Santa Coloma. Por fin pudimos entrar en el cuartel. Nosotros íbamos buscando las armas, nos encontramos en un jardín donde había un fuego muy grande en el que estaban ardiendo miles de pistolas. Fuimos a una nave que había muy grande y después de forzar la puerta, entramos dentro y estaban las estanterías con miles de fusiles, por fin pudimos lograr tener una arma. Mi amigo y yo salimos del cuartel con un fusil cada uno, cuando escuchamos un tiroteo bastante fuerte y no paraban de pasar coches llenos de gente con pañuelos de color rojo y negro, que pertenecía a la CNT y a la FAI. Al llegar nosotros a la calle Concepción Arenal, vino un señor corriendo, nos paró y nos dice: - Chavales, subir para Verdum que en la iglesia hay un tiroteo, porque no se querían entregar. Pero nosotros, hicimos ver que íbamos hacía ese lugar, se sentía tanto tiroteo, que dimos la vuelta y cogimos la Avenida Meridiana y bajamos por la vía del tren, para llegar a la calle Navas de Tolosa, que es donde vivíamos nosotros, ó sea, entre la calle Bofarull y Mallorca. Página 5

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Serían las dos de la tarde, subo a mi casa para comer llevando el fusil en la mano y me mira mí padre y me dice: - ¿ Qué es eso que llevas? - Un fusil. El enfurecido me contesta: - ¡ Tira eso a la calle ! - No, no lo tiro, porque lo quiero para defender la Revolución. - Bueno pues baja y déjalo detrás de la puerta de la escalera. Así lo hice. Subí y me puse a comer. Estando comiendo, llega el novio de mi hermana y dijo: - ¿ De quién es el fusil que esta detrás de la puerta de la escalera? - Es mío. - ¿ Me lo dejas mientras comes? - Si, pero termina enseguida. Termino de comer y no aparece ni el fusil ni el novio de mi hermana, me marché hacía la calle, cuando había caminado unos cuantos pasos, veo en todo

el cielo de

Barcelona, la humareda, seguía más fuerte, por la quema de conventos e iglesias. Anduve calle abajo, hasta llegar a la carretera de Rivas, y tuve una sorpresa y una gran emoción al contemplar que junto a la cuneta y por en medio de la calle había dos escopetas de caza, un sable y una pistola. Yo cogí una de las escopetas marchándome hacia la escuela de Clave. Cuando llegué allí vi que la iglesia que existe allí también se estaba quemando. En la misma carretera de Rivas, esquina con la calle Valencia, todos los que estábamos allí empezamos a levantar los adoquines y formamos una barricada delante del bar Roca y desde esta barricada no dejamos paso a los coches fantasmas ( estos coches se llamaban fantasmas, porque eran gente de la quinta columna que se dedicaban a tirotear por la calle, para que nos rindiéramos). Por la tarde, pasó un coche de los mencionados fantasmas y en la misma calle de Rivas, esquina con la calle Espronceda, mataron a una muchacha que pasaba en aquel momento. Aquella noche la pasamos de guardia sin movernos de allí. A la mañana siguiente, día 20, me marché caminando hacia el centro de Barcelona, observando como ardían todavía las iglesias. Me encontré con una que está situada en el paseo de San Juan esquina a la calle Valencia. Tenía expuestos contra la pared, quince Página 6

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o dieciséis esqueletos, entre ellos varios de niños que habían sido desenterrados dentro de la misma iglesia. A continuación pasé por la Sagrada Familia y al entrar por la puerta del jardín, había un ataúd de madera forrado de zinc. Estaba abierto y se veía el cadáver embalsamado de la marquesa que regaló los terrenos para construir la Sagrada Familia. Seguí caminando hacia el centro y no paraban de pasar coches patrullando y tocando los clàxons. Estos coches todos llevaban en el techo un colchón de lana, para reservarse un poco de los tiros desde los balcones, terrados y ventanas, porque había mucha gente que se resistía y todos los coches llevaban las siglas a los laterales de la CNT- FAI, porque en aquellos momentos este Sindicato controlaba la ciudad y no paraban de patrullar buscando coches fantasmas. Cuando se encontraban con un coche de estos, se formaba un tiroteo y siempre terminaban cogiéndolos presos o matándolos, entonces le pegaban fuego al coche. Mientras iba caminando, llegué a la calle Gerona y vi que en aquel momento bajaban por en medio de la calle, un grupo de militares que los mandaban unos oficiales. Llevaban cinco o seis cañones medianos y se dirigían a la plaza Cataluña. Pero entonces como el pueblo ya estaba armado, les hicimos el alto. Hablamos con los oficiales, les dijimos que ya no tenían nada que hacer y después de mucho hablar y amenazar, se dieron la vuelta y se marcharon hacía el cuartel. Yo seguí caminando y conforme iba cruzando las calles me encontraba con mucha gente, que, desde dentro de las iglesias tiraban los muebles y los santos por las ventanas y balcones. Entré en una de estas iglesias y vi como la gente con sillas y palos, rompían los santos y otros apilaban los bancos y sillas en medio de la iglesia prendiéndole fuego, ó sea, que aquel día parecía la verbena de San Juan. Aunque había alguna iglesia que todavía se resistía, pegando tiros. Cuando se rendían, si habían monjas, les daban ropa de la calle y las dejaban que se marcharán donde quisieran y a los curas que se resistían, se los llevaban presos y por la noche les daban el paseo ( el paseo quería decir que los llevaban a la carretera de la Rabassada o a la riera de Horta, cerca del campo de la Bota donde los mataban) . En mi caminar llegué a la plaza Cataluña, me encontré que habían siete u ocho caballos muertos, de los combates que tuvieron horas antes. Al bajar por la rambla, en la misma esquina de la plaza Cataluña con la rambla, me encontré con cientos de extranjeros que subían en formación, con el puño en alto, cantando el himno de la internacional, pues este año se tenían que celebrar las Página 7

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olimpiadas en Barcelona y les pilló la Revolución. No se celebraron y se marcharon a sus países. Continué caminando Rambla abajo y tuve un gran susto, pues en aquel momento salió un coche fantasma. Lo fueron persiguiendo y cuando llegó cerca del monumento de Colón los cogieron. En el mismo lugar, había dos coches más que también los habían detenido momentos antes, pero se hicieron fuertes durante el tiroteo, los mataron y se incendió el coche con ellos dentro. Mientras estaba observando los coches quemados, me dijeron que horas antes había habido unos combates contra los cuarteles de Atarazanas, porque no querían rendirse. Al rato de estar luchando, viendo que no podían resistir los militares que había dentro del cuartel sacaron bandera blanca y en aquel combate se encontraba luchando uno de los líderes de nuestra causa que se llamaba Ascaso, que al ver la bandera blanca se adelantó y le dispararon cayendo muerto frente el cuartel, en la puerta de un cabaret, que le llamaban Las Leandras. Durante toda la guerra, se depositaron flores y coronas en el lugar donde cayó muerto. Recuerdo que a los pocos meses, se casó mi hermana, también le llevó el ramo de novia a este valiente que siempre será recordado como un gran líder de nuestra Revolución, su nombre completo era FRANCISCO ASCASO. El otro compañero muerto en Madrid, a traición, se llamaba, BUENAVENTURA DURRUTI, estos dos compañeros fueron los maestros de la Revolución española ( más adelante hablaré de la hazañas de Durruti) . Recuerdo que el domingo siguiente, por la mañana temprano, me fui a la playa al campo de la Bota a bañarme y no veía nadie en toda la playa, entonces pensé: - ¿ Qué raro un domingo de verano por la mañana y nadie en la playa? Empecé a mirar por todos los lados y a mi derecha, a lo lejos, vi que había cientos de personas. Cogí mi bicicleta caminando por la arena y me acerqué al grupo de gente, entonces me di cuenta de que estaban esperando que viniera un autocar con los milicianos, porque aquella mañana tenían que fusilar a cuatro personas que se habían hecho fuertes contra la Revolución. Tenían colocada una cuerda para que no pasará nadie, ó sea, que la cuerda estaba colocada para separarnos del lugar del fusilamiento. Me acerqué a la cuerda y vi que en el suelo tenían cuatro ataúdes apilados de color negro. Entonces llegó el autocar con los milicianos y los cuatro presos que tenían que fusilar aquella mañana. Página 8

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Bajaron del autocar los cuatro presos, pasaron delante mío y se colocaron de espaldas al mar y de cara a nosotros. Eran cuatro muchachos, de unos 30 o 35 años. Entonces el oficial que se cuidaba de dar las órdenes de disparar, se acercó con unos pañuelos blancos en la mano y les dijo que si querían taparse los ojos y contestaron que no. Entonces uno de los cuatro se adelantó y fueron abrazándose entre ellos. En ese momento, cuando ya se habían abrazado, habían dieciocho milicianos delante de ellos. Entonces el oficial les dio órdenes de posición. Se colocaron ocho de pie y ocho de rodillas en tierra. Cuando vi que se colocaban en posición de disparar, quise marcharme, pero como no se movía nadie me quedé en primera fila, entonces el oficial dijo: - Carguen, apunten, ¡ fuego ! Cayeron tan rápidos como un abrir y cerrar de ojos. Cuando estaban en el suelo muertos, se acercó el oficial con una pistola en la mano y le pegó un tiro a cada uno en la cabeza. Entonces los cogieron y fueron poniéndolos a cada uno en un ataúd. Pero uno de ellos cuando estaba dentro, todavía se movía, tuvieron que darle otro tiro en la cabeza para rematarlo. Cerraron los ataúdes y los cargaron en un camión y se los llevaron al cementerio. Aquel día fue tan triste para mí que ya no pensé en bañarme. Me fui muy pensativo hacia mi casa por lo que había presenciado, pues todavía hoy, me parece un sueño. ****************************************************** Del 19 al 23 de julio, recuerdo que toda España estaba a favor de la República. La bandera española fue sustituida por la bandera de la República, pero en esas fechas empezó el martirio del pueblo español. El general Franco, apoyado por varios militares fascistas, se trasladaron a Melilla para reclutar voluntarios para la lucha contra la República española. Reclutaran a los moros, que se alistaban voluntarios a miles. Se embarcaron para desembarcar en Andalucía a las órdenes de los militares fascistas. El desembarco que hicieron tuvo éxito, se apoderaron de toda Andalucía en pocos días y a las órdenes del general fascista Francisco Franco, empezó la lucha contra la República. En todos los pueblos que iban tomando las fuerzas franquistas, cuando denunciaban que algún obrero pertenecía a algún Sindicato, sin pedir explicaciones los cogían y les ataban las manos y los tiraban vivos dentro de los pozos. A otros les hacían cavar una fosa. Cuando la tenían hecha los ponían frente de la misma, los mataban y los enterraban. En todos los pueblos que iban tomando, nada más que dejaban viudas. Página 9

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Los republicanos también empezamos a formar un ejército para luchar contra Franco. Recuerdo que el primer tren de voluntarios que salió hacia el frente, salió de la estación del Norte. Iba cargado de hombres y mujeres, iba tan cargado que la máquina no se veía. En los vagones de atrás, llevaban algunos cañones. Este tren de voluntarios fue para tomar el primer frente de guerra, para contener los fascistas en el frente de Aragón. Cuando Franco vio que nosotros empezamos a formar un ejército y que podíamos hacerle perder la guerra, solicitó ayuda de los alemanes y los italianos. En Alemania gobernaba Hitler, el cual, le mandó técnicos de todas las clases, todos los aviones que necesitó y armamento de todo tipo. También pidió ayuda a los italianos, entonces en Italia gobernaba Mussolini, el cual, le mandó todas las tropas que le hicieron falta. Entonces nosotros, los republicanos, empezamos a pedir voluntarios del pueblo y acudimos en masa. Recuerdo que yo tenía 17 años y fui a apuntarme voluntario. Como era menor de edad no quisieron apuntarme. Fui a todas las oficinas de voluntarios y no me querían por la misma razón.

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Capítulo 2

Pero una mañana, me enteré que iba a salir un tren de voluntarios hacia el frente de Aragón. Aquella mañana fue la ocasión para marcharme voluntario al frente. Nos ajuntamos cinco amigos que también eran menores de edad y nos subimos al tren que marchaba, aquella semana, hacia el frente. Cuando llegó el tren a Lérida, nos esperaban unos autocares para trasladarnos hacia las trincheras. Como nosotros no podíamos ir dentro del autocar, cuando iba a arrancar nos subimos por una escalerilla que llevaba detrás, al techo, escondidos entre los cascos, macutos y mochilas. Cada 25 o 30 kms. había un control de soldados. Cuando veíamos que íbamos a llegar, yo les decía a mis amigos: - ¡ Agacharse ! Pásrina 11

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Entonces me quedaba yo solo mirando. Como llevaba un casco de hierro puesto, no parecía tan joven. Los del control revisaban el autocar y desde abajo me decían: - ¡ Como va eso de allí arriba ! - ¡ Todo va bien ! Mientras, mis compañeros se escondían entre los macutos y mochilas. Cuando llegábamos a otro control, yo les decía a mis compañeros: - ¡ Agacharos que viene otro control! Así llegamos al pueblo de Bujaralos. Serían las cinco de la tarde, cuando llegamos a este pueblo ya mencionado. Aquí estaba el cuartel general del frente de Aragón. Aquella misma tarde, nos dirigimos al jefe de todo aquel sector, que era Pablo Sants, uno de los ayudantes de Durruti. Y nos presentamos a él. - ¿ Qué queréis? - nos preguntó -. - Venimos para apuntarnos voluntarios para el frente - le dije yo -. Nos preguntó la edad que teníamos cada uno y como todos teníamos unos 17 años, nos dijo que no, porque éramos muy jóvenes, pero me miró a mí y a otros dos y dijo: - A vosotros tres, que sois más altos, venir mañana por la mañana y os apuntaré a los tres, pero si vais a venir los cinco, no apunto a ninguno. Entonces les dijimos a los otros dos amigos nuestros, que no vinieran al otro día con nosotros. A la mañana siguiente, cuando ya estábamos apuntados los tres, llegaron los otros dos y entonces dijo el oficial: - Por haber venido los cinco, no apunto a ninguno, ya podéis marcharos hacia Barcelona otra vez. Pero esa misma mañana salía el autocar que había pasado la noche en este pueblo y salía hacia el frente. Nosotros en vez de marcharnos a Barcelona, nos volvimos a subir a el autocar que ya se marchaba hacia el frente y mis compañeros se escondieron entre los macutos y paquetes del techo, de nuevo. Por esa zona había muchos controles, porque todo aquel territorio era zona de guerra. Portados los controles que pasábamos nos paraban y me preguntaban: - ¿ Por allí arriba, va todo bien? - Sin novedad. Páeina 12

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El autocar seguía adelante. Cuando llegamos al frente, bajamos del autocar sin que nos viera nadie y vimos que era un pueblo que estaba abandonado, no recuerdo si se llamaba Monteoscuro o Farlete. Caminamos entre medio del pueblo y vimos a un soldado con un fusil en la puerta de una casa. Fuimos derechos hacia él y nos hecho el alto. - ¿ Vosotros que sois? - nos preguntó -. - Somos del bando republicano - le dijimos nosotros -. Bajo el fusil y nos dijo: - ¿ A que compañía pertenecéis? Le explicamos como habíamos llegado aquí. Dentro de esta casa había cinco o seis soldados más, que salieron al ver que es lo que pasaba con nosotros, porque resulta que la casa era una intendencia. Como ya era casi la una del mediodía, nos dieron unas cuantas patatas y una docena de huevos y nos dijeron: - Ahora vamos a cerrar, porque nos vamos a comer. Entrar en cualquier casa de estas, que está abandonada y os hacéis la comida. Cuando terminéis de comer venir aquí a la puerta que os apuntaremos para quedaros en este frente con nosotros. Enseguida que terminamos de comer, nos marchamos hacia aquel lugar, estaba el soldado en la puerta y nos dijo: - Esperaros un rato que abran el despacho. Serían las cuatro de la tarde, cuando nos llamaron. - ¿ Quién son los dos mayores? - nos preguntaron -. - Nosotros - dijimos otro y yo -. - Bueno, venir los dos. Y nos subieron en un coche, también subieron dos milicianos con un fusil cada uno. Se sentaron uno a cada lado de nosotros y arrancó el coche en dirección al camino por el que habíamos venido. Nosotros estábamos callados y muy asustados, no sabíamos lo que nos pasaría. Nos llevaron al mismo sitio desde donde salimos por la mañana a las oficinas del mando. Pararon el coche delante de las oficinas, salieron cuatro oficiales, entre ellos también salió el jefe de aquel sector a quien nos dirigimos antes, ó sea, Pablo Sants. Cuando nos vio que éramos nosotros, nos dijo: - ¿ Pero no os he dicho esta mañana que os marcharais para Barcelona? Pues os habéis librado de una buena, creíamos que erais de la parte fascista. Página 13

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En ese momento, llegaron los otros tres en otro coche, entonces les dijo Sants: - ¡ Venga dos milicianos con fusil y acompañar a estos cinco chavales, hasta el control y no dejarlos solos ni un momento hasta que se suban a un camión, mientras no arranque el camión, no marcharse ! Así lo hicimos. Llegó un camión cargado de madera y nos subimos arriba. Cuando arrancaba el camión, me fijo en uno de mis amigos, al cual le había dejado un casco de hierro que era mío, y no lo llevaba. - ¿ Donde está el casco? - le pregunté -. - Ese del control me lo ha quitado. Entonces dando un salto me bajo del camión y me acerco al control y le digo al que se lo había quitado: - ¡ Dámelo ! - No porque a ti no te hace falta. - ¡ Si no me lo das, no me marcho ! - Pasa y cógelo. Y al mismo tiempo, cargaba el fusil y me apuntaba a la cabeza, y le dije señalándole las montañas donde estaba el frente: - ¡ Allí tienes que ir a apuntar con el fusil, enchufado de mierda ! Me cogieron entre dos y a empujones me subieron al camión. - Arranca y no pares hasta llegar a Barcelona - le dijeron al chófer -. Cuando bajábamos por la carretera, me di cuenta que en los laterales de la carretera, había varios cañones y milicianos. Cuando llegamos a Fraga nos dijeron que no se podía pasar, porque en Barcelona había estallado una contrarrevolución, por eso estaban esos cañones y milicianos, preparados para bajar hacia Barcelona. Se estaba haciendo de noche y no teníamos donde dormir. - Vamos a la orilla del río Zinca que pasa por en medio de Fraga y nos hacemos una cabana para pasar la noche - pensamos todos -. Cuando la estábamos haciendo, se acercó un señor. - ¿ Qué estáis haciendo muchachos? - nos preguntó -. Le contamos el caso que nos pasaba. - Venir conmigo - nos dijo -. Pásnna 14

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Aquel señor tenía una serradora que estaba allí mismo cerca del río y nos llevó a una torre muy bonita, y nos dijo: - Pasar. Entramos hacia dentro y le dijo a su señora que nos preparara la cena. - Si queréis, allí tenéis un cuarto de baño. Podéis lavaros el que quiera - nos dijo él -. Nos pusieron la cena, cuando terminamos de cenar, nos señaló: - Mirar, allí tenéis tres habitaciones, repartírselas para los cinco. Al otro día cuando nos levantamos, ya teníamos el desayuno en la mesa. Cuando terminamos de desayunar, le dimos las gracias y nos marchamos hacia el puente. Otra vez paramos el primer camión que pasó en dirección a Barcelona. Cuando llegamos a Barcelona nos contaron lo que había pasado. Pues fue que la guardia de asaltos y algunos Sindicatos tuvieron un tiroteo bastante fuerte. Murieron varias personas, pero la lucha solo duró un día, mientras nuestra guerra seguía. Franco y sus fascistas cada día que pasaba, tenían más fuerza, los alemanes continuaban mandándole tanques, cañones y aviación. Mientras nosotros cada vez íbamos peor, porque habían muchos partidos y todos querían mandar, por ese motivo no nos mandaban nada los gobiernos extranjeros. Recuerdo que el primer barco que vino aquí a Barcelona, era ruso, cargado de material de guerra. Todos los partidos se presentaron en el muelle y subieron al barco. Empezaron a discutir que si el material es para mí y el otro partido diciendo lo mismo. - ¡ Todo el mundo abajo ! - dijo el capitán del barco -. Se marchó sin descargar. En vista que pasaban estos casos, el gobierno que se había formado con la República, dijo: - Se ha terminado, no queremos que pasen más casos tan vergonzosos como éste. Es cuando se empezó a formar un ejército que pusiera orden y lo respetarán. Por aquellas fechas ya nos iban reconociendo algunos países, pero muy pocos, los ingleses mismos formaron un comité de no intervención y ayudaban más a los fascistas, que a nosotros. Tenían anclado un barco de guerra a las afueras del muelle de Barcelona, durante toda la guerra y nunca se metieron con el general Franco, que sus aviones venían todos los días a bombardearnos hasta tres o cuatro veces al día. Ahora continuo con uno de los casos que me pasó a mí. Páaina 15

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Pidieron voluntarios para desembarcar en Mallorca, porque estaba en poder de los fascistas. Entonces un amigo mío que se llamaba Juanita me dijo: - ¿ Vamos ha apuntamos para desembarcar en Mallorca? -Si. Nos fuimos al cuartel de Carlos March, que es el que está al lado del parque de la Ciutadella. Nos dirigimos a las oficinas y nos apuntaron y nos dieron toda la ropa necesaria, porque aquella misma noche teníamos que embarcar, para desembarcar al otro día. Cuando estábamos en el cuartel esperando, porque ya no podíamos salir a la calle, veo que vienen mi padre y mi madre. - ¡ Vamonos para casa ! - me dijeron -. -No. Entonces se van hacia las oficinas y piden por el oficial de guardia, vienen los tres donde estaba yo, me llama el oficial y me dice: - ¿ Tú ya sabes donde vas? ¡ No es ningún bautizo ! - Ya lo sé. Voy a luchar contra el fascismo. Entonces el oficial le dice a mis padres que me quedo aquí y no me voy con ellos. Mis padres se marcharon, pero serían las siete de la tarde, estábamos subidos en el autocar para marchar al muelle para embarcar, veo a mis padres que vuelven acompañados de un señor amigo de la familia que era un comisario de guerra. Hablaron con el mismo oficial con el que habían hablado por la mañana, vino hacia mí y me dijo: - Ya puedes marcharte para casa. Yo muy cabreado doy un salto y me bajo del autocar. Entonces mi compañero también salta y dijo: - ¡ Si éste se marcha, yo también me marcho ! Nos fuimos para casa, pero yo al día siguiente no quería levantarme de la cama y ni quería comer, todo el día me lo pasaba de mal humor, protestaba por todo y así transcurrieron unos días. Recuerdo que una de esas tardes, estábamos unos cuantos amigos en la puerta del bar hablando de lo que estaba pasando, cuando de pronto oímos una explosión muy fuerte. Nos asustamos mucho, pero al otro día fuimos donde tuvo lugar la explosión y pudimos comprobar que fue un cañonazo que lanzó un barco, me parece recordar que fue el Canarias. Esta fue la primera bomba que lanzó Franco en Página 16

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Barcelona. Recuerdo que el proyectil hizo un boquete muy grande en un cine en la calle Valencia, que se llamaba Trianon. A partir de aquella fecha, ya no paraban los bombardeos. Yo continuaba con mí mal humor, porque no podía marcharme al frente. Pero un día por la mañana que estaba yo en la cama, pican en la puerta y veo que era mi primo Diego que me dice: - ¿ Quieres venirte conmigo? Me he encontrado con tu madre, me ha contado como estas estos días, que está aburrida contigo, pues mira, yo vengo para decirte que me marcho voluntario a un batallón de fortificaciones. - Me marcho contigo - le contesté -. Entonces nos marchamos al cuartel que hay al principio de la Gran Vía, que se llama cuartel Durruti. Desde allí salimos hacia el frente de Teruel. Nos llevaron hacia el pueblo de Alcañiz y estuvimos un día. Al día siguiente nos trasladaron a un pueblo que se llamaba Alcoriza. Cuando llegamos al pueblo dieron un pregón para todo aquel que tuviera sitio para darnos alojamiento, que lo dijera. Mi primo y yo nos alojamos en una casa de una familia que nos trato muy bien. El tiempo que estuvimos en Alcoriza, les ayudamos en los trabajos del campo. A la semana siguiente vinieron unos camiones y nos trasladaron pasando por el pueblo de Montalbán, siguiendo por las minas de Utrilla, pasando por el pueblo de Baldeconejos y Sondelpuerto, hasta llegar al pueblo de Cervera del rincón. Es un pueblo que tiene unas 15 casas. A nosotros nos alojaron en los pajares, que eran muy grandes. En cada pajar cabríamos unos 30 soldados, el pajar solamente era para dormir. Al día siguiente nos formaron y nos llevaron caminando hacia terreno de nadie. Los ingenieros nos marcaron en la montaña las trincheras que teníamos que hacer. Lo primero que hicimos fue un nido de ametralladoras muy grande, cubierto de tierra, el cual nos servía de refugio para nosotros. Cada día por la noche, bajábamos al pueblo a dormir, pero una mañana cuando nos despertamos, nos encontramos que había nevado más de dos palmos. Hacía mucho frío y nos dijeron: - Hoy nos vamos a otro lado del pueblo para hacer más trincheras. Empezamos a caminar montaña hacia arriba, caminando sobre la nieve. Cuando llegamos al punto de trabajo, el sargento pidió un voluntario para bajar al pueblo a buscar el rancho. - ¡ Yo iré ! - le dije -. Página 17

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Tenía que caminar como una hora y media para bajar y lo mismo para subir. Empecé a caminar para el pueblo y no paraba de nevar, como que no había carreteras y estaba todo tan blanco, tenía que guiarme con el campanario de la iglesia que lo divisaba desde muy lejos. Recuerdo que pasé por delante del cementerio, como nevaba mucho descansé un momento en una salita que había, en el mismo cementerio, estuve como un cuarto de hora. Cuando salí caminaba más ligero, porque desde allí hasta el pueblo había un buen camino. Cuando llegué a la iglesia, que es donde estaban instaladas las cocinas, me presenté. Me dieron dos depósitos vacíos de los que se emplean para la leche y me dijeron: - Ves al cocinero que te lo llene de comida. Recuerdo que eran lentejas con arroz. - Coge una burra de las de allí y también coge una sarria - me dijo el cocinero -. Le pusimos encima de la burra la sarria y le cargamos los dos depósitos con la comida. Yo cojo la burra por la rienda y nevando como estaba, me voy por el camino por el que había venido. Cuando llego al cementerio, me paro otra vez en la misma salita, pero me encuentro que había un fuego encendido, estuve calentándome un poco. Salí hacia fuera, cojo la burra, como que se hacía tarde le doy un golpe con la mano en la espalda y la burra empieza a pegar coces y saltos, se da la vuelta y sale corriendo con dirección al pueblo y yo corriendo detrás de ella hasta que la perdí de vista. Pero como estaba nevado, fui siguiendo el rastro de las lentejas y el arroz y el de las patas que iba dejando. Llego al pueblo y me la encuentro en la puerta de la iglesia con dos hombres. Les conté lo que me había pasado y me dijeron que como no me conocía, se asustó. Cogieron otra mula, le pusieron más comida nueva y el mismo dueño de la mula, fue a llevar el rancho y yo me quedé en el pueblo. A los diez días de estar aquí, vinieron los asimiladores que nos traían el correo o algún paquete que te mandaba la familia. Nos llaman a mi primo y a mí, y nos dicen: - Coger la ropa y todo lo que sea vuestro, que os venís con nosotros para Alcañiz, que os reclaman desde Barcelona por ser menores. Cogimos todo lo nuestro, subimos a una mula cada uno y nos marchamos hacia Alcañiz, pero antes pasamos por Montalbán. Estuvimos tres días y a los tres días nos llevaron a Alcañiz y desde aquí a Barcelona. Llegamos al cuartel de donde salimos, nos dicen que nos dan de baja porque nos reclama la familia, y ya me tienes otra vez en Barcelona. Página 18

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No había manera de quedarme un mes seguido en un frente. En vista de que me mandaban para casa cada vez que me marchaba, pensé que, como me faltan tres meses para cumplir los 18 años, me esperaré a cumplirlos y entonces iré donde quiera. Me marché a trabajar, pero en Barcelona era imposible vivir, porque la aviación bombardeaba cada día y siempre morían muchas personas. Recuerdo que un día que serían la doce o la una del mediodía, empezaron a sonar las sirenas y en aquel momento pasaba un tranvía lleno de personas. Al oír las sirenas se refugiaron en un edificio que había en la Gran Vía, esquina a la calle del Bruch. Cayó una bomba encima y se hundió todo el edificio, hubieron más de 50 muertos. La aviación venía a todas horas, de día de noche, estaba durmiendo y tocaban las sirenas. Te tenías que marchar al refugio corriendo, algunas noches venía incluso tres o cuatro veces. La gente hacía la vida en los refugios y en el metro. Las estaciones del metro estaban llenas de camas, cada uno tenía su sitio con la cama. Cuando venía la aviación, casi siempre entraba por encima del campo de la Bota, entonces empezaban los cañones antiaéreos y las ametralladoras, que estaban en los sitios más altos de la capital. Los cañones estaban instalados en las montañas del Carmelo y en el castillo de Montjuïc. Cuando entraban los aviones, empezaban a disparar y entre los cañonazos y las bombas te volvías loco. Recuerdo que un domingo por la mañana, vinieron tres aviones italianos, y nos bombardearon, pero no recuerdo bien si fue del campo de aviación que hay en Sabadell, despegó un caza persiguiendo a los tres aviones que ya habían descargado las bombas. Dos se marcharon en dirección a Palma de Mallorca pero el tercero lo alcanzó el caza nuestro, como estaba tocado en vez de marcharse hacia Mallorca se marchó por encima del río Besos, cayendo por aquellos alrededores. Aquel domingo toda la gente era un desfile para ver donde había caído. Según me dijeron la personas que fueron a verlo, vieron que había dos italianos muertos, aquel día fue una alegría para nosotros.

Capítulo 3

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Ahora llegó mi ocasión, cumplí los 18 años, entonces ingresé voluntario en el cuerpo de Carabineros, porque era la única manera que podía conseguir de llegar al frente y que no me reclamaran mis padres porque a todos los frentes que iba, como antes tenía 17 años y era menor de edad, si me reclamaban tenía que volver siempre otra vez para casa. Cuando me hicieron el reconocimiento para ver si era útil para dicho cuerpo, tuve una sorpresa. Me dijeron que no podía ir al frente, porque tenía los pies planos ( yo que me apunté a este cuerpo para poder ir al frente) . Entonces me dijeron que iba al parque de automovilismo y me dejaron en Barcelona y me destinaron para la requisa de todos los coches civiles y militares que no tuvieran los papeles en regla en toda Cataluña. Estos coches que yo requisaba, todos los mandaban al frente para el servicio de guerra. Tuve muchos follones a la hora de pedir la documentación, cuando eran oficiales se negaban a escucharme. Cuando me parecía paraba mi coche en medio de la Avenida Diagonal, al otro lado de la plaza Macià viniendo de Pedralbes. Cuando pasaba algún coche sospechoso, le hacía el alto y le exigía la documentación, si no la tenía en regla, le requisaba el coche. Cuando me parecía, entraba entre los jardines de Pedralbes y siempre había alguna pareja metidos en algún coche que no tenía los papeles en regla. Entonces yo le hacía la hoja de requisa y este coche pasaba al servicio de guerra. Recuerdo que una de las veces que estaba controlando en la Diagonal, venía un descapotable a toda velocidad con dirección a Barcelona. Le hice el alto y no paró, yo vi que iban cinco militares, entonces puse mi coche en marcha y los perseguí por la Diagonal y Paseo de Gracia hasta la Ramblas, y allí vi el coche parado delante de la granja Oriente. Entré dentro y vi cinco militares sentados en una mesa, me acerqué a ellos y les dije si aquel coche era de su propiedad, me contestaron que si.

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Los militares eran de graduación, un comandante, dos capitanes, un comisario y el otro no recuerdo. Los cinco vestían cazadoras de piel, correaje y pistolas, todos con barba. Entonces les dije si no vieron que les había hecho el alto y me dijeron que no, pero con un poco de guasa mirándose entre ellos y riéndose en plan de desprecio. Entonces un poco cabreado, les dije que me enseñaran la documentación del coche, ellos sonriendo me dijeron que no. Después de discutir bastante tuve que telefonear a la comandancia, al capitán, que era muy amigo mío y le conté el caso. Me preguntó donde estábamos, se lo dije y me contestó que ya venía. Cuando llegó, venía con dos carabineros, entramos hacía dentro y se los presenté, entonces mi capitán les dijo que porque no hicieron caso cuando les hicieron el alto. Dijeron que no me habían visto, les contesté que si porque me miraron volviendo la cabeza, entonces uno de ellos contestó ya en un tono más pacífico: - Mire nosotros estamos en el frente de Madrid, tenemos tres días de permiso y hemos pensado, vamos a Barcelona a tomarnos una cerveza. Entonces mi capitán les contestó que eso no les impedía el haber parado. - Porque ustedes podían ser de la quinta columna cosa que todavía tengo que comprobarlo - les dijo levantando la voz -. Y uno de ellos contestó: - Nosotros estamos en el frente jugándonos la vida cada día para que ahora nos digan que somos fascistas. - ¿ Tienen la documentación del coche? Le contestan que no. - Vamos a la comandancia para aclararlo todo - dijo el capitán -. Pero ellos parecían que querían resistirse, y mi capitán les dijo: - No quiero dar aquí un espectáculo y tener que detenerlos, porque la gente está pendiente de nosotros. Salimos a la calle, subimos a los coches y nos repartimos, dos de ellos conmigo, uno con el capitán y los carabineros, los otros dos solos en su coche. Llegamos a la comandancia que estaba situada en la Diagonal. Subimos hacia arriba, y empezaron a pedir disculpas y mi capitán les dijo: - Yo se lo que pasa, estamos acostumbrados a la libertad que hemos tenido con la Revolución, que cada uno hacía lo que quería, robaba, pegaba fuego o mataba y todo Página 21

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esto se ha terminado, si queremos ganar esta guerra y que los gobiernos extranjeros nos respeten, tenemos que organizar bien un ejército disciplinado. - Tiene mucha razón, nos queda un poco de aquellos días de tanta libertad y no se olvida en tan poco tiempo - le contestó uno de los cinco militares -. Y en un plan más amistoso: - Tenemos que colaborar todos unidos si queremos que triunfe la República. En ese momento me mira mi capitán: - Ya te puedes marchar Monserrate y te felicito por el servicio que has cumplido. Cuando me doy la vuelta para marcharme, uno de los cinco militares me pone la mano en el hombro y me dice: - Compañero no ha pasado nada ¡ salud ! A continuación, me dan la mano los otros cuatro y me marcho. A los pocos días me enteré que se solucionó bien, les hicieron un permiso para poder circular, ó sea, la documentación del coche. Otro caso que me pasó fue el siguiente. ****************************************************** Mandaron una denuncia a la comandancia de un médico de Tiana, que tenía un coche sin documentación. Me dan el parte y me marcho para Vilassar. Llego a Tiana y me dirijo a la casa de este médico. Pico en la puerta y sale una señora y le pregunto por el doctor tal, y me contesta que no está en este momento - ¿ Sabe si tardará mucho? Y me contesta: - Acostumbra a venir un poco tarde, porque él está trabajando en el Hospital Clínico curando los heridos que vienen del frente. Estuve esperando un ratito, se empezaba a hacer de noche, pensé: - ¡ Me marcho ! Cuando iba por la carretera, veo los focos de un coche le hago señales para que pare y no para, entonces doy la vuelta para seguirlo. Cuando llego al pueblo de nuevo, veo el coche parado en la puerta del Ayuntamiento. Bajo del coche, subo para el Ayuntamiento y veo seis o siete hombres reunidos que estaban discutiendo y pregunto: - ¿ El doctor tal? Página 22

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Se dirige a mí uno muy disgustado. - Soy yo, - me dice - me figuro que viene para lo del coche, en estos momentos estoy discutiéndolo con esta colla de pepas que no sirven para nada, porque resulta que el que me ha denunciado, es un señor que tiene una farmacia en Validaren la carretera general, que tiene su coche siempre parado en la puerta, como somos los dos únicos civiles que tenemos coche por estos alrededores y quiere ser el único, por eso me denuncia. Pero yo lo necesito para desplazarme a Barcelona a curar heridos que vienen del frente. Y le contesté: - No se preocupe, - le contesté - no hace falta que me diga nada más, esto lo arreglaré yo. Aquel señor se puso muy contento. - Véngase a casa, - me decía - que cenará conmigo. Le dije que no. - Pues venga que le daré un poco de tabaco. Le insistí que no, que era muy tarde, nos despedimos me dio las gracias y me marché. Cuando llegué a la carretera de Vilassar, veo un coche parado en la puerta de una farmacia, aparco el coche y entro preguntando: - ¿ De quién es el coche que está en la puerta? Y el amo me contesta con un poco de chulería: - Mío ¿ qué pasa? - ¿ Tiene la documentación? Me la enseña y la tiene en regla, éste fue el que denunció al médico de Tiana, no pude hacer nada para fastidiarle.

Seguí haciendo este servicio durante cuatro meses, ya no me quedaban coches que requisar y pedí el traslado a la escuela para aprender mecánica. Esta escuela estaba en el edificio de lo que era el casino de juego de Barcelona, al final de la Rabassada donde tenía el final el tranvía. En esta escuela me puse al corriente para conducir camiones de gran tonelaje. Me asignaron al garaje Mallorca que está situado en la calle Mallorca y me destinaron un camión marca Ford. Me dijeron que fuera para el puerto y me presentará Página 23

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en las oficinas. Entonces me mandaron a una nave que me cargaran el camión de trigo. Lo cargaron y me dieron la dirección donde tenía que llevarlo. Entonces marché para la calle de Rivas, donde estaba situada la harinera que tiene el nombre de la Merced, al lado del paso a nivel del tren. Estuve todo el día haciendo viajes del muelle a dicha harinera, aquel día lo pasé todo de esta manera. Al día siguiente volví al mismo trabajo, hasta el mediodía cuando marché a casa a comer. Serían las cuatro de la tarde que me fui para el garaje otra vez y me dijeron: - De momento no hay nada para hacer pero quédate por si hubiera algún servicio. Era un sábado por la tarde, entonces me dijeron: - Mañana domingo por la mañana, debes ir con este camión ( un camión ruso que le llamaban katiuska, la marca de este camión era 3 H C). Al día siguiente, domingo, saqué el camión del garaje y me marché para el muelle, me presenté en las oficinas y entonces me enviaron a cargar el camión del carbón de un barco. Me lo cargaron para llevarlo a la compañía del gas, que está en la Barceloneta. Mientras lo descargaban me puse a almorzar y cerré los cristales porqué hacían mucho polvo al descargar pero conforme iban descargándolo, los trabajadores se tiraban pedazos de carbón jugando. Pero una de las veces vi como salían corriendo y se ponen debajo de unas tolvas y empiezan a hacerme señales con las manos. Yo no hacía caso creyendo que seguían jugando, pero bajé el cristal y enseguida me di cuenta que tocaban las sirenas porque la aviación venía a bombardear. Bajé rápidamente y me puse con ellos, en aquel instante empezaron a caer las bombas de los aviones fascistas viniendo a caer una de las bombas justo encima de las tres tolvas que estaban sobre nuestras cabezas taladrando dos de las tolvas, explotando en la tercera que era la última, eso es lo que nos libró de la muerte. De la explosión caímos todos al suelo, en ese momento creí que ya no lo contaba. Cuando pasó el peligro y tocaron las sirenas de nuevo, miramos por arriba y vimos las tolvas hechas pedazos. Me llamaron de las oficinas del gas, y me dijeron que me marchara y que dijera que mandarán un camión con volquete, que no descargaban más a mano. Me marché para el garaje que está en la calle Mallorca y en el momento en que llegué tocaron otra vez las sirenas, otra vez bombardeo y volvieron a descargar las bombas. Cuando acabó el bombardeo me fui a mi casa a comer siguiendo la calle Mallorca. Al llegar a la esquina de la Diagonal me encontré con la

matanza que habían hecho los aviones fascistas de Página 24

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Franco. Esto que termino de recordarlo

estoy escribiéndolo y se me pone la piel de

gallina. En dicha esquina había restos humanos de carne que los recogíamos a puñados y los depositábamos en unas mantas, como era la hora de tomar el sol también había muchos niños y también varios cochecitos de niños destrozados por las bombas. Aquel mismo domingo, cuando serían las siete u ocho de la tarde, cuando volvieron a tocar las sirenas, entraron los aviones y aquella noche bombardearon todos los alrededores de la Catedral. Tuvimos que ir muchos carabineros a los bailes y cines a recoger a los más jóvenes para que vinieran a ayudarnos a quitar escombros y sacar los vivos y muertos que habían quedado atrapados entre los escombros, porque aquella noche fue tan grande el bombardeo, que todas las manos que hubiera eran pocas. Incluso los jóvenes, como que era domingo y iban trajeados, muchos se quitaron la ropa y se quedaban en calzoncillos para no estropearse el traje sacando los escombros, pusieron toda la voluntad del mundo. Estuvimos dos días sacando escombros. A los dos días me llamaron del garaje y me dijeron que prepara el katiusca, ó sea, el camión que me habían asignado y me dijeron: - Toma esta autorización y esta hoja de ruta, ves al puerto, ya te dirán lo que tienes que cargar. Me dirigí al puerto y me presente en las oficinas, me hicieron un volante y me dijeron: - Ves a aquella nave. Fui para allá y me cargaron unas cajas grandes que contenían leche en polvo, entones miré la hoja de ruta, tenía que llevarlo a un pueblo de Aragón que se llama Graus. Cuando llegué a este pueblo, me presenté en la comandancia de carabineros y me descargaron el camión. Me llamó el comandante de puesto y me dijo: - Ahora te quedarás en esta comandancia con nosotros, porque no tenemos ningún camión y aquí nos hace falta, yo lo comunicaré a la comandancia de Barcelona, ahora mira de buscarte una pensión para comer y dormir y la cuenta que la carguen a esta comandancia. Yo entonces pregunte por allí, me indicaron una posada que está al entrar del pueblo. Estuve hablando con la dueña, le expuse el caso y me dijo que estaba conforme, aquella noche ya cené y dormí en la fonda. Todo el tiempo que estuve en esa fonda, me trataron como si fuera de la familia. Cuando me levanté al día siguiente, me dirigí a la Página 25

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comandancia y me dijeron que tenía que ir a Monzón, a la fabrica de azúcar. Marché hacia ella, cuando llegué me cargaron el camión con sacos de azúcar, los llevaba a un almacén que está en Graus y así pasé varios días haciendo viajes de un lado para el otro. Cuando terminé con este trabajo, me cargaron el camión de víveres, ó sea comida, lentejas, arroz, aceite, sal, vino y me dieron una hoja de ruta, indicándome los puestos que tenía que repartir. Recuerdo algunos pueblo de los que repartía este suministro, se llamaban Boltaña, la Inza y las Pilas, también algunos más que ahora no recuerdo. Una tarde, cuando terminé de repartir el suministro, fui a Boltaña que me venía de paso a repostar de gasolina, en un poste que había en la carretera, cuando veo que había una fila de camiones parados delante de la gasolinera. Pensé: - Ya repostaré más adelante. Cuando voy a marcharme me hacen el alto, me paro y me dicen que estoy requisado para un servicio especial, que me pusiera en la fila de los camiones, que estaban parados que ya nos dirán algo. Entonces yo aprovecho un momento y telefoneo a la comandancia explicando lo que me pasa y me contestaron que me pusiera a las órdenes que me dieran. Estando esperando que nos dijeran algo, los conductores que estábamos, comentamos que durante toda la noche y toda la mañana, que se ha estado sintiendo los combates de la artillería y la aviación. Aquella mañana tuvieron que ponerse de acuerdo los dos bandos, para hacer una tregua para recoger tantos heridos y muertos que hubo. Cuando se hizo de noche, nos dieron la orden de ocupar cada uno su camión. Cuando estábamos sentados, pasó un oficial, nos dio la orden de uno en uno, de cual era nuestra misión, me dijo: - Ahora se pondrán los camiones en marcha, tienes que seguir al que va delante tuyo con todas las luces encendidas, sobretodo sigúelo de cerca que si te pierdes puedes pasar a las líneas enemigas, esto que vamos hacer es un simulacro, para que el enemigo piense que estamos trayendo refuerzos, cuando lleguéis al punto señalado, apagaréis las luces y regresaréis con las luces apagadas. A este punto volveréis a encender las luces y haréis el mismo recorrido y así tres veces. Recuerdo que el primer viaje que hicimos se me alejó un poco el camión que iba delante de mí y en vez de coger una curva, seguí para delante, cuando de pronto salen cuatro o cinco soldados y me hacen el alto. - ¿ Donde vas por este camino? Les conté lo que me pasaba y me dijeron: Página 26

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- Si no nos damos cuenta y pasas el puente, te vas con el enemigo. Entonces di la vuelta y me estaban esperando. Cuando llegué me dijo el oficial que me había pasado, se lo conté y me dijo: Be buena-te has-librad& Entonces nos marchamos con las luces apagadas, hasta el punto de partida. Volvemos a encender las luces y hacemos la última operación, entonces nos dijo el oficial: - Ya podéis marcharos para vuestros destinos, os doy las gracias por lo bien que lo habéis hecho. Serían las cinco de la mañana, cuando llegué al pueblo de Graus. Llevé el camión al garaje que era la iglesia y me marché a dormir. Serían las once de la mañana y viene un carabinero, me despierta y me dice: - Monserrate te esperan en la comandancia. Me levanto y me visto, cuando llego a la comandancia me dicen: - Tienes un servicio especial, mira tenéis que ir a este pueblo que es un caserío, porque tenemos una denuncia de un muchacho que está escondido para no ir al frente, a ver si me lo traéis aquí. Nos marchamos para el caserío que estaba a unos cincuenta kilómetros. Cuando llegamos vimos que habían unas diez o doce casas. Pregunté en la primera casa si conocían aquella persona, me dijeron que si, que era la tahona donde nos cuecen el pan, nos dijo esta señora: - Oiga si no tienen mucha prisa se pueden quedar a comer y luego solucionan este caso. No queríamos quedarnos y entonces salió un señor muy viejecito y también insistió para que nos quedáramos, entonces nos quedamos. Cuando estábamos comiendo, empezamos a hablar de la guerra, entonces esta señora nos dijo que tenía un hijo en el frente y nos dijo: - Lo mismo que está el mío, que estén todos. Viendo como hablaba aquella señora pensé que de aquí a salido la denuncia, pero yo no dije nada y me callé. Cuando tomamos el café les dimos las gracias y les dije: - Ahora vamos a nuestras obligaciones. Nos marchamos a la dirección que buscábamos, llamo a la puerta y sale una señora muy viejecita con unos nervios que no podía hablar y nos dice: asina 27

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- ¿ Qué desean? - ¿ Vive aquí fulano de tal? Y me contesta todavía más nerviosa que antes: - Si señor, pero está en el frente. Entonces le dije: - Señora ¿ podemos entrar y sentarnos? La señora me dijo que si y le dije: - Señora siéntese usted. Póngase tranquila mire yo se que su hijo no está en el frente, está aquí en su casa escondido, dígame la verdad. Mientras yo le hacía estas preguntas, salió un viejecito con un bastón que apenas podía caminar y salía llorando, la señora también empezó a llorar yo les dije: - Ya veo que su hijo está aquí con ustedes. Entonces la señora un poco más tranquila me cuenta: - Mire señor, nosotros tenemos un horno y cocemos el pan para los vecinos, pues nosotros miré como estamos que no podemos movernos, si no fuera por la ayuda de esta persona que ustedes buscan, nosotros ya estaríamos muertos, porque incluso algunos días tiene que lavarnos mi hijo. - Bueno, no siga señora, porque vamos a llorar nosotros también. Entonces llamo a mi compañero y a parte le digo: - ¿ Qué te parece la situación? Y él me contesta: - Mira por un soldado menos no se perderá la guerra. Entonces me dirijo a la señora y le digo: - Mire señora, nos marchamos y no sabemos nada de su hijo. En aquel momento la señora cayó sentada en la mecedora llorando con mucho desespero, el viejecito me dijo: - Señores vengan mañana que mi hijo les hará una torta de azúcar para cada uno. Le dije para que se quedara tranquilo: - Mañana vendremos. Les dimos la mano y la abuelita dijo: - Déjeme que les de un beso como si fueran mis hijos. Página 28

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Y nos marchamos. Cuando llegamos a la comandancia

ya llevábamos el parte

hecho, el informe decía: " una vez recogido información de algunos de los vecinos y registrar la casa del denunciado, no ha sido encontrado en dicho caserío" . Entregué el parte en la comandancia y no supe nada más de este caso. Serían las cinco de la tarde cuando llegamos y me dicen en la oficina: - Monserrate aquí tienes una hoja de ruta para ti. La leí y me decía que me presentara en el Ayuntamiento de Fraga lo más rápido posible, cojo el camión y me marcho para dicho pueblo. Cuando llego entro en el Ayuntamiento y veo que había mucho movimiento, me dirijo a una de las personas que habían allí y le digo: - Mire esta hoja de ruta. La lee y me dice: - Espere un momento. Entonces abren la puerta de un despacho y me dicen: - Pase y siéntese escuche esta misión que le encomendamos, es peligrosa y muy delicada, tienen que ir con este señor al pueblo de Caspe, porque esta mañana y durante todo el día han estado bombardeando y tirando con la artillería y hemos salido como hemos podido, sin recoger unos archivos que son muy comprometidos y de muchísimo valor para nosotros. Entonces se trata que vayan los dos a rescatarlos. Este señor ya sabe donde está todo, porque él está como empleado en dicho Ayuntamiento, pero tendrán que llegar a Caspe cuando se haga de noche, porque en estos momentos el pueblo está en tierra de nadie y está completamente destrozado, acordaros de llevaros linternas porque no hay electricidad porque están todas las líneas rotas. Salimos para la calle, nos subimos los dos al camión. Cuando lo pongo en marcha me dice: - Este compañero que va contigo te guiará muy bien, mucho cuidado y que tengáis suerte. ****************************************************** Salimos camino de Caspe, ya se iba escondiendo el sol, pero cuando nos íbamos acercando yo me daba cuenta que a un lado y otro de la carretera, debajo de los árboles, estaban los tanques y los cañones con la tropa. Contra más entrábamos más material de guerra se veía, pero ya era de noche. Había un silencio que no se oía ni el vuelo de una Página 29

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mosca, seguimos adelante dejando detrás nuestro a todas las fuerzas que estaban por allí acampadas, llegamos al pueblo. Nada más llegar la calle estaba llena de escombros, no pudimos pasar para delante, entonces me dijo el compañero: - Deja el camión aquí, iremos caminando. Así lo hicimos, cuando íbamos caminando con aquel silencio y por encima de los escombros imaginarse como llevaba el cuerpo por dentro, llegamos al Ayuntamiento que también estaba medio destruido, entramos dentro como pudimos. Aquel señor empezó a meter papeles en un saco que llevaba preparado, yo vi que había una máquina de escribir portátil muy bonita, entonces le dije: - Esta máquina me la llevo yo. - Si porque se quedará aquí y la aprovecharan los fachas. - ¿ Verdad que aquí en este pueblo hay una tabacalera? -Si. - Vamos a ver si hay tabaco. Cuando íbamos caminando para la tabacalera, entrábamos en algunas casas, daba lástima tener que abandonar todo aquello. Cuando llegamos a la tabacalera, veo que estaba medio hundida, entro para dentro y al entrar me encuentro que está todo el suelo con un palmo de agua y mucho tabaco por el suelo estaba todo mojado y flotaban por encima del agua. No pude aprovechar nada dijimos: - Vamonos ya. Pasamos a recoger el saco con los archivos y la máquina de escribir que me aparté para mí. Cuando íbamos saliendo para el camión, veo en medio de una plaza unas luces muy pobres, le digo: - Vamos a ver lo que es. Nos acercamos y vimos que habían cuatro o cinco hombres, les preguntamos que hacían allí, no nos comprendían eran extranjeros de las brigadas internacionales. Nos hicieron señas si queríamos tomar café, entonces nos sentamos y nos pusieron el café, todas las cajas que tenían alrededor estaban llenas de golosinas, así como caramelos, galletas, muchas botellas de licor de todas clases y una caja de madera grande llena de farias. Y les digo haciéndoles señas si podía coger un paquete, me contesta haciéndome señas con la mano que si, cojo tres paquetes de veinticinco farias cada uno. Cuando voy a marchar cojo cuatro paquetes más y nos despedimos, pero a todo esto eran las cinco Página 30

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de la mañana, pongo el camión en marcha y cargamos todo. Nos dirigimos de regreso, empezaba a hacerse de día y ya empezaban a oírse ruidos de aviones. A los pocos momentos apareció un avión por encima de nosotros, que hizo una pasada por toda la carretera y se marcho. Nuestras fuerzas empezaron a salir de entre los árboles, colocándose en la carretera con los pocos tanques y cañones que disponían, emprendiendo la retirada al momento, vinieron tres aviones muy rápidos que empezaron a ametrallar la carretera, hubo algunos heridos, que los recogió una de las ambulancia. Entonces empezó a cundir el pánico, todos los soldados se marchaban abandonándolo todo, el compañero que venía conmigo me dijo: - Deja el camión y marchémonos. Yo le dije que no podía abandonar el camión, él me contesto: - ¿ Es qué piensas pasar con el follón que hay en la carretera? Yo me marcho a mí no me pillan los fachas. Mientras tanto seguían pasando nuestras fuerzas en retirada, vienen otros tres aviones, me bajo del camión otra vez y me escondo por debajo de los árboles. Cuando pasa el peligro salgo a la carretera y veo mucho humo, era una ambulancia que le había tocado un avión, empezamos a apagarla entre los conductores que nos encontrábamos allí. Mientras estábamos apagando el fuego, pasan varios soldados y nos dicen: - No hace falta que lo apaguéis, porque los fascistas ya están dentro de Caspe. En aquellos momentos pensé que si me quedo al paso que va la caravana me pillan. Yo estaba muy nervioso, porque veía que era imposible salvar el camión. Lo dejé en la carretera viendo que no quedaba casi nadie cogí el macuto, con el tabaco, y me marché carretera abajo. Cuando llego a un río y me acerco a la entrada del puente, veía que los soldados corrían para un lado y para otro y no pasaba nadie por encima del puente, pensé: - Esto es que nos han copado. Me acerco más al puente y veo un militar, con la pistola en la mano y unos cuantos soldados apuntando con el fusil a los que huían y al mismo tiempo el militar decía: - ¡ No huir cobardes ! Ese militar me parece que era el Lister o el Campesino, no estoy seguro, pero era uno de los dos. No sabía como pasar, entonces me acerco a uno de los soldados y le digo: Páffina 31

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- Yo soy carabinero, no pertenezco a este batallón y he venido a cumplir una misión y me he encontrado con este jaleo. Él me responde: - Díselo al oficial ese, porque si te dejo pasar a lo mejor se cree que te escapas y te pega un tiro. Me acerco a él y le digo lo mismo que al soldado y me contesta: - Puedes pasar, porque siendo carabinero no tengo porque retenerte. Me marcho caminando por el puente. Al salir a la carretera general, seguí caminando, cuando llevaba caminando bastante rato, pasa un camión, le hago el alto y no me para. Sigo caminando y pasa otro camión le hago el alto y tampoco para y sigo caminando. En todo el trayecto que caminaba, no me encontré ni una persona, pero entonces me viene a la memoria los siete paquetes de farias que llevaba el macuto. Viene otro camión y me preparo los puros sueltos en la mano, cuando se acerca el camión le hago señas con los puros y me para. Me subo al camión y me dice el conductor: - ¿ Para donde vas? - A Graus. - Yo voy a Fraga. - Es igual, ya me las arreglaré para llegar a Graus. ****************************************************** Llegamos a Fraga y me bajo del camión, nada más que bajo del mismo pasa un turismo, le hago el alto y para, dentro había un oficial del ejército el cual me pregunta: - ¿ Para donde vas? - A Graus. - Yo voy a Barbastro. - Ya me va bien. Mientras íbamos hablando, yo le contaba todo lo que me había pasado, él me escuchaba muy atentamente y me contesta: - ¿ Te gustaría venir conmigo de chófer? Yo le contesté si, que me gustaría, pero pertenecía al cuerpo de carabineros y no puedo hacer lo que quiera, él me contesta: Páeina 32

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- Mira nos desviaremos un poco y nos acercaremos a Graus. Llegamos a la comandancia, me presento y cuento el caso que me había pasado, a continuación le digo al jefe: - Ahí afuera está un oficial del ejército que quiere hablar con usted. - Dile que pase. Salgo fuera y le digo que entre. Mientras yo esperaba fuera me preguntaban los compañeros sobre lo que me había pasado, yo les conté algunas cosas y alguno me comentó: - Esto me parece que se acaba, ya va llegando el final. En ese instante salieron los dos oficiales del despacho y me dice mi jefe: - Mira te pondrás a las órdenes de este capitán y harás lo que él te mande. Yo le contesto: - Bien. - Sube al coche. Yo me subo y me dice: - No por ahí no coge el volante. Mientras íbamos caminando, me contaba la misión que él tenía, me decía: - Mira yo soy ingeniero y mi trabajo es el siguiente, tengo que ir revisando todos los puentes que hay por estos alrededores, que en estos momentos se están minando para cuando llegue la hora de pasar el enemigo, volarlo. Llegamos a uno de esos puentes y paro el coche y me dice: - Vente. Nos acercamos al puente y veo que eran personas civiles, que no eran militares, los que estaban minando los puentes y siento que les dice: - Esto va muy atrasado, va a llegar la hora y no va a estar preparado. Ya serían las nueve de la noche cuando me dice: - Vamos hacia Barbastro. Cuando llegamos me señala con la mano y me dice: - Párame delante de aquel Bar, ahora te marchas para Graus, pero mañana te espero a las seis de la mañana en este mismo lugar, no me falles. Me despido. Cuando llego a Graus llevo el coche a la iglesia y lo aparco dentro, porque nos servía de garaje y me marcho para la fonda para cenar y dormir. Al otro día Página 33

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me despiertan a las cuatro de la mañana, porque yo había dejado el encargo que me despertaran a esa hora, me levanté, me lavé la cara, tomé un poco de desayuno y fui a buscar el coche a la iglesia y me marché para Barbastre A las seis menos cuarto ya estaba en el lugar que me dijo, cuando llegó el capitán, subió al coche y me dijo: - Vamos para Fraga. Cuando llegamos a Fraga vi que había mucho movimiento de tropas y de material de guerra, que estaban retirándose, entonces el capitán que iba conmigo se acerca al puente y pregunta a los que estaban allí: - ¿ Como está esto? Y le contesta un oficial que había de responsable: - Ya está terminado. - Asegúrate bien que no falle que esto de un momento a otro ya tiene que volar, yo ahora me marcho pero volveré pronto, tú no te muevas ni un segundo de aquí y me dice a mí: - Vamonos para Barbastre. Cuando íbamos por la carretera, ya se veían mucho camiones cargados de soldados, que iban en retirada. Delante de nosotros iba un camión con soldados, algunos tiraban los fusiles a los campos, entonces me dice el capitán: - Adelanta ese camión. Yo lo adelanto, me pongo delante de él y le hago la señal que pare. Cuando para baja el capitán del coche, se dirige al camión y pregunta: - ¿ Quién es el responsable del grupo? Le contestan: - Nadie, vamos en retirada. Entonces les ordena el capitán sacándose la pistola: - Abajo todos del camión y a formar. Cuando están todos abajo les dice: - ¡ No os da vergüenza tirar el fusil !

Venga todos los que han tirado el fusil, ir a

buscarlo, los demás subir al camión. Cuando estaban arriba todos los que llevaban el fusil le dijo al chófer: - Podéis marcharos y no paréis. Y a los que no tenían el fusil les dijo: Página 34

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- Vosotros a buscar los fusiles que habéis tirado, que la guerra no termina aquí. Y me dice a mí: - Vamonos. Llegamos a Barbastro y nos acercamos al puente y repite las mismas palabras que en Fraga: - Tenerlo todo preparado, porque esto toca el fin. Mientras tanto, las carreteras iban llenas de gente que se marchaban de los pueblos, porque ya se acercaban las fuerzas fascistas, nosotros vamos al puente de las pilas para ver si estaba preparado y nos dicen que falta un poco, entonces le contesta mi capitán levantando la voz un poco: - ¿ De cuanto rato? Esto tendría que estar listo dentro de un par de horas. Cuando vuelva quiero tenerlo acabado. Luego nos marchamos para Fraga, otra vez. Me vi negro para circular por la carretera, porque estaba llena de gente y de camiones que iban en retirada. Cuando llegamos a Fraga, ya no se veía tanto movimiento yo me quedé un poco alejado del puente. El capitán se marchó caminando hacia el puente, donde

había un grupo de

oficiales reunidos. En aquellos momentos ya no pasaba nadie por el puente, cuando a las dos o tres horas de estar allí parado viene y me dice: - Vamonos para Barbastro. En aquellos momentos las fuerzas fascistas estaban ya entrando en Fraga, cuando se sintió una explosión muy grande, me dijo el capitán: - El puente de Fraga a volado por los aires. Llegamos a Barbastro y también me quedo un poco separado del puente. Estuve tres o cuatro horas esperando en aquel lugar, ya no se veía movimiento de gente, ni de camiones, había bastante tranquilidad. Estuve todo el día sin probar ni agua, ni comí, ni merendé y ni cené. A las cuatro horas de estar esperando en el mismo lugar, pasan dos coches con dirección al puente de Barbastro y veo que bajan siete o ocho oficiales y se reúnen con el capitán. Al rato viene y me dice: - Vamos para el puente de las Pilas. A todo esto serían las nueve de la noche, llegamos y todavía no estaba preparado el puente para volarlo, porque resulta que los que estaban preparándolo hicieron sabotaje y se retraso, entonces como que no daba tiempo me dijo: Página 35

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- Vamos a Graus que está muy cerca. Nos dirigimos a la comandancia de carabineros, el capitán se bajo del coche, entró en la comandancia y salió con tres carabineros con un fusil ametrallador cada uno. Volvimos para el puente y cuando llegamos le dijo a cada uno de los tres: - Colocarse aquí en medio de la carretera, mientras terminan de minar los puentes. En esos momentos se sentía una gran explosión, es que en aquel momento terminaba de volar el puente de Barbastro. Los tres carabineros se quedaron en la carretera, uno de los tres carabineros era muy amigo mío, se llamaba Siñesta y vivía en el pueblo de Vidreras, provincia de Girona. Cuando se quedaron los tres carabineros colocados en sus sitios, me dijo el capitán: - Vamos para Graus. Y marchamos. Cuando íbamos por la carretera me dice: - Monserrate esto se ha terminado, ahora te dejaré en Graus y yo vuelvo para el puente. Llego a la comandancia y ya no quedaba nadie, entonces me marcho para la iglesia, que era el garaje. Allí me encuentro con dos compañeros que tenían preparado un coche marca Ford de aquellos tan pequeños que se vendían antes de la guerra. Serían las cuatro de la mañana, estábamos echando un sueño dentro de la iglesia, cuando de pronto sentimos una gran explosión, acompañada por la iluminación como de un rayo, pues en aquellos momentos acababan de volar el puente de las Pilas. Salimos a la calle y ya no se veía a nadie, había mucho silencio, porque durante el día los habitantes del pueblo empezaron a abandonarlo, porque dos o tres días antes ya había venido un avión, que hizo un reconocimiento y cuando se marchaba dejo caer una bomba, que cayó en un lugar que le llaman la peña, entonces a partir de aquella fecha los habitantes del pueblo ya empezaron a preparar los paquetes y maletas, porque ya se marchaban, ya que temían la llegada de los fascistas y los que estaban un poco fichados se marchaban antes y los que querían volver se marchaban al monte, hasta que entraran los fascistas, porque estas personas tenían las mismas ideas que ellos, por eso ya he contado anteriormente que cuando salimos a la calle, no se veía a nadie, ó sea, que en aquellos momentos solo nos encontramos nosotros tres en el pueblo, estos dos amigos ya mencionados, no recuerdo su nombre, solo me quedó en la memoria que uno era de Alicante y el otro valenciano. Serían las cinco y media entonces pensamos: Página 36

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- Subamos al coche y dejamos el pueblo. Nos marchamos en dirección a las Ventas, cuando habíamos recorrido veinte o veinticinco kilómetros, nos encontramos con cientos y cientos de corderos guiados por varios pastores y nos era imposible poder pasar, porque la carretera era muy estrecha, a la izquierda había un río muy hondo y a la derecha el corte de la montaña, no nos quedó más remedio que pasar entre medio de las ovejas, que lo único que conseguíamos era atrepellarlas, pero no nos quedaba otro remedio porque los fascistas nos pisaban los talones. Cuando llegamos al final del rebaño, después de estar media hora entre ellas, un pastor nos dijo: - Ya que las habéis matado, al menos cogerlas. Nos bajamos del coche y cogimos un cordero y en un caserío que vimos en el camino a mano derecha, entramos en él y le dijimos a uno de mis compañeros: - Tú quédate aquí, en la carretera, por si vieras que vienen. Entonces cogimos el cordero y en un jardín que había delante de una casa, lo atamos por las patas de atrás y lo colgamos en una higuera. Entramos dentro de la casa y llegamos a la cocina, buscamos cuchillos, pero todo esto muy rápidamente. Salimos al jardín y empezamos a despellejar al cordero, de manera como pudimos. Una vez despellejado, le dije a mi compañero: - Vete para dentro y haz un fuego como puedas, yo mientras lo iré preparando. Cogí el cuchillo y lo iba abriendo en canal. Recuerdo que era una hembra, porque llevaba un pequeño cordero dentro, mientras mi amigo ya tenía el fuego encendido, yo le dije que viniese un momento para descolgar el cordero, entonces lo descolgamos para ponerlo encima de un banco de madera que había en el jardín, en el momento de dejarlo en dicho banco, oímos unos gritos de nuestro compañero que decían: - ¡ Ya vienen , ya vienen ! Subimos al coche rápidamente y fuimos donde estaba él y le preguntamos que pasaba y él nos dijo que acababa de pasar un motorista y le había dicho que ya habían tomado Graus. Entonces nos marchamos camino del pueblo de la Insa, seguimos para adelante porque nos dijeron que por esa dirección encontraríamos un desvío a la derecha que nos llevaría hasta Lérida. Cual fue nuestra sorpresa cuando al llegar al desvío nos encontramos con miles y miles de personas niños, mujeres y ancianos subidos en camiones que se encontraban allí para seguir la carretera hacia Benasque, Página 37

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porque la única salida que había era la de Lérida y ya la habían cortado los fascistas. Nosotros abandonamos el coche y nos subimos en uno de esos camiones, aquella caravana era imposible que fuera deprisa pues era una carretera muy mala y estrecha con unos barrancos muy hondos a la derecha y el corte de la montaña a la izquierda, íbamos avanzando muy despacio y de cuando en cuando se estropeaba algún camión, entonces si llevaba gente, se repartían en los demás y entre unos cuantos, lo echábamos al barranco para no interrumpir la caravana, esto nos pasó varias veces. Mientras íbamos en el camino, pasó un avión por encima nuestro, entonces fue cuando cundió el pánico. Las mujeres y los niños empezaron a gritar y a llorar pensándose que los aviones volverían a bombardear, pero no volvieron. Cuando llegamos a Benasque la carretera había llegado a su fin, ya no continuaba hacia ningún sitio. Nos encontramos con una inmensa explanada donde iban aparcando de cualquier manera los camiones que iban llegando. La gente iba bajando de los camiones y cogiendo lo más preciso, porque no podían llevar ningún bulto debido al camino que nos esperaba. Cuando llegó nuestro camión me quedé impresionado de ver tantos cientos de camiones cargados de comida, de maletas, bultos, todo eso se quedo ahí abandonado. Nosotros tres nos subimos a un camión que estaba cargado de quesos de bola, , jamones y almendras peladas. Entonces conforme iba pasando la gente, nosotros les dábamos lo primero que cogíamos. Cuando nos cansamos de repartir, cogimos para nosotros, yo cogí un jamón y le corte un trozo de carne para metérmelo en el macuto, un queso de bola y almendras. Nos bajamos del camión y nos fuimos derechos hacia el camino que teníamos que seguir.

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Capítulo 4

Ya se hacía de noche y la gente parecía hormigas siguiendo el camino. Nosotros cuando ya llevábamos una distancia caminando vimos un local muy grande y fuimos hacia el, mientras la gente seguía caminando hacia arriba. Al llegar al local, entramos y vimos que estaba llena de balas de paja y había algunas personas dentro, pensamos pasar la noche allí y así lo hicimos, siempre los tres juntos. Al día siguiente, al amanecer, fuimos en dirección al camino, donde todavía seguía subiendo gente sin parar, mirar si el camino sería malo que unos soldados, llevaban una mula cargada con monedas de plata, de una, dos y cinco pesetas, era bastante peso y como que el camino no era llano, a veces tenían que coger la mula y levantarla para pasar el trozo malo. Seguíamos el camino, al llevar ya unas dos horas caminando, empezamos a pisar la nieve del Valle de Aran. Entonces es cuando el camino se hizo más difícil, porque solo podíamos ir en fila sin poder pasarnos uno al otro. El camino iba lleno de toda clase de personas, ancianos, niños, mujeres, incluso vi a una señora muy vieja que era ciega a la que acompañaban dos hombres que decían ser sus hijos, aquello si que daba lástima de ver lo que sufría aquella señora que le era imposible ir tres personas por aquel caminito, porque nada más que te desviases un poco del camino te ibas barranco abajo y adiós, incluso durante el camino se oían algunos gritos de algunas personas que se caían por el barranco. Llegamos a una explanada que había, entonces nosotros nos salimos del camino y puse la manta encima de la nieve y me senté en ella. Entonces les dije a mis compañeros: - Si queréis marcharos, que yo no puedo más, estoy muy cansado, me da igual que me cojan los fascistas. Entonces ellos me dijeron: Páeina 39

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- Tú no te quedas aquí, nosotros te ayudamos, ya estamos al llegar a ese pico de la montaña que ves allí delante, luego todo es bajada. Me levanté y seguímos caminando casi una hora y media más. Al llegar a la cumbre, se veía un pueblo a lo lejos y entonces decían que aquello ya era Francia, entonces ya me animé, era cuesta abajo y bajé con más ánimos incluso al ver una pendiente que se dirigía hacia el pueblo, pusimos la manta en el suelo, nos sentamos encima de ella y los tres bien sentados y cogidos de la manta, empezamos a deslizamos por la nieve, cuando de pronto se fue la manta por un lado y nosotros por otro lado pegando vuelcos, pensábamos adelantar camino y fue todo lo contrario. Suerte que la rampa no era muy larga, si no todavía estamos bajando. Volvimos caminando por la nieve hasta dar de nuevo con el camino. Una vez en el camino, seguimos andando con los demás hasta llegar al pueblo que vimos desde el pico de la montaña, que resulto ser Bañeres de Luchón en territorio Francés. Una vez llegados a la frontera estaban los gendarmes y la íbamos pasando uno a uno la frontera. Cuando me toca pasar a mí un gendarme me hace una señal y me llama y voy para él, y haciendo gestos con las manos me dice que le entregue la pistola y yo respondiendo con las manos y chapurreando le digo: - Yo necesitar para volver a la guerra. Entonces él me la quita de un tirón y la lanza hacia un montón que había allí de pistolas. Y me dijo: - Ale ale, que me marchará para el pueblo. Pero allí mismo habían diez o doce autocares. Yo voy a subir en uno y me dice una enfermera: - No, que estos autocares son para los niños señoras y heridos, vosotros podéis caminar. Entonces seguimos caminando hacia el pueblo, que está un poco retirado. íbamos tantos que ocupábamos toda la carretera de lado a lado. Cuando empezamos a entrar en el pueblo toda la gente salía a recibirnos, las mujeres se tiraban a nuestro cuello para abrazarnos llorando y levantando el puño. Empezaron a llegar varios coches cargados de bocadillos, bebidas y mucho tabaco, empezaron a repartir para todos, mientras tanto no paraban de llegar más coches. Estos pertenecían al socorro rojo internacional. Seguimos caminando para el centro del pueblo y la gente seguía aplaudiendo y Página 40

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dándonos abrazos, entonces en este pueblo que es Bañeres de Luchón nos quedó un recuerdo que nunca olvidaremos, nos llevaron a unos locales muy grandes que estaban deshabitados, nos metieron en ellos y pusieron unas alambradas para tenernos controlados, así estuvimos durante cuatro o cinco días. Uno de los días que estuvimos allí se presentaron unos cuantos hombres y empezaron a hablarnos, nos dijeron si queríamos ir a la zona franquista, todos contestamos que no, entonces dijeron: - Los que quieran ir con Franco que levanten la mano. Hubieron algunos que levantaron la mano, entonces se empezó una batalla de puñetazos contra los que levantaron la mano, tuvieron que venir los gendarmes y poner orden, entonces dijeron de hacerlo por votación secreta. Pusieron una mesa y tres hombres presidiendo la mesa. Pasábamos de uno en uno y nos preguntaban: - ¿ Con Franco o con La República? Si decías con Franco te pasaban a un local que estaba al lado de la mesa, vigilado por los gendarmes. Cada vez que pasaba uno con Franco, empezábamos todos gritando: - ¡ Fascista, hijo de puta, cabrón ! ****************************************************** Lo que no he referido antes, es que nada más llegar a la frontera, perdí la pista de los dos amigos míos, no se lo que les pasaría, yo creo que algún francés les preguntó que oficio tenían y les interesó y se marcharon con él, lo digo porque en el campo que estábamos concentrados se acercaban a las alambradas muchos franceses y te preguntaban el oficio que tenías, si les interesaba te decían si querías quedarte, algunos se quedaron. A los pocos días vinieron y nos dijeron: - Prepararse que nos vamos. Nos llevaron a la estación del tren, subimos a los vagones y salimos de Vañeres de Luchón con dirección a La España Republicana, donde aún continuaba la guerra. Por todos los pueblos que pasábamos en territorio francés, las estaciones estaban llenas de gente que nos saludaban con el puño en alto y con banderas rojas, en algunas estaciones paro el tren y la gente se subía al tren. Nos daban comida tabaco y algunas botellas de vino, muchos españoles que residían en Francia nos abrazaban, a mí me abrazo un señor que tenía bastante edad, que era español y me dijo llorando: Página 41

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- Hijo mío cuando llegues a España que Dios te de mucha suerte y si vas al frente cuidado con las balas fascistas. Aquel señor estaba arrancando el tren y tuve que ayudarlo para que se bajara y siguió saludando con la mano en alto hasta perdernos de vista. Por todas las estaciones seguía la gente esperando el paso del tren para saludarnos. Cuando llegamos a España, yo noté en mí interior como una tristeza muy grande, como cuando entras en un velatorio de una persona que has querido mucho, que nada más ves lágrimas y suspiros, ósea, que no sabría como definir aquel momento tan triste, en fin no pensemos más y volvamos a la realidad.

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Capítulo 5

Cuando me vi que estaba en Cataluña, empecé a animarme un poco y me parecía que volvía a tener un poco de ilusión para seguir luchando de nuevo. Marché para Barcelona y me presenté en la comandancia, expliqué todo lo que me había pasado, en aquel momento ya me destinaron al garaje Citroen, no recuerdo bien, pero creo que estaba en la calle Diputación, pero antes de marcharme, reclamé un mes y medio que estuve sin cobrar, me contestaron que no, que este dinero ya estaba entregado yo contesté: - ¡ A mí no me lo han dado ! Y empezamos a discutir el pagador y yo. Y debido a los gritos que dábamos salió un teniente del despacho de al lado y dijo: - ¿ Qué son estos gritos? El otro le contó por lo que era, entonces el teniente contesta: - Si, este dinero está pagado, no quiero más discusiones. Yo le contesto: - A mí no se me ha pagado y por eso lo reclamo. - Si sigues levantando la voz te formo un expediente. - Si llego a saber lo que me esperaba aquí me quedo con Franco. - ¿ Por qué dices que te quedabas con Franco? Entonces le conté de donde venía y lo que me había pasado y contesta el teniente muy tranquilo: - ¡ Hombre ! Esto tiene una explicación, debido a los traslados que has hecho y la retirada, el dinero lo debe de llevar el pagador. Entonces le dijo al cajero que me pagara. Cuando me pagó, marché para el garaje Citroen. Cuando llegué me presenté a un sargento y me dijo: Página 43

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- Mira, ahí tienes una cama, esta noche te quedas de guardia, por si hubiera algún servicio. Yo me acosté muy temprano, pero cuando era la una de la noche, me despierta el carabinero que estaba de guardia en la puerta y me dice: - Ves a la Comandancia y preséntate que te están esperando. Llego a la Comandancia y me dicen: - En la puerta tienes una rubia aparcada ( una rubia quería decir un coche Ford que la carrocería era casi toda de madera muy bonita y nueva). Me da la hoja de ruta y los vales para la gasolina y me dice: - Ves a esta dirección, ya te dirán lo que tienes que hacer. Me marcho para la Bonanova, llego a la dirección que me indicaron y llamo. Estaban esperando abajo en la portería, sacan unas maletas y se sube un comandante, dos tenientes y una señora que era la esposa del comandante. Cuando estábamos todos arriba me dicen: - Vamos para Valencia. Cuando salíamos de Tarragona, empezaba a hacerse de día y me dicen: - Ahora cuando se haga de día, si viene la aviación, no te pongas nervioso, paras y nos bajamos y cuando pase el peligro seguiremos. Tuvimos suerte que no vino la aviación. Cuando llegamos a Valencia me dice: - Sigue para Manises. Cuando llegamos vamos para su casa descargamos las maletas y me dice: - Entra en casa y lávate un poco si quieres. Me lavé un poco la cara y las manos y cuando ya estaba listo le digo si deseaba alguna cosa más entonces le dice a una señora que estaba allí: - Prepárele a este muchacho algo que comer. Y me dice la señora: - ¿ Le gustan las morcillas de arroz? Yo no había probado nunca esas morcillas, me las comí a la fuerza, porque no dijeran que las despreciaba, pero me sentaron como un tiro. Cuando terminé me presenté otra vez y me dijo: - ¿ Ya has comido? -Si. Página 44

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Entonces sacó la cartera y me dio quinientas pesetas, le di las gracias y me dijo: - Ya te puedes marchar. Me marché para Valencia y aparqué en la plaza de Emilio Castelar, pensé: - Aquí descansaré un poco y luego me marcharé. Pero todavía no había cerrado los ojos cuando empiezan a sonar las sirenas y yo me marcho corriendo hacía el centro de la plaza y bajo unas escaleras creyendo que era un refugio y era un sitio que vendían flores. Empiezan a descargar las bombas y nada más estaba yo solo, sin saber que hacer, cuando vuelven a sonar las sirenas. Salí hacia fuera y viendo que no tenía vales de gasolina, me dirigí hacia la comandancia. Les cuento el caso y me dicen: - ¿ Vas para Barcelona? Les digo que si y me dicen: - Te llevarás el correo que tenían que llevárselo ayer y no vino. Les dije que si y me dijeron: - Lo entregas en la Comandancia en Barcelona. Cojo el correo y los vales de la gasolina y me marcho para Barcelona. Cuando paso por delante de la estación del tren, veo que está llena de soldados que están esperando el tren, porque van con permiso, algunos hacía dos días que estaban esperando y se me ocurre a mí acercarme y decir a alguno: - ¿ Vas para Barcelona? Se levantan más de cincuenta y se tiran sobre el coche y les digo: - ¡ Alto alto ! Yo os llevaría a todos si pudiera, pero nada más puedo llevar a tres, porque necesito llevar un asiento libre. Entonces señalé a tres y empezaron a protestar los demás, entonces dije: - No cojo a ninguno, me marcho. Al ver que me marchaba dijeron: - Bueno que se marchen los tres. Se subieron al coche y nos marchamos para Barcelona. Cuando llegamos cerca de Molins de Rey me dicen: - Si quiere puede parar que bajaremos aquí. Se bajan y me dan tabaco y uno de los tres me dice: - Si quiere acompañarme a casa que está aquí cerca me hará un favor. Página 45

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Como me venía de paso le dije que bueno. Cuando me señala con la mano y me dice: Esa es mi casa. Era una masía muy grande, llegamos y se baja y me dice: - Baje un momento. Me presenta a la familia y les cuenta de la manera que ha podido venir hasta aquí y me dicen: - Quédese a comer. Yo les digo que no que: - Tengo prisa. Entonces cogen un conejo vivo y un pan redondo muy grande y me lo dan, no paraban de darme las gracias y ya nos despedimos. ****************************************************** Cuando llego a la Comandancia, entrego el correo y me dicen: - De ahora en adelante te cuidarás tú del correo, porque el que se cuidaba anteayer tuvo un accidente, ó sea, que los lunes y jueves de cada semana harás dos viajes de Barcelona a Valencia ¡da y vuelta. Y así seguí haciéndolo, con bastante peligro, porque en la carretera de Tarragona a Valencia, cuando menos te lo esperabas te salía un avión o dos fascistas y empezaban a ametrallar, tenías que bajar corriendo del coche y esconderte por debajo de los árboles hasta que pasara el peligro. Entonces continuaba el viaje, cada vez que regresaba de Valencia hacia Barcelona pasaba por la estación y siempre recogía dos o tres soldados que venían con permiso del frente y así seguí haciéndolo varias semanas. Tuve un caso una vez, yo siempre cuando venía de viaje dejaba el coche aparcado en un taller de reparación de coches que pertenecía al cuerpo de carabineros, pero una mañana viene un amigo mío a mi casa, que se llamaba Juanito que también era carabinero y me dice: - ¿ Qué te ha pasado con el coche? Como siempre estaba de broma, yo muy tranquilo le digo: - Mira que he dado un golpe. - ¿ Donde ha sido?

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Entonces fue cuando noté que ya no me hablaba en broma, me visto y nos marchamos los dos para el taller. Cuando llego y me encuentro el coche hecho un acordeón, empecé a hacer preguntas por ahí sobre lo que había pasado y me contestan: - Este coche lo trajeron anoche así. Yo muy enfurecido llamo al encargado del taller y me contesta que ese coche había venido ayer así, entonces le dije: - No vamos ha discutir más y explíqueme lo que ha pasado. Al verme de la manera en que le hablaba me dio la explicación, me dijo: - Mire aquí lo que ha pasado ha sido que los carabineros que se quedan por la noche de guardia, cogen las llaves de los coches y practican y como anoche cogieron las del suyo para hacer las practicas, en la calle Mallorca esquina a la calle de Ribas chocó contra la fuente que hay en la misma esquina. Y le pregunté: - ¿ Qué carabinero había sido? - El que está en la puerta de guardia. Me dirijo ha hablar con él y precisamente era un vecino que vivía en la calle Mallorca, le digo: - ¿ Por qué has tenido que coger el coche? Y me contesta: - Mira fue un mal momento. - Pues te va costar caro este momento. Entonces me dirijo al encargado, que éste no era militar era civil y le digo: - ¿ Por qué me han querido cargar el golpe a mí? - Es que si decimos como se ha producido, a lo mejor a este muchacho lo mandan a un batallón disciplinario. - ¿ Qué querían, que me mandaran a mí? Y él hizo un gesto con la cabeza y no me contesto. Yo hice el parte correspondiente y lo entregué en la comandancia. Como me había quedado sin coche se me terminaron los viajes a Valencia, pusieron otro en mi sitio.

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Capítulo 6

Entonces me mandaron a la Rabassada, que está en el Tibidabo, allí estaba la escuela y donde daban los destinos. Enseguida que llegué me destinan a Tarragona en un garaje que hay en la calle de Jaime primero. Cuando llego al garaje, me encuentro que todas las casas que había alrededor estaban todas bombardeadas, pues venían cada día a bombardear, yo que iba huyendo de los bombardeos, mira por donde, tenía una ración cada día y el único refugio que había por allí cerca eran los árboles de avellanas. Como que allí no tenía mucho servicio, me dio por curiosear las casas que estaban destruidas. Al lado mismo del garaje había un colegio que también estaba medio destruido, entro dentro y veo veinte o treinta tablones que estaban uno encima del otro y me fijo en que estaban todos partidos con un agujero muy redondo en el centro, empiezo a tirar tablones para un lado y para el otro hasta llegar al suelo y me encuentro con una enorme bomba de aviación empotrada dentro de la tierra, Cojo una cuerda y se la ato a una nanza, porque la otra la tenía rota. Empiezo a tirar de la cuerda y no podía casi moverla. Me voy para el garaje y llamo a un amigo que se llama Soria y le dije: - Oye ven que me echarás una mano. Entonces se vino conmigo. Cuando llegamos al lugar le dije: - Ayúdame a tirar de esta cuerda. Y se fija en lo que había en el suelo y me dice: - ¿ Eso qué es? Página 48

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- Una bomba. Y él rápidamente tira la cuerda y me dice: - ¡ Anda y que te den morcilla ! Y sale corriendo y me quedo solo otra vez. Entonces cojo un montón de piedras, las pongo alrededor de la bomba y empiezo a tirar de la cuerda, la levanto un poco y con el pie empujo la piedra cayendo en el fondo. Dejaba caer la bomba y descansaba, volvía a coger la cuerda y hacía la misma operación. Cuando conseguí llenar todo el agujero, la bomba se quedó tumbada en el suelo. Me costó mucho pero lo conseguí, entonces voy para el garaje y cojo una carretilla que había allí. Me marcho para el colegio y pruebo a levantarla y no podía, me voy al garaje otra vez y le digo a mi amigo Soria: - Vente que ya la tengo fuera. No podía convencerlo, le dije: - Mira que eres cobarde. - ¡ Vamos ! La cogemos entre los dos, la ponemos en la carretilla y me la llevo para el garaje. Cuando entro por la puerta del garaje, el que estaba de guardia en la puerta me dice: - ¡ La madre que te parió ! Y se aparta pegando un salto para atrás, yo sigo para dentro al local de al lado que también estaba destruido por las bombas. Mi amigo Soria ya no tenía tanto miedo. Cuando llegué a la otra nave, la descargamos, entre los dos la pusimos en el suelo y le dije: - ¿ La desmontamos? - Bueno. - Voy a buscar una llave inglesa. Vuelvo con la llave y empezamos a desmontar la bomba. La bomba tenía una tapa redonda con siete u ocho tornillos, en medio de la tapa, recuerdo que tenía un agujero que se le había roto alguna pieza, porque tenía un muelle pequeñito con serrín. Empezamos a quitar los tornillos, yo estaba sentado encima de la bomba. Cuando faltaba un tornillo por sacar, me dice mi compañero: - Me voy al water. Yo pensé: - Mientras no esté aquí, no lo saco. Página 49

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Al cuarto de hora, cuando vino, me dice: - ¿ Todavía no lo has quitado? Entonces yo le digo: - Ves quitándolo tú, que ahora voy yo al water. Cuando al rato vuelvo y todavía no había quitado el tornillo, porque los dos teníamos un poco de miedo por si explotaba, entonces dije yo: - No nos movamos de aquí ninguno de los dos y vamos a quitar el tornillo. Así lo hicimos, sacamos la tapa que pesaba bastante y vimos que por dentro estaba completamente llena de azufre. En medio del bloque de azufre, había un agujero que tenía dentro un aparato muy bonito con mercurio, a mí me llamó la atención al verlo tan bonito y pensé: - Esto me lo llevaré a mi casa de recuerdo. Cuando salía por el garaje con aquel aparato en la mano, me vio el teniente y me dijo: - ¿ Donde vas con eso? Ves y tíralo a la cloaca antes de que explote. Así lo hice. Y ahora lo pienso y me doy cuenta que lo que hice fue una chiquillada, que no lo volvería a hacer ni por todo el dinero el mundo, pues tuve mucha suerte el poderlo contar ahora. Como que cada noche venían a bombardear, me busqué una pensión para cenar y dormir en un pueblecito que hay a las afueras de Tarragona, que se llama Constantí. Pues en esta fonda me apreciaban mucho incluso hice mucha amistad con la hija que era soltera. Y como que yo tenía tanta confianza con ella, el mejor plato que se ponía en la mesa siempre era el mío. Esta muchacha se llamaba Dominga Palou, con la que tuve una amistad corta, pero agradable, no fue una de esas amistades de las de hoy en que a la media hora de conocerse, ya son marido y mujer, como aquel que dice. La juventud mía era mucho más respetuosa, aunque en ese plan fuimos más tontos. A las ocho de la mañana, tenía que estar cada día en el garaje y me dicen: - Tienes trabajo para unos días, porque van a trasladar la tabacalera que hay aquí en Tarragona a Sabadell, porque ¡as mujeres que trabajan aquí se niegan a trabajar debido a los bombardeos que hay diariamente. Entonces estuve unos días con el camión trasladando maquinaria a Sabadell. Cuando terminé del traslado, otra vez volví al garaje y estuve algunos días parado. Páeina 50

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Pero una tarde, se presenta un carabinero con el camión en el garaje y dijo que venía a pedir el relevo, porque tenía que ir a Barcelona a sacarse una muela. Este hombre tenía unos treinta y tres años de edad y según me contaba tenía tres hijos y que el trabajo que estaba haciendo, era muy peligroso, entonces yo le pregunté: - ¿ Qué trabajo estas haciendo? Y me dijo: - Voy a la estación con el camión y me cargan de munición, proyectiles, fusiles y de todo tipo de armamento que haya, ya te digo, como que tengo tres hijos, tengo miedo de que me pase algo. Cuando le dijo al teniente que tenía que ir a sacarse la muela a Barcelona, ó sea, que necesitaba unos días de permiso. Como el teniente ya lo tenía un poco fichado, porque le había hablado varias veces para que lo trasladara de lugar y le dijo que no, que se sacase la muela en Tarragona. El hombre salió con aspecto de preocupación, entonces le dije: - ¿ Quieres qué le diga al teniente que yo me presto voluntario para ocupar tú sitio? Entonces me dijo que bueno, bueno. Me voy a ver al teniente y le digo que si quiere iré yo en el sitio de él y me contesta el teniente enérgicamente:

- ¡ NO ! ¡ Porque es un cobarde ! Y ya me lo ha pedido varias veces. Como que ya era la hora de marchar, me fui para la fonda. En Constantí y el teniente también vivía en otra fonda en dicho pueblo. Como que yo tenía tantas ganas de salir de Tarragona, por los bombardeos que habían a cada momento, aquella misma noche, aproveché y fui para la fonda donde se encontraba el teniente cenando con otros oficiales. Aproveché la situación me dirigí a él y le dije: - ¿ Por qué no me da a mí el servicio ese del que ya hemos hablado? Y me contesta otra vez con mal genio que no. Entonces al oír uno de los oficiales la manera en que me habló, le pregunta al teniente: - ¿ Qué es lo que pasa? Y mientras lo comentaba, como que la dueña de la fonda también cenaba con ellos, oyó el comentario que hacía de aquel hombre. Y entre los oficiales y aquella señora le comentaron al teniente, que si el hombre tenía tres hijos y bastante miedo, le dijeron: - Pues concédele el sitio a él. Página 51

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Y contesta el teniente: - Bien, te lo concedo, pero te aseguro que te arrepentirás, ó sea, que mañana ya puedes coger el camión y vas con él y ya te explicará lo que tienes que hacer. Al día siguiente nos fuimos con dirección a Reus. Al llegar a las afueras, había una masía muy grande donde criaban pollos y conejos, tenía el nombre del " Mas Vendrell " . Entramos dentro de la masía y me indica donde tenía que dormir y guardar mis cosas. Era un gallinero muy grande que tenía un cuartillo a continuación que es donde habían dormido los pollos. Estaba muy limpio y muy emblanquinado. Entonces me dice: - Aquí en estos campos podrás traer el camión y aparcarlo cada día cuando termines el servicio. Me presentó a quince o veinte soldados que habían allí para el cuidado del material que allí se encontraba y del cuidado de la masía. Entonces llama a los soldados y les dice: - Yo me marcho, el trabajo que hacíais conmigo tendréis que hacerlo ahora con este hombre. Y contestan: - Muy bien. Entonces el dice: - Yo me marcho, ¡ salud ! Y luego me dio las gracias. Por la tarde, nos tocaba empezar a trabajar. Vienen seis soldados hacia mí y dicen: - Cuando quiera empezamos. Se suben cinco en la caja del camión y el otro conmigo en la cabina. Salimos para la estación del tren que había por allí muy cercana. Entramos en la estación donde todos eran militares y me dice el soldado que venía conmigo: - Vaya a esa ventanilla y ya le darán detalles. Llego a la ventanilla y me presento y al hacerlo me dicen: - ¡ Hombre ! El Luis ya ha conseguido lo que quería, bueno, pues mira aquí tienes estas hojas de ruta, ahora te cargarán el camión y ya te irán explicando estos soldados que ellos ya saben de que va. Entonces viene uno de ellos con una lista en la mano. Arrimo el camión a un andén que había y me fueron cargando en el camión el material que ponía en la lista: cajas de Página 52

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balas, de bombas de mano, proyectiles y munición de mortero. Una vez cargado nos fuimos y me iba guiando el soldado que iba a mi lado. Recuerdo que cuando llevábamos bastantes kilómetros hechos, había una zanja honda en la carretera, entonces me dice: - Pare aquí. Nosotros nos bajaremos y pasaremos a pie y nos espera otra vez al otro lado. Y así lo hicimos. Entonces cuando los volví a recoger les pregunté: - ¿ Por qué habéis pasado caminando? Dijeron: - Porqué aquí hay unos trescientos metros que lo dominan ellos. Seguimos carretera adelante y me desvían hacia una montaña que era un polvorín. Desde encima de aquella montaña se veía el río Ebro. Allí mismo me descargaron el camión y volvimos para la base. Mi trabajo consistía en ir llevando material a los polvorines que me indicaban. Una vez iba para Balaguer y nos salió la aviación por la carretera. Los soldados se tiraron en marcha y el que iba a mi lado me dijo que parase enseguida, nos bajamos y era una explanada que no había ningún árbol. Entonces nosotros nos pusimos a correr sin parar, cada uno en una dirección. El avión dio dos vueltas y se marchó. Volvimos al camión y seguimos nuestro camino hasta descargar en el polvorín y esta era la rutina de cada día. Recuerdo que una tarde que llegamos pronto a la base, ó sea, a la masía, empecé a curiosear por dentro de la masía y al entrar, delante de una puerta en el suelo había una losa muy grande con una anilla acoplada en el centro y llamo a un soldado y le digo: - Oye ven, mira lo que hay aquí. Y me contesta: - Si, ya lo hemos visto. - ¿ Levantamos la losa esta? - ¡ Uy ! No se como, con lo que pesa. - Espérate que traeré el camión. Aculo el camión hacia la puerta y saco una cadena que tenía y por un extremo la engancho al camión y por el otro a la anilla de la losa. Entonces, al ver lo que estábamos haciendo, acudieron más soldados y ayudaron ha hacer el trabajo. Yo muevo el camión y se levantaba unos dos dedos la losa. Al ver que ya no podía levantarla más, cogimos unas barras de hierro y las utilizamos para hacer palanca. Una vez levantada la losa, Página 53

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había una escalera que hacía rampa hasta el fondo del sótano. Estaba todo lleno de telarañas. Una vez abajo con unas linternas empezamos a mirar y todo lo que era la masía. Por debajo era un subterráneo y estaba a un lado y al otro lleno de barriles de vino, había más de sesenta y grandes. Empezamos a mirar y estaban todos llenos según la fecha que había apuntada en el barril. Había vino de más de treinta años. Tenían en las grietas, como si fuera azúcar. El grifo, para que el vino saliese por allí, teníamos que meterle un alambre, pues se habían hecho tapones de azúcar en la boca del grifo. Enseguida corrió la noticia del hallazgo que habíamos hecho y venían muchos coches militares, incluso vinieron militares de Madrid a buscar vino, se lo llevaban a garrafas. Yo solo me quedé una garrafa de ocho litros y una bota de vino de dos litros, pero mis compañeros si que se quedaron hartos de vino. ******************************************************* Yo seguía con mi trabajo durante un mes y medio. Por aquellas fechas la guerra se estaba poniendo muy mal para nosotros y a los conductores más jóvenes nos llamaron para incorporarnos al frente, porque hacía falta mucha gente. A mí me mandaron una nota que me decía que tenía que presentarme en Camprodon. Me dirigí hacia allí y me presenté en unas casitas que estaban puestas como si fuese una colonia y nos sirvieron a nosotros como cuartel. Aquella base servía nada más que para renovar los batallones, cuando tenían bajas en el frente los iban substituyendo por los que estábamos allí, ó sea, que se formaban compañías para mandar al frente. Recuerdo que una tarde, estaba en la montaña y oí una explosión muy fuerte y al fijarme vi que empezó a salir mucho humo de Camprodon. Bajé corriendo y al llegar al lugar me di cuenta de que había sido un avión que había tirado una bomba en una fábrica de tejidos, que al lado mismo había un depósito de gasolina refinada para la aviación. Empezó a arder y entonces nosotros los carabineros que habíamos allí empezamos a sacar todo lo que pudimos del despacho. Una de las veces que yo bajaba por las escaleras del despacho, miré hacia la derecha por unos ventanales muy grandes que había, me fijo en el fuego y vi que había un señor tendido en el suelo que le había caído una columna de ladrillos encima y estaba muerto. Vi que el fuego se le estaba comiendo la piel de la cabeza y ya se le veía el cráneo. Entonces le dije al teniente que había visto a un hombre muerto que podíamos sacarlo y al mismo tiempo oí a una señora mayor y a una muchacha que gritaban y decían en catalán: Páeina 54

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- ¡ El meu pare està dintre ! Y el teniente me dijo: - Que no se acerque nadie al el fuego. Entonces, me acerqué a otro carabinero que había allí al lado y le dije: - Vamos a sacar a ese hombre de allí. Y me contestó: - Venga vamos. Rompimos los cristales de las ventanas y yo salto hacia dentro. Cogimos trapos que habían allí y me lío las manos y le empiezo a quitar los ladrillos de encima del pecho. Recuerdo que llevaba una camisa con unas rayitas muy estrechas azules y blancas. Y le digo al que me ayudaba: - Arrima esa caja grande de madera cerca de la pared. Y entonces lo cojo en brazos como pude y se lo pasé al otro. Lo puso dentro de la caja y salté al otro lado y entre los dos cogimos la caja y salimos para fuera. Y tan solo salir estaban la madre y la hija allí y ella enseguida dijo: -Aquí va el meu pare. Yo le dije que no, que eran libros y entonces ella dijo que no, que salía sangre. Se tiraron la madre y la hija encima de la caja llorando. Entonces me llamó el teniente y me dijo: - ¡ Te voy a hacer un parte ! ¿ no te he dicho que no fuerais que había peligro? Entonces le contesté que no podía dejar que se quemara, me daba lástima de ver a la madre y a la hija. Y me contestó: - Bueno, ya hablaremos cuando lleguemos al cuartel. Aquel día ya no me dijo nada. Al día siguiente fuimos al campo de fútbol para hacer la instrucción. Cuando acabamos de hacerla, nos dicen: - Esta tarde a tal hora todos aquí otra vez, que no falte nadie. Más o menos hacia las cinco, nos reunimos todos allí otra vez. Empiezan a llegar señores de paisano, nos forman a todos y cuando estábamos formados, cual sería mi sorpresa que me llaman: - Gabriel Monserrate. Página 55

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Y al otro compañero mío que me ayudó. Entonces dimos un paso adelante y un oficial leyó un parte y cuando terminó decía: - Se concede la medalla del valor a Gabriel Monserrate Muñoz y a ( mi compañero, del cual no recuerdo el nombre) por el servicio que han cumplido. Y a continuación vinieron la viuda y su hija a darnos dos besos y las gracias. Esa misma tarde hubo el entierro, al cual también asistí. Recuerdo que el cementerio tenía una subida bastante larga para llegar. Esperamos que lo enterraran, les dimos el pésame y nos marchamos.

Capítulo 7

A los dos días nos dan el aviso que tenemos que marchar para el frente. Vinieron cuatro camiones, nos subimos arriba de los camiones con todo el equipo y nos marchamos. Cuando íbamos por la carretera, en cada camión iban dos oficiales con el chófer en la cabina. Eran unos oficiales muy jóvenes, tendrían entre veintiséis o veintisiete años. Empezaron a pasarse los camiones como si hicieran carreras y los oficiales animaban a los conductores para ser los primeros. Yo veía que aquello que estaban haciendo estaba prohibido, porque cuando se va en caravana no se puede pasar uno al otro. Y así seguían divirtiéndose por el camino. Hubo un momento que al avanzarse uno al otro para dejarle paso, se arrimó demasiado a la cuneta y no se dio cuenta el chófer de que había una hilera de árboles de los que les llaman moreras, que son bastante bajos y que cuando los podan les dejan las ramas que parecen brazos. Pues al acercarse tanto a la Página 56

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cuneta, todos los carabineros que iban de pie y cantando en el lado derecho, no se dieron cuenta de los árboles, cuando veo que empiezan a saltar los hombres por los aires, porque los árboles los despedían. El camión empezó a hacer eses de un lado para el otro de la carretera hasta que el chófer se pudo hacer con el camión antes de que parara del todo. Me bajo yo, me voy derecho a la cabina, abro la puerta y cojo al conductor por el brazo y lo arrastro fuera del camión y chillando como un loco le señalo para la carretera, le digo: - ¡ Mira hijo de puta cabrón lo que has hecho ! Entonces el oficial que iba a su lado se baja derecho hacia mí con la pistola en la mano y me dice: - ¿ A ti qué te pasa? Le digo: - Mira, criminales lo que habéis hecho. Y mira para la carretera y se pone la mano en la cabeza. Vamos para donde estaban los cuerpos de los carabineros muertos. Fueron cinco, parece que los esté viendo, tenían la cabeza hundida a otros les faltaba media cara, tenían los ojos abiertos llenos de polvo. Alguno que todavía respiraba se quedaba mirando como si quisiera hablarte. Los demás carabineros que lograron salvarse, estaban en silencio sentados por la cuneta. En ese momento, pasa un señor con un coche y se para. Entonces uno de los oficiales le dice a aquel señor: - Hágase cargo de estos cinco muertos, que nosotros vamos para el frente y no podemos perder más tiempo. Aquel señor le contesta que ni pensarlo, que el no quería saber nada. Entonces el oficial lo amenazó y se quedo allí. Nosotros nos marchamos para los camiones. Yo en aquel momento le digo al oficial: - Como se haga un juicio diré que tuviste la culpa, vosotros los oficiales. Él me contesta: - ¡ Tú te callas y sube al camión ! Me subo al camión y no sube nadie más. Los demás se repartieron por los otros camiones, ó sea, que en aquel camión iba yo solo, porque los demás le cogieron miedo. Cuando me tranquilicé un poco, empecé a pensar: Página 57

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- Ahora, como que vamos para el frente tendré que tener cuidado, porque tendré el enemigo delante y detrás, porque con lo que les dije a los oficiales que si había algún juicio diría la verdad. Estos cuando puedan me pegan un tiro por detrás y se queda todo tapado. Llegamos a Artesa del Segre. Nos reparten por los pajares y algunas casas que estaban abandonadas. Al día siguiente, salimos a una explanada que había muy grande para hacer ejercicios militares. Al poco rato de estar allí, aparecen tres aviones y empiezan a bombardear. Salimos todos corriendo para escondernos. Recuerdo que había un agujero en una roca que nada más cabía una persona encogida. Me coloqué como pude y otro compañero que también quería colocarse y no podía, pues me servía de parapeto. Se marchan los aviones y salimos fuera. Pero no pasan cinco minutos y vienen tres aviones más, bombardeaban todos los alrededores del pueblo. Yo salgo corriendo otra vez y me escondo debajo de un carro. Aquella mañana vinieron cinco o seis veces de tres en tres. Cuando volvimos al pajar donde dormíamos, vimos que estaba hundido por las bombas. Enseguida preguntamos por el que se quedó de guardia en la puerta, que precisamente era un muchacho que estaba muy enfermo y estaba esperando que lo evacuaran, por eso se quedaba de guardia y no hacía servicio. Tuvo la desgracia que le cayera una pared del pajar encima y se quedó enterrado. Nosotros rápidamente empezamos a quitarle la tierra de encima, pero cuando lo sacamos ya estaba asfixiado. Estuvimos cuatro días en este pueblo y el último día nos dicen: - Prepararos que mañana salimos por la mañana. *********************************** Cogimos la carretera hacia Lérida, lloviendo por todo el camino. Después de estar caminando muchas horas llegamos a la casa Cros, que es una industria química muy importante que había allí y estaba medio destruida por los bombardeos. No había absolutamente nadie y nos dijeron que pasaríamos allí la noche, que cada uno se buscara un sitio para poder dormir. Entonces me subí a un despacho que había medio desmontado y que el suelo era de madera. Me quité toda la ropa y la puse a secar y me lié con la manta y me acosté en el suelo. Entonces me puse el macuto por cabecera, pero entre que la artillería empezó a disparar y que las ratas querían comerse la comida que llevaba en el macuto, no pude pegar ojo en toda la noche. Página 58

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Cuando se hizo de día, cogí la ropa que todavía estaba mojada y me la puse. Cuando el día ya era completo, miré a los alrededores y vi que habían campos de almendros. Entonces me marcho para la mitad de los campos y en esos momentos viene un avión muy bajo. Ya no sabía donde esconderme, porque los árboles no tenían hojas y menos mal que no me vio. Salí corriendo otra vez para la fábrica donde dormimos. Al llegar allí me dicen dos o tres: - Vamos a ver aquellas casas que hay allí abajo al lado del río. Y que en el otro lado estaban los fascistas. Entonces entramos en las casas y como que estaban abandonadas había de todo. Recuerdo que entramos en una fábrica de medias de mujer que también estaba abandonada y había medias por toda la fábrica. Después de dar unas cuantas vueltas por allí, nos marchamos para donde pasamos la noche. Cuando llegamos, empezaba a llover y nos dicen: - Recogerlo todo que nos marchamos. Seguía lloviendo. Emprendimos la marcha hacia la izquierda de Lérida. Seguíamos caminando y cada vez llovía más. Por el camino encontramos un cementerio, que teníamos que cruzarlo por dentro, para no ser tan vistos por el enemigo. Cuando estábamos atravesando el cementerio, nos dicen: - Descansar un poco. Y seguía lloviendo a cántaros. Ya no nos protegíamos de la lluvia, porque íbamos empapados de agua. Hubo alguno que para hacer broma se metía dentro de un nicho y sacaba la cabeza y decía: - Yo no me mojo. Estuvimos bastante rato en el cementerio, porque teníamos que hacer un relevo y el lugar que teníamos que hacerlo tenía que ser de noche casi a la hora de estar allí nos dicen: - En marcha. Y seguía lloviendo. Cuando llevábamos otro rato caminando, empezaba a oscurecer. Veo que los que iban delante de mí entraban en una masía. Yo pensé: - Cuando llegue yo, ya no cabrán más y tendré que quedarme fuera. Pero llego a la puerta y pienso: - Pues si que cabe gente en esta casa. Pasma 59

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Cual fue mi sorpresa cuando entro, la cruzamos y salimos al patio, allí empezaba la trinchera que tenía que llevarnos a primera línea. Bajamos para entrar en ella y estaba con dos palmos de agua y lloviendo. Sigo caminando por la trinchera con un barro que había de aquel colorado que resbala tanto y dice el sargento: - Silencio y esconder los platos que no reflejen. Cuando yo pego un patinazo con el barro y me caigo de espaldas en suelo y pego un grito y digo: - ¡ Me cago en la guerra y en la madre que la parió ! Viene el sargento corriendo y pregunta : - ¿ Quién ha sido el que ha gritado? Y yo le contesto con mala leche: -Yo. - Si te vuelvo a oír, te pego un tiro en la cabeza. - Si me caigo otra vez, vuelvo a gritar. Entonces me cogen entre dos, uno por cada brazo y me llevaban que casi no tocaba el suelo. Ya llegamos a primera línea de noche. Entonces nuestro sargento, con el sargento que veníamos a relevar, empezaron chabola por chabola, ha avisar que se prepararan, que había venido el relevo. Se prepararon con mucho silencio y se marcharon. Nosotros ocupamos las chabolas. Cuando entro, teníamos que agacharnos, porque tenía el techo muy bajo, tenías que entrar de rodillas y dije: - ¡ Por fin ya no me mojo ! Éramos cuatro los que teníamos que dormir en la misma chabola. Empiezo a quitarme la ropa para descansar, cuando viene el cabo y en voz baja dice: - Gabriel Monserrate. Contesto: -Yo. Me dice: - Prepárate que entras de escucha. - Pero si acabamos de llegar y ya me toca a mí. Y me contesta: - Si, tenéis que hacer dos horas cada uno. Coge el fusil y dos bombas y seguirme. Página 60

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Él ya traía a otro que también entraba de escucha. Lo seguimos y yo veo que sale de la trinchera y le digo: - ¡ Eh donde vas ! Y me dice: - Calla y seguirme. Entonces empieza a meterse por las alambradas haciendo eses. Cuando pasa al otro lado de la alambrada, caminamos hacia el río que es el Segre. Antes de llegar, se para y da una consigna y le contesta: -Adelante. Llegamos a la misma orilla del río y estaba el carabinero que yo tenía que relevar. Le pregunta el sargento: - ¿ Se ve algún movimiento por aquí? Y le dice señalando con el dedo el otro lado del río: - Ves aquella luz, allí tienen una ametralladora, cuando les parece disparan alguna ráfaga. Entonces me señala y me dice: - Mira, te sientas aquí. Había una silla pequeña de mimbre y con las piedra del río tenía como un poco de trinchera, que sentado me cubría medio cuerpo y me dice el sargento: - No te duermas, porque si vienen y no te das cuenta te quitarán el fusil y te matarán. Se marcharon con el otro muchacho para hacer el otro relevo. Yo me quedé solo. Me senté en la silla y cogí la correa del fusil y me la pasé por dentro de la pierna y con una bomba de mano también la tenía empuñada. Yo pensaba: - No me dormiré por si acaso. Porque entre el ruido del río y el movimiento de las cañas, me cogía sueño. Seguía lloviendo y pensar que si tenía que salir corriendo yo no conocía la salida, entre las alambradas, imagínate los momentos que estaba pasando entre los dos frentes y allí solo. Cuando hacía más de una hora que estaba allí y seguía lloviendo aunque el agua ya no la notaba. De pronto, en aquel silencio, empiezan por detrás de mí a pegar cañonazos, que los proyectiles pasaban tan bajos que silbaban de mala manera. Me creí que ya estaba liada, cuando en ese momento viene corriendo el sargento y me dice: Página 61

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- ¡ Monserrate Monserrate !

No te asustes que es un cañón nuestro muy grande

que está instalado sobre un vagón del tren que le llaman el Avi y que de cuando en cuando, viene alguna noche y dispara unos cuantos proyectiles sobre Lérida. Yo no le deseo a nadie los momentos que pasé. Lo estoy escribiendo y me entran sudores de recordarlo. Pasaron las dos horas y vino el sargento con el relevo, le dijo lo mismo que me dijo a mí, que estuviera al tanto y que no se durmiera. Nos marchamos el sargento y yo para las alambradas y otra vez haciendo eses, llegamos a la trinchera. Me dirijo a la chabola entro en ella, entonces me quito la ropa y con una de las mantas que habían me tapo bien y por fin me quedé durmiendo. *

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Al día siguiente, cuando me despierto ya no llovía. Salgo de la chabola y empiezo a observar todos los alrededores y veo delante de mí, al otro lado del río, que estaba el castillo de Lérida. Lo tenía a una distancia que no llegaba a un kilómetro. Lérida estaba ocupada por los fascistas y no paraban de pegar tiros durante todo el día. El primer día me lo pasé todo el rato nada más que pegando cabezazos para abajo, porque tiraban con balas explosivas y explotaban en el aire. Pero allí dentro de las trincheras podías moverte para donde quisieras, porque las balas pasaban de largo. El único peligro que había era cuando venía algún avión y empezaba a ametrallar las trincheras, pero te metías en unos nidos que habían de hormigón y estabas fuera de peligro. Una mañana, fuimos a un rincón del río, donde había raíces de regaliz y empezamos a escarbar la tierra. Allí habíamos varios carabineros buscando. Cuando oigo una voz que dice: - ¡ Porras ven a ayudarme que está no puedo sacarla ! Yo solo, me fijo en quien era el tal Porras y le digo: - ¿ Tú te llamas ese apellido? Y me dice que si, le digo: - ¿ Tus padres son Murcianos? Y me dice que si. - ¿ Y tu madre se llama Francisca? -Si. - ¿ Tú has venido de Francia? -Si. - Pues eres familia mía, porque mi madre se llama Leonor Porras. Página 62

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- Si que la he oído nombrar a mi madre que son primas hermanas. Y entonces cogimos amistad y siempre estábamos juntos. Él pertenecía al destacamento de ametralladoras. Una mañana, cuando nos levantamos yo estaba tirando unos cuantos tiros para Lérida y viene él y me dice: - Voy a buscar la ametralladora y desde aquí voy ha tirar unos cuantos tiros hacia el castillo. Viene con la ametralladora al hombro y le desmonta las patas. La coge y le pone el cañón en el agujero de la espillera, sosteniéndola con las dos manos. Cuando empieza a disparar y saca el cañón de la espillera y sigue disparando para todas partes. Yo creí que se había vuelto loco, todo fue muy rápido. Cuando me fijo y vi que tenía la mano izquierda sangrando. Le miro la mano y tenía una herida de unos cinco milímetros de profundidad, como si le hubieran hecho un canal de lado a lado de la mano. Esto le pasó, porque no se dio cuenta que puso la mano y tapaba por donde expulsaba los casquillos de las balas que salían ardiendo. Al día siguiente, cuando vino el camión del suministro, se marchó para el hospital. Yo lo acompañé hasta el camión y me encontré con un oficial de los que tuvimos aquel accidente de los cinco muertos y me dirijo a él y le digo haber si podía conseguir un permiso, me dice: - ¿ Como te llamas? Le di mi nombre y apellidos, tomó nota y no me dijo ni palabra. Se subieron al camión y se marcharon. Yo me marché para la chabola. Por dentro de las trincheras de cuando en cuando asomaba la cabeza y una de las veces me fijo y veo muy cerca, un campo de habas secas. Cuando llego a mi puesto, les digo a los que dormían conmigo lo de las habas y me dicen: - Un día tenemos que ir a buscar. Aquella tarde empezaron los fascistas a hablar y cantar de cara al sol y por los altavoces y nos decían: - ¡ Carabineros sois hijos de Stalin y de la Pasionaria, catalanes sois como los Rusos ! Nosotros les cantábamos la Internacional y empezaban a tirar morterazos. Entonces teníamos que salir corriendo a escondernos, porque nosotros no podíamos contestarles, porque nada más teníamos fusiles y alguna ametralladora. Página 63

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Recuerdo que una tarde, serían las siete y venían dos con el rancho para cenar. Llevaban una caldera uno de cada asa y les cayó un mortero encima. A uno le voló la cabeza y al otro le corto la mano y le lleno la cara de metralla. Aquella noche nos quedamos sin cenar pero aunque hubiéramos tenido comida, tampoco hubiéramos comido, porque se nos fueron las ganas viendo aquel espectáculo. A la media hora vinieron los camilleros y se los llevaron a los dos. Aquella noche me tocaba hacer la escucha y me tocaba de tres a cinco. Viene un cabo a despertarme y me dice: - Monserrate arriba. Me levanto y salgo fuera y le digo al cabo: - ¿ Cómo es que no viene el sargento? - Ahora me cuidaré yo de hacer los relevos. Y nos dice a mí y otro muchacho que se llamaba Pablo: - Vamos para allá. Salimos de la trinchera, como siempre y llegamos al punto de escucha y nos dice: - Tener cuidado y no dormirse, porque de vosotros depende la vida de los demás. A mí me deja en mi sitio y se marcha con el otro para dejarlo también. Cuando serían las cuatro y media de la mañana, se presenta el cabo y me dice: - ¿ Como va todo? Yo le contesto muy flojito: - Sin novedad. Se marcha para el otro puesto y a los seis o siete minutos, oigo unos gritos de socorro y el cabo que decía: - ¡ Pablo, Pablo que soy yo ! Aquel muchacho, sin pensárselo, empieza a saltar las alambradas gritando derecho a las trincheras. Pasa el cabo por delante de mí corriendo y yo estaba escondido entre unas cañas que habían a la orilla del río. Yo que veo que pasa el cabo corriendo, salgo de entre las cañas y me voy detrás de él, yo corría más que él. Pasamos las alambradas, cuando llegamos a la trinchera y estaban todas las fuerzas levantadas con el fusil preparado. Creían que era un ataque del enemigo. Entonces le preguntan al cabo y a mí: - ¿ Qué pasa? Yo les digo: Página 64

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- Yo no se nada, que he oído muchos gritos y creí que ya estaban aquí los fascistas. Entonces el cabo pregunta: - ¿ Donde está el Pablo? Le dicen: - Está en aquel nido de ametralladoras, que lo están curando, que está hecho un santo Cristo echando sangre portadas partes. Entonces el cabo le dijo al sargento lo que había sucedido: - Mire, cuando he ido a revisar los puestos, me he encontrado con el centinela durmiendo, entonces me he puesto agachado delante de él y empecé a tirarle piedrecitas. Se ha levantado de la silla, ha dado media vuelta y ha empezado a saltar las alambradas gritando " ¡ socorro socorro ! " . Yo lo he llamado " ¡ Pablo Pablo ! " pero él a seguido chillando y corriendo. El cabo estaba muy asustado. Nos vamos los tres para el nido de ametralladoras y estaba Pablo tendido en un colchón. Tenía los ojos como dos manchas de sangre todo vendado parecía una momia. Le preguntó el cabo a uno de los que le habían curado: - ¿ Qué dice? Le contesta: - Le hemos hecho preguntas y no contesta, parece como si no oyera. Mientras el cabo se daba golpes en la frente con la mano y decía: - ¡ Si se muere este muchacho me fusilan ! Al rato llegaron dos camilleros y se lo llevaron para el hospital. Aquella mañana ya no me acosté y había una niebla muy espesa, no se veían ni las casas ni el río. Entonces les digo a mis compañeros: - ¿ Aprovechamos la niebla y salimos a coger las habas? Vamos, salimos de la trinchera y buscamos donde estaban. Llevábamos unas bolsas y empezamos a coger las habas. Cuando hacía un cuarto de hora que estábamos cogiendo, nos pegan unos tiros. Miramos y es que la niebla se había marchado y no nos dimos cuenta. Nos tiramos al suelo y arrastrando la barriga llegamos a la masía que había allí cerca, que estaba abandonada y nos quedamos un rato. Entonces salimos por otro lado y empezamos a caminar. Cuando todavía no habíamos caminado ni veinte pasos, empiezan a disparar de nuevo. Volvemos para atrás corriendo otra vez a la masía. Entonces pensamos como salir de esta, porque a las doce les tocaba entrar de servicio a Página 65

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los dos y tenían que estar en su sitio. Delante de la masía había una noria y como un canal para conducir el agua para regar los campos. Nos pusimos barriga en tierra dentro de aquel canal y arrastras fuimos a parar cerca de un cañizar. Salimos corriendo hacia él y todavía nos dispararon, se ve que nos seguían. Cuando estuvimos a salvo, tuvimos que dar una vuelta muy grande para encontrar la trinchera. Ya se hacía tarde y tuvimos que correr por dentro de las trincheras, pero llegamos con tiempo. Cuando terminamos de comer me dice uno de los que dormíamos juntos: - Monserrate, hoy tendrías que ir ha buscar sábanas para la cama que no tenemos y las que hay puestas están muy sucias. Entonces me marcho por la trinchera caminando y llego a un lugar que habían varias torrecitas abandonadas. Entro en una de las torres y sigo para el jardín. Bajo dos escaleras y estaba todo el jardín con un palmo de hojas secas. Les pego una patada y me salen cuatro o cinco peras de esas que les llaman de agua. Estaban un poco arrugadas pero parecían miel de dulces que estaban. Entré en una habitación, abrí el armario y cogí siete sábanas que habían y unas cuantas almohadas. Salí al jardín otra vez y empecé ha buscar las peras entre las hojas. Conforme iba encontrando las metía dentro de una almohada. Cuando tenía media almohada de peras, cogí la ropa y me marché. Estas sábanas que nosotros cogíamos de las casas estaban en zona de guerra, ó sea, que sus propietarios no podían recuperarlas nunca y para que se perdieran, las aprovechábamos nosotros para dormir. Cuando llevaba unos diez días en aquel mismo lugar, amaneció lloviendo a cántaros de improviso empiezan los fascistas a disparar con unas armas que nosotros les llamábamos " la loca" porque empezaban a disparar y no paraba. Pero esos disparos no eran para nosotros, pasaban por encima nuestro y iban lejos. Pero al momento empezaron con los morteros, esos si que eran peligrosos, porque no lo oías venir y cuando tocaba en el suelo pegaba una explosión muy fuerte. Cuando más mal lo estaba pasando llegó un carabinero tapado con un chubasquero preguntando: - ¿ Gabriel Monserrate? Contesto: -Yo. - Recoge todo lo que tengas, que te vas con permiso. Página 66

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Lo recojo todo y nos marchamos por la trinchera hasta llegar a las oficinas del mando. Cuando me presento, sale aquel oficial que le dije si podría conseguir un permiso para mí. Me entregó el permiso y no me dijo ni una palabra. Dejé el fusil, la munición y las dos bombas. Tomaron nota y me dijeron: - Ya puedes marcharte. Entonces me dice el chófer de la ambulancia: - Vamonos. Y cuando subo, veo que llevaba a un muchacho tendido en la camilla y le pregunto: - ¿ Es qué está herido? Me dice: - No, pero está muy grave lo llevo al hospital Clínico a Barcelona que lo tienen que operar rápido. Y le digo: - Mira, a mí me viene al pelo, porque yo también voy a Barcelona. - Ya lo sé, por eso me han mandado a buscarte, para aprovechar el viaje. ***********************************************************

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Capítulo 8

Cuando llegamos a Barcelona, se dirige al Hospital Clínico. Al llegar a la puerta le digo que pare y me bajo, le doy las gracias. Entonces busco la combinación del tranvía que me llevara a casa. Cuando llego a mi casa, pico en la puerta y sale mi madre. De momento se queda parada, porque no esperaba que fuera yo, entonces se tira a mi cuello abrazándome, besándome y llorando de alegría. Al rato llegan mí padre y mí hermana. También me abrazan y me dan muchos besos. Cuando llega la hora de cenar, nos sentamos en la mesa y me ponen un plato de nabos cocidos sin aceite, que yo no los podía ni ver. Cerré los ojos y me los comí. Mí madre me miraba y se reía y me dijo: - ¡ Y que no falten de segundo plato ! Me pusieron tres sardinas fritas con un poco de pan, pero muy poco, porque el pan era el lujo de la mesa. Me bebí un vaso de agua y a dormir. Pero serían las dos de la noche, que me despiertan y me dicen: - ¡ Levántate que están tocando las sirenas, que entran los aviones ! Me levanto y nos marchamos al refugio. Bombardean y se pasa el peligro. Nos marchamos para casa y les digo a mi familia: - Me parece que me marcharé antes de cumplir el permiso, porque en el frente ves por donde viene el peligro y no te faltan las lentejas o los garbanzos ni el pan. Al día siguiente vino mi prima Isabel. También se alegró mucho al verme. Entonces le dije lo mismo, que no terminaría el permiso y me dijo: - Si quieres venirte un par de días a mi casa.

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Yo le dije que si, porque allí se estaba más tranquilo. Ella vivía en las casas baratas de San Adrián y además vendía de estraperto, ó sea, que la comida la tuve segura. Los dos días que estuve allí, me dijo que me quedara otro día más, pero me daba un poco de reparo, porque la comida iba muy cara y le dije que no. Le di las gracias, me dio un abrazo y muchos besos y me dijo: - Que tengas mucha suerte, adiós. Me marché para mi casa. Cuando llegué, estaba mi madre barriendo la puerta de casa y me dijo: - ¿ Ya estas aquí? - Si, lo he pasado muy bien, pero pienso marcharme mañana. Y me contesta: - ¿ Como es que te quieres marchar mañana si todavía no se te ha acabado el permiso? - Porque me encuentro más a gusto en el frente con mis compañeros, porque aquí, entre los bombardeos y sin nada que comer se pasa bastante mal. Al día siguiente me levanto y me dice mi madre: - ¿ No será verdad que te marchas? Yo le contesto que si. Entonces se le saltan las lágrimas y me dice: - Bueno, pues tú mismo. Me espero un momento a que vengan mi padre y mi hermana. Me despido de ellos y me marcho para la estación del Norte. Esperé que saliera el tren para Lérida y me subí en el. ****************************************************** Cuando llegué a un pueblo antes de la estación de Lérida, nos bajamos del tren, porque unos kilómetros más adelante empezaba la zona de guerra. Me salí de la estación y me fui hacia la carretera. Paré un camión y le pregunté si iba a Lérida y me contesto que si, me dejó subir y nos marchamos. Cuando llegamos al puente de Lérida, que ya era el frente, me dice: - Yo ahora me marcho hacia la derecha, ¿ tú para donde vas? - Yo al contrario, a la izquierda. Me bajé del camión y se marchó. Yo tenía que volver al mismo sitio que estaba antes de marcharme, con permiso para incorporarme a mi compañía. Pero pasaban más Página 69

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de tres horas y no pasaba nadie por aquel lugar, recuerdo que estaba parado en la puerta de un bar, apoyado en un abrevadero que había servido para beber agua los caballos. Alrededor de mí todo estaba derrumbado, los postes de la luz tendidos por el suelo y las paredes de las casas derrumbadas, aquello parecía que hubieran pasado por allí los marcianos. Cuando hacia más de tres horas y media que estaba allí, desesperado sin saber para donde tirar, veo que viene un señor de unos cincuenta años montado en una bicicleta y me dice en catalán que estoy esperando aquí y yo le contesto: - A ver si pasa algún camión para que me lleve a donde tengo que ir. - Por aquí no pasan ni coches ni camiones, el único que pasa por aquí soy yo que tengo una casa aquí y de cuando en cuando vengo a ver si todavía está en pie, vivo en una masía a las afueras del pueblo. Y me dice: - Ven conmigo, te indicaré donde puedes coger un camión que te llevará donde quieres ir. Fuimos caminando y salimos a una carretera, me dijo: - Verás como aquí no tarda en pasar algún coche o camión. Y así fue, viene un camión y lo paro, le digo: ¿ Para donde vas? - Voy a llevar el suministro a tal sitio. - ¡ Estupendo !

yo voy a ese lugar, donde tengo mi compañía y tengo que

incorporarme, porque vengo de cumplir un permiso. Cuando llegamos me presento en las oficinas del mando y me dicen: - ¿ A qué compañía perteneces? - A la cuarta. Entonces él mira unos papeles y me contesta: - Esta compañía la relevaron ayer, ya no está aquí. Le pregunto: - ¿ Donde puedo encontrarla? - Esto no lo sabemos, nosotros solo podemos decirte que está en algún campamento de descanso, lo único que puedes hacer es marcharte con este camión que va repartiendo el suministro por los campamentos. - ¿ Le digo al chófer si me deja ir con él? Págma 70

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-Si. Entonces a la hora de marcharnos le digo al que esta en la oficina que me diera un fusil, el correaje y la munición porque lo había dejado aquí cuando me marché con permiso, y empezó a buscarla y me dice: - Aquí nada más veo los fusiles que nos pertenecen a nosotros. - Mira el fichero y verás como tiene mi nombre con la entrada de este fusil. Mientras hablaba con él, me fijo que a mi derecha había una percha de esas de pie con capote y una gorra colgados, estaba en un rincón, voy y miro detrás del capote y estaban el fusil con el correaje apoyado en el cañón y me dice: - ¿ Como sabes que es tuyo? - Porque llevan mi nombre escrito. Miramos la culata del fusil y tiene las letras G. M. entonces me dice: - Conforme. Cojo el fusil y el correaje y me marcho para el camión, cuando llego me dice el chófer: - Tendría que haberte dejado por el tiempo que me has hecho perder. Le conté lo que había pasado y me contesto: - Si es otro, no te hubiera esperado. - Hombre muchas gracias por esperarme. Nos marchamos hacia el próximo campamento. Cuando llegamos, mientras descargaban el suministro, empecé por el campamento a informarme si sabían donde se encontraba la cuarta compañía y me dijeron que no. Entonces nos marchamos para el último lugar que le quedaba que repartir, que también era un campamento de descanso que estaba todo rodeado de olivos y tenía muchas chabolas. Era muy tarde y yo veía que se iba a hacer de noche y que el camión se marchaba hacia su base, entonces me dirigí para el jefe de campamento y le conté mi caso, y contestó que podía quedarme y me dijo: - Como que aquí tenemos bastantes bajas, yo mañana haré los trámites para hacer saber que te encuentras aquí con nosotros. Ves a ver el cabo para que te diga donde tienes que dormir. Me voy derecho hacia el cabo, me presento y me dice: - Hombre bienvenido a nuestra mansión. Se veía un muchacho muy alegre que me dice: Página 71

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- Te voy a presentar a tus dos compañeros de habitación. Y dando un grito llama a los dos que se encontraban cerca de nosotros: - ¡ Ibañez y Tudela ! Ellos se quedan mirando, les hace una señal con la mano que vinieran. Se acercan a nosotros y me presenta, les dice: - Mirar os presento el nuevo inquilino que dormirá con vosotros en la chabola. Me dieron la mano y me dijeron: - Bienvenido, ven que verás la habitación. Cuando llegamos me dicen: - En cada chabola dormimos tres como nosotros dos y tú tres, seremos como los tres mosqueteros, siempre juntos.

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Capítulo 9

Desde aquel momento me cayeron bien los dos muchachos, ellos tenían aproximadamente mi misma edad, uno era de Albacete y el otro de Toledo, recuerdo que el de Albacete tenía la boca un poco desviada y el labio de la parte inferior hacia dentro de la boca y fue porque le pegaron un tiro en el frente, el otro que era de Toledo también recuerdo su fisonomía pues tenía el pelo rizado muy negro y tenía bastantes entradas, las cejas las tenía muy pobladas, cuando te miraba parecía como si tuviera la vista distraída, tenía algo en los ojos que no se como explicar, la cara recuerdo que cuando estaba dos o tres días sin afeitarse era muy cerrado de barba y el pelo le llegaba casi a los ojos, de esta manera recuerdo a mis amigos. Llegó la hora de cenar, nos dieron el rancho, cuando acabamos de cenar era muy oscuro y como que no se podían encender luces, a las nueve ya estábamos acostados. Al otro día nos levantamos muy temprano, cuando salimos de la chabola hacía un poco de frío, menos mal que salió el sol. Tomamos el desayuno, café con pan, seguidamente empezamos un poco de gimnasia y corrimos alrededor de los olivos, también saltamos unos muros que estaban preparados para hacer ejercicios cuando a las dos horas nos dijeron que podíamos descansar, decidimos los tres coger una cantimplora para cada uno y nos fuimos caminando bastante lejos. Encontramos una masía, nos acercamos y vivían unos payeses, les dijimos si nos Página 73

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venderían vino y nos dijeron que si pero que este vino no tenía ningún grado, porque terminaban de prensarlo. Les dijimos que era igual, para quitar la sed ya estaba bien. También nos dijeron si queríamos almendras y les dijimos que si, nos prepararon un paquete con almendras y le preguntamos que le debíamos y nos dijo que nada. Nosotros le dimos trescientas pesetas y se pusieron muy contentos. Seguidamente nos marchamos para el campamento, cuando llegamos era la hora de comer, nos dan el rancho, cuando comimos algunos nos marchamos a hacer la siesta otros se entretenían jugando a cartas, pero ya duraba demasiado la tranquilidad, cuando sentimos ruido de aviones y dice uno: - j No correr que son nuestros ! Pasa de largo y vuelve a dar la vuelta pasando mucho más bajo, empezando a ametrallar. Los que estábamos haciendo la siesta no nos movimos porque estábamos dentro de chabolas, pero los que estaban por fuera se las pelaban corriendo para esconderse debajo de los olivos, después de dar tres pasadas el avión se marchó, entonces salimos todos de debajo de los olivos y de las chabolas y vimos un compañero que le sangraba la mano, acudimos todos para ver que es lo que tenía, comprobamos que le habían tocado con un tiro y le había atravesado la muñeca de lado a lado, los sanitarios le cortaron la hemorragia y le liaron la muñeca y cuando vino el camión del suministro se marchó con él, para el hospital. Mientras, nosotros empezamos a hacer broma con aquel compañero que cuando vino el avión decía: - No correr que es nuestro. Le pusieron el mote de es nuestro, cuando lo llamábamos alguno siempre le decíamos: - ¡ Es nuestro ! Y el respondía a la llamada, en el campamento lo conocíamos por el nuestro. Esa misma tarde vino el teniente pagador, les pago a todos y yo le conté mi caso para que me pagara, él me contestó que no podía mientras no lo autorizaran: - El dinero no lo llevo aquí, pero puedo pagarte el mes que viene los dos meses. Yo le contesté: - Me da igual, porque aquí tampoco tengo donde gastarlo. Al poco rato nos llaman para la cena, nos daban el rancho a las seis de la tarde, porque teníamos que aprovechar la luz del día, porque durante la noche no podías ni Página 74

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encender el cigarro, si querías fumar, tenías que esconderte para que no se viera ni la luz del cigarro, porque el enemigo estaba muy cerca de allí y cuando veían la más mínima señal, enseguida empezaban a tirar con la loca y por la noche es cuando a ellos les iba mejor, porque veían el punto donde tenían que disparar y si sabían que estábamos de descanso, todavía tiraban con más fe, para no dejarnos descansar ni un momento y desmoralizarnos. Estos casos se daban bastantes veces en los campamentos que descansábamos. Cuando terminábamos de cenar nombraron los que tenían servicio, le tocó a mi compañero de chabola Ibañez, los demás nos marchamos a dormir pero aquella noche hacía un frío que no se podía aguantar y le digo a mi compañero: - ¿ Qué te parece si voy a la cocina y me traigo unas cuantas brasas de fuego y las metemos en ese rincón para que se caliente esto un poco? - Buena idea. - ¿ Y como las traigo? - Pues tienes razón. - Yo ya tengo la solución, con la cazuela que tenemos de barro allí fuera que hacemos servir de cenicero. - Pues si, ya no me acordaba. Cojo el capote y el pasamontañas, me los pongo, salgo fuera y cojo la cazuela. Me marcho para la cocina que estaba un poco retirada detrás de un montículo de tierra para que el enemigo no pudiera descubrirla. Cuando llego, me acerco a las brasas, cogí dos tejas y se las puse encima para que no se viera el fuego por el camino y tuve que ponerle otra debajo porque quemaba mucho. Llego a la chabola y me dice mi compañero: - Ponía en ese rincón al entrar a la izquierda. Como estaba muy oscuro la puse donde el me dijo, echamos la cortina y nos pusimos a dormir. A las dos o tres horas entra el compañero que había estado de guardia y dice: - ¡ Que caliente se está aquí ! Dejó el fusil y el correaje y se puso a dormir. Cuando estábamos durmiendo empieza un tiroteo dentro de la chabola y salimos como una flecha para fuera. Tratamos de saber lo que pasaba, entonces nos dimos cuenta que nosotros poníamos los fusiles atravesados en ese rincón de un lado al otro de Página 75

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la pared, casi tocando en el techo y encima poníamos los correajes. Como pusimos las brasas del fuego en ese rincón, sin pensar ni ver lo que podía pasar porque estaba a oscuras, resulta que cuando llegó el compañero de terminar la guardia, colocó el fusil en el rincón de siempre y el correaje encima, pero puso el correaje mal puesto y se quedó colgando casi tocando el fuego. Como que los correajes eran de lona empezó a arder por un bolsillo donde llevaba la munición y empezaron a explotar las balas y tuvimos suerte que no se quemó el bolsillo donde llevaba las bombas de mano porque si hubieran explotado ahora no podría contarlo; los demás compañeros al sentir las explosiones acudieron rápidamente para ver lo que pasaba, cuando vieron lo que había pasado, nos dijeron: - ¡ Menos mal que ha sido esto porque nosotros al sentir los tiros pensamos que nos atacaban por sorpresa los fachas ! El jefe del campamento nos dio una repulsa muy grande y nos dijo dirigiéndose a todos los que estábamos allí presentes: - ¡ El día que pase otro caso como este mando fusilar a los culpables !

No solo

peligraba nuestras vidas, sino que corría peligro la vida de todos los que estábamos en el campamento, porque la explosión habría provocado un incendio y el enemigo hubiera aprovechado la ocasión para disparar sobre nosotros con el peligro de causar un gran número de bajas, por eso os aviso a todos que si tenéis frío aguantarse que es la guerra, yo también lo tengo y me aguanto y ahora los que estén de servicio a sus puestos y los demás a dormir que mañana tenemos que madrugar. A las seis de la mañana pasan despertándonos a todos diciéndonos : - ¡ Coger todo lo que tengáis que dentro de media hora nos marchamos !

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Capítulo 10

Lo recogimos todo y nos pusimos en la formación, entonces nos repartieron el café, tres chuscos y una lata de carne y nos dijeron: - j Un chusco es para tomarse el café los otros dos y la lata de carne son para comer al mediodía que comeremos por el camino, porque el viaje es muy largo ! Emprendimos la marcha, entonces pensé: - ¡ Menos mal que esta vez no llueve ! Seguimos caminando hasta llegar cerca del río Segre, y fuimos costeando el río hacia la izquierda. De cuando en cuando parábamos unos minutos, nosotros siempre estábamos juntos y cuando parábamos, sacábamos una cantimplora de aquel vino que habíamos comprado y un puñado de almendras y nos las comíamos. A los veinte minutos volvíamos a emprender la marcha, siempre siguiendo la parte del río. Serían las dos del mediodía cuando nos dan la orden de parar y nos dicen: - ¡ Vamos a comer, ponerse por debajo de los árboles y procurar que los platos y los botes no reflejen ! Página 77

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Todo el camino que íbamos haciendo, era zona de guerra, por eso teníamos que ir con mucho cuidado. Nos pusimos a comer los tres juntos, abrimos los botes de carne y sacamos el pan y empezamos a comer y cuando nos parecía, trago de vino, para postres las almendras. Terminamos de comer y nos dicen: - ¡ En marcha otra vez ! Seguimos caminando y cuando serían las cinco de la tarde, nos comunican: - Procurar guardar silencio que ahora nos dirigimos hacia el río para hacer relevo. Llegamos donde estaban los que teníamos que relevar y les preguntamos: - ¿ Qué tal se pasa aquí? - No se esta mal, nosotros hablamos mucho con ellos, si cogéis confianza incluso podréis lavar la ropa en el río. En aquel momento uno de los que estaba allí con nosotros da un grito y dice: - ¡ Fulano que nos marchamos, tenéis gente nueva, son buenos compañeros ! Entonces se marcharon y desde el otro lado del río se oye una voz que pregunta: - ¿ Qué sois? Y le contesta un muchacho que era malagueño: - ¡ Somos carabineros ! - Oye ¿ tú eres andaluz? - ¡ Si ! - Te lo he notado enseguida por el acento y ¿ de que parte eres? - Soy de Málaga. - ¡ Yo también soy malagueño ! ¿ de que barrio eres? - De tal barrio. ¡ Yo también ! Y vivo en la calle tal. - Entonces tú me tienes que conocer, porque yo vivo en esa misma calle, ¿ como te llamas? Le dice el nombre y le contesta el otro: - Mi nombre es tal. - Si hombre, si estamos hartos de jugar juntos, tú tienes otro hermano menor que tú ¿ como está? ¿ también esta en el frente? - No, está en casa, oye tú debes de conocer a mi familia. Página 78

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- Si que los conozco. - Hazme el favor de escribirles y diles que estoy vivo y que me encuentro en Cataluña. Cuando está terminando de decirle estas palabras, llegó el cabo y le dijo: - Oye te he dejado que hablaras con ese hombre, estoy haciendo oídos sordos, pero te estas pasando, me estas comprometiendo ten en cuenta que es el enemigo, como se de cuenta el teniente me empaqueta a mí, déjalo ya y vete a tu sitio. ****************************************************** Entonces nos avisaron para la cena, nos dieron otro pote de carne en conserva y preguntaban: - ¿ Qué lo quieres al baño María o como esta, frío? Yo le dije: - Lo quiero caliente. Sacaron un pote de dentro de una olla que estaba llena de agua caliente y me lo dieron con dos chuscos, la carne estaba más jugosa que la que me comí al mediodía. Me marché para la chabola, porque me estaban esperando mis amigos para cenar. Cuando llego me dicen: - ¿ Tú has cogido la carne caliente? Les digo que si y me dicen: - Pues tráelo que lo mezclaremos con estos dos. Abrimos los tres potes y los pusimos en un plato y empezamos a cenar, con nuestro vino trago va y trago viene, nos bebimos una cantimplora llena de vino, pero era tan flojo que parecía que estabas bebiendo agua, pero acompañaba en la comida. Cuando nos íbamos ha acostar viene el cabo y me dice: - Monserrate te toca la primera guardia. Y pensé: - ¿ Yo? ¡ Pues si que tengo suerte, en la otra compañía que estaba antes, también me tocó la primera guardia ! Pero luego pensé: - Menos mal que esto ya lo conozco un poco, como que llegamos de día conocía los puestos de guardia y tampoco habían alambradas, ósea, que el ambiente me gustaba más, no veía tanto peligro, como cuando estuve en Lérida. Página 79

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Cojo el fusil y el correaje y me marcho con el cabo. Llegamos al puesto de guardia para hacer el relevo y le dice el cabo al que estaba de guardia: - Vente con nosotros. Seguimos caminando hacia la izquierda del río entonces pensaba: - Me parece que las voy a pasar putas. Cuando habíamos caminado casi doscientos metros, en la misma orilla del río me dice: - Te quedarás aquí, si vieras algún movimiento raro, avisas, nada más tienes que disparar o tirar la bomba de mano. Y le digo: - ¿ Por qué de día hacen la guardia en la misma trinchera y de noche tenemos que venir hasta aquí? - Es que en este lado del río casi no tiene profundidad y el agua no lleva fuerza y es muy fácil pasarlo, por eso ponemos un escucha, por si pasaran, que se diera el aviso sobretodo no te duermas. Pensé: - ¡ Si, me voy a dormir con el susto que tengo en el cuerpo ! Se marcha el cabo y me quedo solo pero esta vez yo ya sabía el camino para volver, estaba más tranquilo, no fue como aquella noche en Lérida que estaba lleno de alambradas y no conocía la salida, pensé: - Si viene alguien tiro la bomba y salgo corriendo. Estaba más tranquilo, cuando hacía más de una hora que estaba allí siento un ruido muy suave y pienso: - Parece que ha tosido alguien. Yo ya no estaba tranquilo, miraba para todos los lados, me daba las vueltas rápidas pensando que me venían por detrás, me tranquilicé un poco, pensé: - Habrá sido algún pájaro. Pero al momento siento otra vez toser más claro, dije: ¡ Hostia, aquí hay algún tío ! Me tiré al suelo tendido con la bomba de mano, pensé: - Si se acerca se la tiro y pase lo que pase. Páaina 80

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Pero al momento siento otra vez la tos, yo ya no me levanté, me quedé en el suelo tendido, pensé: - Así es más difícil que me vean. Entonces llega el cabo con otro muchacho para hacer el relevo y le cuento lo que me había pasado, entonces damos un vistazo por los alrededores y no vimos nada sospechoso, el cabo le dice al otro muchacho que entraba: - Muchacho no vayas a sentarte, o quedarte dormido, abre bien los ojos, vendré dentro de un rato para ver si hay alguna novedad. Nos marchamos, cuando llego a mi chabola, entro dentro y me pongo a dormir. Al otro día, cuando nos levantábamos, yo hacía algunos comentarios de lo que me pasó por la noche. Entonces se acerca el cabo y me dice: - ¡ Hombre a ti quería verte ! ¿ Te acuerdas de las toses que oíste anoche? Te voy a explicar lo que fue. Mira a un kilómetro de nosotros, por el río abajo, se encuentra una compañía de soldados de marina que están haciendo el mismo servicio que estamos haciendo nosotros aquí y por la noche también colocan un escucha por ese lado del río y estabais tan cerca uno del otro que se ve que tosió y fue lo que oíste. Y le contesto: - Pero tuve motivo para asustarme ¿ o no? Entonces me contesta un poco en broma: - Si eso me pasa a mí en una escucha, me cago en los pantalones, tienes razón. Se marchó el cabo y me dicen mis compañeros: - Vamos a bajar al río a coger regaliz. Nos bajamos para la orilla del río, cuando llegamos nos encontramos que al otro lado había un hombre lavándose la ropa, no le dijimos nada y empezamos a buscar regaliz, escarbábamos en la tierra y salían unas raíces muy largas, tirábamos de ellas y a veces tenían hasta tres metros de alargada. Cogimos unos cuanto metros y nos marchamos para arriba. Cuando llegamos a la chabola, nos sentamos en la puerta y empezamos a cortar las raíces a pedazos, todos a la misma medida. Hacíamos unos fajos de veinte trozos y ya teníamos para chupar una temporada, que nos iba muy bien, porque no teníamos tabaco y cogías un trozo, te lo ponías en la boca y te olvidabas del tabaco. Página 81

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Un día vi una masía que estaba muy cerca de aquí y como me gustaba mucho curiosear, decidí ir a verla. Mientras caminaba por entre los olivares, me daba cuenta que el suelo estaba cubierto de muchas olivas negras. Llego a la masía y estaba medio derrumbada, porque la habían bombardeado. Entro en los lugares en que se mantenía en pie y me tropiezo con la cocina, estaban todos los utensilios de la cocina repartidos por el suelo, había de todo: platos, tazas, vasos, ollas, cazuelas y cubos de hierro para el agua. Di un vistazo y me marché, cuando iba caminando de regreso para el campamento y veía tantas olivas por el suelo, me vino una ¡dea, pensé: - Voy a hacer aceite y al mismo tiempo pasaré el rato distraído. Cuando llego al campamento, me voy a un nido de ametralladoras donde había un montón de sacos de los que se emplean para llenar de tierra para hacer trincheras, cojo dos sacos que eran nuevos y me marcho a recoger olivas. Cuando tenía más de medio saco, me voy al campamento y busco a ver donde encontraba una roca que fuera llana. Encontré una que me fue muy bien, entonces cogía un puñado de olivas, lo ponía encima de la roca y con una piedra las chafaba bien chafadas, les rompía hasta el piñón de la oliva y se convertía en una masa muy espesa. Cuando tenía unas cuantas machacadas, las ponía en el otro saco y así continúe unas horas, cuando terminé de machacarlas pensé: - Ahora tengo que calentar agua para hervirlas. Cojo el saco con las olivas machacadas y me marcho para la masía. Llego y me dirijo a la cocina, cogí una olla que había muy grande y en la misma chimenea que empleaban para hacer la comida cuando vivían los dueños, empiezo a preparar el fuego, cuando voy a encenderlo, me encontré con un problema que voy a coger agua y la cocina no tenía ni grifo, porque se lo habían arrancado. Me salgo fuera y empiezo a mirar por todo alrededor y encuentro un pozo, pero no tenía la cuerda para sacar el agua. Tiré unas cuantas piedras al fondo y comprobé que tenía bastante agua, pero no podía sacarla, entonces cojo los cubos y me marcho para el río que estaba bastante retirado, cuando iba caminando pensaba: - Pues si que me va a salir caro este aceite. Pero como no tenía nada que hacer, me servía de entretenimiento, otros pasaban todo el día jugando a las cartas, se jugaban los relojes y los anillos y cuando venía el pagador, se jugaban la mensualidad, bueno, cuando llego al río, lleno los dos cubos de Página 82

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agua y haciendo varías paradas llegué a la masía con el agua, pero se estaba haciendo de noche y pensé: - Mañana seguiré. Me marché para el campamento y cuando llegué, terminaban de repartir el rancho. Me encuentro con mis amigos y me dicen: - ¿ Donde te metes, que casi no te hemos visto en todo el día? Menos mal que te hemos cogido la cena, sino no cenas esta noche. Les conté que estaba haciendo aceite y me contesta uno: - Todo el aceite que hagas, me lo bebo crudo. Estuvimos hablando un rato en la puerta de la chabola y luego nos fuimos a dormir. Al día siguiente, cuando nos levantamos, nos dieron el café, después de tomarlo, me esperé un ratito que asignaran los servicios. Como que no me nombran les digo a mis compañeros: - Me marcho para mi trabajo, veis donde está aquella masía, allí tengo mi laboratorio. Y me contestan: - ¡ A ver si vas a salir volando ! Me marcho hacia allí, cuando llego pongo el agua en la caldera y enciendo el fuego. Empieza a calentarse el agua y cuando empezaba a hervir, le pongo el saco con las olivas machacadas dentro. Las tuve hirviendo más de media hora, entonces las saqué de la cubeta y con el saco bien atado lo puse dentro de un cubo. Apagué bien el fuego y me marché hacia el campamento con el cubo y el saco dentro. Cuando llego al campamento, me voy para la roca donde había estado machacando las olivas, cojo el saco y lo pongo encima de aquella roca y me fijo para donde tenía la caída del líquido. Entonces pongo el cubo por donde caía el chorrito del líquido. Cogí unas piedras que pesaban bastante y se las puse encima del saco y empezó a salir un chorro continuo. Cuando aflojaba el chorro, le ponía más piedras encima y continuaba cayendo, entonces me puse encima de las piedras hasta que termino de salir el líquido. Miré en el cubo y tenía más de medio palmo de líquido, que por encima estaba muy negro, con una cuchara iba sacando poco a poco toda aquella capa negra y por debajo se quedaba el aceite. Cuando saqué toda la parte negra que pude, con la misma cuchara, cogía el aceite y lo iba depositando en una Página 83

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botella, pero tenía que ir con mucho cuidado, porque debajo del aceite se encontraba el agua y si metía muy al fondo la cuchara, entonces sacaba agua. Cuando conseguí sacar todo el aceite en el fondo, se quedo el agua, saqué más de un cuarto de litro de aceite. Estaba un poco áspero, pero con el pan no se notaba. Cuando lo vieron mis compañeros, no se lo creían y me dijeron: - Ya tenemos aceite para ponerle al pan por las mañanas. Pero no teníamos sal, sin sal también estaba bueno. Cuando terminé con el aceite, no sabía que hacer, estaba aburrido de tanto silencio y tanta tranquilidad, no se oía ni un tiro, ni se veía ningún avión, pero nosotros hacíamos comentarios y decíamos que aquel silencio no era bueno, que alguna cosa estaban preparando los fascistas, ó sea, que aquel lugar era muy tranquilo, pero a nosotros no nos convencía. ************************************************************ Ahora me viene a la memoria un caso que pasó, estando yo en uno de los campamentos una noche nos leen el parte, que era una hoja que casi cada día nos leían en que nos comunicaban los casos más interesantes que pasaban en nuestra guerra, pero aquel día nos sorprendió por la noticia que nos daba aquel parte, pues decía entre otras cosas que el día tal a la hora tal, serían fusilados en Cambrils los cuatro soldados llamados y dieron sus nombres, se les acusaba de hurtar joyas y no entregarlas en su momento. Y recuerdo que una vez acabada la guerra, un día fui a visitar a una familia que vivía en la calle de Trinchan, que teníamos mucha amistad, porque yo también había vivido en esa calle en el número 16 y ellos vivían en el 12. Cuando pico a la puerta, sale la señora que era viuda y tenía un hijo y una hija y se me tira al cuello gritando: - ¡ Gabriel, han asesinado a mi hijo ! - ¿ Quién los fascistas? - No, los rojos malditos. - No me lo puedo creer. Y entonces me contó todo lo que paso: - Mi hijo se lo llevaron por su quinta a la guerra, pero primero los llevaron a un campamento que había en Cambrils para enseñarles el manejo de las armas, pero cuando salieron de Barcelona, fueron con el tren. Cuando subieron, se sentaron en uno de los departamentos, pero debajo del asiento vieron un maletín, lo abrieron y estaba lleno de anillos, pendientes, pulseras y agujas de pecho, todo de oro, entonces pensaron Página 84

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los cuatro que lo encontraron de repartírselo y así lo hicieron. Cuando llegaron a Cambrils, fueron al campamento que estaba situado a la orilla del mar. Aquella playa era un desierto, no había ni una sola casa en todo el alrededor, lo más cerca era el pueblo y no estaba en la misma playa, por eso pusieron allí el campamento, pero aquella noche, cuando llegaron, en el pueblo se celebraba una pequeña fiesta entonces les dieron permiso a todos para que fueran a pasar unas horas al pueblo y así lo hicieron. Pero cuando llegaron, había muchas puertas abiertas, porque aquellos tiempos en los pueblos, no cerraban las puertas casi nunca y mientras los dueños estaban en la fiesta. Algunos de los soldados se dedicaron a entrar en las casas a robar todo lo que quisieron, se terminaron las horas que tenían de permiso y regresaron al campamento, pero al otro día, por la mañana, se presentan en el campamento un grupo de personas con el alcalde y preguntan por el jefe del campamento. Cuando se presentó el responsable de la tropa, se dirigen a él y le cuentan lo que pasó la noche anterior, que les habían robado mientras estaban en la fiesta y que fueron los soldados. Entonces les contesta que si estaban seguros de que eran sus soldados y dijeron que si, les dijo que pronto lo verían, mandó formar tropa y dirigiéndose a todos dijo que en una hora todo lo que robaron la noche anterior en el pueblo lo depositaran encima de dos mantas y el que no lo hiciera y se descubra más tarde, se le formará un consejo de guerra, si lo entregaban todo, no pasaría nada. Entonces empezaron a sacar todo lo que habían cogido y se lo entregaron al alcalde. Pero pasaron unos días, cuando uno de los cuatro que se encontraron el maletín en el tren, estaba jugando a las cartas y pedía mucho y entonces sacó una pulsera de oro del bolsillo, para jugársela y le preguntaron que de donde la había sacado y contestó que no les importaba. Siguieron jugando, pero alguno dio el chivatazo, al rato, se presentaron dos soldados y le dijeron que se viniera con ellos que lo reclamaban en las oficinas. Se marcharon y cuando llegaron lo cogieron a solas y le preguntaron que de donde había sacado la pulsera, el contestó que se la encontró. Estuvieron interrogándole hasta que dijo la verdad, que se encontraron el maletín en el tren y le contestaron que tenían que haberlo entregado cuando se les dijo en la formación y el contestó que aquello no lo habían robado, que se lo habían encontrado, le contestaron que tenía el mismo castigo, porque tenía su dueño que se lo debió descuidar, entonces les dijeron que su obligación como militares, tenían que haber dado parte. Entonces les dijeron que les harían un consejo de guerra para dar un escarmiento, un ejemplo para los demás. Página 85

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Cuando pasaron cinco días, empezaron los carpinteros a construir un tablado y en el campamento ya se rumoreaba de que les iban a formar un consejo de guerra y los compañeros les decían que a lo mejor les fusilaban y ellos contestaban riendo: - Nada, esto es para asustarnos. Y ellos continuaban haciendo la vida normal, sin darle importancia. Pero a los pocos días, empezaron a llegar varios coches con oficiales del ejército. Subían al tablado y se iban sentando, la tropa ya estaba formada. Nombraron a los cuatro y los hicieron salir de la formación y les formaron el consejo de guerra. La pena, fue fusilarlos, para que cundiera el ejemplo en el ejército y no se repitiera otra vez el robo que se cometió aquella noche en el pueblo. Cuando terminó el juicio, los metieron en el calabozo, pero ellos todavía hacían broma y decían: - Esto es para asustarnos. No se creían que todo aquello era verdad, pero a los pocos días formaron la tropa y vinieron varios camiones cargados de soldados que también formaron junto a los otros soldados y delante de todos los fusilaron. Algunos soldados se desmayaron por el efecto que les causó de ver a sus compañeros tendidos en el suelo muertos. Y me contó aquella señora, que cuando fue a reclamar el cadáver de su hijo, le decían algunos soldados: - ¡ Señora, han sido cuatro asesinatos ! Uno de los cuatro también era muy amigo mío, que también vivía en el Clot, le llamábamos el Murcia, porque su hermano tenía un taller de reparar bicicletas en la calle del Clot, delante de la calle de las escuelas y este hermano además de reparar bicicletas, también se dedicaba a hacer carreras, era muy famoso en España el Murcia, porque había ganado muchas competiciones. Ahora termino esta explicación para continuar donde me quedé. *********************************************************************** Yo contaba que aquel lugar era muy tranquilo, pero no nos convencía tanto silencio, pero ya se comentaba que la guerra la teníamos perdida. Cuando venía el camión del suministro, siempre le preguntábamos: - ¿ Qué se dice por los lugares que tú pasas? Y aquellos días nos decía: - Lo veo muy negro, me parece que esto está llegando al fin. Página 86

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Nos encontrábamos en el año 1938 a la mitad de Noviembre cuando se hicieron estos comentarios, pero uno de los días nos dicen: - Después de comer, recoger todo lo que tengáis, que nos marchamos. Pero lo vimos muy raro, porque siempre que cambiábamos de lugar, venía el relevo, pero aquella vez no vino nadie. Nos marchamos caminando hasta llegar a la Granja de Escarpe. Cuando llegábamos, terminaban de marcharse los que teníamos que relevar, porque nos cruzamos en el camino. La Granja de Escarpe es un pueblo que esta a la orilla de río Segre, que tiene unas minas, pero en aquellas fechas estaba abandonado, porque estaba situado en la misma línea de fuego. Nosotros teníamos las chabolas en una vaguada donde estaban las minas en la montaña que hay a la derecha del pueblo. La teníamos fortificada con trincheras y nidos de ametralladoras. Desde aquella montaña dominábamos una llanura que llegaba hasta Fraga, pero no nos servía de nada, porque nada más teníamos fusiles y seis u ocho ametralladoras. Toda aquella explanada al otro lado del río, estaba llena de moros, que caminaban por donde les daba la gana y nosotros nos quedábamos contemplándolos, escondidos en las trincheras, porque si se nos ocurría pegar un tiro, empezaban a disparar con la loca y nos freían. Ellos tenían de todas clases de armas, porque los alemanes les daban todo el material que pedían. Aviones, tenían a cientos, por no decir a miles, los únicos aviones que vi yo nuestros, fue un día estando aquí en la Granja Escarpe, que vinieron tres cazas, pasaron por encima de nosotros, muy bajos, con dirección a Fraga, pero no paso ni dos minutos, cuando vuelven de regreso y nada más venían dos, seguramente que el otro se paso al enemigo o lo derribaron. Nosotros teníamos que estar durante el día, alrededor de las minas, para protegernos de la aviación, porque a cada momento venían a visitarnos. Menos mal que aquellas minas eran como unos túneles que podían entrar hasta camiones y nosotros hacíamos la vida allí dentro. Por la noche no podíamos encender ni un cigarro mientras que ellos que estaban al otro lado del río y las tropas que tenían en aquel sector compuesta de moros y como que son muy frioleros, todas las noches encendían los fuegos que les daba la gana y nosotros no podíamos hacer nada, porque no teníamos armas para defendernos. Para nosotros, la guerra cada vez nos iba peor, algunos días nos quedábamos sin comer, porque no venía el suministro. Yo me metía por dentro del pueblo, que estaba abandonado y entraba en las casas y me iba directo al corral y entre Página 87

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las basuras y la paja, buscaba y siempre me encontraba alguna judía o algún garbanzo. Durante toda la mañana corría a varios corrales y así conseguía recoger algo, entonces cogía un puchero de barro y me marchaba para el campamento. Encendía un fuego y ponía a hervir los garbanzos y judías, pero era tan grande el hambre que tenía, que empezaba a probarlos y cuando venían a estar cocidos, ya no quedaban, porque me los comía antes de cocerse. Al día siguiente vino el suministro, pero nada más nos trajo comida, para el mediodía un pote de carne y un chusco. Yo me marché a hacer el recorrido, otra vez, por los corrales, porque veía que al día siguiente nos íbamos a encontrar otra vez sin comida. Pero cual fue mi sorpresa cuando voy a entrar en una casa y oigo voces que estaban hablando. Me quedé si hacer ruido y no entendía lo que hablaban, pero me doy cuenta a través de la luz del pasillo, que llevaban bata larga y pensé: - ¡ La madre que los parió, si son moros ! Entonces se me corto hasta la respiración, iban cuatro, yo no me movía, porque me hubieran visto. Me quedé debajo del hueco de la escalera sentado en la oscuridad, que estaba llena de arañas, porque notaba la cara llena de telarañas, pero en aquellos momentos era igual, no me molestaban. Salen para la calle los cuatro moros cargados con unos bultos muy grandes y se marchan. Entonces me levanté como pude, porque las piernas se me doblaban del susto que tenía el cuerpo y aquel día se terminó el recorrido por los corrales. Cuando llego al campamento cuento lo que me había sucedido y me dicen: - ¿ Tú no sabes que ellos tienen unas barcas en la orilla del río y pasan cuando quieren, a saquear el pueblo? Entonces pensé: - Prefiero morirme de hambre antes que me pillen los moros. Aquel día también vino el suministro, pero nada más la comida del mediodía. Pero en aquellos momentos siento que me llaman: - Gabriel Monserrate. Y me entregan un paquete que me lo mandaban de mi casa, porque aquellas fechas se acercaban las Navidades. Cuando abro el paquete, veo que contenía como un kilo de avellanas y un pote de leche condensada, entonces les digo a mis dos compañeros: - ¡ Mirar que bien nos viene, con el hambre que estamos pasando estos días ! Página 88

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Cogimos el pote de la leche y lo hervimos al baño María. Se quedó como si fuera queso. Aquel día comimos un poco más. Por la noche nos marchamos a dormir y cuando estábamos dormidos, nos despertamos, porque nos estaba cayendo tierra en la cara, encendemos el mechero y nos damos cuenta que había una culebra como la muñeca de gorda, que estaba alrededor de la viga de madera al lado del pote de leche que teníamos dentro de la chabola. Salimos corriendo tan rápido, que tiramos un lateral de la chabola. Aquella noche nos marchamos a dormir a una de las minas. Por la mañana siguiente, cuando nos levantamos, fuimos y desmontamos toda la chabola para ver si encontrábamos la serpiente, no la vimos y el pote de la leche estaba completamente vacío, volvimos a montar la chabola y aquel día tampoco vino el suministro, menos mal que a mí me quedaban unas cuantas avellanas y nos las comimos. Se pasó el día y nos fuimos a dormir, pero serían las once de la noche y nos despiertan a todos y nos dicen: - Coger los picos y las palas, que vamos a la orilla del río a hacer trincheras. Cuando llegamos al río, nos marcan en la misma orilla una líneas en el suelo y nos dicen: - Ya podéis empezar a hacer las trincheras. Pero nosotros procurábamos no hacer mucho ruido, porque ellos estaban al otro lado del río, pero vino un oficial nuestro y nos dice: - Ya podéis hacer ruido, que os oigan que estamos haciendo trincheras. Nosotros enseguida comprendimos porque lo dijo: el enemigo tenía pensado hacer la ofensiva final por aquellos alrededores y no paraban de entrar material de guerra y tropas. Se venían los tanques y cañones que estaban preparando y nosotros en aquel sector nada más disponíamos de un fusil cada uno y seis o siete ametralladoras, picos y palas. Aquella noche continuamos haciendo trincheras, pero cuando llevábamos un par de palmos de profundidad, no paraba de salir agua, era imposible continuar, entre el frío que hacía y los pies dentro de el agua, aquello no se podía aguantar. Entonces nos dijeron que cogiéramos las piedras más grandes y que fuéramos formando una trinchera y cuando serían las cuatro de la mañana, viene el cabo y llama: - Gabriel Monserrate, te toca de guardia arriba en la posición. Cojo el fusil y la manta, salgo para fuera y nos marchamos quince o veinte hombres con el cabo, para hacer el relevo. Cuando llegamos, desde aquel punto se veía al enemigo como estaba preparando todo para la ofensiva. Cuando hacía un rato que esta Página 89

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allí, pasó el cabo pidiendo dos voluntarios para ir a buscar el suministro, porque hacía dos días que no venía, entonces le digo al cabo: - ¿ Es que por allí abajo no hay nadie que quiera ir? ¿ qué tienes que venir a buscar a los que estamos de guardia? Y me dice: - Ya lo he preguntado y no sale nadie. Y le digo: - Cuenta conmigo. Y otro muchacho que era de la Barceloneta contesta: - Y conmigo. Pero antes de marcharnos le digo al compañero que estaba de guardia: - Cuando termines la guardia, coges mi fusil y el de éste y te los bajas para abajo. Se los puse a su lado, entonces fuimos a hablar con el teniente y nos dijo por donde teníamos que pasar para llegar al mando de aquel sector, que es donde salían los suministros. Nos marchamos los dos caminando subiendo y bajando montañas por unos senderos que ya estaban marcados de haber pasado otras personas. Llevábamos más de dos horas caminando y no llegábamos al lugar que nos indicaron. Nosotros pensamos que nos habíamos perdido, pero seguimos caminando. Entonces divisamos como un barracón de madera y fuimos hacia él y por los alrededores nosotros ya vimos que todo aquel lugar estaba lleno de señales de que habían estado bombardeando la aviación. Nos acercamos al barracón y lo primero que vimos fue un caballo muerto que se ve que murió en el bombardeo. En la puerta había un soldado de guardia y nos preguntó que es lo que queríamos, le dijimos de lo que se trataba y nos dijo que pasáramos. Nos dirigimos a un mostrador y nos atendió un soldado, entonces salió un teniente y nos dijo: - Sentarse un momento. Pero nosotros estando allí sentados se estaba haciendo de noche y nadie nos decía nada, pero nos damos cuenta que allí dentro estaba lleno de oficiales, había comandantes, capitanes y comisarios, por lo menos había más de veinte y no paraban de ir de un despacho a el otro, se notaba mucho nerviosismo y nosotros seguíamos allí sentados sin que nadie nos dijera nada. Pero serían las diez de la noche que entra un Página 90

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marino de infantería muy asustado y lo hacen entrar en el despacho. Al momento sale un teniente y nos dice: - Podéis marcharos que el suministro ya no vendrá. Salimos y cual sería nuestra sorpresa, que el caballo que vimos muerto, no le quedaban ni las tripas, se lo llevaron los soldados que pasaron por allí. Nosotros volvimos para las trincheras. Serían las once de la noche y estaba más oscuro que la boca de un lobo, cuando llevábamos más de una hora caminando, sentimos una voz que pregunta: - ¡ Alto, quién sois ! Nos quedamos mudos, no sabíamos que contestar, nos repiten: - ¡ Quién sois ! Y al mismo tiempo haciendo ruido del cerrojo del fusil yo contesto: - Nosotros. - Pero, ¿ qué sois? Y yo contesto muy asustado: - Carabineros. - Y nosotros marinos. Nos acercamos y nos dicen: - ¿ Donde vais para abajo si nosotros vamos en retirada porque nos han dado la orden de retirarnos? Entonces les conté que la compañía nuestra estaba abajo en la orilla del río y teníamos el fusil allí. Y seguimos caminando hacia abajo. Al momento oímos otra voz que nos pide el alto: - ¿ Quienes sois? Y yo contesto rápido: - Carabineros. - Nosotros también. Nos acercamos y comprobamos que era nuestra compañía, les preguntamos: - ¿ A donde vais? - Vamos en retirada. Entonces le pregunto a aquel muchacho que se hizo cargo de los dos fusiles nuestros: - ¿ Donde están nuestros fusiles? Página 91

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Y me contesta: - No me ha dado tiempo de recogerlos. Entonces me dirijo al teniente y le digo: - Mire, que nosotros somos los dos voluntarios que hemos ido para buscar el suministro y se han dejado nuestros fusiles en la trinchera. Y nos contesta. - Cuando se haga de día, formaré la compañía y el que no tenga el arma, lo fusilo. Entonces le digo yo al otro muchacho: - Tenemos que ir a buscarlo. Nos vamos camino para abajo. Cuando llegamos al campamento había un silencio que no se sentía ni una mosca, pero al pasar por delante de una mina para subir a la trinchera a coger los fusiles oímos que nos llaman y miramos para dentro y vimos que tenían un fuego encendido. Me llama uno: - ¡ Monserrate ! Entramos para dentro y habían cuatro muchachos de nuestra compañía, que los cuatro eran de la Barceloneta y les pregunto: - ¿ Qué hacéis aquí? - Mira, la guerra ya la tenemos perdida, nosotros nos quedamos aquí y cuando pasen los fascistas, nos entregamos y nos mandarán a un campo de concentración y mientras se terminará la guerra y así todavía podremos salvar el pellejo. Entonces pensé: - ¡ Vaya cuatro cabrones ! Mi pensamiento era marcharme de allí con mis compañeros, pero pensé: - Si les digo que no me quedo, son capaces de pegarnos un tiro. Entonces les dije: - Sabes que, nos quedaremos con vosotros, pero vamos a recoger el fusil que está en la trinchera y volvemos aquí para quedarnos. Salimos fuera y le digo al compañero: - Ahora cuando cojamos el fusil, pasaremos sin hacer ruido y nos marcharemos con nuestra compañía, yo no me quedo con estos fachas. Cuando empezamos a subir la montaña para recoger el fusil, parecía que nos estaban esperando, pegaron un cañonazo delante de nosotros que nos cayeron un Página 92

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montón de piedras por el cuerpo y por la cabeza. Vaya susto con el silencio que había. Salimos corriendo y nos metimos otra vez en la mina por si seguían tirando. Cuando entramos, nos preguntaron: - ¿ Qué ha sido eso? Les dijimos: - Que han tirado un cañonazo. Y dijeron: - Eso es el aviso que van a empezar a pasar para este lado. Había pasado un momento y no tiraban más entonces yo les digo: - Voy a ver ahora que no tiran, si podemos coger los fusiles. Cuando salimos estaba toda aquella explanada al otro lado del río que parecía la noche de San Juan de los fuegos que tenían encendidos. Nosotros subimos para arriba, cogimos los fusiles y nos marchamos pasando por delante de la mina sin que nos vieran aquellos cuatro. Seguimos caminando por aquel sendero, se estaba haciendo de día, entonces vimos en un montículo de una montaña que estaba nuestra compañía. Cuando llegamos, estaba el teniente diciendo: - ¡ Juntaros de dos en dos y hacerse un poco de trinchera, que esta mañana, desde aquí, nos vamos a hinchar de matar moros. Cuando termina de decirlo, aparecen por nuestra izquierda nueve aviones, todos de bombardeo, pasan por encima nuestro y cuando llegan a Seros, que estaba a la derecha, empiezan a descargar. Se marchan y a continuación vienen otros nueve y se dirigen al mismo sitio, mientras descargaban las bombas también tiraban con la artillería, todo aquel sector era una nube de humo de todos los colores. Mientras, el enemigo estaba preparando unas barcas para pasar el río y los aviones seguían viniendo, empezaban a descargar antes de llegar donde estábamos nosotros y seguían tirando hasta llegar a Seros. Aquello no se podía resistir, se iban unos y al momento aparecían otros. Yo me refugie en una vaguada, que habían unas rocas que hacían un poco de cueva. Mientras estaba allí esperando que pasara el bombardeo, se presentan aquellos cuatro que se quedaron en la mina y me preguntaron si había contado algo de lo que habían dicho, yo les dije que no y me dijeron que no se lo contara, que fue un mal pensamiento, entonces me dieron en un pote de beber agua, unos cuantos garbanzos con un pedazo de bacalao cocido y me lo tragué sin mascar, porque hacía más de dos días que no comía nada Página 93

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mientras el bombardeo seguía en Seros y era un infierno. Serían las dos del mediodía y empiezan a correr voces de sálvese quien pueda. Entonces nos reunimos los tres amigos, que siempre íbamos juntos y salimos corriendo fuera de aquel infierno. Ya no llevábamos fusil, ni correaje. Mientras íbamos caminando, teníamos tanta hambre, que cogíamos las olivas y nos las comíamos, se nos ponía la boca y la lengua como un zapato. Recuerdo que llegamos a un pajar, entramos dentro y me fijé en una ventana, donde había un pote de lata. Lo cojo y miro haber lo que tenía dentro. Estaba lleno de telarañas, le pasé el dedo y se las quité, dentro tenía unos cuantos garbanzos cocidos con un poco de agua. Los cogimos y los repartimos entre los tres. Aquellos garbanzos, nos pareció que nos estábamos comiendo un pollo, eso que nada más tocábamos a seis o siete a cada uno, pero teníamos tanta hambre que después de dos días sin comer, yo todavía podía aguantar un poco, porque me había comido los garbanzos y el bacalao que me trajeron aquellos cuatro que se quedaban en la mina. Nosotros nada más pensábamos encontrar un pueblo que estuviera abandonado, para conseguir un poco de comida y seguir caminando para conseguir llegar hasta la frontera. Seguíamos por toda la orilla del río, cuando llegamos a un camino de carros, pensamos: - Este camino tiene que llevarnos a algún caserío. Seguimos caminando por el camino y salimos a un pueblo que se llama Almatret, pensamos: - Ahora es la nuestra. No se veía a nadie, pero al entrar, en la primera travesía, nos salen un puñado de moros y nosotros nos quedamos parados, vienen corriendo hacia nosotros y empiezan a gritar y a saltar, dándonos empujones, al momento llega un alférez español y les dice estas palabras: - ¡ Ya era hora que los carabineros se pasaran ! Y les dice a los moros: - ¡ Cantar el cara al sol, que los europeos os oigan ! Empezaron a cantar y yo también movía los labios, para que se pensaran que también cantaba. Allí fue la primera vez que oí cantar el cara al sol.

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Capítulo 11

Nos cogieron presos y nos llevaron a la plaza del pueblo, y allí tenían más prisioneros, nos hicieron formar y nos llevaron a todos a unas cuadras muy grandes, pero voy a contar un caso que pasó yendo hacia las cuadras. íbamos caminando en formación, el preso que iba delante de mí, llevaba en el macuto unas alpargatas nuevas que asomaban un poco, entonces se acercó un moro y le pegó un tirón y se las quitó, pero un poquito más adelante, otro moro estaba observando lo que pasaba. Entonces, cuando se marchó el moro que le quitó las alpargatas, el preso empezó a protestar diciendo: - ¡ Vaya colla de ladrones ! Pero el moro que estaba observando todo lo que paso, se acerca y le pregunta: - ¿ Qué pasar? Y el preso le responde: - Nada, nada. Entonces se va este moro, el cual era muy alto y delgado, bastante negro, que llevaba un pendiente muy grande en la oreja derecha y se enfrenta con el que le quitó las alpargatas. Empezaron a discutir y le quitó las alpargatas, y se las llevó al preso y le dijo: - Toma. A continuación se metió la mano en el bolsillo del tabardo y le sacó una lata de sardinas en aceite y dos chuscos pequeños de pan, este fue un moro de buen corazón. Cuando estábamos en las cuadras, por la noche, nos dieron para cenar una lata de sardinas en aceite y un chusco pequeño de pan. Después de estar tantas horas sin comer, me sentó bien, a pesar de que se me había quitado el hambre de pensar que estaba prisionero, después de pasar tantas calamidades, no me lo podía creer, pero era Página 95

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verdad. Nos acostamos como pudimos en el suelo sin manta ni nada por encima de la tierra. Por la mañana nos levantamos y salimos a la calle y estaban esperándonos dos camiones muy grandes, que los conducían unos chófers que eran italianos, los cuales, nos trasladaron al castillo de Fraga. Recuerdo que eran las fiestas de Navidad y muchas personas venían a vernos y nos traían comida y los soldados no dejaban que nos dieran nada, entonces nos tiraban la comida desde lejos y los soldados la pisaban o le pegaban patadas para que no pudiéramos aprovecharla. Estuvimos dos días en el castillo, entonces nos subieron en unos camiones y nos llevaron a unas explanadas donde había cientos de prisioneros. Nos formaron a todos y marchamos caminando por la carretera custodiados por los moros. Nosotros íbamos para la retaguardia y el enemigo se nos cruzaba al mismo tiempo en direccción al frente y cuando pasaban por donde estaba yo, sentía voces que decían: - ¡ Matar a ese hijo de puta ! Pero no hacíamos caso, pero una de las veces se tira uno encarándome el fusil y me dice: - ¡ Te voy a matar carabinero, que eres un rojo republicano ! Suerte que se tiraron cuatro o cinco soldados de ellos y lo sujetaron, porque estaba dispuesto a matarme. Entonces me di cuenta que llevaba el capote verde de carabinero y a los carabineros nos tenían un odio a muerte, porque éramos fuerzas de choque y los que representábamos la República Española, no se paso ni uno al enemigo. Me quité el capote y lo tiré, entonces ya no me molestaron más. Cuando seguíamos caminando, me doy cuenta que, de cuando en cuando, se acercaba un moro de los que nos llevaban presos a un muchacho de detrás mío y le hacía señales con las manos y se marchaba, al momento volvía otra vez. Cuando se marcha le pregunto: - ¿ Qué te dice ese moro? - Quiere que le de este anillo de oro y no puedo quitármelo, porque tengo los dedos hinchados y me dice que si no me lo quito me hace señales que me cortará el dedo. Cuando vuelve otra vez, intervengo yo y haciendo gestos con las manos y la boca y digo: - Ponerse negro. Contesta el moro: Página 96

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- No bonito. Entonces le volví a repetir: - Ponerse negro no quitar. - Entonces el moro me dijo: - Ser malo no quitar. Y se marchó, entonces aquel muchacho me dio las gracias y me dijo: - Si no es por ti, seguro que me corta el dedo, porque esta gente por un gramo de oro, matan a su padre. Después de caminar más de cuatro horas, llegamos a San Juan de Mozarrife. Nos llevan a unas naves que estaban vacías, que en sus tiempos fue una harinera. A mí me tocó en la planta de arriba, tenía muchas ventanas y no tenían cristales y hacía un frío que no se podía resistir. Aquel día nos dieron un lata de sardinas y un chusco, era lo que comíamos durante el día, no había ni desayuno ni cena, por la noche dormíamos encima de los ladrillos pelados. Por la mañana cuando nos levantamos, nos dolía todo el cuerpo y no parábamos de toser, estuvimos tres días en aquel lugar. Salimos de allí y nos llevan para la estación que estaba muy cerca. Ya tenían preparado un tren con vagones de esos que llevan borregos. Nos subimos en ellos y al rato, arranca el tren, pasemos parte de la tarde y toda la noche parando por todas las estaciones. Para orinar, meábamos desde la puerta cuando el tren estaba en marcha. A las nueve de la mañana, llegamos al punto más negro de todas mis memorias, LEÓN.

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Capítulo 12

Aquí empezaba la entrada en el infierno fascista de Franco, recuerdo que cuando íbamos de la estación, con dirección a el famoso HOSTAL de SAN MARCOS, los habitantes de León salían a la calle a darnos comida y la guardia civil no los dejaba, empezaban a pegarles y a tirarles el pan al suelo, no dejaban que se acercaran a nosotros. Cuando llegamos a San Marcos, entramos en los patios del cuartel de la remonta, era el día 1 de Enero de 1938, las once de la mañana y estaba nevando. En aquellos momentos se estaba celebrando una misa en la nave que nosotros teníamos que entrar, que le llamaban el picadero. Mientras duró la misa, estuvimos de pie, cayéndonos la nieve por encima, yo nada más llevaba puesto la camisa y el pantalón. La nieve me calaba hasta los huesos. Cuando terminó la misa, nos dijeron: - Ahora pasareis para dentro y en unos coves que veréis, vais dejando la documentación y el dinero que lleváis. Empezamos a entrar y nos quitaban la cartera de las manos y la depositaban dentro de los coves. Por la tarde, como que no cabíamos todos dentro de aquella nave, nos llevaron a un patio que pertenece al hostal San Marcos. Este patio está rodeado de unos arcos y tiene una placeta con un surtidor en medio, el suelo esta cubierto con piedras de río puestas de canto. Pues aquella noche nos dieron una manta y tuvimos que dormir en medio del patio y encima de las piedras. Cuando me desperté y saqué la cabeza, era todo el patio una manta de nieve encima de nosotros, había estado nevando toda la noche, os hago saber que todo lo que relato es la pura verdad del trato que nos dieron en el campo de concentración de San Marcos. Cuando nos levantamos por la mañana, quedaban dos bultos en el suelo, eran dos prisioneros que no pudieron aguantar el frío de Página 98

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aquella noche y murieron, los cogieron entre cuatro en una manta y se los llevaron. Entonces a nosotros nos llevaron a la sala que se nombraba el picadero que de pies cabíamos justos, pero de noche si no te espabilabas a coger sitio, tenías que dormir sentado en el suelo apoyado contra la pared. Cuando llegamos a esta nave, nos dieron un saco con un poco de paja y otra manta para dormir, pero no podías emplearlo, porque no había sitio para colocarlo, si tenías suerte de noche y podías dormir tendido dormías como las sardinas en la lata, para darte la vuelta tenías que decirle al que estaba a tu lado que también se diera la vuelta, porque si no te echaba toda la respiración en la cara. Si una vez acostado tenías que ir al servicio, no podías, tenías que aguantarte o hacerlo encima, porque el suelo era una manta de carne humana, no quedaba ni un solo hueco para colocar ni un pie. Una noche estaba dormido y siento caerme una cosa en la cara y me fijo, había uno de pie con una botella en la mano que estaba meando en la botella y se meaba fuera y me caía a mí en la cara, empecé a chillarle y le dije: - ¡ Mañana te parto la cara ! Cuando me desperté ya no estaba. Los wàters estaban en un rincón de la nave, eran unos bidones de hierro de esos que emplea la campsa para el aceite partidos por la mitad con unas asas de alambre. Cuando estaban llenos los cogíamos con un palo, lo pasábamos por las asas y entre dos lo tirábamos al río, pero por la noche, cuando se llenaban, no podían vaciarse, porque no se podía pasar, entonces empezaban a llenarse y se salía toda la porquería y como el suelo era de tierra, se formaba un fanguerio por fuera alrededor de los servicios y el que estaba durmiendo por la misma puerta, se llenaba de barro y de porquería. Normalmente por la mañana espolsábamos las mantas y se formaba una nube de polvo que no se podía respirar. Cuando estábamos todos de pie, ya era normal encontrar cinco o seis tendidos en el suelo, porque están muertos. Esto pasaba cada día entonces decían cuatro voluntarios, cogíamos la manta del mismo y lo llevábamos a una furgoneta que ya estaba esperando en la puerta cada día. Siempre se iba llena de muertos, porque en aquel campo de concentración, entre todas las naves habíamos más de ocho mil prisioneros y tenían una enfermería con unas veinte camas. Cuando venía la furgoneta que recogía a los muertos, pasaba por la enfermería y se llevaba a todos los que estaban más graves, aunque estuvieran vivos los echaban al montón. Página 99

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Por las mañanas venían los de sanidad, que se componía de los mismos presos y en un rincón de la nave, acudían los que estaban enfermos o heridos, allí no daban ni pastillas, ni medicinas de ninguna clase, nada más curaban heridas. Recuerdo que habían muchos que los pobres estaban llenos de sarna, los hacían desnudarse del todo y el cuerpo era, desde el cuello a los tobillos de los pies, una corteza de pupas. Entonces los sanitarios cogían unas espátulas de madera y empezaban, desde el cuello, levantando todas las cortezas hasta llegar a los tobillos. Cuando terminaban, parecía que les habían pintado de rojo todo el cuerpo de ensangrentado que les quedaba. Llevaban un cubo lleno de azufre preparado como una pomada, entonces, con la misma espátula les embarraban todo el cuerpo de azufre y a continuación, con unas vendas, los liaban como si fueran una momia y se ponían la misma ropa que llevaban sucia y llena de piojos. A los pocos días, ya no quedaba ninguno, se morían infectados. Siempre llevábamos, durante todo el día, el macuto, con un pote de aquellos medianos de conservas que nos dieron, que nos servía de plato, para recoger la comida y para dormir como almohada, porque si no te lo ponías debajo de la cabeza, al día siguiente te lo encontrabas lleno de meados. También llevábamos todo el día las mantas, por encima de la cabeza, tapándonos las espaldas. Tenías que llevar todo lo que tenías encima, porque no tenías un sitio fijo y así pasábamos todo el día, de un lado para el otro de la nave, las mantas no nos estorbaban, porque hacía tanto frío que nos calentaban un poco. El único inconveniente es que estaban llenas de piojos, me sentía como corrían por la cara, pero ya no hacía caso, porque me había acostumbrado a esa molestia y además no había manera de eliminarlos. Cuando me parecía, me metía la mano en el sobaco y cogía cinco o seis piojos como borros de gordos, tenía hasta la espalda negra de tan viejos que eran. A veces nos hacían sentar en el suelo para contarnos una historia de fachas y nosotros nos dedicábamos a matar piojos, corrían por el suelo como si fueran hormigas. Un día a la semana nos hacían salir fuera de la nave para barrerla un poco, entonces pasábamos todo el día fuera. Recuerdo que dentro de aquel recinto, los falangistas tenían un departamento para ellos y vivían como reyes. Ese día lo pasábamos en la puerta de los falangistas, porque de cuando en cuando nos tiraban un mendrugo de pan y disfrutaban viendo como nos matábamos por cogerlo. Aquel día, recuerdo que se hicieron una ensalada con cebollas tiernas y los rabos de las cebollas que tenían que tirar Página 100

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a la basura, nos los tiraban a nosotros y nos pegábamos por cogerlos, para quitarnos un poco el hambre. Y los iban tirando de uno en uno y al mismo tiempo había un falangista con una manguera de agua en la mano que nos iba mojando. Entonces ellos se reían y nosotros nos quedábamos con toda la ropa mojada, pero si lograbas coger un rabo de cebolla, te ponías un poco contento, pero si no cogías nada, te quedabas mojado y pelado de frío y pensabas: - ¡ Me cago en la madre que os parió falangistas ! Aquel día también lo aprovechamos para lavarnos un poco la cara. En aquel recinto fuera de la nave, había unos abrevaderos que servían para beber agua los caballos de aquel mismo cuartel, pero ya no se usaban, entonces nosotros nos lavábamos un poco la cara pero solo una vez a la semana. Otros nos dedicábamos a quitarnos unos cuantos piojos, nos bajábamos los pantalones y con las uñas rascábamos por las costuras que estaban llenas de huevos y de piojos, corrían como las hormigas, los tirábamos al suelo, digo que los tirábamos, porque era imposible matar tanto bicho, pero nos descargábamos un poco. Cuando llegaba la hora de entrar en la nave, nos poníamos todos delante de la puerta y los cabos de vara, con los bastones en alto, amenazando para que no entrara nadie hasta que dieran la señal para entrar, Entonces se formaba una desbandada para coger sitio, no cabíamos todos tendidos y tenías que espabilarte, si no, te tocaba dormir sentado apoyado contra la pared toda la noche. Ahora os explico la misión que tenían los cabos de vara que he mencionado antes. Estos eran hombres como nosotros, prisioneros de guerra, pero si tenían alguna recomendación de la parte fascista, los llamaban y les nombraban cabos de vara, les daban un gallato y les decían: - Cuantos más palos peguéis, más bien mirados seréis. Y a pesar de que estuvieron luchando con nosotros, no se quedaban cortos pegando palos. Dentro de la misma nave tenían unas separaciones con unas vallas que les permitía estar a sus anchas, incluso tenían su servicio, cuatro maricones que les lavaban la ropa y siempre lo tenían todo muy limpio, mientras nosotros dormíamos encima de la basura. Recuerdo que una vez entró en la nave un sargento de la legión que le faltaba el brazo derecho, entonces nos piden que guardáramos silencio. Cuando estábamos callados, el sargento se dirige a nosotros y pregunta: Página 101

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- ¿ Alguno de vosotros se encontraba en tal fecha, tal día en un combate que había en el Ebro? Salieron cinco o seis y contestaron: -Yo. Entonces el sargento cogió el bastón del cabo de vara que tenía más cerca y empezó a pegarles garrotazos repitiendo: - ¡ Hijos de puta, vosotros sois los culpables de que a mí me falte el brazo ! Y al mismo tiempo les decía a los cabos de vara: - Venga, vosotros también repartir leña, tenemos que exterminar a los rojos. Aquel día hubo unos cuantos heridos, porque se encontraban que estaban enfermos sentados en el suelo y al huir nosotros de los palos, pasaron pisándolos portadas partes. Estas carreras sucedían muy continuo, porque siempre venía alguno a desahogarse con nosotros. Otra vez viene un alférez que tenía la cara que parecía un monstruo también de las heridas de la guerra. Nos mandó callar y cuando le vimos la cara que tenía pensamos: - Éste viene como el sargento de la legión a repartir leña. Pero éste ya llevaba un látigo muy disimulado escondido y empieza a hacer preguntas parecidas al otro que vino antes. Entonces nosotros ya nos dimos cuenta de las intenciones que traía y empezamos a recular para atrás, nadie quería ser el primero y, mi faena lo mismo que todos era esconderte para no recibir el primero. Cuando él vio que no queríamos saber nada, desenvolvió el látigo y empezó a pegar latigazos, no fallaba ni un latigazo, se ve que era pastor y tenía mucha práctica con los corderos y así nos consideró, menos mal que, como siempre, llevábamos la manta encima tapándonos la cara y la cabeza, y nos reservó bastante de los latigazos. Cuando se canso de pegar dijo la misma frase que nos decían todos: - ¡ Los hijos de puta rojos ! Y se marchó para otra nave, para repetir la misma operación. Corría todo el campo de concentración y así sacaban todo el veneno que tenían dentro del cuerpo. Otra vez vino un cura y también nos mandaron silencio. El cura subió en un altillo, que era el techo de un cuartito donde se guardaban los trastos de barrer y empezó diciendo algo así: - j Vosotros tenéis el demonio dentro de vuestro cuerpo, porque habéis ofendido a la iglesia y el que ofende a la iglesia, ofende a Dios, por eso os digo que para quedar bien con Dios, debéis confesaros y decir toda la verdad, por muy dura que sea, pensar que la Página 102

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confesión es un secreto que debe morir con el confesor, por eso os pido que, si alguno de vosotros tiene el remordimiento de haber matado o haber denunciado alguna persona en vuestro pueblo durante estos años de guerra, que se confiese y quedará libre de pecado ! Dentro de unos días vendremos para que cumpláis con Dios. A los pocos días, empezaron a entrar unos cajones de madera y a repartirlos por toda la sala. A continuación, vienen por lo menos veinte curas y se sientan cada uno en un cajón. Los cabos de vara nos iban controlando para que no se escapase ni uno sin confesar. Cuando me toca, me voy hacia el cura, me arrodillo lo mismo que todos, y me pregunta: - ¿ Tú conoces alguna persona que haya denunciado o que hubiera matado a alguien que tuviera las ¡deas contrarias a los marxistas? Yo contesto: - No padre. - Ves y reza un padre nuestro. Y no me acuerdo cuantos aves marías, la cuestión, que estuve un momento de cara a la pared y cuando me pareció, me marché. Cuando terminaron de confesar, a todos nos piden silencio y sube el mismo cura otra vez al altillo y nos dice: - ¡ Tenéis las ideas como sangre, rojos, ninguno habéis matado ni denunciado a nadie, no os merecéis ni estar aquí rojos marxistas asesinos ! Y dio media vuelta y se marchó. Ahora os explicaré el menú que teníamos para comer. Por la mañana no probábamos ni el agua, para el mediodía nos daban un cazo de agua que le ponían una clase de bacalao, que teñía el agua de colorado, a veces ponían alguna judía, pero si te tocaba alguna, estabas de suerte. El agua que hacían servir para hacer el caldo, si se le puede dar el nombre de caldo, la cogían del río que pasaba cerca de donde estaban las cocinas y cuando repartían lo que ellos llamaban rancho, si te tocaba el fondo de la caldera, nada más te daban arena y alguna piedra del río. A la hora de coger el caldo, siempre habían dos cabos con un bastón, uno a cada lado de la caldera, porque al momento de coger el caldo, tenías que descubrirte, si no lo hacías te pegaban un palo en la cabeza. La mayoría no nos acordábamos, porque nos dominaba tanto el hambre, que nada más pensábamos en llegar a la caldera. Algunos nos arrastraba la manta y cuando pasábamos para recoger el caldo, las puntas de las mantas también se metían dentro de Página 103

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la caldera, ó sea, que todo era mierda. Cuando repartían el pan, nos arrinconaban a todos hacia un lateral de la nave y se quedaba la otra mitad libre, entonces se ponían seis o siete con un saco cada uno lleno de pan y íbamos pasando de uno en uno para el otro lado, al mismo tiempo recogíamos el pan. Este era el momento más esperado cada día, cuando llegaba a mis manos, empezaba enseguida a comérmelo, lo mismo que los demás que formaban unos grupos que se jugaban la ración de pan, apostaban de la siguiente manera: Señalaban una cantidad de minutos para comértelo, si te pasabas de los minutos que habían acordado, el que perdía tenía que darle el pan suyo durante tres días al otro que ganaba, este pan era del tamaño como la palma de mi mano abierta y grueso como un dedo de canto. Me pasó un caso que me jugué una paliza de muerte. Un día cuando estaban repartiendo el pan, paso y recojo mi ración, pero tenía tanta hambre que pensé: - Si pudiera colarme, cogería otra ración de pan. Entonces me apoyé en la pared y, poco a poco pasé otra vez al otro lado. Cuando llego para recoger el pan por segunda vez, alargo la mano y me pegan con un palo en la cabeza, en aquel instante no sé como no me caí al suelo del golpe y pensé: - Eso es que me han visto. Y levanto la cabeza mirando al que me dio el golpe y me dice: - ¿ No sabes que tienes que descubrirte? Pero todavía di gracias, porque si me descubren, me mandan a la carbonera. La carbonera era un sótano que había servido para almacenar carbón para el consumo del hostal de San Marcos. Allí dentro no había luz, nada más que la que entraba por la ventana, y el suelo estaba lleno de agua. El que entraba allí, cuando lo sacaban, salía muerto, la mayoría que entraban en la carbonera era porque les llegaba alguna denuncia de su tierra, porque eran contrarios al régimen de Franco o mataron a alguna persona que pertenecía a la quinta columna o si veían algún preso que repetía de comida, también lo mandaban a la carbonera, por eso el día que repetí de pan, tuve aquel susto tan grande cuando me pegaron con el palo en la cabeza. Ahora voy a explicar lo que nos daban para la cena. Nos hacían formar en filas de uno hasta cincuenta por fila. Entonces al primero de la fila le daban una lata grande de conserva de chicharros en vinagre, cogía dos y le pasaba la lata al siguiente y así hasta que llegaba al último de la fila. Pero pasaba una cosa, que en las primeras filas, se Página 104

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repartía en orden, porque estaban los cabos de vara delante vigilando, pero en las filas de en medio, había quien metía la mano dentro de la lata y cogía cinco o seis y no llegaban para los últimos. Entonces empezaban las peleas, los cabos de vara empezaban a pegar palos a todo el que pillaban por delante y las latas y los chicharros corrían por el suelo. Cuando se calmaba el jaleo, mirábamos de aprovechar para recoger los que estaban por el suelo tirados. Pero a la semana siguiente cambió el panorama, casi nadie quería comer chicharros, sobraban latas enteras. Explicaré el motivo. Como que llevaban mucho vinagre, nos daban mucho dolor de vientre y cuando ibas al servicio, nada más que hacías sangre, los bidones del servicio estaban llenos de sangre, había muchos que se les escapaba y se lo hacían encima y si se sentaban en el suelo, entre el líquido y la tierra se les ponía todo el pantalón lleno de barro. Por las mañanas cuando nos levantábamos, veíamos que cada vez aumentaba más la cantidad de muertos. Al principio morían cuatro o seis cada día, pero ahora eran hasta días de veinte, se notaba porque a la hora de dormir tenías más sitio. Cuando venían a recoger los muertos, los echaban uno encima del otro, este sistema me recuerda mucho cuando veo un reportaje de los alemanes que también lo hacían, los alemanes aprendieron mucho de los campos de concentración españoles, pero los alemanes luchaban contra países extranjeros, pero nosotros éramos todos españoles y la lucha era entre nosotros y era tan grande el odio que nos tenían, que continuaban todas las noches con el mismo plan de los chicharros. Como que no nos los comíamos, dejaban las latas apiladas en un rincón de la nave, la noche siguiente nos decían: - Allí tenéis la cena, chicharros. Llegó un momento que perdí el hambre, no me acordaba de la comida, el estómago no me pedía nada de comer. A las dos noches siguientes, retiraron los chicharros y nos dieron una pieza de chocolate para cenar, pero yo ya me encontraba muy mal y no me comí el chocolate, me entró una tristeza muy grande y empecé a pensar en los que se morían diariamente y que no tenía noticias de la familia, pensé: - Aquí me tengo que morir, cuanto antes mejor. Entonces me lié todo el cuerpo con la manta y me senté apoyado contra la pared esperando el final para morir. Estuve dos días allí sentado cuando de pronto me pegan un tirón de la manta y me dice uno: - ¿ Qué haces aquí sentado? Página 105

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Yo no le hago caso, porque ya no podía levantarme, ni lo miré, ni levanté la cabeza para saber quien era, entonces me coge por la barbilla y me levanta la cara. Yo mientras él me estaba aguantando la cara en alto, miraba pero no veía quien era, entonces me dice: - ¿ Pero no me conoces? , Soy Juanito. Me coge del brazo para levantarme y yo estaba hecho un puro esqueleto, nada más tenía pellejo y las piernas no me las sentía. Como pude me levanté, me cogió el brazo por encima de su hombro y di unos pasos. Y me repitió que era Juanito, entonces empecé a hacer memoria y resulta que era el mejor amigo que había tenido que ya lo he nombrado muy atrás. Pero hacía pocos días que había entrado en el campo de concentración, porque venía de otro lugar, que también era prisionero y lo trasladaron con otro grupo. Pero como que venía tan negro y llevaba puesto una sotana de un cura que le venía grande y se la rodeaba al cuerpo, y por cinturón una cuerda de esparto, sin calcetines y las botas abiertas sin cordones. No le reconocí. Entonces le pregunté: - ¿ Cómo has sabido que estaba aquí? - Porque oí tu nombre por el correo que te nombraron y llevo dos días corriendo las naves hasta que te he encontrado. Entonces, al oír lo del correo, me dio un poco de alegría y se me saltaron las lágrimas, tuve que sentarme otra vez, porque no podía aguantarme de pie, entonces me coge otra vez del brazo y me dice: - ¡ Venga no te sientes más vente conmigo ! Y aquel día estaban los barberos en aquella nave, venían a pelarnos cada veinte días y coge y me sienta en el cajón y empiezan a pelarme con la máquina. Pero te pelaban la cabeza y al mismo tiempo te pasaban la máquina por la cara y te quitaban los pelos de la barba y te dejaban listo para veinte días más. Recuerdo que cuando me estaba cortando el pelo, me dijo el barbero: - Tienes una herida y sangre seca en la cabeza. Entonces pensé en el garrotazo cuando repetí de pan. Cuando estuve listo del barbero, le digo a mi amigo: - Voy a sentarme que no me encuentro bien. Y él insistía que no pero yo le dije que si y me senté y tuve que tenderme, creí que me moriría de la angustia que me dio, entonces me dijo: Pásina 106

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- Voy a mi nave a buscar el macuto y me quedo aquí contigo. Cuando vino ya estaba sentado, yo ya hacía lo posible para volver a recuperarme, pero se me iba la vista y otra vez me tendía. Él no paraba de tocarme la cara y animarme. Llegó la noche y repartieron el chocolate, él pidió mi ración y el cabo de vara vino con él y me lo dio a mí, al mismo tiempo repartió a otros enfermos que también estaban muy mal. Aquella noche me comí el chocolate a la fuerza, porque pensaba: - Si no me recupero un poco, no salgo de esta. Nos acostamos a dormir. Ya se dormía un poco más ancho, entre los que se morían y los que les venían el aval que salían en libertad, quedaba más espacio. Cuando cerré los ojos para dormir pensé: - A lo mejor mañana me sacarán con una manta entre cuatro, para la furgoneta. Por la mañana, cuando me desperté, me dio mucha alegría y pensé: - ¡ Todavía estoy vivo ! Me incorporé sentándome en el suelo, todavía estaban todos durmiendo, se despertó mi amigo y me dijo: - ¿ Cómo estas? - Mira, todavía estoy vivo. - Hoy nos pasearemos por la nave a ver si te recuperas, porque tengo un plan muy bueno, vamos a apuntarnos para que nos manden a un batallón de trabajadores, porque es la única manera de salir de aquí, también tengo un poco de dinero. Y me enseña ciento cincuenta pesetas y me dice: - Nos vamos a dedicar al estraperlo aquí dentro. - No, porque algunos que les han pillado haciendo el estraperlo, los mandaron a la carbonera y de allí no se sale vivo. Cuando me nombró lo del estraperlo me preocupó un poco, porque era un muchacho que cuando pensaba una cosa, no paraba hasta conseguirla. Y mira si estaría controlando el estraperlo, que los cabos de vara estaban avisados que, cuando viniera alguien comiendo, que se fijaran en lo que comía. Los cabos de vara, casi siempre, hacían la vista gorda, pero habían dos guardias civiles que eran los que mandaban en el campo de concentración. Uno de ellos era un poco gordo y tendría unos cincuenta años y si pasaba por el lado de alguno que estaba comiendo le decía: - Esconde eso que no te vean. Página 107

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Pero el otro era alto y delgado, tendría unos treinta años, con una mirada de mala leche que, nada más que te miraba ya salías corriendo. Éste todo su afán era pasearse por todo el campo para ver a quien pillaba comiendo. Llevaba siempre un bastón en la mano y cuando pillaba a alguno lo molía a palos. Este guardia civil la tenía tomada con los falangistas que estaban en aquel recinto, aquellos que nos tiraban los rabos de las cebollas y los soldados que hacían guardia en las puertas de las naves. Para que no saliéramos fuera, estos falangistas y los soldados, como que entraban y salían cada vez que querían del campo de concentración, eran los que entraban el estraperlo y ganaban todo el dinero que querían. Si un pan valía en la calle una peseta, dentro del campo te cobraban quince pesetas, el chocolate te cobraban una tableta a cinco pesetas, fuera del campo valía treinta o cuarenta céntimos, la mantequilla también era muy barata y todo lo que entraban, se ganaban lo que querían. Si alguno de los que estábamos allí recibía algún giro de la familia, nada más que fuera de cincuenta pesetas le servía para comprar dos panes de medio kilo y tres o cuatro tabletas de chocolate. Si comparáis los precios que valían en la calle, os daréis cuenta de lo que ganaban y todavía te hacían un favor, porque era tan grande el hambre que se pasaba que cuando tenías a tu lado alguno que estaba comiendo pan con chocolate o mantequilla, te daban ganas de quitárselo de las manos, Pero el guardia civil no la tenía tomada con los soldados y los falangistas por lo que ganaban, era porque nos alimentaban a nosotros. Ahora continuo con la idea de mi compañero de dedicarse al estraperlo, me dijo: - Espérate un momento que ya vengo. A la media hora viene y me dice: - Mira. Y me enseña dentro del macuto que llevaba un pan partido por la mitad y una lata de sardinas en aceite de aquellas que habían antes que eran cuadradas, que hacían por lo menos por seis veces las de ahora. Cuando vi aquello no me lo creía lo que estaba viendo y me dice: - Esto lo he comprado para que te recuperes tú, tenemos por lo menos para tres días, si lo repartimos. Entonces nos pusimos en un lado de la nave y empezamos a abrir la lata de sardinas, enseguida los que se dieron cuenta, acudieron alrededor nuestro y no paraban de mirarme. Me sabía mal de tener que hacerlo delante de la gente, pero es que no Página 108

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podías esconderte, porque por todas partes tenían que verte uno o otros. No sentamos en el suelo y pusimos ocho o diez sardinas en el pote, que nos servía de plato, sacamos el pan y empezamos a mojar y cada vez acudía más gente, yo pensaba: - Ya verás como se tiraran y nos lo quitarán, todo porque pienso que si yo me encontrara como ellos, hubiera mirado de quitar algo, pero cuando nos habíamos comido las sardinas que pusimos en el pote y más de medio pan, nos quedamos un poco empachados. Mientras tanto, continuábamos rodeados de gente y a mí me daba mucha lástima de ver aquellas personas mirando mientras nosotros comíamos. Entonces le digo a mi compañero: - ¿ Qué te parece si les damos lo que queda, que se lo coman? Como que era un muchacho que tenía buen corazón, me contestó: - Por mí si. Cuando les dijimos que íbamos a repartir lo que quedaba, se agruparon sobre nosotros y desapareció el macuto, el pan y lata de las sardinas y a nosotros casi nos tiran por el suelo. Al día siguiente me dice mi amigo: - Hoy ¡remos a apuntarnos para el batallón de trabajo. Salimos para la puerta y les decimos a los soldados que estaban de guardia que si podíamos salir para ir al despacho para apuntarnos a un batallón de trabajo. Consultó con el cabo de guardia y nos dijo: - Cuando volváis presentarse a mí y no tardéis. Salimos de la nave y nos dirigimos por un pasillo que venía a salir al patio en el que estuve durmiendo la primera noche. Nos acercamos y vimos que habían muchos prisioneros debajo de los arcos, que estaban pelando patatas sentados en unos cajones, pero alrededor de ellos habían varios presos que se paseaban vigilando que los que pelaban no se las comieran. Tuvieron que poner esa vigilancia, porque desaparecían muchos kilos. Recuerdo que en un rincón, había montones de sacos de patatas, pero nosotros ni las catábamos, ni eran para los que tenían cargos y enchufes, estos tenían una cocina aparte. Seguimos adelante y salimos a un patio que mediría unos seis metros cuadrados, que le llamaban el patio de la bandera, porque había una bandera española muy grande que sobresalía de la pared y habían tres presos, uno a la derecha, otro a la izquierda y otro en medio de cara a la bandera. Llevaban una manta con un agujero en Página 109

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medio, pasaban la cabeza y les quedaba como un capote y tenían la mano en alto, haciendo el saludo fascista, parecían estatuas. Mientras caía el poco de lluvia preguntamos por allí por qué estaban de esa manera y nos dijeron que esos estaban condenados a muerte, los tenían allí hasta que caían al suelo desmayados. Entonces los cogían los devolvían a la carbonera y ponían otro, aquel lugar siempre tenía guardia de día y de noche. Cuando llegamos al despacho dijimos que nos apuntaran para el batallón de trabajo. Apuntan a mi amigo y le digo. - Yo también quiero ir. Y me mira y me dice: - ¿ Pero donde quieres ir tú a trabajar con el cuerpo que tienes y los ojos en el cogote? . - Hombre es que he estado un poco enfermo, pero yo tengo fuerza. - Mira, te voy a apuntar pero no te extrañe que te tiren del tren antes de llegar al lugar que te destinen, es una broma, pero tú lo que estas es para llevarte a un hospital. Me quedo mirándolo y pensé: - ¿ Qué le contesto? Era un buen muchacho, también era prisionero y estaba enchufado en las oficinas. Cuando salimos para fuera leo un letrero que decía correo y estaba cerrado, le pregunto al mismo muchacho: ¿ Para reclamar una carta que vino a mi nombre y no la recogí, qué tengo que hacer? - ¿ Cuantos días hace? - Unos cuatro días. - Entonces ya están quemadas. No pude saber quien me mandó la carta que me salvo la vida, si no hubiera sido porque mi amigo Juanito oyó mi nombre y se dedicó a buscarme, hasta que me encontró, hoy no estaría contándolo. Nos marchamos para nuestro lugar y nos presentamos al cabo y le decimos: - Ya estamos aquí. En aquel momento empezó mi pesadilla, nos dice el cabo: - Entrar allí que esos soldados os quieren hacer unas preguntas. Página 110

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Entramos dentro y nos enseñan las cosas que tenía para vender de comida, allí había de todo. Yo retirándome les digo: - j Si no tengo ni cinco céntimos ! Le digo a mi compañero: - Vamonos. Y nos salimos del cuerpo de guardia, pero cuando estábamos por allí caminando me dice: - Sabes que con el dinero que tengo podríamos pasarlo bien, podemos comprar y vender y así no pasaremos hambre. Yo le contesté: - Viniste para salvarme y ahora ¿ quieres que nos maten metiéndonos en este follón? Tú ya lo llevabas de cabeza esto del estraperlo, pero yo no quiero saber nada. Entonces me contestó: - Bueno, dejémoslo correr. Era la hora de repartir el rancho. Cuando lo cogimos, después de comerlo me dice: - Vamos a llevar un perol de estos vacíos a la cocina y podremos repelar el fondo de todas las que haya allí. Cogimos el perol, uno de cada asa y nos fuimos para la cocina. Cuando llegamos, no había nadie y habían unos cuantos peroles que ya las habían devuelto sucias de haber tenido comida. Empezamos con la cuchara a escarbar el fondo y había como un poco de puré, pero tenía mucha arena y casi no podías comerlo. Cuando estábamos más interesados buscando, vemos que por aquel lugar aparece un sargento del ejército, tendría unos cuarenta años, con un gallato en la mano. Nosotros seguimos agachados mirando de reojo el movimiento del sargento. Viene derecho a nosotros y nos pregunta: - ¿ Qué hacéis aquí? Y le contestamos: - Hemos traído la perol sucio. - ¿ Vosotros sois del servicio de cocina? Y contestamos que no. Coge el gallato y empieza a pegarnos, salimos corriendo y nos dejamos el macuto y la manta en el suelo, entonces pensamos: - Estaremos al tanto y cuando se marche iremos a recogerlos. Página 111

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Se marchó enseguida, entonces nosotros fuimos otra vez, pero nada más que para recoger el macuto y la manta, cuando damos la vuelta para marcharnos y vemos que viene otra vez, por en medio del paseo derecho a por nosotros. Yo entonces le digo a mi amigo: - Vamos derechos a él y cuando falten unos dos metros, nos separamos corriendo, uno para cada lado y así no nos pillará. Y así lo hicimos, salimos corriendo, él no se lo esperaba y no sabía a quien pillar, pero me tiro el gallato a los pies y tropecé, estuve a punto de caerme al suelo. Rápidamente nos fuimos para la nave y nos metimos entre todos, por si venía que no nos encontrara. Este fue uno de los follones en que me metió este amigo, era una buena persona, pero cuando se le metía en la cabeza alguna idea, no paraba hasta conseguirla y yo, como que de pequeños siempre estuvimos juntos como si fuéramos hermanos, también lo seguía en todo lo que me decía. Una mañana me dice: - ¿ Quieres que probemos a escaparnos de aquí dentro? Yo le dije: - ¿ Estas loco? - Mira tengo un plan. - Mira, tus planes siempre nos salen mal y este que piensas es el peor de todos, olvídate. Y me insiste: - Escúchame, mira nos apuntamos voluntarios con estos que hacen la limpieza y arreglan los jardines, nosotros cogemos entre los dos un bidón de aquellos que llevan una asa a cada lado que lo emplean para traer grava de la orilla del río para arreglar los jardines. Cuando estemos en la orilla, miramos que no haya nadie y pasamos al otro lado del río. Y yo le contesté riéndome: - Y cuando lleguemos al otro lado, estarán esperándonos con un esmoquin para cada uno, ¿ donde quieres ir con la ropa que llevamos llena de piojos, rota y con más mierda que el palo de un gallinero? Pero él insistía y me decía: - Vamos para comprobar, para ver si es fácil. Página 112

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Yo, por no tener que hacerle la contra y que se desengañara de una le digo: - Venga coge el palo. Lo pasamos por las dos asas, lo cargamos al hombro y salimos por una puerta pequeña que daba al río. El río estaba allí mismo a unos sesenta metros de distancia, pero había mucha niebla, no se veía ni el agua del río y me dice: - Ves, ahora mismo pasas el río y no te ve nadie atravesarlo. Entonces le dije: - Venga, carguemos esto, que aquí hace mucho frío y no se puede estar. Pusimos tres o cuatro paladas de grava y dicen los que estaban destendiéndolo por el suelo tocándome la frente: - Estaréis sudando con la cantidad que habéis traído. Y yo le contesto: - Tócame los huevos haber si me sudan, después que te pagan dándote un garrotazo, cuando les da la gana y te matan de hambre, trabaja burro trabaja. Cuando pasaron una tres horas, mirábamos por encima de la pared y me dice mi amigo: - Mira, parece que se ha ¡do la niebla, vamos a curiosear. Cogemos el bidón, salimos otra vez por la puerta y estaba todo el río despejado de la niebla y al otro lado del río habían muchas mujeres que estaban lavando la ropa y miramos a la izquierda y había un puente que pasaba la carretera y encima del puente habían soldados haciendo guardia, para que no se escapara nadie y le digo a mi compañero: - ¿ Qué te parece lo fácil que es escaparse de aquí? Entonces me dice: - Coge el palo, pásalo por las asas. - Espera que carguemos. - Que venga y cargue Franco con los cuernos. Cogemos y nos vamos para dentro. Cuando llegamos al sitio les dice mi amigo a los que estaban por allí regando los jardines: - ¿ Donde lo vaciamos? Y nos señalan aquí y les dice: - Toma, vacíalo tú. Página 113

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Cuando se dieron cuenta que estaba vacío nos dicen: - ¡ Vaya par de gandules ! Y él les contesta: - ¡ Pelotas que estáis haciéndoles el trabajo a los fachas por una mierda de agua que os dejan repetir a la hora del rancho ! Nos marchamos para la nave y seguimos con la rutina de siempre, a dar vueltas por allí dentro, pero aquel día dan la orden de salir al patio para barrer y parecía que lo hacían expresamente, empezaba a chispear un poco y empiezan los cabos de vara: - Venga, todo el mundo para fuera. Empujándonos, nosotros dos íbamos de los últimos, pero allí no respetaban, sí estaban enfermos, los sacaban todos al patio. Pero hubo uno que se quedaba sentado y el cabo de vara le dio con el pie y le dijo: - Venga para fuera. Y no se movía, entonces le quitó la manta de encima y yo me di cuenta que era un hombre que tenía unos cincuenta años, que ya hacía unos días que estaba enfermo. Yo había hablado bastantes veces con él, también era catalán, pronunciaba muy mal el castellano, a veces me contaba cosas de su casa, eran payeses y me decía que tenía una masía en las afueras de Vilafranca con muchos terrenos. Cuando yo vi como quería sacarlo arrastrando y tirándole del brazo le digo bien dicho al cabo de vara: - Déjalo hombre, ¿ no ves que no va a llegar a mañana? - Como si no pasa de hoy. Entonces yo lo cojo por el brazo para resistirme y me pega con el gallato. Entonces Juanito le coge el gallato y un grupo que estaba mirando, se lanzan contra el cabo y empiezan a zarandearlo, entonces el cabo sacó un pito y empezó a pedir socorro. Enseguida vinieron los demás cabos y soldados que estaban de guardia y yo mientras le decía al cabo: - Cuando salga en libertad, si sales conmigo te mato en el camino cabrón. Aquel día no barrieron, hicieron entrar a los que estaban fuera y al rato vino un comandante del ejército. Estuvo hablando con los cabos de vara y al poco rato mandaron formar en filas de uno y les dijo a los cabos: - Ahora quiero que paséis fila por fila y me saquéis a los culpables y si no salen, pagareis vosotros. Página 114

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En aquel momento hubiera querido fundirme. Empezaron a pasar mirando de uno en uno. Cuando veo el cabo que yo tuve el follón, que empieza por la fila que yo estaba, entonces si que pensé: - Ya estoy listo. No sabía si volverme de espaldas o bajar la cabeza. Cuando llega a mi altura, me mira a la cara y yo también lo miro y veo que pasa de largo. Los cabos no sacaron ni uno, porque se ve que pensaron que ellos tenían que seguir allí dentro y vendrían las venganzas de los compañeros, la cuestión, que salvé la vida otra vez. En vista que no sacaron a ninguno, el comandante les dio una buena repulsa y dio orden que les quitaran el colchón que tenían para dormir y nosotros que teníamos dos mantas nos quitaron una. Estaban los sacos del pan preparados para repartir y se acercó y dijo: - Este pan fuera de aquí, hoy no se come nada ni rancho, a ver si así perdéis las fuerzas que todavía os quedan para protestar. Y así lo hicieron, se llevaron el pan y el rancho lo tiraron al río, aquel día no comimos nadie, ni los cabos de vara. Entonces yo aproveché un momento y me acerqué al cabo con el que tuve el follón y le di las gracias por no sacarme y me dijo: - He estado pensándolo y tenías razón, porque todos estamos aquí por la misma causa y estamos haciendo el juego a ellos, yo estoy en este grupo, pero no estoy a gusto, porque cualquier día nos daréis un susto, porque no hay derecho de dejarnos sin comer y que nos obligan a que os tratemos como bestias. Mientras yo estaba hablando con el cabo, Juanito, me hace una señal con la mano para que fuera donde estaba él. Cuando me acerco y me dice: - ¡ Mira ! Y se levanta la manta y me enseña dos potes de leche condensada, tres panes de medio kilo, membrillo y cuatro latas de sardinas, yo pensé enseguida: - Ya se ha liado con el estraperlo. Pero como aquel día nos hicieron tantas putadas pensé: - Si no te espabilas, de aquí no saldremos. Y a pesar de que parecía que estaba mal hecho dije: - Hay que espabilarse. Aquel día estaba de mala leche y todo lo que hubiera hecho, por mal que estuviera, lo encontraba bien y Juanito me dice: Página 115

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- De momento nosotros hoy no nos quedamos sin comer, toma. Y me da un pedazo de pan y saca la carne de membrillo y también me da la mitad y mientras comíamos me decía: - Verás como de ahora en adelante no vamos a pensar en el rancho, comeremos con lo que ganemos vendiendo. Yo le dije: - Me parece que me sentará mejor el rancho que todo esto, porque no tendremos ni un momento de tranquilidad. - Mira, tú no tienes que hacer nada, yo traeré el género, tú te lo pones debajo de la manta, que no se vea, entonces yo buscaré compradores. Cuando me pidan algo vendré a buscarlo, ó sea, que tú nada más servirás de almacén para guardar la comida. Y así lo hicimos. Yo estaba siempre paseando con la comida que tenía que vender debajo de la manta y pegada al cuerpo con los piojos y con el tiempo que no me duchaba, fíjate el alimento que tenía todo aquello. Pero no era egoísta, porque se conformaba con ganar muy poco, nada más le ponía dos o tres pesetas, más de lo que costaba a él, los que ganaban mucho eran los soldados, porque si en la calle les costaba una cosa dos o tres pesetas a él, se la vendía por diez o quince pesetas. Pero tenía una ventaja, como que les vendía bastante, lo que el necesitaba para comer, se lo daban al mismo precio que en la calle, pero le daban lo más justo. Y así íbamos pasando, comíamos cada día y ganábamos alguna peseta, pero un día me dice: - Estáte al tanto y cuando veas que entra un soldado con un paquete, entras en el cuerpo de guardia y te darán lo nuestro. Estuve al tanto que viniera y cuando lo vi llegar, entro y le digo: - Vengo a buscar el paquete de Juanito. Y mientras yo estaba allí dentro, el soldado que estaba de guardia en la puerta dice: - ¡ Qué viene el guardia civil ! Entonces yo no podía salir porque me hubiera visto y había un banco de madera largo y me dicen: - échate allí. Y me taparon con una manta. Entra el guardia civil y empieza a decirles: Página 116

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- Vosotros sois los culpables de que entre comida aquí para los presos. Pero procurar que yo no os pille un día a uno, porque vais a saber quien soy yo y no hago aquí ahora mismo un registro, porque se trata de un cuerpo de guardia del ejército, pero yo daré parte a vuestros superiores para que esto se termine de una vez. Ahora hacerse una idea de lo que estaba pasando en aquel momento, tendido en el banco y el guardia civil a dos palmos de mí, yo esperando de un momento a otro que levantara la manta, pero como siempre parece que me proteja algún ángel, pude salvar otra vez el pellejo. Cuando se marchó, pegué un salto, tiré la manta y salí corriendo de el cuerpo de guardia. Cuando vino Juanito derecho a mí y me dice: - ¿ Ya lo tienes todo? Y yo le contesto: - Ya sabía yo que tarde o temprano nos iban a dar un disgusto. - ¿ Qué pasa? Entonces se lo conté y me contestó: - Hostia si te pilla. Entonces, yo bastante cabreado le dije: - Mira, cuando quieras hacer alguna cosa, te lo pido por favor, ni me lo nombres, haz lo que te de la gana y déjame tranquilo. Desde aquel momento se acabó el estraperlo. Pasaron uno días y teníamos un hambre que eras capaz de comerte los piojos. Por la noche, desde aquella pelea que tuvimos, ya no nos daban nada para cenar y me dice Juanito aquella misma noche: - ¿ Quieres que vallamos donde están los sacos de patatas y si no hay nadie cogeremos? Era casi la hora de acostarnos y salimos para la puerta y le decimos al soldado que ya nos conocía: - Mira, vamos a la nave de al lado a visitar a un amigo que esta muy mal, venimos enseguida. - Bueno no tardar.

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Entonces nos vamos donde estaban los sacos de patatas y no había nadie. Sacamos una lata que nos servía de cuchillo y cortamos el saco, llenamos medio macuto y salimos deprisa, más bien corriendo. Cuando llegamos a la nave le digo al soldado: - Ya estamos aquí. Entonces los demás estaban acostándose. Nosotros cogimos un sitio para dormir y nos sentamos, sacamos una patata cada uno y empezamos a pelarla con la lata que teníamos como cuchillo y el que tenía a mi lado me dice en catalán: - ¿ Què mengeu? Y yo le digo: - Pera. - Donem una mica. Le doy un poco y me dice: - ¡ Collons ! Si això és patata, donem una mica més. Aquella noche cenamos, menos mal que esta vez nos salió bien lo de las patatas. Al día siguiente nos dicen: - Hoy, se pondrán en el patio unos fuegos con unas calderas con agua hirviendo, saldréis fuera y cada uno hervirá su ropa. Salimos fuera al patio y tenían preparados seis fuegos con seis bidones de hierro, llenos de agua hirviendo y al lado mismo tenían un montón de ropa vieja, que ninguna pieza tenía ni botones y la mitad estaba rota por alguna parte. Pero ya estaba hervida y nada más tenía piojos y huevos de piojos muertos. Todas las costuras estaban llenas, entonces nos quedábamos en pelotas y nos liábamos con la manta. Cogíamos la ropa con unos palos largos que ya tenían preparados. Poníamos la ropa en la punta del palo y la metíamos tres o cuatro veces dentro del agua hirviendo y cuando nos parecía que estaban bien muertos, entonces la llevábamos a donde estaba el montón de la ropa seca y te daban otra camisa y otro pantalón, que a lo mejor estaba peor que el que tú dejabas. Yo salí ganando, porque después de llevar tres meses la misma camisa que estaba rota a tiras, me puse una de color marrón que no tenía ni un botón, pero que estaba un poco mejor que la mía. Juanito también aprovechó para tirar la sotana que llevaba y se puso otra camisa. La ropa que nosotros entregábamos hervida, la ponían en unos bidones y la secaban y al otro día iban a otra nave y hacían la misma operación que hicieron con nosotros, les daban la ropa que nosotros dejamos. Pero el bienestar se terminaba cuando Página 118

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nos tapábamos otra vez con la manta, los piojos picaban con más rabia, pero no podías abandonar la manta por el frío que hacía allí. Nos hacen pasar para dentro y estaban los barberos y le digo a Juanito: - ¿ Si qué es raro que estén los barberos si faltan seis días? Nos pelaron como siempre, nos pasaron la máquina por la cabeza y por la cara y así también nos quedábamos afeitados. Cuando entramos a la nave, yo me di cuenta que las vallas que nos separaban de los cabos de vara, las habían retirado y había un grupo que se dedicaban a limpiar las paredes y otros estaban enblanquinando los servicios. Todo aquello era muy raro pero la sorpresa fue cuando a la hora de repartir el rancho, nos dimos cuenta que las calderas estaban llenas de patatas con caldo. Aquel día si que comimos un poco más, hubo alguno que fue listo y repitió otra vez, entonces yo le dije a Juanito: - ¿ No te parece raro este cambio? Y riéndome le digo: - ¡ Esto es que estamos ganando la guerra y quieren quedar bien ! Entramos para dentro y estaban poniendo encima del cuarto de la limpieza, unas vallas que ocupaban todo el cuadro del techo y alrededor de la valla, la bandera española y al otro lado, enfrente mismo, estaba el cuerpo de guardia en otra habitación. Igual que en la otra, también pusieron las vallas en el techo y las rodearon con la bandera, les acoplaron unas escaleras de madera a los lados y subieron veinte o treinta sillas. Nosotros, cada uno hacía su comentario, unos decían: - Esta noche viene Franco. El otro si era maño decía: - No, que van a cantar jotas. Ya estaba preparado. Aquella noche nos mandan formar en filas de uno y empiezan a entrar sacos de pan y cajas de chocolate y nos dan a cada uno, un pedazo de pan de unos cuatro dedos de ancho y dos piezas de chocolate para cada uno. Nosotros pensábamos: - ¡ Esto ya ha cambiado, veremos lo que dura ! Serían las diez de la noche y nosotros allí esperando que nos dijeran algo o a ver que pasaba. Al momento empiezan a entrar oficiales, entre ellos el comandante que nos quitó la manta y la cena, también entraban unas cuantas señoras que serían las esposas Página 119

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de los oficiales, que por cierto nos miraban y hacían comentarios. Enseguida llegaron jnos señores vestidos de paisano y empezaron a subir las escaleras y mientras ellos subían las escaleras, por el otro lado subían unos músicos y varios presos que habían formado un coro, entre los que cantaban habían cantantes profesionales y antes de empezar estaban los de una emisora de radio, que empezaron a hablar para toda España diciendo que iban a oír el festival que se estaba celebrando en el campo de concentración de San Marcos. Empezaron cantando primero los solistas, acompañados por la banda de música que tocaban muy bien, luego cantaban otros dos o tres más, mientras, los de la radio explicaban las canciones que tenían que cantar y hacían sus comentarios, como si allí estuviéramos nosotros dándonos la gran fiesta y estábamos cagándonos en la madre que los parió, porque eran las doce y aquello seguía. Los cantantes cada vez se animaban más, cuando terminaba alguno de cantar, nosotros no aplaudíamos, pero los que estaban arriba en el otro lado que eran aquella gentuza, se partían las manos aplaudiendo, entonces los de la radio acercaban los micros a ellos y decían: - ¡ Oigan los aplausos ! Y se encuentran entre nosotros los señores. . . Y los nombres que dio eran ingleses y franceses, en total cinco. Recuerdo que la última canción que cantó todo el coro, dando vueltas por encima de aquel cuarto, con la bandera española, es aquella que dice: « Banderita tú eres roja, banderita tú eres gualda. . .

»

Y por fin se acabó la fiesta y nos dejaron tranquilos, pero era casi la una y media de la noche. Toda aquella comedia era para hacer ver a aquellos extranjeros que nos trataban muy bien, pero al día siguiente todo volvía a ser igual que antes. Empezaron la misma noche poniendo otra vez las vallas que nos separaban de los cabos de vara. Nos acostamos a las dos, cansados de estar toda la noche contemplando a aquellas personas que estaban dando una falsa imagen de lo que estaba pasando dentro de aquel infierno, tanto a la radio como los medios de información que se encontraban en aquel lugar. Lo único que conseguimos fue que por las noches nos volvieran a dar el chocolate, porque era lo más fácil de repartir. Al día siguiente saltó la sorpresa cuando oímos que nombraban varios nombres y entre ellos el de mi amigo " Juan López Ramírez". Entonces él preguntó para que era y el que cantaba los nombres le contestó. Página 120

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- Para salir a un batallón de trabajadores. Entonces, yo que estaba a su lado le dije: - Oye, ¡ yo también me apunté el mismo día que él y no me has llamado ! - ¿ Como te llamas? - Gabriel Monserrate Muñoz. Repasó la lista de nuevo y me dijo: - No estas. Entonces yo pensé: - Eso fue aquel que me dijo que yo no estaba para trabajar y para conformarme, hizo ver que me apuntaba. Aquel mismo día por la tarde le dijeron a Juanito que al día siguiente, por la mañana, que estuviera preparado para marchar con los demás. Pero aquella noche fue y compró pan y mantequilla y me dijo: - Vamos a celebrarlo, por si no nos vemos más Entonces yo le contesté: - Si que nos veremos, la guerra ha terminado y yo creo que saldremos de aquí, si no nos morimos de hambre o de una paliza. Se puso la mano en el bolsillo y sacó quince pesetas y me dijo: - Toma, para que comas unos días, te compras lo que quieras, pero lleva mucho cuidado que no te pillen comiendo nada en la calle, aunque tú ya sabes mejor que yo lo que te puede pasar si te pillan, la carbonera, es el último adiós. Al otro día, recuerdo que eran las diez y diecisiete minutos, que salían por la puerta, con dirección a la calle. Yo me quedaba muy triste, se me saltaron las lágrimas y tuve que marcharme a un rincón para que no me vieran llorar y al mismo tiempo pensaba: - Mira que soy desgraciado, entré antes que él y todavía me quedo. Tenía una rabia tan grande que hubiera hecho cualquier cosa por desaparecer de esta vida tan cruel que me había tocado de vivir. Iban pasando los días y cada vez me encontraba más pensativo. Estaba otra vez solo, pues la compañía de mi amigo me ayudaba mucho para no pensar tanto en lo que estábamos pasando allí dentro. Uno de aquellos días, recuerdo que pasaron diciendo: - El que quiera apuntarse para hacer intercambio de prisioneros que se presente en el despacho. Página 121

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Una mayoría salimos corriendo para apuntarnos y cuando llegué, había una cola que llegaba desde el primer piso, hasta el portal de la escalera. A mí, me tocó en el mismo portal de la calle y pensaba: - Ya he llegado tarde, con los que hay aquí, no me llegará a mí. Y cuando estaba pensando, veo bajar toda la escalera llena de gente corriendo, unos pegando unos saltos, otros se caían dando volteretas. Yo, como que estaba en la puerta, ó sea, en la calle, no me moví, me retiré un poco y pensé: - Si corro me pegarán algún palo y de esta manera se creerán que yo no tenía nada que ver con el intercambio. Cuando terminan de bajar todos, sale un capitán de la guardia civil, con látigo en la mano y dice: - Venir otra vez a apuntarse, que os mandaremos con los rojos, para que matéis nuestras familias, ¡ asesinos ! Mientras, yo no me movía, pero pensaba: - Como le dé por pegarme, salgo volando. Me miró una vez y se ve que vio la cara que yo ponía de lástima y dio media vuelta y se subió arriba de la escalera. Esto fue una de las tantas putadas que nos hacían para pegarnos y descargar la rabia que nos tenían. Cuando me marché para mi nave, entre en la iglesia de San Marcos, que también estaba llena de prisioneros. Esta iglesia no tenía ningún santo, nada más tenía cuatro paredes peladas, estaban casi a oscuras, pero lo que me causó más lástima fue que en todo el suelo de un lado al otro, tenían un dedo de agua. Me fijé y vi que salía continuamente de la pared del altar, a ras de suelo, un chorro de agua. Entonces pensé: - Y estoy mal en la nave que me ha tocado, pero comparado con esto, es el Hotel Ritz. Tenían que estar siempre con los pies pisando el agua, si querían sentarse, tenían que sentarse en el agua. Comprobé con mis ojos, que habían bastantes enfermos sentados en el suelo encima del agua y nada más se oían toser. Allí nadie hablaba, todo estaba en silencio, como si estuvieran esperando la muerte. Yo salía para afuera para volver a mi sitio y me dice el soldado que estaba en la puerta: - ¿ Tú donde vas? Página 122

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Yo le dije que no pertenecía a esta sala, que había venido a ver a un amigo que estaba enfermo y me dice: - Déjate de historias y pasa para dentro. Yo le dije: - Cuando he entrado, el soldado que había en la puerta no me a dicho nada. - Aquí el que quiere entrar, entra, pero ya no sale. Y me da un empujón y al mismo tiempo, me da con la culata del fusil en el culo. Ya me tienes a mí metido en aquella ratonera y yo pensaba: - Esto me pasa por curioso. Entonces yo le cuento a uno de los que estaban allí dentro lo que me había pasado y me dice: - Pues estas arreglado, entré tal día y desde entonces no sé el color que tiene la calle. Yo le pregunté: - ¿ Cómo es qué estáis aquí en estas condiciones tan malas? - Esta iglesia esta así, porque se ve que cuando estalló el movimiento del 19 de Julio de 1936, le pegaron fuego y ahora en venganza, nos tienen aquí, a nosotros, para que paguemos el castigo. Por eso tienen el agua que sale continuamente, con la inquisición los mataban con la gota de agua en la cabeza y a nosotros nos matan con el agua en los pies. Yo no estaba tranquilo, no me creía lo que me estaba pasando, me parecía que no podía ser verdad. Aquella noche no pude dormir de frío. Me quité las botas y tenía las plantas de los pies arrugadas y blancas, como si fueran los pies de un muerto. Yo, para no tener los pies tanto tiempo pisando el agua, aquella noche cogí el pote que me servía para comer, lo puse en el suelo y me subía encima de pie y aguantaba hasta que se me clavaba el bordón y tenía que bajarme, porque me dolían los pies del mismo peso mío. Aquella noche ya digo que no podía dormir, los demás ya estaban acostumbrados y dormían algo, alguno hasta roncaba. Así pasé la noche. Al otro día, empecé a caminar por dentro de aquella piscina de agua pensando como me pude meterme yo allí. Pero el ángel que digo que me salvo muchas veces del peligro, me salvó otra vez, porque cuando pasaba mirando por la puerta de la calle, me fijé en el soldado que había de guardia en la Página 123

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puerta y era uno de los que le comprábamos el estraperlo. Me acerco a él y se me queda mirando, entonces yo le digo: - ¿ No me conoces? Y me dice: - Creo que si. - En el picadero, cuando estabas de guardia te comprábamos comida. Y me dice muy rápido: - Si, me acuerdo de ti y ¿ Qué haces en esta sala? Le conté lo que me había pasado y sin pedirme más explicaciones me dice: - Vete. Yo figúrate como salí de contento, aquel día fue para mí otro milagro más. Cuando llegué a mi sala, al entrar en ella, aquel día me pareció que ya había conseguido la mitad de mi libertad. Después de ver aquellos que estaban en la iglesia, olvidados del mundo, sufriendo sin ver el sol, ni la luz. Cuando le contaba a los que estaban conmigo lo que había visto allí dentro me decían: - No puede ser y menos dentro de una iglesia, con lo católicos que son esta gente. Yo les decía: - Si te crees que digo mentiras, mira esa pared de allí enfrente, es la de la iglesia, das la vuelta por el otro lado y entra y verás como digo la verdad, pero si entras, ya no sales. - A mí no se me ha perdido nada allí.

Ya empezaba a mejorar el tiempo, era finales de marzo y no hacía tanto frío. Algunos días me quitaba la manta de encima, pero por la tarde, tenía que ponérmela otra vez. Recuerdo que un día vimos entrar por la puerta, un hombre con un cartel en la espalda y otro en el pecho que decía: - He querido escaparme. A un lado le acompañaba un guardia civil, aquel que tenía tan mala leche. Llevaba un bastón en la mano y al otro lado le acompañaba, también, un boxeador que era muy famoso, que le llamaban " Sancho". El guardia civil, cuando le parecía le decía al que llevaba el cartel: Página 124

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- Repite tres veces, he querido escaparme. Y cuando lo decía, al mismo tiempo el boxeador le pegaba un puñetazo en la cara, pero el boxeador, se notaba que le daba lástima y le pegaba flojo, porque a él también lo obligaban para que hiciera aquel trabajo. Pero el guardia civil si comprendía que no le pegaba fuerte, él le secundaba con un garrotazo y de esta manera lo paseaban por todas las salas del campo de concentración. Cuando yo vi aquello, me vino a la memoria mi compañero y pensaba aquel día que se le metió la manía de querer que nos escapáramos, menos mal que se le olvidó. Otro día, por la mañana, estábamos en el patio, porque estaban barriendo, recuerdo que salían unos presos en libertad y uno de los muchachos que se marchaba era malagueño. Estaba despidiéndose de un amigo y le dijo que si quería la ropa que tenía, porque a él ya no le hacía falta. Éste contestó que sí, entonces empezó a sacarla del macuto para dársela y en aquel momento que estaba dándosela, pasó el guardia civil y se acercó a los dos y les pregunto: - ¿ Qué estáis haciendo? El muchacho que salía en libertad aquella mañana le dijo al guardia civil: - Mire, es que yo me marcho para mi casa y estoy dándole esta ropa a mi amigo. Entonces el guardia civil cogió un palo del suelo y empezó a pegarle palos por todo el cuerpo y el muchacho gritaba y decía: - ¡ Ay mamaita mía que me matan ! Entonces se desmayó. El guardia civil, cuando lo vio en el suelo, tiró el palo y se marchó. Entonces nosotros empezamos a reanimarlo y se despertó y empezó a llorar como un desesperado y decía: - ¡ Me ha pegado, porque salgo en libertad y ha querido vengarse, porque lo que ellos quieren es que nos moramos todos aquí dentro. Y al poco rato se marchaban para sus casas. Un día, paseando por dentro de la nave nos dicen de formar de uno en uno. Recuerdo que era el 1 de Abril del 1939. Cuando estábamos formados, entraron unos cuantos militares, que se subieron encima del cuarto de la limpieza y desde allí nos anunciaron que la guerra se había terminado y que España se había rendido al glorioso ejército del Caudillo Franco. Entre nosotros hubo algunos que lo celebraban aplaudiendo y yo pensaba: - ¡ Cuando salgamos de aquí sabremos lo que es el glorioso ejército. Páeina 125

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Pasaron unos días y oigo: - ¡ Gabriel Monserrate Muñoz ! Voy donde estaba el que me nombró y le pregunto: - ¿ Para que es? - Para declarar. Entonces me puse muy contento, porque cuando te llamaban para declarar, era porque te habían mandado el aval y me dice: - Mañana a las nueve de la mañana al despacho para tomarte todos los datos. En la misma sala nombraron a otro también para declarar y yo le dije: - Seguramente saldremos juntos. Y él me contestó: - Si salimos los dos, el mismo día lo celebraremos en la calle, porque mira lo que tengo. Entonces me enseño una cajita pequeña, la abrió y tenía las muelas de oro suyas, que se le habían caído y me dijo: - Las venderemos y compraremos comida. Aquella noche dormimos los dos cerca uno del otro. Cuando nos levantamos, nos marchamos para la puerta y me dirijo al soldado que estaba de guardia en la puerta y le digo: - Vamos al despacho que tenemos que declarar. Y me contestó: - Esperar un momento. Entonces el soldado grito al cabo de guardia. Vino el cabo y le dijo: - ¿ Qué pasa? Y le contestó: - Estos dos que tienen que salir a declarar. Entonces el cabo entró en el cuerpo de guardia y salió con un papel en la mano y nos preguntó: - ¿ Cómo te llamas? - Gabriel Monserrate Muñoz. -¿Ytú? - Domingo Palacios Ojeda. Página 126

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Comprobó el papel y dijo: - Ya podéis marchar y cuando volváis presentarse otra vez a mí. Nos marchamos hacia el despacho y cuando llegamos, habían más de cincuenta en la cola. En el despacho había tres oficinistas con una máquina de escribir cada uno y te iban tomando los datos. Detrás de los oficinistas, estaba aquel capitán de guardia civil que aquel día salió por la escalera pegando palos con el látigo. Este día también lo llevaba y se paseaba por detrás de los oficinistas, escuchando las declaraciones que nos iban tomando. Al rato de estar allí, esperando que me tocara a mí el turno, veo al capitán que empieza a pegarle a uno de los que estaba declarando y le decía: - ¡ Con que fuiste obligado para ir al frente y aquí tienes la ficha de voluntario ! Yo cuando oí aquellas palabras, no sabía que hacer, si marcharme o quedarme, porque no podía mentir, porque era carabinero y en el cuerpo de carabineros, todos éramos voluntarios, pero pensé: - Si no declaro, no saldré nunca de aquí. Yo temblaba cada vez que me acercaba más. Por fin me toca a mí. Empiezan a preguntarme: - ¿ Cómo se llama? ¿ De dónde es? Y cuando me pregunta si era obligado o voluntario, le contesto rápidamente: - Carabinero voluntario. Pensé: - Ya tengo el palo encima. Pues ni me miró. Luego me preguntó: - ¿ Prisionero o presentado? Entonces si que contesté: - Presentado. Porque esto se ve que no podían comprobarlo, se ve que con que dije la verdad, no me pasó nada y salí de allí muy tranquilo, pensando que me llamarían pronto y el otro muchacho también le salió todo bien, y le dije: - Si logro salir, siempre recordaré que será la mayor alegría que he tenido y tendré mientras viva. He tenido muchas alegrías en esta vida, pero la mayor de todas siempre será aquella. Páeina 127

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Recuerdo que en aquellos días pasaban nombrando a un muchacho que yo no conocía y se había muerto. Yo fui y le dije al que lo llamaba: - Ese muchacho se murió hace cuatro o cinco días. Y me contesta: - ¿ Estas seguro? - Sí, porque yo fui uno que ayudó a sacarlo a la furgoneta con la manta. - Pues afuera, en la puerta de la calle están sus padres que han venido a traerle el aval para salir. - Pues han venido tarde, porque el pobre ya salió hace cuatro días. Estos casos pasaban muy a menudo, como que no nos tenían controlados, si te morías y no habías tenido noticias de la familia, nunca se enteraban si habías muerto en el frente o en el campo de concentración. Muchas veces pasaban nombrando alguno y oías a alguien que decía: - Esta muerto. Los primeros días de estar allí, cuando te levantabas y veías algunos que se habían muerto por la noche, te hacía pensar un poco, pero después de llevar cuatro meses allí dentro, ya estábamos acostumbrados que por las mañanas, cuando pasaban con algún muerto decíamos: - Esta noche dormiremos más anchos. O decíamos: -Adiós, hasta luego. Recuerdo que un día tenían que hacer misa y nos sacaron afuera, al patio para barrer la sala y mientras estábamos allí afuera, se me acercó un muchacho joven que era falangista y me dijo: - ¿ Quieres que te traiga comida de la calle? Y a mí me quedaban cinco pesetas de las que me dio Juanito cuando se marchó. Y le digo: - Si, tráeme pan y un pote de leche condensada. Y me dice: Dame dinero que no tengo. Y yo como un gilipollas le doy las cinco pesetas que tenía y me dice: - Espérate por aquí que enseguida vengo. Páínna 128

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Se pasaba el tiempo y aquel hijo de su madre no venía, nos dan la orden de entrar para dentro. Entraron todos y yo seguía en la puerta de entrada al campo que daba a la calle, no paraba de mirar entre la puerta y la pared que tenía una separación, que podías ver la calle desde allí dentro. Cuando estaba mirando a ver si venía, me pegan un palo en la cabeza y me dicen: - ¿ Tú que haces aquí? Y me vuelvo para salir corriendo y me doy cuenta que era el cabo vara aquel que tuvimos una pelea y le digo: - Te dije que si salías conmigo el día que saliera en libertad, te tendría que tirar del tren. - Perdona, pero tapado con la manta no sabía que fueras tú. Aquel día comprendí que yo tenía la culpa, porque todos estaban en misa y yo esperando aquel falangista mal nacido, no me daba cuenta y seguía allí, como lo he dicho antes, como un gilipollas, todavía estoy esperando que me traiga el pan y la leche. Que tonto fui aquel día, siempre lo recordaré, ¡ mira que darle el dinero, sin conocerlo de nada i

A los pocos días, llegó el día más esperado, me llaman para decirme: - Coge todo lo que tengas, y pasa a la sala, para salir mañana. En esta sala tenía que dormir aquella noche y por la mañana, antes de salir, pasaban lista y sino te nombraban, era porque te había venido una denuncia y ya no salías. Mira por donde pasan lista y a mí no me nombran. Me salgo de la sala con unos nervios y un susto que no había quien me parara. Entonces, había unos de una sala que estaban fuera en el patio, porque estaban limpiando, y yo me mezclé entre ellos y me senté en el suelo pensando que podría haber pasado. Y al momento de estar allí, oigo una voz que decía: - ¡ Gabriel Monserrate ! Y yo no me atrevía a contestar, pero se va más adelante y vuelve a repetir mi nombre, entonces pensé: - Salga lo que salga. Y digo: -Yo. Y me contesta: Página 129

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- Me cago en la madre que te parió, llevo una hora llamándote y no me contestas y están en la puerta formados esperando que tú salgas ¿ qué haces aquí? Y le dije lo primero que me pasó por la cabeza: - Es que me estaba haciendo de vientre. Y salí corriendo para la formación, pero que conste que no me llamaron, se ve que se saltaron mi nombre, vaya rato que pasé. Cuando llego a la formación me encuentro con aquel de las muelas de oro que comenté anteriormente y me dice: - Ya puedes darme las gracias a mí, porque cuando han repetido dos veces tu nombre, yo les he dicho que hacía un momento que te había visto aquí, entonces el cabo de vara le dijo que fuera y diera las voces donde esta aquel grupo y si no estaba que se viniera. Menos mal que salí, si no me quedo otra vez allí dentro. Antes de salir nos daban dos latas de sardinas y dos chuscos. Yo se los di a un muchacho de los que estaban mirando como nos marchábamos y se puso muy contento y me dijo: - ¡ Qué tengas suerte ! Cuando salíamos nos daban un sobre y nos decían: - Cuando lleguéis a vuestra casa, llevar este sobre a la guardia civil.

FOTOCOPIA DEL DOCUMENTO

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Fotocopia del documento que nos entregaron en el sobre anteriormente mencionado.

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Capítulo 13

Y por fin, fuera de aquél infierno, aquel amigo de las muelas de oro, me dijo: - A ver donde podemos vender las muelas. Y en la misma plaza de la catedral vimos un banco. Nos dirigimos a él y entramos. Las personas que estaban allí dentro, nos miraban, porque llevábamos la misma ropa del campo de concentración, con más piojos que una pava enferma. Nos acercamos a una ventanilla y el empleado que había allí nos pregunta: - ¿ Qué desean? Entonces le decimos: - Mire, que venimos para vender este oro. Y sonriendo nos dice: - Aquí no compramos oro, esto tenéis que ir a un sitio que ya se dedican a comprar estas cosas. Yo le dije: - ¿ Podría indicarnos algún sitio, por qué nosotros no somos de aquí y no conocemos León? - Sí, os diré donde podéis venderlo, pero me parece que no os lo comprarán, porque no tenéis ningún justificante de como os pertenece a vosotros. Página 132

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Entonces, aquel muchacho abre la boca y le dice: - Mira si tengo justificante. Había unos clientes del banco que estaban esperando y cuando vieron la boca, empezaron a reírse, de ver que no tenía nada más que un par de piezas en la boca. Entonces un señor de los mismos que estaba allí observándonos, nos dijo: - Yo os indicaré un sitio que lo podréis vender. Y salió a la puerta del banco con nosotros y nos señaló por donde teníamos que ir. Le dimos las gracias y nos fuimos en busca de una portería que él nos indicó, pero no dábamos con el sitio. Entonces preguntamos en una sastrería y nos dicen: - Mire, allí delante mismo. Nosotros creíamos que tendría algún anuncio en la puerta, pero no tenía nada que dijera que compraban oro. Llegamos a la portería y había un hombre que tenía encima de un mostrador pequeño, pendientes, anillos y muchas medallas de santos y se levanta muy ligero y nos dice: - ¿ Qué queréis? El hombre al vernos de la manera que íbamos vestidos, se creía que queríamos robarle. Entonces le dijimos para lo que veníamos: - Mire, venimos porque nos han indicado en el banco que usted compra oro. Él nos contestó: - Si que compro, pero oro que este dentro de la ley. Nosotros le contamos: - Acabamos de salir de San Marcos, en libertad y estas muelas son mías, si quiere puede comprobarlo como se ajustan a mi dentadura. Aquel hombre miró la boca y dijo: - Me creo que sí que son suyas. Puso las muelas encima de unas balanzas muy pequeñas que tenía encima del mostrador y miró lo que pesaban y dijo: - Valen sesenta y dos pesetas. Cogimos el dinero y nos marchamos hacia un mercado que había cerca de la estación del tren.

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Lo que más nos llamó la atención fueron los plátanos. Compró una docena y media, a mi seis y el otros seis. Empezamos a comerlos y nos comimos los seis cada uno y me dice: ¿ Compramos más? Y yo le dije: - Como quieras. Compró otra docena y lo repartió, mitad para cada uno. También lo comimos, pero al rato nos entran ganas de ir al servicio y tuvimos que salir corriendo a los wàters de la estación con unas cagarrinas que cogimos, que me duraron más de un mes. Aborrecí los plátanos, estuve muchísimo tiempo sin probarlos. Aquel mismo día, nos reunimos todos en la estación del tren a la hora que nos dijeron y nos subieron en unos vagones del tren de los que emplean para llevar borregos y los cerdos. Antes de arrancar, nos dijeron; - Cuando lleguéis a Aranda de Duero, os bajáis de este tren y de aquella estación salen trenes para todas partes, podéis coger el que os vaya bien para volver a vuestra casa y cuando subáis a los trenes y os pidan el billete, enseñáis el sobre que os han dado a la salida del campo de concentración, pero no lo entreguéis, nada más enseñarlo, que eso es una contraseña que os sirve de billete. Sobretodo no perder el sobre, porque tenéis que entregarlo cuando lleguéis, inmediatamente en el cuartel de la guardia civil. Cuando nos dieron todas estas explicaciones, se puso el tren en marcha y pensé: - Menos mal que me marcho de León, si alguna vez me pierdo, que no me busquen aquí. Mira si me quedó recuerdo. Hoy, cuando hablo con alguna persona y me dice que es de León, se me pone la carne de gallina, no porque desprecie aquella persona, porque los leoneses se portaron muy bien con los presos de San Marcos y les estoy muy agradecido.

A partir de aquí ya con la guerra terminada y fuera del campo de concentración de San Marcos, seguiré contando lo que me siguió sucediendo.

Recuerdo que cuando salimos de León, con el tren, en el viaje casi todos hacíamos bromas. Uno explicaba chistes y otros cantaban. Se hizo de noche y seguía la broma, Página 134

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pero estaba tan oscuro que seguíamos riéndonos, pero sin vernos la cara. Se me ocurrió a mí explicar un chiste de maricas y cuando estaba imitando al marica, oigo una voz que dice: - Qué bien lo haces, me parece que tú lo eres. Y yo siguiendo la broma le contesté: - Ven para aquí, que nos juntaremos los dos. - ¡ Me cago en la madre que te parió ! Enciende una linterna y se dirige a mí, diciéndome: - Te voy a pegar un tiro que te voy a saltar los sesos cabrón. Y al mismo tiempo hacía la operación de cargar el fusil y el compañero que iba con él le decía: - Déjalo, que si hubiera sabido que eras tú no te hubiera contestado. Y yo también le decía: - Perdone, pero yo no sabía que ustedes venían aquí con nosotros y como que esta tan oscuro, yo creía que era uno de los nuestros, porque si me doy cuenta de que era un soldado y que vienen de escolta, ya comprenderá que no le hubiera contestado. Menos mal que, entre el amigo y yo que le pedí perdón varias veces, pudimos calmarlo. Entonces le dije al otro soldado: - No se como no me he dado cuenta en todo el viaje, que ustedes venían con nosotros en este vagón. Y él me dijo: Cuando ha parado el tren, en la última estación, que ha estado más de dos horas esperando para darle paso a otro tren, nos han destinado a dos soldados a cada vagón, porque de noche tenéis que estar más vigilados. - Por eso no me di cuenta que estabais aquí, porque subisteis de noche y a oscuras no se ve nada aquí dentro. Después de parar en todas las estaciones, durante toda la noche, por la mañana a las ocho, llegamos a la estación de Aranda de Duero. Bajamos del tren y entonces si que pensé: - Ahora si que estoy libre del todo. Página 135

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En esta estación nos encontramos siete que teníamos que ir hacia Barcelona. Preguntamos a que hora pasaba el tren y nos dijeron que hasta las doce no pasaba ningún tren hacia Barcelona. Entonces dijimos: - Son las ocho y media, no vamos a estar aquí hasta las doce, podemos ir a dar un paseo por el pueblo y cuando sea la hora nos venimos para aquí. Entonces nos marchamos, salimos de la estación y seguimos la calle hacía abajo, hasta llegar al puente del río. Nos quedamos un ratito apoyados en la barandilla del puente y algunas personas que pasaban, se quedaban mirándonos. Se acercó un señor que tendría unos cincuenta años y nos dijo: - ¿ Verdad que venís del campo de concentración de Astorga? Y le dijimos: - No, venimos de San Marcos, él nos contestó: - No me contéis nada, porque sabemos de sobras todo lo que pasa allí dentro, además, mirando la cara que tenéis y las ropas tan sucias y rotas que lleváis, es muestra de lo que tenéis que haber pasado allí dentro. Si no fuera porque sois varios, yo os daría ropa para que la gente no os mirara como si fueras gitanos. Mientras hablábamos con aquel señor, algunas personas se paraban a escuchar lo que estábamos hablando. Cuando se marcharon, seguimos por encima del puente y al llegar al final, entrando al pueblo, habían dos falangistas vestidos de azul con boina roja y nos llaman. Vamos para donde estaban ellos y nos dicen: - ¿ Dónde vais por aquí? Nosotros les dijimos: - Es que tenemos que marchar con el tren hacia Barcelona. - Así, ¿ ¡ Vosotros sois catalanes ! ? ¿ Cómo os han dejado salir del campo de concentración? Entonces uno les dice: - Nosotros vivimos en Barcelona, pero no somos catalanes.

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- Es igual, pero todos los que estáis allí sois comunistas, y además os voy a decir una cosa, no intentéis pasar para el pueblo como vais vestidos si no queréis volver de donde habéis salido. Entonces nosotros le dijimos: - No se preocupen, que nos vamos a la estación. Y nos contestan: ¡ Ojalá descarrile el tren, antes de que lleguéis a vuestro destino ! Y nosotros como si fuéramos mudos, nos marchamos para la estación sin volver la cabeza para atrás. Cuando llegamos a la estación, hicimos el comentario y decíamos: - Estos son los que nos van a humillar el resto de nuestras vidas. Serían las doce y media cuando llegó el tren que teníamos que coger. Nosotros subimos al tren y venía bastante lleno. Cuando pasábamos por los pasillos buscando sitio para sentarnos, la gente nos dejaban pasar y se apartaban, como si tuviéramos sarna, pero en parte tenían razón, porque llevábamos la ropa tan sucia y los piojos todavía los teníamos encima. Pero nosotros estábamos tan acostumbrados, que no nos dábamos cuenta que aquellas personas les daba miedo de acercarse a nosotros. Cuando encontramos un departamento que podíamos sentarnos todos, entramos para dentro y habían dos matrimonios sentados. Cuando nos vieron entrar, se levantaron y sin decir nada, se marcharon. Nos quedó el departamento para nosotros solos, la gente prefería ir de pies que sentarse a nuestro lado. Al rato, se presenta un hombre que tendría unos treinta y cinco años, con una borrachera que no se podía aguantar de pies. Y se pone a mirar por la ventanilla del tren y empieza a hacer señales con la manos. Entonces yo también miro por la ventanilla y veo dos vagones más atrás, que iban muchos soldados, y sacaban una bota de vino por la ventanilla, para que la viera aquel hombre. Se ve que ya venían en el viaje dándole vino y se iban riendo con él. Pero veo que se sube a la ventanilla y empieza a sacar el cuerpo y las piernas. Se sale del tren y se baja al estribo y empieza a pasearse de un vagón al otro. Pero con el tren en marcha, yo no quería ni mirar, porque pensaba: - Éste se va a matar. Cuando miro otra vez y veo que los soldados lo estaban cogiendo por la ventanilla para meterlo dentro. Entonces pensé: Página 137

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- Menos mal que no se ha matado. Estábamos llegando a la estación de Logroño y oigo que dicen: - ¡ Míralo, el borracho ! Otra vez me asomo por la ventanilla del otro lado y lo veo subido otra vez en el estribo del tren, aguantándose con una mano y con la otra haciendo gestos, como si fuera bailando, cuando el tren empezaba a pararse. Saltó y cuando tocaba el suelo, tropezó y se cayó todo lo largo que era, entonces el cuerpo dio media vuelta y vino a caer por debajo del estribo, a la vía del tren. Volví la cabeza para dentro y dije gritando: - Ahora si que esta muerto. Cuando el tren paró del todo, vimos como salía de debajo del tren y se apoyó sobre unos barriles de vino que habían en la estación, un rato con la cabeza sobre el brazo y de pronto salió corriendo y gritando: - Cuando no me he matado hoy, ya no me mataré nunca. Y desapareció de allí. Subimos al tren y seguimos hacia Barcelona. Cuando llegamos a Lérida, dos de los amigos que venían con nosotros se despidieron, porque eran de allí. Nos dieron su dirección y yo les di la mía. Al poco tiempo tuve noticias de uno de ellos.

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Capítulo 14

Cuando ya entramos en Barcelona. Teníamos que pasar con el tren por delante de mi casa, porque yo vivía en la Avenida de la Meridiana y en aquellos tiempos el tren pasaba por la misma Meridiana. Cuando pasé por delante de mi casa estaba mi padre sentado en una silla en la puerta y le hice señales con las manos y se dio cuenta que era yo. Se levantó y salió corriendo hacia el apeadero que había en el Clot, que paraban todos los trenes. Yo me bajé y cuando iba por la calle para mi casa, todas las mujeres que me encontraban me preguntaban: - ¿ Verdad que vienes de un campo de concentración? Página 139

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Hubo una que me dijo: - Vente a mi casa, que yo tengo ropa y te pondrás limpio. Yo le dije: - Muchas gracias señora, pero mire por donde viene mi padre corriendo a buscarme. Cuando llegó, se tiró a mí cuello llorando y yo le decía: - Papa, mire que se está llenando de piojos. Entonces me abrazaba más y no paraba de darme besos. Estoy escribiendo esto y todavía al recordarlo, se me humedecen los ojos, porque después de tanto tiempo sin que nadie te dijera una palabra cariñosa y te miraran como si fueras un bicho malo, pensé: - Menos mal que ya tengo mi familia y puedo considerarme una persona. Cuando llegamos a mi casa, estaban todas las vecinas del barrio esperándome y algunas decían: - Sinvergüenza lo que te habrán hecho pasar. Y otra le decía: - ¡ Cállate que si te oyen te darán aceite de reciño y te lo harán beber!

Ya sabes

que si hablas mal del régimen te la cargas tú o alguien de tu familia. Mi madre me dijo: - Entra para dentro y salte al patio y espérate allí fuera mientras caliento agua para lavarte dentro del lavadero. Porque antes habían pocas casas que tuvieran cuarto de baño. No teníamos ni ducha, teníamos que lavarnos con cubos de agua. Mientras yo estaba esperando sentado en las escaleras del patio, saqué el sobre que me dieron en el campo de concentración para entregar a la guardia civil y pensé: - Voy a enterarme de lo que dice. Abrí el sobre y ponía: " Sirvió en el ejército rojo voluntario. Entonces pensé: - No lo entrego, porque lo mejor que me puede pasar es que me metan en la cárcel. Esta ficha todavía la conservo, es la que presento en mis memorias al principio de mis explicaciones. Vino mi madre y me dijo: Página 140

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- Ya puedes desnudarte que el agua está preparada, pon la ropa que te quitas en este cubo, que tú padre se la llevará al campo y la quemará. Cuando terminé de lavarme, me puse la muda limpia y me quedé como si tuviera el cuerpo dormido de a gusto que me encontraba, después de llevar la misma ropa lo menos siete meses, y sin poderme duchar. Por la noche cené como una persona, sentado en la mesa. Recuerdo que comí dos huevos fritos con un poco de pan, aquello fue para mi, un banquetazo. No comí más porque mi madre me dijo que tuvo que comprarlo de estraperlo y que no tenía dinero para comprar nada más. Y le dije: - Esto que termino de comerme, para mí ha sido un lujo, porque ya estaba acostumbrado a no cenar nada más que chocolate. Cuando me acosté en la cama, no podía quedarme dormido de rara que me encontraba la almohada, tuve que quitármela porque me molestaba para dormir. Estaba acostumbrado que en el campo de concentración me ponía el pote por la almohada y ahora me encontraba que me falta algo duro. Por las noches para quedarme dormido, me arrimaba a la orilla de la cama y acercaba la mesita de noche y me quedaba dormido. Estuve mucho tiempo durmiendo así, estando casado, mi señora algunas veces me despertaba y me decía: - ¿ Qué haces con la cabeza encima de la mesita de noche?

¡ Todavía no has

perdido la costumbre ! Cuando me desperté el primer día que había estado durmiendo en la cama, me levanté y no podía ponerme derecho, del dolor que tenía en todo el cuerpo, se ve que de estar tanto tiempo durmiendo en el suelo, ya tenía el cuerpo acostumbrado a dormir duro y cuando he cambiado a dormir en una cama, ha sido la causa que tenga estas molestias. Recuerdo que por la mañana, cuando salí a la calle, que era domingo, me quedé un poco sorprendido al ver que por la Meridiana venían desfilando un grupo de falangistas que se componía de todas las edades: desde seis años, hasta veinticinco o treinta y todos con uniforme con boina roja y con una banda de música. El que iba delante llevaba la bandera española y mientras desfilaban, se paraba todo el tránsito y las personas que se encontraban por aquel lugar, tenían que estar, mientras durara el desfile, con el brazo en alto, y la mano abierta en posición de firme. Página 141

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Cuando contemplé aquel espectáculo, se me vino el mundo encima, lo primero que me vino a la memoria fueron todos los amigos míos que habían muerto en los frentes y me entró como un ataque de nervios y me decía a mi mismo: - No es posible lo que estoy viendo, ¿ de qué nos ha servido luchar tanto y con tanta fe, para terminar con este teatro? Que lástima de tantas madres sin sus hijos y tantas viudas sin sus maridos, total, para que ahora estos escupan sobre nuestros muertos. Aquella mañana me marché hacia la playa de la Marbella, porque cuando tenía algún problema, siempre me marchaba a la orilla del mar y aunque estuviera solo, me parecía que la mar me hacía compañía y me tranquilizaba y aquella mañana lo necesitaba más que nunca, porque no podía quitarme de la cabeza el porvenir que nos esperaba. Y estando allí en la playa, juré que de una manera u otra, vengaría las muertes de mis compañeros. Desde aquel día, mi vida cambio del todo, nada más tenía odio y ganas de venganza. Aquella misma mañana, estando en la playa, me encontré con dos muchachas, que habíamos trabajado juntos y nos dio mucha alegría de vernos. Estuvimos hablando un rato y les dije: - Bueno, me voy que ya es tarde. Ellas me dijeron: - Nosotras también nos marchamos, espérate y nos iremos juntos. Se quitaron el traje de baño y se vistieron. Nos marchamos caminando por la calle de Mariano Aguiló, con dirección a los " Quatre cantons" . Pero cuando llegamos a la mitad de la calle, había un local que lo hacían servir los falangistas de cuartel y en aquel momento venían de hacer un pasa calle, de los que ellos acostumbraban a hacer y tenían la bandera española arrepenchada en la pared. Mientras ellos iban entrando al local en formación todas las personas que pasaban tenían que saludar a la bandera. Llegamos nosotros y íbamos hablando y pasamos como todos y saludamos la bandera. Y en aquel silencio se oye una voz que dice: - ¡ Tú rojo espérate ! Y viene un falangista y me coge del brazo y me dice: - ¿ Tú no sabes que para saludar la bandera tienes que descubrirte? Y como yo llevaba una boina y saludé sin quitármela me dijo: Página 142

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- No se como no te pego dos hostias, pero ven, ponte aquí delante de la bandera con el brazo en alto y así te acordarás como se saluda. Entraron todos y me tuvo unos cinco minutos más. Entonces salió, cogió la bandera y me dijo: - Ya te puedes marchar. Este fue el primer encuentro que tuve después de salir en libertad del campo de concentración. Pasaban los días y cada vez me encontraba como si hubiera perdido toda mi personalidad. No teníamos, ni comida, el único sitio que íbamos a pasar un rato, era un bar que teníamos cerca de casa y nos sentábamos en la puerta a pasar el rato. Recuerdo que un día, estando sentados en la puerta del bar, llegó un gitano que era muy popular en el Clot que se llamaba Carrasco. No estaba muy bien de la cabeza y siempre que le decíamos: - Carrasco, ¿ de qué partido eres? El contestaba: - Pus tos sumos de la FAI. Aquella tarde venía un cura por la acera, nosotros estábamos sentados y cuando estaba delante nuestro, mi amigo Juanita, el que estuvo conmigo en el campo de concentración, el del estraperto, le dice al gitano: - Carrasco, ¿ de que partido eres? Y contesta el gitano: - Pus tos somos de la FAI. El cura que lo oyó, volvió la cabeza y se quedó mirándonos. Pero mira por donde, un poco más adelante, habían dos soldados de los que iban de vigilancia por las calles. Y se puso a hablar con ellos y con el dedo señalaba hacia donde estábamos nosotros. Entonces nos levantamos de las sillas y nos metimos para dentro del bar. Mientras, los soldados caminando despacio, vinieron hacia el bar y se quedaron en la puerta mirando para dentro, y nosotros seguíamos sentados sin decir nada y el gitano estaba en la puerta, al lado de los soldados. Uno de los soldados, se dirige a nosotros y nos dice: - ¿ Qué le habéis dicho al cura que acaba de pasar por aquí? Y nosotros le dijimos: Páeina 143

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- No hemos dicho nada, ha sido el gitano, que no está muy bien de la cabeza y no sabe lo que dice, pregúntele de que partido es y verá lo que contesta. Y le dice el soldado: - ¿ De qué partido eres? Y contesta el gitano: - Yo no lo sé. Entonces dijimos nosotros: - Anda ¡ Y lo teníamos por tonto, mira como sabe que no se puede decir que es de la FAI ! Seguimos hablando con los soldados y nos insinuaron que les importaba un pito lo que les dijo el cura y se marcharon, ó sea, que demostraron que no eran muy franquistas. Pasaron unos días y una tarde, estando yo en el bar, entró un señor que era corredor y representaba una marca de vermut que se llamaba Vermut Blanco. Estuvo hablando con la dueña del bar, entonces me llamó a mí. Y me presento a aquel señor, fuimos para dentro y en el comedor de la casa me dijo: - Siéntate, mira, hace muchos años que te conozco y te vamos a proponer un asunto que es delicadísimo. Se están organizando en Francia el ejército republicano antifascista para luchar contra Franco y nosotros desde aquí, dentro de España, tenemos que organizamos para hacer sabotajes y cuando llegue la hora, pillarlos entre dos fuegos. Le dije que me lo pensaría y ya le daría la respuesta, entonces él me dijo: - Aquí no tienes que dar nombre y direcciones, nada más una contraseña, ó sea, un número, el jueves volveré a pasar y ya me dirás algo, pero sobretodo, de lo que hemos hablado aquí, que no lo sepan ni tus padres y aquí lo que interesa es que seamos pocos y de confianza, bueno hasta el jueves. Cuando se marchó yo le dije a la dueña del bar: - Este señor ¿ Lo conoce usted muy bien? Y me contestó: - Tú ya sabes que yo soy de Lérida, mi padre quedó viudo y se casó de segundas, pues mi segunda madre antes de casarse con mi padre, ya tenía este hijo, que nos criamos juntos, ó sea, que es como si fuera mi hermano, mira si le tengo confianza.

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- Bueno, cuando vengan el jueves le diré que sí, que cuente conmigo, pero pensar que nos jugamos el pellejo porque hace tres meses ha terminado la guerra y esta gente tiene confidentes por todas partes y con muchas ganas de matar. - No te preocupes, que como está organizado, no nos pueden pillar. Al jueves siguiente, cuando vino, me llamaron otra vez y me dijo: - Ya he estado hablando con la Carmeta y me ha informado de que estas conforme, tú nada más responderás. . . Y le dice a la dueña del bar: - Salte un momento Carmeta. Y me repite: - Responderás por tres ceros, será tú consigna, pero si no estoy yo delante, no tienes que contestar a nadie, pero a nadie, tenlo en cuenta. Entonces llamó otra vez a la Carmeta y le dijo: - Ya estamos de acuerdo y le he puesto al corriente, vosotros dos como si no supierais nada, no hagáis comentarios, ni entre vosotros dos, yo, cuando tenga noticias, ya os diré algo, ahora de momento nada más me interesa reclutar personas que estén dispuestas para luchar cuando llegue la hora. Me dijo: - Yo me marcho, hasta otra. Me dio la mano y le dio un beso a la Carmeta y se marchó. Pasaban los días y yo y mis compañeros lo pasábamos muy mal, no trabajábamos y no teníamos ni cinco céntimos, no podíamos ni fumar. Cuando alguno traía un cigarro, lo pasábamos de uno al otro, una chupada cada uno, era la única distracción que teníamos. Nos marchábamos para el muelle a pasear o por las Ramblas, pero tampoco ibas tranquilo, porque a cada momento te encontrabas con desfiles de falangistas y tenías que pararte y levantar la mano haciendo el saludo fascista hasta que terminara el desfile. Y si te pillaban por la calle, cuando empezaban a dar las noticias, siempre, antes de empezar tocaban el himno nacional. En el mismo momento en que lo tocaban tenía que pararse todo el mundo, los tranvías, los taxis, en aquel momento la ciudad quedaba muerta, saludando con el brazo en alto, incluso los falangistas se subían a los tranvías, mientras tocaban el himno, para comprobar que todos estuvieran de pie y saludando. Como pillaran alguna persona que no estuviera saludando, se lo llevaban detenido. Cuando Página 145

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terminaba el himno, se movía toda la ciudad, como si en aquel momento nos hubieran dado cuerda y salimos corriendo cada uno para nuestro lado. Nada más oías comentarios que decían: - ¡ La madre que los parió ! Que voy a llegar tarde al compromiso que tengo¡ Con el rato que me tienen saludando ! Pero lo malo era que tocaban el himno tres veces al día y te encontrabas por la calle con algún amigo que iba deprisa y le querías decir algo y contestaba: - No me paro que van a tocar el himno y me va a pillar en la calle. Luego, por si fuera poco, sacaron la moda de poner la chapa. Pasaban los crios vestidos de falangistas con unas huchas y te ponían una chapa y tenías que echarles dinero y si decías que no tenías, te registraban los bolsillos, si era verdad que no llevabas dinero, no te ponían la chapa, pero si te encontraban dinero, según la cantidad que llevabas, te ponían de chapas, algunos le ponían todo el pecho lleno de chapas, hasta treinta o cuarenta. Y lo seguían bastante rato para que no se las quitara. Si te encontrabas por el camino, que a lo mejor ibas a comprar alguna cosa y llevabas el dinero justo y te encontrabas con estos que ponían la chapa, tenías que darles a la fuerza, aunque les dijeras que tenías el dinero justo para coger el pan de racionamiento. Era tanto el miedo que nos habían metido que no te atrevías ni a hablarles, porque a veces las mujeres les plantaban cara y los falangistas les pegaban empujones y algunas bofetadas y si alguna mujer se volvía contra ellos, se la llevaban detenida y la pelaban a cero y le hacían beber aceite de reciño. En todos los cines de Barcelona, cuando más emocionado estabas viendo una película, encendían las luces y salía la fotografía de Franco en la pantalla y empezaban a tocar el himno nacional. Teníamos que ponernos todos de pie, saludando con el brazo en alto, hasta que terminara el himno. En todos los cines había seis o siete chiquillos vestidos de falangistas, que daban vueltas por todo el cine a la hora de tocar el himno y si alguno no levantaba el brazo, lo sacaban de la butaca y lo echaban a la calle. A mí me pasó un caso. Estando en el cine Martinense, en la calle Montaña, cuando llegó la hora de tocar el himno, no me levanté muy rápido, estaban todos de pie y yo empezaba a levantarme. Me vio un crío de los que estaban al tanto y entra por la fila que yo estaba y cuando llega a mí, alarga la mano y sin decirme nada, me coge del jersey y tira de mí para fuera. Pero al Página 146

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cogerlo metió la mano en el bolsillo y del tirón que dio, me arrancó el bolsillo. Cuando vi el bolsillo roto, me voy derecho a él y le pego un empujón diciéndole: - ¡ La madre que te parió ! Y se cayó sentado en el suelo, mientras seguía tocando el himno nacional. Cuando terminó el himno, no apagan las luces y todas las personas estaban pendientes de lo que estaba pasando, pero al momento veo que vienen derechos a mí dos hombres y desde el pasillo del cine me hacen una señal con la mano para que saliera. Pensé: ¡ Ahora si que me la cargo, me van a pegar una paliza que me van a moler los huesos! Cuando me acerco donde estaban ellos, yo ya estaba preparado para recibir el primer palo, pero me cogieron por el brazo y me empujaron hacia la salida y ellos con aquel falangista, salimos a la calle y me dicen: - Ven para aquí. Y encima mismo del cine estaba la comisaría. Subimos hacia arriba y entro en un despacho donde estaba el comisario y también entró el falangista y le pregunta: - ¿ Qué ha pasado? Y le contesta aquel crío: - Este rojo. . . Cuando dijo este rojo, el comisario le siseo con la boca ssssst, como diciéndole que se callara. Entonces me preguntó: - ¿ Tú que tienes que decir? Y en aquel momento me vino una ¡dea para poderme defender, le digo: - Me quedé dormido en el cine y estaban tocando el himno nacional y me despertó una señora que tenía a mi lado y enseguida me levanté saludando con el brazo en alto, a continuación vino este chico y sin decirme nada entró en la fila y me pegó un tirón del jersey y me arrancó el bolsillo, mírelo aquí lo tengo. Entonces el chaval le decía: - ¡ No estaba durmiendo, porque yo ya lo estaba viendo con los ojos abiertos ! Entonces yo le dije al comisario: - ¿ Usted cree que si tocan el himno nacional, no voy a cumplir con mi deber como español? Página 147

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Yo no sabía como hacerle la pelota para que no me pegaran una paliza. Entonces le dijo al chaval: - Tú ya te puedes marchar. Y llamó a un policía y le dijo: - Tómale los datos a éste. Se puso en la misma mesa donde había una máquina de escribir y empezó a preguntarme que es lo que había pasado. Yo le conté lo mismo que le había contado al comisario, le dije como me llamaba, la edad que tenía y donde vivía. Cuando terminó, me hizo poner las huellas dactilares en el papel. Entonces el comisario me dijo: - Siéntate en el banco que hay afuera y a la una, que habrá terminado el cine, ya te dirán algo. Desde las seis de la tarde que entraba en la comisaría, estuve hasta la una y media de la noche. Entonces había otro comisario que había entrado de relevo y me dice: - Márchate y que no te vea más por aquí, porque si te vuelvo a ver no vas a salir tan bien como esta vez. Me marché hacia mi casa. Cuando llegué, mi familia estaba despierta y mi madre se tiró a mi cuello y me dijo: - ¡ Creí que ya no te vería más ! Me han contado lo que pasó. Como yo vivía cerca del cine, se ve que algún vecino que estaba allí vio lo que pasó y se lo dijo a mi madre. Pasaron unos días y una mañana salgo de casa y me dirijo hacia el bar. Cuando llegó la dueña del bar, me dice muy nerviosa: - Gabriel, ahora mismo ha estado aquí la policía preguntando por ti, seguramente que te los has cruzado en el camino porque iban a tu casa, márchate y no vayas hacia tu casa. Entonces sin entretenerle le digo: - Dígale a mi madre que estoy en casa de mí prima en las casas baratas. Me marché sin pensarlo. Cuando llegué a casa de mi prima, le conté lo que me pasaba y me dijo: - Tienes que marcharte de Barcelona, porque también vendrán a buscarte, puedes marcharte donde está mi marido trabajando, que está en Valls. Aquel mismo día me marché. Mi prima me dio cincuenta pesetas y me dijo: - Toma, de momento ya tienes para el tren y pasar unos días mientras arreglas algo. Página 148

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Me dio la dirección de la pensión donde él dormía. Me marché hacia la estación y cogí el tren. Cuando llegué a Valls, eran las once de la noche. Busqué la pensión y cuando la encontré pregunté por él y me dijeron que si que estaba, durmiendo. Entonces le dije a un señor que estaba allí si podían llamarlo, me dijo que si. Cuando bajó, medio dormido, se quedó mirándome y me dijo: - ¿ Dónde vas tú por aquí a estas horas? Le conté el caso y le dije: - Mira, ha sido el único sitio que puedo estar mientras pasan unos días, a ver lo que resulta. Y me dice: - Espera, voy a consultar con un amigo mío que duerme solo, a ver si puedes pasar la noche en la cama de el, yo no puedo darte sitio porque ya duermo con otro compañero, dormimos de dos en dos para que nos salga más barata la pensión. Consultó con el amigo y me dijo que si, que podía acostarme en la cama, pero nada más que aquella noche. Al día siguiente, nos levantamos a las siete de la mañana, nos levantamos tan temprano porque a las ocho tenían que estar en los puestos de trabajo, entonces me dijo mi primo: - Ven conmigo que hablaré con el encargado para que te dé trabajo. Cuando llegamos donde estaban trabajando, vi la clase de trabajo que estaban realizando. Esto era la salida de Valls, en la carretera que comunicaba con el Vendrell, durante la guerra volaron el puente que había en aquel lugar y ahora lo estaban construyendo de nuevo y trabajaban dos turnos, uno de día y otro de noche. Entonces mi primo me dice: - Vamos a ver el encargado. Cuando llegamos, me presenta y le dice si tenía trabajo para mí, entonces le dice que si, pero tenía que ser el turno de noche. Yo le dije que si, porque de día podría dormir en una de las camas de los que estarían trabajando de día y de esta manera lo combinamos. Empecé aquella misma noche mi trabajo. Yo ayudaba con una carretilla a arrimar el hormigón para la construcción del puente. Aquel trabajo era bastante pesado, toda la noche tirando de la carretilla y como bajaba un poco de agua, todavía más pesado. Empezábamos a las ocho de la noche y terminábamos a las ocho de la mañana, Página 149

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ó sea, doce horas seguidas trabajando, parábamos quince minutos para comer el bocadillo. Cuando yo llegaba a dormir, algunos días todavía estaba la cama caliente del que terminaba de levantarse. En aquellas camas pasaban hasta quince días sin cambiarse las sábanas, estaban tan negras, que no sabías lo que era manta o la sábana, porque en la cama siempre estábamos alguno durmiendo. A los cuatro o cinco días de estar trabajando, se me pusieron los dedos de las manos agarrotados y las manos llenas de grietas del cemento y la única medicina que empleaba para curármelas era que cada vez que iba a orinar, me las meaba y eso me las curaba bastante. Cuando pasó una semana, mi primo aprovechó el domingo para marchar a Barcelona, a su casa. Entonces yo le dije que pasara por mí casa y que se informara de como estaba mi caso, para ver si podía regresar. Yo, cuando vino por la noche, estaba esperándole para que me diera noticias de mi casa, entonces me dijo: - No te acerques por Barcelona, porque la guardia civil ha estado varias veces en tu casa preguntando por ti y unas de las veces que fueron preguntando, tu madre les dijo que porque venían a buscarte y uno de los guardias civiles le dijo, me parece que es porque tenía que entregar un sobre que contenía la ficha que te hicieron cuando saliste del campo de concentración y le dijo: - Mire señora, si usted ve a su hijo, dígale que esté una temporada sin aparecer, hasta que se pase un poco de tiempo, a ver si se normaliza estas ganas de venganza, que ya no tendrían que existir entre españoles que somos todos. Entonces yo le dije a mi primo: - ¿ No te ha dado nada para mí, mi madre? Y me contestó: - Si, que no me acordaba, te traigo dos mudas, calcetines y cuatro pañuelos, tu madre ha dicho que si escribes, que preguntes si aquel muchacho puede ir a su casa. Y te voy a decir una cosa que me han dicho que no te la diga: tu padre esta ingresado en el Hospital Clínico, está bastante mal de la bronquitis que tiene. Te lo digo, porque me sabría muy mal que pasara algo y que no lo supieras. Pero pase lo que pase, no debes, de momento, ir a Barcelona hasta que te lo digan, porque el asunto no está muy claro y si te pillan no sabemos lo que te puede pasar.

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Seguí trabajando como siempre, pero con el mal que tenía pensando en mi padre y que yo por haber sido carabinero y voluntario, tenía que estar escondido, debajo de este puente, trabajando todas las noches, aunque lloviera o hiciera frío, que hacía bastante. Pasaron quince días y mi primo volvió a Barcelona, yo le dije: - Pregunta si aquel muchacho ( que era yo) ya puede volver a su casa. Aquel día que era domingo, estaba dando un paseo por el pueblo y me paré en un quiosco de periódicos para mirar un poco a ver lo que decían y leo que pedían la quinta del cuarenta, que era la mía y la del treinta y seis y treinta y siete, porque no habían servido con Franco y les obligaban a hacer el servicio militar. Estas tres quintas fuimos los primeros soldados que ingresamos en el ejército nacional, después de terminarse la guerra. Entonces yo pensé: - Ahora yo me presento de los primeros y de esta manera, cuando este en el ejército, ya no se acuerdan de mí. Cuando vino mí primo, por la noche, yo lo esperaba muy contento para decirle lo de mí quinta y lo vi que no se alegraba mucho, estaba muy pensativo y me dice: - Te tengo que dar una mala noticia. Yo pensé que sería que no podía ir a Barcelona y me dice: - Tu padre se murió el jueves pasado. Entonces yo le dije: - Mañana me marcho hacia Barcelona y pase lo que pase, ya estoy harto de esta gentuza. - Piénsatelo bien, ya no tiene remedio, tu padre ya esta enterrado y tu madre me ha dicho que no vayas todavía. - Esta es la última noche que paso aquí y no me lo pienso más. - Bueno, si te marchas mañana, te vas a mí casa, que allí no te buscarán y mientras, prepara lo de tú quinta. - Ya veré lo que hago, porque ahora mismo estoy completamente hundido. Nos marchamos a dormir y al otro día, serían las siete de la mañana, se despierta el compañero y yo le digo: - Este domingo, ha sido el último domingo que te he molestado para dormir. Y me dice: - ¿ Porqué? Página 151

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- Porque me marcho a Barcelona. - ¿ Es que te han avisado que ya puedes ir? Le dije que no y le conté lo que había pasado y me dio el pésame de mi padre. Vino mi primo y dijo: - Vamonos que vamos a hacer tarde al trabajo. Le di las gracias a aquel muchacho por haberme dejado dormir en la cama. Mi primo me dijo: - Haz lo que te he dicho, tú a mi casa. Y se marcharon. Yo recogí la ropa que tenía y me marché hacia la estación. Estuve esperando que viniera el tren y cuando llegó, me subí en él y me marché hacia Barcelona. Durante el viaje no dejaba de pensar como podía arreglármelas para incorporarme al ejército, sin que me descubrieran. Cuando llego a Barcelona, estando en la estación, no sabía si ir a mi casa o a casa de mi prima. Finalmente me marché a la casa de mi prima. Cuando llegué y me vio me dijo: - ¿ Pero no te dijo el Ramón que no vinieras todavía? Entonces le conté el caso y me dijo: - ¿ Tú ya sabes qué te expones a qué te cojan? - Si, pero primero me enteraré de como puedo hacerlo y si veo que es fácil, me marcho el mismo día. Por ¡a tarde, me voy al Ayuntamiento de San Andrés y cuando llego, no trabajaban por la tarde. Estuve mirando por allí y vi un señor y le pregunté: - Mire, yo soy de las quintas que piden ahora. Entonces me dijo: - Tienes que venir por la mañana a las nueve. Y le dije: - ¿ Usted sabe los papeles que se necesitan para ingresar? - Si, mira, nada más que tengas un documento que acredite que eres tú, ya es bastante, porque ahora de momento es como si fueras voluntario, todavía no obligan, solamente es un aviso. Pero los que vienen, ya los admiten y los mandan a Madrid. Le di las gracias y me marché bastante contento. Pero lo veía demasiado fácil. Página 152

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Cuando llegué a la casa de prima, me encontré que estaba mi madre allí, porque mi prima había mandado a su hijo a mi casa para decirle que yo estaba en su casa. Cuando me vio mi madre me dijo: - ¿ Pero tú ya sabes lo qué vas a hacer?

Marcharte otra vez otros tres años,

además no puedes ir, porque ahora eres hijo de viuda. Yo le dije: - Mire, todo esto ya lo tengo pensado, a mí lo que me interesa, de momento, es que se olviden de mí, porque esto pronto cambiará y entonces ya veremos lo que pasa. Necesito algún papel que acredite que soy yo. - Me parece que no tengo ninguno porque cuando entraron los nacionales, cogí tu pistola y todos tus carnets que tenías, los lié en un pañuelo y los tiré al pozo que está en el huerto. - Mire de marchar hacia casa y busque bien, a ver si encuentra algún documento mío para poderme marchar. La espero por la mañana temprano, que quiero arreglarlo pronto. Al otro día, por la mañana, a las ocho ya estaba allí y me dice: - Mira, lo único que tengo es esto que lo he sacado del cuadro que tenía de cuando naciste. Y me deslía un papel que ponía como me llamaba y el día que nací. Yo entonces le dije: - ¿ Cómo quieres qué me presente yo con esta cartulina para qué me arreglen los papeles? Me contestó: - Yo no encuentro nada más hijo mío. - Bueno ya me las arreglaré. Cogí el papel y les dije: - Voy a ver lo que pasa. Y me dicen: - Antes de irte, almuerza un poco. Y saliendo por la puerta les digo: - No tengo hambre. Página 153

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Y me marché. Cuando llegué al Ayuntamiento, subí hacia arriba y vi en una ventanilla un cartel que ponía reclutamiento. Me quedé un poco indeciso, pero de pronto me acerco a la ventanilla bastante nervioso y me dice un señor: - ¿ Qué vienes por lo de la quinta?

Y le dije: - Si, pero mire lo que me pasa, que el único documento que tengo es este. Y le enseño aquella cartulina y me dice: - Vaya célula tienes entonces. Yo le dije: - Es que todos los documentos que tenía me los hicieron entregar en el campo de concentración y ya no me los han devuelto. Entonces cogió aquel papel que yo le di y me dijo: - Espérate un momento. Y se marchó hacia dentro. Durante el rato que estuve esperando allí, me pasaron por la cabeza toda clase de pensamientos, pensaba: - Mira que si ahora se dan cuenta y me cogen. Me cogieron unos sudores que creí que me notarían algo. A los diez minutos sale y me dice: - Ya te vale esto, a ver, dame tus datos. Le doy mi nombre y demás detalles y cuando ya los tenía, se puso a escribir unos papeles. Cuando ya estaba me dice: - Mira, esto es el billete para el tren y este papel es para cuando llegues a Madrid, tienes que presentarte a donde te indica. Pasado mañana tienes que estar en la estación de Francia, a las nueve de la mañana. Ya verás que hay varios muchachos que también van donde tú tienes que ir, porque tenéis que coger el mismo tren. Salí de allí, que no me tocaban los pies al suelo de la alegría que tenía, pensaba: - ¡ Menos mal que esto, de momento me está saliendo bien ! Cuando llegué a la casa de mi prima y se lo expliqué, mi madre me dijo: - Desde que te has marchado no he parado de rezar para que no te pase nada. Yo le dije: - Bueno, pasado mañana tengo que marcharme, tendrá que prepararme alguna cosa de comer para el viaje y si tiene dinero, con cinco pesetas ya tengo bastante. Página 154

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Yo le dije que ya tenía bastante, porque no sabía que mi madre tenía que ir de faenas y lavar la ropa de la vecina de al lado de casa, y que le pagaban cada día y con lo que cobraba, compraba estraperlo para poder comer cada día. Entonces mi madre me dijo: - Yo me marcho que tengo que estar en casa de la señora Marina, mañana vendré a las nueve a prepararles el desayuno. La señora Marina era donde mi madre hacía las faenas. Antes de irse le dije: - Mire, no me traiga nada porque tengo siete duros que me quedaron de donde estuve trabajando y ya tengo bastante. Entonces mi madre, cuando se marchaba me dijo: - Hasta mañana por la tarde no vendré. Y se marchó. Entonces yo le dije a mi prima: Necesitaría comprarme calzado, porque mira como tengo este. Le enseñé las botas que llevaba, por debajo de la suela tenían un agujero cada una y se me clavaban las piedras de la calle en el pie y mi prima me dijo: - Vamos al zapatero y que te ponga medias suelas. Fuimos al zapatero y tenía algunos pares de botas que estaban usadas, pero se veían casi nuevas, me probé unas que me fueron bien y le dije: - ¿ Cuánto quiere? - Dame seis pesetas. - Son muy caras. - En estos tiempos no hay nada caro. La cuestión, que me las quedé. Cuando íbamos por el camino, le dije a mi prima: - Mira, me quedan cinco duros, te daré dinero y me compras tres o cuatro huevos y unas cuantas patatas y me haces una tortilla, compraremos pan y ya tendré para el viaje. Pasemos por casa de una vecina, que vendía estraperlo y compramos las patatas, los huevos y el pan. Me gasté veinte pesetas, y me quedaron cinco pesetas y pensé: - Ya tengo bastante para el viaje, lo tengo todo pagado y cuando llegue al cuartel, tendré comida, no necesito más. Mi prima me preparó la tortilla, entre el pan. Y al día siguiente, cuando me levanté a las siete de la mañana, me estaba lavando la cara y me dijo mi prima: Página 155

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- ¿ No se te hará tarde? Y yo le dije: - Por si de caso se me escapa el tren. Al rato llegó mi madre y me traía seis plátanos y un chusco pequeño de pan y me daba cinco pesetas, yo le dije: - No, ya tengo, solo déme una peseta para los tranvías. Ella insistía que las cogiera y le dije: - Que no, que no me hacen falta. - Te acompañaré a la estación. Yo le dije que no, que ya iría yo solo. Y a las ocho, me despedí de ellas y me marché hacia la estación.

Capítulo 15

Cuando llegué, había muchos muchachos de mi quinta. Empezamos a subir al tren y casi todos tenían algún familiar para despedirlos. Yo me senté en un departamento y empezaron a sentarse unos cuantos muchachos gastando bromas entre ellos. Yo mientras seguía sin decir nada, mirando por la ventanilla. Cuando arrancó el tren, se asomaron por las ventanillas, despidiéndose de sus familiares. Yo seguía sin decir nada y de cuando en cuando, notaba que hacían comentarios de mi, pero yo ya me había dado cuenta de que aquellos muchachos tenían la pinta de tener dinero, porque todos llevaban la maleta y un paquete con comida, por eso, yo no ponía interés en lo que hacían. Todos los que iban allí eran catalanes y hablaban en catalán. Una de las veces sacaron una bota de vino y me invitaron a beber, yo entonces les dije en catalán que no me gustaba el vino y contestó uno también en catalán: - Éste es pariente nuestro. Página 156

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Pero seguía ignorándolos, porque no me interesaba coger confianza con ellos, porque yo veía que todos se disponía más que yo de todo y yo no podía ni invitarlos ni a una gaseosa. Me estaba resultando pesado el viaje, de buena gana me hubiera cambiado de compartimento, pero me sabía mal, porque eran buenos muchachos y no quería despreciarles. A las tres horas de ir en tren, dicen de hacer un bocadillo y empiezan a sacar embutidos, quesos, pan, tortillas, sacaron de todo. Entonces me puse más acobardado y me dijeron: - ¿ Tú no comes un poco? Y les dije: - No tengo mucha hambre, pero comeré un poco. Entonces saqué mi bocadillo y lo corte por la mitad. Cuando me lo estaba comiendo, me estaba sentando como una purga de ver que ellos ya se habían dado cuenta que yo nada más tenía aquello para comer. Entonces uno de ellos me dice con un pedazo de queso en la mano: - Pruébalo, ya verás que bueno es. Todo esto me lo decían en catalán, ó sea, que allí todos hablamos el catalán. Yo le dije que no, entonces partió un trozo con la navaja y se levantó y me dijo: - Cómetelo. Yo lo cogí y mientras me lo comía, estaba avergonzado. Al momento, otro me da casi medio fuet, le dije: - Corta un poco. Y me dice: - Córtalo tú mismo. Yo estaba pasando unos momentos que hubiera querido fundirme, porque todos me daban y yo no podía ofrecerles nada. Recuerdo que llegamos a la estación de Alcalá de Henares y en esta estación, cuando llegaba algún tren y se paraba, acudían muchas personas vendiendo cosas típicas del pueblo ,

refrescos y bocadillos. Entonces yo aproveché la ocasión para

invitarles. Bajé del tren y compré cervezas, gaseosas y chicles, me gasté tres pesetas. Cuando subí al tren, les puse todo lo que compré encima de un asiento y me dijeron: - ¿ Esto para quién es? - Es que yo también quiero invitaros. Página 157

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Entonces me dijeron que no tendría que haber comprado nada. Pero yo ya estaba un poco más tranquilo, porque aunque fue poca cosa, ya vieron que también colaboré con algo. Ya cogí un poco de confianza y durante el viaje, hablaba con alguno. Si se explicaban algún chiste, también tomaba parte y me reía, si alguno sacaba tabaco o alguna golosina, siempre me daban. Pero yo estaba deseando de llegar a Madrid, para no estar tan cortado, porque a mí nada más me quedaban dos pesetas y no quería que se enteraran del dinero que yo tenía a pesar de que se estaban portando muy bien todo el viaje. Cuando llegamos a Madrid y paró el tren, esperé que bajaran todos, entonces yo me bajé y me metí entre la gente y pensaba: - Son buenos amigos, pero no puedo ir con ellos de gorra a donde vayan. Entonces salía de la estación tan confiado creyendo que ya estaba libre y a la salida de la estación, me estaban esperando, pensé: - Otra vez con ellos. Y me dicen: - ¿ Dónde te has metido? - Es que he ido al servicio. - Podías avisar, que te hubiéramos esperado. Yo me daba cuenta del interés que tenían por mí, es que se daban cuenta que yo no disponía de dinero, les caí bien y no querían dejarme solo en un sitio que yo no había estado nunca. Salimos hacia fuera de la estación y nos dirigimos a la calle Atocha. Nos paramos delante del cine del mismo nombre de la calle y uno dijo: - ¿ Sabéis lo que podemos hacer? Mirar de buscar un sitio que nos podamos lavar y guardar las maletas y darnos un paseo y más tarde nos presentamos en el cuartel. Mientras estaban haciendo planes, recuerdo que pasaron unas muchachas muy jóvenes y nos oyeron que estábamos hablando en catalán y dijeron entre ellas: - ¿ Qué estarán ladrando estos perros? Lo oímos todos y uno se dirige a ellas y les dijo en voz alta: - ¡ Me cago en la madre que os parió malas putas ! Encogieron la cabeza y se marcharon sin decir nada. Página 158

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Entonces allí cerca, encontraron el sitio para dejar las maletas y lavarse un poco. Yo ya estaba otra vez en un compromiso, porque con dos pesetas no podía pagar nada, entonces les dije: - Mirar, yo no tengo maleta ni ningún paquete que guardar ¿ Sabéis lo que voy a hacer? Marcharme a ver si encuentro el cuartel. Y me dicen: - Tú te subes con nosotros y al mismo tiempo comeremos algo. A pesar de que yo no quería quedarme, me insistieron y tuve que quedarme. Cuando nos lavamos un poco, sacaron los paquetes de la comida que les quedaba y empezaron a comer y yo no me decidía a coger nada y me dicen: - Como no te espabiles, no comerás nada. Entonces, por seguirle la corriente, también los acompañé comiendo un poco, pero me estaba sentando mal, porque yo no ponía nada, solamente iba a remolque de ellos. Cuando terminamos de comer, bajamos a la calle y el cine estaba enfrente mismo y dijeron: - Podemos entrar al cine. Yo les dije: - Mientras estáis en el cine, yo me voy a dar una vuelta, que quiero conocer un bar que le llaman " Bar Zaragoza" que tiene mucha fama, porque los que estuvieron en Madrid, cuando estábamos en guerra, siempre hablaban del" Bar Zaragoza". Entonces me dijeron: - Son las cuatro, a las siete y media nos encontraremos aquí mismo. Ellos entraron el cine y yo me marché en busca del Bar Zaragoza. Seguí la calle Atocha hacia arriba y lo encontré, enseguida vi que era un bar con un local parecido al " Sol y Sombra"

que teníamos en Barcelona.

Y la fama que tenía era porque se

despachaba mucha cerveza y era el punto de encuentro de muchas personas. Cuando ya había cumplido mi deseo de conocer dicho bar, me marché para conocer la Puerta del Sol. Cuando llegué, yo pensaba encontrarme con una plaza ajardinada, con sus bancos para estar tranquilo sentado, pero vi que tenía mucho tránsito, se cruzaban los tranvías y algunos coches, de tranquilidad nada, al contrario, por allí pasaba casi todo el tránsito de la capital, para todas las direcciones. Seguí dándome un paseo. Página 159

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Cuando se acercaba la hora de encontrarnos en la puerta del cine, me marché para encontrarnos. Todos salieron a la hora que habíamos acordado, a las siete y media. Como que la pensión estaba enfrente mismo del cine, subieron a recoger las maletas y cuando bajaron, nos marchamos hacia el cuartel. Tuvimos que preguntar a unos soldados donde estaba el cuartel y nos indicaron el sitio. Cuando llegamos al cuartel que nos habían indicado, nos dijeron que allí no era, que teníamos que ir al cuartel de Trausentes , nos indicaron donde estaba. Cuando llegamos, aquello no era un cuartel, era un edificio muy grande que lo dedicaron para estos menesteres. Nos presentamos y terminaban de cenar y el sargento que se hizo cargo de nosotros nos dijo: - Me parece que ya no quedará nada de rancho, voy a mirarlo. Cuando volvió, nos dijo: - No queda nada, pero he estado hablando con el sargento de cocina y me ha dicho que os preparará algo para cenar, mientras os prepara lo que sea, venir conmigo. Y nos marchamos con él y nos llevó al almacén de la ropa . Nos dio a cada uno dos sábanas, una manta y una almohada. Y nos indicó donde teníamos que dormir. Aquel edificio se ve que había sido algo de los ministerios, porque se componía de varios departamentos, como si hubieran servido de despacho. Cada departamento de aquellos, tenía cuatro camas y nos dijo: - Tenéis que dormir en estas dos habitaciones, repartiros como queráis. Nos pusimos de acuerdo y como éramos ocho, dormimos uno en cada cama. Antes de acostarnos, fuimos a la cocina para ver lo que teníamos preparado para la cena que nos dijo el sargento. Cuando llegamos nos dice el cocinero: - ¿ Vosotros sois los retrasados? Y le dijimos: - Si, es que el tren a llegado muy tarde. - Hombre, parece que os pongáis de acuerdo todos los que venís aquí, siempre llega el tren tarde. Bueno aquí tenéis unas cuantas patatas fritas y unos pedazos de tocino frito. Y no os creáis que en la mili, se come cada día como vais a cenar esta noche. Y le dijimos: Página 160

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- Todo esto esta muy bien, pero no tenemos tenedores para comer y al menos danos un poco de pan. - ¿ Pan? os daré dos chuscos y lo repartís y tenedores tengo el mío y alguno más que debe haber por aquí. Y nos dio otro que le faltaba la mitad y dijo: - Arreglarse con esto por esta noche. Y nos preguntó: - Vosotros sois catalanes ¿ verdad? Y le contestamos que si y el nos dijo: - Os estoy atendiendo, porque ya me lo pensaba que erais catalanes y los catalanes me caen bien. Yo soy vasco y por aquí no nos tienen mucha simpatía, ni a vosotros ni a nosotros. Entonces le contamos lo que nos pasó con aquellas muchachas que nos trataron de perros y nos dijo: - Aquí en la mili, todavía os dirán palabras peores, tendréis que aguantaros, hasta se meterán con vuestra familia. No pensemos más, os voy a traer un poco de vino. Y nos trajo dos potes de aluminio llenos de vino y nos dice: - La mitad es agua, pero para que baje la comida ya esta bien. Cuando terminamos de cenar, nos fuimos a dormir, procurando de no hacer ruido porque los demás, ya hacía un rato que se habían acostado. Cuando llegamos a las habitaciones que nos habían asignado, nos encontramos con el soldado que estaba de imaginaría paseándose por el pasillo y nos dijo: - ¿ Vosotros habéis llegado hoy? Y le dijimos que si. Cuando nos iba a contestar, nos dice: - Marcharos que viene el sargento de guardia. Nosotros nos marchamos hacia nuestras habitaciones y cuando estábamos dentro, llegó el sargento y nos dijo: - ¿ Vosotros qué hacéis que estáis levantados a esta hora y todavía tenéis las camas sin hacer? Entonces le dijimos: Página 161

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- Mire sargento, nosotros somos los que usted a dado orden al cocinero para que nos preparase. . . Y sin terminar de hablar nos dice: - Mal empezáis. Y levantando la voz nos dice: - ¡ Venga a dormir y que no os oiga ! Nos hicimos la cama y nos acostamos. Al día siguiente, por la mañana temprano, oímos una corneta que tocaba diana, enseguida nos levantamos y nos vestimos. Fuimos a los lavabos y nos lavamos un poco y cuando salimos de los lavabos, estaban repartiendo el café. Pero nosotros no teníamos plato ni cuchara, entonces fuimos al almacén y nos dieron el plato, la cuchara, el tenedor y un pote de aluminio. Y nos dijeron: - Cuando os marchéis, devolverlo todo aquí otra vez. Tomamos el café, que aquello no tenía sabor de café, nada más tenía gusto de agua hervida. Al momento tocan a formar. Cuando estábamos formados en el patio, nos dijeron: - En su lugar, descansen. Entonces el sargento dijo: - Los que sepan conducir que salgan de la fila. Y salimos de nosotros ocho dos, y siete u ocho más de los que se encontraban allí. En total éramos diez y nos dice el sargento: - Entregar todo lo que os han dado aquí en el almacén y a las diez os quiero aquí, tenéis que marcharos. Entonces nos reunimos los ocho amigos y hacíamos comentarios y decíamos: - Con lo bien que lo hubiéramos pasado todos juntos y tenéis que marcharos los dos, pero ya nos escribiremos para tener noticias. A las diez, nos presentamos en el lugar convenido y había un camión cerrado de los que servían de taller para cuando se va de caravana, por si se presenta alguna avería, repararla sobre la marcha. Se presenta el sargento y nos dice: - Os marcháis con este camión que va a Santoña y cuando lleguéis, el chófer ya os dirá lo que tenéis que hacer. Página 162

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Antes de subir, nos despedimos de los compañeros, nos dimos la mano y entonces ya nos marchamos. Cuando íbamos en ruta, llegamos a Burgos, nos paramos un rato y aprovechamos para visitarlo. Estuvimos en la catedral, que estaba en la misma carretera que teníamos que pasar por delante mismo. Me quedaban dos pesetas y me las gasté comprándome pan y queso. Al rato volvimos a subir al camión y seguimos la ruta. Subiendo por la ruta del Escudo, atravesando varios pueblecitos, hasta llegar a Santoña. Antes de llegar, nos encontramos con el penal del Dueso, que por aquellas fechas estaba lleno de presos de nuestra guerra, la mayoría estaban condenados a muerte. Cuando llegamos al lugar de destino, me di cuenta que aquello no se parecía a ningún cuartel. Tenía una explanada muy grande y estaba rodeada en forma cuadrada de unas naves construidas de madera que se veían muy viejas y se componía de dos plantas que eran iguales arriba y abajo. A mí me toco la parte de arriba. Seguidamente pasamos por la enfermería, nos tomaron los datos, nos revisaron y nos preguntaron: - ¿ Habéis tenido alguna enfermedad? Le contesté que no. Y nos dijeron que nos vistiéramos. Cuando ya estábamos vestidos, nos dijeron: - Buscar al cabo Furriel, que os dará todo el equipo. Fuimos hacia él y nos presentamos. Nos dieron el macuto, tenedor, cuchara, vaso, cantimplora, manta, almohada, dos sábanas, dos mudas completas, dos pares de calcetines, un par de botas, pañuelos, monos azules, dos trajes de paseo azules de aquellos que los pantalones iban ajustados a la pierna, que se abrochaban con una hilera de botones y un gorro azul con una borla blanca que colgaba sobre la frente, el fusil y el correaje con las cartucheras y dos peines de munición y un cinturón de paseo. Después de hacerme cargo de todo este material, me marché hacia la compañía que se me había asignado y escogí la cama que me parecía mejor. Me preparé la cama y cuando ya la tenía preparada, me senté sobre ella y me puse a pensar lo que me había costado llegar hasta aquí, pero me sentía más tranquilo y al mismo tiempo pensaba: - No creo que ahora que ya estoy incorporado al ejército, la policía siga interesándose por mí, pero hasta que no pasen tres o cuatro meses, no estaré tranquilo del todo. Página 163

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A continuación me puse de pie y pensé otra vez: - Tengo que empezar de nuevo a vestirme de militar, como si no hubiera pasado el tiempo. Entonces me entró un poco de nostalgia y pensaba: - Mira el destino que me tenía reservado la vida, los mejores años de mi juventud los estoy pasando que no se las desearía ni a mi peor enemigo, siempre lejos de la familia y de todos mis amigos. Pero tuve que conformarme, porque era mi destino, y pensé: - Tengo que llenarme de valor y seguir adelante, porque si empiezo a pensar con el pasado no podré resistirlo, creo que ya vendrán tiempos mejores, mientras haya vida hay esperanza. Se me acercó un soldado de los que había allí que ya era veterano y me dijo: - Aquí no se está mal del todo, lo único que el pueblo es muy pequeño y no tiene diversiones y además es muy triste, porque las personas que hay aquí, casi todas son mujeres viudas o tienen el marido preso en el penal del Dueso o en la cárcel que hay en unas rocas al final del muelle, donde rompen las olas, porque cuando entraron las fuerzas de Franco, lo castigaron mucho a este pueblo y a la gente todavía le queda muchos recuerdos y no están por diversiones. Para pasar las tardes, me voy casi cada día al muelle y me entretengo viendo como vienen los barcos con el pescado, porque que aquí hay muchas fábricas de conservas y traen mucho pescado y me distraigo viendo como lo descargan. Y al mismo tiempo, si hay algún pescador que se va con la barca a un pueblo que hay al otro lado, que se llama Laredo, le digo que me deje subir con él, pero primero le digo si volverá pronto y si me dice que no, ya no subo, porque tengo que estar en el cuartel a mi hora. También hay un cine en Santoña, pero nada más hacen cine el domingo por la tarde, pero no va casi nadie, porque dicen que tienen que saludar cuando tocan el himno y sale Franco y no quieren saber nada con este régimen que bastante dolor a causado en este pueblo. A continuación me dice: - Bueno, cambíate de ropa que van a dar la cena y tienes que coger la comida vestido de militar. Yo vi que todos llevaban el mono puesto y las alpargatas, pues yo también me lo puse y al poco rato tocaron a rancho. Bajé y me puse en la cola con el plato y la cuchara. Página 164

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Cuando me tocó a mí coger el rancho, me dieron un cazo de arroz un poco, revuelto con lentejas que estaban muy buenas y de segundo plato, cuatro sardinas muy grandes de aquellas que le llaman lachas, que estaban muy frescas y pan no me dieron, porque el pan lo repartían. Al mediodía , daban dos chuscos, uno para el mediodía y otro para la cena. Cuando terminé de cenar, pensé: - Menos mal que aquí, a pesar de todo, lo voy a pasar bastante bien. Después de cenar, estuve por el patio dándome un paseo y me encontré con el amigo que vinimos juntos desde Barcelona y me dijo: - Si no me llamas tú, no te hubiera reconocido vestido de azul. Le pregunté que tal le parecía aquello y me contestó: - Hombre, a mí no me hace ninguna gracia, de momento, hasta que no me acostumbre, echaré de menos mi casa. Entonces yo le pregunté: - ¿ Es qué tú no estuviste en la guerra? Y me contestó que no, que durante la guerra estuvo en Francia, en casa de unos tíos suyos y que ahora había venido para cumplir con el servicio militar. Entonces yo pensé: - Por eso se encuentra tan incómodo aquí, cuando a mí me parece que estoy en la gloría, después de haber pasado unos ratos malos. Nos marchamos hacia la compañía, porque ya era la hora de acostarse. Estábamos sentados encima de mi cama hablando de nuestras cosas y en aquel momento tocan silencio, se pone de pies mi compañero y dice: - ¡ Hostia que tocan silencio y todavía estoy aquí, me marcho antes de que me metan un paquete, hasta mañana ! Al día siguiente tocaron diana, me levanté en cuerpo de camisa y fui a los servicios, me lavé un poco, marché a la compañía y terminé de vestirme. Me bajé hacia abajo y me puse en al cola para que me dieran el café. Después de tomar el café, tocaron a formar. Cuando ya habíamos formado, nos llevaron hacia afuera del cuartel, en una explanada que había a la orilla del puerto, que era donde hacían la instrucción y la gimnasia y delante mismo había otra explanada con mil camiones de la marca Chevrolet, todos nuevos sin estrenar. Entonces, mientras estábamos descansando, un oficial se dirigió a los que habíamos venido el día anterior y nos dijo: Página 165

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- Cada soldado de los que estáis aquí, os haréis responsables de tres camiones cada uno, porque no hay bastantes conductores y tienen que estar siempre limpios y preparados para cuando tengamos que salir de convoy. Saldremos cada vez con uno diferente y así tendrán el mismo desgaste, sobretodo os pido que los cuidéis como si fueran de vuestra propiedad, al más mínimo abandono, pagareis con el calabozo. A continuación empezamos a hacer un poco de instrucción y casi todos la hacíamos bien, porque la aprendimos durante la guerra, nada más habían seis o siete que no la sabían hacer y cada mañana, cuando íbamos a la instrucción, nosotros, los que ya lo sabíamos hacer, nos dedicábamos a hacer gimnasia y los otros mientras aprendían la instrucción. ****************************************************** Ahora, como que ya tenía una dirección fija para poder mandar noticias mías a mi familia,

les escribí diciéndoles como me encontraba y como lo estaba pasando y al

mismo tiempo que me dijeran si todavía iban preguntando por mí. Mandé recuerdos para mí prima, le conté algunas cosas, más no recuerdo y les mandé mi primera carta desde Santoña. A los días de estar en el cuartel, nos llaman a mi compañía y nos dicen que formáramos en el patio. Cuando estábamos formados, viene un sargento vestido de falangista y se presenta como sargento de nuestra compañía. Era un hombre bastante alto y se veía que era de construcción fuerte, pero tenía una cara de mala leche, que cuando lo miraba, me recordaba el guardia civil del campo de concentración, aquel que repartía tanta leña. Nos llevó formados donde estaban los camiones y cuando llegamos, nos explicó casi lo mismo que nos explicó el otro oficial y a continuación nos dijo cuales serían los camiones que pertenecían a nuestra compañía y los tres que estarían a cargo de cada uno de nosotros, por orden de matrícula. Cuando me hice cargo de los tres míos, me di cuenta que habían dos que no tenían el tapón de gasolina y se lo comuniqué al sargento y me dijo: - De momento haz un tapón de trapos para cada uno, que ya lo solucionaremos. Y así lo hice. Revisamos cada una de las herramientas, para ver si estaban completas, nos dio las llaves a cada uno y nos dijo: - Subir para arriba y poner los camiones en marcha y cuando yo toque el pito, paráis el camión y bajáis a tierra y cuando toque el pito, otra vez, pasáis al segundo camión y Página 166

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haréis la misma operación y lo mismo en el tercero y cada tres día haremos la misma operación, para evitar que se descarguen las baterías y que el motor no se duerma. Y así lo hacíamos, pero algunos días, cuando llegábamos a los camiones, nos encontrábamos que la marea del puerto había crecido mucho y se salía del puerto y nos encontrábamos con medio palmo de agua que cubría toda aquella explanada donde estaban aparcados los camiones. Teníamos que llegar a ellos pisando el agua y teníamos que moverlos un palmo y medio para que el agua no estropeara los neumáticos por el mismo lado. Esta operación nos encontrábamos que la teníamos que hacer muy continuamente, porque allí la marea cuando menos te lo esperabas, subía y llenaba de agua todo el paseo, algunas veces si la marea bajaba mucho, los barcos de pesca, que eran bastante grandes, se quedaban volcados sobre la arena. Yo algunas veces bajaba a la arena y escarbaba en la misma y encontraba almejas, navajas y cangrejos, si cogía mucha cantidad, me marchaba para la cocina y como que tenía bastante confianza con el cocinero, lo llevaba allí y cuando se terminaba de repartir el rancho, cogíamos todo lo que yo había encontrado en el mar y él preparaba una buena fritada. Primero nos comíamos el primer plato y luego de segundo lo que yo había cogido. Esto lo hacíamos muchas veces. Cuando me tocaba de guardia en la puerta principal, pasaban por delante unos señores de bastante edad, que se dedicaban a coger marisco de la playa y siempre iban vendiendo. Y cuando era la hora de la comida, siempre pasaban por allí y se paraban enfrente de la puerta del cuartel y acostumbraban a llevar dos cestas grandes, una en cada brazo, con varias clases de marisco. Allí el marisco no tenía mucho valor, porque había mucho y yo cuando me traían la comida al cuerpo de guardia, llamaba a un señor de aquellos que estaban con la cesta del marisco y les cambiaba la comida por lo que me gustara más de lo que llevaran allí. Me dejaban la cesta en el suelo y me decía: - Cógelo todo si quieres, porque hoy ya he comido y mañana ya cogeré más. Yo cogía un plato y lo llenaba hasta los topes. Entonces mandaba un recado para que viniera el cocinero. Cuando vino el cocinero, me dijo: - ¿ Cómo te las has arreglado estando de guardia, para conseguir este plato de mariscos? Y le dije: Página 167

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- Mira, si tú pones la comida, yo conseguiré que no nos falte el marisco cada día, pero tiene que ser la comida en crudo, ó sea, garbanzos o judías, lo que tengas, yo me cuido de lo demás. Y así lo hicimos, yo cambiaba la comida, por toda clase de pescado recién sacado del mar. Dinero no tenía, porque solamente cobraba veinticinco céntimos diarios y a la hora de cobrar, que siempre era a final de mes, te descontaban un tanto por la ropa y te quedaban cinco pesetas para pasar el mes. Pero yo me hartaba de comer pescado fresco, sin costarme ni cinco céntimos. A los quince días, recibí la primera carta de mí casa, en la cual me decían, entre otras cosas, que ya no preguntaba la policía por mí y que también me mandaban recuerdos de la Carmeta, la del bar y también me dijo: - "Que te diga de parte de ella, que aquel señor que era representante del vermut blanco, lo mataron, que tú ya sabes de que va". Yo si sabía quien era, porque anteriormente ya explicaba yo que este señor era el que estaba reclutando personas de confianza, para hacer sabotajes contra el régimen del general Franco. Y seguramente que lo fusilaron. Por aquellos tiempos, habían muchos confidentes de los fascistas. Yo tenía un amigo que le llamábamos Gallet, que durante la guerra, se dedicó a luchar contra Franco y cuando entraron las fuerzas nacionales en Barcelona, lo detuvieron y lo hicieron policía, pero con la condición que tenía que denunciar a todos los que tuvieran antecedentes republicanos y tenía la obligación de presentar, por lo menos uno diariamente. Todo el barrio le tenía miedo, porque él conocía las ideas de todos los vecinos y pensábamos: - Cualquier día nos denuncia a uno cualquiera de nosotros. Él se sentía orgulloso, porque le habían dado ese cargo y parecía el dueño del barrio, pero pasaba el tiempo y cada día iba a menos, se le notaba que estaba preocupado, se ve que le obligaban que denunciara y él no se veía capaz de seguir y que siguieran matando gente por culpa de él. Pasó una temporada y no lo veíamos por el barrio. Un día mi madre, hablando con la madre del Gallet, le preguntó: - ¿ Hace días que no veo a tu hijo, es que está fuera de viaje? Entonces su madre empezó a llorar y como que tenía mucha confianza con mi madre le dijo: Página 168

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- Leonor, mi hijo ya sabes el mal que ha hecho, pero él lo hizo por ver si podía salvarse, pero llegó un momento que no quiso denunciar a nadie más y lo cogieron y sin hacerle juicio ni decirnos nada a nosotros, lo fusilaron en el campo de la Bota, solamente me avisaron por si quería recoger el cadáver, y no me presenté. Este relato me lo contó mi madre, cuando yo estaba licenciado. Pero este tal Gallet, fue muy amigo mío. Ahora continuo con el servicio militar. Un día por la tarde nos dan la orden de que preparáramos los camiones, porque por la noche teníamos que salir de maniobras por aquellos montes. Entonces nos marchamos para donde estaban aparcados los camiones, para tenerlos a punto. A la hora de la salir, cuando llego, me fijo y no tenía tapón del depósito de la gasolina en ninguno de los tres camiones, en dos ya sabía que me faltaban, pero me quitaron el otro. Entonces cogí uno del camión que estaba a mi lado y al mismo tiempo que lo cogía, llegó el que lo tenía a su cargo y me dijo: - Tú, deja ese tapón en su sitio. Yo le dije: - Déjamelo, que cuando volvamos de las maniobras, te lo devolveré. Él me dijo que no empezáramos a discutir y el sargento que estaba por allí cerca, oyó como discutíamos y vino hacia nosotros y preguntó que es lo que pasaba. El otro contesto enseguida: - Que el Monserrate me quiere robar un tapón del camión. El sargento, sin decir nada, levantó la mano y me pegó una hostia, que me saltó el gorro de la cabeza por lo menos a dos metros de distancia. Pero yo no me moví y me lo quedé mirando, como si quisiera desafiarlo y me dice: - Ves y recoge el gorro. Y mientras yo recogía el gorro, oigo que le dice al otro: -Tú, ven. Y cuando lo tenía delante de él, le dice: - La palabra de robo, en el ejército no existe. Y al mismo tiempo que se lo decía, levanta la mano y le pegó una hostia que valió por dos de la mía. Y yo pensé: - Jódete, por chivato. Y el sargento le dijo: Página 169

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- Déjale un tapón y cuando volvamos, que te lo devuelva. Nos marchamos para el cuartel y esperamos que nos dieran la cena. Cuando terminamos de cenar, subimos a la compañía para coger el fusil y el macuto. Entonces el cabo nos formó en la compañía, entró el sargento y empezó a miramos a todos. Y me señala a mí con la mano para que saliera de la fila y me dice: - Sube a mi habitación. Y me da las llaves. - Y bájame la lista y la pistola que esta colgada en la percha. Yo, cumpliendo con la orden que me dio el sargento, subí a su habitación, abrí un cajón de la mesita de noche y cogí las listas del personal de la compañía. Luego me acerqué a una percha que tenía en un rincón de la habitación y cogí la pistola que tenía colgada con una correa. Salí de la habitación y me dirigí a la compañía. Cuando llegué, me cuadré delante del sargento y le entregué la lista y la pistola. Pero yo no olvidaba la hostia que me pegó aquella misma tarde y cuando lo miraba a la cara, él ya se daba cuenta con la mala leche que yo lo servía, me dice: - Ponte en la fila. Y pasó lista. Cuando terminó de pasar lista, nos dice: - Ahora saldremos de maniobras, poner mucha atención porque tendréis que conducir algunos recorridos con las luces apagadas, guardar distancias y estar pendientes de las señales que encontrareis colocadas durante el recorrido y que tenéis que cumplir nada más. Salimos para los camiones y esta fue la primera vez que estrenábamos los camiones, para hacer un recorrido un poco largo. Cuando salimos del aparcamiento, ya serían las once de la noche. Nos dirigimos hacia las montañas, íbamos cien camiones. Delante de nosotros iban los oficiales con tres turismos que nos iban dando las órdenes de lo que teníamos que hacer. Subíamos y bajábamos por aquellas carreteras que eran malísimas, porque en aquellos tiempos, todas las carreteras eran de tierra y llenas de baches. Cuando seguimos avanzando, nos hacían la señal, para que apagáramos las luces y continuar la marcha. Y teníamos que estar muy alerta, para no perder las distancias, porque si te descuidabas, te dabas el golpe. Cuando les parecía, ponían la señal de alto y parábamos los camiones. Entonces tocaban el pito y teníamos que bajarnos a tierra y ponernos firmes, cada uno al lado de la puerta de su camión. Al Pámna 170

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momento tocaban otra vez el pito y teníamos que subir rápidamente y poner los camiones otra vez en marcha. Seguidamente repetíamos durante la marcha, varias veces, la misma operación. Lo pasábamos bastante mal, porque cuando teníamos que coger una curva y con la luz apagada, tenías que poner mucha atención si no querías caerte por un barranco de los que hay por allí y menos mal que por aquellos tiempos no se encontraba ningún coche ni camión por las carreteras, porque habían muy pocos y por aquellos lugares menos. Estuvimos haciendo estas maniobras una vez a la semana, durante tres meses. Cada día salía una compañía diferente. Cuando volvíamos al cuartel, siempre eran las dos de la noche. Al día siguiente, recuerdo que estando en el cine por la tarde, pararon y encendieron las luces y pidieron silencio y salió un soldado al escenario y dijo estas palabras: - Aprovechando estos momentos en que se están trasladando los restos mortales de José Antonio Primo de Ribera, desde Alicante al valle de los Caídos, el poeta Pascual Cantos Mira, le dedicará una poesía compuesta por él mismo. Cuando terminó la poesía, no aplaudió casi nadie, porque en aquel pueblo, el régimen de Franco hizo mucho daño y tenían mucho odio a todo lo que se relacionara con aquel régimen. Ahora voy a contar una anécdota que me pasó una tarde que paseaba por el puerto. Estaban descargando un barco de pescado y yo me quedé un rato mirando como descargaban y mientras seguía mirando, un señor de los que estaban descargando el pescado, me hace una señal y desde arriba del barco me lanza un pescado bastante grande, que yo lo tomé en el aire. Pesaba más de un kilo, el pescado era un chicharro. Y pensé llevarlo a la cocina del cuartel para que el cocinero lo friera, pero cuando iba caminando, pasé por delante de un bar que servían comidas y pensé: - Voy a preguntar en este bar, a ver si podían hacerme el pescado al horno. Yo llevaba dos pesetas, y pensé: - Preguntaré cuanto me costaría y si tengo bastante, que me lo hagan. Entre dentro del bar y le pregunté a un camarero que estaba allí en la barra. Le expliqué lo que quería y me dijo: - Se lo preguntaré a la dueña. Página 171

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Entró para dentro y salió una señora y mientras venía hacia mí, iba sonriendo. Era una señora bastante gordita, no muy alta, con un delantal blanco muy limpio, que le rodeaba toda la cadera y un peto, también blanco, con unas flores muy grandes bordadas. Tenía la cara de ser muy buena señora, me dice: - ¿ Qué es lo que quieres? Yo le dije: - Si no me costara mucho dinero, me gustaría comerme este pescado, que me lo han regalado en le puerto, pero que fuera guisado al horno. Entonces, la señora, riéndose me puso la mano en el hombro y me dijo: - Por ser a ti, te voy a cobrar cinco pagas de las que tú cobras cada día en el ejército, ¿ Qué te parece cinco reales? - Muy bien. Y me dijo: - Márchate a pasear y dentro de una hora ya puedes venir, que te vas a chupar los dedos. Yo me marché a pasear y mientras pensaba: - Me quedan tres reales, todavía tengo para el pan y un vaso de vino. Cuando pasaba más de la hora, me marché hacia el bar. Entré dentro y estuve mirando el rincón que estuviera más escondido, porque a mí no me gustaba que la gente me viera comer, porque de esta manera comía a mis anchas. Estuve esperando unos veinte minutos, por fin llegó el momento, la misma señora me trajo la bandeja. Cuando la puso encima de la mesa me quedé cortado, no sabía que decir al ver aquella señora con la alegría que me servía y el aroma que desprendía aquel plato, cargado de piñones y de rodajas de limón. Empecé a comérmelo y tenía un sabor, que hoy todavía, después de cincuenta y tantos años que han pasado, cuando me acuerdo, me viene el sabor al paladar y no será porque desde entonces no coma buenas comidas, porque me casé con mi señora que para cocinar, habrá buenas cocineras, pero para mí es la mejor cocinando, tiene mucha gracia, pero a pesar de todo, no he podido olvidar el sabor de aquel chicharro y la amabilidad de aquella señora del bar de Santoña. Pasaron tres meses y nos dieron la noticia de que teníamos que marcharnos de Santoña, porque los camiones se estaban estropeando con el salitre del agua del mar y cuando subía la marea, aquello parecía un lago, no podíamos llegar a los camiones Páeina 172

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mientras no bajara la marea. Y cada día subía la marea para un día o dos, se estropeaban todas las ruedas, por eso pensaron trasladarnos a otro lugar. En aquellos momentos, cuando yo oí los rumores del traslado, escribí a mi casa diciéndoles que no me escribieran, porque nos iban a trasladar, que yo ya les mandaría la nueva dirección. A los pocos días, ya nos dieron la noticia, teníamos que trasladarnos todo el batallón a Madrid, entonces, a partir de aquel momento ya empezaron a informarnos de que manera se tendría que hacer el traslado. Lo teníamos que hacer de la siguiente manera: En tres viajes, en cada viaje tenían que ir hacia Madrid cien camiones. Cuando volvíamos a Santoña por los demás camiones, nos traían dentro de los camiones que hacían el servicio de taller, íbamos veinte por cada camión

y cuando llegábamos a

Santoña, de nuevo, volvíamos otra vez con otro camión hacia Madrid. Pero lo peor de estos viajes era que teníamos que pasar todo el puerto del Escudo completamente nevado y en cada viaje siempre ocurría algún accidente, debido a la nieve. En el último viaje que hicimos, que íbamos hacia Santoña, dentro del camión taller, pasó una anécdota muy curiosa. Uno de los madrileños, que también iba allí dentro con nosotros, sin decir ni una palabra con nadie, se dirige a un muchacho de los que íbamos allí dentro y le dice sin pensárselo: - A la próxima parada que hagamos, me voy a dar el capricho de pegarte dos tortas. Y le contesta el otro: - Eso ¿ a qué viene? - Te he dicho que es un capricho, a ver si me puedes ganar. Este muchacho era de Gerona y se llamaba Pablo Iglesias y tenía una cara de pocos amigos, pero él nunca le faltaba el respeto a nadie. Cuando estábamos llegando a Burgos, siempre antes de entrar, nos parábamos un ratito y bajábamos del camión para estirar las piernas un poco. Cuando terminábamos de bajar, se dirige el madrileño a Pablo y le dice: - Venga, vente conmigo. Y Pablo le contesta: - ¿ Pero es verdad qué me quieres pegar? Y sin ponerse nervioso, muy tranquilo le dice: - Escoge el lugar. Página 173

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Se marcharon a unos descampados que habían allí cerca, que no los viera nadie. Y cuando ya estábamos subidos en los camiones, aparecieron los dos juntos, el madrileño tenía los ojos que parecían dos tomates partidos e hinchados que casi no podía abrirlos. Pero la sorpresa fue que delante de nosotros le dio la mano y dijo: - Me ha podido ganar. Nosotros nos quedamos pensando: - Este tío está loco, después de haberle pegado una paliza, todavía le da la mano. Se puso el camión en marcha y nos marchamos hacia Santoña. Cuando llegamos al cuartel, nos dijeron: - Recoger todo lo que tengáis, porque este será el último viaje y saldremos mañana muy temprano. Al día siguiente, tocan diana a las seis de la mañana. Nos levantamos y nos dieron el café y cuando lo bebimos, empezamos cada uno a cargar cada uno sus cosas en el camión que le pertenecía. Y nos dicen: - Ahora llevareis con vosotros, un soldado cada uno. Estos soldados eran de los que pertenecían a las oficinas y servicios sanitarios. A mí me tocó llevar conmigo un muchacho que estaba de telefonista, que también era catalán. Recuerdo que en el muelle, a un metro de mi camión había muchas cajas de conservas que estaban allí para cargarlas en un barco aquel mismo día. Nos marchamos hacia Madrid. Cuando llegamos cerca del puerto del Escudo, estaba cayendo una nevada que el limpia parabrisas no le daba tiempo de limpiar el cristal. Era muy difícil circular, pero no podías parar, tenías que seguir al que tenías delante de ti, para que no se parara el convoy. Pero hubo un momento que nos paramos todos y estuvimos un rato parados. Y la nieve seguía cayendo cada vez más, yo no había visto nunca tanta nieve, según en que sitios, no podías abrir la puerta del camión, porque tropezaba con la nieve. A la media hora de estar parados, pasó una máquina quitanieves y fue haciendo un poco de paso. Y al rato nos pusimos otra vez en marcha. Pero al cuarto de hora, nos paramos otra vez. Estando parados, se corrió el rumor de que uno de los camiones que hacían servicio de taller de reparaciones, se había salido de la carretera, cayendo por un barranco y dentro llevaba seis soldados. Pero por suerte solamente Página 174

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recibieron algunos golpes y algunas rozaduras, tuvieron mucha suerte, porque podían haberse matado. Cuando emprendimos la marcha de nuevo. Pasé por delante del camión que se cayó al barranco y me quedé sorprendido de la altura que cayó y que no se matara nadie de los que iban dentro. Cuando terminamos de pasar el puerto del Escudo, ya no caía tanta nieve. Llegamos a Burgos y a la salida de la ciudad, paramos de nuevo para recuperar un poco de fuerzas. Mientras estábamos allí parados, me dice el compañero que llevaba conmigo en la cabina del camión: - Mira en la caja del camión verás lo que llevamos. Me subí a la rueda y miré y lo único que vi es que estaba lleno de nieve y me dice: - Asómate ahora. Entonces me subí otra vez a la rueda del camión y vi una caja de madera que estaba llena de latas en conservas y le digo: - ¿ Cómo ha venido a parar esta caja aquí? Y me contesta: - Recuerdas que cuando salimos de Santoña, en el puerto estaba lleno de estas cajas. Yo pensé: - Si cojo una, no lo notarán y a nosotros nos irá bien, porque no tenemos ni cinco céntimos en el bolsillo y de esta manera, cuando llegamos a Madrid, si podemos venderlo, ya dispondremos de alguna peseta. Entonces volví a pensar: - Bueno ya está hecho, veremos a ver lo que pasa, no vamos a tirarla. Pero le dije: - Si alguna vez subes a este camión llevándolo yo, que no se te ocurra nunca más de cargar nada que sea robado, porque daré parte al sargento Campano y ya sabes como las gasta, acuérdate lo que me pasó a mí con el tapón de la gasolina, sin tener ningún motivo para que me pegara a mí y al otro, pero se la guardó como pueda, esta me la pagará, porque cada vez que lo veo me duele el lado de la cara donde me pegó la bofetada. Páeina 175

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Después de estar un rato parados en aquel lugar, dieron la orden de marchar de nuevo, con dirección a Madrid. Seguía nevando, pero con menos intensidad y la carretera estaba más transitable, pero todavía tuvimos algún accidente más, porque el camión cuba que transportaba la gasolina para el abastecimiento en caravana, en una curva se salió de la carretera y . Menos mal que era una altura de un metro aproximadamente porque la cuba estaba casi llena de gasolina. Al mismo tiempo, tuvimos suerte que no le pasó nada al chófer que conducía la cuba, porque si se hubiera incendiado, se abría quemado, ya que se quedó prisionero dentro de la cabina del camión. Tuvieron que sacarlo los mecánicos a base de serrar a mano los barrotes de hierro, porque no podían emplear sopletes ni martillos, por miedo a los chispazos de fuego. Nosotros seguimos la marcha hacia nuestro destino. Cuando llegamos a Madrid, nos dirigimos por el puente de Toledo. Cuando lo pasamos, tiramos hacia la izquierda con dirección a Aranjuez. Por la carretera pasamos por el cerro de los Ángeles, cuando llegamos a la cuesta de la reina, al final de la misma, se encontraba un paso a nivel con guarda. Cuando pasaba el convoy, tuvieron que bajar la barrera para darle paso a un tren que venía por la parte derecha. Pero mira por donde, llegaba al mismo tiempo que bajaban la barrera, otro camión cuba que llevaba la mitad de la gasolina. Se dio cuenta del paso a nivel, frenó, pero entre la nieve y el contrapeso de la gasolina, salió disparado y rompió las dos vallas del paso a nivel, se volcó y fue arrastrado de lado a lado, por lo menos cinco metros. Esta vez si que hubo un herido, que fue el chófer. Mientras arrastraba la cuba por el suelo, le cogió el brazo entre la cuba y el asfalto y se lo arranco de cuajo y tuvo suerte que no lo arrastrara a él también mientras venía el tren. Pero el guarda del paso a nivel, viendo el peligro que había para el tren, sin mirar lo que pasaba, salió corriendo por las vías del tren, con la bandera haciendo señales para que parara el tren y consiguió que parara. Menos mal que era un tren de carga y no corría mucho y le fue fácil de parar. Aquel día fue muy negro para nosotros, que tuvimos tres accidentes. Ya estábamos llegando a Aranjuez. Cuando entramos en el pueblo, lo atravesamos por el centro, siguiendo la carretera que conduce hacia Andalucía. Pero en la misma salida del pueblo, a la izquierda, un poco más arriba de la plaza de toros, nos hacen parar y allí había una explanada muy ancha. Entonces ya pensamos: - Aquí se terminará el viaje. Página 176

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Y así pasó, nos dieron la orden para que fuéramos entrando de uno en uno y colocamos en filas de uno por compañías de frente a la carretera. Los camiones estaban a cinco metros de la misma carretera que sigue hacia Andalucía. Cuando ya estaban los camiones aparcados, nos mandan formar y que recogiéramos todo lo que tuviéramos. Y una vez formados, que ya era de noche, nos dicen: - j Marchen ! Cruzamos la carretera y nos dirigimos a un edificio que había, muy grande, encima de una explanada, que tenía las formas de haber sido algún convento. Cuando entramos para dentro, ya me di cuenta que le faltaban todas las puertas, ó sea, que no tenía puertas porque las habían roto. Ni ventanos ni cristales en las ventanas, pero la obra del edificio se veía bastante nueva, estaba abandonado por completo, pero ya lo tenían preparado para nosotros. En las naves que habían, ya tenían puestas las camas para dormir. Nos repartieron por compañías y aquella noche nos dieron para cenar, un pote de carne en conserva, pasado por el baño María y un chusco de pan pequeño. Cuando terminamos de cenar, subimos para la compañía. El cabo nos mandó formar, entonces aviso al sargento Campano. Me gustaba nombrarlo por su nombre, porque me acordaba de lo que me pasó en Santoña con él, que no lo he podido olvidarlo nunca más. Cuando vino el sargento, pasó lista y nombró las imaginarias. Tocaron silencio y nos acostamos a dormir. Pero allí no podía dormir nadie, parecía que estábamos en medio de la montaña, con el aire que entraba por las ventanas y por las puertas, hacía un frío que pelaba. Yo no dormí en toda la noche, pensando que se hiciera de día para levantarme y caminar un poco, a ver si entraba en calor. Al día siguiente, tocaron diana y todos decíamos lo mismo: - ¡ Esto es una nevera, aquí no hay quién duerma ! Pero en aquellos tiempos, no podías protestar, porque te daban dos hostias y al calabozo, tenías que aguantar todo lo que viniera. Bajamos a la cocina y nos reparten el café, que era agua sucia y nos dan un chusco para mojar. Cuando terminamos, nos llaman a formar y nos dicen: Página 177

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- Ahora tenemos que ir a buscar el resto de los camiones que dejamos aparcados a la entrada de Madrid. Nos llevaron al nuevo aparcamiento y subimos unos cuantos en cada camión y salimos a buscar los primeros camiones que trajimos, que los tuvimos que dejar allí aparcados, porque se ve que todavía no tenían seguro el lugar donde se quedaría el batallón. Estuvimos dos días trasladando los camiones. Cuando llegué del último viaje, me estaba esperando aquel muchacho que vino conmigo en el camión de Santoña y me dice: - Las latas que hemos traído de conservas, no las compra nadie porque son anchoas con la raspa y con sal. Y yo le dije: - ¿ Pero no te las compran por ningún precio? Y me dijo que no. Entonces cogí una lata, que eran de las más grandes que había y le digo: - Vente conmigo. Cuando estábamos por el centro del pueblo, veo un bar que tenía unos bocadillos dentro de una vitrina. Me meto dentro del bar y pregunto por el dueño. Cuando sale, le digo: - Mire, ¿ a usted le interesaría comprar anchoas? Y me dice: - Como son, ¿ en aceite? Y le enseñé la lata y le dije: - Son estas en sal muela. Entonces él me contestó: - No, porque tiene mucho trabajo, tienes que quitarles la espina y lavarlas muy bien y te hacen perder el tiempo, no me interesa. Y yo pensé: - Tendremos que tirarlas. Y le propuse un trato, le dije: - Mira, nos da un bocadillo de esos que tiene en la vitrina de queso y dos pesetas a cada uno y le damos las diez latas como esta. Página 178

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Y él contestó que no. Pero cuando nos marchamos, nos llama y nos dice: - Mira, tráemelas, ya veré lo que hago con ellas, porque veo que tenéis ganas de merendar y el bocadillo os sentará bien. Fuimos al aparcamiento y cogimos las latas para llevárselas. Cuando las entregamos al dueño, ya estaba haciendo tratos con un señor para venderlas, porque cuando entramos en el bar, nos dijo aquel señor: - ¿ Estas son las latas de anchoas que vendéis? Yo le dije: - No, que son para este señor. Entramos para dentro del bar y las dejamos en una de las mesas. Entonces el dueño del bar me dio las cuatro pesetas y nos dice: - Sentarse en una mesa, que os traeré los bocadillos. Yo le dije: - No hace falta, los comeremos por la calle. Entonces él me contestó: - Sentarse que os pondré un cuarto de vino y unas aceitunas. Entonces nos sentamos en la mesa y nos puso lo dicho y nnerendamos un poco. Cuando terminamos, nos marchamos hacia la calle y busqué un estanco para comprar sobres, papel para escribir a mi casa, una paquetilla de tabaco y un librito de papel para liar los cigarros. Recuerdo que el papel era de la marca smoking. Seguidamente nos marchamos para el cuartel. Cuando llegamos, subimos a la compañía, que no se podía estar allí dentro del aire que corría. Aquello, en vez de ser un cuartel, parecía un colador, porque entraba el aire por todas partes. Cogí el tintero y la pluma y me bajé para abajo. Busqué un rincón donde no pasara mucho aire y me puse a escribir a mi casa, para que supieran de mí y al mismo tiempo de mi nuevo domicilio. Terminé de escribir y al momento, tocaron para cenar. Recuerdo la cena que nos dieron, se componía de repollo sin aceite, porque el aceite iba a precio de oro, pero le ponían un chorro de vinagre y también nos dieron una lata de atún con un chusquito de pan. Yo por lo que vi aquella noche pensaba: - Aquí voy a pasar mucha hambre. Y así fue, porque el repollo no faltaba en ninguna comida de día y de noche y siempre acompañado del vinagre. Cuando cogíamos la comida, teníamos que pasar por Páeina 179

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un pasillo que había muy largo, pues estaba todo el suelo que no se podía pasar, porque todos tirábamos el repollo en aquel pasillo, pero lo más bonito era que te obligaban a cogerlo. Formábamos por compañías y los cabos estaban a la alerta de que no faltara ninguno de su escuadra, y si faltaba alguno, a la hora de coger el rancho, le ponían una imaginaria o limpieza, ó sea, que tenías que cogerlo aunque lo tiraras. Lo único que aprovechabas era el segundo plato, que cogías el chusco y a veces una ensalada de tomate con sal y vinagre, con una sardina en escabeche. Casi todos los días era lo mismo. El domingo cambiaban, hacían arroz con mejillones y almejas, pero siempre estaba o crudo o le faltaba sal. Aquellas comidas no valían nada. A las horas de comer y de acostarme, no podía olvidarme de lo bien que lo pasé estando en Santoña, con aquellos mariscos y los platos de lentejas con arroz o garbanzos que yo me comía y ahora tenerlo que pasar tan mal. Yo no podía soportar aquella manera de vivir, pero tenía que aguantarme, nada más pensaba en cuando podía licenciarme y me faltaban todavía dos años y medio. Recuerdo que una vez estuvo lloviendo cuatro días y por la noche, cuando nos acostábamos, teníamos que correr las camas para el centro de la sala, porque entraba agua y te mojabas. Y si hacía aire, aunque te pusieras en el centro, también te salpicaba el agua de la lluvia. Y tenías que aguantarte, porque no pensaban darle ninguna solución, porque la mayoría de los que estábamos allí, habíamos pertenecido a la zona roja y nos tenían manía. Mira si nos tenían manía que pidieron para hacer oposiciones para cabos y yo estaba comentando con un compañero si él se presentaba para cabo y al mismo tiempo que hacíamos el comentario, pasaba un muchacho que era de Cuenca y escucho el comentario y se volvió y nos dijo: - ¡ No hacerse ilusiones, que vosotros no podéis ser cabos, porque sois rojos ! Y yo sin pensarlo le contesté: - ¡ Y vosotros hijos de puta ! El muy cabrón se marchó al despacho del sargento Campano y le explicó lo que había pasado. Sale con el sargento del despacho y se vienen derechos a mí y se quedó un poco parado como diciendo: - ¡ Éste es el que le pegué la torta ! Y me pregunta: Pásina 180

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- ¿ Qué es lo que ha pasado? Y yo mientras estaba firme y le dije: - Estábamos hablando de la promoción de cabos, pasó éste y nos dice " vosotros no podéis ser cabos porque sois rojos" y me dio tanta rabia que se metiera en nuestra conversación que yo le dije " y tú un hijo de puta". Y él contesta rápidamente cortando mi conversación con el sargento y le dice: - Lo que él me contestó cuando yo le dije que eran rojos es " Y vosotros sois hijos de puta" Entonces el sargento se dirige a mí otra vez y me dice: - ¿ Esto sucedió así? Y yo disfrazándolo un poco le dije al sargento: - Yo lo que dije es que él era un hijo de puta, pregúntele a este soldado, que él estaba cuando pasó todo. Entonces el sargento nos dijo a los dos: - Por esta vez no lo voy a tener en cuenta, pero que sepáis que en el ejército no existen ni rojos ni blancos, no quiero oír hablar más de este asunto, ya podéis marcharos. Por la noche, cuando terminamos de pasar lista, nombraron los servicios para el día siguiente y a mí me tocó guardia en el aparcamiento de los camiones. Y después de nombrar los servicios, dijeron: - ¡ Rompan filas ! Entonces el sargento Campano me mira a mí y me hizo una señal con la mano diciéndome que me acercara a él. Yo pensaba: - Ahora me pondrá algún castigo. Pero no fue así. Me propuso si quería ser su ordenanza. En aquel momento me subió la sangre a la cabeza y le contesté que no, él me dijo: - Bien, puedes marcharte. Me quedó una satisfacción en aquel momento, porque yo le hice un desprecio, que no creo que le sentara muy bien, pero para eso no podía obligarme, porque es voluntario el ser ordenanza. Al día siguiente, estando de guardia en el aparcamiento me acuerdo que era domingo, porque pasaron unas cuantas muchachas que iban a bailar y se pararon a hablar conmigo y me decían en broma: Página 181

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- Deja la guardia y vente al baile con nosotras. Y yo les decía: - Ya me gustaría, pero no puedo. Y hablando me dice una: - Si el domingo que viene no tienes servicio, si a esta hora estas aquí, te puedes venir con nosotras al baile. Y yo le dije: - Te prometo que no faltaré y seguramente vendrá algún amigo conmigo. Llegó el domingo siguiente y no faltamos a la palabra. Nos encontramos en el lugar que acordamos, pero yo, en vez de traer un amigo, como les dije, traía tres y yo cuatro. Les pregunté a las muchachas si podían venir también a bailar con nosotros y me contestaron que si, que aunque hubieran venido más, era igual. Pero yo pensé que ya éramos bastantes. Y me hacia mucha ilusión, porque hacía muchísimo tiempo, más de tres años, que no había tenido la ocasión de pasar un rato en compañía de unos amigos. Cuando nos dirigíamos para el baile, hablando con aquellas muchachas, me parecía como si me encontrara como antes de la guerra cuando me reunía con mis amigos para jugar. Me encontré con unas personas que ponían atención a las palabras que yo pronunciaba. En aquellos momentos, me daba cuenta que todavía existía, después de tanto tiempo de desprecios y humillaciones y teniéndome que esconder porque me perseguían por ser republicano, me sentía humillado y solitario. Cuando llegamos al baile, encontré una animación muy alegre, el baile lo hacían en un patio muy grande donde habían muchos vecinos y la música la tocaban con un organillo. Aquella tarde la pasé muy bien bailando todo el rato con todas las muchachas. Y cuando terminó el baile, como todavía era temprano, nos marchamos con las muchachas paseando, porque nos querían enseñar como era Aranjuez. Después de pasear un rato, tuvimos que despedirnos porque se acercaba la hora de volver al cuartel y al despedirnos de las muchachas, ya nos quedamos de acuerdo para el domingo siguiente volver otra vez. Y así lo hicimos varios domingos. Pero un domingo, cuando bailaba con una muchacha, mientras hablábamos de nosotros y en la conversación que llevábamos me Página 182

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preguntó que de dónde era y yo le dije que de Barcelona. Entonces ella se quedó un poco sorprendida y con la voz muy lánguida me contestó: - ¿ Tú eres catalán? Y yo, sin darle importancia le contesté que si. Terminamos de bailar y cuando empieza el baile nuevo, me dirijo hacia ella otra vez para bailar y me dice que estaba cansada. Entonces me voy a otra muchacha de las conocidas y le pido para bailar y me dice lo mismo, que estaba cansada. Pero, al momento las veo que estaban bailando con otro. Y pensé: - ¿ No se lo que habrá pasado? Si estábamos muy contentos hace un momento. Y me di unas vueltas por el baile y comprendí que yo estaba de más allí y me marché pensando: - ¿ Qué es lo que habré hecho mal para que me desprecien de esta manera si todos se reían conmigo de ver las bromas que yo hacía durante el baile? Esa misma tarde me marché para el cuartel y cuando llegué, subí para la compañía, con el mal humor que llevaba y me dice el soldado que estaba de cuartel: - ¿ Cómo es qué estas aquí a esta hora? ¿ Es qué no has ido al baile hoy? Le expliqué lo que me había pasado y me dijo: - No hagas caso, mira, al Flamarich y al Bosch también les pasó un caso parecido al tuyo en ese mismo baile. Estuve pendiente para cuando viniera uno de los dos, comentar lo que me pasó. Vino primero el Flamarich, que era muy amigo mío, también era catalán, nacido en la barriada de Horta. Le expliqué mi caso y me dijo: - El Bosch y yo estábamos hablando en catalán en ese mismo baile y todavía fue peor que a ti, empezaron a abuchearnos y a decirnos: - ¡ Fuera, fuera ! Pero nosotros contestamos en catalán: - ¡ Què us donguin pel cul a tots ! Y nos marchamos. Cuando terminó de darme esta explicación, me di cuenta del porque me despreciaban, porque me vino a la memoria que me preguntó aquella muchacha de dónde era y yo le dije que de Barcelona. Solamente por ser catalán tuve que marcharme, porque todos me despreciaban. En aquellos momentos en que yo analizaba aquel caso, Página 183

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me dio tal rabia que yo nunca había sido racista y en la actualidad, sigo sin ser racista. Me di cuenta de lo que fue el separatismo. Ellos fueron los que me despreciaron, yo siempre fui partidario de la cordialidad entre todos los españoles y lo sigo siendo, porque, yo siendo catalán, cuando estoy hablando con otro catalán y viene un castellano y sé que no entiende el catalán, cambio al castellano, para que pueda participar en la conversación. Pero a pesar de todo, aquel día me despreciaron, me vi tan solo que me invadió un momento de rabia que en mi mente se reflejaba desde tan lejos, aquel pedazo de Cataluña que entró dentro de mí, como si lo hubiera recogido y depositado en una copa para beberlo y tenerlo siempre cerca de mi corazón. Y a pesar de todo, respeto a todas las banderas de este país y considero que todos somos amigos, siempre que respeten mi bandera, porque si delante de mí oigo ofender a Cataluña, no puedo decir lo que yo haría. Pero no creo que me quedara con las manos cruzadas, porque cuando se ama a un país, de verdad se ama hasta la muerte. El día que me hicieron aquel deprecio en el baile, me hicieron un favor, porque me di cuenta de lo que apreciaba a mi tierra, a pesar de tenemos con la boca tapada durante toda la dictadura franquista. Este relato que termino de escribir, ha sido para quedarme tranquilo, porque lo llevaba mucho tiempo dentro de mí y ahora que ya soy mayor, no quiero llevármelo a la tumba conmigo, quiero que por lo menos mis nietos y los hijos de mis nietos, si este libro se conserva, cuando nombren a su abuelo, que tengan un recuerdo de como era yo. Ahora continuo. Estando en el servicio militar, a los seis meses de estar en aquel cuartel, nos dan la orden de trasladarnos a otro edificio que estaba en el centro del pueblo, que desde el día antes, había servido para alojar un batallón de trabajadores, que eran prisioneros de guerra y que los mandaban para construir el valle de los caídos. Nada más marcharse ellos, nos llevaron a nosotros a aquel edificio, que por dentro era todo de madera. Este tenía ventanos y puertas, pero también estaba lleno de miseria. El suelo todavía estaba lleno de la paja y sin limpiarlo. Colocamos las camas y como ya era muy tarde, nos dijeron: - Mañana dedicaremos todo el día para hacer zafarrancho. Al día siguiente, cuando nos levantamos, teníamos varias escobas y un depósito lleno de zotal. Y nos dedicamos a barrer y los otros a tirar el zotal. Aquellas naves estaban llenas de miseria. Yo creo que, hasta en las bombillas tenían chinches. Aquella Página 184

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noche no pudimos dormir de la peste que había allí dentro del zotal, tuvimos que dormir con las ventanas abiertas toda la noche para que se marchara aquella peste. Menos mal que era verano. Al día siguiente, cuando nos levantamos, tenían preparado unos depósitos llenos de cal en líquido y varias brochas. Empezamos a emblanquinar toda la nave, tuvimos que darle cuatro pasadas. Estuvimos cinco días emblanquinando y después de tantas pasadas, se quedó como aquel dicho que dice: " Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. " Pero al menos le liquidamos todos los microbios que tenía y olía a limpio. Cuando terminamos ya serían las once de la mañana y nos llamaron a formar en el patio. Y íbamos llenos de cal y cuando estábamos en formación nos dice el sargento: - Ahora os darán un mono nuevo y unas alpargatas también nuevas, y como aquí no os podréis lavar bien, nos marcharemos al río, nos bañaremos y al mismo tiempo os quedaréis más limpios. Nos dieron el mono y las alpargatas y en formación, nos marchamos para el río, que está a las afueras de Aranjuez. Recuerdo que encima del río, en la misma orilla del puente, había como una especie de restaurante que le llamaban " La Rana Verde" . Este río pasa rozando los jardines del palacio de Aranjuez. Cuando llegamos al río, empezamos a quitarnos la ropa. Y hacía un día de sol muy bueno. Dentro del agua se estaba muy bien. Estuvimos tres cuartos de hora bañándonos. Nos dieron la orden de vestirnos y una vez vestidos, nos formaron y pasaron lista y faltaba uno. Entonces el sargento dijo: - Seguramente se ha marchado para el cuartel. Y contestó un soldado: - No puede haberse marchado, porque ha estado bañándose conmigo hasta hace un momento. Entonces el sargento ya se puso un poco nervioso y dijo: - No puede haberse ahogado, porque este río no tiene ningún peligro, pero le daremos un repaso. Y pidió voluntarios que supieran bucear y salieron diez o doce voluntarios. Y el sargento les dijo: - Con la mitad ya tengo bastante. Página 185

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Y le dijo al cabo: - Tú márchate con los demás para el cuartel, que yo ya iré cuando le demos una mirada al río, por si estuviera en el fondo. Cuando llegamos al cuartel, ya era la hora de la comida. Aquel día si que comimos bien. Me acuerdo que fueron patatas con carne muy espesas y le dije al cabo que estaba sentado al lado de mí: - ¡ Esto si que es comer! Y me contestó: - Este mes comeremos bien, porque el oficial que ha entrado de cocina, viene de una familia que tiene muchos millones y no necesita robar del presupuesto de la cocina. A las tres horas llegaron los que se quedaron en el río para ver si lo encontraban, pero no lo encontraron dentro del río. Entonces empezaron a hacer comentarios que a lo mejor es que había desertado, ya lo daban, porque se marchó del ejército. Pero pasaron unos días y se presenta uno de los soldados de aquellos que estuvo buceando y le dice al oficial que estaba de guardia en la puerta: - ¡ He encontrado el cadáver del soldado, está en el río ! Y le preguntó: - ¿ Cómo ha sido que lo has encontrado? - Es que yo tenía manía de que tenía que estar allí y todos los ratos que tenía libres, me dedicaba a buscarlo por el río y lo he encontrado cogido entre unas raíces de unas plantas de río. Fueron tres de los que sabían bucear y lo vieron metido entre las raíces. Cuando lo sacaron, estaba completamente hinchado, a punto de reventar. Rápidamente avisaron a la familia, que era de Barcelona y los trajeron con un coche militar. Vinieron el padre, la madre y una hermana con el marido. Cuando llegaron, ya los estaban esperando varios oficiales, algunos venidos de Madrid, habían comandantes y un general. Les dieron el pésame y fueron para la iglesia. La iglesia pertenecía al palacio de Aranjuez. La puerta estaba llena de gente del mismo pueblo y todo el batallón nuestro y también había una banda de música que pertenecía al cuartel de infantería que también estaban en Aranjuez. Cuando entraron los familiares a la iglesia, la madre y el padre se lanzaron sobre la caja del hijo y la madre se desmayó, se cayó al suelo. La recogieron y tuvieron que hacerle aire. Al momento volvió en si y no paraba de llorar. Cuando ya estaba más Página 186

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calmada, pidió que trasladaran el cadáver a Barcelona y le dijeron que sí, pero que tendrían que esperar, por lo menos, un par de días, porque el cuerpo estaba bastante descompuesto y tenían que llevárselo a Madrid para prepararlo para poder trasladarlo a Barcelona. Cuando terminaron los funerales, y ya estaban un poco más tranquilos, la familia quiso conocer el soldado que había encontrado el cuerpo en el río. Lo llamaron y lo presentaron a la familia. La madre le dio unos besos llorando y las gracias y el padre también le dio la mano y al mismo tiempo, le dio cincuenta pesetas y le dijo: - Ten, como agradecimiento. Él no las quería, pero un oficial de los que estaban presentes dijo que las cogiera. Aquella misma noche, se marcharon en un coche militar de regreso a Barcelona. ******************************************************* Ahora voy a contar una anécdota. El día que juramos bandera, nos llevaron a una explanada muy grande que hay delante del palacio y nos formaron a todos y mientras estábamos en posición de descanso, que por cierto estuvimos más de dos horas esperando. Cada uno decía una tontería y hubo un muchacho que se le ocurrió de decir: - Yo lo mismo que la beso, la piso. No pasaron ni diez minutos, que vinieron unos soldados y lo sacaron de la fila y se lo llevaron. Nosotros, enseguida pensamos que fue un chivatazo. Yo empecé a observar a mi alrededor, a ver quien había podido ser el que diera el chivatazo. Y me di cuenta que cerca de nosotros, estaba aquel soldado que, estando en Santoña, recitó aquella poesía en el cine cuando trasladaban a José Antonio y que se llamaba Pascual Cantos Mira. En cuanto lo vi, pensé: - Éste ha sido el chivato. Cuando terminamos de jurar bandera, nos llevaron para el cuartel y en medio del patio, pusieron un tablado de madera y nos formaron a todo el batallón alrededor del tablado. Entonces trajeron aquel muchacho que dijo lo de la bandera y lo pusieron al tablado y también subió el capitán cura y el oficial que estaba de guardia. El capitán cura nos dio el discurso que dan siempre, que si la bandera es tu madre y tienes que dar tu sangre por la patria. Cuando terminó el discurso, empezó a meterse con aquel muchacho y le dijo que era un comunista, que deshonraba la bandera española. Y mientras se lo Página 187

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decía, le pidió el sable al oficial de guardia que también estaba encima del tablado y sin desenfundarlo, empezó a pegarle golpes por la cabeza. Parecía que se había vuelto loco pegándole. Yo pensaba: - ¡ Vaya cura ! Con la mala leche, le pegó un empujón y lo tiró de arriba a bajo del tablado y dio la orden que lo llevaran al calabozo y que pusieran una guardia continua. Y cuando terminó, se dirigió a nosotros y dijo: - Ya se que aquí hay varios que pensáis lo mismo que ese, pero conforme los vaya descubriendo, os iré poniendo en forma como pienso poner a éste, ya podéis romper filas. El calabozo estaba en el mismo patio y la puerta era de rejas. Desde fuera se podía ver los que estaban dentro. Cuando había algún amigo arrestado, si querías hablar con él, o te pedía que le compraras alguna cosa de la cantina, no decían nada, porque no tenían nadie vigilando. Pero cuando entró aquel pobre muchacho, pusieron dos soldados de guardia, uno a cada lado de la puerta y no dejaban que se arrimara nadie, para que no pudieran hablar con los presos. Aquel día formaron un poco de fiesta y también dieron la comida, bastante buena y también nos dieron un poco de vino en la comida. Cuando terminamos de comer, nos marchamos de paseo por el pueblo toda la tarde. Pero a mí no se me olvidaba aquel muchacho que estaba en el calabozo y pensaba: - A ver que castigo le pondrán ahora. Cuando terminé el paseo, lo primero que hice fue ir al patio para ver si podía verlo. Y me di cuenta que ya no estaban los dos soldados de guardia en el calabozo. Me acerqué a la reja y les pregunté a los que estaban allí dentro: - ¿ Dónde está aquel muchacho? Y me dijeron que se lo habían llevado en un coche y ya no supimos nada más de él. ******************************************************* Voy a explicar otra anécdota que pasó un día, estando yo de guardia en la puerta principal. Habían dos soldados de la quinta del treinta y seis que también les tocaba guardia aquel día conmigo. Uno de ellos estaba de guardia en la puerta. Cuando me di cuenta que se acercaba un señor que pasaba por allí, paseándose y se dirige al soldado que estaba allí de guardia y se le queda mirando y le dice: Página 188

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- ¡ Aquí estas tú ! El soldado aquel no le contestó y se quedó muy nervioso mirándolo. Entonces aquel hombre le dijo: - Te has metido en la jaula tú mismo, ya sabes por lo que te lo digo ¿ verdad? El soldado no le contestaba. Aquel hombre se marchó. Entonces le pregunté al soldado: - ¿ Qué te pasa con ese hombre? Y me dijo: - Es un vecino de mi pueblo y me parece que me he jugado el pellejo, porque durante la guerra, estaba allí en el pueblo y era un fascista que nadie lo queríamos y yo pertenecía a las juventudes libertarias y tomé parte en la liberación de mi pueblo. Al momento llamó al cabo de guardia y le dijo que necesitaba ir al servicio un momento. Entonces lo relevo y me puse yo mientras no venía. Pero pasaba el tiempo y no volvía. Entonces, el cabo, viendo que el soldado no se presentaba, dio parte al oficial de guardia y vinieron al cuerpo de guardia, el cabo y el teniente y me quedé sorprendido cuando vi que el hombre que había estado hablando hacía un momento con el soldado, también venía con el teniente. Seguramente que en aquel momento estaba poniéndole alguna denuncia. Empezaron a buscarlo por todo el cuartel y no lo encontraron. Pero al día siguiente, llegó la noticia al cuartel de que habían encontrado un soldado muerto en la vía del tren, cerca de la cuesta de la Reina y comprobaron que era él. Seguramente que durante la guerra se destacó en el pueblo en algo importante y aquel facha lo sabía y debió pensar: - Ahora me denuncia y no tengo salvación. Y en aquellos momentos de miedo que tendría, debió de pensar: - Lo mejor es tirarme al tren. Y así lo hizo, para que no lo cogieran. Pasaron dos meses y empezaron a dar permisos y recuerdo que el primer permiso que dieron, fue para el soldado aquel que encontró en el río al que se ahogó. Le dieron dos meses y a los demás nos dieron quince días. Cuando me tocó a mí, no marchaba muy contento, porque no sabía lo que podía esperarme en Barcelona, después de tanto tiempo y de haber salido huyendo de la policía, pero pensé: - Ya no se acordarán de mí y siendo militar, no pueden arrestarme. Página 189

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Cuando llegué a Barcelona y salí de la estación, me pareció como si me encontrara en un país extranjero, con tantos militares y falangistas. Por todas partes que pasaba, nada más que se veían boinas rojas. Parecía que Barcelona se había convertido en un campo de tomates, de tantas boinas rojas. Cuando llegué a mi casa, di la sorpresa porque no me esperaban. Estaba mi madre y mi hermana en casa. Empezaron a abrazarme y a llorar, pero a mí me parecía como si entrara en una casa extraña, lo veía todo tan diferente que no me hacía la idea que había vivido allí con mi familia. Yo venía como si en aquel momento fuera un extraño, después de estar durante cuatro años corriendo por esos mundos. ¡Y pensar que todavía me quedaban dos años más de servicio militar! ¡Toda mi juventud estaba perdida! Empecé a hacer preguntas a mi madre y nada más que me contaba penas y miserias. Ella todavía continuaba haciendo las faenas en casa de aquella familia que era la señora Marina y comía cada día de lo que ganaba lavando la ropa y fregando suelos. Yo ya me daba cuenta que no me pasaría los quince días de permiso en mi casa, porque con lo que ganaba mi madre tenía que comer mi hermana, un hijo de mi hermana que tenía dos años y mi madre y todo lo que compraban, tenía que ser de estraperlo. Cuando hacía tres días que estaba en casa de permiso le digo a mi madre: - Mañana me marcho para el cuartel otra vez. Y mi madre me dijo: - ¿ Pero no tenías quince días de permiso? ¿ Cómo es qué te quieres marchar ya? - Mire, yo estoy viendo que con lo que usted gana, no tienen bastante para ustedes tres y yo en el cuartel tengo el rancho seguro y no estoy pasándolo bien de ver la miseria que estamos pasando, y además, no estoy tranquilo, me pienso que en cualquier momento me pueden detener. Ya lo he pensado y me marcho mañana. Mientras seguía hablando con mi madre, me dice: - Aquí tengo una carta que la mandó el Ayuntamiento hace por lo menos dos meses y es para ti. Cogí la carta y la abrí para saber lo que me decían. Cuando empiezo a leerla, no me lo creía lo que estaba leyendo, decía algo así que no lo recuerdo muy bien: " Habiendo correspondido a la incorporación a filas del glorioso ejército español. . . " Pátnna 190

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La carta era más larga, pero no la recuerdo, solo me llamó la atención que al final ponía: " Se le considera adicto al régimen". En aquel momento, si me pinchan con una aguja, no me sacan ni una gota de sangre. Mira si reaccioné y me dio tanta rabia que la cogí con las manos y cuando la tenía para romperla, me retuve y pensé: - No la rompo porque me va a servir para hacerles la puñeta a ellos mismos. Recuerdo que el mismo día que leí la carta, vino a mi casa un primo mío que todavía estaba vivo, que se llama Antonio y cuando vio la carta, se encaró conmigo muy enfadado y me dijo: - Nunca pensé que tú tuvieras estas ideas. Le aclaré lo que pasó y me dijo: - ¿ Cómo podría yo conseguir un volante cómo el tuyo para poder, al menos, circular tranquilo por la calle? Y yo en broma le dije: - Vente conmigo a la mili y te lo darán. Cogí la carta y me la guardé en el bolsillo y pensé: - Ya me servirá para algún caso que se me presente. Yo seguía con la idea de marcharme aquel mismo día por la tarde y mi madre me dijo: - Te prepararé algo de comer para el viaje. Y le dije que no, que en unas horas estaría en el cuartel y allí ya comería. Cuando llegó la hora de marcharme, tenía preparado dos panecillos con una tortilla de alcachofas repartida entre los dos panecillos y me supo muy mal, porque sabía que aquello era la comida de ellos para aquel día. Recuerdo que mi madre me dijo antes de marcharme si tenía dinero para el viaje y me dijo: - Porque si no tienes, iré a la señora Marina, que me adelante un poco de dinero. Entonces le dije que sí llevaba, para que no le pidiera, pero yo no llevaba ni cinco céntimos en el bolsillo, porque pensaba: - El viaje no me cuesta nada, ya me arreglaré hasta que llegué al cuartel. Me marché para la estación. Cuando llego y voy a entrar en el andén, tenía que pagar para entrar y me encuentro que no tenía dinero. Entonces ya me puse nervioso y empecé a Página 191

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protestar. La gente me miraba y se acercó un hombre y me dijo qué es lo qué me pasaba. Entonces le expliqué el caso y se puso la mano en el bolsillo y todavía me recuerdo que me dio dos monedas de dos reales cada una. Le di las gracias. Entonces saqué el billete del andén y me subí al tren.

Después de muchas horas de tren, llegamos a Madrid. Serían las once de la noche, y pensé: - A estas horas estará todo cerrado y por la calle no habrá nadie, me quedaré aquí en el vagón y al menos no pasaré frío. Y mañana, cuando sea de día ya me marcharé para el cuartel. Pero cuando estaba casi durmiéndome, pasan unos hombres limpiando los vagones y me dicen que aquí no podía quedarme, que estaba prohibido. Les expliqué mi caso y me dijeron que no, que tenía que salir de la estación. Entonces salí de la estación y no se veía un alma por la calle, pero vi la entrada del metro y pensé: - Estoy salvado para pasar la noche. Cuando empiezo a bajar las primeras escaleras me doy cuenta que las puertas estaban cerradas, y que al final de las escaleras habían cuatro o cinco muchachos que tenían un fuego encendido y estaban pasando allí la noche. Tenían cara de maleantes. Cuando me vinieron a mí, me dijo uno de ellos sin levantarse del escalón que estaba sentado: - Oye militar, ¿ buscas habitación? Y yo le contesté que no, porque no tenía dinero. Entonces él me dijo: - Alguna peseta llevarás. - El único dinero que tengo es una moneda de dos reales. Y él me dijo: - ¿ Y comida llevas? - Mira, llevo dos panecillos con tortilla. - Ya es bastante. Se levantó y me dijo: -Vente conmigo.

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A todo esto ya serían la una de la noche. Me llevó a una casa que había cerca de allí y bajamos al sótano. Habían seis o siete personas durmiendo y me señala un catre con un colchón muy viejo y me dice: - Ya puedes dormir allí. Le di los dos reales y los dos bocadillos y se marchó. Pero yo no dormí porque pensaba: - Si me quedo durmiendo, algún fulano de estos me va a quitar el macuto. Me pasé toda la noche escuchando ronquidos y mirando una ventana pequeña que tenía arras del techo, que daba a la calle, esperando que se hiciera de día para salir de aquel sótano. Cuando vi que ya amanecía, subí para arriba y salí a la calle y ya se notaba mucho movimiento. Me fui a la esquina de la calle Atocha y esperé que pasara algún camión que fuera por la carretera de Aranjuez. Paré varios camiones y ninguno iba para allí. Cuando llevaba más de dos horas esperando, pasó un camión que venía de Valencia y lo paré. Le pregunté si pasaba por Aranjuez y me dijo que si. Entonces pensé: - Menos mal que he encontrado uno que va hacia allí. Le dije si podía llevarme y me dijo: - Si, pero tardaremos bastante rato en llegar, porque estoy haciendo el reparto y tengo que pararme en algunos pueblos a descargar material. - Me es igual a la hora que llegué, porque estoy de permiso. Al primer pueblo que paró para descargar, yo también me bajé del camión, y me subí por la parte de atrás. Le iba dando el material que él me señalaba con la mano. Todo lo que llevaba en el camión eran azulejos de varios colores y dibujos que servían para adornar las paredes. Paramos en algunos pueblos, en los que tenía que desviarse de la carretera general. Cuando terminó el último pueblo, que ya íbamos para Aranjuez, pasamos cerca del cerro de los Ángeles y en un merendero que había en la misma carretera, paró el camión y me dijo: - Bájate que vamos a refrescarnos un poco. Y nos sentamos en una de las mesas que tenían en la puerta y me dice el chófer: - ¿ Qué quieres tomar? Le dije que no quería tomar nada y él me contestó: - Tómate algo que te lo has ganado descargando. Página 193

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Le dije: - Bueno, tomaré lo que tome usted. Recuerdo que pidió un plato de caracoles que picaban que no se podían comer. Nos pusieron un poco de pan y medio litro de vino. Cuando terminamos de comer, me dice: - Ahora ya te llevo al cuartel y yo sigo repartiendo mientras me quede material. Entonces le dije: - Si quiere me marcho con usted y le ayudo, porque estoy con permiso y me es lo mismo estar en el cuartel que estar ayudándole a usted. - Ya me gustaría, pero cuando termine el reparto tengo que regresar por otra ruta para aprovechar el viaje y cargar material de nuevo. Cuando llegamos a Aranjuez, se paró en la gasolinera para repostar de gasolina y le señalé con la mano donde teníamos el cuartel. Le di las gracias por haberme traído y me contestó: - Ya me gustaría encontrarme cada vez que salgo de reparto alguien que me ayudara como lo has hecho tú. Yo soy el que tengo que darte las gracias a ti, por tu trabajo. Nos dimos la mano y le dije: - Hasta otra, si nos encontramos, adiós. ****************************************************** Yo seguí para el cuartel. Cuando llegué, me presenté al sargento Campano para decirle que ya estaba en el cuartel. Le entregué el permiso que me habían hecho para marcharme, y cuando me di la vuelta para subir a la compañía, me llamó el sargento y fui donde estaba él y me dijo: - ¿ Cómo es que estas aquí si este permiso no está cumplido? - Porque en mi casa no tenemos nada para comer y en Barcelona la gente se muere de hambre. Y yo pensaba en mi interior: - ¡Por culpa vuestra hay miseria! El sargento me dijo: - Eres el primer soldado que veo que viene sin terminar un permiso. Me quedé callado y me dijo: - Ya te puedes marchar. Página 194

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Cuando subí a la compañía y me vieron mis amigos, me preguntaban: - ¿ Cómo es que estas aquí tan pronto? Entonces como ya tenía pensado lo que les diría cuando me preguntaran, les contesté: - El motivo ha sido que cuando llegué a mi casa, me encontré con la puerta cerrada y la vecina de al lado, cuando me vio se puso muy contenta y me dijo: "Tu madre y tu hermana se han marchado a Santander unos días, a casa de la suegra de tu hermana". Entonces les dije: - Y no me iba a estar solo en casa. Se lo creyeron. Ya se que les conté una mentira, pero no tenía porque explicarles las cosas de mi casa. Y de esta manera que se lo expliqué, me dieron la razón y me quedé tranquilo y ellos engañados. La mayoría de días no salía de paseo, porque nunca tenía dinero y si salías con algún amigo, siempre acostumbraban a entrar en algún bar a merendar. Y yo, cuando veía que se preparaban para la merienda, me marchaba sin que lo notaran, porque no podía cumplir como ellos, que la mayoría, cada mes recibían giros con dinero. Una de las tardes que salí, iba solo paseando y me tropecé con los cuatro amigos con los que siempre paseaba, que también eran catalanes, que se llamaban, uno Flamarich, éste era el cabo de mi compañía, otro Bosch, éste estaba de oficinista, otro se llamaba Llauradó, éste no tenía ningún enchufe pero manejaba más dinero que ninguno. Sus padres tenían negocios en Olot y quedaba el otro que se llamaba Anguera, éste sus padres tenían un horno de pan en Tarragona. Los cuatro manejaban mucho dinero, la mayoría de días salían a la hora del rancho y en un bar que había delante del cuartel, comían lo que les venía de gusto. Casi nunca probaban el rancho, por eso yo no quería salir nunca con ellos, porque yo era el pobre del grupo y estaba cortado. Mientras paseábamos por la calle, no me importaba ir con ellos, pero cuando decían de entrar en algún bar a tomar alguna cosa, me daban hasta males de barriga. Ya me ponía nervioso y miraba como podría separarme de ellos. Aquel día también dijeron de entrar al bar que acostumbraban a ir muchas veces, pero era muy tarde, casi la hora del rancho. Entonces aproveché la ocasión para decirles Página 195

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que me marchaba, que era muy tarde y me quedaría sin cenar. Entonces, el Anguera me cogió por el brazo y me dijo: - Hoy no te vas a marchar, entra con nosotros. Y yo empecé a hacer fuerza para que no me sujetara, pero entre los cuatro me entraron para dentro. Ya no quise resistirme más y me senté con ellos. Nos sentamos en una mesa de las que habían de mármol, alargadas. Yo me senté en una punta de la mesa y ellos, dos a cada lado de la misma. Cuando viene el dueño para preguntar lo que íbamos a comer, les dice: - ¡ Hombre, hoy traéis un invitado ! Nada más me faltó que dijera aquella palabra el dueño del bar, para ponerme más nervioso. Nos pregunta: - ¿ Qué vais a comer? Le contesto el Anguera: - Lo mismo que anoche, judías secas. Nos trae las judías en un plato para cada uno y empezamos a comerlas. Y estaban riquísimas, tenían un poco de caldo y pedacitos de chorizo. El caldo estaba muy colorado y picaban una barbaridad, pero con vino pasaban muy bien. Terminamos el plato y piden otra ración para cada uno y más vino. Yo ya me empecé a entonar, me puse un poco alegre y ellos también. Empezamos a tatarear una canción y seguimos cantando. Como siempre, todas las canciones que cantan los de Bilbao. Mientras cantábamos, no parábamos de beber vino. Pillamos una torta que la faena fue nuestra para llegar al cuartel. Tuvimos suerte que no encontramos a los que van de vigilancia por la calle, porque si nos llegan a ver, aquella noche hubiéramos dormido en el calabozo. Al día siguiente, cuando me desperté, me di cuenta que estaba vestido. Nada más me faltaban las botas, que las tenía en la puerta de la entrada de la compañía, ó sea, que me acosté vestido. Menuda torta pillamos. Pero lo pasamos muy bien. Desde aquella noche, me invitaron muchas veces, porque me decían que yo les animaba a pasarlo bien. Y a ellos no les faltaba dinero para pagar. Pasamos muy buenos ratos los cinco.

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Una mañana, cuando tocaron diana, me desperté y miré por la ventana y estaba todo blanco de nieve. Había estado nevando toda la noche y seguía nevando todo el día. En las calles no se podía transitar de tanta nieve que caía. Al día siguiente nos formaron en la compañía y nos dijeron que nos preparamos, que teníamos que salir con los camiones para hacer un servicio. Aquella misma mañana nos dieron rancho en frío y salimos para el aparcamiento. Cuando llegamos, todo estaba cubierto de nieve, los camiones parecían montañas cubiertas de nieve. Empezamos a quitar la nieve de los camiones como pudimos y a ponerlos en marcha. Algunos se ponían en marcha y otros no podíamos, porque los motores estaban helados. Los camiones que logramos poner en marcha, los aparcábamos en la carretera. Cuando conseguimos tener unos cien camiones en marcha, todos alineados, entonces pasó la cuba de la gasolina llenando los depósitos de la misma. Nos formaron de nuevo y nos dieron las órdenes de lo que teníamos que hacer. Aquella mañana hacía un frío que no se podía resistir, pero yo estaba sudando de hacer tantos esfuerzos para ayudar a sacar los camiones de aquella mole de nieve, que había en todo el aparcamiento. En aquel momento nos dieron la orden de subir a los camiones y seguía nevando. Subimos cada uno a su camión. Entonces pasó el teniente con su coche dándonos la orden de marcha. Empezamos a salir por la carretera, en dirección a Madrid. Aquello parecía la procesión de Sevilla, de lentos que íbamos. Estuvimos mucho rato que teníamos que parar y volver a arrancar y ya hubo un momento que salimos con bastante marcha. Cuando llegamos a Madrid, tomamos la carretera que nos conducía a Segòvia. Por allí se iba un poco mejor, pero cuando llegamos a Alto de los Leones, había una cantidad enorme de nieve, se hacía imposible poder circular. Y menos mal que yo iba entre medio del convoy y los llevaba por delante de mí. Me hacían paso con sus ruedas. Cuando llegamos a Segòvia, atravesamos por debajo del acueducto y a las afueras, muy cerca de allí, nos paramos en la carretera. Y había unas naves muy grandes que estaban llenas de paja. Entonces empezaron a cargarnos los camiones de paja. Y mientras nos cargaban, recuerdo que estábamos parados y vino un cura, que seguramente sería algún obispo, porque llevaba un casquete en la cabeza y un fajín todo de color de rosa y dos monaguillos. Y empezaron a pasar por delante de cada camión. Se Página 197

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paraban y hacían la misma operación que hacen en los entierros, bendecirlos. Cuando nos iban cargando, teníamos que marcharnos por el centro de Segòvia y salimos a las afueras, esperando que estuvieran todos cargados. Cuando terminaron de cargar, salimos otra vez para Madrid. Pero el regreso, todavía fue peor, porque nos cargaron los camiones que sobresalía la carga de paja un metro de la caja del camión. Te veías negro para poder dominarlo. Cuando cogías una curva, parecía que te se volcaba. Y todavía seguía nevando. Recuerdo que durante el viaje me encontré, por lo menos, cuatro camiones volcados por la carretera. Cuando llegamos a Madrid, nos dirigimos a la estación del tren y empezaron a descargarnos la paja y a cargarlos en los vagones del tren. Conforme nos iban descargando, nos mandaban, de veinte en veinte, con un cabo para el cuartel, ó sea, otra vez para Aranjuez. Cuando llegamos al aparcamiento, veo otra fila de camiones preparados para salir en la carretera. Entramos en el aparcamiento y dejamos el camión. Y ya serian, por lo menos, las doce de la noche cuando llegamos y nos dicen: - Derechos para el cuartel, que os darán la cena y enseguida que cenéis, a dormir, que mañana tenéis que madrugar para repetir el viaje otra vez al mismo lugar. Aquella noche, cuando estaba en la cama, tenía una mala leche de pensar el día que pasamos, tan malo, con el peligro de volcar y matarte y tener que repetirlo. Al día siguiente, a las siete, tocan diana y como que nada más habíamos unos ciento treinta chófers en el batallón, tuvimos que repetir los mismos el viaje. Nos dieron el rancho en frío y otra vez para el aparcamiento. Menos mal que ya no nevaba, pero nada más habíamos dormido unas cinco horas y estábamos bastante agotados del dia anterior. Como que ya estaban los camiones preparados en la carretera, nos mandaron subir y otra vez camino de Segòvia. Esta vez la carretera estaba un poco mejor, pero el Alto de los Leones seguía lo mismo. Aquel lugar ya era peligroso sin nieve, pues teniendo nieve era más peligroso. Cuando llegamos a Segòvia nos dirigimos al mismo lugar que cargamos ayer, pero esta vez nos cargaron los camiones con alfalfa seca y hacíamos lo mismo del día anterior: Cuando estábamos cargados, pasábamos por el centro de Segòvia y aparcábamos a las afueras. Páinna 198

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Yo aprovechaba, mientras estábamos parados, para comer. Cada uno comía cuando quería, porque no hacíamos ningún alto en el camino para comer. Cuando cargamos todos, dieron el aviso para marchar de regreso y otra vez nos cargaron el camión, que la carga sobresalía del mismo. Y era lo más peligroso para que volcara el camión por la carretera. Pasamos las mismas penas que el día anterior, menos mal que aquel día dejó de nevar. Cuando llegamos a la estación del tren, conforme nos iban descargando, nos marchábamos hacia Aranjuez. Cuando llegamos del viaje, para aparcar el camión en el lugar que me pertenecía, nos encontramos que había un grupo de soldados que revisaban todos los camiones para comprobar que no les faltara la rueda de repuesto, ni la caja de herramientas del camión, porque alguien dio el aviso de que en el trayecto de Madrid a Aranjuez, alguno había vendido la rueda de recambio y las herramientas del camión. Cuando yo ya estaba aparcado y me dirigía para salir del aparcamiento, en un lado de la puerta vi que habían cinco camiones retenidos y pregunté porque estaban allí parados con los conductores . Entonces me dijeron por lo que era: estos cinco muchachos vivían en Madrid y la intención de ellos era, si no los hubieran descubierto que cuando les tocara guardia en el aparcamiento, hubieran aprovechado para quitar las ruedas de recambio y las cajas de herramientas de otros camiones y colocárselas ellos en los suyos. Y de esta manera, cuando se hubiera hecho una revisión y se echaran a faltar dicho material, se la hubiera cargado alguno de nosotros. Menos mal que el chivatazo de aquella noche funcionó bien, porque si nos descubre en aquel momento, hubiéramos pagado todos y en la mili no están por hostias. Ya una vez que desapareció un reloj de nuestro sargento, dijo que se lo habían quitado de encima en el lavabo. Nos formó a toda la compañía y dijo que si salía el que lo tenía, que no pasaría nada: - Pero si no sale, lo pagaréis todos, os doy de tiempo hasta la noche. Nosotros procuramos de enterarnos quien podía tener el reloj, pero no se supo. Y cuando llegó la noche y formamos para pasar lista, volvió a preguntar el sargento si apareció el reloj y nadie contestó. Pasó lista y se marchó. Tocaron silencio y nosotros pensamos: - ¡ Menos mal que no ha pasado nada ! Página 199

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Pero cuando hacía una media hora que estábamos acostados, entró el sargento en la compañía y nos mandó levantarnos de la cama a todos, nos hizo formar en calzoncillos. Y nos dijo: - Seguirme. Nos bajó al patio y nos dijo: - Mientras no aparezca el reloj vais a estar corriendo sin parar ni un minuto. Empezamos a correr alrededor de un pino muy alto y muy recio que había en medio del patio. Aquella noche hacía bastante frío y mientras no empezamos a correr, no parábamos de tiritar de frío. Cuando llevábamos más de dos horas corriendo ya se cayó uno al suelo, porque no podía aguantar más. Nosotros, cuando vimos que caía al suelo, fuimos a socorrerlo y el sargento dijo: - ¡ Dejarlo y seguir corriendo ! Nosotros seguimos corriendo y él se quedó tendido en el suelo y cuando pasábamos cerca de él le teníamos que saltar por encima o esquivarle. Serían las dos de la noche y por lo menos habían catorce o quince tendidos en el suelo, los que todavía aguantábamos, ya no corríamos íbamos casi caminando. Y cada vez aumentaban los que se caían al suelo. Yo pensaba: - Si esto dura más, yo me tiro al suelo también. Porque aquello no se podía aguantar más. Serían las tres de la mañana, cuando el cabrito del sargento nos dice que podíamos marcharnos a dormir. Ayudamos a levantar algunos del suelo que les costaba caminar. Y cuando llegamos a la compañía, nos tiramos encima de la cama y nos quedamos durmiendo. Al día siguiente, cuando tocaron diana, de nuestra compañía casi nadie no podía levantase, del dolor que teníamos en las piernas. Te ponías de pie y tenías que sentarte, porque te caías al suelo. Viendo que la gente no se levantaba, entró el sargento en la compañía y empezó a dar gritos para que nos levantáramos. Y cuando se dio cuenta de lo que pasaba, mandó llamar a los enfermeros para que nos dieran una mirada. Vinieron dos enfermeros y nos estuvieron tocando por las piernas y comprobaron que no mentíamos. Entonces nos dijeron que aquel día no saliéramos de la compañía, que reposáramos. Pero a media mañana vino el capitán médico, que se cuidaba de la Páiiina 200

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enfermería del cuartel y subió a la compañía. Entró y estuvo comprobando lo que nos pasaba y se marchó sin decir nada, ni hacer una pregunta. Aquel día nos subieron el rancho y lo repartieron en la compañía. Y al sargento no le pasó nada, pero se le veía que estaba muy preocupado. Este relato lo escribo para que os hagáis una idea de lo que nos pasó, porque desapareció un reloj, si no se descubre el robo de las ruedas y las cajas de herramientas, en aquel momento lo hubiéramos pagado todos y yo creo que hubieran sido capaz hasta de mandarnos a un batallón de trabajadores.

Siguiendo con los

viajes de Segòvia, cuando cumplimos con estos

viajes y

después de dejar los camiones aparcados en su lugar, nos marchamos para el cuartel. Cenamos y fuimos a la cama. Al día siguiente, cuando nos levantamos, estaba muy nublado y nos dejaron en el cuartel, sin hacer ninguna clase de servicios. Por la tarde quería salir un rato de paseo y empezó a caer otra vez nieve. Ya no salí. Me subí a la compañía, me eché encima de la cama y me quedé dormido toda la tarde. Cuando me asomé a la ventana, comprobé que la calle estaba llena de nieve otra vez. Por la noche, cuando pasaron lista, nos dice el sargento: - Prepararse, que mañana tenemos otra vez viaje. En aquel momento ya empezaba a ponerme de mal humor, porque sabía que tenía que volver a pasarlo mal por la nieve. Aquella noche estuvo nevando, no caía mucha cantidad, pero no paró de caer. Por la mañana, cuando tocaron diana, nos levantamos y después de tomar el café, tocan a formar y nos dan el mismo rancho: una lata de carne en conserva y dos chuscos. Y nos dicen que cogiéramos una manta y el macuto. Subimos a la compañía y cogimos las dos cosas que nos dijeron. Inmediatamente tocan a formar de nuevo y salimos hacia el aparcamiento. En aquel momento no nevaba, pero las calles tenían más de un palmo de nieve. Cuando llegamos, ya teníamos los camiones colocados en la carretera con los motores en marcha. Y antes de subir a los camiones, nos dicen: - Procurar no separarse uno del otro, porque hoy cogeremos otra ruta y podríais perderos y desviar el convoy. Página 201

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Después de darnos todas las explicaciones, nos mandan subir a la cabina y al mismo tiempo ya salíamos en marcha. La carretera estaba muy mal, la nieve estaba helada y patinaban mucho las ruedas de los camiones, como te descuidaras un poco te ibas de lado y te salías de la carretera. Delante de todos siempre iba un oficial con un coche pequeñito. Él siempre llevaba cadenas en las ruedas y podía circular bastante bien. Él era el guía del convoy y teníamos que seguirlo. Nosotros no llevábamos cadenas y lo pasábamos muy mal. Cuando llegamos a Madrid, pasamos por delante de la estación de Atocha y seguimos hacia la plaza de Toros de las Ventas. Por las calles no se veía circular casi nadie, pues todo estaba completamente lleno de nieve. Recuerdo que delante mismo de la plaza de toros, cuando yo pasaba, al mismo tiempo, se adelanta una señora para cruzar la calle y tuve que frenar para no pillarla. Entonces el camión empezó a dar toda la vuelta sobre las ruedas y se quedó otra vez de cara al mismo sitio, ó sea, que me dio la vuelta en redondo. Cuando paró, seguí por la carretera y cuando salíamos a las afueras de Madrid, ya me di cuenta que íbamos para Soria. Mientras más nos alejábamos de Madrid, más frío hacía. Y empezaba a caer otra vez nieve, y hacía tanto frío, que la nieve que caía encima del cristal de delante se quedaba helada. Y el limpiaparabrisas pasaba de un lado para el otro y no limpiaba nada. Entonces yo paraba el camión, me salía fuera y me subía encima del motor. Sacaba la pi. . . Y me meaba encima del cristal. Y al mismo tiempo lo rascaba con las uñas. De esta manera lograba quitar un poco, para poder ver. Pero al momento volvía a estar otra vez tapado. Y yo no tenía más ganas de mear. Y fui a la caja de herramientas, cogí un destornillador y empecé a rascar el cristal. Todos los camiones que venían detrás de mí también tenían que hacer la misma operación, lo malo era que te quedabas tieso de frío rascando el cristal a cada momento. Una de las veces que íbamos en marcha, recuerdo que entré en una curva y a la salida, estaba uno parado. Menos mal que no corría mucho y quité el pie de gas y el camión fue perdiendo marcha y llegué justo. Me faltó como un palmo y medio para pegarle al otro camión. Pero como que se quedó parado en la misma curva, hacía un poco de pendiente hacia mi derecha. Entonces el camión empezó a patinarle las ruedas y se fue deslizando de costado. Mientras, yo me mantenía agarrado al volante sin respirar y el cuerpo encogido mirando, porque al final había un barranco muy alto. Pero al llegar al Página 202

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lateral de la carretera, se paró el camión. Menos mal, porque me parece que aquel día hasta me meé encima del susto. Y cuando ya me vi salvado, rasqué el cristal de nuevo y seguí mi camino. Pero por la carretera me encontré varios camiones volcados. Aquel servicio que nosotros estábamos cumpliendo aquellos días, no creo que fueran necesarios, si no es en el caso de una guerra o de una fuerza mayor . Pero si que existía esa fuerza mayor, porque de nosotros dependía que al día siguiente no faltara la ración del pan en Madrid, porque los trenes, que era el único medio que tenían para traer la harina, no podían circular debido a las grandes nevadas que estaban cayendo aquellos días. Por ese motivo tenían que movilizar al ejército y costara lo que costara, no podía faltar el pan en la capital. Yo y otros pudimos llegar al punto de carga, que fue en la provincia de Soria, en el pueblo de Burgo de Osma, en una harinera que estaba tocando en las orillas del río Avión. Allí nos cargaron veinticinco sacos de harina en el camión y nos íbamos marchando de diez en diez de regreso para Madrid. Recuerdo que serían las cuatro de la tarde y ya hacía un rato que dejó de nevar, incluso salió un momento el sol. La carretera estaba en mejores condiciones, porque nosotros mismos cuando pasamos por arriba con el pasó de los camiones, marcamos la carretera y tenías una guía. Empezó a oscurecer y nosotros encendimos los faros sin parar. Seguimos a una velocidad de unos veinticinco kilómetros, bastante separados unos de los otros por si tenías que frenar, que no te pegaras el golpe con el de delante tuyo. De noche, con los faros encendidos, podías divisar mejor la carretera y despacio ibas tirando como podías. Durante la noche nos cruzamos con uno de los camiones que estaba volcado en la cuneta y tenían los sacos de harina tirados por la nieve. Cuando llegué enfrente del mismo, me hicieron el alto y me dijeron que tenían que cargarme un saco de aquellos, porque estaban repartiendo la carga entre todo el convoy . Cuando me cargaron, emprendí la marcha. De nuevo pasé toda la noche conduciendo. Cuando llegamos cerca de Madrid empezaba a hacerse de día. En llegar a la capital, nos indicaron donde teníamos que aparcar. Era junto unas naves que habían muy grandes. Cuando aparcamos todavía no era la hora de empezar a trabajar. Entonces me lié en la manta y dormí más de una hora metido en la cabina del camión. Página 203

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En llegar los trabajadores para descargar, me despertaron para que arrimara el camión al andén. Me descargaron y me dijeron que ya podía marcharme hacia el cuartel. La carretera estaba bastante limpia de nieve y se podía correr bien. A las diez de la mañana ya estaba en el aparcamiento. Dejé el camión aparcado, cogí la manta y el macuto y me marché hacia el cuartel. Fui derecho a la compañía y me acosté en la cama. Me quedé dormido en seguida, tuvieron que despertarme. A la hora de la comida me levanté y cogí el rancho. Y mientras me lo comía, hablando con mi amigo Flamarich, éste dice: - ¿ Verdad que tú eres hijo de viuda? Y yo le dije que si. Y me dijo: - El diario que he leído esta mañana lleva un decreto que los hijos de las viudas, se libraran del servicio militar. Yo no me lo creía. Pensaba que me tomaba el pelo. Pero cuando terminamos de comer, me dice: - Vente conmigo. Subimos a la compañía y saca el diario y me señala con el dedo y me dice: - Lee aquí. Cuando comprobé que era verdad lo que me dijo, me dio mucha alegría y al mismo tiempo tristeza, porque pensé: - Si yo también puedo aprovecharme de este decreto y me licencio y me marcho para casa, ya se lo que me espera, porque aquí, por lo menos, no me falta la comida, aunque no vale nada, pero algo es algo y te llena el estómago. Aquel decreto no se me iba del pensamiento. Aquella tarde volví ha acostarme otra vez. Y como estaba muy nublado y hacía mucho frío, me encontraba muy bien en la cama. Me levanté una hora antes de que nos dieran la cena. Me bajé con el plato y me acerqué a la cocina. Y mientras no nos daban el rancho, me estuve calentando al lado del fuego. Al rato dieron el rancho. Cuando terminé de cenar, subí hacía la compañía y estuve comentando con los amigos los malos ratos que pasamos con el último viaje. Cada uno contaba su aventura.

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En aquel momento nos llaman a formar para pasar lista. Nosotros ya esperábamos que nos dijeran otra vez que nos preparáramos para salir de viaje, pero no fue así. Pasaron lista, rompimos filas y no dijeron nada. Mientras nos quitábamos la ropa para acostarnos, empezamos ha hacer un poco de broma. Entre todos nos tirábamos las almohadas y las botas, pero yo tuve la desgracia que le tiré una bota a uno, que se marcho corriendo para que no le diera y salió por la puerta de la compañía. Y al mismo tiempo entraba el sargento y le di con la bota en la cara. Me quedé firme y él me miró con cara de mala leche. La compañía se quedó en silencio. Entonces llamó al cabo y le dijo que porque consentía aquel jaleo. El cabo no contestó y el sargento le dice: - Mañana preséntese a mí y a Monserrate póngale toda la semana la imaginaria de las dos a las cuatro y que empiece hoy mismo. Dio la vuelta y se marchó. Entonces el cabo nos dijo: - La culpa es mía, por ser demasiado bueno, pero de ahora en adelante vais a saber quien soy yo. Llamó a los imaginarias y les dijo: - El que tenga la imaginaria de doce a dos, que llame a Monserrate y a continuación seguís el turno. Nos acostamos a dormir y a las dos me despiertan para empezar mis dos horas de imaginaria. Me levanto y empiezo a pasearme de un lado al otro de la compañía para no dormirme. Pero serían las tres y aparece el sargento por la puerta de la compañía. Me voy derecho a él y le digo: - Sin novedad en la compañía. No me dijo nada y se marchó. Pero él vino para ver si me pillaba durmiendo. Y entonces me hubiera podido mandar al calabozo. Cuando terminé mi imaginaria, desperté al siguiente y me acosté de nuevo otra vez. Al día siguiente, cuando nos levantamos, seguía estando muy nublado. Parecía que tenía que llover. Tomamos el café y cuando terminamos nos llaman a formar y el cabo nos dice: - Prepararse que tenemos que hacer zafarrancho. Página 205

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Esto era una venganza por lo que pasó la noche anterior, porque el cabo dijo que era orden del sargento. Empezamos a levantar las camas, quitamos la manta y las sábanas y apartamos todas las camas a un lado y barrimos toda la compañía. Preparamos los cubos con agua y zotal y empezamos a echarles a las camas. Pero cuando serían las doce del día sube el cabo y nos dice: - Dejar de limpiar y colocar las camas cada una en su sitio, pero rápido que tenemos que formar. Terminamos enseguida de colocarlas. Nos forman y nos dicen: - Tenemos que salir otra vez de viaje, pero esta vez llevaréis un ayudante cada uno. Pero los ayudantes eran de los que estaban aprendiendo a conducir, que cada día hacían prácticas con un camión. Nos dieron el rancho doble, porque teníamos que cenar. Cuando salimos para el aparcamiento, se acerca a mí aquel que cogió la caja de anchoas en Santoña y me dice: - ¿ Quieres que yo vaya contigo de ayudante? Le dije: - Bueno Se lo dijo al cabo y éste también le dijo que estaba de acuerdo. Ya teníamos los camiones preparados en la carretera y nos dicen: - El viaje será al mismo lugar que este último. Nos ponemos cada uno firmes delante de la puerta del camión y cuando dan la señal con el pito, subimos cada uno por su puerta y nos sentamos en el mismo. Entonces pasó el teniente con su coche, dando la señal de la salida. Aquel día me gustó un poco más el viaje, porque la carretera estaba más limpia, la nieve estaba a los lados de la misma. Cuando llegamos a Madrid, empezó a llover un poco, pero no molestaba, al contrario, porque el agua derretía la nieve y limpiaba la carretera. Aquel día lo pasaba mejor porque llevaba compañía y tenía con quien hablar. Y el camino se me hacía más corto. Pero cuando empezamos a entrar en la provincia de Soria, estaba cayendo una nevada de miedo. La carretera estaba peor que la otra vez y el frío fuera del camión no se Página 206

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podía aguantar. El ayudante no abría la boca ni para respirar, llevaba los ojos muy abiertos y no dejaba de mirar a la carretera. Y cuando venía algún barranco a su lado, se venía hacía mí. Yo tenía que decirle: - j Hazte para allá cono, que estas encima mío y no me dejas trabajar bien ! Empezó otra vez la nieve a helarse en el cristal y me impedía ver la carretera. Entonces le di el destornillador al ayudante y le dije que se meara y que al mismo tiempo rascara en cristal. Y me hizo gracia porque me dijo: - Si salgo fuera, con el frío que hace y me saco la pi. . . se me queda tiesa para el resto de mi vida. Y le dije: - No tengas miedo que no pasa nada. Lo convencí y salió y lo limpio un poco. Volvimos a ponernos en marcha y me dice: - Yo no sabía este truco para quitar la nieve. Al rato me tocó salir a mí y hacer la misma operación para quitar el hielo del cristal Y entre mea y mea, empezaba a hacerse un poco oscuro y enciendo los faros para probar como iban y no se encienden. Entonces comencé a caminar muy despacio, tan despacio que se acerca el teniente con el coche y me dice: - ¿ Qué te pasa que llevas al convoy casi parado? Le dije que no tenía la luz de los faros. Entonces el teniente me dice: - Te pondré un camión delante y con el de atrás te servirán de guía. El ayudante que suba en la caja del camión de delante y que le haga señales picándole encima de la cabina por si tienen que parar. Lo hicimos así, pero el camión de delante salió pitando y el de atrás, como la caja de mi camión me tapaba no veía la luz y tampoco la carretera. Cuando llegué a una explanada que había muy grande y todo era de nieve, no distinguía bien la carretera y cuando quise darme cuenta, venía una curva y yo seguí recto y me empotre en la nieve. Incluso se me caló el motor, que lo puse rápidamente en marcha antes de que se congelara el agua del motor. Cuando me quedé allí empotrado en la nieve, el que venía detrás de mí, cuando vio lo que me pasaba, me dijo: Página 207

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- Yo sigo adelante, porque llevo todo el convoy detrás de mí y nos hemos retrasado mucho. Pasaron todos y también vino el teniente con su coche. Me preguntó qué es lo que me había pasado. Le di la explicación y me dijo: - Si logras sacarlo de aquí, en el primer pueblo que encuentres, te paras y cuando se haga de día, tú te vienes que ya sabes donde cargamos. Y le dije al teniente: - ¿ El camión taller no lleva lámparas de repuesto? Y contestó que no venía con nosotros, que nada más venía la grúa y tres mecánicos. Pero tenían trabajo más atrás por la carretera. Cuando me quedé solo, empecé a mover el camión, a ver si podía sacarlo. Pero le patinaban las ruedas y no se movía. Y a unos dos cientos metros de donde estaba, detrás mío, veía una luz cerca de la carretera. Empecé a caminar por la carretera para no tener que pisar mucha nieve, siguiendo el rastro que dejaban los camiones. Cuando llego a donde estaba la luz, era una casa de peón caminero. Piqué en la puerta y salió un hombre que me preguntó: - ¿ Qué haces tú por aquí militar? Le dije lo que me había pasado y me dijo: - Pasa y caliéntate un poco. Y le contesté: - Me calentaré, pero me marcho enseguida, el motivo por el que he venido aquí ha sido para ver si tenía una pala para dejármela. - Una pala, mira sal fuera y allí en eses cuartillo, mira a ver si encuentras alguna. Entré dentro del cuarto y había entre palas, picos y capazos para llenar medio camión. Cogí una pala y cuando me marchaba, en la puerta tenía un montón de aliagas secas. Le dije si podía coger unas cuantas y me dijo que si. Me quité el capote, lo puse encima de la nieve y le cargué todas las cosas que pude. Puse la pala encima y cogí de un puñado el capote. Y me marché donde tenía el camión. Cuando llegué, tenía los pies que no me los notaba de fríos. Pensé encender un fuego con las aliagas, pero no me entretuve, cogí la pala y empecé a quitar la nieve y dejar las ruedas libres. Volví otra vez a quererlo sacar pero seguían patinando las ruedas. Entonces cogí la manta que llevaba y el capote y lo puse en el suelo, tocando las ruedas Pásrina 208

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de atrás. Me subí en el camión y probé otra vez de sacarlo. Cuando las ruedas hicieron contacto con la manta y el capote, se salió un poco, pero las ruedas al dar las vueltas, despedían la manta y el capote y volvían a patinar. Cogí la pala de nuevo y le quité más nieve. Volví a poner el capote y la manta. Cogí las aliagas que me traje y las repartí a continuación de la manta y del capote. Me subí otra vez a la cabina y tiré para atrás. Conseguí sacarlo más de medio metro. Me volví a bajar, limpié otra vez de nieve y recogí el capote y la manta y lo puse otra vez en el suelo. Las aliagas ya no pude ponerlas, porque se destrozaron y no pude aprovecharlas. Yo ya no sentía el frío, pero los pies ya no me los notaba. Cuando lo tuve todo preparado, volví a subir a la cabina, tiré marcha atrás y pisando el acelerador hasta el fondo. Entonces si que conseguí sacarlo hasta la carretera. Recogí lo que quedó del capote y la manta y me quedé mirando a lo lejos, que bastante retirado de allí se veía unas luces y pensaba: - Si pudiera llegar hasta allí, pasaría el resto de la noche acompañado. Me pongo a caminar unos treinta metros y miro como estaba la carretera. Me vuelvo al camión y me subo arriba y muy despacio sigo para delante. Cuando había caminado aproximadamente la distancia que yo había comprobado, paraba, me bajaba otra vez y volvía a caminar unos cuantos metros y me subía otra vez y los adelantaba. Cuando llevaba más de tres cuartos de hora haciendo esta operación, veo unas luces que se acercan a mí y cuando para, era un camión de los nuestros. Entonces me pregunta: - ¿ Qué te ha pasado? Le dije que no tenía luz en los faros y lo que me había pasado y él me dice: - Pues a mí acaban de sacarme con la grúa que también me he ido a la cuneta. ¿Ahora como hacemos para que pase? - No te queda otro remedio que ponerte detrás de mí y hacerme luz, hasta aquellas luces que se ven allí a lo lejos. Entonces me contesta: - Esto esta hecho enseguida, súbete a tu camión y cuando estés preparado, arranca, que yo te sigo.

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Cuando me subí, me costaba mucho de ver la carretera, porque la paja de mi camión no dejaba que la luz se alargara. Y yo caminaba muy despacio. Él tocó el claxon y yo me paré. Y vino y me dijo: - Oye ¡ A este paso no llegamos ni mañana a esta hora a aquella luz ! . Y le digo: - Sube, mira la carretera. Y se fija y me dice: - Si no se ve nada. - Para que veas porque no corro. Si no quieres que pasemos aquí la noche, ten paciencia hasta que lleguemos a aquellas luces. Con muchas penas y sacrificios, llegamos. Yo me desvié a la izquierda y entré en el caserío y me paré en la entrada. Me bajé para darle las gracias y no paró, siguió adelante. Yo ya estaba más tranquilo. Me subí al camión y entré para dentro. Pero nada más había ocho o diez casas, todas en fila, tocándose una con la otra y todas a mi derecha. Serían más o menos las once, había mucho silencio, yo entraba muy despacio y vi una ventana muy grande donde que se veía luz. Paré enfrente de ella me fijé y a través de los cristales se veía un fuego y un señor bastante mayor, sentado al lado del fuego. Yo pensé: - Me quedaré aquí y con el motor en marcha, dormiré un poco. Empecé a quitarme las botas y los calcetines y tenía las plantas de los pies más arrugadas que una pasa. Empecé a acomodarme un poco, porque allí dentro con el motor en marcha, estaba caliente. Cuando hacía un poco que estaba tranquilo, veo que me pica en el cristal una muchacha y me dice: - Pase a mi casa, que estará caliente. Yo le dije que no: - No que me encuentro bien aquí. Entonces sale el hombre que yo veía por los cristales y me invita también para que entrara a calentarme. Yo le dije que no podía dejar el camión solo, que me lo podían robar. Y él insistió tanto, que tuve que entrar. Cuando entré para dentro al acercarme al fuego, vi en un lado, colgados un jamón y varias clases de embutidos. Pensé: - He caído en un buen sitio. Página 210

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Pensé en que caería algo, pero no pasaba nada. Llevaba un rato sentado, que aproveché para secar los calcetines y las botas. Aquel señor continuaba sentado delante de mí y no abría la boca. Y dos o tres mujeres que habían, yo veía que no paraban de pasar de un lado al otro muy ligeras. Y a mí nadie me decía nada, estaba allí como un gilipollas nada más que observando los movimientos de aquellas señoras, que no paraban de pasar. Cuando serían las tres de la mañana, yo pensaba: - Esta gente se ve que no duermen. Me dirijo a aquel señor y le digo: - Mire, me marcho al camión que me lo podrían robar. Y me dice: - Como quiera. Salí para fuera y me senté en la cabina, que estaba muy caliente de tener el motor en marcha toda la noche. Y me quedé durmiendo. Cuando se hizo de día, me pican otra vez en los cristales y era la misma muchacha de la noche y me dice: - Pase para dentro que se tomará un tazón de leche con unos terroncitos, entre para dentro. Y me senté en el mismo sitio de la noche y enseguida me sacó el tazón con leche y al mismo tiempo, que me lo estaba dando, me dice: - Perdona que anoche no te dijéramos nada, pero es que estaba muñéndose la abuela y no podíamos estar por ti. Entonces le dije: - Ya notaba algo raro, pero no pensaba que fuera esa la causa. Les di el pésame y cuando terminé de tomar la leche, me salía otra vez para la calle. Y en frente mío, vi dentro de una habitación, en el suelo, los pies con los zapatos puestos, de la señora que murió. Aquel día hacía un día de sol estupendo y pensé: - Yo ya no voy para donde están cargando, estaré al tanto y cuando pasen de regreso, les diré que no he podido poner el coche en marcha. ****************************************************** Aquel día empecé a pensar los días que estaba pasando tan malos con aquellos viajes y pensaba: Página 211

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- Cuando regrese al cuartel, voy a preguntar si puedo licenciarme por ser hijo de viuda y si me dicen que si, sin pensarlo dos veces me licencio. Yo también estaba preocupado, porque los alemanes estaban entrando en guerra y ya empezaban a pedir ayuda a sus aliados y sabiendo que Franco era aliado y cualquier día nos mandaba con los alemanes a la guerra. Por eso pensaba licenciarme, porque nada más me faltaba tener que ir otra vez a la guerra a favorecer a los que fueron mis mayores enemigos y de la República de España. Por este motivo, yo ahora mi pensamiento solamente lo tenía en dejar de ser militar. ****************************************************** Continué estando en aquel caserío a la espera que regresara el convoy para incorporarme a ellos. Mientras estuve en aquel lugar, los niños del caserío no paraban de dar vueltas al camión jugando, porque para ellos un coche militar en aquel lugar, era una novedad. Había siete u ocho chavales y no paraban de hacerme preguntas y yo les contestaba lo que me parecía y les seguía la broma. Pasaban las horas y yo estaba pendiente de la carretera para cuando empezaran a pasar los camiones, dar el aviso que me encontraba allí. Serían las doce del medio día y estaba yo sentado en la cabina del camión y se puso una muchacha a barrer la acera y se acerca a mí y me dice: - Suba para mi casa, que mi madre quiere que coma un poco. No te digo la vergüenza que me dio en aquel momento que me invitaba. Yo le contesté que no tenía hambre y se marchó y pensé: - Menos mal que se ha ido. Pero al momento viene una señora muy bien plantada, que no parecía de pueblo y con un poco de descaro me mira y me dice: - ¿ No te ha dicho mi hija que subas a comer? ¡ Venga sal de ahí y sube para arriba ! Me quedé mirándola sin saber que decirle. Creo que me puse de todos los colores. En aquel momento me hubiera fundido me parecía que estaba recibiendo órdenes del sargento Campano. Yo sin decir palabra, me bajé del camión y subí las escaleras. Cuando llego arriba, entré en el comedor y vi que la casa parecía de pueblo, estaba limpia y muy moderna. Me fijé en la pared de enfrente y vi un cuadro grande con un guardia civil vestido de gala y pesé: i Jo. . . lo que me faltaba. ! Página 212

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Me dice la señora: - ¿ Quieres lavarte las manos? Fui al lavabo para lavarme y vi también mucha limpieza y muchos perfumes que me llamaron la atención, porque en aquellos tiempos era raro la casa que disponía de tantos lujos y cuarto de baño. Salgo al comedor y ya tenía en la mesa un huevo frito con patatas y pan. Me siento en la mesa a comer y la muchacha se marchó hacia dentro, pero la señora coge una silla y se sienta enfrente de mí. Pensé: - Esta señora me da hoy la comida, lo que me faltaba. Tenía el cuadro del guardia civil de frente y la señora también empezó a hablar mientras yo comía. Y me dice: - Yo soy la maestra de los niños de este caserío. Y pensé: - Pues a mí me ha tomado por un niño, de la manera que me trata. Y me pregunta: - ¿ Tú donde vives? - En Barcelona. - ¿ Tú eres catalán? - No, vivo allí pero soy murciano. Si le digo que era catalán, me hace que devuelva la comida. Entonces me dice: - Los catalanes son muy rojos, no pueden ver a Franco. Y yo le seguía la corriente y le decía: - Tiene razón. Y me dice: - Yo también tengo un hijo por esos mundos cumpliendo con su deber. Y me señala con la mano el cuadro y dice: - Es ese. Y yo seguía haciéndole la pelota en todo lo que decía. Y oigo que llama la hija: - ¡ Mariana ! Ponle un vasito de vino. Y me dice: - ¿ Quieres otro huevo frito? Le dije que no. Página 213

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- Entonces sácale unos higos. Me puso unos higos secos y nueces y yo pensaba: - Me ha ido bien seguirle la corriente, pero mejor me hubiera sentado si no hubiera estado delante de mí preguntando. Cuando ya había terminado de comer, seguía preguntándome cosas, pero sube un chaval y me dice: - Ahora ha pasado un camión como el suyo por la carretera. Entonces le dije a la señora: - Me marcho para abajo para que me vean. Le di las gracias y me acerqué a la carretera y ya empezaban a pasar continuamente los camiones. Yo saludaba esperando que pasara el teniente con su coche, pero veo que se para un camión y se baja el ayudante que yo llevaba y viene hacia mí y le digo: - Gracias por la ayuda que me prestaste. Y me dice: - Tú no sabes el frío que hacía encima del camión, tuve que pedir una manta y liármela a la cabeza porque antes de todo soy yo. Y me preguntó como lo había pasado, se lo conté y me contestó: - Ojalá me hubiera quedado contigo, mientras hablábamos. Aparece el coche del teniente, se desvía un poco y se para, me acerco al coche me presento y me pregunta: - ¿ Qué te ha pasado que no has venido al punto en que tenías que cargar? Entonces le expliqué que me quedé dormido se paró el motor y se congeló el agua y no pude arrancarlo. El teniente se subió en mi camión y empezó a darle al contacto y no se ponía en marcha el motor. Se bajó y dijo: - El primer camión que pase, pararlo y que os empujé un poco para ponerlo en marcha. y dice fregándose las manos: - ¡ Vaya frío que hace en este lugar ! ¿ No hay ningún sitio donde calentarse un poco mientras ponen el camión en marcha? Pero estaban los vecinos curioseando lo que estábamos haciendo y entre ellos estaba la maestra. Y salta enseguida y le dice: Pásiina 214

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- Venga a mi casa teniente, que tomará un poco de café caliente. Entonces me puse muy nervioso cuando vi que el teniente subía a tomar café, pensaba: - Como le pregunte por mí y le cuente las mentiras que yo le he contado, me mete en el calabozo cuando lleguemos. Mientras tanto, nosotros seguíamos poniendo el camión en marcha. Le pusimos una cadena enganchada en la parte de atrás y tirando con el otro camión, lo sacamos a la carretera. Lo pusimos preparado para remolcarlo y paramos siete o diez camiones de los que pasaban y a cada uno le quitábamos un saco de harina y lo cargamos a mi camión para que tuviera peso y se clavara en el suelo a la hora de tirar, para que se pusiera en marcha. Cuando estuvo preparado, me subí en el camión, me pegó un tirón el otro y a la primera se puso en marcha. Enseguida subí a la casa de la maestra para decirle al teniente que ya lo tenía en marcha. Pero cuando subía por las escaleras, pensaba: - Como le haya dicho algo de mí, me voy a bajar las escaleras sin contarlas. Pero no pasó nada. Nos despedimos y nos marchamos. Mi ayudante continuo conmigo. Y ya serían las cuatro de la tarde y con la mañana tan buena que hizo, empezaban a caer gotas. Pero eran de nieve. Seguimos la marcha, pasamos tres o cuatro pueblos y ya era de noche. Y cada vez se hacía más pesado el viaje. La nieve seguía cayendo. A la entrada de uno de aquellos pueblos, nos dan la señal de que paráramos, porque era imposible circular de noche como estaban las carreteras y nos dicen: - No parar los motores y estar al tanto para cuando se de la señal de la salida otra vez. Cuando aparcamos los camiones, nos fuimos a una bodega que había en la misma carretera. Cuando entramos, empezaron a pedir. Unos pedían bocadillos, otros huevos fritos. Allí todo el mundo comía algo y nosotros dos mirando como comían los demás. Entonces me dice mi ayudante: - Ven que tengo una idea va. Y le pregunta al dueño de la bodega que donde estaba el horno del pan y se lo indicó donde estaba. Fuimos al mismo y pico en la puerta. Salió un hombre y nos preguntó que es lo qué queríamos. Mi ayudante le dijo si quería un saco de harina de cien kilos por doscientas pesetas. Aquel señor le dijo que de dónde era esa harina. Cuando le Página 215

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explicó de donde era, le dijo que no quería saber nada con los militares. Mi ayudante insistió ofreciéndole la harina por cien pesetas y le contestó: - ¡ He dicho que no quiero saber nada con los militares. Volvió a insistir y le dice: - Mire, denos aunque sea cinco duros, que podamos cenar un poco. Nos dice: - Si es para que podáis cenar, esta noche traerlo, pero no quiero compromisos. Fuimos y yo me subí al camión, que estaba cerca del horno. Me lo llevé a la puerta del mismo, lo descargamos y nos dio cinco duros. Y yo aparqué otra vez el camión en el mismo lugar que estaba, ó sea, que le dimos cien kilos de harina por cinco duros. Pero a nosotros nos solucionó la cena. Cuando ya teníamos el dinero, entramos en la bodega y casi todos habían terminado de comer. Pedimos dos huevos fritos con tocino y patatas para cada uno y vino. Cuando estábamos comiendo, todas las miradas se dirigían a nosotros como diciendo: ¡ Si que disponen estos de dinero, dos huevos cada uno ! . Nosotros seguíamos comiendo sin darle importancia, pero se acerca un cabo que era gallego y nos dice: - ¿ Puedo beber un trago de vino? Y yo le dije: - Sí hombre sí. Y a los que estaban en la mesa de al lado les digo: - Beber vosotros también. Pido otra botella de vino. Y el cabo me dice: - No traigas más vino, que esta noche tenemos que conducir. Estuvimos hasta las doce, porque el dueño de la bodega dijo que tenía que cerrar. Cada uno se marchó para su camión y nos quedamos durmiendo. Y seguía nevando. Serían las tres de la mañana y pasan picando por los cristales para que nos pusiéramos en marcha. Enseguida empezaron a caminar los camiones siguiendo la carretera en dirección hacia Madrid. Cuando llegamos a la capital, todavía era de noche y nos dirigimos al mismo lugar que el viaje anterior. Como teníamos que esperar la hora para descargarnos, me volví a quedar dormido. Cuando fue la hora, nos descargaron y salíamos rápidamente para el cuartel. Cuando llegué al aparcamiento, dejé el camión, cogí el macuto y me marché para el cuartel. Página 216

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Cuando llegué ai cuartel, lo primero que hice fue dirigirme al despacho del teniente y pedir permiso para hablar con él. Me recibió y me preguntó que es lo que quería. Le pregunté sobre el decreto que hablaba de hijos de viudas, que se libraban del servicio militar, para saber si a mí también me podía beneficiar. Y me contestó: - Se que hay algo, pero mañana ven que te informaré bien de todo. Seguidamente me marché hacia el almacén de la ropa, para pedir una manta y un capote, ya que el que tenía lo estropeé para sacar el camión de la nieve. Cuando lo pedí, me preguntaron que donde tenía el que me dieron. Yo les conté el caso y me dijeron que tenía que haberlos traído aunque hubieran estado rotos, porque igual podía haberlos vendido. Yo comprendía que tenían razón, porque por aquellos tiempos acostumbraban algunos soldados a quitar la ropa de los demás y la vendían. Por eso no se fiaban de mí. Después de discutir mucho, me dijeron que no me la daban. Yo no sabía como podía justificar que era verdad lo que yo decía. Pero me vino a la memoria, que el teniente que dirigía el convoy, me vio cuando me quedé empotrado en la nieve. Procuré buscar al teniente y cuando lo encontré, le dije lo que me pasaba y me contestó: - ¿ Cómo quieres que me acuerde de tu caso, si fueron tantos los que tuvimos que atender? Le dije: - Acuérdese que tuvieron que recogerme al día siguiente y mientras poníamos mi camión en marcha, usted se subió a calentarse en casa de la maestra de aquel caserío. - ¿ Tú fuiste el que se quedó sin luz en el camino? -Sí. - Hombre, me vienes muy bien, porque ahora te voy a meter en el calabozo por no haber revisado las luces antes de salir! - Es que se estropearon en el camino y además, fue tan rápida la salida, que no dio tiempo a repasar nada. - Bueno, por esta vez no te pondré ningún castigo, pero cuando subas al camión, quiero que compruebes hasta el último tornillo, antes de salir el convoy. Ya te puedes marchar. Doy media vuelta y empiezo a caminar. Pero en aquel momento me acuerdo que yo lo que quería era que me solucionara el caso de la manta y el capote. Y antes de que se marchara, me dirijo a él y le digo: Página 217

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- Perdone mi teniente que lo moleste otra vez, pero a mí lo que me interesa es que me solucione a ver si pueden darme una manta y el capote que estropeé ayer en el viaje. - Vente conmigo. Fuimos hacia el almacén y le dio la orden al cabo, para que me lo dieran y se marchó. El cabo del almacén me pidió explicación del motivo del porque me lo tenia que dar yo le expliqué el caso. Mientras tomaba nota en un papel, me dijo: - Firma. Cuando firmé, me dio las dos cosas, la manta y el capote. Menos mal que me acordé del teniente, sino, me hubiera tocado quitárselo a otro soldado, aunque no era muy fácil quitárselo a otro, porque todos lo teníamos marcados: Me marché para arriba a la compañía y lo primero que hice, fue marcar las dos piezas, para conocerlas. Me eché encima de la cama y me quedé dormido. A la hora del rancho, me levanté y bajé para abajo a coger la comida. Por la tarde estábamos sentados encima de las camas y dice uno de los que acostumbrábamos a salir juntos: - Vamos a merendar un poco. Y yo, como siempre callado y mirando como si no estuviera. Y dicen: - Si vamos. Y el Anguera me dice: - Tú también Monserrate, te vienes con nosotros. Ya hacía unos días, que debido a los viajes que estábamos haciendo, no podíamos reunimos los cuatro juntos. Cuando salimos del cuartel, a la calle, para dirigirnos al bar donde solíamos pasar algunos ratos y luego cenar las judías secas picantes, con un poco de caldo, que estaban riquísimas, acompañadas con un buen vino negro. En aquellos tiempos de tanta hambre, aquella cena era un manjar de reyes. Cuando terminamos de cenar y de hacer un poco de tertulia, nos marchamos para el cuartel, porque se acercaba la hora de pasar lista. Subimos a la compañía y al momento pasaron lista. Cuando estábamos desnudándonos para acostarnos, hacíamos comentarios diciendo: - Parece que el tiempo ha cambiado y esto es bueno para nosotros, haber si así se terminan los viajes de la nieve.

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Tocaron silencio y yo esperaba que nombraran la imaginaria que me tocaba, por el castigo que me puso el sargento, cuando le di con la bota. Como no me dijeron nada, yo me callé y pensé: - Si no me despiertan, es que ya no se acuerdan de mí. Y así pasó, que no hice la imaginaria de aquella noche. Por la mañana, cuando tocaron diana y me desperté, lo primero que me vino al pensamiento fue el teniente, que tenía que contestarme sobre el decreto de ser hijo de viuda. Me bajé para el patio para tomar el café. Cuando terminé de tomarlo, me paseaba por delante de la puerta principal, pendiente de que llegara el teniente. Estuve casi una hora dando vueltas por allí y yo pensaba: - ¡ Hoy que me interesa que venga, verás como no vienel Pues si que vino, me dio una alegría al verlo, pensaba: - Me pongo alegre y a lo mejor no me pertenece a mí este decreto. Esperé como un cuarto de hora para entrar en el despacho, pedí permiso, me contestó que adelante. Entonces yo me cuadré delante de él y le dije: - A sus órdenes mi teniente. Y él me contestó: - Ponte en posición de descanso. Te traigo una buena noticia, te puedes licenciar en el momento que quieras. Yo no pude aguantarme y dije: - ¡ Qué alegría me da usted ! Y él me dijo: - ¿ Tan mal te encuentras entre nosotros? Me encontré cortado y le dije: - No es que este mal, pero mí madre está sola y de esta manera, podré ayudarla un poco. - Si quieres, en este mismo momento, me das tus datos y lo seguimos adelante. - Si para usted no es ninguna molestia. . . por mí si. - Pues venga, manos a la obra, ¿ cómo te llamas? Y seguí dándole mis datos. Cuando terminó de llenar el impreso me dijo: - Firma aquí. Cuando terminé de firmarlo me dice: Pásina 219

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- Esta solicitud no se perderá, porque yo mismo, mañana cuando salga de mi casa, tengo que ir a Capitanía y aprovecharé para que le den curso. ¿ Estas contento? - No sé como darle las gracias mi teniente. - Bueno, ya te puedes marchar. Me cuadré y lo saludé con la mano a la altura de la frente y dije: - A sus órdenes mi teniente. Me di media vuelta y me marché. Cuando salía del despacho, empecé a correr por la compañía y los pies no me tocaban el suelo. Las escaleras las subía de dos en dos. Cuando llegué arriba, empecé a pegar saltos y tirarme por encima de las camas y me decían si es que me había vuelto loco. Cuando ya me tranquilicé y les expliqué porque tenía aquella alegría, me decían: - Te ha tocado la lotería sin jugar, a eso lo llamo yo suerte el poder dejar este acoso continuo y los malos ratos que se pasan. Siempre tienes que estar a lo que ellos te manden. En este lugar somos como muñecos. Aquel día corrió la noticia por todo el cuartel. Aquello era una novedad y yo parecía un novio cuando se va a casar, porque todos me felicitaban. Algunos me preguntaban: - ¿ Eres el que se licencia? Y yo les decía que sí, si todo salía bien. Hubo uno que me dijo: - Nunca he tenido envidia de nadie, pero en estos momentos tengo que decirte que me está ahogando tu suerte.

Pasaron unos días y el tiempo ya mejoró mucho. Las calles ya estaban limpias de nieve y de agua y los viajes ya se terminaron. Estuvimos unos días sin hacer nada. Recuerdo que uno de aquellos días empezaron a llegar camiones con soldados. Por lo menos eran doscientos y venían vestidos de caqui. Y es que venían de varios cuarteles que habían solicitado para ingresar en automovilismo. Ya éramos más de cuatrocientos hombres en aquel cuartel. Pero todavía faltaban más para cubrir las plazas, porque habían mil camiones. Como el cuartel no tenia capacidad para tanta gente, tuvimos que poner el doble de camas en cada compañía. Aquello cada vez se ponía peor para poder acostarte. Tenías que subirte por el lado de los pies, porque no quedaba pasillo para pasar. Cuando te levantabas, algunos días tenías que esperarte hasta media mañana Pámna 220

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para lavarte la cara, porque siempre estaba ocupado. Una mañana nos llaman a formar en el patio y cuando estábamos en formación, nos dicen: - A partir de este momento, nos vamos a dedicar todo el personal, a poner otra vez los camiones en condiciones, como si no hubieran trabajado nunca. Cada uno se cuidará del material que tiene asignado y el personal nuevo, se dedicará a aprender como se debe de tratar y conservar el material. Y al mismo tiempo, ayudar para que todo quede limpio y ordenado. Cuando nos dieron las explicaciones, nos dirigimos todos para el aparcamiento. Cuando llegamos, en la misma entrada, había un montón de sacos llenos de trapos viejos, un bidón con petróleo y una caja con brochas de pintar. Pero antes de romper filas, el sargento dijo: - A ver, los planchistas que salgan aquí. Cuando salieron, les dice: - Vosotros os cuidaréis de reparar todos los golpes que tengan las carrocerías. Ahí tenéis las herramientas para empezar a trabajar, si os hacen falta más, pedírmelas, que se os darán. Pero pensar que sois responsables de las que se pierdan. Cuando terminó les dijo: - Ya podéis empezar vuestro trabajo y pienso pasar revista diariamente, para comprobar el trabajo que realizáis. Seguidamente llamó a los carpinteros y a los pintores y les repitió lo mismo que les dijo a los que tenían que quitar los golpes. Quedábamos nosotros y nos dice: - Ahí tenéis trapos, petróleo y brochas. Quiero ver los motores de los camiones como un espejo de limpios. Pensar que cuando todo este listo, pasaran una inspección de capitanía y si me llaman la atención por alguna falta que encuentren en el material, el responsable se va a acordar mientras viva. Este trabajo es muy importante para mí que quede bien y como qué tenemos bastante tiempo para realizarlo, espero que no me haréis quedar mal. Ya podéis empezar. Desde aquel momento, aquello se convirtió en una industria. Parecía que estábamos trabajando en una fábrica de camiones, entre los golpes que daban los planchistas y los carpinteros. Menos mal que hacía un tiempo muy soleado y allí en medio del campo, trabajábamos a gusto. Así estuvimos más de dos meses y medio. Párina221

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Todas las mañanas, si llovía no salíamos y por las tardes las teníamos todas libres, para poder ir de paseo donde quisieras. ****************************************************** Voy a contar una anécdota que me pasó una tarde que salí de paseo. Me marché caminando hacia las afueras de Aranjuez, con dirección a Madrid, por la carretera no se veía ni un alma. Y a los lados todo era un desierto llano, como la palma de la mano. Hacía un sol que calentaba un poco. Empecé a subir la cuesta de la Reina y cuando llego arriba, iba caminando tranquilamente y de pronto, me sale un lagarto que medía más de medio metro. Y se planta delante mío como desafiándome, levantando la cabeza. Yo lo asustaba con la mano y él parecía que quería atacarme. Me acerqué a la cuneta, para coger una piedra para tirársela y cuando vio que me agachaba para coger la piedra, salió corriendo y se metió en un agujero. Miré de taparlo un poco con una piedra y seguí caminando y pensaba en el susto que me dio. Pero cuando había caminado unos quince metros, me sale otro igual que aquel y me hace el mismo movimiento, se planta delante de mí desafiándome. Yo más decidido, cojo una rama y me voy derecho a él, y también se mete en un agujero. Con la rama empecé a meterla y a deshacerle el nido. Pero en aquel momento, venía un hombre montado en un carro, que fue la única persona que vi por aquellos alrededores y me pregunta: - ¿ Qué estas escarbando? - Le dije lo que era y me dice: - Espera un momento. Cogió una forca de hierro y clavó los ganchos en la tierra encima del nido. Y cuando arrancó la tierra, sacó el lagarto, atravesado por el cuerpo con un gancho. Yo le dije: - Este no será el primero que usted saca de esta manera. - Y me contesta: - Si me dieran una perra chica por cada uno que he sacado de esta manera, sería millonario. ¿ Dónde vas tú por aquí, si por aquí no encontrarás nada más que lagartos ? ¿ No ves que lo más cerca de aquí es el Cerro de los Ángeles y está a más de media hora de camino ? Yo vengo de allí. Le pregunté que hacia donde iba y me dijo que se dirigía hacia donde yo tenía el cuartel. Y le dije: - Pues ya no camino más, me marcho con usted hasta Aranjuez. Pácrina 222

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Cuando llegamos, me bajé del carro y seguí caminando hasta llegar al cuartel. Cuando entré en el mismo, me daba cuenta que habían varios grupos de compañeros haciendo comentarios en voz baja por todo el cuartel. Yo le pregunté a un amigo: - ¿ Qué es lo que pasa que veo tantos grupos? Y me dice: - Que los alemanes están provocando la guerra y seguro que nos van a liar a nosotros también, porque Franco le debe mucho a Alemania. Mientras tanto, nosotros seguíamos trabajando en el aparcamiento, reparando los camiones. ******************************************************

Pasaron dos meses y medio y ya estaba todo preparado para pasar la revista. Se había quedado todo el material como si fuera nuevo. Un dia nos dijeron: - Hoy se pasará revista a los camiones. Nos llevaron al aparcamiento. Cada uno formó al lado de su camión. Mientras pasaban revista unos oficiales. Nos hacían abrir las dos puertas del camión y levantar la tapa del capo, se quedaban mirándolo un momento y si estaba bien, seguían adelante. Así estuvieron toda la mañana. Cuando terminaron la revista, nos formaron y nos dijeron que todo estaba muy bien y que pensaban darnos una fiesta como premio, por el trabajo que habíamos hecho meses atrás con el transporte de las balas de paja, y por el buen resultado de las reparaciones de conservación de los camiones. La fiesta, consistiría en una corrida de toros, con los toreros que seríamos nosotros mismos. Todo esto ya se organizaría con tiempo y con la condición de que cuando terminara la corrida , el toro que se matara se comería con patatas estofadas, acompañado de un buen vino.

Por aquellas fechas los alemanes ya se habían apoderado de Noruega y los rumores que corrían por el cuartel eran que estaban pidiendo voluntarios para formar una División que luego se llamó " la División Azul" para luchar al lado del bando de Hitler. Ya en aquellos días, se vivían días de intranquilidad, porque nos veíamos otra vez metidos en otra guerra. Pero llegó el día fatal. Recuerdo que pasaron lista, como cada noche y cuando terminó el sargento, se dirigió a toda la Compañía y nos dijo: Página 223

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- Necesito diez voluntarios para la División Azul. En aquellos momentos, nos quedamos todos, que si nos pinchan, no echamos ni una gota de sangre. Pero hubo uno que salió de la fila y dijo: - Yo si. Pero este uno era aquel falangista que ya he explicado más atrás, que estando en Santoña, recitó en el cine la poesía dedicada a José Antonio, mientras trasladaban sus restos desde Alicante y que se llamaba Pascual Cantos Mira. Y siguió el sargento viendo que no salíamos ninguno más, empezó por la lista a nombrar, hasta completar los diez y dijo: - Estar preparados para cuando os llamen para marchar. Cuando se marchó, empezaron a hacer comentarios diciendo: - i No hay derecho, que a nosotros no se nos ha perdido nada en Alemania, para que nos manden allí ! Cada uno hacía su comentario. Y yo pensaba: - A ver si antes de que me vengan los papeles para licenciarme, me van a mandar, otra vez, a la guerra. Pasaban los días y para mí, cada día que pasaba me ponía más nervioso. Pero una mañana me dijeron que fuera al despacho, que me llamaban. Cuando llegué, me presenté y me dijeron que pasara. Estaba el teniente en el despacho y me dice: - Te dije que me cuidaría yo personalmente de tus papeles. Aquí tienes el billete para el tren. ¡ Estas licenciado ! En aquel momento, me quedé mudo, si hubiera sido otra persona, le hubiera dado un beso y un abrazo. Mirándome fijamente a los ojos me dijo: - Te deseo suerte en tu vida como civil. Ya te puedes marchar.

Cuando salí, me senté en un banco que había allí. Y no me creía que aquel mismo día, ya podía marcharme hacia mí casa. Después de estar sentado un momento en aquel banco, hasta que me tranquilicé un poco de la alegría y el nerviosismo que tenía, porque no terminaba de creerme que fuera verdad, que mi vida, en aquel momento, empezaba a cambiar. Me levanté de aquel banco donde estaba sentado y muy tranquilo me marché caminando hacia la compañía. Iba contento, pero al mismo tiempo me sabía mal de Páííina 224

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perder la amistad de aquellos compañeros que tenía y con los que había pasado unos buenos ratos. Cuando entré en la compañía, estaba de cuartel mí amigo Flamarich. Y sin darle importancia, le doy el billete para el tren en la mano y le digo: - Mira lo que acaban de darme ahora mismo. Cuando terminó de leerlo, me mira y dice: - ¿ Pero cómo es qué estás tan tranquilo? Y mientras me lo decía, parecía que se le saltaban las lágrimas. Me decía: - Dentro de la desgracia, has tenido suerte, porque a nosotros, si los alemanes siguen con esta guerra, nos van a arrastrar con ellos al precipicio de la muerte. Mientras seguíamos hablando, y tal como iban llegando más compañeros y se enteraban de la noticia me felicitaban, pero con un poco de tristeza. Recogí la manta, las sábanas, la almohada, el fusil, las cartucheras, el plato, un poco de munición, la cantimplora y el tenedor. La cuchara no la devolví, porque no te la pedían, por si tenía que comer en el viaje. Cuando ya lo había devuelto todo, me dijeron que fuera a Intendencia, que me darían suministro para el viaje. Me presenté en la misma y me dieron dos latas de sardinas en escabeche, dos potes de carne congelada y seis chuscos de pan. Mientras recogía todo aquello, me di cuenta de que en la puerta había un camión que estaba descargando y le pregunté: - Cuando termines de descargar ¿ Seguramente que volverás a Madrid? Y me dice que si. - Antes de que te marches, me puedes esperar un momento que voy a despedirme de mis compañeros y estoy aquí enseguida para marchar contigo hacia Madrid. Fui corriendo para darles el último adiós a todos mis compañeros y alguno hasta me dio un beso de despedida. Seguidamente me marché para el camión y nos marchamos en dirección a Madrid. ******************************************************

Cuando llegamos, me dejó delante mismo de la estación de Atocha. Me bajé del camión y le di las gracias. Me dirigí hacia el interior de la estación y al entrar hacia los andenes, me pidieron el billete de anden. Le enseñé el que yo llevaba de licenciado y me dejaron pasar. Pero si tuviera que haber pagado el billete, esta vez si que tenía dinero, Páeina 225

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porque cuando me despedí del cuartel, me abonaron seis pesetas que me debían de un mes y medio que no me habían pagado. Me informe del horario de salida del tren para Barcelona y salía a la una del medio día. Tuve que esperar media hora. Pero ya subido en el tren. Al rato se puso en marcha y me sentí muy emocionado de pensar que al cabo de unas horas, estaría al lado de mi familia y en mi tierra, de la que tanto tiempo había estado lejos de mi Cataluña y ya era hora de que pisara mi Barcelona de nuevo. Pero mi familia no sabían que yo ya estaba licenciado, y no me esperaban. Mientras, seguía el viaje. Se estaba haciendo de noche. Me preparé un chusco con una lata de sardinas y cené un poco. Después de mucho rato, me quedé dormido pero me despertaba de cuando en cuando y al rato con el ruido del tren, me quedaba dormido otra vez. Hubo algunas estaciones en que estuvimos bastante tiempo parados por la noche, porque los trenes no circulaban bien. Te decían " A tal hora llegará el tren" y siempre llegaba con tres o cuatro horas de retraso, ó sea, que sabías cuando salías, pero no cuando llegarías. Serían las doce y cuarto de la noche, cuando paraba el tren en Barcelona, en la estación de Francia.

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Capítulo 16

Cuando bajé del tren y salí hacia la calle, me encontré con una ciudad vacía, como si no existiera nadie. Me marché caminando con dirección al Clot y en todo el camino, no me encontré ni una persona. Imponía mucho aquel silencio y las calles estaban bastante oscuras. Cuando llegué a mi casa, ya era casi la una de la madrugada, piqué en la puerta y desde dentro me contestó mi madre: - ¿ Quién es? Yo le dije: - Su hijo. No me respondió y pasaron unos minutos. Como que no abría la puerta, pico por segunda vez. Entonces piqué muy fuerte y oí como mí madre abría una ventana que daba a la calle. Y sin levantar la persiana me dijo: - Si no te marchas, llamo a la policía. Me acerqué a la ventana y le dije: - Mama, si soy yo, el Gabriel. Levantó la persiana y cuando me vio, se tiró para darme un abrazo. Y le dije: - Abra la puerta, que con la reja no puede dármelo.

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Cuando abrió la puerta, empezó a darme besos y abrazos. Yo le pregunté por mi hermana y mi sobrino y me dijo que estaban en casa de su suegra, pasando unos días, porque con lo que ella ganaba, no podían comer los tres. Y me dijo: - ¿ Qué vienes otra vez con permiso? Entonces le dije que no, que me quedaba en casa licenciado, porque soy hijo de viuda. Y me dio un abrazo y me dijo: - Ya era hora hijo que te quedaras en casa, después de cinco años pasando penas por esos mundos. Estuvimos hablando un rato y me dijo: - Vamos a dormir, que mañana ya tendremos tiempo para seguir hablando. Al día siguiente, cuando me levanté, me encontraba tan extraño en un recinto tan reducido, que me parecía que tropezaba con la mesa o con las sillas. Eso que la casa era bastante grande. Pero acostumbrado siempre a vivir en aquellas naves de los cuarteles, me encontraba como un pájaro en la jaula, ó sea, que había perdido el ambiente familiar. Recuerdo que aquel día me dio mi madre para desayunar un vaso de malta y una naranja. Y me dijo: - Mira, hasta el mediodía que yo cobre, no tengo nada más para darte. En aquellos momentos ya me daba cuenta que no podría estar en mi casa en aquel plan a expensas de lo que ganara mi madre, porque trabajo para mí no había por ninguna parte. Aquel día me puse la ropa de paisano y me encontraba tan raro que cuando salí a la calle, me parecía que todo el mundo me miraba. Paseando llegué hasta el bar donde acostumbraba a pasar algunos ratos antes de la guerra. Cuando entré, la señora Carmeta, que era la dueña del bar, estaba detrás del mostrador. Salió corriendo y me dio un abrazo y también me dijo si había venido con permiso y le dije que no, que ya estaba licenciado. Habían allí unos muchachos sentados que no los conocía y les dijo: - Este muchacho lo aprecio como si fuera un hijo mío. Seguimos hablando y le pregunté que como se vivía por aquí y me contestó que muy mal y que si tenías dinero

podías comprar comida de estraperlo y todavía te

arreglabas un poco, pero que se pasaba mucha hambre. Al rato de estar hablando, llega un amigo que también se llamaba Anguera, como aquel que tenía en el cuartel y también le dije que ya estaba licenciado. Le noté que venía como si hubiera estado trabajando y le Página 228

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pregunté si es que trabajaba. Y me dijo que no, pero que cada mañana se marchaba a la Estación del Norte y cuando llegaban los trenes que traían patatas o carbón, siempre necesitaban gente para descargar los vagones y cargarlos en los carros. Yo le dije: - Si yo voy también ¿ me darán trabajo? - Tú ves quizás todos los días no tendrás la suerte de que te den trabajo, pero si trabajas bien cuando te lo den, trabajo no te faltará , pero una cosa te voy a decir, dinero, no verás ni cinco, te pagarán con género. Y me enseña una bolsa que llevaba y me dice: - Mira, esto son patatas que las he ganado descargando un vagón. Y llevaba, por lo menos, cinco kilos. Le dije: - ¿ A qué hora te marchas para la estación? - A las siete de la mañana ya estoy allí. - A las seis y media, ¿ te parece bien que nos encontremos aquí mañana? - Bien, pero no te creas que va ha ser llegar y moler, que yo me paso muchas horas mirando. - No te preocupes, no tengo otra cosa que hacer. Aquel día me lo pasé dando vueltas, pasando el tiempo hasta las siete de la tarde, porque pensaba: - Si hubiera ido al mediodía a mi casa, mi madre tendría que haberme puesto de comer y de esta manera la comida me sirvió para la cena. Cuando llegué tan tarde, mi madre me dijo que porque no había venido a comer. Le dije que un amigo me había invitado. Se quedó conforme y me dijo: - Mejor, así ya tenemos la cena para esta noche. Y la cena eran nabos de aquellos redondos, hervidos sin aceite y un huevo duro con sal. Yo me ponía de mal humor, pero miraba de disimular para que mi madre no lo notara, porque bastante hacía con ponerme aquella comida. Cuando terminamos de cenar le pregunté si tenía unos pantalones viejos y una camisa y me dijo que si, que eran de mi padre. Yo le dije que era igual y me preguntó para que los quería. Yo le expliqué lo de las patatas y el carbón y me dijo: - Haber si tienes suerte. Y le dije: - Pero mañana me tiene que despertar a las seis. Pátnna 229

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Nos marchamos a dormir y a las seis me despertó. Me marché para encontrarme con el Anguera. Cuando llegamos a la estación, ya había varios vagones de patatas y de carbón. El que se cuidaba de escoger el personal, empezó a señalar los que él ya conocía y nos quedamos unos veinte sin trabajo. Se marcharon todos y yo me quedé. Mientras descargaban el vagón, algunas veces salían patatas sueltas y se caían al suelo debajo del vagón. Y yo, con mucho disimulo, me metía debajo y cogía las que podía sin que me vieran. Cuando ya tenía por lo menos cuatro kilos, me marché por entre ios vagones para que no me vieran. Yo estaba muy contento , porque aquel día ya me había ganado mi primer jornal. Pero cuando llego a la puerta de salida del anden, me para el guardia que estaba para controlar todo lo que salía y me dice: - Dame el volante. Y yo le digo: - El volante ¿ de que? - ¿ Tú no llevas patatas en esa bolsa? -Si. - ¿ No te a dado un volante el que te ha dado las patatas? Entonces me entraron todas las sudores del mundo y tuve que decirle como las había conseguido y me dijo: - ¿ Tú no sabes que eso que has hecho está castigado como robo? ¡ Te tengo que detener! Yo le dije lo que me pasaba. Que era el primer día que había venido, porque me habían licenciado. Le expliqué un poco lo que me pasaba y no tragaba. Y me dijo: - Haber, la documentación. Y le doy el papel aquel que me mandaron del Ayuntamiento. Como que era adicto al régimen de Franco, que era lo único que llevaba y lo lee y me dice: - ¿ Cómo es que con este papel que acredita lo que eres, tienes que venir a robar patatas a la estación? En aquel momento me quedé sorprendido de ver el cambio que dio aquel hombre y pensaba: - ¡ Si que tiene importancia este papel ! Y me dijo: Páema 230

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- Te voy a dejar que te lleves las patatas, pero mañana te vas al Sindicato y les obligas a que te den trabajo. El Sindicato está en la Vía Laietana, número 16. Tú preséntate, enseñas este papel y verás como te colocan en algún sitio. Le di las gracias y me marché la mar de contento con mis patatas. Cuando llegué a mi casa, no estaba mi madre. Preparé el fuego con un poco de leña que tenía y puse agua en una olla de barro y la coloqué en el fuego. Le puse cinco patatas dentro y cuando vino mi madre, ya las tenía cocidas. Entró en la cocina y me dijo: - ¿ Qué haces con el fuego encendido? Y le dije: - Mire. Levanté la tapadera de la olla y con un tenedor, pinché una patata y se la enseñé. Se puso muy contenta y le dije: - Mire dentro de aquel cajón. Cuando vio tantas patatas dijo: - ¡ Si aquí tenemos para comer, por lo menos, quince días ! Le expliqué todo lo que me había ocurrido y le dije: - Suerte a este papel, si no me hubieran detenido. También le expliqué lo del Sindicato y me dijo: - Dios quiera que tengas suerte y te den algún trabajo mañana. Aquella tarde ya me encontraba más tranquilo, porque tenía asegurada la comida, por lo menos, una semana. Al día siguiente, cuando me levanté, me marché para el Sindicato. Cuando llegué, subí arriba y me dirigí a la primera ventanilla que vi. Había un hombre escribiendo y me dice casi sin levantar la cabeza: - ¿ Qué quieres? Le dije que venía para encontrar un puesto de trabajo y levantando la cabeza me mira y me dice: - ¿ No sabes hablar el cristiano? Me di cuenta que le estaba hablando en catalán y me puso de tan mala leche cuando me dijo lo del cristiano, que lo dejé con la palabra en la boca y me marché él siguió habiéndome, no se lo que diría, pero no volví más al Sindicato. Aquel día ya salí cabreado de aquel lugar y cuando iba caminando por la calle para llegar a mi casa, me Páeina 231

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encontré con mi amigo el Anguera. Y le conté lo que me había pasado pasó en el Sindicato y me dijo: - ¡ Son una colla de cabrones ! Y todavía has tenido suerte, porque si das con un falangista de mala leche, te pega una torta. - Tengo que mirar la manera de marcharme de España, porque con el temperamento mío, cualquier día me veré en la cárcel, porque yo no aguanto esta dictadura que nos han impuesto esta gente, mira que no podemos hablar ni nuestra lengua en nuestra propia casa, porque si te oyen hablar el catalán en alguna parte, enseguida te llaman la atención y te dicen que hables cristiano. Y si das con un mala sombra, igual te lleva detenido. - La única manera que hay de salir de este país es si tienes mil pesetas. Hay unos guías que te pasan por la frontera a Francia. - ¿ Cómo quieres que tenga mil pesetas si no tengo ni para sacar la ración de pan de mañana?

Si pudiera conectar con alguna persona de los que están en Francia,

formando el ejército antifascista, me enrolaría con los maquis, porque lo que yo quiero, es perder de vista esta gente, que todo el día se lo pasan desfilando por las calles. La mayoría son crios que se sienten poderosos. Cuando se ponen el traje azul y la boina roja, se creen los amos de las calles y como los mentalizan y les dicen que nosotros los catalanes somos rusos, están pendientes de las conversaciones si te oyen hablar algo contra el régimen, enseguida te denuncian. Mira si estaban mentalizados, que se había dado el caso que si oían hablar en su casa a su propia familia contra el régimen, los denunciaban a la policía. La juventud, toda estaba militarizada, tanto niños como niñas, mientras en el país, cada día había más miseria y más hambre. Seguía hablando con mi compañero la manera de hacer algo para contribuir en la lucha contra el régimen y la dictadura que nos habían impuesto. Mi compañero, cuando me vio tan preocupado y nervioso me dijo: - No te pongas así hombre, que pronto se arreglará. Todo esto no durará mucho. Mira, esta noche te invito a tomar café en mi casa, a ver si te calmas un poco. Le dije que si y me contestó: - ¿ Ya sabes donde vivo? -No. - Vamos, que te enseñaré donde es. Páeina 232

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Subimos la calle Rogent hacia arriba. Cuando llegamos a la esquina de la calle de Valencia, me dice: - Yo vivo en ese piso. Recuerdo que en la planta baja había una tienda. Cuando me marchaba, me dijo: - A las ocho te espero. Cuando vengas, picas en la puerta con el pica porte y picas tres golpes y luego un repicón largo. Y nos despedimos hasta luego. Cuando iba caminando hacia mi casa pensaba en lo que me había dicho, de como tenía que picar en la puerta y me tenía preocupado, pensé que sería seguramente una contraseña. Yo estaba pendiente esperando que fueran las ocho de la noche, a ver lo que significaban aquellos golpes en la puerta.

Capítulo 17

A la hora convenida, llegué y piqué como él me dijo. Se abrió la puerta tirando de una cuerda y me contestaron desde arriba: - ¡ Adelante y cierre la puerta ! Subí hacia arriba y salió mi amigo y me dijo: - Pasa. Cuando entre en el comedor, me encontré con dos hombres sentados y me los presentó. Y les dijo: - Éste es el que os he contado que está desesperado y se encuentra como nosotros y creo que será un buen colega. Página 233

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Yo, en aquel momento pensé: - Esto se tratará de algo que me interesa. Comprendí, al reunimos cuatro hombres, que sería algo contra el régimen, porque por aquellas fechas, estaban prohibidos los grupos de más de dos personas. Cuando la policía veía tres o más personas juntas, inmediatamente les pedía la documentación. Por eso aquella noche, enseguida me di cuenta de que se trataba de empezar la lucha contra la dictadura de Franco ****************************************************** Después de presentarme los compañeros y hablarme más o menos de lo que se trataba, el dueño de la casa era el tal Anguera, le dice a uno de ellos: - Ponte en el balcón, que va a empezar la pirinaica. Y veo que se levanta y se marcha en dirección a una habitación que daba a la calle. Y nosotros tres nos quedamos en el comedor sentados. Entonces el tal Anguera, se dirige a mí y me dice: - ¿ No has oído nunca la emisora de radio clandestina que habla desde Francia y desde Moscú todas las noches a esta hora? -No. - Pues hoy ya oirás las consignas que nos mandan nuestros compañeros, desde estas emisoras, que son clandestinas. Pero tenemos que tener mucho cuidado cuando estamos escuchando, porque la policía española ya esta alertada porque sabe que somos muchos los que estamos esperando esta hora, para escuchar lo que dicen. La policía se dedica, con unos coches que tienen unas emisoras especiales por las noches, a recorrer las calles y pueden descubrir a los que estamos escuchando. Por eso nosotros nos ponemos uno en el balcón y cuando se ve algún movimiento de coches, nada más tenemos que apretar un timbre desde el balcón, que es ese que ves allí. Y si nos da la señal, desconectamos rápidamente la radio. Aquella noche, cuando oía la radio, me entraron unas ganas de seguir luchando, porque me daba cuenta de que no estábamos olvidados, que fuera de España, se estaba organizando el Ejército Republicano. Cuando oía a los líderes hablar, dándonos ánimos para que resistiéramos y que hiciéramos toda clase de sabotajes, que estuvieran a nuestro alcance.

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Aquella misma noche, cuando terminó la radio, me pusieron al corriente de la misión que ellos tenían, que es la siguiente: Cuando se ponían de acuerdo, durante el mes señalaban tres noches para salir a hacer pintadas y si se recibía propaganda clandestina, que a veces era " la Solidaridad Obrera" o " el Mundo Obrero" , teníamos que salir la misma noche y tirarla por donde sabíamos que tenía que pasar la mayoría de trabajadores. Algunas veces, antes de que diera tiempo de que la cogieran los trabajadores, se enteraba la policía y se presentaba un autocar lleno de policías y recogían toda la propaganda que habíamos tirado por el suelo y si en aquel momento pasaba alguna persona y recogía algún papel de aquellos, enseguida acudía un policía y se lo quitaba de la mano y le daba una patada o un empujón. Recuerdo una noche que salimos de pintadas. Nosotros siempre hacíamos el recorrido por la calle de Pedro IV hasta la calle de Almogávares y San Juan de Malta y la calle de Llacuna, porque era la parte donde había fábricas y podíamos conectar con la mayoría de trabajadores. Un día, estando en casa, recuerdo que vino mi cuñado y me dijo: - Tengo trabajo para ti. Yo le dije que donde era y me dijo: - Mira, mi cuñado ha montado un taller de orfebrería en la calle baja de San Pedro. Si quieres ayudarle puedes ir, pero de momento no te pagará nada, pero te darán la comida del medio día. Pensé: - Bueno, algo es. Porque en aquellos tiempos era mucho tener una comida segura. Cada día me presentaba en el taller a la hora convenida. Le ayudaba en el trabajo y al mismo tiempo, aprendía el oficio, que me gustaba bastante. Por las noches continuaba viéndome con mis tres compañeros y seguíamos con nuestro trabajo. *

Voy a contar una caso que nos pasó una noche, cuando bajábamos por la calle de Pedro IV, de hacer unas pintadas. Recuerdo que poníamos: " Franco Asesino" . Cuando llegamos a la calle de San Juan de Malta, seguimos para arriba, siempre separados uno Página 235

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del otro unos cincuenta metros. Yo siempre llevaba el pote de la pintura, dentro de una bolsa hecha de saco. Otro llevaba la brocha y los otros dos se cuidaban de la pintada. Cuando ya nos retirábamos, subiendo la calle, pensamos hacer la última pintada. Y a la mitad de la calle, recuerdo que había una pared delante de una fábrica muy grande del ramo de agua. Y dijimos: - En esta pared estará bien visible una pintada. Empezamos a pintar y dice uno: - ¡ Por allí se ven luces de un coche ! Enseguida pensamos: - ¡ Será de policías ! Porque, de noche, nada más funcionaban ellos. Al lado nuestro había un pasaje y nos escondimos, mientras pasaban. Pero cuando los teníamos cerca, vimos que era el autocar de los grises. Empezamos a correr hacia dentro del pasaje, sin saber si tenía salida. Y no tenía salida. Pero al llegar al final del mismo, vimos una escalera de madera que servía para subir a una jaula, que estaba colocada encima de una de aquellas casitas. Subimos por la escalera y corriendo por el tejado, pudimos saltar a los campos. Y saltando las vallas de muchos campos, pudimos llegar a la calle Espronceda, con toda la ropa destrozada y lleno de porquería. Aquella noche, cuando llegué a mí casa, tuve que lavarme antes de acostarme, porque me olía toda la ropa. Al día siguiente, cuando me levanté, le pedí a mí madre que me diera ropa para cambiarme y me la dio. Cuando estuve vestido, me marché como cada mañana hacia el trabajo. Ya hacía tres meses que estaba trabajando en aquel lugar y yo nunca había recibido ni un céntimo, solamente la comida del medio día, que se componía de boniatos hervidos, sin pelar. Eso era casi cada día o un plato de col hervida sin aceite. De segundo plato, un huevo duro o una sardina salada de barril. Yo ya empezaba a cansarme de aquella comida, pero aguantaba, porque me convenía aprender el oficio. Pero un día, nos pusimos a comer y cuando cogí un boniato para pelarlo, me di cuenta que tenía el papel, o sea, la papelina que le dieron en la tienda para envolverlos, también lo había puesto en la olla para hervirlos. Yo me callé por prudencia. Pero, al marido también le salió un pedazo de papel. Y al verlo, le preguntó a su mujer que era aquello. Y ella le dijo: - Será el envoltorio de los boniatos, que lo he puesto sin darme cuenta. Página 236

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Entonces él se levantó de la mesa y empezó a llamarla: - ¡ Cerda, marrana, que no sirves ni para cocer unos boniatos ! Discutieron y casi se pegan los dos. Yo estaba callado y pensaba: - Mañana ya no vengo. Y al día siguiente, ya no volví. He relatado esta explicación, porque me supo mal el dejar aquel trabajo, pero estaba harto de boniatos cocidos y basura. ************************************************************

Por la noche, cuando llegué a mi casa, le conté a mí madre lo que había pasado en el taller. Le dije que no volvería y me contestó: - Me alegro, por miserables que son, de no darte ni dos pesetas para pasar el domingo. Y me repitió que no fuera más. Pero, a continuación me pregunta: - ¿ Qué es lo que hiciste anoche para destrozar toda la ropa de esta manera y llenarme la cocina de agua por todo el suelo? No le dije lo que nos había pasado la noche anterior, que tuvimos que salir atravesando los campos. Le dije: - Fue que me peleé con uno. Y me contestó: - Vaya pelea. Mientras, yo salía ligero para que no se alargara la conversación, me marché a casa del Anguera, para escuchar la pirinaica. Como cada noche, les expliqué lo del trabajo y no le dieron importancia. Seguimos con lo nuestro, que era la radio. Hacía cuatro o cinco noches que no paraban de darnos noticias de que estaba todo preparado para lanzar la ofensiva, que estuviéramos alerta para cuando llegara la hora. Muchas noches no podía quedarme durmiendo, nada más pensando en ese momento. Pero no llegaba nunca. Nos dábamos cuenta de que Franco empezaba a mandar el ejército y material de guerra hacia los Pirineos. Aquellos días no paraban de pasar trenes cargados con tanques, cañones y soldados con dirección a la frontera. Nosotros estábamos pendientes de que llegara la noche, para tener noticias y siempre Página 237

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nos decían lo mismo, que estuviéramos alerta, que estaba todo preparado. Yo, incluso estaba tan seguro, que con algunos amigos hacía apuestas que la dictadura de Franco, no duraría más de un mes, decía: - ¡ Esto está acabando ! Nosotros, mientras, seguíamos con las pintadas. Salíamos por la noche y nos encontrábamos en el apeadero del tren del Clot, que allí estaban los talleres donde reparaban los trenes y allí era donde conseguíamos la pintura y las brochas. Me acercaba a la entrada, por donde entraban los trenes para reparar y entre las hierbas, siempre estaba la pintura y dos brochas. Lo recogía y la metía dentro de un saco pequeño y volvía a pasar por delante de mis amigos. Y uno a uno, íbamos siguiéndonos siempre a una distancia, nunca juntos. Cuando teníamos que hacer la pintada, uno se quedaba en la esquina y otro se adelantaba unos cincuenta metros. Mientras yo aguantaba el pote de la pintura, el otro hacía la pintada. Hacíamos tres o cuatro pintadas y nos marchábamos para casa a dormir. Pero la sorpresa era, que por la mañana, antes de que se hiciera de día, ya lo habían borrado con pintura de color gris o de color ocre. De cuando en cuando dejábamos pasar una temporada, porque nos perseguían muy de cerca y nos hubieran pillado. Una tarde que estaba en casa, picó un hombre en la puerta y preguntó por mi madre. Y le dije que no estaba. Entonces me pregunta si yo era su hijo. Le contesté que si y me dijo: - Es igual que no este ella, porque el recado es para ti. Voy a un taller que hay en Pueblo Nuevo, a hacer horas y me han dicho si conozco un muchacho de confianza, para trabajar en este taller. Y como tu madre me dijo un día que estabas parado y si encontraba una cosa, que le avisara, ahora es la ocasión. Toma esta tarjeta y preséntate mañana por la mañana en esta dirección. Y así lo hice. Me presenté y hablé con el dueño. Y éste me dijo: - He empezado con este taller hace cuatro meses, de momento somos cinco y yo seis trabajando. Aquí todos hacemos el trabajo que se presente. Si te quedas, harás lo mismo que todos. Si te interesa, ya puedes venir a trabajar mañana. Y le contesté: - Si, ¿ A que hora se empieza a trabajar? - A las ocho de la mañana puedes venir. Página 238

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Me marché la mar de contento, porque ya tenía trabajo. Cuando llegué a mi casa, se lo conté a mi madre y me preguntó que donde estaba el taller. Y yo le contesté: - Está en Pueblo Nuevo, en la calle Pedro IV, en un pasaje que le llaman la granota. Y este taller se llama Industrias Forés. - A ver si tienes suerte y te dura este trabajo, que podamos salir un poco de esta miseria, me dijo mi madre. Esto lo cuento como una anécdota, porque en este taller estuve trabajando cuarenta y un años, hasta que me jubilé. Fue el único trabajo que hice durante toda mi vida activa. Cuando empecé en este taller, empezamos fabricando faros de coches. Y éramos seis trabajadores. Pero cuando me jubilé, éramos ciento sesenta y dos trabajadores. Esto lo cuento, porque me recuerda las palabras que me dijo mi madre, que a ver si tenía suerte y me duraba el trabajo. Pues tuve suerte, porque no conocí otro trabajo más que aquel. Durante aquellos años, seguía, como siempre, pensando que cambiara el régimen. Seguía con mis amigos, escuchando la pirinaica. Y los ánimos que nos daban al principio, de que estaban preparados para venir a luchar contra Franco, cada vez se alejaban más de la realidad. Pasaban los meses y los años y nadie hablaba de lo prometido. Solamente surgió un movimiento de unos cuantos valientes, que le plantaron cara a Franco, y que les dieron muchos problemas a los fascistas. Estos fueron los " Maquis" . Nosotros pensamos que este era el momento que estábamos esperando para poder ponernos en contacto con ellos. Pero por mucho que los buscábamos, nunca pudimos conocer personalmente a ninguno de ellos, porque no paraban nunca en un mismo lugar. Nosotros siempre estábamos pendientes, para ver como podíamos prestar alguna ayuda, desde donde fuera posible. Y pasaban los días y nos enterábamos de que la guardia civil los perseguía día y noche, sin descanso. Les producían algunas bajas. Pero ellos continuaban con su misión, que era si podían conseguir, en algún momento, hacer un atentado contra Franco, que ya estuvieron a punto de conseguirlo. Pero la policía no paraba de perseguirlos. Y el grupo, cada vez era menor y con algún chivatazo que les dieron a la policía, consiguieron matar a los líderes de aquel grupo de valientes antifascistas. Y ya no se habló más de ellos.

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Nosotros ya perdimos la esperanza de que todo cambiara. Y el régimen de Franco, cada vez cogía más fuerza. Continuábamos muy desanimados, porque ya nos dábamos cuenta de que aquella dictadura iba a durar siempre. Aunque cada vez que nos daban la prensa clandestina, continuábamos repartiéndola entre los trabajadores. Recuerdo que un día, cuando serían las once de la mañana, estaba trabajando y me llamaron por teléfono. Era mi compañero Anguera y me dijo que si podía salir un par de horas, que me esperaba en la calle Espronceda esquina con Pedro IV. Le dije que si. Entonces pedí permiso al encargado. Le dije: - Me han telefoneado diciendo que mi madre no se encuentra muy bien y me voy, a ver que le pasa. Me marché por la calle de Pedro IV, hasta llegar a la calle Espronceda. . Allí me encontré con el Anguera y con un muchacho subido en una moto. Me lo presentó y me dijo de lo que se trataba: - Mira, este muchacho lleva el macuto ese en la espalda lleno de propaganda antifascista. Tenemos que llenar toda la calle de Pedro IV, lanzándola al aire. Tú iras montado detrás y la irás tirando rápidamente. Y yo me marcho con aquel otro motorista que hay allí, para hacer la misma operación en el Clot. En aquel momento se marchó y yo me subí a la moto. La puso en marcha y como en aquellos tiempos, a penas se veían circular vehículos, salimos a toda marcha. Y desde aquel instante, empecé a tirar papeles al aire. Aquello parecía una fiesta. Cuando llegamos a la calle Almogávares, seguía tirando y al llegar a la calle Granada, giró y se paró y me dijo: - Vete. Y él siguió su camino. No conocía aquel muchacho, ni lo vi nunca más. Me marché de regreso, caminando por el mismo camino que había tirado las hojas. Estaba toda la calle llena. Cogí una hoja y vi que se trataba de unos compañeros que habían fusilado por aquellos días. Mientras seguía caminando, me di cuenta que un montón de policías, de los que les llamábamos los grises, iban recogiendo, por toda la calle, las hojas que yo había tirado. Y si veían a alguien cogiendo una hoja, la detenían. Recuerdo que me paré delante de la ferretería Coral, en la esquina de la Rambla de Pueblo Nuevo, donde había unos cuantos hombres haciendo comentarios de las hojas. Y uno decía: Página 240

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- Mira que se necesita tener huevos para tirarlas en pleno día. Si los pillan, van derechos al Campo de la Bota. Aquel día, cuando escuché aquellas palabras, sentía que había hecho un buen trabajo para nuestra causa. Cuando serían las doce y media del medio día, pensé: - Ahora me marcho para mi casa y cuando coma, volveré otra vez al trabajo. Y así lo hice. Cuando llegué de nuevo por la tarde al trabajo, todavía no era la hora de empezar a trabajar. Y estaban haciendo comentarios sobre las hojas que había tirado anteriormente. Y como si no supiera nada, le pregunté a uno: - ¿ Qué pasa? Y me contesta: - Esta mañana han llenado la calle de Pedro IV de estas hojas. Y me enseñó una que él había cogido. Y yo continuaba haciéndome el ignorante. Solamente le dije: - Esto va a durar poco tiempo. En aquel instante, nos dieron la señal para empezar a trabajar. Y cuando hacía un rato que estábamos trabajando, vino el encargado y me preguntó: - ¿ Qué es lo que le ha pasado a tu madre? Y le contesté: - No ha sido nada de peligro, le dio un poco de mareo y se cayó al suelo. - Me alegro que no sea nada de importancia. Esa tarde, estaba pendiente de que se pasara pronto, para encontrarme con el Anguera en su casa, como cada noche. Llegó el momento y le pregunté como le había ido a él lanzar las hojas. Y me contestó que muy bien. Le explicaba como me fue a mí y nos divertíamos explicando como la policía recogía las hojas que estaban tiradas por el suelo. Esa noche, cuando oíamos la pirinaica, dieron la noticia de los compañeros que habían fusilado, que eran los mismos que nosotros anunciábamos a través de las hojas que lanzamos esa misma mañana. Recuerdo que faltaban pocos días para las Navidades y nos decían por la pirinaica: - Estas Navidades os daremos una alegría muy grande. *************************************************

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Desde aquel momento, pensamos que ya llegaba el día tan esperado, para cambiar el régimen de Franco. Pasaron unos días, y ya estábamos en las fiestas de Navidad. El Anguera me dijo un día: - Esta tarde tenemos que ir a la puerta principal del Hospital de San Pablo, que nos tienen que dar un paquete. Cuando salí del trabajo, me fui en busca del Anguera y nos marchamos caminando, hacia el Hospital de San Pablo. Cuando llegamos a la puerta, me dice mí compañero: - Aquel que está allí, nos tiene que dar el recado. Y mi sorpresa fue, cuando lo vi y le dije: - ¡ Pero si ese hombre es un tío mío ! - No me digas. - Acerquémonos y lo verás. Cuando llegamos y me vio, me dijo: - ¿ Y tú que haces aquí? - Lo mismo que usted. Este tío mío, se llamaba Juan Porras. Pertenecía a la C. N. T. y antes de la guerra, me había solucionado un caso en el que me había despedido de la fábrica donde trabajaba, porque yo también era de la C. N. T. Al empezar estas memorias, me parece recordar que, en algún caso, ya mencioné el nombre de este tío mío. Y sigo con la entrega del paquete. No alargamos mucho la conversación, solamente nos dijo: - Toma, aquí tenéis unas setenta Solis, mirar de repartirlas antes de las fiestas, porque estos días de Navidad, las fábricas no trabajan y os será difícil repartirlas. Nos despedimos y me dio recuerdos para mi madre, porque eran primos hermanos. Cuando llegamos a casa del Anguera, ya serían las diez de la noche y ya estaban los otros dos amigos esperándonos. Empezamos a preparar el plan para repartir la Solidaridad Obrera. Pero como que el siguiente día era noche buena, cada uno cogimos unos cuantos y nos marchamos para repartirlos aquella misma noche. Cada uno se marchó por un sitio diferente. Recuerdo que me marché por la calle de Llacuna y tiré seis o siete en la puerta de la fábrica de la lana. Seguí hacia la calle Pedro IV, que es donde yo trabajaba y en la misma puerta de la fábrica, tiré otras cuantas Solis. Después me marché para casa, cuando Página 242

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acabé de repartirlas, serían las doce y media, subía por la calle de San Juan de Malta y me encontré con el Anguera, que también terminaba de repartirlas. Y nos marchamos para casa. Al otro día, ya era noche buena y nos reunimos los cuatro en casa del Anguera. Y estando los cuatro sentados, nos dice uno que se llamaba Antonio: - Anoche no repartí las Solis. Le preguntamos porque no las repartió anoche y nos contestó, que estos días de fiesta, ya no tenía tiempo. Le metimos una bronca y le dijimos que esta no era la manera de actuar con una cosa que nos comprometía a todos. Pero como las cosas, cuando tienen que pasar, pasan, a partir de aquí, fue nuestro final. Aquella noche pensamos que aquellas Solis que le quedaron al tal Antonio Ortega, tenían que repartirse, contra antes mejor, para quitárnoslas de encima, porque eran un peligro. Pensamos salir a divertirnos un poco y al mismo tiempo, aprovecharíamos para repartir las Solis. Y así lo hicimos. Salimos a la calle y nos fuimos a la calle Valencia, con dirección al centro de Barcelona. Y empezamos a depositar en algunas escaleras, la solí. Y caminando llegamos al Paralelo. Entramos en la calle del Conde de Asalto y seguimos en dirección a las Ramblas. Cuando llegamos a la última travesía, allí terminó todo, al menos para mí. Me explicaré. Cuando llegamos a la última travesía, torcimos hacia la derecha, para dirigirnos al barrio chino. Y en la misma esquina de la calle, se encontraban cuatro personas, dos hombres y dos mujeres. Tenían cada uno una botella de licor en la mano, y empezaban a celebrar la noche buena. A nosotros nos llamó la atención el verlos allí, pero seguimos caminando. Al mismo tiempo, oímos un grito y miramos atrás y nos damos cuenta de que, al amigo nuestro, el Antonio, lo tenían cogido por la muñeca. Fuimos corriendo hacia donde estaban ellos y las dos mujeres salieron corriendo. Y al mismo tiempo, uno de los dos se abalanzó sobre mí y me cogió por el pecho, empujándome me llevó a la acera de enfrente, y sin soltarme, no paraba de decirme: - ¡ Tú no sabes quien soy yo ! Yo le decía: - ¡ Pero no se da cuenta de la paliza que le están dando a su compañero ! Mis amigos le pegaban para que soltara al Antonio y ese hombre decía: - ¡ Comunista, repartiendo propaganda ! Páeina 243

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Y fue que el Antonio, le quedaba una Soli y se le ocurrió, al pasar, dársela a uno de esos dos hombres. El que me tenía cogido, me soltó y se fue a defender a su amigo. Yo aproveché y me marché hacia la calle del Arco del Teatro. Y salí a las Ramblas, quedándome allí, esperando que vinieran mis amigos. Pero mientras esperaba, se acercó a mí un hombre y una mujer que habían visto la pelea y me dicen: - Tus amigos, los han llevado a la comisaría, porque aquellos dos hombres son policías. En aquellos momentos me quedé sin saber lo que podía hacer. Pensé marcharme para mi casa, pero dije: - Será peor, porque los harán cantar y vendrán a buscarme. Decidí ir a la comisaría y presentarme. Cuando llegué a la comisaría, en la calle misma de Conde de Asalto, le pregunté al policía que había en la puerta de guardia, si habían entrado tres muchachos. Y me contestó que si. Le dije si podía entrar, porque iba con ellos y también me dijo que si. Cuando entré hacia dentro, estaban hablando de mí y al verme entrar el Anguera se dirigió a mi señalándome y diciendo: - Éste es el que dicen ustedes que faltaba. El comisario se dirigió a mí y me dijo: - ¿ Tú has visto la cartera de este compañero nuestro? Y yo sin pensarlo le contesto: - Yo no, porque no me he arrimado para nada a este señor, porque este policía, dirigiéndome al otro amigo, me tenía cogido todo el rato. El comisario le pregunta al que me tenía cogido durante la pelea: - ¿ Tú eres policía? Y le contesta: - Lo era. - Entonces tú también eres rojo. Y el amigo de él, que si que era policía y no dejaba de sangrar por la ceja, y que llevaba una borrachera que no se tenía de pies le dice al comisario: - No te metas con él, que éste es amigo mío. El comisario, viendo que no se aclaraba nada, le dijo: - Mira fulano, ir a la otra comisaría y aclarar lo que sea, que yo tengo un trabajo muy importante y que me urge. Página 244

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Salimos de la comisaría y a unos cincuenta metros más arriba, estaba la otra comisaría. Subimos la escalera y mientras subíamos, detrás mío subía el que me cogió y me decía si no sabía quien era. Me volví y lo cogí por el pecho, de un jersey que llevaba de cuello alto y mientras subíamos la escalera, yo seguía tirándole. Y él no decía nada, se dejaba arrastrar por mí. Cuando llegamos arriba, nos quedamos allí un momento, mientras el policía agredido entró en el despacho. Al momento, nos hacen entrar a nosotros y empiezan a hacernos preguntas. La primera pregunta fue: - ¿ De dónde sacasteis la hoja que le disteis a mi compañero? Y contestó el Antonio: - Nosotros no le hemos dado ninguna hoja. Seguidamente intervino el que se hacía pasar por policía y le dice al comisario: - Mire lo que me ha hecho éste subiendo por la escalera. Y le señala el jersey, todo deformado de los tirones que le di. Y sigue el comisario: - ¿ Quién ha sido el valiente que le ha abierto la ceja a mí compañero? Y el policía seguía con el pañuelo, secándose la sangre. Nosotros no decíamos nada y el comisario insistía con la hoja que le dio el Antonio y decía: - Si no hace falta que me lo digáis, si tenéis la cara de perros rojos. Pero yo os haré que cantéis. Venir para aquí. Y nos llevó a un pasillo estrecho y dice: - Ponerse allí. Entraron tres policías de los grises y nos pusieron en fila, de cara a ellos. A mí me tocó el comisario y me dijo: - ¿ De donde habéis sacado la hoja? Yo le quise contestar que no sabía nada y sin dejarme terminar, me pegó un puñetazo en las narices. Y empecé a sangrar y me dijo: - Ves, lávate. Detrás de él había una pica pequeña y abrí el grifo y me lave un poco. Yo me quede al lado de la pica y me dijo: - Tu ven no te quedes allí, si esto empieza ahora. Ponte aquí delante. Me puse, otra vez, delante de él y me repite la misma pregunta. Hice la misma operación, quise contestarle y vuelve a darme otro puñetazo en las narices. Y empiezo a sangrar de nuevo y me dice: Página 245

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- Lávate. - No hace falta que me lave, porque me va a seguir pegando. Me cogió por detrás del cuello y me amorró a la pica y me decía apretándome la cabeza contra la pica: - Ahógate allí rojo, haber si te desangras de una vez. Cuando me soltó me repitió de nuevo: - Yo te haré que cantes. Nos pusieron a los cuatro juntos en el pasillo y me di cuenta que mis amigos ambién se les notaba en la cara, que les habían pegado. Pero no como a mí, no les lieron tanta leña. Aquel comisario que me pegó tanto, era muy bajito, mediría un metro y nedio. Y yo pensaba: - Si te pillara en la calle, te comía vivo. En aquel instante pasó algo curioso. El comisario señalo el Anguera y le dijo: - Tú ya te puedes marchar para tu casa. Y él, sin pensárselo, salió corriendo. Nunca pude saber porque lo dejó marchar y osotros nos quedamos. Estando en el pasillo, detrás nuestro habían dos puertas. Y abrieron una y nos ijeron: - Entrar para dentro. Aquello eran los calabozos. Cuando entramos en ellos, había un banco de madera rrimado a la pared de un lado al otro del calabozo. Nos sentamos en el y yo pensaba: - Mira que si se enteran en el trabajo, me despedirán. Pero de pronto, se abre la puerta del calabozo y entra un teniente joven. Recuerdo ue llevaba unos pantalones de montar con polainas y en mangas de camisa. Y en el echo llevaba las dos estrellas con un fondo negro, acompañado de dos policías como os castillos de altos y robustos. El teniente llevaba en la mano una porra desenfundada, me miraba levantando la porra, cogida con las dos manos, a la altura de su cabeza, la oblaba en forma de arco, para arriba y para abajo y al mismo tiempo me decía: - Esta es de las buenas, de antes de la guerra. Y con cara de cachondeo me mira y me dice: - A ver si eres buen muchacho y entre los tres me explicáis de donde sacáis la "opaganda marxista. Pásina 246

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Nosotros no decíamos ni una palabra. Entonces el teniente se dirige al Antonio, se puso delante de él y le dijo: - Desnúdate del todo. Mientras se desnudaba iba diciendo: - No hay derecho que nos peguen de esta manera. Y cuando le faltaban nada más que quitarse los calzoncillos le dijo: - Ponte de rodillas en el suelo. Cuando estuvo arrodillado le dijo: - Levántate y vístete. Se puso delante del Juan. Y le hizo hacer lo mismo. Se vino otra vez para mí y me dice: - Voy a ver si te hago memoria a ti. Yo lo estaba mirando a la cara y levantó la mano rápidamente y con la porra me pegó con todas sus fuerzas un porrazo en la frente, que me hizo nublarme la vista. Me tapé la cara con las manos y agaché la cabeza, mientras él me seguía pegando por detrás de la cabeza. Un policía que había allí con él, me cogía de los pelos y me levantaba la cabeza para que pudiera pegarme en la cara. No decía nada, ni quejarme. Cuando terminó el teniente, me cogió uno de los policías y conforme estaba sentado, me cogió otra vez por los pelos y empezó a pegarme golpes contra la pared, sin parar. Yo ya no sentía ningún dolor, nada más sentía los golpes como retumbaba el tabique, hasta que perdí el conocimiento. Cuando desperté, estaba tendido en el suelo y mis compañeros me estaban limpiando la sangre. Echaba sangre hasta por los oídos. Los pañuelos parecían la bandera comunista, de la sangre que eché. Me tocaba la cabeza y parecía que tocaba un tomate maduro, se me hundían los dedos por donde me tocara. Me levanté del suelo y me senté en el banco. Me quedé en silencio pensando lo que me había pasado. Me parecía un sueño, no me lo podía creer. Estuve un rato sin poderme concentrar y cuando estaba un poco tranquilo, se abre la puerta del calabozo y aparece un policía. Y desde la puerta me señala con la mano y me dice:

-Ven. Me levanto y me saca al pasillo y me dice: - Le habéis pegado a un compañero mío y le habéis abierto la ceja. Páeina 247

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Quise decirle que yo no había sido, pero sin dejarme hablar, me pegó una patada en is partes, que tuve que agacharme hacia el suelo, del dolor que me dio. Y cuando itaba agachado, me repitió con la rodilla en la frente. Abrió la puerta del calabozo y me jo: - Pasa para dentro. Aquella noche terminó el drama, ya no me pegaron más. Y os diré una cosa, aunque irezca mentira, a mis dos compañeros no les tocaron para nada, solamente lo que les ¡garon en el pasillo. Y que conste que todo lo que he escrito aquí, lo juro por lo más grado que yo tenga, que es la pura verdad. Esa noche ya era Navidad. Cuando serían las tres de la mañana, nos sacan para el spacho y nos toman declaración. Nos preguntaron varias cosas, pero solo recuerdo e, al final ponía: " Como buenos españoles colaborarán con la causa nacional" Y nos hicieron firmar. Nos tomaron las huellas dactilares y llamaron dos policías. Les fon un sobre cerrado y les dijeron que nos condujeran al Palacio de Justicia. Cuando íbamos caminando por la calle en dirección al Palacio de Justicia, yo le dije no de los policías: - Vaya paliza que me han pegado, no hay derecho. Y el policía me contestó: - Esto lo hacen para sacar la verdad. Y yo, al mismo tiempo pensaba: - Joderse, que conmigo no habéis podido. Al llegar al Palacio de Justicia, nos cogen y nos meten en un calabozo de aquellos i hay allí. Nos encierran y se marchan. Cuando serían las seis de la mañana, oímos ! se abría la puerta del calabozo y entra una señora con un cubo y una escoba en la no. Era la señora que se cuidaba de limpiar los calabozos. Le pregunté: - Señora ¿ aquí qué pasa con las personas que traen como nosotros? Y me contestó: - Ahora seguramente, dentro de un rato tendréis noticias. Si viene la guardia civil, os aran a la modelo y si viene un señor de paisano, os mandarán para casa.

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Me acerqué a la puerta, que tenía una ventanilla que se veía todo el pasillo y no paraba de mirar hacia fuera. Y de pronto veo aparecer un guardia civil que venía en dirección a nosotros. Enseguida me acerqué a mis compañeros y les dije: - ¡ Viene un guardia civil ! Nos quedamos mudos, casi sin respirar. Pero pasan unos segundos y la puerta no se abre. Entonces vuelvo a mirar y veo que el guardia civil había pasado de largo. Y mientras seguía mirando, veo que viene un señor en mangas de camisa y abre el calabozo, nos llama por nuestros nombres, le contestamos y nos dice: - Ya podéis marcharos. Cuando salimos a ¡a calle, pensé: - Menos mal que esto ha terminado. Pero a continuación empezaba otro drama, porque yo llevaba toda la cara llena de morados y la camisa llena de sangre, con una nariz que parecía una patata y teníamos que coger el tranvía para llegar a casa. Y a mí me daba vergüenza de que me viera la gente con aquella cara y con la sangre de la camisa. Entonces nos marchamos caminando. Cuando llegamos a mi casa, mí madre ya sabía que nos habían detenido, porque el Anguera le había dado la noticia y ella ya había telefoneado a la comisaría, para saber de mí. Pero cuando me vio, parecía que le daba un ataque, decía : - ¡ Asesinos, qué habéis hecho con mi hijo, criminales ! Y me decía: - Ya me esperaba yo que algún día te pasara algo así. Y repetía otra vez: - ¡ Criminales ! Y me dijo: - Vamos a casa del señor González. Que era el médico que nosotros teníamos. Cuando llegamos, al verme me dijo: - ¿ Qué te ha pasado en la cara? Le conté lo que fue, disfrazándolo un poco, porque no me interesaba decirle lo de la Solidaridad Obrera. Y me dijo : - Pues podrían haberte matado con los golpes que llevas. Quería hacerme un volante para que hiciera una denuncia y le dije que no, que lo que me interesaría es que me hiciera un volante para entregarlo en la fábrica, conforme Página 249

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taba enfermo, para dar tiempo a que se me deshinchara la cara, porque no podía ir a bajar en aquel estado, ya que tendría que dar explicaciones de lo que me había sado y me despedirían. La cuestión es que me hizo el volante justificando que tenía un tarro muy fuerte, que me impedía asistir al trabajo en unos días. Volvimos para casa y no salí a la calle durante unos días. Entonces se me metió la mía de que yo tenía que matar al comisario aquel. Y estuve unos días pensando de la mera que podía hacerlo. Pensaba conseguir una navaja de un tamaño grande y rcharme cerca de la comisaría y estar al tanto, para cuando saliera seguirlo. Y si tenía irte que se metiera en algún chiringuito de aquellos a tomar café, pegarle una ialada y dejarlo allí tendido. Cuando me miraba al espejo y me veía aquella cara, es ï se me encendía la sangre. En aquel momento, ya hubiera hecho lo que pensaba. Al siguiente tuve una visita. Vino a verme mí tío Juan, aquel que nos dio la Solidaridad rera en la puerta del Hospital de San Pablo y ya estaba enterado de todo. Entonces le dique el plan que tenía para vengarme del comisario y me dijo: - Eso ni pensarlo, porque podrías complicar las cosas y estropearlo todo. Mira, otros de momento olvidaros de hacer nada más por el bien de la causa, porque otros ya estáis fichados y ahora no dejaran de seguiros hasta que os puedan pillar en ) y complicarnos a todos. Sobretodo te pido que te olvides del comisario, que ya drá la nuestra y tendrás tiempo de pillarlo. ************************************************************************

Desde aquel momento, se terminó para mí casi todas mis ilusiones. Ya no jchaba la pirinaica y perdí el contacto con mis compañeros. Y los que tenían que r a salvarnos no llegaron nunca. Seguía amargado y me dediqué al trabajo de la ica. Fue prosperando la empresa y entraron algunas muchachas a trabajar. Me noré de una de ellas y me casé. Hemos tenido tres hijos, dos varones y una hembra 'o feliz, porque tengo a mí lado a mí esposa. El día 14 de Enero de 1995 cumplí las as de Oro, que esto me compensa de los malos ratos que pasé. Voy a contar una anécdota que me pasó estando casado. Recuerdo que el año 3, en el mes de Septiembre no me acuerdo bien que día, fue cuando iba para el ajo por la mañana. Entraba a las seis y a las cinco y media pasaba por la calle de jna hacia Pedro IV. Y antes de llegar a la fábrica de la lana, me encontré con un Páeina 250

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hombre que tendría treinta y cinco años y estaba al lado de un poste de la luz y tenía una cuerda atada al poste a unos cinco metros de altura. Y en la mano tenía una bandera, pero no se veía que bandera era. Entonces la desplegó un poco y me di cuenta que era la bandera catalana y me dijo en catalán: - ¿ Podrías echarme una mano? Nada más que me empujes de los pies para arriba, porque me he subido al otro poste y no me quedan fuerzas para subir a éste. Entonces cogí la cuerda y me la lié a la cintura y me subí a la altura de la otra y la até en el poste. Me dejé caer rápidamente abrazado al poste y cuando bajaba, me noté un pinchazo en la pantorrilla, pero no hice caso. Rápidamente aquel hombre me dio las gracias y salió corriendo y yo también salí ligero hacia el trabajo. Aquella bandera estuvo más de dos horas allí colgada hasta que fue la policía y la quitó. Pero dio tiempo a que corriera la noticia por todo Barcelona que en Pueblo Nuevo había una bandera catalana colgada en la calle. Cuando llegué al trabajo, me notaba mucha molestia en la pierna. Me marché para el botiquín y me bajé el pantalón y vi que tenía una astilla bastante grande clavada en la pierna. Entonces llamé a uno que pasaba en aquel momento por allí y le dije si quería hacer el favor de sacarla. Y miró de quitármela, pero no la sacó bien y a los cuatro o cinco días se me había infectado. Y tuve que coger la baja, para ir a la mutua. Estuve quince días de baja sin trabajar, fueron quince días de descanso como premio por ayudar a poner la bandera aquella mañana. ***************************************************************************** Todo esto que relato de mis memorias, me sucedieron desde el año 1936 al año 1946. Podría seguir escribiendo mucho más, pero la memoria ya me falla bastante y tengo que hacer mucho esfuerzo para recordar. Una cosa quiero decir y que me produjo mí mayor desilusión, fue cuando vino la democracia en este país y ver que los que menos habían luchado por conseguirla, han sido los que han sacado más provecho, que fueron los más listos que nada más con dejarse la barba y ponerse un portafolios debajo del brazo, cogieron los mejores cargos del país. Y los que estuvimos luchando siempre contra la dictadura del general Franco, nos olvidaron porque nos consideraban un peligro para la joven democracia española.

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Espero no haberos aburrido con este relato y le doy las gracias al que haya tenido la :iencia de llegar hasta el final.

Gabriel Monserrate Muñoz

Barcelona a 21 de Junio de 1995.

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