Mujeres: entre tiempos y territorios (Aparecido en el número homenaje a los 50 años del diario El Independiente de la Rioja)

Mujeres: entre tiempos y territorios (Aparecido en el número homenaje a los 50 años del diario El Independiente de la Rioja) Norma Giarracca Un poco

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Mujeres: entre tiempos y territorios (Aparecido en el número homenaje a los 50 años del diario El Independiente de la Rioja)

Norma Giarracca Un poco de historia Un indicador muy usado para medir la complejidad de las sociedades es la percepción cultural del tiempo y, en tal sentido, el siglo XX aparece como aquél donde esta sensación se traduce en una aceleración inédita del ritmo de la vida. No me equivoco si sostengo que el XX es el siglo de la aceleración de los tiempos sociales junto con la aparición de la mujer en el espacio público; o, mejor dicho, de la reaparición de la mujer en los espacios de la querella por la libertad y la búsqueda de derechos. En La Rioja, no es difícil invitar a comprender lo que deseo significar cuando defino “reaparición” de las mujeres en el siglo XX, ya que nombres como Victoria Romero o Dolores Díaz reenvían a tiempos anteriores, cuando las luchas contra los ejércitos del proyecto portuario, concentrador y dominante incorporaban mujeres activas, aguerridas y pensantes a las arenas políticas y militares. El modelo capitalista, que empezó a imponerse en aquellos momentos y que se consolidó en el período que va de 1880 a 1930, arrinconó a las mujeres a los ámbitos domésticos o del trabajo; ambos bajo una estricta tutoría masculina. Esto fue así porque el modelo capitalista es colonial, patriarcal, racista y de fuerte jerarquización social. Para todo el país, los estudios históricos muestran que la figura femenina, tradicionalmente anclada en el rancho (o cualquiera fuera la denominación del orden doméstico), se corresponde con la expansión capitalista y con el proceso de colonización europea. Antes de la expansión de la agricultura granaria, las mujeres criollas o indias aparecían en la iconografía de la época como activas compañeras del gaucho trashumante; se las documenta como cazadoras, galleras, jinetes, a la par que el hombre. De esta manera, la figura de la mujer circunscripta al hogar y a la vida familiar se va conformando como tal, sobre todo, en la región cerealera, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y coincide, como dije antes, con la expansión de la agricultura y la colonización europea. En el resto del país, esa figura se consolida a medida que los territorios son subordinados al poder central y a los destinos económicos dictados desde el puerto. El discurso “agrarista” del agrónomo francés Carlos Lemeé contratado por las modernizadoras corporaciones agrarias pampeanas en los años de 1870, expresa con claridad esta posición. En un libro de 1895, se dirige a la mujer rural como “la reina del hogar” para exaltar los valores de austeridad y laboriosidad familiar dentro del ámbito doméstico. Frente a una época de transición y modernización, intenta resaltar la figura de la europea como el modelo de mujer de campo a seguir. La mujer criolla o india debe imitarla a fin de convertirse en ecónoma austera, dedicada a la vida familiar, cumpliendo el rol específico asignado, es decir, convertirse en una verdadera “reina del hogar”. Esto llevaría a un mínimo gasto de mantenimiento de la unidad familiar y le permitiría al agricultor acumular el capital necesario para convertirse en un actor eficiente del capitalismo agrario en expansión. Los estudios sobre las mujeres de las tempranas urbanizaciones e industrializaciones muestran algunas cuestiones de interés para lo que aquí deseo plantear. En la etapa de la llamada “consolidación” de la nación capitalista, las mujeres que no pertenecían a los sectores dominantes o no estaban a cargo de un hombre tenían la obligación de demostrar que trabajaban para lograr su sustento, ya fuese por jornal o por servicio doméstico (nodrizas o sirvientas). De este modo, comenzaron a aparecer severas leyes provinciales que controlaban el lugar de las mujeres a través de la exigencia de papeletas firmadas por los patrones, que

aseguraban el paso de un sitio a otro. Por otro lado, la “avanzada” ley 1420 de educación obligatoria, en 1884, estableció que las niñas debían aprender “labores de manos y nociones de economía doméstica”, que incluía limpieza, preparación de alimentos, lavado, planchado y plegado de ropa, contabilidad casera y medidas de ahorro, y recibir una instrucción básica. Las mujeres pobres entraban en los mercados informales del trabajo doméstico y, lentamente, en algunos oficios como los de costurera, enfermera o, con el tiempo, telefonista. Si bien existen algunos registros de mujeres participantes en sindicatos o gremios, son la excepción y no la regla. Osvaldo Bayer, por ejemplo, siempre nos recuerda la manifestación de las mujeres proletarias de Río Gallegos que apoyaron las huelgas de aquella “Patagonia Rebelde”. Pero, como sostiene la historiadora Marcela Nari, la población valorada como trabajadora, ciudadana y/o miliciana era exclusivamente masculina y la mujer quedó vinculada a la reproducción de la vida dentro de una unidad familiar jerárquica y naturalizada. La mujer de la segunda mitad del siglo XX Como en casi todo el mundo, los cambios más significativos en relación con las mujeres, tanto en el orden doméstico como en la arena pública, comienzan a registrarse después de la segunda guerra mundial. En nuestro país, no podemos dejar de mencionar el papel simbólico que representó la presencia en la vida pública de Evita Perón y la herramienta política que significó el voto femenino impulsado por ella y sancionado como ley en 1949. A partir de este punto, con esta breve reflexión del disciplinamiento de género que había impuesto la organización social para el capitalismo colonial y patriarcal, podemos comprender mejor el derrotero de la mujer en estos últimos cincuenta años, complicado período de la historia de nuestro país, que el diario El Independiente registró desde esta compleja provincia. La Argentina industrializada de mitad del siglo XX coexistía con una agricultura moderna de exportación, que, si bien no había mantenido el ritmo de expansión de las primeras décadas del siglo XX, proveía la mayor parte de las divisas que se necesitaban para mantener el modelo económico. En las distintas regiones, se habían consolidado las agroindustrias destinadas a proveer un mercado interno en expansión: caña de azúcar en el norte, vitivinicultura en Cuyo, yerba mate, té, algodón en el litoral. Este modelo económico, que se desmorona a partir del golpe de Estado de 1976, configuraba un sistema de fuertes desigualdades sociales pero de inclusión social (a diferencia del sistema de desigualdades con exclusión que le siguió). Las luchas sociales de la época, justamente, se centraban en la querella por la igualdad y en la expansión y mantenimiento de los derechos sociales. En las grandes ciudades, como Buenos Aires, Córdoba, Rosario, las mujeres se habían incorporado lentamente al mercado laboral, ya no sólo en sectores tradicionalmente femeninos, como “confección” o “textil”, sino en “alimentación”, “químicos”, “servicios”, y a la lucha por beneficios sociales tanto como trabajadoras como por la condición de género. Pero, junto a esta búsqueda de expansión de los derechos sociales, las mujeres fueron generando nuevas acciones tendientes a participar en todos los espacios de la vida social y política. Recordemos que, más allá del clima político e ideológico de época, a partir de la década de 1960 se vivió en occidente un período de gran desarrollo de la creatividad humana y esta característica impregnó las artes, pero también espacios sociales institucionalizados, como la educación, la política, la ciencia, la salud, la religión, los medios de comunicación, etc. En efecto, en la Argentina, la Teología de la Liberación de los curas del Tercer Mundo, la propuesta libertaria educativa de Paulo Freire, la científica para desarrollos propios y autónomos, como la de Oscar Varsavsky, varios programas de salud pública provinciales con participación inédita de profesionales concientes y responsables, experiencias periodísticas nacionales y provinciales, así como nuevas organizaciones sociales y gremiales surgidas en los bordes externos de los viejos gremios (CGT de los Argentinos y las Ligas Agrarias, por ejemplo) configuran una

cartografía de experiencias innovadoras, que iban mucho más allá de la mera enunciación ideológica. Se producía un “aquí y ahora” transformador y creativo que -me atrevo a decirpresagiaba las nuevas formas de la política emancipadora de los tiempos actuales. En La Rioja, se desplegaron muchas prácticas que denominamos, con Boaventura de Sousa Santos, “campos de experimentación”, y es interesante observar que los luchadores innovadores de hoy, aluden con frecuencia a ellos para pensar formas de acción y a sus actores centrales como referentes incuestionables. Sin duda, Monseñor Angelelli y el creador de este diario, Tito Paoletti, liderando la experiencia de una iglesia y un periodismo dignificados, son los más conocidos. No obstante, hubo muchas otras experiencias en educación, en formación cooperativa, en modos organizativos, etc., donde mujeres comprometidas, lúcidas y con esa tremenda capacidad de organización propia del género, dejaron marcas. Mencionemos, a modo de ejemplo y homenaje, a Lylian Clementina Santochi de Paoletti, quien podía trasladarse del ámbito doméstico de madre prolífera a los espacios públicos donde se construían experiencias solidarias y, además, a otros ámbitos políticos que requerían de su pensamiento. Cuenta una de sus hijas “Recuerdo que de chica mi mamá nos llevaba con ella a todos lados. Tengo muy presente un día sábado, que nos llevó a las afueras de la ciudad, al pie del cerro, a una jornada de fabricación de bloques de cemento. Se habían organizado para levantar unas casitas y de todo el proceso participaban los vecinos, la comunidad. Algunas mujeres cocinaban un guiso en un fueguito mientras el resto preparaba la mezcla y moldeaba los bloques de cemento”. Estas múltiples facetas de Lylian la acompañaron por muchos territorios que fue aceptando sin pasividad ni resignación y en los que fue dejando su marca de riojana por adopción y puro amor. Sería injusta si no recordara en estas líneas a esas otras mujeres que, sin salir de la esfera de lo doméstico, fueron capaces de formar hombres/mujeres creativos, libres y responsables. Podríamos decir, citando a Ricardo Mercado Luna, personas capaces de deconstruir “la cultura de los hechos consumados” y producir creativamente una cultura de la resistencia basada en un pensamiento crítico, autónomo y libertario. Si en todo el país, pasada la etapa más ominosa de la dictadura militar (1976-1983), esa cultura de la resistencia comenzó lentamente a reaparecer, este siglo encuentra a provincias y pueblos cordilleranos entre los más reconocidos (nacional e internacionalmente) por su lucha frente a la devastadora política sobre los recursos naturales. Y allí otra vez está La Rioja y están las mujeres. Mujeres en los territorios Si el siglo XX se marchó arrastrando las últimas esperanzas de un “futuro mejor” en base a “desarrollo, industrialización y urbanización” (el famoso “progreso” capitalista y socialista), el nuevo siglo nos muestra la tenaz persistencia de poblaciones que le dicen al mundo que no están dispuestas a permitir que les devasten o arrebaten sus territorios. Poblaciones que habían sido invisibilizadas por el discurso de la modernidad, como las comunidades indígenas o campesinas o poblaciones de pequeñas ciudades que, en sus luchas socioambientales, diseñan una “política de vida”. Son resistencias que se entablan para preservar y cuidar el territorio con los bienes comunes: resistencia al modelo económico extractivo, con nuevas tecnologías generadas por la necesidad de ganancia de las grandes corporaciones transnacionales; resistencia al modelo de monocultivo en países de fuerte tradición de biodiversidad agrícola; resistencia, en fin, al papel que la nueva geopolítica internacional pretende imponer a las regiones del mundo donde se preservó, durante siglos, el 80% de los recursos que la humanidad necesita para una reproducción responsable. Esas regiones, significativamente, están ubicadas en el sur global, donde esos bienes fueron preservados por indígenas,

campesinos y poblados intermedios que aún no han perdido una conexión cultural con la naturaleza. Se puede registrar en estas luchas socioterritoriales aquello que algunos estudiosos llaman “política de lugar” y muchos latinoamericanos llamamos una acción colectiva basada en “la territorialidad como vida”, como espacio de proyectos, de “convivencialidad” (límite y respeto en la relación entre las personas y con la naturaleza), de comunitas, en el decir de Zygmunt Baumann. En efecto, vastas poblaciones vienen dando la batalla para recuperar o preservar su territorio (que incluye la tierra, la biodiversidad, el subsuelo) y es de destacar que, en la bibliografía especializada que registra estos movimientos, sobresale siempre el papel de las mujeres tanto en el momento “extraordinario” de la confrontación como en el ámbito de construcción de vida. Mi larga experiencia como socióloga en recorrida “de campo” por la Argentina y América Latina corrobora esta realidad impregnada de incertidumbres, de riesgos, pero también -es importante decirlo- de conmovedora esperanza. En la Argentina, desde los grupos de mujeres que promovieron acciones para conseguir tierra para cultivar (la Cooperativa El Sacrificio, en Tucumán) hasta la participación femenina en los nuevos movimientos campesinos e indígenas que reclaman la tierra (el Mocase, en Santiago del Estero, el Movimiento Campesino Cordobés o la Unión de Trabajadores Sin Tierra de Mendoza, la organización Tinkunaku en Salta, los pueblos mapuches, etc.) son claros ejemplos de lo que sostengo. Un párrafo aparte merecen, sin duda, las asambleas de vecinos autoconvocados por el “No a la minería” de los pueblos patagónicos y cordilleranos. Las asambleas riojanas se destacan por muchos rasgos muy interesantes y, ciertamente, por el papel que tienen las mujeres. “¿Por qué las mujeres?” es el interrogante que aparece ante el relato acerca de estos movimientos sociales centrados en la defensa de los bienes comunes. No es tan difícil explicar por qué las campesinas e indígenas son las primeras en salir a defender la tierra, la biodiversidad y el agua que alimenta, sana y permite una vida a sus descendencias; lo es un poco más el dar cuenta de por qué estas mujeres de diversos sectores sociales, niveles de educación e historias biográficas han formado este potente “nosotros” para defender la estupenda geografía riojana. A mi entender, la clave está precisamente en las historias biográficas, que las distinguen de las mujeres de las grandes ciudades que ni siquiera saben cuál es el origen del agua que sale de los grifos de sus casas. Estas mujeres con identidad territorial fuerte están menos expuestas a aceptar los discursos “desarrollistas” que se derivan de un sistema “capitalista/colonial/patriarcal/racista”, ahora aggiornado con la narrativa de la “tecnociencia”; discurso que afecta no sólo al aspecto económico de nuestras regiones sino a todos las facetas de la existencia social. Esta comprensión ecológica, cultural y política, que alerta contra la eterna e incumplida promesa del “desarrollo”, perdura en muchas poblaciones cercanas a la naturaleza y hoy encuentra una interesante expansión de la mano de los movimientos sociales, entramados con pensadores de la ecología política, de las opciones decoloniales y de una ciencia responsable. Una asambleísta de Chilecito suele contar una leyenda que dice que en la cima del cerro Famatina descansan las almas de los incas y, cuando se produjo el levantamiento de Tupac Amaru en el Perú, el Famatina tronó llamando a los aborígenes a recuperar el territorio y la dignidad de su cultura. La asambleísta me contó que fue comprendiendo el denso sentido de la leyenda a medida que se sentía más cerca de ese cerro que protegen de la explotación minera. Esta historia permitió que yo misma comprendiera cómo el territorio puede condensar culturas diversas, distintas capas de tiempos históricos, imaginarios sociales y resistencias reales; el territorio, como lugar que nos marca con historias y leyendas y que, a su vez, es marcado por nosotros. Y, sobre todo, entender y corroborar una vez más que muchas de las mujeres que viven en él han sido las primeras en comprenderlo a través de los tiempos.

Norma Giarracca es socióloga, profesora e investigadora del Instituto Gino Germani de la UBA. Coordinadora del Grupo de Estudios de Movimientos Sociales en América Latina. Co-coordinadora de la edición Nº 6, Volumen 35, de la revista Latin American Perspectives, dedicado a “Women in Agriculture” (noviembre de 2008), y de numerosos artículos sobre mujeres agrarias y sobre las mujeres en la lucha por el territorio en América Latina en libros y revistas académicas. Colaboradora de “Pagina 12”, “Crítica”, “Revista Ñ”, “Caras y Careta” “Cuerdas” de Guatemala. www.ger-gemsal.com.ar

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