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© Abrapalabra Burgos, 2016 Taller de Escritura Creativa “Escribir te da Alas” Biblioteca Pública de Burgos Plaza San Juan, s/n C.P.: 09004 Obra de libre distribución
Si tuviese necesidad y
estuviera pidiendo en la calle,
no pediría un pan,
pediría medio pan y un libro. Federico García Lorca
Escribo para mirar todo y todo el tiempo. Escribo para
recordar y recordarme. Para volver a alcanzar ese estado febril.
Febril y fabril. Escribo por insatisfacción Escribo por venganza. Escribo por remordimiento. Escribo para confesar mis pecados.
Félix Romeo
La vida no es vida hasta que nos la contamos.
Índice General Prólogo................................................................................................................................ 11 Relatos................................................................................................................................. 19 Tuitealando........................................................................................................................ 199 Lapidarias.......................................................................................................................... 213 Índice de Títulos................................................................................................................. 221
Prólogo
Nos describe Etgar Keret en uno de los relatos contenidos en
Los siete años de abundancia (Siruela, 2014) ccómo fue el momento en que decidió ser escritor.
Por entonces, el autor hebreo estaba realizando el servicio mi-
litar obligatorio y escribió algo durante una de esas tediosas guardias
en las que no suele pasar ni una triste brisa. A continuación sintió una imperiosa necesidad de que alguien lo leyera; acudió a uno de sus superiores que, sin dudarlo, no quiso saber nada del asunto. Keret,
como en tantas ocasiones anteriores en las que se veía en apuros o sin saber bien qué hacer, acudió a su hermano mayor.
Al llegar a la casa de éste, su hermano, llamó al telefonillo cuyo
ruido probablemente enojó a su cuñada. El hermano, para evitar trifulcas con su malhumorada pareja, salió con el perro a dar ese obligado y nocturno paseo que deben hacer todos los perros. Hermano, me
gustaría que leyeras esto, le dijo. Nuestro escritor se hace cargo del
perro, mientras su hermano, a la luz de las farolas, camina, lee y se olvida de su fiel amigo, de darle la compañía que reclaman y de sus
necesidades fisiológicas. Va concluyendo el paseo y su hermano pre-
gunta: ¿Tienes copia de esto?. Sí, contestó el escritor novel. Entonces
el hermano, con los papeles que acaba de leer, recoge las mierdas del perro. Y es justo ese preciso instante el que Etgar Keret escogió para hacerse escritor.
No es difícil guardar esta anécdota en nuestra memoria de lec-
historia: todas diferentes y, cuando estas historias tienen elementos
nos puede surgir con su lectura y por el sentido paradójico de ésta:
En este libro, pues, podrá leerse el producto de un estímulo,
tor por lo que de escatológica tiene. Tampoco por esa pregunta que
similares, con miradas y puntos de vista distintos.
¿cómo alguien puede decicir ser escritor cuando otra persona ha re-
nuetra consigna, y de las horas de trabajo, de reflexión, de correcio-
Estoy seguro de que Keret exculpó a su hermano por su prag-
que pueda llegar a provocarnos algún tipo de emoción, algo a nuestro
bozado su texto en cacas perrunas?
matismo (si no tenía otro papel, ¿con qué recoger los excrementos?),
y, a mi juicio, por dos motivos añadidos: primero, por el hecho de
nes y de decisiones necesarias para desarrollar un relato, una historia parecer elemental y diferenciador respecto de otros textos en prosa.
Junto con los relatos, se pueden leer otros textos que provie-
que, antes de dar ese uso práctico al papel, se aseguró de la existencia
nen de dos elementos que pretendían estimular el ánimo y el deseo
no lo puedo destruir si es único—, y, en segundo lugar, por ese grado
ses con las que los partipantes firmaban su asistencia a las sesiones
de una copia —que fue algo aaí como decir: Hermano, esto es bueno, de enajeación que su hermano mostró durante el paseo y desde el preciso instante en que inicio la lectura de aquellas hojas con toda seguridad arrugadas.
Si leer puede llegar a enajenarnos, a llevarnos a otros lugares,
cualquiera puede imaginar qué debe sentir quien escribe, ya que conoce y pone en práctica las artes necesarias para provocar dicha enajenación. Se trata de una dulce locura.
En octubre de 2015, y por segundo año consecutivo, comencé
una aventura que, bajo el título de “Escribir te da alas”, pretende fomentar el gusto y el placer por la escritura. Mis principales objetivos,
además del señalado más arriba, son: la diversión y la creatividad; y
ésta última entendida como el más importante, por su influencia, en el desarrollo intelectual.
En sesiones quincenales, además de una ración teórica sobre
aspectos básicos a tener en cuenta a la hora de escribir un relato, se
proponía a los participantes una consigna a partir de la cual crear una
de escribir y crear: lo que denominamos lapidarias, que son la frapresenciales —sólo se recogen una selección de las mismas—; y los twirelatos o tuitealando, que son microrrelatos con un máximo de
ciento cuarenta caracteres, incluidos los espacios, que se publicaban
en un hashtag (#Escribirtedaalas2015) creado al efecto en una cuenta de Twitter. Si tienes la oportunidad de contar los caracteres de que consta el nombre del hashtag comprobarás que suman veintiuno, a
los que hay que sumar el espacio antes de comenzar a escribir el microrrelato, twirelato, con lo que en realidad, el máximo de carácteres de nuestros textos es de ciento dieciocho; más difícil todavía, como en el circo.
Decir que no se incluyen los textos de todos los participantes
en los talleres ya que, por diversos motivos, no ha sido posible; pero
sí se están la totalidad de los relatos escritos por los autores que aparecen en el índice correspondiente.
Me gustaría cerrar este prólogo con las palabras que ilustran la
página inicial del blog (http://talleres.abra-palabra.es/adultosbpburgos/)
en el que han ido publicando todos los textos que contiene este libro: Escribir es un acto de amor (…) es hablar con quienes no podemos
conversar de otra forma (…) es navegar ligero, planear al son del viento, (…) es trasladarnos al paraíso de las ideas y atraparlas con la red caza-mariposas de la tinta.
Escribir nos hace más humanos. Escribir es respirar y vivir. Es nuestro deseo que quien se acerque a estos relatos llegue a
enajenarse en algún momento con su lectura. Y que no se preocupe por nada, tenemos varias copias de todo.
Burgos, Junio de 2016.
Relatos
Índice de Autores Jesús Pando......................................................................................................................... 23 Carolina Barriocanal............................................................................................................. 53 Juliana Antón....................................................................................................................... 75 Pilar Tovar.......................................................................................................................... 105 Marga González................................................................................................................. 137 Sonia González................................................................................................................... 155 Javier Estefanía.................................................................................................................. 175
Jesús Pando
Palabras y alzar el vuelo
El Rey barbudo Imagínate que tenemos un rey. Un rey viejo, barbudo, un poco
engreído con su corona, su túnica azul turquesa y sus zapatillas verdes. Las zapatillas se las regaló un duende, pero eso no es muy importante ahora.
Ese rey se llama Heraclio Fournier y un día oye hablar de la
leyenda de las tres espadas de Vitoria, enterradas en un punto lla-
mémosle X. Imagínate ahora que bajo las tres espadas hay cuatro monedas de oro, redondas, grandes, brillantes.
Entonces manda a su hijo a por ellas. Pero el hijo no es como
el padre. El padre fue valiente y el hijo es cobarde. El padre fue un conquistador y el hijo un patán. El padre fue avaricioso y el hijo lo es aún más.
Imagínate, para terminar, que el hijo no vuelve al castillo. Se
queda con las cuatro monedas de oro y desaparece. Tal vez quiera ser rey en otro lugar o invertir todo su dinero en comprar un dragón que vuele y escupa fuego. Eso, tendrás que decidirlo tú.
Entonces el rey se queda muy triste. No por lo de ser viejo, ni
barbudo, ni engreído. Ni siquiera por lo de las cuatro monedas. ¿Tu por qué crees que se queda tan triste? Pintan bastos.
La niña sin zapatos Yo quería ser como Heidi pero en mi historia no hay un Pedro
ni un abuelito gruñón. Ni siquiera una señorita Rottenmeyer.
Muchos han acostumbrado a sus hijos a tener un ipad, una Play
Station 4 y un bono para la piscina. Y a escribir cartas muy largas a
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
El poeta pizzero
los Reyes Magos pidiendo cientos de regalos. En cambio nosotros, en nuestra montaña no teníamos casi nada.
Como mucho cogíamos ramas de los árboles y simulábamos
puede ver mejor la luz. He sido un poeta que paseaba su depresión
esa vieja historia de “mientras el niño rico se aburre, el niño pobre
las cabinas telefónicas. Incluso llegué a ser un poeta pizzero.
aunque enseguida se rompiesen. Pero por favor, no imaginen ahora juega con una caja y se lo pasa en grande”. No la imaginen así por-
por las calles. Luego fui un poeta que recogía monedas olvidadas de Trabajaba de ocho a doce en Telepizza y los encargados me gri-
que mi primera y única muñeca me la regalaron a los catorce años y
taban “menos ingrediente, menos ingrediente” cada día. Estuve así
La muñeca era pequeñita y parecía que tenía la mirada triste.
a queso rancio. Y a que llamasen clientes cabreados echándonos la
era de pan.
Como si se hubiese vuelto preciosa de tanta tristeza que acumulaba.
Al principio la llevaba a todas partes y se la enseñaba a todos los
un tiempo. Me acostumbré al calor infernal de ese horno y al olor bronca.
Una noche mientras fumaba un porro de marihuana frente al
niños y niñas de la montaña.
mar escribí uno de mis poemas. Lo apunté en una libreta arrugada
día tuve hambre y me comí un brazo de la muñeca. Al día siguiente,
poeta pizzero, el poeta que ya no leía libros. El que tenía el culo pelu-
Pero los días eran largos y más cuando la comida escaseaba. Un
tuve hambre y me comí el otro. Aun así, mi muñeca me acompañaba a todas partes: con sus muñones y su mirada triste y preciosa.
Después me comí sus piernas. Y finalmente, su cabeza, muy
poco a poco. Un trocito por aquí, otro por allí. Hasta que ya no había
que siempre llevaba en el bolsillo de mi chaqueta. Empezaba así “El do y las ilusiones rotas. Aquel chico del que Dios se había olvidado.”. Ese era yo. Aplastado en un cuadrado de poca salud, poco dinero, trabajo precario, cero amor.
También fui limpiador, mozo de almacén, paseante de perros
muñeca. Creo que solo se quedó la tristeza.
y hasta camello.
Me gustaría contarles que progresé y que todo me fue genial, pero no
novia. Desaparecieron las lágrimas y las borracheras. Llegaron los
zapatos que yo una vez fui. Esa niña que no tiene ipad, Play Station 4,
ropa: Cracovia, Berlín, Praga…
Ahora han pasado treinta años y vivo en la misma montaña.
quiero mentirles. Desafortunadamente, mi hija es ahora la niña sin ni bono para la piscina. La misma que tampoco escribe interminables
Luego tuve suerte. Conocí a una mujer que se convirtió en mi
abrazos y las risas, y los viajes low cost de fin de semana a CentroeuAhora estoy mejor. Mucho más bonito. Aunque desde enton-
cartas a los Reyes Magos pidiendo cientos de regalos. La que como
ces ya no he vuelto a escribir poemas. Ya no se me ocurre nada. Debe
beza de una muñeca de pan con cara de tristeza.
ciado o desesperado.
mucha aspira a acabar algún día comiendo los brazos, piernas y ca-
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A veces está bien estar en la oscuridad, porque desde ahí se
carreras de caballos. O hacíamos platos y vasos utilizando barro,
de ser que esos versos solo nacen cuando uno está borracho, desahu-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Cuatro millones de amigos en Facebook Estimada Mrs. Zellweger:
Sé que tiene cuatro millones de amigos en Facebook, una casa
muy bonita en Londres y un séquito de seguidores que haría por usted lo que fuese
Ahora muchos hablan de su noviazgo con Hugh Grant, que
por cierto, yo creo que es una tapadera. Lo digo porque usted sabe
jamás lo contará en las entrevistas de Cinemanía.
Por favor, diga la verdad porque al final esa combinación de
Famosos-Hollywood-Dinero-Falsas Esperanzas es como un conejo
que persigue la zanahoria atada a un palo. Y usted forma parte de ello. Venden sueños que ni siquiera existen. Una enorme cortina de
humo. Mi profesora de filosofía hubiese utilizado el mito de la caver-
na de Platón para explicarlo.
La tristeza tatuada
muy bien que, a pesar de que su pretendiente aparece muy viril en
los anuncios de calzoncillos, es gay. Se lo digo yo, que también lo soy y para estas cosas tengo un radar.
Usted, unas veces, parece muy feliz de que los paparazzis le
persigan. Y otras, sin embargo, indiferente. Se fotografía en Costa de
Marfil rodeada de niños pobres descalzos con cara de hambre, pero
estoy convencido de que llega y se marcha de allí volando en primera clase.
Pues bien, ya basta. Hágale un favor a todo el mundo y cuente
la verdad a esos cuatro millones de amigos en Facebook y a todos los
demás. Cuénteles que la vida no es color rosa como en los anuncios de compresas.
Cuénteles cosas de cuando iba al instituto, por ejemplo. Díga-
les que su vida una vez también fue como la de todo el mundo, o casi.
(A mí por cierto, en el instituto han llegado a tirarme hasta piedras por culpa de mi condición sexual). Pero yo sé, por mi padre, ya falle-
cido, que usted también lo pasó mal en el instituto donde compartieron clase durante cuatro años.
ciudad porque sabías que nadie te echaría de menos. Tienes la tristeza tatuada en tus palabras.
Te imagino rodeada de plantas cuidando de tu gato. Encon-
traste en el ronroneo del pequeño Bola de Nieve el amor sincero que ningún hombre supo darte. Y hoy te vistes de melancolía y te entregas a hombres desconocidos. Hombres que no te miran a la cara ni disfrutan de tu silencio.
Por eso es mejor que lo dejes. Escribe unos puntos suspensivos
en tu vida. O salta una línea y que sea un punto y aparte. Recuerda que las personas que te hacen llorar nunca merecen tus lágrimas.
A partir de hoy guardarás tu lencería nueva en un cajón. O te
la pondrás, pero solo para ti. Sonreirás ante el espejo y parecerá que las canciones hablan de ti.
Empezarás un nuevo hobby, mejor uno que puedas hacer con
Sé que le gustaba un chico rubio que no le hacía ni caso. Es
mucha gente. Te apuntarás a un curso de repostería creativa o a clases
Culotetas. Usted fue la Culotetas hasta los veinte años. Aunque eso
y leer el periódico a los viejitos. También te harás amiga de los niños
más, el chico rubio se reía de sus mofletes y se inventó el apodo de
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Naciste en un pueblo del que Dios se había olvidado hace mu-
cho. Uno de esos que no salen en los mapas. No te costó emigrar a la
de italiano. Y si no, siempre podrás ir los domingos al centro cívico
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Candy de noche
que juegan en el parque y sabrán tu nombre y te saludarán con la mano al verte pasar.
Tarde o temprano se alinearán los planetas. Te pasarán muchas
labios y sintió el carmín rojo pasión como una explosión en la boca.
princesa”.
Se sentía una extraña en su nueva profesión.
día un hombre te despierte con las dulces palabras de “Buenos días,
Hermanas Con sus pies descalzos sobre el barro, mi hermana Albita llegó
a casa muy triste esa tarde. Era un gesto típico de ella, que en los días
No llevaba bien esto de por la noche ser una persona y por el día otra.
Cuando sonó su móvil se dio cuenta de que estaba sin bragas
y atada a la cama. Mierda, pensó, yo que tenía cita con la esteticien.
Las colombianas le habían contado lo que era una especie de regla tácita entre profesionales del sexo, una ecuación directamente proporcional: cuanto más dinero te gastes en belleza, más clientes tendrás.
Lo malo de estar atada sin poder hacer nada es que te pones a
malos se cruzaba de brazos y no quería hablar con nadie.
pensar. Y Lucía, Candy por las noches, no pudo evitar recordar no lo
lido al ordeño. Albita se había agachado para acariciar a Morada,
que un desconocido con el culo peludo te orina en la boca y te ata a
Era tarde y no había ningún adulto en casa. Todos habían sa-
nuestra perrita. Entonces nos cruzamos la mirada durante un segun-
do y tuve la sensación de que ya se había dado cuenta. De que lo sabía todo. Entonces, se acercó a mí.
Tenemos que hablar de algo, me dijo. Mierda, pensé, pues cla-
ro que lo sabe. Como se entere papá me va a moler a palos. En ese
momento mi ñaña me abrazó con fuerza, y aunque no podía verle la
cara, yo sabía que se le caían las lágrimas. Daniel me ha dejado, me dijo, Daniel me ha dejado y tengo ganas de morirme.
Daniel, el hijo del camionero, ya era su ex novio. Es un cabrón,
cabrón, cabrón, sollozó mi hermana. Y me apretó con más fuerza. Le
malo, sino lo peor de todo. ¿Cómo se tuercen las cosas hasta tal punto la cama por trescientos euros? ¿Dónde habían quedado la familia, los amigos, los viejos sueños?
El teléfono sonó dos veces más. Por más que se esforzaba no
conseguía desatarse. Le pareció que hasta el tono de su móvil sonaba a música para putas. A rubia de peluca atada sin bragas y con la mirada sucia.
Entonces Alberto, dueño de la carnicería, presidente de la co-
munidad de vecinos y chulo de noche, abrió la puerta. —Desátame, coño.
—Hay que ver como está el patio —Alberto, fanfarrón y chulo,
devolví el abrazo.
soltó los nudos—. Alguno se lo ha pasado de puta madre esta noche.
No era el mejor momento para contarle que estaba embarazada, que
todos.
Y por un momento pensé en contarle lo mío, pero no lo hice.
había una personita creciendo dentro de mí. 30
Al despertarse, Lucía, Candy por las noches, apretó fuerte sus
cosas, aunque unas serán mejores que otras. Entonces, tal vez, algún
Odiaba al maldito carnicero. Era imposible no odiar todo y a —Jodido traficante de carne. Tu me has metido en esta mierda, 31
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
cabronazo. Joder —le gritó Lucía, que parecía que de los ojos le salía fuego.
Se puso las bragas, acabó de vestirse y corrió a su cita con la
esteticien.
El tenedor mágico Los padres de Adela estaban hartos de que la directora del co-
legio les llamase diciéndoles que su niña no prestaba atención en cla-
se. Y no solo eso, encima en vez de hacer dictados y multiplicaciones,
convirtió en un acuario con delfines, pulpos y muchos peces de colores. Y era mucho más divertido que ver dibujos animados.
Cuando luego apuntó al jarrón, éste se convirtió en un hipo-
pótamo chino, con sus ojos achinados como la ranura de la hucha en forma de sandía que tenía sobre su mesilla.
Y cuando apuntó a la araña, se convirtió en un tigre de Benga-
la, y su telaraña en una cueva.
Así que Adela se pasó toda la noche acompañada de los peces
y demás animales. Incluso se quedó dormida acurrucada en el vientre del tigre, del que ya se había hecho muy amiga.
Cuando sus padres llegaron se pusieron azules del susto. Me-
se pasaba casi todo el tiempo dibujando unicornios y cíclopes .
nudo desastre.
que los niños no deben desperdiciar el tiempo dibujando “bichos” en
colocaron el jarrón en su sitio, y dejaron el mando a distancia encima
castigada.
ma de la lámpara.
Por eso sus padres, que eran personas serias y consideraban
su cuaderno, decidieron no llevarla al cine y la dejaron en casa sola
Como de mayor quería ser aventurera, decidió explorar toda
Acostaron a Adela en la cama. Asustaron a la araña peluda,
del sofá. También les extrañó encontrarse el tenedor de madera enci-
la casa.
La gasolina en reserva
En la esquina de la habitación de sus padres vio una araña fea
y con las patas peludas.
En el pasillo, acarició con la palma de su mano el jarrón chino.
en la cama miraba la humedad del techo y se preguntaba qué parecía
Y en la cocina, entre todos los cubiertos, encontró un enorme
Le invadía esta sensación de inquietud todas las mañanas de
habían escondido.
esa mancha, ¿una nube, un lago o un diplodocus?
tenedor de madera que en realidad no servía para pinchar los filetes
jueves, que era cuando le tocaba recoger a su dulce e inocente Sofía,
donde viven las brujas y donde los duendes nuberos se hacen amigos
mingo por la noche.
de pollo y las patatas fritas. Estaba fabricado con madera del país de las libélulas grandes.
Cuando Adela apuntó con el tenedor a la televisión, ésta se
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Richi llevaba despierto desde las seis de la mañana. Tumbado
En el salón, buscó el mando a distancia, ya que sus padres lo
también un poco traviesa, y disfrutaba de su compañía hasta el do-
Richi tenía la teoría de que trabajar era morir. Era uno de esos
tipos que piensan que hay que vivir de los padres hasta que se pu-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
diera vivir de los hijos. Sin embargo, la asistenta social le había dicho que, ante el inminente juicio, tener un empleo podía ayudarle a ganar puntos para conseguir la custodia compartida. Su currículum
era lo más triste que pueda imaginarse en este planeta. Una mancha de chorizo hubiese sido lo más destacable de su contenido. Quince años atrás apenas había terminado el bachillerato de Artes, pero solo
pone el arcoíris —Sofía abrió los brazos y señaló al cielo—. Ya verás, papá. Hoy será un día fascinante.
Se preguntó donde habría aprendido su hija la palabra fasci-
nante. Verla sonreír lo compensaba todo: la falta de trabajo, los días sin verla y el dolor.
porque se lo pasaba bien en clase y había chicas bonitas con las que tontear. El resto del tiempo lo había dedicado a coger olas, fumar
Resaca
Pero nuestro eterno Peter Pan ahora se sentía a la baja. Había
Aunque mi padre diga que soy un puto desastre, creo que no
marihuana y leer cómics de superhéroes.
realizado tres entrevistas de trabajo y en ninguna le habían contrata-
me ha ido tan mal en la vida, piensa Tino, mientras apura el decimo-
Condujo su viejo Chevrolet Aveo hasta el colegio. Ese coche pri-
mar, atento a cómo unas chicas de apenas dieciséis juegan con un
do. La última era para trabajar de repartidor en Telepizza.
mero había sido de su padre, luego de su hermano mayor y desde
hace unos meses, suyo. La flecha de la gasolina del viejo cuatro latas marcaba en reserva. Llovía. Era un reflejo de su alma.
Estuvo a punto de atropellar a una anciana que cruzó con el
balón de playa. Las mira con mucha atención, como si estudiase sus bikinis, sus ombligos y sus piernas largas. Es innegable que le gusta lo que ve.
Es curiosa la vida que ha tenido Tino. Estudió Marketing aun-
semáforo en rojo. Aparcó el coche en doble fila y caminó unos metros
que nunca ejerció tal oficio. Trabajó como azafato para Ryanair en
a los demás niños: mirad, este es mi papá.
jos y una tremenda peste a tabaco, o igual a otra cosa. También fue
hasta la salida del colegio. Le gustaba cuando la pequeña Sofía decía Entre esa estampida que parecen los escolares cuando salen
del colegio, vio como se acercaba su niña. En la espalda su pequeña
mochila de Las Tortugas Ninja. En la cara una sonrisa más grande que la catedral de Burgos. En las manos, dos papeletas.
Corrió hacia él y le abrazó. El padre le devolvió el abrazo.
—Ha habido un sorteo para ir al circo esta tarde y he ganado,
papá —sonrió Sofía.
—Seguro que hay malabaristas y payasos —animó Richi.
—Y encima ahora sale un poco el sol, seguro que enseguida se 34
sexto cigarro de la mañana. Está sentado en la arena, de espaldas al
Brasov, donde le echaron por llegar un día al trabajo con los ojos ro-
comercial de vinos en la ciudad de Portland, Oregón, donde le despidieron por estrellar el coche de la empresa contra una roca. Incluso
fue actor porno una vez, solo durante tres horas, cuando participó
en la grabación de un anuncio de líneas eróticas. Tuvo que follar con una gorda que le recordaba a una croqueta, y no fue tan mal, hasta le pagaron ciento cincuenta euros.
Tino se tumba boca abajo, esta vez mira al océano. Se da cuenta
de que se ha puesto un poco morcillón y no quiere que se note. Con la mano derecha dibuja un triángulo sobre la arena y en el vértice
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
superior hunde una colilla apagada.
En ese momento su compañero se incorpora. Se llama Yirka,
o Yika, o algo así. Un hombre checoslovaco de barba y piel pálida
nada más pisar la calle, en un gesto que repetía cada día, apuntó al bordillo de la acera y escupió.
Para él, que hasta la música triste le alegraba, le resultaba una
que ha conocido la noche anterior en la discoteca: se juntaron los dos
lástima que el ayuntamiento prohibiera a los músicos tocar en el me-
de las copas y palmaditas en el hombro, pasaron a los abrazos y los
detalles acarician el alma. Endulzan la vida.
tipos más borrachos que había en el lugar. No sabe muy bien cómo, besos en la boca, hasta acabar en una relación sexual en la oscuridad.
Todo fue tan rápido que Tino lo recuerda a partes, parecido a flashbacks de una película que llaman a la ventana de su memoria. —¿Ezta nosse, tú y yo… discoteca outra ves?
—No puedo. Mañana cogeré el avión para Dublín, a ver qué
tal me va por allí. Dicen que hay mucho trabajo en hostelería.
Tino habla deprisa y sin mirar a su compañero. Se levanta y ca-
mina hacia el mar. No estuvo tal mal lo que pasó, pero solo para una vez. Una experiencia más, como cuando se fue de un restaurante sin pagar o probó el peyote. No soy maricón, piensa. No soy maricón, no
soy maricón, no soy maricón. Lo que no le apetece, ni tampoco quiere, es pararse a pensar que tal vez está solo. Que la raíz del problema es que nadie ha llegado nunca a quererle ni una décima parte de lo
que lo hizo su madre. Sabe que es una persona pequeña en un mundo muy grande. Pulgarcito en el país de los gigantes. Abandonado.
Se mete en el mar. Se aleja nadando con estilo torpe. El océano
cuenta sus secretos a los peces.
El ecuatoriano Como todas las mañanas el ecuatoriano salió de casa deprisa,
tro. Un violín, un acordeón o la voz de una mujer, esos pequeños Subió en la parada Destino a las siete menos cinco, la hora de
siempre. Atravesaron el río y salieron a la luz. Tras las ventanas el
cielo se teñía de púrpura y las farolas todavía alumbraban una luz tenue. Ese contraste de la oscuridad a la luz le pareció una metáfora de lo que es la vida: a veces te pegan duro pero tú tienes que pegar
aún más duro. Algún día conseguiría el suficiente dinero para vol-
ver con toda su familia a Quito. Entonces montaría un restaurante y dedicaría el tiempo a disfrutar la buena vida. Saldría por las noches a bailar cumbias y bachatas. También comería encebollado, ceviche de gambas y mucha fritada. De vez en cuando compraría un cochino
para disfrutar de una buena tarde en casa con todos sus amigos y familiares.
Le sonaron las tripas. No había empezado a trabajar y ya le
dolía la espalda. Prefería no pensarlo mucho. Los niños, la Marga, su mamá allí lejos, por ellos todo esfuerzo merecía la pena. Próxima parada, Atocha.
Entonces ocurrió, lo que nadie podía imaginar, lo que jamás
olvidaremos. No solo explotó el ecuatoriano, también lo hicieron sus sueños, ilusiones y promesas.
Dicen que una persona es su familia, aquellos que le quieren.
Ese día todos ellos murieron un poco por dentro.
mal desayunado y con la cama sin hacer. Bajó las escaleras deprisa y 36
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
La espalda encorvada
El ambiente era tenso y a ratos el silencio se volvía pesado,
El viejo está sentado en un banco debajo del árbol. Llueven ho-
jas de otoño sobre su cabeza. Piensa en las últimas noticias. Su pierna
nudos líos me meto.
Porque no pintaba nada en ese local de mala muerte. Apenas
derecha tiembla.
había aprendido a jugar al póker un mes y medio antes. Aún tenía que
las señoritas jóvenes, tuvieran dieciséis años o treinta y cinco. Sobre
gándome la gasolinera de mis padres con la peor gentuza de la ciudad.
Todo se acaba en esta vida, todo. Antes le gustaba ver pasear a
todo a las morenas del locutorio. Mujeres así le desordenaban por
pensar J-Q-K-A para recordar el orden de la escalera. Y ahí estaba, juEl Químico, al que no le llamaban así por sus estudios preci-
dentro, le daban un vuelco al corazón. Ya no quedaba nada de ese
samente. El Muñones, del que se rumoreaba que había perdido su
Se levanta y agarra el bastón. Cada vez le cuesta más caminar.
al que no conocía de nada pero que su mirada y su forma de fumar no
deseo.
Sube las escaleras despacio. Le saluda la vecina del perro. Ella le nota extraño, es joven y todavía confunde el silencio con la tristeza más profunda.
Entra en casa y se concentra en los ojos azules, infinitos como
brazo derecho en los años de espía de la KGB. El Misterioso, un tipo presagiaba nada bueno. Y el Profesor, el que organizaba esas timbas
ilegales donde la gente dilapidaba sus ahorros, vendía a sus familias, desperdiciaba sus vidas.
Me daba miedo mirarles a los ojos. Tenía la sensación de que
el mar, de Lucía. La abraza y la besa largamente. Le parece que la mu-
en el momento menos esperado cualquiera de esos tipos podía levan-
fracaso, soledad.
oscuras sobre ese lugar.
jer con la que lleva cuarenta y dos años casado huele a ancianidad, Los años pasan. Las flores se marchitan. Su espalda está en-
tarse y soltarme un guantazo. Había escuchado demasiadas historias
¿Qué coño hacía allí? Yo era un buen chaval. Tenía unos padres
corvada.
que me querían y que me decían que conseguiría cualquier meta en la
mira al cielo, mira el suelo.
habían puesto una multa. Y hasta había sido voluntario en la Asocia-
Al viejo le cuesta abrir la ventana. Mira al cielo, mira el suelo,
vida si me esforzaba. Fui a la universidad un año y medio. Jamás me ción de grandes amigos de los animales.
La voz ronca del Muñones sonó: deja de temblar, coño. Que
Póker
parece que tienes párkinson. Y todos los demás sentados a la mesa Si a los quince minutos de partida no
sabes quien es el primo, eso es que eres tú.
Mi amigo Amato
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sucio, aterrador. Recuerdo que pensé: mierda, soy gilipollas. En me-
se descojonaron de mí. Concentré mi mirada en el bolígrafo azul que tenía en mi mano derecha.
Estaba a punto de perder todas mis fichas. Cuando me entró
un as y una Q sentí que algo dentro de mi cuerpo me daba un mor-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
disco. Me la jugué. ALL IN. Todo dentro.
mandan de vacaciones a algún lugar del mundo subdesarrollado.
después el Profesor. Me giñé un poco. Entonces al Profesor se le cayó
vida es aburrida pero otros están peor. Así que ahí estaba yo, con mi
El Químico jugó. El Muñones jugó. También el Misterioso y
una carta de la manga. El Misterioso se levantó y sacó una pistola. Levanten las manos, esto es una redada.
Y pareció que un huracán entraba en esa sala oscura con luces
rosas de puticlub. El Químico me agarró del pescuezo. Apretó fuerte.
pulsera amarilla fosforita de todo incluido y el codo apoyado en la barra. Apuraba mi segundo gin tonic mientras fumaba un cigarro. Siempre me ha gustado echar humo mientras bebo.
Entonces entró. Se plantó frente a mí y sonrió. ¿Me das uno de
Dicen que cuando uno está a punto de morir ve pasar toda su vida
esos?, me preguntó. No debía de tener más de trece años y me recor-
rodeada de facturas, de mi padre con el sucio buzo de trabajo y de un
Cuando le di el cigarro aproveché para examinarla con desca-
como en una película. No sé por qué, pero yo me acordé de mi madre
daba una ardilla. Pero a una ardilla preciosa, eso sí.
osito de peluche con el que dormía de niño.
ro. Estaba muy delgada y se notaba que el hambre hacía mella en sus
tura. Acabando, casi acabando, contestamos todos. La estudiante de
explorar todos sus secretos.
¿Cómo lo llevamos?, preguntó el profesor del taller de escri-
Química, la mujer de la escayola, la compañera que apenas conocía y yo.
Con mi bolígrafo azul mordisqueado escribí esta última línea.
Mi preciosa ardilla A veces, dentro del infierno puede encontrarse el paraíso, igual
que el infinito océano esconde una isla o un pequeño archipiélago.
carnes. Me dieron ganas de bucear en su desgastado vestido blanco y
Le tendí el mechero y encendió el cigarrillo. Su sonrisa no fue
capaz de disimular su mirada triste, aunque tuviese los ojos bonitos
parecidos a dos melocotones. Con delicadeza, como si tuviese miedo de romperse, se pasó la mano por su pelo rubio en un gesto que no sé si fue para peinarse o para despeinarse.
—Gracias, papito —me dijo y me agarró con las dos manos
la cintura—. ¿No te apetece probar este cuerpo? Aquí en la Habana vieja somos mujeres explosivas. El que nos prueba nunca nos olvida.
Deslicé mis manos por sus brazos. No sé por qué, pero su piel
Sonaban boleros y las lámparas suspendidas iluminaban buena parte
me recordó a la mantequilla casera. Esa niña era mi Lolita particular.
detenimiento, casi se podría decir que alguien las había puesto así
tarla a subir a la habitación y cabalgar hasta desgastarnos.
del bar del hotel. Se notaba que las botellas habían sido colocadas con con la misma paciencia con la que se resuelven crucigramas o se co-
lorean mandalas. Los taburetes de diseño contrastaban con el bullicio y la miseria que había ahí fuera al empezar a anochecer.
Es un truco al que recurre nuestra empresa. Cada año nos
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Creen que así nos motivaremos más. Esperan que pensemos: nuestra
Tuve una erección. Crucé las piernas para disimularla. Pensé en invi-
Mierda, pensé, no puedo. Esta muchacha no tiene ni la edad
de mis hijos.
—Pero si eres una cría.
—Mentiroso, yo tengo diecisiete y soy mujer bien brava. Pocas 41
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
jineteras vas a encontrar tú como esta.
deno los champús y me hace burla cuando hago de vientre. Esconde
tiene una rabieta cuando rompe su juguete favorito o el profesor le
al supermercado. O a sellar a la oficina de empleo. Todo me aburre.
Y mientras lo gritaba, de verdad, parecía un niño pequeño que
castiga. Después se serenó, volvió a sonreírme y se pasó las manos por su delicado cuerpo, de arriba abajo, hasta terminar tocándose el coño.
mi viejo pijama o escupe al televisor. Cada vez me cuesta más salir Fase Dos.
Semanas más tarde ya no me arreglo ni me cepillo. He cambia-
Márchate, le dije, y le extendí un arrugado billete de veinte
do los kiwis de la mañana por las pastillas de Valium. No recuerdo
ese fuese el precio a pagar para que la preciosa ardilla se largase con
ni apago el televisor. El sofá adquiere la forma de mi culo. Apenas
pesos, uno de esos que tienen la cara de Camilo Cienfuegos. Como si
su triste historia a otra parte. Me dio las gracias y se alejó deprisa, imagino que en busca de otros turistas.
Podría haber disfrutado un rato más de su compañía. Hablarle
la última vez que mudé de calzoncillos. Nunca me quito el pijama como. Ella sigue aquí en todo momento. Silenciosa me mastica despacio. Cada día es más grande. La depresión.
de mi traumático divorcio y de lo solo que me siento muchas veces.
El dibujante de Seattle
O de lo lentas que pasan las horas en la consulta, cuando empasto o blanqueo los dientes de señoras antipáticas con más dinero en la cartera de lo que ella verá en toda su vida. O simplemente haberla
Esto, en realidad, depende de a quien le hagas la pregunta. Para los
cluso me la imaginé con su sobado vestido sentada a mi lado en el
Bang y la expansión del universo.
Durante unos minutos, mientras bebía mi tercer gin tonic, in-
avión, mirando las nubes.
científicos, es probable que todo comenzase hace mucho con el Big Según los católicos, el inicio está en los testamentos, que cuen-
Cuando esa noche me metí en la cama me masturbé. Lo hice
tan la muerte y crucifixión de El Mesías, continuó. Y si consultamos a
do de destrozarla en mil pedazos. Cuando me corrí, me quedé muy
por trabajar, pagar las facturas y llegar a fin de mes, puede que nos
con cuidado y despacio, como si ella estuviese encima y tuviese mietriste. Encendí la televisión por cable.
Cuando los días pesan Fase Uno.
Me imita cuando me lavo los dientes. Me despeina cuando or42
Muchos me han preguntado cuándo empezó todo, contestó.
ayudado de verdad, sacarla de esa mierda.
una madre de familia, a una mujer sencilla de ésas que se preocupan diga que todo empieza por un coito: con la llegada de un esperma-
tozoide al óvulo para cuarenta semanas después dar lugar a la vida humana.
Para mí, el origen de todo, el primer ladrillo de mi éxito, se
remonta a mi adolescencia en el extrarradio de Seattle. Si le hubiesen preguntado a mi padre quién era Leonardo Da Vinci, es posible que hubiese respondido que una tortuga ninja. Era un hombre rudo y me-
43
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
dio analfabeto, que trabajaba de obrero de línea en PACCAR, oficio que antes había tenido mi abuelo.
A veces los periodistas como tú me acribillan a preguntas.
Yo tenía claro que quería hacer algo con mi vida y no pasarme
Quieren saber si es cierto eso de que el noventa por ciento de lo que
le dije que había conseguido una plaza para estudiar Bellas Artes en
prostituta en el cine. O lo de que durante años vendí marihuana para
el día entero apretando tuercas en una fábrica. Por eso, la noche que la Universidad de Portland, se puso hecho una furia.
—¿Qué has hecho qué? ¿Quién coño te ha metido en la cabeza
esa idea de ir a la universidad?
cuento en mi cómic es autobiográfico. Si es verdad la historia de la subsistir. Y yo siempre les respondo que la semilla de mis historias, el auténtico detonante, está en esa casa a las afueras de Seattle.
Entonces mi padre volvió a entrar en el salón y me agarró
Estaba sentado en el sillón y me caían sus gotas de saliva en
por el pescuezo. Esto es un barrio de cazadores y obreros. Eso de
bata y nos miraba en silencio. Estaba tan nervioso que me sudaban
a la calle y me lanzó por los aires. Al aterrizar sobre el suelo blanco
la cara. Mi padre parecía un jabalí salvaje. Mi madre tenía puesta la las manos y los sobacos.
—Quiero ir a estudiar a Portland para ser dibujante. Como Pe-
ter Bagge.
—¿Peter qué? ¿Peter qué cojones hostias dices? —se agachó y
colocó su cara frente a la mía, con su aliento a cerveza y huevos con beicon—. Entérate. Esto es un barrio de cazadores y obreros. Ningún hijo mío va a perder el tiempo en la universidad.
—Pero yo quiero vivir de dibujar y creo que tengo… Capacidad, quería decir capacidad. Pero me cortó.
—Eso de dibujar es cosa de mariconas. No sirve para nada —se
dibujar es de mariconas. Sus gritos me taladraban la cabeza. Me sacó tragué nieve.
—Se te van a quitar las tonterías de la cabeza —afirmó con los
brazos en jarra. Estaba en manga corta y por un instante sus brazos peludos me recordaron a los osos— Te voy a hacer un hombre.
Me estaba levantando cuando su puñetazo volvió a tumbarme.
Me golpeó una y otra vez, sobre todo en la cara y el estómago. Podía
sentir la sangre en mis labios, tenía un sabor dulce. Incluso imaginé mi propio entierro, con mi padre esposado y mis compañeros de clase llorando (sobre todo las chicas). Esa fue la paliza de mi vida.
Cuando recuperé el conocimiento, me sacudí la nieve y entré
levantó y salió del salón. Sus gritos continuaban—. ¡A la puta mierda!
en la casa dando tumbos. El bruto continuaba con sus gritos. Ante la
estudios? Pedazo de imbécil.
y diecinueve dólares en mi mochila y salí de allí. No volver a pisar
Mientras vivas en esta casa no vas a estudiar. ¿Quién va a pagarte los Años después, en la radio han llegado a comparar mi primer
cómic con el Apetite for destruction de Guns N´Roses. Como si cada
uno hubiese supuesto una revolución a su manera en su época, una nueva forma de hacer las cosas. Personalmente, esto me parece una
exageración. Además, todo el mundo sabe que yo no soy un estúpido 44
alcohólico como ese desgraciado de Axl Rose*.
mirada triste de mi madre, guardé dos chaquetas, una novela gráfica ese suelo fue el auténtico primer ladrillo de mi éxito.
Axl Rose*: Ex Cantante de Guns N´Roses. Banda que cosechó gran
éxito comercial entre finales de los ochenta y mediados de los noventa.
45
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
El último golpe de Goku Son Goku lanzó un potente Kame Hame Ha a Monstruo Bu. El
fuerte a Goku y deseé con todas mis fuerzas que me llevase muy lejos de allí volando como hacía en las películas.
gordo de Bu estaba muy maltratado, le faltaba un brazo, tenía varios
Caja de felicidad
rayones y había perdido su color rosa original. Pero seguían enzarzados en una dura pelea.
Tengo dos noticias que darte, me había dicha mi abuela esa
rioso. En un bazar de Chefchaouen una preciosa caja de madera y
que vamos a mudarnos a otra casa mejor. Seguro que será más gran-
rombos en tonos azul claro, como las hortensias.
tenía por lo menos cien piernas. Una buena y otra mala. La buena, es de y con muchos niños en el barrio.
tela dio a parar en mis manos. En las esquinas tenía bordados unos
—Salam malecum, amigo. Son ochocientos Dírham. Es una
¿Y la mala? La mala es que los reyes magos no existen. Son
caja de felicidad, mira —el vendedor la abrió y de su interior salieron
no nos ha dado tiempo a comprarte nada. Ahí es cuando reventé y
gia—. Esta no es una caja cualquiera. Da felicidad, amigo. Las cosas
mamá y la abuela. Por eso, con todo el lío de la mudanza, este año decidí dedicar toda la tarde a organizar combates entre mis juguetes. Goku golpeó aún con más rabia. Levanté los muñecos, uno en
cada uno de mis puños, y por un segundo tuve la sensación de que
me hacían burla. Chocaron las cabezas y los lancé por los aires. Un brazo rosa amputado chocó contra la pared.
Este año no habíamos puesto el árbol de Navidad, con lo que
me gusta a mí eso de colocar las bolitas y poner la estrella arriba del
todo. Y me habían desapuntado de las extraescolares de inglés y mul-
tideporte. Y por las noches mamá contaba papeles rosas con muchas letras pequeñas y lloraba, luego solía llegar la abuela y se abrazaban.
El piso parecía más grande. La mesa del comedor, el reloj y
hasta las puertas habían desaparecido. Mi mamá, que antes era una mujer guapa y sonriente, ahora siempre llevaba el mismo chándal y tenía muchas canas. Hasta parecía más mayor.
La tarde que abandonamos esa casa para siempre, agarré muy
46
En mis últimas vacaciones en Marruecos me sucedió algo cu-
mañana mientras Goku lanzaba patadas tan deprisa que parecía que
varias pompas de jabón de distintos tamaños y colores. Parecía mate saldrán bien. ¿La quieres?
—No sé, tengo que pensarlo.
—Pero qué te vas a pensar. Que no vas a comprar una casa.
Vamos, ochocientos Dírham.
No era mi primera vez en ese país. Sabía muy bien cómo fun-
cionaba el regateo.
—Es muy cara.
—Ochocientos Dírham —hizo una pausa para rascarse la bar-
ba con las dos manos—. ¿Cuánto quieres pagar? ¿Cuánto pensar tú que es justo?
– Veinticinco Dírham.
-¿Veinticinco? Amigo, eso es muy poco. —O veinticinco o nada.
—Hay trato. Veinticinco Dírham.
Ese tipo acababa de venderme por unos tres Euros un produc47
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
to por el que hace unos minutos me pedía setenta y cinco. Era un
cuento la misma historia. Un padre separado que echa de menos a su
gustaba ver flotar esas pompas de colores. Moradas, rosas, anaran-
dar… Me pasa un poco como a Woody Allen, que vista una película,
Volví a España. Al principio, abría la caja cada mañana. Me
jadas, todos los colores del arcoíris aparecían dentro de las cuatro paredes de mi casa.
Tras una relación de dos años y medio mi novia me dejó sin
hija, una niña que no tiene zapatos, un anciano que se quiere suicivistas todas. Esta vez quería escribir algo diferente pero no era capaz de inventar un relato de terror o policíaco.
De vuelta a casa me fijo en la cantidad de negocios que han
demasiada explicación. Mi cuenta de ahorros se puso en números
quebrado: una cafetería, un centro de nutrición, y dos inmobiliarias
go moderado. Siempre procuraba consolarme mirando las burbujas,
escribir sobre esto.
rojos tras perder bastante dinero en unos fondos de inversión de riesque eran preciosas pero no me aportaban ningún tipo de placer.
en la misma calle. La crisis se lo lleva todo por delante. Tal vez podría Al cruzar el puente de Santa María me encuentro al compadre,
Me salió un bulto detrás de la oreja derecha y el médico me dio
que toca la guitarra. Suena desafinado pero le pone voluntad. Me
cáncer. Cuando llegué a casa con lágrimas en los ojos abrí la caja de
—Hola, compadre, ¿cómo está? —en realidad no es mi compa-
cita para una tomografía porque existía la posibilidad de que tuviese felicidad… y no. Dije ya basta.
Entendí el origen de todas mis desgracias. Esa caja no solo no
funcionaba, sino que producía el efecto inverso. A decir verdad, el comerciante parecía demasiado contento cuando me la vendió, como si hubiese hecho el negocio de su vida.
A veces echo de menos la preciosa coreografía de las pompas
de jabón en mi habitación, pero así es mejor. He decidido no volver a abrirla. La he puesto a la venta en Ebay. Precio de salida: setenta y
acerco a saludar y le doy la mano.
dre, lo es de la prima de mi mujer, pero le llamo así porque no consigo recordar su nombre.
—Qué bien que me salude, muchacho —su voz suena como la
de un gladiador vencido hace mucho tiempo—, los demás ya no me saludan cuando pasan. Creo que les da vergüenza verme tocar en la calle. Como si fuese un mendigo.
—Que no le de vergüenza —le animo—, usted échele huevos.
—Aquí me ves. Luchando. Luchando mucho —hace una pau-
cinco Euros.
sa— . ¿Qué tal están la mujer y los niños?
Bloqueo creativo
lo. En toda la tarde apenas ha conseguido unas pocas monedas de
Justo cuando tengo que escribir el último relato para el taller
de escritura, resulta que sufro un bloqueo creativo. 48
Además me he dado cuenta de que prácticamente siempre
buen negocio… para mí.
—Bien, gracias. El bebé cada vez más grande. Es increíble.
Me fijo en la desgastada funda de su guitarra, tirada en el sue-
diez y veinte céntimos. Pienso en echarle un euro, pero no lo hago. —¿Y por qué no se vuelve a Ecuador? ¿No lo ha pensado?
—Ay, mijo. A veces me acuerdo de mi padre y lo pienso...— mien49
Relatos
tras lo dice, me parece que es la viva imagen de la nostalgia—. Pero allí las cosas están todavía peor que aquí.
Aprieta la montura de las gafas contra su nariz. Busca en su
bolsillo y saca lentamente su teléfono móvil. Es pequeño y con tapa, como los que se pusieron de moda hace catorce años.
—Dame tu número, que te voy a invitar a ti y a la mujer a una
comida.
—No hace falta, muchas gracias —inclino la cabeza para mos-
trarle mi agradecimiento.
—Insisto en invitarte. Ya sabes que entre nosotros hay… hay…
hay un sentimiento.
—Sí, es verdad. Nos llevamos bien —le sonrío—. Si usted co-
cina, yo llevo el vino.
Le digo mi número de teléfono. El hombre aprieta los ojos y se
concentra en los botones. Lo hace despacio. Se equivoca varias veces y tengo que repetirle los números.
Después nos damos la mano. Me golpeo el pecho con el puño
para mostrarle mi aprecio. Hago un gesto con la mano y me marcho.
Pasan varias semanas. El compadre no me llama. Mi bloqueo
creativo continúa. Cierran más negocios. No consigo escribir algo diferente.
50
Carolina Barriocanal
Palabras y alzar el vuelo
El inmigrante He recorrido miles y miles de kilómetros, vagado por lugares
inhóspitos, navegado entre mares fantasmales, caminado descalzo por bosques y caminos abruptos, aunque las ampollas y heridas de mis pies me pedían reposar. Pero la esperanza y un futuro más humano me animaron a continuar.
¿Y ahora qué? Estoy aquí. He llegado por fin. Un fino colchón
me resguarda de la humedad del frío suelo de la calle, restos de comi-
da procedentes de un contenedor me ayudan a calmar el hambre. No sé dónde estoy, pero sí estoy seguro de que esto no es lo que buscaba.
Ahora se acerca un niño y me lanza una moneda. No puedo
levantarme. Quiero agradecérselo, pero ya no tengo fuerzas. Una sonrisa forzada es lo único que puedo ofrecerle. Por hoy descansaré, y como siempre esperaré a que mi suerte cambie mañana.
Oscuridad A veces, está bien estar en la oscuridad, porque desde ahí se
puede ver mejor la luz. Esto lo pensé durante algún instante de mis
primeros días de ceguera. Tal vez, este pensamiento se cruzó por casualidad por mi mente porque todavía no sabía que la pérdida de visión iba a ser permanente. Siete meses han transcurrido desde aquel trágico suceso. Pero, ¿no serán siete años los que llevo ya en penumbra? Al menos esa es mi sensación. Nadie ha sabido responder a la
pregunta que me hago cada segundo: ¿cuándo podré ver de nuevo
las letras de los libros amontonados, desde entonces, en la mesilla de noche? Pues ese es el terrible miedo que me acecha a cada momento:
55
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
no volver a leer. Y, siempre que me asalta esa idea, me derrumbo de
qué te burlas de mí? El caso es que me tienes confundida. Te pasas
Y sueño con volver a ver. Pero al despertar la realidad me golpea sin
plantado sin hablar. Venga, cuéntame algo y no me mires con esos
tal manera, que lo único que deseo es dejar de respirar. Y me duermo. piedad. Y entonces, pido a gritos que la luz entre de nuevo en mi ha-
bitación; para mantener los ojos bien abiertos y recuperar el tiempo
largas horas en mi tintorería, y la mayoría de las veces te quedas ahí ojitos tan tristes.
perdido en sombras. Ese día se convertirá, sin duda, en mi ansiada
Recuerdos espumosos
vuelta a la vida.
Planchazo de amor ¡Buenos días Frank! ¡Qué ilusión volver a verte! No habías
que nos encontramos en Londres? ¿Cómo olvidarlos?
Tú salías de una lencería de Oxford Street, mi calle favorita para
vuelto por aquí, por lo menos, desde hace un mes. Así haces que
ir de compras, por cierto. Ibas cargada con varias bolsas de diferentes
¿pero de mí? Después del trato tan excelente que se te da aquí… ¿Por
quedaste perpleja al verme, la expresión de tu cara lo decía todo. Los
piense en ti más de la cuenta. Te olvidas con facilidad de la gente,
qué pones esa cara? ¿Te has vuelto a enamorar? ¿Dejaste a tu novia
por fin? Después del numerito que te montó en aquel restaurante, ya habrás tomado una decisión al respecto. ¿No es así? ¡Mira que
intentar arrancarte los tornillos del cuello de cuajo! En realidad ya sabías que esa pájara te iba a dar problemas. Al menos esa cicatriz se ve mucho mejor, menos mal. Tu creador te habrá tenido encerrado
tiendas de ropa. En ese aspecto no habías cambiado demasiado. Te cinco años sin vernos y mi notable cambio físico serían los culpables. ¿No te gustó mi melena rubia? ¿O fueron los tatuajes de los brazos?
Tú llevabas una camiseta roja de manga larga, un vaquero azul pitillo roto a la altura de las rodillas y unos botines marrones de ante con flecos.
Después de mostrarme parte de tus compras nos fuimos a un
en el sótano una buena temporada por el incidente. ¡Ah, por cierto!
restaurante italiano, donde comiste un buen plato de spaghetti alla
¡Qué frases más románticas has escrito en tu libreta! La que olvidaste
rito: tarta de tiramisú. Te trincaste dos botellas enteras de Lambrusco
Aquí tienes tu traje bien lavado y planchado, como le gusta a Víctor.
en el bolsillo de la americana. ¿Seguro que no las escribiste mientras pensabas en mí? Eres siempre tan huidizo y misterioso… Pero ha
sido fácil descubrirte en estas páginas. ¿Y las chicas aún se asustan al verte? ¡Ay, con lo guapetón que eres! ¡Y siempre con esa sonrisa tan seductora! No te rías, que no es la primera vez que te lo digo. ¿Por 56
¡Cuánto me alegro que por fin te hayas decidido a escribir tus
memorias! ¿Incluirás en tu libro los detalles de aquel sábado lluvioso
carbonara, una ensalada templada de setas y piñones y tu postre favo-
en media hora. Así que imagínate las risas que te pudiste echar en ese local. Te llamó la atención varias veces el camarero por derramar el vino sobre el mantel. Pero no le hiciste mucho caso, es más, te bur-
laste de su acento italiano. Era la primera vez que bebías vino y se lo hiciste saber a todos los que te cruzaste por allí. Quisiste pagar la
57
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
cuenta pero no conseguiste sacar la cartera a tiempo. ¡Si no te tenías!
hacía un mes, después de un complicado y largo trayecto desde Ni-
vez que se te caía una, más carcajadas echabas. La lluvia torrencial
se había instalado hacía tiempo en su país. Me habló del terror que
Al salir del restaurante, perdías bolsas por el camino. Y cada
que caía en esos instantes no te espabiló demasiado, por lo que en el taxi de vuelta a tu casa te quedaste dormida al minuto.
Ya en casa, te acosté en la cama, aunque no fue una buena
decisión, pues vomitaste toda la comida encima de las sábanas. Te
causaba entre los habitantes el grupo terrorista Boko Haram. Decidió escapar, y tras recorrer ciudades como Níger, Argelia y Marruecos, llegó a España.
En algún momento se ilusionó con conseguir por fin tener una
hice una manzanilla y después de tomarla, sacaste un álbum de fotos
vida. Pero ahora estaba muy enfermo, hacía varios días que escupía
llorar y me pediste que volviéramos a revivir aquellos años de amor
bles pesadillas en cuanto el sueño le vencía, y por esa razón, prefería
donde aparecíamos los dos en la boda de tu hermano. Comenzaste a
adolescente. Me dijiste que habías bebido esa tarde para poder expre-
sar todo lo que sentías por mí. Que no me habías olvidado durante todo este tiempo. Que me querías y que tu casa estaba abierta para mí desde aquel día.
Lo que aconteció después ya lo sabes: nunca más volvimos a
vernos.
Impresión equivocada El muchacho yacía en el suelo húmedo de mi calle. Llevaba
sin moverse sobre su colchón, en la misma posición, todo el día. No
había probado ni un pedazo del bocadillo que le bajé esta mañana. Esta vez ni siquiera me miró cuando se lo ofrecí. Con lo agradecido
que suele ser con todas las personas que se acercan a él. Hoy le noté
sangre al toser. Esto aumentaba su preocupación y le provocaba terri-
mantenerse despierto. Hasta ayer mismo le gustaba charlar conmigo, parecía que disfrutaba con el hecho de que alguien le escuchara. Pero tengo la impresión de que esos minutos de conversación han llegado a su fin.
Acaba de subir mi hijo pequeño a casa. Me dice que ha visto al
chico moreno (como él le llama siempre). Le ha dado cinco céntimos pero: no se ha movido del suelo, tenía muy mala cara y no ha dado las gracias.
Y de repente me dice con el semblante muy serio: “Papá, el
chico moreno es un maleducado, ¿verdad?”.
Aferrado al sueño ¡Jolín! ¡Qué sueño! ¡Dichoso despertador! ¡Qué sustos me da
distante e incluso enfadado. Aunque, después de tanto padecimien-
siempre! ¡Mamá!, ¿pero ya son las ocho? ¡No me lo puedo creer, con
El día que le vi por primera vez, mendigaba en los soportales
La primera vez que hablo con mi compañera de quinto A. ¡Es
to, ya no tendrá más fuerzas para seguir adelante.
de la Plaza de España. Me contó su historia: había llegado a Burgos 58
geria. Allí nació pero tuvo que huir de la miseria y la violencia que
lo a gustito que estaba yo en la cama! He tenido un sueño super chulo.
tan adorable! No sé por qué no me atrevo a hablar más a menudo con
59
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
ella. Creo que me he enamorado. ¿Se dirá así?, me suena a cosa de
do cuatro veces por culpa del burka. Y no hablemos del calor que ten-
¡Mamá!, ¡papá!, ¡estoy atado de pies y manos!, ¡socorro!, ¡sacadme de
me lavo, así que el olor ya se hace insoportable. ¿Cómo voy a asearme
¿Pero qué es esto?, si no puedo moverme, ¿qué me han hecho?
aquí! Voy a perder el bus. ¡Necesito ver a Belinda! No entiendo nada,
hoy que deseaba tanto ir a clase, me ocurre esto. Me voy a perder
también el partido de fútbol de esta tarde. Aunque tal vez se suspen-
go que soportar bajo esta dichosa vestimenta. Hace semanas que no cada día si no dispongo de agua, ni caliente ni fría, en mi casa? Casa, por llamarlo de alguna manera.
¿Qué se habrá pensado mi hermano? Soy yo la que tiene que
da, pues hoy es miércoles, y como este invierno le ha dado por nevar
elegir y cargar con la mercancía y nunca me deja pagar. Estoy segura
El caso es que desde aquí no puedo ver lo que ocurre en la
Hace meses que no me dirige la palabra. No me importa en absolu-
todos los miércoles…
calle. ¿Dónde se habrán metido mis padres? ¿Y quién me habrá amarrado a la cama? ¿Y si fuese una terrible pesadilla…?
Un viento lejano Hace unos minutos jugaba en la aldea con mi juguete favorito:
mi linda cometa voladora. He tenido que dejarla a un lado. Ya casi no puedo disfrutar de ella. Las obligaciones me lo impiden.
Estoy en el mercado de Kabul. Compro fruta y verdura fresca.
Hago esto desde que tengo uso de razón. Y siempre acompañada de mi padre o de uno de mis hermanos.
¿Cuándo llegará el día en que pueda salir sola de casa sin tener
ningún moscón a mi lado? Y no te separes ni un metro de tu pariente,
de que se queda con parte del dinero que nos sobra. ¡Menudo es! to. Y todo porque dejé caer que mi sueño era casarme con mi Amal. ¡Cómo se puso aquel día! ¡Cómo iba a casarme con mi amigo de la
infancia! ¡Y además con un hazara! ¡No lo consentiré! ¡Antes te degüello! ¿Degollarme a mí? ¿Pero quién se cree que es?
Mi padre desde entonces me vigila más de lo acostumbrado.
Debe de estar preocupado por si cometo la locura de huir con Amal. Pues hace bien en estar alerta porque el día menos pensado me largo de este país.
He comprado más verdura que de costumbre. ¡No puedo más!
¡Cómo pesan las dichosas berenjenas! Y todavía no he terminado. Pero es que no encuentro el puesto de fruta que más me gusta. Al
menos no lo veo, claro que con esta rejilla de tela tan tupida que cubre mis ojos, es difícil distinguir un puesto de otro.
Mi padre está obsesionado con casarme con un comerciante del
que entonces en un santiamén se presenta la policía religiosa y te
pueblo vecino. ¿Yo casada con un hombre que podría ser mi abuelo?
de Fomento de la Virtud y Prevención del Vicio. ¿Pero qué tontería
lo que quiere es venderme a toda costa. Y además al mejor postor. Lo
apalea en plena calle. Policías que dicen pertenecer al Departamento es esa? ¿Acaso es un delito caminar sola por la calle? Pues sí, en este país parece ser que sí. 60
Ninguna mujer aquí comprende nada. Hoy ya me he tropeza-
mayores. Es igual, no faltaré al cole nunca más.
Me da igual que sea rico. ¿Para qué quiero yo sus afganis? Mi familia más deplorable de todo esto es que no he visto a ese individuo jamás. Mi padre delira si cree que voy a amar a un anciano decrépito.
61
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
No puedo evitar pensar en el aterrador porvenir que me ace-
cha. Parece que ya volvemos a casa. A ver qué me depara hoy el día. Por lo menos, que no sea peor que el de ayer.
¡Ay! ¡Ojalá supiese volar, para alcanzar a esa cometa que en
este instante juguetea con mi querido viento afgano!
Amarga recompensa El pequeño despertó al sentir los intensos rayos de sol del nue-
vo día, se estiró y saltó de la cuna. Aterrizó de cabeza sobre el parqué.
de haber recorrido el lugar en numerosas ocasiones, todavía no había
conseguido ver lo que se escondía tras algunas puertas, que siempre permanecían cerradas. Decidió girar a la derecha para entrar en el
espacioso salón, cogió el mando a distancia y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia la pantalla del televisor. Repitió la operación en cuatro
ocasiones más hasta que un portazo le asustó, y se escondió detrás del sofá. Su madre apareció con semblante serio y, al ver manchas de
sangre sobre el inmaculado sofá y su alfombra favorita, no dejó de chillar hasta que su hijo salió sin comprender la situación.
Ella lo agarró de forma brusca de una pierna y lo llevó en vo-
No era la primera vez que saltaba al vacío. Esta vez el impacto fue tan
landas a su cuna. “Chico malo, no te vas a escapar de nuevo. Ahora
En absoluto pareció incomodarle, y empezó el gateo diario con su
ensuciarme la alfombra persa que tanto me costó!”.
morrocotudo que un reguero de sangre brotó de su ceja al instante. eterna sonrisa.
te voy a encerrar con llave para que aprendas de una vez. ¡Mira que
Mientras le llevaba por los aires el niño metió la mano en el
El crío ese día llevaba un pijamita rosa palo muy holgado y
bolsillo de la bata de su madre. Ya en la cuna desenvolvió el paquete
melena rizada negra muy abundante, unos ojos rasgados verde es-
chocolate negro con almendras. Apartó un mechón de cabello ensan-
con las mangas demasiado largas, heredado de una prima. Tenía una meralda que muchos ya quisieran, y una expresión traviesa en su rostro. Era regordete, aunque eso no le impedía salir disparado por el pasillo a gran velocidad.
Al llegar a la cocina se tropezó con el primer obstáculo: la
puerta cerrada. A través de ella escuchó la voz alterada de su padre
y el centrifugado de la lavadora, y decidió seguir su paseo hacia otro lugar más tranquilo. Sus andanzas ya no eran tan relajadas en los
que había capturado y, con gran sorpresa, descubrió unas onzas de
grentado y sin pensarlo dos veces, comenzó a mordisquear a su presa
con un ansia atroz. A los cinco minutos el rosa del pijama se desvaneció para pasar a un tono marrón otoñal. Embadurnado hasta las orejas, pero feliz, se tumbó sobre las pringosas sábanas, sin pensar en las terribles consecuencias que todo ello acarrearía.
últimos días. Sus padres no eran los mismos. Sí eran las mismas per-
Un cigarro, por favor
gritos y los insultos estaban a la orden del día en esa casa. Ya no le
Todas las mañanas me levanto a la misma hora, o digamos
sonas, desde luego, pero el carácter de ambos había cambiado. Los sacaban a la calle como de costumbre. Así que no le quedaba más re62
medio que dar un paseo por su cuenta dentro de la vivienda. A pesar
que pongo siempre el despertador a las ocho en punto y permanezco
63
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
unos minutos más en la cama para recordar algo de lo soñado. Hoy
un paquete diario. He tenido que improvisar. “Lo habré perdido”.
atención cuando el profesor me ha hecho una pregunta sobre el vídeo
“¡No, por Dios!”. No se lo digo. Solo lo pienso. Y como no sabe leer
ha tocado clase de alemán. Estaba todo ensimismado y sin prestar que acababa de mostrarnos. Me quedé en blanco, aunque mi rostro
no se puso de ese color precisamente. No respondí, acto seguido me levanté y salí del aula a todo meter. Me miro y noto que tengo la cara empapada. ¿Habré sudado? ¿Habré llorado?
¡Mañana me levantaré como un resorte en cuanto suene la
alarma! Esto es lo que me digo cada día a eso de las ocho y diez.
En la cocina, un café bien cargado, y listo para salir. Por el ca-
mino hago mi parada habitual en el quiosco del barrio. El periódico
lo leo sentado en el banco de enfrente. El portero rara vez no aparece
para cogerme el diario. Entonces me entran las prisas y le dejo con la palabra en la boca. Al pasar por la parada del autobús la vecina lu-
nática del tercero me saluda con alegría y me pregunta si va a llover. No lo sé, no soy el hombre del tiempo. Llego al estanco y compro un
paquete de Marlboro. No fumo, pero es la única manera de poder
el pensamiento, se apresura a encenderme uno. No he fumado en mi vida. Casi me ahogo con la primera calada. Margarita se ríe. Me mira
con unos ojos escrutadores que me dejan sin palabras. La verdad es que no puedo hablar, solo toso. “Será la tos típica del fumador”. Pero
no le engaño. Me dice: “Fíjate que a mí me recuerda más a la tos del
no fumador”. Me quedo atónito. Me ha pillado. Y me río sin parar.
Pierde el autobús y le acompaño a la puerta de su casa. ¿Podéis creerlo? Yo no.
Mañana la alarma tal vez no suene a las ocho en punto.
La encomienda Un sábado y tener que madrugar, ya es desgracia la mía. Mi
hablar con la dulce Margarita. Cuando me da las vueltas siempre me
parienta solo sabe mandar y qué bien se le da. Me ha anotado to-
resto del día. Me dirijo a la playa. No llevo nunca el bañador. No sé
después a la farmacia, al mercado y, por último, a casa de mi amigo
sonríe, ¿eso será bueno para la salud?, pues me deja hipnotizado el
nadar. Solo me descalzo y paseo entre la arena. No pienso nada. Solo espero. Pendiente del reloj hasta que dan las dos, y vuelta al paseo para ver de nuevo a mi estanquera. Camina siempre apresurada, con
sus zapatos de tacón. Se dirige al autobús. Yo me escondo tras el pe-
dos los sitios a los que debo acudir. Lo primero, cita con el dentista, Braulio. Esto no viene en la hojica, mi esposa no le puede ni ver. Dice
que le mira con ojos de obseso sexual. ¡Normal, si no ha catado mujer! Yo no entiendo de miradas raras, pero si ella lo dice…
Hoy no me apetece ponerme esa ridícula americana de cua-
riódico. Mi cara seguro que es un poema. Y la veo alejarse.
dros que la Juliana me ha dejado en la silla. No quiero parecer un
del autobús con el periódico bajo el brazo. Se ha acercado a mí y me
peinado los cuatro pelos que me quedan. Me he puesto una visera de
Pero hoy no ha sido así. La he esperado sentado en la parada
ha pedido un cigarro. Se lo he dado. Fuego no, ya que nunca llevo un mechero encima. Ese detalle le ha extrañado. Cree que fumo 64
Se procura fuego al instante. Insiste en que fume un pitillo con ella.
mantel. Con mi trenca marrón de borreguito iré mucho mejor. Me he
invierno, pues no quiero coger frío en la calva. Y… A este paso voy a perder el autobús. No, hoy el autobús no. Debo coger el metro. Al
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
menos eso ha escrito mi señora en este grasiento papel.
Estoy en la calle. Me dirijo a la estación de metro. Menos mal
¡La madre que me parió! ¿Y el papel?
que pilla cerquica. ¿Por qué habrá tenido que cambiarme de dentista
la mujer? ¡Si con el del barrio me entendía de maravilla! Ahora tendré
Cosa de primos
No se me ha dado tan mal sacar el billete de esa máquina. Se
Estoy sentado en el sofá del salón de casa. Ya podría estar bien
que preguntar en qué estación apearme. ¡Que esa es otra!
ha encargado un chiquillo muy amable. Si se entera la Juliana que de
lejos: en otro país o en otra galaxia incluso. No puedo dejar de mover
me sin dinero durante un año. Porque mi pensión la administra ella,
mitar. Ayer lo eché todo. Oigo pasos. Ya vienen.
propina le he dado el doble del valor del ticket, es capaz de castigar-
claro. ¿Cómo podría ser de otro modo? Aunque mirándolo bien, se tendría que encargar ella de hacer todos los recados. Se lo dejaré caer cuando vuelva a casa.
Ya estoy sentado en el primer vagón al lado de una muchacha
—¿Cómo has podido hacer esto a tu familia? —chilló mi padre
como un loco—. Sabemos todo. Tu tía nos lo acaba de contar. ¡Qué poca vergüenza tienes! ¿Desde cuándo te acuestas con tu prima?
—¿Y solo yo tengo poca vergüenza? Susan tendrá también
bien guapetona. Lleva un vestido corto muy bonico. ¡Pues ya ten-
algo que ver en todo esto, digo yo.
acaba de levantar y se ha sentado al fondo. ¿Qué le habrá picado? No
acercaba a mi rostro con el puño bien apretado—. ¡No consiento que
con Chanel número 5. Lo que no me quedó claro fue si era de hombre
embarazada! ¡Eres menor de edad! ¡Ella es menor de edad! Y por si
go entretenimiento! ¡Que poco ha durado el pasatiempo! La joven se ha podido ser por mi olor corporal. Antes de salir rocié la bufanda o de mujer. ¡La manía de escribir todo en el idioma de los americanos! Miro el reloj cada minuto. El trayecto debe durar seis minutos
—¿Y te nos pones gallito? —preguntó mi padre mientras se
me hables así! ¿Pero tienes presente lo que has hecho? ¡La has dejado fuera poco, ¡es tu prima carnal!
—¿Y qué más da que sea pariente directa? —intervino mi ma-
y treinta segundos. Detesto el metro. Tan lúgubre el paisaje siempre.
dre enfadada—. También dices unas tonterías…
la ventana. Solo se ve un muro de piedra. ¡Viajar en autobús es tan
Eso no lo voy a consentir —afirmó mi padre con los ojos inyectados
Supongo que ahora estamos debajo del río. No sé para qué miro por distinto! Me permite ver la calle y saber dónde estoy en todo momen-
to. Además siento el traqueteo de las ruedas sobre la carretera. Y si hay baches la sensación es todavía mejor. Esto, sin embargo, es un
ataúd con ruedas, y qué velocidades, un descarrilamiento y adiós. Hemos salido a la superficie. Por fin veo la luz del día. Justo seis minutos y medio. Debo bajar. 66
los pies. Hasta mi estómago está inquieto. Ya no tengo nada que vo-
—¿Pero es que te vas a poner del lado de tu hijo el insensato?
en sangre—. Y tú, niñato. ¿Quieres a tu prima? —No la quiero.
—¿Cómo que no la quieres?
—Bueno, algo. Es decir, la quiero como familiar que es. Pero no
en el sentido que tú preguntas.
—¿Y sin estar enamorado te has ido a la cama con ella? 67
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
—Eso parece.
todavía.
Mi padre se ha encerrado en su habitación con un portazo,
mi padre con voz rotunda.
—¡Mira, esto ya no lo aguanto!
como era de esperar, y mi madre detrás, como un perrito. ¡Qué alivio!
—Yo lo tengo claro. No podemos tener ese nieto —pronunció —¿Pero sería nuestro nieto?
Pensé que me iba a dar una leche. El caso es que lo tengo merecido. Pero no debo mostrar ni una pizca de debilidad ante ellos. Si supie-
—Pues no sé. Si la madre de la futura criatura es nuestra sobri-
sen que estoy cagado de miedo…
na… pues… sería…
dado tiempo a ver el telediario completo, aunque no me he enterado
lo que sea, yo no lo quiero conmigo.
mí, y ni siquiera me han mirado. Mi padre lleva la ropa de dormir:
razo!
que no sé si lo habrá robado de un hospital. Mi madre ya está con
bebé. ¡No es aconsejable! ¡Ni para ella ni para mí! —gritó mi padre
Acaban de salir de su cuarto, después de media hora. Me ha
de nada. No me atrevo a moverme del sofá. Han pasado delante de
una camiseta de tirantes blanca y un pantalón de pijama azul claro, su camisón y esa bata malva de felpa que no se quita nunca. Se han metido al cuarto de baño y supongo que ya estarán con el típico ritual
—Mira, déjalo —expresó mi padre mientras resoplaba—. Sea —¡Pero la niña está dispuesta a seguir adelante con el emba—¡Tú lo has dicho! ¡La niña! Con esa edad no puede tener un
con el dentífrico en la boca.
—Bueno, baja la voz. Mañana veremos las cosas de otra ma-
de todas las noches: crema para los codos mi padre, potingue para
nera.
de agua con somnífero mi madre, aunque tal vez hoy se apunte a eso
voy a hacer? ¡Me voy a largar de esta casa y de este vecindario! ¡A
las arrugas de la cara mi madre, más crema para las manos, kit vaso también mi padre… Normalmente en cinco minutos terminan, pero
hoy se alargará la cosa. Tienen tema de conversación. De hecho pue-
do oírles y verles. Por fin me he atrevido a levantarme. Estoy detrás de la puerta del baño, y está entreabierta.
—¿Y tú, por qué no le has dicho nada a ese mocoso? —pregun-
tó mi padre al tiempo que se extendía la crema por el codo derecho. Tiene verdadera manía con la piel de sus codos. Siempre dice que hay
—¡Qué tranquila te veo! ¡Parece que estás ida! ¿Sabes lo que
otro continente, si es posible! ¡Aquí os quedáis los dos! —¡No grites tanto! Te va a oír.
—¡Que me oiga! ¡Esa es mi intención!
—Me gustaría hablar con nuestro hijo a solas, si no te importa.
Y sin alzar la voz. Así no vas a conseguir que nos explique lo que ha sucedido.
—Haz lo que quieras. Yo ahora me voy a la cama. Estoy de-
que cuidar la piel de esa zona en particular. Es un poco maniático.
rrotado.
uno, y solo para ver el estado en el que se encuentran sus músculos.
escuela.
Hasta el punto que se mira en el espejo cada vez que se cruza con —Es que tengo que pensar sobre todo ello. Estoy muy confusa
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—¿Y qué va a ser si no?
—Mañana hablaré con él sin falta, antes de que se marche a la —Harás bien. Y no se te olvide darle dinero para que se com69
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
pre unos condones.
para marcharme antes. No quiero estar presente.
Tuve que apartarme de la puerta. ¡Qué carácter! ¡Lo que tiene
la cual no pudo venir esos días.
—Y el tuyo, ¡joder! ¡Y quítate esa horrible bata de una vez!
que aguantar mi madre nadie lo sabe más que yo! Es un cafre. No
se habría casado con él, si no fuera por lo que pasó. Se casaron de penalti.
La herida
—Tienes que hablar con él. Debe haber alguna explicación por —La única razón es el egoísmo. Alberto hace tiempo que ha
desaparecido de nuestras vidas. Solo viene para pedir dinero. ¿Es que no te has dado cuenta? Nos da cuatro besos y ya con eso se cree que nos quedamos contentos. A ti te engañará, pero a mí no.
—A mí también me dolió que no viniese a verte al hospital.
Pero hay que entender que no vive en Burgos.
—Sabes que no tienes razón. Vive a trescientos kilómetros de
Mariano se encontraba tumbado aquel domingo lluvioso de
aquí. En tres horas se puede presentar. Pero no le dio la gana. ¿No es
pesa barba blanca, mientras una y otra vez la cara de su primogénito
Aunque solo hubiesen sido unos minutos. Yo estaba seguro que no
otoño en su gastado y confortable sofá. Se mesaba su cuidada y esAlberto se mezclaba con sus pensamientos. De repente se levantó y una pequeña sonrisa afloró al rostro del anciano. La decisión esta-
ba tomada: no incluiría a su adorado hijo en su testamento. Mañana
motivo suficiente una operación de corazón para acercarse a verme? iba a despertar. Sabes el miedo que pasé.
—Haz lo que quieras. Tampoco puedo obligarte.
Mariano salió a la calle. Se puso la gabardina, su sombrero ver-
mismo se lo trasladaría a su notario. No estaba dispuesto a que nadie
de resistente al agua y un paraguas. Sabía que pasaría varias horas
lluvia sobre la ventana, no pudo evitar pensar si su elección había
su hijo.
se burlara de él incluso después de su muerte. Al ver las gotas de sido la acertada.
bajo la lluvia. Quería dar tiempo suficiente para no encontrarse con A las cuatro horas volvió a su casa. Estaba tan empapado que
Su esposa entró en el salón. Llevaba una bandeja con una tete-
lo primero que hizo fue secarse bien con una toalla y ponerse el pija-
—Alberto ha llamado. Esta noche viene a casa a cenar —enun-
encontró con su hijo Alberto. Su primera reacción fue darse la vuelta
ra y un platito de galletas.
ció Luisa dejando la bandeja sobre la mesa auxiliar de cristal. —¿Quién le ha invitado?
—Yo, naturalmente. Hace meses que no lo vemos.
—Y así estamos mejor. Sin verlo. Sin saber nada de él. —¿Cómo puedes hablar así de tu propio hijo? 70
—Tú puedes cenar con él si quieres. Dime a qué hora llega
—Pero Michael, no hables así. Que es tu hijo.
ma. Le extrañó que Luisa no fuese a recibirlo. Al entrar en la cocina se y dirigirse al hall. Pero su mujer le cogió del brazo y le obligó a entrar
de nuevo. Entonces fue cuando se dio cuenta de que su hijo no estaba bien. Las cuencas de sus ojos estaban hundidas, la cara demacrada, la
piel amarillenta, unas arrugas muy marcadas y con veinte kilos menos. No sabía si estaba delante de un hombre de cuarenta años o de
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Relatos
un anciano. Entonces fue a su encuentro y lo abrazó. Permanecieron
abrazados durante unos minutos. Y cuando Alberto por fin se dispuso a decir algo, su padre no le dejó. —Calla. Solo abrázame.
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Juliana Antón
Palabras y alzar el vuelo
Ataduras En esta especie de somnolencia, Charo, intentaba desprender-
se de esas extrañas ataduras que no le permitían incorporarse del infecto catre que ocupaba desde hace un tiempo y que, en raras oca-
siones, compartía con otros personajes de su barrio periférico de una ciudad costera.
Era un miércoles de un mes cualquiera. Pero ni parecido a
otros de épocas anteriores en que ella, muy de mañana, se imbuía en su traje negro de neopreno y sujetaba a su espalda la botella de oxígeno, zambulléndose en las profundidades para recoger toda clase
de elementos que el tiempo iba acumulando y que permanecían allí olvidados desde épocas remotas.
Y yo. Que soy capaz de luchar contra viento y marea sin ape-
nas esfuerzos y que no pueda desatarme de estas culebrillas que recorren mi cuerpo y que me aprisionan tanto que no me dejan mover ni apenas respirar. ¡Maldita sea! ¡Pero si esto para mi debía de ser faci-
lísimo! Se lo decía a sí misma, entre balbuceos inconexos, farfullando palabras ininteligibles.
Volvió a intentarlo. Desatarse de esas increíbles criaturas que
la envolvían y no la dejaban salir corriendo a su trabajo.
Y en este estado en que ella se encontraba, entreabrió los ojos
y mirando a su alrededor con expresión confusa, pues sus pupilas estaban dilatadas, vio, a través de la claraboya sin cristales de ese
antro, cómo minúsculas mariposas blancas, cual copos de nieve, revoloteaban e iban resbalando por su abotargada cara hasta llegar a su boca, donde un sabor salado la hizo volver en sí. Y, en ese momento
de lucidez, comprendió que esas extrañas ataduras eran como una losa que la pesaba demasiado y que no podría desatar.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Un remedio pringoso El piso en el que viven es pequeño pero muy soleado. Tiene
dos habitaciones. En una, la más grande, un sexagenario (de buen
hacer? Menos mal que los regalos que me haces me alegran la vida, que si no…
—¡Ajá! Mis regalos. De eso ya hablaremos. Ahora toca espabi-
ver, opinan muchos) aporrea un portátil flamante intentando apren-
larte. Conque, ¡ala!
algunas lenguas adolescentes) tumbado en una cama, interactúa con
daban, me quitaban. Hartas a cualquiera tío ¡Eres un coñazo! Déjame
der experiencias nuevas. En otra, un jovencito (un “pivón”, según su tablet. Unos auriculares sonoros taponan sus orejas, al tiempo que engulle un aceitoso bocata del que chorrea salsa por todas partes.
—Siempre con la misma canción: cuando yo era como tú… me
en paz de tus batallitas.
—Llevo razón. Ahora os resfriáis con un soplo de viento. En
Un frío intenso penetra en la estancia por el balcón. Lleva
mis tiempos, todo el día en la calle y no nos poníamos malos. Si pi-
ritona le invade por todo el cuerpo, al tiempo que unos estornudos
po…, te curabas echando hostias. Pero ahora, con esos jarabes que ni
abierto desde hace unas horas sin que él se percate de ello. Una ti-
perrunos se oyen por toda la casa dando lugar a una moquera que no intenta detener.
Fernando sale de su dormitorio. Se le acerca, quitándole de un
tirón todo lo que tiene pegado a su cuerpo. Cierra de un portazo la puerta y muy cabreado le dice:
—¡Esto no puede seguir así! ¡Esto se tienen que acabar! No te
preocupas de nada.
—Bien. ¡Y qué quieres que haga ahora! ¿Ponerme a jugar al
parchís? —Nico lo dice con malicia y con una sonrisilla de pocos amigos, al tiempo que se levanta.
—Ahora lo que toca es meterte en la cama. Yo voy a la cocina
llabas un catarro, con este remedio, bien extendido por todo el cuerquitan el mal y sí te dejan el estómago como un colador…
—¡No empieces con tus monsergas! Aburren y me ponen dolor
de cabeza —el muchacho se echa en la cama mirando a la pared.
—La cabeza no te la pongo yo mal. Son los aullidos que salen
de ese chisme —dice con guasa Fernando mientras recorre el corto pasillo para ir al servicio a por el tarro.
—¡Quita eso de mi vista! ¡Ese olor echa para atrás! No quiero
que me vuelvas a poner esa medicina pringosa que tienes como si fuera la mejor droga —lo dice el jovenzuelo al desenroscar la tapa azul, pues un aroma a menta y a eucalipto inunda la habitación.
—Y para que te enteres, esa medicina no es pringosa. Mira que
a calentarte un vaso de leche y después te pondré de ese potingue.
suavecita es. Cuando me la ponían, lo bien que me gustaba. Bueno. Y
remedio pringoso, como lo llamas tú y…
no es así, ¡te aguantas! Que no quiero oír tus quejas. ¡Venga! Quítate
Ya verás cómo te encuentras mejor. ¡Desnúdate! Que ahora traigo el El jovencito le corta con malos humos, pensando con despre-
cio: que manía te tengo.
—¡Siempre dando órdenes! ¡Que los tiempos de dictadura ya
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han pasado! ¡Qué no te enteras! ¿Pero yo te digo lo que tú tienes que
ahora también ¡Hace unas cosquillitas! Ya verás cómo disfrutas tú. Si esa ropa tan horrorosa que llevas. Si hicieras las cosas como debes,
esto y otras cosas no te pasarían. Luego si te portas bien… te daré lo que quieras —responde zalamero Fernando.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
—¡Corta ya el rollo! Estás chocho y caduco. Pero esto no quita
el primero en todo y siempre con la cabeza bien alta”. Por eso, siendo
por internet para tus rollos, ya estás al día. Pero eso a mí, no me sirve.
de presencia, su ordenador echaba humo. Pero él, como si nada más
para que intentes entenderme alguna vez. Te crees que con navegar Porque eres insoportable ¡Te odio! Y me voy a ir de esta casa mañana mismo. Así que vete buscando otro que atienda tus deseos —lo dice
existiera a su alrededor.
Ya está el jefecillo en acción. Debe de dormir con un ojo abierto
con mucho sarcasmo.
y el otro cerrado. Tiene tan creído que es el mejor de todos, que da
muchas cosas y no me quedó otra que aguantarlas. Empezaré a olvi-
risitas de sus colegas.
—Vale. Sé lo que quieres decir. A mí también me fastidiaban
dar aquellos tiempos y me pondré al lado de los tuyos. O K. —dice
por saco. Así, todas las mañanas, con los mismos comentarios entre Pero hoy Manuel está fastidiado. Su secretario particular… —el
conciliador, evitando que el chico siga enfadado.
mejor de todos, según él— ha pedido la baja porque se ha roto la mu-
Pero intentaré cerrar la ventana y así este ungüento no será tema de
voy a hacer sin él, piensa preocupado.
—No sé si creerte. Como lo dices cada vez que discutimos…
discordia —contesta su cachorrillo en un tono perverso.
ñeca cuando los dos jugaban al tenis en su chalet. Y ahora… no sé qué
Pero no pasa ni un segundo de estas reflexiones cuando una jo-
—Bien. Este es mi chico. Y ahora, vamos con la tarea. Que aun-
ven morena y de ojos verdes llama a la puerta y entra sin ser invitada.
¡nada! Yo te lo demostrare. Prepárate para la sesión de masajes cor-
insolente! Y para más asco una mujer, que solo sirven para incordiar,
que este remedio huela mal y sea pringoso, sienta bien. Y de chocho porales que te voy a dar.
Y Fernando, con ese mimo que pone en todo lo que le hace,
Él levanta la vista de su ordenador, increpándola con la mirada. ¡Qué sigue elucubrando Manuel, cada vez más cabreado.
Soy tu secretaria. Me ha mandado el jefe a este despacho a sus-
extiende el Vicks Vaporub por todo su cuerpo metiéndose en la cama
tituir al otro, le espeta sin más, María.
tapa su boca para no echar la papilla que tomó de pequeño.
ponte a trabajar. Ahí tienes esos expedientes. ¡Ordénalo bien! ¡Y pron-
con él, para darle calor. Entonces el jovencito sigue tiritando mientras
Tú sí que vales El reloj nuevo sobre la mesita sonó a altas horas con premura.
Manuel se levantó de la cama comprobando que aún no había amanecido.
Tenía que estar en el bufete antes que nadie. Su lema era: “ser
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el tiempo uno de ese todo, cuando el resto del personal hizo acto
A él, se le revuelven las tripas. Y de malas maneras dice: Pues
to! Que los necesito para la semana que viene. Ella no se calla: Ya sé
lo que tengo que hacer. Llevo unos cuantos años en este trabajo y no he tenido ninguna queja. Bueno… hasta ahora, contesta muy molesta
por la forma en que se dirige a ella su interlocutor. Aunque ya sabe cómo es él.
Según pasaban los días, con esta mala baba siguió tratando a
María.
Que si mi secretario lo hacía así, que si esto él lo hacía mejor. 81
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Que si eres una mujer de pocos recursos… ¡Si mujer tenía que ser!, se
ción tan inesperada. Hombre. No es para tanto, piensa. ¡El pobre no
Ahora, cuando llegaban a la oficina los empleados por la ma-
le echa fuera de la sala. Declarándole no apto para el desempeño de
lo repite a diario.
ñana, el tema era sobre el trato que daba a su secretaria. Que era mal visto por casi todos, claro. La animaban diciéndola: ¡Ni caso! Tú sí
entiende nada! El juez, ya recuperado del susto, le prohíbe seguir y sus funciones.
Todo su mundo se le cae encima. Que les pase esto a otros…
que vales. Aunque esto, no la ayudaba mucho.
normal. Pero a él, ¡imposible! Pero qué sabrán estos de pruebas, sigue
¡Esto no puede seguir así! No consiento que me menosprecie. No
mesa. Pero cuando mira las fotografías se queda sin aliento. ¡Pero qué
Estoy harta de él y de su secretario. Cada día más reproches.
pienso tolerarlo ni un día más. No me voy a sentir culpable de su
prepotencia. Tengo que pensar en algo que le baje los humos, comentó ella con sus más allegados, fuera de sí. A ellos les pareció bien.
Cuando Manuel le ordenó que preparara los documentos para
el juicio del día siguiente, se le vino a la cabeza lo que podía hacer para vengarse de tanta humillación ¡Aja! ¡Ya lo tengo! ¡Éste se va a
diciéndose, mientras recoge todos los documentos esparcidos por la
es esto! ¡No da crédito a lo que está viendo! La muy guarra, dice en alta voz. ¡Esta tía me las pagará!
Entonces abandona la sala con la cabeza bien baja. Sale miran-
do con rabia a esa mujer. Y esta secretaria se queda satisfecha de su proeza.
enterar de lo que vale un peine!, la sonrisa burlona le llegaba de oreja
a oreja, al tiempo que cambiaba las fotografías por otras muy com-
Adaptadas
A la hora en punto dieron comienzo los interrogatorios de los
Nos conocimos en París. ¡Oh la, la! Léa, una joven morenaza,
prometedoras para él.
testigos. Cuando le tocó el turno al más importante, Manuel busca
muy estilosa, con una hermosa cabellera ensortijada, y con muchos
estaban en su contra. Saca las fotografías. Se las muestra al juez. Este
Se sentó a mi lado. Ella pidió una hamburguesa con toda clase de
en su cartera la mejor baza que tiene para rebatir las pruebas que se queda con los ojos como platos e intenta decirle, por señas, que las guarde. Él piensa que son tan buenas pruebas que el pobre no
tiene palabras para expresarlo. Acto seguido es el jurado quien las ve.
Todos sus miembros se quedan petrificados y sin saber qué decirse. Él continua pensando lo bien que está quedando ante todos y sonríe
salsas (lo que me llamó la atención). Yo una cocacola sin cafeína y
una tortilla francesa. Charlamos de nuestras vidas y desde entonces iniciamos una relación. Tenía que ser estupendo. Vale. Lo estaba imaginando muy bien, pero era producto del momento.
Todo iba bien hasta que decidimos vivir juntas e irnos una
satisfecho. Pero cuando las pone delante de los que están en la sala,
temporada a un pueblo turístico del Pirineo Aragonés para que Léa
mazo del juez se oye. Manuel mira a todos extrañado de esa reac-
responsabilidad que desempeñaba. Me pareció bien y allá que nos
los pitidos, las risas, los abucheos son de tal envergadura que ni el
82
encantos, entró en el restaurante en el que yo comía. Nos sonreímos.
cambiara de aires pues estaba muy agobiada por el trabajo de gran
83
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
fuimos.
platos condimentados, decía. Pero yo no la despreciaba. ¡Que no!.
sicos, sociales, culturales (se veían a la legua), pero el peor de todos
sé que volvería a la hora siguiente después de una buena discusión
Echaba condimentos a todos los platos, y en gran cantidad. ¡Si hasta
Fui a la tienda de “Las Mil y una Especias”. Un cartel en la puerta
Sabíamos que éramos muy diferentes en muchos aspectos: fí-
fue el culinario: era forofa de toda clase de salsas, hierbas y especias.
los huevos fritos tenían eneldo! Por contra a mí, todo sin nada. Platos rasos.
Desde que vivimos juntas, es ella quien se encarga de todo lo
relativo a las comidas, pues disfruta un montón comprando especias
y haciendo variados platos. Cosa que lo mío se reduce sólo a comerlos. De cocina, yo, nada.
Como esto no podía seguir así, un día no aguantó más. Pen-
(otras veces ocurrió), pero no fue así. Desapareció y no la volví a ver. comunicaba que se traspasaba. Y la joven dependienta había también
abandonado el lugar. El frutero me dijo: ¡Qué, de espera! Pues va us-
ted pa rato, con recochineo. Me quedé sin aliento ante lo que suponía. Tanta compra de especias, y tantas atenciones por parte de la joven dependienta...
A los pocos días, volví a pasar por allí. La tienda delicatessen te-
Al principio, esta diferencia gastronómica no la vi como un
nía otro dueño. Un cuarentón de pelo negro y ensortijado que estaba
cocinaba. Claro, entonces Cupido disparaba bien sus flechas. Pero
y botes que tuviera. ¡Me llevé un ciento a casa! Él, muy gentil, me fue
problema. Porque yo, por estar a bien, olía y me comía todo lo que
esto con el tiempo cambió. (Y a quién no le ocurre esto) Entonces
surgieron las peleas, pues mi estómago, acostumbrado a todo light
empezó a quejarse, al no admitir esas comidas tan condimentadas. Como las digestiones eran horrorosas, el médico me recetó una dieta
la mar de bien. Entré. Y, muy sonriente, le pedí de toda clase de tarros diciendo los nombrajos de cada uno: galanga, alhova, agacejo… A mí este tema seguía sin decirme nada, pero estaba muy atenta a sus muchas explicaciones.
Ahora, tengo el armario de la cocina repleto de todo lo que a
blanda, por lo que desterré todos sus menús. Yo no soy una mis-
diario le compró a Paul. Un francés muy cariñoso que disfruta de los
los estragos de estas comidas! Léa, no entendía que mis males eran
gue sin admitirlos. Eso sí. Todos los olores que destilan de su cuerpo
quilindris, pero esto me superó. ¡Si hasta el gato del vecino sufrió
a causa de las comidas. Aseguraba, que todo lo que adquiría en la
tienda eran productos muy buenos, y que la dependienta también era una especialista en la materia y que la asesoraba bien. Que yo era una
alimentos sabrosos. No, si yo no los como. Mi aparato digestivo sicuando estoy a su lado, no me afectan. ¡Me dan un gusto! Y al gato tampoco, pues no sale de mi casa.
blandengue. (Desde luego a ella no la pasaba nada de esto). Mírame
a mí lo bien que estoy. ¡Te quejas de todo!, me decía muy mosqueada.
Un croquis hecho a mano
el cariño no me quitaba el deterioro estomacal que estaba sufriendo.
Ya suena el despertador. ¡Qué coñazo! Otro día igual, me digo
La verdad, es que se desvivía por tenerme contenta en la mesa. Pero Y ella, no aguantaba el desprecio que le hacía no comiendo de sus 84
malhumorada.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Ahora Teresa, que soy yo, toca desperezarse; abandonar la
guiño y una sonrisa que me suenan…), y, al hacerlo, se le mueve la
en el mismo asiento, al lado de la ventanilla. Y no hablar con nadie,
lleva dentro del bolsillo del gabán. Yo lo cojo con miedo, posando la
cama, que está calentita; salir a la calle desierta a estas horas; sentarse no sea que… Creo que hoy, estoy más melancólica que otros días. Echaré la primitiva, a ver si salgo de esta maldita rutina, sigo pensando mientras abandono las sábanas.
Ya llega el metro. Si corre menos que una tortuga. Bueno, así
tardo más en llegar al trabajo. Menos mal que mi asiento está libre. ¡Algo es algo!
Miro a mi alrededor y sigo con sus pensamientos: ¡Qué raro!
Cuántos policías hay hoy. A mí. ¡Que me registren! Mira por donde sucedería algo diferente a otros días.
Ahora toca mirar por la ventanilla. Pero no sé para qué. Me
conozco todo lo que hay. Primero esta estación antes del túnel. ¡Vaya birria de lucecillas! Y otra vez que estamos fuera. Seguiré mirando.
mirada en la fotografía a toda plana y en el titular que dice: “Un cro-
quis hecho a mano”. Levanto la vista y le miro asombrada. Él mueve la cabeza asintiendo. Y hace signos para que continúe leyendo. En letras grandes el artículo dice: “Se busca a los culpables del robo del
banco ocurrido hace tres años. Se han cotejado las huellas del papel, y se comprueba que unas son de hombre. Sí. De un tal Cesáreo…, pero
que las otras tantas que hay son de mujer. Que se sigue trabajando en el caso para identificarla”. Vuelvo a mirarle y asiente otra vez, e insis-
te en que siga leyendo. Y mi sorpresa es mayor ya que dentro hay un papel con unas frases que dicen: “No me hables. Ni me sigas. Sigue y espera en la última parada”.
Coge la carpeta y me la muestra. Yo me fijo en el logotipo de
Pero no vale la pena, porque para ver estos barrios repletos de man-
la academia. Vuelve a sonreír, diciendo sí. Se levanta. Sigo leyendo y
nos mal que pasamos por un río. Ahora con el deshielo, sus aguas
por la puerta para ver si sale. Nada. Ni rastro de él.
zanas interminables, con pisos altos y algunas chabolas, que… Meno tendrán tanta contaminación porque luego, ¡qué guarrada! Pero no me gusta este puente de hierro. Lo mismo no resiste el peso y…
Bueno. Hoy, aunque se derrumbara, no me importaría. Total… ¡Si me
tocara la lotería!, me digo. (Al tiempo, que unos golpecitos en la pierna me hacen mirar al frente). Qué tipo más raro es éste. ¡Qué querrá!
cuando alzo la cabeza… no está. Miro por el vagón. Nada. Me asomo ¡La carpeta! ¿Será la mía? Y este individuo…
Cesáreo. No me suena. Aquel joven que yo conocí se llama-
ba… ¡Ah, sí! Valentín. Me acuerdo bien porque me felicitó, y él dijo que era su santo. ¡Ay, pillín!
Sigo leyendo y el periodista comenta que: “El papel con el cro-
Menos mal que faltan sólo seis minutos para bajarme. Así me alejaré
quis hecho a mano se encontró dentro de la caja fuerte. No se sabe
¡Y dale! Otra vez con la piernecita de los cojones ¡Me está har-
De él, se conoce todo y la policía le sigue el rastro. De ella poco, pues
de este hombre raro, me digo animada.
tando! ¡No aguanto más! ¿Qué quieres?, le digo muy mosqueada, claro.
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barbita. Se la coloca con mucho acierto y me ofrece el periódico que
Él se retira el sombrero de la cara; se quita las gafas, (con un
por qué. Y que desde entonces se sigue la pista de los dos individuos.
sus huellas recorren todo el espacio y hay tantas superpuestas, (por
lo que se piensa que fue ella quien lo trazó), que son muy dificiles de identificar”.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
¡Mis dibujos! Recordé que por aquellos días desapareció mi
—Mira por donde, quién me iba a decir a mí, que un dibujo
carpeta. Yo la llevaba al trabajo porque al salir iba a una academia
hecho hace tres años, acabaría saliendo en los periódicos.
lugares conocidos. Yo dibujé el banco y sus dependencias (bastante
co la voz de….)
mal por cierto), porque no sé cómo los perdí. Los busqué por todas
dice: “Este es tu mejor día, Teresa”. Reconozco mi croquis. Me sonríe.
otro logotipo más moderno.
mis fuerzas. Síííí. ¡Me ha tocado el gordo de la lotería!
de dibujo. Y recuerdo que por entonces trabajábamos con croquis de
bien por cierto), y como no les encontré tuve que repetirlos (bastante partes. Por eso me dieron otra carpeta. Que es la que llevo ahora con Seguí con la lectura. “El dibujo es de una fotocopia en tamaño
—Sí. ¡Una verdadera obra de arte!, me dice él. (Ahora reconozReparo en el cuadro que hay colgado en el parabrisas, que
Me río a carcajada limpia. Nos abrazamos. Arranca y grito con todas
grande, muy bien detallado todo. Llama la atención la serie de nú-
meros que aparecen al dorso, que coinciden con…” ¡Madre mía! Era
la clave de apertura de la puerta que yo utilizaba. ¡Pero cómo se me
No es una cualquiera
Ahora ya lo entiendo todo. La carpeta…. El nombre ficticio….
No es la vieja del visillo. Ni usa orinal por la noche y no tiene
ocurrió ponerla aquí!
El robo… La fecha de hoy…
alzhéimer. Porque Tomasa no es una cualquiera.
mañana. Ya me iba a marchar cuando veo que, entre la gente, se baja
según el bando, en la Guerra Civil. La derrota truncó su carrera. Y su
Seguí en el metro hasta el final. Esperé en la estación toda la
un anciano. Iba vestido de diferente manera: boina, calada hasta las orejas; chaqueta de pana raída; la barba larga y una cachaba para
gran sueño se apagó.
Perteneciente a una familia republicana, fue encarcelada. Sus
apoyarse en la mano izquierda. Eso sí. Las mismas gafas grandes y
padres reposan en una cuneta enterrados en cal. A Tomasa le com-
en la otra lleva un maletín enorme. La policía, que también había allí,
mando de la Sección Femenina, que le tiraba los tejos.
opacas que las de antes. Pero lo que me llama más la atención es que
le ayuda a bajar. Y le coge la maleta, insinuando que pesa demasiado para él. ¡Pobre! Debe de pesar unos kilos, me digo.
El viejecito se aproxima. Me sonríe. Me agarra del brazo y me
hace señas para salir por la puerta de la estación. Me lleva hasta un
putaron la pena de muerte por intercesión de su vecina Pilar, un alto A los pocos días entró en su celda una reportera llamada Fer-
nanda. Muy atractiva y sensual, pronto se fijó en su compañera. Pilar, ahora directora del penal, se puso celosa de ella.
Una mañana la reportera apareció muerta en la celda. Culpa-
coche que está aparcado. Pone con cuidado el maletín en el capó. Se
ron de asesinato por asfixia a la republicana, sin atenerse a las prue-
cinturón y le digo a… (Para mí, siempre será Valentín) Cesáreo:
llaron. Ella no se amedrentó y repasó los acontecimientos.
sienta al volante y me abre la otra puerta. Me estoy abrochando el
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De porte distinguido, pilotó un I-16, llamado “Mosca o Rata”
bas visibles que demostraban su inocencia. Pero de un porrazo la ca-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Se acordó de que unos meses antes ellas dos discutieron. La
directora le amenazó. Pensaba que estaban liadas. Fernanda contestó: “Eso quisiera yo. Ella está enamorada de un hombre con el que se unirá cuando toda esta barbarie acabe”.
Hizo memoria de aquella noche: se despertó oliendo a colonia,
sin almohada y con un sabor raro de boca. Pero claro, las peleas entre
Con un siglo a sus espaldas, Tomasa relata su vida a quienes
sienten interés por ella. Pilar sonríe con cariño al escucharla pues ella es parte de esas historias.
Y la foto que guardó, con traje de piloto junto a su familia, está
húmeda de tanto mirarla.
mi compañera y yo son una prueba en mi contra. Y nadie sabe el por
Acertada borrachera
qué, pensó con tristeza.
A la mañana siguiente la obligaron a firmar su culpabilidad.
Se negó. La hostia de un grandullón la hizo caer al suelo. Se atrevió a
decirles quien lo había hecho. Y ellos contestaron entre risas que ya
se ve a un camarero que mira hacia la puerta cerrada con los bra-
Cuando en la celda se despertó su cuerpo estaba lleno de heri-
el local, que huele a whisky escocés y a tabaco rubio. Por la ventana
lo sabían. Pero eso aquí daba igual. das y magulladuras.
La directora fue a hablar con ella.
—Yo puedo ahorrarte el paredón. Firma este papel y te sacaré
otra vez de esto. Pero ahora tienes que ser mía —dijo Pilar con esa prepotencia suya.
—Sabes quién ha sido. Que soy inocente. No cargaré con la
culpa por nada —contestó la acusada.
zos cruzados. Tres taburetes altos permanecen vacíos, al igual que ovalada entra la luz de las farolas. Unos focos resaltan las fotografías de los años cincuenta de las ennegrecidas paredes.
James, sentado en una mesa, está como ausente. Es alto, del-
gado, con un ridículo bigotillo y una boca sin expresión. Lleva gafas
oscuras. Tiene el pelo negro con tintes plateados en las sienes. Sus brazos cuelgan como si estuvieran escayolados.
Se levanta presuroso al oír abrirse la puerta y verla entrar. Se
Con la vista clavada en el pelotón Tomasa levantó el puño y
enreda entre los pliegues de su gabardina y tropieza con la silla. Cae
Cuando el cerrojo de los fusiles se oyó, la directora mandó pa-
sobresalta al camarero que les mira.
gritó: ¡Viva la República!
rar la ejecución. Recorrió despachos para que ella pudiera exiliarse. Y supo de su vida siempre.
Con la Democracia, Pilar fue diputada por el Partido de Alian-
za Popular. Su amiga vivió con su pareja en México, donde escribió todo lo que ella sabía sobre los terribles acontecimientos vividos y hoy sus libros llenan las librerías. 90
Detrás de una barra larga y estrecha con encimera de madera
de bruces contra el suelo de baldosas blancas y negras. Y el ruido
Manuela se acerca y le ayuda a levantarse. Se encara con él.
Después de una fuerte discusión sale sin mirar atrás y grita: me he quitado un peso de encima. ¡Hasta nunca! guí!
Inmediatamente, James con una risa histérica dice: ¡Lo conseSe sienta en un taburete. Se quita el sombrero. Mira las estante91
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
rías atestadas de botellas de mil colores y tamaños y pide un whisky
Estaba mosqueado.
ha salido a la perfección. Te contaré por qué.
ra las fotos, dijo él cabreado. Ella respondió que escuchase su propo-
cada vez que nos veíamos. Ella se marchaba y yo quedaba libre para
su nombre; que trabajaba de camarero y que en sus ratos libres can-
doble. Se lo bebe de un trago y empieza a hablar al camarero. Mi plan Durante seis meses yo aparentaba estar borracho, como ahora,
irme con Franc. Ella estaba convencida de que si me lo proponía de
verdad, conseguiría abandonar la bebida. Pero esto tenía que acabar. Se ha enterado de que yo estaba aquí por un amigo mío.Yo creía que
no sería fácil la ruptura. Pero imaginaba que ya no aguantaría más estas situaciones. Ahora ya no tengo que ocultar mi relación. Ni guardar el móvil. Porque fue un WhatsApp de Manuela, que mandaba a
su jefe para hablar de sus cosas, lo que nos unió. Yo acudí a esa cita porque quería conocerle. Manuela me hablaba mucho de él. Cuando llegué le reconocí al instante. Me presenté como amigo de Manue-
la diciendo que ella no podía venir. Y con esa mentira nos pusimos a hablar. Y así empezó nuestra relación. Yo creía querer a Manuela.
Pero fue conocer a Franc y cambiar mi vida. Ahora le mandaré un WhatsApp para celebrarlo. Porque ahora sí me voy a emborrachar de verdad.
Un cuadro hecho a medida Un muchacho les cuenta a sus amigos por qué está tan orgullo-
so de su primo Rubén.
Una tarde mi primo estaba admirando El Guernica, de Picasso,
en el Reina Sofía. Juana, una jovencita muy mona, con rastas en el
pelo y muy risueña se plantó ante él. El flash del móvil se disparó. Lo mismo le sucedió viendo Niños en la Playa, de Sorolla, en El Prado. 92
¡Pero estás loca! ¿No sabes que puedo denunciarte? Borra aho-
sición y que después decidiera. Intentó convencerle al decir que sabía taba en un grupo y visitaba museos, claro. Rubén respondió huraño
que no se fiaba de desconocidas. Pero aun así, la escuchó. Entonces ella dice que es Juana. Que lo de las fotos ha sido una excusa para
hablar, pues quiere que pose para ella porque esos ojazos violeta oscuro y su pelo rubio rizado es lo que necesita. Por eso se había fijado
en él. Y si aceptaba ser su modelo la mitad de su valor para él. Rubén pregunta intrigado que de cuánto están hablando. De bastante, responde ella sonriendo.
El pobre no acababa de creer que iba a ser el cupido de un
cuadro. Se acordó de la canción de Serrat Hoy puede ser un gran día y la tarareó.
Al día siguiente suena el teléfono en el restaurante “El Buen
Comer “en La Calle de Alcalá. Llamaba Juana a Rubén para decirle que tenía que ir a un estudio del número seis de esa misma calle. Al
entrar se quedó helado pues era un ático enorme y a todo confort, con vistas a la sierra madrileña.
Rubén estaba entusiasmado pero no veía lo pintado. Espera y
verás, le decía ella riendo.
Cuando el cuadro estuvo terminado él recibió la pasta, al tiem-
po que cantaba Hoy es un día especial, de Raphael. Y ella le respondió con un morreo.
Al día siguiente mi primo vio anuncios de una exposición.
Cuál fue su sorpresa al reconocer su desnudo y ver que la firma no era de Juana. Fue a la galería y habló con el autor. El pintor le miró
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
con atención y le contó lo sucedido.
mi añorada Salamanca. ¿Caerá en mis redes al ver lo cambiado que
cuadros, pero no los firmaba. La exposición fue un éxito. Entonces mi
vez? El ricachón se ha quedado de piedra al saber que yo era un fiscal
Mi primo se quedó de piedra. Juana sí era la pintora de los
primo le propuso que fuera ella quien firmara sus obras y que él su modelo. Pero que ahora sólo cantaría en la ducha.
Una buena jugada Una baraja. Con lo poco que me gusta jugar. No gano nunca:
perderé. Se me han revuelto las tripas al ver los naipes en las manos de este capullo, pienso mientras observo a los jugadores.
Marcos se ha puesto enfrente de mí. Lleva el pelo engominado
y la perilla recortada. “Andas un poco despistado: me toca a mí”, me recrimina. Que cabronazo. Lleva tres juegos ganados. Se reía de
mi jersey de lana. Claro, yo no podía competir con sus marquitas.
¿Seguirá con esa fama de “ligón”? Sabía joderme bien contando sus
estoy? Deseaba charlar con el médico José. ¿Se habrá enamorado otra famoso. Que se fastidie. Ahora que muerda las fincas de los cojones.
Marcos recoge las cartas y me mira de mala hostia al guardar-
las. Se las podía meter por el culo. Son ganas de tocar siempre las narices, pienso enfadado. Y me sonrío al recordar por qué este botarate
de mierda me hizo la vida imposible. Ellos jugaban a la quiniela: les tocaba siempre. Yo llegué el último a la residencia. Pedí participar
y “el ligón” dijo que los novatos pueblerinos empollones no tenían cabida. José intercedió. La casualidad hizo que la suerte cambiara.
Decía que yo era una mala jugada. A la semana siguiente un buen pellizco les cayó.
Por eso dejé de jugar a casi todo. “La pelotas” aseguraba que
no ponía empeño, por eso me salía mal. Hoy tendré una buena jugada. El pringado en amores será un pasado.
hazañas y llamándome “el becado”.
Prótesis
Concha se ha colocado cerca de mí: “la pelotas”. Quiere mi-
rarme las cartas: tramposa. Pero no lo conseguirá. Chupaba el culo a
profesores y a cualquiera que se pusiera por detrás. “Que malas car-
tual. Es en lo único que coincidimos.
muérdeme y su nariz respingona. Iba tan ceñida que se transparenta-
Sabe que no le favorecen: le exageran demasiado los morros. Pero
A José le llamábamos “el guapo”, aunque ahora menudo ca-
Antes de meterse en la cama se los quita. Los lava, mientras
encima. Sigue tan buena como antes: con esos labios rojos que decían ba. Ahora también ganará.
Él tiene unos dientes descolocados, por eso lleva brackets.
espera mejorar su imagen.
reto tiene. Me parece menos introvertido: me mira de frente. “Tocan
dice: menos mal que me queda poco para deshacerme de esta próte-
No tenía que venir. Pero quería ver a Concha y sentir de nuevo
Se desnuda despacio. Quiere provocar, pienso. Yo miro con mucho
bastos”, me dice cariñoso. Él tampoco ha puesto ninguna carta.
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Me imita cuando me lavo los dientes: seguimos el mismo ri-
tas tienes. La próxima partida la ganarás”, me dice mientras se echa
sis. Enjuaga su boca con menta y se pone perfume por todo el cuerpo.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
interés todo el ritual. Dejo que salga del servicio: no quiero que vea lo
escalinata.
me digo: de esta noche no pasa. No quería experiencias nuevas, pues
pecable traje azul oscuro de seda. Del cenicero de plata sale el humo
que allí voy a hacer con ese aparato que acaba de quitarse, y mientras las va a tener. Espero que este invento haga efecto. El espejo me devuelve mi cara. ¡Qué horror!
Quiero desprenderme de este aparato. Los cables se quedan
del habano. Al abrirse la puerta se levanta del sillón sobresaltado y el vaso de whisky escocés se le cae.
—¡No quedó claro que no tenías que pisar esta casa! —le grita
enganchados a mis postizos. Imposible sacarlos.
muy cabreado.
tra el espejo. ¡Qué alivio! Mejor así: seré yo misma, pienso resignada.
—contesta Antonio tranquilo.
mendar el estropicio. Y los vuelvo a poner donde estaban.
hacia la pared; levanta la fotografía de su boda; abre la caja fuerte y le
Tiro con todas mis fuerzas. El paquete sale despedido y da con-
Los saco como puedo. Salen deformados. Me las ingenio para enA la mañana siguiente Pedro se levanta.
—No sé qué le ha pasado a mi prótesis. Pero ya no se me clava
y me hace la boca bonita. Fíjate: parezco más joven —dice él muy
—Esta vez no saldré de aquí sin llevarme lo que me pertenece —¡Saldrás y no volverás! ¡Tú no existes para mí! —se dirige
arroja un fajo de dinero a la cara, de muy mala hostia— ¡Y esto será lo último que obtengas de mí! —lo expresa lleno de rabia.
—No he venido en busca de eso. Sabes bien que sólo deseo
contento.
estar entre los tuyos.
tados obtenidos.
veinticinco años no ha existido nunca.
—Si tú supieras —digo más cabreada al comprobar los resul-
Sólo consiguió una parte Antonio es un joven simpático, divertido y un buen estudiante
de Derecho. Alto, rubio, con ojos almendrados de mirada atrevida, es
el orgullo de su madre; con la que vive en una casita de un pueblo salmantino. nas”.
—¡Pues eso no lo tendrás jamás! Lo que pasó en esta casa hace —Eso ya se verá. Y los tribunales me concederán lo que te
pido —habla pausado, convencido de lo que dice; al tiempo que le muestra su flamante título.
Y sin más, el joven saca un cuchillo del bolsillo de su america-
na. Se acerca a Don Francisco. Éste, al intuir su intención, le agarra del brazo. Forcejean entre ellos. Caen. Y es entonces cuando Antonio le hace un corte en la mano.
—Ya tengo parte de lo que he venido a buscar. Con esto de-
Acaba de llegar a la casona de la finca “Las Reses Salmanti-
mostraré lo que te niegas a darme.
Hoy voy a por todas. Creo que esta vez lo conseguiré. Le de-
Clava sus ojos almendrados en Antonio y con voz áspera exclama: ¡ni
mostraré de lo que soy capaz, piensa entusiasmado, mientras sube la 96
Don Francisco está sentado ante la mesa de caoba. Viste un im-
El viejo señor se levanta. Camina balanceándose como un pato.
con esa prueba de sangre lo conseguirás!
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
El joven, en silencio, sale del despacho. Una vez más se pre-
guntó si alguna vez tendría todo lo que deseaba.
Sin comentarios Una mañana de primavera paseaba por la empedrada Plaza
de San Juan de Burgos. Una llovizna hacía que los transeúntes abrieran sus paraguas y los peregrinos se arroparan con sus chubasqueros multicolores. El agua me daba en la cara y me satisfacía.
En el cancel de la iglesia de San Lesmes una mujer, vestida
con una falda negra hasta los pies y con una foto de cuatro niños
divertidos pedía “una ayuda para dar de comer a mis tres hijos” con
voz lastimera. Alargaba la mano cada vez que entraba al templo un feligrés o un turista. Pero el vaso de plástico seguía vacío.
Sabina se volvió a sentar, con calma, en la caja de cartón. Yo la
interrogué, con la mirada, y con voz entrecortada siguió hablando.
—Yo sólo quería que vieran que no somos tan diferentes. Ayer
me dijeron que no podía estar aquí porque este pañuelo demuestra que soy musulmana —y con rabia, se lo anudó más fuerte. Y sin comentar nada, me despedí hasta otro día.
Ella me dio de nuevo las gracias. Volvió la sonrisa a sus labios,
al tiempo que ponía el vaso, con mis monedas dentro, delante de otras gentes. veral.
Abrí el paraguas. Y seguí mi paseo bajo este chaparrón prima-
Imaginaciones
—¿De dónde eres? —le pregunté, pues su sonrisa me impre-
Me despierto sobresaltada y empapada de sudor. Toco mis
—Me llamo Sabina. Soy siria. Vivo con mis tres hijos. El pe-
queño quedó en el mar y ahora descansa allí, junto a otros muchos
emigrantes. Espero que mi esposo siga con vida, pues me han dicho
que han bombardeado el hospital de Alepo, donde él trabaja para
una ONG; que es quién nos ha ayudado a venir como refugiados. Ahora salimos adelante como podemos.
Me costaba entender lo que decía; pero no me perdí ni una sola
de sus palabras.
De repente su expresión cambió. Se levantó despacio. Se desa-
tó de la cintura su hiyab negro y se lo colocó en la cabeza. Se arrimó a 98
miró con cara triste. Y éstas, al ver a la mujer, se alejaron silenciosas.
Me acerqué. Saqué unas monedas. Sonrió, al tiempo que me
daba las gracias. sionó.
unas monjas, durante unos minutos, que se acercaban divertidas. Las
pies: están calientes. Una extraña luz ilumina mi dormitorio. Me levanto. Miro por la ventana y la luna llena me da en la cara. El reloj
de la mesilla señala las cuatro. Entonces veo el libro que está sobre la almohada, abierto por la misma página. Anoche me dormí imaginando lo que el autor del libro, Quino —el creador del personaje
justiciero Mafalda— quería transmitir al dibujar el montón de ladrillos en las viñetas. Veo que la última está subrayada. Representa a un hombre esmirriado, con unas greñas que dejan ver su calvicie y
un traje sucio y muy arrugado. Tiene unos ojillos de mirada ausente
que denotan extrañeza. En una mano tiene un ladrillo y en la otra observa el billetero vacío. Objetos que ha cogido del basurero que
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
tiene delante. Entonces se sienta en un banco. Agarra fuerte el ladri-
más importante que le sucede a uno. Pero yo tampoco sé que es un
queda lo envuelve en un periódico sucio y lo deja encima del banco.
el mío, con letras imaginadas.
llo y empieza a morder. Mastica, saboreando el salchichón. Lo que le Coloca el sombrero delante de sus pies roñosos y sonríe, con esa boca
desdentada llena de arenilla, a la espera de una limosna. Me evoca la
Día 21 de Mayo.
Me llamo Daniel. Mi hermana se llama Gadea. Es juguetona
de Chaplin cuando, en una de sus películas, muerde la bota de cuero.
y charlatana. Mi madre desearía que se pareciera un poco a mí, y no
Era una niña triste. Un ladrillo de arcilla roja calentaba mis
piel es muy blanca. La expresión de mi cara es dulce. La melena es
Entonces recuerdo qué era lo que me ha desvelado.
pies y mis manos. Los calcetines y los guantes no mitigaban el frío.
Mi madre intentaba calentarlos, pero no lo conseguía: las sábanas se-
guían estando húmedas. La casa en invierno estaba siempre helada.
alborotara tanto; pero para mí es la mejor guía. Tengo once años. Mi rubia, ensortijada. Dicen que parezco un ángel. Yo no lo sé: mis dedos sólo saben de formas y tamaños.
Vivimos en una casa de planta baja, muy accesible para mí. Lo
La estufa de leña sólo caldeaba la cocina. El resto era una nevera. Yo
mejor de todo es que siempre está cada cosa en su sitio, lo que me
amigas, para que mis sabañones desaparecieran. Les pedía a los Re-
Estamos en verano. Como todas las mañanas hemos ido al
deseaba tener unas botas recubiertas de borreguillo, como las de mis
ayuda para saber lo que tocan mis manos.
yes Magos que me las trajeran: no llegaron nunca. Yo sólo intentaba
parque a jugar con los globos. Lo pasamos genial: unas veces los lle-
lo conseguía en sueños.
lanzamos al aire y al caer las pedorretas que se oyen nos hacen mu-
olvidar ese asqueroso frío, imaginando una casa llena de estufas. Sólo Vuelvo a dormirme y entonces aparece de nuevo el ladrillo
imaginado que no quitaba el frío de mi cuerpo.
Al personaje de Quino, su imaginación le llevó hacia el boca-
dillo. A mí al frío de mis extremidades. Qué rara y sin límites suele ser la imaginación.
Juegos sin colores Acabamos de venir del bar “Saltimbanqui” de celebrar los cin-
co años de mi hermana. Mis padres le han regalado un diario pues ya sabe escribir. Me dicen que es un cuaderno donde se escribe lo 100
cuaderno. Ahora sólo deseo irme a mi cuarto para empezar a escribir
namos de agua y hacemos bombas con ellos; otras les inflamos, les cha gracia.
Pero hoy el juego no ha salido bien. Hacía mucho viento y los
globos volaban. Al cabo de un rato he metido la mano en la bolsa de plástico y no quedaba ninguno.
—¡Otro que se nos va! —ha dicho apenada Gadea.
—No te preocupes —mientras comprobaba que estaba vacía.
Tendremos que jugar a otra cosa.
—¡No y no! Yo quiero mis globos de colores.
—Sabes que yo no puedo conseguirlos. Cuando venga mamá a
buscarnos comprará más y seguiremos con el juego.
No sabía que hacer para que dejara de berrear. Entonces se me
ha ocurrido soltar la bolsa y un remolino de aire la hacía subir y bajar
101
Relatos
mientras daba vueltas alrededor.
—Parecerá un globo danzante. Si hasta hace ruidos como los
globos.
Mi hermana se ha puesto a jugar con ella, mientras decía rien-
do: así meteremos el aire y lo llevaremos a casa para jugar allí. Yo también me he reído de la ocurrencia.
—Que sepas que cuando yo era pequeño me gustaba que me
inflaran bolsas para aplastarlas y escuchar el sonido al explotar —le he contado, orgulloso de mis ideas.
—Pues sigamos con el juego. Tu me preguntas el color y yo te
lo digo.
—¿De qué color es esta bolsa? —lo digo apenado, como siem-
pre que pregunto los colores de las cosas..
—Pues blanca, como tu cazadora. Si la tocas lo sabrás.
Como se ha cansado del juego se ha venido a sentar a mi lado.
Está silenciosa. De pronto me ha preguntado:
—¿A ti qué te gusta más, jugar con los globos o con la bolsa de
plástico?
—A mí me gustaría ver sus colores —he girado la cabeza para
que no viera mis lágrimas.
Mañana seguiré escribiendo en mi diario imaginado lo que tie-
ne más importancia de mi vida.
102
Pilar Tovar
Palabras y alzar el vuelo
La partida Miró las cartas una vez más. Sintió una punzada en la boca del
estómago que le devolvió a la realidad de aquella apestosa sala. Los olores del tabaco, del sudor y del alcohol se habían mezclado con el perfume dulzón de las camareras.
Cogió los naipes que le habían repartido y desplegó el diminu-
to abanico que formaban. No era la primera vez que jugaba al póker
con aquellos matones, pero sabía la importancia de esa partida. Ser un jugador experimentado le permitiría no mover ni un músculo al ir descubriendo su mano.
¡Dios!, pensó, dame un poquito de suerte para variar!
Al dos le siguió un cinco y a éste un as; la cosa no pintaba mal.
Se tomó su tiempo, bebió otro sorbo de aquel whisky barato y se preparó para desvelar el misterio. La siguiente carta era un tres.
Un cuatro y mi suerte habrá cambiado, pensó, mientras notó
temblar su pierna.
Ahí estaba. Todos aquellos corazones rojos se le antojaron una
clara señal del cielo: escalera de color.
Cómo le hubiera gustado gritarlo; tirarle las cartas a la cara a
aquel gordo seboso, pero supo contenerse y respirar.
De los tres jugadores que quedaban en la mesa en esa última
ronda, el niñato de su izquierda lanzó las cartas al tapete y abandonó. —Sólo quedamos tú y yo, pipiolo —le espetó el gordo mu-
griento a Mario al tiempo que ponía en el centro de la mesa todas sus
fichas y vociferaba un ¡Voy con todo!, acompañado de una mueca de satisfacción.
—Lo veo, dijo Mario haciendo lo propio con las suyas.
En ese momento todo se detuvo, como si se tratara del fotogra107
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
ma de una película. Pudo oírse el silencio por unos instantes, hasta que el soez gordo lo rompió con un puñetazo en la mesa: —Veamos lo que tienes, pipiolo.
Mientras, Mario sólo podía pensar en su escalera de color. Es-
taba convencido de que su jugada era buena. No era la más alta de las escaleras, pero era buena, tenía que serlo. Ese gordo asqueroso no
Tal era el cariño que sus ojos transmitían. Permaneció allí de pie, mirándola durante unos minutos y, con la misma elegancia con la que había entrado, se fue. Pero antes de salir le dedicó una cálida sonrisa. Yo contemplé la escena desde el anonimato que me proporcio-
podía tener nada mejor, ¿o sí?
naba la oscuridad de aquel espacio. Sólo un potente foco iluminaba
Aquella mujer
curiosidad ante aquella actitud, pero lo que me incomodó fue pensar
Me dolía la rodilla y necesitaba sentarme, así que entré en una
de las salas del museo para descansar. Aún tenía tiempo, hasta las cinco no empezaba la visita guiada.
Solía ir una vez a la semana. Tomaba esas visitas como una
terapia para relajarme y desconectar. Me vendría bien, ya que en esos días me costaba concentrarme y dormía fatal. Recordaba una y otra
la gran caja de cristal.
Continué sentado, inmóvil. Por supuesto había sentido cierta
cuánto hacía que yo no mostraba ese tipo de afecto.
Y en ese preciso momento, el recuerdo de mi madre me golpeó
con fuerza. Hacía ya seis años que no la veía. Ya no recordaría que
yo fui su hijo predilecto, ni cómo me echó de casa, ni el daño que me produjeron sus palabras:
—Márchate, iluso, nunca llegarás a ser escritor.
Durante años el rencor hacia mi madre no había hecho sino
vez la última conversación con mi hermana:
crecer en mi interior, sin embargo, ahora que sabía por mi hermana
necesita. Estoy segura de que también te vendría bien.
ternura.
—Mamá está cada día peor. Creo que deberías ir a verla, nos —No insistas, por favor. ¡Es demasiado tarde! —y colgué.
los estragos debidos al alzhéimer, había aflorado un sentimiento de Fue entonces cuando decidí que tenía que ir a verla. Salí del
Me propuse no pensar en ello en toda la tarde y disfrutar de
museo y caminé con determinación hasta su residencia, donde una
La sala en la que entré no era muy grande, pero sabía que tenía
una visita.
la exposición.
un gran banco corrido pegado a la pared. Desde mi asiento vi entrar
enfermera me acompañó hasta su habitación y le anunció que tenía
No sé si me oyó entrar, pero ni se inmutó. Permaneció sentada
a una mujer. Fue directa al único elemento expuesto: una gran urna
en su sillón, frente al ventanal, con la mirada perdida. Seguía siendo
la delicadeza de sus movimientos al acercarse al cristal me sobreco-
en mi memoria, pero ahora, transmitía una enorme fragilidad.
central que contenía un cuerpo momificado. La ternura de sus ojos y gieron. 108
Si no hubiera sabido que se trataba de una momia, hubiese
dicho que la conocía, incluso que podría tratarse de algún familiar.
la mujer hermosa, de pelo plateado y porte elegante, que guardaba Cuando cogí una silla y me senté a su lado pude oler su perfu109
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
me, el de siempre. ¡Qué recuerdos! Sólo quería abrazarla, cogerle la mano y decirle cuánto la había echado de menos.
Desde entonces, cada tarde mi hermana y yo íbamos a visitar-
la. Hablábamos sin parar y nos empeñábamos en contarle historias
para levantarme. Un fuerte dolor en el costado hace que me cueste
respirar. Mi cuerpo está entumecido y estoy mareada, por eso me incorporo con cuidado antes de ponerme de pie.
Desde la ventana veo la calle desierta, es de noche y todo está
de un pasado convertido en ajeno para ella; porque su mundo se ha-
nevado. Ver la nieve me hace recordar algo: es miércoles. Eso mismo
de miradas cómplices. Fueron momentos de recuerdos, de cariño y
nieva los miércoles.
bía reducido a un universo de silencio y, solo en contadas ocasiones, de una inmensa ternura, que todavía hoy me reconfortan.
Murió un mes más tarde, mientras le recitaba uno de los poe-
mas de mi último libro.
Despertar ¿A nadie le molesta ese pitido? Porque a mí me resulta inso-
portable, qué dolor de cabeza.
Con dificultad consigo abrir los ojos. Hay poca luz y me cuesta
pensé esta mañana; por alguna extraña razón, este invierno siempre Me acerco hasta la mesita para buscar algo que me dé más pis-
tas. Mi reloj y un paquete de pañuelos, nada más.
Todo es demasiado confuso. La mezcla de imágenes y ruido en
mi cabeza es cada vez mayor. El recuerdo de una cara ensangrentada me sobresalta. Noto cómo mis pulsaciones se aceleran y me recorre un escalofrío.
Estoy aturdida pero consigo llegar hasta el armario. Lo abro y
veo el tricornio. Mis dudas se despejan. La explosión. Todo encaja, y sigo viva.
situarme. Estoy en un hospital. Intento moverme pero mis muñecas
Una noche más
están atadas a las barandillas de la cama. Tengo un gotero en el brazo
y el pitido proviene de una máquina de esas que te miden las pulsaciones.
vierno!, murmuró entre dientes.
¿Qué es lo último que recuerdo?… frío, tenía mucho frío. Esta-
sin salir de casa. Sentía que su existencia era como aquellos días de
me oprimía el pecho. Aunque son imágenes borrosas, recuerdo a
Su vida transcurría en el salón, junto a la chimenea, único
pasado.
ba tumbada en el suelo sobre la nieve pero no podía moverme, algo
Había pasado el día sin hablar con nadie, sin apenas comer y
invierno, triste y gris.
gente que corría, quizás huía de algo, ¿pero de qué? Había polvo en
vestigio de humanidad en la ruinosa casona. Allí había reunido una
Empiezo a agobiarme así que me deshago de las ligaduras
enorme sofá que hacía las veces de cama. Ese era su pequeño univer-
el aire, o humo, o las dos cosas, no lo sé…
110
Cuando despertó de la siesta había anochecido. ¡Maldito in-
No entiendo nada, intento tranquilizarme y pienso en qué ha
mesa, algunas sillas, un baúl de cedro, un aparador sin puertas y un
111
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
so. Había colocado las piezas sueltas de una vajilla y los cacharros
mientras la envolvía el olor de la madera de cedro al arder. Pensó en
guardada en el baúl que su esposo había tallado para ella, y, apilados
tiempo se sintió feliz.
de cocina, que en raras ocasiones utilizaba, en el aparador, la ropa, con mimo en el suelo, más de un centenar de libros.
él y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Por primera vez en mucho Aquella no era una noche más, aquella sería su última noche.
El palacete, antes lujoso, aparecía irreconocible: paredes des-
conchadas, baldosas descoloridas y habitaciones ahora tan vacías
Él y ella
como su mundo, que desapareció con él, su gran amor, con quien todo había compartido.
Los muebles de maderas nobles habían acabado en distintos
pas nada que te conozco.
también el destino final de algunas puertas y los restos de las vigas
ovejero de esos australianos.
pena vender le sirvieron para avivar el fuego. La chimenea había sido que se habían caído, deterioradas por la humedad y la carcoma.
Qué ilusa, cree que le voy a obedecer como si fuera un perro Yo, un Fox Terrier de pura raza inglesa, juguetón y con una
Esa noche había luna llena, su luz entraba por el enorme venta-
dosis extra de malas pulgas. Pero ella se lo ha buscado. Un día la
leer un rato hasta que el sueño la venciera. Los libros habían sido su
quiere y sólo lo hace por fastidiar. Con él todo era distinto. Hasta la
nal e iluminaba toda la estancia. Quiso aprovechar esa claridad para gran pasión, su gran tesoro. Gracias a ellos todavía se sentía viva. Los mundos que le ofrecían la alejaban de la miseria, de la soledad e incluso de la vejez.
oí hablar por teléfono: el perro se queda aquí, conmigo. Ella no me
portera, una señora muy sabia, siempre repite: ¡Ay que pena, espero que todo se arregle cuanto antes!
Me da en la nariz que trama algo. Hoy no ha ido a trabajar,
Echó al fuego algunas ramas y sarmientos de los viñedos re-
canturrea y lleva toda la mañana en la cocina. Cuando ha abierto la
frío y estaba cansada. Sacó la ropa, la dobló sobre las sillas y se des-
que huele de maravilla. Yo siempre como unas bolas para perros que
secos que rodeaban la casa, pero se consumieron con rapidez. Tenía
pidió del baúl. Eligió un libro, acarició la ajada cubierta de piel, casi tan arrugada como sus manos. Recorrió con sus dedos huesudos las
huellas de las letras impresas, en otro tiempo doradas. Se acomodó en el desvencijado sofá bajo unas cuantas mantas raídas, dispuesta a pasar una noche más, quizás la última, y comenzó a leer: Los árboles del valle se mueven entristecidos bajo la luz de la luna…
Cerró los ojos. También ella se dejó mecer bajo la luz de la luna,
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—Pórtate bien. Salgo un momento y subo enseguida. No rom-
anticuarios junto a los demás objetos de valor. Los que no merecía la
puerta he visto una cacerola enorme, llena de un estofado de carne están muy ricas, pero una vez me dieron las sobras del estofado y estaba delicioso. Salivo y me relamo sólo con olerlo.
Ha vuelto acompañada de sus padres y cada vez que llaman
al timbre llegan más invitados. Menuda fiesta va a montar, y a mí, ni caso.
Yo fui un regalo. Cuando él cumplió los 30 ella fue a por mí y
me trajo en una cesta con lazo y todo. Era pequeñajo y asustadizo, 113
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
pero él me calmó con una enorme sonrisa y un achuchón. Porque él
unos sofás enormes de una piel súper suave y un blanco reluciente. Otros
prano y él se quedaba toda la mañana delante de una tele muy rara, en
el suelo. Una vez meé en la alfombra y me cayó una buena regañina.
me adoraba, no como ella. Pasábamos los días juntos. Ella salía temla que no ponen ni pelis ni partidos, sólo letras y más letras. Una vez oí
El baño no me gusta. Ahí me encierra cada vez que vienen esas
decir a la suegra que eso de escribir no era ni un trabajo ni nada.
amigas suyas, menudas y chillonas como la chihuahua que vive en
que yo. Salía a correr y yo le perseguía, saltaba y me colaba entre
me acerque a sus medias ni olisquee sus zapatos. Y todo porque un
Por las tardes bajábamos al parque. Era muy deportista, igual
sus zapatillas. Veíamos los partidos en la tele y si ella no miraba me daba una galletita salada o un trocito de pizza. En cambio ella, nada
de deporte. Lo poco que ve en la tele es a un hombre que cocina. Y, cuando dice que va a hacer bicicleta, pedalea en un aparato que ni
el primero. Me apuntan con el dedo y repiten todas a la vez que no
día le di un par de bocaditos a un bolso al que llamaban Prada, ya ves qué tontería. Cuando las despide siempre les dice lo mismo: gracias chicas, me viene muy bien vuestra compañía, así me distraigo.
Mi sitio preferido es la cocina, pero ahora está cerrada. Según
tiene ruedas, ni se mueve del sitio.
he oído a sus amigas está puesta a la última, hasta tiene isla central.
portería pero no me importa, porque todos los vecinos me saludan y
vino y reían, yo correteaba alrededor de unos armarios que hay en el
Desde que él no está ella pasa el día fuera. Yo me quedo en la
me atiborran de golosinas. Cuando me recoge, y la portera le pregunta ¿qué tal?, ella dice que todo sigue igual, sin novedad. ¡Claro que seguimos igual, ni juega conmigo, ni salimos, ni nada
Vivimos en un piso pequeño pero muy soleado y, según he
oído, muy coqueto. Me escabullo entre la gente para ir de habitación
en habitación, olisqueo todos los rincones, cambio las zapatillas y las revistas de sitio y escarbo la tierra de las macetas.
En su dormitorio hay una cama muy grande y muy alta. Como
no puedo subirme por mucho que salte, estiro de los picos de las sábanas de flores rojas que llegan hasta el suelo, y me subo en una
silla de esas que se balancean. En la otra habitación hay dos camas pequeñas. A esas sí puedo subir de un salto, para revolcarme en los
edredones mullidos y pelearme con unos cojines de rayas azules y blancas, hasta que la suegra me pilla y me echa de allí.
Hoy en el salón lo tengo difícil porque está lleno de gente. Hay
114
días salto del uno al otro sin mayor problema, aunque a veces aterrizo en
Antes podía entrar y, mientras ellos preparaban la comida, bebían
medio. Un día vi un palo de madera, tenedor le llaman, de esos que sirven para remover los guisos. Aproveché un descuido y de un salto
me hice con él. Desde entonces es mi juguete favorito. Por mucho que
me lancen pelotitas de trapo o huesos de goma, nada de nada, me
quedo con mi tenedor. Lo llevo siempre conmigo, porque me recuer-
da a él, aunque ya está un poco despeluchado y mordisqueado. Siempre jugaba conmigo, me lo escondía en cualquier rincón y me decía:
búscalo, búscalo, y yo olfateaba su rastro, y cuando lo encontraba y se lo llevaba, me rascaba el lomo y me decía lo buen perro que soy.
Cuando se lo llevo a ella para que juguemos, se marcha y oigo como dice: qué asco, está todo lleno de babas.
Éramos felices, hasta que una noche salieron a cenar y al día si-
guiente ella volvió sola. Ese día oí como le decía a su madre: tranquila
mamá, no te preocupes, no hace falta que vengas, estaré bien sola. ¿Y yo?, no piensa en mí, es una egoísta.
115
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Hay mucha gente pero como no les gusta que les olfatee los
pantalones y me apartan con el pie, busco un lugar tranquilo, detrás del sofá, para jugar con mi tenedor.
Todos se han callado, así que me asomo para ver qué pasa. Ella
abre la puerta y entra un chico vestido de blanco que empuja una silla de ruedas.
—Bienvenido a casa, mi amor.
Mientras todos aplauden, ella le da un beso, le acaricia la cara
y los dos se miran y se cogen de la mano.
Con el tenedor aún entre los dientes salgo disparado como un
galgo y me subo de un salto en su regazo. Es él. Ahora está calvo y
tiene un costurón en la cabeza. Sonríe, me acaricia con un gesto torpe y me pregunta: ¿qué tal te has portado amigo? ¡ya veo que sigues
con tu tenedor!, y yo jadeo nervioso, y lo miro embelesado y le doy lametones en la cara.
Se ha portado muy bien, dice ella, es un poquito revoltoso, ya
sabes, pero es porque te echaba de menos. Los dos te hemos echado mucho de menos.
Mañana, más Me desperté y, de reojo, vi que faltaban dos minutos para que
sonara la alarma. En cuanto suene te levantas, pensé, que anoche te
pezaba a correr. Bajaba por mi calle, desierta a esas horas, y salía de la urbanización para tomar el camino del acantilado. Seguía la ruta con los ojos clavados en el horizonte, mientras veía salir el sol y aspiraba el profundo olor a salitre.
En aquel sendero solía cruzarme con otro corredor. Los prime-
ros días ni nos mirábamos, después empezamos a saludarnos con una inclinación de cabeza y una mirada recelosa y, más tarde, con un bue-
nos días, una sonrisa y un gesto con la mano. La primera vez que me fijé en él pensé: éste también ha tenido mala noche, o buena… ¿quién
sabe?. Estaba en forma, aunque tenía la cara algo demacrada, con oje-
ras pronunciadas y barba descuidada. Me pareció similar a la cara de
resaca que yo veía en el espejo casi a diario al despertar. Aunque yo, después del deporte, bien afeitado y con un traje impecable, mejoro mucho.
Hace días que no lo veo, así que si hoy nos cruzamos tengo que
pararme y hablar con él. Me cae bien, estoy seguro de que encaja en nuestro autodenominado grupo de solteros de oro. Se nota que el tío
es un triunfador. Me presento, le digo si le apetece tomar una copa, echar una partida de pádel o jugar unos hoyos, tiene pinta de tener buen swing.
Al llegar a casa me daré una larga y relajante ducha, echaré un
vistazo a la prensa del día y con calma, disfrutaré de mi desayuno.
Más tarde, en el trabajo, saludaré cortés pero serio y todos me
pasaste con los gin tonics y hoy necesitas machacarte a fondo.
responderán con un rígido: buenos días, señoría. Me encerraré en el
sería uno de tantos.
casi medio metro de altura. La jornada se saldará con la admisión a
Repasé de memoria el día que tenía por delante, supuse que Me preparaba con rapidez y en unos minutos estaba en la calle.
Hacía algunas respiraciones profundas y unos cuantos estiramientos, 116
seleccionaba Coldplay en el iPhone, me colocaba los auriculares y em-
despacho y sobre la mesa me esperará una pila de expedientes de trámite de algunas demandas por impago y otras tantas sentencias de desahucio.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Por la tarde, reunión en el bar del club náutico con quien se
to en la otra. Bajo los escalones de dos en dos, los tacones no ayudan,
Eso de los desahucios me reconcome las tripas. Empiezo a es-
metro. Sorteo a la gente que abarrota la estación. Son las ocho de la
apunte, unas cervezas y lo que se tercie. Y mañana más.
tar harto de tener que luchar con mi conciencia cada vez que firmo uno. He de recordarme que se trata sólo de un trabajo, un buen trabajo, que me ha costado mucho conseguir y que me permite mantener mi tren de vida. Me gusta la vida que llevo, aunque en ocasiones creo
que vivo en una especie de burbuja, que mi mundo es banal y frívolo. En cualquier caso, pienso (y sé que lo hago para quedarme tranquilo)
tarde, justo la hora punta. Entre empujones consigo colarme en el vagón y la puerta se cierra a mi espalda. Es sólo una parada, tiene que darme tiempo. He hecho este trayecto otras veces, son sólo unos minutos. Un par de manzanas, pasar por debajo del río, un último tramo a cielo abierto y habré llegado al aeropuerto
Aún llevo el abrigo en la mano, hace demasiado calor. Estoy
que esa gente no tiene nada que ver conmigo.
cansada después de estar todo el día fuera de casa y odio coger el
menzó.
porta el vagón abarrotado, el calor sofocante, la mezcla de olores, los
Pasados los dos minutos, sonó el despertador y mi rutina coTodo iba según lo previsto hasta que, mientras tomaba el de-
sayuno que la asistenta me había preparado: batido de frutas, café y tostadas con aceite, vi en el veinticuatro horas la noticia de un nuevo desahucio. Las imágenes eran las de siempre: un grupo de personas
con camisetas verdes que, a golpe de megáfono, intentaban pararlo.
Éste es de los míos, pensé con resignación, al reconocer al funcionario de mi juzgado abrirse camino escoltado por dos policías nacionales. No pude evitar las náuseas al ver otra cara conocida. El corredor, y
metro a esta hora, pero no tengo tiempo de pensar en eso. No me imtipos repulsivos que aprovechan la oportunidad, las adolescentes en
minifalda con los ojos demasiado pintados o los turistas cargados de
maletas repletas. Ahora sólo puedo pensar en él, en nosotros, en esta
misma mañana: las sábanas revueltas, el olor a café recién hecho, las tostadas compartidas, los codazos en el baño para luchar por el espejo, las risas, el beso de despedida al irme al trabajo y su voz cálida, no te olvides el abrigo, que puede refrescar.
Me agarro fuerte para no caer. Salimos del túnel, el tren coge
candidato hasta entonces a entrar en nuestro selecto grupo de sol-
mayor velocidad, los edificios quedan atrás y sus luces se hacen cada
supuse. Ambos sostenían en brazos un par de críos asustados que
rascacielos del arquitecto inglés que quiere ser emblema de la capital,
teros de oro, aparecía en el centro. A su lado una chica, su mujer, lloraban desconsolados.
Ida y vuelta Salgo y doy un portazo. El abrigo en una mano y el bolso abier118
pero no tengo tiempo de esperar el ascensor. Cruzo la calle y bajo al
vez más pequeñas. Lo único que destaca es la torre Foster, el nuevo con sus cuarenta y nueve plantas, estructura de acero, y recubierto
por entero de cristal. El edificio es impresionante. A estas horas las
plantas inferiores destinadas a oficinas, estarán casi vacías; allí se han
instalado los más prestigiosos bufetes de abogados, las constructoras que han soportado la crisis y los departamentos contables de empre-
sas de publicidad y tecnología. Las plantas centrales se han dedica119
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
do a viviendas de lujo, inalcanzables para el común de los mortales, como yo. Los pisos superiores han sido ocupados por un hotel bouti-
—Lo siento, acaba de despegar.
Impotente y derrotada, doy media vuelta para volver a casa. El
que, que, además de un impresionante spa, dispone de un exclusivo
metro ahora está casi vacío. Me siento, cierro los ojos y pienso en él.
hoy no lo había visto desde esta perspectiva. Se ilumina de forma
lo he puesto en todo el día. Lo doblo despacio. Hay algo en el bolsillo.
restaurante con estrellas Michelin. No puedo dejar de mirarlo. Hasta
gradual, con luces que cambian de color despacio, y casi sin darte
cuenta pasan del negro a un azul intenso que se vuelve poco a poco más claro, hasta llegar a ser plateado. Entonces empieza a oscurecer-
Aún llevo el abrigo en la mano, todavía hace calor, de hecho, no me
Miro en su interior y descubro una pequeña cajita de color verde turquesa atada con un precioso lazo blanco y una nota: Feliz aniversario.
se: del plata al gris, del gris al negro, y vuelta a empezar. Resulta casi
hipnótico. Desde la azotea se proyecta un enorme haz de luz que se
Doble juego
avión que se eleva y vuelvo a pensar en él. ¡Que no sea el suyo, por
Me proponen jugar y digo que sí, pero sin mucha convicción.
pierde en la negrura del cielo. En ese momento veo las luces de un favor, que no sea el suyo!
Nunca he sido muy aficionada a las cartas. No soy amiga de demasia-
tomar posiciones, ser la primera en la puerta para salir. Mientras co-
nas que hablan, ríen, vociferan, se entusiasman y acaban enfadadas.
El tren aminora la marcha y me pongo en alerta, tengo que
rro desesperada por los pasillos del aeropuerto que parecen no tener
No soporto los gritos, no me gustan. Así que si puedo evitar ju-
fin, me reprocho haber dudado de él y repaso lo ocurrido: habíamos
gar, lo evito. Me retiro y procuro distraerme con cualquier otra cosa.
al móvil, pero no lo ha cogido. ¿Cómo puede hacerme esto, cómo
hacer solitarios: no le veo la gracia a sacar una carta detrás de otra y
quedado para comer juntos, pero no se ha presentado. Lo he llamado
puede haber olvidado qué día es hoy?, he llegado a pensar, sin saber lo equivocada que estaba. Al salir del trabajo he ido directa a casa, lle-
Incluso no hacer nada me parece mejor opción. Ni siquiera me gusta descubrir que me hago trampas a mí misma.
Pero hoy el juego es distinto, no es solo un entretenimiento, es
na de rabia, dispuesta a exigirle una explicación. Cuando he entrado
un pretexto para crear historias, un doble juego.
he tirado el bolso encima de la mesa. Por un instante he pensado que
una misma cosa. Y este juego de hoy es solo un punto de partida para
ros, podía leerse en mayúsculas, debajo del escudo y el membrete del
Empezamos a jugar y observo las caras de los jugadores: uno
él no estaba. Lo he llamado a gritos, pero no ha contestado. Furiosa, me había dejado una nota, pero no: orden de expulsión de extranje-
Somos cinco jugadores, cinco formas distintas de experimentar
otras tantas historias, que no coincidirán, o tal vez sí.
Ministerio del Interior.
de ellos se muestra tranquilo y se acomoda en la silla, se nota que tie-
a la azafata por el vuelo de Air France con destino a Bamako, Malí.
necesitan deshacerse rápido de las cartas que no les interesan, se re-
En el mostrador de facturación, me salto la cola y le pregunto
120
do barullo, y, en general, asocio estos juegos con un grupo de perso-
ne los ases y sabe que no perderá. Percibo la inquietud de los dos que
121
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
mueven en sus asientos, tienen prisa por poner aunque no les toque,
corpulento, en mangas de camisa, de barba cuidada y voz ronca, pero bona-
cuarto está tan pendiente de controlarlo todo, que olvida que es su
huesudas y ojos vivarachos, con un anticuado traje de pata de gallo que le
y cuando lo hacen, se relajan, como si hubiesen soltado un lastre. Un
turno, y entre risas, tenemos que apremiarlo. Y yo, que no estoy pre-
ocupada por ganar o perder, me permito bromear con la situación. El que tenía los ases, como era de esperar, termina el primero, por eso sonríe y suspira con satisfacción.
Acabada la partida, comienza la otra parte del juego. Así que
cogemos los bolígrafos, dispuestos a poner por escrito nuestras histo-
rias, todas con un denominador común: las cartas. Rebuscamos entre los recuerdos, tiramos de imaginación, echamos mano de un suceso
chón y pausado; y las ocurrencias de Sinforoso: muy delgado, de facciones quedaba demasiado grande. Ella incluso ganó una mano, gracias a las recomendaciones de Domi: todo dulzura, de sonrisa sincera, con el pelo recogido
en un moño bajo y un discreto vestido de flores. Pero a las ocho los llamaron para cenar, y entre los tres recogieron las cartas y el tapete, y salieron todo
lo rápido que la artrosis y los años les permitieron. Ella entró la última en el comedor, cuando ya estaban todos sentados, y mientras empujaba el andador se sonrojó, Genaro le había guardado un sitio en su mesa.
que nos impactó, o nos limitamos a escribir una primera frase, con la
Operación
esperanza de que la historia crezca sola, sin saber bien a donde nos
llevará. Nuestro relato podría evocar una tediosa tarde de invierno; o recordar una larga y tensa noche con sonido de disparos; o hacernos
do durante un intenso mes, mientras hacíamos la residencia en el 12
Esta es mi parte favorita, tengo el tema, me tomo unos minu-
Cuando volví a verlo supe que tenía que lanzarme. Quizá no era el
un taller de escritura.
tos para decidir el tiempo narrativo y los personajes, y empiezo a escribir:
Ella no jugaba a las cartas. No era amiga de barullos. Siempre comía
sola o en la mesa donde quedaba algún hueco libre. En cuanto los otros
de Octubre. Después, yo me quedé en Madrid y él se fue a Boston.
momento ni el lugar, pero no podía aguantar más, seguía enamorada. Me acerqué a él y le pregunté con voz sensual:
—¿Necesita que le seque la frente, doctor?
Se giró y supe que él sentía lo mismo. Me guiñó uno de sus oja-
residentes se levantaban para ir a echar la partida, se retiraba, y subía a
zos verdes, esos que cuando te miran son capaces de derretirte. Sentí
jugar, dijo que sí. Sus compañeros se sintieron aliviados, porque Fulgencio
cómo las mejillas se me encendían. Creí que iba a caerme redonda,
su habitación. Pero aquella tarde, casi sin pensarlo, cuando le propusieron estaba enfermo y sin ella, hubieran sido impares. Mientras repartían las cartas le explicaban la mecánica del juego. Domi, a su derecha, la tranquilizó:
no te preocupes, en cuanto empecemos a jugar le cogerás el tranquillo. Y así pasó la tarde, entre las anécdotas de Genaro, sentado frente a ella: un hombre 122
Estaba nerviosa, después de un año sin vernos. Habíamos sali-
reflexionar sobre nuestro estado de ánimo; o recrear lo que ocurre en
cómo un escalofrío me recorría de pies a cabeza. Noté avergonzada como si me hubiesen aplicado a mí la mascarilla de anestesia.
Me recompuse. Él volvió a centrar toda su atención en el en-
fermo, inerte, con el pecho abierto y el corazón a la vista. Era un momento muy delicado y requería la máxima precisión.
123
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
—Una cerveza —sentenció él al finalizar la operación, a la vez
que nuestro paciente se quejaba con un sonido de bocina ronca y se le encendía la luz roja de la nariz.
—Me alegra haber vuelto, gracias por la fiesta. Y ahora, si te
apetece —me susurró al agarrarme por la cintura—, jugamos al strip póker, que se me da mejor.
Todo es perfecto Me siento bien. Hacía meses que no respiraba tanta paz. Por fin
se han acabado los días de hospital, martirizada por los goteros y los dolores, el desagradable sabor a óxido y el cansancio infinito. Ahora, todo es perfecto.
Sin embargo, él está derrotado. Le digo que no se preocupe,
tidad de su exitosa carrera. En mis noches de insomnio, tumbada a su lado, repasaba con la punta de los dedos cada línea grabada y me
recreaba en cada espiral. Para mí es, en cierto modo, la profanación de ese lienzo blanco, puro y delicado que es su cuerpo. Un cuerpo perfecto.
Hoy tenemos que despedirnos, he de irme. Esta tarde nos di-
remos adiós con las montañas de fondo, en el mismo lugar en el que me pidió matrimonio. Unas montañas que alternan los ocres y par-
dos de las rocas peladas con el blanco resplandeciente de las últimas
nieves. Bajo el luminoso cielo azul de abril, rasgado por unas nubes casi transparentes, que me hacen recordar aquel maravilloso cielo que pintara Giorgione en su Tempestad.
Ese azul y esa luz, de mi cielo perfecto.
El viento, cuyo sonido parece silbarte bajito al oído, hará on-
que estoy bien, pero no me escucha. Intento animarlo, pero no lo con-
dular la alfombra amarilla de prímulas y narcisos, que cubren el pra-
evitarlo. Ha vuelto a fumar, me prometió que lo dejaría, pero no lo
siempre, donde hoy esparcirá mis cenizas.
sigo. Lo veo beber un vaso tras otro, y no puedo hacer nada para ha cumplido.
A pesar de todo, creo que es perfecto.
Lo observo ahí sentado. Tiene la proporción exacta entre el
do en esta época del año. Ese será el lugar donde descansaré para Un lugar, sin duda, perfecto.
personaje atormentado de James Dean en Rebelde sin causa, y un joven
Mimada y caprichosa
izquierda es como un reclamo. Consigue, a partes iguales, despertar
Mi querida niña: no puedo pasar por alto tu descaro. Si no dije
y descarado Robbie Williams. La cicatriz que tiene encima de la ceja sentimientos de protección y atracción.
nada delante de tu madre fue por el amor que os tengo a ambas.
realidad es un solo tattoo, que abarca desde el hombro hasta la mu-
ángel, tus preciosos ojos verdes y tus modales refinados de señorita
Él está orgulloso de mostrarlo. No le importó que pudiera ser un
dría resistirse a tus encantos? Nadie, ¿verdad?, y tú lo sabías, vaya si
La camisa remangada deja ver los tatuajes de su brazo. En
ñeca: toda una serie de motivos maoríes perfilados en tinta negra.
124
impedimento en su trabajo como modelo. Hoy es la seña de iden-
¿Cómo pudiste hacerlo? Llegaste a la ciudad con tu carita de
sureña, y dejaste que todos cayeran rendidos a tus pies. ¿Quién po-
125
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
los sabías.
Jugaste con los sentimientos del que ahora es tu esposo y, lo
que es peor, con los de tu hermana. Ella era su prometida aunque, para su desgracia, nunca tendrá ni tu belleza, ni tu desvergüenza. ¿Pensaste en algún momento el daño que podrías causarles? Claro que no. Una vez más, obraste sin pensar en las consecuencias.
gan a su mente las imágenes de su último encuentro: sus caderas, sus labios, su pelo. Lleno de rabia, apura la copa y la ve alejarse.
Si consiguiera recordar su nombre, lo gritaría. Si el miedo a
perderla no lo atenazara, le confesaría que la ama. Aunque su maldita enfermedad no le permite ni una cosa, ni la otra.
No te importó regresar a Tara del brazo de tu flamante y rico
marido, al que apenas conocías y por supuesto, no amabas. El baile que
Mis padres
pusiste en evidencia al coquetear y bailar con todos los muchachos,
Cuando llegué a casa permanecí unos minutos en la puerta.
organizaste para celebrar vuestro casamiento estaba fuera de lugar, te salvo con él. Y todo con el único propósito de dar celos a Ashley, del
Sabía lo que me esperaba.
más fruto del despecho que del amor, porque él ha sido el único hom-
nevaba, no hacía demasiado frío, al menos no lo sentía. Había hecho
Siempre fuiste una niña mimada y caprichosa, acostumbrada a
despacio, con el cuello de la cazadora bien subido y las manos en los
que crees estar enamorada. Mi opinión es que tu empeño por éste, es bre con las agallas suficientes para rechazarte y casarse con Melania.
conseguir tus propósitos. Y todavía piensas que el mundo gira entor-
no a ti y a tus deseos. No eres consciente de la delicada situación por
el trayecto solo, centrado en el sonido del crujido de mis pisadas; bolsillos.
Nada más abrir la puerta mi madre salió al pasillo, en el salón
la que pasa nuestro país. La guerra nos acecha y sus consecuencias
nos esperaba mi padre.
te hicieran reflexionar.
cer con tu vida?
culpa. Pensaba que también te habríamos inculcado valores como el
cían de pie, mi madre un metro por detrás de él.
cado, y más que reprenderte, solo puedo decir que te compadezco.
cosas no se hacen así ¿crees que con dejar una nota y decir que nece-
cambiarán el mundo que hasta ahora conocíamos. Ojalá mis palabras
Tu abuela y yo te hemos malcriado, lo sé y asumo mi parte de
respeto y la honestidad. Hoy compruebo apenado que me he equivo-
Su nombre Mientras desliza los dedos arriba y abajo sobre el frío vaso, lle126
Me había venido bien el paseo. Era diciembre y, a pesar de que
—¿Es que te has vuelto loco? ¿Se puede saber qué quieres haSin decir palabra me senté en el sofá, mientras ellos permane—¿Es que no vas a contestar?, al menos mírame a la cara. Las
sitas tomarte un tiempo es suficiente?
Nunca lo había visto así. Se acercó a mí con los puños cerrados,
se pegó tanto a mi cara que pude notar su aliento al decir: “no sé cómo puedes desperdiciar una oportunidad como ésta”.
—Ya os lo he dicho: no haré las pruebas para ir al campeonato 127
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
mundial de atletismo. Necesito tiempo para mí.
inesperada de un antiguo amigo de mi madre. Una charla en la que,
riño, sabes que puedes contarnos lo que quieras. Y que respetaremos
Que a causa de una enfermedad sus riñones habían dejado de funcio-
—No le presiones —dijo mi madre con voz conciliadora— Ca-
tu decisión, sea cual sea.
Los minutos siguientes permanecimos en silencio. Supongo
entre lágrimas, me había confesado que él era mi verdadero padre. nar. “Un trasplante es mi única esperanza”, había dicho.
Que días después me había hecho las pruebas y resultaron
que ellos esperaban una explicación, y yo solo quería que lo dejaran
compatibles. Que su médico me había explicado en qué consistía la
Salieron y me quedé solo en el salón, aún nevaba. Les oía ha-
de todos ellos, el que más me había asustado era decir adiós, quizá de
estar. No podía permitirme mostrar mis verdaderos sentimientos.
blar en la planta superior, mientras se preparaban en el baño para
ir a dormir. Hasta entonces, jamás les había oído discutir. Siempre
operación y los riesgos que conllevaba quedarme con un solo riñón: forma definitiva, al deporte de alta competición.
¿Cómo hacerle eso a mi padre? Sí, al que considero mi padre,
seguían la misma rutina: compartían lavabo y espejo, se lavaban los
porque él era quien me había criado, educado, querido. Igual que yo
traba decepcionado, casi apenado. No comprendía por qué renun-
que ella había sabido siempre.
dientes y se ponían crema, él en los codos y ella en la cara. Él se mos-
ciaba a mi sueño, al esfuerzo que todos habíamos hecho, nuestras
ilusiones. Que me fuera sin más, que ni siquiera pasara la Navidad con ellos.
—Creía que era feliz, que lo habíamos educado bien. Se lo he-
a él. ¿Cómo reprocharle a mi madre que no me dijera la verdad? Esa
¿Cómo justificar mi decisión? Si ni siquiera yo la comprendía.
Era algo difícil de explicar, pero sentía que tenía que hacerlo, quería hacerlo.
Hubiera querido decírselo, pero era demasiado doloroso y de-
mos dado todo. No entiendo este cambio repentino. Desde niño ha
bía guardar el secreto. La única idea que me aportaba algo de sosiego,
de aquí, que necesita tiempo alejado de nosotros, pero ¿por qué?
estarían orgullosos de mí.
estado dedicado al atletismo y ahora dice que lo deja, que quiere irse —Yo confío en él. Siempre ha sido un chico responsable, quizá
por el daño que mi silencio les causaba, era pensar que si lo supieran,
demasiado para su edad. Está en una edad difícil. Los jóvenes a veces
Cuestión de magia
hacen cosas que los padres no entendemos —mi madre se mostraba comprensiva.
Antes de meterme en la cama fui a su habitación. Ellos ya se
habían acostado: “la decisión está tomada. Os quiero pero tengo que irme por un tiempo”. En realidad estaba muerto de miedo.
¿Cómo explicarles lo que iba a suceder al día siguiente? Que
solo un mes antes mi vida había cambiado: la llamada de teléfono 128
Anoche, sin que Abuela se diera cuenta, puse en el balcón un
vaso de leche y un platito con galletas maría.
Me acosté muy temprano, pero tardé en dormirme. Me entre-
tuve en contar los coches que pasaban e iluminaban la habitación para luego volver a dejarme a oscuras. Repasé la función del colegio:
129
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
este año me tocó hacer de árbol y decir una frase. También tuve tiem-
muy bien. Me gustaría que me trajeran una escopeta de perdigones como
El lunes, Abuela me hizo madrugar mucho. Me enfadé un
apuntaré a las palomas, ni a los gatos de la vecina, solo a los árboles y a los
po de recordar lo que había pasado en los últimos días.
poco, pero se me pasó en cuanto me dijo que estaría todo el día en
casa de mi mejor amigo Pablito y dormiría allí. Su madre es muy
cariñosa, casi tanto como mamá, y cada poco tiempo venía a ver si
la de Pablito, que ya no me la quiere dejar. Si me la traen, prometo que no cubos de basura.
Muchas gracias.
Cuando se la entregué a la seño, la leyó y me miró de forma
estábamos bien y me daba un abrazo. Comimos macarrones con to-
rara, creo que se enfadó conmigo, porque luego no me mandó leerla
tuvimos que comer la fruta y, en su lugar, nos zampamos una porción
salón de actos me echó el alto, me puso la mano en la mejilla y me
mate, mi plato preferido, bueno, también el de Pablito. De postre no
entera de turrón de chocolate Suchard. Después pasamos toda la tarde con el Scalextric y me tocó el coche rojo, mi favorito.
Al día siguiente fuimos a misa y me obligaron a llevar corbata.
Me sentaron en la primera fila, al lado de mis tíos y mis primos, los franceses, que siempre vienen en vacaciones de verano, pero ese día estaban aquí.
en voz alta como al resto de los chicos. Antes de salir disparado al revolvió el pelo mientras repetía: pobriño, pobriño.
Con esa imagen de la señorita Mariuca me quedé dormido.
Al despertar esta mañana me he apenado mucho, al ver que
la leche y las galletas seguían ahí. Va a tener razón Abuela: este año además de quedarme sin padres, me quedo sin regalos.
Llaman al timbre y me toca ir a mí, como siempre. Al abrir la
Luego estuve unos días sin ir a la escuela, según Abuela, para
puerta no veo a nadie, pero en el escalón hay un paquete envuel-
sitas. Todo el mundo se empeñaba en hacerme carantoñas y hablar-
y una pegatina que pone mi nombre. ¡Qué pasada! Lo rompo. No
que le hiciera compañía, aunque justo esos días, tuvimos muchas vi-
me en voz baja como a los niños pequeños, parece que no supieran que acababa de cumplir los ocho.
Volví al colegio justo el día que nos daban las vacaciones de
Navidad, empeñado en no perderme la función. Abuela no quería,
to con un papel súper chulo con dibujos de Woody y Buzz Lightyear, puedo esperar a ver lo que hay: un puzle de doscientas piezas de El
libro de la Selva, una caja de doce rotuladores y una bufanda de esas de lana con rayas de colores, como las que lleva la señorita Mariuca.
No es la escopeta, pero estoy la mar de contento. Me enrollo
pero yo me enfurruñé tanto que tuvo que dejarme. Cuando entré en
al cuello mi larguísima y colorida bufanda, y con los regalos bajo el
En la hora de lengua nos dijo que escribiéramos la carta a los Reyes
escalera y recorro el pasillo con una sonrisa de oreja a oreja, pienso
clase, la señorita Mariuca me abrazó y me puse rojo como un tomate. Magos. Después de pensarlo mucho, escribí:
Abuela dice que los Reyes no existen, que son los padres y, como ya
no tengo padres, no tendré regalos.
brazo salgo a todo correr para contárselo a Abuela. Mientras subo la aliviado que Abuela se equivocaba: papá y mamá están en el cielo, pero los Reyes Magos sí existen.
De todas formas, por si acaso, quiero decir que este año me he portado
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Sol de mayo He llegado pronto, aún falta media hora para que empiece la
clase. Así que mientras hago tiempo, aprovecho para tomar un café sentada en la terraza del parque.
Oriento la silla para conseguir que el sol me tueste un poco la
no se enteraran de nuestros tejemanejes: si alguien te hacía tilín, si
habías notado que te habían tocado el culo mientras esperábamos en la fila, o si creías que alguno estaba coladito por tus huesos. Cosas de mucha enjundia.
Todo aquello quedaba recogido en el diario, que cada noche
cara. Cierro los ojos, oigo cómo los chiquillos corretean y se divierten.
antes de acostarme, escribía con toda clase de detalles: el resumen del
que el ansiado calor en estos primeros días de mayo.
que en esa época, más que leer, devoraba. Pegaba también alguna
En estos momentos no puedo imaginar una sensación más placentera Vuelvo a llevar trenzas, la cartera repleta de libros y el unifor-
me del colegio. Cuando se hacían las cinco, sonaba la sirena y salíamos calle abajo para coger sitio en los bancos del parque, donde sol-
tábamos las cazadoras y las mochilas, de las que ya habíamos sacado
los bocadillos de la merienda. Todo un ritual. Envueltos en papel de
aluminio o en bolsas de plástico, aparecían unos considerables peda-
día, aventuras, enfados y reconciliaciones, o referencias a los libros entrada de cine o la foto de los protagonistas de mis series favoritas, recortadas de alguna revista. En los márgenes, escribía el nombre del
chico que me gustaba, repasado con boli una y otra vez hasta casi atravesar el papel. Nombre que me preocupaba de tachar cuando el enamoramiento se desvanecía.
De la niñez conservo cosas tan dispares como aquellos diarios,
zos de pan por los que asomaban el chorizo o el salchichón, la mor-
la amistad inquebrantable de mis dos mejores amigas, un auténtico
presumir de llevar una pantera rosa, un bony o un tigretón. Si alguien
desde lo alto de una higuera, y la pasión por la lectura y la escritura.
tadela de olivas o unas onzas de chocolate. Algún afortunado podía pedía probarlo, ponías el dedo para marcar el punto justo hasta el que podía morder. Era mejor jugarse un mordisco que perder medio bocadillo por la voracidad de algún tragaldabas.
Nos columpiábamos en un neumático atado con cuerdas a las
ramas de un inmenso roble, trepábamos a un laberinto hecho de ba-
rras metálicas o jugábamos a partido matar. Todo ello entre gritos,
vicio por las gominolas, la cicatriz de la ceja, recuerdo de una caída Esa pasión se la debo al profesor de Lengua y Literatura, que organiza-
ba tardes de lectura endulzadas con chocolate y bizcochos, preparaba representaciones teatrales de algunas obras clásicas y promovía con-
cursos de redacciones, que gané en más de una ocasión. Eso me llevó, primero a estudiar Literatura, y más tarde, a dedicarme a la enseñanza.
El sonido de las campanas me sobresalta. El café se ha quedado
empujones y carcajadas.
frío y voy a llegar tarde a clase, pero no puedo evitar sonreír al com-
garabía de un grupo de niñas que comparten confidencias y señalan
parque. Lo cruzo a la carrera, me apresuro a entrar en el colegio y una
Compruebo que algunas cosas han cambiado poco, al oír la al-
con descaro a los chicos de enfrente.
Nosotras, cuando algún asunto súper secreto lo requería, nos
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reuníamos detrás de la tapia y cuchicheábamos para que los chicos
probar la fuerza evocadora del olor a primavera que se respira en el vez en el aula les anuncio:
—Coged unos folios y un bolígrafo. Esta tarde la clase la dare133
Relatos
mos en el patio. Tenéis que hacer una redacción de tema libre, pero ha de contener las palabras: sol, merienda y parque. Y aplicaos, que el mejor de todos tendrá un premio.
Mientras les oigo quejarse, refunfuñar y poner malas caras
porque no se les ocurre nada, cojo una silla y la coloco estratégica-
mente en la esquina del patio, al sol. En el bolso guardo, envuelto en papel de seda, el diario que he comprado para el ganador.
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Marga González
Palabras y alzar el vuelo
Diario de un árbol de provincias Siempre lo mismo: lo que pasa en Madrid es como si nos ocu-
rriera a todos y ahora les ha dado por decir que los árboles somos una amenaza.
Ya comprendo que los madrileños tienen sus problemas: que
si la polución, que si el tráfico, que el calor… pero ¿que quieres? y a cada uno nos toca vivir nuestra vida.
Yo soy un anciano sauce burgalés cuyas raíces se hunden en la
tierra del hermoso paseo de la isla, cerquita del río Arlanzón,
En verano y primavera tengo gran actividad porque doy co-
bijo a los pájaros, sombra a los niños y, aunque me pese, alivio a los perros… pero lo que más me gusta hacer es balancear mis hojas provocando así una suave brisa que refresque los sofocos de las parejas
de enamorados que al atardecer, cuando el mundo se viste de violeta, se sientan en los bancos mirándose a los ojos.
Enseguida llega el otoño y más tarde las heladas, entonces la
gente se olvida del placer del reposo callejero y pasa a toda veloci-
dad, con la nariz hundida en la bufanda, sin más deseo que volver a casa… y me siento solo.
En fin, esto es, en resumen, mi sencilla vida que ahora, al pa-
recer, toca a su fin.
Ahora dicen que, seguramente debido a la edad, voy encor-
vándome hacia el río y supongo un peligro para los viandantes ¡un peligro, yo! ¿Se lo pueden creer? El caso es que me van a talar.
¿Creen ustedes que Juan José Millás me va a dedicar un artículo en el país? Pues no, fijo que no, porque los árboles de provincia no interesamos a nadie.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
A contraluz A veces, está bien estar en la oscuridad, porque desde ahí se
puede ver mejor la luz y contemplar, desde la lejanía, cómo bulle la vida.
Así te observo yo cada noche.
Agazapada en mi confortable oscuridad, espío tus movimien-
tos. Te veo entrar en la cocina y batir los huevos, dar de cenar a los niños o charlar con tu mujer. Por último, contemplo cómo lo recoges todo, apagas la luz y desapareces.
Tu casa parece dormida durante un buen rato hasta que, de
que un buen día comprendí que habías sido un farsante desde el minuto uno hasta el “hasta luego” y subsiguiente portazo que resonó por los rincones de esta casa durante meses.
Resumiendo: te portaste como un miserable y soy plenamente
consciente de que si hoy te acercas nuevamente a mí es porque supones que aún puedes exprimirme en algo.
No pierdas el tiempo, no volverás a engatusarme.
Por lo demás, da recuerdos a tu familia y diles que les deseo lo
mejor, cosa que no te hago extensible.
Se despide, ni tuya, ni afectísima. Firma.
forma apenas perceptible, veo moverse las cortinas y estoy segura de
Un mal día
que ya estás ahí: escondido, esperándome.
En ese momento, enciendo la luz y represento la función de mi
cena. La interpreto aún sin hambre, aún sin ganas, solo para que tú la contemples.
Y así una noche y otra y otra.
A vuelto de correos Hola, “cielo”:
De todas las bobadas que he tenido que leer en esa piltrafa
de carta que me has enviado, hay una que no me sorprende, es que
No era trece, ni martes, pese a lo cual que ese no era su día
pudieron corroborarlo su mujer, sus compañeros, los médicos de urgencias e incluso Truman, su perro.
El despertador sonó tarde así que se levantó con un humor de
perros y una paciencia de gatos.
Con las prisas derramó el café y oyó a su mujer murmurar
“pero mira que es patoso”. Exasperado se puso el abrigo gritando “tú siempre ayudando” y dio un portazo que hizo temblar los cristales.
Llegó tarde a la reunión de la Junta General, pero con tiempo
asegures, no saber como amarme.
suficiente para oir cómo daban la enhorabuena a su compañero, por
míteme que te refresque la memoria, que saliste de esta casa hace tres
rechistar en el momento, tuvo que conformarse con susurrarle con
No es extraño que no lo recuerdes si tenemos en cuenta, per-
años y no has vuelto a dar señales de vida.
Tu inesperada “huida” convirtió mi vida en un infierno, hasta
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No estaban mal alineados los astros.
un trabajo que había hecho él en su totalidad. Como no fue capaz de rabia contenida “eres un trepa de mierda”
A estas alturas, el día no tenía enmienda, pero pensó que un 141
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
buen paseo por el parque con Truman le relajaría.
rigí la mirada a mi cristo de Medinaceli, bajo cuyas faldas escondía
zo en la cabeza, le sorprendió pensando “vaya día que llevo, imposi-
das y el armazón vacío.
El crac de una rama al cascar, que precedió al tremendo golpa-
ble empeorarlo”. Por desgracia se equivocaba.
El hombre de mi vida
todos mis ahorros y, maldita sea, allí estaba con las faldas remanga-
Entonces lo recordé todo; vi cómo brindábamos una y otra
vez por nuestra felicidad mientras me susurraba meloso “estaremos
siempre juntos”, y yo, como una imbécil, me adormecía en sus brazos pensando “este es, por fin, el hombre de mi vida”.
No sólo mi oficio es el más antiguo del mundo, sino que ade-
más como soy antigua en él, presumo de verlas venir de lejos. Pero
Las cosas claras
Aquel día era miércoles, lo recuerdo porque ese invierno nevó
Dice mi madre que soy una maniática. Bueno lo dicen mi ma-
toda regla tiene sus excepciones como podrán comprobar enseguida. todos los miércoles, fenómeno que trajo de cabeza a meteorólogos,
climatólogos y otros logos, pero que para mí tenía una sencilla explicación: los miércoles se habían convertido en mi día especial, porque
alpiste a las 7:30, exactamente, a las 7:30 de cada mañana.
Pero yo discrepo de todos ellos, lo que ocurre es que soy una
se los dedicaba a mi “cliente especial” (el único a quien dedicaba un
persona a la que no le gustan los cambios.
gular.
exactamente seis, porque con cuatro me quedo con hambre y con
día completo) y nos reuníamos en mi propia casa, hecho también sin-
¿Qué cómo accedí a cambiar mis reglas? No me lo pregunten,
lo ignoro. Tal vez se parecía a mi primer novio, tal vez me pilló con
las defensas bajas o fueron aquellos ojazos verdes los que me engatusaron como a una quinceañera.
El caso es que era miércoles y nevaba.
Abrí los ojos con un fortísimo dolor de cabeza y con la sensa-
ción de no poderme mover. Por desgracia resultó no ser una sensación. Estaba inmovilizada, atada por las muñecas al cabecero de la
Me encanta desayunar un café con seis galletas maría. Seis,
ocho empachada. ¿Qué le voy a hacer?
Adoro sentarme frente al monasterio abandonado y verlo re-
cortarse a la luz de la media tarde, no por la mañana con el sol en los ojos, ni a medio día al borde de la insolación, no, me gusta justo a media tarde.
Bueno, pues eso me pasa con todo.
Hoy, por ejemplo, ha sido un día azaroso para mí.
He llegado a clase y los niños me han dado un ramo de flores,
cama. Después de forcejear, pelear, rendirme y repetir ese proceso mil
¡a quién se le ocurre!, como es natural me he emocionado y ya no he
revuelto: cajones, armarios y baldas estaban volcados en el suelo. Di-
Luego, en el almuerzo, una compañera me ha dado, sin previo
veces, conseguí desatarme. Recorrí la casa, incrédula, viendo todo
142
dre, mis alumnos, mi novio y hasta el pájaro cuando le cambio el
dado pie con bolo en toda la clase.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
aviso, dos besos en pleno patio… un apuro terrible.
acostumbrado a colocarme a tu lado y rozarte al ritmo de las curvas
sentado a buscarme al trabajo, cosa que no había hecho jamás y claro,
me he enamorado de un desconocido como una loca, como una niña,
Incluso mi novio parecía dispuesto a darme el día y se ha pre-
yo…unos nervios.
Por suerte cuando más desconcertada estaba, ha llamado mi
madre para felicitarme. En ese momento he colocado en mi cabeza la plantilla de “cumpleaños” y todo ha encajado.
El resto del día ha sido previsible y perfecto.
y que, por pueril que parezca, no concibo un acto más erótico, que como una idiota”.
Ajenas a mi angustia, las puertas del tren se cierran y te dejan,
jadeante en el andén, con los brazos abiertos, como clamando al cielo.
El metro reanuda su pesada marcha, mientras yo parpadeo con mis pestañas recién pintadas.
Prebostes ante el juez
Extraños en un tren Son las 7:39 de la mañana cuando oigo rebufar el metro en el
sociedad, sea sometida al escarnio público!
muchísimo que hacer.
vida como un perro de presa, hasta que logró acorralarme.
turas y mi espejito, y aprovecho la luz el sol para extenderme el rimel
¡pero como imaginar que lo hiciera a través de semejante personaje!
ces cuando me coloco los pendientes, los anillos y el fular, y aún me
piándome. Fue en la plaza de Callao que, como siempre, bullía. Todas
Tengo exactamente seis minutos hasta la próxima parada, pero Cuando el enorme gusano se asoma a Argüelles saco mis pin-
y la sombra. En dos minutos vuelve a hundirse en la tierra, Es entonqueda tiempo para cepillarme el pelo.
Un vaivén algo brusco anuncia la llegada a la estación… con-
tengo el aliento y espero.
Las puertas se abren y espero.
hoy?
La gente entra en tropel y espero… ¿dónde demonios estás Entonces te veo bajar las escaleras en tromba: “Corre por dios,
corre… hoy no puedes perderlo. No puedo esperar ni un día más
para decirte que las 7,45 son el momento clave de mi día, que me he 144
!No puedo creer que alguien como yo, pilar esencial de nuestra
túnel y respiro aliviada.
Y todo por ese mentecato con cara de conejo que rastreó mi Mis asesores mi advirtieron: “Hacienda te sigue el rastro” Tenían que haberle visto la primera vez que le sorprendí es-
las bocacalles parecían vomitar gente y en cada golpe de semáforo se diría que dos ejércitos se enfrentaban.
Pues bien, en medio de toda esa vorágine estaba él, aparentan-
do ser un vendedor de flores.
No pueden imaginar una imagen más anacrónica. Parecía
Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí solo que su actitud de-
lataba la intención de pasar desapercibido. Ver sus ojillos cautelosos detrás de las rosas, me produjo simultáneamente risa y pena.
Lástima no haberle prestado más atención, porque su expre145
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Vocaciones tempranas
sión tozuda debería haberme puesto en guardia, pero… me pareció un pobre hombre inofensivo.
Es increíble pensar que vaya a ir a la cárcel por semejante bota-
rate ¿Pero, quien podía pensar que sería capaz de desenredar nuestro complejo entramado financiero?
En fin, ya es tarde para lamentos, solo puedo levantar la ca-
beza, mirar con suficiencia al jurado y jurar que jamás supe nada de lo que ocurría a mi alrededor, que firmé sin ser consciente de lo que hacía, y después… salga el sol por Antequera.
Sobremesa Mientras desliza los dedos arriba y abajo sobre el frío vaso,
Ya saben como son las madres, todas creen tener entre sus vás-
tagos a un genio.
La mía era de esas. Desde el día en que logré hacer la o, sin
canuto, decidió que tenía madera de escritor.
Cuando cumplí los trece, buscó una institución con fama de
ser cuna de literatos y cursó la solicitud. La verdad es que no nos lo podíamos permitir, ni ella, que tendría que trabajar como una mula para pagarlo, ni yo, que no quería irme de casa.
Fui con desgana a la prueba de acceso, que consistió en una
redacción sobre los motivos por los cuales quería ingresar en el venerable colegio.
No fue por provocar, de verdad, pero es que no logré encontrar
mira con aparente calma a su marido y responde: “sí, cariño”.
ni uno, así que entregué la hoja en blanco.
pero no puede demostrarlo.
nuestras mejores galas.
cuello de la camisa. Ligera, ligerísima, pero inequívoca.
buen rato, se abrió la puerta del despacho y de él salió un niño, con
La está engañando de nuevo, lo intuye, lo sabe, hasta lo huele, Entonces su mirada se posa en una ligera mancha rosada en el Desliza el índice sobre el borde del vaso y vuelve a contestar
rígida: “si, amor”.
Días después nos convocaron y allá fuimos mi madre y yo con Tuvimos que esperar en un lúgubre pasillo. Después de un
una cara desesperación, que me aterrorizó.
Por fin llegó nuestro turno. El director, se lo juro, era igualito
No permitirá que vuelva a embaucarla con sus mentiras, esta
que Groucho Marx y examinó mi folio como si fuera el Quijote. Quise
Aprieta con fiereza el borde del vaso hasta que logra quebrarlo
que no me consideraba apto para ser alumno suyo y desapareció.
vez no, ésta, ha sido la última.
y lo hinca con ferocidad en la muñeca de su asombrado esposo.
Recoge, con gesto sereno, el bolso y el abrigo, y sale entre los
gritos de los camareros.
explicarle, que no había entendido el ejercicio, pero se limitó a decirnos Yo no me atrevía ni a mirar a mi madre, a la que suponía de-
cepcionada. Ella, sorprendida, cogió el folio en blanco y lo examinó: “mamá, yo no quiero ser escritor”, balbuceé
—¿Y que quieres ser, criatura? —me dijo dulcemente. —Torero, como “el cordobés”
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Sonrió resignada y volvimos al pueblo, ella a su panadería y
sas gafas y ojos soñadores, le reconocí de inmediato, era “El palo-
Pero a las madres, el tiempo siempre les da la razón y aquí me
búsqueda.
yo a mi escuela.
tienen firmando ejemplares de mi último best seller.
Muchas gracias por su atención y espero que el libro que han
adquirido les guste. Si alguien desea que se lo dedique, estoy a su disposición.
Aplausos.
“El palomas” Su nombre era Juan Palmas, pero desde niño fue apodado “El
Palomas”.
Era un niño distraído que miraba la vida desde el fondo de
mas”. Al parecer había desaparecido y su familia cursaba orden de Porque tenía mucho tiempo, porque siempre le tuve simpatía
y porque me dio la gana, me involucré en una búsqueda que no me incumbía.
Pregunté por tierra, mar y aire. Pude seguir su pista hasta el
edificio más alto de la ciudad. Allí, el ascensorista recordó haberle
subido hasta la última planta pero no fue capaz de darme más pistas. No encontré más rastros; no había noticia de accidente alguno,
ni carta de despedida. NADA. Jamás bajó,
A falta de explicación verosímil he de inventarme la mía. Así
que he adquirido la costumbre de escudriñar el cielo y observar las aves, deseando que allá por donde su alma vuele, sea, por fin, feliz.
unas gafotas de pasta ajustadas en la nuca con una goma.
¿A qué huele la primavera?
Me encariñé con él desde el principio. Era despierto y curioso,
enamorado de las corrientes de aire, de las nubes, del vuelo de los pá-
jaros y de otras fruslerías que le granjearon entre sus compañeros la
con su trasiego.
en el remolino de la esquina norte del patio.
no ser atropellada por una enana en bicicleta que pedaleaba a toda
entre carreras, empujones y risas, inconscientes de que al cruzar la
pánico, corría su padre gritando “qué te vas a matar, puñetera, frena
tar a una mariposa o pasar la tarde viendo como dos bolsas bailaban
El día de fin de curso despedí a mis alumnos, que salieron
puerta dejaban atrás su niñez.
También salió, algo rezagado, Juan. Echó una ojeada fugaz al
patio y se marchó silbando. Observé cómo se alejaba sabiendo que le sería difícil adaptase a la vida real.
Años después vi el periódico local la foto de un joven de grue-
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El río fluía con la alegría garbosa de la primavera y me distraje
fama de “raro”. Era capaz de parar un partido de fútbol para espan-
De pronto tuve sensación de peligro, di un salto y conseguí
la velocidad que sus piernas le permitían. Detrás de ella, con cara de de una vez”.
Llevaba años soñando con aquel regalo, pero me decían que
era peligroso y que era pequeña. Se la pedí a mis padres, a mis tíos, incluso a mi abuela, que la verdad, siempre me hacía unos regalos de morondanga. Pero nada.
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Espere y esperé en ese tiempo en el que un día es la vida y un
mes la eternidad.
Llegó navidad y escribí con fervor mi carta a los reyes con una
sola petición: una bicicleta roja. Me desperté esperanzada pero nada.
yo fui y su atribulado padre está tan asustado como lo estuvo el mío. ¿Saben a que huele la primavera?
¿No?, yo se lo diré: huele a nostalgia.
Dale a las muñecas, duro a los cuentos y más dulces, pero de la bici-
Oro parece...
cleta, ni rastro.
Volví a armarme de paciencia y esperé al ratoncito Pérez.
Como el primer diente no terminaba de ceder, le animé, con briosos meneos y logré que se cayera.
y es mi vecina desde hace cincuenta años.
estaba. Eso sí, en la almohada encontré cien pesetas que mi madre
con cualquier pretexto, que es más joven que yo. Es cierto que le llevo
Al día siguiente desperté con ilusión cautelosa, pero la bici no
confiscó, prudente, por parecerle un dineral para mí. Y tiré la toalla.
Llegué a la conclusión de que había picado demasiado alto.
Mi padre no tenía coche y no parecía infeliz, así que me apliqué con afición a los patines.
Llegó la primavera y con ella el día de mi cumpleaños. Ese año
deseaba más que nada en el mundo una tressy maniquí: era una mu-
Pues bien, llevo cuarenta y nueve años teniendo que escuchar
seis meses, pero como ambas hemos cumplido los ochenta y siete, la cosa no parece significativa.
Su otra monserga favorita es contar a troche y moche que mi
sobrino Mariano viene a verme solo por el interés de heredarme, le
duele porque ella tiene tres hijos, dos en el extranjero y uno en las nubes, que no aparecen por aquí ni en pintura.
Yo no tuve hijos y mi sobrino Mariano es la única familia que
ñeca pequeñita, con cuerpo de mujer y cara de ángel. Mi madre me
me queda. La verdad es que no tuvimos mucha relación en el pasado,
con mi muñeca, no la solté de la mano en toda la mañana.
veces al año, puntualmente.
la entregó, con fuertes besos, antes de ir al colegio. Estaba encantada A la hora de comer llegó mi padre con su regalo: era roja, era
pero en los últimos años viene a verme, con su esposa y su hija, dos
Pese a lo que dice mi vecina jamás han preguntado por mi si-
magnífica, era la bicicleta de mis sueños. Con ella me convertí en de-
tuación patrimonial, ni por la herencia, ni por tema espinoso alguno.
mayor y me sentí libre.
cuando vivan en esta casa piensa elegir mi habitación por ser la más
tra el viento vuelvo a ser aquella niña feliz.
yo le aseguro que refleja lo que es, una princesa. A su mujer le da
tective, en princesa de cuento y en pirata del caribe, con ella me hice Aún hoy, cuando el aire me revuelve el flequillo y pedaleo conPor eso algo se me alborota en el alma al ver a la recién estre-
nada ciclista desafiar las leyes del equilibrio, porque es la niña que 150
Cada uno tenemos nuestra cruz, la mía se llama Doña Ramona
Es verdad que la hija de Mariano me dice algunas veces que
luminosa y tener un espejo barroco que le hace un tipo “superguay”, por el jarrón chino, “Será muy valioso, ¿verdad?” yo pongo cara de entendida y respondo: “Ya en los sesenta, cuando mi difunto marido
151
Relatos
lo adquirió, era una pieza de coleccionista”. Mariano, más masculino
él, está interesado en el reloj de pared del despacho, siempre com-
prueba la hora con el suyo y dice: “No hay como la maquinaria suiza de antaño, no se mueve ni un segundo”; yo le respondo misteriosa “tempus fugit”.
Tal vez debería haberles dicho hace tiempo que tanto la casa
como el mobiliario lo tengo en usufructo, porque los perdí en el maldito bingo hace unos años, pero no me parece conveniente empañar la armonía familiar con mis problemillas.
Además todo sea que por poder chinchar a Doña Ramona aun-
que solo sea una vez al semestre.
152
Sonia González
Palabras y alzar el vuelo
Sobreviviré Mí querida Rita:
No dejas de sorprenderme, no porque te hayas ido, no, sino
por la forma en que lo has hecho. Eras tan correcta, siempre con la
palabra adecuada en el momento preciso, y te levantaste un buen día y decidiste abandonarme: así sin pensártelo dos veces y con la cocina sin recoger. Tú y tus sorpresas, sí. ¿O lo tenías meditado? Seguirás
siendo una desconocida para mí. A veces tus manías afloraban y una mueca huraña se dibujaba en tu rostro, como cuando te acercabas a la
cocina y algo no estaba colocado según tu universo particular, o veías que la tapa del wáter quedaba otra vez levantada, o las puertas de los armarios sin cerrar.
No podías resistir que me mordiera las uñas. No aguantabas
el olor a tabaco, y a la terraza con mis cigarrillos. Hasta que llegó el invierno y entonces tú decidiste por mí. “Tienes que ir a terapia para
dejar de fumar. Mis compañeros de trabajo lo han conseguido”. Y lo lograste, pero para ello me tuviste apartado de ti, sin tocarte, sin oler tu sexo casi una semana y media. Sabes que el sexo es mi debi-
lidad. Te ponías esa braguita verde, la que te dejaste en la lavadora, mi regalo de cumpleaños, y te insinuabas y yo claro, claudiqué y a la
basura los cigarrillos. Volvería a dejar de fumar cada día. Estuviste muy bien. Te felicito.
¿Y ahora esperas el perdón? Estás perdonada.
Por cierto, olvidaste aparte de tus braguitas verdes un boleto
de la primitiva y, no lo creerás, premiado. Entenderás mi silencio al respecto. No has dado señales de vida hasta ahora. Además nunca hubieras viajado conmigo a Cuba.
Cuando leas esto, no estaría mal que no me guardes rencor por 157
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
haber vuelto a fumar, por morderme las uñas, por dejar abiertas las
manía mía de explorar lugares insólitos y me acosté temprano.
ese gesto huraño que tanto te afea. Relájate y no te preocupes por mí.
salteado de setas delicioso acompañado de un buen vino. ¡Y cómo
sobre todo, por no dejarte descubrir mi yo más auténtico. Evita poner Sobreviviré.
Adiós. José
Recuerdos Este invierno había sido en especial caprichoso. Cada miérco-
les las calles, los tejados, los coches aparecían cubiertos de una capa
Fue una velada tranquila. Mi padre se había esmerado con un
no!, acabamos con una de esas infusiones mágicas tradición familiar. Recordamos con nostalgia aquellos inviernos cuando era una niña.
De cómo me despertaba con una bola de nieve y cómo corría a la
ventana a contemplar el paisaje nevado. De cómo improvisábamos un gigantesco muñeco, con la nariz torcida y como ojos dos enormes
piñas; de cómo en la bañera, junto a mamá, iba sintiendo cada uno de mis dedos helados mientras papá preparaba un chocolate caliente. Mamá ya no estaba y ahora la nieve no me divertía.
Le había prometido a papá que ésta sería mi última inmersión.
blanca que perduraba casi hasta el miércoles siguiente, y así semana
Después de la experiencia que me obligó a permanecer en el hospi-
Aburrida, esperaba con ansiedad mis vacaciones. Me había
agua alrededor, escuchar mi propia respiración, el latido acelerado
tras semana.
preparado meses antes y cuando se acercaba el momento me gustaba repasar con detalle si todo estaba en orden, en especial el equipo. Sé
que en las profundidades dependo sólo de mí; de mí y de mi instinto,
y de que el equipo esté en perfectas condiciones: la botella de aire, la
tal varios días, necesitaba enfundarme de nuevo en el traje, sentir el de mi corazón y volar por última vez sobre rocas, crestas submari-
nas; admirar rayas, peces luna, morenas. Allí en las profundidades es donde más cerca me siento de mamá.
No sé cómo ocurrió, de repente escuché el despertador. Intenté
linterna, la máscara, tubo, manómetro, escarpines, cinturón… Todo
apagarlo pero mi cuerpo no respondía. Estaba inmovilizada, atada
carse en una nueva aventura. Tenía una pasión por el entorno marino
zumbido me golpeaba la cabeza. El ruido cesó. Tenía cinco minutos
correcto. Lo había visto cada vez que mi madre se disponía a embar-
que solo llegué a comprender el día que hice mi primera inmersión. Apasionante. Ella me enseñó a disfrutar cada minuto en el agua, a
estar alerta, a esperar ansiosa una nueva inmersión. Tenía un gran dominio, pero un fatal accidente me privó de ella.
Comprobé de nuevo el billete de avión, la documentación, pa-
saporte, permisos. 158
El día antes de partir cené con mi padre, que detestaba esta
puertas de los armarios de par en par, la tapa del wáter levantada y,
de pies y manos. El despertador sonaba cada vez más fuerte y su de tregua para pensar. Todo me daba vueltas. Busqué una explicación. No entendía por qué. La penumbra no me permitía ver más allá
de la mesilla de noche. Poco a poco mis ojos se acostumbraron. Eran
las siete. No podía creer que después de todo fuera a perder el avión. No conseguiría desatarme a tiempo, vestirme, buscar un taxi en este barrio un miércoles con nieve, hielo. Me sentía impotente. Quería llo-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
rar. El despertador sonó de nuevo. Esta vez me refugie como pude
bajo la almohada hasta que paró. Comencé a mover mis muñecas y
conseguí desatarme la mano derecha. Ya estaba libre pero demasiado
humano, quién si no.
En la radio los pitidos que se repiten cada cierto tiempo y que
tarde. Me levanté y lancé el despertador, que cayó sobre la mesa de estu-
marcan el momento de coger los abrigos, bufandas, guantes, la car-
mi padre y un “querida Amanda”. Decidí no leerla. Ahora no, me dije.
rabillo del ojo la vislumbro y la boca se me hace agua.
dio. Allí encontré la explicación. Una nota con la inconfundible letra de
Le odiaba por lo que había hecho, pero en mi yo más interno
tera. Mi olfato me dice que la mandarina sigue en la cocina. Por el —¡Miguel, no te olvides el almuerzo! —se oye. Y, ¡oh, no!, Mar-
sabía que sería pasajero, que le perdonaría. Cuando Mamá murió me
ta coge la mandarina del frutero y se la acerca a Miguel.
solos, él y yo. Recuerdo que me abrazó con fuerza, hasta doler. Ese
pegar patadas a un balón. ¡Buff!
pasar página, de comenzar a escribir mi propia historia.
este piso y… ¡Oh no! De nuevo abren la puerta.
vino a buscar al instituto. Nos miramos y comprendí que estábamos
dolor me había acompañado todos estos años. Era el momento de
La mandarina
Y pensar que casi seguro la desaprovechará más ocupado en Ya parece que llega la tranquilidad. El silencio se adueña de —¡He olvidado tu comida! —dice Marta mientras llena el
cuenco de esas bolitas marrones y pegajosas, incomestibles. Se me revuelve el estómago y cierro los ojos.
Ahora sí, parece que por fin soy el rey, solo en casa. Me levan-
Todos se han ido. Por fin sólo en casa. ¡Qué ajetreo de familia
to, me estiro y me dirijo al baño a orinar en una caja llena de arena,
Suena el despertador y comienza la rutina: ducha, carreras por
salir a la calle a horas intempestivas y con los ojos todavía pegados.
cada mañana!
el pasillo, a la habitación, que si Miguel despierta, “¡Arriba!”, el mi-
de mis pises y de mis cacas. No me gusta, pero lo prefiero antes que
Cuando todos se marchan puedo pasearme por la casa sin te-
croondas que suena, la cafetera que sube, la tostada que salta. De
ner que aguantar comentarios del tipo: ¡A la habitación no!, ¡Cuidado
Y yo deseando quedarme sólo, y hoy más que nunca. Ayer,
nos pasearse con la vista a veinte centímetros del suelo y contemplar
repente todo cobra vida en este piso.
cuando Marta vino de la compra mi olfato me llevo hasta la cocina. Y allí estaba ella, en el frutero, acompañada por otras mandarinas, por peras, plátanos y alguna manzana. Pero era esa mandarina la que desprendía un olor único, excepcional. Algo achatada, todavía conserva dos pequeñas hojas y brilla por sí sola.
Intento pasar desapercibido, hago que duermo en mi pequeño
160
rincón en el hall, pero ¿Quién podría pensar que duermo? Pues un
con la alfombra!, ¡Todo lleno de pelos! Les vendría bien a estos humael panorama en las esquinas y detrás de los armarios: un moco de Miguel o no, un clip, un grano de arroz pegado, un rabo de manza-
na, uñas cortadas, pelos del “señor” de la casa y no hablemos de los olores que despiden, en especial cuando el amo coge el periódico y se encierra en el baño. No sé lo que hace pero tarda un rato largo en salir y cuando sale, un hedor inunda la casa. En fin, un cúmulo de tesoros
161
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
escondidos y de tufillos a los que ya me he acostumbrado.
espera. No ha pegado ojo en toda la noche, su madre demanda cada
da o uno de esos cereales de chocolate que toma Miguel. Nada. En
enamorada.
Me dirijo a la cocina. Quizá encuentre algún trozo de tosta-
el salón debajo del orejero, nada de nada. Y de nuevo mi olfato me
Hace unos meses comenzó a fumar, en parte por esa rebeldía
avisa, ¡guau!, ladro de alegría. La mandarina de Miguel olvidada en
que nunca había sacado después de una fuerte discusión con su ma-
es un gran día, decido. Aunque no sé si lograré alcanzarla. En es-
la oficina. En la notaría no estaba permitido fumar y cada vez que
la estantería junto al televisor. ¡Qué aspecto tiene! ¡Qué aroma! Hoy tos momentos me encantaría poder caminar sobre dos patas. Intento apoyar las mías sobre el tabique, resbalo y ¡Oh, no! arrastro tras de mí
la colección de libros que caen uno tras otro formando una pequeña
montaña y ella continua allí, inmóvil, desprendiendo esa fragancia entre dulce y ácida que la distingue. Lo intento de nuevo y trepo so-
bre los libros. La huella de mi pata se dibuja en la pared. Salto y con un pequeño movimiento la golpeo y rueda, y cae junto a mí. Jadeo. La engancho entre mis dientes. ¡Qué manjar!
Busco el mejor sitio para esconderla. Allí donde Marta no pue-
da encontrarla. Debajo de su cama o quizás en la habitación de Miguel o detrás del mueble del salón. No, no. Creo que el mejor sitio
donde no la descubrirán es esa maldita caja llena de arena. Allí voy con mi mandarina, aparto mis cacas, hago un agujero y la cubro bien.
Ahora sí, es hora de descansar. ¡Demasiado ajetreo en esta casa!
Un cigarrillo más ¡Por fin lunes!, piensa Maribel mientras se dirige al trabajo.
dre, y porque necesitaba una disculpa, un motivo para ausentarse de quisiera encender un cigarrillo tendría que salir a la calle y allí podría
ver de nuevo aquel hombre, al que se encontraba a diario cuando caminaba a su trabajo. “Míster Gray”, le llamaba. Alto, elegante,
barba de varios días bien cuidada, gafas de pasta que le dan un aire
interesante, nariz recta algo grande, labios carnosos. “Míster Gray” viste casi siempre un traje en tonos plomizos que sin duda le favore-
ce. La primera vez que le vio le llamó la atención su forma de cami-
nar: pasos largos, firmes pero con suavidad, con elegancia. La mano
izquierda sostenía una cartera que dejaba balancear. En la derecha sujetaba un cigarrillo. Le siguió con la mirada y vio cómo se alejaba hacia la gran avenida. Al día siguiente volvió a encontrarse con él, y al siguiente, y al siguiente. Y en poco tiempo se convirtió en una ob-
sesión. En su pensamiento solo estaba él. Pensaba en él al levantarse,
pensaba en él al desayunar. Se vestía con él, se dormía con él. Había cambiado incluso su peinado con un toque algo más juvenil. Lo que había empezado como un juego se había transformado en una razón
para sonreír. Cuando le ve acercarse su corazón se acelera. No pasa un día sin que Maribel le busque, le espere.
Ella cuida de su madre anciana con la que comparte piso, tar-
Hoy, como otros días, ha llegado a la oficina y ha bajado de nuevo a
des, noches y fines de semana. Desde que fuma siempre lleva un pa-
local de al lado, una calada, camina hasta la esquina, otra calada y
grandes alegrías, sin grandes penas, los años pasan y ella se siente
la calle. Enciende un cigarrillo, saluda al vecino, a la peluquera del
162
día más cuidados y en su cabeza sólo esta él. Y es que Maribel está
quete de chicles en el bolsillo para disimular el aliento ante ella. Sin
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
cada vez más sola. Cuando Maribel acuesta a su madre apaga Radio
tiñe sus mejillas. Nerviosa le acerca la ropa. Sus miradas se cruzan,
Hace unas semanas su madre se niega a comer, a beber. Sus
sabe que pensar, se siente incómoda, piensa en su madre de cuerpo
María y enciende la televisión. Y así día tras día y noche tras noche.
ojos ya no brillan como antes. Maribel lleva toda su vida junto a ella, cuarenta y cuatro años para ser exactos y ve que el final se acerca. En
su yo más interno piensa cómo sería la vida sin su madre. Desde que Míster Gray ha aparecido necesita hacer realidad lo que ahora es un
sus dedos se rozan y es en ese momento cuando él le sonríe. Ella no presente. No es el lugar que había imaginado para su primer encuentro, pero no quiere perder esta oportunidad. Una voz le hace volver a la realidad, es Míster Gray.
—¿Un cigarrillo? —le dice. Maribel asiente y los dos salen a
sueño y su madre no forma parte de él. Se siente mal. Estos pensa-
la calle.
su existencia y los fines de semana se han convertido para Maribel en
serva la tarde junto a Míster Gray en espera que llegue un nuevo día.
mientos le atormentan. “Míster Gray” ha pasado a formar parte de una pesadilla. Adora que llegue el lunes porque sabe que se encon-
Ya en el parque fuma un cigarrillo a golpe de estocada y ob-
trará con él. Casi siempre se cruzan en la misma esquina. Ella le mira
La ola
y desde hace unos días él la saluda con un gesto y una tímida sonrisa. Es un saludo rutinario de aquéllos que durante años ven cómo se cruzan sus vidas aunque no tengan nada que ver, pero Maribel ve
unas vacaciones casi perfectas. Cada mañana se despertaba cuando
tarse?, su olor, su cuerpo, sus caricias. Y desde luego ¿cómo sería su
cano a la urbanización. Cuando volvía a casa desayunaba rápido,
cuando come? ¿Qué lee? Su programa favorito, ¿Cómo será al levanvida junto a él?
Una mañana su madre no despertó. Maribel la encontró sin
vida, fría. Hizo varias llamadas: al médico, a la compañía de decesos,
al trabajo, a familiares. Cogió la ropa con la que le vestirían y se diri-
amanecía. Se levantaba y sacaba a pasear a Tim por un bosque cer-
tomaba su medicación, cogía su tabla de surf, su traje de neopreno, cargaba una pequeña mochila con un botellín de agua, plátanos, un par de melocotones, crema solar y pedaleaba hasta el arenal.
Había días que las olas se sucedían una tras otra sin surcarlas,
gió a la funeraria, la que estaba en la gran avenida.
solo remaba contra ellas una y otra vez. Otros días el viento ayudaba
con el moño en la nuca y con ese vestido marrón que años atrás le
Rita, como todos los surfistas que ha conocido, esperaba impaciente
Allí eligió el féretro, las flores, la esquela. Quería recordarla
regaló. Maribel habla por teléfono con un primo cuando él aparece.
-¡Míster Gray! Él será quien la amortaje. Quien la lave, vista, peine
sus cabellos, cierre sus párpados, arregle sus cejas, disimule sus ojeras y la introduzca en la caja. Míster Gray se dirige a ella y un rubor 164
En unos días Rita volverá a la ciudad y a su trabajo. Han sido
crecer una ilusión, cierra los ojos y se imagina junto a él. ¿Cómo será
y Rita bailaba soberbia sobre su tabla. Cientos de olas cada día. Pero la gran ola, la ola perfecta.
Esta mañana Rita saca a pasear a Tim y siente que será un día
especial. La brisa sopla suave desde el norte. En Punta Rubia los días con este viento son espectaculares, además es una playa poco transi-
165
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
tada y se puede surfear tranquila.
ésta hace. Es lo que siempre había soñado. Dentro del tubo parece
Desayuna, no olvida su mochila, su tabla y su segunda piel y se diri-
ella lo recorre de derecha a izquierda. Es un momento mágico. Quiere
Tiene un presentimiento y no quiere perder un solo minuto.
ge por caminos comarcales al aparcamiento de Punta Rubia.
Como había previsto hay pocos bañistas y algún que otro sur-
fista que calienta antes de entrar en el agua. Aparca su bicicleta se enfunda su neopreno, coge aire y dirige su mirada al horizonte. La
marea sube. Adora el olor a mar, los rayos de sol en su cara y el sonido de las olas al romper. El vello se le eriza cuando se imagina arriba
quedarse a vivir en ese instante, en ese preciso instante en el que se
encuentra, ni antes ni después. Dentro de la ola se siente feliz, plena como nunca antes se sintió. Está confinada en ese túnel y su deseo
de paralizar este momento se ha hecho realidad. La ola no rompe, permanece en esa inercia.
Rita quiere alcanzar el otro lado del túnel. Aprovecha el impul-
en lo más alto o atrapada dentro del tubo que la ola dibuja. Quedan
so. Lo que había empezado como un sueño convertido en realidad,
contrarse con la ola de sus sueños.
dentro.
tres días para finalizar sus vacaciones y espera aprovecharlos y enSujeta su melena y observa el mar en busca del lugar más idó-
se ha transformado en una pesadilla. La ola no tiene fin y la atrapa
Rita despierta y se encuentra en la playa rodeada de bañistas.
neo para surfear.
Un socorrista que acerca su boca a la suya y comienza una maniobra
aleja. Se deja llevar por el vaivén y espera su momento. Cuenta las
garganta y le hace toser.
Se tumba en la tabla y rema con fuerza, esquiva las olas y se
olas e intenta encontrar la cadencia. Dos grandes, una pequeña, una
de reanimación. Se agita. Un desagradable sabor salado le quema la ¡Ya vuelve!, se oye. ¡Ha sido un golpe fuerte! Varias caras que
que rompe, dos pequeñas y pierde la cuenta. Coge alguna ola, gira
le observan a menos de un metro. Está desorientada no sabe lo que
ahora con más fuerza y Rita decide tomar un respiro. Coge la ola
Hace memoria. Un joven se acerca. Su rostro le resulta familiar. Él
y vuelve a empezar: remar, buscar posición y esperar. El sol calienta que le acerca hasta la orilla. Se quita la parte superior del neopreno y reposa.
En diez minutos está seca y vuelve de nuevo a meter sus brazos
en el traje. Siente el frescor del agua. Está algo cansada y se impulsa
más despacio. De nuevo se sitúa en el lugar donde la ola comienza a encresparse. Esta vez sí. Está frente a ella. La ve llegar y sabe que es su momento.
Se endereza y se prepara para deslizarse por la pared de la ola,
gira, escapa del rompiente y consigue introducirse en el tubo que 166
que el tiempo se detiene, el agua cristalina dibuja un rizo perfecto y
ha sucedido. Alguien acerca una tabla rota. Es incapaz de moverse. intenta abrirse camino entre los curiosos que le rodean. Le agarra la
mano con fuerza y le dice que esta es la última vez. ¡Nunca más, Rita! Ella recuerda entonces que hace años y, a pesar de sus limitaciones,
con una epilepsia mal controlada decidió cuál sería su reto. Hoy ha
rozado su sueño, pero no sabe si estaba allí en medio de la ola o fue sólo un espejismo antes de la maldita convulsión. Una vez más la enfermedad ha ganado la batalla.
Rita observa las olas que rompen una tras otra y que se con-
vierten en espuma para volver de nuevo al mar.
167
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Sim sala bim ¡Maldita sea!, otra vez llego tarde al trabajo. Tendré que soportar
la cara de mi jefe y ese “Buenos días”, cuando quiere decir lo contrario,
y el retintín de “Llegas tarde, para ser exacto once minutos”. Intentaré
deslizarme y pasar desapercibido sin charlar con mis compañeros, colgar el abrigo con rapidez y olvidarme del café en la máquina.
Mientras tomo asiento me observa. Sé que piensa que otra vez
me he quedado dormido. Está vez se equivoca: me he pasado dos
estaciones de metro, no he podido resistirlo y luego he tenido que volver a cogerlo en sentido contrario.
Cuando he subido al vagón he visto un asiento y no he dudado
en acelerar un poco el paso. Prefiero estar sentado cuando el metro pasa por debajo del Manzanares. Me produce congoja, me recuerda
cuando tenía siete años y quedé atrapado en una atracción de feria junto a mi madre. Los dos en una pequeña cabina rodeada de agua. Ella golpeaba la compuerta con todas sus fuerzas y yo paralizado del
susto, quieto, inmóvil. Fueron solo unos minutos de tensión, pero
lo suficiente para que no volviera a pisar la feria. A día de hoy cada vez que el metro desciende bajo el río, mi corazón se acelera y deseo
buscado por la Interpol. Esta mañana no ha sido posible imaginar. La historia ha venido a mí. La mujer del cabello rojo iba acompaña-
da por un hombre vestido de negro, con un bigote delgado con las puntas largas hacia arriba, al estilo Dalí. Llevaba también un elegante sombrero de copa y lo que parecía una varita mágica. Las puertas se
han cerrado y ha comenzado la función. Una pequeña mesa para un juego de cartas muy bien ejecutado, dos trucos con anillas y el núme-
ro estrella: la mujer se ha introducido en una caja, el caballero la ha cerrado con varios candados. Estaba fascinado. Me debía apear en la siguiente estación pero he permanecido sentado junto al anciano
que se arrimaba a mí para no perder detalle. Todos estábamos sin pestañear, embrujados. Un toque de varita, un Sim sala bim, sim sala
bim y ¡Ohhh! Increíble. Ante nosotros: la caja y en la caja, donde hacía unos minutos estaba la mujer, una pequeña muñeca, una Nancy con el mismo aspecto de ella: el cabello rojo, el maillot verde, los zapatos
de tacón. Genial. Soy un apasionado de la magia. Los aplausos se
escuchan mientras subo las escaleras de tres en tres. Corro. La alarma del reloj que suena y me avisa que llego tarde.
Sé que el jefe seguirá con la idea de que me he vuelto a dormir.
que llegue el momento de salir a la superficie y ver el cielo. Así que
Enciendo el ordenador mientras vuelvo la vista atrás. Siempre qui-
Detrás de mí ha subido una mujer muy guapa, espectacular. Una pe-
debía estudiar algo que me diera de comer. Los trucos estaban muy
cuando me he sentado junto a un anciano, he respirado con alivio.
lirroja que vestía un maillot verde, con lentejuelas. Lucía un escote
generoso y zapatos de tacón de aguja. Su mirada me atraía, aunque me intimidaba. He tenido la sensación de que el anciano y ella se miraban como viejos conocidos. Y es que cuando viajo en metro me
gusta observar a mí alrededor e imaginar mil y una historias. Me imagino sus nombres, sus vidas, si tienen hijos, nietos, si han dormi168
do bien, si bajo esa cara de adorable anciano se esconde un estafador
se ser mago. Lo intenté, pero mis padres insistieron en que primero
bien para las fiestas del instituto y para los campamentos de los boy
scouts, me decían, pero ellos sólo querían que tuviera un trabajo serio y que no llegará tarde. Pienso y no acabo de entender qué poco tiempo para pasar el sombrero. Con las prisas y por no continuar hasta
la siguiente estación, no he podido echar ninguna moneda. Espero encontrarles en otra ocasión.
169
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
Por fin en casa, busco las llaves. No las encuentro. “¿Dónde
un trabajador infatigable decían. Todos los días acudía a misa, con-
la cartera. Todo encaja: el anciano que estaba junto a mí, esa mirada
de caridad, pero yo padecía en silencio sus cambios de humor, su
las habré puesto? Yo juraría que… tachann tachann”. Ni las llaves ni
cómplice de la pelirroja, el empujón y yo hechizado por todo aquello que veía y que no veía. Magia.
—Sim sala bim, sim sala bim —me repito mientras me dirijo re-
signado a la comisaría más cercana.
El marido fiel Mientras desliza los dedos arriba y abajo sobre el frío vaso,
carácter represivo, sus miedos e inseguridades que más de una vez se transformaron en cardenales y que me habían convertido en una
de las mujeres más torpes de todo Oviedo. Un día una caída, otro día un resbalón.
El director salió a buscarnos y entramos a su despacho. Se le-
vantó para recibirnos y se dirigió a mí como señora Gutiérrez. Sí,
todavía conservaba el apellido de mi marido. No me podía olvidar de él con facilidad. Formaba parte de la herencia.
Nos pidió disculpas por la espera y por el poco tiempo con el
piensa en mañana. No debe quedar rastro.
que nos había convocado pero el comportamiento de Roque les tenía
to”, será libre.
ción y de la educación cristiana que promulgaban. Ya conocía este
Cuando llore su pérdida en un abrazo y escuche un “lo sien-
En blanco Mi hijo Roque estudiaba en el Instituto más prestigioso de
Oviedo. No era la primera vez que me invitaban a ir al despacho del
muy preocupados, y comenzó a enumerar las virtudes de la institudiscurso y lo que deseaba saber es lo que Roque había hecho.
—No podemos permitir bajo ningún concepto determinadas
faltas de respeto —manifestó—, le explicaré, señora Gutiérrez —otra
vez ese maldito apellido, pensé y me mostró un papel en blanco. No entendía nada, pero asentí.
–—Toda una mañana explicando la omnipresencia de Dios y
señor director. Así que allí me encontraba de nuevo, junto a Roque,
cuando debe expresarlo con un dibujo, esto es lo único que se le ocu-
vez desconocía los motivos y me temía lo peor. ¿Qué habría hecho
—¿Nada? No es cierto señor Director. Mírelo bien —se levantó
sentada en el banco de madera corrido a la puerta del despacho. Esta
rre. ¡Nada! Esto es reírse de nosotros.
esta vez Roque?
Roque para mostrarlo.
que se colaba desde la calle. Nunca quise dar a mi hijo una educación
estas faltas de respeto. No quiero presionarle pero debe usted casti-
nes y su familia consiguieron que claudicará. Él era un hombre serio,
padre le ha podido afectar, pero debe usted guiarle por los caminos
Un olor a rancio y a humedad se mezclaba con el aroma a lilas
religiosa, pero para mi marido no existía otra posibilidad. Sus presio-
170
versaba con regularidad con su confesor particular, donativos, obras
—No podemos consentir esto. Su difunto marido no toleraría
gar a su hijo. Es cierto que la desafortunada y repentina muerte de su
171
Relatos
de Dios.
Entonces el director se levantó y sentenció:
—Es todo Señora Gutiérrez. Confío en que sepa usted conti-
nuar la labor de su padre. Buenos días —y se marchó.
En mi mano una hoja en blanco, sí en blanco, por las dos caras,
y a mi lado mi hijo Roque.
Esta vez no entendía a dónde quería llegar. Sus razones ten-
dría, y si de algo estaba orgullosa era de él, de Roque. Se parecía a su padre y no a mi difunto marido, que en paz descanse.
Seguiría los consejos del señor director, la de continuar la labor
de su padre. Su padre, ¡Qué hombre!, él sí que me hacía ver a Dios, incluso en una hoja de papel en blanco.
172
Javier Estefanía
Palabras y alzar el vuelo
Menú económico El señor Salcedo aparece a medianoche en una oscura cocina,
solo iluminada por la luz del frigorífico. En su mano tiene una pequeña ave desplumada que sujeta por sus patas mientras examina el interior poco común de su nevera.
Tengo que ser más discreto. Que a la vecina del sexto le desa-
parezca el gato puede justificarse como un accidente producido cuan-
do Zarpas paseaba por la baranda de la terraza en un día de viento.
Si a esto se añade que Don Cosme ha puesto esta mañana un cartel informando de la pérdida de su perro, esto puede dejar de ser casualidad y convertirse en sospechoso.
He pensado que mañana daré mi paseo diario un poco aparta-
do del barrio, alejado de miradas conocidas, supongo que no tendré problemas para encontrar más mascotas poco vigiladas. Por lo me-
nos ya tengo la comida para mañana, ¿el canario frito sabrá como el pollo?
Máscaras Creo que quedó claro, y si no es así te lo volveré a recordar
para que no vuelva a encontrarme con otro de tus mensajes: en este juego, que yo no empecé, dejamos clara una regla que teníamos que respetar, si apareciera cualquier sentimiento que nos pueda llegar a
comprometer, será mejor dejarlo. ¿Has pensado que pasaría si llega a leer este mensaje Carolina, como podría afectar esto a mi familia y a
mi vida laboral? No estoy enfadado contigo, pero sabes que la doble vida de un superhéroe conlleva riesgos, mientras más discretos sea-
177
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
mos, mejor será para los dos
Por lo que veo, la botella de espumoso francés que comparti-
mos en el bar de la parte vieja te afectó más que a mí. Para tu informa-
un poco más flojas?, la última vez acabe con las muñecas llenas de marcas.
—Te entiendo, pero tienes que comprender que toda precau-
ción, ibas muy guapa, sé que lo sabes, pero parece que te gusta que
ción es poca. Con tu metamorfosis aumentas el nivel de fuerza y me
que tan bien te quedaba en ese feo día gris. Antes del bar estuvimos
—Eso ya lo hemos hablado Roberto, si pasara alguna vez, tie-
te lo recuerde. No sé si tendría que ver la gabardina que te regalé, y en el restaurante asiático que tanto te gusta, yo pedí una sopa caliente
y tú pescado crudo. Lo que pasó después a última hora en tu casa, es lo que imaginas. Me lo pasé muy bien y cada momento contigo lo
disfruto mucho, pero sabes que en esta relación las circunstancias no están a nuestro favor, yo estoy dispuesto a seguir con esta máscara, ¿y tú?
preocupa que un día se puedan romper
nes la escopeta de caza detrás del radiador, confió en qué sabrías qué hacer.
—Rezo para que nunca se dé esa situación. No te demores mu-
cho más, el cielo ya está cambiando y pronto empezará a caer esa maldita nieve.
—Creo que ya está todo listo. Si no te importa, prefiero que
dejes la puerta cerrada.
Rutina semanal
—Como quieras. Hasta el jueves, amor.
La vecina
—Hola, amor, ya he llegado. bajo?
—Hola, Eva, qué tarde llegas hoy, ¿algún problema en el tra—Nada importante, la señora Asun me ha pedido que le des-
huese tres pollos para una comida que tiene mañana y esto me ha retrasado un poco.
—Pero sabes que esa labor no estás obligada a hacerla.
—Ya lo sé, y así se lo he comentado al jefe después. Me ha di-
cho que, aparte de un poco pesada Asun, es una buena clienta, habrá que aguantarse
—Bueno, queda poco para media noche, ya sabes lo que toca,
cuanto antes cenes antes lo dejamos todo listo.
—Como quieras, pero una cosa: ¿podrías atarme las cuerdas
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—¡Ojala algún día pueda vivir en un chalet, alejada de todo
vecino! —gritaba con grandes aspavientos una desesperada Sonia al
ver que llevaba dos horas delante de los libros y apenas había podido estudiar, debido al ruido que venía de al lado, el que producía el televisor de su vecina Carmen.
Mañana tenia examen de Autoras literarias del siglo XX y veía
con impotencia cómo el tiempo que debía dedicar a Virginia Woolf
era usurpado por las historias de Belén Esteban con no sé qué otro personaje famoso.
Presa por la desesperación decidió poner fin a su paciencia y
salió directa hacia la puerta de su vecina, situándose en el rellano 179
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
El viaje
sobre un ostentoso felpudo de “Wellcome” para seguidamente pulsar con firmeza el timbre de la casa.
Una señora de avanzada edad apareció tras la puerta, aparen-
temente sin ser consciente de que su vecina era cómplice de sus gustos televisivos.
—Mire Doña Carmen, tengo mañana un examen muy impor-
tante y con el ruido de su televisor me es imposible concentrarme, ¿podría, por favor, bajar el volumen?
La señora escuchó la sugerencia sin inmutarse lo más mínimo.
La observó detalladamente y tras unos segundos de tensión y con
No eran ni las ocho de la mañana y mi amigo Guillermo ya
estaba sugeriendo por el móvil los planes para el fin de semana:
El viernes quedamos pa salir, aver si d una vez t follas a tu
amiga gorda la de clase
No sé si contestarle el Whatsaap. Ya le he dejado claro que esta
chica no está gorda, es simplemente ancha de caderas, como Jennifer López.
Este es ya el noveno mensaje que me manda con la misma
una sonrisa tenue en la boca dijo:
coña, creo que la opción de no contestarle no sirve de mucho. No
sabes que a estas edades cuando no nos falla el oído izquierdo nos
la Universidad, uno prefiere estar haciendo cosas más productivas
—Huy sí, perdona joven, no era mi intención molestarte, ya
falla el derecho y si no los dos. El caso es que tengo un “Sonotone” que
me trajo hace dos años mi yerno, pero resulta que nunca me acuerdo
es que me moleste, pero a estas horas, en el Metro, y de camino a como leer las noticias de la web del Marca.
Pip-pip, y de nuevo mensaje que supongo que será de mi ami-
donde lo he dejado; además no me gusta nada porque al ponerlo
go, abro el Whatsaap y veo que por lo menos no habla del tema, se tra-
a ver si me podía recetar unas pastillas que me recomendó la vecina
como si fuera una piscina. No puedo resistir lanzar una carcajada
suena como si tocaran campanas de fondo. El otro día fui al médico del segundo, Conchi, que parece que a ella sí que le han ayudado a oír mejor, no sé si la conoces a esta vecina, es una con el pelo rubio cobrizo y que siempre va con…..
Tras una interminable explicación Sonia veía aliviada cómo
por fin había resuelto el problema, al ver cómo se dirigía su vecina hacia el interior de la casa. Al momento vio cómo se acercaba de
nuevo, para su desánimo el televisor seguía con el mismo volumen y además, en sus manos traía una especie de orejeras de color morado —Toma maja, con esto ya podrás estudiar sin problemas
ta de una imagen en donde se ven unos niños africanos en un barreño siendo consciente de lo cabrón que soy. De repente, sin previo aviso,
una figura se planta de frente y me hace una señal sonora acompañada de un suave toque en el brazo.
Asustado por la intrusión, me dispongo a disculparme supo-
niendo que la llamada de atención es porque le ha molestado mi ruidosa carcajada.
—Ten cuidado, se te ha caído la tarjeta —la voz de una chica
joven me señalaba la tarjeta del Metro situada al lado de mis deportivas. La recojo mientras veo cómo esta desconocida se sienta de nue-
vo enfrente mío, solo se me ocurre pensar cómo narices he tenido a esta chica a menos de dos metros y no me he dado cuenta en todo el
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
trayecto.
Me pongo el móvil delante para disimular y así poder obser-
varla mejor.
Aparentemente su edad no debería ser muy lejana a la mía,
vestía de forma sencilla pero con buen gusto en la combinación de
prendas y colores: chaqueta clara, vaqueros y botas oscuras. Junto a sus pies se podía ver una mochila de material de cuero
Qué pena que dentro de cuatro paradas me tenga que bajar
del vagón. Me voy a tener que ir sin saber siquiera su nombre, ojalá tuviera el valor de decirle algo, ¿pero qué?
Mientras lamento mi cobardía observo cómo se acercaba la fi-
gura de un hombre con un aspecto muy descuidado. Su ropa sucia y
las marcas de sudor dejaban muy claro su poca higiene, solo espero que no se sentara al lado mío.
Ese honor recae en la chica de enfrente, que por supuesto no
se lo tomó nada bien. Un gesto de desagrado llenó su cara y hacía lo posible para arrimarse a la pared y no tener que rozarse con el tipo. Se me ocurre una cosa:
—¿La siguiente parada es donde nos tenemos que bajar her-
manita?
—Miriam.
—Encantado, yo soy Carlos —hice un amago de acercarme a
su cara para darle dos besos, pero ella se adelantó poniendo su mano de por medio dejando que el saludo fuera más formal.
—Oye Miriam, quería darte las gracias de nuevo por solventar
mi despiste con la tarjeta, desde donde vivo lo tendría complicado para ir andando hasta la Facultad de Comunicación —No hay de qué.
—Tú, por cierto, ¿estás estudiando o trabajas? —Estoy haciendo derecho.
—¿Quieres ser abogada?, me parece mucho mérito estudiar
una carrera tan difícil, de memorizar tanto. ¿Qué tal lo llevas? —Regular es mi primer año y no sé si continuaré. —¿Cómo así?
—La carrera sí que me gusta, pero no termino de encajar en el
ambiente, hay mucho niño rico y he tenido problemas con los compañeros debido a mi vestimenta.
—Pero si vistes súper normal. Es gracioso, en Comunicación
La chica me mira entendiendo enseguida lo que pretendía con
pasa todo lo contrario, es todo muy alternativo. A veces me veo un
—No, todavía no nos tenemos que bajar, es más adelante, no
ñeros. Pero tenía claro que quería trabajar en el mundo del cine y esta
el mensaje. De inmediato se levanta y se sienta al lado mío
tengas prisa —me contesta con gran complacencia por haberla salvado de la situación.
—Oye, muchas gracias.
—No hay de qué, te la debía de antes.
—No veas que hombre más desagradable, un poco más y salto
por la ventana 182
—Creía que solo yo tenía un imán para atraer a gente rara, veo
que no soy el único. ¿Por cierto cómo te llamas?
poco desubicado con ciertas actitudes de los profesores o los compaera la mejor opción.
—¿Te gusta el cine?
—Me encanta, es mi pasatiempo favorito, todas las semanas
suelo ir a ver una película, solo o acompañado, me da igual.
—A mí la verdad, no me llama mucho el cine, hace tiempo que
no piso una sala.
183
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
—Mira, pues este sábado no tengo planes. No sé qué te parece-
ría si quedamos para ver una peli o si no quieres podemos tomar un café, o cualquier otra cosa.
mañana había triunfado.
Mientras subía las escaleras que daban al exterior no pude
—¿Este fin de semana? Lo veo muy complicado, créeme, no
resistir la tentación de ver cómo su número estaba en mi Whatsaap,
—Ah, ¿te vas muy lejos, se puede saber el lugar?
la pared de su salón.
estaré por aquí.
—Me voy lejos, es algo que planeo desde hace tiempo y ya es
el momento.
—Pero, si no es mucha indiscreción ¿puedo saber cuándo vuel-
ves? O mejor, me das tu teléfono y así te llamo, o me llamas tú cuando vuelvas. Me has caído bien y aunque lo parezca no me importa que pienses que soy un pesado.
Un gesto de risa surge en la cara de Miriam, quiero creer que
igual que un cazador mira con orgullo el trofeo de venado que decora Ahí estaba, temía la posibilidad de que me hubiera dado un
móvil falso, pero en la foto que tenia de perfil se notaba que era ella, aunque había algo curioso.
Aparecía en la imagen con su rostro cubierto por un velo de co-
lor oscuro, de primeras no lo veía mucho sentido pensaba qué razón podía justificar esto, y solo se me ocurría un motivo.
De repente un golpe de viento proveniente del interior del
era de agrado pero es posible que fuera una respuesta amable de in-
metro sacude los pelos de mi coronilla y sin que me diera tiempo
El problema es que el metro se aproximaba a mi destino, tengo
por la espalda llevándome al suelo mientras la estructura del edificio
credulidad debido a mi tozudez. Aun así, no me quería rendir.
que intentar un último ataque o me arrepentiría por haber dejado pasar una ocasión así.
Sin más artificios, le tiendo la mano con mi iPhone y pongo en
juego mi última carta:
—Apunta tu número, si por lo que sea luego, cuando te llame,
no te apetece me dices que no, y no pasa nada, pero me gustaría tener un poco abierta la puerta a la esperanza.
a pestañear una gran explosión que retumba tras de mi me golpea temblaba de forma violenta. Desorientado salgo como puedo a la calle. Afuera solo soy capaz de percibir los gritos de pánico de la gente que divagan apresuradamente sin saber a dónde ir.
Ante esta situación solo se me ocurre sentarme en el bordillo de
la calle, mirarme de arriba abajo y confirmar que hoy había triunfado
Miriam me miraba pero no reaccionaba y yo veía preocupado
Osos de Malasia
segundos de gran tensión que no desmerecían cualquier duelo de
Odio mi vida, odio mi trabajo y la odio a ella. Mírala, no lleva
como el vagón se estaba parando en la que era mi salida. Fue unos película de vaqueros. La chica por fin coge el móvil y se apresura a
ni una semana como comercial y ya ha conseguido los mismos clien-
antes de que se cierren. No me dio tiempo de despedirme, pero mien-
cuerpo de anunciar yogures light supongo que no tendrá nada que
marcar su número en la memoria. Todo feliz, salgo hacia las puertas
184
tras salía del vagón la miro por última vez con la sensación de que esa
tes que yo en un mes. Que sea más guapa y joven que yo y tenga un
185
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
ver, claro.
de bañarse ni de tomar el sol, lo suyo no se sabe si es una afición que
nal. Quien me iba a decir que, después de estudiar cuatro años de
de metales en una tienda de segunda mano se propuso dedicar su
Y encima no puedo quitarme esta sensación de fracaso perso-
arquitectura, tendría que estar en la calle intentando convencer a la gente para que apadrine a los osos de Malasia.
A ver a quién le interesa que el oso malayo se quede sin su
hábitat porque las multinacionales de la alimentación han decidido que su aceite de palma es más importante.
Los que no levantan la ceja extrañados se ríen de ti directamen-
te. A no ser que tengas el tipo de mi compañera y, con solo un chasquido de dedos, consigas atraer la atención de todos los babosos que
tiempo libre a desenterrar tesoros por las islas de todo el mundo. Sin el entusiasmo de los primeros días, decidió conformarse con las monedas que pudiera encontrar en la playa del Pelicano.
Con el tiempo había notado que cada vez le costaba más en-
contrar objetos de valor, se preguntaba si la gente ahora era menos despistada o la crisis era parte de la razón.
Tras un rato buscando, el radar del aparato empezó a pitar.
Rodolfo tomó su pequeña pala y se puso a escarbar con el de-
pasan por su lado. Esta chica sería capaz de vender botijos en el Polo
seo de que no fuera otra chapa de botella. Del fondo de la arena apa-
había firmado el apadrinamiento de siete osos; qué envidia joder, está
del hallazgo empezó a desenvolverlo con la emoción con que un niño
Norte. Ayer me dijo, toda exultante, que un hombre muy simpático claro que la suerte está muy mal repartida.
En ésas que veo aparecer una señora de unos cincuenta años,
con aspecto de levantar pesas en su tiempo libre. Venia hacia mí con el paso acelerado y la expresión muy seria.
—¡Oiga, señorita!, ¿es usted la que engañó a mi marido para
reció un objeto plano envuelto en una toalla. Intrigado por la rareza
desenvuelve su regalo de reyes. Lo que allí había no se lo espera-
ba: una placa metálica de la que había muchas posibilidades de que
fuera plata. Lo llamativo es que en su superficie venía grabado la palabra “gracias”.
Rodolfo posiblemente no se acordada, pero Pedro recuerda muy
que diese la mitad de nuestros ahorros a los osos panda?
bien cómo hace quince días su hija estuvo a punto de morir ahogada
joven con falda y blusa escotada que ve usted ahí.
bre que estaba con un detector de metales dejó lo que estaba haciendo
—No, se equivoca de persona, la chica que busca usted es la Pensándolo bien, creo que no me van tan mal las cosas
El tesoro A primera hora de la mañana Rodolfo ya estaba en la playa
preparado para comenzar con su rutina diaria. No tiene intención 186
viene de la necesidad o lo contrario. Pero desde que vio un detector
mientras jugaba con un colchón hinchable en el agua. Y cómo un hompara lanzarse al mar, sacarla del agua y aplicarle un masaje cardíaco.
Amapolas Sin duda alguna era de los sitios más bonitos en los que habían
estado, se decía Alexandre al observar el paraje en donde se encon-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
traba junto a Alice.
gacha iba en todo momento junto a él.
ganas de hacer esta escapada, ya que todos sus amigos comentaban
podía resolverles la duda.
esta zona del norte de Francia.
como respuesta un movimiento de cabeza de arriba abajo.
Era la primera vez que visitaban Las Ardenas. Tenían muchas
que si querían ver naturaleza en todo su esplendor tenían que visitar
A Alice le gusta todo lo relacionado con la montaña, en cambio
La pareja decidió interrumpir el paseo del señor para ver si —Buenos días ¿es usted de la zona? —el anciano se paró y dio —¿Sabe qué flores son estas?
Alexandre se considera más urbanita, los paisajes los prefería ver en las películas.
Pero este lugar regalado por la naturaleza había merecido la
pena. Y así se lo hacía saber Alexandre a su novia que había sido la
ponía.
—Lo sabía —gritó exultante Alexandre al confirmar lo que su—¿Cómo lo sabe?, las amapolas no son típicas de este hábitat
organizadora del viaje.
—preguntó Alice.
el silencio, solo resquebrajado por el canto de los petirrojos, llenaba
años?
El aire frío y lleno de matices florales purificaba los pulmones,
de paz sus oídos. La primavera otorgaba la mejor estampa de una naturaleza llena de verde que junto al azul del cielo y el blanco de las nieves que todavía aguantaban hacía de este, un lugar increíble.
Lo que no llegaban a adivinar era qué clase de flor era una que
predominaba. Parecían amapolas, pero, el esplendor casi artificial
con que se mostraban y que esta no fuera una zona común para la especie, les hacían dudar.
—¿Sabe en qué lugar se encuentran, que pasó aquí hace 50 —No —respondió al unísono la pareja.
—¿No les suena de nada la batalla de Las Ardenas, no saben
que este fue un campo de enfrentamiento de la Segunda Guerra Mundial?
La pareja se quedó muy asombrada, ya que desconocían este
hecho tan relevante.
—El 16 de Diciembre de 1944 aquí murieron más de mil sol-
—Seguro que son amapolas, cariño —dijo Alexandre mientras
dados franceses. Este precioso lugar por el que pasean, un día fue
—Pero es un poco raro, porque el clima de este lugar es dema-
sangre.
sujetaba la flor para obsérvala mejor.
siado frío. Además las amapolas suelen salir en tierras removidas y
un campo de muerte ocupado por miles de cadáveres y charcos de El anciano hizo una pequeña pausa para encender un cigarro
este suelo es muy denso.
que guardaba en su chaqueta
zada edad. Vestía con mucha ropa a pesar de que hacía buena tem-
desmembrados se convirtieron en abono para esta tierra. Este sustra-
mucha necesidad. Un perro de movimientos pausados y la mirada
estas flores que pisamos. Uno de los campos más bellos y unas ama-
En ese momento vieron cómo se acercaba un hombre de avan-
peratura. Caminaba con una cachava que no parecía que le fuera de
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—Son amapolas.
—Lo curioso, y a la vez macabro, es que estos restos de cuerpos
to tan especial dio al suelo la materia orgánica con la que surgirían
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
polas con un color propio, solo de aquí.
—Llamativo ¿verdad? —dijo el anciano a la pareja que se ha-
bían quedado muy asombrados sin saber que decir —que algo tan
rrió de lo de Oregón.
—Es distinto Philip, ahora las fuerzas de defensa están mejor
horrible produjera esta belleza floral, cómo de la muerte puede re-
preparadas. Tu hijo no es tonto, no se pondría en peligro de forma
Alexandre, con el semblante serio, tiró al suelo la amapola y le
—Me da igual. No es el mejor momento, es tarde y las tempe-
brotar la vida.
consciente.
preguntó cómo sabía todo esto.
raturas serán muy frías esta noche. Si tan deseoso está por colaborar,
vidan. Yo fui uno de esos soldados, uno de los supervivientes, y de
Defcom II, las autoridades recomiendan no salir. No sé por qué tu hijo
—Hay ciertas cosas que por más que uno quiera nunca se ol-
niño jugaba en este lugar, y sé que no había estas flores.
Alma gemela Me imita cuando me lavo los dientes, cuando me hago la raya
en el pelo y también cuando me recorto la barba. Si estoy contento, él
también lo está, y en los momentos malos se compadece y me acompaña con un gesto cabizbajo.
La complacencia que encuentro en el espejo del baño no lo veo
reflejado en nadie más.
Discusión de familia —No te entiendo Marion, nuestro hijo quiere salir esta noche
que me ayude mañana a arreglar el depurador de agua. Estamos en tiene la necesidad de hacerse el héroe.
—Tal vez porque tu hiciste lo mismo con su edad, ¿o no lo
recuerdas?
—¡Es distinto Marion! En esa época éramos más inconscientes,
no sabíamos a qué tipo de enemigo nos enfrentábamos, luchábamos
por necesidad, por pura supervivencia, éramos nosotros o esas cosas.
—Pues por eso, ahora sí que lo sabemos, tenemos más infor-
mación, sabemos cómo combatirlos y estamos mejor organizados. ¿Recuerdas qué le dijiste a tu hijo cuando cayó Nueva York?
—Claro que me acuerdo, él tendría unos seis años, le dije que
haría todo lo posible para que no viviera lo que nos tocó a nosotros, y creo que le he fallado.
—No le has fallado, pues él ahora quiere hacer lo mismo, quie-
re luchar por su futuro, por el tuyo, y por el de su novia, y eso no lo vamos a poder evitar jamás.
En la vorágine de la conversación que transcurría en el dormi-
afuera y parece que no te importe lo más mínimo.
torio de la pareja, aparece de pronto por la puerta un joven de unos
hibamos algo para que haga todo lo contrario.
de camuflaje.
—Claro que me importa, pero se cómo es él y basta que le pro—Eso no es razón para hacer lo que quiera. Sabes que esta
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zona no está del todo protegida, y además hace muy poco que ocu-
quince años, vestía con botas altas, pantalones oscuros y un abrigo —Han venido ya a buscarme —dijo el joven—, hay un aviso de 191
Relatos
Palabras y alzar el vuelo
posible avistamiento a tres manzanas de aquí, estad tranquilos y no os preocupéis, no creo que vuelva hasta mañana a estas horas.
—Hijo, ten mucho cuidado, no te separes de tus compañeros y
haz caso a los superiores —le dijo Marion con gran emoción por ver cómo su hijo estaba decidido a salir afuera.
—No te preocupes madre, iremos con el blindado y además
Jerry trae los nuevos rifles. Esta noche no nos pasara lo de la otra vez. —Padre, no me gustaría irme sin que se despidiera de mí.
Unos segundos de silencio en los que solo se podía oír caer la
nieve sobre la ventana sirvieron para que el joven fuera consciente
de la oposición de su padre. Cuando ya salía de la habitación y se
En otra ocasión, me acuerdo que eran Navidades y, como era
temporada alta, mi madre iba a estar unos cuantos días fuera. Como todos los niños en esas fiestas solo pensábamos en una cosa, en los re-
galos, y así lo plasmé en la carta de los Reyes. Por lo que sea mi abuela la vio y me la pidió para echarle un vistazo, se puso sus gafas de cerca y
empezó a leer: “Queridos Reyes Magos, bla, bla, bla… este año he sido muy bueno y por eso me gustaría tener un monopatín, la Súper Nintendo con el Súper Mario Bros, el barco pirata de Playmobil”, mi abuela dejó de leer la larga lista que faltaba y me miró muy seria.
—Esto es una tontería, Carlos, los Reyes Magos no pueden
disponía a cerrar la puerta, Philip reaccionó:
traerte todo esto —en ese instante, vi atónito como mi abuela rompe
imbatibles, solo los matareis si apuntáis a la membrana de su cabeza.
eres un niño y no tienes que ser tan inocente: los Reyes no existen, si
—Ten cuidado Daniel, recuerda que de cuello para abajo son
Los Reyes Cuando yo era niño pasaba largas temporadas viviendo con
mi abuela, ya que mi madre trabajaba como camarera en un hotel
en dos pedazos la carta—. Cuanto antes lo sepas mejor, que ya no alguna vez necesitas algo te lo compraremos yo o tu madre.
Noté que mi interior estaba tan roto como la propia carta. Solo
podía ver cómo mis ilusiones no eran más que un trozo de papel
rasgado por la mitad, más que tristeza lo que sentí ese día y en ese momento fue rabia.
Al día siguiente, mi abuela me dijo que tenía que irse a com-
rural. De la convivencia con ella podría contar mil anécdotas y todas
prar y que en cualquier momento llegaría su amiga Asun para reco-
ba en contra de llevarme al peluquero, decía que era un gasto inne-
pude resistir la tentación de ver lo que había en su interior. El sobre
referentes a la poca afición que tenía en gastar. Me acuerdo que estacesario. ¿Cómo lo resolvía?, pues me sentaba en la silla de la cocina,
me ponía el mantel de la mesa sujetado al cuello y con las tijeras de cortar el pescado lanzaba tijeretazos sobre mi cabeza comentando en
ger un sobre que había en el recibidor. Cuando salió por la puerta, no
era de tamaño medio y tenía escrito en tinta azul “viaje al Escorial”. Dentro había un billete de diez mil pesetas.
Al cabo de un rato mi abuela regresó, y lo primero que hizo fue
todo momento lo moderno que iba a quedar. Que pareciera un quin-
preguntarme si había venido su amiga.
aseguro que era peor algún corte que se llevaron mis orejas y de los
la previendo el huracán que se me avecinaba.
qui con el pelo lleno de escalones podía suponer un problema pero te
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que tenía que hacer responsable al gato.
—Sí, pero no le he podido dar el sobre —le contesté a mi abue-
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
—¿Por qué no?
apariencia un poco pintoresca.
—¿Que has roto el billete que había, pero cómo se te ocurre,
bre me llevó hasta el piso de arriba en donde sobresalía una cámara
—Porque lo que había dentro lo he roto y tirado a la basura.
estás loco? —gritó enfurecida mi abuela, mientras yo me preparaba para salir escopetado.
—Como vi que el billete tenía la foto de un rey pensé que no
valía para nada y por eso lo rompí.
Aunque la respuesta dejó desconcertada a mi abuela no me
libré del castigo. Nunca supe si realmente me creyó. De lo que estoy
seguro es que ese día ella fue consciente de que perdí la inocencia demasiado pronto.
La fotografía Eran las diez de la noche, empezaba a helar y llevaba un buen
rato perdido intentando buscar una tienda en donde pudiera hacer-
me unas fotos para mañana.
Sin saber cómo, llegué hasta una callejuela estrecha con la sen-
sación de que no era un sitio muy alegre. Así lo sentí al ver la suciedad del suelo, las paredes llenas de grafitis y los pocos vecinos que
que, por la cantidad de polvo y telarañas acumuladas, daba la sensación de no ser muy nueva. Tras disparar, esperé unos minutos hasta que se revelaron las imágenes. Cuando terminó de hacer el trabajo, el
hombre se acercó al mostrador y rompió el silencio que había dominado todo este tiempo.
—¿Va a ir dentro de poco a alguna playa?
Lo inesperado de la pregunta me dejó un rato en silencio, tardé
unos segundos en decirle que no.
—Mucho mejor, créame —dijo con el rostro serio mientras me
daba un sobre con las fotos.
Yo por supuesto no entendía nada, pero tampoco tenía ganas
de averiguarlo, la sensación en ese sitio era peculiar, no sé por qué pero no estaba muy cómodo, así que pagué la tarifa y salí con premura.
Ya en la calle, alejado unos cuantos metros de la tienda quise
comprobar cómo de bien o de mal había salido
Lo que vi en esas instantáneas era muy raro.
Aparecía con el rostro hinchado y de un tono azulado muy
había. Pero una mueca de júbilo me vino al leer el cartel de un local
poco natural. Los labios los tenía blancos y en los ojos no había brillo,
Entré sin demora y tras el mostrador apareció el que se su-
Me dirigí a la tienda para preguntar que broma era ésta, pero
que había al final de la calle: “Fotografías Leandro”.
eran totalmente opacos.
ponía era el dueño del negocio. Era un hombre alto y delgado, con
el local ya estaba cerrado.
ojeras muy marcadas. Vestía con ropa sencilla: jersey de cuello alto y
inquietud. Volvería al día siguiente a primera hora.
lo llevaba muy largo, casi podía hacerse una coleta lo que le daría una
seguía cerrado. Tenía prisa y quería solucionar esto cuanto antes así
aspecto de ser mayor dado el poco pelo canoso que le quedaba y unas pantalones de pana. Llevaba unas gafas de gruesos cristales y su pelo
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Le saludé y le hice saber mi interés por hacerme fotos. El hom-
No tuve más remedio que volver a casa con cierta sensación de Eran las nueve de la mañana y, cuando llegué, el local todavía
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Relatos
Palabras y alzar el vuelo
que decidí preguntar a un hombre que andaba con un bastón a pocos metros.
—¡Oiga!, ¿sabe a qué hora abre el local? -—Llegas tarde veinte años, joven. —¿Cómo dice?
—Pues que va a ser muy difícil que esté abierto cuando este
local lleva cerrado desde 1997.
—No puede ser, eso es imposible, yo ayer estuve aquí.
recibida. Sabía que lo que había escuchado no tenía sentido y quería buscarle una explicación. Cómo entender que ayer hablé con un
desaparecido que me hizo una foto en donde se me veía ahogado. En ese momento un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al recordar el
viaje que tenía programado para dentro de una semana. Junto con
un amigo teníamos pensado ir a las lagunas de la sierra para hacer submarinismo.
—Pues ya me dirás cómo y quién le pudo atender, porque
Leandro lleva sin aparecer por este barrio muchos años. —¿Leandro, el dueño del local?
—Eso es, por aquí era muy conocido hasta que le pasó lo que
le pasó.
—¿El qué?
—Lo último que sé es que tuvieron que ingresarle en un centro
psiquiátrico, después de eso nadie jamás lo ha visto por aquí.
—Esto….de verdad que no lo entiendo, ¿el señor Leandro era
un hombre alto y delgado y con unas gafas muy gruesas? —el vecino afirmó sin paliativos con la cabeza. Ya entrado en esta espiral sin sentido, decidí preguntarle por qué le habían encerrado.
—Rumores, cosas que se dicen y que no son muy agradables,
créame.
—Perdone que insista, pero me gustaría saber la razón.
—Se comenta que este hombre predecía la muerte, solía asus-
tar a la gente diciendo que sabía cuándo y cómo iban a morir. Como le he dicho, no son más que habladurías sin fundamento. Don Leandro solo era un pobre desgraciado víctima de su soledad.
Me fui sin despedirme y con la mirada muy perdida. Busqué
una zona para acomodarme y poner orden a toda la información 196
197
Tuitealando
Palabras y alzar el vuelo
@mariperygar Si el cine es la imagen en movimiento escribir es el baile de las
palabras.
Cantaba en la ducha, cantaba en el spa, escribía en la cama y
en sueños lo recitaba.
¿Será coincidencia q #paciencia y #conciencia contengan la pa-
labra #ciencia?
¿Que pasa cuándo te encuentras un imperdible? Érase una vez una microbióloga que escribe un microcuento
sobre un virus que ama a una bacteria y la salva.
@margagleza Escribir, porque una vida no es suficiente. Apunto, disparo y la flecha se clava en un universo, en un mo-
mento, en un corazón... y ya está, otro cuento ha nacido.
Su desgracia me obligó, por un momento, a asomarme al abis-
mo, pero en cuanto pude, cerré el telón y continué bailando.
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Tuitealando
@BarriEscribe El niño disparó el arma y su inocencia cayó al suelo de manera
fulminante.
"Voy a ponerte el termómetro vía rectal, la temperatura será
más precisa". "Precisamente ahora me siento mejor”.
@ritas70 Quería volar, por eso escribió su historia. Esperó a que llegará el día y, cuando amaneció, decidió que
debía esperar a que llegará la noche.
Érase una vez una historia sin final. Érase un final sin historia.
Se encontraron. No era ni su historia ni su final.
Soñó con escribir, despertó y escribió sus sueños. Cenicienta había perdido su móvil en el baile. Eso hizo posible
que el príncipe la encontrará. !Oh, nooo!
No concebía su vida sin ella. Todos los dias al llegar la noche se
despedían y ella desaparecía. Le llamaban Sombra.
Se metió tanto en la lectura que quedó atrapado entre palabras.
Palabras y alzar el vuelo
Esperó y esperó y esperó a su musa. No llegó. Llevaba con él
toda la vida y no la sintió.
Caperucita se entretuvo en twitter. Su abuela enfadada jugaba
al candy crash y el lobo aburrido buscó otro cuento.
Nació con prisas, vivió sin sobresaltos y murió de aburrimiento. Soñaba con un mundo mejor. Así que nunca despertó. La playa era el mejor lugar para sus vacaciones. Lo preparó
todo. Para su novia la montaña mejor. Cambió de novia.
Cada día escuchaba que era una especie en peligro d extinción.
Llovió, salió el sol repitieron elecciones y allí seguía.
La tierra tembló y su mundo desapareció entre los escombros.
Con cuarenta años podía por fin comenzar una nueva vida.
Se encontró luchando con molinos q digo molinos, con gigan-
tes. Decidió callarse. Nadie le creería.
Cambio su yelmo por un móvil, su armadura por un perfil en
twitter y fue a Sol un 15M a luchar contra gigantes.
Estuvimos muy cerca de querernos pero la vida sólo nos dio
tiempo para reconocernos.
Cuando le buscaron, encontraron un libro sobre la mesa. 202
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Tuitealando
@chus_pando Leer un buen libro es como ir a un gimnasio de palabras. Ejer-
citas tu mente. Te pones fibroso de grandes ideas.
Se puso sus mejores calcetines de melancolía. Y se alejó cami-
nando. Y se sintió triste pero vivo. Y le gustaba.
Albañiles de sueños. Surfistas de melancolía. ¿No son un mis-
mo oficio?
Se pasó toda su vida pensando en escribir el libro perfecto. Y al
final nunca escribió nada.
La chica rubia le dijo: mañana te llamo. Lleva más de 30 años
esperando esa llamada.
Hasta que se pusieron a hablar de política. Imagínate a Romeo y Julieta en el siglo XXI. Se pasarían el día
mandándose wasaps.
Pagó 35 Euros por un palo selfie. El marketing había vencido
al sentido común.
Toda su vida trabajando las tierras, doblando el espinazo. Al
final parecía un signo de interrogación.
El la dijo que la quería. Ella le dijo que le quería. Cada mentira
anulaba la del otro.
En el día mundial del vegano, se comió una enorme hambur-
guesa de cerdo de tres pisos. Le gustaba llevar la contraria.
A veces los recuerdos te acarician. Y a veces te muerden.
Sus cuentos eran como sus hijos. Los quería a todos mucho.
Primero desaparecieron los dinosaurios, luego las cabinas tele-
Ponía en la consulta del pediatra: Un beso lo cura todo.
fónicas, y al final los videoclub Blockbuster
Una vez conocí a un tipo al que le gustaba cagar en agujeros.
Pues bien, lo que a mi me gusta es leer en pijama :-).
Las personas detestan las ratas pero adoran a Mickey Mouse.
El mundo se ha vuelto loco.
Se conocieron en el vagón del tren y se hicieron muy amigos. 204
Palabras y alzar el vuelo
Ojalá. Ojalá.
Un niño de 4 años me dijo: mi padre está en El infierno. El
Infierno era su bar favorito en Malasaña, Madrid.
Unos son ricos en dinero. Otros,ricos en tiempo. Y luego están
los que por desgracia son pobres en todas las formas.
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Tuitealando
Primero echó de menos su infancia, después el instituto, y fi-
nalmente la soltería. Era un nostálgico crónico.
Los zapatos que un niño disfruta, otro niño los cose. Ya lo decía
mi abuela: la risa va por barrios.
Mi "amigo" Rachida Mousaoui me envía un email para donar-
me 2 millones de Dólares. La era de la picaresca digital. Los dos se miran.
—Tienes novia?
—No.Y tú? Novio?
—No.—hace una pausa— Lo que tengo es novia. Por qué po-
nes esa cara?
Cada trago a la botella de ginebra era una oda al olvido. En el momento del parto, justo al nacer, el médico le rompió la
clavícula. Bienvenida al mundo, Amélie.
Solo soy un tachón de lo que una vez fui. Voy a desinformarme un poco, pensó. Y encendió la televisión. Empiezan a salirte pelos en la nariz y las orejas. Eso es que
pasas de los treinta.
Los caballitos de mar de mi alma se ponen tristes por la noche.
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Palabras y alzar el vuelo
@jmgaver Vino, vio y venció. Pero, por si acaso, no lo volvió a intentar. Tanto fue el cántaro a la fuente, que acabaron por discutir.
Cada día y sobre cualquier cosa.
¡Agua!, pidió un ciego a las puertas de palacio. Y, desde enton-
ces, no ha parado de llover.
Doce uvas en el cuenco de su mano, un deseo. La mira sin de-
cir nada. Ella abre la ventana. Suena la última campanada.
De tres hermanos: uno cayó a un pozo, otro lo hizo desde un
quinto y el último calculó la herencia.
Por ella, él perdió los papeles. Ella, en cambio, siempre supo
que estaban bajo las sábanas de una falsa infidelidad.
Con cinco años comencé a caer, y aún continuo cayendo. Nun-
ca llegaré al fondo de las cosas.
Érase una vez un final después del que, colorín, colorado, las
perdices volaron.
Si hapruevo, papá i mamá i los avuelos me an prometido de
que me ban a comprarme un cavayo.
Siempre se metía donde no debía, para salir, minutos después, 207
Tuitealando
en número rojos. Miguel espera en la cama el cuento de cada noche. Me duelen
los tobillos, le cuenta María. Y apagan la luz.
Mientras viva, aquí se hará lo que yo diga —Arial negrita, doce
puntos y justificado a la derecha— rezaba su epitafio.
Felipe acariaba la tripa de mamá. Palpaba su ombligo cuando
le dio por escarbar. Nueve meses después, volvió a nacer.
Papá llegó ebrio a casa. Mamá agotó la botella de anís. Mi tata
apuró el vigésimo coñac. ¿Qué va a ser de mí, ¡Hip!?
Eva contempla los ojos verde mar de Práxedes. Sobre un plati-
to gris de loza., los nervios ópticos como culebras.
Marisol adora las noches de luna llena. Mariluz camina siem-
pre entre sombras. Y Marimar jamás ha pisado la playa.
Cada tarde de su vida, Maite tomó café bien cargado, Maripaz
combatió en cien guerras. Y Marifé dejó de creer en dios.
Maricruz nomás trazó líneas paralelas. Mariajo desprendía
cierto aroma a cebollas. Y Mariví fue incapaz de verlo todo.
Estacionó el coche y el policía le multó. Se enamoró del policía
y éste abandonó el cuerpo. Una urna conserva su alma.
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Palabras y alzar el vuelo
Mi abuela comía ojos de merluza para cuidar su vista. Ansiosa
de amor, mamá estofaba corazón de buey, día sí y día no.
Decidió escribir todo sobre sus últimos instantes. Así, la tinta
de su bolígrafo se agotó a la par que su propia vida.
Jesús preguntó a su padre cuánto quedaba para llegar. Y, aun
con su Omnisciencia y Omnipresencia, no supo contestarle.
María estaba en el portal de Belén. Del buzón sin rótulos, retiró
el juego de llaves del cuarto oscuro de la limpieza.
José arrea al asno que carga con su mujer preñada. Ella sujeta
el teclado portátil. Les escolta su cabra equilibrista.
Amaratto superó el Guinness: dos semanas, tres días y cinco
horas intentando comerse el codo antes de morir de hambre.
Con cada salto de comba, Marta se hundía unos centímetros
más en el lodazal. Hasta que dejamos de oírla pedir socorro.
Voceó al micrófono los detalles de cada microfotografía a color
ignorando que todo sería registrado en una microcinta.
Los microcosmos se gobiernan con microenonomías basadas
en microcréditos a fin de generar microespacios del bienestar.
Escribió un microrrelato sobre un microondas cuyos microcir-
cuitos producían microorganismos entre sus microfilamentos.
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Tuitealando
El microcirujano realizó un microsurco a la cabeza del paciente
micronesio y le implantó un microchip del crecimiento.
Un niño microcéfalo subió al microbús con un microbio invisi-
ble al microscopio, Creó un microclima ideal de la muerte.
Solo tu eres capaz de originar un microvoltio de amor, y cobi-
jarte en un microespacio de mi microestructrura cardíaca.
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Lapidarias
Palabras y alzar el vuelo
Curar una herida, colocando una palabra como una pequeña
mirada.
La memoria como único equipaje. Olvidando pasados y yo sin nada que contar. Mirar, mirar, mirar y ver; después... seguir mirando. Un hábito
y otro hábito....
Somos poseedores de nuestros sentimientos y tenemos que es-
tar orgullosos de ellos. Hay personas que no tienen.
La casualidad, el azar es el componente básico de la existencia
humana.
Escribir para pensar el mundo. Persiguiendo mi sombra con palabras. Quisiera perderme en las páginas de un libro y refugiarme en-
tre sus párrafos y renglones.
Palabras como llaves a cerraduras ocultas. La escritura, un gran invento que entretiene y anima.
mas.
Tiempo. Cuídalo, hazlo tuyo. Él repara tus heridas y tus lágri-
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Lapidarias
Palabras y alzar el vuelo
El tiempo todo pone y a todos pone en su sitio
Tus palabras serán mis ojos, !así que cuéntamelo bien!
La Literatura no es una ciencia.
Leer para educar la mirada.
Solo hay un hoy. Ni el ayer ni el mañana existen.
Las palabras a veces duelen, igual que su ausencia.
La cometa voladora se enredó con el viento y ya no volvió.
No podemos ser dioses más que cuando escribimos.
Leer no es matar el tiempo sino fecundarlo. Escribe solo aquél que tiene cosas que contar.
otra.
Escribir es ritmo. El ritmo de una maquinaria en la que una
Los libros son abejas que llevan el polen de una inteligencia a
aguja se mueve en cada momento, otras agujas están estáticas.
No olvides nunca que sabes leer y escribir gracias a los maes-
maestro y alumno; a veces, te toca enseñar, todos los días te toca
tros, no a los futbolistas.
La vida es un camino a largo plazo en la que tú, a veces, eres
aprender.
Entre cuatro cristales y anticipan la niebla.
La ilusión es el condimento necesario para la vida.
Escribir es práctica, práctica, práctica.
Hoy mi imaginación yace muerta a mi lado.
Escribir es como un tela: está compuesta de hilos, entrelaza-
Las palabras bailan entre verdades y mentiras.
dos, combinando colores, elección de tejidos, etc. La escritura es hábito.
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Las cosas pueden cambiar mucho de un día para otro; por
ejemplo, ayer se escribe sin h y, en cambio, hoy se escribe con ella.
Abro la ventana y entra la vida.
Escribiendo para volar.
¿Por qué nos salen historias tan tristes?
Jugar al escondite entre frases puede antojarse peligroso.
En la confusa orilla del sueño. 217
Lapidarias
Palabras y alzar el vuelo
No es un papel en blanco, es un universo infinito de posibili-
dades.
Acuérdate, siempre tiene que pasar algo.
El dinero no me hace feliz, me hace falta. ¿Por qué pese a la fuerza de las palabras se siguen usando las
armas?
Si las palabras se las lleva el viento, escríbelas.
Sin emoción no hay nada.
Verdades, mentiras y otras palabras escritas.
Lo importante de las primaveras son las esperas.
Entras en mis pensamientos sin que te invite. Mejor un vuelo movido que un aterrizaje a tu vera. La Literatura me da vida, y la vida me mata. La oscuridad solo se debate desde la ausencia. Guiones, puntos comillas... los tabiques de la casa. Sin conflicto no hay historia. Para escribir, el escritor tiene que se un humanista, para ser
humanista, tienes que poner al hombre es un pedestal.
Si una historia no nos crea una inquietud, una impaciencia, un
desasosiego... es un anuncio.
Palabras cerrando heridas, bolígrafos acuchillando cicatrices.
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Índice de Títulos
Índice de Titulos Jesús Pando El Rey barbudo............................................................................................................. 25 La niña sin zapatos....................................................................................................... 25 El poeta pizzero............................................................................................................ 27 Cuatro millones de amigos en Facebook...................................................................... 28 La tristeza tatuada....................................................................................................... 29 Hermanas.................................................................................................................... 30 Candy de noche........................................................................................................... 31 El tenedor mágico........................................................................................................ 32 La gasolina en reserva................................................................................................. 33 Resaca......................................................................................................................... 35 El ecuatoriano.............................................................................................................. 36 La espalda encorvada.................................................................................................. 38 Póker........................................................................................................................... 38 Mi preciosa ardilla........................................................................................................ 40 Cuando los días pesan.................................................................................................. 42 El dibujante de Seattle................................................................................................. 43 El último golpe de Goku............................................................................................... 46 Caja de felicidad........................................................................................................... 47 Bloqueo creativo.......................................................................................................... 48
Carolina Barriocanal El inmigrante............................................................................................................... 55 Oscuridad..................................................................................................................... 55 Planchazo de amor...................................................................................................... 56
Recuerdos espumosos.................................................................................................. 57
Aquella mujer............................................................................................................ 108
Impresión equivocada.................................................................................................. 58
Despertar................................................................................................................... 110
Aferrado al sueño......................................................................................................... 59
Una noche más.......................................................................................................... 111
Un viento lejano........................................................................................................... 60
Él y ella...................................................................................................................... 113
Amarga recompensa.................................................................................................... 62
Mañana, más............................................................................................................. 116
Un cigarro, por favor.................................................................................................... 63
Ida y vuelta................................................................................................................ 118
La encomienda............................................................................................................ 65
Operación.................................................................................................................. 123
Cosa de primos............................................................................................................. 67
Todo es perfecto......................................................................................................... 124
La herida...................................................................................................................... 70
Juliana Antón
Mimada y caprichosa................................................................................................. 125 Su nombre................................................................................................................. 126
Ataduras...................................................................................................................... 77
Mis padres................................................................................................................. 127
Un remedio pringoso................................................................................................... 78
Cuestión de magia..................................................................................................... 129
Tú sí que vales.............................................................................................................. 80 Adaptadas................................................................................................................... 83
Sol de mayo............................................................................................................... 132
Marga González
Un croquis hecho a mano............................................................................................. 85
Diario de un árbol de provincias................................................................................. 139
No es una cualquiera.................................................................................................... 89
A contraluz................................................................................................................. 140
Acertada borrachera.................................................................................................... 91
A vuelto de correos.................................................................................................... 140
Un cuadro hecho a medida.......................................................................................... 92
Un mal día................................................................................................................. 141
Una buena jugada....................................................................................................... 94
El hombre de mi vida................................................................................................. 142
Prótesis........................................................................................................................ 95
Las cosas claras.......................................................................................................... 143
Sólo consiguió una parte............................................................................................. 96
Extraños en un tren.................................................................................................... 144
Sin comentarios........................................................................................................... 98
Prebostes ante el juez................................................................................................ 145
Imaginaciones............................................................................................................. 99
Sobremesa................................................................................................................. 146
Juegos sin colores...................................................................................................... 100
Vocaciones tempranas............................................................................................... 147
Pilar Tovar La partida.................................................................................................................. 107
“El palomas”.............................................................................................................. 148 ¿A qué huele la primavera?........................................................................................ 149
Oro parece.................................................................................................................. 151
Sonia González Sobreviviré................................................................................................................. 157 Recuerdos.................................................................................................................. 158 La mandarina............................................................................................................. 160 Un cigarrillo más........................................................................................................ 162 La ola......................................................................................................................... 165 Sim sala bim.............................................................................................................. 168 El marido fiel.............................................................................................................. 170 En blanco................................................................................................................... 170
Javier Estefanía Menú económico....................................................................................................... 177 Máscaras.................................................................................................................... 177 Rutina semanal.......................................................................................................... 178 La vecina.................................................................................................................... 179 El viaje....................................................................................................................... 181 Osos de Malasia......................................................................................................... 185 El tesoro..................................................................................................................... 186 Amapolas................................................................................................................... 187 Alma gemela............................................................................................................. 190 Discusión de familia................................................................................................... 190 Los Reyes................................................................................................................... 192 La fotografía.............................................................................................................. 194