(NO HACER) + (HACER): un binomio contra la corrupción

(NO HACER) + (HACER): un binomio contra la corrupción ÍNDICE: Resumen (p. 1). I. El campesino y la mula (p. 2). II. Los jóvenes y la corrupción (p. 3)

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(NO HACER) + (HACER): un binomio contra la corrupción ÍNDICE: Resumen (p. 1). I. El campesino y la mula (p. 2). II. Los jóvenes y la corrupción (p. 3). III. (No Hacer)+(Hacer): un binomio contra la corrupción (p. 6). A. Definiendo capacidades. B. No hacer. C. Hacer. D. Sinergia. IV. Conclusiones (p. 11). V. Fuentes consultadas (p. 12).

Resumen ¿Es posible emprender acciones contra la corrupción? ¿Cuál es el papel de los jóvenes profesionales en esa tarea? El presente ensayo busca compartir una idea que, de acuerdo al contexto, las necesidades y las posibilidades de quienes la lleven adelante, puede adaptarse y ser una herramienta efectiva en la lucha contra la corrupción. Esta idea, resumida en el concepto de binomio, rescata la doble dimensión que debería guiar nuestra lucha contra la corrupción: el no hacer sumado al hacer; el abstenerse de fomentar la corrupción, por un lado, y el comprometerse con acciones para revertirla, por el otro. El no hacer que pongo en práctica a diario se resume en acciones concretas que aplico en mi ámbito laboral. Mi hacer, por otro lado, comenzó cuando dicté un Seminario sobre Comunicación Empresarial en una empresa automotriz. Mi experiencia personal vinculada a la puesta en práctica del binomio que propongo aún no acaba; esta tarea comenzó por identificar, junto a otros jóvenes, una oportunidad concreta de luchar contra la corrupción, más allá de nuestra edad, nuestros recursos o nuestro poder en la sociedad. Compartiendo esta idea y mi experiencia, es para mí soñar con la ilusión de que otros jóvenes profesionales puedan aplicarla en sus comunidades y sus ámbitos laborales, y puedan, además, comprometerse a luchar contra un flagelo que daña y destruye vidas, malogra sanas ambiciones y desdibuja la esperanza de un futuro mejor.

I. El campesino y la mula A la edad de ocho años recibí para mi cumpleaños un libro de fábulas. Lo admito: no me pareció un buen regalo. Hubiera preferido alguna muñeca o un juego de mesa, porque si bien es cierto que me gustaba leer, tanto por aquella época como hoy, hace casi quince años atrás rara vez comprendía las moralejas y tenía dificultades para entender algunas palabras. No obstante, conservé el libro y me “reencontré” con él hace algunos meses atrás. Mientras organizábamos una mudanza de casa, comencé a embalar los libros… y allí estaba el libro de fábulas. Lo desempolvé, lo hojeé y me encontré con la fábula con la que deseo comenzar este ensayo: la fábula del campesino y la mula. Cuenta la historia que una mula cayó en un pozo muy profundo. El animal berreaba y lloriqueaba; entonces su dueño, un campesino sin recursos, intentó rescatarla durante largas horas. Dado que no poseía las herramientas necesarias para asistirla, terminó por resignarse a la idea de que el pozo estaba seco y que la mula, finalmente, moriría. A pesar de su tristeza, comprendió que era necesario rellenar el pozo para evitar futuras desgracias; entonces llamó a sus vecinos para que lo ayudaran a taparlo… con el animal adentro. Una vez que todos estuvieron alrededor del pozo, tomaron una pala cada uno y comenzaron a arrojar tierra adentro del hueco. La mula advirtió que sería enterrada viva por lo cual comenzó a emitir unos rebuznos que partían el alma. Pero luego de un tiempo, el animal se aquietó. Parecía resignado. Fue entonces cuando el campesino, pensando que la mula había muerto, se acercó para espiar el fondo del pozo. Fue grande su sorpresa al descubrir algo que difícilmente habría imaginado. La mula, cada vez que recibía una palada de tierra, sacudía su lomo con fuerza y pisoteaba la tierra que iba cayendo a ambos lados de ella. Esto le permitió, finalmente, llegar a la boca del hueco y huir trotando a campo traviesa. La moraleja –reza el libro– es la siguiente: hay que sacudirse del lomo las adversidades de la vida, y usarlas como “escalones” para trepar. Ésta me pareció una excelente moraleja, pero pensé que la fábula podría tener también otro significado para ilustrar lo que sucede con la corrupción: queremos enterrarla, y pareciera que lo estamos haciendo, pero justo cuando creemos estar ganando la batalla, la corrupción cobra una fuerza insospechada y “huye a campo traviesa”.

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II. Los jóvenes y la corrupción Recuerdo de mis clases de Ética política, en la Facultad, que fue Aristóteles el primero que utilizó el término corrupción, y lo hizo para referirse a las formas de gobierno ideales y su degeneración en formas no ideales, corruptas. En Roma, posteriormente, se empleaba el término para referir el relajamiento de las normas y costumbres. Hoy, lejos de tener un carácter universal, existen múltiples definiciones de corrupción, pero todas determinan como elementos comunes de las diferentes formas de corrupción: - El intercambio: la corrupción es posible entre dos o más personas que intercambian un beneficio; - La violación de las normas: la corrupción es un comportamiento inmoral que va contra normas legales y valores morales; - El abuso del poder: los agentes corruptos utilizan su posición de dominio y autoridad para su propio beneficio; - La ausencia de víctimas directas: en un acto corrupto pueden ganar todos los que participan. Las víctimas son las que están fuera de esa relación corrupta; - El secretismo: los agentes corruptos conforman una comunidad íntima, oculta y cerrada en la que acuerdan, de forma secreta, sus objetivos, ventajas ilegales y las relaciones de intercambio1. A todos esos elementos desearía sumar una interesante apreciación de Ernesto Garzón Valdés, un teórico argentino que señaló que la corrupción es la punta de un iceberg que resalta un problema mucho más profundo: el de la sustitución del ideal de la cooperación por formas de competencia desleal y por la imposición de influencias2. Para una joven que vive en Argentina, como es mi caso, convivir con la corrupción, con la destrucción de la integridad de las cosas, no es producto de una reflexión teórica: es una experiencia, de alguna manera, cotidiana. Y si no nos toca experimentarla directamente, nos toca vivirla indirectamente como ciudadanos, trabajadores o estudiantes. Y créanme: es desgastante o, yo diría, desmoralizante. Al 1 ARGANDOÑA, Antonio; MOREL BERENDSON, Ricardo. La lucha contra la corrupción: una perspectiva empresarial. Cuadernos de la Cátedra “La Caixa” de Responsabilidad Social de la Empresa y Gobierno Corporativo. IESE Business School, Universidad de Navarra, N° 4, julio de 2009, p. 8 En http://www.iese.edu/es/files/Cuaderno%20N%C2%BA4%20Final_tcm5-35716.pdf 2 GARZÓN VALDÉS, Ernesto. Acerca del concepto de corrupción. Madrid, Claves de Razón Práctica, N° 56, octubre de 1995, p. 35.

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final del día, uno se termina “acostumbrando” a que las cosas funcionen de un modo incorrecto, y con el paso de los años terminamos por “anestesiarnos” ante los hechos corruptos. Ya no nos sorprende que alguien pague con un billete falso, o que evite pagar una multa por “coimear” a la Policía. Por triste que parezca, estamos demasiado “acostumbrados”. En esta “naturalización” de las prácticas corruptas, lo primero que llegamos a admitir es la corrupción política. Muchos argentinos, refiriéndose a los políticos, emplean una frase de uso cotidiano y totalmente asumida: “Y bueno, roban… ¡pero hacen!”. Es decir: puedo robar del erario público, ¡y mucho!, pero si a lo largo de mi gestión de gobierno he inaugurado puentes, viviendas sociales y centros de promoción familiar, estoy perdonado. Este “roban… pero hacen”, en realidad, es un indicio de un fenómeno más importante, complejo y preocupante, que no se relaciona solamente con la corrupción política sino con la “complicidad” de todos en torno a una política de la corrupción. La corrupción, de este modo, no sólo es socialmente aceptada sino que se transforma en una “nueva” manera de hacer las cosas, y esta nueva manera de hacer las cosas se aplica a la política, a la educación, a nuestra vida cotidiana, a la economía, a la empresa y a los negocios. Inmersos en esta “política de la corrupción” –que llega a formar una cultura social corrupta–, los jóvenes somos víctimas directas por varias razones. Analicemos lo que sigue cuidadosamente. Supongamos que, teniendo suerte y viento a favor, un joven profesional consiga empleo e ingrese a trabajar –en promedio– a los 22 o 23 años. A esa edad nos interesa ganar cierta independencia económica, poner en prácticas nuestros conocimientos e impresionar a nuestro jefe para ganar su confianza y demostrarle que somos competentes. A todas luces, estas ambiciones son sanas y legítimas, pero en entornos corruptos, son vulnerables flancos a explotar por los corruptores con más poder que nosotros. Si partimos del hecho de que, para llevar adelante un acto corrupto, son necesarias más de dos personas, en estos entornos empresariales (o políticos), los jóvenes pasamos a ser ingenuos cómplices de hechos corruptos. Si quien nos pide participar de un hecho corrupto es nuestro jefe o nuestro superior, podemos decirle que no, pero entonces corremos el riesgo de que nos despida, y ese es un lujo que, jóvenes que necesitan del dinero para poder vivir, no pueden darse. Y si aceptáramos participar, de alguna manera, habremos vendido nuestra alma, porque somos cómplices involuntarios de una práctica deleznable y

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porque estaremos invalidados para denunciarla. Y por último, si ya hemos participado de un hecho corrupto, nuestro jefe termina asumiendo que estamos “de acuerdo” con ese tipo de prácticas… y si hemos sido cómplices una vez… ¿por qué no dos, tres o muchas veces más? Explotar las necesidades de los jóvenes para transformarlos en cómplices de prácticas corruptas es arrastrarlos al desencanto y al nihilismo, y es echar por tierra la esperanza de una reconstrucción ética y moral de las sociedades, sus gobiernos y empresas. Ante este panorama, ¿qué nos queda a los jóvenes? ¿Podemos emprender algún tipo de acción colectiva que nos permita “enterrar a la mula” de la fábula? En mi ciudad, en el año 2000, el poder legislativo pone en marcha un Programa Democrático denominado Concejo Deliberante Estudiantil. En él participan, durante el período de un año, estudiantes de todas las escuelas secundarias de la ciudad, los cuales son elegidos por el voto de sus compañeros. En el 2003 resulté electa. Cuando comencé a participar, junto a otros estudiantes secundarios, decidí integrar la Comisión de Presupuestos y Acuerdos porque, por aquel entonces, tenía la ilusión de saber en qué se gastaba el dinero de los contribuyentes; a qué partidas se destinaba más presupuesto; y a qué se le daba prioridad en la gestión gubernamental. Para sorpresa mía, no hubo ni una sola reunión de esa Comisión y, desde luego, no sólo no tuvimos acceso alguno al Presupuesto aprobado para el año 2003, sino que tampoco pudimos consultar a los Concejales y Tribunos de Cuentas que habían intervenido en su elaboración. De aquella experiencia aprendí que, en términos reales, los jóvenes no tenemos una cuota considerable de poder que nos permita actuar como “revisores” de las prácticas de nuestros representantes. En las empresas, de modo análogo, sucede lo mismo. Es el Directorio quien determina qué se hace, en qué se gasta, y en quién se gasta; a los empleados les queda la opción de ejecutar –o no– esas órdenes. Esta falta de poder real de los jóvenes para emprender prácticas anticorrupción podría desalentar a más de uno, pero debemos cambiar nuestra perspectiva y advertir con realismo que, allí donde hay un desafío, hay una oportunidad que espera ser descubierta para “empoderar”a los jóvenes. La que expongo a continuación es mi propuesta concreta.

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III. (No Hacer) + (Hacer): un binomio contra la corrupción Siempre que he escuchado hablar de “lucha contra la corrupción”, los siguientes conceptos han sido recurrentes: adoptar un código ético para hacer negocios o política; definir las responsabilidades en la aplicación de una ética anti-corrupta; adoptar

políticas

de

transparencia;

supervisar

y

controlar

las

prácticas

políticas/empresariales; monitorear los mecanismos anti-corrupción; aplicar medidas disciplinarias; fortalecer el poder judicial; aplicar sanciones más severas; etc. Sin embargo, como joven, no tengo el poder de aplicar ninguno de estos conceptos. A lo sumo, puedo adoptar un código ético personal para desempeñarme en mi vida laboral y cotidiana, pero los demás mecanismos, hoy por hoy, están fuera de mi alcance. ¿Significa que los jóvenes somos impotentes para luchar contra la corrupción? Más bien todo lo contrario, porque para luchar contra la corrupción hay que tener una gran dosis de “realismo idealista” (que, de hecho, la mayoría de los jóvenes la tenemos), y hay que definir formas de lucha en virtud de nuestras propias capacidades y necesidades. A continuación compartiré con el lector mi idea del binomio contra la corrupción: un binomio que puede adoptar diferentes formas y que puede adaptarse para ser puesto en práctica por el gobierno, directorios de empresas, jueces, magistrados… o simples jóvenes como yo.

A. Definiendo capacidades Un binomio, según lo define el diccionario, es una expresión algebraica compuesta de dos términos separados por un signo de suma o de resta. Mi concepción de binomio, ciertamente, no es algebraica, pero se inspira en esta idea de sumar dos términos para obtener un resultado positivo. Como reza el título del presente ensayo, los dos términos del binomio que propongo son no hacer y hacer, y el contenido de ambos términos estará definido en virtud de la capacidad del que pretende aplicar dicha fórmula. Veamos: si tengo 16 años, mi término “hacer” no supondrá trabajar para conferir más poder resolutorio al Poder Judicial de la Nación Argentina. No estará dentro de mis posibilidades hacerlo. No puedo hacerlo. Pero si, por el contrario, mi término “hacer” involucra la puesta en marcha de una campaña de concientización dentro de

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mi escuela sobre los perjuicios de la corrupción y la importancia de combatirla, pues entonces estaré trabajando, dentro de mis posibilidades, para luchar contra la corrupción. Definir ambos términos del binomio de manera realista es fundamental. El realismo exige, en la circunstancia del caso que nos ocupa, definir con sinceridad nuestro poder real de luchar contra la corrupción, porque si nos fijamos objetivos muy altos e inalcanzables, convertiremos nuestro entusiasmo en acciones frustradas, y nuestro compromiso en una desesperanza difícil de revertir. Siendo jóvenes profesionales, ¿cómo definir ambos términos de manera realista? No hay una sola respuesta correcta. El contenido de ambos términos variará de acuerdo a la cultura de nuestro país, a nuestras posibilidades, a nuestro compromiso en la lucha contra la corrupción, a nuestra imaginación, al financiamiento del que dispongamos, etc. La fuerza de este binomio, precisamente, reside en su adaptabilidad a diferentes actores y contextos. Pero en este ensayo quiero compartir con el lector el contenido que pensé para el término “no hacer” y “hacer” de mi “personal binomio” contra la corrupción.

B. No hacer Este primer término del binomio sería el término “preventivo”. Esto es: sin haber emprendido algún tipo de acción anti-corrupción, me preocupo por prevenirla, por no alentarla, reproducirla o alimentarla. Este componente es ideal para ser puesto en práctica en contextos empresariales y por jóvenes profesionales, precisamente por el hecho evidente que expuse con anterioridad: que los jóvenes suelen ser cómplices potenciales de los hechos corruptos. De este modo, este no hacer involucra según mi parecer: - Evitar la complicidad por acción: conocí el ejemplo de un joven profesional que había concluido sus estudios en Contabilidad. Por sus conocimientos técnicos, “maquilló” un balance de la Empresa para blanquear algunos fondos. Con 24 años, y apenas graduado, era ya un cómplice de la corrupción empresarial… y lo siguió siendo durante mucho tiempo más. - Evitar la complicidad por omisión: conocer la corrupción y no denunciarla es ser cómplice también. Me ha tocado experimentarlo en carne propia, y es difícil

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evaluar qué hacer. Pero siempre que los corruptores se aseguren nuestro silencio, estaremos siendo cómplices, aunque no lo queramos. - Ser honesto con los compañeros de trabajo y consigo mismo: encontrar justificativos para llevar adelante prácticas corruptas es engañar tanto a mis compañeros de trabajo como a mí mismo. Y si neutralizáramos la corrupción negando la responsabilidad del corruptor, el perjuicio que causa o el daño a una víctima, estaríamos siendo igualmente corruptos. - Rechazar los sobornos: una compañera de trabajo, con apenas algunos años más que yo, maneja diariamente el destino de cientos y miles de pesos. A menudo, y para favorecer la contratación de algún proveedor, le han sugerido obtener sobornos a cambio. Es tentador, sobre todo cuando los sueldos de los jóvenes profesionales son escasos y vienen con dos meses de retraso –como es mi caso–. Pero es, sin más ni más, una práctica corrupta, sin importar el argumento que encontremos para justificarla: rechazar estas sugerencias es una manera muy efectiva de no alentar la corrupción. - No compartir los beneficios que sabemos que se derivan de malversación de fondos: por más pequeño que sea el beneficio (una comida, por ejemplo), no nos corresponde aceptarlo si sabemos que fue pagado con dinero de otro o de todos. - Luchar contra el corrupto y no contra la corrupción en abstracto: hablar de corrupción, en abstracto, convierte el hecho venal en un “entelequia”. Definimos la corrupción, la medimos y la repudiamos… pero nunca la visualizamos ni advertimos su impacto en nuestra vida y la de los otros: no le ponemos rostro, nombre ni apellido. No identificar al agente corrupto es luchar contra una idea, es luchar contra los molinos de viento tal como lo hacía el Quijote de la Mancha. Saber que existe la mula en abstracto, no es lo mismo que verla operar, conocer sus fortalezas, debilidades y sus formas de “seducción”. Hacer de la lucha contra la corrupción una opción de vida es haberla vivido y sufrido, y haber elegido combatirla. A estas prácticas le podemos sumar muchas otras, pero son las que encuentro posibles de llevar adelante con mis 24 años y en mi contexto laboral. Son las que integran mi término no hacer en el binomio contra la corrupción, y las que quiero combinar con una idea que estamos delineando para poner en práctica y que comparto a continuación.

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C. Hacer En la Argentina, por ley, las empresas, al cerrar sus balances, pueden deducir impuestos en obras de caridad, en donaciones a Fundaciones y ONGs, en capacitación a sus empleados o gerentes, entre otras. En virtud de esta posibilidad, hace algunos meses, una empresa automotriz me convocó para dictar un Seminario de Capacitación sobre Comunicación Comercial a los empleados de una de sus concesionarias, y me invitaron también a recomendar a algún otro profesional para dar otro seminario sobre Marketing y Ventas. Después de pensar algunos días, recomendé a un compañero de Facultad, amigo personal y con gran talento para la Economía y las Ciencias Empresariales. Trabajamos decididamente en la elaboración del programa de dictado, definiendo cuidadosamente los temas a exponer, la bibliografía a consultar y la metodología de trabajo y exposición. Pero entonces caímos en la cuenta de que no estábamos incluyendo ningún punto relativo a la ética empresarial, o a la importancia de luchar contra la corrupción en las corporaciones. Fue entonces cuando decidimos incluir una unidad relativa a ese tema, demostrando cómo la corrupción altera la cultura organizacional, sus principios y valores morales; entorpece el desarrollo y crecimiento empresarial; pone en riesgo la vida misma de la compañía y compromete seriamente su reputación y buen nombre. El resultado obtenido, tras el dictado del Seminario, fue altamente positivo por cuanto repercutió en la cultura empresarial y en el “fuero íntimo” de muchos empleados. Sin lugar a dudas, nuestra contribución no combatió la corrupción empresarial definitivamente, pero constituyó un aporte concreto de dos jóvenes profesionales en virtud de sus posibilidades concretas y reales. No hace muchos días hablé nuevamente con mi compañero de Facultad y conversamos sobre la idea de crear un grupo de cinco o seis jóvenes profesionales para ofrecer, a grupos empresarios o pequeñas y medianas empresas, este tipo de capacitaciones. Todas ellas, desde luego, apuntarían a tratar temas relativos a la empresa y su funcionamiento (Ventas, Comunicación, Marketing, Economía, Gestión, etc.), pero a su vez, todas incluirían alguna referencia a la ética, a la responsabilidad empresarial y a la idea de que todo beneficio económico tiene una “hipoteca social” que debe ser justamente atendida.

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Si logramos poner en práctica esta idea –en la que estamos trabajando–, la misma no sólo se transformará en una fuente de empleo para nosotros, sino también en una acción concreta para contribuir al fortalecimiento de negocios y empresas éticamente responsables con el desarrollo de las sociedades. Tengamos éxito o no implementándola, deberemos atender a dos cuestiones fundamentales. La primera, la del financiamiento y la de la viabilidad del programa, cuestión en parte “resuelta” por la naturaleza del proyecto: se sustenta, como se ha mencionado, con impuestos que las empresas deducen para capacitar a su personal. La segunda, por su parte, es la de evaluar el real impacto de nuestra propuesta. En la fábula de la mula, los campesinos se concentraban mecánicamente en tirar paladas de tierra al pozo ciego. Ninguno se preocupó en mirar qué le sucedía al animal, de modo que cuando lo hicieron ya era demasiado tarde: la mula estaba al borde del pozo y preparada para salir corriendo, “saltando” de alegría. Esta simbólica idea nos arroja luz sobre la que debería ser nuestra actitud al luchar contra la corrupción. No se trata sólo de emprender acciones: se debe procurar la evaluación del impacto de las mismas, de llevar adelante un seguimiento y de analizar su eficacia. Este ingrediente, entonces, debe ser atendido con especial cuidado no sólo para evitar que el proyecto se convierta en una iniciativa inerme e inerte frente a la lucha contra la corrupción, sino para generar entusiasmo y nuevas esperanzas con los logros conquistados

D. Sinergia Puedo determinar el contenido de mi binomio, y puedo ponerlo en marcha sola. Tal como el campesino que quiere enterrar solo a su mula. Pero llegará un punto en que advertiré las limitaciones de mis acciones, de mi posibilidad de modificar la realidad, de mis ideas para hacerlo y de mi voluntad para seguir emprendiendo acciones de cambio. Será el momento, entonces, de llamar a otros campesinos. Muchos binomios tienen algo que se denomina “factor común”. El factor común del binomio que propongo contra la corrupción es la colectividad, porque depende de la sinergia y del trabajo en conjunto para generar un impacto positivo. En el caso de nuestro proyecto concreto, sin la suma de muchos todo sería en vano. Y aunque el esfuerzo simultáneo de muchos jóvenes no asegurará, por sí solo, “la muerte de la mula”, una acción, más otra acción, más otra acción, posibilitarán cambios reales y

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concretos en pos de un objetivo común que generarán, no lo dudo, algún tipo de impacto efectivo y positivo en la realidad. Estoy convencida que, después de haber emprendido una acción, por más pequeña que ésta sea, la realidad no permanecerá igual que antes. Puede que la mula haya salido corriendo a campo traviesa, pero seguramente, algo de tierra le habrá quedado en el lomo… Es mejor enfrentar las malas prácticas que mirar distraídos hacia otro lado. Es mejor comprometerse para revertir la realidad que no hacerlo. Y es siempre, infinitamente mejor, ser parte de la solución y no del problema.

IV. Conclusiones La lógica de la corrupción es una lógica ganar-perder: algunos pocos ganan mientras otros muchos pierden. La idea del binomio que propongo pretende reemplazar esa lógica por otra: la lógica ganar-ganar. Qué forma le daremos al binomio y qué contenido le asignaremos a sus términos, es algo que nosotros mismos tenemos que determinar de acuerdo a nuestras necesidades y capacidades. Lo importante es darle un contenido solidario y ponerlo en práctica. Cuando con mi compañero de Facultad identificamos un hecho concreto –el hecho de que en Argentina las empresas pueden deducir parte de sus impuestos para capacitar al personal–, nació una buena idea para aplicar. No tenemos la posibilidad de encarcelar a los empresarios más corruptos de mi país pero, como jóvenes profesionales, tenemos el poder de contribuir para que no se reproduzca la corrupción y tenemos la valiosa oportunidad de cimentar una cultura organizacional diferente en muchas empresas a partir de la enseñanza y la docencia. Con educación, podemos inocular al “contagiado de corrupción” y transformarlo en el “incubador” del remedio, y ése es un aporte concreto para expandir la cura a la misma velocidad que la enfermedad. Veamos: cuando la mula sale corriendo a campo traviesa, daña en su paso a cientos de personas que caminan por allí. Esas personas son nuestros amigos, nuestra familia, nuestra comunidad… o nosotros mismos. La forma que encontremos para atar a la mula, o para enterrarla, nunca será suficiente por sí sola, pero siempre será mejor que nada. Ya es hora de desmitificar esa idea de que “si soy joven y no tengo ni recursos, ni estudios, ni una gran cuota de poder, estoy incapacitado para emprender una acción contra el flagelo de la corrupción”.

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Yo sé que las prácticas corruptas en América Latina pueden diferir a las de África, Europa o Asia. Sé, además, que en algunos países la corrupción es tan enorme, dañina y pandémica, que la idea del binomio (no hacer)+(hacer) puede resultar inocua. ¿Cómo frenar, con una modesta práctica, un escándalo de corrupción como el de Enron? O ¿cómo prevenir que líderes gubernamentales acepten coimas y sobornos por parte de grupos mafiosos? En realidad, siempre que emprendamos un intento de solución vamos a poder modificar algunos aspectos de la realidad; nunca todos. Pero aun en entornos absolutamente corruptos, emprender una buena acción, emprender una buena acción bien hecha, es ser cómplice de la posibilidad real de mejorar las prácticas empresariales y la transparencia gubernamental, tanto en la esfera pública como privada. Soy joven, y sé lo que se siente: la mula es tan grande, poderosa y fuerte que nos desanima la sola idea de intentar sepultarla. Pero entonces pienso que es mejor construir antes que no hacerlo, y recuerdo unas hermosas palabras de la Madre Teresa de Calcuta: “lo que construyas con años de esfuerzo puede ser destruido de la noche a la mañana. Aun así, construye”.

V. Fuentes consultadas - ARGANDOÑA, Antonio; MOREL BERENDSON, Ricardo. La lucha contra la corrupción: una perspectiva empresarial. Cuadernos de la Cátedra “La Caixa” de Responsabilidad Social de la Empresa y Gobierno Corporativo. IESE Business School, Universidad de Navarra, N° 4, julio de 2009. Disponible online en http://www.iese.edu/es/files/Cuaderno%20N%C2%BA4%20Final_tcm5-35716.pdf - GARZÓN VALDÉS, Ernesto. Acerca del concepto de corrupción. Madrid, Claves de Razón Práctica, N° 56, octubre de 1995, pp. 26-38. - GONZÁLEZ LLACA, Edmundo. Corrupción. Patología colectiva. México, Instituto Nacional

de

Administración

Pública,

s/d.

Disponible

online

en

http://www.bibliojuridica.org/libros/libro.htm?l=1680 - KLIKSBERG, Bernardo. Más ética, más desarrollo. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 2004.

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