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CRITICÓN, 113, 2011, pp. 19-33.
«No las francesas armas...»: la huella clásica en un epitafio de Garcilaso
A n to n io R amajo C añ o Universidad de Salamanca
… me falta ya la lumbre / de la esperanza…
El soneto XVI de Garcilaso de la Vega, «Para la sepultura de don Hernando de Guzmán», no ha recibido gran atención por parte de los estudiosos1; sin embargo, en nuestra opinión, no carece de belleza. Mostrar sus valores estéticos y las hondas huellas clásicas que lo impregnan es el objetivo de este trabajo. Presentemos el texto al lector: No las francesas armas odïosas, en contra puestas del airado pecho, ni en los guardados muros con pertrecho los tiros y saetas ponzoñosas; no las escaramuzas peligrosas, ni aquel fiero rüido contrahecho d’aquel que para Júpiter fue hecho por manos de Vulcano artificiosas, pudieron, aunque más yo me ofrecía a los peligros de la dura guerra, quitar una hora sola de mi hado; mas infición de aire en solo un día me quitó al mundo y m’ha en ti sepultado, Parténope, tan lejos de mi tierra2.
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Para la colocación de este soneto en el poemario de Garcilaso, véase Cruz, 1988, pp. 66 y 69. Véanse Poesías castellanas completas, ed. de Rivers, 1972, p. 52 (esta edición nos sigue pareciendo excelente). También es excelente la de Morros, 1995, de cuyos comentarios nos beneficiamos. El texto del soneto carece de dificultades ecdóticas: véanse Rosso Gallo, 1990, p. 191, y Morros, 1995, p. 308. 2
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Garcilaso cultiva la poesía funeral en el soneto XXV («¡Oh hado secutivo en mis dolores»), en el que llora ante la sepultura de la amada; en su elegía primera, en la muerte de don Bernardino de Toledo; en la égloga primera, en los versos amebeos que entona Nemoroso a propósito de la muerte de la pastora Elisa (vv. 239-407); y en la égloga tercera, cuando las ninfas plañen la muerte de esa misma Elisa, que recibe el honor de un epitafio (vv. 225-248). Pero en todas las citadas piezas, el poeta, además de introducir elementos del planto, con su desgarro y desconsuelo, alivia la honda pena con varias consolationes3. Sin embargo, en el soneto que comentaremos, verdadero epitafio, Garcilaso anula todo elemento confortativo, expresando desnuda su tristeza4. Es justamente el poeta toledano quien introduce el epitafio en la poesía española. Contaba con precedentes en el mundo clásico, algunos de los cuales recibirán atención en el presente trabajo5. Garcilaso debió de componer este poema en 1532, en su visita a Nápoles, donde se encontraba la sepultura de su hermano don Hernando de Guzmán, cuya muerte acaeció en 1528, en esa misma ciudad6. No es sorprendente que en el poemario de Garcilaso figure un epitafio, pues, aunque mayoritariamente inclinado a la vena amorosa, el corpus se abre a otros temas, como ya sucedía con una ilustre serie de libros poéticos en la tradición literaria, y de diverso signo. Horacio7 incluye poemas de corte fúnebre en sus Odas: en I, 24 («Quis Desiderio sit pudor aut modus»), consuela a Virgilio por la muerte de Quintilio Varo; y en II, 9, la consolatio se dirige a C. Valgio Rufo, desolado por la muerte de su esclavo Mistes8. 3 En el soneto XXV el poeta sueña con el encuentro de la amada, después que «aquella eterna noche escura / me cierre aquestos ojos que te vieron, / dejándome con otros que te vean» (12-14). La consolatio en la elegía I es compleja. Podemos distinguir los siguientes elementos: 1) consolatio estoica: es preciso fortaleza, recomienda el poeta a su hermano don Fernando, por mantener el buen nombre que «has ganado entre la gente» (185), pues, de otro modo, se enflaquecería la virtud; y es que el varón fuerte, ante cualquier caso no se ha de mostrar «espantado y comovido» (201) —véase Ramajo 2006: pp. 82 y 593—; 2) diversos ejemplos de la antigüedad muestran cómo el dolor no ha de ser eterno —«No fue el troyano príncipe llorado / siempre del viejo padre dolorido» (214-215): ver Horacio, II, ix «… nec inpubem parentes / Troilon aut Phrygiae sorores / fleuere semper» (15-16: ‘y no siempre lloraron al adolescente Troilo sus padres y sus hermanas frigias’) ; 3) el difunto don Bernardino se encuentra «en la dulce región del alegría» (261); allí pisa el «immenso y cristalino cielo» (268), y, desde allí, «mira la tierra, el mar que la contiene, / todo lo cual por un pequeño punto / (…) tiene» (280-282) —véase Ramajo 2006, p. 55. Véase, para las fuentes de la elegía, Rico, 1991, pp. 280-286. Para la consolatio en la elegía I, vv. 394-407, véase Ramajo, 2008, p. 179. Para la consolatio de la égloga III, véase Ramajo, 2008, pp. 177-179. 4 Para un buen panorama sobre la elegía funeral en España, véase Camacho Guizado, 1969, que no se ocupa de nuestro soneto. 5 Véase el buen panorama de Alcina, 1993. Véase también Pascual Barea, 1993. 6 Don Fernando debió de nacer en tono a 1508. Véase, para la fecha propuesta para el soneto, Vaquero Serrano, 2002, p. 187. Véanse las palabras de Lapesa, 1985, p. 182, interesantes también para el estudio estilístico del soneto, no sólo para la cronología: «… la maestría y corte clásico del poema [s. xvi] inducen a colocarlo no en una época de tanteos e iniciación en los metros italianos, como sería 1528, sino cuando el poeta era dueño absoluto de su arte; esto es, entre los años 1533 y 1536, estando en Nápoles, donde reposaban los restos de su hermano». 7 Posteriormente, hablaremos de Catulo. 8 Para el influjo de Horacio en la poesía del siglo xvi español, véase Ramajo, 2001, p. 445, cuyo trabajo acaso sea útil por la bibliografía allí adjunta, pese a las sintéticas referencias que aporta. Para Horacio en fray Luis de Léon, véase Ramajo, 2006, pp. xlii-xlviii; y para sus ecos en Fernando de Herrera, véase Herrera Montero, 1998.
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No faltan, en efecto, poemas de temática funeral en Propercio: en sus Elegiae, III, 18, dedicará un epicedio9 a Marcelo. Y Ovidio, en Amores, III, 9, llorará en una elegía la muerte de Tibulo. Pero en ambos caso la consolatio dulcifica el planto fúnebre, consolatio que no descarta la supervivencia del difunto en una vida más feliz10. En su Cancionero Petrarca intercala en su «autobiografía» amorosa un planto por la muerte de Cino da Pistoia, ocurrida en 1336 («Piangete, donne, et con voi pianga Amore»)11. Quien cultiva con asiduidad la poesía funeral es el famoso poeta neolatino Marullo, quien en sus Epigrammata compone abundantísimos epitafios12. Garcilaso, pues, sigue honda e ilustre tradición. El epitafio presente pone, en prosopopeya, el lamento en boca del difunto13. La dispositio expresa la estructura no A, sino B. Con A el poeta se refiere al mundo heroico, propio de la poesía épica; con B, al mundo vulgar, que, convenientemente embellecido, puede ser objeto de la poesía lírica, concretamente de la elegíaca. El poeta centra esencialmente su planto en la causa mortis de don Hernando14. Esta dispositio, en enfrentamiento temático, responde a la oposición entre la musa gravis y la musa tenuis15. La importancia de la poesía épica en la tradición literaria es tal, que —además de por otra razón que enseguida comentaremos— el poeta dedica ocho versos a cantar justamente lo negativo: la ausencia del elemento bélico en la muerte del hermano. El autor debe pagar tributo a la grandeza de la musa gravis. Garcilaso se instala en una tradición en la que no faltan en los poemarios líricos muestras egregias de 9
El término de «epicedio» se refiere a un poema funeral que contiene laudatio, consolatio y lamentatio, sin hacer referencia al metro en el que está escrito. Para este subgénero, ver Laguna, 1992, p. 251. La elegía latina, como es sabido, se escribía en dísticos elegíacos. Pero la elegía latina se especializa paulatinamente en temas amorosos, y conserva el dístico. Los poemas de asunto fúnebre van adoptando otros metros, como en el caso de Estacio (véanse González Rolán y Saquero, 1994, pp. 12-25). En cuanto a las elegías en español, el metro tradicional suele ser el terceto encadenado: véase ya la relación que entre el dístico y el terceto elabora Díaz Rengifo, en su Arte poética…, 1592, cap. LXVII, pp. 60-61. Pero la elegía hispana, en su diacronía, trasvasará ese marco métrico para tocar otras combinaciones: véanse Estévez Molinero, 1996, y Martínez Ruiz, 1996. Ver el ingente material que presenta la Tesis de Casas Agudo, 2010. 10 Ovidio en la elegía citada se muestra cauto al respecto: «Si tamen a nobis aliquid nisi nomen et umbra / restat, in Elysia valle Tibullus erit» (59-60). 11 Ver Cancionero, I, nº. XCII, p. 371. Para poemas, en el Cancionero, que no tocan el tema amoroso, véase Mann, 1989, p. 73. Fernando de Herrera, el Petrarca español, incrusta, a veces, en su cancionero (1582) poemas de aliento épico, para mostrar al lector y mostrarse a sí mismo el camino de la virtud, lejos del error amoroso (véanse las aclaraciones de Ramajo Caño, 2002, pp. 13-14). 12 Ver, en Epigrammata los siguientes números, con las páginas de la edición de Perosa (1951): lib. I, 8 (p. 6), 14 (p. 8), 20 (p. 10), 24 (p. 11), 27 (p. 12), 33 (p. 14), 36 (p. 15), 39 (p. 16), 42 (p. 17), 52 (p. 23), 57 (p. 25); lib. II, 7 (p. 32), 11 (p. 33), 13 (p. 34), 17 (p. 36), 22 (p. 38), 36 (p. 48), 43 (p. 51; lib. III, 16 (p. 61), 24 (p. 69); lib. IV, 5 (p. 83), 12 (p. 87), 20 (p. 92), 23 (p. 93), 29 (p. 97), 31 (p. 98) y 33 (p. 100). Morros, 1995, p. 393, señala el epitafio que incluye Poliziano, Epigrammata, XCII. En la poesía española posterior a Garcilaso no faltarán ejemplos de inserción de epitafios en los poemarios. Baste citar el caso de Diego Hurtado de Mendoza, Poesía completa, nº. XXXIX, p. 84, y el de Lope de Vega, Rimas (1609), que llega a dedicar un buen segmento «A diversos sepulcros epitafios fúnebres», Obras poéticas, pp. 242-254. 13 Para esta técnica, véase Ramajo, 1993, p. 317. 14 Pascual Barea, 1993, II, p. 735, señala que en el epitafio latino renacentista «rara vez encontramos expresa la causa de fallecimiento…». 15 Para la dialéctica entre estas dos musas, es fundamental el trabajo de Fontán, 1994.
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toque épico 16. Quizás el modelo más acabado a este propósito sea, una vez más, Horacio, quien en las Odas recoge ejemplos de composiciones de tono exaltado, aunque sea, en ocasiones, para afirmar su propia incapacidad de elevarse hasta las cimas de la poesía guerrera. Se sirve Horacio del procedimiento de la recusatio: no cantaré A (lo épico), sino B (lo lírico). Así, en Odas, II, 12, rechaza el consejo de Mecenas de que cante las hazañas de Augusto. Él prefiere cantar los amores entre el propio Mecenas y Licimnia (acaso Terencia, la esposa del gran personaje citado). El esquema de Horacio es: «Nolis longa ferae17 bella Numantiae [...] / aptari citharae modis» (‘No pretendas que adapte mi cítara a los cantos de la guerra de la fiera Numancia’); «Me dulcis dominae Musa Licymniae / cantus, me uoluit dicere...» (‘A mí la musa me ha ordenado celebrar los cantos de nuestra soberana Licimnia...’). Es decir: No cantaré A (las guerras augústeas), sino B (la belleza de la gran mujer)18. Fácil es ver cómo Garcilaso se inscribe en esta línea. La fuente de su poema no es tanto un texto concreto como un esquema retórico19. Conviene, además, anotar que el poeta se ve obligado a dar énfasis al hecho de no haber muerto de forma heroica el difunto, tal como podría esperarse, habida cuenta de las circunstancias y deseos de don Hernando20. Ello es coherente, además, con la fuerza de la tradición: Lattimore, en un trabajo clásico, subraya que en los epitafios griegos la muerte por enfermedad o vejez no queda resaltada, en general, y sí aquella producida por accidentes marinos, por batallas, en la infancia, o por asesinato21. La vulgar muerte de don Hernando requiere una extendida expresión de sorpresa, protesta o lamento —acaso todo a la vez—, al romperse el esquema fúnebre tradicional. Para la negación de la causa bélica de la muerte de don Hernando, el poeta precisa, pues, de dos cuartetos. El soneto, lleno de concisión, contrapone la altura de las armas, en un topos de escritura épico, y la aparente humildad del morbo fatal, cuyos efectos mortíferos se redactan en un tono elegíaco —«Mas infición de aire (…) me quitó al mundo...» (13)—, muy de Garcilaso. A la verdadera y humilde causa de la muerte dedica tan solo un terceto22. Esa concisión consigue, justamente, un espíritu afín a la 16
Para los aspectos épicos de la Égloga II de Garcilaso, véase Ramajo, 1996a. El epíteto odïosas se corresponden con el ferae horaciano. Son epítetos de sabor épico: véase una escasa muestra de la tradición literaria: oullomevnhn (Ilíada, I, 2: ‘funesta’); saevae… Iunonis (Eneida, I, 5: ‘de la cruel Juno’); castra inimica (Eneida, IX, 315: ‘campamentos fatales, funestos’); pulchram… per vulnera mortem (Eneida, IX, 401: ‘una hermosa muerte, merced a las heridas’). 18 Para las recusationes en Horacio, véase Hinojo, 1985-1986 y 1994. El esquema de la recusatio es antiquísimo. Véase este fragmento de Estesícoro (s. vi a. C.): «Musa, deja las guerras a un lado, y canta conmigo / las bodas de los dioses y los banquetes / de los hombres y las fiestas de los felices...» (Líricos griegos arcaicos, p. 189). La recusatio consiste en una dialéctica de estilos, conforme ya hemos señalado, que puede resumirse en la oposición horaciana tenues grandia (Carm., I, 6, v. 9: ‘nosotros, que somos débiles, los temas elevados no los intentamos’), según quiere Fontán, 1964, p. 205. Para esta figura, véase Ramajo, 1998 y 2000a, pp. 325-329, quien aporta bibliografía oportuna. Véanse también Montes Cala, 1999, y Rodríguez Rodríguez, 2004. 19 Véase, para la recusatio en este soneto, el importante trabajo de Dubois, 1997, p. 52. 20 Dice Margot Arce, 2001, p. 321: «el lamento por haber muerto de muerte natural, no gloriosa […] determina las formas negativas del lenguaje en la octava». 21 Véase Lattimore, 1942, pp. 151-152. 22 El primer terceto está dedicado, esencialmente, a manifestar los esfuerzos del difunto por haber alcanzado una muerte honrosa. 17
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elegía, que contrasta con la sublimidad del latido épico presente en los dos cuartetos. La sintaxis es de perfecto orden clásico. Son cuatro los sujetos, presentes en los cuartetos, correspondientes al verbo principal, pudieron —que encabeza el comienzo del primer terceto, en manera muy garcilasiana: « coged de vuestra alegre primavera...» (XXIII, 91023)—: a saber (sólo señalamos los elementos que consideramos nucleares): las francesas armas odïosas (1); los tiros y saetas ponzoñosas (4); las escaramuzas peligrosas (5); aquel fiero rüido contrahecho… (6)24. Esa larga expresión de causas que no existieron expresa, según hemos dicho, el lamento, la sorpresa y la protesta por la aparición de la causa real, aunque inesperada. El lamento, en nuestra opinión, acaso refleje el disgusto acerbo por no haber muerto el difunto en acción de guerra. Garcilaso se inscribe, así, en la tradición que pretende dotar de sentido a la muerte gracias a su utilidad guerrera. En Grecia, quizás nadie como Calino o Tirteo, ambos del siglo vii antes de Cristo, cantan la grandeza de una muerte heroica: «Porque, al bravo guerrero que muere, el pueblo lo añora / y, si vive, casi lo tiene por dios» (Calino, I, 18-19); «Es admirable haber muerto, cuando ha caído en vanguardia / un hombre valiente peleando en bien de la patria» (Tirteo, VI, 1-2)25. Pero quizás, además del lamento, en el epitafio se manifiesta, insistimos, la sorpresa y la protesta por el tratamiento que la vida confiere en ocasiones a los hombres: un guerrero tendría que morir como guerrero, y no derribado por sutil morbo26. El lamento, la sorpresa y la protesta coadyuvan a crear el sentimiento elegíaco que subyace bajo el mundo épico de los versos. Desde la antigüedad son muchos los epitafios que inciden en el tema de la causa mortis del difunto27. Aquí no anotamos, en absoluto, fuentes, sino caminos de la tradición. 23
Véase también soneto XI: «Hermosas ninfas… (v. 1) / dejad un rato… (v. 9)». En el primer cuarteto brota un quiasmo: las francesas armas… + complemento; complemento + los tiros y saetas… 25 Las traducciones de Calino y Tirteo son de Juan Ferraté, 1966, pp. 43 y 51, respectivamente. Y Horacio se hace eco de Tirteo, en un verso famoso, que, sin duda, conocía Garcilaso: «Dulce et decorum est pro patria mori» (Odas, III, ii, 13). Véase Marullo: «... honestam / pugnando mortem quaerere, non tumulum» («Mortui pro patria», Epigrammaton libri , I, 6, 3-4, Carmina, p. 5). 26 El destino es incierto y misterioso para los hombres: Eneas puso su pecho delante de los griegos, dispuesto a morir, pero no fue ese su destino (Eneida, II, 432-434). Garcilaso anota la miseria del destino humano, que, en todo caso, arrastra a la muerte, en su Elegía I: «¿A quién ya de nosotros el eceso / de guerras, de peligros y destierro / no toca, y no ha cansado el gran proceso? ¿Quién no vio desparcir su sangre al hierro / del enemigo? ¿Quién no vio su vida / perder mil veces y escapar por yerro?» (vv. 82-87). Véase, por otro lado, un cierto desencanto bélico en estos versos, que contrasta con la aspiración heroica del soneto que comentamos, aunque en este mismo soneto el epíteto odÏosas marca el rechazo al destino de la dedicación bélica (véase Arce, 2001, p. 321). Pero no hay contraposición entre la conciencia de los desastres de la guerra y el cumplimiento de lo que el guerrero considera un deber y, por tanto, la búsqueda de la heroicidad en las empresas guerreras. La propia vida, o mejor, muerte de Garciso lo ejemplifica. 27 Véase CIL, VIII, suppl. 20288: «Causa meae mortis partus fatumque malignum…» (Mauritania). Apud Iscrizioni funerarie romane, p. 220. Aunque citaremos siempre por este muy útil volumen, dejaremos constancia de las siglas y significado de beneméritas publicaciones: CIL: Corpus Inscriptionum Latinarum, Berlín, 1863-1959 (con suplementos); CLE: Carmina Latina Epigraphica, ed. de F. Buecheler, Leipzig, 18951897 (con un suplemento, en 1926, de E. Lommatzsch); ILS: Inscriptiones Latinae Selectae, Berlín, 18921916. Damos, cuando constan, el lugar y fecha de tales epitafios, tomada de las citadas Iscrizioni funerarie romane. 24
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Nos encontramos en el soneto de Garcilaso, con una muerte de naturaleza —sorprendente, por otra parte, insistimos—, no de violencia, concretamente una mors inmatura28, de acuerdo con la división de Fernando de Herrera: «Procede la muerte o de naturaleza o de fuerza y violencia; de naturaleza es o tempestiva, que es en edad madura, o intempestiva, antes de tiempo en edad juvenil o florida; violenta es la que da un hombre a otro o un animal; accidental, que le causan las cosas, que son inanimadas» (Anotaciones, p. 588). Que la causa mortis no tenga nada de gloriosa, como ocurre en el caso de don Hernando, se aprecia ya en epitafios del gran corpus de la Antología Palatina: «A mí una hiriente serpiente junto al tobillo, / tras introducirme el veneno amargo [...] / me privó del sol...»29. En un sepulcro ateniense del siglo ii d. C., un joven de veintitrés años exclama en su epitafio: «Del terrible combate logré escapar y regresar sano y salvo. Mas no pude esquivar al Destino: aquí yazco, dejando huérfano, ay de mí, a un niño de diez meses»30. Véase todavía este curioso epitafio griego, del siglo iii d. C., en que un gladiador dice al viandante: «A éstos los mató Ares y el violento combate. Mas a mí, que conseguí salvarme de la espada, una enfermedad me ha matado ahora» 31. Y en un epitafio latino, de Tarragona, un auriga, de 22 años, se lamenta de que su muerte no se produjera en circunstancias acordes con su oficio, ante los espectadores del circo. Y plañe: Nec mihi concessa est morituro gloria circi, donaret lacrimas ne pia turba mihi. Vssere ardentes intus mea uiscera morbi, uincere quos medicae non potuere manus….32. 28
Es sintagma que aparece frecuentemente en los autores latinos: véanse Virgilio, Eneida, XI, 166-167, y Propercio, III, xviii, 15-16; IV, xi, 17. Véase Ramajo, 2000b, p. 21. Véase también Ramajo, 1996b, p. 450. 29 Es de Antípatro de Sidón (s. ii a. C.): véase Poemas de amor y muerte en la Antología Palatina, p. 183. Para la distinción entre «Antología Griega» y «Antología Palatina», y la recepción de ambas en España, véase López Poza, 2005. 30 GV, 1795. Esta sigla, que repetiremos, equivale a Grichische Vers-Inschriften I, Grabepigramme, ed. de W. Peek, Berlín, 1955. Pero siempre citamos por Epigramas funerarios griegos (véase p. 157). La datación e información del locus de los epigramas grecolatinos las tomamos de las obras de las que recogemos los textos. La omisión de alguno de estos datos responde a ausencia en dichas obras. 31 GV 835. En Epigramas funerarios griegos, p. 138. 32 ‘Que, al morir, no se me permitió gozar de la gloria del circo, ni que la piadosa multitud vertiera lágrimas por mí. Morbos ardientes abrasaron hasta lo más profundo de mis vísceras, morbos que las manos de los médicos no pudieron domeñar’. Véanse CLE, 1279; CIL II, 4314; ILS, 52999: en Iscrizioni funerarie romane, p. 158. La sorpresa por extraña muerte aparece en un burlesco epitafio de Lope de Vega, «De Filonte, bravo»: «Hendí, rompí, derribé, / rajé, deshice, rendí, / desafié, desmentí, / vencí, acuchillé, maté. / Fui tan bravo, que me alabo / en la misma sepultura. / Matome una calentura, / ¿cuál de los dos es más bravo?» (Rimas, 1609, en Obras poéticas, p. 254). Clarín, se ha apartado de la batalla entre los partidarios de Segismundo y los del rey Basilio, con la esperanza de salir indemne. Todo en vano, como él comenta, cercano a la muerte tras ser herido. Y, por ello, aconseja a Basilio y otros personajes: «… tornad, tornad / a la lid sangrienta luego; / que entre las armas y el fuego / hay mayor seguridad / que en el monte más guardado; / que no hay seguro camino / a la fuerza del destino / a la inclemencia del hado» (La vida es sueño, III, vv. 3084-3091).
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Pero la causa mortis no es privativa de epitafios no literarios; figura en algunos poemas del Ovidio de las Heroidas —tan leído en el Renacimiento—, en las que, obviamente, el agente de la muerte es el amor desgraciado, aunque sea la propia mano la que origina el desenlace trágico: «Aut hoc aut simili carmine notus eris: / Phillida Demophoon leto dedit hospes amantem; / ille necis causam praebuit; ipsa manum» (Heroidas, II, 146-148: Filis escribe a Demofonte)33; «Hoc [...] in tumuli marmore carmen erit; / praebuit Aeneas et causam mortis et ensem; / ipsa sua Dido concidit usa manu» (VII, 194-196) 34. Tanto en Ovidio, en estos dos epitafios, como en Garcilaso se enfrentan dos posibles causas de muerte: en el caso de Ovidio, el amante y la propia amada. En Garcilaso, se enfrenta la dureza de la guerra con la sutileza del morbo del aire. Nuestro poeta es un humanista, y su formación le aviva el ingenio para buscar en todo detalle resonancias clásicas. Su hermano podría haber muerto por los efectos de un arma moderna: «el fiero rüido contrahecho / de aquel que para Júpiter fue hecho / por manos de Vulcano artificiosas» (6-8). Y el poeta no se recata de anotar la relación posible con esas fraguas de los cíclopes, y de tocar la sensibilidad del lector llevándolo a un viaje hasta el libro VIII de la Eneida, en cuyos versos 426-433 el poeta anota, con alguna delectación, la dura labor de los cíclopes en la composición del rayo de Júpiter, aunque Garcilaso se ayude de Ariosto para encontrar ese símil entre la pólvora y el arma letal del padre de los dioses35. Y Garcilaso no se limita tampoco a anotar el morbo letal para don Hernando, sino que al ilustrado lector lo encamina, en sutil sugerencia, otra vez, al mundo de la Eneida, III, 137-140, en que Virgilio describe la terrible peste que asuela en Creta a los troyanos: «... subito cum tabida membris, / corrupto caeli tractu, miserandaque venit / arboribusque satisque lues et letifer annus. / Linquebant dulces animas aut aegra trahebant / corpora...»36. Así como los troyanos errantes, según cuenta ese pasaje de la Eneida, no sucumbieron, en ese momento, a los males de la guerra, sino al morbo de la peste, así también el hermano de Garcilaso, sometido a los peligros bélicos, paradójicamente sufre el embate de la «infición» del aire. Pero la muerte del hermano del poeta no es acontecimiento sin consecuencias. La expresión me quitó al mundo (13) sugiere acaso la pérdida que la humanidad sufre ante la desaparición de don Hernando. Posiblemente, y de manera sutil, el poeta desliza hasta sus versos el tópico de la muerte de los buenos arrebatados prematuramente: el destino o 33 ‘Por estos o similares versos serás famoso: Demofón dio muerte a Filis, que lo amaba y le regaló hospedaje; él ofreció el motivo de su muerte; ella prestó su propia mano’. 34 Existe una traducción atribuida a Garcilaso de los últimos versos de esta Heroida: «El peor de los troyanos / dio la causa y el espada; Dido, a tal punto llegada, / no puso más de las manos» (5-8: Rivers, p. 33). Pero también se le atribuye a Diego Hurtado de Mendoza (véase Morros, 1995, p. 8). 35 Véase Ariosto, Orlando furioso, IX, lxxxviii, 8 («ch’ al fulmine assimiglia in ogni effetto»: es apunte del Brocense, Anotaciones, 1574 —en Garcilaso de la Vega y sus comentaristas, p. 268—, y de Fernando de Herrera, Anotaciones, p. 391; véase también Morros, 1995, p. 393). Para una narración de la actividad de los cíclopes, véase el propio Ariosto, Orlando furioso , II, viii, 5-8 (véase Morros, 1995, p. 393). 36 ‘De repente una peste putrefacta y terrible y un año mortífero, por la corrupción del aire del país, se abatió sobre nuestros miembros, sobre los árboles y sembrados. Los hombres dejaban la dulce vida o arrastraban los cuerpos enfermos’.
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los dioses gustan de acompañarse de las almas egregias, y dejan en la tierra a los de menos valor. Ovidio, en su elegía a Tibulo, sintetiza el tema: «... rapiunt mala fata bonos...» (Amores, III, 9, 35: ‘El aciago destino arrebata a los buenos’). El tópico recorrerá largo camino por las letras latinas y europeas 37. Y lo recogerá Lope de Vega en esa magna enciclopedia que es su teatro. Y así, la hechicera Fabia llora la muerte de la madre de doña Inés: «No me puedo consolar, / cuando le veo llevar / a la muerte las mejores» (I, vv. 288-290)38. La muerte se presenta, pues, como raptora, en nota semántica también recurrente en la tradición literaria. En la Elegía I Garcilaso señala, en relación con el difunto don Bernardino, cómo «la blanca nieve de tu rostro puro / robado ya la muerte te lo había» (vv. 125-126)39. En los dos últimos versos del soneto, intencionadamente, en estallido de melancolía elegíaca, se anota el lugar exacto de la sepultura: Parténope, es decir, Nápoles, pues con el nombre de esa sirena se nombra a veces a tal ciudad40. Nos atrevemos a pensar que un nuevo recuerdo virgiliano hiere la sensibilidad de Garcilaso. Probablemente, el epitafio que, según la tradición, figuraba en la tumba del gran vate latino, se ha grabado en la memoria del toledano. En efecto, las Vitae virgilianas recogen, casi todas, un epitafio que acaso el propio Virgilio compuso, conservado sobre su tumba de Nápoles: «Mantua me genuit; Calabri rapuere; tenet nunc / Parthenope: cecini pascua, rura, duces» 41. Garcilaso seguramente conocía el famoso epitafio no sólo porque, si escribió el soneto en Nápoles, vivía rodeado de amigos muy cultos, sino porque también el dístico latino se había trasmitido sin interrupción desde la época romana hasta la renacentista, 37
Marcial cantaba la brevedad de la vida de los seres extraordinarios, que no suelen alcanzar la vejez: «Inmodicis brevis est aetas et rara senectus. / Quidquid amas, cupias non placuisse nimis» ( Epigramas, VI, 29, 7-8). Véase Petrarca, Cancionero, nº. 248, vv. 5-8, II, p. 743, y nº. 268, vv. 23-28, II, p. 792. Véase Ramajo, 1993, p. 322. 38 El caballero de Olmedo, p. 118. Aunque Fabia no se puede consolar tras la expresión del tópico citado, sin embargo, en algunos casos se constituye en solamen ante lo irreparable. Así, en este epitafio latino: «… tam dulcem obisse feminam / puto quod deorum est uisa coetu dignior» (CLE, 94, CIL, VI, 25580, Roma, en Iscrizioni funerarie romane, p. 99: ‘que muriese tan dulce mujer creo que solo se explica porque pareció más digna de la compañía de los dioses’). 39 Véanse textos apropiados en Ramajo, 1993, p. 321. 40 Véase Garcilaso, oda latina a Antonio Tilesio: «Sirenum amoena iam patria iuvat / cultoque pulchra Parhenope solo / iuxtaque manes consedere / vel potius cineres Maronis» (21-24: ‘Pero ya me agradan la amena patria de las sirenas y la hermosa Parténope, con su vega sembrada, y sentarme me agrada junto a los manes, o mejor, junto a la cenizas de Marón’). Véase el texto latino en Obra poética y textos en prosa, p. 248. 41 ‘Mantua me engendró; me arrebataron los moradores de Calabria; ahora me abraza Parténope: canté praderas, campos y caudillos’. En casi todas las Vitae que conocemos el autor del epitafio es el propio Virgilio: así, en la «Vergilii vita de commentario Donati sublata» (el epitafio de Virgilio, en p. 68): véase Hermannus Hagen, ed., Scholia Bernensia ad Vergilii Bucolica atque Georgica, pp. 64-75; en Donatus auctus» (es una ed. aumentada, siglo xiv, de autor anónimo, de la Vida de Suetonio-Donato: Donato es un comentarista del s. iv d. C., que reelabora un texto de Suetonio): «hoc ipse epitaphion fecit»: véase Die Vitae Vergilianae und ihre antiken quellen, ed. de Ernst Diehl, pp. 26-37; véase el epitafio en la p. 32; en «Servius» (iv-v d. C), Die Vitae, pp. 40-43 (epitafio, en p. 43); en «Filargirius» (ix o x d. C.), en Die Vitae p. 45 (epitafio, p. 45); y en «Vita Noricensis s. Pauli» (sin datar), en Die Vitae, pp. 49-50 (epitafio, p. 49). Pero en la Vita atribuida a Probo (gramático I. d. C.; sin embargo, el texto no es de Probo: es del v o vi d. C.), en Die Vitae, pp. 43-44 (epitafio, en p. 44), se dice «cuius sepulcro […] hoc legitur epigrama», sin especificar el autor.
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de forma que algunos epitafios calcaban el ritmo y el léxico del modelo virgiliano. Es muy revelador el de Duns Scoto (muerto en 1309), en Colonia: «Scotia me genuit, Anglia me suscepit, Gallia me / docuit, Colonia me tenet»42. Los versos latinos figuran también en una Vita Virgiliana, que Alfonso X el Sabio recoge tanto en la General Estoria como en la Primera Crónica General43. Coinciden los epitafios de Virgilio y de Garcilaso en varios aspectos: su expresión en primera persona: habla el difunto; se precisa el lugar de la sepultura: Parthenope, idéntica palabra en idéntico lugar del verso (comienzo del mismo); existe una cierta coincidencia entre los segmentos tenet nunc / Parthenope, y m’ha en ti sepultado, / Parténope, aunque en el epitafio latino el autor no se dirige al locus de la sepultura44. Tanto en el epitafio de Virgilio como en el de Garcilaso se aprecia una cierta contención emocional, como si ambos quisieran simplemente presentar el hecho fúnebre al viator 45. Con todo, el epitafio del toledano sutilmente inserta notas elegíacas, que dotan al soneto de una tristeza en la que acaso resida su mayor encanto —sobre ellas insistiremos enseguida. Los elementos deícticos son frecuentes en los epitafios. Son textos grabados, real o imaginariamente, en un pequeño y preciso lugar, la tumba, y reclaman la atención del viator. Y ese pequeño lugar se encierra en uno mayor, que, a veces, el autor gusta de señalar, pues difunto y locus guardan solidaridad entre sí, aunque sea dolorosa, como en el caso que presenta Garcilaso. Los ejemplos son numerosos. Contentémonos con señalar otro famoso: el epitafio que, imaginariamente, Cintia, muerta, le pide a su amante Propercio, a quien se aparece en sueños: «Hic tiburtina iacet aurea Cynthia terra; / accessit ripae laus, Aniene, tuae» (IV, vii, 85-86)46. Pero el epitafio de Garcilaso, con la deixis de la señalización del lugar de la sepultura, difiere del virgiliano en el lamento por la lejanía de la tierra patria. La sepultura, triste elemento en sí misma, intensifica el dolor con su estancia en suelo ajeno47. No se recoge aquí la mentalidad consoladora, de carácter estoico, de Séneca, para quien la muerte muestra a los exiliados que poco importa yacer en tierra extraña: «... nihil interesse infra quid quis iaceat» (Consolatio ad Marciam, 20, 2: ‘… nada importa bajo qué suelo yazca la persona’), o la que San Agustín pone en boca de su madre, Mónica, quien al santo «non apparuit desiderare in patria mori» (‘no le pareció 42 Véase el texto en Pease, 1940, p. 181, quien aporta otros testimonios. Véase además, y en particular, Cugusi, «El tema della morte in luogo straniero», en Cugusi, 1985, pp. 200-217. Para algún testimonio epigráfico más, véanse González Ovies, 1995, pp. 233-236, y Bailey Thigpen, 1995, p. 103. 43 Véanse Saquero y González, 2000, pp. 80 y 82. 44 Pero es bien virgiliano el uso de abundantes vocativos, que intensifican la temperatura emocional del poema, y que, en algún caso, aluden a nombres de lugar, en los que se esconde un antiguo personaje mítico: «Tu quoque litoribus nostris, Aeneïa nutrix, / aeternam moriens famam, Caieta, dedisti» (Eneida, VII, 1-2: ‘Tú, al morir, Cayeta, nodriza de Eneas, también diste eterna fama a nuestras costas’). Para el virgilianismo, intenso, de Garcilaso, véase Ramajo Caño, 2008; para la devoción por el poeta latino en los Siglos de Oro, véanse Blecua, 1981; y Ramajo Caño, 2011, pp. 56-87. 45 El difunto ficticiamente se dirige a la ciudad, pero también a quien, imaginariamente, lee el epitafio, el viator, pues. 46 ‘En esta tierra tiburtina yace Cintia, la dorada; Anio, ella acreció el honor de tu ribera’. 47 Pero al Garcilaso de carne y hueso —«o poeta é um fingidor» (Pessoa)—, no parece interesarle el lugar de la sepultura, pues dice en su Testamento: «Entiérrenme en San Pedro Mártil, en la capilla de mis agüelas, y, si muriere pasado la mar, déjenme donde me enterraron» (Obra poética y textos en prosa, p. 282).
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echar ella en falta el morir en su patria’), mentalidad basada en que Dios bien conoce el lugar de la sepultura para resucitar el cuerpo «in fine saeculi» (Confesiones, IX, 12, 28)48. Garcilaso se inscribe en una corriente clásica de nostalgia por el suelo patrio a la hora de buscar descanso para los restos mortales. El ejemplo particular de Catulo, 68a, 97-100, puede ser revelador; el latino lamenta la muerte de su hermano, y, en particular, el hecho de estar enterrado en la Tróade, lejos de Italia: «Quem nunc tam longe non inter nota sepulcra / nec prope cognatos compositum cineris, / sed Troia obscena, Troia infelice sepultum / detinet extremo terra aliena solo» 49. El tema de la sepultura en tierra extraña es frecuente en un corpus rico de epitafios, la Antología Palatina, verdadero acervo de tópicos y formas literarias. El poeta Diodoro (s. i a. C.) imaginará una lápida para el trágico Esquilo: «Esta piedra funeraria dice que aquí yace el gran / Esquilo, lejos de su Cécrope natal, / junto a las blancas aguas del siciliano Gela. ¡Ay! [...]»50. El sintagma tan lejos de mi tierra (Garcilaso, v. 14) «es conmiseración de epitafios», dice con justeza Fernando de Herrera51. Y Juan Fonseca, en un comentario inédito a algunos versos del toledano, Notas a Garcilaso, de principios del siglo xvii (manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid: 3888), recuerda que «en las inscripciones antiguas, cuando uno muere lejos de su tierra, es fórmula ordinaria poner tam longe a patria»52. Sería preciso buscar epitafios concretos en los que figurara tal sintagma. Señalaremos 48
Esa despreocupación por el lugar de la sepultura se encuentra también en Marullo: «Una eadem terra est...», dice en el epitafio a su tío Paulo, enterrado lejos de la patria, como consolatio; y aclara que la distancia al cielo es idéntica desde cualquier lugar (Epigrammata, IV, 29, v. 3). En Lope de Vega se aprecia una cierta insensibilidad ante el lugar de la sepultura. En el epitafio al desaparecido en combate rey Sebastián de Portugal, dirá por boca del difunto: «pero tierra o mar me oprima, / yo estoy donde está mi fama» (vv. 7-8, Obras poéticas, p. 245). Y es que Lope se pregunta por cuál es la verdadera patria, que no siempre es la del nacimiento, pues, como muestra en su teatro, la patria puede ser el lugar donde se encuentra el amor. En El genovés liberal, 1599-1608, acto I, Leonato dice: «Aquella patria se llama / donde dicen que está el bien, / su centro los ojos ven, / descansa el alma en quien ama» (acto I, Comedias, XV, p. 290). En ellos sigue probablemente a Ovidio, Amores , II, xvi. 49 ‘A quien ahora, tan lejos, yaciente no entre conocidos sepulcros ni entre las cenizas de los parientes, sino en la aciaga Troya, en la maldita Troya, una tierra extranjera retiene, en el confín del mundo’. Catulo dedica otro poema, el 101, a las cenizas de su hermano, ante cuya sepultura, dirigiéndose al difunto, se lamenta, al tiempo que realiza un sacrificio fúnebre (Alcina, 1989, p. 64, cita este poema, como ejemplo de inserción de poemas fúnebres en un cancionero amoroso). Véase Chinchilla, 2010, para el influjo de Catulo en Garcilaso, muy hondo, según la estudiosa, aunque no anota lo referente al poema que estamos comentando. Ciertamente, el morir en la tierra patria sirve de consolatio: Ovidio, en su elegía a Tibulo, anota que mejor le ha sido al poeta morir en Italia, que no en la tierra de los feacios, en Corcyra, donde en otro tiempo estuvo a punto de morir (Amores, III, 9, 47-48). Tibulo cuenta tal experiencia en una elegía (I, 3). Por cierto, Ovidio, en Tristia, I, ii, se ve cercado de olas y tempestad en pleno mar, y lamenta no tanto la posible muerte cuanto el «genus… miserabile leti» (v. 51); y envidia el poder morir en tierra, rodeado de los suyos. 50 Véanse Poemas de amor y muerte en la Antología Palatina, p. 147. Véase otros ejemplos en Morros, 1995, p. 393. 51 Véanse Anotaciones, p. 397. 52 Citado por Moya del Baño, p. 214. Para textos en que se expresa la nostalgia por la muerte lejos de la patria, véanse los que proporciona el erudito Manuel de Faria y Sousa, en su comentarios a las Rimas varias de Luis de Camoens, p. 190 (cita los versos 12-14 del soneto XVI de Garcilaso). Faria dice que Garcilaso imita el epitafio de Domicio Foranio (sic), en el que figura el sintagma de tam longe a patria (p. 191). Nos preguntamos si será el Domicio Torano que citamos nosotros enseguida, en el cuerpo del texto.
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solamente uno: el que anota fray Rodrigo de Yepes, en la Historia de la gloriosa virgen Santa Florentina (Madrid, 1584), cap. II: según este autor, en un epitafio cercano a Écija, yace un soldado de Pompeyo, Domicio Torano, que muere en combate. Pero lo enterraron, y allí quedó «tam longe a patria» (expresión que cierra el texto)53. El epitafio de Garcilaso carece, como ya hemos dicho, de toda consolatio, elemento frecuente en la tradición del género, aunque nuestro poema también encuentre modelos sin ningún elemento que alivie la pena. De esta forma, un desolado sentimiento de finitud, sin recompensa, cierra el poema54. Y ese desconsuelo se afirma en el lector tanto más cuanto imagina el cuadro mortuorio que ha sufrido don Hernando. La lejanía de la patria, que él intencionadamente apunta, permite suponer carencias desconsoladoras en su agonía y muerte. El hermano de Garcilaso podría decir, aplicándolo a alguno de sus seres queridos, lo que Cánace, una de las mujeres de las Heroidas ovidianas, lamentaba ante la pérdida de su hijo: «Non mihi te licuit lacrimis perfundere iustis (…) /. Non super incubui, non oscula frigida carpsi» (Heroidas, XI, 117-119: ‘No me ha sido posible derramar sobre ti justas lágrimas, ni, echada sobre ti, pude recibir tus besos fríos’) 55. El soneto presenta un mensaje solipsista, en el que la voz enunciadora se concentra obsesiva en su hondo dolor, en la frontera del planto —de forma muy garcilasiana, ciertamente56—, sin ofrecer al viator elementos de la vita del difunto57, ni prodigarle algún tipo de enseñanza, desde su perspectiva lúcida de haber alcanzado el puerto de la muerte58. Pero no sólo en la inventio el texto se impregna de tradición clásica. El poema no carece de humildes elementos en la elocutio, que lo incardinan en la senda de los poetas latinos. Así, la anástrofe de la preposición, en contra puestas (v. 2), equivalente a un
53
Véase la ed. de Ramón Freire Gálvez, cap. II. El final de un epitafio, que ya hemos citado antes, es el siguiente: «Nam meum ad caeli transiuit spiritus astra» (CIL, VIII, suppl., 20288). En él, obviamente, sí existe una consolatio . 55 Palabras semejantes dice imaginariamente Livia ante su difunto hijo Druso Nerón: véase Consolatio ad Liuiam de morte Drusi Neronis, vv. 95-98. Sancho Panza, al regresar del gobierno de la Ínsula, cae, con su asno, en una sima, donde piensa que ha de morir. Y a su jumento dirige estas palabras, en las que se resumen bien algunos de los tópicos que estamos estudiando: «¡Miserables de nosotros, que no ha querido nuestra corta suerte que muriésemos en nuestra patria y entre los nuestros, donde ya que no hallara remedio nuestra desgracia, no faltara quien dello se doliera y en la hora última de nuestro pasamiento nos cerrara los ojos!» (Don Quijote, II, cap. IV). 56 Véase el planto de Nemoroso en la Égloga I: «El desigual dolor no sufre modo; / no me podrá quitar el dolorido / sentir si ya del todo / primero no me quitan el sentido» (vv. 348-350). 57 Son frecuentes los epitafios grecolatinos en los que se ofrecen elementos de la biografía del difunto. En el que copiamos, brevísimo, se esconde el tema virgiliano y horaciano de elogio de la vida del campo: «Agresti vita felix fuit» (CIL, X, 4923, Venafro, Iscrizioni funerarie romane, p. 289: ‘fui feliz en la vida del campo’: véase Virgilio, Georgicas, II, 458-459: «O fortunatos nimium, sua si bona norint / agrícolas!»: ‘¡Oh dichosísimos agricultores, si tuvieran conciencia de sus bienes!’). 58 Es frecuente en los epitafios clásicos el tema del carpe diem. Con rotundidad se exclama en este epitafio, deteriorado, de los siglos i-ii d. C, Acmonia, Frigia: «La vida es comer y beber […], el resto está de más […]», GV, 1956: en Epigramas funerarios griegos, p. 337. Véanse todavía unos versos de otro de Janto, Licia, i-ii d. C.: «…Diviértete y goza, caminante, al ver que tú también has de morir», GV, 621, Epigramas funerarios griegos, p. 339. 54
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puestas en contra del, es de sabor virgiliano, como ya señaló Herrera59; el poliptoton quitar-quitó (vv. 11 y 13, respectivamente), se nos ofrece como figura que también recuerda el virtuosismo de un Virgilio, quien repite con frecuencia una palabra en distinta forma morfológica60. El soneto de Garcilaso, de hondísima impregnación clásica, comunica al lector una nota de melancolía61: el poeta, caballero del Emperador, atesoraba un alma elegíaca, abierta al ensueño de la poesía y de la perfección…: «Garcilaso, que al bien siempre aspiraste…». Referencias bibliográficas Alcina, Juan Francisco, «Entre latín y romance: modelos neolatinos en la creación poética castellana de los Siglos de Oro», en Humanismo y pervivencia del mundo clásico (Alcañiz, 8 al 11 de mayo de 1990), eds. José Mª. Maestre Maestre y Joaquín Pascual Barea, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1993, vol. I, pp. 3-27. Alcina, Juan Francisco, 1989: véase Garcilaso de la Vega. Arce de Vázquez, Margot, Obras completas, San Juan de Puerto Rico, Universidad de Puerto Rico, 2001, vol. IV. Bailey Thigpen, Jane, A Literary Analysis of Latin Epitaphs from Roman Spain. Tesis Doctoral, Chapel Hill, The University of North Carolina, 1995. Blecua, Alberto, «Virgilio en España en los siglos xv y xvii», en Studia Virgiliana. Actes del VIè Simposi d’Estudis Classics 11-13 de febrer de 1981, Bellaterra, Universidad Autónoma de Barcelona, 1985, pp. 61-77. Camacho Guizado, Eduardo, La elegía funeral en la poesía española, Madrid, Gredos, 1969. Camoens, Luis de, Rimas varias... commentadas por Manuel de Faria y Sousa, Lisboa, impr. de Theotonio Damaso de Mello, 1685, 2 vols.: Biblioteca de la Universidad Complutense: BHFLL28073, y B. de la Universidad de Valencia: BHX-37/024 (es obra rara que consultamos en www.books.google.es). Casas Agudo, Ángel A., Teoría de la elegía de la Antigüedad al Renacimiento. Las elegías de Fernando de Herrera. Tesis Doctoral. Julio de 2010. Granada, Universidad de Granada (internet: hera.ugr.es/tesisugr/18936222.pdf). Chinchilla, Rosa Helena, «Garcilaso de la Vega, Catullus and the Academy in Naples», Calíope, 16/2, 2010, pp. 65-82. Consolatio ad Liuiam de morte Drusi Neronis, eds. Tomás González Rolán y Pilar Saquero, Madrid, Ediciones Clásicas, 1993. Cruz, Anne J., Imitación y transformación. El petrarquismo en la poesía de Boscán y Garcilaso de la Vega, Amsterdam/Filadelfia, John Benjamins, 1988. 59 «Es figura anástrofe […], cuando se trueca el orden de las palabras sin necessidad alguna». Y pone como ejemplo virgiliano: «Carthago, Italiam contra...» (Eneida, I, 13). Véase Herrera, Anotaciones a la poesía de Garcilaso, p. 382. 60 Véase Eneida, II, 663: «Natum ante ora patris, patrem qui obtruncat ad aras» (Pirro, hijo de Aquiles, es ‘quien degüella ante las aras al padre —Príamo—, y quien degüella al hijo —Polites—, ante la vista del padre’). Para el poliptoton en Virgilio, véase Jeffrey Wills (1996: 189-268. El poliptoton ovidiano, muy frecuente, probablemente tiene ecos virgilianos. Véase, por ejemplo, Tristia, I, 3, 82: «Te sequar et coniunx exulis exul ero» (‘te seguiré y, exiliada, de un exiliado seré la esposa’). 61 Para este sentimiento en Garcilaso, véase Orobitg, 1997. Para la propensión elegíaca de los versos de Garcilaso, véanse las observaciones de Ramajo, 2008.
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LA H UELLA CLÁS ICA EN UN EP IT AF IO DE GARCILAS O
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* RAMAJO CAÑO, Antonio. «“No las francesas armas...”: la huella clásica en un epitafio de Garcilaso». En Criticón (Toulouse), 113, 2011, pp. 19-33. Resumen. El soneto XVI de Garcilaso se ancla hondamente en la tradición clásica. Sigue el esquema retórico de la recusatio: el poeta canta la causa mortis del hermano, carente de elementos gloriosos, cuya ausencia enfáticamente señala. A falta de materia épica, Garcilaso impregnará de espíritu elegíaco el poema. La huella virgiliana en el soneto es muy intensa. Incluso, es probable que en la memoria de Garcilaso resuene el famoso epitafio que figuraba, según la tradición, en la tumba del gran poeta latino. Résumé. Le sonnet XVI de Garcilaso s’inscrit pleinement dans la tradition classique. Il reprend le schème rhétorique de la recusatio: le poète chante la causa mortis —qui n’a rien de glorieux— d’un frère dont il déploie l’absence avec emphase. À défaut de matière épique, c’est d’esprit élégiaque que Garcilaso imprègnera son poème. La marque de Virgile est ici très sensible, et il est possible qu’il y ait une reprise de la fameuse épitaphe qui, selon la tradition, figurait sur la tombe du grand poète latin. Summary. Garcilaso’s sonnet XVI is deeply anchored in the Classical tradition. It follows the rhetorical scheme of the recusatio: the poet sings the causa mortis of this brother, lacking in elements of glory, an absence he emphatically insists upon. In the face of this dearth of epic material, Garcilaso impregnates the poem with an elegiac spirit. The trace of Virgil in the sonnet is decidedly intense. It is even likely that the famous epitaph that, according to traditions, figured on the tomb of the great Latin poet was resounding in Garcilaso’s memory. Palabras clave. Causa mortis. Epitafio. Garcilaso de la Vega. Recusatio. Tradición clásica. Virgilio. 62
Es edición de Jesús Gómez y Paloma Cuenca. Los editores no numeran los versos, y ello nos obliga a nosotros a la misma omisión.
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