Obras Premiadas - Concurso Literario Palabra de Maestro 2007
Cuentos juveniles / César Barán ... [et.al.] ; ilustrado por Natalia S. Ragni... [et.al.]. - 1a ed. La Plata : Dir. General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires, 2009. 60 p. : il. ; 17x23 cm. ISBN 978-987-1266-63-0 1. Narrativa Juvenil. 2. Cuentos. I. Barán, César II. Ragni, Natalia S., ilus. CDD 863.928 3 Fecha de catalogación: 19/02/2009
Coordinación Editorial Lilia García Bazterra Marcelo Jaime Docentes Coordinadores Myrian Bahntje Iván Batistutti Diagramación Leandro A. Sarli Ilustración de tapa Daniel Saladino María Inés Saino
2008, Dirección General de Cultura y Educación Calle 13 entre 56 y 57 (1900) La Plata Provincia de Buenos Aires ISBN 978-987-1266-63-0 Hecho el depósito que marca la Ley Nº 11.723 Ejemplar de distribución gratuita.
Obras Premiadas - Concurso Literario Palabra de Maestro 2007
Consejo General de Cultura y Educación
Provincia de Buenos Aires Autoridades Provinciales Gobernador Sr. Daniel Scioli Director General de Cultura y Educación Prof. Mario Oporto Consejo General de Cultura y Educación Vicepresidente 1º Prof. Daniel Lauría Vicepresidente 2º Prof. Rafael Gagliano Consejeros Miembros Prof. Zulma Albanese Prof. Jorgelina Fittipaldi Prof. Alicia Fossati Prof. María Susana Lafalce Sr. Jorge Nuñez Lic. Gustavo Picoy Prof. Graciela Veneciano Lic. Marcelo Zarlenga
Lapsus Infernus de Hugo César Barán
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Autor
Hugo César Barán (
[email protected])
Nació en Capital Federal, el 4 de junio de 1952. Reside en Florencio Varela, al sur del conurbano bonaerense. Es Profesor de Lengua y Literatura egresado del Instituto Superior de Formación Docente N° 50, de Berazategui.
Ilustradora
Natalia Ragni
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1983. Estudiante de tercer año de las carreras de Ilustración y Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Coloristas
Gabriela Castillo (
[email protected])
Nació en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, en 1977. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Diego Gallardo
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1980. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
isto a la distancia, en medio de la barra, el toño era una silueta menudita que no llamaba la atención. Pero ya cerca, al calor de las voces superpuestas en esos largos recreos que solíamos estirar en la Ramón Jiménez, su voz -la voz de la experiencia-, producía un respeto protocolar entre todos nosotros, los del 7º B, y esto lo hacía crecer, le daba una mayor dimensión, la dimensión del líder indiscutido. Entre incrédulos y envidiosos, lo escuchábamos relatar sus aventuras amorosas, cómo había salido con Milly, la colorada del 6º A; pero también a la par, cómo la engañaba con la hermana de Ferruchi (musa che, que si se entera me desarma a piñas), hasta que la dejó porque “se hacía la estrecha” y comenzó a rondar a la hija de Don tito, el verdulero. Los días cálidos se iban repitiendo y la barra seguía con estas conversaciones en la vereda hasta bien entrada la tarde. Fue Rogelio, circunspecto y detallista, quien notó algún cambio en mí. Como al pasar, en el entretiempo del picado, me preguntó por qué estaba tan callado. La verdad, salvo mi abuela, que con un largo suspiro musitó algo así como “este chico tiene algo, fiebre, no sé, parece pálido”, salvo esa intervención premonitoria, digo, nadie en casa advirtió ese ensimismamiento que me embargaba y me mantenía más que calmo. y la razón, sin embargo, bien visible para mí, seguía siendo un misterio insondable para el resto de la humanidad. Esa razón tenía formas -que más que verlas, las adivinaba bajo el delantal-, y tenía nombre: Matilde.
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Ella se paseaba con su compañera y amiga íntima tomadas del brazo, hablando en silencio vaya a saber uno qué cosas, haciendo un círculo perfecto por el viejo patio de la escuela. Para los chicos no era un objetivo alcanzable, “se hacía la difícil”, y lo que para nosotros era una muestra inefable de altanería, hizo que se la rotulara como una presa no deseada.
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Pero lo que en silencio todos barruntábamos era que, a la vista de sus trenzas doradas, de su rostro pecoso y terso, de sus ojos celestes que muy pocas veces se dignaba dirigir hacia nosotros -la turba del otro séptimo-; a pesar de todo eso, creo, nos sentíamos como zorros recelosos que pintan de un color inexistente las brevas más altas de la viña. Me confié a Rogelio. Le dije que hacía unas pocas semanas que, en el último acto escolar, odioso, pesado, largo -aunque después lamenté que no se extendiese mucho más-, Matilde me concedió una mirada y me habló: - ¡Qué fastidio!, la de música siempre le hace cantar lo mismo a los chiquitos, ¿viste? No recuerdo qué, pero algo le contesté, mientras pegaba largas brazadas en ese mar azul que me invadía el alma. Después nos dijimos un par de insignificancias más y, entre gritos y empujones, cada cual se fue a su aula. Desde entonces, la sensación de tener un puño en el estómago, tanto cuando nos cruzábamos como cuando evocaba en soledad su figura, no me abandonó más. Por supuesto, le pedí a Rogelio que guardara máxima reserva de esta confesión, y él me juró por todos los santos habidos y por haber que no saldría de su boca ni el más mínimo detalle.
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Como era lógico, al día siguiente toda la barra de 7º B comentaba el profundo metejón que yo me había pescado con “la difícil” de la escuela. Mi enojo fue más que real, fingido, ya que no me importaba que tuviera estado público mi sentimiento, y quizás de esta manera llegara rápido a conocimiento de la principal destinataria. Los muchachos, solidarios, viendo mi estado de enamoramiento perdido, mi mutismo sin lógica, decidieron en concejo fugaz consultar al veterano de la tribu, al maestro de los emprendimientos amorosos, al líder: el Toño. Fue entre la cuarta y la quinta hora cuando Toño, con esa experiencia que dan los romances ininterrumpidos, me tomó por los hombros y me aconsejó como un padre: -Beto, no andés con vueltas. Atracála de una. No le des tiempo a reaccionar. Así son las minas, si las dejás pensar te doblan el brazo. -Bueno, sí, pero yo… -¡Shhh! Mirá que si no te apurás, hay muchos que están en la lista esperando levantársela. Yo mismo, si vos no lo intentás, tengo ganas de arrimarme a esta minita, creo que se fijó en mí hace un tiempo. No sé de dónde apareció el guerrero que me atravesó el pecho con su espada bruñida. La sensación fue algo peor. Anticipada la traición de Toño no tenía escape: o me declaraba a mi amor o la perdía para siempre. Le dije a Toño que esperara, que me largaba con todo, que ya iba a ver.
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El recreo iba promediando, pero mis rodillas se negaban a articular un movimiento digno. No sé cómo, pero en un determinado momento en que el motivo de mis penurias se alejó un poco de su inseparable amiga, me fui acercando como un tembladeral viviente, con el rostro sumido en un calor infernal, le toqué el hombro, se dio vuelta: -¿Sí? -Mati, yo… yo -¿…? -Mat… Matilde… yo…quería preguntarte… -¿Qué cosa? -Dice el Toño…dice… si no querés salir con él. -¡Bobo! Al darse vuelta pienso que hasta sentí el portazo que me cerró la entrada al Paraíso. Angustiado, vencido, envejecido prematuramente, volví hacia donde me esperaba el Toño, con una mirada condescendiente que me terminó de derrumbar. -¿Y? ¿Te la levantaste? -No, Toño. No hay nada que hacer. La mina está con vos.
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La Ventana
de Gustavo Daniel Cabretón
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Autor
Gustavo Cabretón
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[email protected])
Nació el 5 de junio de 1964 en Las Flores, provincia de Buenos Aires. Se radicó en Pehuajó donde es docente de la E.E.T. Nº1 y de la E.M. 207. Fue cofundador del Grupo Literario Acuarela el 11 de febrero de 1995, gestor de la Feria del Libro de Pehuajó. Editor de la revista-libro El Umbral de las Letras, del diario institucional Pensamiento 21 de la E.E.T. Nº1 y de la serie poética-narrativa Seducción de vida.
Ilustrador
Mariano Reali (
[email protected])
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1977. Estudiante de tercer año de las carreras de Ilustración y Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Coloristas
Sandra Díaz (
[email protected])
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1966. Estudiante de tercer año de la carreras de Ilustración y cuarto año de Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Matías Valenzuela (
[email protected])
Nació en Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, en 1985. Estudiante de tercer año de las carreras de Ilustración y Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
l edificio se hallaba frente al sitio donde yo solía tomar el autobús. Era una construcción de cinco pisos, algo antigua y de paredes descascaradas. La fachada ocre acentuaba su imagen añeja. Las ventanas simétricas carecían de balcones. y el hombre -no recuerdo en qué momento comencé a verlo allí-, él parecía mirarme. Ocupaba el ventanal del tercer piso. La postura encorvada, el sombrero gris como su ropa, su porte casi caballeresco, me llevó a conjeturar que se trataba de un hombre. también presumí que me observaba desde su barricada y que seguramente haría deducciones sobre mi vida, como yo falseaba sobre la de él. Inferí que era viejo. un retrato color sepia. Con el tiempo esa imagen fue convirtiéndose en mi obsesión. A veces llegaba a la parada del bus media hora antes de su partida, y allí me quedaba, contemplando esa figura. Los días que no concurría a mi trabajo, de igual modo acudía a la cita y me detenía a mirar el ventanal. Cambiaba los horarios los fines de semana para lograr alguna vez ubicar la tronera del tercer piso vacía pero él se mantenía siempre en su lugar. Aletargado en mis cavilaciones había perdido el autobús un par de veces. Estaba dispuesto a librarle una batalla silenciosa y casi grotesca a mi adversario. y comencé una fría y solitaria noche invernal. Dos de la mañana. Quietud y ausencia. Salí furtivamente de casa y fui al lugar. Me ubiqué donde siempre lo hacía, frente a la fachada del edificio. Los ventanucos tenían sus párpados caídos. una farola castigaba a la mansión con su aliento mortecino. Mi alma solitaria en esa inmensidad lóbrega se estremecía de espanto.
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Primero fue un destello imperceptible, un relámpago paseándose por el interior del caserón; luego fue la luz inundando su ventana, mi ventana, al principio con timidez, más tarde con vigor. El resplandor intentó devorarme. En el marco de la tronera, ahora resplandeciente, se recortó inconfundible la figura. Alzó uno de sus brazos y lo abanicó. Era la primera vez que ejecutaba un movimiento pronunciado.
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Hubiera querido huir pero la curiosidad me impedía hacerlo. Sorpresivamente se encendió la luz en la puerta principal del edificio que entreabrió sus fauces. Sus dientes relucían bajo la farola amarilla. Arriba, en el ventanal, la imagen apoyó sus dos manos en el ventanal y movió su cabeza hacia delante. El sombrío cuerpo pretendía atravesar el cristal. Se alargaba y contraía pesadamente como si no pudiera desprenderse del vetusto edificio. Un cordón imaginario lo sostenía asido al ventanal. El horror se fue disipando y la puerta del edificio cerrándose, tragando bocanadas inertes de brisa nocturna. La sombra volvió a su cubil y yo emprendí el regreso. El frío cubría de escarcha la madrugada. Estaba cansado. 23
La mañana me descubrió ojeroso y expectante instalado nuevamente frente al edificio. El sol parecía un tímido crisol amarillento emergiendo entre nubes, árboles y caseríos. La gente se ocultaba en sus abrigos. El infierno comenzaba a abrirse. El autobús se detuvo en la parada, levantó su carga y siguió con su rutina. No subí. Miré hacia la ventana. Allí estaba. Por él yo no tenía vida. El trabajo resultaba una rutina insoportable. No lograba recordar cuánto tiempo hacía que no visitaba a mis padres, ni a mis amigos. Fumaba más de lo debido y me temblaban las manos.
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Crucé la calle y encaré el portón de la vivienda. Una vieja aldaba de bronce resistía el paso del tiempo. Me detuve frente a la puerta que se abrió tímidamente. Entré. Mosaicos gastados y sin brillo conducían por un corto pasillo hacia una amplia escalera. Adornaban el túnel dos rústicas y ornamentadas puertas, una a cada lado de la galería. Me sentía agobiado. Me dolían las piernas y los brazos caían a ambos lados del cuerpo como pesadas vigas. A medida que avanzaba, el letargo se hacía más pronunciado. Parecía conocer el camino. Un guía imaginario dirigía mis pasos por el corredor hacia la escalera. Las puertas cerradas. Las luces encendidas. Sólo mis pisadas rompían la monotonía gris. Estimulado por ese extraño conocimiento del terreno llegué hasta el cuarto de la esfinge. La única puerta abierta de todo el recinto estaba allí, frente a mí. Ingresé. El aroma que envolvía al dormitorio me sabía familiar.
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Un ambiente sencillo, sin demasiados adornos y a media luz. Sobre un modular marroquí descansaban varios portarretratos vacíos, una mesa oval con un pequeño florero en su centro y cuatro sillas. Sobre un costado un pequeño televisor y una radio. Una biblioteca atiborrada de libros, un almanaque en blanco y la abertura, esa que llevaba a la sala de mis delirios. Me acerqué y sin escudriñar demasiado pasé al interior de la pieza. Una cama, una cómoda, un ropero, una mesa de luz y una silla. Sobre el respaldar de la silla, el sobretodo gris y en el asiento, un sombrero oscuro. Colgando de las paredes, más portarretratos vacíos eran mudos testigos de mi presencia. Una rara fascinación me impulsó a colocarme el sobretodo y el sombrero. Sonreí. Ya no sentía temor, sólo paz y tranquilidad. Advertí sobre una de las paredes la ventana, ese ojo imaginario que había comenzado toda esta obsesión. Me fui acercando. Algo me detuvo. Una percepción captada por el rabillo del ojo. La habitación había cambiado. No podía adivinar qué era pero lo presentía. La tranquilidad se había trastocado en incomodidad. El silencio era atronador. Pasaron algunos tensos minutos, hasta que descubrí el cambio. Los portarretratos se habían cubierto de imágenes, algunas sepias, algunas más coloridas, pero todos decidieron hablar. Gritaban su historia. Me fui acercando a cada uno de ellos. Era extraño, no estaba tan lejos como para no percibir los contornos pero mi vista había disminuido en forma alarmante. Hasta me intuía torpe en mis movimientos. Las primeras figuras me resultaron desconocidas pero a su vez familiares.
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Estuve largos minutos recorriendo la alcoba y sus ilustraciones, analizando esos rostros, esas voces calladas. Cuando realmente comprendí lo que estaba viendo, todo el peso del desgano cayó sobre mis espaldas. ¡Estaba frente a mi vida! Esas cuadraturas silentes descubrían mi existencia. Susurraban un pasado que no recordaba haber vivido. Esos lienzos me devolvían a mis hermanos, a mis viejos, a niños que no conocía pero que reconocía en sus facciones, en sus posturas, en sus sonrisas.
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Fui transitando toda la casa. Retazos de tiempo cacheteaban mi rostro. Y ahí estaba yo, niño, adolescente, adulto, senil. Yo solo, siempre solo. ¡Me veía tan triste! El último retrato. Cerca de la ventana de la pieza. Un rostro ajado por el tiempo. Un sombrero oscuro cubriendo un cabello escaso y canoso. Los hombros llenando el tapado gris. Un rostro, mi rostro. Tardé unos instantes en comprender que no era un cuadro sobre la pared, era mi rostro en un espejo, un espejo cerca de la ventana.
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Lo Inevitable de Elizabeth Lagos
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Autora
Elizabeth Lagos (
[email protected])
Nació el 6 de enero de 1972 en Brandsen, donde reside hasta la actualidad. Es profesora en Lengua y Literatura del Instituto N° 49, de Brandsen. Se desempeña como docente en las E.S.B. Nº 8, Nº 3 y en el Instituto Federico Brandsen, todos en la localidad de Brandsen y en el I.S.F.D. y E.E.T. Nº 57, Extensión Ranchos.
Ilustrador
Albano Renzi (
[email protected])
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1984. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Colorista
Pablo Corral (
[email protected])
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1985. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración y segundo año de la carrera Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
oce menos veinte de la noche, Gutiérrez mira el reloj en el tablero de control cuando detiene la marcha. Se lo han solicitado desde la central hace unos minutos, el pedido es extraño, a juzgar por el maquinista, extraño y urgente. Ha parado en una especie de pueblo chico o vecindario, Gutiérrez no sabría definirlo. tantas veces han pasado por allí: una casilla, que quizás en un tiempo remoto había oficiado de estación, algunos techos lejanos, un sendero casi tapado por la vegetación, es todo lo que su mirada solía captar al paso del tren. Nunca señales de vida. En fin: un lugar deshabitado, como tantos otros.
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El cielo es una mezcla de marrones y grises. Gotas enormes se estrellan contra el grueso vidrio de la ventanilla, empujadas por el viento helado de julio. El tren de la máquina número 221 parece una enorme arteria de hierro, contrayéndose y dilatándose en medio de una oscuridad inmensa y turbulenta. Gutiérrez espera, impaciente y desconcertado. Espera sin saber a quién. Mira alrededor procurando asegurarse de que hay paso hasta el tren. En efecto, lo hay. ¿Cuántos años habrán pasado
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sin que un tren pare en esa estación? En el supuesto caso de que se tratara efectivamente de una estación. Su respiración se vuelve pesada. Suspira. Golpetea el vidrio con sus dedos toscos. “¡Esto es una locura!” piensa finalmente, al tiempo que ve por el espejo retrovisor a un pasajero asomarse a través de la ventanilla y mirar desorientado. Esquiva su imagen en el espejo, con vergüenza. “Para colmo el guarda no da señales de vida”.
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La lluvia golpea cada vez más fuerte y Gutiérrez desea fervientemente volver a casa. Comienza a maldecir esa orden absurda y, a propósito, se pregunta qué hace allí después de diez minutos de espera. Toma la palanca, vacila. Cede un minuto, ni más ni menos. De repente unas luces insistentemente intermitentes lo sacuden. Un auto se acerca por el sendero abandonado a gran velocidad y zigzagueando por el barro. “Parece un Audi” , finalmente se dice Gutiérrez cuando el auto se detiene a metros del tren, sin darse cuenta de que el farol de la vieja estación se ha encendido. Un hombre alto y bastante joven baja del auto. Lo rodea rápidamente y ayuda a descender a una mujer y un
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niño pequeño. Estos últimos corren hacia el tren bajo la lluvia y suben en el segundo vagón. Gutiérrez ha notado que no llevan ni siquiera una cartera. El hombre se acerca al frente del tren, está completamente mojado pero esto parece no importarle. Eleva su rostro al maquinista, busca su mirada, intenta decirle algo. Gutiérrez observa en sus gestos una extraña mezcla de desesperación, súplica y agradecimiento. Si no fuera porque la lluvia le impide constatarlo, juraría que está llorando. Levanta su mano con excesiva lentitud y la detiene en alto, a modo de saludo. Camina hacia el auto, retoma su camino por el sendero, y luego por la ruta que corre paralela a la vía.
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Gutiérrez tarda en hacer algún movimiento, la escena lo ha perturbado, mejor dicho: el rostro desesperado de aquel hombre. Finalmente, prosigue la marcha. Intenta distenderse. Enciende la radio pero es imposible poder escuchar algo debido a la intermitencia. Toma el termo y se sirve un poco de café. Tiene la garganta seca y, además, sus pies están helados. Comprueba que el café está tibio y lo bebe rápidamente. Al rato, siente el golpe de la puerta. -¿Dónde te habías metido? -¡¿Cómo dónde?! Estaba vigilando los vagones. Gutiérrez sabe que esos cuatro vagones se recorren en diez minutos, y más a esa hora. Pero siempre sucede lo mismo: el guarda esconde su rostro para ocultar las señales de haber dormido y Gutiérrez se ahorra discusiones. -¿La señora se baja en Cardona o en Villa Rey? -¿Qué señora? Hay nada más que ocho pasajeros y son todos hombres. Están acá en el primero. Vuelven de pescar, pensaban quedarse más tiempo pero la lluvia los corrió. Gutiérrez se acomoda nerviosamente en su asiento, mira la nuca de López y sus manos en los bolsillos. Por un momento piensa que tal vez todo haya sido un sueño, o que a lo mejor la medicina nueva que está tomando para la diabetes lo afectó. -¡No te hagás el estúpido! La que subió en esa estación que ni sé cómo se llama, está en el segundo, con un nene que debe ser su hijo –se escucha decir, casi gritar, súbitamente. López se voltea y las miradas de ambos se interrogan sin comprenderse. El sonido del tren y la lluvia golpeando el vidrio aturde al maquinista, lo confunde, lo paraliza. Los rieles de la vía lo marean. Mira la noche y el cielo. Más allá, alguna luz lejana. Más allá, dos o tres autos. Una luz roja que se acerca en sentido contrario. Varios autos detenidos en la ruta. Más luces rojas.
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-Un accidente -dice López lacónicamente, y continúa-. Son las doce menos cuarto, vamos bien. Gutiérrez mira el tablero. -¡No puede ser! -susurra y se da vuelta como si pudiera ver a través de la pared de la máquina.
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En la estación de Villa Rey descienden los ocho pescadores. Gutiérrez los mira con desconcierto. Respira profundo. Contiene los deseos de correr a hablarles, de preguntarles si... Ya se alejan, se vuelven una masa uniforme de hombres. En el andén: nadie más.
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Esa noche no puede dormir. Su mujer le ha preguntado ya dos veces si se siente enfermo: está pálido, casi no ha dicho palabra. No puede quitarse de la mente el rostro de ese hombre. ¿Por qué se persigna? Ni siquiera se lo pregunta. Por la mañana ve la foto de esas tres personas en el noticiero. -Conmoción por la tragedia de una familia -dice la conductora-. Los tres ocupantes del Audi murieron instantáneamente al chocar contra un camión. Sucedió anoche alrededor de las veintitrés horas en la ruta que conduce a Villa Rey.
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El Asesino
de Stella Mary Lina
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Autora
Stella Mary Lina
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[email protected])
Nació el 9 de enero de 1948 en San Pedro, provincia de Buenos Aires, donde aún reside. Es Maestra Normal Nacional. Fue docente en la Escuela N º 1 ,4, 12 y en los Centros de Educación Complementarios 1 y 2, todos de la ciudad de San Pedro y se desempeñó como administrativa en el Consejo Escolar. Recibió mención por uno de sus cuentos en la Biblioteca Popular Rafael Obligado de San Pedro.
Ilustrador
Leandro Sarli
(
[email protected])
Nació en Punta Alta, provincia de Buenos Aires, en 1984. Diseñador Gráfico. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Colorista
Sebastián Villegas (
[email protected])
Nació en Verónica, provincia de Buenos Aires, en 1986. Estudiante de tercer año de las carreras de Ilustración y Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
n medio del monte, sobre una loma, vio el rancho, después miró a la mujer que entraba y salía repitiendo la misma tarea, sacaba agua del pozo y luego regresaba para tender la ropa. Desde la espesura, él, la miraba con ojos asesinos. Estaba hambriento y agotado. Sintió que ese sería un buen lugar para comer y descansar. Calculó que estaría sola. Nadie se veía por los alrededores. tal vez su hombre estaba en el pueblo o había ido a cazar al monte. Se alegró de que así fuera, porque no tendría que escapar de su furia.
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Hacía rato que la estaba observando. Esperaba el momento de poder acercarse. Por un instante ella giró hacia él pero no lo vio. Miró hacia la espesura, tal vez presintiendo algo. Luego se metió nuevamente en el rancho. Tardó un buen rato en salir. Él se había ido acercando con sigilo para no despertar sospechas. Linda mujer aquella –pensó-, las carnes blancas como le gustaban. Imaginó el momento en que la asaltaría y sus ojos brillaron. Sentía en su cuerpo el instinto animal que lo haría saltar para dominarla. Esta vez la mujer salió trayendo un hacha. Se alejó bastante del lugar, se paró frente a un árbol talado y comenzó a cortar la madera en trozos pequeños. Algo debió presentir porque se irguió y quedó unos instantes enarbolándola.
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Él no pudo más y se le abalanzó. La mujer dio un salto hacia atrás para protegerse, pero inmediatamente pegó con el hacha y dio justo sobre el corazón. En medio de un quejido atroz intentó atacarla nuevamente, pero no pudo; las fuerzas lo habían abandonado y la sangre le chorreaba hacia el vientre. Los ojos se le nublaron, mientras sentía que sus carnes se desgarraban a cada hachazo que recibía. Era fuerte aquella mujer, fuerte y valiente. No había tenido miedo. Lo había enfrentado sin hacer siquiera un gesto de temor. Se dio cuenta de que estaba acabado. Intentó levantarse pero no pudo. En su agonía alcanzó a escuchar por primera vez su voz. -¡Lindo puma, hermosa piel! Cuando le cuente al Jacinto no lo va a creer. Le voy a hacer una alfombra para que no se le enfríen los pies cuando se baje de la cama. ¡Lindo puma!
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Epílogo El Consejo General de Cultura y Educación, órgano asesor de la Dirección General de Cultura y Educación, instituye a partir del año 2004 el Concurso Docente Autor con el objetivo de promover la participación de los docentes, fomentar la expresión, la creatividad, y el establecimiento de redes comunicativas. La publicación de Cuentos infantiles y Cuentos juveniles constituye el premio a los ganadores de la tercera edición del Concurso. Los cuentos de las antologías tienen como destinatarios a niños y jóvenes respectivamente, de acuerdo con la convocatoria de Palabra de Maestro 2007. Las obras están dispuestas por orden alfabético ya que, de acuerdo con lo establecido en las bases, se seleccionaron los cuentos sin disponer orden de mérito. La Dirección de Educación Artística promovió a las escuelas de Artes Visuales de Bahía Blanca y de Mar del Plata, para que a partir de sus propuestas pedagógicas se sumaran a la edición con el diseño y la ilustración. Los autores de las obras ganadoras interactuaron en la producción editorial con los alumnos que cursan el último año de las carreras de Diseño Gráfico e Ilustrador Profesional. La consolidación de esta fase, derivada del Proyecto Marco Docente Autor, tiene el inmenso valor de ser una colaboración de profesores y alumnos, y constituye además un aporte que fortalece la relación Educación-Trabajo.
Prof. Graciela Veneciano Prof. Alicia Fossati
Escuela de artes visuales LINO ENEA SPILIMBERGO Además de la carrera de Ilustración, en la institución se dictan las carreras de Diseño Gráfico, Profesorado en Artes Visuales, Profesorado en Diseño Gráfico, Cerámica y Realizador en Artes Visuales. Zapiola 243-247 (8000) Bahía Blanca tel. (0291) 452 4146 - 4558836
[email protected] / www.esav.edu.ar
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Ilustrador
Daniel Saladino
(
[email protected])
Nació en Tunuyán, provincia de Mendoza, en 1980. Estudiante de tercer año de las carreras de Ilustración y Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca. Colorista
María Inés Saino (
[email protected])
Nació en Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, en 1977. Estudiante de tercer año de la carreras de Ilustración y Diseño Gráfico de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
Ilustradora
Virginia Falca
(
[email protected])
Nació en Viedma, provincia de Río Negro, en 1985. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca. Colorista
Anabella Chillemi
(
[email protected])
Nació en Punta Alta, provincia de Buenos Aires, en 1984. Diseñadora Gráfica. Estudiante de tercer año de la carrera de Ilustración de la Escuela de Artes Visuales de la ciudad de Bahía Blanca.
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