Orden Franciscana Seglar de Argentina

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Perdón de Asís Celebración Privada o Comunitaria

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CONSEJO NACIONAL OFS Jorge Alberto Jornet OFS

Ministro Nacional - Consejero internacional [email protected]

Gustavo Neri OFS

Viceministro Nacional - Consejero internacional sustituto [email protected]

Zulema Aguirre OFS

Este Logo contiene simbología en sus imágenes, colores y formas que encierran el mensaje que deseamos transmitir y vivir en este año 2016. Su explicación es la siguiente: la imagen central es el ojo de Jesús, tomado del Cristo de San Damián, en su pupila vemos reflejada la silueta de la cruz unida a la forma Eucarística, presencia viva del Señor en el mundo. Bajo la mirada dulce de Jesús se encuentra la familia que de su abrazo fraterno surge la imagen de la tau. Los colores y las formas generales del Logo son similares a los que se han propuestos por la Santa Sede para el año de la misericordia. Por último, a la izquierda del observador, vemos la silueta de la Porciúncula, sede de la Orden, casa de Misericordia por la cual Nuestro Padre San Francisco obtiene el Perdón de Asís, cuyos 800 años celebramos. Queremos agradecer a Josefina Allemand ofs, hermana de la Fraternidad Santa Rosade Viterbo de Salta, Región NOA1 por regalarnos este hermoso Logo. Paz y Bien

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Consejero de Formación  [email protected]

Mabel Cassano OFS

Secretaría Nacional [email protected] - [email protected]

Hernán Pablo Iris OFS

Consejero de Prensa y Difusión [email protected] - [email protected]

Miriam Beccar OFS

Consejero de Justicia Paz e Integridad de la Creación – JPIC [email protected] - [email protected]

Jorge Muñoz OFS

Consejero Animador Fraterno. [email protected]

Pablo Corva

Ministro Nacional JUFRA [email protected]

ASISTENTES NACIONALES Fr. Emilio Andrada, OFM [email protected]

Fr. Mateo Krupsky, OFM [email protected]

Fr. José Enrique Fernández, OFM CAP [email protected]

Fr. Luis Furgoni, OFM CONV [email protected]

www.ofs.org.ar https://www.facebook.com OFS en Argentina Diseño y armado: Hno. Marcelo Maldonado OFS Prensa y difusión Región NOA 2

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Celebración Privada o Comunitaria del Perdón de Asís

Se ambienta el lugar con velas, una imagen de Nuestro Padre San Francisco y de Nuestra Santísima Madre (de ser posible Nuestra Señora de los Ángeles) Guía: El seráfico Padre San Francisco por su singular amor A la Bienaventurada Virgen María, tuvo siempre particular cuidado de esta capillita dedicada a Santa María de los Ángeles, llamada también Porciúncula. Aquí fundó la Orden de los Hermanos Menores y fijó una morada estable para sus hermanos; aquí dio comienzo con santa Clara a la Segunda Orden de las Damas Pobres o Clarisas, aquí recibió a los hermanos y hermanas de la penitencia de la Tercera Orden que llegaban a él de todas partes. Aquí concluyó el curso de su vida admirable, que mejor se habría de cantar en la gloria del cielo. 3 Pág.

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Para esta capilla el Santo fundador obtuvo del papa Honorio III la célebre indulgencia llamada también del Perdón de Asís, que los Sumos Pontífices confirmaron sucesivamente y extendieron a numerosas otras iglesias. Por estos gloriosos recuerdos la Orden Seráfica celebra con gozo la fiesta de Santa María de los Ángeles. Dispongámonos con el corazón a celebrar con gozo en el Señor por estos 800 años de Misericordia Franciscana. Se hace un breve silencio Guía: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espiritu Santo. Todos: Amén. Lector: El sábado 16 de julio de 1216, Jacobo de Vitry llegaba a Perusa, donde temporalmente residía la Corte pontificia. Recién nombrado obispo de San Juan de Acre, antes de ir a tomar posesión de su sede, venía a recibir la consagración episcopal en la sobredicha ciudad. Apenas entrado en ella, supo que aquella misma mañana acababa de morir Inocencio III. Inocencio se había establecido en Perusa en mayo de 1216. Quería recorrer Toscana y Alta Italia para tratar de restituir la paz entre las ciudades rivales de Génova y Pisa, y acelerar los preparativos de la cruzada contra los Sarracenos. Dos días tan sólo duró la vacante de la Santa Sede. Salió elegido Honorio III cuya avanzada edad y malograda salud permitían creer que no duraría mucho tiempo, pero que vivió, sin embargo, hasta el año 1227. «El Papa que acaban de elegir -escribe Jacobo de Vitry- es un anciano excelente y piadoso, un varón sencillo y condescendiente, que ha dado a los pobres casi toda su fortuna». Francisco debió de alegrarse al saber la elección de un Papa renombrado por su piedad y amor a los pobres. Quizás pensó que Dios mismo tomaba en sus manos la causa del santo Evangelio y, como muchos, creyó un tiempo que iba a realizarse la reforma de la Iglesia anunciada por el Concilio IV de Letrán. En tal caso, podría suponerse que tan bellas esperanzas dieron, en parte, origen a la indulgencia de la Porciúncula, la cual siempre consideran como auténtica los más de los franciscanistas. Lo cierto es que refieren ellos a esta época un paso extraordinario que dio el Pobrecillo. Tal como ellos, lo relataremos a continuación, esforzándonos por creer en su historicidad tanto como en ella creen los mismos. En su discurso de Letrán el año 1215, Inocencio III había señalado con el Pág. 4

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signo TAU a tres clases de predestinados: los que se alistaran en la cruzada; aquellos que, impedidos de cruzarse, lucharan contra la herejía; finalmente, los pecadores que de veras se empeñaran en reformar su vida. ¿Sugirieron a Francisco aquellas palabras el deseo de reconciliar con Dios el mundo entero, facilitando a los que no podían ir a Oriente, y a los privados de recursos con que ganar indulgencias, otros medios de participar también en la universal redención? Sea lo que sea, un día del verano de 1216, el Pobrecillo partió para Perusa, acompañado del hermano Maseo. La noche anterior, Cristo y su Madre, rodeados de espíritus celestiales, se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles: —Francisco -le dijo el Señor-, pídeme lo que quieras para gloria de Dios y salvación de los hombres. —Señor -respondió el Santo-, os ruego por intercesión de la Virgen aquí presente, abogada del género humano, concedáis una indulgencia a cuantos visitaren esta iglesia. La Virgen se inclinó ante su Hijo en señal de que apoyaba el ruego, el cual fue oído. Jesucristo ordenó luego a Francisco se dirigiese a Perusa, para obtener allí del Papa el favor deseado. Ya en presencia de Honorio III, Francisco le habló así: —Poco ha que reparé para Vuestra Santidad una iglesia dedicada a la bienaventurada Virgen María, Madre de Dios. Ahora vengo a solicitar en beneficio de quienes la visitaren en el aniversario de su dedicación, una indulgencia que puedan ganar sin necesidad de abonar ofrenda alguna. —Quien pide una indulgencia -observó el Papa-, conviene que algo ofrezca para merecerla... ¿Y de cuántos años ha de ser esa que pides? ¿De un año?... ¿De tres?... —¿Qué son tres años, santísimo Padre? —¿Quieres seis años?... ¿Hasta siete? —No quiero años, sino almas. —¿Almas?... ¿Qué quieres decir con eso? —Quiero decir que cuantos visitaren aquella iglesia, confesados y absueltos, queden libres de toda culpa y pena incurridas por sus pecados. —Es excesivo lo que pides, y muy contrario a las usanzas de la Curia romana. —Por eso, santísimo Padre, no lo pido por impulso propio, sino de parte de nuestro Señor Jesucristo. —¡Pues bien, concedido! En el nombre del Señor, hágase conforme a tu 5 Pág.

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deseo. Al oír eso, los cardenales presentes rogaron al Papa que revocara tal concesión, representándole que la misma desvaloraría las indulgencias de Tierra Santa y de Roma, que en adelante serían tenidas en nada. Mas el Papa se negó a retractarse. Le instaron sus consejeros que al menos restringiera todo lo posible tan desacostumbrado favor. Dirigiéndose entonces a Francisco, Honorio le dijo: —La indulgencia otorgada es valedera a perpetuidad, pero sólo una vez al año, es decir, desde las primeras vísperas del día de la dedicación de la iglesia hasta las del día siguiente. Ansioso de despedirse, Francisco inclinó reverente la cabeza y ya se marchaba, cuando el Pontífice lo llamó diciendo: —Pero, simplote, ¿así te vas sin el diploma? —Me basta vuestra palabra, santísimo Padre. Si Dios quiere esta indulgencia, él mismo ya lo manifestará si fuere necesario; que, por lo que me toca, la Virgen María es mi diploma, Cristo es mi notario y los santos Ángeles son mis testigos. Y con el hermano Maseo se puso en camino para la Porciúncula. Una hora habrían andado, cuando llegaron a la aldea de Colle, situada sobre una colina, a medio camino entre Asís y Perusa. Allí se durmió Francisco, rendido de fatiga; al despertar tuvo una revelación que comunicó a su compañero: —Hermano Maseo -le dijo-, has de saber que lo que se me ha concedido en la tierra, acaba de ratificarse en el cielo. Celebró se la dedicación de la capilla el día 2 del siguiente agosto. La liturgia de la fiesta, con las palabras que Salomón pronunciara en la inauguración del templo de Jerusalén (1 Re 8,27-29.43), parecía como hecha para aquella circunstancia. Desde un púlpito de madera, en presencia de los obispos de Asís, Perusa, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: —Quiero mandaros a todos al paraíso -exclamó-, anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados. Yo deseaba que esta indulgencia pudiese ganarse durante toda la octava de la dedicación, pero no lo he logrado sino para un solo día. Tal es, según los documentos que luego mencionaré, el origen del famoso Pág. 6

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Perdón de Asís. En Alabanza de Cristo y de su Siervo Francisco Todos: Amén. Guía: En la actualidad, esta Indulgencia puede lucrarse no sólo en Santa María de los Ángeles o la Porciúncula, sino en todas las iglesias franciscanas (ya sea por un vivo o un difunto), y también en las iglesias catedral y parroquial, cada 2 de agosto, día de la Dedicación de la iglesita, una sola vez. Para obtenerla son necesarias las siguientes condiciones: 1) visitar una de las iglesias mencionadas, rezando la oración del Señor y el Símbolo de la fe (Padrenuestro y Credo); 2) confesarse, comulgar y rezar por las intenciones del Papa, por ejemplo, un Padrenuestro con Avemaría y Gloria; estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la comunión y la oración por el Papa se realicen en el día en que se gana la Indulgencia. Lector: Lectura del Evangelio según San Mateo Mt. 5, 1-12 Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron. Palabra de Dios. Todos: Gloria a Ti, Señor Jesús. 7 Pág.

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Se hace un momento de silencio y a continuación el Guía dice: Estimados hermanos y hermanas: ¡El Señor os dé la paz! Con gran alegría hemos llegado a la Porciúncula para gustar y celebrar la gracia del perdón, para gustar y celebrar la bondad del Señor que siendo Amor (1  Jn  4,8), nos ama y nos perdona, preparando para nosotros, no un banquete cualquiera, sino el banquete en el cual Él mismo es para nosotros comida y bebida. El corazón del cristianismo, esto es, el evento de la revelación de Dios en Jesucristo crucificado, viene leído por Pablo como el evento del amor de Dios por los hombres en su condición de pecado, en su condición de enemigos de Dios (cf.  Rm  5, 8-11). Y este evento es marcado por el amor y la gratuidad de Dios, lo que significa que el don del Hijo a la humanidad, es también y contemporáneamente, perdón. Perdón, remisión de los pecados. Perdón, liberación de los obstáculos que se anteponen a la unión íntima con Dios, con los otros y con la creación, de tal modo que nos hace sentir la gracia de la reconciliación, y, por tanto, de la comunión profunda que el pecado disminuyó entre nosotros y Dios, entre nosotros y los otros, entre nosotros y la creación. Y esto ocurre no en virtud de una relación jurídica entre Dios que recibe la ofensa y el hombre que peca, sino gracias a aquel dar-de-más que se traduce en una relación de gracia. Con otras palabras, nuestro arrepentimiento, como en el caso del hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32), solo podrá iniciarse desde el momento en el que nos hacemos conscientes del amor fiel del Padre, que no ha dejado de amarnos cuando estábamos lejos de él por el pecado. Lo que nosotros leemos como perdón, en realidad, a los ojos del Padre no es más que un amor que no se ha traicionado a sí mismo. Entonces, el perdón sólo se puede entender en el espacio de la libertad del amor, solamente en el espacio y en la lógica del don que en el Hijo se hace total y totalmente gratuito. Reflejo del amor trinitario de Dios, el perdón es participación en la victoria de Cristo sobre la muerte: si la resurrección  dice  que la muerte no tiene la última palabra, el perdón dice que la muerte no tiene la última palabra, que el pecado no es la última verdad del hombre. La última palabra en la vida del hombre, su última verdad es siempre el amor de Dios. El hombre es antes que nada, el amado por el Padre que no duda en donar al Hijo para que la humanidad vuelva a la plena comunión con Dios, con los otros y con la creación Pág. 8

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misma, querida por el Creador desde los inicios. En este sentido podemos decir que “la iglesia es una comunidad de pecadores convertidos, que viven la gracia del perdón, transmitiéndola a su vez a los otros” (Joseph Ratzinger). El perdón, del que sentimos la necesidad, nos llega hoy a través de la Indulgencia de la Porciúncula obtenida por Francisco directamente del Papa para  mandarnos a todos al Paraíso. Francisco que había experimentado en su vida la misericordia del Señor, como él mismo confiesa en su Testamento, quiere que todos hagamos esta misma experiencia. Lo específico de esta Indulgencia es su gratuidad. Contrariamente a cuanto sucedía con otras Indulgencias, esta es gratuita. Por esto podemos decir que es la Indulgencia de los pobres, de quien no puede ir a Jerusalén o a Santiago de Compostela. El gran corazón de Francisco no quiere dejar a nadie sin la posibilidad de ir al cielo, sin la posibilidad de ser perdonados. Estimados hermanos y hermanas, convocados para gustar y celebrar  la gracia del perdón, somos igualmente llamados a redescubrir el amor de Dios y a compartir este amor-perdón con los otros. Efectivamente, estos son las actitudes necesarias para participar plenamente en  la fiesta del perdón. Lo primero como condición para gustar el perdón, lo segundo como consecuencia de sentirse perdonados. Quien no es consciente de que Dios lo ama ¿cómo podrá celebrar y hacer fiesta por el perdón? Pero ni siquiera podrá jamás sentir lo que significa el pecado. Son los santos, como Francisco, los que, por sentirse realmente amados, se sienten también perdonados y siente la urgencia de romper con toda situación de pecado, por pequeña que sea. Cuando Francisco en el monte Alvernia grita: el amor no es amado, el amor no es amado, lo hace porque ha experimentado el gran amor que Dios tiene por la humanidad y la insuperable distancia entre el amor de Dios y el amor del hombre. Y cuando afirma en su Testamento, cuando estaba en pecado, no lo dice por humildad, sino que lo dice sintiendo que es real, y lo es, teniendo presente el amor sin límites de Dios por él. Por otro lado, sentirse perdonados nos pone delante de una exigencia de perdonar sin límites: setenta veces siete (Mt 18, 22). Es por esto por lo que el Señor en la versión que Lucas nos ofrece del Padrenuestro nos enseña a orar así:perdónanos como nosotros perdonamos. Quien se siente perdonado llega a ser necesariamente apóstol del perdón y de la reconciliación. Nos lo enseña Francisco en su compromiso por reconciliar al obispo y al podestá de Asís, el lobo y la ciudad de Gubbio. Hermanos y hermanas, amigos todos, celebrando la solemnidad de Santa 9 Pág.

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María, Reina de los Ángeles, celebramos a Aquella a la cual la liturgia aplica el elogio que el libro del Sirácida, que hemos escuchado en la primera lectura, hace de la Sabiduría. Guiados por esta actualización litúrgica, María es la madre del amor hermoso y del temor, del conocimiento y de la santa esperanza. En Ella se encuentra toda gracia de verdad y el camino, toda esperanza de vida y virtud. Ella es la llena de gracia, como la llama el ángel, cuya memoria perdurará por todos los siglos (cf. Si 24, 27). Ella es la mujer de la cual nace el Hijo de Dios para rescatar a todos cuantos estábamos bajo la ley del pecado (cf. Gal 44, 4-5). Ella es la discípula fiel que ha encontrado gracia delante de Dios (Lc 1, 30), porque ha concebido al Hijo primeramente por la fe, antes que en la carne (cf. Lc 1, 45). Ella es la Virgen hecha iglesia, palacio, tabernáculo, casa, vestidura, sierva y Madre de Dios, como le canta el padre san Francisco (SalVM 4 ss.). Siguiendo el consejo del libro del Sirácida, acerquémonos a Ella, y la Madre de  misericordia  nos conducirá al Hijo para gustar  cómo es bueno el Señor  (cf. Sal 33). Y entonces también nosotros encontraremos gracia ante Dios y volviendo a entrar en nosotros mismos (cf. Lc 15, 17), nos pondremos en camino y volveremos a la casa del Padre. Él tendrá compasión de nosotros, saldrá a nuestro encuentro y abrazándonos nos acogerá (cf. Lc 15, 20) con gran alegría, porque un pecador se ha arrepentido (cf. Lc, 15, 7). Así iniciará la fiesta, la fiesta del perdón, de aquel que estaba muerto y ha vuelto a la vida, de quien estaba perdido y ha sido encontrado (cf. Lc 15, 32), la fiesta de todos nosotros que reconociendo nuestro pecado nos sentimos amados, perdonados y reconciliados. La fiesta del perdón consiste justo en esto: sentir a un Dios al que confesamos como AMOR. Que la Reina de los Ángeles, medianera de todas las gracias, y el padre san Francisco nos obtengan del Señor la gracia de hacer esta experiencia cada vez que, a causa de nuestra debilidad, nos sentimos pecadores. ¡Feliz fiesta del perdón! Homília Fiesta del Perdón – Indulgencia de la Porciúncula (Asís, 1 de agosto de 2010). Fr. José Rodríguez Carballo, ofm – Ministro general OFM Guia: Confiados en la promesa de Nuestro Señor y por la intercesión de nuestro Seráfico Padre en silencio apliquemos la indulgencia por un vivo o difunto Pág. 10

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Se hace un momento de silencio y a continuación el Guía dice: Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: “La paz les dejo, mi paz les doy”, no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Todos: Amén. Guia: La paz del Señor esté siempre con ustedes. Todos: Y con tu espíritu. Guia: Nos damos fraternalmente la paz. Padre Nuestro… (Lo rezan todos juntos) Creo en Dios… (Lo rezan todos juntos) Guía: Recemos ahora por las intenciones del Papa Padre Nuestro… (Lo rezan todos juntos) Ave María… (Lo rezan todos juntos) Gloria… (Lo rezan todos juntos) Guía: Queridos hermanos: Recordemos que la Madre Iglesia establece que se debe realizar la confesión sacramental al igual que la confesión para obtener esta Indulgencia. Habiendo celebrado en fraternidad el Perdón de Asís y bendiciendo al Señor por la Gracia recibida, regresemos a nuestras actividades cotidianas llevando el Amor y la Misericordia recibida. Puede entonarse el Himno a Nuestra Señora de los Ángeles u otra canción similar

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