Por Bernal Herrera para Literofilia

Teoría del caos Por Bernal Literofilia Herrera para Ilustración Josué Garro [email protected] Teoría del caos recopila, según reza la contraporta

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Teoría del caos Por Bernal Literofilia

Herrera

para

Ilustración Josué Garro [email protected]

Teoría del caos recopila, según reza la contraportada, “lo mejor de la obra narrativa corta del legendario Alexánder Obando escrita entre 1987 y 2012.” Se trata, entonces, de lo mejor que en el género del relato ha producido su autor a lo largo de veinticinco años de trabajo. Las expectativas que pueda producir tal afirmación demarcan uno de los muchos contextos posibles donde ubicar los textos, terreno en el que salen muy bien librados. Los relatos incluidos en el volumen le permiten a Obando, cuya escritura novelística exhibe a veces una cierta desmesura, ejercer con libertad su pródiga

imaginación, al tiempo que le imponen límites estructurales y de longitud que, lejos de dañarle, benefician su nivel escritural. Al igual que afirmó José Agustín hablando de José Revueltas, el formato de la narrativa corta obliga a Obando, cuya faceta narrativa más conocida ha sido, hasta la fecha, como novelista, a destilar y condensar su material, procesos que aquí han coadyuvado a la producción de textos de notable factura. Como suele suceder en la mayoría de libros de relatos, no todos los incluidos en este volumen tienen el mismo nivel o logran el mismo efecto. Pero la mayoría de los cuentos de Teoría del caos están muy bien logrados, y varios de ellos son excelentes. En resumen, que el Obando novelista ya conocido por el público se afirma aquí, exitosamente, en su faceta de cuentista. Como su título sugiere, estos relatos conjugan con éxito dos características a primera vista algo contrapuestas. El lenguaje narrativo empleado por Obando despliega el rigor propio del trabajo teórico, pero los mundos construidos con este rigor lingüístico a menudo están marcados por una tendencia a lo sorprendente y a lo caótico. Esta tendencia se manifiesta tanto al interior de los relatos individualmente considerados, como del mundo que en su conjunto perfilan. Lejos de centrarse de forma sostenida en un mismo tipo de ambiente, personaje o desarrollo, las vidas individuales y colectivas que pueblan el volumen refractan mundos tan plurales como diversos. Esta pluralidad de mundos, nunca disminuida y menos aún aplastada por los temas que se reiteran, tales como el erotismo o los paralelismos entre diversos planos de la realidad, es una de las marcas de identidad del volumen. Y una marca harto bienvenida en una literatura que, como la costarricense, ha sabido centrarse en reflejar, refractar o recrear aspectos concretos y a menudo harto identificables de la realidad nacional. Esta tendencia nacionalista no solo ha prevalecido en la escritura de la literatura costarricense, sino también en su lectura. Basta comparar el éxito que han tenido los textos temáticamente

costarricenses, o al menos claramente ubicados en Costa Rica, de Fernando Contreras como Única mirando el mar o Los Peor, con el espeso silencio que cayó sobre obras suyas que no se ubican directamente en la realidad nacional, caso de Cánticos de las guerras preventivas, a mi juicio una de sus mejores novelas, para darnos cuenta de ello. No afirmo, ni siquiera insinúo, que los temas y ambientes costarricenses sean menos ricos o interesantes que los foráneos o imaginarios. Un libro tan netamente “costarricense”, cualquier cosa que este adjetivo signifique, y asumiendo que tal adjetivo tenga algún sentido literariamente hablando, como los Cuentos de angustias y paisajes de Salazar Herrera, resulta tan bueno como cualquiera ambientado en otras coordenadas. Simplemente constato una limitación usual en la literatura costarricense: la tendencia, algo obsesiva y un tanto neurótica, a la autocontemplación, sea esta elogiosa o deprecatoria. Una tendencia tal vez asociada con, entre otras cosas, una timidez que lleva a pensar algo así como: ¿qué tiene que decir un costarricense sobre otros mundos? Difícilmente sea mera casualidad que autores tan viajados como Joaquín Gutiérrez o Max Jiménez, apenas si produjeron literatura de ficción ambientada en otras realidades. Esta escasez se hace aún más aguda en el caso de la literatura fantástica, o construida alrededor de mundos imaginarios (otro adjetivo de ambiguo sentido al hablar de literatura), cuyo cultivo, si dejamos por fuera las inevitables y consabidas excepciones que confirman la regla, recién empieza a darse de forma relativamente sostenida en nuestro país. En un panorama tal, la pluralidad de coordenadas espaciales y culturales cubierta por los relatos de Obando es tan bienvenida como refrescante. Pues si bien una parte de sus cuentos son de ambiente costarricense, también los hay que ocurren en el extranjero, y otros donde la localidad geográfica es indeterminada, o cuya geografía es mucho más mental e imaginaria que anclada en los mapas. Esto, que por sí mismo no es un mérito ni conlleva calidad literaria ninguna,

sí lo es en Teoría del caos, por la forma en que tal variedad es tratada y lograda allí. Un texto como Jesse Harding Pomeroy, que oscila entre Massachusetts y París en la segunda mitad del XIX y Londres en la primera mitad del XX, ejemplifica a la perfección este sobrepasamiento de los límites de lo nacional, y el nivel al que llegan varios relatos de Obando. En otro texto, Madera de troles, el ambiente es nítidamente costarricense, pero la realidad narrada escapa por mucho a los límites de lo posible en la realidad usual. “Mercando carne”, por su parte, se ubica una realidad marcada por arquetipos nacionales, pero impregnada de una muy sui generis atmósfera al mismo tiempo realista y delirante. Dicho en otras palabras, los relatos de Obando quiebran, mediante muy diferentes combinatorias, algunos de los límites que la literatura costarricense ha solido imponerse a sí misma. El aparente caos temático de Teoría del caos está, sin embargo, amarrado no solo por la disciplina de su lenguaje, sino por la recurrencia de ciertos temas. Así, en varios de sus textos, pero ciertamente no en todos, aparece la temática homosexual masculina. Y surge aquí otra de las virtudes del volumen: la negativa a poner la literatura al servicio de una causa política, y el tratamiento sutil que hace de sus temas recurrentes. Quienes esperen encontrar en este libro una literatura programáticamente gay, o un despliegue de escenas eróticas, saldrá desilusionado. Abunda lo gay y hay escenas eróticas, pero todo ello es un elemento más del libro, no su eje central. Otros elementos tienen la misma importancia, como la presencia de lo imaginario, y casi fantástico, en ámbitos plenamente cotidianos, caso de Madera de troles y Continuidad de los parques; o la narración de hechos que solo entrevemos por darse fuertemente refractados por conciencias desquiciadas, caso de Caída libre. Todo lo anterior no son sino algunas pinceladas iniciales arrojadas por una lectura más hedónica que crítica. Ya vendrán

quienes estudien el libro de forma sistemática, quienes lo ubiquen de cara a otras obras de su autor, quienes lo comparen con obras de autores nacionales o extranjeros. Lo cierto es que estamos en presencia de un conjunto de relatos que enriquece de diversas formas nuestra literatura, y que merece ser leído desde muy diversas perspectivas y por muy diversos públicos lectores. Con Teoría del caos Alexander Obando deja en claro que, además de novelista de largo aliento, es un cuentista tan imaginativo como riguroso, tan caótico como disciplinado. Un autor que, desde su exilio gringo, está llamado a ejercer una saludable impronta en la literatura contemporánea costarricense. NOTA DE REDACCIÓN: Teoría del caos, de Alexánder Obando lo puede encontrar en Librería Internacional, Librería Universitaria, Libros Dulouz, y amazon.com. Tiene un costo de ocho mil colones.

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