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LA CREACION DE EMPRESAS, LA MEJOR SALIDA PARA LAS DIRECTIVAS. Eva LEVY/Presidenta de FEDEPE. Pamplona, 30 de Marzo de 2006 El pasado jueves, mientras preparaba este viaje, leí en el diario El País dentro de un cuadernillo que realiza conjuntamente con The New York Times, un artículo de título provocador: “Exprimidas, las mujeres paralizan sus carreras”. Paralizan, reparemos en el verbo. Se refería a las mujeres norteamericanas y al cansancio que sienten muchas de ellas, especialmente las mejor situadas, las que pueden elegir su camino, tras el esfuerzo laboral de las últimas cuatro décadas. Esfuerzo laboral al que se suman sus responsabilidades familiares en buena parte de los casos. Al parecer, ya no perciben que ese esfuerzo valga la pena y, sobre todo, parecen creer que, de momento, las cosas no van a cambiar para mejor. El resultado es que algunas prometedoras profesionales se han vuelto a sus casas, no siempre para atender a sus familias, sino para emprender un tipo de vida que nada tiene que ver con sus ambiciones de partida, ni con sus evidentes logros. Y si otras mujeres no las siguen es porque no pueden permitírselo. El artículo es interesante porque muchos fenómenos sociales que se producen en los Estados Unidos terminan reproduciéndose en Europa, y, por supuesto, entre nosotros. Y es también interesante porque la reflexión no aparece en una revista sectorial, o de debate, sino en un medio masivo, lo que significa que se entiende como reflejo de un movimiento amplio y profundo con el que pueden conectar muchas lectoras. Las españolas, en número todavía bajo pero ya significativo, llevamos también cierto tiempo integradas en el mundo laboral, y podemos hacer nuestras valoraciones. Como presidenta de FEDEPE, asociación a la que pertenezco desde sus inicios, tengo muchas ocasiones de hablar sin tapujos con otras mujeres, empresarias, profesionales y directivas, en el ambiente informal de nuestros almuerzos y en otras muchas ocasiones. Y les digo que, efectivamente, hay cierto cansancio en el ambiente. Incluso nos produce cierta fatiga hablar del tema, darle vuelta a los problemas de la condición de la mujer, las discriminaciones, al techo de cristal, etcétera, etcétera. 1
Por una parte, apoyamos cualquier iniciativa que favorezca a la mujer, especialmente a la mujer en situación de debilidad social. Por otra, hemos venido reclamando desde hace años medidas de conciliación profesional y personal. Y, desde luego, creemos en la necesidad de que las mujeres estén presentes en órganos de decisión, en consejos de administración, en consejos asesores. Pero la experiencia acumulada nos dice que, aunque todo eso está bien y en algunos casos es imprescindible, el juego de verdad no cambia sólo porque se intenten forzar determinados resortes. Quiero traer el caso, sin que esto tenga valoraciones políticas o ideológicas por mi parte, la forzada “paridad” del Gobierno actual. Ministras más o menos afortunadas ha habido desde el principio de la transición política, pero esta es la primera vez que intencionadamente, con afán ejemplarizante se busca un número determinado de hombres y mujeres. Y ahí tenemos a la vicepresidenta Mª Teresa Fernández de la Vega, en el puesto más alto alcanzado por una mujer en un gabinete –Esperanza Aguirre tuvo un rango tal vez institucionalmente mayor como presidenta del Senado, pero eso no es importante ahora- . Y ¿qué tenemos? Pues a una mujer de la que se destaca su tremenda dedicación al trabajo, de lunes a lunes –ella misma ha confesado en alguna entrevista que ya no sabe lo que es un fin de semana, aunque no le importa el sacrificio. Así que las mujeres tenemos derecho a cierta dosis de fatiga, a cierta dosis de duda, a la tentación de paralizar nuestra carrera, en palabras del artículo del New York Times Pero creo que instintivamente compartimos eso que dicen los atletas, especialmente los corredores de fondo, de que no hay nada más peligroso que pararse en medio de la carrera. Aunque sea durante un entrenamiento. Por mucho que duela –y correr duele, aunque resulte emocionante-, si te dejas caer, si te tomas un respiro, te será muy difícil volver a la pista, o volver sin daños. Las mujeres de mi generación, que es tanto como decir de la generación plenamente incorporada al mundo laboral, crecimos espoleadas a menudo por nuestras madres, a las que debemos hacer justicia, o crecimos, incluso, contra ellas, lo que siempre resulta estimulante. Pero el hecho es que nos tuvimos que lanzar a la vida profesional sin referentes, ni modelos.
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Nuestras madres, las mujeres adultas que nos rodeaban cuando éramos niñas o muy jóvenes, eran generalmente fuertes, poderosas y activas, pero no un modelo: su mundo, incluso si estaban desempeñando alguna profesión mientras nos educaban, era otro. Como mucho, las hijas de familias de profesionales liberales o con negocios tradicionales tenían, o teníamos, el ejemplo de un estilo, una forma de hacer, de una ética. Pero, en tanto que futuras mujeres profesionales o futuras mujeres empresarias… ¿dónde podíamos mirar? Eso explica muchos de nuestros errores y el precio que han pagado algunas que creyeron poder volar como auténticas superwomen. El caso es que ahora, a la vuelta de unas décadas, nos encontramos con que hemos empujado a nuestras hijas a tener el mayor nivel de estudios y de ambición posible, pero nuestras hijas, o las jóvenes profesionales con las que compartimos experiencia, nos miran a veces con cierta perplejidad. Parafraseando una vieja y cínica frase, parecen decirnos: ¿y para esto hicisteis una guerra? No quiero que mis palabras resuenen de una forma negativa, pero creo que nos tenemos que enfrentar al hecho de que las metas conseguidas tan trabajosamente, no son lo que esperábamos. En parte, porque ninguna meta lo es jamás. En parte, porque quizás creíamos que algunas cosas se modificarían con más rapidez de lo que lo han hecho, y eso nos sigue pasando factura. En parte, y esto es lo que me gustaría debatir hoy, porque resulta que, después de tanto esfuerzo y de apuestas personales a veces muy duras, nos damos cuenta de que el juego apenas acaba de empezar. Y de que seguimos teniendo pocos espejos en los que mirarnos. Como digo, tenemos derecho a una cierta dosis de fatiga, pero sólo a unos minutos de autocompasión y por hoy están cubiertos. La radiografía de la situación la conocemos. La reflexión es inevitable, y mi pregunta es, si de esa reflexión debemos salir pensando en pisar el freno o, por el contrario, buscar audazmente nuevos caminos. Pero ¿queremos ser audaces? Las mujeres que hemos tenido puestos directivos a lo largo de nuestra vida no nos engañamos sobre los techos de cristal ni las zancadillas de hierro. Pero, ¿qué hacemos cuando decidimos tomar las riendas y poner nuestro 3
propio negocio, bien como fórmula de autoempleo, o para dar salida a nuestros intereses, tras años de gestión en empresas en las que no podremos desarrollar nada más? ¿Dónde nos jugamos el tipo? Y aquí hay que reconocer que somos todavía prisioneras de nuestra cultura. Para empezar, de la relativa cultura empresarial española, para continuar, de nuestra escasa capacidad de riesgo que, ojo, paradójicamente, convive a menudo con un gran valor y determinación por salir adelante. Las mujeres españolas hemos llegado al mundo de la empresa en un momento de enorme cambio, en el que el paisaje económico se transforma, se globaliza. Lo curioso es que se supone que nosotras tenemos ciertas habilidades para movernos con espíritu práctico y eficaz en situaciones tambaleantes y ambiguas, en las situaciones difíciles. Pero ¿estamos dispuestas a aceptar el reto de los tiempos? ¿Innovamos? ¿Apostamos por el riesgo? ¿Exploramos nuevos caminos? ¿Pensamos a lo grande? De momento, aunque no me quiero enredar con cifras, tan sólo un 30 por ciento del total de emprendedores españoles son mujeres. Así, en 2004 se identificaron en España 287.000 mujeres emprendedoras (*), frente a 730.000 hombres. El Instituto de la Mujer da una cifra más alta, pero probablemente porque parte de otros baremos. Esta cifra es una de las más bajas entre los 34 países analizados por el Informe GEM que coordina en España el Instituto de Empresa junto con una red de equipos de trabajo autonómicos, que analiza el perfil emprendedor y los factores más relevantes que promueven la creación empresarial mundial. Los autores del GEM hicieron el pasado año un estudio monográfico sobre la mujer emprendedora con una encuesta entre más de 16.000 personas y con entrevistas a 324 expertos. Un 50 por ciento de esta cifra, al menos de la que baraja el Instituto de la Mujer, dirigen empresas sin asalariados, unas 50.000, empresas de 10 o más asalariados y unas 100.000 tienen cargos directivos en empresas con menos de 10 asalariados.
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El informe GEM nos sitúa en el puesto 28 de la lista de emprendedores, por delante de Polonia, Italia, Hong Kong, Noruega, Grecia y Croacia. Por regiones, Cataluña es la comunidad autónoma con mayor actividad emprendedora femenina, seguida de Castilla León, Valencia, Extremadura, País Vasco, Madrid, Canarias y Andalucía. La mayor parte de las emprendedoras tienen entre 25 y 44 años, etapa en la que deben acometer el doble esfuerzo de conciliar vida familiar y profesional. Es este sentido, los expertos consultados para el estudio critican la falta de servicios públicos que faciliten la compatibilización de las tareas profesionales y personales. En la actualidad, según GEM, España ocupa una posición intermedia en el grado de respaldo institucional a los emprendedores por delante de países como Japón, Holanda y Alemania. El problema es que estas ayudas adolecen de una falta de adecuación a las necesidades específicas del colectivo emprendedor femenino. Respecto a los datos de actividad emprendedora desagregados por tipo de empresa –naciente, de menos de tres meses, o nueva, de menos de tres años- los autores del estudio indican que el grado de participación femenina es más elevado en las empresas nuevas. Esta situación podría responder a dos motivos, por una parte constatan que, salvo en periodos de bonanza económica, las mujeres suelen mostrar una menor predisposición a participar en la creación de empresas desde las fases iniciales de proyecto, prefiriendo incorporarse junto al socio fundador en una etapa posterior de consolidación. Otra hipótesis guarda relación con el tipo de empresa que crean las emprendedoras, en general de menor tamaño, más intensivas en trabajo y con menor vocación de crecimiento. Ello se traduce en un menor índice de fracaso en los primeros años de existencia de la empresa. Pero tiene también otras consecuencias, que no señala el informe, si bien son legítimas a la hora de establecer una opción de negocio, sobre las posibilidades de las mujeres por acceder al poder económico o controlar, con legitimidad, puestos relevantes en consejos y asociaciones empresariales de envergadura. En cuanto a las perspectivas de generación de empleo, las emprendedoras exploradas en este informe prevén crear menos puestos de trabajo en un futuro cercano que los emprendedores. Este dato responde a que la mayoría de las ecuestadas antepone criterios de estabilidad de la empresa
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y de equilibrio entre vida personal y profesional sobre los de crecimiento y máximo beneficio. Respecto al nivel educativo, mujeres y hombres alcanzan cifras similares en la tasa de formación superior –27 por ciento por ciento en el hombre, 26 por ciento en las mujeres-. Lo que confirma que ahora no puede atribuirse a la preparación o su falta las posibilidades de desarrollo de las mujeres en determinados niveles. Sobre este trasfondo, me parece interesante destacar otro interesante trabajo, el Informe Mujer y Empleo, realizado por el Círculo de Progreso, que lleva un interesante subtítulo: Opciones y decisiones. Y me parece interesante porque esa es la clave de nuestro conflicto actual: optar y decidir. Siempre es la clave, pero lo es más para nosotras por múltiples razones. Será legítima cualquier opción, cualquier decisión, pero nos enfrentaremos a diferentes consecuencias. Para optar y decidir, jugamos con tres elementos: 1) Nuestra formación. 2) Nuestra actitud. 3) El tipo de empresa o negocio que nos planteamos. Hay varias cosas interesantes que desmontan algunos mitos sobre el comportamiento profesional de la mujer, y especialmente el de la empresaria española. = Contra lo que puede parecer, ya que las mujeres subordinan a menudo su vida profesional a situaciones diversas, la carrera de una mujer o su trayectoria es coherente y presenta escasas desviaciones a lo largo del tiempo. Está más ligada a la vocación que a la definición de metas. Puede deducirse que la palabra clave es la de estabilidad y el hecho de no ligarse a metas puede verse como un acto de realismo ante las contingencias de todo tipo, pero también personales y especialmente personales, que se producen a lo largo de la vida profesional femenina… Y puede verse como una falta de ambición, aunque esté justificada. = Entre las mujeres se aprecia una valoración muy alta del esfuerzo, una verdadera filosofía del esfuerzo mantenido a lo largo de la vida profesional. El esfuerzo se valora por encima del azar o de la suerte. Lo que está muy bien, pero el azar significa en muchas ocasiones la aparición inesperada de una oportunidad. Y esa oportunidad, también por diferentes razones, no siempre es la que aprovechan las mujeres.
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= Las mujeres dan mucha importancia a su etapa formativa, especialmente en lo que se refiere a su primera elección de trayectoria profesional. Ahí es donde hacen el mayor y más exitoso esfuerzo, como puede comprobarse al comparar sus calificaciones con las de sus compañeros masculinos. El nivel de exigencia es alto. Sin embargo, su nivel de reciclaje no suele ser tan alto, ni cuentan con otras fuentes posteriores de aprendizaje que no sean su propio esfuerzo y experiencias. Las mujeres, y volvemos a los modelos y referentes, no encuentran en su vida profesional y empresarial, modelos y referentes femeninos que les ayuden en las diversas etapas. Desde luego que pueden aprender de un colega o un superior, pero no es frecuente que encuentren el nivel de tutoría, por decirlo así, o de apadrinamiento que encuentran los hombres y no tanto por un factor de discriminación en el sentido despectivo del término hacia las mujeres, sino de complicidades naturales, de proximidades “padre-hijo”, de lazos de confianza… La única suerte puede ser que tengan un padre o un referente familiar que, sin embargo, no suele poder ayudarles a manejar una carrera profesional en todas las condiciones. En lo que están de acuerdo la mayor parte de las mujeres –profesionales liberales, directivas, artistas, políticas, empresarias- es que se han superado las expectativas generacionales y en que se ha abandonado el rol tradicional de la mujer como referente de comportamiento…. Lo que no quiere decir, podemos añadir, que haya sido sustituido por otro. = Las empresarias son el grupo al que su formación suele servir de menos. Al menos, su formación de origen. De hecho, son las que menos coherencia muestran entre formación y trayectoria posterior. Rara vez su formación inicial tiene un vínculo directo con su actividad empresarial. Por supuesto, esto no rezaría para la titular de una farmacia, pero sí para aquellas que se lanzan al ruedo como solución de autoempleo o en un momento de trayectoria profesional superada. = Pensar en términos de género es un esfuerzo que realizan las mujeres. En parte porque nos hemos creído lo de la igualdad de oportunidades, en parte porque esa es una reflexión que vamos realizando sobre la marcha, pero que no nos permitimos en el día a día, mientras desarrollamos nuestro trabajo. Mientras resolvemos nuestros problemas diarios, mientras nos inventamos la conciliación como mejor podemos, vamos avanzando sin pararnos 7
demasiado a pensar cómo nos tratan. Es decir, tenemos una baja percepción de la discriminación de género, de la discriminación retributiva… salvo casos flagrantes. No solemos tener una solidaridad de género, quizás porque trabajamos con cierta sensación de aislamiento, siempre en esa línea de ausencia de red, de referente, de modelo que nos pueda respaldar. Con todo, entendemos como necesarias una serie de prácticas y medidas que faciliten, por ejemplo, la conciliación, pero, bien por escarmiento, bien por realismo, es como si se refirieran a un derecho o una posibilidad que beneficiaría a otras personas. = Las empresarias son las que menos hincapié hacen en el hecho del género, aunque entienden la necesidad de las políticas de igualdad o las medidas de conciliación. También aceptan con más facilidad la existencia de roles masculinos y femeninos, no porque no crean que hombres y mujeres deban ampliar sus papeles, sino porque aceptan el hecho de que existen unas diferencias que influyen en el desarrollo de los acontecimientos. Se puede objetar que este hecho refleja un criterio conservador, pero también se puede aducir que las empresarias, que luchan cuerpo a cuerpo con las circunstancias, sin apoyos de ninguna clase, no se hacen demasiadas ilusiones sobre nada y torean las dificultades sin pretender, al menos en principio, cambiarlas si no está en su mano. = Entre las profesionales, son las directivas las que creen descubrir formas de gestión diferente entre hombres y mujeres. No sucede así entre las profesionales liberales o las empresarias, quizá porque su trabajo es muy personal y no forma parte en tan gran medida del entramado de una organización. = En lo que están de acuerdo las mujeres consultadas para este informe es en que, en este momento, no es la formación el obstáculo para el desarrollo de la mujer. Ni el rol que debe ejercer socialmente. Ni las zancadillas profesionales. El mayor freno es personal. Puede parecer una contradicción con tanto obstáculo objetivo como parece cerrar su camino. Pero tal vez sea descubrir cuál es ese freno, ese miedo o esa decisión oculta la que quieran descubrir las norteamericanas que han decidido paralizar sus carreras.
OTROS DATOS En el conjunto del Estado, la tasa de actividad de las mujeres es de un 53,2 por ciento (estadísticas de 2001). Por encima de esta valor medio 8
están las mujeres de Cataluña, prácticamente en el 60 por ciento, así como las de las Islas Baleares, Galicia en un 56,6 por ciento, Madrid, con un 56,2, País Vasco, 55,5 y Navarra, 54,8 seguida de Valencia, 54,6, Aragón 52, Cantabria, 52,2 y Extremadura 50,6. A partir de ahí son valores por debajo del 50 por ciento, con el caso extremo de Asturias y su 46,4 por ciento de tasa de ocupación. Las mujeres de Madrid, Navarra y el País Vasco han consolidado posiciones al evolucionar la actividad laboral femenina a tasas por encima de la media. Las mayores tasas de actividad para las mujeres casadas corresponden a Galicia, un 19 por ciento más; Baleares, 18, y Cataluña, 15. En tanto que los menores niveles se registran en Murcia, Castilla la Mancha y Andalucía. Entre mujeres no casadas, los mayores niveles de actividad se dan también en Cataluña, Madrid y el País Vasco. Las mejores oportunidades, en todo caso, están entre los 24 y 54 años y entre las mujeres casadas con estudios universitarios. Donde menos oportunidades encuentran es en Galicia, Navarra, Aragón y Cantabria, mientras son superiores en Murcia. = Canarias, Baleares y Madrid son comunidades de servicios por antonomasia, al menos en lo que al empleo femenino se refiere con cifras que implican el 90 por ciento de la ocupación total. = Lugares donde el sector primario y la industria son superiores a la media son Galicia, Cantabria y Murcia. = Peso relativamente superior de la industria más construcción son Aragón, Cataluña, La Rioja, Navarra, el País Vasco y Valencia y, en cierto modo, Castilla la Mancha. = Comunidades donde destaca la agricultura sin industria, Andalucía, Asturias, Castilla León y Extremadura.
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