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REPRESENTAUlUix Q w e los e<

ciudadanos

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un honroso deseo : mas la paz solo se conso­ lida, cuando la ley fundamental ha declara" o d , pro metido y determinado to das las ga­ rantías individuales, po rque bastaría, que esa misma ley fuera fielmente obedecida, y

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literalmente o bservada para impo sibilitar

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del to do la renovación de las turbulencias."

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o •l^ s ciudadanos Oajaqueño s que suscriben, lo hacen muy res­ petuosamente, á la vez que se dirigen al primer magistrado de la "^pública. Mas que su interés particular, es el de la patria, quien pone ja pluma Pll Sllg mano s pat a espresár sus deseos y emitir sus °piniones. Po rque ¿cómo pudieran ser uno s frío s espectado res la precursiou de una borrasca? ¿Cómo pudieran guardar un

contra los impulsos y convencimientos de su conciencia política? ¿Cómo pudieran manifestarse aquisientes, cuando ven q ue sus de­ rechos y sus fortunas están amagadas por la mas terrible de todas las plagas. Sí, Señor: sin lisongearnos de tener una vista tan penetrante co­ mo la de aq uellos hombres consumados en el arte complicado y difícil de la política, presentimos un porvenir infausto. Resulta­ do necesario de un cambio fundado en opiniones eq uivocadas, ó de una reforma intentada por vias desconocidas en la legislación. L o primero inevitablemente ha de causar la muerte de la socie­ dad, y lo segundo ha de prolongar los males que hace tantos años q ue la aq uejan. Es una doctrina harto trillada; pero á la par cierta: que el cuer­ po moral lo mismo q ue el físico adolece de enfermedades, y que el término de ellas se predise por los síntomas q ue so observan. Fijemos, pues, la atención sobre la sociedad mexicana, y cierto es q ue este paso nos dará por resuUado q ue si no presenta ya la faz hipocrática, le falta muy poco para entrar en perfecta agonia. Su hacienda q ue es el principio vital, en absoluta nulidad, por no decir q ue en bancarrota. L a desconfianza generalmente dise­ minada por toda la superficie. Los partidos ma9 ecsaltadrrs que lo q ue jamás se vieran, el uno como agente, y el otro presentándo­ le una terrible fuerza de inercia, en un s u e ñ o . . . .q ue no es el de la vida. Las leyes desvirtuadas hasta el estremo do q ue solo pueden servirle de comodín á las pasiones. Los giros tan parali­ zados como es consiguiente en todos los paisa» en que se suscitan temores ficticios ó reales sobre la seguridad. La agricultura en decadencia, entre otras cansas, por q ue se le q uitan PUS brazos productores. El comercio presentando uo campo de batalla entre contrabandistas y agiotistas, q ue no dejan lugar al hombre de bien para sus especulaciones. En fia para decirló todo, pugnando las luces contra las tinieblas. Especie de guerra que si bien el vulgo la mira como puramente ideal, á los ojos filosóficos se presenta con un aspecto verdaderamente espantoso. Llenas están las páginas de la historia, de horrores y de sangraSiglos enteros se camina por entre cadáveres de traidores y de leales; de víctimas y de verdugos; de inocentes y de crimínale?; mas este es efecto preciso y necesario de esa especie de lucha porq ue ella afecta á los hombres hasta lo mas interno do su ser»-; sihilid id. Hay en lo político una especie de creencia cuyos ar­ tículos son tan obligatorios, como los religiosos. Es, pues,consi-

guíenle y que no pueden ser atacado s co n impunidad sin que se alarme la mo ral, y pro duzca efecto s reactivo s T a l debe suceder en caso de destruir el código fundamental, único que ha tenido la nación mexicana desde que ecsiste. Pues que entre la barbarie y la esclavitud, nunca tuvo leyes pro pias. Es verdad que se reciente de algunas imperfeccio nes, ¿pero cual de las creaturas se encuentra escenta? ¿Quién de lo s que nacie­ ro n es perfecto ? ¿Qué o bra salió de las mano s de lo s ho mbres, que no fuera tan frágil co mo sus mismo s auto res? Mas de aquí no se infiere que se deba ado ptar el medio de la destrucción, mayo rmente si lo s defecto s so n co mo uno s lunares en un hermo so ro stro . ¿Sería, pues, cordura co rtar la cabeza de una dama po r quitarle una berpuga? A*í, pues, la caria fundamen­ tal no puede variarse en sus elemento s co nstitutivo s, po ique sus acceso rio s sean hetero géneo s. Semejante lógica, sería á todas lu­ ces la mas absurda. Una co nstitución que declara la independencia nacio nal, que fi­ ja lo s límites del po der: que señala la forma de gobierno: que ase­ gura las propiedades: que garantízala libertad: que respeta los de­ recho s del ho mbre, y del ciudadano : que pro tege la ilustración: que no persigue á la memo ria po stuma de lo s ho mbres co n la in­ famia, y últimamente que co nsagra co mo principio la igualdad ante la ley, y el premio y la opción solamente al mérito y á la vir­ tud: es eminentemente buena en su substancia. No debe, pues, variarse sin que lo s pueblo s necesariamente se alarmen resentido s de la pérdida de un bien. Lo que parece que en tal caso aco nseja la prudencia, es so lamente que se refo rme aquella parte que se considere inco herente, pero sin separarse del órden legal y reglamentario , po rque este no es una fórmula vana, sino un ante mural de la subsistencia de sus elementos. Es la es­ cala po r do nde se puede subir á co jer la ñ uta, sin tumbar el ár­ bo l que la pro duce. Pero fijándo no s en el célebre pro blema que ho y se agita so bre si uno de los principios de la carta, cual es el de la federación, es no civo á la felicidad pública y o rigen de las desgracias que. lejo s de pro po rcio nar felicidades á la patria, la ha sumergido en un go l­ fo de males y retro gradacio n: no s atrevemo s á reso lverlo po r el estremo negativo . Antes, pues, creemo s que la ino servancia ha causado las o csilacio nes do que so mo s presa. Creemo s igualmente que una desgraciada equivo cación de ideas ha hecho atribuir á la constitución, males qup ecsisten en otra fuen­ te muy diversa. Se le inculpa del crimen de ser la creado ra de

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toda nación infante, en donde los intereses ar r aigados pugnan por pr ecisión con los nuevamente pr oducidos, sea cual fuer e la for ­ ma que sustituye á la que deja de ecsistir . Se cr ee que la feder ación separ ó en facciones á una sociedad que estaba unida, per o tampoco es esto esacto. L a nación me* xicana estaba subyugada, que es cosa muy diver sa. No tenia li­ ber tad, no tenia leyes pr opias; para decirlo todo, no era nación. Su ecsistencia en la car ta geográfica del globo, impor taba una cuar ta par r e; mas en el mapa político era no mas que un punto impercepiible, una miser able colonia, una pr opiedad de un continente, que pr esentaba el estr año fenómeno de ser menor que el contenido. Asi, pues, esa separ ación que se le inculpa fué saludable por que le dió ecsistencia, le dio liber tadle infundió pr incipios filosófic os de or gullo nacional, le abr ió el camino par a que bicier a mas r á­ pida la administr ación de justicia, en fin, par a que for mar a un to­ do homogéneo y compacto, por medio de vínculos indisolubles con el centr o y los diver sos co-estados. Si esta separ ación, pues, tuvo algún defecto según nuestro po­ br e y humilde juicio, solo podr á consistir en la mala divicion del ter r itor io. Razón por que quedando débiles los sóbennos fede­ r ados, ni han podido sostener sus der echos, ni hacer valer y r espe­ tar su supremacía, y algunos, acaso, ni acudir á sus pr ecisos gas­ tos. Per o esto, repetimos, que no es defecto de la feder ación, si­ no de uno de los ar tículos de la car ta que mer ece r efor ma. Se dice también que es muy dispendioso, y que por lo mismo car ece de la virtud de la economía, tan recomendable par a la pros­ peridad nacional. Nosotr os entendemos que no es así, á no ser que se quier a que los empleados en los diver sos r amos de la ad­ ministr ación, se monten sobr e la base que servia de norma al go­ bier no de España, que casi en pública almoneda vendía los des­ tinos, aun los que no disfr utaban de sueldo como los de justicia, ó que se hayan de supr imir aun los mas necesar ios par a la felici­ dad pública. Otr a de las objeciones contra el sistema feder al es que no hay en los estados las luces suficientes par a llenar los diver sos empleos que pr ecisamente se requieren par a hacer caminar á la delicada máquina feder al; per o, señor , seamos justos, ese no es un defecto del sistema, sino de nuestr as divisiones intestinas. En la tr iste alter nativa de ser la mitad de los ciudadanos vencidos y la otr a vencedor es, ¿cómo ha de haber niíuvr o bastante si cada uno á la vez se circunscribe á su pequeña ár ea? L o misino suceder á si el

gobierno se centraliza, y quedan excomulgados los federalistas. Esto prueba, pues, que el remedio está en otra parte, á la vez 1u

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