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Mons. Sergio A. Fenoy
Carta
CARTA PASTORAL SOBRE LA CELEBRACIÓN DEL AÑO VOCACIONAL EN LA DIÓCESIS San Miguel, 3 de marzo de 2012
RESPONDER CON EL AMOR “Todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Pero, ¿cómo lo invocarán si no han creído en él? ¿Cómo creerán si no han oído hablar de él? ¿Cómo oirán si nadie les anuncia? ¿Cómo anunciarán si no los envían? Romanos 10, 13-15 Queridos hermanos y hermanas: La cuestión de las vocaciones sacerdotales es esencial, permanente y por tanto, determinante en la vida de la Iglesia. Sin sacerdotes, el plan divino de salvación deja de cumplirse por parte de la humanidad. La Iglesia, cual Cristo la ha querido, no vive sin ministros. La misión del sacerdote en ella es insustituible. La vida sacerdotal y la vida consagrada están enraizadas en el plan de Dios para su Iglesia. No son fenómenos sociales o culturales de una época determinada, sino un don del Espíritu para todos los tiempos. Por eso, la Iglesia está llamada a custodiar el don de la vocación, a estimarlo y amarlo. En nuestros días los ministros del Evangelio son insuficientes porque disminuye su número y porque crecen los campos abiertos a su trabajo. El problema de las vocaciones es un problema de toda la Iglesia1, como “señal de su visibilidad, confirmación de su credibilidad, garantía de su vitalidad y seguridad de su futuro”2. La capacidad de cultivar las vocaciones es el índice, preciso e inexorable, de la vitalidad de fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana. Si la vocación cristiana, fundada en el Bautismo, en la Confirmación y en la Eucaristía, no se ha educado y madurado con anterioridad, la vocación sacerdotal y consagrada es inconcebible Es todo el clima de la comunidad cristiana el que hay que renovar para que las vocaciones puedan germinar y consolidarse. Una comunidad que no vive generosamente según el Evangelio no puede ser sino una comunidad pobre en vocaciones. En este año en que celebramos el cincuenta aniversario de la apertura del 1 2
Cfr. Gaudium et Spes 25 y Optatam totius 2. Pablo VI, Mensaje para la IX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (18 de marzo de 1972).
Concilio Vaticano II, es oportuno recordar una de sus luminosas advertencias: “El deber de dar incremento a las vocaciones... corresponde a toda la comunidad cristiana” 3. Nuestra diócesis padece ya los efectos de la crisis vocacional en la que nos encontramos desde hace años. Por eso debemos volver a despertar en ella, la corresponsabilidad en la oración y en el trabajo por la promoción de las vocaciones. Y como el “esfuerzo en la promoción y cuidado de las vocaciones adquiere plenitud de sentido y de eficacia pastoral cuando se realiza en la unidad de la Iglesia y va dirigido al servicio de la comunión”4, he pensado que la celebración de un Año vocacional diocesano puede ayudarnos mucho a fin de acrecentar:
una más profunda reflexión de nuestras comunidades sobre la múltiple realidad de las vocaciones en la Iglesia: sacerdotes, diáconos, religiosos, misioneros, contemplativos, etc.;
una particular predisposición de todos los diversos niveles de nuestra diócesis (familiar, parroquial y asociativo), para convertirse en lugares de discernimiento atento y de profunda verificación vocacional, ofreciendo a los jóvenes un sabio y vigoroso acompañamiento espiritual;
una mayor sensibilización en los pastores y fieles de la diócesis acerca de la actual desproporción entre el número de los sacerdotes y consagrados y la tarea pastoral a la que estamos llamados;
un renovado compromiso personal y comunitario de oración, obedeciendo al claro mandato de Cristo5 pidiendo, con humilde y confiada insistencia, que aumenten las vocaciones sacerdotales y que sean según los anhelos de su Corazón;
un deseo convencido de alentar y sostener a los que muestran claros indicios de la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan el calor de toda la comunidad al decir «sí» a Dios y a la Iglesia.
un saludable despertar de la fe y del testimonio de nuestros laicos, que los lleve a asumir responsabilidades que favorezcan la vitalidad cristiana de sus hermanos y encarnen el mensaje evangélico en lo más profundo de las realidades cotidianas.
La celebración de este año vocacional coincidirá, dentro de algunos meses, con el “Año de la Fe” convocado para toda la Iglesia por el Santo Padre Benedicto XVI. Estoy seguro que, reflexionando sobre ambas realidades y celebrándolas en los distintos momentos de la vida de la comunidad eclesial -catequesis, encuentros de formación, oración litúrgica-, se enriquecerán mutuamente. La vocación es un misterio grande de fe. Si descuidamos la dimensión vocacional de la vida cristiana, el conjunto de la fe sufre un recorte y se deteriora. Por el contrario, si la potenciamos surgen espontáneamente los temas centrales de la fe. Sin creyentes convencidos, dispuestos incondicionalmente a responder a Dios y a colaborar con Él, no tendremos los sacerdotes que nuestro pueblo necesita y espera. Las vocaciones se dan no como un hecho extraordinario, sino como término final de un camino de fe. Toda verdadera vocación nace de la fe vivida diariamente, con sencillez y generosidad de espíritu, en confianza y amistad con el Señor. Nadie sigue a un extraño. Nadie ofrece su vida por un desconocido. No pocas veces la crisis de vocaciones, están originadas y acompañadas por 3
Optatam totius 2. Benedicto XVI, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (15 de noviembre de 2010). 5 “rueguen…” Mateo 9, 38. 4
crisis de fe más radicales; por eso, “en vano buscaremos explicaciones puramente humanas de la actual crisis de las vocaciones. Ella no es más que un aspecto de la crisis de fe que sufre el mundo de hoy”6. Cuando oramos por las vocaciones hacemos, antes que nada, “una humilde profesión de fe”7, pues reconocemos que toda vocación es un don de Dios y, como tal, hay que pedirlo con súplica incesante y confiada. Providencialmente, en el Mensaje que este año el Santo Padre Benedicto XVI, nos dirige con motivo de la XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, se nos ofrece un excelente camino pedagógico para proponer a jóvenes y adultos, el don de la vocación. Ya lo había expuesto magistralmente en su Encíclica “Deus caritas est” (n. 17): “El nos ha amado primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor… Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta”. Este es el horizonte en que deseamos movernos durante el año vocacional que ahora comienza: ¡es posible responder al amor con amor! La verdad profunda de nuestra existencia está encerrada en este sorprendente misterio: toda criatura, en particular toda persona humana, es fruto de un pensamiento y de un acto de amor de Dios, amor inmenso, fiel, eterno 8. El descubrimiento de esta realidad es lo que cambia verdaderamente nuestra vida en lo más hondo. Se trata de un amor sin reservas que nos precede, nos sostiene y nos llama durante el camino de la vida y tiene su raíz en la absoluta gratuidad de Dios. Toda vocación nace de la iniciativa de Dios; es don de la caridad de Dios. Él es quien da el “primer paso” y no como consecuencia de una bondad particular que encuentra en nosotros, sino en virtud de la presencia de su mismo amor “derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”9. Sólo si alguien se siente llamado por su nombre, reconoce al que lo ha pronunciado. No amamos si antes no hemos sido amados. Elegimos, porque antes hemos sido elegidos. Nuestra elección es, en realidad, una respuesta. Es preciso por tanto volver a anunciar, especialmente a las nuevas generaciones, la belleza cautivadora de ese amor divino, que precede y acompaña: es el resorte secreto, es la motivación que nunca falla, ni siquiera en las circunstancias más difíciles. En este terreno oblativo, en la apertura al amor de Dios y como fruto de este amor, nacen y crecen todas las vocaciones10. Sólo presentando el verdadero rostro de Dios —el Padre que en Jesucristo nos llama a cada uno de nosotros— así como el sentido genuino de la libertad humana como principio y fuerza del don responsable de sí mismo, se podrán sentar las bases indispensables para que toda vocación, incluida la sacerdotal, pueda ser percibida en su verdad, amada en su belleza y vivida con entrega total y con gozo profundo11. Quisiera que en este año vocacional, la diócesis se deje interpelar por el don espléndido de la vocación, y crezca en todos un mayor compromiso en el servicio eclesial en el que cada uno está empeñado y una vida cristiana más plena en la fe y en las obras, ¡que a tanta generosidad de Dios en ofrecer, corresponda nuestra generosidad en colaborar! La pastoral vocacional no es un elemento secundario o accesorio, ni un aspecto 6
Pablo VI, Mensaje para la VII Jornada de Oración por las Vocaciones (15 de marzo de 1970). Juan Pablo II, Pastores dabo vobis 38. 8 Cfr. Jeremías 31, 3. 9 Romanos 5, 5. 10 Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (18 de octubre de 2011). 11 Cfr. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis 37. 7
aislado o sectorial de la pastoral de una Iglesia particular. Por el contrario, es una actividad íntimamente inserta en la pastoral ordinaria. Por eso, durante este año, las Delegaciones diocesanas tendrán muy presente en su programación pastoral la dimensión vocacional. En especial los organismos diocesanos que por su finalidad son más sensibles a esta pastoral, como son los ámbitos de juventud, catequesis, educación y familia. Es conveniente, en este sentido, que el Delegado diocesano de pastoral vocacional mantenga contactos periódicos con las comunidades parroquiales y educativas, y con los movimientos y asociaciones. Un hermoso fruto de este año vocacional podría ser la constitución en nuestras comunidades de un grupo estable de la “Pontificia Obra para las Vocaciones Sacerdotales”, que procure no falte la oración por las vocaciones y la colaboración concreta y eficaz con el Seminario Diocesano “Arcángel San Miguel” que, como especial comunidad educativa que revive la experiencia del grupo de los Doce unidos a Jesús, debe ser apreciado y sostenido por todos, especialmente por los sacerdotes que allí se formaron. La pastoral vocacional siempre propone y nunca impone, respetando plenamente la libertad de la decisión personal. Hoy más que nunca, ha de valerse de la imaginación y la creatividad. Es cierto que, en último término, la vocación es una llamada de Dios. Pero nos corresponde a nosotros facilitar a los posibles llamados, que escuchen y respondan positivamente a esa llamada que cambiará su vida para siempre. Una auténtica “cultura vocacional”, no consiste sólo en informar o hablar sobre la vocación, sino en fomentar actitudes como la entrega de la propia vida, la confianza y la apertura a Dios y a los demás, el dejarse amar, la capacidad de asombrarse, de apreciar la belleza y de vislumbrar la sed de infinito que late en el corazón humano. La vocación es una gracia que llega no sólo a quien escucha el llamado, sino también a aquellos que lo rodean. Por eso debemos preguntarnos: ¿Qué hacemos para favorecerla? ¿Estamos plenamente dispuestos a que uno de los nuestros se ponga al servicio de la Iglesia? ¿Damos en nuestras conversaciones la impresión de una alta estima de la vocación? ¿Somos capaces de desarrollar la intimidad y la confianza de los adolescentes y de los jóvenes hacia el Señor, y el deseo de un servicio cada vez mayor? Nuestras familias, son el “primer seminario”12 y la insustituible reserva de nuevas vocaciones para la Iglesia; quiero animarlas a fin de que en ellas se conserven los valores primarios de la fe, de la piedad, de la fidelidad gozosa a la ley divina, que las transforme en ambientes favorables, para que los jóvenes escuchen la voz del Señor, respondan a ella y perseveren. A los sacerdotes y consagrados los invito a presentar el don de la vocación en su verdadera realidad y con todas sus exigencias, como donación total de sí al amor de Cristo y como consagración irrevocable al servicio exclusivo del Evangelio. Sin una decidida “pastoral de la santidad” hoy es imposible pensar en una pastoral vocacional. No dejemos de ofrecer a nuestros adolescentes y jóvenes un encuentro vivo y comprometido con el Señor, renunciando a medianías y mediocridades. Que puedan encontrar en nosotros testigos y maestros que, caminando junto a ellos, les propongan con sinceridad y valentía el seguimiento radical de Cristo. Les recomiendo que seamos capaces de dar testimonio de comunión entre nosotros para garantizar el humus vital a los nuevos brotes de vocaciones sacerdotales13. Estemos atentos al espíritu evangélico que debe respirarse en nuestras 12
Optatam totius, 2. Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la XLVIII Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (15 de noviembre de 2010). 13
comunidades, “porque quien vive en una comunidad eclesial concorde, corresponsable, atenta, aprende ciertamente con más facilidad a discernir la llamada del Señor”14. Dejémonos provocar por esta pregunta formulada por un Superior a sus hermanos religiosos, siempre válida también para nosotros: “…piensa que tienes el poder de llamar y enviar a un joven por un camino, que lo ayudas a caminar hacia la perfección de la caridad... ¿Tendrías el valor de enviarlo a tu fraternidad, con certeza y garantía de que tu fraternidad pueda ser el lugar que le ayude seriamente a lograr la perfección de la caridad en la concreción de la vida cotidiana? En pocas palabras: si un joven viniera a vivir por unos días o meses a tu fraternidad, compartiendo la oración, la vida fraterna, el apostolado… ¿se enamoraría de nuestra vida?”15 Sí, queridos hermanos sacerdotes y consagrados, ésta es una pregunta vital e ineludible: quien nos ve, o está cerca de nosotros, trabaja y reza con nosotros, ¿puede enamorarse de nuestra vida? Cuando los jóvenes ven a sacerdotes aislados, tristes y cansados, piensan: si este es mi futuro, no podré resistir. Es deber de todos crear en nuestra Iglesia diocesana y en nuestro presbiterio una fraterna comunión de vida, que convenza a los jóvenes: “sí, este puede ser un futuro también para mí, así se puede vivir”16. Mostremos sencillamente que ser sacerdotes es para nosotros un inmenso don de Dios; que tener la oportunidad de entregar la vida entera al servicio del Evangelio, es la causa más profunda y verdadera de nuestra alegría. ¡Que ninguna vocación se frustre por nuestra falta de testimonio, acompañamiento y colaboración! A los jóvenes, especialmente a quienes en este tiempo sienten que el Señor Jesús les “está hablando al corazón”17, les propongo tres actitudes vocacionales. La primera de ellas es el “preguntarse”. La vocación se compone de una “sinfonía de preguntas” sobre el sentido de la propia vida y sobre qué dirección dar a la propia existencia: “es posible que en muchos de ustedes se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, déjense llevar por el Señor y ofrézcanse como voluntarios al servicio de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). La vida de ustedes alcanzará una plenitud insospechada… al amor de Cristo solo se puede responder con amor… respondan con amor a quien por amor se ha entregado por ustedes”18. No es fácil interpretar las señales misteriosas del Espíritu. Pero podrán hacerlo si acuden humildemente al consejo y a la oración personal. Y, sobre todo, si confían en la gracia. La vocación es una gracia inestimable. Por su naturaleza supone y exige que una voz se haga oír, la voz precisamente del Padre, por Cristo, en el Espíritu: ¡Ven! Es una gracia que tiene en sí el poder de atracción, de convicción, de certeza. En el fondo, no se trata sino de comprobarla y después aceptarla generosamente. El secreto de la vocación está en la capacidad y en la alegría de distinguir, escuchar y seguir la voz del Señor, que está cerca y me ama La segunda actitud es “abrir la vida a Cristo”: “Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Sólo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana... ¡No tengan miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abran, abran de par en par las puertas a Cristo, y encontrarán la verdadera vida”19. 14
Benedicto XVI, Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones (10 de febrero de 2007). Carta de Adviento del Superior Provincial de los Capuchinos de Las Marcas –Italia- citada por el P. Raniero Cantalamessa OFM en su Tercera Meditación de Adviento ante la Curia Romana (16 de diciembre de 2011) 16 BENEDICTO XVI, Discurso a los sacerdotes de Aosta (25 julio 2005). 17 Oseas 2, 16. 18 Benedicto XVI, Discurso a los voluntarios de la XXVI JMJ, Madrid, 21 de agosto de 2011. 19 Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del ministerio petrino, 24 de abril de 2005. 15
La tercera actitud es “no desanimarse nunca ante la propia debilidad y fragilidad”. Para responder a la llamada de Dios y ponernos en camino, no es necesario ser ya perfectos. La fragilidad y las limitaciones humanas no son obstáculo, con tal de que ayuden a hacernos cada vez más conscientes de que tenemos necesidad de la gracia redentora de Cristo20. A los niños y adolescentes, especialmente quienes desempeñan en sus parroquias y capillas el hermoso oficio de “monaguillos” que les permite una especial cercanía al misterio eucarístico y al sacerdote, quiero decirles: ¡Cristo los ama con predilección! Ustedes están ya en condiciones de dar una preferencia a Dios que les permita adiestrarse en el seguimiento a Jesús. Búsquenlo de todo corazón, por medio de la oración fervorosa, en el ofrecimiento de la vida, en un apostolado a la medida de sus fuerzas. ¡Aprendan a amar cada vez más al Señor, aprendan a amar a la Iglesia! Las formidables dimensiones de la evangelización, nos hacen pensar en la exclamación de Cristo: “La cosecha es abundante”21. Son muchos los que esperan quién les anuncie a Jesucristo: “pero ¿cómo podrán oír hablar de Él, dice San Pablo, si no hay quién lo predique?”22. ¡Hay tanto trabajo por hacer todavía en nuestra diócesis! En el campo de la pastoral ordinaria; en distintos ámbitos y espacios de la sociedad y de nuestra cultura que reclaman urgentemente la luz del Evangelio; en aquellos que no han recibo aún el primer anuncio del Evangelio. ¡Cuántas posibilidades nuevas de evangelización se abrirían en nuestro horizonte pastoral si contáramos con más “trabajadores”! No siempre se puede sembrar y cosechar al mismo tiempo. Hoy nos toca esforzarnos en sembrar con esperanza. Otros gozarán, sin duda, al recibir los frutos de la cosecha, según aquello del Evangelio: “uno siembra y otro cosecha”23. Lo único que hace el labrador es depositar en tierra la semilla. Una vez hecho esto, su tarea ha concluido. El crecimiento de la planta ya no depende de él: puede acostarse tranquilo al final de cada día, sabiendo que su semilla se está desarrollando; puede levantarse cada mañana y comprobar que el crecimiento no se detiene. Algo está sucediendo en sus tierras sin que él se lo pueda explicar. No quedará defraudado. A su tiempo llegará la cosecha. Lo realmente importante no lo hace el sembrador. La semilla germina y crece impulsada por una fuerza misteriosa que a él se le escapa. La cosecha va más allá del esfuerzo que puedan hacer los campesinos. Es un regalo de Dios inmensamente superior a todos nuestros afanes y trabajos. No hay que impacientarse por la falta de resultados inmediatos; no hay que actuar bajo la presión del tiempo. Dios responderá aunque debamos esperar más allá de los tiempos que hemos previsto. Las vocaciones se encuentran allí donde el Señor quiera suscitarlas, no donde a nosotros nos gustaría que surgieran. El Señor no se fija normalmente en el que se considera mejor que los demás, sino en los pequeños y humildes. Elige a los que Él quiere. Jesús está sembrando. La cosecha llegará con toda seguridad. Su misión continúa. Él permanece siempre con nosotros24. Los cielos y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán25. 20
Cfr. Benedicto XVI, Mensaje para la XLIII Jornada Mundial de oración por las vocaciones, 7 de mayo de 2006. Mateo 9, 37. 22 Romanos 10, 15. 23 Juan 4, 37. 24 Cfr. Mateo 28, 20. 25 Cfr. Mateo 24, 35. 21
¡Tengamos confianza! Dios no nos engaña. Su promesa no puede ser vana; hasta el fin del mundo Él irá en busca de los hombres de buena voluntad. La carencia de sacerdotes es un problema difícil de superar, si contamos únicamente con recursos humanos. No debemos dejarnos llevar por la angustia o la tristeza. Decía la Madre Teresa de Calcuta: “La angustia por las vocaciones genera mucha zozobra y ansiedad, pero no trae ninguna vocación”. Miremos los caminos que el Señor sabe abrir en medio de nuestros desiertos. Pidámosle paciencia, audacia y alegría. Allí donde se vive con intensidad la fe, se apuesta por la nueva evangelización y se celebra gozosamente el misterio pascual de Jesús, la crisis se va superando progresivamente. Cada joven que, en medio del ambiente que lo rodea, responde a la llamada del Señor y entra al Seminario, a un Noviciado o a una Casa de Formación religiosa, es un “pequeño milagro” y un regalo de Dios. Acerquémonos con confianza a Cristo, a su vida, a sus palabras, para descubrir la voluntad de Dios sobre nosotros y poner al servicio de los demás, de la Iglesia, los dones que cada uno ha recibido26. Toda vocación dentro de la Iglesia es un don de Dios y sólo Él posee el tesoro y el secreto de sus dones. Llamemos a la puerta de su corazón con la oración insistente, permanente y confiada. Hagamos lo que el mismo Jesús nos ordenó: roguemos al dueño de los sembrados27. El Buen Pastor nos invita a rezar al Padre celestial. Oremos todos; oremos juntos, como un solo corazón alrededor del altar de la Eucaristía. ¡Solamente la oración puede hacer que la voz de Dios sea escuchada de verdad! Invocamos con confianza e insistencia la ayuda de la Virgen María, para que, con el ejemplo de su acogida al plan divino de la salvación y con su eficaz intercesión, se pueda difundir en el interior de cada comunidad la disponibilidad a decir «sí» al Señor, que llama siempre a nuevos trabajadores para su mies. Los bendigo de corazón.
+ Sergio Alfredo Fenoy Obispo de San Miguel en la Argentina
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Cfr. I Pedro 4, 10 ss. Cfr. Mateo 9, 38.