SUMMER READING

AP SPANISH LITERATURE/ SUMMER READING Dear Students: Welcome to AP Spanish Literature for the 2013-2014 school year! You are the fourth set of student

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Story Transcript

AP SPANISH LITERATURE/ SUMMER READING Dear Students: Welcome to AP Spanish Literature for the 2013-2014 school year! You are the fourth set of students in the history of Egg Harbor Township taking AP Spanish Literature. You obviously like a challenge because you have selected a very demanding course! You will be reading works from Spain and Latin America, from some of the most outstanding authors in the Spanish-speaking world: playwrights, poets, essayists an novelists from the Middle Ages to the present. You will read and summarize at least one work from each author discuss the themes and analyze how the writer’s artistry (choice of words, rhetorical devices, etc.) relates to the ideas, messages and feelings he or she wishes to convey to the reader. While the class will spend several days or weeks on certain authors and works, at other times you will be required to read and analyze a short story or poem every day. Of course, class will be conducted in Spanish, and all assignments and assessments will be in Spanish. In this course you will do a great deal of writing:    

Answering questions about the content and form of each poem, play and short story Writing essays analyzing a poem, short story, play, theme or character Writing essays comparing aspects of two or more literary works or authors Writing essays commenting on a literary analysis of an author’s work

Attached is a list of the authors and works you will be required to study in order to prepare for the AP Spanish Literature exam in May of 2014. As you can see, it is very extensive. In order to get a head start on the course work, you are receiving this packet of summer reading, which includes several 20th Century short stories from the list. Each is a masterpiece in itself, and the language is modern, so hopefully you will enjoy reading them and not find them too difficult. For each story, there are comprehension questions and some analysis and interpretation activities. When you return to school in September, you will discuss each story, and make a journal entry The packet contains photocopies of the stories, along with the questions and activities you need to complete. Here is my school email address [email protected]. I encourage you to ask me questions if you have any difficulty with this assignment. The textbook, it is Abriendo Puertas, Antología de Literatura en Español, Tomo III. The publisher is Nextext. Once again, congratulations on accepting the challenge of a college level literature class and exploring the rich literature of the Spanish-speaking world.

Sra. Socorro

SUMMER READING ASSIGNMENTS AP SPANISH LITERATURE

All work is due the second week of class in September. El conde Lucanor, Ejemplo XXXV de D O N J U AN M A N U E L Leer el cuento Análisis literario Comprensión y análisis Vocabulario Segunda carta de relación Hernán Cortés Explicación de texto Análisis literario Comprensión y análisis De las señales y pronósticos que parecieron antes que los españoles viniesen a esta tierra, ni hubiese noticia de ellos de Fray Bernadino de Shagún Historia de Tlaxcala, “Prodigios que se vieron en México antes de la llegada de los españoles de Diego Muñoz Camargo Cantares mexicano, “se ha perdido el pueblo mexica” Análisis literario Comparación de texto e imagen

Si, no tomó la clase de Hispanohablantes 1 y 2 o si quieres repasar las lecturas, favor de leer las siguientes lecturas, son sumamente importantes para el examen de AP Literatura. La segunda semana de septiembre tendrán un examen repasando todas las lecturas de nivel 1 y 2

CP Hispanohablantes 1 El hombre que se convirtió en perro de Osvaldo Dragún Explicación de texto CP Hispanohablantes II Dos palabras de I S A B E L A L L E N D E Análisis literario Comparación de texto e imagen No oyes ladrar los perros de J U A N R U L F O Análisis literario Explicación de texto El ahogado más hermoso del mundo de G A B R I E L G A R C Í A M Á R Q U E Z Análisis literario Comprensión y análisis La siesta del martes de G A B R I E L G A R C Í A M Á R Q U E Z Tesis de ensayo Explicación de texto Chac Mool de Carlos Fuentes Análisis literario Comprensión y análisis La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca Análisis literario Tesis de ensayo Walking around de Pablo Neruda Análisis literario Comparación de texto e imagen

El conde Lucanor, o Libro de Patronio, Ejemplo XXXV DON JU AN MANUEL

Antes de leer

presencia para aprobar, a su vez, el consejo y cerrar la narración con un dístico breve y entretenido que resume la enseñanza. Mientras que pudiera ser tentador pensar en el joven conde—por su sangre noble—como representación del autor, hay críticos que ven un desdoblamiento no solamente del conde y Patronio, que tanto se dependen entre sí, sino también de don Juan Manuel, por características que comparte el autor con sus dos personajes. Pocos autores de su época dejaron tan bien documentadas su vida pública y su interioridad. El lector de El conde Lucanor notará diferencias léxicas y sintácticas entre el español medieval y el español de hoy. Pero es importante reconocer también las similitudes, indicios del abolengo de nuestro idioma y de su estabilidad. Por ejemplo, el uso de la segunda persona singular «vos», como se ve en la frase «vos tenéis» del «Ejemplo XXXV», tiene arraigada presencia, con variantes, en muchos países latinoamericanos hoy: en la Argentina, en Costa Rica, en el Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, Bolivia, Nicaragua, el Paraguay y el Uruguay, y hasta en partes de Chile, Venezuela y el sur de México. Un ejemplo de este «voseo» se puede ver en «El hombre que se convirtió en perro», del dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, en las Págs. 73 y SS., de Abriendo puertas, Tomo III. Vocablos vistos en el «Ejemplo XXXV» que se pudieran tomar por anticuados no lo son: en la noche de la boda, las familias de los novios les «adoban de cenar»—les preparan la cena—; pero vale notar que la palabra «adobar» sigue viva en nuestros tiempos en el «adobo», caldo o salsa con que se hacen ricas preparaciones de la cocina hispánica. Se oye todavía en nuestro siglo la palabra «paso» por «despacio», como en «Caminaba paso»; o por «en voz baja», como en «Habla paso, por favor».

El infante don Juan Manuel es el creador de la prosa en español más elogiada de su siglo y un noble de abolengo ilustrísimo. Es sobrino del gran rey reformador Alfonso X el Sabio, quien asienta la base de la literatura en castellano en colaboración con intelectuales judíos, árabes y latinistas de la afamada Escuela de Traductores de Toledo. Es también primo del que sigue a Alfonso X en el trono de Castilla y León, Sancho IV el Bravo. Éste se encarga de la tutoría de don Juan Manuel, quien, de pocos meses de edad, queda huérfano de padre. El futuro autor de El conde Lucanor se forma en latín, historia, derecho y teología, pero, al igual que su tío, se dedica a escribir en castellano. Esmerado estilista, escribe poesía, historia, obras didácticas e incluso un libro sobre la caza. El conde Lucanor, o Libro de Patronio, cuyo acabado manuscrito se perdió en un incendio, es considerado la primera obra maestra de ficción en lengua castellana. Resultó ser una rica fuente de ideas, tramas y personajes para futuros autores de toda Europa. Entre otros, el «Ejemplo XXXII», de los burladores del paño, inspiró el cuento de Hans Christian Andersen «Los vestidos nuevos del emperador», y también sirvió a Cervantes para su entremés «El retablo de las maravillas». Cada uno de sus cincuenta ejemplos se abre con un diálogo entre Lucanor y su viejo consejero, a quien se acerca el joven conde con un caso de la vida real, o caso moral, que requiere resolución. Patronio ofrece un consejo por medio de un ejemplo, o cuento moralizador, cuyo contenido es parecido a la situación del caso. Al terminar Patronio su relato, el conde concuerda siempre en que presenta un buen consejo; y el último paso es que el mismo don Juan Manuel, convertido en personaje, hace acto de Abriendo puertas: Recursos en línea

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© Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company

Como se ve también en textos tan separados en el tiempo como El burlador de Sevilla y convidado de piedra (siglo XVII) y San Manuel Bueno, mártir (siglo XX), el pronombre de la forma reflexiva, o el del complemento directo o indirecto, frecuentemente se coloca después del verbo conjugado y adjunto al mismo: por ejemplo, «díjole» en vez de «le dijo». Nótese, por último, el uso frecuente de la conjugación del imperfecto del subjuntivo en «-se»: «fuese» en vez de «fuera», o «cumpliese» en vez de «cumpliera». Estas formas en «-se», hoy menos frecuentes en Latinoamérica, siguen oyéndose comúnmente en la España del siglo XXI. omnes fiziessen en este mundo tales obras que les

Lucanor sean claramente didácticos a la vez que entretenidos. Los aviva el deseo de don Juan Manuel de orientar la conducta de sus lectores por medio de la diversión. La pauta que lo guía es «docere delectando», frase latina que significa «enseñar deleitando». Se ha visto que cada uno de los ejemplos de El conde Lucanor termina con una sentencia, o dístico, la gran mayoría en forma de pareados—estrofas de dos versos—que riman en consonante. Este tipo de enseñanza moral es bastante común en la literatura medieval castellana, pero don Juan Manuel nos informa del propósito suyo al componerlos: «que los

Vocabulario

fuesen aprovechosas de las onras et de las faziendas et de sus estados, et fuesen más allegados a la carrera porque pudiesen salvar las almas». Estos tres conceptos—honra, hacienda y estado—son claves para entender las enseñanzas de El conde Lucanor, dirigidas siempre a su público, los hijos de la clase noble castellana. Por eso, al leer el relato «De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava», es de primordial importancia que el lector haga caso del dístico que resume el propósito de su autor al ponerlo como ejemplo. Ofrece una verdad sencilla: «Si al comienzo no muestras quién eres,/nunca podrás después cuando quisieres». Ante los detalles sangrientos del cuento, es fácil olvidar otros detalles importantes: uno es la costumbre, con respecto a los matrimonios

despedazar—cortar en pedazos. lazrado—desgraciado mancebo—hombre joven; mozo. maravillado—asombrado; atónito; boquiabierto. menguado—pobre; reducido. merced—favor; concesión. placer—complacer; gustar (subjuntivo irregular: plega, pluguiese). porfiar—insistir. recelo—falta de confianza en algo o alguien. saña—rabia, ira, furia. talante (m.)—voluntad; disposición.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra. arreglados, de casar a los novios sin que éstos se

Después de leer Al comparar los ejemplos de El conde Lucanor con la literatura española que los antecedió, se aprecia un notable desarrollo en la lengua castellana. Don Juan Manuel se empeña en lograr un estilo pulido, claro y conciso, para hacer gratas sus enseñanzas. El afán de concisión se nota en la brevedad de los ejemplos; algunos son de apenas una página. El autor mismo declara, en el «Prólogo» de su colección, su «entención» de usar «palabras falagueras et apuestas», a fin de que los que lean sus ejemplos tomen «placer de las cosas provechosas que ý fallaren». De ahí que los cuentos de El conde

conozcan antes de la boda. El mancebo moro conoce a su futura esposa por la fama que tiene: es notoria por ser «aquel diablo», y «de malas y revesadas» maneras. Si la novia conoce a su futuro esposo, sólo puede ser por la fama que tiene en la comarca de ser «el mejor mancebo que podía ser». La parte de la trama más impactante se desenvuelve en la noche de bodas, el momento en que, en todo sentido, el conocimiento mutuo de los dos jóvenes comienza. Conviene saber que aunque bien es cierto que la literatura medieval se caracteriza por presentar una imagen negativa de las mujeres—como esposas infieles, aficionadas al lujo y a la moda, alcahuetas,

chismosas y más—, interesa también fijarse en las palabras finales de Patronio. Al resumir las razones por las que ha usado este relato como base de su solución del caso, el consejero insiste que el conde lleve el consejo a su ahijado solamente «si fuere él tal como aquel mancebo» y «que con todos los hombres que algo habéis a hacer, que siempre les deis a entender en cuál manera han de pasar convusco». Es decir que la enseñanza no se dirige a la forma más aconsejable de tratar a una mujer, sino al modo en que los hombres—aquí, entiéndase «los seres humanos»—debemos acercarnos a toda nueva relación social o política haciendo saber al otro desde el comienzo que no nos dejaremos dominar. Para aclarar más el concepto de Patronio al decir «todos los hombres», convendrá recordar que la forma del masculino plural para referirse a grupos de personas—en los sustantivos, adjetivos, etc.—tenía, hasta las últimas décadas del siglo XX, una acepción incluyente. Abarcaba a toda la humanidad, sin excluir a ninguno ni a ninguna. El término «todos los hombres», hace poco, no transmitía el sentido del que va cargado hoy, cada vez más alejado de su tradicional inclusión de la mujer y el hombre por igual. Conviene saber que las raíces árabes y orientales de muchos de los ejemplos de don Juan Manuel parecen indicar que proceden de fuentes orales. Su técnica narrativa tiende a corroborar esto: la trama construida en gradaciones—tres animales, perro, gato y caballo, muertos uno tras otro con niveles de violencia cada vez más impresionantes—; las repeticiones de acciones y reacciones del novio; sus progresivos mandatos; y la gracia culminante: el rechazo que el suegro recibe de su mujer al matar él la gallina: «…tarde os acordasteis…que ya bien nos conocemos». Según Alan Deyermond, la característica más importante de la obra de don Juan Manuel no es la autoridad de sus fuentes sino la experiencia de su autor en la vida. Se ha dicho que quien se deja molestar por los detalles hiperbólicos de la doma de la mujer brava en el «Ejemplo XXXV», seguramente se sentirá molesto por la condición humana misma.

Conviene saber que por lo menos un crítico ha escrito sobre lo que él ve como la imposibilidad de que William Shakespeare se haya inspirado en el ejemplo de don Juan Manuel para su comedia La fierecilla domada. Aunque El conde Lucanor, o Libro de Patronio se terminó de escribir en 1335, no llegó a imprimirse hasta 1575, en la ciudad de Sevilla. El año más temprano de que se tiene noticia de una puesta en tablas de La fierecilla domada es 1592, en Londres. Para los críticos hoy, faltan pruebas para afirmar que el relato de Patronio fue la fuente directa de Shakespeare al componer su comedia, pero también reconocen que todos los elementos del «Ejemplo XXXV» se reflejan en ella: la doma de una mujer fuerte y brava; un proceso planificado de antemano para dominar su mal carácter mediante actos que no llegan a agredirla físicamente; y tal vez el más importante: la trama hiperbólica que lleva a la conclusión de que es una farsa burlesca, uno de cuyos propósitos es hacer reír. Se piensa ahora que el argumento básico del hombre que doma a una mujer indómita es universal, y que las dos obras nacieron de tradiciones comunes. Conviene saber que, entre las muchas intrigas políticas en que toma parte en su vida don Juan Manuel, se cuenta su empeño para arreglar un matrimonio entre su hija Constancia y el rey Alfonso XI. A don Juan Manuel le falló el plan hasta tal punto que el rey encarcela a Constancia y se casa con la hija del rey de Portugal. Se ensaña por esto don Juan Manuel, y, aliándose con los moros, libra contra Alfonso XI una guerra que dura cinco años. Los dos no resuelven sus diferencias hasta que el Papa los reconcilia. Este Alfonso XI es la figura de la que, tres siglos más tarde, se aprovecha Tirso de Molina para crear el personaje del Rey de Castilla en la comedia El burlador de Sevilla y convidado de piedra.

“De lo que aconteció a un mozo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava” Otra vez hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le decía: -Patronio, un pariente mío me ha contado que lo quieren casar con una mujer muy rica y más ilustre que él, por lo que esta boda le sería muy provechosa si no fuera porque, según le han dicho algunos amigos, se trata de una doncella muy violenta y colérica. Por eso os ruego que me digáis si le debo aconsejar que se case con ella, sabiendo cómo es, o si le debo aconsejar que no lo haga. -Señor conde -dijo Patronio-, si vuestro pariente tiene el carácter de un joven cuyo padre era un honrado moro, aconsejadle que se case con ella; pero si no es así, no se lo aconsejéis. El conde le rogó que le contase lo sucedido. Patronio le dijo que en una ciudad vivían un padre y su hijo, que era excelente persona, pero no tan rico que pudiese realizar cuantos proyectos tenía para salir adelante. Por eso el mancebo estaba siempre muy preocupado, pues siendo tan emprendedor no tenía medios ni dinero. En aquella misma ciudad vivía otro hombre mucho más distinguido y más rico que el primero, que sólo tenía una hija, de carácter muy distinto al del mancebo, pues cuanto en él había de bueno, lo tenía ella de malo, por lo cual nadie en el mundo querría casarse con aquel diablo de mujer. Aquel mancebo tan bueno fue un día a su padre y le dijo que, pues no era tan rico que pudiera darle cuanto necesitaba para vivir, se vería en la necesidad de pasar miseria y pobreza o irse de allí, por lo cual, si él daba su consentimiento, le parecía más juicioso buscar un matrimonio conveniente, con el que pudiera encontrar un medio de llevar a cabo sus proyectos. El padre le contestó que le gustaría mucho poder encontrarle un matrimonio ventajoso. Dijo el mancebo a su padre que, si él quería, podía intentar que aquel hombre bueno, cuya hija era tan mala, se la diese por esposa. El padre, al oír decir esto a su hijo, se asombró mucho y le preguntó cómo había pensado aquello, pues no había nadie en el mundo que la conociese que, aunque fuera muy pobre, quisiera casarse con ella. El hijo le contestó que hiciese el favor de concertarle aquel matrimonio. Tanto le insistió que, aunque al padre le pareció algo muy extraño, le dijo que lo haría.

Marchó luego a casa de aquel buen hombre, del que era muy amigo, y le contó cuanto había hablado con su hijo, diciéndole que, como el mancebo estaba dispuesto a casarse con su hija, consintiera en su matrimonio. Cuando el buen hombre oyó hablar así a su amigo, le contestó: -Por Dios, amigo, si yo autorizara esa boda sería vuestro peor amigo, pues tratándose de vuestro hijo, que es muy bueno, yo pensaría que le hacía grave daño al consentir su perjuicio o su muerte, porque estoy seguro de que, si se casa con mi hija, morirá, o su vida con ella será peor que la misma muerte. Más no penséis que os digo esto por no aceptar vuestra petición, pues, si la queréis como esposa de vuestro hijo, a mí mucho me contentará entregarla a él o a cualquiera que se la lleve de esta casa. Su amigo le respondió que le agradecía mucho su advertencia, pero, como su hijo insistía en casarse con ella, le volvía a pedir su consentimiento. Celebrada la boda, llevaron a la novia a casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus costumbres les prepararon la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos hasta la mañana siguiente. Pero los padres y parientes del novio y de la novia estaban con mucho miedo, pues pensaban que al día siguiente encontrarían al joven muerto o muy mal herido. Al quedarse los novios solos en su casa, se sentaron a la mesa y, antes de que ella pudiese decir nada, miró el novio a una y otra parte y, al ver a un perro, le dijo ya bastante airado: -¡Perro, danos agua para las manos! El perro no lo hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y le ordenó con más ira que les trajese agua para las manos. Pero el perro seguía sin obedecerle. Viendo que el perro no lo hacía, el joven se levantó muy enfadado de la mesa y, cogiendo la espada, se lanzó contra el perro, que, al verlo venir así, emprendió una veloz huida, perseguido por el mancebo, saltando ambos por entre la ropa, la mesa y el fuego; tanto lo persiguió que, al fin, el mancebo le dio alcance, lo sujetó y le cortó la cabeza, las patas y las manos, haciéndolo pedazos y ensangrentando toda la casa, la mesa y la ropa. Después, muy enojado y lleno de sangre, volvió a sentarse a la mesa y miró en derredor. Vio un gato, al que mandó que trajese agua para las manos; como el gato no lo hacía, le gritó: -¡Cómo, falso traidor! ¿No has visto lo que he hecho con el perro por no obedecerme?

Juro por Dios que, si tardas en hacer lo que mando, tendrás la misma muerte que el perro. El gato siguió sin moverse, pues tampoco es costumbre suya llevar el agua para las manos. Como no lo hacía, se levantó el mancebo, lo cogió por las patas y lo estrelló contra una pared, haciendo de él más de cien pedazos y demostrando con él mayor ensañamiento que con el perro. Así, indignado, colérico y haciendo gestos de ira, volvió a la mesa y miró a todas partes. La mujer, al verle hacer todo esto, pensó que se había vuelto loco y no decía nada. Después de mirar por todas partes, vio a su caballo, que estaba en la cámara y, aunque era el único que tenía, le mandó muy enfadado que les trajese agua para las manos; pero el caballo no le obedeció. Al ver que no lo hacía, le gritó: -¡Cómo, don caballo! ¿Pensáis que, porque no tengo otro caballo, os respetaré la vida si no hacéis lo que yo mando? Estáis muy confundido, pues si, para desgracia vuestra, no cumplís mis órdenes, juro ante Dios daros tan mala muerte como a los otros, porque no hay nadie en el mundo que me desobedezca que no corra la misma suerte. El caballo siguió sin moverse. Cuando el mancebo vio que el caballo no lo obedecía, se acercó a él, le cortó la cabeza con mucha rabia y luego lo hizo pedazos. Al ver su mujer que mataba al caballo, aunque no tenía otro, y que decía que haría lo mismo con quien no le obedeciese, pensó que no se trataba de una broma y le entró tantísimo miedo que no sabía si estaba viva o muerta. Él, así, furioso, ensangrentado y colérico, volvió a la mesa, jurando que, si mil caballos, hombres o mujeres hubiera en su casa que no le hicieran caso, los mataría a todos. Se sentó y miró a un lado y a otro, con la espada llena de sangre en el regazo; cuando hubo mirado muy bien, al no ver a ningún ser vivo sino a su mujer, volvió la mirada hacia ella con mucha ira y le dijo con muchísima furia, mostrándole la espada: -Levantaos y dadme agua para las manos. La mujer, que no esperaba otra cosa sino que la despedazaría, se levantó a toda prisa y le trajo el agua que pedía. Él le dijo: -¡Ah! ¡Cuántas gracias doy a Dios porque habéis hecho lo que os mandé! Pues de lo contrario, y con el disgusto que estos estúpidos me han dado, habría hecho con vos lo

mismo que con ellos. Después le ordenó que le sirviese la comida y ella le obedeció. Cada vez que le mandaba alguna cosa, tan violentamente se lo decía y con tal voz que ella creía que su cabeza rodaría por el suelo. Así ocurrió entre los dos aquella noche, que nunca hablaba ella sino que se limitaba a obedecer a su marido. Cuando ya habían dormido un rato, le dijo él: Con tanta ira como he tenido esta noche, no he podido dormir bien. Procurad que mañana no me despierte nadie y preparadme un buen desayuno. Cuando aún era muy de mañana, los padres, madres y parientes se acercaron a la puerta y, como no se oía a nadie, pensaron que el novio estaba muerto o gravemente herido. Viendo por entre las puertas a la novia y no al novio, su temor se hizo muy grande. Ella, al verlos junto a la puerta, se les acercó muy despacio y, llena de temor, comenzó a increparles: -¡Locos, insensatos! ¿Qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta? ¿No os da miedo hablar? ¡Callaos, si no, todos moriremos, vosotros y yo! Al oírla decir esto, quedaron muy sorprendidos. Cuando supieron lo ocurrido entre ellos aquella noche, sintieron gran estima por el mancebo porque había sabido imponer su autoridad y hacerse él con el gobierno de su casa. Desde aquel día en adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron muy buena vida. Pasados unos días, quiso su suegro hacer lo mismo que su yerno, para lo cual mató un gallo; pero su mujer le dijo: -En verdad, don Fulano, que os decidís muy tarde, porque de nada os valdría aunque mataseis cien caballos: antes tendríais que haberlo hecho, que ahora nos conocemos de sobra. Y concluyó Patronio: -Vos, señor conde, si vuestro pariente quiere casarse con esa mujer y vuestro familiar tiene el carácter de aquel mancebo, aconsejadle que lo haga, pues sabrá mandar en su casa; pero si no es así y no puede hacer todo lo necesario para imponerse a su futura esposa, debe dejar pasar esa oportunidad. También os aconsejo a vos que, cuando hayáis de tratar con los demás hombres, les deis a

entender desde el principio cómo han de portarse con vos. El conde vio que este era un buen consejo, obró según él y le fue muy bien. Como don Juan comprobó que el cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos que dicen así:

Si desde un principio no muestras quién eres, nunca podrás después, cuando quisieres. FIN

Nombre

Análisis literario El conde Lucanor don Juan Manuel Considera este pasaje, que es parte de un ejemplo de El conde Lucanor. Luego contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada.

Y desque hubo catado a cada parte, vio un su caballo que estaba en casa, y él no había más de aquél, y díjole bravamente que les diese agua a las manos. Y el caballo no lo hizo. Desque vio que no lo hizo, díjole: —¡Cómo, don caballo! ¿Cuidáis que porque no he otro caballo, que por eso os dejaré si no hiciereis lo que yo os mandare? De eso os guardad, que si por vuestra malaventura no hiciereis lo que yo os mandare, yo juro a Dios que tan mala muerte os dé como a los otros; y no hay cosa viva en el mundo que no haga lo que yo mandare, que eso mismo no le haga. El caballo estuvo quedo. Y desque vio que no hacía su mandado, fue a él y cortóle la cabeza y con la mayor saña que podía mostrar, despedazólo todo. Cuando la mujer vio que mataba el caballo no habiendo otro y que decía que esto haría a quienquiera que su mandado no cumpliese, tuvo que esto ya no se hacía por juego; y hubo tan gran miedo que no sabía si era muerta o viva. Y él así, bravo y sañudo y ensangrentado, tornóse a la mesa, jurando que si mil caballos y hombres y mujeres hubiese en casa, que le saliesen de mandado, que todos serían muertos. Y sentóse y cató a toda parte, teniendo la espada sangrienta en el regazo; y desque cató a una parte y a otra y no vio cosa viva, volvió los ojos contra su mujer muy bravamente y díjole con gran saña, teniendo la espada en la mano: —Levantaos y dadme agua a las manos. Y la mujer, que no esperaba otra cosa sino que la despedazaría toda, levantóse muy aprisa y diole agua a las manos.

1. ¿Por qué le pide el mancebo moro al caballo que

le traiga agua? a. Quiere enseñarle al caballo a ayudar con los

quehaceres. b. Quiere lavarse las manos, y no hay agua. c. Sabe que el caballo no lo hará. d. No puede ir él mismo por agua. 2. El hombre dice que el caballo no le obedece

porque ____. a. el caballo no entiende lo que el hombre quiere b. el caballo piensa que el hombre no matará a su

único caballo c. el caballo tiene miedo de lo que acaba de ver d. el caballo sólo le escucha a la esposa del

hombre 3. ¿Cómo reacciona la mujer cuando ve lo que

ocurre? a. Se enoja.

c. Le parece cómico.

b. Se asusta.

d. Se pone triste.

4. ¿Por qué le trae agua la mujer al hombre? a. Quiere que su matrimonio tenga un buen

comienzo. b. Ama a su esposo, y quiere que él esté siempre

cómodo. c. Le molesta que su esposo esté cubierto de la

sangre del caballo. d. Tiene miedo de que lo mismo le pase a ella que

al caballo.

Nombre

Análisis literario El conde Lucanor don Juan Manuel 5. ¿Por qué se sienta el hombre con la espada

sangrienta en el regazo?

6. ¿Por qué en realidad mata el hombre al caballo? a. Quiere mostrar a su mujer quien es, al

a. Tiene prisa por comer.

comienzo de su matrimonio.

b. Teme que alguien le ataque.

b. Está extremadamente enojado.

c. No hay agua para lavarse.

c. Tiene miedo del caballo.

d. Quiere que sirva de amenaza.

d. El mal trato a los animales y a las mujeres era

normal en esa época.

Comprensión y análisis El conde Lucanor: Ejemplo XXXV «De lo que aconteció a un mancebo que casó con una mujer muy fuerte y muy brava» El infante don Juan Manuel Contesta las siguientes preguntas, o completa la idea, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. 1. El conde Lucanor le pide un consejo a Patronio

4. En la noche de bodas, el mancebo moro acaba

porque ____.

matando a sus animales porque ____.

a. piensa tal vez casarse, pero no está convencido de

a. ya no quiere tenerlos en casa

que sea la decisión más adecuada b. conoce a un joven que piensa casarse; el joven ha

consultado con el conde una duda que tiene al respecto c. quiere saber su opinión general sobre el matrimonio

b. quiere darle una lección a su esposa c.

su padre le manda que lo haga d. sabe que su esposa es muy aficionada a los animales, y quiere castigarla así por su mal carácter

d. quiere saber si Patronio se casaría con una

5. La moraleja de este relato es ____.

mujer muy fuerte y muy brava

a. que los hombres deben dominar a las mujeres

2. El mancebo moro del ejemplo de Patronio escoge

b. que los animales son inferiores a los seres

como esposa a la hija brava de un amigo de su padre, porque ____.

humanos c. que una mujer no tiene derecho a ser fuerte

a. no conoce a otras mujeres

d. que las primeras impresiones son las más

b. además de ser brava, ella es la mujer más bella del

importantes

pueblo c. no tiene mucho dinero y ella sí lo tendrá d. su padre le obliga a hacerlo

6. El tono de este «Ejemplo XXXV» es ____.

3. ¿Cuál es la reacción del padre de la novia cuando

c. humorístico y risueño

su amigo pide la mano de su hija para su hijo?

d. crítico y didáctico

a. Se sorprende, porque conoce muy bien el mal

genio de su hija. b. Reacciona contra la propuesta echando a su

amigo de la casa. c. Muestra una profunda tristeza. d. Acusa al hijo de su buen amigo de codiciarle las

riquezas que tiene.

a. humorístico y didáctico b. ligero y risueño

Nombre

Comprensión y análisis 7. ¿Cuál de los siguientes es el mecanismo que

enmarca los ejemplos de la colección El conde Lucanor, o Libro de Patronio? a. Don Juan Manuel, tomándolos de la tradición oral

de una variedad de pueblos, los relata a su lector en forma directa. b. El autor, el conde Lucanor, pone los ejemplos en

boca de su tutor, Patronio, tal como de él se los oía contar cuando era niño. c. El ficticio conde Lucanor, ante diferentes situaciones, pide consejos a su viejo ayo; éste se los da en forma de ejemplo adecuado a cada situación. d. Patronio enseña al joven conde mediante

anécdotas que él escoge para guiarlo por el camino del bien en la vida.

Vocabulario El conde Lucanor: Exemplo XXXV El infante don Juan Manuel Lee las frases siguientes y completa el sentido de cada una eligiendo la palabra más apropiada entre las cuatro opciones. 1. Manco de la Mancha, aunque pobre, es un ____

6. Con mucho gusto lo haré, Fulgencio, me ____

guapo y bien puesto; no comprendo por qué no encuentra con quién casarse.

concederte lo que me pides.

a. mancebo

c. mandil

b. manatí

d. manantial

2. Como el teniente repitió con firmeza la orden, el

sargento la obedeció, aunque de mal ____. a. talandro b. talante

a. place

c. plancha

b. plaga

d. pliega

7. El policía se acercó al paquete abandonado con

____, sospechando que pudiera ser una bomba. a. reciedumbre

c. receso

b. recental

d. recelo

8. Uno tiene que saber cuándo es mejor desistir de un

c. talento

propósito; a veces, ____ es peor.

d. tálamo

a. porfiar

c. portar

3. Me gustaría comprar ropa nueva, porque me hace

b. pordiosear

d. postular

mucha falta, pero con este ____ bolsillo mío, no puedo.

9. Entonces, Furibundo perdió los estribos y atacó al

a. menguado

c. mentado

b. mentecato

d. meneado

4. Al oír tan extraño e inverosímil relato, todo el

que lo había injuriado con tanta ____, que por poco lo mata. a. santería

c. saña

b. sandez

d. sandía

mundo quedó ____, incrédulo. 10. De veras, el tipo se volvió loco; francamente a. marinero

yo temía que lo ____.

b. maridado c. marginado d. maravillado 5. No me gusta pedir favores a nadie, Mangancha,

pero esta vez te ruego que me hagas esta ____. a. mercancía

c. merced

b. merienda

d. mercedaria

a. despejara

c. desperdiciara

b. despedazara

d. desplazara

Segunda carta de relación HERNÁN CORTÉS

Antes de leer Las cartas de Cortés, en el aspecto literario, responden al modelo de crónica epistolar, ejercicio que, lejos de perseguir una expresión artística, era un deber para los conquistadores. En cumplimiento de un mandato real, por actuar en representación del rey en los hechos de conquista, se obligaban a «hacer dellos entera relación» al soberano1. Las cartas de Cortés destacan por su sobriedad y elegancia, que ponen de manifiesto no sólo la formación recibida en la Universidad de Salamanca durante su juventud, sino su agudo genio político y su talento literario. Cortés debe convencer de la veracidad de su relato a un rey con quien no tiene trato, que está a miles de kilómetros de distancia, que no posee ningún conocimiento directo del mundo recién descubierto y de quien necesita obtener aprobación tras haber desacatado una orden de su superior en Cuba. Necesita describirle ese mundo con maestría para ganar su apoyo, sin el cual nada de lo que haga tendrá validez, en cuyo caso deberá enfrentar duras sanciones. Su versión será contrastada con la de otros interesados en los descubrimientos, intrigantes de la corte, aventureros ambiciosos e inescrupulosos, y la propia desconfianza del emperador Carlos V, un austríaco que se sentía extranjero en España, ya advertido de los intereses contrapuestos que animaban a los participantes de la empresa de conquista. Por si esto no fuera ya un completo desafío a su capacidad de elocuencia y persuasión, Cortés sólo cuenta con la herramienta escrita de formato epistolar, que le impone severas limitaciones: coincidirán en su persona el autor, el narrador y el personaje, protagonista de las hazañas relatadas. La utilización de la primera persona es incómoda porque exige modestia, y una modestia excesiva 1

Cortés, Hernán, Cartas de relación, Cuarta Carta.

conspira contra el ensalzamiento de los propios hechos destacados. Cortés desarrolla una fina estrategia discursiva para presentarse favorablemente ante los ojos del monarca, a partir de la construcción de un temperamento ecuánime, justiciero y sensato, y de esta manera se revela, imprevistamente, como un escritor consumado.

Vocabulario admiración—asombro. apearse— desmontar; bajarse del caballo. apercibido—preparado; sobre aviso. calzada—camino elevado que atraviesa una laguna o pantano. carámbano—pedazo de hielo delgado y puntiagudo. estera—tapete; alfombra pequeña. hábito— vestidura de sacerdote, fraile o monja. merced (f.)— favor; acto bondadoso. mezquita—templo musulmán, término que Cortés aplica a los templos aztecas. nao (f.)—nave; navío; barco. pesquisa—indagación; investigación. primogénito—primer hijo (en nacer). primor (m.)—belleza. prolijo— verboso; palabrero. recio—fuerte. soler—acostumbrar. topar— encontrar. torbellino—remolino de viento. trecho—distancia. vasallo—súbdito; persona que recibe la protección de un rey o señor a cambio de rendirle determinados servicios. viga—soporte de madera.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

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Después de leer Conviene saber que Cortés parte hacia México desde Cuba, donde ha organizado la expedición en sociedad con Diego Velázquez, gobernador de la isla. Pero rápidamente se indispone con él y desconoce su autoridad, tomando decisiones en beneficio propio. Esta circunstancia lo coloca en una situación comprometida, al borde de una legalidad institucional todavía precaria en el Nuevo Mundo. Desde esa posición desfavorable enfrentará la necesidad de construir su imagen sobre valores caballerescos que todavía en la temprana Edad Moderna eran condiciones imprescindibles en el funcionario real: lealtad, fe católica, valor y rectitud. Conviene saber que Cortés, en el comienzo de la «Segunda carta de relación», hace referencia a hechos que ya habían sido expuestos en una carta anterior, remitida a Carlos V por intermedio de los procuradores Portocarrero y Montejo, quienes eran sus portadores y responsables de la entrega en manos reales. Lo cierto es que esa primera carta fue interceptada por Diego Velázquez cuando los mensajeros tocaron tierra en Cuba para aprovisionarse, y posteriormente se extravió, quedando así perdida esta información inicial. Es importante ser cuidadoso al investigar, ya que una supuesta Primera carta que se atribuye a Cortés no es de su autoría, sino del Cabildo de Villarica de Veracruz2. La ausencia de esa primera carta, que nunca llegó a su destino, altera muy significativamente el corpus de las Cartas de relación desde el punto de vista literario. Aunque muy lejos de cualquier intención estética de Cortés en ese sentido, por la circunstancia referida, el relato se inicia in medias res. Conviene saber que la descripción de los pueblos originarios mexicanos, su sociedad, su cultura y sus prácticas religiosas dada por Cortés y enfatizada posteriormente por sucesivos cronistas como Bernal Díaz del Castillo y Bernardino de Sahagún, produjo una visión que es la que ha 2

Salvadorini, Vittorio, Las «Relaciones» de Hernán Cortés, en Thesaurus, T. XVIII, 1, pág. 77, 1963

perdurado de manera casi excluyente en la historia hasta hoy.

Bibliografía Díaz del Castillo, Bernal. Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. 1568. México: Porrúa, 1973. Sahagún, Fray Bernardino de. Historia general de las cosas de Nueva España. Porrúa, México, 1979. León-Portilla, Miguel. El destino de la palabra. México, 1996. de las Casas, Bartolomé. Brevísima relación de la destruición de las Indias. Madrid, 1982 (Ediciones Cátedra)

Siglo XVI > 1520-1529 Segunda Carta de Relación, de Hernán Cortés. 30 de octubre de 1520

Enviada a su sacra majestad del emperador nuestro señor, por el capitán general de la Nueva España, llamado don Fernando Cortés, en la cual hace relación de las tierras y provincias sin cuento que ha descubierto nuevamente en el Yucatán del año de diez y nueve a esta parte, y ha sometido a la corona real de Su Majestad. En especial hace relación de una grandísima provincia muy rica, llamada Culúa, en la cual hay muy grandes ciudades y de maravillosos edificios y de grandes tratos y riquezas, entre las cuales hay una más maravillosa y rica que todas, llamada Tenustitlan, que está, por maravilloso arte, edificada sobre una grande laguna; de la cual ciudad y provincia es rey un grandísimo señor llamado Mutezuma; donde le acaecieron al capitán y a los españoles espantosas cosas de oír. Cuenta largamente del grandísimo señorío del dicho Mutezuma, y de sus ritos y ceremonias y de cómo se sirven. Muy alto y poderoso y muy católico príncipe, invictísimo emperador y señor nuestro: En una nao que de esta Nueva España de vuestra sacra majestad despaché a diez y seis días de julio del año de quinientos y diez y nueve, envié a vuestra Alteza muy larga y particular relación de las cosas hasta aquella sazón, después que yo a ella vine, en ella sucedidas. La cual relación llevaron Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo, Procuradores de la Rica Villa de la Vera Cruz, que yo el nombre de vuestra alteza fundé. Y después acá, por no haber oportunidad, así por falta de navíos y estar yo ocupado en la conquista y pacificación de esta tierra, como por no haber sabido de la dicha nao y procuradores, no he tornado a relatar a vuestra majestad lo que después se ha hecho; de que Dios sabe la pena que he tenido. Porque he deseado que vuestra alteza supiese las cosas de esta tierra, que son tantas y tales que, como ya en la otra relación escribí se puede intitular de nuevo emperador de ella, y con título y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee. Y porque querer de todas las cosas de estas partes y nuevos reinos de vuestra alteza decir todas las particularidades y cosas que en ellas hay y decir se debían, sería casi proceder a infinito. Si de todo a vuestra alteza no diere tan larga cuenta cómo debo, a vuestra sacra majestad suplico me mande perdonar; porque ni mi habilidad, ni la oportunidad del tiempo en que a la sazón me hallo para ello me ayudan. Mas con todo, me esforzaré a decir a vuestra alteza lo menos mal que yo pudiere, la verdad y lo que al presente es

necesario que vuestra majestad sepa. Y asimismo suplico a vuestra alteza me mande perdonar si todo lo necesario no contare, el cuándo y cómo muy cierto, y si no acertare algunos nombres, así de ciudades y villas como de señoríos de ellas, que a vuestra majestad han ofrecido su servicio y dádose por sus súbditos y vasallos. Porque en cierto infortunio ahora nuevamente acaecido, de que adelante en el proceso a vuestra alteza daré entera cuenta, se me perdieron todas las escrituras y autos que con los naturales de estas tierras yo he hecho, y otras muchas cosas. En la otra relación, muy excelentísimo Príncipe, dije a vuestra majestad las ciudades y villas que hasta entonces a su real servicio se habían ofrecido y yo a él tenía sujetas y conquistadas. Y dije así mismo que tenía noticia de un gran señor que se llamaba Mutezuma, que los naturales de esta tierra me habían dicho que en ella había, que estaba, según ellos señalaban las jornadas, hasta noventa o ciento leguas de la costa y puerto donde yo desembarqué. Y que confiado en la grandeza de Dios y con esfuerzo del real nombre de vuestra alteza, pensara irle a ver a doquiera que estuviese, y aun me acuerdo que me ofrecí, en cuanto a la demanda de este señor, a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a vuestra alteza que lo habría, preso o muerto, o súbdito a la corona real de vuestra majestad'. Y con este propósito y demanda me partí de la ciudad de Cempoal, que yo intitulé Sevilla, a diez y seis de agosto, con quince de bailo y trescientos peones lo mejor aderezados de guerra que yo pude y el tiempo dio a ello lugar, y dejé en la Villa de la Vera Cruz ciento y cincuenta hombres con dos de caballo, haciendo una fortaleza que ya tengo casi acabada; y dejé toda aquella provincia de Cempoal toda la sierra comercana a la villa, que serán hasta cincuenta mil hombres de guerra y cincuenta villas y fortalezas, muy seguros y pacifico y por ciertos y leales vasallos de vuestra majestad, como hasta ahora lo han estado y están, porque ellos eran súbditos de aquel señor Mutezuma, y según fui informado lo era por fuerza y de poco tiempo acá. Y como por mí tuvieron noticias de vuestra alteza y de su muy grande y real poder, dijeron que querían ser vasallos de vuestra majestad y mis amigos, y que me rogaban que los defendiese de aquel gran señor que los tenía por fuerza y tiranía, y que les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a sus ídolos. Y me dijeron otras muchas quejas de él, y con esto han estado y están muy ciertos y leales en servicio de vuestra alteza y creo lo estarán siempre por ser libres la tiranía de aquél, y porque de mí han sido siempre bien tratados favorecidos. Y para más seguridad de los que en la villa quedaba traje conmigo algunas personas principales de ellos con alguna ge te, que no poco provechosos me fueron en mi camino. Y porque, como ya creo, en la primera relación escribí a vuestra majestad que algunos de los que en mi compañía pasaron, que eran criados y amigos de Diego Velázquez, les había pesado de lo que yo en servicio de vuestra alteza hacía, y aun algunos de ellos se

me quisieron alzar e írseme de la tierra, en especial cuatro españoles que se decían Juan Escudero y Diego Cermeño, piloto, y Gonzalo de Ungría, así mismo piloto, y Alonso Peñate, los cuales, según lo que confesaron espontáneamente, tenían determinado de tomar un bergantín que estaba en el puerto, con cierto pan y tocinos, y matar al maestre de él, e irse a la isla Fernandina a hacer saber a Diego Velázquez cómo yo enviaba la nao que a vuestra alteza envié y lo que en ella iba y el camino que la dicha nao había de llevar, para que el dicho Diego Velázquez pusiese navíos en guarda para que la tomasen, como después que lo supo lo puso por obra, que según he sido informado envió tras la dicha nao una carabela. Y así mismo confesaron que otras personas tenían la misma voluntad de avisar al dicho Diego Velázquez; y vistas las confesiones de estos delincuentes los castigué conforme a justicia y a lo que según el tiempo me pareció que había necesidad y al servicio de vuestra alteza cumplía. Y porque demás de los que por ser criados y amigos de Diego Velázquez tenían voluntad de se salir de la tierra, había otros que por verla tan grande y de tanta gente y tal, y ver los pocos españoles que éramos, estaban del mismo propósito, creyendo que si allí los navíos dejase, se me alzarían con ellos, y yéndose todos los que de esta voluntad estaban, yo quedaría casi solo, por donde se estorbara el gran servicio que a Dios y a vuestra alteza en esa tierra se ha hecho, tu manera como, so color que los dichos navíos no estaban para navegar, los eché a la costa por donde todos perdieron la esperanza de salir de la tierra. Y yo hice mi camino más seguro y sin sospechas q vueltas las espaldas no había de faltarme la gente que yo en la vi había de dejar. Ocho o diez días después de haber dado con los navíos a la costa y siendo ya salido de la Vera Cruz hasta la ciudad de Cempoal, q está a cuatro leguas de ella, para de allí seguir mi camino, me hicieron saber de la dicha villa cómo por la costa de ella andaban cuatro navíos, y que el capitán que yo allí dejaba había salido de ellos con una barca, y les había dicho que eran de Francisco de Garay", Teniente y Gobernador en la isla de Jamaica, y que venían a descubrir; y que el dicho capitán les había dicho cómo yo en nombre de vuestra alteza tenía poblada esta tierra y hecha una villa allí, a una legua de donde los dichos navíos andaban, y que allí podían ir con ellos y me harían saber de su venida, y si alguna necesidad trajesen se podrían reparar de ella, y que el dicho capitán los guiaría con la barca al puerto, el cual les señaló donde era. Y que a eso les había respondido que ya habían visto el puerto, porque pasaron por frente de él, y que así lo harían como 61 me lo decía; y que se había vuelto con la dicha barca; y los navíos no le habían seguido ni venido al puerto y que todavía andaban por la costa y que no sabía qué era su propósito pues no habían venido al dicho puerto. Y visto lo que el dicho capitán me hizo saber, a la hora me partí para la dicha villa, donde supe que los dichos navíos estaban surtos tres leguas la costa abajo, y que ninguno no había saltado en tierra. Y de allí me fui por la costa con alguna gente para saber lengua, y ya que casi llegaba a una legua de ellos encontré con tres hombres de

los dichos navíos entre los cuales venia uno que decía ser escribano, y los dos traían, según me dijo, para que fuesen testigos de cierta notificación, que dizque el capitán le había mandado que me hiciese de su parte un requerimiento que allí traía, en el cual se contenía que me hacía saber cómo él había descubierto aquella tierra y quería poblar en ella. Por tanto, que me requería que partiese con él los términos, porque su asiento quería ser cinco leguas la costa abajo, después de pasada Nautecal, que es una ciudad que es doce leguas de la dicha villa, que ahora se llama Almería, a los cuales yo dije que viniese su capitán y que se fuese con los navíos al puerto de la Vera Cruz y que allí nos hablaríamos y sabría de qué manera venían, y si sus navíos y gente trajesen alguna necesidad, les socorrería con lo que yo pudiese, y que pues él decía venir en servicio de vuestra sacra majestad, que yo no deseaba otra cosa sino que se me ofreciese en q sirviese a vuestra alteza, y que en le ayudar creía que lo hacía. Ellos me respondieron que en ninguna manera el capitán ni o gente vendría a tierra ni adonde yo estuviese, y creyendo que debí de haber hecho algún daño en la tierra, pues se recelaban de ver ante mí, ya que era noche me puse secretamente junto a la costa la mar, frontero de donde los dichos navíos estaban surtos, y allí eme` tuve en cubierto hasta otro día casi a medio día, creyendo que el capitán o piloto saltarían en tierra, para saber de ellos lo que habían andado, y si algún daño hubiesen hecho en la tierra, enviarlos a vuestra sacra majestad; y jamás salieron ellos ni otra persona. Visto que no salían, hice quitar los vestidos de aquellos que venían a hacerme el requerimiento y se los vistiesen otros españoles de los de mi compañía, los cuales hice ir a la playa y que llamasen a los de los navíos. Y visto por ellos, salió a tierra una barca con hasta diez o doce hombres con ballestas y escopetas, y los españoles que llamaban de la tierra se apartaron de la playa a unas matas que estaban cerca, como que se iban a la sombra de ellas; y así saltaron cuatro, los dos baile teros y los dos escopeteros, los cuales como estaban cercados de gente que yo tenía en la playa puesta, fueron tomados. Y el uno ellos era maestre de la una nao, el cual puso fuego a una escope matara aquel capitán que yo tenía en la Vera Cruz, sino que q Nuestro Señor que la mecha no tenía fuego. Los que quedaron en la barca se hicieron a la mar, y antes que gasen a los navíos ya iban a la vela sin aguardar ni querer que dé e se supiese cosa alguna, y de los que conmigo quedaron me informé cómo habían llegado a un río que está treinta leguas la costa a después de pasada Almería, y que allí habían habido buen acogimiento de los naturales, y que por rescate les habían dado de comer y que habían visto algún oro que traían los indios, aunque poco, y habían rescatado hasta tres mil castellanos de oro y que no habían saltado en tierra, más de que habían visto ciertos pueblos en la ribera del río tan cerca, que de los navíos los podían bien ver.

Y que no había edificios de piedra sino que todas las casas eran de paja, excepto que los suelos de ellas tenían algo altos y hechos de mano; lo cual todo después supe más por entero de aquel gran señor Mutezuma, y de ciertas lenguas de aquella tierra que él tenía consigo, a las cuales y a un indio que en los dichos navíos traían del dicho río, que también yo les tomé, envié con otros mensajeros del dicho Mutezuma para que hablasen al señor de aquel río que se dice Pánuco, para le atraer al servicio de vuestra sacra majestad. Y él me envió con ellos una persona principal y aun, según decía, señor de un pueblo, el cual me dio de su parte cierta ropa y piedras y plumajes, y me dijo que él y toda su tierra están muy contentos de ser vasallos de vuestra majestad y mis amigos. Yo les di otras cosas de las de España, con que fue muy contento, y tanto que cuando los vieron otros navíos del dicho Francisco de Garay, de que adelante a vuestra alteza haré relación, me envió a decir el dicho Pánuco cómo los dichos navíos estaban en otro río, lejos de allí hasta cinco o seis jornadas, y que les hiciese saber si eran de mi naturaleza los que en ellos venían, porque les darían lo que hubiesen menester, y que les habían llevado ciertas mujeres y gallinas y otras cosas de comer. Yo fuí, muy poderoso Señor, por la tierra y señorío de Cempoal, tres jornadas donde de todos los naturales fui muy bien recibido y hospedado; y a la cuarta jornada entré en una provincia que se llama Sienchimalen, en que hay en ella una villa muy fuerte y puesta en recio lugar, porque está en una ladera una sierra muy agra, y para la entrada no hay sino un paso de escalera, que es imposible pasar sino gente de pie, y aun con harta dificultad si los naturales quieren defender el paso. En lo llano hay muchas aldeas y alquerías de a quinientos y a trescientos y doscientos labradores, que serán por todos hasta cinco o seis mil hombres de guerra, y esto es del señorío de aquel Mutezuma. Y aquí me recibieron muy bien y me dieron muy cumplidamente los bastimentos necesarios para mi camino, y me dijeron que bien sabían que yo iba a ver a Mutezuma su señor, y que fuese cierto que él era mi amigo y les había enviado a mandar que en todo caso me hiciesen muy buen acogimiento, porque en ello les servirían; y yo les satisfice a su buen comedimiento diciendo que vuestra majestad tenía noticia de él y me habían mandado que le viese, y que yo no iba a más de verle. Así pasé un puerto que está al fin de esta provincia, al que pusimos de nombre el puerto de Nombre de Dios, por ser el primero que en estas tierras habíamos pasado, el cual es tan agro y alto que no lo hay en España otro tan dificultoso de pasar, el cual pasé seguramente y sin contradicción alguna; y a la bajada del dicho puerto están otras al querías de una villa y fortaleza que se dice Ceyxnacan, que así mismo era del dicho Mutezuma, que no menos que de los de Sienchimalen fuimos bien recibidos y nos dijeron de la voluntad de Mutezuma lo que los otros nos habían dicho, y yo así mismo los satisfice.

Desde aquí anduve tres jornadas de despoblado y tierra inhabitable a causa de su esterilidad y falta de agua y muy grande frialdad que en ella hay, donde Dios sabe cuánto trabajó la gente, padeció de sed y de hambre, en especial de un turbión de piedra y agua que nos tomó en el dicho despoblado, de que pensé que perecería mucha gente de frío, y así murieron ciertos indios de la isla Fernandina, que iban mal arropados. Al cabo de estas tres jornadas pasamos otro puerto, aunque no tan agro como el primero, y en lo alto de él estaba una torre pequeña casi como humilladero, donde tenían ciertos ídolos, y alderredor de la torre más de mil carretas de leña cortada, muy dispuesta a cuyo respecto le pusimos nombre el Puerto de la Leña; y a la bajada del dicho puerto entre unas tierras muy agras, está un valle muy poblado de gente que, según pareció, debían ser gente pobre. Después de haber andado dos leguas por la población sin saber de ella, llegué a un asiento algo más llano, donde pareció estar el señor de aquel valle, que tenía las mejores y más bien labradas casas que hasta entonces en esta tierra habíamos visto, porque era todas de cantería labradas y muy nuevas, y había en ellas muchas y muy grandes y hermosas salas y muchos aposentos muy bien obrados. Este valle y población se llama Caltanmí. Del señor y gente fui muy bien recibido y aposentado. Después de haberle hablado de parte de vuestra majestad y le haber dicho la causa de mi venida a estas partes, le pregunté si él era vasallo de Mutezuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual, casi admirado de lo que le preguntaba, me respondió diciendo que quién no era vasallo de Mutezuma, queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de vuestra majestad, y otros muy muchos y muy mayores señores, que no Mutezuma, eran vasallos de vuestra alteza, y aunque no lo tenían en pequeña merced, y que así lo había de ser Mutezuma y todos los naturales de estas tierras, y que así lo requería a él que lo fuese, porque siéndolo, sería muy honrado y favorecido, y por el contrario, no queriendo obedecer, sería punido. Y para que tuviese por bien de le mandar recibir a su real servicio, que le rogaba que me diese algún oro que yo enviase a vuestra majestad, y él me respondió que oro, que él lo tenía, pero que no me lo quería dar si Mutezuma no se lo mandase, y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Por no escandalizarle ni dar algún desmán a mi propósito y camino, disimulé con él lo mejor que pude y le dije que muy presto le enviaría a mandar Mutezuma que diese el oro y lo demás que tuviese. Aquí me vinieron a ver otros dos señores que en aquel valle tenían su tierra, el uno cuatro leguas valle abajo y el otro dos leguas arriba, y me dieron ciertos collarejos de

oro de poco peso y valor y siete u ocho esclavas; y dejándolos así muy contentos, me partí después de haber estado allí cuatro o cinco días, y me pasé al asiento del otro señor que está casi dos leguas que dije, el valle arriba, que se dice Istacmastitán. El señorío de éste serán tres o cuatro leguas de población, sin salir casa de casa, por lo llano de un valle, ribera de un río pequeño que va por él, y en un cerro muy alto está la casa del señor con la mejor fortaleza que hay en la mitad de España, y mejor cercada de muro y barbacanes y cavas. Y en lo alto de este cerro tendrá una población de hasta cinco o seis mil vecinos, de muy buenas casas y gente algo más rica que no la del valle abajo. Aquí mismo fuí muy bien recibido, y también me dijo este señor que era vasallo de Mutezuma, y estuve en este asiento tres días, así por me reparar de los trabajos que en el despoblado la gente pasó, como por esperar cuatro mensajeros de los naturales de Cempoal que venían conmigo, que yo desde Catalmi había enviado a una provincia muy grande que se llama Tascalteca, que me dijeron que estaba muy cerca de allí, como de verdad pareció; y me habían dicho que los naturales de esta provincia eran sus amigos de ellos y muy capitanes enemigos de Mutezuma, y que me querían confederar con ellos porque eran muchos y muy fuerte gente; y que confinaba su tierra por todas partes con la del dicho Mutezuma, y que tenían con él muy continuas guerras y que creía se holgar la conmigo y me favorecerían si el dicho Mutezuma se quisiese poner en algo conmigo''. Los cuales dichos mensajeros en todo el tiempo que estuve en el dicho valle, que fueron por todos ocho días, no vinieron; y yo pregunté a aquellos principales de Cempoal que iban conmigo, que cómo no venían los dichos mensajeros, y me dijeron que debía de ser lejos y que no podrían venir tan aína. Y yo, viendo que se dilataba su venida y que aquellos principales de Cempoal me certificaban tanto la amistad y seguridad de los de esta provincia, me partí para allá. Y a la salida del dicho valle hallé una gran cerca de piedra seca, tan alta como estado y medio, que atravesaba todo el valle de la una sierra a la otra, y tan ancha como veinte pies, y por toda ella un pretil de pie y medio de ancho para pelear desde encima y no más de una entrada, tan ancha como diez pasos; y en esta entrada doblada la una cerca sobre la otra a manera de rebellín, tan estrecho como cuarenta pasos, de manera que la entrada fuese a vueltas y no a derechas. Preguntada la causa de aquella cerca, me dijeron que la tenía porque eran fronteros de aquella provincia de Tascalteca, que eran enemigos de Mutezuma y tenían siempre guerra con ellos. Los naturales de este valle me rogaron que pues que iba a ver a Mutezuma su señor, que no pasase por la tierra de estos sus enemigos porque por ventura serían malos y me harían algún daño, que ellos me llevarían siempre por tierra del dicho Mutezuma sin salir de ella, y que en ella sería siempre bien recibido. Y los de Cempoal me decían que no lo hiciese, sino que fuese por allí; que lo que aquéllos me decían era por me apartar de la amistad de aquella provincia, y que eran malos traidores todos los de Mutezuma y que me llevarían a meter

donde no pudiese salir. Y porque yo de los de Cempoal tenía más concepto que de los otros, tomé su consejo, que fue seguir el camino de Tascalteca llevando a mi gente al mejor recado que yo podía, y yo con hasta seis de caballo iba adelante bien media legua y más, no con pensamiento de lo que después se me ofreció, pero por descubrir la tierra, para que si algo hubiese, y lo supiese y tuviese lugar de encontrar y apercibir la gente. Y después de haber andado cuatro leguas, encumbrando un cerro, dos de caballo que iban delante de mí, vieron ciertos indios con sus plumajes que acostumbran traer en las guerras, y con sus espadas y rodelas, los cuales indios como vieron los de caballo, comenzaron a huir. A la sazón llegaba yo e hice que los llamasen y que viniesen y no hubiesen miedo; y fui más hacia donde estaban, que sería hasta quince indios, y ellos se juntaron y comenzaron a tirar cuchilladas y a dar voces a la otra su gente que estaba en un valle, y pelearon con nosotros de tal manera, que nos mataron dos caballos e hirieron otros tres y a dos de caballo. Y en esto salió la otra gente, que sería hasta cuatro o cinco mil indios, y ya se habían llegado conmigo hasta ocho de caballo sin los otros muertos, y peleamos con ellos haciendo algunas arremetidas hasta esperar los españoles que con uno de caballo habían enviado a decir que anduviesen. Y en las vueltas les hicimos algún daño en que mataríamos cincuenta o sesenta de ellos sin que dañe alguno recibiésemos, puesto que peleaban con mucho denuedo y ánimo; pero como todos éramos de caballo, arremetíamos a nuestro salvo y salimos así mismo. Y desde que supieron que los nuestros se acercaban, se retrajeron porque eran pocos y nos dejaron el campo. Y después de haberse ido vinieron ciertos mensajeros que dijeron ser de los señores de la dicha provincia y con ellos dos de los mensajeros que yo había enviado, los cuales dijeron que los dichos señores no sabían nada de lo que aquéllos habían hecho, que eran comunidades y sin su licencia lo habían hecho y que a ellos les pesaba, que me pagarían los caballos que me habían matado, que querían ser mis amigos y que fuera en hora buena, que sería bien recibido. Yo les respondí que lo agradecía, que los tenía por amigos y que yo iría como ellos decían. Aquella noche me fue forzado dormir en un arroyo, una legua adelante donde esto acaeció, así por ser tarde como porque la gente venía cansada. Allí estuve al mejor recaudo que pude con mis velas y escuchas, así de caballo como de pie, hasta que fue el día, que partí llevando mi delantera y recuaje bien concertadas y mis corredores delante. Y llegando a un pueblo pequeñuelo, ya que salía el sol, vinieron los otros dos mensajeros llorando, diciendo que los habían atado para matarlos y que ellos se habían escapado aquella noche.

Y no dos tiros de piedra de ellos, asomó mucha cantidad de indios muy armados y con ' gran grita y comenzaron a pelear con nosotros tirándonos muchas va ras y flechas y yo les comencé a hacer mis requerimientos en focon las lenguas que conmigo llevaba, por ante escribano. Y cuan más me paraba a amonestarlos y requerir con la paz, tanto más prisa nos daban, ofendiéndonos cuanto ellos podían y viendo que aprovechaban requerimientos ni protestaciones, comenzamos a defendernos como podíamos y así nos llevaron peleando hasta meternos entre más de cien mil hombres de pelea que por todas partes tenían cercados y pelearnos con ellos y ellos con nosotros, todo el hasta una hora antes de puesto el sol, que se retrajeron, en que media docena de tiros de fuego, con cinco o seis escopetas, cuarta ballesteros y con los trece de caballo que me quedaron, les hice mucho daño sin recibir de ellos ninguno, más del trabajo, cansan de pelear y el hambre. Bien pareció que Dios fue el que por nosotros peleó, pues entre tanta multitud de gente tan animosa y diestra pelear y con tantos géneros de armas para ofendernos, salimos tan libres. Aquella noche me hice fuerte en una torrecilla de sus ídolos, que estaba en un cerrito y luego, siendo de día, dejé en el real dosciento s hombres y toda la artillería. Y por ser yo el que acometía salí a ellos con los de caballos y cien peones y cuatrocientos indios de los que traje de Cempoal y trescientos de Iztamestitan. Y antes que hubiese lugar de juntarse, les quemé cinco o seis lugares pequeños de hasta cien vecinos y traje cerca de cuatrocientas personas, entre hombres y mujeres, presos y me cogí al real peleando con ellos sin que daño ninguno me hiciesen. Otro día en amaneciendo, dan sobre nuestro real más de ciento cuarenta y nueve mil hombres que cubrían toda la tierra, tan determinadamente, que algunos de ellos entraron dentro de él y anduvieron a cuchilladas con los españoles y salimos a ellos y quiso Nuestro Señor en tal manera ayudarnos, que en obra de cuatro horas habíamos hecho lugar paz que en nuestro real no nos ofendiesen puesto que todavía hacían algunas arremetidas. Y así estuvimos peleando hasta que fue tarde, que se retrajeron. Otro día torné a salir por otra parte antes que fuese de día, sin ser sentido de ellos, con los de caballo, cien peones y los indios mis amigos y les quemé más de diez pueblos, en que hubo pueblo de ellos de más de tres mil casas y allí pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no debía de estar allí. Y como traíamos la bandera de la cruz y pugnábamos por nuestra fe y por servicio de vuestra sacra majestad en su muy real ventura, nos dio Dios tanta victoria que les matamos mucha gente, sin que los nuestros recibiesen daño. Y poco más de mediodía, ya que la fuerza de la gente se juntaba de todas partes, estábamos en nuestro real con la victoria habida. Otro día siguiente vinieron mensajeros de los señores diciendo que ellos querían ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos y que me rogaban les perdonase el yerro

pasado. Yo les respondí que ellos habían hecho mal, pero que yo era contento de ser su amigo y perdonarles lo que habían hecho. Otro día siguiente vinieron hasta cincuenta indios que, según pareció, eran hombres de quien se hacía caso entre ellos, diciendo que nos venían a traer de comer y comienzan a mirar las entradas y salidas del real y algunas chozuelas donde estábamos a posentados. Y los de Cempoal vinieron a mí y dijéronme que mirase que aquellos eran malos y que venían a espiar y mirar cómo nos podrían dañar y que tuviese por cierto que no venían a otra cosa. Yo hice tomar uno de ellos disimuladamente, que los otros no lo vieron y me aparté con él y con las lenguas y le amedrenté para que me dijese la verdad, el cual confesó que Sintengal, que es el capitán general de esta provincia, estaba detrás de unos cerros que estaban fronteros del real, con mucha cantidad de gente para dar aquella noche sobre nosotros, porque decían que ya se habían probado de día con nosotros, que no les aprovechaba nada y que querían probar de noche porque los suyos no temiesen los caballos ni los tiros ni las espadas y que los habían enviado a ellos para que viesen nuestro real y laso: partes por donde nos podían entrar y cómo nos podrían quemar aquellas chozas de paja. Luego hice tomar otro de los dichos indios y le pregunté asimismo y confesó lo que el otro por las mismas palabras. Y de éstos tomé cinco o seis, que todos confirmaron en sus dichos. Y visto, los mandé tomar a todos cincuenta y cortarles las manos y los envié que dijesen a su señor que de noche y de día y cada cuando él viniese, verían quién éramos. Hice yo fortalecer mi real a lo mejor que pude y poner la gente en las estancias que me pareció que convenían y así estuve sobre aviso, hasta que se puso el sol y ya que anochecía comenzó a bajar la ge te de los contrarios por dos valles y ellos pensaban que venían secretos para cercarnos y ponerse más cerca de nosotros para ejecutar propósito y como yo estaba tan avisado, los vi y me pareció que dejarlos llegar al real, que sería mucho daño, porque de noche como viesen lo que de mi parte se les hiciese, llegarían más sin temor y está bien porque los españoles no viéndolos, algunos tendrían alguna flaqueza en el pelear y temí que me pusieran fuego, lo cual si acaeciera fuera tanto daño que ninguno de nosotros escapara y determiné de salirles al encuentro con toda la gente de caballo para espanta o desbaratar en manera que ellos no llegasen y así fue que, como n sintieron que íbamos con los caballos a dar sobre ellos sin ningún tener ni grita se metieron por los maizales, de que toda la tierra taba casi llena y aliviaron algunos de los mantenimientos que traían para estar sobre nosotros, si de aquella vez del todo nos pudiesen arrancar y así se fueron por aquella noche y quedamos seguros. Después de pasado esto, estuve ciertos días que no salí de nuestro real más del redor para defender la entrada de algunos indios que nos venían a gritar y hacer algunas escaramuzas. Y después de estar algo descansados, salí una noche después de rondada la guarda de la prima, con cien peones, con los indios nuestros amigos y con los de caballo. Y a una

legua del real se me cayeron cinco de los caballos y yeguas que llevaba, que en ninguna manera los pude pasar adelante y los hice volver. Y aunque todos los de mi compañía decían que me tornase porque era mala señal, todavía seguí mi camino considerando que Dios es sobre natura y antes que amaneciese di sobre dos pueblos, en que maté mucha gente y no quise quemar las casas por no ser sentido con los fuegos de las otras poblaciones que estaban muy juntas. Y ya que amanecía di en otro pueblo tan grande, que se ha hallado en él, por visitación que yo hice hacer, más de veinte mil casas. Y como los tomé de sobresalto, salían desarmados y las mujeres y niños desnudos por las calles y comencé a hacerles algún daño y viendo que no tenían resistencia vinieron a mí ciertos principales del dicho pueblo a rogarme que no les hiciésemos más mal porque ellos querían ser vasallos de vuestra alteza y mis amigos y que bien veían que ellos tenían la culpa en no haberme querido servir, pero que de allí en adelante yo verla como ellos harían lo que yo en nombre de vuestra majestad les mandase y que serían muy verdaderos vasallos suyos. Y luego vinieron conmigo más de cuatro mil de ellos de paz y me sacaron fuera a una fuente, muy bien de comer y así los dejé pacíficos y volví a nuestro real donde hallé la gente que en él había dejado harto atemorizada creyendo que se me hubiera ofrecido algún peligro, por lo que la noche antes habían visto en volver los caballos y yeguas. Después de sabida la victoria que Dios nos había querido dar y cómo dejaba aquellos pueblos de paz, hubieron mucho placer, porque certifico a vuestra majestad que no había tal de nosotros que no tuviese mucho temor por vernos tan dentro en la tierra y entre tanta y tal gente y tan sin esperanzas de socorro de ninguna parte, de tal manera que ya a mis oídos oía decir por los corrillos y casi público, que había sido Pedro Carbonero que los había metido donde nunca podrían salir y aún más oí decir en una choza de ciertos compañeros estando donde ellos no me veían, que si yo era loco y me metía donde nunca podría salir, que no lo fuesen ellos, sino que se volviesen a la mar y que si yo quisiese volver con ellos, bien y si no, que me dejasen. Muchas veces fui de esto por muchas veces requerido y yo los animaba diciéndoles que mirasen que eran vasallos de vuestra alteza Y que jamás en los españoles en ninguna parte hubo falta y que estábamos en disposición de ganar para vuestra majestad los mayores reinos y señoríos que había en el mundo y que además de hacer lo que como cristianos éramos obligados, en pugnar contra los enemigos de nuestra fe y por ello en el otro mundo ganábamos la gloria y en éste conseguíamos el mayor prez y honra que hasta nuestros tiempos ninguna generación gano. Y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa le es imposible y que lo viesen por las victorias que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos habían muerto y de los nuestros ningunos; y les dije otras cosas que me pareció decirles de esta calidad, que con ellas y con el real favor de vuestra alteza cobraron mucho ánimo y los atraje a mi propósito y a hacer lo que yo deseaba, que era dar fin a mi demanda comenzada.

Otro día siguiente, a hora de las diez, vino a mí Sicutengal, el capitán general de esta provincia, con hasta cincuenta personas principales de ella y me rogó de su parte y de la de Magiscasin, que es la más principal persona de toda la provincia y de otros muchos seño res de ella, que yo les quisiese admitir al real servicio de vuestra alteza y a mi amistad y les perdonase los yerros pasados, porque ello no nos conocían ni sabían quién éramos y que ya habían probado todas sus fuerzas, así de día como de noche, para excusarse a ser súbditos ni sujetos a nadie, porque en ningún tiempo esta provincia lo había sido ni tenían ni habían tenido cierto señor; antes habían venido exentos y por sí, de inmemorial tiempo acá y que siempre se habían defendido contra el gran poder de Mutezuma y de su padre y abuelos, que toda la tierra tenían sojuzgada y a ellos jamás habían podido traer a sujeción, teniéndolos como los tenían cercados por todas partes sin tener lugar para por ninguna de su tierra poder salir que no comían sal porque no la había en su tierra ni se la dejaban salir a comprar a otras partes, ni vestían ropas de algodón porque su tierra por la frialdad no se criaba y otras muchas cosas de que carecían por estar así encerrados. Y que todo lo sufrían y habían por bueno por ser exentos y no sujetos a nadie y que conmigo que quisieran hacer lo mismo y para ello; como ya decían, habían probado sus fuerzas y que veían claro que ni ellas ni las mañas que habían podido tener les aprovechaban, que querían antes ser vasallos de vuestra alteza que no morir y ser destruida: sus casas y mujeres e hijos. Yo les satisfice diciendo que conociesen cómo ellos tenían la culpa del daño que habían recibido y que yo me venía a su tierra creyendo que venía a tierra de mis amigos, porque los de Cempoal así me lo habían certificado que lo eran y querían ser y que yo les había enviado mis mensajeros delante para hacerles saber cómo venia y la voluntad que de su amistad traía y que sin responderme, viniendo yo seguro, me habían salido a saltear en el camino y me habían matado dos caballos y herido otros. Y demás de esto, después de haber peleado conmigo, me enviaron sus mensajeros diciendo que aquello que se había hecho había sido sin ser licencia y consentimiento y que ciertas comunidades se habían movido a ello sin darles parte; pero que ellos se lo habían reprendido y que querían mi amistad. Y yo creyendo ser así les había dicho que me placía y me vendría otro día seguramente en sus casas como en casas de amigos y que así mismo me habían salido al camino y peleado conmigo todo el día hasta que la noche sobrevino, no obstante que para mí habían sido requeridos con la paz. Y trájeles a la memoria todo lo demás que contra mí habían hecho y otras muchas cosas que por no dar a vuestra alteza importunidad dejo. Finalmente, que ellos quedaron y se ofrecieron por súbditos y vasallos de vuestra majestad y para su real servicio, ofrecieron sus personas y haciendas y así lo hicieron y han hecho hasta hoy y creo lo harán siempre por lo que adelante vuestra majestad verá.

Y así estuve sin salir de aquel aposento y real que allí tenía seis o siete días, porque no me osaba fiar de ellos puesto que me rogaban que me viniese a una ciudad grande que tenían donde todos los señores de su provincia residían y residen, hasta tanto que todos los señores me vinieron a rogar que me fuese a la ciudad, porque allí sería mejor recibido y provisto de las cosas necesarias, que no en el campo y porque ellos tenían vergüenza en que yo estuviese tan mal aposentado, pues me tenían por su amigo y ellos y yo éramos vasallos de vuestra alteza y por su ruego me vine a la ciudad que está seis leguas del aposento y real que yo tenía La cual ciudad es tan grande y de tanta admiración que aunque mucho de lo que de ella podría decir dejé, lo poco que diré creo que es casi increíble, porque es muy mayor que Granada y muy más fuerte y de tan buenos edificios y de mucha más gente que Granada tema al tiempo que se ganó y muy mejor abastecida de las cosas de la tierra, que es de pan, de aves, caza, pescado de ríos y de otras legumbres y cosas que ellos comen muy buenas. Hay en esta ciudad un mercado en que casi cotidianamente todos los días hay en él de treinta mil ánimas arriba, vendiendo y comprando, sin otros muchos mercadillos que hay por la ciudad en partes. En este mercado hay todas cuantas cosas, así de mantenimiento como de vestido y calzado, que ellos tratan y puede haber. Hay joyerías de oro, plata, piedras y otras joyas de plumaje, tan bien concertado como puede ser en todas las plazas y mercados del mundo. Hay mucha loza de muchas maneras y muy buena y tal como la mejor de España. Venden mucha leña, carbón e hierbas de comer y medicinales. Hay casas donde lavan las cabezas como barberos y las rapan; hay baños. Finalmente, que entre ellos hay toda manera de buena orden y policía y es gente de toda razón y concierto, tal que lo mejor de áfrica no se le iguala". Es esta provincia de muchos valles llanos y hermosos y todos labrados y sembrados sin haber en ella cosa vacua; tiene en torno la provincia noventa leguas y más. El orden que hasta ahora se ha alcanzado que la gente de ella tiene en gobernarse, es casi como las señorías de Venecia y Génova o Pisa, porque no hay señor general de todos. Hay muchos señores y todos residen en esta ciudad y los pueblos de la tierra son labradores y son vasallos de estos señores y cada uno tiene su tierra por sí; tienen unos mas que otros y para sus guerras que han de ordenar júntanse todos y todos juntos las ordenan y conciertan. Créese que deben de tener alguna manera de justicia para castigar los malos, porque uno de los naturales de esta provincia hurtó cierto oro a un español y yo lo dije a aquel Magiscasin, que es el mayor señor de todos e hicieron su pesquisa y siguiéronlo hasta una ciudad que está cerca de allí, que se dice Churultecal y de allí lo trajeron preso y me lo entregaron con el oro y me dijeron que yo lo hiciese castigar; yo les agradecí la diligencia que en ello pusieron y les dije que, pues estaba en su tierra, que ellos le

castigasen como lo acostumbraban y que yo no me quería entremeter en castigar a los suyos estando en su tierra, de lo cual me dieron gracias y lo tomaron y con pregón público que manifiesta su delito, le hicieron llevar por aquel grande mercado y allí le pusieron al pie de uno como teatro que está en medio del dicho mercado y encima del teatro subió el pregonero y en altas voces tornó a decir el delito de aquél; y viéndolos todos, le dieron con unas porras en la cabeza hasta que lo mataron. Y muchos otros hemos visto en prisiones que dicen que les tienen por hurtos y cosas que han hecho. Hay en esta provincia por visitación que yo en ella mandé hacer, ciento cincuenta mil vecinos, con otra provincia pequeña que está junto con ésta que se dice Guasincango, que viven a la manera de éstos sin señor natural, los cuales no menos están por vasallos de vuestra alteza que estos tascalteca. Estando, muy católico señor, en aquel real que tenía en el campo cuando en la guerra de esta provincia estaba, vinieron a mi seis señores muy principales vasallos de Mutezuma, con hasta doscientos hombres para su servicio y me dijeron que venían de parte del dicho Mutezuma a decirme cómo él quería ser vasallo de vuestra alteza y mi amigo y que viese yo qué era lo que quería que él diese por vuestra alteza en cada año de tributo, así de oro como de plata, piedras, esclavos, ropa de algodón y otras cosas de las que él tenía y que todo lo daría con tanto que yo no fuese a su tierra y que lo hacía porque era muy estéril y falta de todos mantenimientos y que le pesaría de que yo padeciese necesidad y los que conmigo venían y con ellos me envió hasta mil pesos de oro y otras tantas piezas de ropa de algodón de la que ellos visten. Y estuvieron conmigo en mucha parte de la guerra hasta el fin de ella, que vieron bien lo que los españoles podían y las paces que con los de esta provincia se hicieron y el ofrecimiento que al servicio de vuestra sacra majestad los señores y toda la tierra hicieron, de que según pareció y ellos mostraban, no hubieron mucho placer, porque trabajaron muchas vías y formas de revolverme con ellos, diciendo cómo no era cierto lo que me decían, ni verdadera la amistad que afirmaban y que lo hacían por mi asegurar para hacer a su salvo alguna traición. Los de esta provincia, por consiguiente, me decían y avisaban muchas veces que no me fiase de aquellos vasallos de Motezuma porque eran traidores y sus cosas siempre las hacían a traición y con mañas y con éstas habían sojuzgado toda la tierra y que me avisaban de ello como verdaderos amigos y como personas que los conocían de mucho tiempo acá. Vista la discordia y disconformidad de los unos y de los otros, no hube poco placer, porque me pareció hacer mucho a mi propósito y que podría tener manera de más aína sojuzgarlos y que me dijese aquel común decir de monte, etc. y aún me acordé de una autoridad evangélica que dice: Omne regnum in se ipsum divisum desolabitur , y con los unos y con los otros maneaba y a cada uno en secreto le agradecía el aviso que me

daba y le daba crédito de más amistad que al otro. Después de haber estado en esta ciudad veinte días y más, me dijeron aquellos señores mensajeros de Mutezuma que siempre estuvieron conmigo, que me fuese a una ciudad que está a seis leguas de esta de Tascaltecal, que se dice Churultecal, porque los naturales de ella eran amigos de Mutezuma su señor y que allí sabríamos la voluntad del dicho Mutezuma, si era que yo fuese a su tierra y que algunos de ellos irían a hablar con él y a decirle lo que yo les había dicho. Y me volverían con la respuesta y aunque sabían que allí estaban algunos mensajeros suyos para hablarme, yo les dije que me iría y que partiría para un día cierto que les señalase. Y sabido por los de esta provincia de Tlascaltecal lo que aquéllos habían concertado conmigo y cómo yo había aceptado de irme con ellos a aquella ciudad, vinieron a mí con mucha pena los señores y me dijeron que en ninguna manera fuese porque me tenían ordenada cierta traición para matarme en aquella ciudad a mí y a los de mi compañía y que para ello había enviado Mutezuma de su tierra, porque alguna parte de 1 ella confina con esta ciudad, cincuenta mil hombres y que los tenía en guarnición a dos leguas de la dicha ciudad, según señalaron y que tenían cerrado el camino real por donde solían ir y hecho otro nuevo de muchos hoyos y palos agudos hincados y encubiertos para que los caballos cayesen y se mancasen y que tenía muchas de las calles tapiadas y por las azoteas de las casas muchas piedras para que después que entrásemos en la ciudad tomarnos seguramente y aprovecharse de nosotros a su voluntad y que si yo quería ver cómo era verdad lo que ellos me decían, que mirase cómo los señores de aquella ciudad nunca habían venido a verme ni hablar estando tan cerca de ésta, pues habían venido los de Guasincango, que estaban más lejos que ellos y que los enviase a llamar y vería como no querían venir. Yo les agradecí su aviso y les rogué que me diesen ellos personas que de mi parte los fuesen a llamar y así me los dieron y yo les envié a rogar que viniesen a verme porque les quería hablar ciertas cosas de Parte de vuestra alteza y decirles la causa de mi venida a esta tierra. Los cuales mensajeros fueron y dijeron mi mensaje a los señores de la dicha ciudad y con ellos vinieron dos o tres personas, no de mucha autoridad y me dijeron que ellos venían de parte de aquellos señores porque ellos no podían venir por estar enfermos, que a ellos les dijese lo que quería. Los de esta ciudad me dijeron que era burla y que aquellos mensajeros eran hombres de poca calidad y que en ninguna manera me partiese sin que los señores de la ciudad viniesen aquí. Yo les hablé a aquellos mensajeros y les dije que embajada de tan alto príncipe como vuestra sacra majestad, que no se debía de dar a tales personas como ellos y que aun sus señores eran poco para oírla; por tanto, que dentro de tres días pareciesen ante mía

dar la obediencia a vuestra alteza y a ofrecerse por sus vasallos, con apercibimiento que pasado el término que les daba, si no viniesen, iría sobre ellos y los destruiría y procedería contra ellos como contra personas rebeldes y que no se querían someter debajo del dominio de vuestra alteza. Y para ello les envié un mandamiento firmado de mi nombre y de un escribano con relación larga de la real persona de vuestra sacra majestad y de mi venida, diciéndoles cómo todas estas partes y otras muy mayotes tierras y señoríos eran de vuestra alteza y que los que quisiesen ser sus vasallos serían honrados y favorecidos y por el contrario, los que fuesen rebeldes, serían castigados conforme a justicia. Y otro día vinieron algunos de los señores de la dicha ciudad o casi todos y me dijeron que si ellos no habían venido antes, la causa era porque los de esta provincia eran sus enemigos y que no osaban entrar por su tierra porque no pensaban venir seguros y que bien creían que me habían dicho algunas cosas de ellos; que no les diese crédito porque las decían como enemigos y no porque pasara así y que me fuese a su ciudad y que allí conocería ser falsedad lo que éstos me decían y la verdad lo que ellos me certificaban, que desde entonces se daban y ofrecían por vasallos de vuestra sacra majestad y que lo serían para siempre y servían y contribuían en todas las cosas, que de parte de vuestra alteza se les mandase y así lo asentó un escribano, por las lenguas que yo tenía. Y todavía determiné de irme con ellos, así por no mostrar flaqueza, como porque desde allí pensaba hacer mis negocios con Moctezuma, porque confina con su tierra, como ya he dicho y allí usaban venir y los de allí ir allá, porque en el camino no tenían requesta alguna. Y como los de Tascaltecal vieron mi determinación, pesóles mucho y dijéronme muchas veces que lo erraba. Pero, qué pues ellos se habían dado por vasallos de vuestra sacra majestad y mis amigos, que querían ir conmigo a ayudarme en todo lo que se ofreciese. Y puesto que yo se lo defendiese y rogué que no fuesen porque no había necesidad, todavía me siguieron hasta cien mil hombres muy bien aderezados de guerra y llegaron conmigo hasta dos leguas de la ciudad y desde allí por mucha importunidad mía, se volvieron, aunque todavía quedaron en mi compañía hasta cinco o seis mil de ellos. Dormí en un arroyo que allí estaba a las dos leguas, por despedir la gente porque no hiciesen algún escándalo en la ciudad y también porque era ya tarde y no quise entrar en la ciudad sobre tarde. Otro día de mañana salieron de la ciudad'' a recibirme al camino, con muchas trompetas y atabales y muchas personas de las que ellos tienen por religiosas en sus mezquitas, vestidas de las vestiduras que usan y cantando a su manera como lo hacen en las dichas mezquitas. Y con esta solemnidad nos llevaron

hasta entrar en la ciudad y nos metieron en un aposento muy bueno a donde toda la gente de mi compañía se aposentó a mi placer. Allí nos trajeron de comer, aunque no cumplidamente y en el camino topamos muchas señales de las que los naturales de esta provincia nos habían dicho, porque hallamos el camino real cerrado y hecho otro y algunos hoyos, aunque no muchos y algunas calles de la ciudad tapiadas y muchas piedras en todas las azoteas. Con esto nos hicieron estar más sobre aviso y a mayor recaudo. Allí hallé ciertos mensajeros de Mutezuma que venían a hablar con los que conmigo estaban y a mí no me dijeron cosa alguna más de que venían a saber de aquéllos lo que conmigo habían hecho y concertado, para irlo a decir a su señor y así se fueron después de los haberles hablado ellos y aun el uno de los que antes conmigo estaban, que era el más principal. En tres días que allí estuve, proveyeron muy mal y cada día peor y muy pocas veces me venían a ver ni hablar los señores y personas principales de la ciudad. Y estando algo perplejo en esto, a la lengua que yo tengo, que es una india de esta tierra, que hube en Potonchán, que es el río grande que ya en la primera relación a vuestra majestad hice memoria, le dijo otra natural de esta ciudad cómo muy cerquita de allí estaba mucha gente de Mutezuma junta y que los de la ciudad tenían fuera sus mujeres e hijos y toda su ropa y que había de dar sobre nosotros para matarnos a todos y si ella se quería salvar que se fuese con ella, que ella la guarecería; la cual lo dijo a aquel Jerónimo de Aguilar, lengua que yo hube en Yucatán de que asimismo a vuestra alteza hube escrito y me lo hizo saber. Y yo tuve uno de los naturales de la dicha ciudad que por allí andaba y le aparté secretamente que nadie lo vio y le interrogué y confirmó todo lo que la india y los naturales de Tascaltecal me habían dicho. Y así por esto como por las señales que para ello veía, acordé de prevenir antes de ser prevenido, e hice llamar a algunos de los señores de la ciudad diciendo que les quería hablar y les metí en una sala y en tanto hice que la gente de los nuestros estuviese apercibida y que en soltando una escopeta diesen en mucha cantidad de indios que había junto al aposento y muchos dentro de él. Así se hizo, que después que tuve los señores dentro de aquella sala, dejélos atando y cabalgué e hice soltar la escopeta y dímosles tal mano, que en pocas horas murieron más de tres mil hombres. Y porque vuestra majestad vea cuán apercibidos estaban, antes que yo saliese de nuestro aposento tenían todas las calles tomadas y toda la gente a punto, aunque como los tomamos de sobresalto fueron buenos de desbaratar, mayormente que les faltaban los caudillos porque los tenía ya presos e hice poner fuego a algunas torres y casas fuertes donde se defendían y nos ofendían y así anduve por la ciudad peleando, dejando a buen recaudo el aposento, que era muy fuerte, bien cinco horas, hasta que eché toda la gente fuera de la ciudad por muchas partes de ella, porque me ayudaban bien cinco mil indios de Tascaltecal y otros cuatrocientos de Cempoal.

Vuelto al aposento, hablé con aquellos señores que tenía presos y les pregunté qué era la causa que me querían matar a traición y me respondieron que ellos no tenían la culpa porque los de Culúa que son los vasallos de Mutezuma, los habían puesto en ello y que el dicho Mutezuma tenía allí en tal parte, que, según después pareció, sería legua y media, cincuenta mil hombres en guarnición para hacerlo, pero que ya conocían cómo habían sido engañados, que soltase uno o dos de ellos y que harían recoger la gente de la ciudad y tornar a ella todas las mujeres, niños y ropa que tenían fuera y que me rogaban que aquel yerro les perdonase, que ellos me certificaban que de allí adelante nadie les engañaría y serían muy ciertos y leales vasallos de vuestra alteza y mis amigos. Después de haberles hablado muchas cosas acerca de su yerro, solté dos de ellos y otro día siguiente estaba toda la ciudad poblada y llena de mujeres y niños muy seguros, como si cosa alguna de lo pasado no hubiera acaecido y luego solté todos los otros señores que tenía presos, con que me prometieron servir a vuestra majestad muy lealmente y en obra de quince o veinte días que allí estuve quedó la ciudad y tierra tan pacífica y tan poblada que parecía que nadie faltaba de ella, en sus mercados y tratos por la ciudad como antes lo solían tener e hice que los de esta ciudad de Churultecal y los de Tascaltecal fuesen amigos, porque lo solían ser antes y muy poco tiempo había que Mutezuma con dádivas los había seducido a su amistad y hechos enemigos de estos otros. Esta ciudad de Churultecal está asentada en un llano y tiene hasta veinte mil casas dentro, en el cuerpo de la ciudad y tiene de arrabales otras tantas. Es señorío por sí y tiene sus términos conocidos; no obedece a señor ninguno, excepto que se gobiernan como estos otros de Tascaltecal. La gente de esta ciudad es más vestida que los de Tascaltecal, en alguna manera; porque los honrados ciudadanos de ellos todos traen albornoces encima de la otra ropa, aunque son diferenciados de los de áfrica porque tienen maneras; pero en la hechura, tela y los rapacejos son muy semejantes. Todos éstos han sido y son después de este trance pasado, muy ciertos vasallos de vuestra majestad y muy obedientes a lo que yo en su real nombre les he requerido y dicho y creo lo serán de aquí adelante. Esta ciudad es muy fértil de labranzas porque tiene mucha tierra y se riega la más parte de ella y aun es la ciudad más hermosa de fuera que hay en España, porque es muy torreada y llana y certifico a vuestra alteza que yo conté desde una mezquita cuatrocientas treinta tantas torres en la dicha ciudad y todas son de mezquitas. Es la ciudad más a propósito de vivir españoles que yo he visto de los puertos acá, porque tiene algunos baldíos y aguas para criar ganados, lo que no tienen ningunas de cuantas hemos visto, porque es tanta la multitud de la gente que en estas partes mora, que ni un palmo de tierra hay que no esté labrada y aun con todo en muchas partes padecen necesidad por falta de pan y aún hay mucha gente pobre y que piden entre los ricos por las calles y por las casas y mercados, como hacen los pobres en España y en otras partes que hay gente de razón. A aquellos mensajeros de Mutezuma que conmigo estaban hablé acerca de aquella

traición que en aquella ciudad se me quería hacer y cómo los señores de ella afirmaban que por consejo de Mutezuma se había hecho y que no me parecía que era hecho de tan gran señor enviarme sus mensajeros y personas tan honradas como me había enviado a decirme que era mi amigo y por otra parte buscar maneras de ofenderme con mano ajena, para salvarse él de culpa si no le sucediese como él pensaba. Y que pues así era, que él no me guardaba su palabra ni me decía verdad, que yo quería mudar mi propósito; que así como iba hasta entonces a su tierra con voluntad de verle, hablar, tener por amigo y tener con él mucha conversación y paz, que ahora quería entrar por su tierra de guerra, haciéndole todo el daño que pudiese como a enemigo y que me pesaba mucho de ello, porque más le quisiera siempre por amigo y tomar siempre su parecer en las cosas que en esta tierra hubiera de hacer. Aquellos suyos me respondieron que ellos había muchos días que estaban conmigo y que no sabían nada de aquel concierto más de lo que allí en aquella ciudad después de aquello se ofreció supieron y que no podían creer que por consejo y mandado de Mutezuma se hiciese y que me rogaban que antes que me determinase a perder su amistad y hacerle la guerra que decía, me informase bien de la verdad y que diese licencia a uno de ellos para ir a hablarle, que él volvería muy presto. Hay de esta ciudad a donde Mutezuma residía, veinte leguas. Yo les dije que me placía y dejé ir al uno de ellos y dende a seis días volvió él y otro que primero se había ido y trajéronme diez platos de oro, mil quinientas piezas de ropa, mucha provisión de gallinas, pan y cacao, que es cierto brebaje que ellos beben y me dijeron que a Mutezuma le había pesado mucho de aquel desconcierto que en Churultecal se quería hacer, porque yo no creería ya sino que había sido por su consejo y mandado y que él me hacía cierto que no era así y que la gente que allí estaba en guarnición era verdad que era suya, pero que ellos se habían movido sin habérselo él mandado, por inducimiento de los de Churultecal, porque eran de dos provincias suyas que se llamaban la una Acancingo y la otra Yzcucan, que confina con la tierra de la dicha ciudad de Churultecal y que entre ellos conciertan alianzas de vecindad para ayudarse los unos a los otros Y que de esta manera habían venido allí y no por su mandado; pero que adelante yo vería en sus obras si era verdad lo que él me había enviado a decir o no y que todavía me rogaba que no curase de ir a su tierra porque era estéril y padeceríamos necesidad y que donde quiera que yo estuviese le enviase a pedir lo que yo quisiese y que lo enviaría muy cumplidamente. Yo le respondí que la ida a su tierra no se podía excusar porque había de enviar de él y de ella relación a vuestra majestad y que yo creía lo que él me enviaba a decir; por tanto, que pues yo no había de dejar de llegar a verle, que él lo hubiese por bien y que no se pusiese en otra cosa porque sería mucho daño suyo y a mí me pesaría de cualquiera que le viniese. Y desde que ya vio que mi determinada voluntad era de verle a él y a su tierra, me envió a decir que fuese en hora buena, que él me hospedaría en aquella gran ciudad donde estaba y envióme muchos de los suyos para que fuesen

conmigo porque ya entraba por su tierra, los cuales me querían encaminar por cierto camino donde ellos debían de tener algún concierto para ofendernos, según después pareció, porque lo vieron muchos españoles que yo enviaba después por la tierra. Había en aquel camino tantas puentes y pasos malos, que yendo por él, muy a su salvo pudieran ejecutar su propósito. Mas como Dios haya tenido siempre cuidado de encaminar las reales cosas de vuestra sacra majestad desde su niñez y como yo y los de mi compañía íbamos en su real servicio, nos mostró otro camino aunque algo agro, no tan peligroso corno aquel por donde nos querían llevar y fue de esta manera: Que a ocho leguas de esta ciudad de Churultecal están dos sierras muy altas y muy maravillosas, porque en fin de agosto tienen tanta nieve que otra cosa de lo alto de ellas si no la nieve, se parece. Y de la una que es la más alta sale muchas veces, así de día como de noche, tan grande bulto de humo como una gran casa y sube encima de la sierra hasta las nubes, tan derecho como una vita, que, según parece, es tanta la fuerza con que sale que aunque arriba en la sierra andaba siempre muy recio el viento, no lo puede torcer. Y porque yo siempre he deseado de todas las cosas de esta tierra poder hacer a vuestra alteza muy particular relación, quise de ésta, que me pareció algo maravillosa, saber el secreto y envié a diez de mis compañeros, tales cuales para semejante negocio eran necesarios y con algunos naturales de la tierra que los guiasen y les encomendé mucho procurasen de subir la dicha sierra y saber el secreto de aquel humo, de dónde y cómo salía. Los cuales fueron y trabajaron lo que fue posible para subirla y jamás pudieron, a causa de la mucha nieve que en la sierra hay y de muchos torbellinos que de la ceniza que de allí sale andan por la sierra y también porque no pudieron sufrir la gran frialdad que arriba hacía, pero llegaron muy cerca de lo alto y tanto que estando arriba comenzó a salir aquel humo y dicen que salía con tanto ímpetu y ruido que parecía que toda la sierra se caía abajo y así se bajaron y trajeron mucha nieve y carámbanos para que los viésemos, porque nos parecía cosa muy nueva en estas partes a causa de estar en parte tan cálida, según hasta ahora ha sido opinión de los pilotos, especialmente, que dicen que esta tierra está en veinte grados, que es en el paralelo de la isla Española, donde continuamente hace muy gran calor. Y yendo a ver esta sierra, toparon un camino y preguntaron a los naturales de la tierra que iban con ellos, que para donde iba y dijeron que a Culúa y que aquél era buen camino y que el otro por donde nos querían llevar los de Culúa no era bueno y los españoles fueron por él hasta encumbrar las sierras, por medio de las cuales entre la una y la otra va el camino y descubrieron los llanos de Culúa y la gran ciudad de Temixtitan y las lagunas que hay en la dicha provincia, de que adelante haré relación a vuestra alteza y vinieron muy alegres por haber descubierto tan buen camino y Dios sabe cuánto holgué yo de ello. Después de venidos estos españoles que fueron a ver la sierra y haberme informado así de ellos como de los naturales de aquel camino que hallaron, hablé a aquellos mensajeros de Mutezuma que conmigo estaban para guiarme a su tierra y les dije que

quería ir por aquel camino y no por el que ellos decían, porque era más cerca. Y ellos respondieron que yo decía verdad que era más cerca y más llano y que la causa porque por allí no me encaminaban, era porque habíamos de pasar una jornada por tierra de Guasucingo, que eran sus enemigos, porque allí no teníamos las cosas necesarias como por las tierras del dicho Mutezuma y que pues yo quería ir por allí, que ellos proveerían cómo por la otra parte saliese bastimento al camino, y así nos partimos con harto temor de que aquéllos quisiesen perseverar en hacernos alguna burla. Pero como ya habíamos publicado ser allá nuestro camino no me pareció fuera bien dejarlo ni volver atrás, porque no creyesen que falta de ánimo lo impedía. Aquel día que de la ciudad de Churultecal me partí, fui cuatro leguas a unas aldeas de la ciudad de Guasucingo, donde de los naturales fui muy bien recibido y me dieron algunas esclavas, ropas y ciertas piecezuelas de oro, que de todo fue bien poco, porque éstos no lo tienen a causa de ser de la liga y parcialidad de los de Tascaltecal y por tenerlos como he dicho Mutezuma los tiene, cercados con su tierra, en tal manera que con ningunas provincias tiene contratación más de en su tierra y a esta causa viven muy probremente. Otro día siguiente subí al puerto por entre las dos sierras que he dicho y a la bajada de él, ya que la tierra del dicho Mutezuma descubríamos, por una provincia de ella que se dice Chalco, dos leguas antes que llegásemos a las poblaciones hallé un muy buen aposento nuevamente hecho, tal y tan grande que muy cumplidamente todos los de mi compañía y yo nos aposentamos en él, aunque llevaba conmigo más de cuatro mil indios de los naturales de estas provincias de Tascaltecal, Guasucingo, Churultecal y Cempoal y para todos muy cumplidamente de comer y en todas las posadas muy grandes fuegos y mucha leña, porque hacía muy gran frío a causa de estar cercado de las dos sierras y ellas con mucha nieve. Aquí me vinieron a hablar ciertas personas que parecían principales, entre los cuales venía uno que me dijeron que era hermano de Mutezuma y me trajeron hasta tres mil pesos de oro y de parte de él me dijeron que él me enviaba aquello y me rogaba que me volviese y no curase de ir a su ciudad, porque era tierra muy pobre de comida y que para ir allá había muy mal camino y que estaba toda en agua y que no podía entrar allá sino en canoas y otros muchos inconvenientes que para la ida me pusieron. Y que viese todo lo que quería, que Mutezuma su señor, me lo mandaría dar y que asimismo concertarían de darme en cada un año certum quid, el cual me llevarían hasta la mar o donde yo quisiese. Yo los recibí muy bien y les di algunas cosas de las de nuestra España, de las que ellos tenían en mucho, en especial, al que decían que era hermano de Mutezuma y a su embajador le respondí que si en mi mano fuera volverme que yo lo hiciese por hacer placer a Mutezuma; pero que yo había venido en esta tierra por mandado de vuestra majestad y de la principal cosa que de ella me mandó le hiciese relación, fue del dicho Mutezuma y de aquella su gran ciudad, de la cual y de él había mucho tiempo que vuestra alteza tenía noticia y que le dijesen de mi parte que le rogaba que mi ida a verle tuviese por bien, porque de ella a su persona ni tierra ningún

daño, antes pro, se le había de seguir y que después que yo le viese, si fuese su voluntad todavía de no tenerme en su compañía, que yo me volvería y que mejor haríamos entre él y yo, orden en la manera que en el servicio de vuestra alteza él había de tener, que por terceras personas, puesto que ellos eran tales a quien todo crédito se debía de dar. Y con esta respuesta se volvieron. En este aposento que he dicho, según las apariencias que para ello vimos y el aparejo que en él había, los indios tuvieron pensamiento que nos pudieran ofender aquella noche y como yo lo sentí, puse tal recaudo, que conociéndolo ellos, mudaron su pensamiento y muy secretamente hicieron ir aquella noche mucha gente que en los montes que estaban junto al aposento tenían junta, que por muchas de nuestras velas y escuchas fue vista y luego siendo de día, me partí a un pueblo que está dos leguas de allí, que se dice Amecameca que es de la provincia de Chalco, que tendrá en la población principal con las aldeas que hay a dos leguas de él más de veinte mil vecinos y en el dicho pueblo nos aposentaron en unas muy buenas casas del señor del lugar y muchas personas que parecían principales me vinieron allí a hablar diciéndome que Mutezuma su señor los había enviado para que me esperasen allí y me hiciesen proveer de todas las cosas necesarias. El señor de esa provincia y pueblo me dio hasta cuarenta esclavas y tres mil castellanos y dos días que allí estuve nos proveyó muy cumplidamente de todo lo necesario para nuestra comida. Y otro día, yendo conmigo aquellos principales que de parte de Mutezuma me dijeron que me esperaban allí, me partí y fui a dormir cuatro leguas de allí a un pueblo pequeño que está junto a una gran laguna y casi la mitad de él sobre el agua de ella y por la parte de la tierra tiene una sierra muy áspera de piedras y peñas donde nos aposentaron muy bien. Y asimismo quisieran allí probar sus fuerzas con nosotros, excepto que según pareció, quisieran hacerlo muy a su salvo y tomarnos de noche descuidados y como yo iba tan sobre aviso, hallábame delante de sus pensamientos y aquella noche tuve tal guarda, que así de espías que venían por el agua en canoas, como de otras que por la sierra bajaban a ver si había aparejo para ejecutar su voluntad, amanecieron casi quince o veinte que las nuestras las habían tomado y muerto, por manera que pocas volvieron a dar su respuesta del aviso que venían a tomar y con hallarnos siempre tan apercibidos, acordaron de mudar el propósito y llevarnos por bien. Y otro día por la mañana, ya que me quería partir de aquel pueblo, llegaron hasta diez o doce señores muy principales, según después supe y entre ellos un gran señor mancebo, de hasta veinticinco anos, a quien todos mostraban tener mucho acatamiento y tanto, que después de bajado de unas andas en que venía, todos los otros le venían limpiando las piedras y pajas del suelo delante de él y llegados a donde yo estaba me dijeron que venían de parte de Mutezuma su señor y que los enviaba para que se fuesen conmigo y que me rogaba que le perdonase porque no salía en su persona a verme y recibirme y que la causa era estar mal dispuesto, pero que ya su ciudad estaba cerca y que pues yo todavía determinaba de ir a ella, que allá nos veríamos y conocería de él la voluntad que al servicio de Vuestra Alteza tenía, pero que todavía me rogaba que si fuese posible no fuese allá porque padecería mucho trabajo y necesidad y que él

tenía mucha vergüenza de no poderme allá proveer como él deseaba y en esto ahincaron y porfiaron mucho aquellos señores y tanto, que no les quedaba sino decir que me defenderían el camino si todavía porfiase ir. Yo les respondí, satisfice y aplaqué con las mejores palabras que pude, haciéndoles entender que de mi ida no les podía venir daño sino mucho provecho y así se despidieron después de haberles dado algunas cosas de las que yo traía. Y yo partí luego tras ellos muy acompañado de muchas personas que parecían de mucha cuenta como después pareció serio y todavía seguía el camino por la costa de aquella gran laguna y a una legua del aposento donde paré vi dentro en ella, casi dos tiros de ballesta, una ciudad pequeña que podría ser hasta de mil o dos mil vecinos, toda armada sobre el agua, sin haber para ella ninguna entrada y muy torreada, según lo que de fuera parecía y otra legua adelante entramos por una calzada tan ancha como una lanza jineta, por la laguna adentro, de dos tercios de legua y por ella fuimos a dar en una ciudad la más hermosa, aunque pequeña, que hasta entonces habíamos visto, así de muy bien labradas casas y torres como de la buena orden que en el fundamento había por ser armada toda sobre agua y en esta ciudad, que será hasta de dos mil vecinos, nos recibieron muy bien y nos dieron bien de comer y allí me vinieron a hablar el señor y los principales de ella y me rogaron que me quedase allí a dormir y aquellas personas que conmigo iban de Mutezuma me dijeron que no parase, sino que me fuese a otra ciudad que está tres leguas de allí, que se dice Iztapalapa, que es de un hermano del dicho Mutezuma y así lo hice. Y a la salida de la ciudad donde comimos, cuyo nombre al presente no me ocurre a la memoria, es por otra calzada que tendrá una legua grande hasta llegar a la tierra firme y llegado a esta ciudad de Iztapalapa, me salió a recibir algo fuera de ella el señor y otro de una gran ciudad que está cerca de ella que será obra de tres leguas, que se llama Caluanalcan y otros señores que allí me estaban esperando y me dieron hasta tres mil o cuatro mil castellanos, algunas esclavas, ropa y me hicieron muy buen acogimiento. Tendrá esta ciudad de Iztapalapa doce o quince mil vecinos, la cual está en la costa de una laguna salada, grande, la mitad dentro del agua y la otra mitad en la tierra firme. Tiene el señor de ella unas casas nuevas que aún no están acabadas, que son tan buenas como las mejores de España, digo de grandes y bien labradas, así de obra de cantería como de carpintería, suelos y cumplimientos para todo género de servicios de casa excepto mazonerías y otras cosas ricas que en España usan en las casas, que acá no las tienen. Tiene muchos cuartos altos y bajos, jardines muy frescos de muchos árboles y rosas olorosas; asimismo albercas de agua dulce muy bien labradas, con sus escaleras hasta lo hondo. Tiene una muy grande huerta junto a la casa y sobre ella un mirador de muy hermosos corredores y salas y dentro de la huerta una muy grande alberca de agua dulce, muy cuadrada y las paredes de ella de gentil cantería y alrededor de ella un andén de muy buen suelo ladrillado, tan ancho que pueden ir por él cuatro paseándose y tiene de cuadra cuatrocientos pasos, que son en torno mil seiscientos; de la otra parte del andén hacia la pared de la huerta va todo labrado de cañas con unas vergas y detrás de ellas todo de arboledas y hierbas olorosas y dentro de la alberca hay

mucho pescado y muchas aves, así como lavancos, zarzetas y otros géneros de aves de agua, tantas que muchas veces casi cubren el agua. Otro día después que a esta ciudad llegué me partí y a media legua andada, entré por una calzada que va por medio de esta dicha laguna, dos leguas hasta llegar a la gran ciudad de Temixtitan que está fundada en medio de la dicha laguna, la cual calzada es tan ancha como dos lanzas y muy bien obrada que pueden ir por toda ella ocho de caballo a la par y en estas dos leguas de la una parte y de la otra de la dicha calzada están tres ciudades y la una de ellas que se dice Misicalcingo, está fundada la mayor parte de ella dentro de la dicha laguna y las otras dos, que se llaman la una Niciaca y la otra Huchilohuchico, están en la costa de ella y muchas casas de ellas dentro en el agua. La primera ciudad de éstas tendrá hasta tres mil vecinos y la segunda más de seis mil y la tercera otros cuatro o cinco mil vecinos y en todas muy buenos edificios de casas y torres, en especial las casas de los señores y personas principales y las de sus mezquitas y oratorios donde ellos tienen sus ídolos. En estas ciudades hay mucho trato de sal, que hacen del agua de la dicha laguna y de la superficie que está en la tierra que baña la laguna, la cual cuecen en cierta manera y hacen panes de ella dicha sal, que venden para los naturales y para fuera de la comarca. Y así seguí la dicha calzada y a media legua antes de llegar al cuerpo de la ciudad de Temixtitan, a la entrada de otra calzada que viene a dar de la tierra firme a esta otra, está un muy fuerte baluarte con dos torres cercado de muro de dos estados, con su pretil almacenado por toda la cerca que toma con ambas calzadas y no tiene más de dos puertas, una por donde entran y otra por donde salen. Aquí me salieron a ver y hablar hasta mil hombres principales, ciudadanos de la dicha ciudad, todos vestidos de una manera de hábito y según su costumbre, bien rico y llegados a hablarme cada uno por sí, hacía en llegando ante mí una ceremonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en tierra y la besaba y así estuve esperando casi una hora hasta que cada uno hiciese su ceremonia. Y ya junto a la ciudad está un puente de madera de diez pasos de anchura y por allí está abierta la calzada porque tenga lugar el agua de entrar y salir, porque crece y mengua y también por fortaleza de la ciudad porque quitan y ponen algunas vigas muy luengas y anchas de que el dicho puente está hecho, todas las veces que quieren y de éstas hay muchas por toda la ciudad como adelante en la relación que de las cosas de ella haré vuestra alteza verá. Pasado este puente nos salió a recibir aquel señor Mutezuma con hasta doscientos señores, todos descalzos y vestidos de otra librea o manera de ropa asimismo bien rica a su uso y más que la de los otros venían en dos procesiones muy arrimados a las paredes de la calle, que es muy ancha y muy hermosa y derecha, que de un cabo se parece el otro y tiene dos tercios de legua y de la una parte y de la otra muy buenas y grandes casas, así de aposentamientos como de mezquitas y el dicho Mutezuma venía por medio de la calle con dos señores, el uno a la

mano derecha y el otro a la izquierda, de los cuales el uno era aquel señor grande que dije que me había salido a hablar en las andas y el otro era su hermano del dicho Mutezuma, señor de aquella ciudad de Iztapalapa de donde yo aquel día había partido, todos tres vestidos de una manera, excepto el Mutezuma que iba calzado y los otros dos señores descalzos; cada uno lo llevaba de su brazo y como nos juntamos, yo me apeé y le fui a abrazar solo y aquellos dos señores que con él iban, me detuvieron con las manos para que no le tocase y ellos y él hicieron asimismo ceremonia de besar la tierra y hecha, mandó a aquel su hermano que venía con él que se quedase conmigo y me llevase por el brazo y él con el otro se iba adelante de mí poquito trecho. Y después de haberme él hablado, vinieron asimismo a hablarme todos los otros señores que iban en las dos procesiones, en orden uno en pos de otro y luego se tornaban a su procesión y al tiempo que yo llegué a hablar al dicho Mutezuma, me quité un collar que llevaba de margaritas y diamantes de vidrio y se lo eché al cuello y después de haber andado la calle adelante, vino un servidor suyo con dos collares de camarones envueltos en un paño, que eran hechos de huesos de caracoles colorados, que ellos tienen en mucho y de cada collar colgaban ocho camarones de oro de mucha perfección, tan largos casi como un geme y como se los trajeron se volvió a mí y me los echó al cuello. Y tornó a seguir por la calle en la forma ya dicha hasta llegar a una muy grande y hermosa casa que él tenía para aposentarnos, bien aderezada. Y allí me tomó de la mano y me llevó a una gran sala que estaba frontera del patio por donde entramos y allí me hizo sentar en un estrado muy rico que para él lo tenía mandado hacer y me dijo que le esperase allí y él se fue. Y dende a poco rato, ya que toda la gente de mi compañía estaba aposentada, volvió con muchas y diversas joyas de oro, plata, plumajes y hasta cinco o seis mil piezas de ropa de algodón, muy ricas y de diversas maneras tejidas y labradas y después de habérmelas dado, se sentó en otro estrado que luego le hicieron allí junto con el otro donde yo estaba y sentado, propuso en esta manera: "Muchos días ha que por nuestras escrituras tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales de ella sino extranjeros y venidos a ella de partes muy extrañas y tenemos asimismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza y después tornó a venir dende en mucho tiempo y tanto, que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos donde vivían y queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir ni menos recibirle por señor y así se volvió y siempre hemos tenido que los que de él descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos y según de la parte que vos decís que venís, que es a donde sale el sol y las cosas que decís de ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días tenía noticia de nosotros y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís y

que en ello no habrá falta ni engaño alguno y bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad, porque será obedecido y hecho y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos de ello quisiéredes disponer. Y pues estáis en vuestra naturaleza y en vuestra casa, holgad y descansad del trabajo del camino y guerras que habéis tenido, que muy bien sé todos los que se os han ofrecido de Puntunchán acá y bien sé que los de Cempoal y de Tascalecal os han dicho muchos males e mí. No creáis más de lo que por vuestros ojos veredes, en especial de aquellos que son mis enemigos y algunos de ellos eran mis vasallos y se me han rebelado con vuestra venida y por favorecerse con vos lo dicen; los cuales sé que también os han dicho que yo tenía las casas con las paredes de oro y que las esteras de mis estrados y otras cosas de mi servicio eran asimismo de oro y que yo era y me hacía dios y otras muchas cosas. Las casas ya las véis que son de piedra, cal y tierra" y entonces alzó las vestiduras y me mostró el cuerpo diciendo: "A mí me veis aquí que soy de carne y hueso como vos y como cada uno y que soy mortal y palpable", asiéndose él con sus manos de los brazos y del cuerpo: "Ved cómo os han mentido; verdad es que tengo algunas cosas de oro que me han quedado de mis abuelos; todo lo que yo tuviere tenéis cada vez que vos lo quisiéredes; yo me voy a otras casas donde vivo; aquí seréis provisto de todas las cosas necesarias para vos y para vuestra gente. Y no recibáis pena alguna, pues estáis en vuestra casa y naturaleza". Yo le respondí a todo lo que me dijo, satisfaciendo a aquello que me pareció que convenía, en especial en hacerle creer que vuestra majestad era a quien ellos esperaban y con esto se despidió e ido, fuimos muy bien provistos de muchas gallinas, pan, frutas y otras cosas necesarias, especialmente para el servicio del aposento y de esta manera estuve seis días, muy bien provisto de todo lo necesario y visitado de muchos de aquellos señores. Ya, muy católico Señor, dije al principio de ésta cómo a la sazón que yo me partí de la Villa de la Veracruz en demanda de este señor Mutezuma, dejé en ella ciento cincuenta hombres para hacer aquella fortaleza que dejaba comenzada y dije asimismo cómo había dejado muchas villas y fortalezas de las comarcanas a aquella villa, puestas debajo del real dominio de vuestra alteza y a los naturales de ella muy seguros. Y por ciertos vasallos de vuestra majestad, que estando en la ciudad de Chururtecal recibí letras del capitán que yo en mi lugar dejé en la dicha villa, por las cuales me hizo saber cómo Qualpopoca, señor de aquella ciudad que se dice Almería, le había enviado decir por sus mensajeros que él tenía de ser vasallo de vuestra alteza y que si hasta entonces no había venido tu venía a dar obediencia que era obligado y a ofrecerse por tal vasallo de vuestra majestad con todas sus tierras, la causa era que había de pasar por tierra de sus enemigos y que temiendo ser ,de ellos ofendido, lo dejaba; pero que le enviase cuatro españoles que viniesen con el, porque aquellos por cuya tierra había de pasar, sabiendo a lo que él vendría luego y que el dicho capitán, creyendo ser cierto lo que el dicho Qualpopoca le enviaba a decir y que así lo habían hecho otros muchos, le había enviado los dichos cuatro españoles y que después que en su casa los tuvo, los

mandó matar por cierta manera, como que pareciese que él no lo hacía y que habían muerto los dos de ellos y los otros dos se habían escapado por unos montes, heridos y que él había ido sobre la dicha cuidad de Almería con cincuenta españoles y los dos de caballo y dos tiros de pólvora y con hasta ocho o diez mil indios de los amigos nuestros y que había peleado con los naturales de la dicha ciudad y le habían matado seis o siete españoles y había tomado la dicha ciudad y muertos muchos de los naturales de ella y los demás echados fuera y que la habían quemado y destruido, porque los indios que en su compañía llevaban, como eran sus enemigos, habían puesto en ello mucha diligencia y que el dicho Qualpopoca, señor de la dicha ciudad, con otros señores sus aliados que en su favor habían venido allí, se habían escapado huyendo y que de algunos prisioneros que tomó en la dicha ciudad, se habían informado cuyos eran los que allí estaban en defensa de ella y la causa porque habían matado a los españoles que él envió, la cual dice que fue el dicho Mutezuma había mandado al dicho Qualpopoca y a los otros que allí habían venido como a sus vasallos que eran, que salido yo de aquella Villa de la Veracruz fuesen sobre aquellos que se le habían alzado y ofrecido al servicio de vuestra alteza y que tuviesen todas las formas que ser pudiesen para matar los españoles que yo allí dejase porque no le ayudasen ni favoreciesen y que a esta causa lo habían hecho. Pasados, invictísimo Señor, seis días después que en la gran ciudad de Timixtitan entré y habiendo visto algunas cosas de ella, aunque pocas, según las que hay que ver y notar, por aquéllas me pareció y aun por lo que de la tierra había visto, que convenía al real servicio de vuestra majestad y a nuestra seguridad, que aquel señor estuviese en mi poder y no en toda su libertad, porque no mudase el propósito y voluntad que mostraba en servir a vuestra majestad, mayormente que los españoles somos algo incomportables e importunos y porque enojándose nos podría hacer mucho daño y tanto, que no hubiese memoria de nosotros según su gran poder y también porque teniéndole conmigo, todas las otras tierras que a él eran súbditas, vendrían más aína al conocimiento y servicio de vuestra majestad, como después sucedió. Determiné de prenderle y ponerle en el aposento donde yo estaba, que era bien fuerte y porque en su prisión no hubiese algún escándalo ni alboroto, pensado todas las formas y maneras que para hacerlo sin éste debía tener, me acordé de lo que el capitán que en la Veracruz había dejado, me había escrito, cerca de lo que había acaecido en la ciudad de Almería, según que en el capítulo antes de éste he dicho y cómo se había sabido que todo lo allí sucedido había sido por mandado del dicho Mutezuma y dejando buen recaudo en las encrucijadas de las calles, me fui a las casas del dicho Mutezuma como otras veces había ido a verle y después de haberle hablado en burlas y cosas de placer y de haberme él dado algunas joyas de oro y una hija suya y otras hijas de señores a algunos de mi compañía, le dije que ya sabía lo que en la ciudad de Nautecal o Almería había acaecido y los españoles que en ella me habían matado y que Qualpopoca daba por disculpa que todo lo que había hecho había sido por su mandado y que como su vasallo, no había podido hacer otra cosa y porque yo creía que no era así como el dicho

Qualpopoca decía, que antes era por excusarse de culpa, que me parecía que debía enviar por él y por los otros principales que en la muerte de aquellos españoles se habían hallado, porque la verdad se supiese y que ellos fuesen castigados y vuestra majestad supiese su buena voluntad claramente y en lugar de las mercedes que vuestra alteza le había de mandar hacer, los dichos de aquellos malos no provocasen a vuestra alteza a ira contra él, por donde le mandase hacer daño, pues la verdad era al contrario de lo que aquéllos decían y yo estaba de él bien satisfecho. Y luego a la hora mandó llamar ciertas personas de los suyos, a los cuales dio una figura de piedra pequeña, a manera de sello, que él tenía atado en el brazo y les mandó que fuesen a la dicha ciudad de Almería, que está sesenta o setenta leguas de la de Tenuxtitan y que trajesen al dicho Qualpopoca y se informasen en los demás que habían sido en la muerte de aquellos españoles y que asimismo los trajesen y que si por su voluntad no quisiesen venir los trajesen presos y si se pusiesen en resistir la prisión, que requiriesen a ciertas comunidades comarcanas a aquella ciudad que allí les señaló, para que fuesen con mano armada para prenderlos, por manera que no viniesen sin ellos. Los cuales, luego partieron y así idos, le dije al dicho Mutezuma que yo le agradecía la diligencia que ponía en la prisión de aquéllos, porque yo había de dar cuenta a vuestra alteza de aquellos españoles y que restaba para yo darla, que él estuviese en mi posada hasta tanto que la verdad más se aclarase y se supiese él ser sin culpa y que le rogaba mucho que no recibiese pena de ello, porque él no había de estar como preso sino en toda su libertad y que en servicio ni en el mando de su señorío, yo no le ponía ningún impedimento y que escogiese un cuarto de aquel aposento donde yo estaba, cual él quisiese y que allí estaría muy a su placer y que fuese cierto que ningún enojo ni pena se le había de dar, antes además de su servicio, los de mi compañía le servirían en todo lo que él mandase; acerca de esto pasamos muchas pláticas y razones que serían largas para escribir y aun para dar cuenta de ellas a vuestra alteza, algo prolijas y también no sustanciales para el caso y por tanto no diré más de que finalmente él dijo que le placía de irse conmigo y mandó luego ir a aderezar el aposentamiento donde él quiso estar, el cual fue muy puesto y bien aderezado. Y hecho esto, vinieron muchos señores y quitadas las vestiduras y puestas por bajo de los brazos y descalzos traían unas andas no muy bien aderezadas y llorando lo tomaron en ellas con mucho silencio y así nos fuimos hasta el aposento donde estaba, sin haber alboroto en la ciudad, aunque se comenzó a mover; pero sabido por el dicho Mutezuma, envió a mandar que no lo hubiese. Y así hubo toda quietud según que antes la había y la hubo todo el tiempo que yo tuve preso al dicho Mutezuma, porque él estaba muy a su placer y con todo su servicio, según en su casa lo tenía; que era bien grande y maravilloso, según adelante diré. Y yo y los de mi compañía le hacíamos todo el placer que a nosotros era posible. Y habiendo pasado quince días o veinte días de su prisión, vinieron aquellas personas

que había enviado por Qualpopoca y los otros que habían matado a los españoles y trajeron al dicho Qualpopoca y a un hijo suyo y con ellos quince personas que decían que eran principales y habían sido en la dicha muerte. Y al dicho Qualpopoca traían en unas andas y muy a manera de señor, como de hecho lo era y traídos me los entregaron y yo los hice poner a buen recaudo con sus prisiones y después que confesaron haber matado a los españoles, les hice interrogar si ellos eran vasallos de Mutezuma y el dicho Qualpopoca respondió que si había otro señor de quien pudiese serio, casi diciendo que no había otro y que sí eran. Y asimismo les pregunté si lo que allí se había hecho había sido por su mandado y dijeron que no, aunque después, al tiempo que en ellos se ejecutó la sentencia que fuesen quemados, todos a una voz dijeron que era verdad que el dicho Mutezuma se lo había enviado a mandar y que por su mandado lo habían hecho. Y así fueron éstos quemados públicamente en una plaza, sin haber alboroto alguno y el día que se quemaron, porque confesaron que el dicho Mutezuma les había mandado que matasen a aquellos españoles, le hice echar unos grillos, de que él no recibió poco espanto, aunque después de haberle hablado aquel día, se los quité y él quedó muy contento y de allí adelante siempre trabajé de agradarle y contentarle en todo lo a mí posible, en especial que siempre publiqué y dije a todos los naturales de la tierra, así señores como los que a mí venían, que vuestra majestad era servido que el dicho Mutezuma se estuviese en su señorío reconociendo el que vuestra alteza sobre él tenía y que servirían mucho a vuestra alteza en le obedecer y tener por señor, como antes que yo a la tierra viniese le tenían. Y fue el buen tratamiento que yo le hice y el contentamiento que de mí tenía, que algunas veces y muchas le acometí con su libertad, rogándole que fuese a su casa y me dijo todas las veces que se lo decía que él estaba bien allí y que no quería irse, porque allí no le faltaba cosa de lo que él quería, como si en su casa estuviese y que podría ser que yéndose y habiendo lugar, que los señores de la tierra sus vasallos le importunasen o le induciesen a que hiciese alguna cosa contra su voluntad, que fuese fuera del servicio de vuestra alteza y que él tenía propuesto de servir a vuestra alteza en todo lo a él posible y que hasta tanto que los tuviese informados de lo que quería hacer y que él estaba bien allí, porque aunque alguna cosa le quisiesen decir, que con responderles que no estaba en su libertad se podría excusar y eximir de ellos y muchas veces me pidió licencia para irse a holgar y pasar tiempo a ciertas casas de placer que él tenía, así fuera de la ciudad como dentro y ninguna vez se la negué. Y fue muchas veces a holgar con cinco o seis españoles a una o dos leguas fuera de la ciudad y volvía siempre muy alegre y contento al aposento donde yo le tenía y siempre que salía hacía muchas mercedes de joyas y ropa, así a los españoles que con él iban, como a sus naturales, de los cuales siempre iba tan acompañado, que cuando menos con él iban, pasaban de tres mil hombres, que los más de ellos eran señores y personas principales y siempre les hacía muchos banquetes y fiestas, que los que con él iban tenían bien que contar. Después que yo conocí de él muy por entero tener mucho deseo al servicio de vuestra

majestad, le rogué que porque más enteramente yo pudiese hacer relación a vuestra majestad de las cosas de esta tierra, que me mostrase las minas de donde se sacaba el oro, el cual con muy alegre voluntad, según mostró, dijo que le placía y luego hizo venir ciertos servidores suyos y de dos en dos repartió para cuatro provincias donde dijo que se sacaba y pidióme que le diese españoles que fuesen con ellos para que lo viesen sacar y asimismo yo le di a cada dos de los suyos, otros dos españoles. Y los unos fueron a una provincia que se dice Cuzula, que es ochenta leguas de la gran ciudad de Temixtitan y los naturales de aquella provincia son vasallos del dicho Mutezuma y allí les mostraron tres ríos y de todos me trajeron muestras de oro y muy buena, aunque sacada con poco aparejo porque no tenían otros instrumentos más de aquel con que los indios lo sacan y en el camino pasaron tres provincias, según los españoles dijeron, de muy hermosa tierra y de muchas villas, ciudades y otras poblaciones en mucha cantidad y de tales y tan buenos edificios, que dicen que en España no podían ser mejores. En especial me dijeron que habían visto una casa de aposentamiento y fortaleza que es mayor y más fuerte y mejor edificada que el castillo de Burgos y la gente de una de estas provincias que se llama Tamazulapa, era mas vestida que esta otra que hemos visto y según a ellos les pareció, de mucha razón. Los otros fueron a otra provincia que se dice Malinaltepeque, que es otras setenta leguas de la dicha gran ciudad, que es más hacia la costa del mar y asimismo me trajeron muestra de oro de un río grande que por allí pasa. Y los otros fueron a una tierra que está este río arriba, que es de una gente diferente de la lengua de Culúa, a la cual llaman Tenis y el señor de aquella tierra se llama Coatelicamat y por tener su tierra en unas sierras muy altas y ásperas no es sujeto al dicho Mutezuma y también porque la gente de aquella provincia es gente muy guerrera y pelean con lanzas de veinticinco y treinta palmos y por no ser éstos vasallos del dicho Mutezuma, los mensajeros que con los españoles iban no osaron entrar en la tierra sin hacerlo saber primero al señor de ella y pedir para ello licencia, diciéndole que iban con aquellos españoles a ver las minas de oro que tenían en su tierra y que le rogaban de mi parte y del dicho Mutezuma su señor, que lo hubiesen por bien. El cual dicho Coatelicamat respondió que los españoles, que él era muy contento que entrasen en su tierra y viesen las minas y todo lo demás que ellos quisiesen, pero que los de Culúa, que son los de Mutezuma, no habían de entrar en su tierra porque eran sus enemigos. Algo estuvieron los españoles perplejos en si irían o no, porque los que con ellos iban les dijeron que no fuesen que les matarían y que por matarlos no consentían que los de Culúa entrasen con ellos y al fin se determinaron a entrar solos y fueron del dicho señor y de los de su tierra muy bien recibidos y les mostraron siete u ocho ríos de donde dijeron que ellos sacaban el oro y en su presencia los sacaron los indios y ellos me trajeron muestra de todos y con los dichos españoles me envió el dicho Coatelicamat ciertos mensajeros suyos con los cuales me envió a ofrecer su persona y tierra al servicio de vuestra sacra majestad y me envió ciertas joyas de oro y ropa de la que ellos tienen; los otros fueron a otra provincia que se dice Tuchitebeque, que es casi en el

mismo derecho hacia la mar, doce leguas de la provincia de Malinaltebeque, donde ya he dicho que se halló oro y allá les mostraron otros dos ríos de donde asimismo sacaron muestra de oro. Y porque allí, según los españoles que allá fueron me informaron, que hay mucho aparejo para hacer estancias para sacar oro, rogué al dicho Mutezuma que en aquella provincia de Malinaltebeque, porque era para ello más aparejada, hiciese hacer una estancia para Vuestra Majestad y puso en ello tanta diligencia, que dende en dos meses que yo se lo dije, estaban sembradas sesenta hanegas de maíz, diez de fríjoles y dos mil de cacao, que es una fruta como almendras, que ellos venden molida y la tienen en tanto, que se trata por moneda en toda la tierra y con ella se compran todas las cosas necesarias en los mercados y otras partes. Y había hechas cuatro casas muy buenas, en que la una, demás de los aposentamientos hicieron un estanque de agua y en él pusieron quinientos patos, que acá tienen en mucho, porque se aprovechan de la pluma de ellos y los pelan cada año y hacen sus ropas con ella y pusieron hasta mil quinientas gallinas, sin otros aderezos de granjerías, que muchas veces juzgadas por los españoles que las vieron, las apreciaban en veinte mil pesos de oro. Asimismo le rogué al dicho Mutezuma que me dijese si en la costa de la mar había algún río o ancón en que los navíos que viniesen pudiesen entrar y estar seguros. El cual me respondió que no lo sabía; pero que él me haría pintar toda la costa, ancones y ríos de ella y que enviase yo españoles a verlos y que él me daría quien los guiase y fuese con ellos y así lo hizo. Otro día me trajeron figurada en un paño toda la costa y en ella parecía un río que salía a la mar, más abierto, según la figura, que los otros; el cual parecía estar entre las sierras que dicen San Martín y son tan altas que forman un ancón por donde los pilotos hasta entonces creían que se partía la tierra en una provincia que se dice Mazamalco y me dijo que viese yo a quién quería enviar y que él proveería a quién y cómo se viese y supiese todo. Y luego señalé diez hombres y entre ellos algunos pilotos y personas que sabían de la mar y con el recaudo que él dio se partieron y fueron por toda la costa desde el puerto de Chalchilmeca, que dicen de San Juan, donde yo desembarqué y anduvieron por ella setenta y tantas leguas, que en ninguna parte hallaron río ni ancón donde pudiesen entrar navíos ningunos, puesto que en la dicha costa había muchos y muy grandes y todos los sondaron con canoas y así llegaron a la dicha provincia de Cuacalcalco, donde el dicho río está. El señor de aquella provincia, que se dice Tuchintecla, los recibió muy bien y les dio canoas para mirar el río y hallaron en la entrada de él dos brazas y media largas en lo más bajo del bojar y subieron por el dicho río arriba, doce leguas y lo más bajo que en él hallaron fueron cinco o seis brazas. Y según lo que de él vieron, se cree que sube más de treinta leguas de aquella hondura y en la ribera de él hay muchas y grandes poblaciones y toda la provincia es muy llana y muy fuerte y abundosa de todas las cosas de la tierra y de mucha y casi innumerable gente. Y los de esta provincia no son vasallos

ni súbditos de Mutezuma, antes sus enemigos. Asimismo, el señor de ella, al tiempo que los españoles llegaron, les envió a decir que los de Culúa no entrasen en su tierra, porque eran sus enemigos. Y cuando se volvieron los españoles a mí con esta relación, envió con ellos ciertos mensajeros con los cuales me envió ciertas joyas de oro, cueros de tigres, plumajes, piedras y ropa y ellos me dijeron de su parte que había muchos días que Tuchintecla, su señor, tenía noticia de mí porque los de Putunchán, que es el río de Grijalva, que son sus amigos, le habían hecho saber cómo yo había pasado por allí y había peleado con ellos porque no me dejaban entrar en su pueblo y cómo después quedamos amigos y ellos por vasallos de vuestra majestad y que él asimismo se ofrecía a su real servicio con toda su tierra y me rogaba que les tuviese por amigo, con tal condición que los de Culúa no entrasen en su tierra y que yo viese las cosas que en ella había de que se quisiese servir vuestra alteza y que él daría de ellas las que yo señalase en cada un año. Como de los españoles que vinieron de esta provincia me informé ser ella aparejada para poblar y del puerto que en ella habían hallado, holgué mucho, porque después que en esta tierra salté siempre he trabajado de buscar puerto en la costa de ella, tal que estuviese a propósito de poblar y jamás lo había hallado ni lo hay en toda la costa desde el río San Antón, que es junto al de Grijalva, hasta el de Pánuco, que es la costa abajo, adonde ciertos españoles, por mandado de Francisco de Garay, fueron a poblar, de que adelante a vuestra alteza haré relación. Y para más certificarme de las cosas de aquella provincia y puerto y de la voluntad de los naturales de ella y de las otras cosas necesarias a la población, torné a enviar ciertas personas de las de mi compañía, que tenían alguna experiencia, para alcanzar lo susodicho. Los cuales fueron con los mensajeros que aquel señor Tuchintecla me había enviado y con algunas cosas que yo les di para él y llegados fueron de él bien recibidos y tornaron a ver y sondar el puerto y el río y ver los asientos que había en él para hacer el pueblo y de todo me trajeron verdadera y larga relación y dijeron que había todo lo necesario para poblar y que el señor de la provincia estaba muy contento y con mucho deseo de servir a vuestra alteza. Y venidos con esta relación, luego despaché un capitán con ciento cincuenta hombres, para que fuesen a trazar y formar el pueblo y hacer una fortaleza, porque el señor de aquella provincia se me había ofrecido de hacerla y asimismo todas las cosas que fuesen menester le mandasen y aun hizo seis en el asiento que para el pueblo señalaron y dijo que era muy contento que fuésemos allí a poblar y estar en su tierra. En los capítulos pasados, muy poderoso señor, dije cómo al tiempo que yo iba a la gran ciudad de Temixtitan, me había salido al camino un gran señor que venía de parte de Mutezuma y según lo que después de él supe, él era muy cercano deudo del dicho Mutezuma y tenía su señorío junto al del dicho Mutezuma, cuyo nombre era Haculuacán. Y la cabeza de él es una muy gran ciudad que está junto a esta laguna salada, que hay

desde ella, yendo en canoas por la dicha laguna hasta la dicha ciudad de Temixtitan, seis leguas y por la tierra diez. Llámase esta ciudad Tezcuco y será de hasta treinta mil vecinos. Tienen, señor, en ella, muy maravillosas casas, mezquitas y oratorios muy grandes y muy bien labrados. Hay muy grandes mercados y demás de esta ciudad tiene otras dos, la una de tres leguas de esta de Tezcuco, que se llama Acuruman y la otra a seis leguas, que se dice Otumpa. Tendrá cada una de éstas, hasta tres mil o cuatro mil vecinos. Tiene la dicha provincia y señorío de Haculuacán, otras aldeas y alquerías en mucha cantidad y muy buenas tierras y sus labranzas. Confina todo este señorío, Por la una parte con la provincia de Tascaltecal, de que ya a vuestra majestad he dicho. Este señor que se dice Cacamazin, después de la prisión de Mutezuma se rebeló así contra el servicio de vuestra alteza, a quien se había ofrecido, como contra el dicho Mutezuma. Y puesto que por muchas veces fue requerido que viniese a obedecer los reales mandamientos de vuestra majestad, nunca quiso, aunque demás de lo que yo le enviaba a requerir, el dicho Mutezuma se lo enviaba a mandar; antes respondía que si algo le querían, que fuesen a su tierra y que allá verían para cuánto era y el servicio que era obligado a hacer. Y según yo me informé, tenia gran copia de gente de guerra junta y todos para ella bien a punto. Y como por amonestaciones ni requerimientos yo no lo pude atraer, hablé al dicho Mutezuma y le pedí su parecer de lo que debíamos hacer para que aquél no quedase sin castigo de su rebelión. El cual me respondió que quererle tomar por guerra que se ofrecía mucho peligro, porque él era gran señor y tenía muchas fuerzas y gente y que no se podía tomar tan sin peligro que no muriese mucha gente. Pero que él tenía en su tierra del dicho Cacamazin muchas personas principales que vivía con él y les daba su salario, que él hablaría con ellos para que atrajesen alguna de la gente del dicho Cacamazin a sí y que atraída y estando seguros que aquéllos favorecerían nuestro partido y se podría prender seguramente. Y así fue que el dicho Mutezuma hizo sus conciertos de tal manera, que aquellas personas atrajeron al dicho Cacamazin a que se juntase con ellos en la dicha ciudad de Tezcuco, para dar orden en las cosas que convenían a su estado como personas principales y que les dolía que él hiciese cosas por donde se perdiese. Y así se juntaron en una muy gentil casa del dicho Cacamazin, que está junto a la costa de la laguna y es de tal manera edificada, que por debajo de toda ella navegan las canoas y salen a la dicha laguna. Allí secretamente tenían aderezadas ciertas canoas con mucha gente apercibida, para si el dicho Cacamazin quisiese resistir la prisión. Y estando en la consulta lo tomaron todos aquellos principales antes que fuesen sentidos de la gente del dicho Cacamazin y lo metieron en aquellas canoas y salieron a la laguna y pasaron a la gran ciudad, que como ya dije, está seis leguas de allí y llegados lo pusieron en unas andas como su estado requería y lo acostumbraban y me lo trajeron; al cual yo hice echar unos grillos y poner a mucho recaudo. Y tomado el parecer de Mutezuma, puse en nombre de vuestra alteza, en aquel señorío, a un hijo suyo que se decía Cucuzcacin, al cual hice que todas las comunidades y señores de la dicha provincia y señorío le obedeciesen por señor hasta tanto que vuestra alteza fuese servido de otra cosa. Y así se hizo, que de allí adelante todos lo tuvieron y lo obedecieron por señor como al dicho Cacamazin y él fue obediente

en todo o que yo de parte de vuestra majestad le mandaba. Pasados algunos pocos días después de la prisión de este Cacamazin, el dicho Mutezuma hizo llamamiento y congregación de todos los señores de las ciudades y tierras allí comarcanas y juntos, me envió a decir que subiese allí adonde él estaba con ellos y llegado yo, les habló de esta manera: "Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos y siempre de ellos y de mí habéis sido muy bien tratados y honrados y vosotros asimismo habéis hecho lo que buenos y leales vasallos son obligados a sus naturales señores y también creo que de vuestros antecesores tenéis memoria cómo nosotros no somos naturales de esta tierra y que vinieron a ella de muy lejos tierra y los trajo un señor que en ella los dejó, cuyos vasallos todos eran. El cual volvió dende ha mucho tiempo y halló que nuestros abuelos estaba ya poblados y asentados en esta tierra y casados con las mujeres de esta tierra y tenían mucha multiplicación de hijos, por manera que no quisieron volverse con el ni menos lo quisieron recibir por señor de la tierra y él se volvió y dejó dicho que tornaría o enviaría con tal poder, que los pudiese costreñir y atraer a su servicio. Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado y según las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey y señor que le envió acá y según la parte de donde él dice que viene, tengo por acierto y así lo debéis vosotros tener, que aqueste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allá tenía noticia de nosotros y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros y demos gracias a nuestros dioses porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquéllos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedecido por señor vuestro, de aquí en adelante tengáis y obedezcáis a este gran rey, pues él es vuestro natural señor y en su lugar tengáis a este su capitán y todos los tributos y servicios que hasta aquí a mí me hacíades, hacedlos y dadlos a él, porque yo asimismo tengo de contribuir y servir con todo lo que me mandare y demás de hacer lo que debéis y sois obligados, a mí me haréis en ello mucho placer". Lo cual todo lo dijo llorando con las mayores lágrimas y suspiros que un hombre podía manifestar y asimismo todos aquellos señores que le estaban oyendo lloraban tanto, que en gran rato no le pudieron responder. Y certifico a vuestra sacra majestad, que no había tal de los españoles que oyese el razonamiento, que no hubiese mucha compasión. Y después de algo sosegadas sus lágrimas, respondieron que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase y que por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de hacerlo y que desde entonces para siempre se daban ellos por vasallos de vuestra alteza y desde allí todos juntos y cada uno por sí prometían y prometieron, de hacer y cumplir todo aquello que con el real nombre de vuestra majestad les fuese mandado, como buenos y leales vasallos lo deben hacer y de acudir con todos los atributos y servicios que antes al dicho Mutezuma hacían y eran obligados y con todo lo demás que le fuese mandado en nombre de vuestra

alteza. Lo cual todo pasó ante un escribano público y lo asentó por auto en forma y yo lo pedí así por testimonio en presencia de muchos españoles. Pasado este auto y ofrecimiento que estos señores hicieron al real servicio de vuestra majestad, hablé un día al dicho Mutezuma y le dije que vuestra alteza tenía necesidad de oro para ciertas obras que mandaba hacer y que le rogaba que enviase algunas personas de los suyos y que yo enviaría asimismo algunos españoles por las tierras y casas de aquellos señores que allí se habían ofrecido, a rogarles que de lo que ellos tenían sirviesen a vuestra majestad con alguna parte, porque demás de la necesidad que vuestra alteza tenía, parecería que ellos comenzaban a servir y vuestra alteza tendría más concepto de las voluntades que a su servicio mostraban y que él asimismo me diese de lo que tenía, porque lo quería enviar, como el oro y como las otras cosas que había enviado a vuestra majestad con los pasajeros. Y luego mandó que le diese los españoles que quería enviar y de dos en dos y de cinco en cinco, los repartió para muchas provincias y ciudades, cuyos nombres, por haberse perdido las escrituras, no me acuerdo, porque son muchos y diversos, más de que algunas de ellas están a ochenta y a cien leguas de la dicha gran ciudad de Temixtitan y con ellos envió de los suyos y les mandó que fuesen a los señores de aquellas provincias y ciudades y les dijese cómo yo mandaba que cada uno de ellos diese cierta medida de oro que les dio. Y así se hizo que todos aquellos señores a que él envió dieron muy cumplidamente lo que se les pidió, así en joyas como en tejuelos y hojas de oro y plata. Y otras cosas de las que ellos tenían, que fundido todo lo que era para fundir, cupo a vuestra majestad del quinto, treinta y dos mil y cuatrocientos y tantos pesos de oro, sin todas las joyas de oro, plata, plumajes, piedras y otras muchas cosas de valor que para vuestra sacra majestad yo asigné y aparté, que podrían valer cien mil ducados y más suma; las cuales demás de su valor eran tales y tan maravillosas que consideradas por su novedad y extrañeza, no tenían precio ni es de creer que alguno de todos los príncipes del mundo de quien se tiene noticia las pudiese tener tales y de tal calidad. Y no le parezca a vuestra majestad fabuloso lo que digo, pues es verdad que todas las cosas criadas así en la tierra como en la mar, de que el dicho Mutezuma pudiese tener conocimiento, tenían contrahechas muy al natural, así de oro como de plata, como de pedrería y de plumas, en tanta perfección, que casi ellas mismas parecían; de las cuales todas me dio para vuestra alteza mucha parte, sin otras que yo le di figuradas y él las mandó hacer de oro, así como imágenes, crucifijos, medallas, joyeles, collares y otras muchas cosas de las nuestras, que les hice contrahacer. Cupieron asimismo a vuestra alteza del quinto de la plata que se hubo, ciento y tantos marcos, los cuales hice labrar a los naturales, de platos grandes y pequeños, escudillas, tazas y cucharas y lo labraron tan perfecto como se lo podíamos dar a entender. Demás de esto, me dio el dicho Mutezuma mucha ropa de la suya, que era tal, que considerada ser toda de algodón y sin seda, en todo el mundo no se podía hacer ni tejer otra tal ni de tantas ni tan diversos y naturales colores ni labores; en que había ropas de

hombres y de mujeres muy maravillosas, y había paramentos para camas, que hechos de seda no se podían comparar; y había otros paños como de tapicería que podían servir en salas y en iglesias; había colchas y cobertores de cama, así de pluma como de algodón, de diversos colores asimismo muy maravillosos, y otras muchas cosas que por ser tantas y tales no las sé significar a vuestra majestad. También me dio una docena de cerbatanas de las con que él tiraba, que tampoco no sabré decir a vuestra alteza su perfección porque eran todas pintadas de muy excelentes pinturas y perfectos matices, en que había figuradas muchas maneras de avecicas y animales y árboles y flores y otras diversas cosas, y tenían los brocales y puntería tan grandes como un geme de oro, y en el medio otro tanto muy labrado. Dióme para con ellas un carniel de red de oro para los bodoques, que también me dijo que me había de dar de oro, y dióme unas turquesas de oro y otras muchas cosas, cuyo número es casi infinito. Porque para dar cuenta, muy poderoso señor, a vuestra real excelencia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta gran ciudad de Temixtitan, del señorío y servicio de este Mutezuma, señor de ella, y de los ritos y costumbres que esta gente tiene, y de la orden que en la gobernación, así de esta ciudad como de las otras que eran de este señor, hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos; no podré yo decir de cien partes una, de las que de ellas se podrían decir, mas como pudiere diré algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender. Pero puede vuestra majestad ser cierto que si alguna falta en mi relación hubiere, que será antes por corto que por largo, así en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a vuestra alteza, porque me parecía justo a mi príncipe y señor, decir muy claramente la verdad sin interponer cosas que la disminuyan y acrecienten. Antes que comience a relatar las cosas de esta gran ciudad y las otras que en este capítulo dije, me parece, para que mejor se puedan entender, que débese decir de la manera de México, que es donde esta ciudad y algunas de las otras que he hecho relación están fundadas, y donde está el principal señorío de este Mutezuma. La cual dicha provincia es redonda y está toda cercada de muy altas y ásperas sierras, y lo llano de ella tendrá en torno hasta setenta leguas, y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo, porque tienen canoas en torno más de cincuenta leguas. Y la una de estas dos lagunas es de agua dulce, y la otra, que es mayor, es de agua salada; divídelas por una parte una cuadrilla pequeña de cerros muy latos que están en medio de esta llanura, y al cabo se van a juntar las dichas lagunas en un estrecho de llano que entre estos cerros y las sierras altas se hace. El cual estrecho tendrá un tiro de ballesta, y por entre una laguna y la otra, y las ciudades y otras poblaciones que están en las dichas lagunas, contratan las unas con las otras en sus canoas por el agua, sin haber necesidad de ir por la tierra. Y porque esta laguna salada grande crece y mengua por sus mareas según hace la mar todas las crecientes, corre el agua de ella a la otra dulce

tan recio como si fuese caudaloso río, y por consiguiente a las menguantes va la dulce a la salada. Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tienen cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de éstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por donde atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales de esta ciudad quisiesen hacer alguna traición, tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de la manera que digo, y quitadas las puentes de las entradas salidas, nos podrían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra; luego que entré en la dicha ciudad di mucha prisa en hacer cuatro bergantines, y los hice en muy breve tiempo, tales que podían echar trescientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos. Tiene esta ciudad muchas plazas donde hay continuo mercado y trato de comprar y vender. Tiene otra plaza tan grande como dos veces la ciudad de Salamanca, toda cercada de portales alrededor, donde hay cotidianamente arriba de sesenta mil ánimas comprando y vendiendo; donde hay todos los géneros de mercadurías que en todas las tierras se hallan, así de mantenimientos como de vituallas, joyas de oro y de plata, de plomo, de latón, de cobre, de estaño, de piedras, de huesos, de conchas, de caracoles y de plumas. Véndese cal, piedra labrada y por labrar, adobes, ladrillos, madera labrada y por labrar de diversas maneras. Hay calle de caza donde venden todos los linajes de aves que hay en la tierra, así como gallinas, perdices, codornices, lavancos, dorales, zarcetas, tórtolas, palomas, pajaritos en cañuela, papagayos, búharos, águilas, halcones, gavilanes y cernícalos; y de algunas de estas aves de rapiña, venden los cueros con su pluma y cabezas y pico y uñas. Venden conejos, liebres, venados, y perros pequeños, que crían para comer, castrados. Hay calle de herbolarios, donde hay todas las raíces y hierbas medicinales que en la tierra se hallan. Hay casas como de boticarios donde se venden las medicinas hechas, así potables como ungüentos y emplastos. Hay casas como de barberos, donde lavan y rapan las cabezas. Hay casas donde dan de comer y beber por precio. Hay hombres como los que llaman en Castilla ganapanes, para traer cargas. Hay mucha leña, carbón, braseros de barro y esteras de muchas maneras para camas, y otras más delgadas para asiento y esterar salas y cámaras. Hay todas las maneras de verduras que se hallan, especialmente cebollas, puerros, ajos, mastierzo, berros, borrajas, acederas y cardos y

tagarninas. Hay frutas de muchas maneras, en que hay cerezas, y ciruelas, que son semejantes a las de España. Venden miel de abejas y cera y miel de cañas de maíz, que son tan melosas y dulces como las de azúcar, y miel de unas plantas que llaman en las otras islas maguey, que es mucho mejor que arrope, y de estas plantas hacen azúcar y vino, que asimismo venden. Hay a vender muchas maneras de hilados de algodón de todos colores, en sus madejicas, que parece propiamente alcaicería de Granada en las sedas, aunque esto otro es en mucha más cantidad. Venden colores ara pintores, cuantos se pueden hallar en España, y de tan excelentes matices cuanto pueden ser. Venden cueros de venado con pelo y sin él; teñidos, blancos y de diversas colores. Venden mucha loza en gran manera muy buena, venden muchas vasijas de tinajas grandes y pequeñas, jarros, ollas, ladrillos y otras infinitas maneras de vasijas, todas de singular barro, todas o las más, vidriadas y pintadas. Venden mucho maíz en grano y en pan, lo cual hace mucha ventaja, así en el grano como en el sabor, a todo lo de las otras islas y tierra firme. Venden pasteles de aves y empanadas de pescado. Venden mucho pescado fresco y salado, crudo y guisado. Venden huevos de gallinas y de ánsares, y de todas las otras aves que he dicho, en gran cantidad; venden tortillas de huevos hechas. Finalmente, que en los dichos mercados se venden todas cuantas cosas se hallan en toda la tierra, que demás de las que he dicho, son tantas y de tantas calidades, que por la prolijidad y por no me ocurrir tantas a la memoria, y aun por no saber poner los nombres, no las expreso. Cada genero de mercaduría se venden en su calle, sin que entremetan otra mercaduría ninguna, y en esto tienen mucha orden. Todo se vende por cuenta y medida, excepto que hasta ahora no se ha visto vender cosa alguna por peso. Hay en esta gran plaza una gran casa como de audiencia, donde están siempre sentadas diez o doce personas, que son jueces y libran todos los casos y cosas que en el dicho mercado acaecen, y mandan castigar los delincuentes. Hay en la dicha plaza otras personas que andan continuo entre la gente, mirando lo que se vende y las medidas con que miden lo que venden; y se ha visto quebrar alguna que estaba falsa. Hay en esta gran ciudad muchas mezquitas o casas de sus ídolos de muy hermosos edificios, por las colaciones y barrios de ella, y en las principales de ella hay personas religiosas de su secta, que residen continuamente en ellas, para los cuales, demás de las casas donde tienen los ídolos, hay buenos aposentos. Todos estos religiosos visten de negro y nunca cortan el cabello, ni lo peinan desde que entran en la religión hasta que salen, y todos los hijos de las personas principales, así señores como ciudadanos honrados, están en aquellas religiones y hábito desde edad de siete u ocho años hasta que los sacan para casarlos, y esto más acaece en los primogénitos que han de heredar las casas, que en los otros. No tienen acceso a mujer ni entra ninguna en las dichas casas de religión. Tienen abstinencia en no comer ciertos manjares, y más en algunos tiempos del año que no en los otros; y entre estas mezquitas hay una que es la

principal, que no hay lengua humana que sepa explicar la grandeza y particularidades de ella, porque es tan grande que dentro del circuito de ella, que es todo cercado de muro muy alto, se podía muy bien hacer una villa de quinientos vecinos; tiene dentro de este circuito, todo a la redonda, muy gentiles aposentos en que hay muy grande salas y corredores donde se aposentan los religiosos que allí están. Hay bien cuarenta torres muy altas y bien obradas, que la mayor tienen cincuenta escalones para subir al cuerpo de la torre; la más principal es más alta que la torre de la iglesia mayor de Sevilla. Son tan bien labradas, así de cantería como de madera, que no pueden ser mejor hechas ni labradas en ninguna parte, porque toda la cantería de dentro de las capillas donde tienen los ídolos, es de imaginería y zaquizamíes, y el maderamiento es todo de masonería muy pintado de cosas de monstruos y otras figuras y labores. Todas estas torres son enterramiento de señores, y las capillas que en ellas tienen son dedicadas cada una a su ídolo, a que tienen devoción. Hay tres salas dentro de esta gran mezquita, donde están los principales ídolos, de maravillosa grandeza y altura, y de muchas labores y figuras esculpidas, así en la cantería como en el maderamiento, y dentro de estas salas están otras capillas que las puertas por donde entran a ellas son muy pequeñas, y ellas asimismo no tienen claridad alguna, y allí no están sino aquellos religiosos, y no todos, y dentro e éstas están los bultos y figuras de los ídolos, aunque, como he dicho, de fuera hay también muchos. Los más principales de estos ídolos, y en quien ellos más fe y creencia tenían, derroqué de sus sillas y los hice echar por las escaleras abajo e hice limpiar aquellas capillas donde los tenían, porque todas estaban llenas de sangre que sacrifican, y puse en ellas imágenes de Nuestra Señora y de otros santos que no poco el dicho Mutezuma y los naturales sintieron; los cuales primero me dijeron que no lo hiciese, porque si se sabía por las comunidades se levantaría contra mí, porque tenían que aquellos ídolos les daban todos los bienes temporales, y que dejándolos maltratar, se enojarían y no les darían nada, y les sacarían los frutos de la tierra y moriría la gente de hambre. Yo les hice entender con las lenguas cuán engañados estaban en tener su esperanza en aquellos ídolos, que eran hechos por sus manos, de cosas no limpias, y que habían de saber que había un solo Dios, universal Señor de todos, el cual había criado el cuelo y la tierra y todas las cosas, y que hizo a ellos y a nosotros, y que Este era sin principio e inmortal, y que a El había de adorar y creer y no a otra criatura ni cosa alguna, y les dije todo lo demás que yo en este caso supe, para los desviar de sus idolatrías y atraer al conocimiento de Dios Nuestro Señor; y todos, en especial el dicho Mutezuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no eran naturales de esta tierra, y que había muchos tiempos que sus predecesores habían venido a ella, y que bien creían que podrían estar errados en algo de aquello que tenían, por haber tanto tiempo que salieron de su naturaleza, y que yo, como más nuevamente venido, sabría las cosas que debían tener y creer mejor que no ellos; que se las dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Mutezuma y muchos de los principales de la ciudad dicha, estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las

capillas y poner las imágenes, y todo con alegre semblante, y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos, como acostumbraban, porque, demás de ser muy aborrecible a Dios, vuestra sacra majestad por sus leyes lo prohíbe, y manda que el que matare lo maten. Y de ahí adelante se apartaron de ello, y en todo el tiempo que yo estuve en la dicha ciudad, nunca se vio matar ni sacrificar criatura alguna. Los bultos y cuerpos de los ídolos en quien estas gentes creen son de muy mayores estaturas que el cuerpo de un hombre. Son hechos de masa de todas las semillas y legumbres que ellos comen, molidas y mezcladas unas con otras, y amásanlas con sangre de corazón de cuerpos humanos, los cuales abren por los pechos, vivos, y les sacan el corazón, y de aquella sangre que sale de él, amasan aquella harina, y así hacen tanta cantidad cuanta basta para hacer aquellas estatuas grandes. Y también, después de hechas, les ofrecían más corazones, que así mismo les sacrificaban, y les untaban las caras con la sangre. Y a cada cosa tienen su ídolo lo dedicado, al uso de los gentiles, que antiguamente honraban a sus dioses. Por manera que para pedir favor para la guerra tienen un ídolo, y para sus labranzas otro, y así para cada cosa de las que ellos quieren o desean que se hagan bien, tienen sus ídolos a quien honran y sirven. Hay en esta gran ciudad muchas casas muy buenas y muy grandes, y la causa de haber tantas casas principales es que todos los señores de la tierra, vasallos del dicho Mutezuma, tienen sus casas en la dicha ciudad y residen en ella cierto tiempo del año, y demás de esto hay en ella muchos ciudadanos ricos que tienen así mismo muy buenas casas. Todos ellos, demás de tener muy grandes y buenos aposentamientos, tienen muy gentiles vergeles de flores de diversas maneras, así en los aposentamientos altos como bajos. Por la una calzada que a esta gran ciudad entra vienen dos caños de argamasa, tan anchos como dos pasos cada uno, y tan altos como un estado, y por el uno de ellos viene un golpe de agua dulce muy buena, del gordor de un cuerpo de hombre, que va a dar al cuerpo de la ciudad, de que se sirven y beben todos. El otro, que va vacío, es para cuando quieren limpiar el otro caño, porque echan por allí el agua en tanto que se limpia; y porque el agua ha de pasar por los puentes a causa de las quebradas por donde atraviesa el agua salada, echan la dulce por unas canales tan gruesas como un buey, que son de la longua de las dichas puentes, y así se sirve toda la ciudad. Traen a vender el agua por canoas por todas las calles, y la manera de como la toman del caño es que llegan las canoas debajo de los puentes, por donde están las canales, y de allí hay hombre en lo alto que hinchen las canoas, y les pagan por ello su trabajo. En todas las entradas de la ciudad, y en las partes donde descargan las canoas, que es donde viene la más cantidad de los mantenimientos que entran en la ciudad, hay chozas hechas donde están personas por guardas y que reciben certum quid de cada cosa que entra. Esto no sé si lo lleva el señor o si es propio para la ciudad, porque hasta ahora no lo he alcanzado; pero creo que para el señor, porque en otros mercados de otras provincias se ha visto coger aquel derecho para el señor de ellas. Hay en todos los

mercados y lugares públicos de la dicha ciudad, todos los días, muchas personas, trabajadores y maestros de todos oficios, esperando quien los alquile por sus jornales. La gente de esta ciudad es de más manera y primor en su vestir y servicio que no la otra de estas otras provincias y ciudades, porque como allí estaba siempre este señor Mutezuma, y todos los señores sus vasallos ocurrían siempre a la ciudad, había en ella más manera y policía en todas las cosas. Y por no ser más prolijo en la relación de las cosas de esta gran ciudad, aunque no acabaría tan aína, no quiero decir más sino que en su servicio y trato de la gente de ella hay la manera casi de vivir que en España; y con tanto concierto y orden como allá, y que considerando esta gente ser bárbara y tan apartada del conocimiento de Dios y de la comunicación de otras naciones de razón, es cosa admirable ver la que tienen en todas las cosas. En lo del servicio de Mutezuma y de las cosas de admiración que tenía por grandeza y estado, ay tanto que escribir que certifico a vuestra alteza que yo no sé por donde comenzar, que pueda acabar de decir alguna parte de ellas; porque, como ya he dicho ¿qué más grandeza puede ser que un señor bárbaro como éste tuviese contrahechas de oro y plata y piedras y plumas, todas las cosas que debajo del cielo hay en su señorío, tan al natural lo de oro y plata, que no hay platero en el mundo que mejor lo hiciese, y lo de las piedras que no baste juicio comprender con qué instrumentos se hiciese tan perfecto, y lo de pluma, que ni de cera ni en ningún bordado se podría hacer tan maravillosamente? El señorío de tierras que este Mutezuma tenía no se ha podido alcanzar cuánto era, porque a ninguna parte, doscientas leguas de un cabo y de otro de aquella su gran ciudad, enviaba sus mensajeros, que no fuese cumplido su mandado, aunque había algunas provincias en medio de estas tierras con quien él tenía guerra. Pero por lo que se alcanzó, y yo de él pude comprender, era su señorío tanto casi como España, porque hasta sesenta leguas de esta parte de Putunchán, que es el río de Grijalva, envió mensajeros a que se diesen por vasallos de vuestra majestad los naturales de una ciudad que se dice Cumatán, que había desde la gran ciudad a ella doscientas y veinte leguas; porque las ciento y cincuenta yo he hecho andar y ver a los.españoles. Todos los más de los señores de estas tierras y provincias, en especial los comarcanos, residían, como ya he dicho, mucho tiempo del año en aquella gran ciudad, y todos o los más tenían sus hijos primogenitos en el servicio del dicho Mutezuma. En todos los señoríos de estos señores tenía fuerzas hechas, y en ellas gente suya, y sus gobernadores y cogedores del servicio y renta que de cada provincia le daban, y había cuenta y razón de lo que cada uno era obligado a dar, porque tienen caracteres y figuras escritas en el papel que hacen por donde se entienden. Cada una de estas provincias servían con su género de servicio, según la calidad de la tierra, por manera que a su poder venía toda suerte de cosas que en las dichas provincias había. Era tan temido de todos, así presentes como ausentes, que nunca príncipe del mundo lo fue más. Tenía, así fuera de la ciudad como dentro, muchas casas de placer, y cada una de

su manera de pasatiempo, tan bien labradas como se podría decir, y cuales requerían ser para un gran príncipe y señor. Tenía dentro de la ciudad sus casas de aposentamiento, tales y tan maravillosas que me parecía casi imposible poder decir la bondad y grandeza de ellas, y por tanto no me pondré en expresar cosa de ellas más de que en España no hay su semejable. Tenía una casa poco menos buena que ésta, donde tenía un muy hermoso jardín con ciertos miradores que salían sobre él, y los mármoles y losas de ellos eran de jaspe muy bien obradas. Había en esta casa aposentamientos para se aposentar dos muy grandes príncipes con todo su servicio. En esta casa tenía diez estanques de agua, donde tenía todos los linajes de aves de agua que en estas partes se hallan, que son muchos y diversos, todas domésticas; y para las aves que se crían en la mar, eran los estanques de agua salada, y para los de ríos, lagunas de agua dulce, la cual agua vaciaban de cierto a cierto tiempo, por la limpieza, y la tornaban a henchir por sus caños, y a cada género de aves se daba aquel mantenimiento que era propio a su natural y con que ellas en el campo se mantenían. De forma que a las que comían pescado, se lo daban; y las que gusanos, gusanos; y a las que maíz, maíz; y las que otras semillas más menudas, por el consiguiente se las daban. Y certifico a vuestra alteza que a las aves que solamente comían pescado se les daba cada día diez arrobas de él, que se toma en la laguna saladas. Había para tener cargo de más aves trescientos hombres, que en ninguna otra cosa entendían. Había otros hombres que solamente entendían en curar las aves que adolecían. Sobre cada alberca y estanque de estas aves había sus corredores y miradores muy gentilmente labrados, donde el dicho Mutezuma se venía a recrear y a las ver. Tenía en esta casa un cuarto en que tenía hombres y mujeres y niños blancos de su nacimiento en el rostro y cuerpo y cabellos y cejas y pestañas. Tenía otra casa muy hermosa donde tenía un gran patio losado de muy gentiles losas, todo él hecho a manera de un juego de ajedrez, y las casas eran hondas cuanto estado y medio, y tan grandes como seis pasos en cuadra; y la mitad de cada una de estas casas era cubierta el soterrado de losas, y la mitad que quedaba por cubrir tenía encima una red de palo muy bien hecha; y en cada una de estas casas había un ave de rapiña; comenzando de cernícalo hasta águila, todas cuantas se hallan en España, y muchas más raleas que allá no se han visto. Y de cada una de estas raleas había mucha cantidad y en lo cubierto de cada una de estas casas había un palo como alcandra y otro fuera debajo de la red, que en el uno estaban de noche y cuando llovía y en el otro se podían salir al sol y al aire a curarse. Y a todas estas aves daban todos los días de comer gallinas y no otro mantenimiento. Había en esta casa ciertas salas grandes bajas, todas llenas de jaulas grandes de muy gruesos maderos muy bien labrados y encajados y en todas o en las más había leones, tigres, lobos, zorras y gatos de diversas maneras y de todos en cantidad, a los cuales daban de comer gallinas cuantas les bastaban. Y para esos animales y aves había otros trescientos hombres que tenían cargo de ellos. Tenía otra casa donde tenía muchos hombres y mujeres monstruos, en que había

enanos, corcovados y contrahechos y otros con otras disformidades y cada una manera de monstruos en su cuarto por sí y también había para éstos, personas dedicadas para tener cargo de ellos, y las otras cosas de placer que tenía en su ciudad dejo de decir, por ser muchas y de muchas calidades. La manera de su servicio era que todos los días, luego en amaneciendo, eran en su casa más de seiscientos señores y personas principales, los cuales se sentaban y otros andaban por unas salas y corredores que había en la dicha casa y allí estaban hablando y pasando tiempo sin entrar donde su persona estaba. Y los servidores de éstos y personas de quien se acompañaban henchían dos o tres grandes patios y la calle, que era muy grande. Y todos estaban sin salir de allí todo el día hasta la noche. Y al tiempo que traían de comer al dicho Mutezuma, así mismo lo traían a todos aquellos señores tan cumplidamente cuanto a su persona y también a los servidores y gentes de éstos les daban sus raciones. Había cotidianamente la despensa y botillería abierta para todos aquellos que quisiesen comer y beber. La manera de como le daban de comer, es que venían trescientos o cuatrocientos mancebos con el manjar, que era sin cuento, porque todas las veces que comía , y le traían de todas las maneras de manjares, así de carnes como de pescados, frutas y yerbas que en toda la tierra se podían haber. Y porque la tierra es fría, traían debajo de cada plato y escudilla de manjar un braserico con brasa para que no se enfriase. Poníanle todos los manjares juntos en una gran sala en que él comía, que casi toda se henchía, la cual estaba toda muy bien esterada y muy limpia y él estaba sentado en una almohada de cuero, pequeña, muy bien hecha. Al tiempo que comía, estaban allí desviados de él cinco o seis señores ancianos, a los cuales él daba de lo que comía y estaba en pie uno de aquellos servidores, que le ponía y alzaba los manjares y pedía a los otros que estaban más afuera lo que era necesario para el servicio. Y al principio y fin de la comida y cena, siempre le daban agua a manos y con la toalla que una vez se limpiaba nunca se limpiaba más, ni tampoco los platos y escudillas en que le traían una vez el manjar se los tornaban a traer, sino siempre nuevos y así hacían de los brasericos. Vestíase todos los días cuatro maneras de vestiduras, todas nuevas y nunca más se las vestía otra vez. Todos los señores que entraban en su casa no entraban calzados y cuando iban delante de él algunos que él enviaba a llamar, llevaban la cabeza y ojos inclinados y el cuerpo muy humillado y hablando con él no le miraban a la cara, lo cual hacían por mucho acatamiento y reverencia. Y sé que lo hacían por este respecto, porque ciertos señores reprendían a los españoles diciendo que cuando hablaban conmigo estaban exentos, mirándome la cara, que parecía desacatamiento y poca vergüenza. Cuando salía fuera el dicho Mutezuma, que era pocas veces, todos los que iban con él y los que topaba por las calles le volvían el rostro y en ninguna manera le miraban y todos los demás se postraban hasta que él pasaba. Llevaba siempre delante de sí un señor de aquellos con tres varas delgadas altas, que creo se hacía porque se supiese que iba allí su persona. Y cuando lo descendían de las anchas tomaban la una

en la mano y llevábanla hasta donde iba. Eran tantas y tan diversas las maneras y ceremonias que este señor tenía en su servicio, que era necesario mas espacio del que yo al presente tengo para relatarlas y aun mejor memoria para retenerlas, porque ninguno de los soldanes ni otro ningún señor infiel de los que hasta ahora se tiene noticia, no creo que tantas ni tales ceremonias en su servicio tengan. En esta gran ciudad estuve proveyendo las cosas que parecía que convenía al servicio de vuestra sacra majestad y pacificando y atrayendo a él muchas provincias y tierras pobladas de muchas y muy grandes ciudades, villas y fortalezas y descubriendo minas y sabiendo e inquiriendo muchos secretos de las tierras del señorío de este Mutezuma como de otras que con él confinaban y él tenía noticia; que son tantas y tan maravillosas, que son casi increíbles y todo con tanta voluntad y contentamiento del dicho Mutezuma y de todos los naturales de las dichas tierras, como si de ab initio hubieran conocido a vuestra sacra majestad por su rey y señor natural y no con menos voluntad hacían todas las cosas que en su real nombre les mandaba. En las cuales dichas cosas y en otras no menos útiles al servicio de vuestra alteza, gasté de 8 de noviembre de 1519, hasta entrante el mes de mayo de este año presente, que estando en toda quietud y sosiego en esta dicha ciudad, teniendo repartidos muchos de los españoles por muchas y diversas partes, pacificando y poblando esta tierra, con mucho deseo que viniesen navíos con la respuesta de la relación que a vuestra majestad habían hecho de esta tierra, para con ellos enviar las que ahora envío y todas las cosas de oro y joyas que en ella había habido para vuestra alteza, vinieron a mí ciertos naturales de esta tierra, vasallos del dicho Mutezuma, de los que en la costa del mar moran y me dijeron cómo junto a las sierras de San Martín, que son junto en la dicha costa, antes del puerto o bahía de San Juan, habían llegado dieciocho navíos y que no sabían quién eran, porque así como los vieron en la mar me lo vinieron a hacer saber. Y tras de estos dichos indios vino otro natural de la isla Fernandina, el cual me trajo una carta de un español que yo tenía puesto en la costa para que si navíos viniesen, les diese razón de mí y de aquella villa que allí estaba cerca de aquel puerto, porque no se perdiesen. En la cual dicha carta se contenía que "en tal día había asomado un navío, frontero del dicho puerto de San Juan, solo y que había mirado por toda la costa de la mar cuanto su vista podía comprender y que no había visto otro y que creía que era la nao que yo había enviado a vuestra sacra majestad, por que ya era tiempo que viniese y que para más certificarse, él quedaba esperando que la dicha nao llegase al puerto para informarse de ella y que luego venía a traerme la relación". Vista esta carta, despaché dos españoles, uno por un camino y otro por otro, porque no errasen a algún mensajero si de la nao viniese. A los cuales dije llegasen hasta el dicho puerto y supiesen cuántos navíos eran llegados y de dónde eran y lo que traían y se

volviesen a la más prisa que fuese posible a hacérmelo saber. Y así mismo despaché otro a la Villa de la Veracruz a decirles lo que de aquellos navíos había sabido, para que de allá mismo se informasen y me lo hiciesen saber y otro al capitán que con los ciento cincuenta hombres enviaba a hacer el pueblo de la provincia y puerto de Quacucalco; al cual escribí que doquiera que el dicho mensajero le alcanzase, se estuviese y no pasase adelante hasta que yo segunda vez le escribiese, porque tenía nueva que eran llegados al puerto ciertos navíos; el cual, según después pareció, ya cuando llegó mi carta sabía de la venida de los dichos navíos y enviados estos dichos mensajeros, se pasaron quince días que ninguna cosa supe, ni hube respuesta de ninguno de ellos; de que no estaba poco espantado. Y pasados estos quince días, vinieron así mismo otros indios vasallos del dicho Mutezuma, de los cuales supe que los dichos navíos estaban ya surtos en el dicho puerto de San Juan y la gente desembarcada y traían por copia, que había ochenta caballos y ochocientos hombres y diez o doce tiros de fuego, lo cual todo lo traía figurado en un papel de la tierra, para mostrarlo al dicho Mutezuma. Y dijéronme cómo el español que yo tenía puesto en la costa y los otros mensajeros que yo había enviado, estaban con la dicha gente y que les habían dicho a estos indios que el capitán de aquella gente no los dejaba venir y que me lo dijesen. Y sabido esto, acordé de enviar un religioso que yo traje en mi compañía, con una carta mía y otra de alcaldes y regidores de la Villa de la Vera Cruz, que estaban conmigo en la dicha ciudad. Las cuales iban dirigidas al capitán y gente que a aquel puerto había llegado, haciéndole saber muy por extenso lo que en esta tierra me había sucedido y cómo tenía muchas ciudades, villas y fortalezas ganadas, conquistadas, pacíficas y sujetas al real servicio de vuestra majestad y preso, al señor principal de todas estas partes y cómo estaba en aquella gran ciudad y la cualidad de ella, el oro y joyas que para vuestra alteza tenía. Y cómo había enviado relación de esta tierra a vuestra majestad y que les pedía por merced me hiciesen saber quienes eran y si eran vasallos naturales de los reinos y señoríos de vuestra alteza, me escribiesen si venían a esta tierra por su real mandado o a poblar y estar en ella o si pasaban adelante o habían de volver atrás, o si traían alguna necesidad, que yo les haría proveer de todo lo que a mí posible fuese y que si eran de fuera de los reinos de vuestra alteza, así mismo me hiciesen saber si traían alguna necesidad, porque también lo remediarla pudiendo. Donde no, le requería de parte de vuestra majestad que luego se fuesen de sus tierras y no saltasen en ellas, con apercibimiento que si así no lo hiciesen, iría contra ellos y con todo el poder que yo tuviese, así de españoles como de naturales de la tierra y los prendería y mataría como extranjeros que se querían entremeter en los reinos y señoríos de mi rey y señor. Y partido el dicho religioso con el dicho despacho, dende en cinco días llegaron a la ciudad de Temixtitan veinte españoles de los que en la Villa de la Vera Cruz tenía; los cuales me traían un clérigo y otros dos legos que habían tomado de la dicha villa; de los cuales supe cómo el armada y gente que en el dicho puerto estaba, era de Diego

Velázquez, que venía por capitán de ella un Pánfilo de Narváez, vecino de la isla Fernandina. Y que traían ochenta de a caballo y muchos tiros de pólvora y ochocientos peones; entre los cuales dijeron que había ochenta escopeteros y ciento veinte ballesteros y que venía y se nombraba por capitán general y teniendo de gobernador de todas estas partes, por el dicho Diego Velázquez. Y que para ella traía provisiones de vuestra majestad y que los mensajeros que yo había enviado y el hombre que en la costa tenía, estaban con el dicho Pánfilo de Narváez y no les dejaban venir. El cual se había informado de ellos de cómo yo tenía poblada allí aquella villa, doce leguas del dicho puerto y de la gente que en ella estaba y así mismo de la gente que yo enviaba a Quacucalco y cómo estaban en una provincia, treinta leguas del dicho puerto, que se dice Tuchitebeque y de todas las cosas que yo en la tierra había hecho en servicio de vuestra alteza y las ciudades y villas que yo tenía conquistadas y pacíficas y de aquella gran ciudad de Temixtitan y del oro y joyas que en la tierra se había habido; y se había informado de ellos de todas las otras cosas que me habían enviado el dicho Narváez a la dicha Villa de la Vera Cruz a que si pudiesen, hablasen de su parte a los que en ella estaban y los atrajesen a su pro osito y se levantasen contra mí. Y con ellos me trajeron más de cien cartas que el dicho Narváez y los que con él estaban enviaban a los de la dicha villa, diciendo que diesen crédito a lo que aquel clérigo y los otros que iban con él, de su parte les dijesen y prometiéndoles que si así lo hiciesen, que por parte del dicho Diego Velázquez y de él en su nombre les serían hechas muchas mercedes y los que lo contrario hiciesen, habían de ser muy maltratados y otras muchas cosas que en las dichas cartas se contenían y el dicho clérigo y los que con él venían dijeron. Y casi junto con éstos vino un español de los que iban a Quacucalco con cartas del capitán, que era un Juan Velázquez de León, el cual me hacía saber cómo la gente que había llegado al puerto era Pánfilo de Narváez, que venía en nombre de Diego Velázquez, con la gente que traían y me envió una carta que el dicho Narváez le había enviado con un indio, como a pariente del dicho Diego Velázquez y cuñado del dicho Narváez, en que por ella le decía cómo de aquellos mensajeros míos había sabido que estaba allí con aquella gente; que luego se fuese con ella a él, porque en ello haría lo que cumplía y lo que era obligado a sus deudos y que bien creía que yo le tenía por la fuerza y otras cosas que el dicho Narváez le escribía. El cual dicho capitán, como más obligado al servicio de vuestra majestad, no sólo dejó de aceptar lo que el dicho Narváez por su letra le decía, más aún luego se partió después de haberme enviado la carta, para venirse a juntar conmigo con toda la gente que tenía. Y después de haberme informado de aquel clérigo y de otros dos que con él venían, de muchas cosas y de la intención de los del dicho Diego Velázquez y Narváez y de cómo se habían movido con aquella armada y gente contra mí, porque yo había enviado la relación y cosas de esta tierra a vuestra majestad y no al dicho Diego Velázquez. Y cómo venía con dañada voluntad para matarme a mí y a muchos de mi compañía que ya desde allá traían señalados y supe así mismo cómo Figueroa, juez de residencia en la isla Española y los jueces y oficiales de vuestra alteza que en ella

residen, sabido por ellos cómo el dicho Diego Velázquez hacía la dicha armada y la voluntad con que la hacía, constándoles el daño y deservicio que de su venida a vuestra majestad podía redundar, enviaron al licenciado Lucas Vázquez de Ayllón, uno de los dichos jueces, con su poder, a requerir y mandar al dicho Diego Velázquez no enviase la dicha armada; el cual vino y halló al dicho Velázquez con toda la gente armada en la punta de la dicha isla Fernandina, ya que quería pasar y que allí le requirió a él y a todos los que en la dicha armada venían, que no viniesen porque de ello vuestra alteza era muy deservido. Y sobre ello les impuso muchas penas, las cuales no obstante ni todo lo por el dicho licenciado requerido ni mandado, todavía había enviado la dicha armada y que el dicho licenciado Ayllón estaba en el dicho puerto que había venido juntamente con ella, pensando de evitar el daño que de la venida de la dicha armada se seguía. Porque a él y a todos era notorio el mal propósito y la voluntad con que la dicha armada venía. Envié al dicho clérigo con una carta mía para el dicho Narváez, por la cual le decía cómo yo había sabido del dicho clérigo y de los que con él habían venido, cómo él era capitán de la gente de aquella armada y que holgaba que fuese él, porque tenla otro pensamiento viendo que los mensajeros que yo había enviado no venían; pero que pues él sabía que yo estaba en esta tierra en servicio de vuestra alteza, me maravillaba no me escribiese o enviase mensajero, haciéndome saber de su venida, pues sabía que yo había de holgar con ella, así por él ser mi amigo de mucho tiempo había, como porque creía que él venía a servir a vuestra alteza, que era lo que yo más deseaba y enviar, como había enviado, sobornadores y cartas de inducimiento a las personas que yo tenía en mi compañía en servicio de vuestra majestad, para que se levantasen contra mí y se pasasen a él, como si fuéramos los unos infieles y los otros cristianos o los unos vasallos de vuestra alteza y los otros sus deservidores. Y que le pedía por merced que de allí adelante no tuviese aquellas formas, antes me hiciese saber la causa de su venida y que me habían dicho que se intitulaba capitán general y teniente de gobernador por Diego Velázquez y por tal se había hecho pregonar en la tierra y que había hecho alcaldes y regidores y ejecutado justicia, lo cual era en mucho deservicio de vuestra alteza y contra todas sus leyes. Porque siendo esta tierra de vuestra majestad y estando poblada de sus vasallos y habiendo en ella justicia y cabildo, que no se debía intitular de los dichos oficios, ni usar de ellos sin ser primero a ellos recibido; puesto que para ejercerlos trajese provisiones de vuestra majestad, las cuales si traía, le pedía por merced y le requería las presentase ante mí y ante el cabildo de la Vera Cruz y que de él y de mí serían obedecidas como cartas y provisiones de nuestro rey y senor natural y cumplidas en cuanto al real servicio de vuestra majestad conviniese. Porque yo estaba en aquella ciudad y en ella tenía preso a aquel señor y tenía mucha suma de oro y joyas, así de lo de vuestra alteza como de los de mi compañía y mío; lo cual yo no osaba dejar, con temor que salido yo de la dicha ciudad la gente se rebelase y perdiese tanta cantidad de oro y joyas y tal ciudad, mayormente que perdida aquélla, era perdida toda la tierra. Y así mismo di al dicho clérigo una carta para el dicho licenciado Ayllón, el cual, según

supe yo después al tiempo que el dicho clérigo llegó, había prendido el dicho Narváez y enviado preso con dos navíos. El día que el dicho clérigo se partió, me llegó un mensajero de los que estaban en la villa de la Vera Cruz, por el cual me hacían saber que toda la gente de los naturales de la tierra estaban levantados y hechos con el dicho Narváez, en especial los de la ciudad de Cempoal y su partido. Y que ninguno de ellos quería venir a servir a la dicha villa, así en la fortaleza como en las otras cosas en que solían servir. Porque decían que Narváez les había dicho que yo era malo y que me venía a prender a mí y a todos los de mi compañía y levarnos presos y dejar la tierra. Y que la gente que el dicho Narváez traía era mucha y la que yo tenía poca. Y que él traía muchos caballos y muchos tiros y que yo tenia pocos y que querían ser a viva quien vence, y que también me hacían saber que eran informados de los dichos indios, que el dicho Narváez se venía a aposentar en la dicha ciudad de Cempoal y que ya sabía cuán cerca estaba de aquella villa. Y que creían, según eran informados, del mal propósito que el dicho Narváez contra todos traía, que desde allí venía sobre ellos y teniendo de su parte los indios de la dicha ciudad. Y por tanto, me hacían saber que ellos dejaban la villa sola por no pelear con ellos y por evitar escándalo se subían a la sierra a casa de un señor vasallo de vuestra alteza y amigo nuestro y que allí pensaban estar hasta que yo les enviase a mandar lo que hiciesen. Y como yo vi el gran daño que se comenzaba a revolver y cómo la tierra se levantaba a causa del dicho Narváez, parecióme que con ir yo donde él estaba apaciguándose mucho, porque viéndome los indios presente, no se osarían a levantar y también porque pensaba dar orden con el dicho Narváez, cómo tan gran mal como se comenzaba, cesase. Y así me partí aquel mismo día; dejando la fortaleza muy bien bastecida de maíz y de agua y quinientos hombres dentro en ella y algunos tiros de pólvora. Y con la otra gente que allí tenía, que serían hasta setenta hombres, seguí mi camino con algunas personas principales de los del dicho Mutezuma. Al cual yo, antes que me partiese, hice muchos razonamientos, diciéndole que mirase que él era vasallo de vuestra majestad y que ahora había de recibir mercedes de vuestra majestad por los servicios que le habían hecho. Y que aquellos españoles le dejaba encomendados Con todo aquel oro y joyas que él me había dado y mandado dar para vuestra alteza; porque yo iba a aquella gente que allí había venido, a saber que gente era, porque hasta entonces no lo había sabido y creía que debía ser alguna mala gente y no vasallos de vuestra alteza. Y él me prometió de hacerlos proveer de todo lo necesario y guardar mucho todo lo que allí le dejaba puesto para vuestra majestad y que aquellos suyos que iban conmigo me llevarían por camino que no saliese de su tierra y me harían proveer en él de todo lo que hubiese menester y que me rogaba, si aquella fuese gente mala, que se lo hiciese saber, porque luego proveería de mucha gente de guerra para que fuese a pelear con ellos y echarlos fuera de la tierra. Lo cual yo le agradecí y certifiqué que por ello vuestra alteza le mandaría hacer muchas joyas y ropas a él y a un hijo suyo y a muchos señores que

estaban con él a la sazón. Y en una ciudad que se dice Chururtecal topé a Juan Velázquez, capitán, que como he dicho, enviaba a Quacucalco, que con toda la gente se venía. Y sacados algunos que venían mal dispuestos, que envié a la ciudad con él y con los demás, seguí mi camino. Y quince leguas adelante de esta ciudad de Chururtecal, topé a aquel padre religioso de mi compañía, que yo había enviado al puerto a saber qué gente era la de la armada que allí había venido. El cual me trajo una carta del dicho Narváez, en que me decía que él traía ciertas provisiones para tener esta tierra por Diego Velázquez. Que luego fuese donde él estaba a obedecerlas y cumplir y que él tenía hecha una villa, alcaldes y regidores. Y del dicho religioso supe cómo habían prendido al dicho licenciado Ayllón y a su escribano y alguacil y los habían enviado en dos navíos. Y cómo allá le habían acometido con partidos para que el atrajese algunos de los de mi compañía y se pasasen al dicho Narváez y cómo habían hecho alarde delante de él y de ciertos indios que con él iban, de toda la gente, así de pie como de caballo y soltado él artillería que estaba en los navíos y la que tenían en tierra, a fin de atemorizar, porque le dijeron al dicho religioso: "Mirad cómo os podéis defender de nosotros si no hacéis lo que quisiéremos". Y también me dijo cómo había hallado con el dicho Narváez a un señor natural de esta tierra, vasallo del dicho Mutezuma y que le tenía por gobernador suyo en toda su tierra, de los puertos hacia la costa de la mar y que supo que al dicho Narváez, le había hablado de parte del dicho Mutezuma y dádole ciertas joyas de oro y el dicho Narváez le había dado también a él ciertas cosillas. Y que supo que había despachado de allí ciertos mensajeros para el dicho Mutezuma y enviado a decirle que él le soltaría y que venía a prenderme a mí y a todos los de mi compañía e irse luego y dejar la tierra. Y que él no quería oro, sino, preso yo y los que conmigo estaban, volverse y dejar la tierra y sus naturales de ella en su libertad. Finalmente que supe que su intención era de aposesionarse en la tierra, por su autoridad, sin pedir que fuese recibido de ninguna persona y no queriendo yo ni los de mi compañía tenerle por capitán y justicia, en nombre del dicho Diego Velázquez, venía contra nosotros a tomarnos por guerra y que para ello estaba confederado con los naturales de la tierra, en especial con el dicho Mutezuma, por sus mensajeros. Y como yo viese tan manifiesto el daño y deservicio que a vuestra majestad de lo susodicho se podía seguir, puesto que me dijeron el gran poder que traía y aunque traía mandado de Diego Velázquez que a mí y a ciertos de los de mi compañía que venían señalados, que luego que nos pudiese haber nos ahorcase, no dejé de acercarme más a él, creyendo por bien hacerle conocer el gran deservicio que a vuestra alteza hacía y poderle apartar del mal propósito y dañada voluntad que traía y así seguí mi camino. A quince leguas antes de llegar a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez estaba aposentado, llegaron a mí el clérigo de ellos, que los de la Vera Cruz habían enviado y con quien yo al dicho Narváez y al licenciado Ayllón había escrito y otro clérigo y un Andrés de Duero, vecino de la isla Fernandina, que así mismo vino con el dicho Narváez.

Los cuales en respuesta de mi carta, me dijeron de parte del dicho Narváez que yo todavía le fuese a obedecer y tener por capitán y le entregase la tierra. Porque de otra manera me sería hecho mucho daño, porque el dicho Narváez traía gran poder y yo tenía poco y demás de la mucha gente de españoles que traía, que los más de los naturales eran en su favor y que si yo le quisiese dar la tierra, que me daría de los navíos y mantenimientos que él traía, los que yo quisiese y me dejaría ir en ellos a mí y a los que conmigo quisiesen ir, con todo lo que quisiésemos llevar, sin ponernos impedimento en cosa alguna. Y el uno de los dichos clérigos me dijo que así venía capitulado del dicho Diego Velázquez, que hiciesen conmigo el dicho partido y para ello había dado su poder al dicho Narváez y a los dichos dos clérigos juntamente. Y que acerca de esto me harían todo el partido que yo quisiese. Yo les respondí que no veía provisión de vuestra alteza por donde le debiese entregar la tierra y que si alguna traía que la presentase ante mí y ante el cabildo de la Villa de la Vera Cruz, según orden y costumbre de España. Y que yo estaba presto de obedecerla y cumplir y que hasta tanto, por ningún interés ni partido haría lo que él decía; antes yo y los que conmigo estaban moriríamos en defensa de la tierra, pues la habíamos ganado y tenido por vuestra majestad pacífica y segura y por no ser traidores y desleales a nuestro rey. Y otros muchos partidos me movieron por atreverme a su propósito y ninguno quise aceptar sin ver provisión de vuestra alteza por donde lo debiese hacer; la cual nunca me quisieron mostrar y en conclusión, estos clérigos y el dicho Andrés de Duero y yo, quedamos concertados que el dicho Narváez con diez personas y yo con otras tantas, nos viésemos con seguridad de ambas las partes y que allí me notificase las provisiones, si algunas traía y que yo respondiese. Y yo de mi parte envié firmado el seguro y él así mismo me envió otro firmado de su nombre, el cual, según me pareció, no tenía pensamiento de guardar, antes concertó que en la visita se tuviese forma como de presto se matasen y para ello se señalaron dos de los diez que con él habían de venir y que los demás peleasen con los que conmigo habían de ir. Porque decían que muerto yo, era su hecho acabado como de verdad lo fuera, si Dios, que en semejantes casos remedia, no remediara con cierto aviso que de los mismos que eran en la traición, me vino, juntamente con el seguro que me enviaban, lo cual sabido, escribí una carta al dicho Narváez y otra a los Terceros, diciéndoles cómo yo había sabido su mala intención y que yo no quería ir de aquella manera que ellos tenían concertado. Y luego les envié ciertos requerimientos y mandamientos, por el cual requería al dicho Narváez que si algunas provisiones de vuestra alteza traía, me las notificase y que hasta tanto, no se nombrase capitán ni justicia ni se entremetiese en cosa alguna de los dichos oficios, so cierta pena que para ello le impuse. Y así mismo mandaba y mandé

por el dicho mandamiento a todas las personas que con el dicho Narváez estaban, que no tuviesen ni obedeciesen al dicho Narváez por tal capitán ni justicia; antes, dentro de cierto término que en el dicho mandamiento señalé, pareciesen ante mí para que yo les dijese lo que debían hacer en servicio de vuestra alteza, con protestación que, lo contrario haciendo, procedería contra ellos como contra traidores, aleves y malos vasallos, que se rebelaban contra su rey y quieren usurpar sus tierras y señoríos y darlas y aposesionar de ellas a quien no pertenecían, ni de ellos ha acción ni derecho compete. Y que para la ejecución de esto, no pareciendo ante mí ni haciendo lo contenido en el dicho mi mandamiento, iría contra ellos a prenderlos y cautivar, conforme a justicia. Y la respuesta que de esto hube del dicho Narváez, fue prender al escribano y a la persona que con mi poder le fueron a notificar el dicho mandamiento y tomarles ciertos indios que llevaban, los cuales estuvieron detenidos hasta que llegó otro mensajero que yo envié a saber de ellos, ante los cuales tornaron a hacer alarde de toda la gente y amenazar a ellos y a mí, si la tierra no les entregásemos. Y visto que por ninguna vía yo podía excusar tan gran daño y mal y que la gente naturales de la tierra se alborotaban y levantaban a más andar, encomendándome a Dios y pospuesto todo el temor del daño que se me podía seguir, considerando que morir en servicio de mi rey y por defender y amparar sus tierras y no dejarlas usurpar, a mí y a los de mi compañía se nos seguía harta gloria, di mi mandamiento a Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, para prender al dicho Narváez y a los que se llamaban alcaldes y regidores; al cual di ochenta hombres y les mandé que fuesen con él a prenderlos y yo con otros ciento setenta, que por todos éramos doscientos cincuenta hombres, sin tiro de pólvora ni caballo, sino a pie, seguí al dicho alguacil mayor, para ayudarlo si el dicho Narváez y los otros quisiesen resistir su prisión. Y el día que el dicho alguacil mayor y yo con la gente llegamos a la ciudad de Cempoal, donde el dicho Narváez y gente estaba aposentada, luego que supo de nuestra ida, salió al campo con ochenta de caballo y quinientos peones, sin los demás que dejó en su aposento, que era la mezquita mayor de aquella ciudad, asaz fuerte y llegó casi una legua de donde yo estaba y como lo que de mi ida sabía era por lengua de los indios y no me halló, creyó que le burlaban y volvióse a su aposento teniendo apercibida toda su gente y puso dos espías casi a una legua de la dicha ciudad. Y como yo deseaba evitar todo escándalo, parecióme que sería el menos yo ir de noche, sin ser sentido si fuese posible e ir derecho al aposento del dicho Narváez, que yo todos los de mi compañía sabíamos muy bien y prenderlo. Porque preso él, creí que no hubiera escándalo, porque los demás querían obedecer a la justicia, en especial que los demás de ellos venían por fuerza, que el dicho Diego Velázquez les hizo y por temor que no les quitase los indios que en la isla Fernandina tenían. Y así fue que el día de Pascua de Espíritu Santo, poco más de medianoche, yo di en el dicho aposento y antes topé las dichas espías, que el dicho Narváez tenía puestas y las que yo delante llevaba prendieron a la una de ellas y la otra se escapo, de quien me

informé de la manera que estaban y porque la espía que se había escapado no llegase antes que yo y diese mandado de mi venida, me di la mayor prisa que pude, aunque no pude tanta que la dicha espía no llegase primero casi media hora. Cuando llegué al dicho Narváez, ya todos los de su compañía estaban armados ensillados sus caballos y muy a punto y llevaba cada cuarto doscientos hombres. Y llegamos tan sin ruido, que cuando fuimos sentidos y ellos tocaron alarma, entraba yo por el patio de su aposento, en el cual estaba toda la gente aposentada y junta y tenían tomadas tres o cuatro torres que en él había y todos los demás aposentos fuertes. Y en la una de las dichas torres, donde el dicho Narváez estaba aposentado, tenía a la escalera de ella hasta diecinueve tiros de fusilería y dimos tanta prisa a subir la dicha torre, que no tuvieron lugar de poner fuego más de a un tiro, el cual quiso Dios que no salió ni hizo daño ninguno. Así se subió la torre hasta donde el dicho Narváez tenía su cama, donde él y hasta cincuenta hombres que con él estaban pelearon con el dicho alguacil mayor y con los que con él subieron y puesto que muchas veces le requirieron que se diese a prisión por vuestra alteza, nunca quisieron, hasta que se les puso fuego y con él se dieron. Y en tanto que el dicho alguacil mayor prendía al dicho Narváez, yo con los que conmigo quedaron defendía la subida de la torre a la demás gente que en su socorro venía, e hice tomar toda la artillería y me fortalecí con ella. Por manera que sin muertes de hombres, más de dos que un tiro mató, en una hora eran presos todos los que se habían de prender y tomadas las armas a todos los demás y ellos prometido ser obedientes a la justicia de vuestra majestad, diciendo que hasta allí habían sido engañados, porque les habían dicho que traían provisiones de vuestra alteza y que yo estaba alzado con la tierra y que era traidor a vuestra majestad y les habían hecho entender otras muchas cosas. Y como todos conocieron la verdad y la mala intención y dañada voluntad del dicho Diego Velázquez y del dicho Narváez y como se habían movido con mal propósito, todos fueron muy alegres, porque así Dios lo había hecho y provisto. Porque certifico a vuestra majestad que si Dios misteriosamente esto no proveyera y la victoria fuera del dicho Narváez, fuera el mayor daño que de mucho tiempo acá en españoles tantos por tantos se ha hecho. Porque él ejecutara el propósito que traía y lo que por Diego Velázquez era mandado, que era ahorcarme a mí y a muchos de los de mi compañía , porque no hubiese quien del hecho diese razón. Y según de los indios yo me informé, tenían acordado que si a mí el dicho Narváez prendiese, como él les había dicho, que no podría ser tan sin daño suyo y de su gente, que muchos de ellos y los de mi compañía no muriesen. Y que entre tanto ellos matarían a los que yo en la ciudad dejaba, como lo acometieron y después se juntarían y darían sobre los que acá quedasen, en manera que ellos y su tierra quedasen libres y de los españoles no quedase memoria. Puede vuestra alteza ser muy cierto que si así lo hicieran y salieran con su propósito, de hoy en veinte años no se tornara a ganar ni a pacificar la tierra, que estaba ganada y pacífica. Dos días después de preso el dicho Narváez, porque en aquella ciudad no se podía

sostener tanta gente junta, mayormente que ya estaba casi destruida, porque los que con el dicho Narváez estaban en ella la habían robado y los vecinos de ella estaban ausentes y sus casas solas, despaché dos capitanes con cada doscientos hombres, el uno para que fuese a hacer el pueblo en el puerto de Cucicacalco, que, como a vuestra alteza he dicho, antes enviaba a hacer y el otro, a aquel río que los navíos de Francisco de Garay dijeron que habían visto, porque ya lo tenía seguro. Y así mismo envié otros doscientos hombres a la Villa de la Vera Cruz, donde hice que los navíos que el dicho Narváez traía viniesen. Y con la gente demás me quedé en la dicha ciudad para proveer lo que al servicio de vuestra majestad convenía. Y despaché un mensajero a la ciudad de Temixtitan y con él hice saber a los españoles que allí había dejado, lo que me había sucedido. El cual dicho mensajero volvió de ahí a doce días y me trajo cartas del alcalde que allí había quedado, en que me hacía saber cómo los indios les habían combatido la fortaleza por todas partes de ella y puéstoles fuego por muchas partes y hecho ciertas minas y que se habían visto en mucho trabajo y peligro y todavía los mataran si el dicho Mutezuma no mandara cesar la guerra; y que aún los tenían cercados, puesto que no los combatían, sin dejar salir ninguno de ellos dos pasos fuera de la fortaleza. Y que les habían tomado en el combate mucha parte del bastimento que yo les había dejado y que les habían quemado los cuatro bergantines que yo allí tenía y que estaban en muy extrema necesidad y que por amor de Dios los socorriese a mucha prisa. Vista la necesidad en que estos españoles estaban y que si no los socorría, además de matarlos los indios y perderse todo el oro, plata y joyas que en la tierra se habían habido, así de vuestra alteza como de españoles y míos y se perdía la mejor, más noble y mejor ciudad de todo lo nuevamente descubierto del mundo; y ella perdida, se perdía todo lo que estaba ganado, por ser la cabeza de todo y a quien todos obedecían. Y luego despaché mensajeros a los capitanes que habían enviado con la gente, haciéndoles saber lo que me habían escrito de la gran ciudad para que luego, donde quiera que los alcanzasen, volviesen y por el camino principal más cercano se fuesen a la provincia de Tascaltecal, donde yo con la gente estaba en mi compañía y con toda la artillería que pude y con setenta de caballo me fui a juntar con ellos y allí juntos y hecho alarde, se hallaron los dichos setenta de caballo y quinientos peones. Y con ellos a la mayor prisa que pude me partí para la dicha ciudad y en todo el camino nunca me salió a recibir ninguna persona del dicho Mutezuma como antes lo solían hacer y toda la tierra estaba alborotada y casi despoblada, creyendo que los españoles que en la dicha ciudad habían quedado eran muertos y que toda la gente de la tierra estaba junta esperándome en algún paso o parte donde ellos pudiesen aprovechar mejor de mí. Y con este temor fui al mejor recaudo que pude, hasta que llegué a la ciudad de Tescucan, que, como ya he hecho relación a vuestra majestad, está en la costa de aquella gran laguna. Allí pregunté a algunos de los naturales de ella por los españoles que en la gran ciudad habían quedado. Los cuales me dijeron que eran vivos y yo les dije que me trajesen una canoa, porque yo quería enviar un español a saberlo y que en

tanto que él iba, había de quedar conmigo un natural de aquella ciudad que parecía algo principal, porque los señores y principales de ella, de quien yo tenía noticia, no parecía ninguno. Y él mandó traer la canoa y envió ciertos indios con el español que yo enviaba y se quedó conmigo. Y estándose embarcado este español para ir a la dicha ciudad de Temixtitan, vio venir por la mar otra canoa y esperó a que llegase al puerto y en ella venía uno de los españoles que habían quedado en la dicha ciudad, de quien supe que eran vivos todos, excepto cinco o seis que los indios habían matado y que los demás estaban todavía cercados y que no los dejaban salir de la fortaleza ni los proveían de cosas que habían menester, sino por mucha copia de rescate; aunque después de mi ida habían sabido, lo hacían algo mejor con ellos y que el dicho Mutezuma decía que no esperaba sino que yo fuese, para que luego tornasen a andar por la ciudad como antes solían. Y con el dicho español me envió el dicho Mutezuma un mensajero suyo, en que me decía que ya creía que debía saber lo que en aquella ciudad había acaecido y que él tenía pensamiento que por ello yo venía enojado y traía voluntad de hacerle algún daño; que me rogaba que perdiese el enojo, porque a él le había pesado tanto cuanto a mí y que ninguna cosa se había hecho por su voluntad y consentimiento y me envió a decir otras cosas para aplacarme la ira que él creía que yo traía por lo acaecido y que me fuese a la ciudad a aposentar, como antes estaba, porque no menos se haría en ella lo que yo mandase, que antes se solía hacer. Yo le envié a decir que no traía enojo ninguno de él, porque bien sabía su buena voluntad y que así como él lo decía, lo haría yo. Y otro día siguiente, que fue víspera de San Juan Bautista, partí y dormí en el camino, a tres leguas de la dicha gran ciudad y día de San Juan, después de haber oído misa, partí y entré en ella casi al mediodía y vi poca gente por la ciudad y algunas puertas de las encrucijadas y traviesas de las calles quitadas, que no me pareció bien, aunque pensé que lo hacían de temor de lo que habían hecho y que entrando yo los aseguraría. Con esto me fui a la fortaleza en la cual y en aquella mezquita mayor que estaba junto a ella, se aposentó toda la gente que conmigo venía; y los que estaban en la fortaleza nos recibieron con tanta alegría como si nuevamente les diéramos las vidas, que ya ellos estimaban perdidas y con mucho placer estuvimos aquel día y noche creyendo que ya estaba todo pacífico. Y otro día después de misa enviaba un mensajero a la Villa de la Vera Cruz, por darles buenas nuevas de cómo los cristianos eran vivos y yo había entrado en la ciudad y estaba segura. El cual mensajero volvió dende a media hora todo descalabrado y herido, dando voces que todos los indios de la ciudad venían de guerra y que tenían todas las puentes alzadas y junto tras él da sobre nosotros tanta multitud de gente por todas partes, que ni las calles ni azoteas se parecían con la gente; la cual venía con los mayores alaridos y grita más espantable que en el mundo se puede pensar y eran tantas las piedras que nos echaban con hondas dentro de la fortaleza, que no parecía sino que el cielo las llovía y las flechas y tiraderas eran tantas, que todas las paredes y

patios estaban llenos, que casi no podíamos andar con ellas. Y yo salí fuera a ellos por dos o tres partes y pelearon con nosotros muy reciamente, aunque por la una parte un capitán salió con doscientos hombres y antes que se pudiese recoger le mataron cuatro e hirieron a él y a muchos de los otros; y por la parte que yo andaba, me hirieron a mí y a muchos de los españoles. Y nosotros matamos pocos de ellos, porque se nos acogían de la otra parte de las puentes y de las azoteas y terrados nos hacían daño con piedras, de las cuales azoteas ganamos algunas y quemamos. Pero eran tantas, tan fuertes, de tanta gente pobladas y tan bastecidas piedras y otros géneros de armas, que no bastábamos Para tomarlas todas, ni defender, que ellos no nos ofendiesen a su placer. En la fortaleza daban tan recto combate, que por muchas partes nos pusieron fuego y por la una se quemó mucha parte de ella, sin poderlo remediar, hasta que la atajamos cortando las paredes y derrocando un pedazo, que mató el fuego. Y si no fuera por la mucha guarda que allí puse de escopeteros y ballesteros y otros tiros de pólvora, nos entraran a escala vista sin poderlos resistir. Así estuvimos peleando todo aquel día, hasta que fue la noche bien cerrada y aún en ella no nos dejaron sin grita y rebato hasta el día. Aquella noche hice reparar los portillos de aquello quemado y todo lo demás que me pareció que en la fortaleza había flaco y concerté las estancias y gente que en ellas había de estar y la que otro día habíamos de salir a pelear fuera e hice curar los heridos, que eran más de ochenta. Y luego que fue de día, ya la gente de los enemigos nos comenzaba a combatir muy más reciamente que el día pasado, porque estaba tanta cantidad de ellos, que los artilleros no tenían necesidad de puntería, sino asestar en los escuadrones de los indios. Y puesto que la artillería hacía mucho daño, porque jugaban trece arcabuceros, sin las escopetas y ballestas, hacían tan poca mella que ni se parecía que no lo sentían, porque por donde llevaba el tiro diez o doce hombres se cerraba luego de gente, que no parecía que hacía daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recaudo que convenía y se podía dejar, yo torné a salir y les gané algunas de las puentes y quemé algunas casas y matamos muchos en ellas que las defendían y eran tantos, que aunque más daño se hiciera hacíamos muy poquita mella y a nosotros convenía pelear todo el día y ellos peleaban por horas, que se remudaban y aún les sobraba gente. También hirieron aquel día otros cincuenta o sesenta españoles, aunque no murió ninguno y peleamos hasta que fue de noche, que de cansados nos retrajimos a la fortaleza. Y viendo el gran daño que los enemigos nos hacían y cómo nos herían y mataban a su salvo y que puesto que nosotros hacíamos daño en ellos, por ser tantos no se parecía, toda aquella noche y otro día gastamos en hacer tres ingenios de madera y cada uno llevaba veinte hombres, los cuales iban dentro porque con las piedras que nos tiraban desde las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de tablas y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros y los demás llevaban picos, azadones y varas de hierro para horadarles las casas y derrocar las

albarradas que tenían hechas en las calles. Y en tanto que estos artificios se hacían, no cesaba el combate de los contrarios, en tanta manera, que como salíamos fuera de la fortaleza se querían ellos entrar dentro, a los cuales resistimos con harto trabajo. Y el dicho Mutezuma, que todavía estaba preso y un hijo suyo, con otros muchos señores que al principio se habían tomado, dijo que le sacasen las azoteas de la fortaleza y que él hablaría a los capitanes de aquella gente y les harían que cesase la guerra. Y yo le hice sacar y en llegando a un pretil que salía fuera de la fortaleza, queriendo hablar a la gente que por allí combatía, le dieron una pedrada los suyos en la cabeza, tan grande, que de allí a tres días murió y yo le hice sacar así muerto a dos indios que estaban presos y a cuestas lo llevaron a la gente y no sé lo que de él hicieron, salvo que no por eso cesó la guerra y muy mas recia y muy cruda de cada día. Y este día llamaron por aquella parte por donde habían herido al dicho Mutezuma, diciendo que me allegase yo allí, que me querían hablar ciertos capitanes y así lo hice y pasamos entre ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo pues ninguna razón para ello tenían y que mirasen las buenas obras que de mí habían recibido y cómo habían sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra y que luego dejarían la guerra y que de otra manera, que creyese que habían de morir todos o dar fin con nosotros. Lo cual, según pareció, hacían porque yo me saliese de la fortaleza para tomarme a su placer al salir de la ciudad entre las puentes. Yo les respondí que no pensasen que les rogaba con la paz por temor que les tenía, sino porque me pasaba del daño que les hacía y del que había de hacer y por no destruir tan buena ciudad como aquella era; y todavía respondían que no cesarían de darme guerra hasta que saliese de la ciudad. Después de acabados aquellos ingenios, luego otro día salí para ganarles ciertas azoteas y puentes y yendo los ingenios delante y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros y más de tres mil indios de los naturales de Tascaltecal, que habían venido conmigo y servían a los españoles; y llegados a una puente, pusimos los ingenios arrimados a las paredes de unas azoteas y ciertas escaleras que llevábamos para subirlas y era tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas y tantas las piedras que de arriba tiraban y tan grandes, que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español e hirieron otros muchos, sin poderles ganar ni aún un paso, aunque pugnábamos mucho por ello, porque peleamos desde la mañana hasta mediodía, que nos volvimos con harta tristeza a la fortaleza, de donde cobraron tanto ánimo que casi a las puertas nos llegaban. Y tomaron aquella mezquita grande y en la torre más alta y más principal de ella se subieron hasta quinientos indios, que, según me pareció, eran personas principales. Y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer y muchas piedras y todos los demás tenían lanzas muy largas con unos hierros de pedernal más anchos que los de las nuestras y no menos agudos y de allí hacían mucho daño a la

gente de la fortaleza porque estaba muy cerca de ella. La cual dicha torre combatieron los españoles dos o tres veces y la acometieron a subir y como era muy alta y tenía la subida agra porque tiene ciento y tantos escalones y los de arriba estaban bien pertrechados de piedras y otras armas y favorecidos a causa de no haberles podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban a subir que no volvían rodando y herían mucha gente y los que de las otras partes los veían, cobraban tanto ánimo que se nos venían hasta la fortaleza sin ningún temor. Y yo, viendo que si aquéllos salían con tener aquella torre, demás de hacernos de ella mucho daño, cobraban esfuerzo para ofendernos, salí fuera de la fortaleza, aunque manco de la mano izquierda de una herida que el primer día me habían dado y liada la rodela en el brazo fui a la torre con algunos españoles que me siguieron e hícela cercar toda por bajo, porque se podía muy bien hacer, aunque los sacerdotes no estaban de balde que por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales, por favorecer a los suyos, se recrecieron muchos y yo comencé a subir por la escalera de la dicha torre y tras mí ciertos españoles. Y puesto que nos defendían la subida muy reciamente y tanto, que derrocaron tres o cuatro españoles, con ayuda de Dios y de su gloriosa Madre, por cuya casa aquella torre se había señalado y puesto en ella su imagen, les subimos la dicha torre y arriba peleamos con ellos tanto, que les fue forzado saltar de ella abajo a unas azoteas que tenía alrededor, tan anchas como un paso. Y de éstas tenía la dicha torre tres o cuatro, tan altas la una de la otra como tres estados y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que recibían de la caída, los españoles que estaban abajo alrededor de la torre los mataban. Y los que en aquellas azoteas quedaron pelearon desde allí tan reciamente, que estuvimos más de tres horas en acabarlos de matar; por manera que murieron todos, que ninguno escapó y crea vuestra sacra majestad que fue tanto ganarles esta torre, que si Dios no les quebrara las alas, bastaban veinte de ellos para resistir la subida a mil hombres. Como quiera que pelearon muy valientemente hasta que murieron e hice poner fuego a la torre y a las otras que en la mezquita había, los cuales habían ya quitado y llevado las imágenes que en ellas teníamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta fuerza y tanto, que por todas partes aflojaron en mucha manera y luego torné a aquella azotea y hablé a los capitanes que antes habían hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los cuales luego llegaron y les dije que mirasen que no se podían amparar y que les hacíamos de cada día mucho daño y que morían muchos de ellos y quemábamos y destruíamos su ciudad y que no había de parar hasta no dejar de ella ni de ellos cosa alguna. Los cuales me respondieron que bien veían que recibían de nosotros mucho daño y que morían muchos de ellos, pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por acabarnos y que mirase yo por todas aquellas calles, plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban. Y que tenían hecha cuenta que, al morir veinticinco mil de ellos y uno de los nuestros, nos acabaríamos nosotros primero porque éramos pocos y ellos

muchos y que me hacían saber que todas las calzadas de las entradas de la ciudad eran deshechas, como de hecho pasaba, que todas las habían deshecho excepto una y que ninguna parte teníamos por do salir sino por el agua y que bien sabían que teníamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no podíamos durar mucho, que de hambre no nos muriésemos aunque ellos no nos matasen. Y de verdad que ellos tenían mucha razón; que aunque no tuviéramos otra guerra sino el hambre y necesidad de mantenimientos, bastaba para morir todos en breve tiempo. Y pasamos otras muchas razones, favoreciendo cada uno sus partidos. Ya que fue de noche, salí con ciertos españoles y como los tomé descuidados, ganámosles una calle donde les quemamos más de trescientas casas y luego volví por otra, ya que allí acudía la gente y así mismo quemé muchas casas de ella, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la fortaleza, de donde nos hacían mucho daño y con lo que aquella noche se les hizo recibieron mucho temor y en esta misma noche hice tornar y aderezar los ingenios que el día antes nos habían desconcertado. Y por seguir la victoria que Dios nos daba, salí en amaneciendo por aquella calle donde el día antes nos habían desbaratado, donde no menos defensa hallamos que el primero; pero como nos iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba hasta la tierra firme, aunque hasta llegar a ella había ocho puentes muy grandes y muy hondas y toda la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinación y ánimo que, ayudándonos Nuestro Señor, les ganamos aquel día las cuatro y se quemaron todas las azoteas, casas y torres que había hasta la postrera de ellas. Aunque por lo de la noche pasada tenían en todas las puentes hechas muchas y muy fuertes albarradas de adobes y barro, en manera que los tiros y ballestas no les podían hacer daño. Las cuales dichas cuatro puentes cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con mucha piedra y madera de las casas quemadas y aunque todo no fue tan sin peligro que no hiriesen muchos españoles. Aquella noche puse mucho recaudo en guardar aquellas puentes porque no las tornasen a ganar y otro día de mañana torné a salir y Dios nos dio así mismo tan buena dicha y victoria, aunque era innumerable gente la que defendía las puentes, albarradas y ojos que aquella noche nos habían hecho, se las ganamos todas y las cegamos. Asimismo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y victoria, hasta la tierra firme y estando yo reparando aquellas puentes y haciéndolas cegar, viniéronme a llamar a mucha prisa diciendo que los indios combatían la fortaleza y pedían paces y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes de ellos. Y dejando allí toda la gente y ciertos tiros, me fui solo con dos de caballo a ver lo que aquellos principales querían, los cuales me dijeron que si yo les aseguraba que por el hecho no serían punidos, que ellos harían alzar el cerco y tornar a poner las puentes y hacer las calzadas y servirían a vuestra majestad como antes lo hacían. Y rogáronme que hiciese traer allí uno como religioso de los suyos que yo tenía preso, el cual era como general de aquella religión. El cual vino y

les habló y dio concierto entre ellos y mí y luego pareció que enviaban mensajeros, según ellos dijeron, a los capitanes y a la gente que tenían en las estancias, a decir que cesase el combate que daban a la fortaleza y toda la otra guerra. Con esto nos despedimos y yo me metí en la fortaleza a comer y en comenzando vinieron a mucha prisa a decirme que los indios habían tornado a ganar las puentes que aquel día les habíamos ganado y que habían muerto ciertos españoles de que Dios sabe cuanta alteración recibí, porque yo pensé que había más que hacer con tener ganada la salida y cabalgué a la mayor prisa que pude y corrí por toda la calle adelante con alguna parte, torné a romper por los dichos indios y les torné a ganar las puentes y fui en alcance de ellos hasta la tierra firme. Y como los peones estaban cansados, heridos y atemorizados y vi al presente el grandísimo peligro, ninguno me siguió. A cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya que me quise volver, las hallé tomadas y ahondadas mucho, más de lo que habíamos cegado. Y por la una parte y por la otra parte de toda la calzada, llena de gente, así en la tierra como en el agua, en canoas; la cual nos garrochaba y apedreaba en tanta manera que si Dios misteriosamente no nos quisiera salvar, era imposible escapar de allí y aun ya era público entre los que quedaban en la ciudad, que yo era muerto. Y cuando llegué a la postrera puente de hacia la ciudad, hallé a todos los de caballo que conmigo iban, caídos en ella y un caballo suelto. Por manera que yo no pude pasar y me fue forzado de revolver solo contra mis enemigos y con aquello hice algún tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar y yo hallé la puente desembarazada y pasé, aunque con harto trabajo, porque había de la una parte a la otra casi un estado de saltar con el caballo, lo cual por ir yo y él bien armados no nos hirieron, más de atormentar el cuerpo. Y así quedaron aquella noche con la victoria y ganadas las dichas cuatro puentes y yo dejé en las otras cuatro buen recaudo y fui a la fortaleza e hice hacer una puente de madera que llevaban cuarenta hombres y viendo el gran peligro en que estábamos y el mucho daño que los indios cada día nos hacían y temiendo que también deshiciesen aquella calzada como las otras y deshecha era forzado morir todos y porque de todos los de mi compañía fui requerido muchas veces que me saliese y porque todos los más estaban heridos y tan mal que no podían pelear, acordé de hacerlo aquella noche y tomé todo el oro y joyas de vuestra majestad que se podían sacar y púselo en una sala y allí lo entregué con ciertos líos a los oficiales de vuestra alteza, que yo en su real nombre tenía señalados y a los alcaldes y regidores y a toda la gente que allí estaba, les rogué y requerí que me ayudasen a sacarlo y salvarlo y di una yegua mía para ello, en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podía llevar y señalé ciertos españoles, así criados míos como de los otros, que viniesen con el dicho oro y yegua y lo demás los dichos oficiales, alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen.

Desamparada la fortaleza, con mucha riqueza así de vuestra alteza como de los españoles y mía, me salí lo más secreto que yo pude, sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Mutezuma y al otro su hermano que yo había puesto en su lugar y a otros señores de provincias y ciudades que allí tenía presos. Y llegando a las puentes que los indios tenían quitadas, a la primera de ellas se echó la puente que yo traía hecha, con poco trabajo, porque no hubo quien la resistiese, excepto ciertas velas que en ella estaban, las cuales apellidaban tan recio que antes de llegar a la segunda estaba infinita gente de los contrarios sobre nosotros, combatiéndonos por todas partes, así desde el agua como de la tierra y yo pasé presto con cinco de caballo y cien peones, con los cuales pasé a nado todas las puentes y las gané hasta la tierra. Y dejando aquella gente a la delantera, torné a la rezagada donde hallé que peleaban reciamente y que era sin comparación el daño que los nuestros recibían, así los españoles, como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban y así a todos los mataron y muchas naturales de los españoles; y así mismo habían muerto muchos españoles y caballos y perdido todo el oro, joyas, ropa y otras muchas cosas que sacábamos y toda la artillería. Recogidos los que estaban vivos, los eché adelante y yo con tres o cuatro de caballo y hasta veinte peones que osaron quedar conmigo, me fui en la rezaga peleando con los indios hasta llegar a una ciudad que se dice Tacuba, que está fuera de la calzada, de que Dios sabe cuanto trabajo y peligro recibí; porque todas las veces que volvía sobre los contrarios salía lleno de flechas viras y apedreado, porque como era agua de la una parte y de otra, herían a su salvo sin temor. A los que salían a tierra, luego volvíamos sobre ellos y saltaban al agua, así que recibían muy poco daño si no eran algunos que con los muchos se tropezaban unos con otros y caían y aquellos morían. Y con este trabajo y fatiga llevé toda la gente hasta la dicha ciudad de Tacuba, sin matarme ni herirme ningún español ni indio, sino fue uno de los de caballo que iba conmigo en la rezaga y no menos peleaban así en la delantera como por los lados, aunque la mayor fuerza era en las espaldas por do venía la gente de la gran ciudad. Y llegado a la dicha ciudad de Tacuba hallé toda la gente remolinada en una plaza, que no sabían dónde ir, a los cuales yo di prisa que se saliesen al campo antes que se recreciese más gente en la dicha ciudad y tomasen las azoteas, porque nos harían de ellas mucho daño. Y los que llevaban la delantera dijeron que no sabían por dónde habían de salir y yo los hice quedar en la rezaga y tomé la delantera hasta sacarlos fuera de la dicha ciudad y esperé en unas labranzas y cuando llegó la rezaga supe que habían recibido algún daño y que habían muerto algunos españoles e indios y que se quedaba por el camino mucho oro perdido, lo cual los indios cogían y allí estuve hasta que pasó toda la gente peleando con los indios, en tal manera, que los detuve para que los peones tomasen un cerro donde estaba una torre y aposento fuerte, el cual tomaron sin recibir algún daño porque no me partí de allí ni dejé pasar los contrarios hasta haber tomado ellos el cerro, en que Dios sabe el trabajo y fatiga que allí se recibió, porque ya no había caballo de veinticuatro que nos habían quedado, que pudiese correr, ni

caballero que pudiese alzar el brazo, ni peón sano que pudiese menearse. Llegados al dicho aposento nos fortalecimos en él y allí nos cercaron y estuvimos cercados hasta noche, sin dejarnos descansar una hora. En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos y más de dos mil indios que servían a los españoles entre los cuales mataron al hijo e hijas de Mutezuma y a todos los otros señores que traíamos presos. Y aquella noche, a medianoche, creyendo no ser sentidos, salimos del dicho aposento muy calladamente, dejando en él hechos muchos fuegos, sin saber camino ninguno ni para dónde íbamos, más de que un indio de los de Tascaltecal nos guiaba diciendo que él nos sacaría a su tierra si el camino no nos impedían. Y muy cerca estaban guardas que nos sintieron y muy prestos apellidaron muchas poblaciones que había a la redonda, de las cuales se recogió mucha gente y nos fueron siguiendo hasta el día, que ya que amanecía, cinco de caballo que iban delante por corredores, dieron en unos escuadrones de gente que estaban en el camino y mataron algunos de ellos, los cuales fueron desbaratados creyendo que iba más gente de caballo y de pie. Y porque vi que de todas partes se recrecía la gente de los contrarios, concerté allí la de los nuestros y de la que había sana para algo, hice escuadrones y puse en delantera, rezaga, lados y en medio, los heridos y así mismo repartí los de caballo y así fuimos todo aquel día peleando por todas partes, en tanta manera que en toda la noche y día no anduvimos más de tres leguas y quiso Nuestro señor que ya que la noche sobrevenía, mostrarnos una torre y buen aposento en un cerro, donde así mismo nos hicimos fuertes. Y por aquella noche nos dejaron, aunque, casi al alba, hubo otro cierto rebato sin haber de qué, más del temor que ya todos llevábamos de la multitud de gente que a la continua nos seguía al alcance. Otro día me partí a una hora del día por la orden ya dicha, llevando la delantera y rezaga a buen recaudo y siempre nos seguían de una parte y de otra los enemigos, gritando y apellidando toda aquella tierra, que es muy poblada y los de caballo, aunque éramos pocos, arremetíamos y hacíamos poco daño en ellos, porque como por allí era la tierra algo fragosa, se nos acogían a los cerros y de esta manera fuimos aquel día por cerca de unas leguas, hasta que llegamos a una población buena, donde pensamos haber algún reencuentro con los del pueblo y como llegamos lo desampararon y se fueron a otras poblaciones que estaban por allí a la redonda. Y allí estuve aquel día y otro, porque la gente, así heridos como los sanos, venían muy cansados y fatigados y con mucha hambre y sed. Y los caballos así mismo traíamos bien cansados y porque allí hallamos algún maíz, que comimos y llevamos por el camino, cocido y tostado; y otro día partimos y siempre acompañados de gente de los contrarios y por la delantera y rezaga nos acometían gritando y haciendo algunas arremetidas y seguimos nuestro camino por donde el indio tascaltecal nos guiaba, por el cual llevábamos mucho trabajo y fatiga, porque nos convenía ir muchas veces fuera de

camino. Y ya que era tarde, llegamos a un llano donde había unas casas pequeñas donde aquella noche nos aposentamos, con harta necesidad de comida. Y otro día, luego por la mañana, comenzamos a andar y aun no éramos salidos al camino, cuando ya la gente de los enemigos nos seguía por la rezaga y escaramuzando con ellos llegamos a un pueblo grande, que estaba dos leguas de allí y a la mano derecha de él estaban algunos indios encima de un cerro pequeño y creyendo de tomarlos, porque estaban muy cerca del camino y también por descubrir si había más gente de la que parecía, detrás del cerro, me fui con cinco de caballo y diez o doce peones, rodeando el dicho cerro y detrás de él estaba una gran ciudad de mucha gente, con los cuales peleamos tanto, que, por ser la tierra donde estaba, algo áspera de piedras y la gente mucha y nosotros pocos, nos convino retraer al pueblo donde los nuestros estaban y de allí salí yo muy mal herido en la cabeza de dos pedradas. Y después de haberme atado las heridas, hice salir los españoles del pueblo porque me pareció que no era aposento seguro para nosotros y así caminando, siguiéndonos todavía los indios en harta cantidad, los cuales pelearon con nosotros tan reciamente que hirieron cuatro o cinco españoles y otros tantos caballos y nos mataron un caballo, que aunque Dios sabe cuánta falta nos hizo y cuánta pena recibimos con habérnosle muerto, porque no teníamos después de Dios otra seguridad sino la de los caballos, nos consoló su carne, porque la comimos sin dejar cuero ni otra cosa de él, según la necesidad que traíamos; porque después que de la gran ciudad salimos ninguna otra cosa comimos sino maíz tostado y cocido y esto no todas veces ni abasto y yerbas que cogíamos del campo. Y viendo que de cada día sobrevenía más gente y más recia y nosotros íbamos enflaqueciendo, hice aquella noche que los heridos y dolientes, que llevábamos a las ancas de los caballos y a cuestas, hiciesen muletas y otras maneras de ayudas como se pudiesen sostener y andar, porque los caballos y españoles sanos estuviesen libres para pelear. Y pareció que el Espíritu Santo me alumbró con este aviso, según lo que a otro día siguiente sucedió; que habiendo partido en la mañana de este aposento y siendo apartados legua y media de él, yendo por mi camino, salieron al encuentro mucha cantidad de indios y tanta, que por la delantera, lados ni rezaga, ninguna cosa de los campos que se podían ver, había de ellos vacía. Los cuales pelearon con nosotros tan fuertemente por todas partes, que casi no nos conocíamos unos a otros, tan revueltos y juntos andaban con nosotros y cierto creíamos ser aquel el último de nuestros días, según el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban, por ir, como íbamos, muy cansados y casi todos heridos y desmayados de hambre. Pero quiso Nuestro Señor mostrar su gran poder y misericordia con nosotros, que, con toda nuestra flaqueza, quebrantamos su gran orgullo y soberbia, en que murieron muchos de ellos y muchas personas muy principales y señaladas; porque eran tantos, que los unos a los otros se estorbaban que no podían pelear ni huir. Y con este trabajo fuimos mucha parte del día, hasta que quiso Dios que murió una persona tan principal de ellos, que

con su muerte cesó toda aquella guerra. Así fuimos algo más descansados, aunque todavía mordiéndonos, hasta una casa pequeña que estaba en el llano, adonde por aquella noche nos aposentamos y en el campo y ya desde allí se parecían ciertas sierras de la provincia de Tascaltecal, de que no poca alegría allegó a nuestro corazón, porque ya conocíamos la tierra y sabíamos por dónde habíamos de ir, aunque no estábamos muy satisfechos de hallar los naturales de la dicha provincia seguros y por nuestros amigos, porque creíamos que viéndonos ir tan desbaratados quisieran ellos dar fin a nuestras vidas, por cobrar la libertad que antes tenían. El cual pensamiento y sospecha nos puso en tanta aflicción cuanta traíamos viniendo peleando con los de Culúa. El día siguiente, siendo ya claro, comenzamos a andar por un camino muy llano que iba derecho a la dicha provincia de Tascaltecal, por el cual nos siguió muy poca gente de los contrarios, aunque había muy cerca de él muchas gentes y grandes poblaciones, puesto que de algunos cerrillos y en la rezaga, aunque lejos, todavía nos gritaban. Y así salimos este día, que fue domingo a 8 de julio, de toda la tierra de Culúa y llegamos a tierra e la dicha provincia de Tascaltecal, a un pueblo de ella que se dice Gualipán de hasta tres o cuatro mil vecinos, donde de los naturales de él fuimos muy bien recibidos y reparados en algo de la gran hambre y cansancio que traíamos, aunque muchas de las provisiones que nos daban eran por nuestros dineros y aunque no querían otro sino de oro y éramos forzados a dárselo por la mucha necesidad en que nos veíamos. En este pueblo estuve tres días, donde me vinieron a ver y hablar Magiscacin y Singutecal y todos los señores de la dicha provincia y algunos de la de Guasucingo, los cuales mostraron mucha pena por lo que nos había acaecido y trabajaron de consolarme diciéndome que muchas veces ellos me habían dicho que los de Culúa eran traidores y que me guardase de ellos y que no lo había querido creer; pero que pues yo había escapado vivo, que me alegrase, que ellos me ayudarían hasta morir para satisfacerme el daño que aquéllos me habían hecho, porque, demás de obligarles a ello ser vasallos de vuestra alteza, se dolían de muchos hijos y hermanos que en mi compañía les habían muerto y de otras muchas injurias que los tiempos pasados de ellos habían recibido. Y que tuviese por cierto que me serían muy ciertos y verdaderos amigos hasta la muerte y que pues yo venía herido y todos los demás de mi compañía estaban muy trabajados, que nos fuésemos a la ciudad, que está cuatro leguas de este pueblo y que allí descansaríamos y nos curarían y repararían de nuestros trabajos y cansancio. Yo se lo agradecí y acepté su ruego y les di algunas pocas cosas de joyas que se habían escapado, de que fueron muy contentos. Y me fui con ellos a la dicha ciudad, donde así mismo hallamos buen recibimiento y Magiscacin me trajo una cama de madera encasada, con alguna ropa de la que ellos tienen, en que durmiese, Porque ninguna trajimos y a todos hizo reparar de lo que él tuvo y pudo. Aquí en esta ciudad había dejado ciertos enfermos cuando pase a la de Temixtitan y

ciertos criados míos con plata y ropas mías y otras cosas de casa y provisiones que yo llevaba, por ir más desocupado si algo se nos ofreciese y se perdieron todas las escrituras y autos que yo había hecho con los naturales de estas partes y quedando así mismo toda la ropa de los españoles que conmigo iban sin llevar otra cosa más de lo que llevaban vestido y con sus capas. Y supe cómo había venido otro criado mío de la Villa de la Vera Cruz, que traía mantenimientos y cosas para mí y con él cinco de caballo y cuarenta y cinco peones. El cual había llevado así mismo consigo a los otros que yo allí había dejado con toda la plata y ropa y otras cosas, así mías como de mis compañeros, con siete mil pesos de oro fundido que yo había dejado allí en dos cofres, sin otras joyas y más otros catorce mil pesos de oro en piezas que en la provincia de Tuchitebeque se habían dado a aquel capitán que yo enviaba a hacer el pueblo, de Cuacuacalco y otras muchas cosas, que valían más de treinta mil pesos de oro y que los indios de Culúa los habían matado en el camino a todos y tomando lo que llevaban y así mismo supe que habían muerto otros muchos españoles Por los caminos, los cuales iban a la dicha ciudad de Temixtitan, creyendo que yo estaba en ella pacífico y que los caminos estaban, como yo antes los tenía, seguros. De que certifico a vuestra majestad que hubimos todos tanta tristeza que no pudo ser más; porque allende de la pérdida de estos españoles y de los demás que se perdió, fue renovarnos las muertes y pérdidas de los españoles que en la ciudad y puentes de ella y en el camino nos habían muerto; en especial que me puso en mucha sospecha que así mismo hubiesen dado en los de la villa de la Vera Cruz y que los que tuviésemos por amigos, sabiendo nuestro desbarato se hubiesen rebelado. Y luego despaché, para saber la verdad, ciertos mensajeros, con algunos indios que los guiaron; a los cuales les mandé que fuesen fuera de camino hasta llegar a la dicha villa y que muy brevemente me hicieren saber lo que allá pasaba. Quiso Nuestro señor que a los españoles hallaron muy buenos y a los naturales de la tierra muy seguros. Lo cual sabido, fue harto reparo de nuestra pérdida y tristeza; aun para ellos fue muy mala nueva saber nuestro suceso y desbarato. En esta provincia de Tascaltecal estuve veinte días curándome de las heridas que traía, porque con el camino y mala cura se me había empeorado mucho, en especial las de la cabeza y haciendo curar así mismo a los de mi compañía que estaban heridos. Algunos murieron, así de las heridas como del trabajo pasado y otros quedaron mancos y cojos, porque traían muy malas heridas y para curarse había muy poco refrigerio y yo así mismo quedé manco de dos dedos de la mano izquierda. Viendo los de mi compañía que eran muertos muchos y que los que restaban quedaban flacos, heridos y atemorizados de los peligros y trabajos en que se habían visto y temiendo los por venir, que estaban a razon muy cercanos, fui por muchas veces requerido que me fuese a la Villa de la Vera Cruz y que allí nos haríamos fuertes antes que los naturales de la tierra, que teníamos por amigos, viendo nuestro desbarato y

pocas fuerzas se confederasen con los enemigos y nos tomasen los puertos que habíamos de pasar y diesen en nosotros por una parte y por otra en los de la Villa de la Vera Cruz y que estando todos juntos y allí los navíos, estaríamos más fuertes y nos podríamos mejor defender, puesto que nos acometiesen, hasta tanto que enviásemos por socorro a las islas. Y yo, viendo que mostrar a los naturales poco ánimo, en especial a nuestros amigos, era causa de más aína dejarnos y ser contra nosotros, acordándome que siempre a los osados ayuda la fortuna y que éramos cristianos y confiando en la grandísima bondad y misericordia de Dios, que no permitiría que del todo pareciésemos y se perdiese tanta y tan noble tierra como para vuestra majestad estaba pacífica y en punto de pacificarse, ni se dejase de hacer tan gran servicio como se hacía en continuar la guerra, por cuya causa se había de seguir la pacificación de la tierra como antes estaba, acordé y me determiné de por ninguna manera bajar los puertos hacia la mar; antes pospuesto todo trabajo y peligro que se nos pudiesen ofrecer, les dije que yo no había de desamparar esta tierra, porque en ello me parecía que, demás de ser vergonzoso a mi persona y a todos muy peligroso, a vuestra majestad hacíamos muy gran traición. Y que antes me determinaba de por todas las partes que pudiese, volver contra los enemigos y ofenderlos por cuantas vías a mí fuese posible. Y habiendo estado en esta provincia veinte días, aunque ni yo estaba muy sano de mis heridas y los de mi compañía todavía bien flacos, salí de ella para otra que se dice Tepeaca, que era de la liga y consorcio de los de Culúa, nuestros enemigos; de donde estaba informado que habían muerto diez o doce españoles que venían de la Vera Cruz a la gran ciudad, porque por allí es el camino. La cual provincia de Tepeaca confina y parte términos con la de Tascaltecal y Churultecal, porque es muy gran provincia. Y en entrando por tierra de la dicha provincia, salió mucha gente de los naturales de ella a pelear con nosotros y pelearon y nos defendieron a la entrada cuanto a ellos fue posible, poniéndose en los pasos fuertes y peligrosos. Y por no dar cuenta de todas las particularidades que nos acaecieron en esta guerra, que sería prolijidad, no diré sino que, después de hechos los requerimientos para que viniesen a obedecer los mandamientos que de parte de vuestra majestad se les hacían acerca de la paz, no los quisieron cumplir y les hicimos la guerra y pelearon muchas veces con nosotros y con la ayuda de Dios y de la real ventura de vuestra alteza siempre los desbaratamos y matamos muchos, sin que en toda la dicha guerra me matasen ni hiriesen ni un español. Y aunque, como he dicho, esta dicha provincia es muy grande, en obra de veinte días hube pacíficas muchas villas y poblaciones a ella sujetas y los señores y principales de ellas han venido a ofrecerse y dar por vasallos de vuestra majestad y demás de esto, he echado de todas ellas muchos de los de Culúa que habían venido de esta dicha provincia a favorecer a los naturales de ella para hacernos guerra y aun estorbarles que por fuerza ni grado no fuesen nuestros amigos. Por manera que hasta ahora he tenido en

qué entender en esta guerra y aun todavía no es acabada, porque me quedan algunas villas y poblaciones que pacificar, las cuales, con ayuda de Nuestro Señor, presto estarán, como estas otras, sujetas al real dominio de vuestra majestad. En cierta parte de esta provincia, que es donde mataron aquellos diez españoles, porque los naturales de allí siempre estuvieron muy de guerra y muy rebeldes y por fuerza de armas se tomaron, hice ciertos esclavos, de que se dio el quinto a los oficiales de vuestra majestad; porque, demás de haber muerto a los dichos españoles y rebeládose contra el servicio de vuestra alteza, comen todos carne humana, por cuya notoriedad no envío a vuestra majestad probanza de ello. Y también me movió a hacer los dichos esclavos por poner algún espanto a los de Culúa y porque también hay tanta gente, que si no se hiciese grande el castigo y cruel en ellos, nunca se enmendarían jamás. En esta guerra nos anduvimos con ayuda de los naturales de la provincia de Tascaltecal y Churultecal y Guasucingo, donde han bien confirmado la amistad con nosotros y tenemos mucho concepto que servirán siempre como leales vasallos de vuestra alteza. Estando en esta provincia de Tepeaca haciendo esta guerra, recibí cartas de la Vera Cruz, por las cuales me hacían saber cómo allí al puerto de ella habían llegado doce navíos de los de Francisco de Garay, desbaratados; que según parece, él había tornado a enviar con más gente a aquel río grande de que yo hice relación a vuestra alteza y que los naturales de ella habían peleado con ellos y les habían matado diecisiete o dieciocho cristianos y herido otros muchos. así mismo les habían matado siete caballos y que los españoles que quedaron se habían entrado a nado en los navíos y se habían escapado por buenos pies; que el capitán y todos ellos venían muy perdidos y heridos y que el teniente que yo había dejado en la villa los había recibido muy bien y hecho curar. Y porque mejor pudiesen convalecer, habían enviado cierta parte de los dichos españoles a tierra de un señor nuestro amigo, que está cerca de allí, donde eran bien provistos. De lo cual todo nos pesó tanto como de nuestros trabajos pasados y por ventura no les acaeciera este desbarato si la otra vez ellos Vinieran a mí, como ya he hecho relación a vuestra alteza; porque como yo estaba muy y informado de las codas de estas partes, pudieran haber de mí tal aviso por donde no les acaeciera lo que les acaeció; especialmente que el señor de aquel río y tierra, que se dice Pánuco, se había dado por vasallo de vuestra sacra majestad, en cuyo reconocimiento me había enviado a la ciudad de Temixtitan, con sus mensajeros, ciertas cosas, como ya he dicho. Yo he escrito a la dicha villa que si el capitán del dicho Francisco de Garay y su gente se quisiesen ir, les den favor y los ayuden para despacharse ellos y sus navíos. Después de haber pacificado lo que toda esta provincia de Tepeaca se pacificó y sujetó al real servicio de vuestra alteza, los oficiales de vuestra majestad y yo platicamos muchas veces la orden que se debía de tener en la seguridad de esta provincia.

Y viendo cómo los naturales de ella, habiéndose dado por vasallos de vuestra alteza, se habían rebelado y muerto por españoles y cómo están en el camino y paso por donde la contratación de todos los puertos de la mar es para la tierra adentro y considerando que si esta dicha provincia se dejase sola, como de antes, los naturales de la tierra y señorío de Culúa, que están cerca de ellos, los tornarían a inducir y atraer a que otra vez se levantasen y rebelasen, de donde se seguiría mucho daño e impedimento a la pacificación de estas partes y al servicio de vuestra alteza y cesaría la dicha contratación, mayormente que para el camino de la costa de la mar no hay más que dos puertos muy agros y ásperos, que confinan con esta provincia y los naturales de ella los podrían defender con poco trabajo suyo y así por esto como por otras razones y causas muy convenientes, nos pareció que para evitar lo ya dicho se debía de hacer en esta dicha provincia de Tepeaca una villa en la mejor parte de ella, adonde concurriesen las calidades necesarias para los pobladores de ella. Y poniéndolo en efecto, yo, en nombre de vuestra majestad, puse su nombre a la dicha villa, Segura de la Frontera y nombré alcaldes y regidores y otros oficiales, conforme a lo que se acostumbra. Y por más seguridad de los vecinos de esta villa, en el lugar donde señalé se ha comenzado a traer materiales para hacer la fortaleza porque aquí los hay buenos y se dará en ella toda la prisa que sea más posible. Estando escribiendo esta relación vinieron a mí ciertos mensajeros del señor de una ciudad que está cinco leguas de esta provincia, que se llama Guacachula y es a la entrada de un puerto que se pasa para entrar a la provincia de México por allí; los cuales de parte del dicho señor me dijeron que, porque ellos pocos días ha habían venido a mí a dar la obediencia que a vuestra sacra majestad debían y se habían ofrecido por sus vasallos y que porque yo no los culpase, creyendo que por su consentimiento era, me hacían saber cómo en la dicha ciudad estaban aposentados ciertos capitanes de Culúa y que en ella y a una legua de ella estaban treinta mil hombres en guarnición, guardando aquel puerto y paso para que no pudiésemos pasar por él y también para defender que los naturales de la dicha ciudad ni de otras provincias a ellas comarcanas sirviesen a vuestra alteza ni fuesen nuestros amigos. Y que algunos hubieran venido a ofrecerse a su real servicio si aquéllos no lo impidiesen y que me lo hacían saber para que lo remediase, porque demás del impedimento que era a los que buena voluntad tenían, los de la dicha ciudad y todos los comarcanos recibían mucho daño. Porque, como estaba mucha gente junta y de guerra, eran muy agraviados y maltratados, y les tomaban sus mujeres y haciendas y otras cosas; y que viese yo qué era lo que mandaba que ellos hiciesen y que dándoles favor, ellos lo harían. Y luego, después de haberles agradecido su aviso y ofrecimiento, les di trece de caballo y doscientos peones que con ellos fuesen y hasta treinta mil indios de nuestros amigos. Y fue el concierto que los llevaría por partes que no fuesen sentidos y que después que llegase junto a la ciudad el señor y los naturales de ella y los demás sus vasallos y

valedores, estarían apercibidos y cercarían los aposentos donde los capitanes estaban aposentados y los prenderían y matarían antes que la gente los pudiese socorrer y que cuando la gente viniese, ya los españoles estarían dentro de la ciudad y pelearían con ellos y los desbaratarían. Idos ellos y los españoles, fueron por la ciudad de Chururtecal y por alguna parte de la provincia de Guasucingo, que confina con la tierra de esta ciudad de Guacachula, hasta cuatro leguas de ella y en un pueblo de la dicha provincia de Guasucingo, dizque dijeron a los españoles que los naturales de esta provincia estaban confederados con los de Guacachula y con los de Culúa para que debajo de aquella cautela llevasen a los españoles a la dicha ciudad y que allá todos juntos diesen en los dichos españoles y les matasen. Y como aún no del todo era salido el temor que los de Culúa en su ciudad y en su tierra nos pusieron, puso espanto esta información a los españoles y el capitán que yo enviaba con ellos hizo sus pesquisas como lo supo entender y prendieron todos aquellos señores de Guacachula y presos, con ellos se volvieron a la ciudad de Chururtecal, que está cuatro leguas de allí y desde allí me enviaron todos los presos con cierta gente de caballo y peones, con la información que habían habido. Y demás de esto me escribió el capitán que los nuestros estaban atemorizados y que le parecía que aquella jornada era muy dificultosa. Llegados los presos les hablé con las lenguas que yo tengo y habiendo puesto toda diligencia para saber la verdad, pareció que no los había el capitán bien entendido. Y luego los mandé soltar y los satisfice con que yo creía que aquéllos eran leales vasallos de vuestra sacra majestad y que yo quería ir en persona a desbaratar aquellos de Culúa y por no mostrar flaqueza ni temor a los naturales de la tierra, así a los amigos como a los enemigos, me pareció que no debía cesar la jornada comenzada. Y por quitar algún temor del que los españoles tenían, determiné de dejar los negocios y despacho para vuestra majestad, en que entendía y a la hora me partí a la mayor prisa que pude y llegué aquel día a la ciudad de Chururtecal, que está ocho leguas de esta villa, donde hallé a los españoles, que todavía se afirmaban ser cierta la traición. Y otro día fui a dormir al pueblo de Guasucingo donde los señores habían sido presos. El día siguiente, después de haber concertado con los mensajeros de Guacachula el por dónde y cómo había de entrar en la dicha ciudad, me partí para allá una hora antes que amaneciese y fui sobre ella casi a las diez del día. Y a media legua me salieron al camino ciertos mensajeros de la dicha ciudad y me dijeron como estaba todo muy bien provisto y a punto y que los de Culúa no sabían nada de nuestra venida, porque ciertas espías que ellos tenían en los caminos, los naturales de la dicha ciudad las habían prendido y así mismo habían hecho a otros que los capitanes de Culúa enviaban a asomarse por las cercas y torres de la ciudad a descubrir el campo y que a esta causa toda la gente de los contrarios estaba muy descuidada, creyendo que tenían recaudo en sus velas y escuchas; por tanto, que llegase, que no podía ser sentido. Y así, me di mucha prisa por llegar a la ciudad sin ser sentido, porque íbamos por un llano donde desde allá nos

podrían bien ver. Y según pareció, como de los de la ciudad fuimos vistos, viendo que tan cerca estábamos, luego cercaron los aposentos donde los dichos capitanes estaban y comenzaron a pelear con los demás que por la ciudad estaban repartidos. Y cuando yo llegué a un tiro de ballesta de la dicha ciudad ya me traían hasta cuarenta prisioneros y todavía me di prisa a entrar. Dentro en la ciudad andaba muy gran grita por todas las calles; peleando con los contrarios y guiando por un natural de la dicha ciudad, llegué al aposento donde los capitanes estaban, el cual hallé cercado de más de tres mil hombres que peleaban por entrarles por la puerta y les tenían tomados todos los altos y azoteas. Los capitanes y la gente que con ellos se halló peleaban tan bien y esforzadamente, que no les podían entrar el aposento, puesto que eran pocos; porque, demás de pelear ellos como valientes hombres, el aposento era muy fuerte y como yo llegué luego entramos y entró tanta gente de los naturales de la ciudad, que en ninguna manera los podíamos socorrer, que muy brevemente no fuesen muertos. Porque yo quisiera tomar algunos a vida, para informarme de las cosas de la gran ciudad y de quién era señor después de la muerte de Mutezuma y de otras cosas y no pude tomar sino a uno mas muerto que vivo, del cual me informé, como adelante diré. Por la ciudad mataron muchos de ellos que en ella estaban aposentados; y los que estaban vivos cuando yo en la ciudad entré, sabiendo mi venida, comenzaron a huir hacia donde estaba la gente que tenían en guarnición, y en el alcance así mismo murieron muchos. Y fue tan presto oído y sabido este tumulto por la dicha gente de la guarnición, porque estaba en un alto llano del derredor, que casi a una sazón llegaron los que salían huyendo de la dicha ciudad y la gente que venía en socorro y a ver qué cosa era aquella. Los cuales eran más de treinta mil hombres y las más lucida gente que hemos visto, porque traían muchas joyas de oro y plata y plumajes; y como es grande la ciudad, comenzaron a poner fuego en ella por aquella parte por donde entraban. Lo cual fue muy presto hecho saber por los naturales, y salí con sola la gente de caballo, porque los peones estaban ya muy cansados, y rompimos por ellos, y retrajéronse a un paso, el cual les ganamos, y salimos tras ellos, alcanzando muchos por una cuesta arriba muy agra, y tal, que cuando acabamos de encumbrar la sierra, ni los enemigos ni nosotros podíamos ir atrás ni adelante. Y así cayeron muchos de ellos muertos y ahogados de la calor, sin herida ninguna, y dos caballos, se ancaron y el uno murió. Y de esta manera hicimos mucho daño, porque ocurrieron muchos indios de los amigos nuestros, y como iban descansados, y los contrarios casi muertos, mataron muchos. Por manera que en poco rato estaba el campo vacío de los vivos, aunque de los muertos algo ocupado; y llegamos a los aposentos y albergues que tenían hechos en el campo nuevamente, que en tres partes que estaban, parecían cada una de ellas una razonable villa, porque, además de la gente de guerra, tenían mucho aparato de servidores y fornecimiento para su real, porque, según después supe, en ellos había personas principales; lo cual fue

todo despojado y quemado por los indios nuestros amigos, y certifico a vuestra sacra majestad que había ya juntos de los dichos nuestros amigos más de cien mil hombres. Y con esta victoria, habiendo echado todos los enemigos de la tierra, hasta los pasar allende unas puentes y malos pasos que ellos tenían, nos volvimos a la ciudad, donde de los naturales fuimos bien recibidos y aposentados, y descansamos en la dicha ciudad tres días, de que teníamos bien necesidad. En este tiempo vinieron a se ofrecer al real servicio de vuestra majestad los naturales de una población grande que está encima de aquellas sierras, dos leguas de donde el real de los enemigos estaba, y también al pie de la sierra, donde he dicho que sale aquel humo, que se llama esta dicha población Ocupatuyo. Y dijeron que el señor que allí tenían se había ido con los de Culúa al tiempo que por allí los habíamos corrido, creyendo que no parábamos hasta su pueblo, y que muchos días había que ellos quisieran mi amistad, y haber venido a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad, sino que aquel señor no los dejaba ni había querido, puesto que ellos muchas veces se lo habían requerido y dicho. Y que ahora ellos querían servir a vuestra alteza; y que allí había quedado un hermano del dicho señor, el cual siempre había sido de su opinión y propósito, y ahora así mismo lo era. Y que me rogaban que tuviese por bien que aquel sucediese en el señorío, y que aunque el otro volviese, que no consintiese que por señor fuese recibido, y que ellos tampoco lo recibirían. Y yo les dije que por haber sido hasta allí de la liga y parcialidad de los de Culúa, y se haber rebelado contra el servicio de vuestra majestad, eran dignos de mucha pena, y que así tenía pensando de la ejecutar en sus personas y haciendas; pero que pues habían venido, y decían que la causa de su rebelión y alzamiento había sido aquel señor que tenían, que yo, en nombre de vuestra majestad, les perdonaba el yerro pasado, y los recibía y admitía a su real servicio, y que los apercibía que si otra vez semejante yerro cometiesen, serian punidos y castigados, y que si leales vasallos a vuestra alteza fuesen, serían de mí, en su real nombre, muy favorecidos y ayudados; y así lo prometieron. Esta ciudad de Guacachula está asentada en un llano, arrimada por la una parte a unos muy altos y ásperos cerros, y por la otra todo el llano la cercan dos ríos, a dos tiros de ballesta el uno del otro, que cada uno tiene muy altas y muy grandes barrancas. Y tanto, que para la ciudad hay por ellos muy pocas entradas, y las que hay son ásperas de bajar y subir, que apenas las pueden bajar y subir cabalgando. Y toda la ciudad está cercada de muy fuerte muro de cal y canto, tan alto como cuatro estados por de fuera de la ciudad, y por dentro está casi igual con el suelo. Y por toda la muralla va su petril tan alto como medio estado; para pelear tiene cuatro entradas tan anchas como uno puede entrar a caballo, y hay en cada entrada tres o cuatro vueltas de la cerca, que encabalga en un lienzo en el otro, y hacia a aquellas vueltas hay también encima de la muralla su petril para pelear. En toda la cerca tienen mucha cantidad de piedras grandes y pequeñas y de todas maneras con que pelean. Será esta ciudad de hasta cinco o seis mil vecinos, y tendrá de aldeas a ellas sujetas otros tantos y más. Tiene muy gran sitio,

porque de dentro de ella hay muchas huertas y frutas y flores a su costumbre. Y después de haber reposado en esta dicha ciudad tres días, fuimos a otra ciudad que se dice Izcucan, que está cuatro leguas de ésta de Guacachula, porque fui informado que en ella así mismo había mucha gente de los de Culúa en guarnición, y que los de la dicha ciudad y otras villas y lugares sus sufragáneos, eran y se mostraban muy parciales de los de Culúa, porque el señor de ella era su natural, y aun pariente de Mutezuma. Iba en mi compañía tanta gente de los naturales de la tierra, vasallos de vuestra majestad, que casi podíamos alcanzar a ver. Y de verdad había más de ciento y veinte mil hombres. Llegamos sobre la dicha ciudad de Izcucan a hora de las diez, y estaba despoblada de mujeres y de gente menuda, y había en ella hasta cinco o seis mil hombres de guerra muy bien aderezados. Y como los españoles llegamos delante, comenzaron algo a defender su ciudad; pero en poco rato la desampararon, porque por la parte que fuimos guiados para entrar en ella estaba razonable la entrada. Seguímoslos por toda la ciudad hasta los hacer saltar por encima de los adarves a un río que por la otra parte la cerca toda, del cual tenían quebradas las puentes, y nos detuvimos algo en pasar, y seguimos el alcance hasta legua y media más, en que creo se escaparon pocos de aquellos que allí quedaron. Vueltos a la ciudad, envié dos de los naturales de ella, que estaban presos, a que hablasen a las personas principales de la dicha ciudad, porque el señor de ella se había también ido con los de Culúa que estaban allí en guarnición, para que los hiciese volver a su ciudad; y que yo les prometía en nombre de vuestra majestad, que siendo ellos leales vasallos de vuestra alteza de allí adelante serían de mí muy bien tratados, y perdonados de la rebelión y yerro pasado. Los dichos naturales fueron, y dende a tres días vinieron algunas personas principales y pidieron perdón de su yerro, diciendo que no habían podido más, porque habían hecho lo que su señor les mandó; y que ellos prometían de ahí adelante, pues su señor era ido y dejádolos, de servir a vuestra majestad muy bien y lealmente. Yo les aseguré y dije que se viniesen a sus casas, y trajesen sus mujeres e hijos, que estaban en otros lugares y villas de su parcialidad. Y les dije que hablasen así mismo a los naturales de ellas para que viniesen a mí y que yo les perdonaba lo pasado; y que no quisiesen que yo hubiese de ir sobre ellos, porque recibirían mucho daño, de lo cual me pesaría mucho, y así fue hecho. De ahí a tres días se tornó a poblar la dicha ciudad de Izcucan, y todos los sufragáneos a ella vinieron a se ofrecer por vasallos de vuestra alteza, y quedó toda aquella provincia muy segura, y por nuestros amigos y confederados con los de Guacachula. Porque hubo cierta diferencia sobre a quien pertenecía el señorío de aquella ciudad y provincia de Izcucan por ausencia del que se había ido a México. Y puesto que hubo algunas contradicciones y parcialidades entre un hijo bastardo del señor natural de la tierra, que había sido muerto por Mutezuma, y puesto el que a la sazón era, y casádole con una sobrina suya, y entre un nieto del dicho señor natural, hijo de su hija legítima, la cual

estaba casada con el señor de Guacachula, y habían habido aquel hijo, nieto del dicho señor natural de Izcucan, se acordó entre ellos que heredase el señorío aquel hijo del señor de Guacachula, que venía de legítima línea de los señores de allí. Y puesto que el otro fuese hijo, que por ser bastardo no debía de ser señor, así quedó, y obedecieron en mi presencia a aquel muchacho, que es de edad de hasta diez años; y que por no ser de edad para gobernar, que aquel su tío bastardo y otros tres principales, uno de la ciudad de Guacachula y los dos de Izcucan, fuesen gobernadores de la tierra y tuviesen al muchacho en su poder hasta tanto que fuese de edad para gobernar. Esta ciudad de Izcucan será de hasta tres o cuatro mil vecinos; es muy concertada en sus calles y tratos; tenía cien casas de mezquitas y oratorios muy fuertes con sus torres, las cuales todas se quemaron. Está en un llano a la falda de un cerro mediano, donde tiene una muy buena fortaleza; y por la otra parte de hacia el llano está cercada de un hondo río que pasa junto a la cerca, y está cercada de la barranca del río, que es muy alta, y sobre la barranca hecho un petril toda la ciudad en torno, tan alto como un estado; tenía por toda esta cerca muchas piedras. Tiene un valle redondo, muy fértil de frutas y algodón, que en ninguna parte de los puertos arriba se hace, por la gran frialdad, y allí es tierra caliente, y cáusalo que está muy abrigado de sierras. Todo este valle se riega por muy buenas acequias, que tiene muy bien sacadas y concertadas. En esta ciudad estuve hasta la dejar muy poblada y pacífica; y a ella vinieron así mismo a se ofrecer por vasallos de vuestra majestad el señor de una ciudad que se dice Guajocingo, y el señor de otra ciudad que está a diez leguas de esta de Izcucan, y son fronteros de la tierra de México. También vinieron de ocho pueblos de la provincia de Coastoaca, que es una de que en los capítulos antes de éste hice mención que habían visto los españoles que yo envié a buscar oro a la provincia de Zuzula; donde, y en la de Tamazuela, porque está junto a ella, dije que había muy grandes poblaciones y casas muy bien obradas, de mejor cantería que en ninguna de estas partes se había visto. La cual dicha provincia de Coastoaca está cuarenta leguas de allí de Izcucan; y los naturales de los dichos ocho pueblos se ofrecieron así mismo por vasallos de vuestra alteza, y dijeron que otros cuatro que restaban en la dicha provincia vendrían muy presto; y me dijeron que les perdonase porque antes no habían venido, que la causa había sido no osar por temor de los de Culúa; porque ellos nunca habían tomado armas contra mí, ni habían sido en muerte de ningún español, y que siempre, después que al servicio de vuestra alteza se habían ofrecido, habían sido buenos y leales vasallos suyos en sus voluntades, pero que no las habían osado manifestar por temor de los de Culúa. De manera, que puede vuestra alteza ser muy cierto que, siendo Nuestro señor servido en su real ventura, en muy breve tiempo se tornará a ganar lo perdido o mucha parte de ello; porque de cada día se vienen a ofrecer por vasallos de vuestra majestad de muchas provincias y ciudades que antes eran sujetas a Mutezuma, viendo que los que así lo hacen son de mí muy bien recibidos y tratados, y los que al contrario, de cada día destruidos.

De los que en la ciudad de Guacachula se prendieron, en especial de aquel herido, supe muy por extenso las cosas de la gran ciudad de Temixtitan, y cómo después de la muerte de Mutezuma había sucedido en el señorío un hermano suyo, señor de la ciudad de Ixtapalapa que se llamaba Cuetravacin, el cual sucedió en el señorío porque murió en las puentes el hijo de Mutezuma, que heredaba el señorío, y otros dos hijos suyos que quedaron vivos; el uno dicen que es loco y el otro perlático, y a esta causa decían aquellos que había heredado aquel hermano suyo; y también porque él nos había hecho la guerra y porque lo tenía por valiente hombre, muy prudente. Supe así mismo cómo se fortalecían, así en la ciudad como en todas las otras de su señorío, y hacían muchas cercas y cavas y fosados, y muchos géneros de armas; en especial supe que hacían lanzas largas como piernas para los caballos, y aún ya hemos visto algunas de ellas. Porque de esta provincia de Tepeaca se hallaron algunas con que pelearon, y en los ranchos y aposentos en que la gente de Culúa estaba en Guacachula se hallaron así mismo muchas de ellas. Otras muchas cosas supe que, por no dar a vuestra alteza importunidad, dejo. Yo envío a la isla Española cuatro navíos para que luego vuelvan cargados de caballos y gente para nuestro socorro; y así mismo envío a comprar otros cuatro para que, desde la dicha isla Española y ciudad de Santo Domingo, traigan caballos y armas y ballestas y pólvora, porque esto es lo que en estas partes es más necesario; porque peones y rodeleros aprovechan muy poco solos, por ser tanta cantidad de gente y tener tan fuertes y grandes ciudades y fortalezas, y escribo al licenciado Rodrigo de Figueroa, y a los oficiales de vuestra alteza que residen en la dicha isla, que den para ello todo el favor y ayuda que ser pudiere, porque así conviene mucho al servicio de vuestra alteza y a la seguridad de nuestras personas; porque viniendo esta ayuda y socorro, pienso volver sobre aquella gran ciudad y su tierra, y creo, como ya a vuestra majestad he dicho, que en muy breve tornará al estado en que antes yo la tenía, y se restaurarán las pérdidas pasadas. En tanto, yo quedo haciendo doce bergantines para entrar por la laguna, y estáse labrando ya la tablazón y piezas de ellos, porque así se han de llevar por tierra, porque en llegando, luego se liguen y acaben en breve tiempo; y así mismo se hace clavazón para ellos, y está aparejada pez y estopa, y velas y remos, y las otras cosas para ello necesarias. Y certifico a vuestra majestad que hasta conseguir este fin no pienso tener descanso ni cesar para ello todas las formas y maneras a mí posibles, posponiendo para ello todo el trabajo y peligro y costa que se me puede ofrecer. Habrá dos o tres días que por carta del teniente que en mi lugar está en la Villa de la Vera Cruz, supe cómo al puerto de la dicha villa había llegado una carabela pequeña con hasta treinta hombres de mar y tierra, que dizque venía en busca de la gente que Francisco de Garay había enviado a esta tierra, de que ya a vuestra alteza he hecho relación, y cómo había llegado con mucha necesidad de bastimentos; y tanta, que si no hubieran hallado allí socorro se murieran de sed y hambre. Supe de ellos cómo habían

llegado al río de Pánuco, y estado en él treinta días surtos, y no había visto gente en todo el río ni tierra; de donde se cree que a causa de lo que allí sucedió se ha despoblado aquella tierra. Y asimismo dijo la gente de la dicha carabela que luego tras ellos habían de venir otros dos navíos del dicho Francisco de Garay con gentes y caballos y que creían que eran ya pasados la costa abajo, y pareciome que cumplía al servicio de vuestra alteza, porque aquellos navíos y gente que en ellos iba no se pierda y yendo desproveídos de aviso de las cosas de la tierra, los naturales no hiciesen en ellos más daño de lo que en los primeros hicieron, enviar la dicha carabela en busca de los dos navíos para que los avisen de lo pasado, y se viniesen al puerto de la dicha villa, donde el capitán que envió el dicho Francisco de Garay primero estaba esperándoles. Plega a Dios que los halle y a tiempo que no hayan salido a tierra, porque según los naturales ya estaban sobre aviso, y los españoles sin él, temo recibirían mucho daño, y de ello Dios Nuestro señor y vuestra alteza serían muy deservidos, porque sería encarnar más aquellos perros de lo que están encarnados, y darles más ánimo y osadía para acometer a los que adelante fueren. En un capítulo antes de éstos he dicho cómo había sabido que por muerte de Mutezuma había alzado por señor a su hermano, que se dice Cuetravacin, el cual aparejaba muchos géneros de armas y se fortalecía en la gran ciudad y en otras ciudades cerca de la laguna. Y ahora de poco a acá he así mismo sabido que el dicho Cuetravacin ha enviado sus mensajeros por todas las tierras y provincias y ciudades sujetas a aquel señorío, a decir y certificar a sus vasallos que él les hace gracia por un año de todos los tributos y servicios que son obligados a le hacer, y que no le den ni le paguen cosa alguna, con tanto que por todas las maneras que pudiesen hiciesen muy cruel guerra a todos los cristianos hasta los matar o echar de toda la tierra; y que así mismo la hiciesen a todos los naturales que fuesen nuestros amigos y aliados; y aunque tengo esperanza en Nuestro señor que en ninguna cosa saldrán con su intención y propósito, hállome en muy extrema necesidad para socorrer y ayudar a los indios nuestros amigos, porque cada día vienen de muchas ciudades y villas y poblaciones a pedir socorro contra los indios de Culúa, sus enemigos y nuestros, que les hacen cuanta guerra pueden, a causa de tener nuestra amistad y alianza, y yo no puedo socorrer a todas partes, como querría. Pero, corno digo, placerá a Nuestro Señor, suplir a nuestras pocas fuerzas, y enviara presto el socorro, así el suyo como el que yo envío a pedir a la Española. Por lo que yo he visto y comprendido cerca de la similitud que toda esta tierra tiene a España, así en la fertilidad como en la grandeza y fríos que en ella hace, y en otras muchas cosas que la equiparan a ella, me pareció que el más conveniente nombre para esta dicha tierra era llamarse la Nueva España del mar Oceáno; y así, en nombre de vuestra majestad se le puso aqueste nombre. Humildemente suplico a vuestra alteza lo tenga por bien y mande que se nombre así. Yo he escrito a vuestra majestad, aunque mal dicho, la verdad de todo lo sucedido en

estas partes y aquello que de más necesidad hay de hacer saber a vuestra alteza; y por otra mía, que va con la presente, envío a suplicar a vuestra real excelencia mande enviar una persona de confianza que haga inquisición y pesquisa de todo e informe a vuestra sacra majestad de ello. También en ésta lo torno humildemente a suplicar, porque en tan señalada merced lo tendré como en dar entero crédito a lo que escribo. Muy alto y muy excelentísimo príncipe, Dios Nuestro señor la vida y muy real persona y muy poderoso estado de vuestra sacra majestad conserve y aumente por muy largos tiempos, con acrecentamiento de muy mayores reinos y señoríos, como su real corazón desea. De la villa Segura de la Frontera de esta Nueva España, a 30 de octubre de mil quinientos veinte años. De vuestra sacra majestad muy humilde siervo y vasallo que los muy reales pies y manos de vuestra alteza besa. Fernán Cortés. Después de ésta, en el mes de marzo primero que pasó vinieron nuevas de la dicha Nueva España, cómo los españoles habían tomado por fuerza la grande ciudad de Temixtitan, en la cual murieron más indios que en Jerusalén judíos en la destrucción que hizo Vespasiano; ya así mismo había en ellas más número de gente que en la dicha ciudad santa. Hallaron poco tesoro, a causa que los naturales lo habían echado y sumido en las lagunas. Sólo doscientos mil pesos de oro tomaron, y quedaron muy fortalecidos en la dicha ciudad los españoles, de los cuales hay al presente en ella mil quinientos peones y quinientos de caballo; y tienen más de cien mil indios de los naturales de la tierra en el campo en su favor. Son cosas grandes y extrañas, y es otro mundo sin duda, que de sólo verlo tenemos harta codicia los que a los confines de él estamos. Estas nuevas son hasta principio de abril de mil quinientos veintidós años, las que acá tenemos dignas de fe.

Explicación de texto Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Primero, identifica este fragmento y di quién es su autor. Luego explica de qué trata el fragmento y a quién va dirigido el documento. ¿Cuáles son los objetivos principales del autor en este fragmento? ¿Qué recursos retóricos emplea para lograrlos?

Porque para dar cuenta, muy poderoso señor, a vuestra real excelencia, de la grandeza, extrañas y maravillosas cosas de esta gran ciudad de Temixtitan, del señorío y servicio de este Mutezuma, señor de ella, y de los ritos y costumbres que esta gente tiene, y de la orden que en la gobernación, así de esta ciudad como de las otras que eran de este señor, hay, sería menester mucho tiempo y ser muchos relatores y muy expertos; no podré yo decir de cien partes una, de las que de ellas se podrían decir, más como pudiere diré algunas cosas de las que vi, que aunque mal dichas, bien sé que serán de tanta admiración que no se podrán creer, porque los que acá con nuestros propios ojos las vemos, no las podemos con el entendimiento comprender. Pero puede vuestra majestad ser cierto que si alguna falta en mi relación hubiere, que será antes por corto que por largo, así en esto como en todo lo demás de que diere cuenta a vuestra alteza, porque me parecía justo a mi príncipe y señor, decir muy claramente la verdad sin interponer cosas que la disminuyan y acrecienten. (Tiempo máximo: 15 minutos)

Nombre

Análisis literario Segunda carta de relación Hernán Cortés Este pasaje de la «Segunda carta de relación», de Hernán Cortés, describe la ciudad de México-Tenochtitlan (Temixtitan). Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada.

Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de éstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por do atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales de esta ciudad quisiesen hacer alguna traición, tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de la manera que digo, y quitadas las puentes de las entradas y salidas, nos podrían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra. Luego que entré en la dicha ciudad di mucha prisa en hacer cuatro bergantines, y los hice en muy breve tiempo, tales que podían echar trescientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos. 1. Esta descripción es la de una ciudad ____. a. grande pero de una población muy densa

3. ¿Por qué probablemente hace Cortés alusión a

Sevilla y Córdoba en el primer párrafo?

b. grande, amplia y bien diseñada

a. Quiere hacer resaltar la superioridad de las

c. pequeña, pero espaciosa

ciudades españolas.

d. pequeña y compacta

b. Quiere que su narratario tenga un punto de

referencia. 2. Muchas de las calles de la ciudad, algunas de ellas

principales, ____.

c. Quiere que su narratario sepa que él es español. d. Quiere aclarar que las ciudades españolas son

a. están hechas de tierra por un lado y de agua por el

muy distintas a la ciudad que describe.

otro b. son muy largas pero angostas

4. El primer párrafo de este texto trata

principalmente de ____.

c. están hechas de agua, con solamente algunas

excepciones d. son muy sinuosas y difíciles de transitar

a. la forma en que está organizada la ciudad b.

la ubicación de la ciudad y de sus entradas c. las diferencias entre esta ciudad y las ciudades

de Sevilla y Córdoba d. cómo se construyeron las calles de la ciudad

Nombre

Análisis literario Segunda carta de relación Hernán Cortés 5. ¿Cuál de los párrafos ofrece la evidencia más clara

7. ¿Cuál es el mejor término para caracterizar el tono

de que Cortés sabe que sus hombres no están del todo seguros en Temixtitan?

de la descripción que Cortés ofrece de la ciudad en estos párrafos?

a. el primero

a. temor

b. el segundo

b. desprecio

c. el tercero

c. desinterés

d. ninguno de ellos

d. admiración

6. ¿Por qué dice Cortés que mandó construir unos

bergantines? a. Quiso que sus hombres tuvieran la capacidad de

movilizarse fácilmente dentro de Tenochtitlan. b. Esperaba regresar a España lo antes posible. c. Esperaba asustar a los habitantes de la ciudad. d. No quiso que sus hombres se quedaran

atrapados en la ciudad.

Comprensión y análisis Segunda carta de relación Hernán Cortés Contesta las siguientes preguntas, o completa la idea, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. 1. Al principio de esta carta, Cortés se disculpa por

4. ¿Cómo es la relación entre la gente de Churultecal

____.

(hoy, Cholula) y la de Tascaltecal (hoy, Tlaxcala)?

a. describir con excesivo detalle todo lo que ha

a. Los dos pueblos siempre han sido amigos.

visto b. no haber podido conquistar más tierra en nombre del rey español Carlos I

b. Moctezuma logró que se convirtieran en

c. haber tardado tanto en volver a escribirle al rey

llegaron los españoles.

d. no tener la capacidad expresiva para describir lo

d. Fueron enemigos hasta que decidieron unirse

que ha visto de manera convincente

para oponerse a los españoles.

2. Según lo que escribe Cortés, los habitantes de

5. El narratario de un texto es la persona a la cual se

Cempoal ____.

dirige el narrador, o «yo narrativo» . El narratario de este texto epistolar ____.

a. odian a Moctezuma por la forma en que éste los

enemigos mutuos, pero Cortés los reconcilió. c. Fueron amigos hasta el momento en que

trata b. no tienen una relación política muy estrecha con Moctezuma

a. es, en los tiempos de su redacción, la figura

c. son leales vasallos de Moctezuma

c. es un personaje ficticio

d. esperan que Moctezuma los proteja de los

d. es uno de los hombres de Cortés

hombres de Cortés 3. ¿Cuál de estas aseveraciones es cierta con respecto

a la primera batalla entre los hombres de Cortés y los de Moctezuma?

histórica más poderosa de Occidente b. no se especifica

6. Por lo que escribe Cortés, la explicación más

razonable del humo que ve cerca de Churultecal (Cholula) es que ___. a. los habitantes del lugar hacen fogatas para

Cortés.

protegerse del frío b. en realidad no es humo sino neblina

b. Todos los habitantes de la región apoyan a las

c. los hombres de Moctezuma preparan una

tropas de Moctezuma.

emboscada d. sale de un volcán

a. Moctezuma logra sorprender a los hombres de

c. Cortés decide atacar porque se cree a punto de

ser atacado. d. Cortés y sus hombres sufren un revés al perder

esta batalla.

Nombre

Comprensión y análisis 7. Durante su reunión, Moctezuma le dice a Cortés

que ___. a. la llegada de éste fue una total sorpresa para él b. sus súbditos siempre habían vivido en el valle de

México c. quiere que Cortés se convierta en vasallo suyo d. la llegada de Cortés había sido prevista por los

antepasados de los mexicas 8. ¿Cómo empieza Cortés su descripción de

Temixtitan (Tenochtitlan)? a. Expresa su temor de que no se le crea por

parecer tan increíble lo que cuenta b. Reconoce que es posible que haya exagerado un tanto por estar tan emocionado c. Se propone ofrecer una descripción detallada y completa de la ciudad. d. Afirma que no le sorprendió nada de lo que vio al

entrar en la ciudad 9. Según Cortés, ¿cómo reaccionan los habitantes de

Tenochtitlan cuando los españoles derrocan algunos de los ídolos en los templos? a. Atacan a los hombres de Cortés en represalia por

sus acciones. b. Protestan al principio, pero luego aceptan las

explicaciones que les ofrece Cortés. c. Intentan volver a colocar los ídolos sin que los españoles se den cuenta. d. Se alegran, porque su religión les había sido impuesta por otros.

Voces indígenas FR AY B ERN AR D I N O D E S AH AGÚ N, D I EGO MU Ñ OZ C AM AR GO, U N AN ÓN I M O POET A N AH U A

Antes de leer En nuestra vida contemporánea, testigo, además de su acepción corriente—persona que presencia y da testimonio de un suceso—, es también el tubo de metal que pasa un atleta a su compañero de equipo más próximo en una carrera de relevos. La parte de la historia mexicana atestiguada por voces indígenas de la época de la Conquista, es precisamente eso: el testigo en una figurada carrera de relevos, pasado triunfalmente de mano en mano por un equipo de tres admirables etnólogos, atletas del intelecto y custodios de la cultura, literatura y lengua nahuas. A estos tres eruditos devotos se debe el hecho asombroso de que la resonancia de aquellas voces antiguas se encuentra en manos del común de los lectores hoy. Son fray Bernardino de Sahagún (1499 – 1590), el padre Ángel María Garibay Kintana (1892 – 1967), y Miguel León-Portilla (1926 – ). A cada uno de ellos se le deben capitales contribuciones a la promoción y preservación de las culturas y lenguas indígenas de México. Sus obras, entrelazadas entre sí, reclaman una lectura mucho más extensa que la que haremos aquí. Múltiples voces españolas de la época de la Conquista atestiguan las injusticias sufridas por los pueblos indígenas. Casi tan pronto como llega Hernán Cortés al continente, un tal Ceballos escribe una queja contra él al emperador Carlos V. Entre otras cosas, habla su autor del «luciferino pensamiento» de Cortés, y delata sucesos tempranísimos, de mayo o junio de 1519, cuando, aun antes de emprender camino a Tenochtitlan, Cortés «hizo muchas crueldades de muertes e prisiones e tiranías, robos e sacos, fuerzas, matando a los naturales de estas partes que de tan buena voluntad lo habían recibido…». Otras voces españolas—la principal de ellas la de fray Bartolomé de las Casas (Brevísima relación de la destruición de las Indias, 1542-1552)—agregan detalle tremebundo sobre detalle tremebundo de los

atropellos sufridos por los oriundos de tierras sometidas durante la Conquista. Son parte integrante de los anales de la historia. En cuanto a la dramática disminución de la población en todas las Américas a raíz de la llegada de los europeos, lo único discutible es el número exacto de víctimas. Esto se conoce como «la guerra de las cifras», pero los peritos más creíbles calculan la catástrofe demográfica en México en cifras elevadas; según ellos, en 1518, Mesoamérica contaba con hasta 30 millones de personas; en 1595—no sólo a raíz de batallas y matanzas sino también de epidemias de sarampión, viruela, paperas y más, incluso una enfermedad no comprendida hasta hoy llamada cocoliztli—quedaron apenas un millón, viéndose una reducción de la población indígena de hasta el 95%. Los anales indígenas no revelan evidencia de censos. No hay ninguna duda en cuanto a las aflicciones catalogadas en las décadas de la Conquista de México—1519 hasta fines del siglo XVI—, pero sí en cuanto a la diferencia neta entre el juicio histórico sobre el comportamiento de los colonizadores españoles, y el juicio histórico sobre el de otros colonizadores europeos, principalmente los ingleses. En esto, historiadores atentos a la verdad no buscan disculpar sino equiparar, para que la sombra de la Leyenda Negra Española, tema de tantas y tan reñidas polémicas, tanto en España como fuera de ella, no reemplace la dolorosa realidad general de la colonización de las Américas. Estos conmovedores testimonios de los antiguos nahuas, comparables en su pathos con «Romance del rey moro que perdió Alhama» y con la quema de Troya de la Antigüedad Clásica, forman parte de un estudio cabal de la literatura y cultura de los pueblos hispanos.

Vocabulario adivino—perito en acertar el porqué de los fenómenos, no por evidencias, sino por astucia. admiración—asombro.

agudo—terminado en punta afilada. alarido—grito de espanto, de miedo. brasa—ascua; pedazo de algo que se ha quemado y ya no arde, pero que sigue rojo y candente. cántaro—vasija grande para llevar agua. centella—chispa luminosa. cimiento—parte del edificio que está debajo de tierra y que sostiene la construcción. despavorido—muy asustado. diáfano—muy delgado y transparente. embravecerse—agitarse o desatarse las fuerzas naturales; se dice de las olas del mar. espanto—miedo grande; susto. huida—fuga; retirada; escapatoria. inaudito—sumamente raro; insólito. incendio—fuego grande iniciado por accidente. juicio—opinión; conclusión. madero—pieza larga de madera cortada, de forma escuadrada o rolliza. menudo—fino; de gotas muy pequeños. pardo—de color oscuro. presagio—señal; agüero; indicio de algo que ha de venir más tarde. prodigio—fenómeno asombroso, generalmente de la naturaleza. pronóstico—anuncio, basado en ciertos indicios o señales, de lo que va a suceder; aquí, señales por las que se adivina el futuro. rayo—relámpago. recato—modestia; prudencia; reserva. resplandor—brillo muy intenso; luminosidad. sobresalto—sorpresa; alarma. sollozo—llanto entrecortado, convulsivo.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que el término mexicas se considera hoy más apropiado que aztecas para referirse a este pueblo nahua dominante. Cuenta la leyenda que al salir de Aztlán, su dios SolHuitzilopochtli les prohibió el uso del nombre azteca. Irónicamente, azteca es el referente que se ha impuesto en el concepto moderno, a causa de publicaciones muy difundidas en el siglo XIX, por ejemplo, las del famoso historiador William Prescott. En México hoy, azteca goza de gran

difusión, sin ir más lejos, en el famoso Estadio Azteca de la capital. Conviene saber que las tres ciudades-estado constituyentes de la Triple Alianza eran Texcoco, Tlacopan, o Tacuba, y Tenochtitlan. Conviene saber que, con respecto a la antigüedad de la presencia humana en las Américas, los antropólogos han encontrado en Chile artefactos de habitación humana que datan de hace más de treinta mil años. Varios investigadores calculan la máxima población americana antes de la llegada de los europeos en 110 millones. Conviene saber que el Colegio de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco fue el primer instituto de educación superior de las Américas. Su propósito durante los 50 años de su apogeo, y desde el momento de su fundación en 1536, fue la integración cultural de jóvenes indígenas y españoles, y la preparación de la juventud mexica noble en el arte de gobernar. Para esto, se seguía el curso antiguo de estudios de tiempos de la Edad Media llamado el trivio: gramática, retórica y dialéctica. Los informantes de Sahagún asistían a este colegio bajo la tutela de frailes franciscanos que habían llegado a México en el año de 1524. Fue una instrucción de tan alta categoría, colocando a estos jóvenes a la altura de los conquistadores, o más alto, que suscitó quejas de algunos de éstos. Los restos del colegio se pueden visitar hoy en la Plaza de las Tres Culturas en la ciudad de México. Conviene saber que el método de investigación usado por Sahagún se fundamentaba en series de preguntas específicas, respuestas a las cuales él catalogó en su obra. La temática de las preguntas y respuestas se entenderá mejor si examinamos las categorías en que organizó sus datos, décadas después. Cada categoría representa un libro de los doce libros que componen su Historia general de las cosas de Nueva España: 1. Creencias religiosas; los dioses 2. Calendario; fiestas, ceremonias y ritos honrando a

sus dioses 3. Del principio que tuvieron sus dioses; creencias en

la vida después de la muerte

4. Astrología: días de buen agüero y de mal agüero,

etc. 5. Agüeros y pronósticos tomados de aves y otros

animales para adivinar cosas futuras 6. Retórica, filosofía, virtudes morales y teología 7. Astronomía y conocimientos del mundo natural 8. Reyes y señores, y el gobierno de sus reinos 9. Comercio 10. Los seres humanos y su cuerpo: salud,

enfermedades y medicinas 11. Propiedades de los animales, aves, peces,

árboles, hierbas, flores, metales y piedras, y de los colores 12. La Conquista de México

Es en este último libro doce donde Sahagún colocó los «Pronósticos y señales», y los «Prodigios» de Diego Muñoz Camargo. Recuérdese que, de los tres fragmentos aquí representados, dos son traducciones del náhuatl; sólo el testimonio de Muñoz Camargo fue escrito originalmente en español. El método de Sahagún tuvo antecedentes en libros españoles de la época y en las obras del romano Plinio el Viejo. Conviene saber que la Historia de Tlaxcala quedó inédita desde que la escribió Diego Muñoz Camargo hacia fines del siglo XVI hasta que el ex gobernador del Distrito Alfredo Chavero la publicó en forma anotada en 1892. Chavero notó en su prólogo que los manuscritos de Muñoz Camargo habían llevado hasta entonces el título de Pedazo de Historia, pues a la obra le faltaba el principio, tal vez sólo lo que concerniera a los antiguos toltecas. Dichos manuscritos carecían de divisiones, pero Chavero los dividió en dos libros: uno que trata la historia antigua, y el otro la Conquista. Chavero concluyó diciendo que ningún mérito le atañe a él por su publicación si no es por su ferviente deseo de salvarlos de la negligencia y los estragos del tiempo. Recuérdese que Chavero nos hablaba tres siglos después de que Muñoz Camargo había creado los manuscritos, impresos finalmente por acuerdo del

entonces Presidente de México, Porfirio Díaz, en homenaje a Cristóbal Colón en la famosísima Exposición de Chicago de 1892. Es importante que nosotros los lectores de hoy recordemos y honremos a custodios como Chavero que son los responsables de que la documentación histórica haya llegado a nuestras manos. Conviene saber que los historiadores nos hablan de las conquistas más completas entre pueblos, afirmando que no se sellan con la violencia con que empiezan sino con la asimilación cultural que las sigue. Después del siglo de la Conquista, de hecho aun a partir del primer intercambio atestiguado en cartas de los conquistadores, hablar español en México involucraba la incorporación de vocablos del náhuatl. El idioma los acogió y los asimiló. Una lista nada exhaustiva incluye palabras nahuas referentes a la cocina como chile, aguacate, chocolate, tomate y jitomate, cacahuate, elote, ejote, chicle, nopal, cacao, tamal, camote, mole, jícama, guacamole, y atole; nombres de plantas y animales como coyote, quetzal, mapache, capulí, capulín, chapulín, milpa, tecolote, zopilote y guajolote; y vocablos de uso familiar y generales como chihuahua, cuate, escuincle, jícara, huipil, popote, hule, tocayo, y tiza. Todos son nahuatlismos de uso general hoy en México y en algunos casos fuera de él. Son palabras reconocidas y admitidas por los correctores de ortografía de las computadoras de hoy. Por otra parte, vocablos mayas son henequén y cenote; y el vocablo huarache es tarasco. La inmensa mayoría de las palabras adoptadas de idiomas indígenas son sustantivos. Conviene saber que Emilia Pardo Bazán, autora del cuento «Las medias rojas», parece ser la fuente del término «Leyenda Negra» para referirse al antiespañolismo, u odio dirigido contra España basado en su historia colonial. Éste fue un fenómeno que empezó casi de inmediato y se extendió por los países europeos, siendo particularmente virulento en Inglaterra, donde servía claramente a sus intereses políticos. Pardo Bazán usó el término «leyenda negra» en una conferencia que dio en 1899, al protestar contra lo que ella veía como la fuente de aquella actitud en sus tiempos, «la asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en los Estados Unidos».

Conviene saber que el juicio tal vez más citado tomado de la Brevísima relación de la destruición de las Indias (1542-1552) de fray Bartolomé de las Casas, es el siguiente: En estas ovejas mansas y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles desde luego que las conocieron como lobos y tigres y leones crudelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, y hoy en este día lo hacen, sino despedazallas, matallas, angustiallas, afligillas, atormentallas y destruillas por las estrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales della doscientas personas. Para Bartolomé de las Casas, la palabra cuentos quiere decir millones. Conviene saber que para la creación de su magna obra, la edición más completa y mejor organizada hasta la fecha de la Historia general de las cosas de Nueva España de Sahagún (1956), el padre Garibay usó como fuente principal el manuscrito conocido como el Códice florentino. Ahora bien, ¿qué quiere decir la palabra códice? Técnicamente, cualquier libro moderno es un códice. Unidas sus páginas rectangulares por una costura al medio y forradas por una encuadernación protectora, en todos estos sentidos el códice es igual al libro que conocemos. Sin embargo, hoy el término se usa para referirse a los manuscritos—libros escritos a mano—que datan desde la Antigüedad hasta fines de la Edad Media. La mayoría de los códices europeos fueron hechos de pergamino, o sea, piel de la res. Los códices prehispánicos de los antiguos nahuas, hechos de piel de venado, eran parecidos a los europeos, pero les faltaba la costura del medio. Sus hojas fueron pegadas una a otra, y el códice se abría y se cerraba

como un acordeón. Las ventajas del formato del códice, sobre los rollos que el códice reemplazó en Europa, eran tres: se conservaban mejor las imágenes, tan importantes para la historiografía pictográfica de los antiguos nahuas; resultaba más fácil buscar en ellos pasajes específicos; y más fácil también, guardarlos en bibliotecas. Conviene saber que Miguel León-Portilla nos llama la atención a la existencia de un documento extraordinariamente temprano; dataría de antes de 1536. Se trata del manuscrito 22, custodiado por la Biblioteca Nacional de París y conocido por el título de Unos anales históricos de la Nación Mexicana. Parece que en él se consignaron, en alfabeto latino, recuerdos de tiempos pasados nahuas y recuerdos de la Conquista de México. Este manuscrito puede haber sido creado por indígenas sin la participación de maestros españoles, ya que antecede, al parecer, a la fundación del Colegio de Santa Cruz. Por ello, León-Portilla lo tiene por netamente indígena.

Bibliografía León-Portilla, Miguel. El destino de la palabra: de la oralidad y los códices mesoamericanos a la escritura alfabética. México: Fondo de Cultura Económica, 1997. León-Portilla, Miguel. Visión de los vencidos: relaciones indígenas de la Conquista. México: UNAM, 2009. de Sahagún, fray Bernardino. Historia general de las cosas de Nueva España, 1ª ed. México: Editorial Porrúa, 1956. de las Casas, fray Bartolomé. Historia de las Indias. México: Fondo de Cultura Económica, 1951, 1965. de las Casas, fray Bartolomé. Brevísima relación de la destruición de las Indias (1542-1552). Madrid: Editorial Cátedra, 1982, 2011. de Alvarado Tezozómoc, Hernando. Crónica mexicana (1598). Barcelona: LINKGUA Ediciones, S.L., 2008. Cronistas de las culturas precolombinas: antología. Ed. L.N. D‘Olwer. México: Fondo de Cultura Económica, 1963.

Nombre

Análisis literario Voces indígenas Fray Bernardino de Sahagún, Diego Muñoz Camargo, un anónimo poeta nahua Considera estos dos pasajes de la obra Historia general de las cosas de Nueva España. 1.—Diez años antes que viniesen los españoles a esta tierra pareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es, que pareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente: parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abajo, y de la parte de arriba aguda, como cuando el fuego arde; parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del cielo, levantábase por la parte del oriente luego después de la media noche, y salía con tanto resplandor que parecía de día; llegaba hasta la mañana, entonces se perdía de vista; cuando salía el sol estaba la llama en el lugar que está el sol a medio día, esto duró por espacio de un año cada noche: comenzaba en las doce casas, y cuando aparecía a la media noche toda la gente gritaba y se espantaba: todos sospechaban que era señal de algún gran mal.

1. Al afirmar que el fenómeno parecía «una llama de

fuego», el autor está empleando ____. a. un símil

c. un hipérbaton

b. una metáfora

d. una aliteración

2. El fenómeno que se describe podría ser ____. a. un meteorito

c. el sol

b. una estrella

d. un cometa

3. Por la reacción de los testigos ante los sucesos

descritos en el primer pronóstico, uno puede concluir que ellos ____. a. sabían que pronto iban a llegar los españoles b. no dieron demasiada importancia a lo que

vieron

[…]

c. ya estaban acostumbrados a este tipo de suceso d. tuvieron miedo y se preocuparon por el

3.—La tercera señal fue que cayó un rayo sobre el cu de Xiuhtecutli, dios del fuego, el cual estaba techado con paja, llamábase Tzumulco: espantáronse de esto porque no llovió sino agua menuda, que no suelen caer rayos cuando así llueve, ni hubo tronido, sino que no saben como se encendió. […]

fenómeno 4. En la primera oración, los informantes emplean

una serie de comparaciones. El lector tiene la impresión de que ____. a. están intentando describir algo que no conocen

y no entienden b. no quieren nombrar explícitamente la cosa que describen c. quieren acentuar la extraordinaria belleza de lo que ven d. saben que es un fenómeno muy peligroso

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Nombre

Análisis literario Voces indígenas Fray Bernardino de Sahagún, Diego Muñoz Camargo, un anónimo poeta nahua 5. Considera la oración siguiente:

«…que pareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente: parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abajo, y de la parte de arriba aguda, como cuando el fuego arde; parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del cielo,…».

7. Se podría decir que los sucesos del tercer

pronóstico prefiguran ____. a. los esfuerzos de los mexicas por mantener su

religión después de la Conquista b. las batallas entre los mexicas y los españoles c. la destrucción por los españoles de muchos

templos mexicas

Esta oración está compuesta de tres frases independientes que comienzan con la misma palabra. ¿Por qué empleará esta técnica el autor?

d. la posibilidad de una relación armoniosa entre

a. Quiere describir con mucha precisión lo que ve en

a. Describen fenómenos relacionados con el fuego

el cielo.

venido del cielo.

b. No le parecen lo suficientemente vívidas las

b. Hablan de sucesos importantes que duraron

oraciones cortas.

mucho tiempo.

c. Intenta describir tres aspectos diferentes de lo que

c. Los dos acontecimientos que se describen

ve.

ocasionaron mucha destrucción.

d. Quiere reproducir con sus palabras la

d. Los mexicas cometieron un error al no atribuir

intensidad de la experiencia.

mucha importancia ni al uno ni al otro.

6. ¿Por qué les parecieron significativos a los mexicas

los acontecimientos del tercer pronóstico? a. Causaron la destrucción de muchos edificios

importantes de su ciudad. b. Fue la tormenta más violenta de que se tenía

memoria. c. La lluvia tenía un significado especial para ellos. d. Las condiciones meteorológicas no eran

propicias para un rayo.

mexicas y españoles. 8. ¿Qué tienen en común los dos pronósticos?

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Comparación entre texto e imagen Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Lee los dos fragmentos e identifica la obra a la cual pertenecen y di quiénes las escribieron. Después busca en Internet la imagen «Moctezuma mira el paso de un cometa» del Códice Durán, y estudia la imagen. Luego compara estas tres representaciones de un mismo hecho histórico, dejadas por los protagonistas, con la forma en que entendemos nosotros ese hecho histórico en la actualidad.

1.—Diez años antes que viniesen los españoles a esta tierra pareció en el cielo una cosa maravillosa y espantosa, y es, que pareció una llama de fuego muy grande, y muy resplandeciente: parecía que estaba tendida en el mismo cielo, era ancha de la parte de abajo, y de la parte de arriba aguda, como cuando el fuego arde; parecía que la punta de ella llegaba hasta el medio del cielo, levantábase por la parte del oriente luego después de la media noche, y salía con tanto resplandor que parecía de día; llegaba hasta la mañana, entonces se perdía de vista; cuando salía el sol estaba la llama en el lugar que está el sol a medio día, esto duró por espacio de un año cada noche: comenzaba en las doce casas, y cuando aparecía a la media noche toda la gente gritaba y se espantaba: todos sospechaban que era señal de algún gran mal. …diez años antes que los españoles viniesen a esta tierra, ovo una señal que se tuvo por mala abusión, agüero y extraño prodigio, y fue que apareció una columna de fuego muy flamígera, muy encendida, de mucha claridad y resplandor, con unas centellas que centellaba en tanta espesura que parecía polvoreaba centellas, de tal manera, que la claridad que de ellas salía, hacía tan gran resplandor, que parecía la aurora de la mañana. La cual columna parecía estar clavada en el cielo, teniendo su principio desde el suelo de la tierra de do comenzaba de gran anchor, de suerte que desde el pie iba adelgazando, haciendo punta que llegaba a tocar el cielo en figura piramidal, la cual aparecía a la parte del medio día y de media noche para abajo hasta que amanecía, y era de día claro que con la fuerza del sol y su resplandor y rayos era vencida, la cual señal duró un año, comenzando desde el principio del año que cuentan los naturales de doce casas, que verificada en nuestra cuenta castellana, acaeció el año de 1517. Y cuando esta abusión y prodigio se veía, hacían los naturales grandes extremos de dolor, dando grandes gritos, voces y alaridos en señal de gran espanto y dándose palmadas en las bocas, como lo suelen hacer: todos estos llantos y tristeza iban acompañados de sacrificios de sangre y de cuerpos humanos como solían hacer en viéndose en alguna calamidad y tribulación, ansí como era el tiempo y la ocasión que se les ofrecía, ansí crecían los géneros de sacrificios y supersticiones. Con esta tan grande alteración y sobresalto, acuitados de tan gran temor y espanto, tenían un continuo cuidado e imaginación de lo que podría significar tan extraña novedad, procuraban saber por adivinos y encantadores qué podría significar una señal tan extraña en el mundo jamás vista ni oída. Hase de considerar que diez años antes de la venida de los españoles, comenzaron a verse estas señales, mas la cuenta que dicen de doce casas fue el año de 1517, dos años antes que los españoles llegasen a esta tierra. (Tiempo máximo: 15 minutos)

El hombre que se convirtió en perro OSVALDO DRAGÚN

huelga—paro; abandono del empleo por los trabajadores a fin de obligar al patrón a remediar alguna falta. jubilarse—dejar de dedicarse al oficio de uno, para vivir de una pensión. pararse—levantarse; ponerse de pie. patrón—jefe; encargado; dueño. pieza—cuarto; habitación. por señas—por medio de ademanes o gestos de la mano. presupuesto—cantidad de dinero destinado a algún fin. recorrer—visitar; viajar por. requisito—factor esencial; condición impuesta. salvo que—a menos que. señalar—indicar, apuntando con la mano o con el dedo. sigilosamente—sin hacer ruido, a fin de pasar inadvertido.

Antes de leer En 1956, en medio de un clima de violencia política y represión en Argentina, Osvaldo Dragún se une al grupo de teatro independiente Fray Mocho y escribe sus Historias para ser contadas, obra de la que forma parte «El hombre que se convirtió en perro». El año anterior, un golpe de Estado había derrocado al gobierno de Juan Domingo Perón y se había instaurado una dictadura militar que gobernaría el país durante tres años. Dragún y sus compañeros abogaban por un teatro popular que sirviera como un instrumento de transformación social y política. Si bien el grupo Fray Mocho había estado enfrentado al peronismo, el advenimiento de una dictadura militar de derecha no hizo más fácil el desarrollo de las actividades de grupos de teatro independiente, como el Fray Mocho, que tenían una clara orientación marxista. Dragún debe articular su aguda crítica social y política en un ambiente de represión y censura. Con la estructura social y las instituciones dislocadas, el teatro del absurdo proporcionó a Dragún un marco para hablar de una realidad argentina plagada de contradicciones y sinsentidos. En Historias para ser contadas, Dragún combina recursos del grotesco, del teatro brechtiano, del absurdo y diversos elementos de la cultura popular para darle una nueva voz al teatro independiente argentino.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que en 1981 Dragún agregó una historia más a su obra Historias para ser contadas. La llamó «Historia del mono que se convirtió en hombre». Al igual que «El hombre que se convirtió en perro», esta obra aborda los temas del trabajo, la pérdida de la libertad, la alienación y la condición del ser humano. Fue escrita en una época con características similares a las del período que vio nacer la primera versión de Historias para ser contadas. Una dictadura militar gobernaba el país y la crisis sociopolítica y económica es parte de la vida diaria de los argentinos. Una cierta apertura del gobierno militar permite que Dragún trate de una manera más directa varios de los temas que aparecen en «El hombre que se convirtió en perro». Los estudiantes pueden buscar la nueva obra en Internet y compararla con «El hombre que se convirtió en perro».

Vocabulario adivinar—descifrar; descubrir un misterio. aguantar—soportar; aceptar. albañil (m.)—obrero que construye edificios utilizando ladrillos, piedras, cemento, etc. apiadarse—tener lástima. aplicación—esfuerzo; atención. banco— asiento para el público en un parque o en una plaza. conscripto—recluta; soldado obligado por el gobierno a prestar servicio militar. corriente—común; normal.

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Conviene saber que la influencia de Bertolt Brecht se ve reflejada en varias técnicas y recursos usados por Dragún en «El hombre que se convirtió en perro». Brecht consideraba que si el teatro iba a ser un medio para crear cambios políticos y sociales, era necesario crear un efecto de distanciamiento entre el público y la obra teatral para que el espectador adoptara una posición crítica y reflexiva en lugar de identificarse emocionalmente con la obra. Para lograr ese efecto de distanciamiento, se utilizan técnicas que se basan más en lo narrativo que en lo dramático: los actores narran o cuentan la historia en vez de representarla. El cambio brusco en el tiempo del discurso, cuando los actores pasan de narrar la historia en el presente a representar los personajes en el pasado, también es un recurso para lograr ese efecto de distanciamiento. Al tipo de teatro que tiene estas características se lo suele

denominar teatro épico. Dragún utiliza esas técnicas del teatro épico en su obra, pero también incorpora una gama de elementos culturales y lingüísticos propios del público argentino que acercan al espectador a la obra. Es una manera de hacer que el público reconozca como propia la situación planteada e impulsarlo a la acción.

Bibliografía Pellettieri, Osvaldo. Historia del teatro argentino en Buenos Aires, Vol. 4. (2005) Dragún, Osvaldo. Historias para ser contadas. (2000) Méndez-Faith, Teresa. «Visión y revisión social en la obra de Osvaldo Dragún». Reflexiones sobre teatro latinoamericano del siglo veinte. (1989)

Nombre

Explicación de texto Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Primero, identifica este fragmento y di quién es su autor. Luego explica cómo el autor resume en este fragmento las ideas principales de la obra, y cómo procura hacer que el espectador se identifique con los personajes.

ACTOR 3º — (Entra.) En fin, que cuando, después de dos años sin verlo, le preguntamos a su mujer «¿Cómo está?», nos contestó… ACTRIZ — No sé. ACTOR 2º — ¿Está bien? ACTRIZ — No sé. ACTOR 2º — ¿Está mal? ACTRIZ — No sé. ACTORES 2º y 3º — ¿Dónde está? ACTRIZ — En la perrera. ACTOR 3º — Y cuando veníamos para acá, pasó al lado nuestro un boxeador… ACTOR 2º — Y nos dijeron que no sabía leer, pero que eso no importaba porque era boxeador. ACTOR 3º — Y pasó un conscripto… ACTRIZ — Y pasó un policía… ACTOR 2º — Y pasaron… y pasaron… y pasaron ustedes. Y pensamos que tal vez podría importarles la historia de nuestro amigo… ACTRIZ — Porque tal vez entre ustedes haya ahora una mujer que piense: «¿No tendré… no tendré…?» (Musita: «perro».) ACTOR 3º — O alguien a quien le hayan ofrecido el empleo del perro del sereno… ACTRIZ — Si no es así, nos alegramos. ACTOR 2º — Pero si es así, si entre ustedes hay alguno a quien quiera convertir en perro, como a nuestro amigo, entonces…. Pero bueno, entonces esa… ¡esa es otra historia! (Tiempo máximo: 15 minutos)

Dos palabras ISABEL ALL ENDE

Antes de leer A pesar de que la fama de Isabel Allende se basa en novelas como La casa de los espíritus y El plan infinito, la autora chilena también ha cultivado el relato corto, y una espléndida prueba de este ejercicio es su colección titulada Cuentos de Eva Luna, cuya composición le tomó solamente un año. Con respecto a las diferencias entre el cuento y la novela, la autora nos dice lo siguiente: «La novela es como bordar una tapicería con muchos hilos y colores, es una suma de detalles, todo es cuestión de paciencia. . . Un cuento, en cambio, es como disparar una flecha, hay una sola oportunidad, se requiere de la mano de un buen arquero: dirección, fuerza, velocidad, buen ojo». Estos cuatro requisitos que la escritora menciona están presentes en los Cuentos de Eva Luna, donde la autora logra condensar una admirable variedad de niveles de significación que se dispersan según el poder de la imaginación del lector. El cuento «Dos palabras» reúne todas las cualidades del mundo literario de Allende; en él puede rastrearse la influencia definitiva del realismo mágico, la figura determinante de la mujer en la historia de los pueblos, el poder del amor como fuerza redentora de los seres humanos. «Dos palabras» es precisamente un relato en el que el amor se impone al poder, redimiendo de esta manera a dos personajes inmersos en una realidad de corrupción y violencia.

Vocabulario a la intemperie—al aire libre; bajo las estrellas; sin abrigo ni refugio. acierto—buena decisión; idea que da en el blanco. adivinar—averiguar por conjeturas; intuir. afecto— cariño. agregar—añadir; poner además. aguardar—esperar. ajeno—de otro. al mando de—bajo la autoridad de. alborotar—despertar; revolver.

aldea—pueblo pequeño. alelado—atontado; embobado; embelesado. alimentar—nutrir. amarrar—atar; sujetar. ante—en presencia de. arribar—llegar. áspero—tosco. atónito—asombrado; muy sorprendido. atropellar—pisar; maltratar; empujar. balbucear—articular de manera vacilante. botín—despojo; producto de un saqueo o robo. bruja—hechicera. bullicio—actividad ruidosa. burlar—esquivar; eludir. cantimplora—recipiente para guardar agua y mantenerla fresca, y para llevarla de viaje. carente de—falto de; sin tener. catedrático— profesor universitario. ceniza—residuos en forma de polvo de lo que se ha quemado. charco—hoyo en el suelo que se ha llenado de agua. chorro—cantidad de algo que sale con fuerza, con impulso. cicatriz—marca en la piel que dejan las heridas después de sanar. clavado—fijo. colina—cerro; montaña baja. comicios—elecciones. comprobar—ver confirmado; ver evidenciado. conmover—emocionar; afectar. cosecha— rendimiento de lo que se ha sembrado. criatura— niño pequeño. culebra—serpiente. de corrido—de un tirón; rápido y sin parar; seguido. descarado—sin recato; sin vergüenza; descortés. descartar—desechar; eliminar. descifrar— entender; penetrar el significado de algo. desempeñar—ejecutar; ejercer. deshacerse de—apartar de sí; quitarse de encima. deslumbrado—fascinado; impresionado. desplomarse—caerse; venirse abajo. desprenderse—emanar. desteñido—desvaído; atenuado; descolorido. discurso—oración; alocución. ejercer— desempeñar; dedicarse a. emprender—iniciar; comenzar.

empuñado—en el puño o en las manos. encantamiento—hechizo. encargo—trabajo asignado o entregado a uno por otra persona. endemoniado—endiablado; inspirado por el diablo. engaño—encubrimiento; falsedad. enterarse— informarse. enterrar—colocar en la tumba. envasado—empaquetado; apresado. espantar—ahuyentar; alejar. espejismo—ilusión vana; visión irreal. estafar—defraudar; engañar. estela—rastro dejado en el agua por un barco al pasar; por extensión, cola, o huellas. estero—arroyo. estirar— alargar. estrechar— abrazar. fastidiar— molestar. fiero—feroz; salvaje. follaje—conjunto de hojas. fulano—cualquier persona; término aplicado a una persona cuyo verdadero nombre no se menciona, o no importa. fusil—arma de fuego de cañón largo; rifle. grieta—rajadura. harto—cansado; hastiado. hombría— virilidad; cualidades varoniles. horneado—hecho en el horno. huella—rastro; impresión dejada generalmente por los pies o las manos. huir—correr; alejarse. hundirse— sumergirse. inquirir—preguntar. irremisiblemente—irrevocablemente. irrevocable—permanente; imperdonable. irrumpir—entrar súbitamente. jinete— caballista; hombre a caballo. lagarto—reptil escamoso relativamente pequeño, de cabeza triangular, patas cortas y cola larga. látigo—fusta; chicote; azote. lealtad—fidelidad; devoción. maldición—condena; anatema. maña—astucia; viveza; inteligencia. manantial—fuente natural de agua. manso—sumiso; domesticado. mísero—pobre. montuno—relativo al monte salvaje. muestra—señal; gesto. nuca—parte posterior del cuello, donde se une al cráneo. nueva—noticia. obsequiar—regalar; dar.

ofuscado—turbado; confuso. pertenencia—posesión personal. petardo—pólvora envuelta en papel, con mecha, que estalla cuando se le prende fuego. plegar—doblar. pólvora— polvo explosivo. pormenor—detalle. prensa—periódicos y revistas; periodistas; reporteros. quebradizo—frágil; que se quiebra fácilmente. rabia— furia; enojo grande. raquítico—pobre; desmejorado; poco desarrollado. rastro—señal; indicio. rebaño—grupo de ovejas. recorrer—viajar por. refulgente—resplandeciente; fulgurante; que brilla. regarse—esparcirse; difundirse; repartirse. repartir—distribuir. revisar—inspeccionar; examinar. roce—contacto leve. rostro— cara. saciar—satisfacer. sacudida— movimiento violento. saltarse— omitir. seno—pecho. sequía— período sin lluvia. solicitar—pedir. sonámbulo—el que camina dormido. subterfugio—evasión; truco. suela— cuero grueso y fuerte. sugerir— proponer. suplicante—pedigüeño; que pide ansiosamente. surgido—salido de pronto. susurrar— murmurar; hablar en voz muy baja. tarima—plataforma portátil de madera, de poca altura. tirano—déspota. tobillo—parte de la pierna que está unida al pie; articulación entre pie y pierna. tozudo—terco; empecinado; obstinado; cabeza dura. trepar—subir; escalar. turbio—impuro; sucio. vientre— estómago; interior; entrañas. vigilado—atendido; cuidado. yerbabuena—hierbabuena; planta olorosa que se usa como condimento, similar a la menta.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que «Dos palabras» es un cuento perteneciente a la corriente literaria del realismo mágico, conocido también como lo real maravilloso. Fue el escritor cubano Alejo Carpentier quien acuñó el término de «lo real maravilloso» en 1948; y un año más tarde, en el prólogo de su novela El reino de este mundo, lo explicó con detalle, aseverando que los elementos maravillosos, mágicos y extraordinarios no hay que buscarlos deliberadamente en los sueños, al modo de los surrealistas franceses, sino en la realidad; sobre todo en esa realidad histórica y natural del continente americano, lleno de episodios increíbles, de paisajes exuberantes, de personajes y circunstancias inverosímiles. El representante más famoso de esta corriente es el colombiano Gabriel García Márquez, que ha ejercido una notable influencia en Isabel Allende, tanto a nivel de contenido como de forma. El cuento «Dos palabras», por ejemplo, tiene muchos elementos que provienen de la obra del novelista colombiano: Belisa Crepusculario nos recuerda al gitano Melquíades de Cien años de soledad; el contexto histórico de la Guerra Civil trae a la memoria los conflictos políticos y militares que desangran al pueblo mítico de Macondo; el coronel de quien Belisa se enamora parece la sombra de aquel famoso coronel Aureliano Buendía; los pueblos remotos y desérticos que Allende describe se emparentan con las aldeas lejanas que la pluma de García Márquez cubre de luz solar y de polvo; el viejo que espera su pensión por más de 17 años es el vivo retrato de aquel coronel desesperanzado que no tiene quien le escriba; y finalmente Belisa, mujer fuerte y resistente, parece hija o nieta de Úrsula Iguarán, la figura matriarcal que emerge de la selva espesa de Rioacha. Todos estos elementos, sin embargo, adquieren una nueva dimensión en un contexto literario donde la mujer desempeña el papel principal: ella es la trovadora, la portadora de tradiciones orales que circulan de pueblo en pueblo, la sacerdotisa que imprime su poder mágico en cada palabra, la artífice del verbo del hechizo; y por si esto fuera poco, la mujer es también el único ser capaz de subyugar al poder, diluyendo su

malignidad en la verdad y pureza del sentimiento amoroso. Conviene saber que la trama de «Dos palabras» coloca a Belisa Crepusculario en dos situaciones radicalmente opuestas: en la primera parte del cuento, Belisa desempeña de papel del juglar, artista nómada que difunde la riqueza de la tradición oral colectiva; y en la segunda parte, Belisa se ve forzada a escribir discursos electorales, pasando de esta manera del servicio al pueblo a la servidumbre forzosa a que la somete un grupo con ambiciones políticas. Este hecho está basado en la realidad latinoamericana, donde muchos escritores se ven obligados a colaborar con grupos políticos o gobiernos con los cuales no simpatizan. Lo interesante del cuento de Isabel Allende es que sigue el rumbo inverso al de la realidad: en lugar de que el poder transforme a Belisa Crepusculario en una esclava obediente, es Belisa Crepusculario quien transforma al poder por obra del amor. Conviene saber que en «Dos palabras» hay otro tema de singular importancia. Así como el arte puede servir tanto a fines generosos como a propósitos crueles, sin que tal haya sido la intención del artista, las palabras pueden cargar contenidos que corroboran los valores éticos humanos o ideas enmascaradas cuya verdadera meta es la concentración del poder y la riqueza. Por un lado la palabra puede mantener vivos los valores y la cultura de un pueblo, y por otro puede ser la herramienta del discurso político demagógico desplegado con el fin de engañar a las masas. La magia de Belisa Crepusculario reside en su capacidad de dotar de nueva vida a las palabras, de rescatarlas de esos grandes cementerios verbales que son los diccionarios, de rescatarlas para las causas nobles, limpiándolas de la corrupción con que las ha maculado el discurso político. Así, cuando a Belisa se le encomienda la elaboración del discurso del coronel, en lugar de escribir una proclama convencional, comunica a cada palabra suya su magia, su verdad; descarta las palabras ásperas y secas, las de excesivo ornamento, las que prometen cosas improbables, las que venden sueños irrealizables, las que solamente sirven para confundir a los seres humanos, y se queda con la palabra desnuda y directa, que sabe llegar al corazón humano. De esto puede deducirse que para

Isabel Allende el estilo no es solamente una empresa estética, sino también una empresa moral, ética. Conviene saber que entre las características más interesantes de «Dos palabras» figura el carácter cerrado y simbólico del mundo que describe. La historia tiene un principio y un final claramente discernibles y los conflictos hallan una solución satisfactoria. La trayectoria de Belisa Crepusculario parece resumir el largo camino recorrido por el ser humano a través de los siglos; allí puede apreciarse el emigrar de la aldea primitiva en busca de la civilización y el progreso, el salto del lenguaje oral al lenguaje escrito, y la paulatina desaparición de los

gobiernos dictatoriales en beneficio de la democracia. Y coronando todo este progreso de apariencia lineal, al caos generado por la ambición de poder le sustituye la armonía instaurada por el amor.

DOS PALABRAS Isabel Allende

T

enía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de

su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá. Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos de animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros. Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed. — ¿Qué es esto? -preguntó.

- La página deportiva del periódico -replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia. La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel. — Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round. Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas. Varios años después, en una mañana de agosto, se encontraba Belisa Crepusculario en el centro de una plaza, sentada bajo su toldo vendiendo argumentos de justicia a un viejo que solicitaba su pensión desde hacía diecisiete años. Era día de mercado y había mucho bullicio a su alrededor. Se escucharon de pronto galopes y gritos, ella levantó los ojos de la escritura y vio primero una nube de polvo y enseguida un grupo de jinetes que irrumpió en el lugar. Se trataba de los hombres del Coronel, que venían al mando del Mulato, un gigante conocido en toda la zona por la rapidez de su cuchillo y la lealtad hacia su jefe. Ambos, el Coronel y el Mulato, habían pasado sus vidas ocupados en la Guerra Civil y sus nombres estaban irremisiblemente unidos al estropicio y la calamidad. Los guerreros entraron al pueblo como un rebaño en estampida, envueltos en ruido, bañados de sudor y dejando a su paso un espanto de huracán. Salieron volando las gallinas, dispararon a perderse los perros, corrieron las mujeres con sus hijos y no quedó en el sitio del mercado otra alma viviente que Belisa Crepusculario, quien no había visto jamás al Mulato y por lo mismo le extrañó que se dirigiera a ella. — A ti te busco -le gritó señalándola con su látigo enrollado y antes que terminara de decirlo, dos hombres cayeron encima de la mujer atropellando el toldo y rompiendo el tintero, la ataron de pies y manos y la colocaron atravesada como un bulto de marinero sobre la grupa de la bestia del Mulato. Emprendieron galope en dirección a las colinas. Horas más tarde, cuando Belisa Crepusculario estaba a punto de morir con el corazón convertido en arena por las sacudidas del caballo, sintió que se detenían y cuatro manos poderosas la depositaban en tierra. Intentó ponerse de pie y levantar la cabeza con dignidad, pero le fallaron las fuerzas y se desplomó con un suspiro, hundiéndose en un sueño ofuscado. Despertó varias horas después con el murmullo de la noche en el campo, pero no tuvo tiempo de descifrar esos sonidos, porque al abrir los ojos se encontró ante la mirada impaciente del Mulato, arrodillado a su lado. — Por fin despiertas, mujer -dijo alcanzándole su cantimplora para que bebiera un sorbo de aguardiente con pólvora y acabara de recuperar la vida. Ella quiso saber la causa de tanto maltrato y él le explicó que el Coronel necesitaba sus servicios. Le permitió mojarse la cara y enseguida la llevó a un extremo del campamento, donde el hombre más temido del país reposaba en una hamaca colgada entre dos árboles. Ella no pudo verle el rostro, porque tenía encima la

sombra incierta del follaje y la sombra imborrable de muchos años viviendo como un bandido, pero imaginó que debía ser de expresión perdularia si su gigantesco ayudante se dirigía a él con tanta humildad. Le sorprendió su voz, suave y bien modulada como la de un profesor. — ¿Eres la que vende palabras? -preguntó. — Para servirte -balbuceó ella oteando en la penumbra para verlo mejor. El Coronel se puso de pie y la luz de la antorcha que llevaba el Mulato le dio de frente. La mujer vio su piel oscura y sus fieros ojos de puma y supo al punto que estaba frente al hombre más solo de este mundo. — Quiero ser Presidente -dijo él. Estaba cansado de recorrer esa tierra maldita en guerras inútiles y derrotas que ningún subterfugio podía transformar en victorias. Llevaba muchos años durmiendo a la intemperie, picado de mosquitos, alimentándose de iguanas y sopa de culebra, pero esos inconvenientes menores no constituían razón suficiente para cambiar su destino. Lo que en verdad le fastidiaba era el terror en los ojos ajenos. Deseaba entrar a los pueblos bajo arcos de triunfo, entre banderas de colores y flores, que lo aplaudieran y le dieran de regalo huevos frescos y pan recién horneado. Estaba harto de comprobar cómo a su paso huían los hombres, abortaban de susto las mujeres y temblaban las criaturas, por eso había decidido ser Presidente. El Mulato le sugirió que fueran a la capital y entraran galopando al Palacio para apoderarse del gobierno, tal como tomaron tantas otras cosas sin pedir permiso, pero al Coronel no le interesaba convertirse en otro tirano, de ésos ya habían tenido bastantes por allí y, además, de ese modo no obtendría el afecto de las gentes. Su idea consistía en ser elegido por votación popular en los comicios de diciembre. — Para eso necesito hablar como un candidato. ¿Puedes venderme las palabras para un discurso? -preguntó el Coronel a Belisa Crepusculario. Ella había aceptado muchos encargos, pero ninguno como ése, sin embargo no pudo negarse, temiendo que el Mulato le metiera un tiro entre los ojos o, peor aún, que el Coronel se echara a llorar. Por otra parte, sintió el impulso de ayudarlo, porque percibió un palpitante calor en su piel, un deseo poderoso de tocar a ese hombre, de recorrerlo con sus manos, de estrecharlo entre sus brazos. Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquellas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. La condujeron nuevamente donde el Coronel y al verlo ella volvió a sentir la misma palpitante ansiedad del primer encuentro. Le pasó el papel y aguardó, mientras él lo miraba sujetándolo con la punta de los dedos. —¿Qué carajo dice aquí? -preguntó por último. —¿No sabes leer? — Lo que yo sé hacer es la guerra -replicó él.

Ella leyó en alta voz el discurso. Lo leyó tres veces, para que su cliente pudiera grabárselo en la memoria. Cuando terminó vio la emoción en los rostros de los hombres de la tropa que se juntaron para escucharla y notó que los ojos amarillos del Coronel brillaban de entusiasmo, seguro de que con esas palabras el sillón presidencial sería suyo. — Si después de oírlo tres veces los muchachos siguen con la boca abierta, es que esta vaina sirve, Coronel -aprobó el Mulato. — ¿Cuánto te debo por tu trabajo, mujer? -preguntó el jefe. — Un peso, Coronel. — No es caro -dijo él abriendo la bolsa que llevaba colgada del cinturón con los restos del último botín. — Además tienes derecho a una ñapa. Te corresponden dos palabras secretas -dijo Belisa Crepusculario. — ¿Cómo es eso? Ella procedió a explicarle que por cada cincuenta centavos que pagaba un cliente, le obsequiaba una palabra de uso exclusivo. El jefe se encogió de hombros, pues no tenía ni el menor interés en la oferta, pero no quiso ser descortés con quien lo había servido tan bien. Ella se aproximó sin prisa al taburete de suela donde él estaba sentado y se inclinó para entregarle su regalo. Entonces el hombre sintió el olor de animal montuno que se desprendía de esa mujer, el calor de incendio que irradiaban sus caderas, el roce terrible de sus cabellos, el aliento de yerbabuena susurrando en su oreja las dos palabras secretas a las cuales tenía derecho. — Son tuyas, Coronel -dijo ella al retirarse-. Puedes emplearlas cuanto quieras. El Mulato acompañó a Belisa hasta el borde del camino, sin dejar de mirarla con ojos suplicantes de perro perdido, pero cuando estiró la mano para tocarla, ella lo detuvo con un chorro de palabras inventadas que tuvieron la virtud de espantarle el deseo, porque creyó que se trataba de alguna maldición irrevocable. En los meses de setiembre, octubre y noviembre el Coronel pronunció su discurso tantas veces, que de no haber sido hecho con palabras refulgentes y durables el uso lo habría vuelto ceniza. Recorrió el país en todas direcciones, entrando a las ciudades con aire triunfal y deteniéndose también en los pueblos más olvidados, allí, donde sólo el rastro de basura indicaba la presencia humana, para convencer a los electores que votaran por él. Mientras hablaba sobre una tarima al centro de la plaza, el Mulato y sus hombres repartían caramelos y pintaban su nombre con escarcha dorada en las paredes, pero nadie prestaba atención a esos recursos de mercader, porque estaban deslumbrados por la claridad de sus proposiciones y la lucidez poética de sus argumentos, contagiados de su deseo tremendo de corregir

los errores de la historia y alegres por primera vez en sus vidas. Al terminar la arenga del candidato, la tropa lanzaba pistoletazos al aire y encendía petardos y cuando por fin se retiraban, quedaba atrás una estela de esperanza que perduraba muchos días en el aire, como el recuerdo magnífico de un cometa. Pronto el Coronel se convirtió en el político más popular. Era un fenómeno nunca visto, aquel hombre surgido de la guerra civil, lleno de cicatrices y hablando como un catedrático, cuyo prestigio se regaba por el territorio nacional conmoviendo el corazón de la patria. La prensa se ocupó de él. Viajaron de lejos los periodistas para entrevistarlo y repetir sus frases, y así creció el número de sus seguidores y de sus enemigos. — Vamos bien, Coronel -dijo el Mulato al cumplirse doce semanas de éxito. Pero el candidato no lo escuchó. Estaba repitiendo sus dos palabras secretas, como hacía cada vez con mayor frecuencia. Las decía cuando lo ablandaba la nostalgia, las murmuraba dormido, las llevaba consigo sobre su caballo, las pensaba antes de pronunciar su célebre discurso y se sorprendía saboreándolas en sus descuidos. Y en toda ocasión en que esas dos palabras venían a su mente, evocaba la presencia de Belisa Crepusculario y se le alborotaban los sentidos con el recuerdo de olor montuno, el calor de incendio, el roce terrible y el aliento de yerbabuena, hasta que empezó a andar como un sonámbulo y sus propios hombres comprendieron que se le terminaría la vida antes de alcanzar el sillón de los presidentes. — ¿Qué es lo que te pasa, Coronel? -le preguntó muchas veces el Mulato, hasta que por fin un día el jefe no pudo más y le confesó que la culpa de su ánimo eran esas dos palabras que llevaba clavadas en el vientre. — Dímelas, a ver si pierden su poder -le pidió su fiel ayudante. — No te las diré, son sólo mías -replicó el Coronel. Cansado de ver a su jefe deteriorarse como un condenado a muerte, el Mulato se echó el fusil al hombro y partió en busca de Belisa Crepusculario. Siguió sus huellas por toda esa vasta geografía hasta encontrarla en un pueblo del sur, instalada bajo el toldo de su oficio, contando su rosario de noticias. Se le plantó delante con las piernas abiertas y el arma empuñada. — Tú te vienes conmigo -ordenó. Ella lo estaba esperando. Recogió su tintero, plegó el lienzo de su tenderete, se echó el chal sobre los hombros y en silencio trepó al anca del caballo. No cruzaron ni un gesto en todo el camino, porque al Mulato el deseo por ella se le había convertido en rabia y sólo el miedo que le inspiraba su lengua le impedía destrozarla a latigazos. Tampoco estaba dispuesto a comentarle que el Coronel andaba alelado, y que lo que no habían logrado tantos años de batallas lo había conseguido un encantamiento susurrado al oído. Tres días después llegaron al campamento y de inmediato condujo a su prisionera hasta el candidato, delante de toda la tropa. — Te traje a esta bruja para que le devuelvas sus palabras, Coronel, y para que ella te devuelva la hombría -dijo apuntando el cañón de su fusil a la nuca de la mujer. El Coronel y Belisa Crepusculario se miraron largamente, midiéndose desde la distancia. Los hombres comprendieron entonces que ya su jefe no podía deshacerse del hechizo de esas dos palabras endemoniadas, porque todos pudieron ver los ojos carnívoros del puma tornarse mansos cuando ella avanzó y le tomó la mano.

Nombre

Análisis literario Dos palabras Isabel Allende Este texto es del cuento «Dos palabras», de Isabel Allende. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo 2. Al leer la descripción de cómo observa el Mulato Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las a Belisa, el lector puede concluir que el Mulato palabras apropiadas para un discurso presidencial, ____. vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba a. quiere ayudarla a escapar y regresar a casa los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus b. le tiene lástima por la situación en la que se senos virginales. Descartó las palabras ásperas y encuentra secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas c. se siente atraído hacia ella por su belleza improbables, las carentes de verdad y las confusas, d. se interesa por la manera en la que Belisa para quedarse sólo con aquéllas capaces de tocar con compone el discurso certeza el pensamiento de los hombres y la intuición 3. La autora usa las palabras «ásperas», «secas» y de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos «floridas» para describir diferentes clases de comprados al cura por veinte pesos, escribió el palabras. ¿Qué puede decirse acerca de estos tres discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al adjetivos? Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. a. Son diferentes maneras de describir la misma clase de palabras. b. Son palabras muy poco frecuentes en el español 1. ¿Qué le dice al lector el hecho de que Belisa tarde

toda una noche y parte de un día en escribir el discurso? a. Tiene mucho miedo y no puede pensar de

forma clara.

que se habla todos los días. c. Las tres se usan con frecuencia para describir sustancias que se pueden tocar o ver. d. Las tres describen categorías de palabras que le gustan a Belisa.

b. No tiene mucha experiencia escribiendo

discursos políticos. c. No apoya la candidatura del hombre para quien

4. Las palabras que están «desteñidas por el abuso»

escribe el discurso.

probablemente son aquellas que ____.

d. Escribir bien requiere mucho esfuerzo y

a. se han usado tanto que ya no tienen mucha

tiempo.

fuerza b. han cambiado de significado a lo largo del tiempo c. insultan y ofenden a las personas que las

escuchan d. sólo son empleadas por ciertos sectores de la población

Nombre

Análisis literario Dos palabras Isabel Allende 5. Al usar descriptores como «ásperas», «secas»,

«floridas» y «desteñidas» para referirse a las palabras, Allende se vale del uso retórico conocido como ____. a. hipérbole b. onomatopeya c. gradación d. sinestesia

Aquí unas palabras se describen como «ásperas y secas», y otras como «carentes de verdad». Acerca de estas dos descripciones se puede afirmar que ____. 6.

a. las dos se refieren principalmente al significado de

las palabras b. las dos se refieren principalmente a la forma de las palabras c. la primera se refiere a la forma y la segunda al

significado d. la primera se refiere al significado y la segunda a la

forma 7. El uso de la enumeración en este texto—es decir,

«las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas»—, tiene el efecto de ____. a. insistir en el temor que siente Belisa b. revelar que Belisa se esfuerza por retardar el

momento de terminar el discurso c. impartir un sentido de la infelicidad del oficio de escribir d. evocar vívidamente la labor de escribir

8. Belisa emplea palabras que tocan «el pensamiento

de los hombres y la intuición de las mujeres». Con esta frase, la autora parece sugerir que ____. a. los hombres y las mujeres interpretan las

palabras de la misma manera b. las palabras que les agradan a los hombres no son

las que les gustan a las mujeres c. las palabras actúan principalmente sobre las

emociones de la gente d. las palabras influyen tanto a nivel intelectual

como en el plano de las emociones 9. Belisa está amarrada a un árbol mientras escribe el

discurso. Acerca de esta situación el lector puede concluir que ____. a. en muchas situaciones, la fuerza física es más

importante que la del lenguaje b. el lenguaje puede ser un arma importante

aunque uno esté privado de la libertad física c. la libertad es indispensable si uno quiere escribir bien d. el Mulato espera que Belisa fracase en su

intento de escribir un discurso 10. Para el desenlace de esta escena, importa más el

hecho de que ____. a. el Mulato privó a Belisa de libertad de

movimiento mediante una cuerda b. Belisa ha tenido desde antes el poder de

liberarse a sí misma mediante su propia habilidad con la palabra c. el Mulato es hombre y Belisa es mujer d. fue humillante tener a la protagonista atada por

los tobillos a un árbol

Comparación entre texto e imagen Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Primero, identifica la obra a la cual pertenece este fragmento y di quién lo escribió. Después, busca en Internet la fotografía Organista en la capilla de Tinta, del fotógrafo peruano Martín Chambi Jiménez. ¿Qué dicen este fragmento de texto y la foto con respecto al papel de las artes en la vida de la gente de clases marginadas o de escasos recursos económicos?

Toda la noche y buena parte del día siguiente estuvo Belisa Crepusculario buscando en su repertorio las palabras apropiadas para un discurso presidencial, vigilada de cerca por el Mulato, quien no apartaba los ojos de sus firmes piernas de caminante y sus senos virginales. Descartó las palabras ásperas y secas, las demasiado floridas, las que estaban desteñidas por el abuso, las que ofrecían promesas improbables, las carentes de verdad y las confusas, para quedarse sólo con aquéllas capaces de tocar con certeza el pensamiento de los hombres y la intuición de las mujeres. Haciendo uso de los conocimientos comprados al cura por veinte pesos, escribió el discurso en una hoja de papel y luego hizo señas al Mulato para que desatara la cuerda con la cual la había amarrado por los tobillos a un árbol. […]

No oyes ladrar los perros J U AN R UL F O

Antes de leer

Vocabulario

En este cuento, hay misterios no resueltos, y por eso mismo es mayor nuestra fascinación. ¿De dónde vienen este padre y este hijo? El joven, ¿qué heridas ha sostenido? Su silencio al fin, ¿señala su muerte, a pesar del esfuerzo sobrehumano del padre? A la manera de los romances del Medioevo, «No oyes ladrar los perros» se abre y se cierra in medias res, en plena acción, abruptamente. Puesto que Rulfo nos traza un ambiente rural jalisciense—del estado de Jalisco, en México—, aquella herencia bien puede filtrarse a través del corrido mexicano, heredero directo del romance. Tal como lo hace este cuento, los corridos suelen presentar la violencia y la crueldad en lenguaje llano, como cosa cotidiana. Lo que le queda al lector es el momento dramático. El cuento nos tiene suspensos en lo que se ha descrito como la sorda quietud y el laconismo casi onírico que nace de la pluma de Juan Rulfo.1 Experimentamos un lúgubre trasfondo físico, casi desprovisto de detalles: piedras esparcidas aquí, la orilla de un arroyo allá, un paredón, y la luz curiosamente repentina de una luna llena, que repetidas veces estira y oscurece la sombra del padre en ardua lucha por llegar a Tonaya con todo el peso del hijo encima. Aquella luna grande y redonda es por turnos colorada o casi azul, y viaja enfrente, dando ya sobre el rostro del hijo, ya sobre el del padre, como guía que indica, al fin, los tejados del pueblo. Los escasos pero suficientes objetos con que Rulfo puebla el medio ambiente de su cuento, son análogos a los también escasos pero suficientes hechos con que precisa las circunstancias del drama moral de su cuento.

a como dé lugar—sea como sea; venga lo que venga. a estas alturas—ya; ahora; en este momento. difunto—muerto. enderezarse—pararse; ponerse derecho. rabioso—de mal genio; enojadizo, furioso. recargarse—apoyarse. sacudida— movimiento agitado. sollozar—llorar convulsivamente. sonaja—juguete infantil que suena cuando el bebé lo agita. sostén—fuente de apoyo económico, emocional o moral. trabado—apretado; agarrado; enlazado. treparse— encaramarse; subir.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que el crítico Luis Harss ha resumido de la siguiente manera la importancia de Juan Rulfo en las letras hispanas: «La breve y brillante carrera de Juan Rulfo ha sido uno de los milagros de nuestra literatura. No es propiamente un renovador, sino al contrario el más sutil de los tradicionalistas. Pero justamente en eso está su fuerza. Escribe sobre lo que conoce y siente, con la sencilla pasión del hombre de la tierra en contacto inmediato y profundo con las cosas elementales: el amor, la muerte, la esperanza, el hambre, la violencia. Con él la literatura regional pierde su militancia panfletaria, su folklore. Rulfo no filtra la realidad a través del lente de los prejuicios

civilizados. La muestra directamente, al desnudo. Es 1

Carlos Blanco Aguinaga, «Realidad y estilo de Juan Rulfo», Revista Mexicana de Literatura. N° I, 1957. Citado en Antonio Benítez Rojo, Ed., Recopilación de textos sobre Juan Rulfo. Centro de Investigaciones Literarias, Casa de las Américas, La Habana, 1969, pág. 155.

un hombre en oscuro concierto con la poesía cruel y primitiva de los yermos, las polvaredas aldeanas, las plagas y las insolaciones, las humildes alegrías de la cosecha, la ardua labor de vidas menesterosas eternamente al borde de la peste, la fatiga y la

desesperación. Su lenguaje es tan parco y severo como su mundo. No es un moralizador, y no catequiza nunca. Llora sencillamente el gangrenamiento de las viejas regiones agostadas donde la miseria ha abierto llagas que arden como llamaradas bajo un eterno sol de mediodía, donde un destino pestilente ha convertido zonas que eran en un tiempo vegas y praderas en tumbas fétidas. Es un estoico que no vitupera la traición y la injusticia sino que las sufre en silencio como parte de la epidemia de la vida misma. Es un necrólogo de pluma afilada que talla en la piedra y el mármol. Por eso su obra brilla con un fulgor lapidario. Está escrita con sangre.»2 Conviene saber que, para Rulfo, el ladrar de los perros connota el despertar de la esperanza. El llano en llamas (1953), colección de cuentos en la que Rulfo brindó al mundo «No oyes ladrar los perros», tiene otro como su primer cuento: «Nos han dado la tierra». En éste, el escritor abre la narración con el ladrar de perros; las primeras frases definen su significado: «Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de nada, se oye el ladrar de los perros. Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.» Conviene saber que la fama de Juan Rulfo se basa en sólo dos tomos: la colección de cuentos El llano en llamas (1953) y la novela mágicorrealista Pedro Páramo (1955); tuvieron una acogida inmediata por

parte de críticos y público. Del lenguaje rulfiano, Carlos Fuentes ha dicho que «por primera vez es el que el pueblo siente y piensa, y no una reproducción de lo que se habla. El éxito de Rulfo en esta área marca, en la literatura mexicana, una revolución semejante a la de García Márquez en las letras españolas. Ambas llegan a una forma artística en que el lenguaje popular expresa los conflictos que una reproducción fiel y sin discernimiento hubiera pasado por alto. Ambos, por medio de la imaginación poética, hacen al lenguaje popular transmisible y por eso utilizable y perdurable en la literatura.»3

Bibliografía Antonio Benítez Rojo, Ed., Recopilación de textos sobre Juan Rulfo. (1969) Luis Harss, «Juan Rulfo, o La pena sin nombre», Los nuestros. (1966) Martínez Carrizales, Leonardo, Ed., Juan Rulfo: los caminos de la fama pública. (1998)

3 2

Luis Harss. «Juan Rulfo o la pena sin nombre», Los nuestros. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966, págs. 314–315.

Carlos Fuentes, «Pedro Paramo», Juan Rulfo, los caminos de la fama publica, Leonardo Martínez Carrizales, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1998, pág. 112.

No oyes ladrar a los perros —TÚ QUE VAS allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte. —No se ve nada. —Ya debemos estar cerca. —Sí, pero no se oye nada. —Mira bien. —No se ve nada. —Pobre de ti, Ignacio. La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante. La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda. —Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio. —Sí, pero no veo rastro de nada. —Me estoy cansando. —Bájame. El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces. —¿Cómo te sientes? —Mal. Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja. Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba: —¿Te duele mucho? —Algo —contestaba él. Primero le había dicho: "Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco." Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía. Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.

—No veo ya por dónde voy —decía él. Pero nadie le contestaba. E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo. —¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien. Y el otro se quedaba callado. Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderezaba para volver a tropezar de nuevo. —Este no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme qué ves, tú que vas allá arriba, Ignacio? —Bájame, padre. —¿Te sientes mal? —Sí —Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean. Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse. —Te llevaré a Tonaya. —Bájame. Su voz se hizo quedita, apenas murmurada: —Quiero acostarme un rato. —Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado. La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hijo. —Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas. Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar. —Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La

parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí está mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije: “Ese no puede ser mi hijo.” —Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo. —No veo nada. —Peor para ti, Ignacio. —Tengo sed. —¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír. —Dame agua. —Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo. —Tengo mucha sed y mucho sueño. —Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas. Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolo de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza; allá arriba, se sacudía como si sollozara. Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas. —¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima”. ¿Pero usted, Ignacio? Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaván, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.

Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. —¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

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Análisis literario No oyes ladrar los perros Juan Rulfo Este texto es el final del cuento «No oyes ladrar los perros», de Juan Rulfo. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas. —¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que, en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: «No tenemos a quién darle nuestra lástima». ¿Pero usted, Ignacio? Allí estaba el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejabán, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado. Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. —¿Y tú no los oías, Ignacio? –dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

1. ¿Dónde está Ignacio al principio del pasaje?

4. Según el padre, ¿cuál es la diferencia entre Ignacio

y sus amigos?

a. en los hombros de su padre

a. Ellos no se metían constantemente en

b. al lado de su padre

problemas como lo hacía Ignacio.

c. en los brazos de su padre

b. Ellos les causaban dolor a sus familiares.

d. detrás de su padre 2. ¿Cuál es el problema de Ignacio?

c. A ellos les faltaba la agresividad de Ignacio. d. Ellos no tenían seres queridos a quienes sus

a. Está enfermo.

c. Es ciego.

acciones pudieran hacer daño.

b. Está herido.

d. Es sordo.

5. ¿Por qué trata el padre a su hijo de «usted»?

3. Después de leer este texto, el lector puede concluir

que ____.

a. Su hijo es casi ya un adulto. b. Tiene mucho respeto a Ignacio.

a. Ignacio no trataba con respeto a sus padres

c. No siempre lo hace; lo hace cuando lo regaña.

b. el padre de Ignacio no amaba a su madre

d. Tiene miedo a su hijo.

c. Ignacio era un hijo obediente d. Ignacio tenía siempre amigos muy buenos

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Análisis literario No oyes ladrar los perros Juan Rulfo 6. En el cuarto párrafo, es obvio que el padre está

cansado. Esto se debe a que ____. a. Ignacio es una carga física muy pesada para él b. Ignacio es una carga moral muy pesada para él c. Ignacio es una carga física y moral muy pesada

para él

7. Al final del texto, Ignacio ____. a. se siente mejor b. se arrepiente c. camina sin apoyo d. puede estar muerto

d. Es un hombre anciano y débil

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Explicación de texto Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Primero, identifica este fragmento y di quién lo escribió. ¿Quién le habla a quién? ¿Cómo caracterizas la actitud de la persona que habla hacia la persona a quien se dirige? Cita ejemplos del texto.

Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas. —¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que, en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: «No tenemos a quién darle nuestra lástima». ¿Pero usted, Ignacio? Allí estaba el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejabán, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado. Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros. —¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

(Tiempo máximo: 15 minutos)

El ahogado más hermoso del mundo G ABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

buzo—persona que se sumerge en el mar con el auxilio de un aparato respiratorio. corpulento—grande de cuerpo. de gala—para ocasiones especiales; elegante. descalabrarse—romperse la crisma; darse golpes en la cabeza. descomunal—enorme; grandísimo. desvalido—indefenso; abandonado. escaldado—quemado; escocido; rojo por irritado. espinazo—columna vertebral; por extensión, la espalda. estrechez—pequeñez. extraviado—perdido. fachada—frente de una casa. fluvial—del río. fondear—quedar en el fondo del mar. galeón— barco español grande, de velas, con 3 ó 4 mástiles, muy usado en los siglos XVII y XVIII. girasol— flor que gira sobre su tallo para estar siempre de cara al sol. grieta— rajadura; rotura. ilusión—esperanza. menesteroso—necesitado; pobre. mezquino— tacaño; miserable; egoísta; indigno. naufragio— desastre marítimo; hundimiento de barcos. piltrafas— trapos; andrajos; pedazos inservibles. porfiado—insistente; obstinado; tenaz; testarudo; terco; empecinado. pródigo—muy generoso. rezongar— quejarse entre dientes. semblante—cara; rostro; aspecto; expresión. servicial— dispuesto a ayudar al prójimo. sietemesino—nacido prematuramente, con sólo 7 meses de gestación. sigiloso—silencioso; secreto; misterioso; cauteloso. sopor—adormecimiento; modorra; atmósfera soñolienta.

Antes de leer Existen grandes paralelos entre nuestra tradición mítica legendaria y «El ahogado más hermoso del mundo». El ahogado comparte un talento con el enigmático marinero del «Romance del conde Arnaldos» (S. XV), quien entona una canción «que la mar facía en calma,/los vientos face amainar,/los peces que andan n‘el hondo/arriba los face andar». Según las mujeres del pueblo de García Márquez, Esteban «habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres». Oyendo a distancia el llanto del pueblo en los funerales de Esteban, unos marineros pierden el rumbo, y otro se amarra al palo mayor, «recordando antiguas fábulas de sirenas». Esteban mismo habla, en la imaginación de las mujeres, de dejar de estorbar, tropezando pendiente abajo amarrado a un áncora de galeón. En «El ahogado más hermoso del mundo» entramos en un mundo quimérico, y presenciamos la creación de un mito. Al consignar a Esteban al mar de donde vino, con toda la pompa y ceremonia de que es digno un héroe mitológico, el pueblo se afana en que su ahogado goce del favor de los dioses, que le acompañe la suerte, y que no se pierda en sus futuras andanzas en alta mar. Toman la decisión muy sensata de no encadenarle a los tobillos la típica ancla de buque mercante, porque guardan viva la esperanza de que vuelva si quiere. tenaz—persistente.

tuétano—canal de los huesos; en sentido figurado, lo más profundo del ser. velar—acompañar un cadáver durante la noche, hasta enterrarlo.

Vocabulario a la deriva—flotando sin rumbo; al garete. acantilado—precipicio; despeñadero. ajeno—extraño; de otro lugar. al garete—flotando sin rumbo; sin rumbo fijo; a la deriva. alboroto—tumulto; jaleo; escándalo. altivez—orgullo; altanería; soberbia. arcón—arca grande; cajón. aspaviento—demostración exagerada de inconformidad.

Abriendo puertas: Recursos en línea

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

1

© Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company

Después de leer Conviene saber que la «vela cangreja» de la que las mujeres del pueblo quieren hacerle al ahogado unos pantalones, es una vela de lona o lienzo fuerte, en forma de trapezoide, usada en algunos barcos veleros. Llegamos a saber, a fin de cuentas, que a las mujeres les queda corta la medida de la vela cangreja para hacerle los pantalones al ahogado, tan descomunal es su tamaño, y a Esteban le quedan como pantalones de sietemesino, o sea, como pantalones para niño nacido después de siete meses, en lugar de los nueve meses de un embarazo normal. Conviene saber que el uso figurado de la palabra fiambre, para referirse al muerto, es vulgar y despectivo. Típicamente fiambre es una carne cocida para que pueda conservarse y comerse fría; fiambres son, entre otras cosas, las salchichas, el salame y el jamón. El valerse los hombres de esta palabra al referirse a Esteban, equivale a menospreciar al ahogado, manifestando la irritación que sienten ante la repentina fascinación de las mujeres del pueblo por un muerto a quien nadie conoce. Claro que Esteban también, en las fantasías de las mujeres, se refiere a sí mismo, humildemente, como fiambre, queriendo «no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que nada tiene que ver conmigo». Se disculpa, con acostumbrada diplomacia, por la torpeza de su descomunal figura. Conviene saber que, al ocurrírseles a los hombres identificar a Esteban con Sir Walter Raleigh, se insinúa un nuevo nivel histórico/mítico en la magra realidad de este pueblo de veinte casas de tablas en un cabo desértico. Aunque Raleigh es el único héroe aventurero tratado por su nombre, el caso es que García Márquez entreteje en su texto elementos léxicos que sutilmente sugieren otros, a saber: Ulises, el protagonista del poema épico de Homero, la Odisea (por los filamentos de medusas1 y los restos de cardúmenes y naufragios2 que Esteban

lleva encima a su llegada; por la mención de los dédalos3 de la fantasía de las mujeres; y porque Esteban parece haber transitado por laberintos— dédalos—de coral) Gulliver, de la novela Los viajes de Gulliver de Jonathan Swift (por el descomunal tamaño, tanto de Gulliver como de Esteban; los habitantes de Lilliput no sobrepasan las seis pulgadas); y Kukulcán/Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, dios de algunos pueblos de Mesoamérica (de origen desconocido, Kukulcán/Quetzalcóatl llegó por mar, tuvo una influencia civilizadora sobre aquellos pueblos, y partió después, prometiendo volver). Sir Walter Raleigh (1554–1618) fue un navegante y aventurero inglés, favorito de la reina Elizabeth I. Raleigh intentó sin éxito colonizar la Isla Roanoke de Virginia, en 1584, y multiplicó las expediciones e incursiones inglesas contra los españoles. Parece, sin embargo, que no participó en la derrota de la Armada Española en 1588. Al perder el favor de la reina por seducir a una de sus damas de honor, y por su piratería, aprovechó para salir a hacer una expedición a la América del Sur. Años más tarde, después de un encarcelamiento de trece años en la Torre de Londres, salió en busca del legendario El Dorado, penetrando trescientas millas por el río Orinoco en lo que es hoy Venezuela. Fue ejecutado por el rey James I por haber violado una solemne promesa de dejar de piratear y atacar poblaciones españolas. La guacamaya que imaginan los hombres, posada en su hombro, puede ser apócrifa, pero la imagen corresponde perfectamente a las grandes novelas de aventuras del siglo XIX, por ejemplo, La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson. Al comparar «El ahogado más hermoso del mundo» con Cien años de soledad y con otros cuentos de la colección La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada de la que este cuento forma parte, se aprecia la complejidad de las figuras heroicas que logra García

Márquez, y los múltiples niveles simultáneos de la 1

Medusa—en la mitología griega, la única de las tres Gorgonas cuya mirada era mortal; en lugar de pelo, serpientes pobablan su cabeza. Perseo, héroe de la mitología griega, la decapitó. Medusa es, por supuesto, también el animal marino gelatinoso y transparente en forma de campana a que se refiere objetivamente aquí. 2

En la Odisea, el rey Alcinoo acoge a Ulises después de su naufragio, y éste le cuenta sus aventuras desde su salida de Troya.

3

Dédalo—en la mitología griega, constructor de laberintos. Construyó el laberinto en que fue encerrado el Minotauro; después fue condenado a prisión en su propio laberinto. Construyó alas con plumas y cera, y él y su hijo Ícaro escaparon. El hijo desobedeció al padre y voló muy cerca del sol, a consecuencia de lo cual se le derritieron las alas y cayó a su muerte.

realidad que introduce en sus narraciones. Del libro de lecturas, podemos señalar el nunca desmentido ángel de «Un señor muy viejo con unas alas enormes». Además de las alusiones a Raleigh, Ulises, Gulliver y Kukulcán/Quetzalcóatl, «El ahogado más hermoso del mundo» termina con la figura del capitán del gran barco, venido de lejos, «con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra», quien rendirá homenaje en catorce idiomas al pueblo de Esteban, como si fuera la cuna de Ulises o el hogar de Kukulcán/Quetzalcóatl. Conviene saber que, al referirse al hecho de que «a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias», el narrador se refiere a la molestia que les causa a los hombres la naciente desconfianza en las actividades de las mujeres. Nótese bien que la frase moler los hígados significa molestar. (Un ejemplo: «Muele los hígados la altanería de ese chico; ya no lo aguanto más».) Hígado también es una palabra cuyo uso figurado apunta a valentía o ánimo: en el Buscón (c. 1613), novela picaresca de Francisco de Quevedo, un condenado a muerte demuestra su valentía recomendando, al subir a la horca, que se mande arreglar, para otro, un escalón hendido, porque «no 4 todos tenían su hígado». Por otra parte tener malos hígados significa tener mala voluntad. Y se puede tener el hígado cocido, lo cual significa estar harto. En términos generales, entonces, como en tiempos de la antigüedad clásica, el hígado viene a ser la sede de las emociones, papel que desempeña el corazón en la cultura de hoy. El hígado segrega bilis, sustancia agria que nos ayuda en el metabolismo; pero si hay demasiada en el sistema por algún malestar digestivo, la bilis nos causa agruras y bascas. La cultura hispana, al contrario de la cultura norteamericana, atribuye a los diversos órganos vitales distintas características. Por ejemplo, cuando un director de baile flamenco quiere que sus bailadores se mantengan erguidos al bailar, les mandará «aguantar los riñones». En la poesía 4

Francisco de Quevedo, Historia de la vida del Buscón (c.1613) EspasaCalpe, S.A., Madrid. 1999, pág. 49.

hispánica modernista del fin del siglo XIX, la melancolía que conduce al tedio existencial se llama «esplín», palabra derivada de la palabra inglesa spleen, o bazo, órgano situado sobre el estómago, que produce leucocitos.

Bibliografía Bell-Villada, Gene H. García Márquez: The Man and His Work. (1990) Benedetti, Mario, et al. Nueve asedios a García Márquez. (1969) Collazos, Óscar. García Márquez: La soledad y la gloria. (1983) Escobar Icaza, Jorge, et al. A propósito de Gabriel García Márquez y su obra. (1991) Harss, Luis, and Dohmann, Bárbara. «Gabriel García Márquez, or the Lost Chord.» Into the Mainstream: Conversations with Latin-American Writers. (1967) Versión en español: Harss y Dohmann, «Gabriel García Márquez, o la cuerda floja». Los nuestros. (1966) Mendoza, Plinio Apuleyo. Aquellos tiempos con Gabo. (2000) Mendoza, Plinio Apuleyo. El olor de la guayaba: Conversaciones con Gabriel García Márquez. (1982) Saldívar, Dasso. García Márquez: El viaje a la semilla. (1997)

Gabriel García Márquez

EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO LOS PRIMEROS NIÑOS que vieron el promontorio oscuro y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado. Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano, porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo. No tuvieron que limpiarle la cara para saber que era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico. La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que estaban completos. Aquella noche no salieron a trabajar en el mar. Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos, las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas estaban en piltrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura sórdida y menesterosa de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación. No encontraron en el pueblo una cama bastante grande para tenderlo ni una mesa bastante

sólida para velarlo. No le vinieron los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia, para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo, su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. Lo compararon en secreto con sus propios hombres, pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres, que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que compasión, suspiró: —Tiene cara de llamarse Esteban. Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran las más jóvenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa, tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro. Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su corazón hacían saltar los botones de la camisa. Después de la media noche se adelgazaron los silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar, mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de

desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras, asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las lágrimas. —¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro! Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento. Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos. Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para perder el tiempo. Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no estorbes, mira que casi me haces caer sobre el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tricotando sus reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también los hombres se quedaron sin aliento. Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran. Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser

uno en el mundo, y allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora de galón en el cuello y hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban. Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas. Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas: miren

allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

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Análisis literario El ahogado más hermoso del mundo Gabriel García Márquez Este texto forma el final del cuento «El ahogado más hermoso del mundo», de Gabriel García Márquez. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada.

Pero también sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en los acantilados, para que en los amaneceres de los años venturos los pasajeros de los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas, miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo de Esteban.

1.

2.

El título de este cuento es un ejemplo de ____. a. hipérbaton

c. cacofonía

b. elipsis

d. hipérbole

Este texto trata principalmente de ____.

¿Cuál de estas frases es un ejemplo de personificación? 4.

a. «Pero también sabían que todo sería diferente

desde entonces» b. «ya murió el bobo grande, qué lástima»

a. las personas que visitarán el pueblo en el futuro

c. «se iban a romper el espinazo excavando

b. de la apariencia física del pueblo

manantiales en las piedras» d. «el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de las camas» 5. Este texto se compone de ____.

c. de lo que sufrió Esteban durante su vida d. de los cambios que experimenta el pueblo

como resultado de la breve visita de Esteban. 3.

Los habitantes del pueblo quieren que ____.

a. su pueblo sea digno de Esteban b. dejen de llegar ahogados a su promontorio c. Esteban deje de molestarles d. los pasajeros a bordo de los grandes barcos que

lleguen se burlen de Esteban

a. una oración

c. tres oraciones

b. dos oraciones

d. cuatro oraciones

Nombre

Análisis literario El ahogado más hermoso del mundo Gabriel García Márquez

El hecho de que el cuento termina con la palabra «Esteban» ____. 6.

La ironía central encerrada en este cuento de García Márquez es que ____. 8.

a. sirve para hacer resaltar el importante papel

a. a pesar de las múltiples virtudes de Esteban—

reformador que alguna vez desempeñó un ahogado en este pueblo b. dejar su nombre hasta el fin le falta al respeto al ahogado

los habitantes lo tienen por sincero, servicial, humilde, gentil y hermoso—, nadie en el pueblo lo juzga ni inteligente ni hábil ni talentoso.

c. le resta importancia al personaje llamado

c. al pueblo le falta la fe en sus propias

Esteban

capacidades de mejorarse la vida, y sin embargo todas las mejoras efectuadas durante la estadía de Esteban y después, son logradas por los habitantes mismos. d. creer que «ya murió el bobo grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso»

d. parece contradecir el título del cuento

Un lector de este pasaje puede concluir que Esteban es muy ____. 7.

a. grande

c.

b. inteligente

d.

feo tonto

b. nadie habla catorce idiomas.

equivale a creer que un muerto puede morir .

Nombre

Comprensión y análisis El ahogado más hermoso del mundo Gabriel García Márquez Contesta las siguientes preguntas, o completa la idea, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. 1. El hecho, al comienzo del cuento, de que los niños

b. A medida que le quitan al ahogado el lodo y los

encuentran al ahogado varado en la playa, y se quedan jugando con él toda la tarde, enterrándolo y desenterrándolo en la arena, hasta que alguien los ve y da la voz de alarma, parece indicar ____.

abrojos submarinos, las mujeres se dan cuenta de que su vegetación es de océanos remotos y de aguas profundas; y es como si hubiera navegado por entre laberintos de corales. c. Las mujeres piensan que el ahogado habrá tenido tanta autoridad que hubiera podido sacar los peces del mar con sólo llamarlos por sus nombres.

a. que éstos son unos niños increíblemente tontos b. que éste es un lugar donde muchos cadáveres

vienen a dar en tierra firme y que esto sucede todos los días c. que se trata tal vez de un cuento de terror d. que se trata tal vez de un cuento fabuloso o

fantástico 2. La ocupación de los hombres en este pueblo

d. De la misma manera, piensan que Esteban

hubiera hecho brotar manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en los acantilados. 4. García Márquez emplea todas las siguientes frases

c. la caza

o series de palabras en el cuento «El ahogado más hermoso del mundo». Todas son descripciones o cualidades que corresponden al muerto, Esteban, MENOS una. ¿Cuál de las opciones siguientes NO se refiere al ahogado más hermoso del mundo?

d. la albañilería

a. «el hombre más desvalido de la tierra, el más

3. Todos los elementos siguientes, MENOS uno,

manso y el más servicial»

apuntan a la propensión del ser humano a crear mitos, algo que García Márquez evoca en este cuento. ¿Cuál de los siguientes es el único elemento en «El ahogado más hermoso del mundo», que no contribuye, directamente, a la creación de un mito?

b. un ser que muestra «desproporción» y

parece ser ____. a. la agricultura b. la pesca

a. El pueblo tiene apenas veinte casas de tablas, y

todos los hombres del pueblo caben en siete botes.

«esplendor» c. «el tonto hermoso» y «el bobo grande» d. «un ángel de carne y hueso»

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Comprensión y análisis 5. La descripción que más cabalmente corresponde a

6. Una interpretación política de este cuento

la evolución de la actitud de los hombres ante sus mujeres y la presencia en el pueblo del ahogado más hermoso del mundo, es la siguiente: ____.

señalaría que ____.

a. al volver de su noche de interrogaciones en los

b. los del pueblo se han aprovechado de un

pueblos vecinos, su actitud revela celos, al darse cuenta de que las mujeres los repudian en el fondo del corazón como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra, en comparación con Esteban b. sienten fastidio con ellas, pues creen que su fascinación con el ahogado no es más que frivolidad femenina. c. se empeñan en averiguar la identidad del ahogado en los pueblos vecinos, y luego buscan deshacerse de él del modo más rápido y oportuno, frente a los aspavientos de las mujeres, que han despertado suspicacias amargas en el corazón de algunos de ellos; luego, viendo al ahogado por fin con la cara destapada, se rinden por completo ante la sinceridad de Esteban, y sienten inmediatamente la urgencia de hacerle los funerales más espléndidos que puedan

inmigrante que llega de tierras lejanas, burlándose de él y sus costumbres c. los del pueblo hasta ahora se han tenido por incapaces de mejorar su situación material; requieren de un extranjero para enseñarles el camino

concebir; y, a fin de cuentas, junto con sus mujeres, se sienten incompletos y cambiados al caer el muerto en el abismo d. una desilusión final ante la experiencia de estos pocos pero trascendentales días que dura la presencia del ahogado en el pueblo, pues a los hombres les queda la certeza de haberse dejado engañar por una fantasía de las mujeres

a. en verdad Esteban es un imperialista que llega al

pueblo para subyugarlo

d. la inocencia del pueblo se destruye por la certidumbre de que de aquí en adelante no habrá manera de impedir ser inundados por turistas 7. ¿Cuál es la mejor manera de clasificar a este

cuento? a. Es mágico realista. b. Es político. c. Es mágico realista por un lado, y político por

otro. d. No es debido buscar clasificar los cuentos

La siesta del martes GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

billar (m.)—juego que se realiza con bolas y vara sobre una mesa cubierta de fieltro. cachivache (m.)—cacharro; objeto de poco valor. carbón (m.)—polvo negro que echan con el humo las locomotoras de vapor; o bien, combustible de las antiguas locomotoras de vapor; el carbón, al consumirse, produce humo que contiene polvo negro, los residuos del carbón quemado. catafalco—sepulcro; tumba. charol (m.)—cuero lustroso, que brilla. comprobar—confirmar con evidencia. crujido—sonido que produce la madera a veces, cuando una fuerza la mueve. cuarteado—rajado; agrietado; con roturas. cutis (m.)—tez; piel, especialmente la de la cara. derretirse—convertirse en líquido por el calor. despacho—cuarto de estudio; oficina. disparar—pegar un tiro; hacer fuego; descargar (un arma de fuego). distorsionado—deformado. dominio—autocontrol; valor. empapado—mojado por completo. en plena calle—completamente en la calle. escaño—banco.

Antes de leer Pobre y vestida de un luto riguroso, hecho que se explica en el transcurso del cuento, la protagonista de «La siesta del martes» se nos presenta como una mujer algo marchita y taciturna, hablando con la niña en mandatos maternales pero tajantes. Parece vieja, al menos para ser la madre de la niña, por su manera de vestir y por su «cuerpo pequeño, blando y sin formas». Después veremos que no sólo es la madre de la niña de doce años, sino también de un hijo ya hombre. El cura de Macondo, y su hermana también, se dan cuenta de que el pueblo se ha asomado a atisbar el paso de «la madre del ladrón». Comprenden que ella será objeto de la curiosidad mórbida y de las malas lenguas de todos, en su derrotero al cementerio para cumplir su deber de madre. A pesar de las instancias, tanto del cura como de su hermana, a que se quede, la madre, con un escueto, «Así vamos bien», sale a encarar el calor y la hostilidad de Macondo. escéptico—incrédulo; inclinado a la duda.

escrutar—mirar directamente; examinar con la vista. escueto—que tiene únicamente lo esencial; sin adornos; sin lujo; sin muchos detalles. estancado—sin movimiento; paralizado. estrépito—ruido grande. fondo—parte de atrás; extremo. forrado—recubierto. franela—tela de lana o de algodón, con pelusa fina en una de sus caras. garabatear—escribir malamente. gatillo—pieza de un arma de fuego que uno aprieta para disparar. humareda—nube de humo. hundirse— dejarse caer; sumergirse. inalterable—sin alzar la voz; imperturbable. índice—dedo índice; el dedo que está más cerca del pulgar. insolación—malestar causado por la exposición prolongada a los rayos solares. leve—débil. limosna—caridad; ofrecimiento de dinero; dádiva.

Vocabulario a tientas—con las manos, sin el auxilio de la vista. agobiado—abrumado; fatigado; vencido. almendro— árbol cuyo fruto es la almendra, una especie de nuez. andén (m.)—plataforma. angosto—estrecho. apacible—sosegado; plácido. aplastante—que aplasta, o aprieta con fuerza; opresivo; fuerte. ardiente—caluroso; caliente. armario—mueble con puertas, estantes, y cajones. axila—sobaco; la parte inferior del hombro, donde se une el brazo con el cuerpo. baldosa—pieza plana de mármol, cerámica o piedra, que se usa para cubrir o revestir superficies. baranda—tabla más o menos larga que descansa sobre los balaustres, o pilares pequeños, de una balaustrada.

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llanura—terreno plano, sin colinas. llovizna—lluvia leve. luto—ropa negra, llevada tras la muerte de un familiar. matiz (m.)—leve variación de tono o de sentido. óxido—herrumbre; capa rojiza que se forma en la superficie del hierro por reacción química con el oxígeno. pitar—silbar; soplar produciendo un sonido agudo. plumero—estuche para lápices y plumas. porrazo—golpe duro; paliza. postrado—obligado a guardar cama; sin poder levantarse. raspar—arañar; rascar. recostar—apoyar. regazo—ángulo formado por las piernas y la cadera cuando una persona está sentada. reposado—calmado; sosegado. resplandecer—brillar. ruborizarse—ponerse colorado; avergonzarse. rumor (m.)—ruido leve. sombrilla—parasol. sopor (m.)—modorra; estado soñoliento, como efecto del gran calor. sotana—especie de vestidura larga y negra que usan los curas. talón (m.)—parte trasera del pie. tapete (m.)—cobertura. tintero— recipiente para tinta. varón—mozo; del sexo masculino. vía férrea—vía del ferrocarril. vidrio—ventanilla. zumbar—emitir un ruido como el de un insecto volante, o como el de un motor.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que García Márquez ha contado muchas veces que la mujer de «La siesta del martes» está inspirada en el recuerdo de un día en que él vio llegar a Aracataca, abrasada por el sol y por la curiosidad de todo el pueblo, una mujer, con una niña de la mano y un ramo de flores para la tumba de su hijo, mientras en toda Aracataca corría el rumor: «Aquí viene la madre del ladrón». García Márquez durante años consideró éste su mejor cuento.

Conviene saber que el texto de «La siesta del martes» trae una descripción de las llaves del cementerio: «dos llaves grandes y oxidadas, como la niña imaginaba y como imaginaba la madre cuando era niña y como debió imaginar el propio sacerdote alguna vez que eran las llaves de San Pedro». Ésta es una referencia al versículo del evangelio cristiano en que Jesucristo encarga al apóstol San Pedro las llaves del reino de Dios, encomendándole la vigilancia sobre la entrada de los fieles difuntos al cielo. Las llaves del cementerio se parecen a las imaginadas por la mujer, por su hija, y aun por el cura desde que aprendieron el versículo en su niñez. Por eso el aspecto de las llaves tiende a inspirarles un temor reverente. Claro está, no dejan de ser las llaves del cementerio, que pide la mujer, por apenas más de una hora, para visitar la tumba de su hijo recién muerto. Conviene saber que el sitio de los sucesos de «La siesta del martes» es Macondo. Los dos lugares más usados por Gabriel García Márquez como trasfondo de sus cuentos son, primero, un pueblo anónimo, sin ferrocarril, pero con un río por el cual llegan barcos, con gente y noticias—pueblo de «Un día de éstos», de «La prodigiosa tarde de Baltazar», y de «La viuda de Montiel», además de la insigne novela corta El coronel no tiene quien le escriba. El otro pueblo es el mítico y fabuloso Macondo, inspirado en el pueblo natal del autor colombiano, Aracataca. En Macondo tienen lugar, entre otras historias, «La siesta del martes» y Cien años de soledad. A Macondo no se llega por barco, sino en el tren amarillo y polvoriento que hizo instalar la compañía bananera y que trae a pasajeros asfixiándose de calor. Según el novelista peruano Mario Vargas Llosa, «las notas características de Macondo son… la frustración, el resentimiento, la soledad, la maldad… [Es una] aldea sin contacto con el resto del mundo, condenada a desmoronarse, a pudrirse lentamente a plena luz...» Los macondinos son víctimas «de la inmovilidad ardiente y la postración de Macondo». Según él, el «rostro maravilloso de Macondo… sólo aparecerá en

toda su magna riqueza en Cien años de soledad»,1 que se publicó cinco años después de «La siesta del martes». Conviene saber que el andén donde cae balaceado Carlos Centeno Ayala es la acera de cemento fuera de la casa de la señora Rebeca. Se trata de un uso colombiano de la palabra. Conviene saber que García Márquez, divertido por la idea de su amigo Plinio Apuleyo Mendoza, de ganarse el concurso de cuento recién inaugurado por el primer periódico colombiano El Nacional, escribió este cuento «casi de una sentada». El jurado del concurso de El Nacional no le concedió ni siquiera una mención.2 Conviene saber que, según él mismo, García Márquez tiene una obsesión respecto a su propia muerte: quiere que la gente le lleve flores y testimonios de afecto al pie de su tumba3. Esta obsesión se basará tal vez en la experiencia que tuvo en su niñez cuando la abuela Tranquilina lo inmovilizaba en una silla al anochecer, amenazándolo con las ánimas que vagaban por la casa grande y fantasmal de Aracataca, convirtiéndola en un inmenso catafalco.4

Bibliografía Bell-Villada, Gene H. García Márquez: The Man and His Work. (1969) Saldívar, Dasso. García Márquez: El viaje a la semilla. (1997)

1

Mario Vargas Llosa, «García Márquez: de Aracataca a Macondo», Nueve asedios a García Márquez. Editorial Universitaria, 1969, Santiago de Chile, págs. 134–135. 2 Saldívar, Dasso. García Márquez: El viaje a la semilla. Alfaguara, Santillana, S.A., Madrid, págs. 374–375. 3 Ibid., págs. 183 y 250. 4 catafalco—sepulcro, tumba

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Gabriel García Márquez (Aracata, Colombia 1928—)

LA SIESTA DEL MARTES EL TREN SALIÓ del trepidante corredor de rocas bermejas, penetró en las plantaciones de banano, simétricas e interminables, y el aire se hizo húmedo y no se volvió a sentir la brisa del mar. Una humareda sofocante entró por la ventanilla del vagón. En el estrecho camino paralelo a la vía férrea había carretas de bueyes cargadas de racimos verdes. Al otro lado del camino, en intempestivos espacios sin sembrar, había oficinas con ventiladores eléctricos, campamentos de ladrillos rojos y residencias con sillas y mesitas blancas en las terrazas entre palmeras y rosales polvorientos. Eran las once de la mañana y todavía no había empezado el calor. —Es mejor que subas el vidrio —dijo la mujer—. El pelo se te va a llenar de carbón. La niña trató de hacerlo pero la ventana estaba bloqueada por el óxido. Eran los únicos pasajeros en el escueto vagón de tercera clase. Como el humo de la locomotora siguió entrando por la ventanilla, la niña abandonó el puesto y puso en su lugar los únicos objetos que llevaban: una bolsa de material plástico con cosas de comer y un ramo de flores envuelto en papel de periódicos. Se sentó en el asiento opuesto, alejada de la ventanilla, de frente a su madre. Ambas guardaban un luto riguroso y pobre. La niña tenía doce años y era la primera vez que viajaba. La mujer parecía demasiado vieja para ser su madre, a causa de las venas azules en los párpados y del cuerpo pequeño, blando y sin formas, en un traje cortado como una sotana. Viajaba con la columna vertebral firmemente apoyada entre el espaldar del asiento, sosteniendo en el regazo con ambas manos una cartera de charol desconchado. Tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza. A las doce había empezado el calor. El tren se detuvo diez minutos en una estación sin pueblo para abastecerse de agua. Afuera, en el misterioso silencio de las plantaciones, la sombra tenía un aspecto limpio. Pero el aire estancado dentro del vagón olía a cuero sin curtir. El tren no volvió a acelerar. Se detuvo en dos pueblos iguales, con casas de madera pintadas de colores vivos. La mujer inclinó la cabeza y se hundió en el sopor. La niña se quitó los zapatos. Después fue a los servicios sanitarios a poner en agua el ramo de flores muertas. Cuando volvió al asiento la madre le esperaba para comer. Le dio un pedazo de queso, medio bollo de maíz y una galleta dulce, y sacó para ella de la bolsa de material plástico una ración igual. Mientras comían, el tren atravesó muy despacio un puente de hierro y pasó de largo por un pueblo igual a los anteriores, sólo que en éste había una multitud en la plaza. Una banda de músicos tocaba una pieza alegre bajo el sol aplastante. Al otro lado del pueblo en una llanura cuarteada por la aridez, terminaban las plantaciones.

La mujer dejó de comer. —Ponte los zapatos—dijo. La niña miró hacia el exterior. No vio nada más que la llanura desierta por donde el tren empezaba a correr de nuevo, pero metió en la bolsa el último pedazo de galleta y se puso rápidamente los zapatos. La mujer le dio la peineta. —Péinate —dijo. El tren empezó a pitar mientras la niña se peinaba. La mujer se secó el sudor del cuello y se limpió la grasa de la cara con los dedos. Cuando la niña acabó de peinarse el tren pasó frente a las primeras casas de un pueblo más grande pero más triste que los anteriores. —Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora —dijo la mujer—. Después, aunque te estés muriendo de sed no tomes agua en ninguna parte. Sobre todo, no vayas a llorar. La niña aprobó con la cabeza. Por la ventanilla entraba un viento ardiente y seco, mezclado con el pito de la locomotora y el estrépito de los viejos vagones. La mujer enrolló la bolsa con el resto de los alimentos y la metió en la cartera. Por un instante, la imagen total del pueblo, en el luminoso martes de agosto, resplandeció en la ventanilla. La niña envolvió las flores en los periódicos empapados, se apartó un poco más de la ventanilla y miró fijamente a su madre. Ella le devolvió una expresión apacible. El tren acabó de pitar y disminuyó la marcha. Un momento después se detuvo. No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en calor. La mujer e y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra. Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo al lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta sentados en plena calle. Buscando siempre la protección de los almendros, la mujer y la niña penetraron en el pueblo sin perturbar la siesta. Fueron directamente a la casa cura. La mujer raspó con la uña la red metálica de la puerta, esperó un instante y volvió a llamar. —Necesito al padre —dijo. —Ahora está durmiendo. —Es urgente —insistió la mujer. —Sigan —dijo, y acabó de abrir la puerta.

La mujer de la casa las condujo hasta un escaño de madera y les hizo señas de que se sentaran. La puerta del fondo se abrió y esta vez apareció el sacerdote limpiando los lentes con un pañuelo. —¿Qué se les ofrece? —preguntó. —Las llaves del cementerio —dijo la mujer. —Con este calor —dijo—. Han podido esperar a que bajara el sol. La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó a la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos. —¿Qué tumba van a visitar? —preguntó. —La de Carlos Centeno —dijo la mujer. —¿Quién? —Carlos Centeno —repitió la mujer. El padre siguió sin entender. —Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada —dijo la mujer en el mismo tono—. Yo soy su madre. —De manera que se llamaba Carlos Centeno —murmuró el padre cuando acabó de escribir. —Centeno Ayala —dijo la mujer—. Era el único barón. —Firme aquí. La mujer garabateó su nombre, sosteniendo la cartera bajo la axila. La niña recogió las flores, se dirigió a la baranda arrastrando los zapatos y observó atentamente a su madre. El párroco suspiró. —Nunca trató de hacerlo entrar por el buen camino? La mujer contestó cuando acabó de firmar. —Era un hombre muy bueno. El sacerdote miró alternativamente a la mujer y a la niña y comprobó con una especie de piadoso estupor que no estaban a punto de llorar. La mujer continuó inalterable: —Yo le decía que nunca robara nada que le hiciera falta a alguien para comer, y él me hacía caso. En cambio, antes, cuando boxeaba, pasaba tres días en la cama postrado por los golpes. —Se tuvo que sacar todos los dientes —intervino la niña. —Así es—confirmó la mujer—. Cada bocado que comía en ese tiempo me sabía a los porrazos que le daban a mi hijo los sábados a la noche. —La voluntad de Dios es inescrutable —dijo el padre. Desde antes de abrir la puerta de la calle el padre se dio cuenta de que había alguien mirando hacia adentro, las narices aplastadas contra la red metálica. Era un grupo de niños. Cuando la puerta se abrió por completo los niños se dispersaron. Suavemente volvió a cerrar la

puerta. —Esperen un minuto —dijo, sin mirar a la mujer. Su hermana apareció en la puerta del fondo, con una chaqueta negra sobre la camisa de dormir y el cabello suelto en los hombros. Miró al padre en silencio. —Qué fue? —preguntó el. —La gente se ha dado cuenta —murmuró su hermana. —Es mejor que salgan por la puerta del patio —dijo el padre. —Es lo mismo —dijo su hermana—. Todo el mundo está en las ventanas. La mujer parecía no haber comprendido hasta entonces. Trató de ver la calle a través de la red metálica. Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a moverse hacia la puerta. La niña siguió. —Esperen a que baje el sol —dijo el padre. —Se van a derretir —dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala—. Espérense y les presto una sombrilla. —Gracias —replicó la mujer—. Así vamos bien. Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.

Análisis literario La siesta del martes Gabriel García Márquez Este texto es el final del cuento «La siesta del martes», de Gabriel García Márquez. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. —Es mejor que salgan por la puerta del patio— dijo el padre. —Es lo mismo—dijo su hermana—. Todo el mundo está en las ventanas. La mujer parecía no haber comprendido hasta entonces. Trató de ver la calle a través de la red metálica. Luego le quitó el ramo de flores a la niña y empezó a moverse hacia la puerta. La niña la siguió. —Esperen a que baje el sol—dijo el padre. — Se van a derretir—dijo su hermana, inmóvil en el fondo de la sala—. Espérense y les presto una sombrilla. —Gracias—replicó la mujer—. Así vamos bien. Tomó a la niña de la mano y salió a la calle.

3. El sacerdote le ruega a la madre que ella y su hija

no salgan hasta que baje el sol porque ____. a. cree que corren algún peligro b. no quiere que la niña se enferme c. quiere seguir hablando con ella d. su hermana quiere darles algo de comer 4. ¿Qué es lo que la mujer parece no comprender

hasta que escucha las palabras de la hermana del sacerdote? a. Que la hermana las odia. b. Que la hermana no se lleva bien con el padre. c. Que la casa tiene ventanas. d. Que es posible que los aldeanos quieran

1. En esta escena ____. a. el lector no sabe qué tiempo hace

agredirle. 5. Es obvio que esta mujer ____.

b. es de noche

a. tiene mucho miedo

c. está lloviendo

b. se preocupa mucho por su hija

d. hace mucho calor

c. es valiente

2. El padre quiere que la mujer y su hija salgan por la

puerta del patio ____.

d. está avergonzada 6. ____cuando la mujer y su hija salgan a la calle.

a. para que la gente no las vea

a. Es probable que la gente las salude de forma

b. porque allí hay más sombra

amable b. No habrá mucha gente en la calle c. Seguramente habrá violencia

c. porque no conocen bien el pueblo d. para que conozcan a la gente del pueblo

d. El lector no tiene manera de saber qué pasará

Tesis de ensayo La siesta del martes Gabriel García Márquez 1. Escoge por lo menos un personaje de dos de las siguientes obras, y analiza la forma en que ellos

encarnan un conflicto con los valores de la sociedad en que viven:

La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca «La siesta del martes», de Gabriel García Márquez

Explicación de texto Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Primero, identifica este fragmento y di quién es su autor. ¿Cómo establece el autor el ambiente dentro del cual tiene lugar esta conversación? Basándote en el contenido de la conversación, ¿qué puedes concluir acerca de los personajes?

—¿Qué se le ofrece? –preguntó. —Las llaves del cementerio –dijo la mujer. La niña estaba sentada con las flores en el regazo y los pies cruzados bajo el escaño. El sacerdote la miró, después miró a la mujer y después, a través de la red metálica de la ventana, el cielo brillante y sin nubes. —Con este calor—dijo—. Han podido esperar a que bajara el sol. La mujer movió la cabeza en silencio. El sacerdote pasó del otro lado de la baranda, extrajo del armario un cuaderno forrado de hule, un plumero de palo y un tintero, y se sentó a la mesa. El pelo que le faltaba en la cabeza le sobraba en las manos. —¿Qué tumba van a visitar?—preguntó. —La de Carlos Centeno—dijo la mujer. —¿Quién? —Carlos Centeno—repitió la mujer. El padre siguió sin entender. —Es el ladrón que mataron aquí la semana pasada—dijo la mujer en el mismo tono—. Yo soy su madre. (Tiempo máximo: 15 minutos)

Chac Mool CARLOS FUENTES

Antes de leer El cuento «Chac Mool» de Carlos Fuentes trata una de las obsesiones literarias de su autor: el personaje atrapado dentro de una estructura arquitectónica—en este caso, el antiguo caserón familiar tomado1—de la cual siente deseo y necesidad de huir. La narrativa fantástica latinoamericana del siglo XX muchas veces presenta ambigüedades irresolubles; éste es el caso de «Chac Mool», uno de los seis cuentos de la primera colección de Fuentes, Los días enmascarados. El título se refiere a la tradición de la civilización azteca de guardar y observar de modo muy especial los cinco días finales de cada año: son días nefastos, ominosos, de mal agüero, «días vacíos durante los cuales se suspendía toda actividad— frágil puente entre el fin de un año y el comienzo de otro.»2 Fuentes los describe como días en que es mejor permanecer en casa y no salir.3 Al valerse para su título de los días enmascarados del calendario azteca, Fuentes enfoca su mirada sobre una interrogante que llegó a ser una constante preocupación de él y de otros importantes escritores mexicanos de su generación: ¿qué hay detrás de la máscara?

cartapacio—carpeta o funda para guardar papeles. chancla—sandalia vieja; zapatilla vieja. colérico— airado; enojado; de mal humor. cotidiano—diario; de todos los días. derrumbe (m.)—desplome; colapso. descabellado—loco; disparatado. descreído— irreligioso; no creyente; escéptico. diluirse— disolverse. efímero—de corta duración; pasajero. empapar—mojar por completo. entierro—funeral. escama—elemento o lámina que recubre el cuerpo de los peces. expediente (m.)—archivo portátil; historial. féretro—caja de muerto; ataúd. foco— bombillo eléctrico; bombilla. hedor (m.)—mal olor; peste. ilusión—esperanza. jaque mate—última jugada de una partida de ajedrez, en que queda atrapado el rey del contrincante. licenciado—abogado. lúgubre—triste; sombrío. lujo—cosa deseada, pero no necesaria. macizo—pesado; sólido. matutino—de la mañana. musgo—planta verde que crece en la superficie de rocas o árboles en lugares húmedos. pensión—casa de huéspedes; mensualidad que recibe el jubilado, persona retirada de un trabajo con el

gobierno.

Vocabulario agónico—en trance de morir; moribundo. azotea—tejado plano de una casa. bodega—cuartito de una casa, típicamente el sótano, donde se guarda el vino y, a veces, comestibles; también, tienda. bofetada—golpe dado en la cara; sopapo. brotar—salir. canoso—con canas; de pelo gris, o blanco. caracol—concha en forma de espiral. untar—embarrar; poner en la superficie. 1

tomado—invadido y ocupado por la fuerza. Prólogo de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Obras completos, Tomo II, Cuentos, novelas y teatro. M. Aguilar, México, 1980, pág. 11. 3 Raymond Leslie Williams, Los escritos de Carlos Fuentes. Fondo de Cultura Económica, México, D.F., 1998, pág. 201. 2

pretender—intentar; tratar de. rayo—relámpago. rompecabezas (m.)—diversión que consiste en componer un cuadro con piezas sueltas de formas irregulares. sumo—máximo. teñido—pintado; que le han dado tintes o colores. tertulia—charla; plática; reunión de varias personas para conversar. toparse con—encontrarse con. trecho—distancia (entre dos puntos). vello—pelitos cortos, por ejemplo los que cubren los brazos y las piernas. vespertino—del atardecer o anochecer. zanja—trinchera; canal; excavación larga y estrecha.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que el Chac Mool del cuento dice ser la figura que encontró Auguste Le Plongeon en el Yucatán. Le Plongeon, arqueólogo que gozaba de cierta fama de fantasioso, afirmó haber encontrado el nombre Chac Mool y el lugar preciso donde buscar la escultura, escritos enigmáticamente en jeroglíficos indescifrables en una pared de las ruinas mayas de Chichén Itzá. Después de una ardua labor, dio con la figura en 1876. Las autoridades mexicanas la incautaron y la llevaron a la Ciudad de México, donde se encuentra hasta hoy día en el Museo Nacional de Antropología. El panteón de los dioses mayas incluye diversos Chacs, sólo uno de los cuales es el dios de la lluvia. No se ha podido conectar con certeza al Chac Mool de Yucatán con Tláloc, dios azteca de la lluvia. En el cuento, el ídolo se enoja con Filiberto cuando éste sugiere que existe un parentesco entre Tláloc y él— Chac Mool; según reza el diario, Chac, al ser descubierto, fue «puesto, físicamente, en contacto con hombres de otros símbolos». Es verdad que una figura muy parecida—recostada, con cara volteada y plato sobre el estómago—fue encontrada en las ruinas del Templo Mayor azteca, en la Ciudad de México, su superficie de piedra pintada de azul, rojo, amarillo, blanco y negro, pero su papel en el panteón de los dioses aztecas sigue siendo un misterio. En una entrevista hecha en los años 60, el autor dice con respecto a las tempestades que siguieron al Chac Mool a través de su viaje a Europa: «Se hizo famoso el hecho, y por ejemplo campesinos de ciertos valles de España donde nunca había llovido mandaban unas cuantas pesetas por correo al Palais de Chaillot, que las ponían en el estómago de Chac Mool, y llovía en ese valle después de cincuenta 4 5

años.»4 El resultado de ello es que ahora en México se tiene la costumbre de dejar centavos en el plato 3 de la figura, para rogar que llueva. Es un ejemplo de la manera en que se inventan mitos contemporáneos, que nosotros tomamos por antiguos. Conviene saber que una de las obras críticas más valiosas sobre la narrativa hispanoamericana del siglo XX, Los nuestros (1968), de Luis Harss y Bárbara Dohmann, trae un dato, interesante por inexacto, sobre el argumento de «Chac Mool». Harss y Dohmann citan el siguiente comentario de Carlos Fuentes sobre el desenlace de «Chac Mool»: «…cuando un amigo trae el cadáver, entra a la casa para depositarlo y encuentra a un extraño indio verdoso, con una robe de chambre, muy elegante, muy perfumado, muy maquillado… Y el dueño va a parar al lugar que el dios ocupó originalmente en la Lagunilla».5 El cuento, de hecho, acaba con las órdenes del ídolo, ya enterado de todo, de meter el cadáver en el sótano. Ciertamente, el sótano fue el primer paradero de la estatua, al traerla Filiberto a casa desde la Lagunilla; y representa el primer paso en la lenta toma del caserón. Pero si, más allá del desenlace que da Fuentes al cuento, el Chac Mool termina llevando a Filiberto a la Lagunilla, hecho ya estatua mesoamericana, primero tendrá que lograr transformar al cadáver en piedra, invirtiendo la metamorfosis del Chac Mool de piedra en carne y hueso, proceso que hemos atestiguado. Al lector no le consta la extrapolación que ofrece Fuentes. Conviene saber que, al delirar Filiberto en su extensa entrega del 25 de agosto, se incluye una referencia literaria a la obra de Samuel Taylor Coleridge (1772–1834), un poeta, ensayista y crítico inglés. Parafraseando a Coleridge, Filiberto escribe, «Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano…, ¿entonces, qué…?» La inserción de un objeto de otro tiempo, pasado o futuro, en el

Carlos Fuentes, citado en Luis Harss y Bárbara Dohmann, Los nuestros. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1968, pág. 349. Ibid., pág. 350

presente como prueba de un viaje por el tiempo, es una idea que Coleridge elabora al escribir sobre la flor traída del Paraíso, objeto y lugar que sueña un soñador. Otros autores han tratado el mismo tema— H.G. Wells, Henry James y Jorge Luis Borges, por ejemplo. La atemporalidad—definida como la cualidad de no pertenecer a ningún tiempo determinado—ha sido un tema recurrente en la obra de Fuentes. En ella, la atemporalidad se encarna muchas veces en personajes «transhistóricos» que se arraigan en diferentes períodos de tiempo.6 Aquí, Chac Mool, cuya antigüedad y verdadera identidad antropológica se desconocen hasta hoy día, cobra vida y llega a dominar a un incoloro funcionario menor de gobierno, a mediados del siglo XX. El cuento vincula la insulsa existencia de Filiberto con uno de los más grandes enigmas del pasado de México. Conviene saber que Fuentes invoca otra vez al poeta alemán Rilke en aquella misma entrega de Filiberto del 25 de agosto: «Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en un caracol.» La realidad del océano aprisionado dentro de un caracol reside en nuestra percepción de él; nuestro oído lo capta, y le confiere la calidad de océano, haciendo ese océano real. Repercute esta misma idea en la poesía de Rilke, hacia quien divagan los pensamientos de Filiberto en el café; el poeta alemán sostenía que el único mundo verdadero es el que se aviva dentro de nosotros. La realidad del dominio del Chac Mool sobre Filiberto depende de la percepción del dominado.

Bibliografía Harss, Luis, and Dohmann, Bárbara. «Carlos Fuentes, o la nueva herejía», Los nuestros. (1968) Williams, Raymond Leslie. Los escritos de Carlos Fuentes. (1998)

Chac Mool Carlos Fuentes Hace poco tiempo, Filiberto murió ahogado en Acapulco. Sucedió en Semana Santa. Aunque había sido despedido de su empleo en la Secretaría, Filiberto no pudo resistir la tentación burocrática de ir, como todos los años, a la pensión alemana, comer el choucrout endulzado por los sudores de la cocina tropical, bailar el Sábado de Gloria en La Quebrada y sentirse ―gente conocida‖ en el oscuro anonimato vespertino de la Playa de Hornos. Claro, sabíamos que en su juventud había nadado bien; pero ahora, a los cuarenta, y tan desmejorado como se le veía, ¡intentar salvar, a la medianoche, el largo trecho entre Caleta y la isla de la Roqueta! Frau Müller no permitió que se le velara, a pesar de ser un cliente tan antiguo, en la pensión; por el contrario, esa noche organizó un baile en la terracita sofocada, mientras Filiberto esperaba, muy pálido dentro de su caja, a que saliera el camión matutino de la terminal, y pasó acompañado de huacales y fardos la primera noche de su nueva vida. Cuando llegué, muy temprano, a vigilar el embarque del féretro, Filiberto estaba bajo un túmulo de cocos: el chofer dijo que lo acomodáramos rápidamente en el toldo y lo cubriéramos con lonas, para que no se espantaran los pasajeros, y a ver si no le habíamos echado la sal al viaje. Salimos de Acapulco a la hora de la brisa tempranera. Hasta Tierra Colorada nacieron el calor y la luz. Mientras desayunaba huevos y chorizo abrí el cartapacio de Filiberto, recogido el día anterior, junto con sus otras pertenencias, en la pensión de los Müller. Doscientos pesos. Un periódico derogado de la ciudad de México. Cachos de lotería. El pasaje de ida -¿sólo de ida? Y el cuaderno barato, de hojas cuadriculadas y tapas de papel mármol. Me aventuré a leerlo, a pesar de las curvas, el hedor a vómitos y cierto sentimiento natural de respeto por la vida privada de mi difunto amigo. Recordaría -sí, empezaba con eso- nuestra cotidiana labor en la oficina; quizá sabría, al fin, por qué fue declinado, olvidando sus deberes, por qué dictaba oficios sin sentido, ni número, ni ―Sufragio Efectivo No Reelección‖. Por qué, en fin, fue corrido, olvidaba la pensión, sin respetar los escalafones. ―Hoy fui a arreglar lo de mi pensión. El Licenciado, amabilísimo. Salí tan contento que decidí gastar cinco pesos en un café. Es el mismo al que íbamos de jóvenes y al que ahora nunca concurro, porque me recuerda que a los veinte años podía darme más lujos que a los cuarenta. Entonces todos estábamos en un mismo plano, hubiéramos rechazado con energía cualquier opinión peyorativa hacia los compañeros; de hecho, librábamos la batalla por aquellos a quienes en la casa discutían por su baja extracción o falta de elegancia. Yo sabía que muchos de ellos (quizá los más humildes) llegarían muy alto y aquí, en la Escuela, se iban a forjar las amistades duraderas en cuya compañía cursaríamos el mar bravío. No, no fue así. No hubo reglas. Muchos de los humildes se quedaron allí, muchos llegaron más arriba de lo que pudimos pronosticar en aquellas fogosas, amables tertulias. Otros, que parecíamos prometerlo todo, nos quedamos a la mitad del camino, destripados en un examen extracurricular, aislados por una zanja

invisible de los que triunfaron y de los que nada alcanzaron. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas modernizadas -también hay, como barricada de una invasión, una fuente de sodas- y pretendí leer expedientes. Vi a muchos antiguos compañeros, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían; o no me querían reconocer. A lo sumo -uno o dos- una mano gorda y rápida sobre el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé detrás de los expedientes. Desfilaron en mi memoria los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices y, también todas las omisiones que impidieron su realización. Sentí la angustia de no poder meter los dedos en el pasado y pegar los trozos de algún rompecabezas abandonado; pero el arcón de los juguetes se va olvidando y, al cabo, ¿quién sabrá dónde fueron a dar los soldados de plomo, los cascos, las espadas de madera? Los disfraces tan queridos, no fueron más que eso. Y sin embargo, había habido constancia, disciplina, apego al deber. ¿No era suficiente, o sobraba? En ocasiones me asaltaba el recuerdo de Rilke. La gran recompensa de la aventura de juventud debe ser la muerte; jóvenes, debemos partir con todos nuestros secretos. Hoy, no tendría que volver la mirada a las ciudades de sal. ¿Cinco pesos? Dos de propina.‖ ―Pepe, aparte de su pasión por el derecho mercantil, gusta de teorizar. Me vio salir de Catedral, y juntos nos encaminamos a Palacio. Él es descreído, pero no le basta; en media cuadra tuvo que fabricar una teoría. Que si yo no fuera mexicano, no adoraría a Cristo y No, mira, parece evidente. Llegan los españoles y te proponen adorar a un Dios muerto hecho un coágulo, con el costado herido, clavado en una cruz. Sacrificado. Ofrendado. ¿Qué cosa más natural que aceptar un sentimiento tan cercano a todo tu ceremonial, a toda tu vida?... figúrate, en cambio, que México hubiera sido conquistado por budistas o por mahometanos. No es concebible que nuestros indios veneraran a un individuo que murió de indigestión. Pero un Dios al que no le basta que se sacrifiquen por él, sino que incluso va a que le arranquen el corazón, ¡caramba, jaque mate a Huitzilopochtli! El cristianismo, en su sentido cálido, sangriento, de sacrificio y liturgia, se vuelve una prolongación natural y novedosa de la religión indígena. Los aspectos caridad, amor y la otra mejilla, en cambio, son rechazados. Y todo en México es eso: hay que matar a los hombres para poder creer en ellos. ―Pepe conocía mi afición, desde joven, por ciertas formas de arte indígena mexicana. Yo colecciono estatuillas, ídolos, cacharros. Mis fines de semana los paso en Tlaxcala o en Teotihuacán. Acaso por esto le guste relacionar todas las teorías que elabora para mi consumo con estos temas. Por cierto que busco una réplica razonable del Chac Mool desde hace tiempo, y hoy Pepe me informa de un lugar en la Lagunilla donde venden uno de piedra y parece que barato. Voy a ir el domingo. ―Un guasón pintó de rojo el agua del garrafón en la oficina, con la consiguiente perturbación de las labores. He debido consignarlo al Director, a quien sólo le dio mucha risa. El culpable se ha valido de esta circunstancia para hacer sarcasmos a mis costillas el día entero, todos en torno al agua. Ch...‖ ―Hoy domingo, aproveché para ir a la Lagunilla. Encontré el Chac Mool en la tienducha que me señaló Pepe. Es una pieza preciosa, de tamaño natural, y aunque el marchante

asegura su originalidad, lo dudo. La piedra es corriente, pero ello no aminora la elegancia de la postura o lo macizo del bloque. El desleal vendedor le ha embarrado salsa de tomate en la barriga al ídolo para convencer a los turistas de la sangrienta autenticidad de la escultura. ―El traslado a la casa me costó más que la adquisición. Pero ya está aquí, por el momento en el sótano mientras reorganizo mi cuarto de trofeos a fin de darle cabida. Estas figuras necesitan sol vertical y fogoso; ese fue su elemento y condición. Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz. El comerciante tenía un foco que iluminaba verticalmente en la escultura, recortando todas sus aristas y dándole una expresión más amable. Habrá que seguir su ejemplo.‖ ―Amanecí con la tubería descompuesta. Incauto, dejé correr el agua de la cocina y se desbordó, corrió por el piso y llego hasta el sótano, sin que me percatara. El Chac Mool resiste la humedad, pero mis maletas sufrieron. Todo esto, en día de labores, me obligó a llegar tarde a la oficina.‖ ―Vinieron, por fin, a arreglar la tubería. Las maletas, torcidas. Y el Chac Mool, con lama en la base.‖ ―Desperté a la una: había escuchado un quejido terrible. Pensé en ladrones. Pura imaginación.‖ ―Los lamentos nocturnos han seguido. No sé a qué atribuirlo, pero estoy nervioso. Para colmo de males, la tubería volvió a descomponerse, y las lluvias se han colado, inundando el sótano.‖ ―El plomero no viene; estoy desesperado. Del Departamento del Distrito Federal, más vale no hablar. Es la primera vez que el agua de las lluvias no obedece a las coladeras y viene a dar a mi sótano. Los quejidos han cesado: vaya una cosa por otra.‖ ―Secaron el sótano, y el Chac Mool está cubierto de lama. Le da un aspecto grotesco, porque toda la masa de la escultura parece padecer de una erisipela verde, salvo los ojos, que han permanecido de piedra. Voy a aprovechar el domingo para raspar el musgo. Pepe me ha recomendado cambiarme a una casa de apartamentos, y tomar el piso más alto, para evitar estas tragedias acuáticas. Pero yo no puedo dejar este caserón, ciertamente es muy grande para mí solo, un poco lúgubre en su arquitectura porfiriana. Pero es la única herencia y recuerdo de mis padres. No sé qué me daría ver una fuente de sodas con sinfonola en el sótano y una tienda de decoración en la planta baja.‖ ―Fui a raspar el musgo del Chac Mool con una espátula. Parecía ser ya parte de la piedra; fue labor de más de una hora, y sólo a las seis de la tarde pude terminar. No se distinguía muy bien la penumbra; al finalizar el trabajo, seguí con la mano los contornos de la

piedra. Cada vez que lo repasaba, el bloque parecía reblandecerse. No quise creerlo: era ya casi una pasta. Este mercader de la Lagunilla me ha timado. Su escultura precolombina es puro yeso, y la humedad acabará por arruinarla. Le he echado encima unos trapos; mañana la pasaré a la pieza de arriba, antes de que sufra un deterioro total.‖ ―Los trapos han caído al suelo, increíble. Volví a palpar el Chac Mool. Se ha endurecido pero no vuelve a la consistencia de la piedra. No quiero escribirlo: hay en el torso algo de la textura de la carne, al apretar los brazos los siento de goma, siento que algo circula por esa figura recostada... Volví a bajar en la noche. No cabe duda: el Chac Mool tiene vello en los brazos.‖ ―Esto nunca me había sucedido. Tergiversé los asuntos en la oficina, giré una orden de pago que no estaba autorizada, y el Director tuvo que llamarme la atención. Quizá me mostré hasta descortés con los compañeros. Tendré que ver a un médico, saber si es mi imaginación o delirio o qué, y deshacerme de ese maldito Chac Mool.‖ Hasta aquí la escritura de Filiberto era la antigua, la que tantas veces vi en formas y memoranda, ancha y ovalada. La entrada del 25 de agosto, sin embargo, parecía escrita por otra persona. A veces como niño, separando trabajosamente cada letra; otras, nerviosa, hasta diluirse en lo ininteligible. Hay tres días vacíos, y el relato continúa: ―Todo es tan natural; y luego se cree en lo real... pero esto lo es, más que lo creído por mí. Si es real un garrafón, y más, porque nos damos mejor cuenta de su existencia, o estar, si un bromista pinta el agua de rojo... Real bocanada de cigarro efímera, real imagen monstruosa en un espejo de circo, reales, ¿no lo son todos los muertos, presentes y olvidados?... si un hombre atravesara el paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?... Realidad: cierto día la quebraron en mil pedazos, la cabeza fue a dar allá, la cola aquí y nosotros no conocemos más que uno de los trozos desprendidos de su gran cuerpo. Océano libre y ficticio, sólo real cuando se le aprisiona en el rumor de un caracol marino. Hasta hace tres días, mi realidad lo era al grado de haberse borrado hoy; era movimiento reflejo, rutina, memoria, cartapacio. Y luego, como la tierra que un día tiembla para que recordemos su poder, o como la muerte que un día llegará, recriminando mi olvido de toda la vida, se presenta otra realidad: sabíamos que estaba allí, mostrenca; ahora nos sacude para hacerse viva y presente. Pensé, nuevamente, que era pura imaginación: el Chac Mool, blando y elegante, había cambiado de color en una noche; amarillo, casi dorado, parecía indicarme que era un dios, por ahora laxo, con las rodillas menos tensas que antes, con la sonrisa más benévola. Y ayer, por fin, un despertar sobresaltado, con esa seguridad espantosa de que hay dos respiraciones en la noche, de que en la oscuridad laten más pulsos que el propio. Sí, se escuchaban pasos en la escalera. Pesadilla. Vuelta a dormir... No sé cuánto tiempo pretendí dormir. Cuando volvía a abrir los ojos, aún no amanecía. El cuarto olía a horror, a incienso y sangre. Con la mirada negra, recorrí la recámara, hasta detenerme en dos orificios de luz parpadeante, en dos flámulas crueles y amarillas. ―Casi sin aliento, encendí la luz. ―Allí estaba Chac Mool, erguido, sonriente, ocre, con su barriga encarnada. Me paralizaron los dos ojillos casi bizcos, muy pegados al caballete de la nariz triangular.

Los dientes inferiores mordían el labio superior, inmóviles; sólo el brillo del casuelón cuadrado sobre la cabeza anormalmente voluminosa, delataba vida. Chac Mool avanzó hacia mi cama; entonces empezó a llover.‖ Recuerdo que a fines de agosto, Filiberto fue despedido de la Secretaría, con una recriminación pública del Director y rumores de locura y hasta de robo. Esto no lo creí. Sí pude ver unos oficios descabellados, preguntándole al Oficial Mayor si el agua podía olerse, ofreciendo sus servicios al Secretario de Recursos Hidráulicos para hacer llover en el desierto. No supe qué explicación darme a mí mismo; pensé que las lluvias excepcionalmente fuertes, de ese verano, habían enervado a mi amigo. O que alguna depresión moral debía producir la vida en aquel caserón antiguo, con la mitad de los cuartos bajo llave y empolvados, sin criados ni vida de familia. Los apuntes siguientes son de fines de septiembre: ―Chac Mool puede ser simpático cuando quiere, ‗...un gluglú de agua embelesada‘... Sabe historias fantásticas sobre los monzones, las lluvias ecuatoriales y el castigo de los desiertos; cada planta arranca de su paternidad mítica: el sauce es su hija descarriada, los lotos, sus niños mimados; su suegra, el cacto. Lo que no puedo tolerar es el olor, extrahumano, que emana de esa carne que no lo es, de las sandalias flamantes de vejez. Con risa estridente, Chac Mool revela cómo fue descubierto por Le Plongeon y puesto físicamente en contacto de hombres de otros símbolos. Su espíritu ha vivido en el cántaro y en la tempestad, naturalmente; otra cosa es su piedra, y haberla arrancado del escondite maya en el que yacía es artificial y cruel. Creo que Chac Mool nunca lo perdonará. Él sabe de la inminencia del hecho estético. ―He debido proporcionarle sapolio para que se lave el vientre que el mercader, al creerlo azteca, le untó de salsa ketchup. No pareció gustarle mi pregunta sobre su parentesco con Tlaloc1, y cuando se enoja, sus dientes, de por sí repulsivos, se afilan y brillan. Los primeros días, bajó a dormir al sótano; desde ayer, lo hace en mi cama.‖ ―Hoy empezó la temporada seca. Ayer, desde la sala donde ahora duermo, comencé a oír los mismos lamentos roncos del principio, seguidos de ruidos terribles. Subí; entreabrí la puerta de la recámara: Chac Mool estaba rompiendo las lámparas, los muebles; al verme, saltó hacia la puerta con las manos arañadas, y apenas pude cerrar e irme a esconder al baño. Luego bajó, jadeante, y pidió agua; todo el día tiene corriendo los grifos, no queda un centímetro seco en la casa. Tengo que dormir muy abrigado, y le he pedido que no empape más la sala2.‖ ―El Chac inundó hoy la sala. Exasperado, le dije que lo iba a devolver al mercado de la Lagunilla. Tan terrible como su risilla -horrorosamente distinta a cualquier risa de hombre o de animal- fue la bofetada que me dio, con ese brazo cargado de pesados brazaletes. Debo reconocerlo: soy su prisionero. Mi idea original era bien distinta: yo dominaría a Chac Mool, como se domina a un juguete; era, acaso, una prolongación de mi seguridad infantil; pero la niñez -¿quién lo dijo?- es fruto comido por los años, y yo no me he dado cuenta... Ha tomado mi ropa y se pone la bata cuando empieza a brotarle musgo verde. El Chac Mool está acostumbrado a que se le obedezca, desde siempre y para siempre; yo, que nunca he debido mandar, sólo puedo doblegarme ante él. Mientras no llueva -¿y su poder mágico?- vivirá colérico e irritable.‖

―Hoy decidí que en las noches Chac Mool sale de la casa. Siempre, al oscurecer, canta una tonada chirriona y antigua, más vieja que el canto mismo. Luego cesa. Toqué varias veces a su puerta, y como no me contestó, me atreví a entrar. No había vuelto a ver la recámara desde el día en que la estatua trató de atacarme: está en ruinas, y allí se concentra ese olor a incienso y sangre que ha permeado la casa. Pero detrás de la puerta, hay huesos: huesos de perros, de ratones y gatos. Esto es lo que roba en la noche el Chac Mool para sustentarse. Esto explica los ladridos espantosos de todas las madrugadas.‖ ―Febrero, seco. Chac Mool vigila cada paso mío; me ha obligado a telefonear a una fonda para que diariamente me traigan un portaviandas. Pero el dinero sustraído de la oficina ya se va a acabar. Sucedió lo inevitable: desde el día primero, cortaron el agua y la luz por falta de pago. Pero Chac Mool ha descubierto una fuente pública a dos cuadras de aquí; todos los días hago diez o doce viajes por agua, y él me observa desde la azotea. Dice que si intento huir me fulminará: también es Dios del Rayo. Lo que él no sabe es que estoy al tanto de sus correrías nocturnas... Como no hay luz, debo acostarme a las ocho. Ya debería estar acostumbrado al Chac Mool, pero hace poco, en la oscuridad, me topé con él en la escalera, sentí sus brazos helados, las escamas de su piel renovada y quise gritar.‖ ―Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.‖ ―Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.‖ Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro. Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la

boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido. -Perdone... no sabía que Filiberto hubiera... -No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.

Nombre

Análisis literario Chac Mool Carlos Fuentes Este pasaje proviene de «Chac Mool», de Carlos Fuentes. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. En fin, hoy volví a sentarme en las sillas, modernizadas —también, como barricada de una invasión, la fuente de sodas—, y pretendí leer expedientes. Vi a muchos, cambiados, amnésicos, retocados de luz neón, prósperos. Con el café que casi no reconocía, con la ciudad misma, habían ido cincelándose a ritmo distinto del mío. No, ya no me reconocían, o no me querían reconocer. A lo sumo—uno o dos—una mano gorda y rápida en el hombro. Adiós viejo, qué tal. Entre ellos y yo, mediaban los dieciocho agujeros del Country Club. Me disfracé en los expedientes. Desfilaron los años de las grandes ilusiones, de los pronósticos felices, y, también, todas las omisiones que impidieron su realización. 1. La primera oración del texto contiene ____.

4. El narrador está pensando principalmente ____.

a. una metáfora

c. una personificación

a. en la comida

c. en el pasado

b. un símil

d. una aliteración

b. en lo que está leyendo

d. en el estatus social

2. Este texto se narra ____. a. en primera persona b. en segunda persona c. en tercera persona d. desde el punto de vista de un narrador

omnisciente

5. ¿Por qué incluye el autor el detalle de que las

sillas del café están modernizadas? a. Quiere sugerir que algunas cosas mejoran con el

tiempo. b. Desea hacer ver a sus lectores que la ciudad es más próspera ahora que en el pasado. c. Quiere señalar que, desventuradamente para

3. Al referirse a «los dieciocho agujeros del Country

Club», Fuentes se vale de una expresión metonímica que ____.

Filiberto, nada es como antes, ni siquiera las sillas. d. Es una forma de indicar que el café es un lugar

a. evoca la vida de deportistas profesionales que

lujoso.

alguna vez de jóvenes Filiberto y sus compañeros habían soñado b. recuerda los años de su juventud, antes de cumplir la mayoría de edad c. representa el zanjón que existe ahora entre la vida y posibilidades económicas de Filiberto y las de sus antiguos compañeros

6. El narrador piensa que sus viejos compañeros no

d. describe vívidamente el panorama que se

contempla frente al café

le saludan porque ____. a. tienen malos recuerdos de sus experiencias

juntos b. piensan que él está muy ocupado con los expedientes c. le tienen envidia por su situación económica y social d. no quieren hablar con él porque ya no son de la misma clase social

Nombre

Análisis literario Chac Mool Carlos Fuentes 7. Al afirmar que se disfraza en los expedientes, el

narrador quiere decir que ____. a. finge leer con la esperanza de que nadie lo

reconozca b. se pone a leer para olvidarse de sus problemas c. busca información importante en los

expedientes d. ha decidido esforzarse por mejorar su situación

Comprensión y análisis Chac Mool Carlos Fuentes Contesta las siguientes preguntas, o completa la idea, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada. 1. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones concuerda

4. ¿Qué realidades discierne Filiberto luego de la

mejor con las circunstancias de Filiberto?

transformación psicológica que sufre tras darse cuenta de que el Chac Mool está vivo?

a. Es un hombre de logradas ambiciones, que se

siente feliz con su trabajo en un ministerio público. b. Es un soñador que de pronto se vuelve loco por su afición a la bebida.

a. Una realidad convencional, la de su rutina, y

c. Es un hombre de medianos logros, sometido a las

b. Una realidad rutinaria, llena de aburrimiento y

presiones del mundo burocrático y rutinario a que lo ata su empleo. d. Es un fracasado completo que busca refugio en su imaginación desequilibrada.

cansancio; y una realidad sin tiempo, que evoca recuerdos queridos.

2. Según la teoría de Pepe, el cristianismo ____. a. es una religión que nada tiene que ver con las

creencias de las antiguas culturas de México b. es una religión sin liturgias ni sacrificios, por lo cual no pudo atraer a los antiguos aztecas c. es una religión cuyo credo es una prolongación natural y novedosa de la religión indígena d. Es una religión que los indígenas rechazan porque fue implantada por la fuerza después de la Conquista española 3. ¿Dónde pasó Filiberto la primera noche que siguió a su muerte?

una realidad de sueños plácidos, a la cual accede cuando duerme.

c. Una realidad rutinaria, poblada de oficinas y

cartapacios; y una realidad ignorada, que se presenta de pronto desde una fuente inesperada. d. Una realidad fantasiosa, donde el Chac Mool

tiene vida; y una realidad oscura en que se evoca a la muerte. 5. Cuando Filiberto, tras raspar el musgo húmedo de

la superficie del Chac Mool, palpa su contorno de piedra ____. a. percibe que el bloque se ha endurecido b. percibe que el bloque ha adquirido la textura

del cuarzo c. percibe que el bloque se ha hinchado d. percibe que el bloque se ha reblandecido

a. Dentro de su féretro, en la terminal de

6. ¿Qué dicen los rumores que circulan en la oficina

autobuses. b. En la pensión de Frau Müller, rodeado de amigos durante el velorio. c. En la orilla de una playa de Acapulco.

tras el despido de Filiberto? a. Que Filiberto ha robado y que con el dinero del

d. En su casa, acompañado por la estatuilla del

delito se ha comprado una casa. b. Que Filiberto le ha faltado al respeto al jefe, a raíz de una discusión relacionada con su sueldo.

Chac Mool.

c. Que Filiberto se ha vuelto loco y que incluso ha

robado. d. Que Filiberto en realidad ha renunciado por

consejo de un psiquiatra.

Nombre

Comprensión y análisis 7. ¿A qué razones atribuye el narrador los primeros

11. El lector entiende que todos los sucesos

síntomas de locura detectados en Filiberto antes de quedar despedido de su trabajo en la Secretaría?

siguientes, MENOS UNO, resultan de la presencia del Chac Mool en la casa de Filiberto. ¿Cuál de estos sucesos no tiene lugar por obra misteriosa de Chac?

a. Al cansancio mental y al exceso de trabajo. b. A las lluvias enervantes del verano y a la depresión

a. Filiberto pierde su puesto en la Secretaría.

que le ha causado vivir en el antiguo caserón familiar.

b. Por una tubería descompuesta, el agua de la cocina

c. A la infelicidad de vivir completamente solo y no

tener amigos.

se desborda y llega hasta el sótano; y las lluvias se cuelan y también inundan el sótano.

d. A la presión ejercida por las responsabilidades

c. Filiberto muere ahogado.

familiares y laborales.

d. La estatuilla del Chac Mool tiene su origen en La

8. ¿Qué es lo que hace el Chac Mool cuando por la

Lagunilla, nombre asociado con el agua; y Filiberto siente fuertes ganas de ir a nadar a Acapulco. 12. El aspecto más importante de la trama del cuento es ____.

noche abandona la casa? a. Va en busca de fuentes donde sumergirse para no

volverse piedra. b. Busca espacios abiertos para empaparse con los

a. la pérdida de las amistades juveniles de

torrentes de lluvia.

Filiberto b. los problemas que tiene Filiberto al tratar de mantener el caserón familiar c. el desarrollo del Chac Mool, que empieza como cosa inanimada para terminar siendo un monstruo que domina la vida de Filiberto hasta destruirla

c. Intenta retornar al refugio de donde lo

extrajeron los arqueólogos. d. Atrapa diferentes animales para alimentarse. 9. La estructura de este cuento puede describirse

mejor como ____. a. las memorias de un amigo de Filiberto b. el enlace de varias páginas del diario de Filiberto,

según las va leyendo un compañero suyo de trabajo c. unos comentarios escritos sobre Filiberto desde el

punto de vista del Chac Mool d. las vivencias de Filiberto en los momentos de su muerte 10. Filiberto, a pesar de llevar una vida bastante aburrida, tiene interés en ____. a. las artes indígenas mexicanas b. los antiguos idiomas de México c. las causas de las inundaciones d. los orígenes de Teotihuacán

d. los mitos antiguos de México y sus lecciones

para la vida moderna

La casa de Bernarda Alba Acto I FEDERICO GARCÍA LOR CA

alacena—hueco en la pared de una cocina, con estantería, que sirve para almacenar útiles y comida. amatista—piedra semipreciosa de color purpúreo. anzuelo—ganchito o arponcillo de metal que sirve para pescar. arca—cofre; caja generalmente de madera. arrastrar—llevar por el suelo tirando. aseado—limpio. azuzar—incitar. bandeja—charola; pieza plana con bordes, que se usa para servir comida. barnizado—pulido; abrillantado como con barniz, o con laca. bienaventurado—que goza eternamente de la visión de Dios en el cielo. blanquear—hacer blanco; pintar de blanco. bordar—adornar con puntos de costura una tela. cabecera—parte de la cama donde se ponen las almohadas. carnero—el macho de la oveja. choza—casa humilde y pobre. clamor (m.)—grito lastimoso. cofre (m.)—arca; estuche; caja con cerradura. cogido—agarrado; tenido. contorno—región. costal (m.)—saco grande de tela ordinaria que sirve para transportar harina. delatar—informar a las autoridades sobre un delito de otro. desahogarse—aliviarse uno en las aflicciones o penas, exteriorizándolas. desfilar—marchar en fila; salir un tras otro. desmayarse—perder la conciencia. doblar—sonar; tocar en luto (una campana). doble (m.)—toque; sonido.

Antes de leer Mientras que la producción poética de Federico García Lorca logró gran arraigo popular, la resonancia de su obra teatral ha quedado, sin embargo, circunscrita a los círculos literarios. Es en tal sentido que el crítico Fernando Lázaro Carreter no duda en afirmar que el teatro de Lorca, a pesar de su didactismo, pasa sin dejar huella en el público general y sólo adquiere fama entre gente cultivada, convirtiéndolo así en un «episodio estético» de la literatura española antes que en una expresión popular. Sin embargo, esta disparidad no es casual y, más bien, nos revela su propósito: Lorca no pretendía llegar a un público masivo, pues la sencillez de sus obras teatrales es sólo aparente. Ese primitivismo pasional, sinceridad desgarrada, ambiente vivo y coloreado de que habla Carreter, no hubiesen resistido el paso del tiempo sin el meticuloso genio dramático de Lorca, que halla justificación para cada elemento de sus obras, desde el color del escenario hasta los nombres de los personajes, como lo evidencia la mayor de sus obras: La casa de Bernarda Alba. Parte de una trilogía rural, junto con Yerma y Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba se terminó de escribir el 19 de junio de 1936, poco tiempo antes de la trágica muerte de Lorca. Muchos estudiosos coinciden en que esta obra representa la madurez de su autor como dramaturgo. duelo—reunión de parientes y amigos que asisten a los

Vocabulario

funerales de alguien; también, período de luto. el qué dirán—lo que pueda decir la gente acerca de uno. enagua—falda interior usada debajo de las faldas exteriores. escabullirse—salirse a escondidas, esperando no ser visto. escupir—echar saliva por la boca a modo de insulto. estrenar—usar o exhibir por primera vez. fastidiarse— molestarse; llevarse un chasco; sufrir una contrariedad.

abanico—instrumento plegable de forma semicircular que sirve para mover el aire y refrescarse del calor. acribillar—hacer una criba; llenar de picaduras. aguja—barrita típicamente de metal, que se usa para coser, bordar, o tejer. ajuar (m.)—conjunto de muebles, alhajas y ropa que aporta la mujer al matrimonio cuando se casa, típicamente sábanas, fundas, manteles, y demás.

Abriendo puertas: Recursos en línea

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© Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company

forastero—extraño; persona fuereña. fregar— lavar; limpiar (los pisos, o los platos, por ejemplo). hartarse—cansarse; acabársele a uno la paciencia; comer hasta llenarse el estómago. hembra—mujer. hilo—tejido de lino; hebra o filamento de que está hecho el tejido. índole (f.)—clase; especie; tipo. infame—hombre vil, ruin. inverosímil— poco creíble; improbable. ladrillo—bloque de arcilla en forma de prisma utilizado en la construcción. lagarto—reptil saurio de cuerpo largo, de cuatro patas pequeñas y piel cubierta de laminillas escamosas. lenguas—murmuraciones; chismes; o bien, palabrería; palabras huecas o vacías.. limosna—dinero regalado por caridad a los pobres. luto—vestidura negra que se lleva en señal de duelo por un muerto. machacado—quebrantado a golpes. manada—conjunto de animales, como vacas, ovejas o cabras. marcharse—irse. molino—edificio donde se encuentra una máquina para moler el trigo. oficiante—el que oficia en las iglesias, en la misa, por ejemplo. olivar (m.)—conjunto de olivos, árboles que dan aceitunas. pana—tela gruesa parecida al terciopelo, de la que se fabrican trajes de hombre. párroco—cura de una parroquia, territorio al que sirve una iglesia determinada. pendiente (m.)—arete colgante. piropo— lisonja; requiebro; elogio; alabanza. plomo— metal pesado maleable, de color gris. pozo—excavación vertical hecha en la tierra a fin de encontrar una vena de agua. procurar—esforzarse por; hacer esfuerzo de. pulga— insecto saltador que se nutre chupando la sangre de las personas o de los animales. recocido—vuelto a cocer; muy cocido; muy experimentado. rematado—acabado. remedar—imitar. rendija—hendidura. retumbar—resonar mucho; hacer estruendo. roble (m.)—árbol fuerte, de madera dura, que da por fruto bellotas. rondar—dar vueltas alrededor. sandía—fruto grande y redondo, de color verde por fuera y pulpa roja por dentro, con muchas pepitas. santiguarse—hacerse la señal de la cruz.

sien (f.)—concavidad en el cráneo a cada uno de los dos lados de la cara a nivel de los ojos. sino—destino; hado. sobras—residuos; lo restante; lo que queda. sujetar—retener; tener sin libertad de movimiento. sumiso—obediente; subyugado; amansado. teñir de—cambiar el color a. tieso—rígido. tranca—aldaba; tabla con que se asegura una puerta. umbroso—sombrío; también, sombreado. varón— hombre. veneno—sustancia que, introducida en el organismo, causa la muerte; figuradamente, algo que puede hacer un daño o a la salud o a la moral. volante (m.)—adorno de tela plegada, rizada o fruncida.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Para entender mejor la obra teatral de García Lorca, es indispensable citar estas palabras suyas, pronunciadas a propósito del estreno de Yerma: «Yo no hablo esta noche como autor ni como poeta, ni como ardiente apasionado del teatro de acción social. El teatro es uno de los más expresivos y útiles instrumentos para la edificación de un país, y el barómetro que marca su grandeza o su descenso. Un teatro sensible y bien orientado en todas sus ramas, desde la tragedia al vodevil, puede cambiar en pocos años la sensibilidad del pueblo; y un teatro destrozado, donde las pezuñas sustituyen a las alas, puede achabacanar y adormecer a una nación entera». Hay que señalar dos cosas a propósito de esta enfática declaración del poeta; la primera está relacionada con la dimensión social del teatro, la segunda con su dimensión estética. Cuando Lorca se refiere al teatro como «instrumento», no lo vincula con la acción política ni lo pone al servicio de una causa revolucionaria; habla simplemente del teatro como instrumento de «edificación», de construcción de una sociedad libre donde florezca lo mejor de la cultura nacional y se sienten las bases para afinar la sensibilidad de los hombres. El teatro lorquiano no es panfletario, no hay en él un solo rastro de

compromiso con una secta política específica, a pesar de la aplastante influencia que la Revolución Bolchevique ejercía sobre los intelectuales de su tiempo; lo que sí puede encontrarse es un afán de educar, de «afinar los espíritus», como bien dice el crítico Fernando Lázaro Carreter. En esa medida, la dimensión estética de la obra teatral lorquiana adquiere mayor relevancia. Al teatro populachero y complaciente, a los dramas que solamente halagan el gusto anquilosado de las masas, a las comedietas chabacanas, Lorca opone un teatro destinado a pulir la sensibilidad de su audiencia, a la par que despierta la capacidad crítica de la misma. La modernidad de La casa de Bernarda Alba estriba precisamente en el encadenamiento magistral del propósito estético y del propósito social; por un lado la obra muestra la comunión perfecta y justificada de cada uno de sus elementos, y por otro revela con toda crudeza las estructuras y relaciones que explican el aislamiento de España en el contexto del continente europeo. Uno de los rasgos característicos del primer acto es el predominio del superlativo del color blanco. Tal color contrasta sobremanera con el negro de los vestidos de luto en el funeral del marido de Bernarda. Este contraste cromático de superficies, anuncia de algún modo contrastes más profundos; contrastes entre pasado y presente, entre tradición y progreso, que finalmente desgarran a cada individuo, a cada familia y finalmente a la sociedad entera. La casa de Bernarda Alba nos presenta un mundo lleno de dicotomías: al blanco se le opone el negro; a la opresión, la libertad; a la vida, la muerte; a las normas y convenciones sociales, los deseos instintivos, etc. Los puntos medios quedan erradicados y la posibilidad de diálogo se esfuma. Bernarda, desde su aparición, impone el silencio: ni una palabra de parte de los oprimidos, ni una seña de conjuración secreta,

ni un atisbo de ruptura con los códigos establecidos. Para colmo de males, los oprimidos, los dominados, en este caso las hijas de Bernarda y las sirvientas, están divididos entre sí; no hay posibilidad de que se confabulen, de que tramen algo para procurarse un poco de libertad y alegría; enfrentados los unos con los otros, cada uno, a su manera, trata de sobrevivir a la injusticia. Ante semejante perspectiva resulta imposible prever una solución. La audiencia queda entonces preparada para un desenlace trágico. Otro elemento interesante es la manera en que Lorca introduce a Bernarda en el escenario. Comenzamos a saber de ella por medio de dos sirvientas que conversan en una habitación de la casa. La lluvia de adjetivos es tan impresionante como su contraste: primero se califica a Bernarda de mandona, dominante y tirana; y luego se le señala, con irónico desdén, como «la más aseada», «la más decente» y «la más alta». De esta manera se establece la relación entre poder y prestigio. Esta es una de las razones por las cuales Bernarda se empeña en mantener las apariencias. Su mismo apellido, Alba, está ligado tradicionalmente con la pureza y la decencia.

Bibliografía Busette, Cedric. «Obra dramática de García Lorca: estudio de su configuración». (1971) Carreter, Fernando Lázaro. «Apuntes sobre el teatro de García Lorca», en Federico García Lorca. (1973) Frazier, Brenda. «La mujer en el teatro de Federico García Lorca». (1973) Rubia Barcia, J. «El realismo mágico de La casa de Bernarda Alba», en Federico García Lorca. (1973)

La casa de Bernarda Alba. Drama de mujeres en los pueblos de España Personajes Bernarda, 60 años. Angustias, (hija), 39 años.

María Josefa, madre de Bernarda, 80 años. La Poncia, 60 años.

Mujer 1

Magdalena, (hija), 30 años. Criada, 50 años.

Mujer 2

Amelia, (hija), 27 años.

Mendiga, con niña.

Mujer 3

Martirio, (hija), 24 años.

Mujeres de luto.

Mujer 4

Adela, (hija), 20 años.

Muchacha

El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.

Acto primero Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas. (Sale la Criada)

Criada: Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes. La Poncia: (Sale comiendo chorizo y pan) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena. Criada: Es la que se queda más sola. La Poncia: Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos solas un poquito! Yo he venido a comer. Criada: ¡Si te viera Bernarda...! La Poncia: ¡Quisiera que ahora, que no come ella, que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona!

¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos. Criada: (Con tristeza, ansiosa) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia? La Poncia: Entra y llévate también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta! Voz (Dentro): ¡Bernarda! La Poncia: La vieja. ¿Está bien cerrada? Criada: Con dos vueltas de llave. La Poncia: Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos como cinco ganzúas. Voz: ¡Bernarda! La Poncia: (A voces) ¡Ya viene! (A la Criada) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan. Criada: ¡Qué mujer! La Poncia: Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado! Criada: Sangre en las manos tengo de fregarlo todo. La Poncia: Ella, la más aseada; ella, la más decente; ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre marido. (Cesan las campanas.) Criada: ¿Han venido todos sus parientes? La Poncia: Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la cruz. Criada: ¿Hay bastantes sillas? La Poncia: Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea! Criada: Contigo se portó bien. La Poncia: Treinta años lavando sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; noches en vela cuando tose; días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le pinche en los ojos! Criada: ¡Mujer!

La Poncia: Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me hartaré. Criada: Y ese día... La Poncia: Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. "Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro", hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. La quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia. Criada: ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas! La Poncia: Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad. Criada: Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada. La Poncia: (En la alacena) Este cristal tiene unas motas. Criada: Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan. (Suenan las campanas) La Poncia: El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el "Pater noster" subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán, Tronchapinos. En la misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo) ¡Ameeeén! (Se echa a toser) Criada: Te vas a hacer el gaznate polvo. La Poncia: ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo) (La Criada limpia. Suenan las campanas) Criada: (Llevando el canto) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado! Mendiga: (Con una niña) ¡Alabado sea Dios! Criada: Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años'. Tin, tin, tan. Mendiga: (Fuerte con cierta irritación) ¡Alabado sea Dios! Criada: (Irritada) ¡Por siempre! Mendiga: Vengo por las sobras.

(Cesan las campanas) Criada: Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí. Mendiga: Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo estamos solas! Criada: También están solos los perros y viven. Mendiga: Siempre me las dan. Criada: Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados. (Se van. Limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo! (Vuelven a sonar las campanas) Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡venga caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; ¡que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena) (Rompiendo a gritar) ¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del cabello) ¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir? (Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus cinco hijas) Bernarda: (A la Criada) ¡Silencio! Criada: (Llorando) ¡Bernarda! Bernarda: Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va sollozando) Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias. Mujer 1: Los pobres sienten también sus penas. Bernarda: Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos. Muchacha 1: (Con timidez) Comer es necesario para vivir. Bernarda: A tu edad no se habla delante de las personas mayores. Mujer 1: Niña, cállate. Bernarda: No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse. (Se sientan. Pausa) (Fuerte) Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído? Mujer 2: (A Bernarda) ¿Habéis empezado los trabajos en la era?

Bernarda: Ayer. Mujer 3: Cae el sol como plomo. Mujer 1: Hace años no he conocido calor igual. (Pausa. Se abanican todas) Bernarda: ¿Está hecha la limonada? La Poncia: (Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.) Sí, Bernarda. Bernarda: Dale a los hombres. La Poncia: Ya están tomando en el patio. Bernarda: Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por aquí. Muchacha: (A Angustias) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo. Angustias: Allí estaba. Bernarda: Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo ha visto ni ella ni yo. Muchacha: Me pareció... Bernarda: Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de tu tía. A ése lo vimos todas. Mujer 2: (Aparte y en baja voz) ¡Mala, más que mala! Mujer 3: (Aparte y en baja voz) ¡Lengua de cuchillo! Bernarda: Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana. Mujer 1: (En voz baja) ¡Vieja lagarta recocida! La Poncia: (Entre dientes) ¡Sarmentosa por calentura de varón! Bernarda: (Dando un golpe de bastón en el suelo) ¡Alabado sea Dios! Todas: (Santiguándose) Sea por siempre bendito y alabado. Bernarda: ¡Descansa en paz con la santa compaña de cabecera! Todas: ¡Descansa en paz!

Bernarda: Con el ángel San Miguel y su espada justiciera Todas: ¡Descansa en paz! Bernarda: Con la llave que todo lo abre y la mano que todo lo cierra. Todas: ¡Descansa en paz! Bernarda: Con los bienaventurados y las lucecitas del campo. Todas: ¡Descansa en paz! Bernarda: Con nuestra santa caridad y las almas de tierra y mar. Todas: ¡Descansa en paz! Bernarda: Concede el reposo a tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu santa gloria. Todas: Amén. Bernarda: (Se pone de pie y canta) "Réquiem aeternam dona eis, Domine". Todas: (De pie y cantando al modo gregoriano) "Et lux perpetua luceat eis". (Se santiguan) Mujer 1: Salud para rogar por su alma. (Van desfilando) Mujer 3: No te faltará la hogaza de pan caliente. Mujer 2: Ni el techo para tus hijas. (Van desfilando todas por delante de Bernarda y saliendo. Sale Angustias por otra puerta, la que da al patio) Mujer 4: El mismo trigo de tu casamiento lo sigas disfrutando. La Poncia: (Entrando con una bolsa) De parte de los hombres esta bolsa de dineros para responsos. Bernarda: Dales las gracias y échales una copa de aguardiente. Muchacha: (A Magdalena) Magdalena...

Bernarda: (A Magdalena, que inicia el llanto) Chist. (Golpea con el bastón.) (Salen todas.) (A las que se han ido) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis muchos años en pasar el arco de mi puerta. La Poncia: No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo. Bernarda: Sí, para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas. Amelia: ¡Madre, no hable usted así! Bernarda: Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada. La Poncia: ¡Cómo han puesto la solería! Bernarda: Igual que si hubiera pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo) Niña, dame un abanico. Amelia: Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.) Bernarda: (Arrojando el abanico al suelo) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro y aprende a respetar el luto de tu padre. Martirio: Tome usted el mío. Bernarda: ¿Y tú? Martirio: Yo no tengo calor. Bernarda: Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordaros el ajuar. En el arca tengo veinte piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas. Magdalena: Lo mismo me da. Adela: (Agria) Si no queréis bordarlas irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más. Magdalena: Ni las mías ni las vuestras. Sé que yo no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino. Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura. Bernarda: Eso tiene ser mujer Magdalena: Malditas sean las mujeres. Bernarda: Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.

(Sale Adela.) Voz: ¡Bernarda!, ¡déjame salir! Bernarda: (En voz alta) ¡Dejadla ya! (Sale la Criada.) Criada: Me ha costado mucho trabajo sujetarla. A pesar de sus ochenta años tu madre es fuerte como un roble. Bernarda: Tiene a quien parecérsele. Mi abuelo fue igual. Criada: Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera, para beber, y carne de perro, que es lo que ella dice que tú le das. Martirio: ¡Tiene mala intención! Bernarda: (A la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio. Criada: Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que se quiere casar. (Las hijas ríen.) Bernarda: Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo. Criada: No tengas miedo que se tire. Bernarda: No es por eso... Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana. (Sale la Criada.) Martirio: Nos vamos a cambiar la ropa. Bernarda: Sí, pero no el pañuelo de la cabeza. ( Entra Adela.) ¿Y Angustias? Adela: (Con retintín.) La he visto asomada a la rendija del portón. Los hombres se acababan de ir. Bernarda: ¿Y tú a qué fuiste también al portón? Adela: Me llegué a ver si habían puesto las gallinas. Bernarda: ¡Pero el duelo de los hombres habría salido ya! Adela: (Con intención) Todavía estaba un grupo parado por fuera. Bernarda: (Furiosa) ¡Angustias! ¡Angustias!

Angustias: (Entrando.) ¿Qué manda usted? Bernarda: ¿Qué mirabas y a quién? Angustias: A nadie. Bernarda: ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la misa de su padre? ¡Contesta! ¿A quién mirabas? (Pausa.) Angustias: Yo... Bernarda: ¡Tú! Angustias: ¡A nadie! Bernarda: (Avanzando con el bastón) ¡Suave! ¡dulzarrona! (Le da) La Poncia: (Corriendo) ¡Bernarda, cálmate! (La sujeta) (Angustias llora.) Bernarda: ¡Fuera de aquí todas! (Salen) La Poncia: Ella lo ha hecho sin dar alcance a lo que hacía, que está francamente mal. ¡Ya me chocó a mí verla escabullirse hacia el patio! Luego estuvo detrás de una ventana oyendo la conversación que traían los hombres, que, como siempre, no se puede oír. Bernarda: ¡A eso vienen a los duelos! (Con curiosidad) ¿De qué hablaban? La Poncia: Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su marido a un pesebre y a ella se la llevaron a la grupa del caballo hasta lo alto del olivar. Bernarda: ¿Y ella? La Poncia: Ella, tan conforme. Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida como si tocara la guitarra. ¡Un horror! Bernarda: ¿Y qué pasó? La Poncia: Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día. Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de flores en la cabeza. Bernarda: Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo. La Poncia: Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los que fueron con ella son también hijos de forasteros. Los hombres de aquí no son capaces de eso.

Bernarda: No, pero les gusta verlo y comentarlo, y se chupan los dedos de que esto ocurra. La Poncia: Contaban muchas cosas más. Bernarda: (Mirando a un lado y a otro con cierto temor) ¿Cuáles? La Poncia: Me da vergüenza referirlas. Bernarda: Y mi hija las oyó. La Poncia: ¡Claro! Bernarda: Ésa sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos de carnero al piropo de cualquier barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte demasiado! La Poncia: ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe tener mucho más de los treinta. Bernarda: Treinta y nueve justos. La Poncia: Figúrate. Y no ha tenido nunca novio... Bernarda: (Furiosa) ¡No, no ha tenido novio ninguna, ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien. La Poncia: No he querido ofenderte. Bernarda: No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán? La Poncia: Debías haberte ido a otro pueblo. Bernarda: Eso, ¡a venderlas! La Poncia: No, Bernarda, a cambiar... ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las pobres! Bernarda: ¡Calla esa lengua atormentadora! La Poncia: Contigo no se puede hablar. ¿Tenemos o no tenemos confianza? Bernarda: No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más! Criada: (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones. Bernarda: Vamos. (A la Criada.) Tú empieza a blanquear el patio. (A la Poncia.) Y tú ve guardando en el arca grande toda la ropa del muerto. La Poncia: Algunas cosas las podríamos dar...

Bernarda: Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara! (Sale lentamente apoyada en el bastón y al salir vuelve la cabeza y mira a sus criadas. Las criadas salen después.) (Entran Amelia y Martirio.) Amelia: ¿Has tomado la medicina? Martirio: ¡Para lo que me va a servir! Amelia: Pero la has tomado. Martirio: Yo hago las cosas sin fe, pero como un reloj. Amelia: Desde que vino el médico nuevo estás más animada. Martirio: Yo me siento lo mismo. Amelia: ¿Te fijaste? Adelaida no estuvo en el duelo. Martirio: Ya lo sabía. Su novio no la deja salir ni al tranco de la calle. Antes era alegre; ahora ni polvos echa en la cara. Amelia: Ya no sabe una si es mejor tener novio o no. Martirio: Es lo mismo. Amelia: De todo tiene la culpa esta crítica que no nos deja vivir. Adelaida habrá pasado mal rato. Martirio: Le tienen miedo a nuestra madre. Es la única que conoce la historia de su padre y el origen de sus tierras. Siempre que viene le tira puñaladas el asunto. Su padre mató en Cuba al marido de primera mujer para casarse con ella. Luego aquí la abandonó y se fue con otra que tenía una hija y luego tuvo relaciones con esta muchacha, la madre de Adelaida, y se casó con ella después de haber muerto loca la segunda mujer. Amelia: Y ese infame, ¿por qué no está en la cárcel? Martirio: Porque los hombres se tapan unos a otros las cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar. Amelia: Pero Adelaida no tiene culpa de esto. Martirio: No, pero las cosas se repiten. Y veo que todo es una terrible repetición. Y ella tiene el mismo sino de su madre y de su abuela, mujeres las dos del que la engendró. Amelia: ¡Qué cosa más grande! Martirio: Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos, y siempre tuve miedo de crecer por

temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha apartado definitivamente de mí. Amelia: ¡Eso no digas! Enrique Humanes estuvo detrás de ti y le gustabas. Martirio: ¡Invenciones de la gente! Una vez estuve en camisa detrás de la ventana hasta que fue de día, porque me avisó con la hija de su gañán que iba a venir, y no vino. Fue todo cosa de lenguas. Luego se casó con otra que tenía más que yo. Amelia: ¡Y fea como un demonio! Martirio: ¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa que les dé de comer. Amelia: ¡Ay! (Entra Magdalena.) Magdalena: ¿Qué hacéis? Martirio: Aquí. Amelia: ¿Y tú? Magdalena: Vengo de correr las cámaras. Por andar un poco. De ver los cuadros bordados en cañamazo de nuestra abuela, el perrito de lanas y el negro luchando con el león, que tanto nos gustaba de niñas. Aquélla era una época más alegre. Una boda duraba diez días y no se usaban las malas lenguas. Hoy hay más finura. Las novias se ponen velo blanco como en las poblaciones, y se bebe vino de botella, pero nos pudrimos por el qué dirán. Martirio: ¡Sabe Dios lo que entonces pasaría! Amelia: (A Magdalena.) Llevas desabrochados los cordones de un zapato. Magdalena: ¡Qué más da! Amelia: ¡Te los vas a pisar y te vas a caer! Magdalena: ¡Una menos! Martirio: ¿Y Adela? Magdalena: ¡Ah! Se ha puesto el traje verde que se hizo para estrenar el día de su cumpleaños, se ha ido al corral y ha comenzado a voces: "¡Gallinas, gallinas, miradme!" ¡Me he tenido que reír! Amelia: ¡Si la hubiera visto madre! Magdalena: ¡Pobrecilla! Es la más joven de nosotras y tiene ilusión. ¡Daría algo por verla feliz!

(Pausa. Angustias cruza la escena con unas toallas en la mano.) Angustias: ¿Qué hora es? Magdalena: Ya deben ser las doce. Angustias: ¿Tanto? Amelia: ¡Estarán al caer! (Sale Angustias.) Magdalena: (Con intención.) ¿Sabéis ya la cosa...? (Señalando a Angustias.) Amelia: No. Magdalena: ¡Vamos! Martirio: ¡No sé a qué cosa te refieres...! Magdalena: Mejor que yo lo sabéis las dos. Siempre cabeza con cabeza como dos ovejitas, pero sin desahogaros con nadie. ¡Lo de Pepe el Romano! Martirio: ¡Ah! Magdalena: (Remedándola.) ¡Ah! Ya se comenta por el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con Angustias. Anoche estuvo rondando la casa y creo que pronto va a mandar un emisario. Martirio: ¡Yo me alegro! Es buen hombre. Amelia: Yo también. Angustias tiene buenas condiciones. Magdalena: Ninguna de las dos os alegráis. Martirio: ¡Magdalena! ¡Mujer! Magdalena: Si viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como mujer, yo me alegraría, pero viene por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana aquí estamos en familia y reconocemos que está vieja, enfermiza, y que siempre ha sido la que ha tenido menos méritos de todas nosotras, porque si con veinte años parecía un palo vestido, ¡qué será ahora que tiene cuarenta! Martirio: No hables así. La suerte viene a quien menos la aguarda. Amelia: ¡Después de todo dice la verdad! Angustias tiene el dinero de su padre, es la única rica de la casa y por eso ahora, que nuestro padre ha muerto y ya se harán particiones, vienen por ella! Magdalena: Pepe el Romano tiene veinticinco años y es el mejor tipo de todos estos contornos. Lo

natural sería que te pretendiera a ti, Amelia, o a nuestra Adela, que tiene veinte años, pero no que venga a buscar lo más oscuro de esta casa, a una mujer que, como su padre habla con la nariz. Martirio: ¡Puede que a él le guste! Magdalena: ¡Nunca he podido resistir tu hipocresía! Martirio: ¡Dios nos valga! (Entra Adela.) Magdalena: ¿Te han visto ya las gallinas? Adela: ¿Y qué querías que hiciera? Amelia: ¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo! Adela: Tenía mucha ilusión con el vestido. Pensaba ponérmelo el día que vamos a comer sandías a la noria. No hubiera habido otro igual. Martirio: ¡Es un vestido precioso! Adela: Y me está muy bien. Es lo que mejor ha cortado Magdalena. Magdalena: ¿Y las gallinas qué te han dicho? Adela: Regalarme unas cuantas pulgas que me han acribillado las piernas. (Ríen) Martirio: Lo que puedes hacer es teñirlo de negro. Magdalena: Lo mejor que puedes hacer es regalárselo a Angustias para la boda con Pepe el Romano. Adela: (Con emoción contenida.) ¡Pero Pepe el Romano...! Amelia: ¿No lo has oído decir? Adela: No. Magdalena: ¡Pues ya lo sabes! Adela: ¡Pero si no puede ser! Magdalena: ¡El dinero lo puede todo! Adela: ¿Por eso ha salido detrás del duelo y estuvo mirando por el portón? (Pausa) Y ese hombre es capaz de... Magdalena: Es capaz de todo.

(Pausa) Martirio: ¿Qué piensas, Adela? Adela: Pienso que este luto me ha cogido en la peor época de mi vida para pasarlo. Magdalena: Ya te acostumbrarás. Adela: (Rompiendo a llorar con ira) ¡No , no me acostumbraré! Yo no quiero estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras. ¡No quiero perder mi blancura en estas habitaciones! ¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir! (Entra la Criada.) Magdalena: (Autoritaria.) ¡Adela! Criada: ¡La pobre! ¡Cuánto ha sentido a su padre! (Sale) Martirio: ¡Calla! Amelia: Lo que sea de una será de todas. (Adela se calma.) Magdalena: Ha estado a punto de oírte la criada. Criada: (Apareciendo.) Pepe el Romano viene por lo alto de la calle. (Amelia, Martirio y Magdalena corren presurosas.) Magdalena: ¡Vamos a verlo! (Salen rápidas.) Criada: (A Adela.) ¿Tú no vas? Adela: No me importa. Criada: Como dará la vuelta a la esquina, desde la ventana de tu cuarto se verá mejor. (Sale la Criada.) (Adela queda en escena dudando. Después de un instante se va también rápida hacia su habitación. Salen Bernarda y la Poncia.) Bernarda: ¡Malditas particiones! La Poncia: ¡Cuánto dinero le queda a Angustias!

Bernarda: Sí. La Poncia: Y a las otras, bastante menos. Bernarda: Ya me lo has dicho tres veces y no te he querido replicar. Bastante menos, mucho menos. No me lo recuerdes más. (Sale Angustias muy compuesta de cara.) Bernarda: ¡Angustias! Angustias: Madre. Bernarda: ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la cara? ¿Has tenido valor de lavarte la cara el día de la misa de tu padre? Angustias: No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es que ya no lo recuerda usted? Bernarda: ¡Más debes a este hombre, padre de tus hermanas, que al tuyo! Gracias a este hombre tienes colmada tu fortuna. Angustias: ¡Eso lo teníamos que ver! Bernarda: ¡Aunque fuera por decencia! ¡Por respeto! Angustias: Madre, déjeme usted salir. Bernarda: ¿Salir? Después que te hayas quitado esos polvos de la cara. ¡Suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de tus tías! (Le quita violentamente con su pañuelo los polvos) ¡Ahora vete! La Poncia: ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva! Bernarda: Aunque mi madre esté loca yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago. (Entran todas.) Magdalena: ¿Qué pasa? Bernarda: No pasa nada. Magdalena: (A Angustias.) Si es que discutís por las particiones, tú, que eres la más rica, te puedes quedar con todo. Angustias: ¡Guárdate la lengua en la madriguera! Bernarda: (Golpeando con el bastón en el suelo.) ¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo. ¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!

(Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa, la madre de Bernarda, viejísima, ataviada con flores en la cabeza y en el pecho.) María Josefa: Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que tengo quiero que sea para vosotras, ni mis anillos, ni mi traje negro de moaré, porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! ¡Bernarda, dame mi gargantilla de perlas! Bernarda: (A la Criada.) ¿Por qué la habéis dejado entrar? Criada: (Temblando.) ¡Se me escapó! María Josefa: Me escapé porque me quiero casar, porque quiero casarme con un varón hermoso de la orilla del mar, ya que aquí los hombres huyen de las mujeres. Bernarda: ¡Calle usted, madre! María Josefa: No, no callo. No quiero ver a estas mujeres solteras, rabiando por la boda, haciéndose polvo el corazón, y yo me quiero ir a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y tener alegría! Bernarda: ¡Encerradla! María Josefa: ¡Déjame salir, Bernarda! (La Criada coge a María Josefa.) Bernarda: ¡Ayudarla vosotras! (Todas arrastran a la vieja.) María Josefa: ¡Quiero irme de aquí! ¡Bernarda! ¡A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar! Telón rápido.

Principio

La casa de Bernarda Alba Acto II FEDERICO GARCÍA LOR CA

Antes de leer García Lorca ha manifestado que para escribir La casa de Bernarda Alba se basó en un hecho real acontecido en el pueblo de Valderrubio, provincia de Granada. Esto quizá haya motivado que muchas compañías de teatro representaran la obra como si se tratara de un documental empeñado en copiar la realidad al modo en que lo hacen los reportajes periodísticos. Sin embargo, basta recordar la presencia de la abuela, errando por la casa en un estado de trance o locura, o al caballo encerrado en el establo, que en medio de la noche se aparece como un espectro de luz enceguecedora, para concluir que la obra tiene ciertos elementos surrealistas imposibles de pasar por alto a la hora de representarla. El mismo carácter trágico y fatalista de Bernarda se presta a una interpretación histriónica. En esta medida es importante aclarar que La casa de Bernarda Alba no es realidad pura, sino realidad poetizada, elevada de lo racional a lo representativo, de lo que puede verse y tocarse a lo que solamente puede ser imaginado. Aunque Lorca haya exclamado muchas veces: «¡Ni una gota de poesía!», no pretendió jamás deshacerse del poeta que llevaba dentro y por eso la poesía que tenía en la sangre impregnó en diferente grado tanto su obra en verso como su obra dramática.

Vocabulario aguantarse—contenerse; callarse. ajeno—no de uno; no propio; de otro. arañar—rasgar con las uñas. arboleda—terreno poblado de árboles. arder—estar encendido; producir llamas; estar quemándose; abrasar. arrimado a—apoyado en. aviso—advertencia; consejo. azadón (m.)—instrumento de labranza; consiste en una pala de hierro y un mango que forma ángulo oblicuo con ella, para remover la tierra.

barrunto—conjetura; sospecha.. carbón— sustancia sólida, negra y combustible.. casualidad—suceso imprevisto cuya causa se desconoce. chitón—palabra onomatopéyica con que se advierte a una persona que guarde silencio. chocar—extrañar; causar extrañeza; disgustar; encontrarse una cosa con otra violentamente. cría—niño, o animal pequeño, mientras crece. cuchilla— cuchillo grande; hoja de cualquier arma blanca. desafiar— provocar a combate; enfrentarse a lo que se manda a uno. desbravar—domar (un animal salvaje); amansar. deslizarse—evadirse; escurrirse; casi caerse. empeñarse—insistir. en cueros—desnudo; sin ropa. escarcha—rocío de la noche congelado por el frío. escupir—arrojar saliva por la boca a modo de insulto. estallar—hacer explosión; reventar. estremecer— hacer temblar. fango—lodo. gentío—cantidad grande de gente. holanda— tela muy fina. humos—figuradamente, vanidad; altivez. inquisición—examen minucioso. joroba—concorva en la espalda. lagartija— reptil saurio de tamaño pequeño, piel escamosa, cuerpo alargado y color verde. lentejuela— laminilla redonda de metal que se cose a la ropa por adorno. liebre—especie de conejo, de piernas largas y fuertes, que corre rápido para escaparse de las fieras que la quieren apresar. llamarada—llama repentina que se apaga pronto. lucirse—vestirse con esmero; adornarse. malo— enfermo. mango—parte larga y estrecha de las herramientas por donde se agarran con las manos al usarlas. modoso—que tiene buenos modales. monigote (m.)—muñeco; figura ridícula. mosca muerta—hipócrita. pandero—instrumento musical de percusión hecho de cuero estirado sobre aros, y provisto de sonajas. parto—acción y proceso de dar a luz.

pecado—transgresión contra los preceptos de la iglesia; acción que se aparta de lo recto y lo justo, que falta a lo debido. pedernal (m.)—variedad de cuarzo; aqui, de suma dureza. pérfido—desleal; traidor. porrazo—golpe dado con una porra, o un palo. prevenir—advertir; aconsejar; avisar. recado—mensaje que de palabra da o envía una persona a otra. reja—red formada por barras de hierro, que cubre una puerta o una ventana para seguridad o adorno. retirarse—alejarse; apartarse. reventar—hacer explosión; estallar; morir violentamente. segador—el que siega, o corta las mieses o hierbas con hoz o guadaña. siquiera—por lo menos. tabique—pared delgada que sirve como separación entre habitaciones. tentar—tocar; examinar; probar. tipo—aspecto; figura; talle. tuerto—que tiene sólo un ojo sano. vara—ramo largo y delgado, sin hojas; o bien, bastón de mando. velar—quedarse despierto, sin poder dormir

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Según un testimonio del musicógrafo y escritor Adolfo Salazar, cada vez que Lorca leía una escena de La casa de Bernarda Alba, exclamaba entusiasmado acerca de su final: «¡Ni una gota de poesía! ¡Realidad! ¡Realismo!». Esta enfática conclusión de su lectura, sumada a la advertencia que precede a la obra y que solemnemente dice: «El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico», ha motivado que la representación teatral de esta obra se acople muy a menudo a códigos exageradamente realistas, a pesar de que esa no era la intención de Lorca. Sabido es que el poeta consideraba el arte teatral como poesía que se eleva de los libros a la vida, y que, en muchas ocasiones exigía de los actores un tono falso y declamatorio que compatibilizara con la necesaria deformación de la realidad por medio del lenguaje

literario. Lorca sabía pues que la vida no podía ser calcada sobre el escenario. Al respecto, el crítico Fernando Lázaro Carreter establece con lucidez la diferencia entre un realismo de calco y un realismo de estructuras y relaciones. El primero intenta copiar la realidad al detalle, quedándose en la superficie perceptible de los fenómenos sociales. El segundo penetra la superficie y ahonda en su percepción de la realidad hasta revelar las estructuras y relaciones que condicionan el devenir de una sociedad. De acuerdo con esta aguda clasificación, es de necesidad aclarar que La casa de Bernarda Alba renuncia al realismo de las superficies para penetrar en las estructuras y las relaciones sociales que explican la tragedia de Bernarda y sus hijas. En el segundo acto de la obra, los personajes adquieren espesor y vida. Bernarda, por ejemplo, se convierte en un personaje trágico, condenado a persistir en un rol odioso que ha heredado de sus ancestros. La descripción hiperbólica de su tiranía muestra a todas luces que a Lorca no le interesaba el realismo de calco, que sus intenciones eran otras, acaso la revelación esencial de la tragedia de España como nación que se resiste al progreso y vive todavía de los vestigios de un pasado ya muerto. En su penetrante ensayo sobre la obra teatral de Lorca, el crítico Cedric Busette ha observado que en La casa de Bernarda Alba se produce una confrontación esencial e irresoluble entre el libre albedrío y el determinismo. Por un lado tenemos el torrente libertario representado en la figura emblemática de Adela y por otro el determinismo fatalista de Bernarda, para quien las cosas son como tienen que ser, sin que haya voluntad capaz de cambiar su devenir. Conforme evoluciona la obra, el antagonismo de estos personajes se acentúa a tal grado, que ni los vínculos consanguíneos pueden impedir un desenlace fatal. Mientras que Adela es el prototipo del personaje romántico que ama la libertad y está siempre dispuesto a rebelarse contra cualquier tipo de tiranía, Bernarda es un personaje trágico que percibe el destino como algo inalterable. Al adentrarnos en el nudo del conflicto, nos invade la impresión de que Bernarda no es un personaje real, sino simbólico. Puesto que carece de sentimientos

humanos y se muestra unidimensional en cada uno de sus actos, puesto que su firmeza no cede ante ninguna circunstancia y no da muestras de debilidad ni siquiera en medio de la tragedia, Bernarda, seca por dentro, sin lágrimas que llorar, muerta en vida, no puede ser un personaje identificable en nuestra realidad inmediata. Su terreno es la literatura. Como bien anota J. Rubia Barcia: «En progresión creciente, el personaje de Bernarda va a intensificar su unilateralidad, su unidimensionalidad, en una palabra, su inhumanidad o acartonamiento, como si en vez de arrancado de la vida procediera de una tragedia griega, de un misterio medieval o un auto calderoniano». En el segundo acto se observan algunos ejemplos que corroboran la tesis inicial de Busette. Limitémonos a uno solo y dejemos que el estudioso lo explique a su modo: «Martirio, Amelia y Poncia están hablando de los niños adoptados, y Poncia se refiere a una familia feliz, en la que todos los niños han entrado en ella por adopción. Martirio le dice a Poncia que debería ir a trabajar allí, puesto que piensa que son todos tan felices. Su respuesta es: «No. Ya me ha tocado en suerte este convento». Emplea la palabra «convento» para referirse a la casa de Bernarda Alba. Sabemos que un convento está regido por una madre superiora, que tiene completa autoridad sobre las monjas de la orden. Éstas están sujetas a las reglas del convento, y su oportunidad de ejercer el libre albedrío es escasa o nula. Todos los aspectos de la vida están reglamentados». Es de interés señalar ese fatalismo tan arraigado en la conciencia de los oprimidos. Decir «Ya me ha tocado en suerte este convento», equivale a decir, con la misma resignación, «éste es el destino que nos ha tocado y nadie puede cambiarlo». Esta percepción de la realidad contribuye a que las relaciones sociales de dominación se perpetúen; y es por ella que la rebeldía tiene muchas veces el objetivo secundario de demostrar que el destino sí puede ser transformado porque es obra de los hombres. A pesar de que La casa de Bernarda Alba nos brinda una visión descarnada de las consecuencias trágicas que trae el arraigo del fatalismo, no puede decirse que Lorca sea optimista con respecto al futuro.

Volviendo a los posibles significados del color blanco, cabe destacar la interpretación ofrecida por J. Rubia Barcia: «Recuérdese que el blanco como color es el más complejo de todos los colores; de hecho es un acolor resultado de la mezcla de todos los demás colores. Su apariencia de pureza y sencillez—presente en el uso emblemático—oculta un mundo de elementos muy diversos; es de hecho una apariencia engañosa. En este primer acto, es el fondo adecuado para que resalten las figuras, en silueta, de las mujeres que van a ocupar la escena, perfiles aún sin verdadera sustancia sobre una superficie de vida intensa, que los «gruesos muros» aislarán de la vida ordinaria. En el segundo acto, el blanco a secas, sin superlativo, de las paredes habrá trasladado ya parte de su intensidad a los personajes mismos, ahora más llenos de vida. En el tercero, las paredes del patio interior «blancas ligeramente azuladas» que sirven de marco a la escena, acaso reflejen la presencia del sentimiento religioso…» El blanco es en efecto un color engañoso. Y la conclusión más obvia que puede hacerse al respecto es que en La casa de Bernarda Alba, la blancura, la pulcritud, la limpieza y el honor prescritos por las convenciones sociales son en realidad máscaras, antifaces engañosos cuyo fin es ocultar la realidad instintiva del deseo sexual y las consecuencias de su flujo liberado. El sexo aparece como algo sucio e indigno que solamente acarrea desgracias y deshonor para quienes lo practican desvergonzadamente, sin que les importe el qué dirán o las reglas tácitas de una sociedad anclada en el pasado. Así lo demuestra la relación grotesca establecida entre un encuentro sexual y el crimen de un niño en el episodio trágico de la hija de la Librada, cuyo dramatismo conmovedor imprime aún más intensidad al segundo acto.

Bibliografía Busette, Cedric. «Obra dramática de García Lorca, estudio de su configuración». (1971) Carreter, Fernando Lázaro. «Apuntes sobre el teatro de García Lorca», en Federico García Lorca. (1973)

Acto segundo Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios. Las hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas, cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la Poncia. Angustias: Ya he cortado la tercer sábana. Martirio: Le corresponde a Amelia. Magdalena: Angustias, ¿pongo también las iniciales de Pepe? Angustias: (Seca.) No. Magdalena: (A voces.) Adela, ¿no vienes? Amelia: Estará echada en la cama. La Poncia: Ésa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre los pechos. Martirio: No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas. Magdalena: Todas, menos Angustias. Angustias: Yo me encuentro bien, y al que le duela que reviente. Magdalena: Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la delicadeza. Angustias: Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno. Magdalena: ¡A lo mejor no sales! Martirio: ¡Dejar esa conversación! Angustias: Y, además, ¡mas vale onza en el arca que ojos negros en la cara! Magdalena: Por un oído me entra y por otro me sale. Amelia: (A la Poncia.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco el fresco. (La Poncia lo hace.) Martirio: Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor. Amelia: ¡Yo tampoco!

Magdalena: Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas gotas. La Poncia: Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba Angustias con Pepe en la ventana. Magdalena: (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue? Angustias: Magdalena, ¿a qué preguntas, si lo viste? Amelia: Se iría a eso de la una y media. Angustias: Sí. ¿Tú por qué lo sabes? Amelia: Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca. La Poncia: ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro! Angustias: ¡No sería él! La Poncia: ¡Estoy segura! Amelia: A mí también me pareció... Magdalena: ¡Qué cosa más rara! (Pausa.) La Poncia: Oye, Angustias, ¿qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana? Angustias: Nada. ¡Qué me iba a decir? Cosas de conversación. Martirio: Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y ya novios. Angustias: Pues a mí no me chocó. Amelia: A mí me daría no sé qué. Angustias: No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan y traen, que se le va a decir que sí. Martirio: Bueno, pero él te lo tendría que decir. Angustias: ¡Claro! Amelia: (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?

Angustias: Pues, nada: "Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, y ésa eres tú, si me das la conformidad." Amelia: ¡A mí me da vergüenza de estas cosas! Angustias: Y a mí, ¡pero hay que pasarlas! La Poncia: ¿Y habló más? Angustias: Sí, siempre habló él. Martirio: ¿Y tú? Angustias: Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que estaba sola de noche con un hombre. Magdalena: Y un hombre tan guapo. Angustias: No tiene mal tipo. La Poncia: Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas, que hablan y dicen y mueven la mano... La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja! Amelia: ¿Qué pasó? La Poncia: Era muy oscuro. Lo vi acercarse y, al llegar, me dijo: "Buenas noches." "Buenas noches", le dije yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: "¡Ven que te tiente!" (Ríen todas. Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.) Amelia: ¡Ay! Creí que llegaba nuestra madre. Magdalena: ¡Buenas nos hubiera puesto! (Siguen riendo.) Amelia: Chisst... ¡Que nos va a oír! La Poncia: Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa, le dio por criar colorines hasta que murió. A vosotras, que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda deja la cama por la mesa, y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en un rincón. Amelia: Tú te conformaste. La Poncia: ¡Yo pude con él!

Martirio: ¿Es verdad que le pegaste algunas veces? La Poncia: Sí, y por poco lo dejo tuerto. Magdalena: ¡Así debían ser todas las mujeres! La Poncia: Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con la mano del almirez. (Ríen) Magdalena: Adela, niña, no te pierdas esto. Amelia: Adela. (Pausa.) Magdalena: ¡Voy a ver! (Entra.) La Poncia: ¡Esa niña está mala! Martirio: Claro, ¡no duerme apenas! La Poncia: Pues, ¿qué hace? Martirio: ¡Yo qué sé lo que hace! La Poncia: Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio. Angustias: La envidia la come. Amelia: No exageres. Angustias: Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca. Martirio: No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra. (Sale Magdalena con Adela.) Magdalena: Pues, ¿no estabas dormida? Adela: Tengo mal cuerpo. Martirio: (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche? Adela: Sí. Martirio: ¿Entonces? Adela: (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando, no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con mi cuerpo lo que me parece!

Martirio: ¡Sólo es interés por ti! Adela: Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? Pues seguir. ¡Quisiera ser invisible, pasar por las habitaciones sin que me preguntarais dónde voy! Criada: (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes. (Salen.) (Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.) Adela: ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase. (Se va Martirio.) La Poncia: ¡Adela, que es tu hermana, y además la que más te quiere! Adela: Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y siempre: "¡Qué lástima de cara! ¡Qué lástima de cuerpo, que no va a ser para nadie!" ¡Y eso no! Mi cuerpo será de quien yo quiera! La Poncia: (Con intención y en voz baja.) De Pepe el Romano, ¿no es eso? Adela: (Sobrecogida.) ¿Qué dices? La Poncia: ¡Lo que digo, Adela! Adela: ¡Calla! La Poncia: (Alto.) ¿Crees que no me he fijado? Adela: ¡Baja la voz! La Poncia: ¡Mata esos pensamientos! Adela: ¿Qué sabes tú? La Poncia: Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas? Adela: ¡Ciega debías estar! La Poncia: Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda con la luz encendida y la ventana abierta al pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana? Adela: ¡Eso no es verdad! La Poncia: ¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana y si Pepe el Romano te gusta te aguantas. (Adela llora.) Además, ¿quién dice que no te puedas casar con él? Tu hermana Angustias es

una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo. Lo que quieras, pero no vayas contra la ley de Dios. Adela: ¡Calla! La Poncia: ¡No callo! Adela: Métete en tus cosas, ¡oledora! ¡pérfida! La Poncia: ¡Sombra tuya he de ser! Adela: En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja marrana asuntos de hombres y mujeres para babosear en ellos. La Poncia: ¡Velo! Para que las gentes no escupan al pasar por esta puerta. Adela: ¡Qué cariño tan grande te ha entrado de pronto por mi hermana! La Poncia: No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja! Adela: Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti, que eres una criada, por encima de mi madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿ Qué puedes decir de mí? Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a ver si puedes agarrar la liebre con tus manos. La Poncia: No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que toquen las campanas. Adela: Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que suceda lo que tiene que suceder. La Poncia: ¡Tanto te gusta ese hombre! Adela: ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente. La Poncia: Yo no te puedo oír. Adela: ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú! (Entra Angustias.) Angustias: ¡Siempre discutiendo! La Poncia: Claro, se empeña en que, con el calor que hace, vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda.

Angustias: ¿Me compraste el bote de esencia? La Poncia: El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto. (Sale Angustias.) Adela: ¡Y chitón! La Poncia: ¡Lo veremos! (Entran Martirio, Amelia y Magdalena) Magdalena: (A Adela) ¿Has visto los encajes? Amelia: Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos. Adela: (A Martirio, que trae unos encajes) ¿Y éstos? Martirio: Son para mí. Para una camisa. Adela: (Con sarcasmo.) ¡Se necesita buen humor! Martirio: (Con intención) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie. La Poncia: Nadie la ve a una en camisa. Martirio: (Con intención y mirando a Adela.) ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan. La Poncia: Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, para mantehuelos de cristianar. Yo nunca pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías vais a estar cosiendo mañana y tarde. Magdalena: Yo no pienso dar una puntada. Amelia: Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas por cuatro monigotes. La Poncia: Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos! Martirio: Pues vete a servir con ellas. La Poncia: No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento! (Se oyen unos campanillos lejanos, como a través de varios muros.) Magdalena: Son los hombres que vuelven al trabajo.

La Poncia: Hace un minuto dieron las tres. Martirio: ¡Con este sol! Adela: (Sentándose) ¡Ay, quién pudiera salir también a los campos! Magdalena: (Sentándose) ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo! Martirio: (Sentándose) ¡Así es! Amelia: (Sentándose) ¡Ay! La Poncia: No hay alegría como la de los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los segadores. Cuarenta o cincuenta buenos mozos. Magdalena: ¿De dónde son este año? La Poncia: De muy lejos. Vinieron de los montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y arrojando piedras! Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi de lejos. El que la contrataba era un muchacho de ojos verdes, apretado como una gavilla de trigo. Amelia: ¿Es eso cierto? Adela: ¡Pero es posible! La Poncia: Hace años vino otra de éstas y yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres necesitan estas cosas. Adela: Se les perdona todo. Amelia: Nacer mujer es el mayor castigo. Magdalena: Y ni nuestros ojos siquiera nos pertenecen. (Se oye un canto lejano que se va acercando.) La Poncia: Son ellos. Traen unos cantos preciosos. Amelia: Ahora salen a segar. Coro: Ya salen los segadores en busca de las espigas; se llevan los corazones de las muchachas que miran. (Se oyen panderos y carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio traspasado por el sol.)

Amelia: ¡Y no les importa el calor! Martirio: Siegan entre llamaradas. Adela: Me gustaría segar para ir y venir. Así se olvida lo que nos muerde. Martirio: ¿Qué tienes tú que olvidar? Adela: Cada una sabe sus cosas. Martirio: (Profunda.) ¡Cada una! La Poncia: ¡Callar! ¡Callar! Coro: (Muy lejano.) Abrir puertas y ventanas las que vivís en el pueblo; el segador pide rosas para adornar su sombrero. La Poncia: ¡Qué canto! Martirio: (Con nostalgia.) Abrir puertas y ventanas las que vivís en el pueblo... Adela: (Con pasión.) ... el segador pide rosas para adornar su sombrero. (Se va alejando el cantar.) La Poncia: Ahora dan la vuelta a la esquina. Adela: Vamos a verlos por la ventana de mi cuarto. La Poncia: Tened cuidado con no entreabrirla mucho, porque son capaces de dar un empujón para ver quién mira. (Se van las tres. Martirio queda sentada en la silla baja con la cabeza entre las manos.) Amelia: (Acercándose.) ¿Qué te pasa? Martirio: Me sienta mal el calor. Amelia: ¿No es más que eso? Martirio: Estoy deseando que llegue noviembre, los días de lluvia, la escarcha; todo lo que no sea este verano interminable. Amelia: Ya pasará y volverá otra vez.

Martirio: ¡Claro! (Pausa.) ¿A qué hora te dormiste anoche? Amelia: No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por qué? Martirio: Por nada, pero me pareció oír gente en el corral. Amelia: ¿Sí? Martirio: Muy tarde. Amelia: ¿Y no tuviste miedo? Martirio: No. Ya lo he oído otras noches. Amelia: Debíamos tener cuidado. ¿No serían los gañanes? Martirio: Los gañanes llegan a las seis. Amelia: Quizá una mulilla sin desbravar. Martirio: (Entre dientes y llena de segunda intención.) ¡Eso, eso!, una mulilla sin desbravar. Amelia: ¡Hay que prevenir! Martirio: ¡No, no! No digas nada. Puede ser un barrunto mío. Amelia: Quizá. (Pausa. Amelia inicia el mutis.) Martirio: Amelia. Amelia: (En la puerta.) ¿Qué? (Pausa.) Martirio: Nada. (Pausa.) Amelia: ¿Por qué me llamaste? (Pausa) Martirio: Se me escapó. Fue sin darme cuenta. (Pausa)

Amelia: Acuéstate un poco. Angustias: (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran contraste con los silencios anteriores.) ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de vosotras lo tiene? Martirio: Ninguna. Amelia: Ni que Pepe fuera un San Bartolomé de plata. Angustias: ¿Dónde está el retrato? (Entran La Poncia, Magdalena y Adela.) Adela: ¿Qué retrato? Angustias: Una de vosotras me lo ha escondido. Magdalena: ¿Tienes la desvergüenza de decir esto? Angustias: Estaba en mi cuarto y no está. Martirio: ¿Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna. Angustias: ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo contaré. La Poncia: ¡Eso, no! ¡Porque aparecerá! (Mirando Adela.) Angustias: ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene! Adela: (Mirando a Martirio.) ¡Alguna! ¡Todas, menos yo! Martirio: (Con intención.) ¡Desde luego! Bernarda: (Entrando con su bastón.) ¿Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del calor? Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques. Angustias: Me han quitado el retrato de mi novio. Bernarda: (Fiera.) ¿Quién? ¿Quién? Angustias: ¡Éstas! Bernarda: ¿Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia.) Registra los cuartos, mira por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A Angustias.) ¿Estás segura? Angustias: Sí.

Bernarda: ¿Lo has buscado bien? Angustias: Sí, madre. (Todas están en medio de un embarazoso silencio.) Bernarda: Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir. (A Poncia.) ¿No lo encuentras? La Poncia: (Saliendo.) Aquí está. Bernarda: ¿Dónde lo has encontrado? La Poncia: Estaba... Bernarda: Dilo sin temor. La Poncia: (Extrañada.) Entre las sábanas de la cama de Martirio. Bernarda: (A Martirio.) ¿Es verdad? Martirio: ¡Es verdad! Bernarda: (Avanzando y golpeándola con el bastón.) ¡Mala puñalada te den, mosca muerta! ¡Sembradura de vidrios! Martirio: (Fiera.) ¡No me pegue usted, madre! Bernarda: ¡Todo lo que quiera! Martirio: ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted! La Poncia: No faltes a tu madre. Angustias: (Cogiendo a Bernarda.) Déjela. ¡Por favor! Bernarda: Ni lágrimas te quedan en esos ojos. Martirio: No voy a llorar para darle gusto. Bernarda: ¿Por qué has cogido el retrato? Martirio: ¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana? ¿Para qué otra cosa lo iba a querer? Adela: (Saltando llena de celos.) No ha sido broma, que tú no has gustado nunca de juegos. Ha sido otra cosa que te reventaba el pecho por querer salir. Dilo ya claramente.

Martirio: ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de vergüenza! Adela: ¡La mala lengua no tiene fin para inventar! Bernarda: ¡Adela! Magdalena: Estáis locas. Amelia: Y nos apedreáis con malos pensamientos. Martirio: Otras hacen cosas más malas. Adela: Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río. Bernarda: ¡Perversa! Angustias: Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí. Adela: ¡Por tus dineros! Angustias: ¡Madre! Bernarda: ¡Silencio! Martirio: Por tus marjales y tus arboledas. Magdalena: ¡Eso es lo justo! Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación! La Poncia: ¿Puedo hablar? Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia. La Poncia: Lo visto, visto está. Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida. La Poncia: Hay que retirarla de aquí. Bernarda: No a ella. ¡A él!

La Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien. Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno. La Poncia: ¿Y tú crees que él querrá marcharse?

Bernarda: (Levantándose.) ¿Qué imagina tu cabeza? La Poncia: Él, claro, ¡se casará con Angustias! Bernarda: Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla. La Poncia: Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso. Bernarda: ¿Me tienes que prevenir algo? La Poncia: Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos y verás. Bernarda: ¿Y verás qué? La Poncia: Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega. Bernarda: ¿Te refieres a Martirio? La Poncia: Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) ¿Por qué habrá escondido el retrato? Bernarda: (Queriendo ocultar a su hija.) Después de todo ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede ser? La Poncia: (Con sorna.) ¿Tú lo crees así? Bernarda: (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así! La Poncia: Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería? Bernarda: Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo. La Poncia: (Siempre con crueldad.) No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera? Bernarda: (Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán. La Poncia: ¡Y así te va a ti con esos humos!

Bernarda: Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen. La Poncia: (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu protección. Bernarda: (Crecida.) ¡No lo parece! La Poncia: (Con odio envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto. Bernarda: Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la «cosa muy grande» que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no traspasaría las paredes. La Poncia: ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos. Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar! La Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin! Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta... La Poncia: (Fiera.) ¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre! Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos! (Pausa.) La Poncia: Mejor será que no me meta en nada. Bernarda: Eso es lo que debías hacer. Obrar y callar a todo. Es la obligación de los que viven a sueldo. La Poncia: Pero no se puede. ¿A ti no te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, con Adela? Bernarda: No me parece. La Poncia: (Con intención.) Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del Romano! Bernarda: Las cosas no son nunca a gusto nuestro. La Poncia: Pero les cuesta mucho trabajo desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que Pepe esté con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la suya! Bernarda: ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte, porque si llegara al alcance de todo lo que dices te tendría que arañar. La Poncia: ¡No llegará la sangre al río! Bernarda: ¡Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad!

La Poncia: ¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado. Bernarda: ¡Ya las bajaré tirándoles cantos! La Poncia: ¡Desde luego eres la más valiente! Bernarda: ¡Siempre gasté sabrosa pimienta! La Poncia: ¡Pero lo que son las cosas! A su edad. ¡Hay que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y él también parece muy picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada, que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía. Bernarda: ¡A las cuatro y media! Angustias: (Saliendo.) ¡Mentira! La Poncia: Eso me contaron. Bernarda: (A Angustias.) ¡Habla! Angustias: Pepe lleva más de una semana marchándose a la una. Que Dios me mate si miento. Martirio: (Saliendo.) Yo también lo sentí marcharse a las cuatro. Bernarda: Pero, ¿lo viste con tus ojos? Martirio: No quise asomarme. ¿No habláis ahora por la ventana del callejón? Angustias: Yo hablo por la ventana de mi dormitorio. (Aparece Adela en la puerta.) Martirio: Entonces... Bernarda: ¿Qué es lo que pasa aquí? La Poncia: ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de tu casa. Bernarda: ¿Lo sabes seguro? La Poncia: Seguro no se sabe nada en esta vida. Adela: Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas. Bernarda: ¡Yo sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios se encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los

demás para perdernos. Martirio: A mí no me gusta mentir. La Poncia: Y algo habrá. Bernarda: No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que me muera. Angustias: Yo tengo derecho de enterarme. Bernarda: Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la Poncia.) Y tú te metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta! Criada: (Entrando.) ¡En lo alto de la calle hay un gran gentío y todos los vecinos están en sus puertas! Bernarda: (A Poncia.) ¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las mujeres corren para salir.) ¿Dónde vais? Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras al patio! (Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se quedan escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.) Martirio: Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua. Adela: También hubiera hablado yo. Martirio: ¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer! Adela: Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido. Martirio: No seguirás mucho tiempo. Adela: ¡Lo tendré todo! Martirio: Yo romperé tus abrazos. Adela: (Suplicante.) ¡Martirio, déjame! Martirio: ¡De ninguna! Adela: ¡Él me quiere para su casa! Martirio: ¡He visto cómo te abrazaba! Adela: Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma. Martirio: ¡Primero muerta!

(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.) La Poncia: (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda! Bernarda: ¿Qué ocurre? La Poncia: La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién. Adela: ¿Un hijo? La Poncia: Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras; pero unos perros, con más corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos. Bernarda: Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para matarla. Adela: ¡No, no, para matarla no! Martirio: Sí, y vamos a salir también nosotras. Bernarda: Y que pague la que pisotea su decencia. (Fuera su oye un grito de mujer y un gran rumor.) Adela: ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras! Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Que pague lo que debe! Bernarda: (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio de su pecado! Adela: (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No! Bernarda: ¡Matadla! ¡Matadla! Telón rápido.

La casa de Bernarda Alba Acto III FEDERICO GARCÍA LOR CA

Antes de leer La casa de Bernarda Alba capta como pocas obras el latido histórico de su tiempo. En la figura autocrática de Bernarda se refleja un pasado que no quiere morir, que quiere hacerse eterno, cerrándole a la nación española, fundamentalmente al pueblo, la posibilidad de liberarse de su aislamiento, de su perjudicial separación del resto de Europa. La historia, sin embargo, no ha sido generosa con España. Con el triunfo del general Franco y la derrota del bando republicano durante la guerra civil, el país entró en una era oscurantista que no hizo sino fortalecer los valores del pasado, separando a España del resto de las naciones europeas que optaron por modernizarse después de la Segunda Guerra Mundial. En el tercer acto de la obra se precipita la tragedia. La confrontación entre Bernarda y Adela se torna irresoluble y ambos personajes muestran potenciados los atributos que los definen. Bernarda toma las armas, del mismo modo en que lo hacen los dictadores cuando se levanta un pueblo; y Adela muestra todo su valor y su capacidad de sacrificio, como un pueblo que en los momentos más álgidos de su historia se rebela contra la opresión y el abuso.

embozo—encubrimiento: falsedad; mentira para ocultar algo. en acecho—escondido en espera del paso de una persona, para sorprenderla. escopeta—arma de fuego portátil de uno o dos cañones, usada por cazadores. estirar las piernas—caminar. fachada—aspecto exterior; apariencia desde fuera. fulgor (m.)—resplandor; brillo propio. granada—fruto del granado, del tamaño y de la forma de una manzana, que contiene muchos granos rojos de sabor agridulce. hacer frente—resistir; oponerse. hundir—meter debajo de la tierra o del agua; sumergir o derrumbar. junco—planta de tallo largo que se mece en la orilla de los ríos. letanía—plegaria formada por una serie de invocaciones y súplicas, cada una de las cuales es dicha o cantada por uno y repetida, contestada o completada por otro; figuradamente, enumeración larga y cansada de cosas, como chismes o murmuraciones. manada—grupo de animales, como vacas, caballos, cabras, etc.. martillo—herramienta de percusión, con cabeza de hierro y mango de madera. potra—yegua joven. presidio—fortaleza; o bien, establecimiento penitenciario en que cumplen sus condenas los penados por

graves delitos.

Vocabulario alameda—terreno poblado de álamos, árboles de tronco alto y madera blanca, propios de lugares húmedos. arrebatar—llevar; arrancar; tomar o quitar algo con violencia. atajar—interrumpir el curso de algún suceso. atravesar— cruzar; aquí, ponerse entremedio. bregar—luchar; esforzarse; hacer esfuerzos; ajetrear; ir y venir de una parte a otra. brío—espíritu de resolución; vigor; fuerza. coz (f.)—patada. cuadra—caballeriza; sitio destinado para caballos. dedo meñique—quinto dedo de la mano. desganado—sin ganas; sin apetito. dichoso—feliz; venturoso; afortunado. disparo—tiro de arma de fuego.

rayo—relámpago. rebaño—hato grande de ovejas; manada de ovejas. revolcarse—retorcerse estando tendido en el suelo. rugido—bramido; como la voz del león. sigilo— secreto; silencio; disimulo. sinsabor (m.)—pesar; desazón; pesadumbre; disgusto. toque (m.)—tañido de las campanas de la iglesia. trabar—atar; prender; agarrar. tronchar—partir o romper con violencia. vara—bastón de mando.

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Hemos dicho que en los tiempos de Lorca la influencia ejercida por la Revolución Bolchevique entre los intelectuales fue definitiva. La esperanza de una sociedad justa e igualitaria fue ganando terreno y el optimismo histórico se abrió paso entre obreros y artistas. El destino, antaño inmutable, de pronto comenzó a ser percibido como mutable; y en todas partes del mundo comenzaron a crearse organizaciones revolucionarias. A pesar de que La casa de Bernarda Alba nos brinda una visión descarnada de las consecuencias trágicas que trae la preservación dogmática del pasado, no puede decirse que Lorca haya compartido el optimismo histórico de muchos escritores europeos de su tiempo. En primer lugar, el desenlace de la obra está teñido de un pesimismo trágico. Adela, encarnación de la libertad, del amor sensual y espiritual, del cambio, se suicida tras la confrontación final con Bernarda, encarnación de la tiranía triunfante. Sin embargo, precisamente por este final, la obra tiene un carácter casi profético. Poco tiempo después de la muerte de Lorca, la tiranía del general Franco se consolidó en el poder por la fuerza de las armas, y el pueblo tuvo que lamentar por décadas la derrota del bando libertario de los republicanos. Muchos críticos han percibido la confrontación entre lo racional y lo irracional como eje del conflicto que articula La casa de Bernarda Alba. La idea cobra sentido si se oponen, una vez más, los personajes antitéticos de Adela y Bernarda. Mientras que esta última representa la razón, el apego prudente a las convenciones del pasado, la seguridad de lo conocido y aceptado por la sociedad entera; la primera representa los impulsos irracionales que pugnan por liberarse, por romper con la tradición optando por el riesgo desafiante, por el valor que decanta y ennoblece el deseo. La observación de J. Rubia Marcia es certera: «…si las cosas tienen que seguir fieles a las apariencias, hay que mantener la cordura, mantener la lógica, razonar, obedecer al pensamiento.

Nada de voces irracionales. Nada de impulsos. Pero Adela dirá: ―Tengo mal cuerpo‖, y cuando sus hermanas la importunen, gritará: ―Yo hago con mi cuerpo lo que me parece‖. Y aún añadirá: ―Mi cuerpo será de quien yo quiera‖. Adela no hablará de sentimientos, ni de alma, ni de sufrimientos morales, ni de sufrimientos espirituales. Los gritos de rebeldía le llegan de la carne, y ésas son las únicas voces que escucha». Otra cosa que ha llamado la atención es el personaje de Pepe el Romano. En realidad no importa demasiado Pepe, porque puede ser una mera fantasía. Lo que verdaderamente importa es el impulso sanguíneo que lo realiza, que lo vivifica y lo hace necesario. Si Pepe permanece como protagonista invisible y mudo a lo largo de la obra, es porque existe internamente en el deseo reprimido de las mujeres. La bala de Bernarda es estéril, Pepe no puede morir porque es la encarnación del deseo, de las fuerzas instintivas que bullen en la sangre. Finalmente habría que agregar algo con respecto a María Josefa. Su locura es sinónimo de libertad, de ruptura con las costumbres establecidas, de negación del mundo heredado. Personaje surreal, camina cual sonámbula con una oveja en los brazos, en busca quizá del mar imaginario en que la espera el amor de un hombre.

Bibliografía Busette, Cedric. «Obra dramática de García Lorca, estudio de su configuración». (1971) Carreter, Fernando Lázaro. «Apuntes sobre el teatro de García Lorca», en Federico García Lorca. (1973) Frazier, Brenda. «La mujer en el teatro de Federico García Lorca». (1973) Rubia Barcia, J. «El realismo mágico de La casa de Bernarda Alba», en Federico García Lorca. (1973)

Acto tercero Cuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda. Es de noche. El decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las puertas, iluminadas por la luz de los interiores, dan un tenue fulgor a la escena. En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y sus hijas. La Poncia las sirve. Prudencia está sentada aparte. (Al levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el ruido de platos y cubiertos.) Prudencia: Ya me voy. Os he hecho una visita larga. (Se levanta.) Bernarda: Espérate, mujer. No nos vemos nunca. Prudencia: ¿Han dado el último toque para el rosario? La Poncia: Todavía no. (Prudencia se sienta.) Bernarda: ¿Y tu marido cómo sigue? Prudencia: Igual. Bernarda: Tampoco lo vemos. Prudencia: Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle. Pone una escalera y salta las tapias del corral. Bernarda: Es un verdadero hombre. ¿Y con tu hija...? Prudencia: No la ha perdonado. Bernarda: Hace bien. Prudencia: No sé qué te diga. Yo sufro por esto. Bernarda: Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en una enemiga. Prudencia: Yo dejo que el agua corra. No me queda más consuelo que refugiarme en la iglesia, pero como me estoy quedando sin vista tendré que dejar de venir para que no jueguen con una los chiquillos. (Se oye un gran golpe, como dado en los muros.) ¿Qué es eso? Bernarda: El caballo garañón, que está encerrado y da coces contra el muro. (A voces.) ¡Trabadlo y que salga al corral! ( En voz baja.) Debe tener calor. Prudencia: ¿Vais a echarle las potras nuevas? Bernarda: Al amanecer.

Prudencia: Has sabido acrecentar tu ganado. Bernarda: A fuerza de dinero y sinsabores. La Poncia: (Interviniendo.) ¡Pero tiene la mejor manada de estos contornos! Es una lástima que esté bajo de precio. Bernarda: ¿Quieres un poco de queso y miel? Prudencia: Estoy desganada. (Se oye otra vez el golpe.) La Poncia: ¡Por Dios! Prudencia: ¡Me ha retemblado dentro del pecho! Bernarda: (Levantándose furiosa) ¿Hay que decir las cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en los montones de paja! (Pausa, y como hablando con los gañanes.) Pues encerrad las potras en la cuadra, pero dejadlo libre, no sea que nos eche abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y se sienta otra vez.) ¡Ay, qué vida! Prudencia: Bregando como un hombre. Bernarda: Así es. (Adela se levanta de la mesa.) ¿Dónde vas? Adela: A beber agua. Bernarda: (En alta voz.) Trae un jarro de agua fresca. (A Adela.) Puedes sentarte. (Adela se sienta.) Prudencia: Y Angustias, ¿cuándo se casa? Bernarda: Vienen a pedirla dentro de tres días. Prudencia: ¡Estarás contenta! Angustias: ¡Claro! Amelia: (A Magdalena.) ¡Ya has derramado la sal! Magdalena: Peor suerte que tienes no vas a tener. Amelia: Siempre trae mala sombra. Bernarda: ¡Vamos! Prudencia: (A Angustias.) ¿Te ha regalado ya el anillo?

Angustias: Mírelo usted. (Se lo alarga.) Prudencia: Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las perlas significaban lágrimas.. Angustias: Pero y a las cosas han cambiado. Adela: Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo mismo. Los anillos de pedida deben ser de diamantes. Prudencia: Es más propio. Bernarda: Con perlas o sin ellas las cosas son como una se las propone. Martirio: O como Dios dispone. Prudencia: Los muebles me han dicho que son preciosos. Bernarda: Dieciséis mil reales he gastado. La Poncia: (Interviniendo.) Lo mejor es el armario de luna. Prudencia: Nunca vi un mueble de éstos. Bernarda: Nosotras tuvimos arca. Prudencia: Lo preciso es que todo sea para bien. Adela: Que nunca se sabe. Bernarda: No hay motivo para que no lo sea. (Se oyen lejanísimas unas campanas.) Prudencia: El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a que me enseñes la ropa. Angustias: Cuando usted quiera. Prudencia: Buenas noches nos dé Dios. Bernarda: Adiós, Prudencia. Las cinco a la vez: Vaya usted con Dios. (Pausa. Sale Prudencia.) Bernarda: Ya hemos comido. (Se levantan.)

Adela: Voy a llegarme hasta el portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco. (Magdalena se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.) Amelia: Yo voy contigo. Martirio: Y yo. Adela: (Con odio contenido.) No me voy a perder. Amelia: La noche quiere compaña. (Salen. Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la mesa.) Bernarda: Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue una broma y lo debes olvidar. Angustias: Usted sabe que ella no me quiere. Bernarda: Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes? Angustias: Sí. Bernarda: Pues ya está. Magdalena: (Casi dormida.) Además, ¡si te vas a ir antes de nada! (Se duerme.) Angustias: Tarde me parece. Bernarda: ¿A qué hora terminaste anoche de hablar? Angustias: A las doce y media. Bernarda: ¿Qué cuenta Pepe? Angustias: Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si le pregunto qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras preocupaciones.» Bernarda: No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire. Así no tendrás disgustos. Angustias: Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas. Bernarda: No procures descubrirlas, no le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás. Angustias: Debía estar contenta y no lo estoy.

Bernarda: Eso es lo mismo. Angustias: Muchas veces miro a Pepe con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros, como si lo tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños. Bernarda: Eso son cosas de debilidad. Angustias: ¡Ojalá! Bernarda: ¿Viene esta noche? Angustias: No. Fue con su madre a la capital. Bernarda: Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena! Angustias: Está dormida. (Entran Adela, Martirio y Amelia.) Amelia: ¡Qué noche más oscura! Adela: No se ve a dos pasos de distancia. Martirio: Una buena noche para ladrones, para el que necesite escondrijo. Adela: El caballo garañón estaba en el centro del corral. ¡Blanco! Doble de grande, llenando todo lo oscuro. Amelia: Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición! Adela: Tiene el cielo unas estrellas como puños. Martirio: Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar el cuello. Adela: ¿Es que no te gustan a ti? Martirio: A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las habitaciones tengo bastante. Adela: Así te va a ti. Bernarda: A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo. Angustias: Buenas noches. Adela: ¿Ya te acuestas? Angustias: Sí, esta noche no viene Pepe. (Sale.)

Adela: Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un relámpago se dice: Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita? Bernarda: Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado. Amelia: Yo cierro los ojos para no verlas. Adela: Yo no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros. Martirio: Pero estas cosas nada tienen que ver con nosotros. Bernarda: Y es mejor no pensar en ellas. Adela: ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme hasta muy tarde para disfrutar el fresco del campo. Bernarda: Pero hay que acostarse. ¡Magdalena! Amelia: Está en el primer sueño. Bernarda: ¡Magdalena! Magdalena: (Disgustada.) ¡Dejarme en paz! Bernarda: ¡A la cama! Magdalena: (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.) Amelia: Buenas noches. (Se va.) Bernarda: Andar vosotras también. Martirio: ¿Cómo es que esta noche no viene el novio de Angustias? Bernarda: Fue de viaje. Martirio: (Mirando a Adela.) ¡Ah! Adela: Hasta mañana. (Sale.) (Martirio bebe agua y sale lentamente mirando hacia la puerta del corral. Sale La Poncia.) La Poncia: ¿Estás todavía aquí? Bernarda: Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna « la cosa tan grande» que aquí pasa, según tú.

La Poncia: Bernarda, dejemos esa conversación. Bernarda: En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo. La Poncia: No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en alacenas. Pero ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos. Bernarda: Mis hijas tienen la respiración tranquila. La Poncia: Eso te importa a ti, que eres su madre. A mí, con servir tu casa tengo bastante. Bernarda: Ahora te has vuelto callada. La Poncia: Me estoy en mi sitio, y en paz. Bernarda: Lo que pasa es que no tienes nada que decir. Si en esta casa hubiera hierbas, ya te encargarías de traer a pastar las ovejas del vecindario. La Poncia: Yo tapo más de lo que te figuras. Bernarda: ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala letanía de esta casa? La Poncia: No dicen nada. Bernarda: Porque no pueden. Porque no hay carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe esto! La Poncia: Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés segura. Bernarda: ¡Segurísima! La Poncia: ¡A lo mejor, de pronto, cae un rayo! ¡A lo mejor, de pronto, un golpe de sangre te para el corazón! Bernarda: Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta contra tus suposiciones. La Poncia: Pues mejor para ti. Bernarda: ¡No faltaba más! Criada: (Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda? Bernarda: (Levantándose.) Nada. Yo voy a descansar. La Poncia: ¿A qué hora quiere que la llame? Bernarda: A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se va.)

La Poncia: Cuando una no puede con el mar lo más fácil es volver las espaldas para no verlo. Criada: Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos. La Poncia: Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves este silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas. Yo he dicho lo que tenía que decir. Criada: Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un hombre entre mujeres solas. La Poncia: No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela, y ésta estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un hombre. Criada: Hay quien cree que habló muchas noches con Adela. La Poncia: Es verdad. (En voz baja) Y otras cosas. Criada: No sé lo que va a pasar aquí. La Poncia: A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra.. Criada: Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada pase. La Poncia: Las cosas se han puesto ya demasiado maduras. Adela está decidida a lo que sea, y las demás vigilan sin descanso. Criada: ¿Y Martirio también? La Poncia: Ésa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo si estuviera en su mano. Criada: ¡Es que son malas! La Poncia: Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida hasta la sangre. ¡Chisssssss! (Escucha.) Criada: ¿Qué pasa? La Poncia: (Se levanta.) Están ladrando los perros. Criada: Debe haber pasado alguien por el portón. (Sale Adela en enaguas blancas y corpiño.) La Poncia: ¿No te habías acostado?

Adela: Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la mesa.) La Poncia: Yo te suponía dormida. Adela: Me despertó la sed. Y vosotras, ¿no descansáis? Criada: Ahora. (Sale Adela.) La Poncia: Vámonos. Criada: Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descansar en todo el día. La Poncia: Llévate la luz. Criada: Los perros están como locos. La Poncia: No nos van a dejar dormir. (Salen. La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con una oveja en los brazos.) María Josefa: Ovejita, niño mío, vámonos a la orilla del mar. La hormiguita estará en su puerta, yo te daré la teta y el pan. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. ¡Ovejita! Meee, meee. Vamos a los ramos del portal de Belén.(Ríe) Ni tú ni yo queremos dormir. La puerta sola se abrirá y en la playa nos meteremos en una choza de coral. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. ¡Ovejita! Meee, meee. Vamos a los ramos del portal de Belén! (Se va cantando. Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo, y desaparece por la puerta del corral. Sale Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena. También va en enaguas. Se cubre con un pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente de ella María Josefa.)

Martirio: Abuela, ¿dónde va usted? María Josefa: ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú? Martirio: ¿Cómo está aquí? María Josefa: Me escapé. ¿Tú quién eres? Martirio: Vaya a acostarse. María Josefa: Tú eres Martirio, ya te veo. Martirio, cara de martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño? Yo he tenido éste. Martirio: ¿Dónde cogió esa oveja? María Josefa: Ya sé que es una oveja. Pero, ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena. Martirio: No dé voces. María Josefa: Es verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño, y éste otro, y todos con el pelo de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego nos sentaremos todos, y todos tendremos el cabello blanco y seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espuma? Aquí no hay más que mantos de luto. Martirio: Calle, calle. María Josefa: Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí, y así siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo que marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú a salir del campo? Yo quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas, y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños chiquitos, y los hombres fuera, sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis. Pero él os va a devorar, porque vosotras sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua! Martirio: (Enérgica.) Vamos, váyase a la cama. (La empuja.) María Josefa: Sí, pero luego tú me abrirás, ¿verdad? Martirio: De seguro. María Josefa: (Llorando.) Ovejita, niño mío, vámonos a la orilla del mar. La hormiguita estará en su puerta, yo te daré la teta y el pan.

(Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha salido María Josefa y se dirige a la puerta del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.) Martirio: (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela! (Aparece Adela. Viene un poco despeinada.) Adela: ¿Por qué me buscas? Martirio: ¡Deja a ese hombre! Adela: ¿Quién eres tú para decírmelo? Martirio: No es ése el sitio de una mujer honrada. Adela: ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo! Martirio: (En voz alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir así. Adela: Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me pertenecía. Martirio: Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado. Adela: Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí. Martirio: Yo no permitiré que lo arrebates. El se casará con Angustias. Adela: Sabes mejor que yo que no la quiere. Martirio: Lo sé. Adela: Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí. Martirio: (Desesperada.) Sí. Adela: (Acercándose.) Me quiere a mí, me quiere a mí. Martirio: Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más. Adela: Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere. A mí, tampoco. Ya puede estar cien años con Angustias. Pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres también, ¡lo quieres! Martirio: (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Le quiero!

Adela: (En un arranque, y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa. Martirio: ¡No me abraces! No quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera verte como hermana no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.) Adela: Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío. Él me lleva a los juncos de la orilla. Martirio: ¡No será! Adela: Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por los que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son queridas de algún hombre casado. Martirio: ¡Calla! Adela: Sí, sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias. Ya no me importa. Pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana. Martirio: Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo. Adela: No a ti, que eres débil: a un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de mi dedo meñique. Martirio: No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin quererlo yo, a mí misma me ahoga. Adela: Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola, en medio de la oscuridad, porque te veo como si no te hubiera visto nunca. (Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.) Martirio: ¿Dónde vas? Adela: ¡Quítate de la puerta! Martirio: ¡Pasa si puedes! Adela: ¡Aparta! (Lucha.) Martirio: (A voces.) ¡Madre, madre! Adela: ¡Déjame! (Aparece Bernarda. Sale en enaguas con un mantón negro.) Bernarda: Quietas, quietas. ¡Qué pobreza la mía, no poder tener un rayo entre los dedos!

Martirio: (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo! Bernarda: ¡Esa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.) Adela: (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe! (Sale Magdalena.) Magdalena: ¡Adela! (Salen la Poncia y Angustias.) Adela: Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león. Angustias: ¡Dios mío! Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.) (Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás Martirio.) Adela: ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.) Angustias: (Sujetándola.) De aquí no sales con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona! ¡deshonra de nuestra casa! Magdalena: ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más! (Suena un disparo.) Bernarda: (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora. Martirio: (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano. Adela: ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.) La Poncia: ¿Pero lo habéis matado? Martirio: ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca! Bernarda: No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar. Magdalena: ¿Por qué lo has dicho entonces? Martirio: ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza. La Poncia: Maldita.

Magdalena: ¡Endemoniada! Bernarda: Aunque es mejor así. (Se oye como un golpe.) ¡Adela! ¡Adela! La Poncia: (En la puerta.) ¡Abre! Bernarda: Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza. Criada: (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos! Bernarda: (En voz baja, como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué? La Poncia: (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin! (Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da un grito y avanza.) La Poncia: ¡No entres! Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas. Martirio: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener. Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar he dicho! (A otra hija.) Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio! Día viernes 19 de junio, 1936. Telón rápido.

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Análisis literario La casa de Bernarda Alba Federico García Lorca Este texto es el final de la obra teatral La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada.

Bernarda: Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza. Criada: (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos! Bernarda: (En voz baja como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en silencio.) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.) ¿Qué? Poncia: (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin! (Las Hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da un grito y avanza.) Poncia: ¡No entres! Bernarda: No. ¡Yo no! Pepe; tú irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! ¡Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas! Martirio: Dichosa ella mil veces que lo pudo tener. Bernarda: Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra Hija.) ¡A callar he dicho! (A otra Hija.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho. ¡Silencio! (Telón.)

1. ¿Cuál es la razón más probable del grito de la

Poncia? a. Ve el cuerpo de Adela. b. Tiene miedo a Bernarda. c. Ve a un hombre desconocido. d. Sabe que los vecinos se van a enterar de todo. 2. ¿Cómo muere Adela? a. Bernarda la mata. b. Se golpea con un martillo. c. Se ahorca. d. Se arroja de una ventana. 3. Al leer este pasaje, el lector puede concluir que

____. a. Bernarda quiere a Adela b. Pepe no ha muerto c. Adela es virgen al morir d. Bernarda y la Poncia se llevan bien 4. Para Bernarda, lo más importante parece ser ____. a. la relación entre Martirio y Pepe b. la felicidad de sus otras hijas c. la opinión de los vecinos d. que cuiden bien el cuerpo de Adela

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Análisis literario La casa de Bernarda Alba Federico García Lorca 5. ¿Por qué emplea Martirio la palabra «dichosa»

7. La última palabra que pronuncia Bernarda es

para describir a Adela?

significativa, entre otras razones, porque ____.

a. Sabe que Adela quería morir.

a. demuestra que Bernarda ya no tiene tanto poder

b. Piensa que ahora Adela está en el cielo.

b. prueba que Bernarda lamenta la muerte de su

c. Adela pudo amar a Pepe antes de morir.

hija c. aclara lo que acaba de ocurrir

d. Sabe que Adela no era feliz en la casa de

Bernarda. 6. Para Bernarda es muy importante que todos piensen que ____. a. Adela no era su hija b. Adela era virgen al morir c. Pepe amaba a Adela d. ella trata bien a sus hijas

d. corresponde a lo próximo que se escuchará en

el teatro

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Tesis de ensayo La casa de Bernarda Alba Federico García Lorca 1. El temor al qué dirán—la preocupación por lo que puedan pensar y decir los conocidos y los vecinos—

desempeña un papel importante en La casa de Bernarda Alba. Escribe un ensayo coherente y bien organizado, que explique el papel que desempeña el qué dirán. (Esta tesis de ensayo refleja el tema de las relaciones interpersonales. Tiempo máximo: 35 minutos)

2. El tema de la pasión desenfrenada que lleva a la muerte aparece en La casa de Bernarda Alba. Escribe un

ensayo coherente y bien organizado que explique la forma en que el autor desarrolla este tema. (Tiempo máximo: 35 minutos)

3. El tema de la represión de la mujer por la sociedad aparece en La casa de Bernarda Alba. Escoge DOS

personajes de esta obra y compara y analiza los elementos que constituyen la represión de cada uno de ellos. Contrasta la forma en que cada uno responde a la represión que la sociedad le impone. (Esta tesis de ensayo refleja el tema de la construcción del género. Tiempo máximo: 35 minutos)

Walking around P AB L O N ERU D A

Antes de leer Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, conocido en el mundo entero como Pablo Neruda, nació en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904. Su niñez se desenvolvió en permanente contacto con la naturaleza, hecho que influyó notablemente en su concepción de la poesía. Convertido en un poeta consagrado, declaró con humildad en numerosas ocasiones que no tenía una educación libresca, que sus primeros conocimientos no fueron adquiridos en bibliotecas, sino en los libros abiertos del paisaje natural de su pueblo de origen. De su primer libro de versos, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Neruda ha dicho que es «un libro doloroso y pastoril que contiene mis más atormentadas pasiones adolescentes, mezcladas con la naturaleza arrolladora del sur de mi patria. Es un libro que amo porque a pesar de su aguda melancolía está presente en él el goce de la existencia… las calles estudiantiles, la universidad y el olor a madreselva del amor compartido».1 Más tarde Neruda es cónsul chileno en Rangún, la entonces capital de Myanmar, con obligaciones solo esporádicas. En esa ciudad asiática, el joven poeta se pasea por un ambiente que le parece «un subproducto de la inquietud, de la neurosis, de la desorientación y del oportunismo occidentales».2 De ahí surge «Walking around». Neruda seguiría desarrollando su labor literaria en las décadas posteriores, ocupando a la vez diferentes puestos diplomáticos. Se encuentra en Madrid cuando estalla la Guerra Civil Española en 1936, y es profundamente afectado por la muerte de Federico García Lorca a manos de las fuerzas nacionalistas. Esta experiencia lo lleva a convertirse en comunista militante, postura que mantendrá durante el resto de su vida. ponzoña. 1

Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Editorial Seix Barral, S.A., Barcelona, 1984, pág. 65. 2 Ibid., pág. 109.

En 1950 Neruda publica su Canto general, obra monumental que pretende resumir toda la historia hispanoamericana en verso. Unos años después comienza a publicar sus Odas elementales, en las que elogia cosas sencillas y cotidianas, desde los calcetines hasta las cebollas. En 1970, ya de regreso en Chile después de viajar por diferentes países, Neruda apoya la candidatura del socialista Salvador Allende a la presidencia de su país. Cuando Allende gana las elecciones, Neruda es nombrado embajador de Chile en Francia. En 1971, es galardonado con el Premio Nóbel de Literatura. Neruda ya está gravemente enfermo cuando el gobierno democráticamente electo del presidente Allende es derrocado el 11 de septiembre de 1973. A pocos días del golpe de estado, el poeta fallece en Santiago.

Vocabulario aterido—helado de frío. azufre (m.)—elemento químico amarillo, combustible, que arde con llama azul, produciendo un olor acre característico. bodega—tienda de vinos, o lugar donde se guardan; en América, tienda pequeña de comestibles. fieltro—paño prensado; tela gruesa que se utiliza para hacer sombreros. grieta—rajadura; ruptura en la superficie de alguna cosa. lirio—planta herbácea con tallos gruesos y muchas flores azules, moradas y a veces blancas; Góngora, en su soneto, alude a esta flor como lilio. marchito—seco; enflaquecido; reducido. peluquería— local donde los peluqueros, o barberos, les cortan el pelo o la barba a los clientes. sastrería—local donde los sastres hacen trajes yvestidos a la medida del cliente. tinieblas—oscuridad profunda. tiritar—temblar. veneno—sustancia que daña o mata al que la consume;

Al leer Consúltese la Guía de estudio como herramienta para comprender mejor esta obra.

Después de leer Conviene saber que la poesía de Pablo Neruda ha seguido un largo camino que va desde el posmodernismo hasta el posvanguardismo. En sus versos juveniles se siente la influencia de Rubén Darío, pero no del que escribió versos floridos y exóticos en Azul, sino del que ahondó en las verdades del alma en sus Cantos de vida y esperanza. Después vendrá la revolución vanguardista, cuyas características esenciales son: 1).— la creencia de que la poesía capta la realidad por medios que a la ciencia le resultan ajenos; 2).— la tendencia a concebir la poesía como un juego; y 3).— la actitud irreverente hacia la poesía tradicional y el rompimiento con sus normas de belleza, ritmo y musicalidad. La poesía de Neruda evoluciona al calor de la fiebre vanguardista, pero logra su independencia y originalidad renunciando a la pureza predicada por poetas como Paul Valéry. El mismo Neruda, sentenciando que los poetas que huyen del mal gusto tarde o temprano caen en el hielo, afirma lo siguiente: «Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley». Conviene saber que, según el crítico Amado Alonso, la poesía de Pablo Neruda se caracteriza por un proceso gradual de ensimismamiento. El poeta se sumerge cada vez más en los dominios de su alma y perfecciona un lenguaje poético para expresar de modo cabal la naturaleza de sus sentimientos. En un principio, este ensimismamiento, esta fijación con todo aquello que compete a los vaivenes emocionales del alma, tiene un tinte de serena melancolía. Después, conforme el poeta se acerca a la madurez, esa melancolía se va convirtiendo en angustia. Conviene saber que el poema «Walking around» pertenece al poemario Residencia en la tierra, donde la melancolía ha cedido el paso al lamento y a la angustia. Como afirma el crítico Amado Alonso: «En Residencia en la tierra [el poeta] ya no encuentra

dónde refugiarse de la angustia, porque la angustia lo llena todo». En «Walking around», la angustia proviene de la vida rutinaria y automatizada de la gran ciudad, con toda la hipocresía de sus convenciones, su corrupción latente y patente, su materialismo excesivo, su burocracia, su frenético culto de las responsabilidades ficticias, su negación descarada de la poesía y sus verdades. «Walking around» es caminar alrededor de este mundo citadino que se hunde, que ha olvidado la espontaneidad de la naturaleza y la expresión desnuda de los sentimientos y emociones. El poeta está cansado de las máscaras, de los trajes, de todo aquello que significa cubrir, ocultar y mentir; y clama luego por el retorno a las verdades sencillas de la naturaleza al desnudo, a la sinceridad de la tierra y de la piedra, a la generosa entrega de los árboles y las flores, a la emoción con que los ríos se desprenden de su cauce. En «Walking around» el poeta se distancia del tono suave que caracteriza, por ejemplo, muchos de los textos de Veinte poemas, y se entrega a un verso impetuoso y radical que incluso cae en el «teísmo» cuando se refiere a los «hospitales donde los huesos salen por la ventana", «las zapaterías con olor a vinagre», «las calles espantosas como grietas», etc. En «Walking around» Neruda ha encontrado en un lenguaje grotesco el medio perfecto para describir un mundo saturado de instituciones y establecimientos comerciales, y del cual el poeta se siente profundamente enajenado.

Bibliografía Alazraki, Jaime. Poética y poesía de Pablo Neruda. (1965) Alonso, Amado. Poesía y estilo de Pablo Neruda. (1979) Neruda, Pablo. Para nacer he nacido. (1978) Salama, Roberto. Para una crítica de Pablo Neruda. (1957)

Walking around Pablo Neruda Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío. No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día. No quiero para mí tantas desgracias. no quiero continuar de raíz y de tumba, de subterráneo solo, de bodega con muertos, aterido, muriéndome de pena. Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y a a a

me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, hospitales donde los huesos salen por la ventana, ciertas zapaterías con olor a vinagre, calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.

Análisis literario Walking around Pablo Neruda El siguiente texto es el final del poema «Walking around» de Pablo Neruda. Léelo, y contesta las preguntas, o completa las ideas, eligiendo en cada caso la respuesta más apropiada.

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Por eso el día lunes arde como el petróleo cuando me ve llegar con mi cara de cárcel, y aúlla en su transcurso como una rueda herida, y da pasos de sangre caliente hacia la noche. Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas, a hospitales donde los huesos salen por la ventana, a ciertas zapaterías con olor a vinagre, a calles espantosas como grietas. Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos colgando de las puertas de las casas que odio, hay dentaduras olvidadas en una cafetera, hay espejos que debieran haber llorado de vergüenza y espanto, hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos. Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos, con furia, con olvido, paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia, y patios donde hay ropas colgadas de un alambre: calzoncillos, toallas y camisas que lloran lentas lágrimas sucias.

1. Los versos 1 y 2 parecen describir ____. a. la furia que siente la voz poética ante la

2. A lo largo del texto, la relación entre la voz

poética y su contorno parece ser una de ____.

sociedad caótica y cosmopolita que atestigua

a. indiferencia

c. curiosidad

b. cómo se siente la voz poética al tener que ir al

b. empatía

d. hostilidad

trabajo un día lunes

3. El verso 13 contiene ____.

c. la relación que existe entre la voz poética y la

ciudad d. una confrontación que tiene la voz poética con las autoridades

a. una personificación

c. un epíteto

b. una onomatopeya

d. una enumeración

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Análisis literario Walking around Pablo Neruda 4. Neruda construyó los versos 15 y 16 valiéndose

7. ¿Cuál podría ser el significado literal de los versos

del ____.

19 y 20?

a. asíndeton

c. hipérbaton

b. polisíndeton

d. pathos

a. Gotas de agua caen de unas prendas de ropa

que se secan en un alambre al aire libre. b. La voz poética llora ante la situación

5. ¿Qué efecto surte la presencia de esta figura

desesperada en que se encuentra.

retórica usada por Neruda en los versos 15 y 16?

c. Toda la ciudad está a punto de quedar anegada

a. Inyecta un tono de resignación en medio del

por la lluvia. d. La voz poética se viste antes de salir con rumbo al trabajo.

hastío que siente la voz poética. b. Transmite una sensación de abandono. c. Intensifica el paso por las emociones

contradictorias que asaltan a la voz poética. d. Retarda y hasta inhibe el paso adelante de las imágenes. 6. Busca tú en Internet el cuadro Guernica, de Pablo

Picasso. ¿Qué tiene en común ese cuadro con este poema? a. Las dos obras contienen imágenes de la vida en una

gran urbe anónima en el siglo XX. b. Imágenes de animales y otros seres vivos predominan en las dos obras. c. Las dos obras contienen imágenes fragmentarias e inconexas de seres vivos despedazados. d. Las dos obras no se parecen en ningún aspecto

pertinente.

Comparación entre texto e imagen Instrucciones: Escribe una respuesta coherente y bien organizada EN ESPAÑOL, sobre el siguiente tema. Primero, identifica el fragmento que aparece a continuación y di quién lo escribió. ¿Qué juicio parece haber formado la voz poética tocante a las relaciones entre las personas de su medio ambiente? Después de considerar esto, busca en Internet el cuadro The Subway, 1950, del pintor norteamericano George Tooker. Observa el cuadro con cuidado, y luego compara con tus conclusiones arriba, el juicio que parece haber formado la mujer del cuadro sobre las personas del ambiente suyo.

Sucede que me canso de ser hombre. Sucede que entro en las sastrerías y en los cines marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro Navegando en un agua de origen y ceniza. El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos. Sólo quiero un descanso de piedras o de lana, sólo quiero no ver establecimientos ni jardines, ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores. Sucede que me canso de mis pies y mis uñas y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre. Sin embargo sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado o dar muerte a una monja con un golpe de oreja. Sería bello ir por las calles con un cuchillo verde y dando gritos hasta morir de frío. No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas, vacilante, extendido, tiritando de sueño, hacia abajo, en las tapias mojadas de la tierra, absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

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