TEMA 10. LA RENOVACIÓN DE LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

TEMA 10. LA RENOVACIÓN DE LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. LA NUEVA NOVELA HISPANOAMERICANA El

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TEMA 10. LA RENOVACIÓN DE LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX. GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ. LA NUEVA NOVELA HISPANOAMERICANA El extraordinario desarrollo de la novela hispanoamericana confirma que el S.XX es la época dorada de las letras del continente. A) La renovación narrativa hispanoamericana entre 1940 y 1960 A partir de los años cuarenta, la narrativa incorpora nuevos elementos: el contenido se amplía con la introducción de temas urbanos y la estructura se enriquece con innovaciones de la narrativa europea y norteamericana. Asimismo, se incorpora lo irracional procedente del movimiento surrealista. La personal obra de Borges constituye un precedente indiscutible de toda la narrativa posterior. En ella, lo filosófico y lo metafísico se combinan a menudo con lo fantástico y lo irónico. Su obra supone un punto de referencia de la narrativa de su tiempo en una fase de transición entre vanguardia y las nuevas formas de novela. Borges destaca ante todo por sus cuentos, recogidos en libros como Ficciones o El aleph. La importancia de las preocupaciones existenciales propias de la literatura occidental en los años cuarenta y cincuenta tiene también un reflejo en los autores hispanoamericanos, especialmente en las figuras de Juan Carlos Onetti y Ernesto Sábato, autor este último de El túnel. En este momento surge el llamado realismo mágico, o su equivalente de lo real maravilloso, que se propone “revelar el sentido mágico descubierto en la vida cotidiana de los hombres y de las cosas”, manteniendo una trama verosímil. Por tanto, el realismo mágico constituye una representación compleja del mundo, que admite al mismo nivel lo racional, lo onírico y lo fantástico. Frente al realismo decimonónico, en esta nueva tendencia narrativa lo real, lo cotidiano y lo imaginario se encuentran enlazados de forma estrecha y verosímil. Lo real maravilloso se convierte en la forma privilegiada mediante la que la literatura hispanoamericana del S. XX pretende encontrar una identidad propia diferenciada de su pasado colonial. Entre sus características están: • Síntesis de realidad y fantasía, para desentrañar la peculiar realidad americana. • Nuevos temas (sin abandonar los antiguos, como naturaleza y mundo indígena): mayor atención al ambiente urbano y a los problemas existenciales (influencia del psicoanálisis). • Innovaciones técnicas: ruptura del tiempo lineal, combinación de personas narrativas, monólogo interior… • Preocupación por el estilo. Destacamos como autores importantes del realismo mágico al guatemalteco Miguel Ángel Asturias con su obra El señor presidente, sobre un dictador (tema habitual en la narrativa hispanoamericana). Combina mitos mayas y creencias cristianas, y el dictador cobra rasgos grotescos y demoníacos, al cubano Alejo Carpentier, con sus obras El reino de este mundo y El siglo de las luces, ambas ambientadas en las Antillas en los siglos XVIII y XIX, con la esclavitud como problema de fondo y al mexicano Juan Rulfo con su obra Pedro Páramo, en la que presenta una compleja pero medida estructura en dos planos temporales alternos que, internamente no siguen un orden lineal, cada uno con una voz narrativa.

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B) La narrativa del boom de los años sesenta. En los años sesenta surge una serie de novelistas hispanoamericanos que, acentuando la renovación emprendida por sus predecesores, alcanzará una gran repercusión mundial. Constituyen todo un fenómeno editorial, que se ha dado en llamar boom. Aunque los autores tienen personalidades diferentes, comparten los siguientes rasgos: * Continúan con la síntesis entre realidad y fantasía, como medio para indagar en una realidad paralela o analógica más profunda. * Conservan la preocupación por el estilo. * Insisten en la renovación de las técnicas narrativas, según los modelos del primer tercio de siglo. Son también excelentes autores de cuentos. * Acentúan la preferencia por la ambientación urbana y los problemas existenciales (el tiempo, la búsqueda de la identidad, la muerte), con atención al subconsciente. Entre los autores del boom brillan nombres como el argentino Julio Cortázar con su novela Rayuela que presenta una estructura inspirada en el juego de la rayuela (en el que se salta de casilla en casilla), de modo que permite dos lecturas: en orden lineal y en el orden propuesto en un tablero; el peruano Mario Vargas Llosa con obras como La ciudad y los perros en la que ofrece una crítica despiadada de la educación en un colegio militar limeño y de un mundo social, moralmente perdido; Conversaciones en la catedral, que es una dura denuncia de la corrupción política del país; en Pantaleón y las visitadoras se critica la eficiencia militar y por último La fiesta del Chivo, una minuciosa reconstrucción del complot contra el dictador panameño Rafael Leónidas Trujillo; el mexicano Carlos Fuentes quien con obras como La muerte de Artemio Cruz o Gringo viejo busca asediar la historia, la identidad y la realidad de México y que en este sentido se constituye en heredero directo de la ya larga tradición de la novela de la Revolución mexicana. La sombra de los autores del boom, algunos todavía en plena forma narrativa, ha condicionado a las generaciones posteriores, que en muchos casos no han podido sustraerse a su influencia. Citemos, por ejemplo, al paraguayo Augusto Roa Bastos con su novela de dictador Yo, el supremo; al argentino Manuel Mújica Láinez, autor de la novela histórica Bomarzo; al cubano José Lezama Lima, autor de Paradiso, compleja novela de aprendizaje sobre el paso a la edad adulta; al peruano Alfredo Bryce Echenique, autor de Un mundo para Julius, corrosiva sátira de la alta sociedad peruana. Inacabable sería la lista de los autores. Señalemos algunos más: los uruguayos Mario Benedetti (La tregua, Primavera con una esquina rota), Eduardo Galeano (Memoria de fuego); el guatemalteco Augusto Monterroso (Movimiento perpetuo); los colombianos Álvaro Mutis (Ilona llega con la lluvia) y Fernando Vallejo (La virgen de los sicarios, obra que muestra con crudeza la violencia del narcotráfico en Colombia); el cubano Guillermo Cabrera Infante (Tres tristes tigres); el nicaragüense Sergio Ramírez (Un baile de máscaras); los chilenos José Donoso (El obscuro pájaro de la noche), Jorge Edward (Los convidados de piedra), Antonio Skármeta (El cartero de Neruda), Isabel Allende (La casa de los espíritus, Los cuentos de Eva Luna), Luis Sepúlveda (Un viejo que leía novelas de amor) y sobre todo Roberto Bolaño, que causó gran impacto con Los detectives salvajes, obra que se centra en la reconstrucción de las andanzas de dos escritores malditos que investigan sobre un autor vanguardista. C) Gabriel García Márquez Nace en Aracataca, Colombia, en 1928. Premio Nobel en 1982. Es el más influyente de los autores del “boom”. Compaginó desde los años cincuenta su actividad periodística con la escritura de cuentos y novelas cortas en las cuales ya se advierten características de las novelas posteriores: capacidad narrativa, mezcla de lo real e imaginario, fusión del mito y la historia… Entre sus novelas cortas destacamos La hojarasca; El coronel no tiene quien le escriba; La mala hora... Todas ellos crean el mundo fantástico de Macondo, y suponen por tanto un aprendizaje para escribir Cien años de soledad, la novela que marcó el surgimiento del "boom"y supuso todo un fenómeno en las literaturas hispánicas (y tal vez en la literatura mundial): es la historia de los cien años de la ciudad de Macondo y de la familia Buendía hasta la muerte del último descendiente, que nace con cola de cerdo, poniendo fin a una estirpe 2

amenazada por el temor de engendrar monstruos. La obra representa metafóricamente la historia de Colombia, de América Latina, y de la Humanidad en general, con los riesgos que la acosan: los más elementales problemas humanos, amorosos, incesto..., los problemas sociales, explotación, guerras... pero todo ello aparece representado en la novela por elementos fantásticos, fuerzas naturales insólitas, y en resumidas cuentas elementos maravillosos, que dan a la novela una textura peculiar entre el realismo y lo fantástico, acentuada por la mezcla de elementos trágicos, cómicos y extrañamente grotescos. El lenguaje es rico, lleno de matices y está cargado siempre de sugestión y de belleza. Una técnica semejante se empleó al servicio de la "novela de dictador" en El otoño del patriarca, con un fantástico dictador que quiere ser el símbolo de todos los déspotas americanos y de su fantástico y peculiar modo de ejercer el poder. Crónica de una muerte anunciada es una magistral novela corta que reproduce minuciosamente un crimen pasional del mundo rural de la infancia del autor, explorando minuciosamente los hechos, sus motivaciones, el estilo de vida que da lugar a ellos, las pasiones humanas que lo desencadenan... pero a través de una técnica rigurosísima de documentación, y luego de descomposición temporal y de análisis pormenorizado de los hechos, que presta un peculiar "suspense" a unos hechos cuyo desenlace se conoce desde el principio. Otras obras que destacamos de Márquez son: Relato de un náufrago; El amor en los tiempos del cólera; Del amor y otros demonios… TEXTOS Cien años de soledad, Gabriel García Márquez Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse, sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadio Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad, porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. (…) La intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que Úrsula seguía virgen un año después de casada, porque su marido era impotente. (…) De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta el domingo trágico en que José Arcadio Buendía le ganó una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera pudiera oír lo que iba a decirle. -Te felicito –gritó-. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer. José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. “Vuelvo enseguida”, dijo a todos. Y luego, a Prudencio Aguilar: -Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar. Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta. Esa noche, mientras se velaba el cadáver en la gallera, José Arcadio Buendía entró en el dormitorio cuando su mujer se estaba poniendo el pantalón de castidad. Blandiendo la lanza frente a ella, le ordenó: “Quítate eso”. Úrsula no puso

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en duda la decisión de su marido. “Tú serás responsable de lo que pase”, murmuró. José Arcadio Buendía clavó la lanza en el piso de tierra. -Si has de parir iguanas, criaremos iguanas –dijo-. Pero no habrá más muertos en este pueblo por culpa tuya. (…) Continuidad de los parques, Julio Cortázar Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restallaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer. Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

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EL ECLIPSE Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido, aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida. - Si me matáis- les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén. Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles. A. Monterroso, Sinfonía concluida y otros cuentos.

DOS PALABRAS Tenía el nombre de Belisa Crepusculario, pero no por fe de bautismo o acierto de su madre, sino porque ella misma lo buscó hasta encontrarlo y se vistió con él. Su oficio era vender palabras. Recorría el país, desde las regiones más altas y frías hasta las costas calientes, instalándose en las ferias y en los mercados, donde montaba cuatro palos con un toldo de lienzo, bajo el cual se protegía del sol y de la lluvia para atender a su clientela. No necesitaba pregonar su mercadería, porque de tanto caminar por aquí y por allí, todos la conocían. Había quienes la aguardaban de un año para otro, y cuando aparecía por la aldea con su atado bajo el brazo hacían cola frente a su tenderete. Vendía a precios justos. Por cinco centavos entregaba versos de memoria, por siete mejoraba la calidad de los sueños, por nueve escribía cartas de enamorados, por doce inventaba insultos para enemigos irreconciliables. También vendía cuentos, pero no eran cuentos de fantasía, sino largas historias verdaderas que recitaba de corrido sin saltarse nada. Así llevaba las nuevas de un pueblo a otro. La gente le pagaba por agregar una o dos líneas: nació un niño, murió fulano, se casaron nuestros hijos, se quemaron las cosechas. En cada lugar se juntaba una pequeña multitud a su alrededor para oírla cuando comenzaba a hablar y así se enteraban de las vidas de otros, de los parientes lejanos, de los pormenores de la Guerra Civil. A quien le comprara cincuenta centavos, ella le regalaba una palabra secreta para espantar la melancolía. No era la misma para todos, por supuesto, porque eso habría sido un engaño colectivo. Cada uno recibía la suya con la certeza de que nadie más la empleaba para ese fin en el universo y más allá. Belisa Crepusculario había nacido en una familia tan mísera, que ni siquiera poseía nombres para llamar a sus hijos. Vino al mundo y creció en la región más inhóspita, donde algunos años las lluvias se convierten en avalanchas de agua que se llevan

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todo, y en otros no cae ni una gota del cielo, el sol se agranda hasta ocupar el Horizonte entero y el mundo se convierte en un desierto. Hasta que cumplió doce años no tuvo otra ocupación ni virtud que sobrevivir al hambre y la fatiga de siglos. Durante una interminable sequía le tocó enterrar a cuatro hermanos menores y cuando comprendió que llegaba su turno, decidió echar a andar por las llanuras en dirección al mar, a ver si en el viaje lograba burlar a la muerte. La tierra estaba erosionada, partida en profundas grietas, sembrada de piedras, fósiles de árboles y de arbustos espinudos, esqueletos de animales blanqueados por el calor. De vez en cuando tropezaba con familias que, como ella, iban hacia el sur siguiendo el espejismo del agua. Algunos habían iniciado la marcha llevando sus pertenencias al hombro o en carretillas, pero apenas podían mover sus propios huesos y a poco andar debían abandonar sus cosas. Se arrastraban penosamente, con la piel convertida en cuero de lagarto y sus ojos quemados por la reverberación de la luz. Belisa los saludaba con un gesto al pasar, pero no se detenía, porque no podía gastar sus fuerzas en ejercicios de compasión. Muchos cayeron por el camino, pero ella era tan tozuda que consiguió atravesar el infierno y arribó por fin a los primeros manantiales, finos hilos de agua, casi invisibles, que alimentaban una vegetación raquítica, y que más adelante se convertían en riachuelos y esteros. Belisa Crepusculario salvó la vida y además descubrió por casualidad la escritura. Al llegar a una aldea en las proximidades de la costa, el viento colocó a sus pies una hoja de periódico. Ella tomó aquel papel amarillo y quebradizo y estuvo largo rato observándolo sin adivinar su uso, hasta que la curiosidad pudo más que su timidez. Se acercó a un hombre que lavaba un caballo en el mismo charco turbio donde ella saciara su sed. — ¿Qué es esto? -preguntó. — La página deportiva del periódico -replicó el hombre sin dar muestras de asombro ante su ignorancia. La respuesta dejó atónita a la muchacha, pero no quiso parecer descarada y se limitó a inquirir el significado de las patitas de mosca dibujadas sobre el papel. — Son palabras, niña. Allí dice que Fulgencio Barba noqueó al Nero Tiznao en el tercer round. Ese día Belisa Crepusculario se enteró que las palabras andan sueltas sin dueño y cualquiera con un poco de maña puede apoderárselas para comerciar con ellas. Consideró su situación y concluyó que aparte de prostituirse o emplearse como sirvienta en las cocinas de los ricos, eran pocas las ocupaciones que podía desempeñar. Vender palabras le pareció una alternativa decente. A partir de ese momento ejerció esa profesión y nunca le interesó otra. Al principio ofrecía su mercancía sin sospechar que las palabras podían también escribirse fuera de los periódicos. Cuando lo supo calculó las infinitas proyecciones de su negocio, con sus ahorros le pagó veinte pesos a un cura para que le enseñara a leer y escribir y con los tres que le sobraron se compró un diccionario. Lo revisó desde la A hasta la Z y luego lo lanzó al mar, porque no era su intención estafar a los clientes con palabras envasadas. Isabel Allende; Cuentos de Eva Luna. Círculo de Lectores.

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