THEfifties RAFAEL CANOGAR FRANCISCO FARRERAS LUIS FEITO JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ. 50 s [+50] entre el pueblo estoy. nº 984-a. la libertad de expresión

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Indice de la clase - Lección N 50
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RAFAEL CANOGAR entre el pueblo estoy 50’s [+50]

THE

FRANCISCO FARRERAS n 984-a

fifties

º

LUIS FEITO la libertad de expresión JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ asamblea en el taller

50 ANIVERSARIO DE LAS INTERVENCIONES DE ARTISTAS EN LA CALLE DE PRECIADOS

comisario

ALFONSO DE LA TORRE

THE FIFTIES: VUELVE ÁMBITO CULTURAL DE EL CORTE INGLÉS, PARA SU PROGRAMA DE ESCAPARATES, A SUS ORÍGENES, A ESE REMOTO 1963 EN QUE SEIS DE NUESTROS

mejores artistas de vanguardia se atrevieron a sacar su arte a la calle Preciados, en un Madrid no precisamente receptivo, por aquel tiempo, a ese tipo de creación. Si aquellos escaparates se facsimilaron en 2005, año de arranque del actual ciclo, y si en los programas recientes ha habido sitio para MARTÍN CHIRINO, para GUSTAVO TORNER o para EDUARDO ARROYO, ya activos en 1963 y cercanos los tres a MANOLO MILLARES, ahora Alfonso de la Torre, en este cincuentenario de la iniciativa, y con el buen hacer que lo caracteriza, nos propone un plantel de cuatro veteranos de aquella generación, de cuatro grandes felizmente todavía en activo: RAFAEL CANOGAR, FRANCISCO FARRERAS, LUIS FEITO, y JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ, todos ellos pertenecientes en su momento a la escudería de Juana Mordó, La galerista moderna de aquel Madrid, la ciudad natal de dos de ellos, y la de residencia de los cuatro. Formado en San Fernando, LUIS FEITO (Madrid, 1929) marchó pronto a París, donde militó en las filas de la abstracción lírica. Miembro en la distancia del grupo El Paso, ya por aquel entonces era percibido por los críticos, tanto nacionales como internacionales, como un pintor muy pintor. Un pintor abstracto, aunque su abstracción se apoyara en el conocimiento de la historia del arte de todos los siglos. Un pintor muy español. Un pintor que evolucionaría luego –en la capital francesa, en Montreal, en Nueva York donde su obra era conocida desde 1960, y finalmente de nuevo en su ciudad natal– hacia un arte más geométrico. Un pintor soberbio, amigo siempre de los colores incendiados, y cuya factura concilia gestualidad y contención. Un pintor que en su escaparate reivindica “la libertad de expresión”, recreando su propio estudio próximo a Colón, lugar en el cual a diario se entrega al ritual, al baile de la creación. Notas sobre un itinerario, podríamos decir retomando el título de su discurso de ingreso, en 1997, en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Notas, vestigios, fragmentos, pecios, disjecta membra… Hoy también académico, RAFAEL CANOGAR (Toledo, 1932), el más joven de los integrantes de El Paso, se formó en el estudio del gran renovador de nuestra pintura y gran pedagogo que fue Daniel Vázquez Díaz. Durante los cuatro años de existencia del grupo, Canogar desarrolló un proyecto plástico abstracto rotundamente “action painting”. Pronto sin embargo se embarcaría en un proyecto neofigurativo, influenciado por el “pop” norteamericano. Con el tiempo volvería a una abstracción rigurosa, postminimalista, dentro de la cual sigue dando una nota muy alta. Aquí, en Entre el pueblo estoy, revisita su poética de hace cuarenta años, poniendo el acento en la dimensión callejera y de crónica del mundo en torno que entonces poseía su arte. Propuesta rompedora, que integra filmaciones de transeúntes, y una galería de espejos, y a la cual él mismo encuentra una raíz cubista, sugerencia que nos llevaría no del lado de la naturaleza muerta o de la figura, los géneros de Picasso, Braque o Juan

Gris, sino del lado de pintores más urbanos y simultaneístas, como Léger o Delaunay, y también del lado de cierta poesía de similar inspiración, o todavía más, de ciertas “sinfonías urbanas” cinematográficas. FRANCISCO FARRERAS (Barcelona, 1927) pasó él también por San Fernando, aunque antes había recibido enseñanzas de dos pintores de una generación anterior, Antonio Gómez Cano y Mariano de Cossío. En un principio se movió en esas aguas figurativas, moderadamente modernas, cuyo cultivador máximo fue el malogrado Carlos Pascual de Lara: ver por ejemplo sus murales en la parroquia madrileña de Santa Rita (19531959). En la propia capital, cerca del Retiro, en la fachada de un bloque de apartamentos construido por aquellos mismos años, hay otro hermoso mural cerámico suyo, con algo de braquiano, que nos habla de su tránsito hacia la abstracción. Durante la década siguiente se consolidó su digamos sistema, en base al collage de papeles de seda. Más recientemente, derivó hacia la madera, siempre con ese gusto exquisito y esa sutileza que lo caracteriza. La contribución de Farreras al programa 2013 de El Corte Inglés, es un impresionante cuadro, casi un mural, nuevamente, de cuatro metros y medio de ancho por casi dos de alto, y de extrema austeridad, inelocuencia y esencialidad: como una tierra de nadie, como una landa desierta, como una eliotiana tierra baldía. Cuadro a la realización del cual el pintor se había lanzado poco antes de recibir el encargo de Alfonso de la Torre, que ha considerado que la propuesta era plenamente adecuada, dada la monumentalidad de la pieza, y el salto adelante que representa, por parte de un artista que no se duerme en los laureles. Por último, el escultor, medallista y pedagogo –en Artes y Oficios– JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ (Madrid, 1930), otro de San Fernando, es el más extraterritorial de los cuatro artistas convocados este año, en el sentido de que es el único de los cuatro, que persistió en el camino figurativo y realista, en estrecho contacto con su hermano Francisco López, y con su muy amigo Antonio López García, dos compañeros de generación con los cuales ha colaborado en varias ocasiones. La propuesta, en este caso, es de una Asamblea en el taller: un poco en la misma línea de Feito, invitación al espectador, al peatón del Madrid del Centro, a asomarse, cual Diablo Cojuelo, al estudio del escultor, distante bastantes kilómetros de la calle de Preciados ya que se encuentra en las proximidades de la M-30, y distante sobre todo, mentalmente, de lo que es un escaparate. Junto a algunas piezas emblemáticas de su trayectoria, y a fotografías de otras, en el suelo nos topamos con el molde de El hombre del sur. Para cuantos lo frecuentamos, el recoleto taller de JLH, como firma él sus extraordinarias medallas, a las cuales en 1986 dedicó su discurso académico, es un lugar mágico, donde cavila este realista de lo cotidiano, capaz de encontrarle poesía a las cosas más humildes, y que como antes que él José Gutiérrez Solana o Ricardo Baroja, le debe gran parte de su inspiración a su ciudad natal. JUAN MANUEL BONET

ARTISTAS NACIDOS ENTRE 1927 Y 1935, LOS CUATRO SE INCORPORARON AL ARTE MEDIADA LA DÉCADA DE LOS CINCUENTA, ENCONTRÁNDOSE EN PLENA ACTIVIDAD

en el muy simbólico año de 1957. Estos artistas son buen ejemplo de algo que simbolizó el arte de aquel tiempo: la convivencia entre creadores de diversas procedencias geográficas, –de distinta concepción artística: abstractos o figurativos, gestuales y líricos–, tanto pertenecientes a grupos de creadores como de estirpe solitaria. Años de gran complejidad para la creación, de dificultad para el estatus del artista, no olvidemos que aquel era –en palabras de Antonio Saura– un tiempo de cardo y ceniza, de silencio e indiferencia –en las de Vicente Aguilera Cerni–. Un tiempo, escribe Juan Manuel Bonet en el texto que acompaña estas líneas “no precisamente receptivo a ese tipo de creación”. Y de éxodo, principalmente al promisorio París, tiempos complejos y confusos también, mas sobresaliendo siempre en los nuevos creadores la voluntad esperanzada de retomar, una vez más y sin complejos, el mundo moderno nuevamente quebrado, esta vez tras la guerra. RAFAEL CANOGAR (Toledo, 1935), FRANCISCO FARRERAS (Barcelona, 1927), LUIS FEITO (Madrid, 1929) y JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ (Madrid, 1930), eran entonces jóvenes artistas que decidieron incorporarse a una tarea pareciere común y entusiasta en los creadores de ese tiempo: la reconstrucción de la vanguardia. Nacidos al arte en un tiempo de extraordinaria crisis, sumido éste en el desorden causado por las guerras, el holocausto, la amenaza nuclear o las dudas en torno a las consecuencias del progreso, los artistas decidieron responder con un arte trascendente, algo que sería común en buena parte de la comunidad artística de ese tiempo. Recordando también, en este punto, a los seis artistas que en 1963, hace cincuenta años, realizaron sus intervenciones en esta misma geografía madrileña: CÉSAR MANRIQUE (Arrecife, 1919-1992); MANOLO MILLARES (Las Palmas de Gran Canaria, 1926-Madrid, 1972); MANUEL RIVERA (Granada, 1927-Madrid, 1995); GERARDO RUEDA (Madrid, 1926-1996); EUSEBIO SEMPERE (Onil, 1924-1985) y PABLO SERRANO (Crivillén, 1908-Madrid, 1985). Seis creadores inmersos en una experiencia insólita, pionera del arte contemporáneo internacional: la intervención en este mismo edificio, en el mismo lugar, de “El Corte Inglés” de la calle de Preciados. The fifties, término con resonancias que debemos a Juan Manuel Bonet, evoca ese instante generacional, los cincuenta, tan relevante en la historia contemporánea de nuestro arte. Son cuatro intervenciones planteadas al modo de reflexiones metartísticas, pues han coincidido todos en indagar en torno al proceso de creación: sobre el misterioso viaje que el artista realiza, más bien a tientas cuando no a ciegas, nadando entre

lo visible y lo invisible. En ese desvelamiento de las formas, en ese trabajo de lo visible, que diría Claude Esteban, sus intervenciones transitan desde la visión fragmentada de la soledad del interior del estudio, instante quieto de brochas, lienzos y silenciosos drippings (Feito) o el viaje hacia la obra, la narración de cuál sea el inquietante proceso mediante el que una obra de arte se revela, se hace presente entre nosotros (Farreras y López Hernández). También la observación y captura, la interrogación en torno al mundo externo que, a modo de los reflejos percibidos en la cámara oscura, refiere Canogar. En aquellos años en los que nuestros artistas se incorporaron al mundo del arte, los jóvenes de “El Paso”, –dos de cuyos integrantes, Canogar y Feito, nos acompañan este 2013–, consideraron preciso crear “un nuevo estado del espíritu dentro del mundo artístico español” subrayando, a la par, cómo el artista habría de tomar “conciencia de su responsabilidad social y espiritual”, decían en su conocido Manifiesto de 1957 (no olvidando el gran arte del pasado, los mitos históricos, el elogio de un cierto pathos escondido en los artistas primitivos). Los creadores que presentan este año 2013 sus obras en Preciados “cuatro grandes felizmente todavía en activo”, como escribe también Juan Manuel Bonet en su texto de este programa, pudieron leer aquellos años a Motherwell, con ocasión de la fundamental exposición The New American Painting (1958), celebrada en esta ciudad, visión de los artistas del expresionismo abstracto norteamericano, cuyo catálogo se abría con una rotunda afirmación del pintor de las Elegías: “la función del artista es dar realidad a lo espiritual”. Visto lo anterior, casi podremos concluir que “de lo espiritual en el arte” era la nueva consigna elevada desde el marasmo de los nuevos materiales de los artistas otros. Entre la luz surgida de los agujeros, las arpilleras arrebujadas o las telas metálicas, las maderas vapuleadas, las manchas de pintura. Entre los herrumbres y escrituras, collages de papeles, igniciones y látex, hierros contorsionados, empastes térreos o irisaciones de las manchas de color, entre la vida discreta que pulsa en el bronce, en el caos de un tiempo convulso, –otro más–, había surgido en los fifties la hegeliana promesa del goce, la esperanza de un mundo mejor.

ALFONSO DE LA TORRE Comisario de la exposición

CON ESTA OBRA QUIERO CONECTAR CON ALGUNAS OBRAS DE 1972, TAMBIÉN CON ESTE MISMO TÍTULO, DONDE EL PROTAGONISTA ERA EL HOMBRE, EL HOMBRE anónimo, la muchedumbre.

Participar en este proyecto de El Corte Inglés-Ámbito Cultural, supone un cierto reto para un pintor como yo, y he querido ser consecuente con el encargo, hacer una intervención que fuese acorde con el planteamiento: sacar el arte a la calle, intervenir en espacios nuevos. Me gustaría eliminar, en la medida de lo posible, la frontera del cristal de separación entre escaparate y calle, entre la obra y el espectador. Hacer que el espectador casual, sea parte de la misma obra, que sean ellos mismos los que, con su propia imagen reflejada, penetren en la obra y sean los protagonistas de ese encuentro, sean parte de la obra de arte. Una especie de lectura cubista que nos permita ver, al mismo tiempo y en el mismo espacio, las diversas formas de ver esa realidad en constante movimiento y cambio, como cuerpo y unidad plástica. El hombre siempre ha estado intrigado por su propia imagen reflejada, se mira, se quiere reconocer. Yo espero de su participación en esta obra, que sólo se completa y se realiza una vez montada, colocada en su sitio. Se invitará a mirarse, no tanto en su individualidad, sino como parte de un todo, de un cuerpo multicorporal en un ambiguo espacio donde se confundan distancias y medidas. Me gustaría dar una visión caleidoscópica de la calle, del público, que el escaparate desaparezca, que sea meramente espacio o hueco en la calle, donde se refleje ese público que transita indefinidamente. Espacio que le intrigue a mirar, o a mirarse, para participar en esa obra colectiva a través de los espejos de diversos tamaños, colocados a diversas distancias y alturas, flotando armoniosamente como elementos plásticos.

RAFAEL CANOGAR entre el pueblo estoy

POR DIVERSAS CIRCUNSTANCIAS Y DEBIDO AL AGOTAMIENTO QUE ME OCASIONARON LAS EXPOSICIONES REALIZADAS SIMULTÁNEAMENTE EN TRES GALERÍAS DE

Madrid a finales de 2010, y dada mi larga andadura profesional, creí que había llegado el momento de retirarme definitivamente. El temor de repetirme –que es lo peor que puede pasarle a un pintor– ayudó a reafirmar mi decisión. Desde entonces he estado muchos meses inactivo, sin remordimiento de conciencia alguno, hasta que un buen día del mes de marzo de este año sentí un pequeño cosquilleo que me empujó a regresar a mi estudio de forma un tanto provisional. Pero en lugar de hacerlo tímidamente con obras de pequeño formato tuve la osadía de encargarle a mi carpintero tres tableros que, una vez unidos, alcanzaron las medidas de 180 cm de alto por 450 cm de ancho. Una obra que no tenía, ni pretendía, posibilidades de venta ni de ser expuesta en parte alguna. No me ha preocupado nunca, a la hora de abordar cualquier trabajo, la finalidad de ésta ni el destino que pueda depararle. A los pocos meses de haberla acabado, mi buen amigo Alfonso de la Torre me proponía la ejecución de uno de los escaparates que, con la colaboración y patrocinio de El Corte Inglés-Ámbito Cultural, coinciden con la feria ARCO en Madrid. Magnífica oportunidad para que esta obra sea mostrada al público y cuya ejecución podría considerarse una feliz premonición.

FRANCISCO FARRERAS n 984-a º

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN DE UN ARTISTA, LEJOS DE SER EL FRUTO DE LA ANARQUÍA, ES EL DE LA MAESTRÍA Y DEL MÁXIMO RIGOR.

Para ser un hombre de su tiempo, hay que tener el sentido del pasado, porque uno no puede existir sin referencias y un sentido del futuro, para saber qué patrimonio crearon, para legárselo a las generaciones venideras. San Agustín decía que más valía perderse en su pasión, que perder la pasión.

LUIS FEITO la libertad de expresión

ESTA INSTALACIÓN NACE CON EL DESEO DE CONVERTIRSE EN UNA INVITACIÓN BIEN INTENCIONADA PARA QUE EL CONTEMPLADOR DEL ESCAPARATE SE SIENTA COMO

un visitante de un estudio de escultor. Su finalidad no es otra que dar a entender los entresijos, complejidades y puntos de vista insólitos con los que el autor lleva a cabo su obra. En la quietud y el silencio de la noche él imagina que las obras, en cualquier período de realización en que se encuentren, dialogan entre sí y expresan un deseo soterrado. Sueñan, como el autor, en conseguir un final feliz. Este, por su parte, refugia su esperanza en que las obras hagan algo por él. El arte es tan esquivo que puede jugarnos buenas o malas pasadas. De ahí, ese factor sorpresa, esa fuerza misteriosa que da entidad a la obra más allá de nuestra voluntad. Las piezas escultóricas, y más las inconclusas, ya entienden, junto con sus moldes, el lenguaje del hueco y saben cómo llenarlo de sentido. Son capaces de transformar la pura idea en objeto usando el material que más a mano tienen. A lo perecedero, lo que nos sirve de tránsito le otorgan la capacidad de ser necesario, sin ello no podríamos seguir adelante. Su forma invertida, la lectura que de ello hacemos alimenta nuestra experiencia y fortalece la memoria. “Todo está lleno y vivo de su nada”, como declara el poeta Vicente Gallego en su libro Mundo dentro del claro. El gran vacío, fragmentado y yacente compuesto por la alianza de la flexibilidad de la silicona con la sufrida escayola moldeará al Hombre del Sur, escultura de un drama sin tiempo ni geografía. Su negativo es el motivo de diálogo y consejo de las otras esculturas que lo acompañan. Están junto a él Parte de su familia, con mirada anhelante y esperanzada, nació casi simultáneamente con afán de ser su compañía. El alumno de las 5 y media de la tarde, su sueño infantil y las manos de una entregada tejedora, Mantel de aniversario, toman para sí el representar el esfuerzo persistente, el deseo permanente de servir. Las dudas que soportó el proceso de creación se recuerdan con los dos bocetos situados delante, el primero con compañía y sin ella el segundo, hablan de las ideas previas y de los cambios que sufrió. Finalmente, a la izquierda, asomando por una ventana imposible, unas manos, portando una mirada tensa y llena de inquietud es El perfil de un recuerdo. En las paredes del escaparate aparecen reproducciones de dos dibujos que retratan ambientes del estudio: Entrada al estudio y La escultura tapada (el día del eclipse). Mientras, en la parte alta se sitúa la fotografía de la escultura del Hombre del sur puesto boca abajo como si emergiera del propio hueco del molde que, en el proceso real, le da corporeidad.

JULIO LÓPEZ HERNÁNDEZ asamblea en el taller

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