TURISMO Y GLOCALIDAD 1, PENSANDO LA CULTURA EN TRANSICIÓN DESDE EL SUR TURÍSTICO (TENERIFE-ISLAS CANARIAS) *

TURISMO Y GLOCALIDAD1, PENSANDO LA CULTURA EN TRANSICIÓN DESDE ‘EL SUR’ TURÍSTICO (TENERIFE-ISLAS CANARIAS)*. Ramón Hernández Armas Antropólogo (ramon
Author:  Pilar Luna Salas

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Prensa y turismo alemán en Canarias
Año 3 (2012) | Artículo nº 9 | Págs. 160 - 182 ISSN: 2172 - 3168 Prensa y turismo alemán en Canarias Press and German tourism in Canary Islands María

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Story Transcript

TURISMO Y GLOCALIDAD1, PENSANDO LA CULTURA EN TRANSICIÓN DESDE ‘EL SUR’ TURÍSTICO (TENERIFE-ISLAS CANARIAS)*. Ramón Hernández Armas Antropólogo ([email protected]) Mayo 2004 En general, el fenómeno turístico desata sentimientos encontrados tanto en las poblaciones donde se desarrolla como en los estudiosos que lo eligen como objeto de su investigación. Sin duda, esto tiene que ver con los beneficios económicos obtenidos, con la forma de percibir y asumir los impactos del turismo y con las políticas que se generan desde todos los sectores implicados. Ahora bien, desde el ámbito del análisis en muchas ocasiones estas cuestiones no son fáciles de dirigir hacia un balance global, encontrándonos normalmente con un intercambio de datos y posiciones excesivamente centrados en los costes o en los beneficios, y en la mayoría de los casos con investigaciones

cualitativamente

distintas, lo

que

dificulta

su

mensurabilidad.

Normalmente, los segundos, es decir, los centrados en los beneficios, conciben la calidad de vida (supuesto objetivo final de todo desarrollo) en términos cuantitativos: renta, PIB, empleo, inversión, nivel de vida, desarrollo empresarial, consumo, etc.; mientras que los primeros, es decir, los centrados en los costes, conciben la calidad de vida en sus aspectos más cualitativos: medioambiente, patrimonio, idiosincrasia, autenticidad, masificación, reparto de la riqueza, etc. Ambas posiciones aglutinan la mayor parte de los argumentos a favor y en contra del turismo, y han condicionado, tanto desde el punto de vista teórico como ideológico, las distintas visiones que se han gestado sobre el fenómeno turístico y su implantación a lo largo de la geografía mundial. No es mi objetivo, sin embargo, emitir aquí ninguna clase de veredicto final ni establecer ningún tipo de balance de ganancias y pérdidas sobre el desarrollo turístico del sur de la isla de Tenerife, sino proponer un espacio de reflexión que termine por abordar un ámbito demasiadas veces olvidado de nuestra contemporaneidad turística, como reto para pensarnos e imaginarnos culturalmente desde la localidad en el nuevo siglo. Camino ya de los 50 años de historia turística en uno de los más conocidos enclaves turísticos del litoral de Tenerife: Los Cristianos (municipio de Arona), no es

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Texto reelaborado de una parte del trabajo “Desde «El Sur» en transición. Inicio turístico, imaginación y espacio vivido”, publicado por el autor en el libro Sol de Invierno. Homenaje de Arona al turismo sueco (Llanoazur ediciones, marzo 2004).

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mal momento para echar una vista atrás en su trayectoria económica, social y cultural, y a partir de ella aventurarnos en nuestro futuro. Sin duda, este pequeño regreso al pasado podría dar pie al recuerdo nostálgico, estamos en tiempos para ello (Jameson, 1985; Lipovetsky, 1993; Lowenthal, 1993; Estévez Glez., 2004), pero tampoco es esa mi intención. Más bien, diría que es una buena oportunidad para conocer y entender algo de nuestra historia reciente, en sus proyectos, afanes y conquistas, con el objetivo de ver cómo nos afectan en la actualidad, en nuestra vida cotidiana de a diario, y, finalmente,

desde

nuestra

perspectiva,

valorarla

y

aventurarnos

(más

bien,

arriesgarnos) a propugnar escenarios futuros deseables. Por otro lado, el turismo ha sido señalado como uno de los principales agentes de la globalización y como una de las mejores vías para la penetración económica y del modo de vida occidental en los países del llamado ‘tercer mundo’ (Smith, 1989; Turner y Ash, 1991; de Kadt, 1991; Nash, 1996; Burns, 2000; Goldstone, 2003) y en tal medida uno de los principales agentes de la homogeneización social y cultural en el mundo. Ahora bien, lo cierto es que esto es tan solo una parte de la realidad en el funcionamiento de las sociedades del mundo actual, y planteamientos como los de Appadurai (2001),

Beck (1998), Featherstone et al. (1995), Friedman (1994) o

Tomlinson (2001), nos vienen a desmentir acerca de los procesos de homogeneización y heterogeneización en esta nueva era de la globalización. Para el primero de estos autores, por ejemplo, si bien los procesos de interconexión mundial dan lugar a similaridades socioculturales, también es cierto lo contrario, y que los fenómenos de diferenciación y de reivindicación étnica también tienen lugar, pero además, mantiene que las imágenes y los discursos puestos en circulación a nivel mundial (ya sea vía medios electrónicos o vía turismo) no son asumidos localmente de una manera pasiva, sin más, sino que tienden a ser reinstalados en los repertorios locales de forma creativa y genuina a través del ejercicio cotidiano de la imaginación, promoviendo, a su vez, la heterogeneidad y la pluralidad. Posteriormente nos extenderemos sobre este concepto del trabajo de la imaginación en Appadurai, así como del reto para activarla en un contexto local de recepción turística masificada, lugar de aluvión poblacional (con sus vecindarios afectados por la masiva y continua inmigración) y territorio convertido en escenario para su consumo turístico (continua transformación territorial física y simbólica)2. Pensar hoy el sur de Tenerife ‘en transición’ es, ante todo, pensar en su contemporaneidad turística, pensar en su principal proyecto de modernidad y desarrollo, y pensar en su inserción en el mundo global a través del turismo. Pero,

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cómo es asumido desde lo local el enorme proceso de cambios introducido más allá del aprovechamiento de las nuevas oportunidades económicas. Cómo es asimilado social y culturalmente la gran transformación territorial y la ingente arribada de foráneos (turistas, camino ya de los 4 millones anuales, y residentes, unos 150.000)3. Este es un tema de gran interés para nuestro proyecto de sociedad y para la elaboración de las necesarias políticas de integración social, pero que, sin embargo, sólo comienza a ser abordado por la investigación de los científicos sociales. Para Appadurai, uno de los más reconocidos antropólogos sobre globalización y procesos socioculturales, “la «localidad» nunca es un elemento primitivo inerte, ni un elemento dado que existe antes de cualquier fenómeno externo. La localidad (material, social e ideológica) siempre ha tenido que ser producida, mantenida y alimentada deliberadamente. Por lo tanto, incluso las sociedades tradicionales a pequeña escala están participando en la «producción de localidad» contra las contingencias de todo tipo. Lo local es, por tanto, no un hecho, sino un proyecto. Es un producto especialmente frágil en una época en que los medios de comunicación, las migraciones y la necesidad de una disciplina nacional dificultan cada vez más la producción de rasgos locales” (1999). El desarrollo turístico, en nuestro caso, se ha convertido en una de esas contingencias a las que nuestra localidad ha tenido que hacer frente para continuar produciendo localidad, asumiendo, integrando y reelaborando el vertiginoso proceso de cambios para reconstruirse como pueblo, como sociedad. Y no se me ocurre ahora mejor ejemplo de esto que digo que el conjunto de actos “Homenaje de Arona al turismo sueco” llevados a cabo en el pasado mes de marzo, verdadero acto de producción de localidad a través de la ritualización de un encuentro entre locales (los playeros) y foráneos (los suecos) a partir de la experiencia turística (Galván Tudela, 2004). Una experiencia, eso sí, un tanto especial, que conecta al pueblo transnacionalmente, a la vez que la hace propia, es decir, ‘local’. En su pequeña historia local, el turismo ha significado para el Sur la vía más exitosa en su incorporación a la modernidad y al desarrollo. Palabras mágicas éstas que colman los deseos de toda comarca vinculada al modo de vida occidental. Con la llegada del turismo al Sur el futuro se nos prometía mejor y la implantación de los nuevos paisajes urbanísticos se convirtieron en el mejor signo de su progreso. Justo Fernández, en su artículo “Los Cristianos, potencia turística”, nos relata a mediados de los sesenta su optimista visión de las futuras construcciones que deberían convertir a Los Cristianos en uno de los principales centros turísticos de la isla:

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“(...) soy asiduo cliente de Los Cristianos. Somos muchos los capitalinos que allí nos reunimos cuando hay algún número rojo algo despistado en el calendario (...) Los Cristianos, a mi modo de ver, es la zona turística de más porvenir de Tenerife. De mayor fuerza, digamos persuasiva, por sus incomparables dones naturales. Esto dicho así, a grandes rasgos, sin entrar en detalles, sacando conclusiones lógicas de lo que uno ve y siente al estar en el pueblo y sus contornos. Los muchos argumentos que refuerzan esta rotunda afirmación no son para volcarlos en apretados párrafos empapados de elogios. Usted va allí, muy señor... mío, usted se coloca, por ejemplo, en lugar destacado del pequeño muelle, ve la playa, el contorno costero, goza de la mar limpia y tranquila, huérfana de viento, clima seco, cielo luminoso, y por favor atienda a esta breve explicación: «Mire esas pequeñas casucas, que están llamadas a desaparecer, vea lo que puede hacerse aquí y más allá, imagínese desde aquí hasta la casa de don Miguel Bello (q.e.p.d.) una Avenida, y al fondo, una serie de edificios ―hoteles, casas de apartamentos― con toda la moderna secuela de comodidades y bienestar... Vea más allá una serie de piscinas cara al mar, un pequeño muelle o embarcadero para embarcaciones deportivas...» Esto es para verlo, decirlo y comprenderlo, situado en Los Cristianos.” (El Día, 511-1965) Como sabemos, un par de décadas más tarde tal visión no sólo se hizo realidad (y con creces), sino que, quizás, su desmesurado éxito turístico también lo ha llevado a una masificación que ha puesto en entredicho el propio disfrute de aquellos ‘incomparables dones naturales’ a los que se refería Justo Fernández. Sin duda, el entusiasmo y las esperanzas que se respiraban en esos años del comienzo turístico no preveían los efectos de la congestión, la especulación o el encarecimiento del coste de vida. En estas primeras fechas de los sesenta, las promesas turísticas nos ayudaban a soñar un gran beneficio para todos, y, quizás, el olvido definitivo de épocas con demasiadas penurias y miserias en nuestras Hurdes particulares. Luis Álvarez Cruz, en su emotivo reportaje “viviendas en las tierras del Sur” nos acerca, lleno de perplejidad, sin embargo, al panorama que ofrecía el pueblo mucho antes de la arribada turística. “Esta «Montaña de doña María Amalia» que resguarda a Los Cristianos del viento de S.O., no tiene, a primera vista, nada de particular. Si acaso, dentro del tono mustio de las cosas del Sur, su masa oscura y redonda, en la que arraigan las floraciones silvestres de las tabaibas y algún que otro matojo indígena, nos trae a la imaginación vagas figuraciones volcánicas acaecidas en remotas edades. Por lo demás, estos peñascos que avizoran el horizonte y desde los que se domina la cruda llanada del poblado sediento, a pesar de que el brazo maravilloso del mar oprime dulcemente su flaca cintura al ritmo ondulante de las mareas, nada tienen de extraordinario que los diferencie de otros peñascos semejantes. Son, en fin de cuentas, los ásperos y rudos picachos de las tierras del Sur. (...) Pero la montaña, en contra de su vulgar apariencia geológica, abre mágicamente la flor de sus secretos. Si nuestra mirada errabunda se posa un

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instante sobre su piel rugosa y milenaria descubrirá de qué industriosa manera de la vida humana palpita en ella, bajo los hondos socavones de las cuevas, al cobijo de las rocas maternales. Decenas de cavernas perforadas por la mano del hombre albergan una población que rebasa del centenar de habitantes. Moradores que no se ven, que hay que ir extrayendo, uno a uno, de sus escondrijos de roca, a la luz del sol, para poder examinarlos de cerca. A la distancia, no existen, apenas se vislumbran sus siluetas magras. La montaña los oculta a los ojos profanos. Dijérase, reajustando la proporción del paralelo a los contornos de la época, que los peñascos y las hierbas monteses perpetúan el sentido de la vida guanche, en todo lo que tuvo de huída enriscada, de fuga hacia la altura, de escape del llano donde flameaban las duras banderas de la Conquista. Pero no se trata de nada de esto. Simplemente es la miseria o, por lo menos, ese punto equidistante entre la pobreza y la miseria, quien ha hecho el milagro. Porque de milagro puede calificarse el género de existencia que esta gente arrastra, con una sonrisa en los labios y con íntima satisfacción de haberle hecho trampas limpias al juego sucio de la vida. Parecería justo que este modo de vivir, de malvivir, para hablar con más propiedad, determinara conductas esquivas, originara caracteres huraños; y no hay tal cosa. Esos hombres, entre marinos y agricultores, son afables y risueños. Hablan de su vida sin darle mayor importancia y enjuician su obra con arreglo a un orgulloso sentido de ponderación en el que no parece hallar cabida el odio social. Es posible que esta apreciación carezca de fundamentos reales, pero se trata realmente de una impresión honrada en la que no juegan otras razones que las simples razones objetivas. Puede que, a semejanza de las rocas nutricias, de las rocas maternales, sus corazones reserven sorpresas y que no siempre en su boca florezca la risa; pero siempre el simple hecho de que, adscritos a estas condiciones sociales y colocados en esta zona oscura de la vida, puedan sonreir y exponer los motivos de su risa, vinculados a sus originales viviendas de roca, los presenta como seres verdaderamente felices. Acaso el secreto de la vida consista en renunciar y en tener para todas las apetencias un sentido de limitación. ¡Terrible y áspero secreto de las cosas del Sur!” (La Prensa, 27-10-1935) Casi tres cuartos de siglo después, las cuevas de Los Cristianos han desaparecido de la vista pasando a formar parte de nuestra retaguardia urbanístico-cultural, signo ‘evidente’ de nuestro progreso y del ‘éxito’ en nuestra particular apuesta por la modernidad, pero, por otro lado, también con ello la sensación de haber perdido gran parte de ese extraño ‘secreto de las cosas del Sur’ y de la especial idiosincrasia que acompañaba a aquel modo de vida. Paradójicamente, esto que constituía uno de los principales atractivos para los primeros turistas y uno de los grandes valores para la sociabilidad local (como lo atestigua su primera mirada fotográfica, véase Apéndice Fotográfico del libro Sol de invierno…), quedará diluido en la misma medida de su éxito como lugar turístico y en el afán por incorporar otros valores de la modernización urbano-turística. Metafóricamente, las cuevas de Los Cristianos se convierten aquí en paradigma de las dinámicas aparentemente contradictorias e incongruentes de lo local frente al progreso y la modernidad.

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En términos generales, la modernidad, tal y como se concibió desde el periodo ilustrado, trató de inaugurar una nueva manera de ‘entender’ y ‘construir’ el mundo presidida por la razón, la objetividad, la ciencia, la tecnología. En este sentido, la modernidad se inicia en oposición a la tradición, que es vista como fuente de irracionalidad, subjetividad, acientificidad y de desarrollo tecnológico pobre e ineficiente. Naturalmente esto constituyó una determinada idea de progreso y la conexión indisoluble entre modernidad y desarrollo. Pero sabemos que estos conceptos han sido cada vez más puestos en tela de juicio en las últimas décadas, y a estas alturas ya nos hemos dado cuenta de las irracionalidades que a su vez engendran nuestras pretendidas racionalidades4. La

sociedad

post-tradicional

ha

generado

demasiadas

inseguridades

y

contingencias, y, en un intento, quizás, de restituirnos viejas certidumbres, hemos asistido a la revalorización de la tradición en su multiplicidad de formas nostálgicas, patrimoniales, identitarias, sostenibles, ecológicas, etc. Y, en relación al turismo y a nuestra particular versión de la modernidad, el camino recorrido hasta aquí nos ha puesto ante la tesitura de considerar nuestro presente (y, consiguientemente, nuestro pasado) en dos sentidos opuestos: uno, estimándolo concreto, coherente y pleno de potencialidades, calificando nuestro bagaje histórico como lastre que siempre deberá dar margen de acción a los nuevos retos y desarrollos; y otro, observando nuestro presente difuso, desequilibrado y falto de arraigo, proponiendo la incorporación de nuestra memoria, que ha de ser indagada y actualizada, a fin de recuperar puntos de anclaje y superar muchas de nuestras incertidumbres contemporáneas, y supeditando todo desarrollo a su conservación y activación5. Ambas visiones tienen mucho que ver con los relatos de Justo Fernández y Luis Álvarez Cruz, el primero desapareciendo las ‘pequeñas casucas’ para dar paso a nuevas avenidas y modernos edificios, y el segundo resaltando la calidad humana y modo de vida de aquella época a pesar de las condiciones de pobreza, pero sobre todo tienen que ver con nuestras formas de conceptualizar ‘lo atrasado’, ‘lo viejo’, ‘lo prescindible’, ‘lo pobre’ y ‘lo ineficiente’; tienen que ver con los prejuicios y las asignaciones de valor implícitos en nuestros proyectos de vida y modelo de sociedad, y, de forma más general, tienen que ver con ‘lo global’ y ‘lo local’ y con los ‘dilemas de la cultura’ respecto a la modernidad y a la tradición en este momento histórico de globalización y postmodernidad (Clifford, 2001; Appadurai, 2001; García Canclini, 2001). Por otro lado, la modernidad también nos trae la ‘reflexividad’, hasta el punto de convertirse en una de sus expresiones más propias, en uno de los signos de nuestro

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tiempo (Giddens, 1993 y 1997; Beck, Giddens y Lash, 1997; Tremblay, 2002); espacio donde la sociedad se piensa y se cuestiona a sí misma en la búsqueda continua de dar sentido a sus actos, interpretándose, representándose y constituyendo nuevos discursos e imágenes. Este proceso de reflexividad requiere de un ejercicio de distanciamiento sobre lo dado, de una mirada externa al acontecimiento cotidiano, de la libertad del ‘querer ser’ y de la voluntad del construirse a sí mismo. En este orden de cosas, el Sur en el transcurso de su modernización ha sido pensado más como gestión urbanística, como implantación de nuevas infraestructuras o, más recientemente, como historia y como idealización de nuestro pasado, que como sociedad y como cultura, con la necesidad de vertebrarse y redefinirse en su contemporaneidad turística. Pensar el Sur es también afrontar culturalmente una sociedad en acelerada transformación poblacional y territorial, es un ejercicio de la imaginación para vernos, entendernos y asumirnos social y culturalmente en nuestra propia trayectoria histórica, y también es un ejercicio crítico en el que cuestionarnos sobre nuestro presente y nuestro futuro. Pero vayamos por partes. En cuanto al primer aspecto, debemos considerar que desde un punto de vista sociocultural local, el presente turístico se encuentra condicionado fundamentalmente por dos factores: uno, que el Sur se ha convertido en un lugar de aluvión poblacional, con sus vecindarios locales afectados por una masiva y continuada inmigración; y, dos, que su territorio se ha transmutado en escenario para el consumo turísticoinmobiliario, lo que implica su gran transformación física y simbólica, que afecta no solo al medioambiente natural sino también al social, al espacio vivido, al modo en cómo es usada e interpretada nuestra lugaridad (Hdez. Armas, 2003). Por lo que respecta a la evolución demográfica del Sur, y especialmente la del municipio de Arona y Los Cristianos, como ya vimos, ha sufrido en la últimas décadas importantes incrementos poblacionales debido a la gran corriente inmigratoria (duplicándose con creces en los noventa, si tan sólo consideramos la población de derecho)6. Esta dinámica residencial ha modificado sustancialmente la composición social de los núcleos poblacionales del Sur, ofreciéndonos en la actualidad un panorama complejo y diverso, inmerso en un proceso de integración social y cultural muchas veces delicado y acuciante (los casos de San Isidro o El Fraile, e incluso la situación escolar de muchos centros de primaria y secundaria, han salido en varias ocasiones a los medios de comunicación evidenciando claramente esta problemática). Tengamos en cuenta que únicamente contando con los datos de la población empadronada, en torno al 64 % de la población residente en el Sur procede de fuera

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del municipio donde está domiciliado, lo que equivale prácticamente a dos tercios del total. Un 25’21% nacido en el extranjero, un 10’78% nacido en la península, y un 27’92% procedente de otro municipio canario (datos del INE, Censo de Población2001). En relación al espacio vivido, cabría resaltar aquí que el ser humano siempre genera y mantiene una experiencia ‘situada’, es decir, en relación al medio que habita, configurando tanto su espacio práctico como su cosmovisión, su concepción del mundo, sus sentimientos de pertenencia, o, en suma, su lugaridad. El lugar no es solo el dónde de algo; es la localización más todo lo que ocupa esa localización vista como un fenómeno cultural, es decir, integrado y significativo. El lugar implica una integración de elementos de naturaleza (física y biológica) y de cultura (relacional y vivencial). Los lugares no son un telón de fondo neutral y externo donde se desarrolla la actividad humana, sino más bien espacios vividos, fruto de su ordenación simbólica y cognitiva. Tanto es así, que el desarrollo de un sistema de lugares significativos es lo que da forma y estructura nuestras experiencias del mundo. El lugar es un principio de sentido para los que habitan un espacio, del que se deriva su inteligibilidad para ser vivido, adecuando comportamientos, actividades, emociones, recuerdos, etc. (Hdez. Armas, 2003). Con el desarrollo turístico-urbanizador la lugaridad local sufre importantes cambios y el uso social del espacio tiende a tener que redefinirse y reorganizarse muy rápidamente, pero ya con un sentido que escapa completamente al control de la gran mayoría de sus usuarios residentes, acentuando la percepción de desarraigo. Por un lado, el territorio es sometido ahora a la ‘mirada turística’ (Urry, 1992) y al uso escénico de paisajes y paisanajes, imponiendo una nueva forma de entender, vivir y construir el medio habitado, inaugurando una visión estetizada, exuberante y amable del mismo. La lugaridad tradicional, expresión del habitar de muchas generaciones, de su memoria, de sus usos productivos y reproductivos en interacción con el medio, son ahora solapados por una nueva concepción residencial, recreativa y ociosa del espacio. Por otro lado, el territorio también es sometido al uso inmobiliario intensivo, tanto propiamente turístico como comercial y residencial local, que transforma la mayor parte de la franja costera del Sur, así como grandes áreas adyacentes a los núcleos turísticos, imponiendo una lectura urbana al medio, muchas veces improvisada y desorganizada, falta de equipamientos y de adecuada ordenación urbanística y patrimonial. Pero además, como acabamos de ver, ya buena parte de nuestra sociedad no es homogénea y local, sino diversa y global, y los problemas para encontrar una

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lugaridad en un espacio en transformación son acentuados a la vez que dificultan los procesos de integración. Quizás, con el gran proceso de urbanización del Sur se haya comenzado a imponer de manera inexorable el modo de vida urbano en los términos descritos por Delgado Ruiz (1999) para las grandes urbes, desbaratando toda pretensión de comunidad que comparta una serie de impulsos vitales, y de empatía motivacional para proveer contactos personales intensos, cálidos y francos. Es el inicio de la formación de una sociedad coyuntural, heteróclita, móvil e inestable, de precariedad en las relaciones humanas, fría, insincera y distante, de tejido social deslocalizado, apresurado, impersonal y de conveniencia. En cuanto al segundo aspecto, el ejercicio de la imaginación para vernos, entendernos y asumirnos social y culturalmente en nuestra propia trayectoria histórica, Appadurai (2001 y 1999) pone especial énfasis en el nuevo papel que desempeña el trabajo de la imaginación en la vida social de las comunidades en todo el mundo al enfrentarse a las nuevas condiciones y posibilidades de esta era de la globalización, del mundo-red, de la sociedad-mundo. En nuestro caso, habría que plantearse con qué retos nos enfrentamos en un contexto turístico masificado, afectado además por los factores que mencionábamos anteriormente. Para Appadurai esta imaginación no es una facultad expresiva para la mera fantasía y el escapismo, sino una facultad que se despliega en la vida cotidiana de muy diversas maneras en el trabajo diario de la supervivencia y la reproducción, siempre de forma creativa definiendo gustos y deseos, esperanzas y proyectos, bienestar y riqueza, poder y resistencia, definiendo nuevas ciudadanías y comunidades, es decir, estableciendo los términos de la relación con los otros en sociedad y definiendo sus formas de vecindad. Ahora bien, sabemos que la globalización impone la difusión global de determinados imaginarios al favorecer la expansión de las industrias culturales más fuertes y las producciones culturales endógenas son manipuladas, desestructuradas o marginadas en operaciones de escala transnacional (García Canclini, 2001, aborda muy bien el caso latinoamericano). En un ámbito turístico, los imaginarios y las producciones culturales locales están doblemente condicionadas por el proceso global, pues a la dinámica mencionada anteriormente hay que añadir la propia estereotipación exótico-paradisiaca del turismo (Hdez. Armas, 2000) difundida también a través de los medios de comunicación de masas, así como de otros soportes utilizados en las campañas promocionales y en la producción de la cultura material del turismo (toda clase de souvenirs y recuerdos).

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En tal situación se pone en juego la capacidad de producir imaginarios propios, la generación de movimientos culturalistas locales o la vertebración de discursos social y culturalmente integradores. Ahora bien, la defensa de una producción imaginaria propia no debe defenderse por el mero hecho de que sea ‘nuestra’ (reivindicación esencialista de ‘lo nuestro’), ni únicamente como una política de exaltación de los diacríticos culturales (estrategia primordialista), sino porque al ser la que nos imponemos a nosotros mismos de forma abierta y plural (y recordemos que nuestro ‘nosotros’ actual es cada vez más diverso y multicultural) será la que mejor responda a nuestras sensibilidades sociales, culturales y políticas, y como un proyecto para promover los valores añadidos de autoestima, creatividad y sociabilidad. Quizás, ésta sea la mejor vía de enriquecer nuestro capital social, cultural y simbólico, aunque no en el sentido de los conocidos conceptos de Bourdieu (quien los define para establecer las formas de diferenciación social)7. Por el contrario, con ‘capital social’ quiero hacer referencia al conjunto de instituciones sociales y toda clase de vínculos o lazos (explícitos o no, pero socialmente efectivos) que componen el tejido social y la cultura de interacción de unos y otros, promoviendo relaciones de reconocimiento, de ayuda, de reciprocidad, cooperación y asociatividad8; con ‘capital cultural’ me refiero al stock de historias, conocimientos y prácticas sociales acumulado a lo largo del tiempo por un determinado grupo social; y con ‘capital simbólico’ nos referimos más específicamente al conjunto de representaciones, relatos y fórmulas de dramatización adquiridos históricamente por la sociedad. En este sentido se hace necesario poner a trabajar la imaginación conservando, integrando, y, al mismo tiempo, generando la mayor cantidad posible de capital social, cultural y simbólico para dotarnos de una poderosa herramienta de creatividad, flexibilidad y cohesión social, que asuma de la mejor manera los desafíos contemporáneos. Ahora bien, cabría recalcar en este punto, que estos capitales no pueden (ni deben) pretenderse patrimonio de algunos, sino un bien público y una labor ‘de’ y ‘para’ todos. Y esto nos da pie para abordar el tercer aspecto, que enumerábamos anteriormente, el del ejercicio crítico de la imaginación para cuestionarnos sobre nuestro presente y nuestro futuro. Ya Appadurai nos avisa de que la tarea de la imaginación presenta un carácter dual: “Por un lado, es en y a través de la imaginación que los ciudadanos modernos se disciplinan y son controlados por los Estados, los mercados y otros poderosos intereses. Pero también es la facultad a través de la cual

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surgen los modelos colectivos de disensión y de nuevas ideas para la vida colectiva.” (1999). Naturalmente, esta cuestión en relación a nuestra actual realidad económica y a determinados discursos políticos y empresariales podría dar pie, por sí sola, a multitud de análisis que no podemos abordar aquí, pero sí quisiera destacar ahora que en la constitución de un modelo de sociedad y cultura abierto y plural, a la vez que local, adaptado e integrador, creo que es importante plantearnos si queremos vivir ‘de’ el turismo o ‘para’ el turismo. Pues en la primera opción se plantea una sociedad madura y autónoma, con una determinada forma de explotación económica que debemos cuidar y mejorar, pero con otras muchas aspiraciones y retos para el total de colectivos sociales, mientras que la segunda plantea una sociedad totalmente subsidiaria de los intereses y discursos turísticos que ponen en juego una gran multiplicidad de imaginarios (imágenes y narraciones) en los que no nos reconocemos más que como integrantes de una inmensa performance turística, la amabilidad y el color local de la isla-escenario lista para ser consumida por el visitante, y en la que no caben otras cuestiones más que en la medida en que afecten negativamente a nuestra imagen consumible9. Ahora bien, y para finalizar, cuando llegaron al sur de Tenerife los primeros turistas suecos y el desarrollo turístico se constituyó en el hito de nuestra incorporación definitiva a la modernidad, en la oportunidad para salir de nuestro atraso histórico, el trabajo de la imaginación local promovió el asombro y la fantasía, enriqueciendo experiencias y deseos, y con ellos nuevos proyectos de futuro, nuevos escenarios vitales, nuevos estilos de vida, y una manera de ‘ser modernos’ y de ‘ser libres’ se dio cita. Los suecos no eran unos turistas al uso, vivían o tenían largas estancias en Los Cristianos y sus hábitos sociales y culturales generaron, además de un impacto económico, una nueva geografía de vivencias y de ‘lugares’ para lo inaudito y lo esperanzador: los olores a jengibre de la Casa Sueca, los baños de sol, de arena y de mar en la playa, el trasiego cotidiano de Vintersol, la proclamación de una avenida de Suecia, el camaleón de casa Inga, las tertulias y parrandas del bar de Manolo Rodríguez, las monedas lanzadas al mar desde el muelle y recuperadas con avidez por intrépidos e infantiles buceadores ‘playeros’, las casas de Ake y de Olle, las aventuras de hijos e hijas del pueblo en Suecia, los matrimonios (y sus descendientes) a caballo entre Los Cristianos y Suecia, las escenas de muda fijación local en los cuerpos y los recortados bañadores de las primeras turistas, las excursiones de los suecos por los alrededores del pueblo con su ‘extraña’ ambición por conocer y retratar lo ‘cotidiano’ y

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lo ‘doméstico’ del lugar (la muestra fotográfica de la época es muy significativa al respecto, véase Apéndice Fotográfico del libro Sol de invierno…), y tantas otras ‘anécdotas’ que pasaron a formar parte de la memoria oral del pueblo y que ahora ha sido amplificada y reafirmada con estos actos de homenaje para pasar a engrosar el corpus de la memoria histórica común, forjando nuevos resortes de vinculación, promoviendo nuevas retóricas de comunalidad (Anderson, 2000; Appadurai, 1990). Pero ya un espacio de comunalidad híbrido, no esencializado (aunque no por ello sin ingredientes

instrumentalizadores,

idealizadores

y

nostálgicos),

incorporando

elementos locales y foráneos, promoviendo el encuentro y la convivencia, valorando y asumiendo nuestra historia social y económica reciente, y, en definitiva, activando nuevamente el trabajo de la imaginación y enriqueciendo nuestro capital social, cultural y simbólico, y, finalmente, produciendo ‘localidad’ ante las contingencias del nuevo siglo.

BIBLIOGRAFÍA: Anderson, B. (2000 [1991]). Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. Buenos Aires·México, Fondo de Cultura Económica. Appadurai, A. (1990). “Topographies of the self: Praise and emotion in hindu India”. en: C. A. Lutz y L. Abu-Lughod. Language and the politics of emotion. Cambridge, Cambridge University Press. ― (1999). “La globalización y la imaginación en la investigación.” Revista Internacional de las Ciencias Sociales, 160. ― (2001[1996]). La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Buenos Aires, Ediciones Trilce·Fondo de Cultura Económica. Beck, U. (1998). ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Barcelona, Paidós. Beck, U., Giddens, A. y Lash, S. (1997 [1994]). Modernización reflexiva. Política, tradición y estética en el orden social moderno. Madrid, Alianza. Burns, P. M. (2000). An Introduction to Tourism & Anthropology. London·New York, Routledge. Clifford, J. (2001). Dilemas de la cultura. Barcelona, Gedisa. Coleman, J. S. (1990). Foundations of Social Theory. Cambridge, Harvard University Press. de Kadt, E. (comp.) (1991 [1979]). Turismo: ¿pasaporte al desarrollo? Perspectivas

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Utilizando el neologismo de Robertson (1994). Con este último aspecto me quiero referir a lo esgrimido en mi trabajo “Del lugar a la escena. Construyendo el espacio turístico en entornos marinos” (Hdez. Armas, 2003). 3 Datos correspondientes sólo a la zona sur de Tenerife, entendiendo por ésta, ahora y en lo sucesivo, la zona más directamente implicada en el desarrollo turístico, como ocurre con los municipios situados en la franja que va desde Granadilla de Abona hasta Santiago del Teide. 4 Sobre todo después de los duros reveses éticos, medioambientales o de salud, relacionados con: el modo de vida (estrés, individualismo, consumismo); la contaminación industrial y nuclear (Chernobil, Aznalcóllar, Prestige), el uso tecnológico militar (armas nucleares, químicas, antipersona), el tratamiento de cultivos agrícolas (pesticidas, abonos químicos) y ganaderos (hormonas de crecimiento, antibióticos, vacas locas), las transformaciones alimentarias (colorantes, conservantes), la manipulación genética (variedades transgénicas), etc. 5 Esta problemática la he abordado en otro trabajo anterior a propósito de la conservación del patrimonio etnográfico en entornos turísticos (Hdez. Armas, 2002). 2

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Tot. Pob. Dcho. Sur Arona Los Cristianos

1960 34.330 6.331 1.107

1991 2002 72.260 140.764 22.721 52.572 11.811 26.216 Fuente: INE-Istac. 7 Como sabemos, P. Bourdieu distinguió a lo largo de su obra entre capital social, conjunto de relaciones socialmente útiles, capital cultural, volumen de titulaciones y credenciales para acceder a determinados puestos, y capital simbólico, sistema de conocimientos implícitos, signos, rituales y prácticas de honor que producen respetabilidad social en función de que así sean reconocidos por los demás. 8 Autores como Putnam (1993; 1995; 2003), Coleman (1990), Woocklock (1998) o Spagnolo (1999), utilizan también el concepto de capital social en este otro sentido. Aunque con importantes matizaciones en cada uno, que no podemos especificar ahora, todos señalan su relevancia económica y política, al destacar el papel de mediación ejercido tanto en las transacciones económicas como en el compromiso cívico. 9 No vamos aquí a descubrir el gran poder que ejercen los discursos y las narrativas hegemónicas, bastaría con hacer referencia de forma general a las obras de Foucault (1987; 1995[1975]; 1995[1976]) o Said (2002; 2001), y más concretamente en el ámbito turístico, a los análisis de Selwyn (1996) o Morgan y Pritchard (1998). Un análisis crítico de los efectos sociales, culturales y simbólicos de los discursos y narrativas turísticas en Canarias está todavía por hacerse, pero no hay duda de que condicionan en gran medida nuestras percepciones, ambiciones y proyectos.

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Currículo Ramón Hdez. Armas

(septiembre, 2004)

Estudios: Licenciado en Filosofía / Especializado en Antropología Social y Cultural Trabajo: Clases de Filosofía en Secundaria (Consejería de Educación, Gobierno de Canarias) Museo de Antropología de Tenerife (Organismo Autónomo de Museos y Centros del Cabildo de Tenerife) Inventario Etnográfico de Canarias (Fundación Universidad-Empresa de la Univ La Laguna) Becado por: La Fundación César Manrique y (actualmente) el Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de la Univ. La Laguna, para el estudio antropológico de los efectos del turismo en Canarias y de la evolución reciente de sus comunidades de pescadores en relación con los nuevos usos del mar. Memoria de Licenciatura:

La construcción sociocultural del fenómeno turístico y su análisis como agente de cambio para las poblaciones anfitrionas. Dept. de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua. La Laguna, Universidad de La Laguna: 244 pp. (2000) s/p. Publicaciones: Diversos artículos y ponencias en congresos de antropología, así como en revistas y libros especializados. Entre ellos algunos relacionados con la zona Sur de Tenerife, como: "Promotores inmobiliarios, planificación institucional, turistas y locales: de dualidad de usos y valoraciones a espacios interferidos." Guize 1: 35-46. 1994. (En relación al estudio de los procesos de interacción social en un espacio en transformación y sujeto a intereses en conflicto) "Turismo y patrimonio en el sur de Tenerife. A propósito de la industria artesanal de la cal." El Pajar. Cuaderno de etnografía canaria 11: 42-53. 2002. (En relación a la desaparición de los elementos etnográficos de esta industria en la costa entre Pta. de Rasca y Playa de Las Américas, Municipio de Arona) "Del lugar a la escena. Construyendo el espacio turístico en entornos marinos." El Pajar. Cuaderno de etnografía canaria 15: 128-141. 2003. (En relación al cambio uso social del espacio litoral del sur de Tenerife por el desarrollo turístico) Participación en:

Sol de Invierno. Homenaje de Arona al turismo sueco. Llanoazur Ediciones. 2004. Pescadores, turistas, acuicultura y reservas marinas en Canarias. ¿Alternativas para un desarrollo sostenible?. (en preparación) Miembro de: Asociación Canaria de Antropología (rev. de Arte y literatura) Comité de redacción de la Revista Taramela Comité de redacción de la Revista Guize(rev. de la Asociación Canaria de Antropología)

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