UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA SECCIONAL CALI

UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA – SECCIONAL CALI FACULTAD DE PSICOLOGÍA ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN TRABAJO DE GRADO - El conflicto armado y la violen

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UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA – SECCIONAL CALI

FACULTAD DE PSICOLOGÍA ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN TRABAJO DE GRADO

- El conflicto armado y la violencia política en Colombia desde la perspectiva de la Psicología Social Comunitaria y la Psicología de la Liberación. Aportes a la intervención psicosocial para la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica -

POR LAURA POSADA MARULANDA CÓDIGO 1085911 COAUTORA LEONOR CECILIA PINTO NIÑO

SANTIAGO DE CALI, FEBRERO DE 2014. 1

I.

Resumen

La presente monografía hace un recorrido socio-histórico del conflicto armado y la violencia política en Colombia, algunas de sus causas y consecuencias psicosociales, teniendo en cuenta la perspectiva de la Psicología Social Comunitaria y de la Psicología de la Liberación para indagar con respecto a sus aportes en la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica. Un fenómeno tan complejo como lo es el conflicto armado y la violencia en Colombia amerita la indagación teórica antes de empezar un proceso de intervención psicosocial para poder comprender el contexto y la variedad de problemáticas a tratar en la práctica como tal. Las diversas pesquisas teóricas permitieron reconocer los principales retos del psicólogo social comunitario ante la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica, aspectos fundamentales a tener en cuenta en la intervención. -

Palabras Clave: Conflicto, violencia, Colombia, psicología social comunitaria, psicología de la liberación, intervención.



Abstract

This monograph makes a socio-historical lane of armed conflict and political violence in Colombia, some of its causes and psychosocial consequences, taking into account the perspective of community social psychology and the psychology of liberation to inquire about their contributions to the reconstruction of the social and historical memory.

A phenomenon as the armed conflict and violence in Colombia merits theoretical inquiry before starting a psychosocial intervention process to understand the context and the range of issues to be addressed in practice as such. The various theoretical investigations allowed us to recognize the major challenges of community social psychologist at the reconstruction of the social and historical memory, key aspects to consider in the intervention.

- Keywords: Conflict, violence, Colombia, community social psychology, liberation psychology, intervention.

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II.

Introducción

Alrededor del mundo son muchos los conflictos y las distintas formas de violencia que han transformado las dinámicas sociales, políticas, económicas y personales. Sin embargo, el conflicto armado y la violencia política en Colombia, que durante décadas ha configurado y reconfigurado la sociedad colombiana, envuelve a sus ciudadanos en particulares situaciones que requieren del acompañamiento y transformación de la comunidad en general, desde el aporte que las diferentes disciplinas puedan hacer. “Desde hace varias décadas, Latinoamérica se ha convertido en una verdadera encrucijada de violencia (…) pero, cualquiera que sea la explicación más cercana a la realidad, el hecho innegable es que la violencia abruma hoy a los pueblos que se

encuentran

sumergidos

en

un

costoso

desangramiento

cotidiano

e

imposibilitados así para pronunciar con libertad su palabra histórica” (Baró. 2003). De esta manera se procura adelantar diversas pesquisas teóricas desde la Psicología Social Comunitaria y la Psicología de la Liberación para dar cuenta de sus perspectivas y sus aportes a la intervención psicosocial, como también los retos del psicólogo en la actualidad, frente a la siguiente pregunta de investigación: ¿Cómo la psicología social comunitaria y la psicología de la liberación permiten comprender el conflicto armado y la violencia política en Colombia, sus consecuencias y sus aportes para la reconstrucción del tejido social y la memoria colectiva? Se parte de la indagación de las posibles causas, desarrollo, consecuencias y actualidad del conflicto armado y la violencia política en Colombia y con ello se hace una aproximación al camino histórico de la violencia y sus repercusiones sociales teniendo en cuenta la importancia de la intervención psicosocial. Como punto de partida se retoman los conceptos -conflicto y violencia- y luego se indaga con respecto a las perspectivas psicosociales ante las consecuencias del conflicto armado y la violencia como tal, del mismo modo que las perspectivas de la Psicología Social Comunitaria y de la Psicología de la Liberación para rescatar los distintos aportes a la intervención.

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III.

Objetivo General

 Comprender el conflicto armado y la violencia política en Colombia desde la perspectiva de la Psicología Social Comunitaria y la Psicología de la Liberación para dar cuenta de sus aportes a la intervención en la reconstrucción del tejido social y la memoria colectiva.

a. Objetivos Específicos  Caracterizar el conflicto y la violencia desde perspectivas teóricas psicosociales.  Examinar teóricamente la perspectiva de la Psicología Social Comunitaria y de la Psicología de la Liberación frente al conflicto armado y la violencia política en Colombia y sus consecuencias.  Describir los aportes de la Psicología Social Comunitaria y la Psicología de la Liberación a la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica.

IV.

Desarrollo conceptual

Conflicto y violencia Muchas veces, cuando se habla de conflicto, suele relacionársele con algún tipo de violencia, caos y agresión; para entender y empezar a dar los puntos relevantes del conflicto armado en Colombia se hace esencial indagar lo que el conflicto mismo representa desde distintas definiciones y teorías. “Sobre el conflicto se tiene por lo general una percepción más o menos dramática. Se le asocia a situaciones trágicas y violentas que miramos con cierto temor y quizás con la intención de alejarnos y no involucrarnos en ellas, y en las cuales se encuentran siempre condiciones de vulnerabilidad y riesgo inminentes. Desde otra perspectiva, el conflicto es una situación obvia que se presenta en toda sociedad humana y en cualquier relación, puesto que de lo que se trata en tales sociedades y relaciones precisamente es de armonizar actitudes, intereses y propósitos diferentes” (Bonilla, 2006). Según el autor el conflicto en sí mismo es entendido como una situación natural e inevitable que surge y se manifiesta a partir de algún tipo de inconformidad o choque 4

ideológico, sin embargo resalta la creencia con respecto a su relación con acciones o intenciones dramáticas, peligrosas y/o riesgosas. Por ejemplo Parra (s.f.) dice que “El conflicto es inherente a la condición del ser humano y de sus interacciones, diferenciándose de la violencia, ya que ésta última es una manera de resolver el conflicto” (Parra, S.F) dando a entender que el conflicto mismo representa un proceso natural que se ha confundido o llevado a cabo con violencia.

Por un lado, diversos autores coinciden en que los conflictos son manifestaciones naturales que apuntan a diversas dinámicas y transformaciones; por el otro, se relaciona al conflicto con aspectos negativos del ser que llevan a acciones violentas, generando una serie de consecuencias. A pesar de ser varias las teorías donde se percibe al conflicto como expresiones negativas por su relación inmediata con la violencia, “En principio, los conflictos pueden ser vistos como confrontaciones entre dos o más actores preexistentes y reconocibles que pugnan por hacer valer sus intereses o identidades” (Camacho, 1997).

Según Freud (1932), los conflictos que surgen entre los hombres han sido solucionados mediante el recurso de la fuerza, no diferenciándose de todo el reino animal. El autor describe cómo en un principio la mayor fuerza muscular era la que decidía y al poco tiempo la fuerza muscular se sustituyó por el empleo de herramientas y armas, teniendo en cuenta que de todas formas el objetivo principal de la lucha sigue siendo el mismo: una de las partes tiende a ser violentada y derrotada. “Cuando se inflige daño físico, verbal o psicológico a otro miembro de la comunidad, ya sea adulto o un igual, se considera violencia. La violencia física puede tomar la forma de pelea, agresión con algún objeto o simplemente un daño físico sin importancia aparente. La violencia verbal se refiere a amenazas, insultos o expresiones dañinas. La violencia psicológica a menudo pasa desapercibida y se refiere a «juegos» psicológicos, chantajes, reírse de, sembrar rumores, aislamiento y rechazo, como elementos más usuales” (Fernández, 1998).

En este sentido, Fernández (1998) propone tres tipos de violencia: la violencia física, la violencia verbal y la violencia psicológica que surgen a partir de confrontaciones diversas donde según lo anterior, el concepto de violencia no podría ser generalizado debido a que

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existen diversas dinámicas que la rodean, análogo al concepto de conflicto, que emerge en distintas situaciones.

Según Baró (2003) para analizar el fenómeno de la violencia es necesario tener en cuenta y reconocer su complejidad, sin pretender absolutizar el concepto o entrar en definiciones exactas, las cuales no coinciden muchas de las veces con la realidad y donde su significado se vuelve muy abstracto y vago. “El primer problema que nos plantea el análisis de la violencia es de orden semántico: el término violencia es demasiado genérico y constituye un paraguas bajo el cual se cubren procesos y comportamientos muy diferentes. Violencia es ciertamente el bombardeo sobre un cantón donde se sospecha que hay guerrilleros, pero lo es también la que el papá da al hijo como castigo; violencia es el asesinato de un líder sindical, pero no menos violencia es el enfrentamiento pasional entre dos pretendientes; violencia es la tortura infligida al opositor político en una cárcel clandestina, pero también lo es el asalto en el que se despoja de sus pertenencias a un ciudadano” (Baró, 2003). El autor explica que no solo hay distintas formas de violencia sino que los mismos hechos violentos tienen diversos grados de significación y/o efectos, dando a entender que cuando la violencia es vista desde diversas perspectivas es necesario tener en cuenta que no dejan de ser perspectivas donde muchas de las veces construyen visiones parciales o limitadas.

El mismo autor propone tres presupuestos de la violencia dando a entender que cada uno de estos presenta sus características y diferencias significativas a tener en cuenta. El primer presupuesto es que la violencia como tal se presenta en múltiples formas y que entre ellas pueden darse marcadas diferencias. En este sentido, tanto la violencia como la agresión física se presentan de múltiples formas y en distintos escenarios, ratificando su complejidad y cantidad de maneras para manifestarse.

El segundo presupuesto es que la violencia tiene un carácter histórico y por ende es imposible intentar entenderla fuera de los contextos sociales en que se producen. De esta manera, cada sociedad y cada grupo social tienen características específicas y el contexto se hace pertinente de tener en cuenta a la hora de definir la violencia debido a 6

que, por ejemplo, lo que se entiende en Colombia por violencia no puede llegar a parecerse a lo que se piense de la violencia en otras partes del mundo. “En Colombia, por ejemplo, el término violencia se ha utilizado para designar el enfrentamiento entre los partidos políticos liberal y conservador, que se inició desde los años 40 y que se incrementó notablemente con la muerte de Jorge Eliécer Gaitán; de ahí en adelante se han formado grupos al margen de la ley que con diversas intenciones, se han alzado en armas con fines principalmente políticos”. (Betancourt & Moreno, 2005). El último presupuesto que propone Baró (2003) se refiere a la llamada “espiral de violencia” manifestando que es un hecho verificado que los distintos actos de violencia se dinamizan y multiplican, desencadenando consecuencias que tienden a incrementarse sin que baste el conocimiento de sus raíces.

De esta manera, el término violencia debería desarrollarse teniendo en cuenta el contexto ya que no es un fenómeno homogéneo o paralelo a todas las sociedades; en cuanto al caso Colombiano, el conflicto armado ha generado una violencia que suele definirse por enfrentamientos políticos o ideológicos, tomando principalmente el carácter de violencia política.

Conflicto armado y violencia política en Colombia Si se piensa que no existe una historia única sino que existen diversas historias, narradas por actores distintos en determinados escenarios, se hace pertinente tener en cuenta distintas perspectivas. Al hacer un acercamiento teórico-histórico al conflicto armado en Colombia se evidencia que el conflicto mismo en nuestro territorio ha estado presente desde tiempos remotos. “Desde la invasión de nuestros territorios por parte del imperio español, Colombia ha vivido en guerras y conflictos armados longitudinales. En la época de la resistencia indígena se fueron imponiendo diversas estrategias de guerra psicológica para lograr el sometimiento de nuestras poblaciones, no sólo a nivel físico, sino fundamentalmente a nivel psicológico, por medio de la colonización

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religiosa y del uso de sofisticadas armas desconocidas hasta el momento por nuestros ancestros” (Barrero, 2011).

La violencia, presentada con frecuencia como un rasgo permanente de la historia de Colombia, ha estado también presente en distintas sociedades teniendo características propias en uno a uno los territorios donde se gestan. “La violencia no es ajena a la historia de Colombia, como no lo es a la de todas las sociedades. Pero si algo le confiere especificidad a la situación colombiana, es la persistencia e intensidad de la violencia y, en las últimas décadas, su multiplicidad. En su geografía coexisten diversas formas de violencia que se diferencian por sus orígenes, modalidades, espacios y objetivos” (Zuluaga, 2001).

Pécaut (2006) hace un recorrido histórico narrando que desde 1958 Colombia estaba regida por el pacto del Frente Nacional firmado por dos partidos tradicionales: el conservador y el liberal, poniendo fin a largos años de conflictos entre las dos colectividades. “Los grupos guerrilleros modernos se fundaron en 60´s: las FARC, en primer lugar, y posteriormente el ELN y el EPL. El M-19, formado en los 70´s y donde el surgimiento de estas organizaciones representa indiscutiblemente una cesura cultural. Tras La Violencia, Colombia apenas estaba saliendo de su provincialismo conservador y las élites políticas se espantaban ante cualquier manifestación contestataria. He aquí que “unas minorías activas” se sublevaban contra los partidos tradicionales; erigían la adhesión a la lucha armada en criterio de una verdadera oposición política” (Pécaut, 2006). Es evidente cómo a partir de lo político y las necesidades sociales surge el conflicto interno conllevando a la lucha armada y por ende transformándose en violencia. Según Rizo (2006) debido al surgimiento de diversos grupos guerrilleros el Estado declaró “turbado el orden público y en estado de sitio el territorio nacional” (Rizo, 2006) emitiendo el derecho legislativo por el cual se organiza la “defensa nacional” dando fundamento a la creación de grupos de autodefensa.

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Rizo (2006) hace énfasis en que en la década de los 80´s, específicamente a partir de 1985, se hizo notorio que muchos grupos de autodefensa mencionados y legalizados, cambiaron sus objetivos y se convirtieron en grupos de delincuencia, comúnmente llamados paramilitares. Las AUC o PARAMILITARES se caracterizan, según el autor, por el uso de civiles armados por parte de partidos políticos, el gobierno, las fuerzas armadas, entre otras, actuando en contra de un “enemigo” común. “De la corrupción no se salva ninguna institución. Llega al Congreso, a los partidos políticos, las administraciones, la policía, al ejército. No se le escapa al aparato judicial, que, además de todo, se ve sometido a todo tipo de intimidaciones. La violencia cotidiana explosiona. La intensificación de la confrontación armada se ve correspondida por una crisis larvada de las instituciones” (Pécaut, 2006).

En cuanto a lo anterior, Baró (2003) se refiere a la mentira oficializada diciendo ésta echa raíces en las propias instituciones del estado desnaturalizando sus funciones: los cuerpos de seguridad se convierten en la principal fuente de inseguridad ciudadana, y el sistema de justicia, en vez de garantizar el ejercicio de los derechos y deberes, se vuelve garante de la injusticia y la impunidad, independientemente de que haya personas honradas trabajando en él o que se esfuerzan por actuar con equidad y justicia. Teniendo en cuenta que la causa a la que se relaciona el conflicto armado en Colombia es la fuente ideológica y política, Rizo (2006) anota que los distintos Presidentes de los últimos años del siglo XX y lo corrido del siglo XXI, han buscado, de una u otra forma, llegar a diálogos ante estas confrontaciones, cuando los muertos han sido muchos, las injusticias e impunidad inimaginable. “Una de las características que ha predominado en los últimos años con los gobiernos de diferentes presidentes, ha sido el de encontrar salidas diferentes al conflicto armado, específicamente por medio del diálogo. Sin embargo las partes no han llegado a acuerdos y las peticiones de esta organización ilegal se pueden resumir en despejes, así como también al canje de los retenidos miembros del grupo insurgente por parte del Estado Colombiano” (Betancourt & Moreno, 2005).

Según Restrepo & Aponte (2009), las consecuencias de la intensificación y expansión del conflicto en Colombia fueron:

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1. Debilitamiento de la justicia, menor cumplimiento de la ley y debilidad de las instituciones de protección de los derechos de propiedad con un consecuente incremento en crimen y violencia. 2. Mal funcionamiento de las instituciones, de los mecanismos de participación de la sociedad civil y de la asignación de recursos fiscales a través de servicios públicos. 3. Dificultades en el suministro de bienes públicos y reducción en el acceso a educación, salud y otros servicios públicos. 4. Obstáculos para la actividad económica y reducción en el empleo y el crecimiento.

Es esencial tener en cuenta que el conflicto armado que surge en Colombia se justifica en distintas razones que parecen dar cuenta de la pugna entre necesidades e intereses personales y colectivos; sin embargo, ha tenido consecuencias alarmantes dentro de dinámicas sociales, políticas, económicas y psicológicas. Morris & Lozano (2010), aborda el tema de la ley de Justicia y Paz (2005) la cual, a nivel general, se crea como un marco para la reintegración a la vida civil de combatientes, a condición de confesar sus crímenes frente a una comisión judicial especial, prometiendo traer justicia y reparación para las víctimas y victimarios y ofreciendo una salida pacífica al conflicto que por años ha vivido Colombia. “Una reparación adecuada, efectiva y rápida, tiene por finalidad promover la justicia, remediando las violaciones manifiestas de las normas internacionales de derechos humanos o las violaciones graves del derecho internacional humanitario. La reparación ha de ser proporcional a la gravedad de las violaciones y al daño sufrido” (Díaz, S.F). Masacres sin confesar, crímenes sin autores, y miles de desaparecidos de los cuales nadie daba razón, fueron otros de los problemas que el proceso comenzó a enfrentar, y que la propia ley no estaba diseñada para solventar. Mientras avanzaba el complicado asunto de reintegrar a los miembros de los grupos paramilitares, procurando cumplir con los derechos prometidos a la sociedad y las víctimas, el proceso de desmovilización y las declaraciones hechas por líderes de las autodefensas fue mostrando una faceta desconocida: su vinculación con actores privados con intereses económicos propios. Política, narcotráfico, comercio y control de tierras 10

estaban entre los propósitos por los cuales los grupos paramilitares fueron formados. Estas declaraciones, involucraron a altos funcionarios del gobierno y a conocidos empresarios, por lo que el espíritu del proceso que una vez fue encarar la verdad detrás de las masacres, secuestros y atentados, fue imposible de sostener, terminando en una impunidad sistematizada, orquestada desde altas esferas del poder, lo cual debe tenerse en cuenta para la intervención desde la psicología social comunitaria y la psicología de la liberación. Según Díaz (S.F) las víctimas del conflicto armado colombiano, se han producido a manos de diferentes actores y se mantiene hasta nuestros días, ameritando una revisión teórica como fundamento de la intervención psicosocial específica.

Perspectivas psicosociales ante algunas de las consecuencias del conflicto armado y la violencia política El conflicto armado y violento deja consecuencias no solo físicas y psicológicas en quienes lo viven, sino también simbólicas, como por ejemplo en el tejido social y la memoria histórica. “Muchos psicólogos afirman que la violencia deshumaniza tanto a la víctima como al agente: a la víctima, que es privada de su libertad y de su dignidad, instrumentalizada como objeto al servicio de intereses ajenos o eliminada como obstáculo a esos intereses; al agente, porque, al tratar de ese modo a otros, él mismo se somete y esclaviza a los intereses que exigen la deshumanización de otros” (Baró, 2003).

Teniendo en cuenta el conflicto armado y la violencia política en Colombia, más allá de todo tipo de justificación ideológica, causas o intereses inmersos anteriormente explorados, involucra directa o indirectamente a toda la población y la indagación desde distintas perspectivas con respecto a las consecuencias psicosociales se hace vital para comprender el trauma psicosocial emergente.

En cuanto al impacto psicosocial del conflicto político armado Chará (2003) dice que éste término hace referencia a los diversos efectos generados por la violencia. Según la autora, a nivel individual tiene repercusiones sobre la salud mental, los distintos proyectos de vida, el sufrimiento emocional, entre otros. A nivel familiar, conlleva la redefinición de 11

roles familiares, la no elaboración de duelos y el ajuste de sus miembros a situaciones nuevas generadoras de nuevos conflictos. A nivel social y comunitario, los efectos de la violencia recaen en la necesidad de ajuste a las características del nuevo entorno físico y social, el desarraigo, la ausencia de sentido de pertenencia, la pérdida de grupos de referencia y la ruptura de organizaciones comunitarias y de significado colectivo.

Según lo anterior, cada acto violento genera distintas repercusiones sobre la población, aunque por ejemplo Baró (2003) distingue los efectos en los diversos individuos que, de una u otra manera, entran en el desarrollo de la violencia represiva. El autor tiene en cuenta los ejecutores o autores de los actos violentos; en segundo lugar, las personas objetos de la violencia, es decir, quienes se convierten en blanco de la represión, y en tercer lugar, aquellas personas que, de algún modo, se convierten en espectadores (inmediatos o mediatos) de la violencia como tal.

En cuanto a los efectos de la violencia en el represor Baró (2003) dice que el primer efecto es una disonancia cognoscitiva la cual consiste en una situación de malestar psíquico que se produce en el individuo ante dos o más conocimientos contradictorios que de alguna manera implican una incoherencia o inconsistencia en él mismo. “La disonancia cognoscitiva constituye una situación desequilibrio que impulsa al individuo hacia su superación. Esta disonancia suele ya ser tenida en cuenta en el entrenamiento de quienes, por oficio, van a verse obligados a matar a otros seres humanos, como es el caso de los soldados y la manera más frecuente como se previene esta disonancia es negando la humanidad de la víctima. Esta deshumanización de la víctima ha sido repetidas veces verificada, no sólo como mecanismo compensatorio preventivo, sino como consecuencia de la disonancia producida”. (Baró, 2003). Según lo expuesto, el primer efecto de la violencia en el represor vendría siendo una tendencia a devaluar a la víctima para justificar su acto violento y represivo, considerándola no como un igual. Una segunda consecuencia que se puede producir en el represor como efecto de la violencia represiva es el aprendizaje de hábitos violentos para resolver los conflictos y enfrentamientos que se presenten, esto debido a que si un individuo es recompensado por su acto violento, se incrementa la probabilidad de que se repita. 12

En este orden de ideas, el represor aprende e interioriza la violencia como un medio utilizado en determinada situación, el cual al haber sido una conducta reforzada, tenderá a repetir el comportamiento en otro tipo de situaciones. En cuanto a los efectos de la violencia en el reprimido Baró (2003) hace énfasis en que debe entenderse reprimido como el sujeto que sufre personalmente el impacto de la represión violenta, y no en el sentido psicoanalítico del término. Ahora bien, para abordar los efectos de la violencia represiva en el espectador, Baró parte de reconocer la diversidad en los espectadores (directos o indirectos) según las posibilidades que éstos tengan de identificarse o desidentificarse con las víctimas. Cuando el espectador se identifica con la víctima, es decir, encuentra en sí mismo algunos rasgos y conductas por los que otros individuos han sido reprimidos, se produce un aprendizaje vicario donde el castigo aplicado a la víctima sirve también como modelo de aprendizaje para el espectador. “El espectador, al identificarse de alguna manera con la víctima, recibe un modelo que le permite aprender. La violencia represiva puede producir al espectador un miedo inhibitorio de la respuesta castigada pero también es probable que le lleve a realizar una discriminación situacional y no conductual, es decir, que el individuo aprenda que determinados actos hay que realizarlos clandestinamente, eludiendo a los cuerpos represivos, y no que no haya que realizarlos. De la misma manera, junto al miedo se puede producir en el espectador un aumento de la agresividad, en la medida en que ve frustradas en otros sus mismas aspiraciones” (Baró, 2003). También menciona que la identificación con la víctima produce en el espectador una disonancia cognoscitiva pero inversa a la que se produce en el represor expuesta más arriba. Frente al represor, reprimido y espectador y los efectos de la violencia represiva sobre éstos, es evidente el espectáculo cotidiano de la violencia en Colombia en los medios de comunicación, por ejemplo, a los cuales Baró (2003) también hace referencia. A parte de estas perspectivas psicosociales es evidente cómo también otras víctimas del conflicto armado interno como los desplazados en Colombia, sufren los efectos y las consecuencias de una guerra que los fuerza a transformar todo tipo de dinámicas. “El desplazamiento forzado en nuestro país se registra como resultado del conflicto armado interno, pone en evidencia el incremento de las acciones

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armadas de los diversos grupos enfrentados, la crisis de los derechos humanos, además del impacto que éste produce sobre la población civil. Este crimen contra la población civil se ha convertido en una estrategia de guerra usada frecuentemente por los actores armados, en parte porque es un mecanismo rápido y poco costoso para despoblar territorios y en parte porque les permite ampliar su área de influencia para tener acceso a recursos estratégicos, establecer mecanismos de control territorial, transportar armas y abrir corredores para el desarrollo de actividades ilícitas” (Chará, 2003).

Los desplazados en Colombia son personas que además de sobrellevar el éxodo, padecen los odios y amenazas de los grupos subversivos y al llegar a las ciudades capitales padecen condiciones de marginalidad y pobreza.

De otro lado, la participación de menores de edad en el conflicto, es otra problemática asociada al conflicto armado y la violencia generalizada en Colombia. En cuanto a las repercusiones en los menores de edad involucrados en el conflicto, si los seres humanos somos productos históricos, como muchas teorías proponen, se piensa que historias particulares de guerra repercuten de alguna u otra forma en la población combatiente. “Algún impacto importante tienen que tener la prolongación de la guerra civil en la manera de ser y de actuar de los habitantes. Es este impacto el que aquí se caracteriza como trauma psicosocial” (Baró, 2003). Baró (2003) para dar cuenta del carácter del trauma psicosocial de la guerra, en la población de un territorio en conflicto y violencia, lo sitúa como característica primordial de las consecuencias de la guerra a tener en cuenta para conceptualizar el tejido social y la memoria histórica. “Se utiliza el término trauma social para referirse a cómo algún proceso histórico puede haber dejado afectada a toda una población. Con ello no se quiere decir que se produzca algún efecto uniforme o común a toda la población o que de la experiencia de la guerra pueda presumirse algún impacto mecánico en las personas; precisamente si se hable del carácter dialéctico del trauma psicosocial es para subrayar que la herida o afectación dependerá de la peculiar vivencia de

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cada individuo, vivencia condicionada por su extracción social, por su grado de participación en el conflicto así como por otras características” (Baró, 2003). De esta manera, el autor define el trauma social como una herida generalizada a partir de la guerra, sin restar importancia a sus particularidades en cada persona que la vive. En cuanto a la polarización social, Baró (2003) dice que las diversas formas de somatización constituyen el enraizamiento corporal de la polarización como tal, aclarando lo siguiente: Es en este sentido donde la población directa e indirectamente afectada por enfrentamientos violentos sufre las consecuencias, sin dejar de lado otro tipo de efectos en la sociedad como tal debido a que si el trauma de una u otra forma puede llegar a ser transmitido, podría decirse que en Colombia el trauma generalizado implicaría nuevas y varias perspectivas para llevar a cabo una intervención integral con víctimas, teniendo en cuenta la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica, marcados por los efectos de la guerra en la población en general. En cuanto a las consecuencias psicológicas de la represión y el terrorismo, Baró (2003) enfatiza en la pertinencia de observar no solo las consecuencias individuales de la guerra, sino también las colectivas y simbólicas como el tejido social y la memoria histórica debido a que la víctima está rodeada por una red social que acompaña su dolor. Sí, se convierten en víctimas también los familiares, amigos, conocidos y cercanos a la persona directamente afectada, teniendo entonces que dentro de una misma sociedad todos sufren las consecuencias de una guerra por décadas. “Tejido social se refiere a la dinámica interna de la comunidad, constituida por las relaciones, roles y funciones que cada miembro de la comunidad asume en la construcción de la convivencia y de alternativas de solución a los problemas que enfrenta la comunidad. También hace referencia a la conformación de redes de apoyo que permiten la generación de mecanismos de mejoramiento de la calidad de vida y de desarrollo comunitario” (Chará, 2003).

Cuando el tejido social se ve afectado en el sentido de la solución a los problemas que enfrenta la comunidad, se entra a hablar de la ruptura existente y la necesidad de reconstrucción social, como también repercute en la memoria histórica que genera “Parálisis terrorífica, inmisericordia que puede ser lo mismo que impunidad y entrega

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pasiva de la voluntad, son tres símbolos de nuestra memoria colectiva esculpida para la sumisión desde aquellos tiempos de invasión” (Barrero, 2011). Según perspectivas psicosociales, a partir de la ruptura del tejido social y la memoria histórica, es necesario comenzar una intervención psicosocial que apunte a sanar las relaciones sociales y permita a las personas elaborar su historia en contextos interpersonales distinta y transformadora de realidades a partir del conflicto y la violencia. Perspectivas de la psicología social comunitaria Una aproximación teórica a la psicología social comunitaria implica y revela datos históricos esenciales, donde por ejemplo, según Montero (2004) en América latina la psicología comunitaria nace a partir de la disconformidad con una psicología social que se situaba, predominantemente, bajo el signo del individualismo y que practicaba con riguroso cuidado la fragmentación, pero que no daba respuesta a los problemas sociales. Cuando se analiza un entorno específico y se tienen en cuenta las necesidades de una comunidad determinada, sus sufrimientos, problemas, entre otros, surge la necesidad de un acercamiento o intervención que produzcan soluciones y cambios, pero muchas de las veces desde metodologías insuficientes para contextos específicos. “En los 70´s, por fuerza de las condiciones sociales presentes en muchos de los países latinoamericanos y de la poca capacidad que mostraba la psicología para responder a los urgentes problemas que los aquejaban, comienza a desarrollarse una nueva práctica, que va a exigir una redefinición tanto de los profesionales de la psicología, como de su objeto de estudio e intervención” (Montero, 2004). Cuando los miembros de la sociedad dejan de ser sujetos pasivos a actores sociales y constructores de su propia realidad surge en el interés social comunitario, haciendo énfasis en la comunidad, pero más por la práctica que por la teoría misma. “El inicio de la psicología comunitaria se caracteriza en la mayoría de los países latinoamericanos (a excepción de Puerto Rico) por definirse más como una práctica que como una nueva rama de la psicología. Se hacía psicología comunitaria sin saberlo, al menos durante la mayor parte de la década del setenta” (Montero, 2004).

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Puede decirse que la psicología comunitaria se justifica en los momentos en que la sociedad misma demanda una mirada crítica a sus problemáticas y necesidades desde diversas ramas sociales

Teniendo en cuenta lo anterior, la psicología comunitaria incluye a la comunidad como tal, sus roles ya no pasivos sino activos, donde su participación es primordial para la intervención psicosocial. En este sentido, se identifican como características de la psicología social comunitaria que:

1. Se ocupa de fenómenos psicosociales producidos en relación con procesos de carácter comunitario, tomando en cuenta el contexto cultural y social. 2. Concibe a la comunidad como ente dinámico compuesto por agentes activos, actores sociales relacionados constructores de la realidad en que viven. 3. Hace énfasis en las fortalezas y capacidades, no en las carencias y debilidades. 4. Toma en cuenta la relatividad y diversidad cultural. 5. Asume las relaciones entre las personas y el medio ambiente en que viven. 6. Tiene una orientación hacia el cambio social dirigido al desarrollo comunitario, a partir de una doble motivación: comunitaria y científica. 7. Incluye una orientación hacia el cambio personal en la interrelación entre individuos y comunidad. 8. Busca que la comunidad tenga el poder y el control sobre los procesos que la afectan. . 9. Tiene una condición política en tanto supone formación de ciudadanía y fortalecimiento de la sociedad civil. 10. La acción comunitaria fomenta la participación y se da mediante ella. 11. Es ciencia aplicada. Produce intervenciones sociales. 12. A la vez, y por su carácter científico, produce reflexión, crítica y teoría. Colombia, a pesar de estar inmersa en conflictos y violencia, ha posibilitado espacios de crítica y expresión que han posibilitado el surgimiento de nuevos procesos sociales y de liberación. Se hace esencial tener en cuenta que al asumir modelos teóricos o prácticos elaborados en circunstancias distintas y ajenas a las Latinoamericanas, podría llevarnos a una distorsión de la realidad en Colombia, por ejemplo, debido a que las necesidades específicas surgen solo si se tienen en cuenta las características propias de cada 17

localidad para el desarrollo de la psicología social comunitaria, entrelazada con la psicología crítica y la psicología de la liberación. Arango (2006) dice que contar la historia de la Psicología Comunitaria en Colombia es por una parte contar la historia de las comunidades colombianas y por la otra, contar lo que los psicólogos comunitarios han hecho en su trabajo con las comunidades. El autor, a partir del recorrido histórico y cultural, sitúa los comienzos de la psicología social comunitaria en Colombia en un contexto violento que aún perdura. “A finales de la década del 50 existían dos programas nacionales de desarrollo de la comunidad: Colombia (1958) y Venezuela (1959) que se traducían en programas sectoriales, coordinando recursos y consiguiendo la participación de la población, dirigidos por equipos interdisciplinarios de las instituciones. Es significativo mencionar aquí las experiencias de Orlando Fals-Borda (1955, 1959) con los campesinos de los Andes donde se presenta el método de la "acción comunal" que contiene casi todos los elementos de lo que posteriormente se reconocerá como Investigación-Participativa” (Arango, 2006).

Según lo anterior, el movimiento comunitario surgió en Colombia muchos años antes que en los Estados Unidos debido a las necesidades específicas de barrios marginales e implementando programas de desarrollo social y participación comunitaria. De una u otra forma, el surgimiento de los diversos movimientos sociales aportó al surgimiento de distintos

movimientos

comunitarios

y

nuevas

formas

de

desarrollo

social

en

Latinoamérica.

Arango (2006) dice que en Colombia las discusiones sobre el cuestionamiento de la psicología individualista tradicional aparecen por primera vez en el país en la década de los sesenta con trabajos comunitarios y métodos populares que aportaron condiciones para el surgimiento de la psicología comunitaria en Colombia de los años 70.

El autor, teniendo en cuenta los hechos que marcaron de una u otra forma a la psicología social comunitaria en Colombia, plantea que en los años 90 se presentan tres procesos que transforman el escenario: la globalización, la guerra del narcotráfico y la reforma

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constitucional, teniendo repercusiones importantes en el desarrollo de la psicología comunitaria.

En cuanto a la entrada de Colombia en el mundo de la globalización, Arango (2006) dice que numerosas dinámicas sociales emergieron en los escenarios urbanos y los medios masivos de comunicación, transformando escenarios de comunicación, intervención comunitaria y participación social.

En cuanto al conflicto armado y la violencia política en Colombia, la superación del conflicto social entre los sectores armados se constituye en el principal reto en el contexto comunitario colombiano en la actualidad. “El proceso psicosocial colombiano se caracteriza por una compleja trama colectiva donde la violencia armada y simbólica ha jugado un papel estratégico al servicio de sectores hegemónicos que han obtenido grandes beneficios a lo largo de toda la historia colombiana a través del negocio de la guerra y el terrorismo. Por este motivo, se hace de fundamental importancia llegar a desentrañas las dinámicas socioculturales y psicosociales que mantienen vigente y reproducen esta situación, así como llegar a encontrar claves de intervención psicosocial que nos permitan transformar y superar esta compleja trama” (Arango, 2006).

A partir del contexto violento colombiano han existido y existen múltiples formas y experiencias de trabajo comunitario. El nacimiento y desarrollo de la psicología comunitaria en Colombia, revisada por diversos autores anteriormente, da cuenta del interés en la formación profesional desde perspectivas psicosociales que respondan a problemas específicos comunitarios.

A partir de lo indagado se evidencia cómo la psicología social surge y aparece en momentos específicos de la historia, relacionados con transformaciones sociales e individuales. En el caso de Colombia, la psicología social comunitaria apunta a esclarecer el camino a tomar frente las consecuencias de la guerra en el país, reflejando el acompañamiento y el interés por el bienestar general de la comunidad. En este sentido, la psicología social comunitaria en Colombia ha evolucionado a partir de las experiencias prácticas con la comunidad misma, más que por aportes teóricos 19

precisos con respecto a la intervención, demandando el interés por dar cuenta de las intervenciones psicosociales más apropiadas para la población y necesarias en la actualidad. En otras palabras, la psicología comunitaria se ha desarrollado como consecuencia de la importancia y gravedad de los problemas comunitarios y se han realizado en esta dirección esfuerzos importantes por parte de algunas universidades y profesionales interesados en el enfoque comunitario a través de la historia y a partir de necesidades específicas a llevar a cabo desde la intervención psicosocial.

Perspectivas de la psicología de la liberación La psicología de la liberación cuenta con sus propias dinámicas a tener en cuenta y son descritas a continuación a partir de lo indagado. “La psicología ha estado siempre clara sobre la necesidad de liberación personal, es decir, la exigencia de que las personas adquieran control sobre su propia existencia y sean capaces de orientar su vida hacia aquellos objetivos que se propongan como valiosos, sin embargo, la Psicología ha estado por lo general muy poco clara de la íntima relación entre desalienación personal y desalienación social, entre control individual y poder colectivo, entre liberación de cada persona y la liberación de todo un pueblo” (Baró. 1986).

En cuanto a la psicología de la liberación en Latinoamérica, Baró (1986) dice que hay que reconocer que el aporte de la psicología a la historia de los pueblos latinoamericanos es pobre no por carencia de psicólogos preocupados e interesados por los problemas del subdesarrollo y opresión, sino porque esas preocupaciones terminan ligadas a compromisos políticos, muchas veces inoperantes para responder las necesidades específicas populares.

Baró (1986) sintetiza en tres las principales causas de la falencia histórica de la Psicología latinoamericana: su mimetismo cientista, su carencia de una epistemología adecuada y su dogmatismo provinciano. Este mimetismo cientista (intención o ánimo de obtener modelos teóricos de otros contextos ajenos a los latinoamericanos, o al colombiano en caso concreto) hace que el bagaje teórico y práctica descontextualice la realidad de los pueblos latinoamericanos, por ser de otros escenarios ajenos a la realidad concreta de la violencia o el conflicto armado como tal. En cuanto a los falsos dilemas Baró (1986) enfatiza en que 20

no se responde a las necesidades de las comunidades o a problemáticas concretas de la realidad. Da a entender que si queremos que la psicología aporte significativamente a la historia de los pueblos latinoamericanos, necesita replantear la teoría y la práctica misma.

En este sentido, cuando se pretende mediante la psicología la liberación de los pueblos latinoamericanos o de Colombia a partir del conflicto armado y la violencia política, por ejemplo, al elaborar una psicología de la liberación ésta debe perseguir la liberación de la psicología misma, entendiéndose como la ruptura de conceptos y teorías que no aportan a la práctica específica en situaciones concretas.

Es así cómo la psicología de la liberación hace énfasis en las necesidades de las mayorías populares para tener en cuenta los problemas reales de los propios pueblos. Según Baró (1986) la psicología latinoamericana de la liberación debe descentrar su atención de sí misma y proponerse un servicio eficaz a las necesidades de las mayorías populares.

En este sentido, la psicología en Latinoamérica tiene por motor el poder rescatar, contextualizar, pero también preocuparse e interesarse por los motivos que llevan a las mayorías populares a expresarse mediante el acompañamiento para generar conciencia colectiva. Baró (1986) presenta tres aspectos a tener en cuenta: la recuperación de la memoria histórica, la desideologización del sentido común y de la experiencia cotidiana, y la potenciación de las virtudes populares.

En cuanto a la recuperación de la memoria histórica, recuperar la memoria histórica significará «descubrir selectivamente, mediante la memoria colectiva, elementos del pasado que fueron eficaces para defender los intereses de las clases explotadas y que vuelven otra vez a ser útiles para los objetivos de lucha y conscientización» (Fals Borda, 1985, citado por Baró, 1986). Se trata de recuperar no sólo el sentido de la propia identidad, no sólo el orgullo de pertenecer a un pueblo así como de contar con una tradición y una cultura, sino, sobre todo, de rescatar aquellos aspectos que sirvieron ayer y que servirán hoy para la liberación. Por eso, la recuperación de una memoria histórica va a suponer la reconstrucción de unos modelos de identificación que, en lugar de encadenar y enajenar a los pueblos, les abra el horizonte hacia su liberación y realización.

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Desideologizar significa rescatar la experiencia original de los grupos y personas y devolvérsela como dato objetivo, lo que permitirá formalizar la conciencia de su propia realidad verificando la validez del conocimiento adquirido. “La conscientización constituye una respuesta histórica a la carencia de palabra personal y social, de los pueblos latinoamericanos, no sólo imposibilitados para leer y escribir el alfabeto, sino sobre todo para leerse a sí mismos y para escribir su propia historia” (Baró. 1986).

Como ya se planteó con respecto a la Psicología Social Comunitaria, es esencial tener en cuenta que al asumir modelos teóricos o prácticos elaborados en circunstancias distintas y ajenas a las Latinoamericanas podría llevarnos a una distorsión de la realidad en Colombia debido a que las necesidades específicas surgen solo si se tienen en cuenta las características propias de cada localidad para el desarrollo de la psicología de la liberación, entrelazada tanto teórica como en la práctica con la psicología crítica.

Según la psicología de la liberación, los pueblos latinoamericanos necesitan un proceso que permita la ruptura de cadenas opresoras personales, pero también sociales. La presente opresión, violencia, conflicto, etc., deberá arrojarnos hacia la verdad, la justicia, la liberación individual y las reconstrucciones colectivas.

Aportes a la intervención desde la psicología social comunitaria y la psicología de la liberación para la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica Teniendo en cuenta el conflicto armado y la violencia política en Colombia, del mismo modo que ambas ramas de la psicología indagadas, la intervención para la reconstrucción el tejido social apunta a aprender y desaprender aspectos varios de la psicología, de los diversos ámbitos personales y sociales, apuntando a la reintegración de las víctimas del conflicto y a la reconstrucción de la memoria histórica y simbólica de nuestro país en guerra y su tejido social. “Vale cuestionarse qué posibilidades tenemos nosotros de reconstruirlo, o si vamos a continuar con las líneas de comportamiento que nos ha trazado una historia traumática y difícil” (Chará, 2003). La intervención psicosocial, según lo revisado, deberá enfocarse en las necesidades sociales como elemento esencial, donde la reconciliación debería ser un punto crucial 22

debido a que después de tantas rupturas, pérdidas, vivencias, conflictos, etc., el hecho del perdón, la reconstrucción de la memoria histórica y demás formas de llevar a cabo procesos de intervención en pro de la comunidad y su tejido social, son necesarios para mitigar el trauma psicosocial. “En primer lugar debemos buscar o elaborar modelos adecuados para captar y enfrentar la peculiaridad de nuestros problemas. Eso nos exige conocer más de cerca nuestra realidad, la realidad dolorida de nuestro pueblo, que es mucho más pluriforme de lo que asumen nuestros esquemas de trabajo usuales. De lo que se trata es de volver nuestra mirada científica, es decir, iluminada teóricamente y dirigida en forma sistemática, hacia esa realidad concreta que es el hombre y la mujer, en el entramado histórico de sus relaciones sociales” (Baró. 2003). Teniendo en cuenta el conflicto armado en Colombia, más allá de diseñar un marco teórico o metodológico a partir de la psicología social comunitaria y de la psicología de la liberación, es pertinente una mirada crítica sobre la víctima y su historia misma. Es esencial tener en cuenta que para la intervención, tanto los aspectos individuales como grupales han de ser tenidos en cuenta para una atención integral. Es necesaria una intervención y atención psicosocial, entendiendo atención psicosocial como “el proceso de intervención integral, interdisciplinaria, interinstitucional e intersectorial, con el fin de proporcionar herramientas a los individuos, la familia y la comunidad para restablecer su capacidad de afrontamiento y desarrollo psicológico, funcional y social, de tal manera que puedan retornar o crear un nuevo proyecto de vida” (Chará, 2003). También se hace necesario considerar que las causas son individuales pero también sociales, por lo que habrá que indagar por modelos cercanos a la intervención por la reconstrucción social e histórica.

En cuanto a la reconstrucción de la memoria histórica desde la psicología social comunitaria y la psicología de la liberación este es un concepto que debe ser tratado desde diversos aspectos y teniendo en cuenta distintas teorías, pero en el caso de la intervención con víctimas del conflicto armado y la violencia política en Colombia significa la reconstrucción de las memorias, experiencias y vivencias de la violencia como tal, “memorias de un sufrimiento que es narrado, representado y agenciado por los dolientes y la comunidad en general víctimas del conflicto armado” (Pineda, 2011).

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Según Pineda (2011), hacer memoria histórica en medio del conflicto tiene connotaciones diferentes al uso que se le ha dado en otros conflictos distintos al de Colombia. Sin embargo, la memoria puede jugar un papel importante en la resistencia como testimonio de la situación del conflicto en la actualidad y como búsqueda de caminos de la reconciliación. Los referentes para desarrollar la investigación y encontrarle sentido a la misma se centran fundamentalmente en el reconocimiento de la memoria individual y colectiva como una forma de romper con el silencio al que fue sometida la población con prácticas de terror. En este sentido, cada relato que se cuenta es afirmar nuevamente que estos hechos sucedieron, que esta realidad fue vivida y sentida, que no es producto de la imaginación absurda o de la fantasía perversa, reconociendo los hilos de la historia, reivindicando sobre todo las propuestas de vida y de desarrollo social a través de sus procesos organizativos y movilización social.

Dicho de esta manera, el reconocimiento de la memoria individual y colectica permite dar cuenta de la realidad y las diversas experiencias vividas, del mismo modo que permite tejer relaciones sociales significativas dentro del entramado social. Es en este sentido donde se evidencia la importancia que debe tener para el profesional interesado en la intervención psicosocial con víctimas del conflicto armado la memoria histórica. “En cuanto a la memoria histórica, el ser humano desde siempre ha narrado historias, al contar dichas historias se crean símbolos e imágenes que crean identidad ya que ellas están relacionando el pasado con el presente. Es decir que el ser humano al contar su historia busca integrar todo aquello que ha experimentado en su vida. En este sentido, la memoria histórica se encuentra en constante movimiento, ya que evoluciona transformándose en el tiempo, siendo afectada por los acontecimientos políticos y sociales que la rodean, pero su recuperación no es por nostalgia sino por su importancia en el presente y en el futuro de nuestra sociedad” (Pineda, 2011).

Teniendo en cuenta que muchas de las veces, en un país como Colombia, el reconocimiento individual o social no basta para que cese la guerra, el hecho de reconocer la importancia de la intervención en procesos y dinámicas sociales con víctimas y victimarios del conflicto armado, abre el panorama con respecto a la responsabilidad social por parte de la psicología en general.

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“La acción de hacer memoria moviliza los sentidos de una comunidad para que a través de un esfuerzo colectivo logren la reconstrucción del pasado incorporando las narrativas de todos para lograr preservar del olvido la memoria colectiva y que no se vuelva a repetir lo mismo en el futuro. Se trata de consolidar la memoria como aquella que reconoce el conflicto y que señala qué acontecimientos deben tenerse y transmitirse a futuras generaciones. Más allá de elaborar un compendio cronológico de los hechos o un archivo histórico de lo sucedido, se trata de que el recuerdo y la memoria permitan construir diversos sentidos que aporten a la construcción de nuevas identidades cargadas de significaciones de vida” (Pineda, 2011). Rodríguez (2007) dice que desde el enfoque de “acción sin daño” se trata no solo de reconocer y analizar los distintos daños que emergen de situaciones conflictivas y violentas, sino también de prevenir y estar atentos a no incrementar efectos dañinos durante la intervención.

Retomando lo relacionado a la reconstrucción de la memoria histórica, Pineda (2011) anota que los trabajos alrededor de la memoria histórica en Colombia han sido diversos debido a que se desarrollan combinando simultáneamente conflicto con postconflicto. “Por un lado siguen existiendo enfrentamientos con las FARC y por otro lado se encuentra el proceso de desmovilización lo cual hace que la aplicación de la memoria histórica sea algo complejo pues se supone que debe ser utilizada para la reparación cuando ya haya pasado el conflicto” (Pineda, 2011). De todas formas, el esfuerzo consciente de la importancia de reencontrarse con el pasado daría como resultado una reconstrucción de la memoria histórica y un tejido social, pero también de una memoria individual y particular.

Esto implica que en la actualidad se hace necesario hacer de nuevo una mirada crítica con respecto a las actuales formas de intervención y paradigmas con que éstas se gestan desde la psicología social comunitaria y la psicología de la liberación. La necesidad de dar respuesta inmediata a problemas reales, cuyos efectos psicológicos sobre los individuos varían, implica la deconstrucción para la construcción de nuevas perspectivas y formas de abordar las problemáticas actuales a partir del conflicto armado en Colombia.

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Según Díaz (S.f.) se dice que las víctimas se ven perjudicadas por la pérdida de control que sufre como consecuencia del perjuicio que le ha sido causado, y necesitan recuperar un sentido de dominio personal, social y político, por eso es necesario que en los procesos de acompañamiento psicosocial se tengan en cuenta los contextos específicos de las víctimas, sus necesidades más sentidas, se ayude a reconstruir su tejido social, se les ayude a encontrar bienestar emocional, en la medida en que, por un lado se reconozca y se tramite su dolor, con el objetivo de transformase en sobrevivientes, adquiriendo una superioridad moral al renunciar a la venganza y dándole paso a la reconstrucción y re significación del acontecimiento en su vida. “Las medidas colectivas o también denominadas de reparación moral o simbólica, buscan restablecer la dignidad de las víctimas, preservar la memoria histórica y que se asuman las responsabilidades de los daños causados, como por ejemplo el reconocimiento público por parte del Estado de su responsabilidad, las declaraciones oficiales restableciendo a las víctimas su dignidad, las ceremonias conmemorativas, las denominaciones de vías públicas, los monumentos, permiten asumir mejor el deber de la memoria y el entramado social”. (VAN BOVEN (1996) citado por Díaz (S.f.).

Es así como la psicología social comunitaria y la psicología de la liberación proponen estrategias y aportan a la intervención psicosocial para la reconstrucción del tejido social y la memoria colectiva, ambos conceptos indagados y tenidos en cuenta por ambas ramas de la psicología a partir del conflicto armado y la violencia generalizada.

V.

Conclusiones

La indagación teórica en cuanto al conflicto armado y la violencia política, como también de las perspectivas de ambas ramas de la psicología ante las consecuencias y efectos generalizados, esclareció los aportes para la intervención y la reconstrucción del tejido social y la memoria histórica y los principales retos actuales. “La conscientización constituye una respuesta histórica a la carencia de palabra personal y social, de los pueblos latinoamericanos, no sólo imposibilitados para leer y escribir el alfabeto, sino sobre todo para leerse a sí mismos y para escribir su propia historia” (Baró. 1986).

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Muchos autores son los que coinciden en que la sociedad en general, incluyendo a los psicólogos comunitarios, debe replantearse las estrategias de intervención profesional para enfrentar las problemáticas que surgen y son generadas por el conflicto armado interno. Necesario en este sentido de reconstruir aspectos y procesos sociales, estrategias de participación, reparación, organización comunitaria y cuestionarse la formación tradicional del psicólogo desde el contexto mismo para responder a necesidades específicas. El hecho de acercarse a este tipo de experiencias que hacen parte de la realidad colombiana abre las perspectivas, rutas a tomar y dimensiones que retan a los profesionales de las ciencias sociales a reflexionar con respecto a la tarea como tal del psicólogo frente a la violencia en el país, teniendo en cuenta que para replantearse los escenarios de intervención implica explorar aspectos no solo teóricos o prácticos, sino también políticos, éticos, morales, entre otros. Cuando la violencia política y el conflicto armado es permanente, el tejido social tiene una serie de rupturas, entendiendo el tejido social como aquella construcción colectiva con respecto a una determinada sociedad, el cual se hace esencial reconstruir para del mismo modo reparar la memoria histórica de toda una nación cuando la violencia y la violación de derechos ha rodeado a un país por décadas como en Colombia. Ingenuamente se pensó que las víctimas dejaban de existir tras la muerte olvidando a todas las personas que están detrás de la víctima misma, lo que lleva a reconsiderar el termino de víctima y así empezar una nueva forma de llevar a cabo reparaciones, muchas de las veces insuficientes. En la actualidad, el proceso de paz, que busca el acercamiento entre los grupos armados ilegales al margen de la ley y el gobierno, pretende esclarecer el camino que libere a todo un país en guerra por décadas. Sin embargo, en el camino van apareciendo una serie de retos a tener en cuenta por la comunidad y la psicología en general. Comprender el conflicto armado y la violencia política en Colombia desde la perspectiva de la Psicología Social Comunitaria y la Psicología de la Liberación da cuenta de la necesidad de los aportes a la intervención psicosocial, considerándose un reto y meta

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para profesionales interesados en llevar a cabo atención psicosocial, teniendo un camino tanto teórico como práctico por delante.

VI.

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